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Camilo Henríquez

RIL editores
bibliodiversidad
Francisco Píriz García de la Huerta

Camilo Henríquez
El patriota olvidado
922.283 Píriz García de la Huerta, Francisco
P Camilo Henríquez. El patriota olvidado / Fran-
cisco Píriz García de la Huerta. -- Santiago : RIL
editores, 2012.

112 p. ; 21 cm.
ISBN: 978-956-284-834-3
1 Henríquez, Camilo, 1769-1825. 2 Iglesia

Católica-Chile-Clero-Biografías.

Camilo Henríquez.
El patriota olvidado
Primera edición: enero de 2012

© Francisco Píriz García de la Huerta, 2012


Registro de Propiedad Intelectual
Nº 204.167

© RIL® editores, 2012


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ISBN 978-956-284-834-3
Derechos reservados.
Índice

Introducción ...........................................................................9

Primera Parte
Los inicios de Camilo Henríquez .....................................17
Infancia y juventud de Camilo Henríquez ........................17
Inquisición y persecución .................................................19

Segunda Parte
El surgimiento del fraile revolucionario ...........................27
Antecedentes de la revolución chilena ..............................27
El ideario político en 1810...............................................30
La proclama de Quirino Lemáchez ..................................33
El nacimiento de la Aurora de Chile ................................45
El pensamiento revolucionario del
«Fraile de la Buena Muerte» ............................................53
El esplendor de Camilo Henríquez ..................................68
Los años de la desazón ....................................................75

Tercera Parte
Exilio y muerte de Camilo Henríquez ..............................91
Los difíciles días del fraile en Argentina ...........................91
El soñado regreso a Chile ................................................99

Bibliografía .........................................................................109
Introducción

Por un momento, imaginemos a un hombre sentado frente a su


escritorio, encerrado en su monacal habitación, pluma en mano
en medio de la oscuridad, y bajo la tenue luz de una vela que se
extingue. En su cabeza, de pronto, resuenan palabras prohibidas
para su época: «revolución», «libertad», «independencia»…
Imaginemos entonces a ese mismo hombre que, sin miedos
ni titubeos, comienza a escribir en un trozo de papel aquellas pa-
labras hasta ese momento ajenas a los corazones de los hombres,
con la convicción profunda que entregan el amor a la patria y a
la libertad. Escribe, antes que ningún otro, de los derechos de los
pueblos, de otras naciones libres, de la opresión y la tiranía, de la
civilización y la educación, del valor de quienes fueron los primeros
habitantes de la tierra, de la esclavitud… Escribe de la patria, de
la libertad, de la redención del yugo colonial; habla de ciudadanos
y no de súbditos; habla de un país libre e independiente.
En realidad, no debemos recurrir a nuestra imaginación para
dar vida a este personaje. Él nació, luchó y murió en nuestro
país hace cerca de doscientos años, y fue testigo privilegiado y
protagonista principal del más grande acontecimiento de nuestra
historia: la Independencia. Nos referimos a Camilo Henríquez, el
Fraile de la Buena Muerte.
Cuando aún conmemoramos el Bicentenario, nuestros dos-
cientos años de vida como país independiente, los hechos y per-
9
Francisco Píriz García de la Huerta

sonajes ligados a nuestra emancipación permanecen en un sitial


destacado a la hora de los festejos. Sin duda, todo lo que rodea a
la época de la independencia concentra la atención de todos los
chilenos: no hay colegio o liceo donde no se recuerden la valentía
de José Miguel Carrera o el liderazgo de Bernardo O’Higgins, y
en la televisión se nos presentan las increíbles hazañas de Manuel
Rodríguez, el coraje de José de San Martín y el sacrificio de tantos
soldados anónimos que lucharon por la patria.
Las guerras de Independencia en América marcan el inicio
no sólo de la vida republicana de los diversos países, sino que
además constituyen el hito histórico fundacional donde se sien-
tan las bases ideológicas y simbólicas de las nuevas naciones.
Los diferentes procesos de emancipación de nuestro continente,
y el nacimiento y formación de las nuevas repúblicas, dotaron
no solo de independencia a los pueblos americanos, sino que
además ensalzaron a aquellos hombres y mujeres que dieron
sus vidas por la libertad frente al yugo español. La revolución
americana marcó un hito en la historia de esta tierra y determinó
para siempre el futuro de nuestras naciones. Por eso, no es de
extrañar que los hombres y mujeres que formaron parte de esta
gesta emancipadora aún hoy en día sean referentes patrióticos,
héroes y ejemplos fundamentales para las futuras generaciones.
Sin ir más lejos, la figura y las ideas de Simón Bolívar, el «Liber-
tador de América», todavía ejercen una influencia fundamental
en gobernantes de nuestro continente1.
Por supuesto, Chile no fue la excepción. Fue en este período
donde surgieron los grandes héroes nacionales; hombres y mu-
jeres valientes que lucharon para liberar la patria de la Corona
española. Ciertamente, la mayoría de estos héroes provienen
1
El texto hace referencia a Hugo Chávez, Presidente de Venezuela y reco-
nocido admirador de las ideas de Simón Bolívar referentes a «una gran
América». De hecho, el nombre legal de su país es República Bolivariana
de Venezuela.

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Camilo Henríquez

del ámbito militar: la anhelada libertad se ganó en los campos


de batalla de nuestro país. Los íconos máximos del panteón de
héroes chilenos que dieron su vida por la patria son Bernardo
O’Higgins y José Miguel Carrera, actores principales en el pro-
ceso de emancipación, y hasta el día de hoy se levanta una ardua
polémica entre los partidarios de cada uno.
Lamentablemente, la justa exaltación de estos próceres patrios
durante nuestra corta historia republicana guardó en el viejo baúl
de los recuerdos a tantos otros hombres y mujeres, de trabajo
más silencioso, que también fueron baluartes fundamentales en
la independencia de nuestro país. Héroes que blandieron palabras
y no espadas, que a través de su pensamiento y obra destruyeron
los cimientos de la autoridad colonial, y ayudaron a construir
las bases de un nuevo orden en Chile. Entre aquellos hombres
olvidados se encuentra Camilo Henríquez, el fraile del cual hoy
sólo se le recuerda por haber sido el redactor del primer diario de
la historia chilena, la Aurora de Chile. Irónicamente, de no haber
sido el redactor del primer periódico chileno, ningún texto daría
cuenta de su persona.
Esta humilde biografía quiere servir de homenaje al llamado
Fraile de la Buena Muerte. Ese hijo de un capitán español, perse-
guido por su propia Iglesia y encarcelado por la Inquisición por ser
un infiel amante de los pensadores franceses. Diputado y senador,
médico y ferviente confesor; en fin, un testigo privilegiado de la
crudeza de la revolución en América Latina y un actor envidiable
del más fundamental momento de la historia de Chile. Hemos
querido rescatar a un hombre de aquellos primeros años de vida
independiente, que dedicó su vida a defender la causa patriótica
a través de sus escritos y ayudó a cimentar las bases teóricas de
la Independencia.
El religioso de sotana negra combatió por la causa revolucio-
naria chilena de una manera silenciosa, alejada de las vicisitudes
de la guerra. No participó en grandes campañas militares, ni en

11
Francisco Píriz García de la Huerta

las luchas heroicas por la libertad de Chile; es más, cuando la


Independencia se consumó en 1817 y 1818, Henríquez se en-
contraba en Argentina, sin dinero para retornar a nuestro país.
Probablemente es por esto que el paso del tiempo relegó al fraile
a un lugar secundario en la historia, y pocos lo consideran hoy
uno de sus grandes prohombres. Incluso en la misma Orden de
la Buena Muerte reconocen una deuda para con el fraile revo-
lucionario: «Nuestra Orden le tiene por uno de sus hijos más
esclarecidos aunque no siempre ha sido bien comprendido»2.
Su figura merece ser rescatada. No sabía luchar, no sabía
utilizar las armas, pero su pluma fue incluso más penetrante que
cualquier espada: «Audaz por el pensamiento, atrevido en sus
concepciones, valiente con la pluma en la mano»3.
Durante su vida, Camilo Henríquez fue tenido en alta estima
por los patriotas de su época. Debemos tomar en cuenta que era
una figura pública, no sólo un monje con ideas «revoluciona-
rias». En los albores de la emancipación, durante la Patria Vieja,
dedicó gran parte de su tiempo a la vida política: fue diputado
por Valdivia, fue senador, e incluso perteneció, nombrado por
el Senado, a la comisión que redactó el Reglamento Provisional
de 1814. Era tanta su fama en el país, que el mismo Bernardo
O´Higgins, ya en el poder, le rogó que volviera de su exilio en
Buenos Aires para «proponerle el que venga al lado de su amigo,
a ayudarle en las penosas tareas del gobierno»4.
Durante el siglo XIX, siguió aún gozando de cierta conside-
ración como héroe patrio, gracias a dos obras que resaltaron su
2
De Morentín, Luis Martínez, Carta a Reverendo Manuel Villaseca (Ar-
chivero de la Orden de la Buena Muerte), Lima, 26 de marzo de 1965, en
Archivo de Raúl Silva Castro, Biblioteca Nacional.
3
Amunátegui, Miguel Luis, «Camilo Henríquez», en Desmadryl (ed.) Galería
Nacional, Tomo I. Versión facsimilar online de <XXXNFNPSJBDIJMFOBDM,
p. 19.
4
Carta de Bernardo O’Higgins a Camilo Henríquez, Santiago, 15 de no-
viembre de 1821, en Archivo de Bernardo O’Higgins, tomo XXXI.

12
Camilo Henríquez

papel. La primera fue Galería Nacional o Colección de Biografías


i Retratos de Hombres Célebres, escrita en 1854 por encargo del
presidente Manuel Montt y que buscaba rescatar la vida y obra
de diferentes próceres que habían luchado por la emancipación de
Chile. Camilo Henríquez apareció en la tercera biografía, escrita
por Miguel Luis Amunátegui. La segunda obra, llamada Camilo
Henríquez, también fue escrita por Amunátegui. Publicada en
1889 en dos volúmenes, es considerada la biografía más completa
del fraile.
El olvido hizo lo suyo, y la figura de Henríquez se acomodó
en nuestras mentes y libros de historia como el «padre del perio-
dismo chileno». Si nosotros revisamos diversos artículos de diarios
referentes a la figura del fraile, aparecidos en las últimas décadas,
encontraremos que la gran mayoría versan sobre la importancia
simbólica de Camilo Henríquez en el periodismo nacional5. De
hecho, desde la década de 1980 se celebra el «día de la prensa»
cada 13 de febrero, en honor a la publicación del primer número
de la Aurora de Chile, el 13 de febrero de 1812. Desde ese día, la
mayoría de los diarios del país dedican unas páginas a la figura
del fraile, resaltando su importancia como precursor del perio-
dismo nacional.
Gabriela Mistral fue una de las primeras personas respon-
sables de esa transformación, cuando, en un artículo escrito en
Roma hacia noviembre de 1928, se refirió al fraile como «patrono
mío por dos capítulos: como periodista… y como subversivo de
1810»6. Lo llama incluso «santo y patrono de la imprenta de
1810», y termina diciendo que necesitan a este patrono para que
el periodismo vuelva a tener la fuerza e importancia perdidas. No
nos debe llamar la atención, entonces, que esta faceta de la vida

5
Estimación que proviene del análisis de los artículos de prensa relativos a
Camilo Henríquez disponibles en la Biblioteca Nacional.
6
Mistral, Gabriela, «Nuestro Patrono Camilo Henríquez» (Roma, 1928), en
La Prensa, Curicó, 12 de febrero de 2006, p. 7.

