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Tema 7
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0. Introducción
1. Formación y evolución de las lenguas romances
1.1. El sustrato prerromano
1.2. La romanización
1.3. Las invasiones germánicas
1.4. El nacimiento de las lenguas romances (siglos VIII-XII)
1.5. La evolución de las lenguas romances hasta el siglo XVII
1.6. La normativización del castellano y el resurgir del catalán y del
gallego
2. Situación actual y variedades dialectales de las lenguas de España
2.1. El catalán
2.2. El gallego
2.3. El vasco o euskera
2.4. Los dialectos históricos
2.5. El castellano
2.5.1. El castellano norteño
2.5.2. El castellano de las zonas bilingües
2.5.3. Los dialectos meridionales
2.5.4. Las variedades de transición
3. Conclusión
4. Relación del tema con el currículo
5. Bibliografía
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0. INTRODUCCIÓN
Los conceptos de lengua y dialecto pueden ser interpretados según dos puntos de vista. Desde una
perspectiva diacrónica, es decir, histórica, son dialectos históricos todas aquellas lenguas sincrónicas con
respecto a aquella lengua de la que proceden; así, el castellano, el catalán, el gallego… son dialectos del latín, y
este, a su vez, es un dialecto histórico del indoeuropeo.
Desde una perspectiva sincrónica, el dialecto es la manifestación de las diferencias diatópicas de una
lengua que configuran tipos regionales de esa lengua común. Estas diferencias pueden consistir en rasgos de
pronunciación, léxico propio y construcciones características, pero no impiden la comunicación entre los
hablantes de diversos dialectos de una misma lengua.
Uno de los criterios que se establece para determinar si un sistema lingüístico es considerado lengua
o dialecto es si existe un cultivo literario que fije un modelo ideal de lengua en código elaborado que los
hablantes cultos y los escritores lo reconocen y lo adoptan.
España es una nación plurilingüe en la que conviven cuatro lenguas que presentan múltiples
variedades dialectológicas. Tal riqueza debe ser mantenida y respetada porque todas son portadoras de un
valioso legado patrimonial. Las lenguas de España oficialmente admitidas en el artículo 3 de la Constitución
son cuatro: español (castellano), gallego, catalán y vasco. No obstante, como bien indica Gregorio Salvador, en
el desarrollo del proceso autonómico se estableció una distinción entre las comunidades históricas y otras, y una
de las marcas distintivas era la existencia de una lengua propia en sus territorios. Esto ha llevado a potenciar
diferencias dialectales para crear una supuesta lengua regional y a intentar defender unas fronteras lingüísticas
que no corresponden con los límites autonómicos.
Entre las distintas lenguas y dialectos de la Península ha existido una constante relación que ha dado
lugar a influencias recíprocas. Es cierto que el castellano, debido a su carácter de lengua oficial, ha influido
sobre las demás, pero también ha recibido influjo de ellas.
El vasco es la lengua que más ha influido sobre el castellano. La explicación de este hecho se
encuentra en la ubicación fronteriza del reino de Castilla con las tierras vascas en los primeros años de la
Reconquista, etapa de formación de esta lengua romance. Esta influencia se deja sentir en el primer texto escrito
en castellano, las Glosas Emilianenses, en el que hay un par de anotaciones en vasco.
El catalán ha sido, por motivos geográficos y políticos, la vía por la que han entrado en castellano
una serie de vocablos procedentes del italiano y del francés. Del italiano proceden términos: balance, forajido,
artesano, motejar, lustre… De Francia proceden, entre otras, las siguientes palabras: antorcha, bonete, bosque,
cordel, jornal, parlar. Catalanismos propiamente dichos son: paella, seo, nao, clavel, pólvora, esmalte,
butifarra…
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Al gallego-portugués debe el castellano palabras como: morriña, chubasco, caramelo, almeja,
mejillón, marejada. Los navegantes de esta zona introdujeron una serie de palabras procedentes de Extremo
Oriente: charol (lengua china), biombo (japonés), catre, bambú (chino mandarín).
Además, hay comunidades que cuentan asimismo con variedades lingüísticas propias que las
autoridades y organismos oficiales tratan de amparar: el bable en Asturias y las fablas aragonesas, herederas de
antiguos dialectos históricos del latín, el asturleonés y el navarroaragonés. Junto a todo ello, hay que contar,
además, con las variantes dialectales de cada una de estas lenguas. Toda esta compleja situación lingüística solo
puede comprenderse si se entiende como el resultado de una evolución histórica condicionada por una serie de
factores de índole lingüística, política y sociocultural. Es imprescindible, pues, conocer desde su origen la
historia de las lenguas habladas en España (Moreno Fernández, F., 2005).
