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ANSELMO DE CANTERBURY

DE VERITATE

Introducción temática

Praenotandum

Es posible señalar categorías y movimientos en el texto anselmiano De


veritate:
Las categorías son signum, res y causa. Signum refiere inicialmente al nivel
enunciativo del lenguaje, a ese nivel del signo que es efectuado y no causante; se
amplía luego, para referir a res res ut signum a la rectitud y verdad causadas y a su
vez causantes de la res como causa de la verdad de la enunciación significativa, y
para referir a causa causa tantum a la rectitud y verdad sobreeminente como causa de
la verdad de todas las cosas que son de conformidad con ella.
Los movimientos son: a) el que corresponde a una noción de verdad que puede
denominarse signada por imposición veritas signata, b) el que alcanza una noción de
verdad que puede denominarse significante por superación de la imposición veritas
significans. Veritas signata está ligada indisolublemente a debitum. Veritas
significans se instala en territorio de iustitia.

1. Quaestio

El prefacio que inicia la edición definitiva de tres tratados pertinentes ad


studium sacrae scripturae enumera los temas que cada una abordará. Para la primera
de ellas, De veritate, propone tres cuestiones: ¿qué es la verdad? ¿en qué cosas suele
decirse que hay verdad? ¿qué es la justicia?
El capítulo 11 del diálogo responde a la primera cuestión componiendo una
definición de verdad que supone, a su vez, los capítulos anteriores, todos relativos a la
segunda cuestión. La justicia, por fin, es definida a partir de la noción de verdad, que
opera como género en esta definición.
El vínculo entre el perfil teológico del tratado y las cuestiones propuestas
exige ingresar en el capítulo 1 donde Anselmo expone que, dada la fe en que dios es
la verdad misma y supuesto el hecho harto frecuente de que se atribuye 'verdad' a
muchas cosas ciertamente diversas de dios, se hace preciso indagar si, cada vez que se
atribuye 'verdad' a algo, se atribuye asimismo deidad a esa cosa, o bien revisar el
supuesto de que dios es la verdad misma y, por ende, si hay una única verdad o bien
hay muchas verdades.
Parece razonable entender que De veritate trata de conciliar la fe con la
experiencia humana que a través del lenguaje muestra que verdad no sólo es un
nombre que la fe adjudica a dios, sino también un nombre referido a multiplicidad de
cosas diversas y cambiantes que no son dios.
Esta conciliación implicará primero establecer las definiciones de verdad (cap.
11) y de justicia (cap. 12); después, vincularlas, para responder las cuestiones
planteadas y conciliar la multiplicidad cambiante de cosas verdaderas por atribución
con la unicidad de aquella verdad que se declara idéntica con la esencia divina.
Además de presentar el cometido de la obra, el capítulo 1 indica también: a)
una secuencia en la indagación y b) la filiación temática del problema. Ambas
indicaciones ayudan a comprender adecuadamente el diálogo: la primera, al ordenar
los capítulos en una secuencia que se inicia en la oración enunciativa (cap. 2) y se
desarrolla hasta la esencia divina (cap.10); la segunda, ubicando el problema dentro
del contexto del capítulo 18 de Monologion y excusando, así, a De veritate, de
cualquier pertinencia teológica en el método ya que, al igual que Monologion, es un
tratado que se desenvuelve sola ratione y concatena múltiples argumentos. La
pertinencia teológica expuesta en el prefacio alcanza, así, al tema aunque no a la
manera de abordarlo.