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Francisco Píriz García de la Huerta

del fraile sea la más renombrada, y que los periódicos en los que
participó, en especial la Aurora de Chile y el Monitor Araucano,
hayan quedado para siempre en la historia del país como difuso-
res de las primeras ideas de libertad e independencia en el país.
Pero la labor del «fraile de la Buena Muerte» fue más allá de
la divulgación de creencias a través de diversas publicaciones. Él
mismo plasmó, en un gran número de escritos revolucionarios,
políticos y patrióticos, sus ideales para con la patria, su visión de
la libertad americana, su anhelo de independencia y sus sueños
de un futuro libre. Y, más fundamental aún, sus ideas y plan-
teamientos fueron determinantes en la ideología revolucionaria
de los primeros años de la emancipación. Henríquez fue, ante
todo, un pensador ilustrado que, a través de un sinnúmero de
artículos y proclamas, dio a conocer su propia concepción del
futuro político del país, construyendo así los fundamentos so-
bre los cuales se sustentó la revolución. No sólo difundió ideas;
difundió sus ideas.
Por ello, en esta biografía hemos querido rescatar no sólo la
austera y fructífera vida de Camilo Henríquez, sino también su
pensamiento. Deseamos ir más allá del hombre y de sus accio-
nes, para conocer los fuegos que movieron su corazón. Camilo
Henríquez fue uno de los más grandes intelectuales chilenos du-
rante el período de la Independencia, no sólo por la radicalidad
de sus ideas, sino por la influencia que alcanzaron sus escritos
entre la elite criolla de la época con la difusión de estos mismos
a través de periódicos, artículos, proclamas, poemas e incluso
obras de teatro. Además, Henríquez pasó la mayor parte de su
vida fuera del país, y su época más reconocida fueron los cuatro
años de la Patria Vieja, por lo que su figura se agiganta cuando
comprendemos todo lo que hizo en tan poco tiempo.
«La República Chilena debe levantar una estatua a Camilo
Henríquez por un doble motivo: él fue el primero que proclamó

14
Camilo Henríquez

la necesidad de la independencia, y el primero que redactó un


periódico en el país»7. Con este loable elogio Miguel Luis Amu-
nátegui resaltó, en el primer párrafo de la biografía más completa
sobre la vida de Henríquez, la importancia que tuvo el fraile para
la historia del Chile republicano. Y aquí queremos humildemente,
a través de esta investigación, rendirle un pequeño homenaje a
quien fuera, lejos del campo de batalla, uno de los próceres más
importantes y revolucionarios de nuestra emancipación.

7
Amunátegui, Miguel Luis, Camilo Henríquez, Santiago, Ed. Nacional, 1889,
tomo I, p. 5..

15
Primera Parte

Los inicios de Camilo Henríquez

Infancia y juventud de Camilo Henríquez

«En la Parroquia de Valdivia el 21 de julio de 1769 bauticé y


puse óleo y crisma a Camilo de edad un día, hijo de don Félix Hen-
ríquez y doña Rosa González. Padrinos, el capitán don Pedro Henrí-
quez y doña Narcisa Santillán. Firmado: José Ignacio de la Rocha»8.

Con estas palabras registró el párroco de la Catedral de


Valdivia el bautismo de Camilo Henríquez. Había nacido un día
antes, aquel 20 de julio de 1769, en la fría y lluviosa ciudad sure-
ña, en la casa de su abuela materna, doña Margarita de Castro.
Su madre, doña Rosa González, perteneció a una de las familias
importantes de la ciudad9, y su padre, don Félix Henríquez y San-
tillán, era capitán de infantería española. Es de recordar que, en
la época colonial, tanto Valdivia como el archipiélago de Chiloé
pertenecían no a la Capitanía General de Chile, sino al Virreina-
to del Perú, debido a su importancia como lugar estratégico de

8
Archivo de la Catedral de Valdivia, Libro 27, pp. 777, (Nº 858).
9
Según el padre Gabriel Guarda O.S.B., la familia de Camilo Henríquez poseía
una mansión en la manzana que actualmente se encuentra frente al cuartel
de bomberos.

17
Francisco Píriz García de la Huerta

defensa10. Por tanto, no es de extrañar que, tanto su padre como


su padrino fuesen capitanes de la Corona española. De hecho,
el primer Henríquez que llegó a Chile fue su abuelo, el capitán
don Pedro Henríquez, quien luchó por la Corona española en
Flandes y fue luego destinado a la guarnición en Valdivia, a
principios del siglo XVIII.
De su niñez se sabe, lamentablemente, muy poco, «aunque
lo necesario para explicarse la cultura que le asistió durante
una existencia breve, dedicada casi totalmente a la causa de la
emancipación americana»11. Sabemos que tuvo dos hermanos
y una hermana, menores que él. Uno de sus hermanos murió
siendo un niño, y el otro, José Manuel, falleció heroicamente en
el «desastre de Rancagua» en octubre de 1814.
Según algunos testimonios que han llegado hasta nosotros,
«desde muy niño mostró Camilo inclinación al estudio, y un
carácter meditabundo y melancólico, que sus padres tomaron
por signo de vocación religiosa12. Pero también tenía un carácter
fuerte y decidido, de ser necesario defendía sus ideas con la fuerza
y no dudaba en irse a las manos con quienes no lo respetaban13.
Ambas caras de su espíritu lo acompañarían durante su vida.
Cuando cumplió los nueve años fue enviado a Santiago para
comenzar sus estudios en el Colegio Carolino. A sus quince años,
su tío don Antonio González Laguna decidió llevarlo con él a
Lima, donde ingresó en 1784 al Convento de San Camilo de la
Buena Muerte.

10
Guarda, Gabriel, Historia de Valdivia: 1552-1952, Santiago, Ed. Cultura,
pp. 60-75.
11
Silva Castro, Raúl, Escritos Políticos de Camilo Henríquez, Santiago, Ed.
de la Universidad de Chile, 1960, p. 13.
12
Montt, Luis, Ensayo sobre la vida y escritos de Camilo Henríquez, Santiago,
Imprenta del Ferrocarril, 1872, p. 16.
13
Téllez, Raúl, Fray Camilo Henríquez, el patriota, Santiago, Imprenta y
Litografía Stanley, 1945, p. 13.

18
Camilo Henríquez

Inquisición y persecución

Su tío materno, don Antonio González Laguna, pertenecía a


la Congregación de Ministros de los Enfermos y Mártires de la
Caridad, mejor conocida como de la Buena Muerte. Esta congre-
gación fue fundada en Roma en 1582 por Camilo de Lelis, con la
misión de consagrarse al servicio de los enfermos. En América, y
especialmente en Lima, fue una orden que alcanzó una gran popu-
laridad14. La influencia que tuvo la congregación sobre Henríquez
fue fundamental en su vida y en su obra. Fue ahí donde nuestro
fraile conoció de primera fuente el pensamiento ilustrado de los
filósofos franceses. Fue en la orden donde se consagró al servicio
de los más débiles, a quienes socorrió cada vez que su auxilio fue
solicitado15.
El joven encontró en el convento la paz, la tranquilidad y el
sosiego necesarios para satisfacer sus ansias de saber.  Durante sus
estudios tuvo de maestro a Fray Isidoro de Celis, quien tuvo mucha
influencia en sus ideas posteriores, con sus radicales pensamientos
en cuanto a la ciencia y a la ignorancia de los pueblos. Fue de
aquellos sacerdotes que hicieron eco de algunos planteamientos
de la Ilustración, y no dudó en traspasarlos con ardor a sus estu-
diantes. A diferencia de sus compañeros, Camilo «reconoció la
verdad de las nuevas doctrinas»16 que se le presentaron. Fue aquí
donde Henríquez por primera vez tomó contacto con ideas con-
sideradas «prohibidas» en su época. Entonces, bajo la influencia
del fraile valdiviano Ignacio Pinuer, Henríquez tomó el hábito de
la Orden de la Buena Muerte:

Fue admitido al noviciado en el Convento de la Buena


muerte de Lima el 17 de enero de 1787 favorecido por

14
Téllez, op. cit., p. 46.
15
Amunátegui, op. cit., tomo I, p. 13.
16
De Morentín, op. cit.

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Francisco Píriz García de la Huerta

todos los votos de los Padres Capitulares. En este Capí-


tulo intervinieron entre otros los PP. Francisco Antonio
González, famoso botánico, moralista e historiador, y el
famoso chileno Ignacio Pinuer, teólogo, cuyos manuscritos
se han perdido desgraciadamente. El Capítulo con relación
a emitir los votos religiosos se realizó el 13 de enero de
1790 y fue aprobado unánimemente. Emitió la Profesión
religiosa en la Iglesia de la Buena Muerte el 28 de enero
de 1790 en manos del P. Prefecto Manuel de Castro en
presencia de toda la comunidad17.

Henríquez, en el silencio y tranquilidad del claustro, «siguió


entregándose al estudio con el mejor empeño»18. Cada vez estaba
más seducido con las ideas y filósofos de la Ilustración, y por
su interés, comenzó a trabar amistad con parte de la sociedad
más culta del Virreinato, «que formaba el núcleo de cultura más
avanzado de esta parte meridional de América»19.
Debemos tener en cuenta que la instrucción que se daba en
los conventos y en los colegios era bastante deficiente, y las ma-
terias muchas veces se encontraban bajo la mirada inquisidora
de la Iglesia Católica. Por ello Henríquez, hambriento de saber,
decidió acercarse cada vez más a los filósofos ilustrados como
Voltaire, Rousseau y Montesquieu.

Tenía una distinguida capacidad y no cedía a persona


alguna en su contracción al estudio. Hizo extraordinarios
progresos y adquirió crédito y estimación por su saber,
habiendo dado preferencia a las investigaciones políticas,
al examen de autores modernos y al cultivo de las ideas
liberales20.

17
Amunátegui, op. cit., tomo I, p. 15.
18
Silva Castro, op. cit., p. 14.
19
De Morentín, op. cit.
20
Medina, José Toribio, Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisi-
ción en Chile, Santiago, Imprenta Gutenberg, 1887, tomo II, pp. 535 y ss.

20
Camilo Henríquez

Sin embargo, la existencia tranquila y dedicada al estudio


de nuestro fraile no estuvo exenta de problemas. Entre 1796 y
1809 ocurrieron los sucesos más oscuros en su vida. Debido a
sus «particulares» intereses académicos, era observado con aten-
ción por los informantes del Santo Oficio. José Toribio Medina,
teniendo acceso a una vasta documentación inquisitorial, llegó
a la conclusión de que fue perseguido tres veces. La primera vez
ocurrió en 1796, donde el Tribunal del Santo Oficio lo acusó
de «proposiciones heréticas». La segunda vez, el año 1802, fue
acusado de leer el Contrato social de Rousseau, libro prohibido
por la Iglesia en América21. Finalmente, el año 1809 fue acusado
y perseguido por el Tribunal de la Inquisición de Lima:

Camilo Henríquez vino muy joven al Perú, y se ordenó


sacerdote en la comunidad de los padres crucíferos de la
Buena Muerte. El año 1809 fue, por tercera vez, acusado
de tener libros prohibidos y de consagrarse a la lectura de
los filósofos franceses. Un inquisidor se constituyó en su
celda, y, después de registrar escrupulosamente muebles y
estantes, se retiró sin haber encontrado obra alguna digna
de censura. Henríquez se juzgaba ya libre, pero el denun-
ciante insistió, y la Inquisición dispuso nueva pesquisa. En
ella se encontró que los colchones de la cama de Henrí-
quez estaban rellenos de libros, y el ilustrado chileno fue
conducido en el acto a las mazmorras del Santo Oficio22.

Luis Montt, en su ensayo sobre la figura del fraile, hace un


relato aún más dramático de la acusación inquisitorial:

Cierto día le pidió una persona, que acaso era espía de


la Inquisición, una obra de Voltaire para leerla. Henríquez
se la negó, diciéndole que no era incompatible con sus
conocimientos. Esta misma persona le delató al tribunal
21
Palma, Ricardo, Anales de la Inquisición, citado en Silva Castro, op. cit., p.
14.
22
Montt, op. cit., p. 64.

21
Francisco Píriz García de la Huerta

como lector de libros prohibidos. No demoró mucho el


Santo Oficio en mandar a sus alguaciles a la celda del
fraile que se le presentaba como reo. Se encontraron en
ella efectivamente algunos libros excomulgados23.