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Las consonantes sordas intervocálicas sufren el contagio progresivo de la sonoridad de las vocales
inmediatas. Otro fenómeno que afecta al consonantismo es la asimilación y absorción de los grupos
consonánticos: /ns/ > /s/ (MENSA > mesa), /rs/ > /ss/ > /s/ (SURSUM > SUSUM), /pt/ > /tt/ > /t/ (APTARE >
ATTARE > atar).
- En el nivel morfológico el aspecto más importante es la reducción de la declinación nominal: las
desinencias se reducen al nominativo para la función de sujeto y al acusativo precedido de preposición
para los demás casos. Hay una tendencia a expresar mediante perífrasis aquello que el latín clásico
indicaba mediante una forma sintética: el superlativo que se generaliza es plus grandis en lugar de
grandior, la forma simple del futuro se sustituye por la compuesta (cantabo > cantare habeo), se
sustituye la pasiva en -or por la perifrástica.
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a) En el oeste, desde Galicia hasta Cantabria, se extiende el reino leonés por la zona montañosa que nunca
llegó a ser ocupada por los árabes. Desde el punto de vista lingüístico, el reino carece de unidad. Lo que
existe es una serie de dialectos que con el tiempo irán expandiéndose de norte a sur: el gallego,, en el
extremo occidental, es el más conservador, debido al tradicional aislamiento de sus gentes; el
asturleonés, hablado en la franja central, fue desde el principio un dialecto de integración, en el sentido
de que recogía elementos conservadores –como el gallego– e innovadores –por la posterior influencia de
Castilla–, así como de la lengua de los mozárabes. En el extremo oriental del reino de León, en lo que en
principio fue condado de Castilla y más tarde reino independiente (año 932), se formó el castellano. En
su origen, esta lengua romance no fue sino un conjunto de hablas de una zona poco romanzada y, por
eso mismo –y por su carácter fronterizo– muy abiertas a las influencias vecinas, en especial de la lengua
vasca, que había sobrevivido a la romanización. Una vez constituido en reino, esas hablas acaban
unificándose y el castellano se convierte en la variedad romance más innovadora: en ella, los procesos
iniciados en la etapa visigótica se aceleran y aparecen otros nuevos por el contacto con el vasco que lo
diferencian de las otras lenguas peninsulares: un sistema vocálico compuesto de 5 fonemas; la
indistinción entre los fonemas /b/, oclusivo, bilabial, sonoro y /v/ labiodental, fricativo, sonoro, que
siempre se realizan como un fonema oclusivo o fricativo bilabial; la pérdida de la f- inicial latina.
b) En el Pirineo oriental y central se forman los reinos de Navarra y Aragón, a los que costará más la
expansión hacia el sur, ya que los árabes se habían asentado con más fuerza en el valle del Ebro que en
las tierras del norte del Duero. El dialecto navarroaragonés recibe también, aunque en menor medida
que el castellano, influencias del vasco, que está muy extendido en Navarra y La Rioja. Los contactos
con el catalán también son intensos, lo que convierte al navarroaragonés en una lengua de transición.
c) En el este, como una parte del Imperio carolingio y, por tanto, ligada cultural y políticamente a Francia,
se encuentra la llamada Marca Hispánica, que ocupa ambas vertientes de los Pirineos orientales. Se
habla allí una variedad romance, el catalán, que, en principio, presenta grandes semejanzas con la
lengua occitana.