2. Verum, rectum, debitum

El desarrollo de los capítulos 2 a 11 de De veritate está preformado en el


capítulo 18 de Monologion, que contiene una reflexión en torno a la verdad inscripta
en otra reflexión acerca de la naturaleza sobreeminente, y ambas atribuyen a sus
respectivos sujetos la imposibilidad de verse ceñidos por comienzo o por fin alguno.
La naturaleza sobreeminente no reconoce principio ni fin, así como la verdad no ha
comenzado ni dejará de ser. Y las líneas finales de ese capítulo expresan que todo lo
dicho de la verdad vale asimismo dicho de la naturaleza sobreeminente, que es la
misma verdad sobreeminente.
Este asunto inicia asimismo De veritate bajo otro aspecto: se cree que dios es
la verdad, aunque también se atribuye 'verdad' a muchas cosas distintas de dios. En
Monologion la expresión correspondiente enunciaba que aunque se dijera que la
verdad tiene principio y fin, y se entendiera que no los tiene, de cualquier modo sería
imposible que la verdad estuviese ceñida por los límites que un principio y un fin le
impondrían: ni la naturaleza sobreeminente ni la verdad tienen principio o fin. Por lo
tanto dios, que es la naturaleza sobreeminente, y la verdad, son idénticos.
Ahora bien, además de decirse que la verdad tiene principio y fin, también se
dice que hay verdad en muchas cosas distintas de dios. Es preciso, en consecuencia,
indagar si cada vez que se dice que en algo hay verdad, no se está diciendo que en ese
algo es dios, o aún más, que ese algo es dios mismo. Y en todo caso se requerirá
conciliar la respuesta argumental con la fe, que confiesa que dios es la verdad misma.

Monologion
Sive dicatur veritas habere, sive intelligatur veritas non habere principium vel finem,
nullo claudi potest veritas principio vel fine. (cap. 18)

De veritate
Deum veritatem esse credimus, et veritatem in multis aliis dicimus esse, vellem scire
an ubicumque veritas dicitur, deun eam esse fateri debeamus. (cap. 1)

La reflexión entre los caps. 2 y 10 se sostiene, en sus extremos, sobre los


elementos proporcionados ya por el capítulo 18 de Monologion. Sin embargo no se
limita a reiterarlos, sino que completa y exhibe todos los momentos internos del
argumento como si expusiera los tácitos de un entimema, y aquello que tenía la
apariencia de una argumentación lógica-lingüística, se muestra ahora acotado
semánticamente en circuitos excéntricos que por una parte giran en torno a la
significatio capítulos 2 al 9 y a la res capítulo 7 y por otra parte lo hacen sobre la
causa capítulo 10.
El primer circuito recorre la pluralidad de las verdades de la significación, el
pensamiento, la voluntad, la acción, la esencia de la cosa, y llega hasta la verdad de la
naturaleza sobreeminente. Lo característico de este circuito es la correspondencia que
se establece entre veritas y rectitudo. Rectitudo alude inequívocamente al carácter
regulador de verdad respecto de lo que es, no menos que respecto de lo que se dice
que es, e incluye dos caracterizaciones de la noción rectitud, como debida y no
debida. La verdad regula el ser y el decir del ser, a la vez que dicha regulación puede
acontecer como debida o bien sin débito alguno.
Cabe aclarar ya que la primera refiere a una rectitud o verdad que resulta de una
imposición causal, mientras la segunda, a una rectitud o verdad que ni resulta de
imposición causal, ni requiere razón alguna, es porque es: nec ulla ratione est quod
est, nisi quia est.
La rectitud debida o verdad que se atribuye a la significación está, ya sea en la
cosa significada por la oración enunciativa, ya en la oración enunciativa misma, ya en
aquello en orden a lo cual es hecha la enunciación. No cabe esperar la verdad en la
oración enunciativa misma porque todo aquello que le corresponde en cuanto tal sus
estructuras sintáctica, gramatical, lógica, etc, no varía cuando la enunciación es
verdadera y cuando no lo es. Tampoco cabe esperarla en la cosa significada por la
oración enunciativa, porque si bien se reconoce a esta cosa como causa de la verdad
de la enunciación que la significa cuando la enunciación es de conformidad con ella,
no es su verdad, sino causa de esa verdad.
La verdad de lo que es dicho verdadero es preciso buscarla en ello mismo, en
lo verdadero mismo; la cosa significada es causa de la verdad que la significa desde el
enunciado en la oración, no su misma verdad, por lo tanto, hay que examinar en la
misma enunciación. Aquello en orden a lo cual se enuncia proporciona la clave. La
tarea de la enunciación consiste en significar que lo que sí es, es, no menos que lo que
no es, no es: cuando lo hace, hace lo que debe, significa con rectitud, y es recta. Y
cada vez que es verdadera, es recta, y cuando es recta, es verdadera. Ser verdadera,
recta y significar lo que debe es, para la enunciación, lo mismo. La verdad de la
significación consiste, entonces, en su propia y debida rectitud.
En el pensamiento y en la voluntad, donde también se atribuye 'verdad',
aquello en orden a lo cual se piensa o se quiere determina que, cuando es cumplido,
tanto el pensamiento cuanto la voluntad hacen lo debido y son rectos. Toda vez que
cada uno de ellos se orienta hacia su para qué su ad quid, hace lo que debe, es recto y
verdadero.
Enunciación significativa, pensamiento y voluntad, en cuanto hacen lo que
deben en orden a su finalidad, constituyen acciones. El capítulo 5, cuyo tema es la
'verdad' que se atribuye a la acción, unifica las verdades particulares de los sujetos
hasta entonces considerados en la verdad común que hay en todo aquello que, en un
sentido amplio, al hacer lo propio hace lo que debe, y, en tal medida, es recto y
verdadero.