Luego sigue el relato del proceso:

Camilo fue sometido a prisión y como la prestanza


en el enjuiciamiento no era una de las virtudes de aquel
piadoso tribunal, permaneció algún tiempo en los terribles
calabozos. Al fin, accediendo a las repetidas instancias
de los padres de la Buena Muerte, el inquisidor general
hizo venir de La Paz a fray Bustamante, doctor de alguna
fama, para que examinase a Camilo Henríquez. Informó el
doctor Bustamante que fray Camilo era un católico cuya
ortodoxia no podía ponerse en duda, y que el estudio que
hacía de los libros heréticos que se le habían sorprendido
era relativo a política24.

Tanto los filósofos ilustrados como las acusaciones de su


propia Iglesia calaron hondo en su espíritu, y comenzaron a dar
forma a la crítica radical y revolucionaria que caracterizaría su
lengua y su pluma. Aún quedan muchas dudas sobre lo que pasó
después. Lo único cierto es que Henríquez fue enviado a Quito,
aunque no sabemos si fue desterrado por el Santo Oficio, como
castigo por leer libros prohibidos, o si su propia Orden decidió
enviarlo con el propósito de alejarle de la ciudad donde había
sido perseguido. El 30 de enero de 1810 se embarcó Henríquez
hacia Guayaquil, para llegar luego a Quito.
La situación en Ecuador era delicada. El 10 de agosto de
1809 se produjo lo que ha pasado a la posteridad como el
Primer Grito de Independencia Hispanoamericano. Ese día,

23
Montt, op. cit., p. 64.
24
Montt, op. cit., p. 64.

22
Camilo Henríquez

los criollos avecindados en Quito resolvieron sublevarse contra


las autoridades «afrancesadas» de la ciudad, leales al gobierno
del usurpador José Bonaparte. La Revolución de Quito decidió
mantener su lealtad a Fernando VII como legítimo rey de España,
ejemplo que luego seguirían la mayoría de las primeras Juntas de
Gobierno de América:

Prestará juramento solemne de obediencia y fidelidad


al Rey... Sostendrá la pureza de la religión, los derechos
del Rey, y los de la patria y hará guerra mortal a todos sus
enemigos, principalmente franceses25.

Hasta la preciosa ciudad de Quito habían llegado tropas


españolas provenientes de los Virreinatos del Perú y de Nueva
Granada para contener a los criollos revolucionarios, y muchos
patriotas quiteños eran apresados, juzgados e incluso condenados
a muerte por traición a la corona.
Desde su llegada, Henríquez se había puesto bajo las órdenes
del Obispo de Quito, don José de Cuero y Caicedo, y por primera
vez nuestro fraile vivió en propia carne el drama de la opresión
española. El obispo había participado activamente el año anterior
al lado de los criollos revolucionarios, e incluso había formado
parte de la Junta de Gobierno. Por ello, era muy criticado por los
realistas por su actitud patriótica. Junto al obispo, el chileno se
convirtió en una esperanza para tantas familias quiteñas azota-
das por la injusticia española, llevando consuelo y palabras de
aliento y paz en aquellos momentos tan duros. Tan dramática
era la situación, que el mismo obispo cayó preso a manos de los
realistas. El valor, compromiso y patriotismo de don José de Cuero
y Caicedo sin duda marcaron a fuego el espíritu de Henríquez,
quien no dudó en seguir su eximio ejemplo.
25
Acta del 10 de agosto de 1809, en De la Torre Reyes, Carlos, La revolución
de Quito del 10 de agosto de 1809, Quito, Editorial del Ministerio de Edu-
cación, 1961, pp. 212-215.

23
Francisco Píriz García de la Huerta

Faltaba aún el acto más trágico de su estadía en Quito: La


Matanza del 2 de agosto de 1810. Aquel nefasto día, los soldados
españoles masacraron a todos los patriotas presos en el Cuartel
General, y luego, sedientos de venganza y sangre, saquearon gran
parte de la ciudad. Se calcula que más de trescientas personas
murieron a manos de los realistas ese día26. El panorama vivido
y presenciado por Camilo Henríquez debió ser sobrecogedor:
mujeres de acaudaladas familias habían sido violadas, llantos
de infantes ahora huérfanos se escuchaban por toda la ciudad,
indígenas y esclavos negros yacían sobre los portales de las casas
que habían intentado defender contra el saqueo de los soldados
españoles. 
Nuestro fraile, junto a otros eclesiásticos, recorrió las calles
aquel 2 de agosto atendiendo a los heridos, intentando consolar a
los caídos y denunciando a los asesinos realistas. Además, según
nos relatan las fuentes quiteñas, la intervención de don José de
Cuero y Caicedo, quien ya había salido de la cárcel, fue decisiva
para detener la masacre y el vandalismo27. Si asumimos que Hen-
ríquez seguía bajo las órdenes del obispo, ciertamente podemos
concluir que debió haber sido no sólo testigo invaluable, sino que
protagonista e incluso víctima de la violencia e injusticia realista.
Lo vivido por el «fraile de la Buena Muerte» en Quito es
fundamental para entender su pensamiento y, especialmente, su
activa participación en la emancipación de Chile. El ejemplo del
obispo don José de Cuero y Caicedo, la opresión realista y espe-
cialmente la Matanza de agosto de 1810, radicalizaron sus ideas
hasta el punto de transformarlo en un actor clave del proceso
independentista. Es aquí, en Quito, donde su destino se entre-
lazaría, para siempre, con la causa revolucionaria americana:

26
Avilés, Efrén, Historia del Ecuador, Guayaquil, Editorial Diario El Universo,
2002, p. 68.
27
Avilés, Ibid.

24
Camilo Henríquez

Se aliviará la suerte de los oprimidos, si los tiranos pu-


diesen ejercer su imperio abominable sobre los corazones
y sobre los ánimos; si pudieran arrancar al corazón sus
afectos, y al alma sus dulces y preciosas memorias. Pero el
desdichado ve el suelo de su patria empapado en sangre;
ve la saña y el furor de sus verdugos; y se concentra en sí
mismo, y halla en su corazón la libertad que le arrebatan
los perversos. El terror de la muerte y de la ignominia nos
condujo a estas selvas, tan antiguas como el mundo; pre-
ferimos la vista de los salvajes y de los tigres que la de los
satélites y ministros del gobierno español28.

La impotencia, desolación y desesperación de aquel día de


agosto de 1810 quedaron grabadas para siempre en el fraile, quien
desde ese momento se juramentó el dar la vida por la indepen-
dencia de su patria. Dos meses después, durante los primeros días
de octubre, llegaron a sus oídos las noticias de la primera Junta
de Gobierno establecida en Santiago, el 18 de septiembre de ese
mismo año. Ya con la experiencia adquirida en Quito, decidió que
era hora de hacerse presente en las luchas de su propia patria. Así,
el 13 de octubre de 1810 se embarcó desde Guayaquil rumbo a
su hogar, para transformarse en protagonista fundamental de la
Independencia de Chile.

28
Henríquez, Camilo, La Camila o la Patriota de Sudamérica, Santiago, s.n.,
1912 [1° edición en Buenos Aires, Imprenta Benavente y Compañía, 1817],
p. 12.

25
Segunda Parte

El surgimiento del
fraile revolucionario

Antecedentes de la revolución chilena

Mientras Camilo Henríquez vivía momentos trágicos en


Quito, en Chile las aguas estaban más calmas, aunque lentamente
comenzaban a agitarse. La captura de Fernando VII a manos de
las tropas napoleónicas en 1808 supuso una disyuntiva frente a
la respuesta que se debía dar. La reacción inicial en Chile ante el
cautiverio del monarca español fue de firme y ferviente lealtad.
De hecho, este sentimiento de adhesión se plasmó en una serie de
proclamas emitidas por el Cabildo de Santiago ese mismo año:

…convencidos que el procurar la seguridad de estos


dominios contribuye eficazmente a sostener la indivisibili-
dad del estado, se debían hacer los mayores esfuerzos por
auxiliar de un modo directo a la metrópoli, empeñada en la
gloriosa causa de los derechos de nuestro amado Soberano,
el Señor don Fernando Séptimo, contra un enemigo aleve y
furioso, y darle las mayores pruebas de nuestra inseparable
adhesión en medio de las mayores angustias29.

29
Acta del Cabildo de Santiago, 14 de agosto de 1810.

27
Francisco Píriz García de la Huerta

Aunque los criollos mantuvieron esta ferviente adhesión,


en 1809 comenzaron a suscitarse serias dudas sobre qué curso
debían seguir las colonias frente al cautiverio de Fernando VII.
«Cautivo nuestro Rey el señor don Fernando VII por la infame
perfidia de Napoleón, y no habiendo nombrado Regente del
reino, ¿qué debería hacer la Nación?»30. Mientras algunos creían
necesario aceptar el gobierno de las nuevas juntas nacidas en Es-
paña, como la Junta de Sevilla o la de Cádiz, otros se inclinaron
por dudar de su autoridad. Por ejemplo, José Miguel Infante, en
un largo memorándum del 14 de agosto de 1810, impugnó la
legitimidad del Consejo de Regencia31.
Más allá del debate, el ejemplo de las juntas españolas, y el
hecho de que ya varias provincias americanas habían establecido
juntas de gobierno en ausencia del monarca, hicieron ver a los
criollos que instaurar una propia era la forma más correcta de
proceder. El historiador inglés Simon Collier establece que «para
los chilenos fue especialmente compulsivo el ejemplo de la Junta
de Buenos Aires»32.
Así, el 18 de septiembre de 1810 se creó la Primera Junta
de Gobierno de Chile, encabezada por el conde de la Conquista
don Mateo de Toro y Zambrano. En ella se expuso lo siguiente:

…penetrado el Muy Ilustre Señor Presidente de los


propios conocimientos, y a ejemplo de lo que hizo el señor
Gobernador de Cádiz, depositó toda su autoridad en el
pueblo para que acordase el Gobierno más digno de su
confianza y más a propósito a la observancia de las leyes
y conservación de estos dominios a su legítimo dueño y
desgraciado monarca, el señor don Fernando Séptimo,
en este solemne acto, todos los prelados, jefes y vecinos,

30
Acta del Cabildo de Santiago, 14 de agosto de 1810.
31
Acta del Cabildo de Santiago, 14 de agosto de 1810.
32
Collier, Simon, Ideas y política de la independencia chilena, Santiago, Ed.
Andrés Bello, 1977, pp. 20-35.

28
Camilo Henríquez

tributándole las más expresivas gracias por aquel magná-


nimo desprendimiento, aclamaron con la mayor efusión de
su alegría y armoniosa uniformidad que se estableciese una
Junta, presidida del mismo señor Conde de la Conquista,
en manifestación de la gratitud que merecía a este generoso
pueblo, que teniéndole a su frente se promete el Gobierno
más feliz, la paz inalterable y la seguridad permanente del
reino33.

La junta de septiembre declaró solemnemente su fervorosa


lealtad a Fernando VII. Para la gran mayoría de chilenos, el mo-
narca español seguía siendo el gobernante de estas tierras. Pero
para un puñado de chilenos, la junta representó mucho más: fue el
primer paso hacia la autonomía política y la libertad. Uno de esos
hombres era Camilo Henríquez. Él mismo planteó, años más tarde,
una explicación de por qué en estos primeros años la mayoría de
los chilenos no veía con claridad la necesidad de independencia:

La población de Chile se divide en dos clases, nobles y


plebeyos. Aquellos son en general hacendados y entre sí, pa-
rientes. Los plebeyos por vivir precisamente en las posesiones
de los nobles o por ser jornaleros o paniaguados suyos, están
sujetos a una total dependencia de aquellos, la cual verdade-
ramente es servidumbre, casi ninguno de los nobles tuvo edu-
cación: unos pocos recibieron en el Seminario y convento una
instrucción monacal. Las obras filosóficas liberales les eran
desconocidas como la geografía y las matemáticas. Ni sabían
qué era libertad ni la deseaban. Mayor era aún la ignorancia
de la plebe, y como en ella ha permanecido, fue indispensable
sacarla de su letargo. Esta es obra de largo tiempo y de la
política. La plebe adora el nombre del rey, sin saber qué es.
Ella juzga que un hombre debe pelearse por la ley de Dios,
sin observarla y sin saber qué es ley y qué es Dios34.