d) Por último, hay que señalar la presencia del mozárabe, que abarca el conjunto de variedades romances
que continúan hablando los hispanorromanos que viven en las zonas dominadas por los árabes. Fue
durante varios siglos una lengua de uso popular y familiar y, por tanto, se encontraba en una situación de
diglosia frente al árabe, que era la lengua de cultura y la utilizada para la escritura. Ello explica su
carácter fuertemente conservador, lo que lo convierte, como dice Rafael Lapesa, en “una preciosa
reliquia del romance que se hablaba en los últimos tiempos del reino visigótico”. Las famosas jarchas,
composiciones escritas en alfabeto árabe o hebreo, pero que transcritas corresponden a una lengua
arábigo-andaluza, son los primeros exponentes literarios en esta lengua. El mozárabe representa en
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muchos de sus aspectos un puente de unión entre las áreas fragmentadas de la España cristiana oriental y
occidental. Se reconocen como mozarabismos, pese a las dudas: gazpacho, guisante, campiña, marisma,
chacina, habichuela, horchata, jurel…
Muchos de los pasos intermedios del latín al castellano se documentan en este dialecto. Podemos señalar
los siguientes rasgos:
- En el nivel fonético-fonológico. El subsistema vocálico presenta las siguientes peculiaridades:
diptongación de
Junto a estas variedades, se hablaban en la Península el vasco –en una zona sin duda más reducida
que la que en tiempos pasados había ocupado, y probablemente en una situación de bilingüismo en Navarra, La
Rioja y norte de Burgos– y el árabe en el sur. En el año 711 d. C. los musulmanes invadieron España. Solo en
las montañas del norte quedaron pequeños grupos. Los musulmanes (sirios y bereberes) no traen mujeres, así
que toman como esposas a las hispanogodas. Establecen su capital en Córdoba, que pronto se convierte en el
centro de una brillante civilización islámica. Florecen la agricultura, la industria y el comercio. La cultura árabe
está mucho más desarrollada que la cristiana, por lo que la influencia de la cultura y la lengua árabe en los
reinos y dialectos cristianos será grande a lo largo de toda a Edad Media, especialmente sobre el castellano, que
es el reino que compartirá una frontera más amplia con Al-Ándalus. Son más de cuatro mil las palabras que
nuestra lengua toma del árabe; muchas son términos de la ciencia y la técnica (algoritmo, álgebra…), otras de la
agricultura (alcachofa, aceite, zanahoria, acémila, aljibe, noria), de la guerra (alcazaba, alférez, atalaya), del
comercio (almacén, aduana…), de la administración (alcalde, alguacil…), de la construcción (albañil,
alcantarilla, azulejo) y otras muchas muy comunes en castellano (azúcar, algodón, ojalá, hala, Guadalquivir,
Mancha, fulano)
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- El catalán tiene también un amplio cultivo literario en los siglos XIII-XV, época en la que las
influencias de la literatura y de la lengua provenzal son muy fuertes: es el tiempo de los trovadores y de
la poesía cortesana, que tan granados frutos dio en la lengua catalana. El condado de Barcelona se había
unido al reino de Aragón (1137), que inicia en el siglo XV su expansión política y comercial por el
Mediterráneo, lo que supone también la extensión del catalán, no solo por la costa hacia el sur sino
también a las Baleares y Cerdeña.
- En el centro de la Península, el castellano se impone con fuerza en un doble movimiento. Por un lado,
apoyada en su predominio militar sobre los reinos vecinos, Castilla se extiende hacia el sur por las
tierras de Al-Ándalus conquistadas. Por otro, en especial a partir del siglo XIV, el castellano se expande
horizontalmente hacia los reinos cristianos vecinos, León y Aragón, de forma que primero las zonas de
estos reinos limítrofes con Castilla y después amplios territorios del interior se castellanizan
completamente. Por tanto, en los siglos finales de la Edad Media, el castellano se va a acabar
imponiendo como lengua común y también como lengua de cultura en buena parte de la Península. Hay
que tener en cuenta, además, como factor que contribuye a la extensión del castellano, el hecho de que
tuviera una muy temprana normalización lingüística. En este sentido, es fundamental la labor de Alfonso
X el Sabio, con su clara conciencia de que la lengua romance debía convertirse en el instrumento
fundamental de la comunicación social en todos sus ámbitos (jurídico, científico, literario…) y sus
esfuerzos por adaptarla a la expresión escrita y regularizar su uso.
La evolución lingüística en los siglos XVI y XVII está marcada por la unificación política de la
Península (salvo Portugal), la creación a partir de ella de dos reinos peninsulares, España y Portugal, y la
conversión de ambos reinos en naciones con una fuerte tendencia al centralismo político y a la unidad cultural y
lingüística.
El castellano, al que ahora también se llama español, se convierte en la lengua oficial que el Estado
utiliza de manera exclusiva en la promulgación de leyes, en la Administración y en las relaciones exteriores. El
Humanismo renacentista, en su anhelo de dignificar las lenguas romances, contribuye enormemente a su
fijación (la Gramática de Nebrija, de 1492), defensa (Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés) y
enriquecimiento (constantes aportaciones de neologismos latinos), lo que permite que pueda llegar a ser
empleada como instrumento fundamental de la transmisión de la cultura, desplazando al latín. Por otro lado, la
colonización de América le permite expandirse por el mundo. Todo lo anterior convierte al castellano en una
lengua de gran prestigio interior y exterior, lo que explica que las otras lenguas del reino perdieran terreno.