2.1. Veritas signata

Res
Cuando Anselmo analiza 'verdad' en la esencia de las cosas veritas essentiae
rerum en el capítulo 7, se efectúa un desplazamiento centrípeto hacia la cosa res
efectuado desde lo que la cosa hace, e.d. la acción, hacia lo que la cosa es, e.d. su ser
mismo. Todo lo que es, es verdadero en cuanto es. Y cada cosa no es, sino aquello
que es en la verdad suma, porque todo lo que allí es, es esencia, y no es posible para
cosa alguna diferir de su misma esencia, que es aquello que en la verdad suma cada
cosa es. Tanto es así, que allí no puede darse falsedad alguna puesto que lo falso, en el
orden de la esencia, no es. Allí no puede ser falsedad alguna dado que lo que es falso,
no es: nulla ibi <in summa veritate> possit esse falsitas, quoniam quod falsum est,
non est.
Inmediatamente surge la interrogación acerca del para qué y su carácter
debido. En efecto, no es posible que algo deba ser distinto de lo que allí, en la verdad
suma, es. Esto constituye la regulación óntica fundamental: en la verdad suma, allí
mismo, cada cosa es lo que es. Si pudiese desviarse de tal regulación no sería lo que
es, es decir, no sería esa cosa.
En el nivel de la esencia la res es lo que es y no debe ni puede ser algo distinto
de lo que en sí es, que es aquello que es en la verdad suma. Debe, por lo tanto, ser
precisamente eso; siéndolo, es, y así es como debe ser.

Signum
La verdad de la significación, que desde el capítulo 2 quedó ceñida a la
enunciación significativa, es considerada ahora por segunda vez. En esta oportunidad
impregna todos los sujetos en los que hay verdad, los que son alcanzados por el
desplazamiento centrípeto, ya sean aquellos cuya verdad consiste en la acción (hacen
lo que deben), ya aquellos cuya verdad se cifra en lo que son, en su esencia (son lo
que deben).
No sólo en el lenguaje y en los signos halla expresión la verdad, ni adquiere
ésta allí su dimensión más amplia. Apenas se traspone el límite de la significación
enunciativa de la verdad, se percibe que hay expresión de la verdad aún más allá.
Quienquiera que conozca el valor de ejemplo que hay en aquello que se hace,
en la obras y más allá de las palabras, concede sin dificultad que en ellas hay un plus
de ejemplaridad respecto de las palabras solamente enunciadas que se limitan a
señalar pero permanecen inmóviles, plus que es irreductible a esas palabras. Ese plus
también es signo y señala lo que se debe; las obras, por su sola presencia, dicen que
eso mismo obrado en ellas es debido. Y no solamente las obras lo enunciado, lo
pensado, lo querido son signos; también son signos las cosas existentes.
En efecto, la existencia misma de cada cosa dice que debe ser lo que es. No
hay cosa que pueda ser algo distinto de lo que es en la verdad suma; por lo tanto es lo
que debe, siendo lo que allí es.
La argumentación anselmiana deriva conclusiones. Todas las rectitudes o
verdades hasta este momento consideradas son rectitudes por esto: porque aquellas
cosas en que esas rectitudes son, o bien son lo que deben, o bien hacen lo que deben.