33
Acta de Instalación de la Excelentísima Junta Gubernativa del Reino, 18 de
septiembre de 1810.
34
Henríquez, Camilo, Ensayo acerca de las causas de los sucesos desastrosos
de Chile, en Silva Castro, op. cit., p, 185.

29
Francisco Píriz García de la Huerta

Estas son las noticias que llegaban a Henríquez estando en


Quito. Había estudiado a los filósofos franceses en Lima, y se
había empapado de las ideas ilustradas; después había vivido
en carne propia los sacrificios de la revolución. Sintió, por ello,
que era ya tiempo de regresar a la patria, para ser protagonista
de la emancipación.

El ideario político en 1810

Camilo Henríquez llegó a finales de octubre de 1810 a Chile,


y rápidamente conoció de cerca las ideas políticas que comen-
zaron a circular entre los intelectuales de Santiago a raíz de la
instalación de la Junta de Gobierno. A su arribo, descubrió que
entre las personas más educadas de la sociedad santiaguina había
ya algunos atisbos de discusión política. Aunque la gran mayoría
mantenía su lealtad al rey, algunos criollos habían comenzado
a levantar sus críticas frente al sistema colonial de gobierno,
mostrando con fuerza el descontento criollo frente al accionar
de las autoridades peninsulares.
Fue durante los primeros años de la Independencia cuan-
do se configuró un ideario político nacional, una doctrina que
transformó considerablemente la conciencia política de la elite
criolla. Es importante tener en cuenta que estas ideas no fueron
novedosas ni creadas en Chile, y que «la revolución no produjo
ningún teórico político original»35 que propusiera nuevos con-
ceptos. Incluso los escritos del propio Henríquez «carecieron de
originalidad; y frecuentemente no hace más que repetir las ideas
de los filósofos franceses»36. Pero los sucesos revolucionarios

35
Collier, op. cit., p. 190.
36
Amunátegui, «Camilo Henríquez», en Narciso Desmadryl (ed.) Galería
nacional, tomo I, p. 23.

30
Camilo Henríquez

obligaron, en la práctica, a que los intelectuales criollos tuvieran


que recurrir a la teoría política para justificar no sólo la revolución
en sí, sino las acciones que de ella emanaron.
Las problemáticas fundamentales en las cuales se basó la dis-
cusión en Chile fueron variadas, analizándose temas tanto teóricos
como prácticos. Una primera preocupación de los criollos fue la
creación de una ley fundamental o constitución que ordenara
políticamente a la nación. También las formas de gobierno y el
equilibrio y constitución de los poderes del Estado fueron tema
de consideración para los intelectuales. El aspecto más abstracto,
las libertades y los derechos naturales de los ciudadanos, copó
los escritos, aunque todos los polemistas tuvieron como objetivo
fundamentar teóricamente la revolución chilena.
En cuanto a las influencias filosóficas que pesaron sobre el
pensamiento de los criollos, hay una discusión entre los historiado-
res sobre qué ideas guiaron el proceso de emancipación en Chile.
Mientras Jaime Eyzaguirre atribuye mayor preponderancia a la
doctrina escolástica española, Simon Collier le da importancia
fundamental al liberalismo europeo. Lo que sí podemos asegurar
es que, en diferentes momentos, ambas doctrinas influyeron en las
ideas revolucionarias criollas. En 1810 «el doctrinarismo domi-
nante fue el de la tradición jurídico-filosófica española»37, pero ya
a partir de 1811 la influencia de la ilustración francesa, en especial
de Rousseau, se hicieron sentir con fuerza en la intelectualidad
criolla38. Y ya avanzada la revolución, cuando la independencia
se comenzó a consolidar, las mayores influencias provinieron del
liberalismo de principios del XIX, de la tradición de la enciclopedia

37
Eyzaguirre, Jaime. Ideario y ruta de la emancipación chilena, Santiago, Ed.
Universitaria, 1957, p. 126.
38
Granic, Jorge, Idea de cambio y revolución en el pensamiento de Camilo
Henríquez, Juan Egaña, Diego Portales y Francisco Bilbao, Tesis para optar
al grado de Licenciado en Ciencias Jurídicas, Pontificia Universidad Católica,
Santiago, 1991, p. 22.

31
Francisco Píriz García de la Huerta

y la ilustración, y de la ideología del movimiento emancipador


de Estados Unidos.
Siguiendo el análisis anterior, el pensamiento revolucionario
se puede dividir en tres etapas: el período formativo de la Patria
Vieja, donde se desarrollaron los rasgos principales; el período
del gobierno de O’Higgins, donde se reanudaron las discusiones
en torno a las ideas políticas luego del período de la Reconquista;
y el período después de la caída de O’Higgins, el más fecundo
de los tres.
La obra de Camilo Henríquez se enmarca dentro del primer
período, cuando recién se esbozaban las concepciones libertarias,
y en donde su figura aparece «entre los patriotas que con mayor
desenvoltura luchó por difundir la idea de la independencia de
Chile»39. Había en el fraile una gran riqueza sentimental que le
impidió momificarse en la ideología y que, convergiendo en el
sentido que necesitaba tomar la revolución, «lo convirtió en un
cruzado, que caminó hacia adelante, llevando en una mano el
hacha que hacía saltar en astillas los prejuicios espirituales, y en
la otra, la antorcha que alumbraba el camino»40.
«¡Oh, si la Aurora de Chile pudiese contribuir de algún modo
a la ilustración de mis compatriotas!»41. Así dejó claro Henríquez
su desafío, en el primer número de la Aurora de Chile. Este fue el
hombre que rompió por entero con el pasado, «que asombraría
con los osados acentos de una proclama encaminada a empujar
hacia metas más radicales los pasos de la revolución»42. Sin
duda, fue uno de los baluartes de la intelectualidad criolla en un
primer momento, y precisamente su mayor influencia fue la de

39
Villalobos, Sergio, Chile y su historia, Santiago, Ed. Universitaria, 1993, p.
164.
40
Encina, Francisco A., Historia de Chile, Santiago, Ed. Nascimento, 1940-
1952, tomo VI, p. 211.
41
Aurora de Chile, 13 de febrero de 1812.
42
Eyzaguirre, op. cit., p. 127.

32
Camilo Henríquez

propagación de ideas. Si bien la emancipación la llevaron a cabo


otros, su inagotable espíritu e incansable actividad provocaron un
cambio en la mentalidad y ánimo de los patriotas que llevarían a
la realidad la independencia.

La proclama de QUIRINO LEMÁCHEZ

Camilo Henríquez, ya premunido de la dramática experiencia


vivida en Quito, una vez en Chile hizo suyo el enorme descon-
tento que sus habitantes sentían frente al gobierno colonial. Eran
muchas las injusticias que databan de largo tiempo atrás, y había
que hacer algo al respecto. Esta crítica a la dominación española
provenía desde antes de los sucesos acaecidos entre 1808 y 1810,
y hacia 1811 el malestar era compartido por una gran parte de
los criollos.
La crítica más radical a la dominación española tenía que ver
con los cargos de gobierno. Durante la época colonial, sólo los
españoles podían acceder a los más altos cargos políticos. Esta
debe ser considerada como una de las causas principales de la
revolución. Ya para finales del siglo XVIII la situación se hizo in-
sostenible, ya que los criollos resentían el hecho de que un español
fuera enviado por el monarca a gobernar una provincia que no
conocía. Debemos añadir a esta disconformidad el tema económi-
co, ya que el monopolio impuesto por las autoridades españolas
limitaba las opciones y el crecimiento de la provincia. Se comenzó
a creer, además, que el atraso de los criollos no era debido a la
incapacidad o inferioridad de los americanos, sino simplemente
a la falta de oportunidades y educación. Se pensaba, asimismo,
que los españoles tenían al pueblo en la más completa oscuridad.
Uno de los factores que más incidió en esta molestia fue el
germen de una conciencia patriótica: los criollos comenzaron a
desarrollar un sentido de pertenencia a la tierra en que nacieron.

33
Francisco Píriz García de la Huerta

Una de las primeras expresiones claras de ese patriotismo se palpa


en la Histórica Relación del Reino de Chile del padre Alonso de
Ovalle, en donde se admiraba la belleza del país, llamándolo el
«vergel de Sudamérica»43. Pero fue en la segunda mitad del siglo
XVIII cuando el patriotismo entrañable vino a ser una caracterís-
tica esencial de los chilenos, cuando se elogiaban los encantos del
suelo patrio y se ensalzaba la figura del heroico araucano. Esta
visión patriótica llevó a que aumentara aún más el descontento
de los criollos frente al régimen colonial español.
La mañana del día 6 de enero de 1811 la ciudad de Santiago
se levantó consternada, escandalizada y estremecida: una procla-
ma con tintes políticos comenzó a circular entre los santiaguinos,
quienes no podían dar crédito a lo que en ella leían. La procla-
ma estaba firmada bajo el seudónimo de Quirino Lemáchez,
y ciertamente debió ser el fruto de una mente educada en las
ideas radicales de la Ilustración. Su autor fue nada menos que
Camilo Henríquez, quien utilizó un anagrama con las letras de
su nombre y apellido como seudónimo. Esta alocución ha lle-
gado hasta nosotros gracias a que el sacerdote realista Melchor
Martínez, un acérrimo enemigo de nuestro fraile, la incluyó en
su obra Memoria histórica sobre la revolución en Chile. Para
muchos historiadores, el texto tenía por finalidad promover la
elección de representantes para el Primer Congreso Nacional.
Pero Henríquez buscaba mucho más: esa proclama fue su expo-
sición inicial de las ideas políticas que cultivaba en su espíritu.
El punto de partida del pensamiento político del «fraile de
la Buena Muerte» reside en la mirada que tiene sobre el perío-
do colonial y la política absolutista de la Corona española. Es
claro que tiene la más baja opinión del régimen español, y que
su consideración de la política borbónica como «tiránica» es

43
Alonso de Ovalle, Histórica relación del Reino de Chile. Santiago, Ed.
Pehuén, 2003.

34
Camilo Henríquez

simplemente el principio de una crítica que va mucho más allá


de lo político:

¡De cuanta satisfacción es para un alma formada en


el odio de la tiranía, ver a su patria despertar del sueño
profundo y vergonzoso, que parecía hubiese de ser eterno,
y tomar un movimiento grande e inesperado hacia su liber-
tad, hacia este deseo único y sublime de las almas fuertes,
principio de la gloria y dichas de la República, germen de
luces, de grandes hombres y de grandes obras, manantial
de virtudes sociales, de industria, de fuerza, de riqueza!44.

Sin piedad alguna, nuestro fraile criticó con dureza el sistema


colonial español, que tantos daños había causado en las provincias
americanas:

El antiguo régimen se precipitó en la nada de que había


salido, por los crímenes y los infortunios. Una superioridad
en las artes del dañar y los atentados impusieron el yugo
a estas provincias, y una superioridad de fuerza y de luces
los ha librado de la opresión45.

Para el fraile, se vivía una época de caos, «en medio de los


desastres del género humano, cuando gime el resto del mundo
bajo el peso insoportable de los gobiernos despóticos»46, de los
cuales Chile era víctima. Vivir bajo el gobierno español era «una
debilidad y triste suerte»47. Pero veía una esperanza en el ejemplo
norteamericano, y llamaba a no temerle a la libertad, porque «no
es forzoso ser esclavo, pues vive libre una gran nación. La liber-
tad, ni corrompe las costumbres ni trae las desgracias, pues estos
hombres libres son felices, humanos y virtuosos»48.
44
Proclama de Quirino Lemáchez, p. 45.
45
Ibid.
46
Ibid.
47
Proclama de Quirino Lemáchez, p. 45.
48
Op. cit., p. 46.