- El leonés y el aragonés han quedado confinados como hablas rurales, carentes de unidad y de uso
escrito y literario, en las zonas montañosas del norte; su presencia, sin embargo, se puede percibir en los
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rasgos leoneses y aragoneses con que se habla el castellano en muchos lugares d ellos antiguos reinos de
León y Aragón.
- El gallego pervive en su territorio histórico, aunque el proceso de castellanización de las capas altas de
la sociedad y, a partir del siglo XVI, de las clases medias urbanas, irá reduciendo progresivamente su
uso a las zonas rurales. El castellano se hará cada vez más frecuente como lengua de cultura y de la
Administración, de modo que la lengua autóctona queda relegada al uso familiar.
- En Cataluña, aunque el cultivo literario del catalán entra en esta época en franca decadencia y el
bilingüismo es ya frecuente en las ciudades, la tolerancia de los Austrias permite que su empleo en la
Administración sea todavía importante a lo largo del XVI y del XVII. Pero la actitud de los Borbones
será muy distinta: tras la Guerra de Sucesión, el Decreto de Nueva Planta (1716) prohíbe la utilización
de la lengua catalana en todo tipo de actividad pública (incluida la enseñanza), lo que acaba relegándola
al ámbito rural y a una situación de diglosia en las ciudades.
- El vasco continúa hablándose en su rincón del este del Cantábrico y el Pirineo occidental. Aunque muy
diversificado, es la lengua habitual de la mayor parte de la población rural, sobre todo en los valles más
aislados. Como hecho significativo, hay que destacar que en el siglo XVI aparece el primer libro
publicado íntegramente en euskera: se trata de una colección de poemas titulada Linguae Vasconum
Primitiae, de Bernat Detxepere.
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todavía vivas, que tales medidas han despertado muestran que la cuestión lingüística continuará abierta en la
España del siglo XXI. Por su parte, el mallorquín representa, respecto al catalán peninsular, una variante
conservadora y, por tanto, muy pura del catalán prístico. Las diferencias fonéticas, morfosintácticas y léxicas
que separan una variante de la otra se deben, por lo general, no a innovaciones del mallorquín, sino a nuevas
formas recreadas en la Península. Así, al castellano buscar corresponde al mallorquín cercar, concordante con
el fránces chercher, pero en catalán de la Península se usa la forma castellana; o en catalán central, depressa
‘deprisa’ y en mallorquín aviat.
2.2. EL GALLEGO
Por su aislamiento tanto en la época de la romanización como en las posteriores, el gallego es la más
conservadora de las lenguas romances peninsulares y, por tanto, la más cercana al latín. Sus rasgos lingüísticos
más destacables por su contraste con el castellano son los siguientes:
- En su sistema vocálico, no diptonga las vocales o y e tónicas latinas (terra, porta); mantiene los
diptongos decrecientes latinos y otros que se crearon en el latín vulgar y en los romances primitivos
(leigo, noite, cousa) y mantiene la -e final latina (mitade).
- En su consonantismo conserva la f- inicial latina (ferro); pierde las consonantes l y n latinas (lua, mao);
palataliza los grupos latinos pl-, kl-, fl- en ch- (chove, chama).
- En el plano morfosintáctico, son peculiaridades del gallego la evolución del artículo (o, a, os, as), que
suele contraer con las preposiciones que lo anteceden (da= de+la), la anteposición del artículo con el
posesivo (o meu veciño) y el diminutivo -iño.
No resulta fácil señalar los límites geográficos actuales del gallego con el leonés, ya que sus rasgos
se entrecruzan. Lo que sí está claro es que en algunas zonas de Asturias (al oeste del río Navia), León (la
comarca del Bierzo) y Zamora (parte de Sanabria) se habla gallego.
En cuanto a las variedades dialectales, la fragmentación del gallego es mucho menor que la del
vasco. Suelen señalarse cuatro zonas diferenciadas: la suroccidental, una zona seseante donde se da también la
geada –pronunciación del fonema /g/ con una fuerte aspiración faríngea y rechazada socialmente, aunque
aceptada por la Real Academia Gallega–; la noroccidental, en la que los sufijos latinos -anu, ana dan -a y no se
produce el seseo ni la geada; la central, en la que los sufijos anteriores dan -ao y tampoco hay seseo ni geada; y
la oriental, que presenta rasgos que confluyen con el leonés, como el diminutivo -ino, y con el castellano, como
las desinencias verbales de segunda persona del plural, que no son las gallegas -ades, -edes, -ides, sino -ais, -eis,
-is.