2.2. Veritas significans

Causa
La verdad sobreeminente no debe nada, ni a nadie. Y no es menos necesario
entenderla como absolutamente no deudora que como absolutamente recta. La verdad
sobreeminente es rectitud aunque nada debe, ni debe a nadie. No debe en el sentido de
la acción ni en el sentido del ser, no debe lo que hace non est rectitudo quia debet
aliquid ni debe lo que es nec ulla ratione est quod est, nisi quia est.
La verdad, entendida como rectitud no debida permite, junto con aquella otra
verdad que fue caracterizada como rectitud debida, cerrar aquel circuito esbozado en
Monologion, 18. La mera, aunque no muda, presencia de la res como signo completa
los elementos que hacen falta para argumentar desde una perspectiva causal.
Signo, cosa como signo, y causa signum; res ut signum; causa son las
categorías del capítulo 10. El argumento es como sigue: se percibe, y se advierte, que
hay cosas que son causa y también efecto, p.ej. las verdades en las cosas existentes,
causadas por la verdad sobreeminente, que causan, a su vez, la verdad que hay en el
pensamiento y en las proposiciones, que son oraciones enunciativas. Pero estas
últimas verdades ya no son causa de verdad alguna, sino verdades que son solamente
efectos.
Hay una secuencia causal que, desde la verdad tan sólo efectuada de la
enunciación y el pensamiento, transita hacia la verdad efectuada y causante de las
cosas, para consumarse en la verdad sobreeminente que es sólo causa.
El signo (puro efecto) señala a la cosa; la cosa (efecto y causa) señala a la
verdad suma. La verdad suma sólo es causa sin rastro de efectualidad, sin vestigio de
deber. Nada debe: est quia est.
El característico debitum utilizado para desarrollar la cuestión '¿qué es la
verdad?' permanece vigente hasta cierto límite. Ese límite es el que se impone a
aquellas cosas que son o hacen lo que deben es decir cosas que tan sólo son
efectuadas y a las cosas que son efectuadas y que también, a su vez, son causantes.
Más allá de ese límite, avanzando hacia la verdad suma que nada debe, aquel
característico debitum debe ser abandonado. Anselmo lo abandona cuando define, en
el capítulo 11, la verdad como rectitud perceptible por la sola mente veritas est
rectitudo mente sola perceptibilis. Después de dejar de lado la rectitud corpórea
material de lo recto y ceñirse a la rectitud perceptible por la sola mens, quedan
también atrás las determinaciones tan laboriosamente conseguidas de rectitud debida
y rectitud no debida. No es posible, en efecto, incluirlas explícitamente en una y la
misma definición porque se excluyen mutuamente, aunque tampoco es posible
soslayarlas: habrá de superárselas. La apelación a rectitudo y a mens en un vínculo
indisoluble sólo una mente puede percibir esa rectitud en que consiste la verdad, y
viceversa, la verdad consiste en una rectitud que sólo una mente puede percibir supera
la oposición excluyente entre debitum - non debitum.