35
Francisco Píriz García de la Huerta

Henríquez admiraba su patria, y no podía concebir que


estuviera bajo el gobierno de la tiranía:

Esta es una verdad de geografía, que se viene a los ojos


y que nos hace palpable la situación de Chile. Pudiendo
esta vasta región subsistir por sí misma, teniendo en las
entrañas de la tierra y sobre su superficie no sólo lo ne-
cesario para vivir, sino aún para el recreo de los sentidos,
pudiendo desde sus puertos ejercer un comercio útil con
todas las naciones, produciendo hombres robustos para
la cultura de sus fértiles campos, para los trabajos de sus
minas y todas las obras de la industria y la navegación,
y almas sólidas, profundas y sensibles, capaces de todas
las ciencias y las artes del genio, hallándose encerrada
como dentro de un muro y separada de los demás pueblos
por una cadena de montes altísimos, cubiertos de eterna
nieve, por un dilatado desierto y por el Mar Pacífico, ¿no
era un absurdo contrario al destino y orden inspirado
por la naturaleza ir a buscar un gobierno arbitrario, un
ministerio venal y corrompido, dañosas y oscuras leyes,
o las decisiones parciales de aristócratas ambiciosos, a la
otra parte de los mares?49.

El influjo de los filósofos franceses está presente en este es-


crito. El mismo Henríquez, tomando la idea del Contrato Social
de Rousseau, planteó que nunca sus antepasados habían firmado
un pacto que entregara la soberanía de la patria a la monarquía
española, y que «solamente en fuerza de un pacto libre, espon-
tánea y voluntariamente celebrado, puede otro hombre ejercer
sobre nosotros una autoridad justa, legítima y razonable»50.
Sin duda, Henríquez utilizó como pretexto la elección de
representantes para el Primer Congreso Nacional para elevar su
crítica contra el sistema colonial, en tiempos en que la mayoría

49
Op. cit. pp. 46-47.
50
Proclama de Quirino Lemáchez, p. 46.

36
Camilo Henríquez

de los criollos seguía manifestando lealtad a Fernando VII, y las


opiniones vertidas hasta ese entonces mantenían un prudente
grado de neutralidad. Por tanto, nuestro fraile fue quien primero
decidió despojarse de todas las amarras, levantar todos los velos
que acallaban la realidad, y proclamar la injusticia del gobierno
español y la búsqueda de la libertad para la patria... bajo el nombre
de un seudónimo. Probablemente, él mismo comprendió que debía
proteger su nombre, ya que era aún muy pronto para plasmar sus
ideas utilizando su verdadera identidad.
La historia cuenta que esta proclama no sólo circuló en Chile,
sino que llegó hasta Europa y Estados Unidos51. Fue publicada
en El Español de Londres y en La Gaceta de Buenos Aires. Es
probable además que los realistas, aborreciendo las palabras del
fraile, hayan enviado una copia al Virreinato del Perú. Lamenta-
blemente no sabemos cuándo los criollos se enteraron de que en
realidad había sido Camilo Henríquez su autor. Lo que sí podemos
probar es que la proclama tuvo el efecto deseado, ya que uno de
los representantes elegidos para el Primer Congreso Nacional
fue el mismo Henríquez, como diputado suplente por Puchacay.
La instalación del Primer Congreso Nacional ocasionó un
arduo debate entre los criollos. La Junta del 18 de septiembre de
1810 fue instaurada sólo por los habitantes de Santiago, por lo
que se decidió llamar a este Congreso para dar cabida a represen-
tantes de las otras provincias del país. Luego de arduos debates y
dudas acerca de la fecha de su convocatoria, finalmente el 15 de
diciembre de 1810 se citó a elecciones

...para acordar el sistema que más conviene a su régimen


y seguridad y prosperidad durante la ausencia del Rey. Ellos
deben discutir, examinar y resolver tranquila y pacíficamen-
te, qué género de Gobierno es a propósito para el país en las
presentes circunstancias; deben dictar reglas a las diferentes
autoridades, determinar su duración y facultades; deben
51
Raúl Téllez, op. cit., pp. 41.

37
Francisco Píriz García de la Huerta

establecer los medios de conservar la seguridad interior


y exterior y de fomentar los arbitrios que den ocupación
a la clase numerosa del pueblo, que la hagan virtuosa, la
multipliquen y la retengan en la quietud, y tranquilidad
de que tanto depende la del Estado; y en fin, deben tratar
de la felicidad general de un pueblo, que deposita en sus
manos la suerte de su posteridad52.

Eso sí, las dudas entre los criollos más exaltados eran pro-
fundas, ya que asumían el carácter moderado que adquiría el
Congreso, el cual obstaculizaría los afanes emancipadores. El
mismo Bernardo O’Higgins planteó que «por mi parte no tengo
duda de que el primer congreso de Chile mostrará la más pueril
ignorancia y se hará culpable de toda clase de locuras»53, debido
a la inexperiencia política de los chilenos.
El 1 de abril de 1811 fue la fecha establecida por la Junta de
Gobierno para las elecciones de los representantes al Congreso
Nacional. Mas la historia seguiría alcanzando tintes dramáticos,
ya que aquel mismo día se produjo el llamado Motín de Figue-
roa54. Tomás de Figueroa, capitán español y enconado realista,
decidió poner fin a la farsa que para él significaba la elección de
diputados. Marchó con su tropa hacia la Real Audiencia, último
bastión del poder colonial español. Luego, en la plaza principal
de la ciudad, se enfrentaron sus tropas con las del capitán Juan
de Dios Vial, leal a la Junta, quedando varios muertos y heridos.
Camilo Henríquez, educado por los frailes de la Buena Muerte
al servicio de los enfermos y heridos, fue uno de los primeros en
acudir a la plaza en socorro de las víctimas.

52
Convocatoria al Primer Congreso Nacional de Chile, en Encina, op. cit.
53
Archivo de don Bernardo O’Higgins, volumen I, pp. 68-69.
54
Encina, op. cit., pp. 450-500.

38
Camilo Henríquez

Pero su participación fue mucho más allá. Él mismo tomó a su


cargo una patrulla para dar con el paradero del capitán realista,
quien se había escapado:

Con un gran palo en la mano, sin capa ni sombrero,


dando voces a los patriotas frente al palacio directorial,
reunió mucha mocería y formando su división y cuadrilla,
la capitaneó, dirigiéndose al cuartel de San Pablo, que era
el punto de reunión de los penquistas55.

El destino guardaba una cruel ironía para nuestro fraile. Figue-


roa fue declarado traidor a la patria y al gobierno, por lo que fue
condenado a muerte. El secretario de la Junta, don José Gregorio
Argomedo, le comunicó que su confesor sería… Camilo Henrí-
quez. ¿Qué habrá sentido, en el fondo de su corazón, el anciano
capitán realista al descubrir la noticia que su última confesión
debía ser con un cura revolucionario? Henríquez, que nunca olvidó
su labor como sacerdote, confesó con extrema piedad a Figueroa.
De hecho, a pesar de las profundas diferencias entre ambos, el
fraile salió con el alma desgarrada luego de la confesión56.
El 4 de julio de 1811 fue el día elegido para la instalación del
Primer Congreso Nacional. Temprano en la mañana, a eso de las
diez, una comitiva compuesta por diputados, miembros de la Junta
y del nuevo Tribunal de Justicia, algunos militares, doctores de la
Universidad y vecinos de alto rango, se dirigió hacia la Catedral de
Santiago para participar del Te Deum en honor al Primer Congreso.
Terminado el evangelio, avanzó a paso firme hacia el púlpito Camilo
Henríquez, encargado de pronunciar el sermón. La catedral estaba
atestada de gente, y al oficio religioso habían asistido tanto patriotas
como realistas, todos expectantes ante sus palabras.
55
Talavera, Manuel Antonio, Revoluciones de Chile: discurso histórico, diario
imparcial, de los sucesos memorables acaecidos en Santiago de Chile, desde
el 25 de mayo de 1810 hasta el 20 de noviembre de 1811, Santiago, Talleres
Gráficos Cóndor, 1937, p. 87.
56
Téllez, op. cit., p. 49.

39
Francisco Píriz García de la Huerta

A diferencia de la Proclama de Quirino Lemáchez, su sermón


fue mucho más cauteloso y, a la vez, práctico. En él ahondó en
las consideraciones políticas fundamentales para el ejercicio de la
soberanía en una nación y desplegó su concepción del gobierno,
al que llamó «la fuerza central custodiada por la voluntad pública
para reglar las acciones de todos los miembros de la sociedad y
obligarlos a concurrir al fin de la asociación [pacto social]»57.
El fraile vio en el gobierno al eje central de la organización
política nacional. De hecho, él planteó que «el origen de los males
que han sufrido los pueblos, estuvo siempre en sus gobiernos
respectivos»58. Por eso, la redacción de una constitución, de
una ley fundamental, fue primordial en el esquema político de
Henríquez. No se concibe en su pensamiento al orden y libertad
del Estado sin una constitución que regule a la nación:

El más augusto atributo de este poder [la autoridad


que el pueblo soberano delega en sus gobernantes] es la
facultad de establecer las leyes fundamentales, que forman
la constitución del estado, y el artículo más importante de
esta constitución es el establecimiento del poder ejecutivo
y la organización del gobierno59.

Es decir, la constitución no sólo dota al Estado de un orden,


sino que permite establecer un gobierno de acuerdo a lo que el
pueblo requiere, lejos de un gobierno impuesto externamente,
por una especie de «mandato divino». Esto entró en la llaga del
debate de esos años sobre la validez de la conformación de las
juntas de gobierno, vistas como ilegales por las juntas españolas.
Con este planteamiento teórico Henríquez confirmaba el derecho
57
«Sermón en la instalación del primer congreso nacional», p. 56. El paréntesis
es nuestro.
58
Op. cit., p. 57.
59
«Sermón en la instalación del primer congreso nacional», p. 56. El paréntesis
es nuestro.

40
Camilo Henríquez

de los chilenos, y de todos los americanos, de gobernarse como


mejor les pareciera en ausencia del rey.
Pero lo que más llama la atención es que, traicionando sus
propias convicciones, el religioso decidió hacer presente el con-
cepto de lealtad y amor inalterable al monarca español:

Disuelto el vasto cuerpo de la monarquía, preso y des-


tronado su rey, subyugada la metrópoli, adoptando nuevas
formas de gobierno las más fuertes de sus provincias, es-
tando algunas en combustión, otras en incertidumbre de
su suerte, el pueblo de Chile, conservando inalterable su
amor al rey…60.

Basta leer sus planteamientos en la Proclama de Quirino Le-


máchez para saber que él tiempo atrás había optado por el camino
revolucionario. Entonces, ¿por qué comulgar con la lealtad al rey?
Probablemente, porque su habilidad política le indicó la diferencia
de un sermón frente las máximas autoridades de la patria y una
proclama donde pudo ocultar su identidad bajo un seudónimo.
Y, habiendo sido recién electo diputado suplente, no podía darse
el lujo de perder su cargo por plantear radicalmente sus ideas.
Era un costo demasiado alto para pagar ante una audiencia que
aún no estaba lista para comprender la radicalidad de su mensaje.
La prueba de ello la encontramos en la fórmula de jura de los
representantes a este Primer Congreso Nacional. Terminado el
sermón, los diputados, y entre ellos Camilo Henríquez, juraron
para asumir sus nuevos cargos:

¿Juráis por Dios nuestro Señor y sobre los Santos Evan-


gelios, defender la religión católica, apostólica romana?
¿Juráis obedecer a Fernando VII de Borbón, nuestro
católico monarca?

60
Op. cit., p. 57.

41
Francisco Píriz García de la Huerta

¿Juráis defender el reino de todos sus enemigos inte-


riores y exteriores, cumpliendo fielmente con el cargo?61.