En la actualidad, hablan gallego más de dos millones y medio de personas, a los que habría que
sumar los emigrantes que se encuentras dispersos por España, Europa y América. Son muchos menos, sin
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embargo, los que lo escriben, algo lógico si se tiene en cuenta lo reciente que ha sido su proceso de
normativización: las Normas Ortográficas y las Normas Morfológicas se publicaron en 1970 y 1971,
respectivamente, lo que supone que carecía hasta esa fecha de un modelo común de lengua escrita. Ello no
significa que no se escribiera en esta lengua; lo que sucede es que esa escritura en gallego estaba plagada de
vacilaciones. Actualmente el gallego se encuentra bastante consolidado como lengua oficial y de cultura. Ha
abandonado el reducto rural en que estuvo confinado durante siglos y empieza a extenderse en las ciudades y
entre las clases medias, y poco a poco va elevando su prestigio tanto entre sus hablantes como fuera de Galicia.
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- Los bables orientales, que se localizan al este de Asturias y nordeste de León y penetran hasta la parte
occidental de Cantabria, son los que presentan una mayor similitud con el castellano.
- Los bables occidentales, que se sitúan al oeste de Asturias y León, hasta la comarca de Sanabria y la
zona de Miranda del Duero, ya en Portugal, son los más arcaizantes por la fuerte influencia gallega.
- Los bables centrales son los que se han conservado en las montañas del centro de Asturias, pero son
también los de más uso en las ciudades. A partir de la variedad central, considerada como la típicamente
asturiana, se ha creado un bable unificado con la intención de que sirva como norma para el resto de las
variedades asturleonesas.
Aunque los usos son muy vacilantes y dependen mucho de las zonas, los rasgos más significativos
de los bables asturleoneses son, en general, los siguientes:
- En cuanto al sistema vocálico, diptonga e, o tónicas latinas, incluso en posiciones en que no lo hizo en
castellano (tiengo, nuechi); mantiene el diptongo ie ante ll (castiello); y cierra las vocales finales, lo que
produce que en las posiciones donde en castellano hay -o y -e aparezcan en los bables -u e -i: tiempo,
nuechi. De igual forma, suele cerrarse también la a en las terminaciones -as, -ais, -an (les vaques). En la
zona occidental se conservan los diptongos decrecientes (cousa, cordeiru).
- En su consonantismo destaca el mantenimiento de la f- inicial latina (facer), la palatalización de l-
inicial (lluna, llobu) y la existencia del fonema // en posiciones donde aparece la j castellana (xestu). En
la zona occidental los grupos pl-, kl- y fl- palatalizan en ch- (chover, chamada).
- En el plano morfosintáctico cabe señalar el empleo del artículo ante el posesivo (la mi muyer), el uso de
nos y vos en lugar de nosotros y vosotros y la colocación arcaizante de los pronombres átonos (acabélu,
pare me lo decir).
Se llama aragonés a las hablas procedentes del latín que se hablaron, y en parte se siguen hablando,
en Aragón. Aunque se utiliza la denominación de dialecto aragonés, no tienen estas hablas la uniformidad
mínima que se le supone a un dialecto. De hecho, son hoy una serie de hablas muy diferenciadas unas de otras,
que se han mantenido a lo largo del tiempo en los aislados valles del Pirineo central (Ansó, Hecho, Aragüés,
Lanuza, Biescas, Sobrarbe y Ribagorza). Como en el caso de Asturias, se ha intentado difundir una fabla
unificada, que presenta los siguientes rasgos:
- En cuanto al sistema vocálico, las vocales tónicas o, e diptongan vacilando entre ué y uá, ié e iá (fuella,
hiarba); el diptongo ie no se reduce ante ll (castiello); se tiende al apócope de las vocales e, o finales
(deván, tién), lo que ocurre incluso en los plurales y en las formas verbales acabadas en -s (fuens, tiens).
- En su sistema consonántico se mantiene la f- inicial latina, así como las consonantes latinas iniciales g- y
j-, que se realizan en aragonés como /t/ (choven). Muy peculiar es la sonorización de /p/, /t/ y /k/ incluso
en posición no intervocálica (cambo).
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- Entre los rasgos morfosintácticos cabe señalar la presencia de imperfectos en -eba o -iba (poneba); los
pretéritos fuertes en -on (dijon ‘dijeron’) y la presencia ocasional de las formas o y a del artículo (a
fuella ‘la hoja’).
