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Cada uno de nuestros cuerpos es único, como nosotros mismos. No hay huellas digitales, iris,
antígenos de histo-compatibilidad o proyectos psíquicos que sean idénticos. El cuerpo y el
ordenamiento de su estructura es incomparable.
Con el ascenso de la corriente evolutiva a través de la especie humana hemos llegado al límite
irrepetible de una individualidad, que nos trae la dignidad de ser únicos. Cada uno de nosotros
es realidad como un hijo único del mismo Creador. Así todos somos iguales sólo en cuanto
somos únicos. Es la diferencia de nuestra unicidad lo que construye una unidad verdadera, esa
que no es homogénea y está tejida por la belleza de la diversidad.
Esta es la verdadera dignidad del ser humano, un proceso culminante del torrente instintivo de
la manada que ha confluido en cada uno de nosotros, en una corriente de individualización. La
herencia evolutiva se ha sintetizado en nuestra propia biología de un modo diferente y único en
cada individuo.
El espíritu de la evolución, esa energía intangible que va entretejiendo los seres y las cosas al
tejido de la creación, ha alcanzado a nivel humano la dimensión de la conciencia reflexiva. Y
toda la aventura evolutiva inscrita en nuestros cuerpos nos lleva al ascenso de lo humano, al
proceso de verticalización que ha implicado la liberación de las manos y el advenimiento del
lenguaje en el que también habitamos.
¿Cómo a través de las grandes extinciones de la vida en el planeta hemos ido emergiendo a
saltos y, desde el caos, el espíritu de la vida ha remontado a orbitales superiores de conciencia?
La gran crisis del oxígeno, la del calcio, la creación de la atmósfera planetaria que es una hija de
la vida, son procesos extraordinarios que nos explican el milagro de estar ahora y aquí,
disfrutando el potencial extraordinario del instrumento de la vida, el cuerpo.
¿Cómo, a partir del exoesqueleto primitivo de los crustáceos, fuimos desarrollando por eones
este endoesqueleto, que se ha erguido para desafiar la gravedad? ¿Para verticalizarnos y
construir el puente entre el cielo y la tierra, que somos?
¿Cómo hemos ido procesando el movimiento, para ascender, desde el sistema nervioso
primitivo, al milagro de un universo interior recreado en nuestro cerebro? ¿Cómo hemos ido
incorporando los distintos niveles de inteligencia de las especies que nos precedieron?
¿Cómo la filogénesis, inscrita en el proceso de antropogénesis nos ha llevado a esa unicidad que
catapultó el ascenso a un alma individual?
El advenimiento del sistema nervioso ha sido generado en un salto cuántico del vegetal al
animal. Esta metamorfosis vegetal-animal, constituye un proceso por el cual el movimiento se
va interiorizando a través del sistema nervioso para convertirse en pensamiento.
El salto desde el agua a la tierra y el procesamiento del sonido nos permiten ascender,
verticalizarnos y centralizar la función del equilibrio y la audición en el oído interno. A partir
de este movimiento de verticalización que se da sincrónicamente con la liberación de las manos,
pudimos asistir a ese gran salto que constituyó la expansión de nuestro cerebro.
Y en esa dimensión liberadora, que transformó las manos en instrumentos del arte y la creación,
pudimos asistir, al mismo tiempo a la ampliación del ancho de banda en el procesamiento de
frecuencias y, con él al portentoso desarrollo del sistema nervioso central.