Finalizado el Te Deum, muchos quedaron consternados


con las palabras del fraile. Fray Melchor Martínez desaprobó
ácidamente el sermón de Henríquez, por sus nuevas ideas que
pretendían separar a Chile de la madre patria, atacándolo por
su radicalismo y espíritu emancipador, lo cual iba en contra de
su hábito sacerdotal62.
Es digno de recordar, sin embargo, que nuestro fraile tuvo
una participación bastante exigua en este Congreso. El diputado
titular por su zona era el canónigo Juan Fretes, quien asistió
desde la primera a la última sesión. Por ende, Henríquez nunca
habló en el Parlamento.
Ya desde esta época Camilo Henríquez, además, había co-
menzado a mostrar enorme preocupación por la problemática
de la educación. La falta de instrucción pública y de estableci-
mientos educacionales había motivado a otros patriotas a dar
cuenta de ese problema. Juan Egaña, en su Plan de gobierno de
1810, indicó que «la gran obra de Chile debe ser un gran colegio
de artes y ciencias»63. Continuaba diciendo que «este colegio
necesita grandes fondos: deben sacrificárseles si pensamos ser
hombres»64. Y a principios de 1811, Manuel de Salas propuso
a la Junta de Gobierno la creación de un colegio que uniera el
Convictorio Carolino con la Academia de San Luis, proyecto
que no prosperó65. Estas ideas fueron recogidas por el «fraile de
61
Gay, Claudio, Historia de Chile, Santiago, Museo de Historia Natural de
Santiago, 1859, pp. 125-130.
62
Martínez, Melchor (fray), Memoria histórica sobre la revolución de Chile:
desde el cautiverio de Fernando VII hasta 1814, Valparaíso, Imprenta
Europa, 1848, pp. 70 y ss.
63
Egaña, Juan, Plan de gobierno, agosto de 1810.
64
Ibíd.
65
Plan Educacional de don Manuel de Salas, 1811, en Encina, op. cit., p. 188.

42
Camilo Henríquez

la Buena Muerte», quien en reiteradas ocasiones hizo explícita la


importancia de la educación:

La práctica de las ciencias sólidas, y el cultivo útil de los


talentos es inseparable de la grandeza y felicidad de los estados.
No es el número de los hombres el que constituye el poder de
la nación, sino sus fuerzas bien arregladas, y éstas provienen
de la solidez y profundidad de sus entendimientos66.

En ignorancia y oscuridad permanecía la población. El fraile


se preguntaba: «¿Mas quién había de iluminaros, si el despotismo
os condenaba a las tinieblas y a la estupidez, si jamás gozó entre
vosotros de libertad el pensamiento, la palabra, ni la imprenta?»67.
Esta crítica no era exclusiva de los criollos chilenos, sino que
recorría las ideas de gran parte de los criollos americanos. Por
ejemplo, en el número 34 de la Aurora de Chile, y haciendo eco
del descontento en otras provincias, Henríquez publicó una nota
proveniente del periódico El Satélite Peruano, donde se plantea a
la barbarie como cuna de la opresión:

Solamente la ignorancia de los hombres pudiera haber


recibido y consagrado en todos tiempos por principios
eternos, las absurdas máximas inventadas por la ambición,
para ejercer libremente el despotismo y perpetuar la escla-
vitud de los pueblos68.

Por tanto, dedicó afanosamente su tiempo a la preparación


de un plan de educación pública revolucionario para su época,
el cual incluía un curso de ciencias sociales donde se enseñara a
los alumnos el conocimiento de sus derechos. Lamentablemente,
la situación en Chile era sumamente precaria, y ni siquiera se
podía contar con textos para proveer de enseñanza a las nuevas
66
Aurora de Chile, 9 de abril de 1812.
67
Aurora de Chile, 18 de junio de 1812.
68
«Artículo de El Satélite Peruano», Aurora de Chile, 1 de octubre de 1812.

43
Francisco Píriz García de la Huerta

generaciones. Según el relato de Raúl Téllez, Henríquez pidió en


reiteradas ocasiones libros y textos de estudio a los criollos, con
el fin de poder armarse de una pequeña biblioteca69.
Después de tanto esfuerzo logró estructurar un proyecto
para la creación del Instituto Nacional de Chile. Éste apareció en
dos números de la Aurora de Chile, el 18 y 25 de junio de 1812.
Siguiendo sus propias palabras, «el gran fin del instituto es dar a
la patria ciudadanos que la defiendan, la dirijan, la hagan florecer,
y le den honor»70. Por ello, estableció el desarrollo curricular del
Instituto, las clases y las materias, el número de profesores, etc.71.
Aunque no vería cumplido su sueño hasta 1813, el programa para
la creación del Instituto Nacional dio cuenta de la profundidad
de sus ideales y el compromiso fundamental con su patria. «La
fortuna de los estados es inseparable de la de los pueblos, y para
hacer a los pueblos felices es preciso ilustrarlos»72.
Es aquí donde vemos la máxima preocupación del fraile: sin
educación, la patria no podrá surgir; sin ciudadanos, la patria
no podrá ser libre. Increíblemente, el diagnóstico de Henríquez
nos habla fuerte hoy en día, ya que, para él, no se puede separar
la educación del progreso:

El pueblo vive en miseria en medio de la mayor abun-


dancia: las primeras materias de las artes, o se pierden,
o no producen todas las ventajas posibles: la ociosidad
de la plebe es lastimosa (…) porque no hay fábricas en
qué ocuparse73.

Esta concepción de la educación como medio para el pro-


greso atravesaría todo el pensamiento del «fraile de la Buena
69
Téllez, op. cit., p. 60.
70
Aurora de Chile, 18 de junio de 1812.
71
Aurora de Chile, 18 y 25 de junio de 1812.
72
Aurora de Chile, 13 de febrero de 1812.
73
Aurora de Chile, 16 de julio de 1812.

44
Camilo Henríquez

Muerte». Incluso llegó a proponer que «la introducción de artífices


extranjeros es uno de los fomentos más seguros de la industria;
con ellos se pueden tener maestros idóneos en las provincias para
propagar la enseñanza»74.
Así, se fue formando la noción de que, para «crear» ciuda-
danos que pudiesen hacerse cargo de la patria libre, la educación
era un pilar fundamental:

Si estas artes se difundieran de las capitales a las villas,


y de éstas a las aldeas, producirían los admirables efectos
de dar a toda la nación un cierto aire de civilidad, y unos
modales cultos; de introducir en las familias el buen orden
y la economía; de corregir la educación, que por lo común
se entiende mal…75.

Pero aún no llegaba su hora más gloriosa, esa que le hizo


entrar por la puerta grande a la historia de nuestro país. Pronto
tendría la oportunidad de divulgar todos sus sueños e ideales que
con tanta urgencia anhelaba transmitir a sus compatriotas; pronto
nacería el primer periódico de Chile.

El nacimiento de la AURORA DE CHILE

El 16 de enero de 1812 nuestro fraile recibió una noticia que


cambiaría su vida para siempre: la Junta de Gobierno lo designaba
como redactor del primer periódico de Chile, la Aurora de Chile.
Sin lugar a dudas, la creación del primer periódico nacional
marcó un antes y un después. Como recordarán, él nunca pudo
expresar sus ideas en el Congreso, ya que el diputado titular, don
Juan Fretes, asistió a todas las sesiones. Por ello, estaba compelido
a encontrar otra forma de manifestar sus ideales patrióticos. Y

74
Aurora de Chile, 16 de julio de 1812.
75
Aurora de Chile, 9 de abril de 1812.

45
Francisco Píriz García de la Huerta

fue a través de la Aurora de Chile que pudo plasmar su crítica al


sistema colonial, su perspectiva política, sus sueños de libertad y
su anhelo de independencia. Aunque ya era un actor reconocido
en la escena revolucionaria nacional, la Aurora de Chile otorgó
a Henríquez la tribuna necesaria para dar rienda suelta a su
pensamiento. La prueba de ello la encontramos en que el fin del
periódico no era entregar noticias, sino dar a conocer las ideas
revolucionarias. Sin ir más lejos, la sección de noticias en cada
número correspondía a unos pequeños extractos en la última
página, dando cuenta de que lo fundamental era la publicación
de artículos y proclamas patrióticas.
Pero antes de continuar nuestra biografía, debemos detener-
nos en la llegada de la primera imprenta en Chile. En agosto de
1810, Juan Egaña hizo llegar a manos del Conde de la Conquista
un Plan de gobierno que contenía muchas ideas útiles, entre
las cuales se encontraba la necesidad de obtener una impren-
ta. Su idea era «producir en el país un periódico que, dando a
conocer las providencias del gobierno, evitara la dispersión de
opiniones»76.
La Junta de Gobierno le dio mucha importancia al tema de
la imprenta, y se le encargó a Francisco Antonio Pinto, quien
se encontraba en Buenos Aires como el primer representante
diplomático, su adquisición. Pero una larga serie de infortunios
hizo que las intenciones chilenas no fructificaran mayormente,
y el sueño de la imprenta quedó estancado por largo tiempo.
Mas, residía en Chile desde 1805 un comerciante sueco
llamado Mateo Arnaldo Hoevel, quien, por iniciativa propia,
encargó el 22 de julio de 1811 una imprenta a Nueva York. El
21 de noviembre la fragata Galloway desembarcó en Valparaíso
con la imprenta y con tres operarios expertos: Samuel Johnston,

76
Egaña, op. cit.

46
Camilo Henríquez

William Burbidge y Simón Garrison. La imprenta se instaló, en los


primeros días de enero de 1812, en la Universidad de San Felipe.

Está ya en nuestro poder, el grande, el precioso instru-


mento de la ilustración universal, la Imprenta. Los sanos
principios, el conocimiento de nuestros eternos derechos,
las verdades sólidas y útiles van a difundirse entre todas
las clases del Estado77.

Esa fue la importancia que el mismo Henríquez otorgó a la


imprenta en la primera edición de la Aurora. En el mismo relato,
continúa diciendo que «la voz de la razón, y de la verdad se oirán
entre nosotros después del triste e insufrible silencio de tres siglos»78.
El día 16 de enero de 1812, la Junta de Gobierno nominó por
redactor del primer periódico a Camilo Henríquez:

Santiago, y enero 16 de 1812. No debiendo esperar


con solidez el Gobierno las incalculables ventajas que se
ha propuesto en la apertura de la prensa, sin que sobre los
reglamentos meditados se elija un redactor que adornado
de principios, de religión, talento y demás de virtudes
naturales y civiles disponga la ilustración popular de un
modo seguro, transmitiendo con el mayor escrúpulo la
verdad que sola decide la suerte y crédito de los gobiernos,
y recayendo éstas en el presbítero Fray Camilo Henríquez,
de la orden de la Buena Muerte, se le confiere desde luego
este cargo, con la asignación de seiscientos pesos anuales.
Hágase saber al público y cuerpos literarios para los efec-
tos convenientes. Tómese razón en la Tesorería General, y
dándose testimonio al nombrado para que le sirva de título
bastante, archívese79.