2.5. EL CASTELLANO
Actualmente la vitalidad del castellano no solo se muestra en su amplia y creciente difusión, sino también en la
indudable unidad que ofrece a pesar de ser usado en tierras y por gentes tan distintas. Desde el siglo XX las
emigraciones han sido constantes, especialmente hacia las grandes ciudades, que se han convertido, como dice
Pilar García Mouton, en crisoles lingüísticos donde la existencia de comunidades trasplantadas dentro de otras,
los matrimonios mixtos, la enseñanza generalizada y los medios de comunicación han contribuido a nivelar las
variedades porque, incluso en las zonas rurales, los medios de comunicación están introduciendo modelos
lingüísticos diferentes a los tradicionales, que tienden hacia un español más o menos normativo, bajo el que
permanecen los rasgos propios que, dependiendo de factores tan relativos como el prestigio de la variedad, el
nivel del hablante o el contexto en el que se hable, pueden aflorar a menudo.
A partir de la época clásica, la tradicional identificación de castellano y español hace perder de vista los rasgos
propios del habal de las tierras castellanizadas que a veces lo fueron en fechas muy distantes entre sí. Y, sin
embargo, se pueden diferenciar dos grandes zonas que parecen responder a un doble esquema de tierras
castellanas o castellanizadas en un primer momento y tierras de extensión del castellano: la norte, más
conservadora en la evolución fonética; y la sur, más evolucionada en su pronunciación, con rasgos fonéticos
muy marcados y en evidente relación con las variedades de Canarias y de América.
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así como el uso del artículo con los nombres propios (el Joan) o el uso abusivo de la construcción de que
en verbos cuyo régimen no lo exige (Considero de que no se ha portado bien).
b) En Galicia, aparte de su peculiar entonación –que produce una melodía inconfundible al elevar mucho el
tono al principio, para dejarlo caer rápidamente al final de la frase–, los hablantes cierran mucho las
vocales finales –lo que causa el efecto de que pronuncien como [u] toda -o final y como [i] toda -e
final–, abren excesivamente el segundo elemento en los diptongos [we] y [je] y reducen los grupos
consonánticos cultos (perfeto, inorar). En el plano morfosintáctico son característicos el uso exclusivo
del pretérito perfecto simple (Ahora lo vi), que ha absorbido los valores del compuesto (Ahora lo he
visto) y el empleo de tener como auxiliar con el valor de haber (Lo tenía visto).
c) En el castellano que se habla en el País Vasco y Navarra son frecuentes las alteraciones en el orden
habitual de la frase, que se deben a interferencias claras (Fresas compro para comer), así como algunas
confusiones en el género de los sustantivos (Yo tenía tanto confiansa en él), sobre todo en hablantes
rurales. También es característico el uso del condicional en posiciones donde en la lengua estándar se
usa el imperfecto de subjuntivo (Si vendría, se lo daría). En cuanto a la pronunciación, no hay
diferencias significativas con el castellano de Castilla, salvo el seseo en algunos hablantes y la
entonación vasca, con su fuerte tensión articulatoria y los finales de enunciado ascendentes.
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- La aspiración de -s en posición implosiva. Consiste en una relajación de s cuando va seguida –bien
dentro de una palabra, bien en la palabra siguiente– por una consonante. Tiene también gran vitalidad,
pues desde el foco andaluz se extiende por Murcia, La Mancha, Extremadura y Madrid.
- La neutralización de /l/ y /r/. En posición final de sílaba ambos fonemas se confunden: dependiendo de
los lugares, predomina la relación [l] ([kálne]), o bien la realización [r] ([sordáo]). A pesar de que está
muy extendido por Extremadura, Andalucía y Murcia, es un rasgo mal considerado socialmente.
- La relajación y caída de consonantes sonoras intervocálicas. Este fenómeno, presente también en zonas
del castellano norteño, tiene en toda la zona meridional una especial intensidad. Se produce más con el
fonema /d/, que se elide normalmente entre vocales (vestío, quear, deo). Más resistencia a la elisión
ofrecen las demás consonantes, aunque también se oye miaja por migaja, tie por tiene o caeza por
cabeza.
- La h procedente de f- inicial latina, que dejó de pronunciarse en Castilla durante los siglos XV y XVI, se
mantiene en parte de Andalucía (salvo en Jaén, el nordeste de Granada y la mayor parte de Almería) y
en Extremadura. En estas zonas el fonema //, correspondiente a las grafías j y g ante e, i toma la misma
pronunciación aspirada.
a) El andaluz. Todos los fenómenos anteriores se producen en lo que se ha dado en llamar el andaluz y
adquieren entre los hablantes de esta región ciertas peculiaridades que vamos a abordar a continuación.