Iustitia

Enunciada una definición de verdad, cabe entonces abordar una definición de


justicia. Conciliar ambas definiciones significará mostrar que debitum - non debitum
han sido superadas, y no, excluidas o soslayadas.
Esa conciliación servirá de base para indagar si cada instancia en que se
atribuye verdad a alguna cosa, deberá admitirse como una instancia donde se diviniza
esa verdad o se diviniza esa cosa: an ubicumque veritas dicitur, deum eam esse fateri
debeamus [De veritate, cap. 1].
Todo aquello donde hay verdad hace o es lo que debe y lo significa con su
sola existencia. Hay, sin embargo, muchas instancias donde lo obrado, aunque es, no
debe ser: es el caso de las obras malas o indebidas. ¿Cómo es posible admitir,
entonces, que todo lo que es significa con su mera existencia que debe ser, y a la vez
que hay obras que son aun cuando no debieran ser y que signifiquen, con su mera
existencia, que deben ser?
¿Es posible que la misma cosa deba y no deba ser? Sí. La cosa en su esencia
no puede alterarse, siempre es o hace lo que debe; el signo siempre señala lo que debe
porque su esencia de signo le impone hacerlo; por lo tanto, sólo la causa explicará la
existencia de las obras malas, las que son aunque no debieran ser y, aún así, dicen y
significan que deben ser. La verdad sobreeminente, idéntica a dios en cuanto pura
causa de todo lo que él mismo hace y de aquello que permite que sea hecho, explica
que todo lo que es debe ser, ya sea haciéndolo, o bien permitiendo que sea hecho por
algo o por alguien.
Esta referencia a la verdad sobreeminente, idéntica a dios, resuelve la
dificultad porque mantiene debitum como criterio que regula la verdad en todo lo
verdadero hecho por ella. Y a la vez, en cuanto todo lo que permite es permitido
buena y sabiamente bene et sapienter por él, sólo cabe identificar la causa de lo que es
aunque no debiera ser, causa que introduce así una contradicción que exige ser
superada.
Las categorías vigentes res, signum, causa son revisadas: toda cosa es lo que
debe y con su mera existencia lo dice, como signo; dios, como causa, resguarda el
debitum que regula la verdad en el mundo, ya que permite buena y sabiamente que
sea hecho aún lo indebido. Precisamente lo indebido que es obrado permitiéndolo
dios, requerirá alguna causa que dé cuenta de ello. Obrar lo indebido equivale a no
obrar lo que sí es debido. Esta última posibilidad, la de no obrarse lo debido, ubica su
ser debido más allá del circuito meramente natural, porque si estuviera dentro de ese
circuito, le cabría la regulación de la esencia y, con ella, la imposibilidad de obrarse lo
indebido.
La causa que obra lo indebido recibió su seral igual que la res ha recibido ser
o hacer lo debido en orden a un para qué no siempre cumplido por ella, respecto del
cual, debitum adquiere una significación diversa del que posee en el orden meramente
natural.
La verdad, en esta causa que no siempre cumple con su para qué, requiere
superar la contradicción entre debitum - non debitum en un movimiento hacia iustitia.
La verdad que hay en la voluntad, en tanto la voluntad es causa, radica en
hacer lo que es debido, pero es necesario distinguir entre eso que debe, es decir su
cometido que para cualquier cosa, en general, es la (su) rectitud misma y el peculiar
modo de cumplir con lo que es debido que es inseparable de la rectitud recibida. La
piedra que cae desde lo alto hace lo que debe y cumple su cometido, es recta y, a su
modo, hay verdad en ella. El hombre justo también a su modo lo es y hay verdad en
él. El obrar del hombre es justo aún con mayor propiedad que la piedra porque nace
espontáneamente de él, por impulso propio de quien obra, lo que tratándose del
hombre como tal, no puede acontecer sin intervención de su propia voluntad.
Un animal que procure su alimento y lo devore, hace lo que debe, cumple su
cometido, es recto y hay verdad en él. También hace espontáneamente lo que hace
cuando procura y devora su alimento, y todo ello acontece por impulso propio del
animal que procura y devora su alimento; sin embargo ello no es suficiente para
llamarlo justo en aquel sentido conque decimos que un hombre es justo. Ni la piedra
ni el animal son, ni pueden ser, justos como es o puede serlo un hombre.
En el caso de los seres racionales, en este caso el hombre, iustitia designa un
obrar laudable por oposición a un obrar vituperable: se trata del dominio moral del
obrar humano.
Ninguna causa es laudable o vituperable a menos que sea capaz de percibir la
rectitud inteligible y quererla espontáneamente. Percibir la rectitud es algo que sólo