Ahora, siempre se ha dado por hecho de que el primer ejem-


plar de la Aurora, el denominado «Prospecto», apareció el día
77
Aurora de Chile, Prospecto, febrero de 1812.
78
Aurora de Chile, Prospecto, febrero de 1812.
79
Decreto del 16 de enero de 1812 FOXXXIJTUPSJBVDIJMFDM

47
Francisco Píriz García de la Huerta

12 de febrero de aquel año. Pero las últimas investigaciones


demuestran que circularon tres «prospectos» diferentes, los
cuales, aunque contenían la misma información, habrían circu-
lado en fechas distintas. El descubrimiento lo hizo Manuel del
Villar, en su libro Aurora de Chile, Primera Edición Facsimilar.
Cada uno de estos tres «prospectos» se diferencian entre sí en el
colofón, al cierre de la última página. El ejemplar perteneciente a
la colección de don Pedro Vicuña y el ejemplar correspondiente
a la colección de don José Toribio Medina comparten el mismo
colofón, pero el primero lleva una «nota» sobre éste. Y el tercer
ejemplar, perteneciente a la colección de don Antonio Varas,
mantiene la «Nota» tal como el ejemplar de la colección de don
Pedro Vicuña, pero con un colofón completamente diferente a
los otros dos80.
¿Por qué se imprimieron entonces tres ejemplares distintos
del «Prospecto», y cuál fue el primero? Nos parece pertinente
la pregunta, ya que esto suscita otra interrogante: si la imprenta
había estado lista para usarse un buen tiempo antes, ¿por qué
esperar para publicar el primer periódico del país? Probablemen-
te, la respuesta se halle en estas mismas copias divergentes del
«Prospecto». No nos parece plausible el hecho de que se haya
lanzado un número el 12 de febrero de 1812, y luego se hubieran
hecho reimpresiones posteriores. Más bien, es probable que el
«Prospecto» haya sido impreso varios días antes, y, debido a su
éxito, se decidió hacer dos reimpresiones más, consignando la
posibilidad de suscribirse al periódico, y corrigiendo cambios
ortográficos81. Por tanto, el «Prospecto» del día 12 de febrero
sería el último y definitivo.
En todo caso, indiferente de la fecha de salida del «Pros-
pecto», la publicación del periódico produjo un enorme revuelo

80
Del Villar, Manuel, Aurora de Chile, primera edición facsimilar, Prólogo.
81
Del Villar, op. cit.

48
Camilo Henríquez

en la ciudad, y causó mucho entusiasmo entre los habitantes de


Santiago. Fray Melchor Martínez reconocía que «no se puede
encarecer con palabras el gozo que causó su establecimiento;
corrían los hombres por las calles con una Aurora en la mano»82.
El primer periódico no era más que una hoja grande doblada
en dos, lo que dejaba cuatro planas, con la composición tipográfica
distribuida en dos columnas83. Las primeras dos páginas estuvieron
siempre consagradas a artículos de importancia revolucionaria,
abarcando diversos temas concernientes a la causa patriótica:
derechos de los pueblos, formas de gobierno, importancia de la
educación y las leyes. Muchos de estos escritos fueron redactados
por el mismo Henríquez, pero también se abrió espacio para que
otros patriotas plasmaran su visión en la Aurora. En las últimas
dos páginas se encontraba la pequeña sección de noticias nacio-
nales e internacionales. Además, era común la reproducción de
noticias y artículos emitidos en otros periódicos americanos o
europeos. No es difícil darnos cuenta, entonces, que el primer
periódico nacional fue mucho más allá que un simple receptáculo
de información: fue la ventana a través de la cual los patriotas
desahogaron sus críticas y dieron a conocer sus sueños e ideales
revolucionarios; y donde muchos criollos pudieron conocer ideas
nuevas relativas a la libertad y la independencia. Durante estos
primeros tiempos, la Aurora de Chile se transformaría en un arma
fundamental en la lucha contra el sistema colonial español.
Henríquez, en el primer periódico nacional, no sólo discutió
temas políticos y filosóficos, también trató cuestiones tan variadas
como asuntos indígenas, el progreso y desarrollo de la industria,
la instrucción, el clima y sucesos extranjeros. Pero sus escritos pa-
trióticos defendiendo la independencia son los más sobresalientes.
«Cuando el mayor número de los revolucionarios encubrían los
proyectos de emancipación bajo el disfraz de una fidelidad hipó-
82
Martínez, op. cit., p. 133.
83
Silva Castro, op. cit., p. 23.

49
Francisco Píriz García de la Huerta

crita, Camilo Henríquez no temió dar publicidad a unas ideas


atrevidas sobre la independencia»84. Es en la Aurora donde el
fraile explicita y da cabal expresión a sus más profundas con-
cepciones sobre la felicidad de la patria. Fue ahí donde ayudó a
inculcar la noción de que la ilustración era la única manera de
salir de la ignorancia, de que una sociedad avanzara y prospe-
rara. Amunátegui resumió maravillosamente la importancia de
la Aurora de Chile: «La emancipación se conquistó en el campo
de batalla; la república se estableció en la constitución y en los
comicios. La dirección impresa al pueblo en ese doble sentido
se debió en mucha parte a su potente impulso»85.
Sin embargo, la redacción de la Aurora de Chile no careció
de contratiempos, atribuibles sin duda a la influencia del grupo
moderado monárquico que había en Chile. Probablemente debi-
do a la fuerza de la filípica que se exponía en ella, en agosto de
1812 la Junta estableció la censura del periódico y lo encomen-
daba a una comisión, que además tenía la labor de elaborar un
proyecto de imprenta libre.
El «fraile de la Buena Muerte» vio desfallecer sus esfuerzos
por avivar el fuego revolucionario, que quería traspasar a sus
compatriotas. Ante este atentado a la libertad de expresión,
replicó de dos maneras: desafiando a la junta que lo censuró,
sin publicar dicho decreto, y publicando extractos de un poema
que el filósofo inglés John Milton pronunció ante el Parlamento
británico:

La censura es un desaire, y un gran motivo de des-


aliento para las letras y para los que las cultivan. Si habéis
concebido el raro pensamiento de desanimar a aquellos
que escriben por amor a la fama, y cuyas obras se dirigen
a promover la prosperidad pública, yo os aseguro que no

84
Amunátegui, op. cit., tomo I, p. 57.
85
Amunátegui, op. cit., p. 87.

50
Camilo Henríquez

podíais hacerles mayor ultraje que desconfiar de su juicio


y probidad86.

El 12 de octubre de ese mismo año, se expidió un nuevo de-


creto de censura, que cambiaba a los censores:

Debiendo conciliarse el libre ejercicio de las facultades


del hombre con los derechos sagrados de la religión y del
estado, cuyo abuso funesto e inconsiderado, puede envol-
vernos en desgracias, [...] se nombra interinamente, y hasta
que se publique el respectivo reglamento, para que revea
y censure previamente, cuanto se imprima al Tribunal de
Apelaciones87.

Este decreto agravó las medidas anteriores, ampliando la cen-


sura a todos los temas. Claramente, el carácter del fraile no era el
apropiado para aguantar estas políticas que coartaban su libertad
de expresión. Al llegar a Chile «parece haber creído que el país
iba por arte de magia a convertirse en una nación felicísima»88.
Lamentablemente, cuando se expidió el decreto supremo del 23 de
junio de 1813 estableciendo la libertad de prensa, con excepción
de los escritos religiosos, ya era demasiado tarde para la desapa-
recida Aurora de Chile.
Además de los problemas con la censura, Camilo Henríquez
debió lidiar con las críticas de los moderados y, especialmente,
de los realistas. Su enemigo declarado, fray Melchor Martínez,
denunció en duros términos su labor en la Aurora:

Para editor y maestro, que debía aumentar y formar la


opinión del público fue elegido por el gobierno un fraile
de la Buena Muerte, natural de Valdivia, el cual por haber

86
«Extracto del discurso de Milton pronunciado ante el Parlamento británico»,
en Aurora de Chile, 3 de septiembre de 1812.
87
Decreto de censura a la libertad de prensa, en Téllez, op. cit.
88
Silva Castro, op. cit., p. 25.

51
Francisco Píriz García de la Huerta

sido declaradamente secuaz de Voltaire, Rousseau y otros


herejes de esta clase, había sido castigado por la inqui-
sición de Lima, y después de haber tenido buena parte
en la revolución de Quito, se hallaba fugitivo en Chile,
activando cuanto podía las llamas de la insurrección. Estas
cualidades y delincuente conducta que debían hacerle des-
preciable en cualquier país arreglado, eran precisamente
sus recomendaciones principales, sin las que sería inútil
para el destino89.

Incluso, don Melchor fue mucho más allá, criticando el


fundamento ilustrado del pensamiento de Henríquez:

Efectivamente, su periódico empezó a difundir muchos


errores políticos y morales, de los que han dejado estam-
pados los impíos filósofos Voltaire y Rousseau; aunque
en la doctrina del segundo estaba más iniciado, pues
traslada por lo común literalmente los fragmentos de sus
tratados. Todo el afán es probar que la soberanía reside
en los pueblos; que los reyes reciben la autoridad de éstos,
mediante el contrato social y que son amovibles por la
autoridad del pueblo; que la filosofía ha sido desatendida
por el espacio de diez y ocho siglos; pero que ya amanece
la aurora de sus triunfos, y empieza a levantar su frente
luminosa y triunfante, lo que es decir que la impiedad y
el error prevalecen sobre la religión de Jesucristo90.

Pese a la censura y la enconada crítica de los realistas, Hen-


ríquez logró transmitir a través de la Aurora de Chile sus ideas
políticas y revolucionarias. Y, para comprender la magnitud de
su pensamiento y obra, debemos adentrarnos en sus palabras,
en el mensaje patriótico que nos legó en vida.

89
Martínez, op. cit., p. 46.
90
Ibid.

52
Camilo Henríquez

El pensamiento revolucionario
del «Fraile de la Buena Muerte»

Las experiencias vividas por Camilo Henríquez fueron con-


sagrando en él un espíritu de lucha y libertad que muchos criollos
ni siquiera imaginaban. El estudio de los filósofos franceses y de
las ideas de la Ilustración durante su estadía en el Convento de la
Buena Muerte de Lima, sus dramáticos momentos en Quito bajo
el mando del obispo José de Cuero y Caicedo, y la activa parti-
cipación que había tenido hasta estos instantes en la revolución
chilena, llevaron a la profundización y radicalización de su pensa-
miento. Sin lugar a dudas, podemos afirmar que fue el teórico más
insigne de la revolución. Y, como veíamos en el capítulo anterior,
su pensamiento cobró vida gracias a que dispuso del instrumento
ideal para darlo a conocer a los patriotas: la Aurora de Chile.
Para comprender el espíritu emancipador de nuestro fraile,
debemos reafirmar el hecho de que, para él, no había titubeos:
Chile debía libertarse del yugo español. Y creía, con la convicción
propia de quien entrega la vida por una causa, que el camino
apropiado para esto era la revolución:

Numerosísimas provincias esparcidas en ambos mundos


formaban un vasto cuerpo con el nombre de monarquía
española. Se conservaban unidas entre sí y subyugadas a
un Rey por la fuerza de las armas. Ninguna de ellas recibió
algún derecho de la naturaleza para dominar a las otras,
ni para obligarlas a permanecer unidas eternamente. Al
contrario, la misma naturaleza las había formado para
vivir separadas91.

Henríquez justificó la revolución sobre la base de dos ele-


mentos: primero, por la violencia e injusticia con que el sistema
colonial español controlaba a las provincias, y segundo, porque

91
Proclama de Quirino Lemáchez, p. 46.

53
Francisco Píriz García de la Huerta

la ley natural había hecho a las naciones libres e independientes:


«a la participación de esta suerte os llama, ¡oh pueblo de Chile!,
el inevitable curso de los sucesos»92.
Entendió como pocos que era entonces, cuando el rey estaba
apresado, el momento para lograr la libertad. La oportunidad
estaba servida, sólo había que seguir el inevitable curso de la
revolución:

Los gobiernos, como todas las cosas humanas, están


sujetos a vicisitudes. Semejantes a los cuerpos físicos, las
naciones enteras experimentan crisis, delirios, convul-
siones, revoluciones, mudanzas en su forma. Los estados
nacen, se aumentan y perecen93.

Nuestro fraile, en su afán de justificar el fundamento del


movimiento patriótico concibe el proceso revolucionario de la
siguiente manera:

Las revoluciones se asemejan a esos grandes terre-


motos, que rasgando el seno de la tierra descubren sus
antiguos cimientos y su estructura interior; trastornando
los imperios manifiestan la organización profunda, y los
resortes misteriosos de la sociedad94.

A través de esta analogía con sucesos de la naturaleza, Hen-


ríquez acentuó el carácter ordenador de la revolución: a partir
de ésta, el pueblo soberano podrá elegir cómo gobernarse a sí
mismo. Además, este reordenamiento político es doble, ya que
no solo permitiría a los criollos chilenos obtener el poder de go-
bernar, sino que produciría un cambio en las relaciones políticas:
no habría más súbditos, ahora serían todos ciudadanos.

92
Ibid., p. 45.
93
«Sermón en la instalación del primer congreso nacional», p. 50.
94
Aurora de Chile, 16 de julio de 1812.