Conviene aclarar que, más que un dialecto, lo que hay son diferentes variedades andaluzas de límites
poco precisos. En este sentido, se ha hablado de varias zonas dialectales: se puede distinguir entre una
variedad oriental y otra occidental, según el resultado al que lleva la aspiración y la pérdida de la -s
final. Como rasgos característicos de esta variedad hay que mencionar los siguientes (Narbona, Cano y
Morillo Velarde, R., 2011):
- Seseo y ceceo. Estos fenómenos son la consecuencia del reajuste del sistema consonántico que
tuvo lugar en los siglos XVI y XVII: si en la norma toledana los fonemas medievales que se
escribían con s o ss acaban pronunciándose como /s/, y los escritos con z y ç dieron lugar al
actual fonema //, en la norma sevillana confluyen en uno. Sin embargo, no en toda Andalucía se
llega a la misma solución: en la costa atlántica y en casi toda la provincia de Sevilla se produce
el ceceo, es decir, el fonema en el que confluyen /s/ y // se realiza como []; en una franja
central, que incluye la capital sevillana, se da el seseo, pues la realización de ese fonema es /s/; e
incluso hay una extensa zona del norte y del nordeste que distingue entre /s/ y //.
- El vocalismo en el andaluz oriental. La aspiración y pérdida de la -s implosiva y final ha acabado
produciendo alteraciones en el sistema fonológico de la variedad oriental. Por un lado, la
realización aspirada de esta -s provoca cambios en la pronunciación de la consonante siguiente,
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que se ensordece y se articula con una leve aspiración [múahfee]. Por otro lado, la caída
completa de la -s final de palabra provoca que la vocal anterior se pronuncie mucho más abierta
y alargada, lo que implica que en el andaluz oriental la oposición entre vocal abierta y cerrada se
ha convertido en fonológica, pues permite distinguir significados distintos.
- La relajación de la consonante /t/. Típicamente andaluza es la pérdida del momento oclusivo en
la africada /t/, que da lugar a una pronunciación similar a la de la ch francesa. Este fenómeno
está muy extendido por Cádiz, el sur de Sevilla y el occidente de Málaga.
- La confluencia de vosotros y ustedes. En Andalucía occidental se ha perdido en las formas
pronominales de segunda persona del plural la oposición entre el tratamiento de confianza
(vosotros tenéis) y el de cortesía (ustedes tienen). En su lugar se emplea siempre, en cualquier
situación, ustedes, unas veces con el verbo en tercera persona (ustedes vinieron ayer) y otras en
segunda (ustedes tenéis tiempo).
b) El canario. El castellano llegó a las Canarias en el siglo XV, al tiempo que acababa la Reconquista
peninsular. Portugueses y españoles se disputaron las Canarias que, a la larga, quedaron en manos
españolas, sin que ello impidiera la presencia abundante de portugueses, venidos fundamentalmente de
Madeira. En cuanto a la lengua, los nativos perdieron pronto la suya, el guanche, y las islas se
castellanizaron con pobladores procedentes, sobre todo, de Andalucía, de forma que el habla canaria
participa de los fenómenos dialectales típicos del sur peninsular, algunos de ellos con ciertas
peculiaridades: el seseo, que está totalmente generalizado; la confusión entre -l y -r en posición
implosiva y final, que está bastante extendida y produce ocasionalmente la vocalización de estas
consonantes ([kwéipo]) o la asimilación a la consonante siguiente ([piénna]); la aspiración de la -s
implosiva, que se asimila a la consonante siguiente ([lod díah]), pero siguiendo la tendencia del andaluz
occidental, no llega a producir la apertura de la vocal anterior. Típicamente canaria es la articulación de
una ch casi sonora [mújo].
Además, las Canarias han sido durante varios siglos zona de tránsito entre España y América, lo que
otorga a las Canarias un papel fundamental en la expansión y evolución del castellano en el Nuevo
Continente. De hecho, las similitudes entre la variedad canaria y el español hablado en la zona caribeña
son evidentes, como lo es, asimismo, la presencia en el canario de americanismos que las variedades
peninsulares desconocen: guagua, cachetada, cucuyo (‘luciérnaga’)… En lo que respecta al léxico se
observan, además, todas las influencias señaladas: la pervivencia de voces del guanche, como gofio
(‘vasija de barro’) o baifo (‘cabrito’), y también otras de origen portugués, como fechar (‘cerrar’) y
garuja (‘llovizna’).
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2.5.4. LAS VARIEDADES DE TRANSICIÓN
En una ancha franja que se extiende en el centro de la Península por Extremadura, La Mancha y
Murcia aparecen algunas variedades dialectales que constituyen una zona de transición entre el castellano
norteño y el andaluz.