puede darse en un saber signum o en un obrar res ut signum o en la voluntad causa.
Y como es posible para la voluntad humana saber lo que debe, e incluso obrar lo que
es debido aún sin quererlo rectamente y, por ello, es posible para ella que no haya en
ella justicia ni verdad en sentido moral, es evidente que iustitia no radica en el saber
por el que percibe la rectitud inteligible, ni en el obrar porque puede obrar sin querer
lo que obra , sólo cabe que radique en la voluntad: se trata de la rectitud de la
voluntad misma, de su peculiar verdad, de su peculiar modo de cumplir el cometido,
de hacer lo que debe: iustitia est rectitudo voluntatis.
¿Es posible asumir sin más como satisfactoria esta definición? Obviamente
no. Si fuera satisfactoria, en nada se hubiese avanzado respecto de lo que ya el
capítulo 4 establecía cuando declaraba que la verdad o la rectitud en la voluntad no es
nada distintio de querer lo que debe, y este capítulo 12 no agregaría estrictamente
nada a aquella declaración: iustitia y veritas serían categorialmente equiparables
porque tanto una cuanto la otra son rectitudes sólo perceptibles de modo inteligible.
Poco importará que difieran entre ellas como difieren las cosas a las que se atribuyen;
con ello se validará la conclusión de que hay muchas verdades, tantas, cuantos sujetos
de atribución pueden indicarse.
Superar debitum exige identificar y separar las condiciones necesarias para
poder hablar de iustitia, de aquellas que son suficientes: necesario es saber lo que se
debe, necesario es querer deberlo y necesario es obrarlo. Quien obra algo que
redunda en bien, pero ignora que ello es debido, no es justo por su obra: quien evita
que se produzca un daño a alguien sin saber que lo está haciendo, obra bien, pero
como podría hacerlo cualquier otra causa: se evita un daño cerrando una puerta, aún
sin saber que a consecuencia de ello se impide el ingreso de alguien que cometería
una fechoría. No era propósito de aquel acto impedir el daño, sino tan sólo cerrar la
puerta: incluso el viento podría hacerlo; y aunque un agente humano la cerrase, si lo
hiciera ignorando la consecuencia de su gesto, no habría justicia alguna en ello.
Un ladrón que, obligado a restituir lo que ha robado, lo restituye, lo hace a
causa de esa obligación que se le impone: sabe, por tanto, que debe restituir lo
indebidamente apropiado; lo hace, obra correctamente. Sin embargo, la imposición de
devolver le resulta ajena y debe serle impuesta desde el exterior de su voluntad: no
quiere deberlo. Sabe y obra aunque no quiere rectamente, puesto que no quiere el
deber de devolver al cual está obligado, aún al margen de la imposición que lo obliga.
Un poderoso de la tierra ofrece limosna a quien necesita de ella y la requiere.
El poderoso sabe que debe obrar en tal sentido, obra en tal sentido sin que sea
necesaria la imposición, cumple lo que debe sin imposición alguna ajena a él mismo.
¿Reúne lo necesario para que haya justicia? Sí, todo ello es necesario para iustitia.
¿Reúne las condiciones suficientes?
Si el poderoso tiene por intención aún una intención no manifiesta, porque si su
intención hubiera sido manifestada, es obvio que no cumpliría con lo suficiente para
la justicia de su obrar la vanagloria, si el por qué de su obrar es una gloria vana y por
ello persigue un cometido ajeno al bien que obra, es obvio que su obrar no es justo
según aquella justicia cuya definición se busca dentro del género de la rectitud-
verdad, y que ya se sabe es rectitud de una voluntad cuya última determinación no
puede ser el debitum.
Que no puede ser debitum se ve por lo siguiente: el ladrón, a quien se impone
el deber porque es debido lo que se le impone, exceptuado que la imposición es ajena
a él porque es obligado por una instancia externa de su misma voluntad, puede decirse
que hace lo que debe porque es obligado, y dado que es obligado a hacerlo porque lo
debe: hace lo que debe porque debe. Nadie es justo de tal manera, o bien no es justicia
lo que se busca, sino tan sólo deber por el deber mismo.
Cuando un hombre justo obra, hace lo que debe a sabiendas; obra, además,
queriendo deberlo; obra por causa de la rectitud intrínseca a su obra y no sólo porque
es debido obrarlo, aún cuando no obra sin obrarlo porque es debido, sabiendo eso, y
queriéndolo así como eso es, debido.
El hombre justo atesora con cuidado la rectitud de su voluntad, es decir, la
verdad de su voluntad que es el sujeto de esa verdad cuando de ella se habla, y la
atesora cuidadosamente por la rectitud misma, no por algo ajeno a la rectitud que
sería, además, ajeno a él mismo puesto que esa rectitud es la verdad de su propia
voluntad.