De todas ellas, el habla manchega ha sido la menos estudiada hasta el momento, quizá porque carece
de rasgos propios que sí se encuentran en las otras variedades de transición: el extremeño y el murciano.
a) El extremeño. El habla de Extremadura ofrece una mezcla de rasgos meridionales y de leonesismos que
se explica fácilmente por factores históricos: por un lado, tras la conquista, realizada conjuntamente por
León y Castilla, fue repoblada por leoneses, sobre todo en su parte occidental; por otro, la influencia de
la norma sevillana ha sido siempre muy fuerte en el sur de la región. Estas influencias de distinto signo
hacen del llamado dialecto extremeño un nítido ejemplo de lo que es un conjunto de hablas de
transición, con marcadas diferencias entre unas zonas y otras, pues los rasgos procedentes del leonés
aparecen en el noroeste de Cáceres y se van perdiendo conforme se avanza hacia el sur y, al contrario, la
influencia andaluza es perceptible en el sur de Badajoz, pero va disminuyendo sensiblemente hacia el
norte hasta casi desaparecer. Son rasgos leoneses el sufijo diminutivo -ino y el uso de verbos
intransitivos como transitivos (caer ‘tirar’ o quedar ‘dejar). Los meridionalismos más extendidos son la
aspiración de -s –que se asimila a la consonante siguiente si es sonora y que incluso llega a perderse en
posición final–, el yeísmo y la aspiración de // (Viudas, A., Ariza, M. y Plans, S., 1987).
b) El murciano. Por razones históricas similares, el habla murciana es también una variedad de transición
entre el aragonés y el andaluz. La reconquista del reino de Murcia fue castellana en principio, pero
Jaime I ayudó a Alfonso X en el sometimiento de la sublevación de los moriscos y, desde entonces hasta
principios del siglo XIV, la presencia aragonesa fue importante en estas tierras que, por su cercanía,
recibieron también influencia valenciana. Estas circunstancias explican que, bajo una apariencia de
castellano meridional, se encuentren rasgos que remontan al aragonés o al valenciano. Son rasgos
meridionales la aspiración y pérdida de la -s implosiva –s implosiva– con la peculiaridad de que, como
en el vecino andaluz oriental, se aprecia la abertura de la vocal precedente-, la neutralización de /r/ y /l/
en posición final de sílaba y el debilitamiento en la pronunciación de consonantes sonoras
intervocálicas. Sin embargo, es más resistente que otras zonas de transición a la penetración del yeísmo,
pues todavía conserva, sobre todo en las zonas rurales, el fonema //. Rasgos que manifiestan la
influencia aragonesa son la conservación en algunas palabras de consonantes sordas intervocálicas sin
sonorizar (cocote < cogote), el diminutivo -ico o el propio léxico, donde se mezclan aragonesismos y
valencianismos: divinalla (‘adivinanza’), bachoca (‘judía verde’), robín (‘herrumbre’), etc.
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3. CONCLUSIÓN
El mapa lingüístico actual es muy variado y rico, aunque esta misma riqueza de lenguas plantea en ocasiones
problemas de convivencia. En cualquier caso, asistimos a un momento de sumo interés por el proceso de
normalización lingüística llevado a cabo. La variedad lingüística no es, por tanto, un asunto trivial sino una
faceta de la vida colectiva de España que puede facilitar o dificultar la convivencia, ya que la lengua, como
explica Vendryes, “es el lazo más fuerte que une a sus miembros; es, a la vez, el símbolo y la salvaguardia de su
comunidad”.
5. BIBLIOGRAFÍA
BOSQUE, Ignacio y otros. (1999): Lengua castellana y literatura II. Ed. Akal. Madrid.
CANO AGUILAR, Rafael. (2004): Historia de la lengua española. Ed. Ariel. Barcelona.
GARCÍA MOUTON, Pilar. (1985): Lenguas y dialectos de España. Ed. Arcos Libros. Madrid.
LAPESA, Rafael. (1981): Historia de la lengua española. Ed. Gredos. Madrid.
MORENO FERNÁNDEZ, Francisco. (2005): Historia social de las lenguas de España. Ed. Ariel. Barcelona.
NARBONA, A., CANO, R. y MORILLO VELARDE-PÉREZ, R. (2011): El español hablado en Andalucía.
Universidad de Sevilla.
VIUDAS, A., ARIZA, M. y PLANS, S. (1987). El habla en Extremadura. Editora Regional de Extremadura.
Mérida (Badajoz).
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