La justicia se define así como la rectitud de la voluntad atesorada con cuidado
por nada ajeno a ella, sino por ella misma: rectitudo voluntatis propter se servata. La
naturaleza sobreeminente es la verdad y la justicia mismas, donde aquello que es,
para qué es, y por qué es se identifican.
En el último capítulo se retoman rectitudo y veritas, dos nombres con lo
cuales se significa una sola cosa que es género de iustitia. Resta indagar si hay
muchas verdades, tantas cuantos sujetos de la verdad se han indicado, así como
muchas rectitudes, tantas cuantas verdades se atribuyen.
Si verdad es idéntica a rectitud, y la rectitud se origina allí mismo donde se
origina la cosa en su ser, entonces a la diversidad de cosas le corresponderá una
diversidad de rectitudes. Si hay una pluralidad de mutaciones en las cosas que mudan
constantemente, la rectitud de cada cosa, que se origina allí mismo donde la cosa se
origina en su ser, mudará de igual manera que aquellas.
De todo esto se sigue que, cuando mediante signos se signifique rectamente,
habrá verdad y rectitud, y cuando no, o simplemente cuando nada se signifique, no
habrá verdad ni rectitud. Sin embargo, aún en el caso de los enunciados significativos
falsos hay verdad y rectitud: la hay porque cumplen con lo que deben cuando
significan, cumplen con su cometido o para qué.
Y no es relevante que cuando sean usados pueda haber, a consecuencia de
dicho uso, falsedad en ellos; igualmente significarán y cumpliran su cometido
haciéndolo. Es más, sólo porque en cualquier caso hay significación es posible
discriminar lo falso y lo verdadero en los enunciados significativos. Y aún cuando
sean usados para mentir, y a consecuencia de ese uso no haya verdad en sentido
moral, sino mentira, aún así en ellos habrá verdad, porque estarán cumpliendo su
cometido de significar, que debe ser significado. Habrá mentira en quien los usa para
mentir porque, como causa de la verdad que hay o falta en el enunciado que es usado,
porque no significa aquello que sí debió y pudo ser significado, miente.
Esto muestra que la rectitud no se origina en cada cosa, allí donde esa cosa se
origina, ni acompaña la rectitud las mutaciones de esa cosa que muda constantemente.
No hay, por ello, muchas rectitudes así como hay muchas cosas; tampoco muchas
verdades: dado que rectitud y verdad son lo mismo, hay una sola rectitud y una sola
verdad.
Cuando no hay significación alguna mediante signos ¿perece la rectitud? ¿O
permanece porque permanece el deber de significar lo que debe ser significado?
Si rectitud y verdad no son sino una rectitud y una verdad que permanece
aunque haya muchas cosas y muchos cambios en cada una de esas cosas, asimismo,
cuando no hay significación alguna no perecen la rectitud y la verdad, que son lo
mismo.
Si no dependen del ser de las cosas, ni de su diversidad, ni de sus mutaciones,
entonces tampoco dependerán del no ser de esas mismas cosas, ni de la ausencia de su
diversidad, ni de la ausencia de sus mutaciones.
El hecho usual y cotidiano de expresar que hay una verdad de esta cosa y otra
de aquella cosa y que en general se diga que hay una verdad de cada cosa, es una
práctica lingüística innegable, además de imprescindible. En caso contrario la lengua
sucumbiría en una absoluta y universal tautología, ya sea de verdad, ya de rectitud, ya
de justicia, ya de ser, ya de no ser, ya de deber, ya de no deber. La asunción de las
diferencias es vital para el lenguaje y el pensamiento, la voluntad y la acción, la
esencia de las cosas y la de la verdad suma que es idéntica con ella y con la justicia.
Anselmo denomina, a esto, uso impropio del lenguaje. Para él es impropio el
uso de genitivo objetivo cuando se habla de verdad y se dice verdad de esto o aquello.
Además, no es el único uso impropio que se hace del lenguaje, y esta impropiedad se
extiende al uso referido a la potencia y a la impotencia, a lo activo y lo pasivo: no es
que Héctor pudo ser vencido por Aquiles, sino Aquiles quien pudo con Héctor, y
como este, muchos son los ejemplos .
Señala asimismo que en la atribución de verdad y para usar con propiedad el
lenguaje, habría que apelar a la expresión secundum. En efecto, cuando una cosa es
conforme a rectitud, cuando es conforme a lo que regula su estatuto óntico secundum
rectitudinem, es verdadera y recta. No sucede que rectitud y verdad sean rectitud y
verdad de una cosa (en sentido genitivo objetivo) cuando le son atribuidas: se trata allí
de una atribución impropia. Cuando la cosa es conforme a rectitud y a verdad, que
permanecen, entonces hay rectitud y verdad en ella.

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