54
Camilo Henríquez

La revolución tiene lugar contra un gobierno ilegítimo, y la


causa que se sostiene es la lucha por los derechos contra éste. Esta
misma razón es la que justifica la revolución, ya que «si la causa
es necesaria, honorable y justa, se sigue que ha de ser lo mismo
la revolución»95. La patria, a través de la revolución, tiene como
«blanco de sus pensamientos y agitación el mayor interés que
puede ocupar a las naciones: la libertad nacional»96.
La insistencia en la ilegalidad del gobierno monárquico
español tiene un doble matiz en el pensamiento del fraile. En pri-
mer lugar, la ilicitud del poder absolutista está justificada por el
pensamiento ilustrado, y sus ataques al corazón de la monarquía
son más bien de carácter filosófico. Pero, en segundo lugar y más
importante, la persistencia respondía a un problema práctico,
porque sabemos que en los primeros años de la Patria Vieja pocos
estaban convencidos de la absoluta emancipación; la lealtad al
rey se mantenía firme en la mayoría de las provincias americanas.
Debió, entonces, ocupar todo su ingenio para hacer comprender
a sus compatriotas que la monarquía española era no sólo nefas-
ta, esclavista y perversa, sino que además ilegítima en su esencia
natural, para así encauzar los ánimos hacia la revolución.
La ley natural fue pilar del pensamiento revolucionario de
Henríquez. Siguiendo la fiel línea de los filósofos ilustrados, le
oímos decir que «pobladas las Américas de hombres libres, es claro
que deben ser libres. Dudar de esta verdad fuera, como decía Paine,
una especie de ateísmo contra la naturaleza»97. Es significativo que
utilice la figura de Thomas Paine, el revolucionario norteamericano
más importante que combatió en su tiempo contra ideas totalmen-
te nuevas, batallando contra el sexismo, la esclavitud, el racismo, y
especialmente la monarquía. Esta inherente libertad que pertenece
al hombre americano tiene una consecuencia muy pragmática para

95
Aurora de Chile, 16 de julio de 1812.
96
Aurora de Chile, 27 de agosto de 1812.
97
El Monitor Araucano, 4 de septiembre de 1813.

55
Francisco Píriz García de la Huerta

el fraile: «Cada una de sus mejoras, cada uno de sus progresos


amenazaba la permanencia del sistema colonial»98. De hecho,
se preguntaba cuál sería la situación de América si es que desde
sus inicios los americanos hubieran sido libres para desarrollar
todo su potencial99. Para el fraile, la revolución adquiere un ca-
rácter inevitable cuando se entiende como parte del proceso y
del desarrollo natural del continente. En cierto sentido, cuando
Henríquez en los primeros números de la Aurora de Chile llena
sus páginas con ideas filosóficas ilustradas, deseaba mostrar a la
gente que la revolución no es negativa ni excepcional: es parte
del camino de los pueblos hacia la libertad.
Aunque la idea de revolución que Henríquez plantea en
sus escritos es filosóficamente bella, debía lograr penetrar los
moderados espíritus de sus compatriotas para poder llevarla a
cabo. Por tanto, no se concibe la revolución sin una característica
fundamental: el entusiasmo transformador. ¿Qué es para Camilo
este entusiasmo? Simplemente, «el interés y el celo por la defensa
y el triunfo de una gran causa»100.

La energía de este sentimiento sostiene las revolucio-


nes, y hace que sean tan fecundas en acciones ilustres… El
entusiasmo es el apoyo único de las revoluciones. Hacién-
dose universal, el triunfo es infalible. Entonces es cuando
de todas las clases brotan genios sublimes; cuando salen
del seno de la oscuridad hombres eminentes101.

Aquí vemos claramente reflejado el papel que Henríquez


creyó cumplir en aras de la revolución: propagar no sólo las
ideas ilustradas, sino que además encender y entusiasmar a sus
compatriotas de que la insurrección era el camino a seguir.
98
El Monitor Araucano, 4 de septiembre de 1813.
99
El Monitor Araucano, 7 de septiembre de 1813.
100
Aurora de Chile, 10 de septiembre de 1812.
101
Aurora de Chile, 10 de septiembre de 1812.

56
Camilo Henríquez

Mas esta rebeldía encontró un gran obstáculo en lo que Hen-


ríquez llama «la mansedumbre de los pechos americanos». Esto
hace referencia a la coyuntura del momento, en donde, como ya
dijimos, la mayoría prefería permanecer leal al monarca:

Cuando después de tantos años de dependencia colonial


y nulidad política se deja ver la libertad sobre el horizonte
americano, ¡qué diferentes sensaciones, qué diversos pensa-
mientos se excitan sobre los hombres! Las almas abyectas
condenadas a la servidumbre o por el vil interés, principio
de todos los vicios degradantes, o por la ignorancia y la
pusilanimidad, llaman pretendida libertad a aquella que
aspiramos102.

Incluso nuestro fraile fue más allá, preguntándose indignado


por qué no podía existir la verdadera libertad en este mundo y en
nuestro continente. No lograba entender por qué, ya presentada
la oportunidad, se prefería seguir atado al yugo del monarca,
jurándole lealtad. Pero, paradójicamente, le enrostra la culpa no
a sus compatriotas, sino que a la situación de opresión en que se
vivía bajo el régimen español:

En medio de estos instantes de crisis, en medio de


nuestra inexperiencia, y oprimidos bajo el peso de nuestros
heredados defectos, hemos respetado y ha sido inviolable
para nosotros la equidad y la humanidad. Nuestros mismos
enemigos deben haber admirado en medio de su ingratitud
y obstinación la lenidad y la mansedumbre de los pechos
americanos103.

Esta misericordia, esta mansedumbre, era un claro obstáculo


para el avance de la revolución, pero Henríquez buscó también
la forma de hacer reaccionar a sus compatriotas y lograr superar

102
Aurora de Chile, 13 de agosto de 1812.
103
Ibid.

57
Francisco Píriz García de la Huerta

estos pensamientos débiles, que sólo lograban entorpecer el


camino hacia la independencia.
Muchos chilenos, inmersos de esta mansedumbre, «se ven
habituados a las sombras, cierran obstinadamente los ojos a
la luz»104.Y para lograr que abrieran los ojos hacia la libertad,
era necesario inculcar la opinión. «La opinión influye sobre el
espíritu humano más fuertemente que todas las demás causas
morales»105. La opinión, y no cualquiera, sino la que Henríquez
quería instituir, fue el eje fundamental de su ideario educacional:

La opinión influye sobre el espíritu humano más


fuertemente que todas las demás causas morales. Como
ella es el agregado de las ideas inspiradas y perpetuadas
por la educación, los discursos familiares y el gobierno,
y fortificadas por el ejemplo y el hábito, posee la eficacia
de todas estas causas reunidas106.

Estableció la opinión verdadera, «fundada en la experiencia y


en la razón»107. Es decir, la opinión basada en las ideas ilustradas,
necesaria para la revolución:

En fin la aserción siguiente es de una verdad palpable: ne-


cesariamente se ha de hacer universal una opinión, que tiene
en favor suyo la protección de la autoridad; la sanción de la
ley; la elocuencia de los hombres ilustrados; el entusiasmo
de un gran número de personas respetables; la evidencia de
los principios; y contra la cual ninguno habla por temor108.

De hecho, para el fraile «es pues del mayor interés que las
opiniones absurdas y perjudiciales se sustituyan por las verda-

104
Aurora de Chile, 10 de septiembre de 1812
105
Ibid.
106
Ibid.
107
Ibid.
108
Ibid.

58
Camilo Henríquez

deras y provechosas; y que se adopten todos los medios posibles


para rectificar la opinión pública»109. Quería convencer a sus
conciudadanos que la idea de lealtad estaba equivocada, debido a
la «mansedumbre», y que la verdadera opinión, la que él deseaba
impregnar en sus espíritus, era la de la ruptura con la metrópoli,
siguiendo el camino emancipador.
Ahora, no era suficiente con llevar a cabo la revolución; no
bastaba con ganar la tan ansiada libertad natural. Para que las
provincias americanas prosperaran, necesitaban también de la
libertad civil. Como el fraile consideraba, «para prevenir los gran-
des inconvenientes que nacerían de las pasiones, todos los pueblos
de la tierra conocieron la necesidad de sujetarse a una fuerza que
conservase el orden»110. Esa fuerza conservadora del orden no
era otra cosa que la ley, el elemento fundamental que conforma y
regula a una nación, y sin ella, cualquier intento emancipador sería
en vano. «Las leyes necesarias conservan el orden del universo,
y leyes naturales, igualmente necesarias, dirigen a los hombres y
sostienen el orden de las sociedades»111.
La importancia de la ley en el pensamiento de Henríquez
provenía directamente de las ideas rousseaunianas sobre el pacto
social. El pacto social es, sin duda, la parte más importante de su
ideario, ya que da sentido y justifica la importancia de las leyes y
del gobierno republicano. Esta noción está íntimamente ligada a
la teoría del «contrato social» de Rousseau, el filósofo más influ-
yente en las ideas de Henríquez. La obra de Rousseau El Contrato
Social, publicado en 1762, empleaba el lenguaje jurídico propio de
las relaciones privadas entre los hombres. Este pensador, a partir
de su observación de la sociedad, constituida en ese entonces por
masas sometidas al rey, discurrió acerca del vínculo que existía
entre el soberano y los súbditos. Descartaba que la unión se hallara

109
Ibid.
110
«Sermón en la instalación del primer congreso nacional», p. 56.
111
Ibid.

59
Francisco Píriz García de la Huerta

en la fuerza o la sumisión, sino que por el contrario, los hombres


voluntariamente renunciaban a un estado de natural inocencia
para someterse a las reglas de la sociedad, a cambio de beneficios
mayores inherentes al intercambio social. Este consentimiento
voluntario se materializa a través de un contrato, «el contrato
social», en este caso112.
El concepto de pacto social de Henríquez era bastante simi-
lar. Éste establecía que «la autoridad suprema trae su origen del
libre consentimiento de los pueblos, que podemos llamar pacto
o alianza social»113. Esta noción defendía la teoría de que la au-
toridad pertenecía al pueblo, por lo que, si el rey no estaba, se
consideraba que esta autoridad retornaba al pueblo. Por tanto,
con la revolución se podía establecer un nuevo pacto social, más
justo y republicano que el anterior pacto con el rey de España.
Lo fundamental de esta noción de pacto en los escritos de Hen-
ríquez es que el fraile interpreta lo que conlleva tal alianza. Él
mismo dice que:

El pacto social exige por su naturaleza que se deter-


mine el modo con el que ha de ejercerse la autoridad
pública; en qué casos y en qué tiempo se ha de oír al
pueblo; cuándo se le ha de dar cuenta de las operaciones
del gobierno; qué medidas han de tomarse para evitar la
arbitrariedad…114.

Por ende, la revolución permitiría establecer en las provincias


americanas un nuevo pacto entre los hombres libres, que lograría
dar libertad natural y civil a América. Además, esta idea de pac-
to social le sirvió a Henríquez para fundamentar teóricamente,

112
Rolland, Romain, El pensamiento vivo de Rousseau, Buenos Aires, Ed.
Losada, 1959, p. 50 y ss.
113
Aurora de Chile, 13 de febrero de 1812.
114
Ibid.

60
Camilo Henríquez

más allá de sus planteamientos filosóficos, que la revolución era


legal, o sea, que no iba en contra del orden natural del hombre115.
Pero para que este pacto lograra funcionar y permitiera el
pleno desarrollo de los pueblos, debía ir acompañado de un orden
básico que previniera el caos. Es decir, la ley se hace fundamen-
tal. Pero no cualquier ley, sino un reglamento fundamental, que
normara los derechos y deberes de cada una de las partes que
establecieran la alianza social:

El orden y libertad no pueden conservarse sin un go-


bierno. Se necesita pues un reglamento fundamental; y este
reglamento es la constitución del estado. Este reglamento no
es más en el fondo que el modo y orden con que el cuerpo
político ha de lograr los fines de su asociación116.

La constitución, esa ley fundamental, es primordial en el es-


quema político de Henríquez. No se concibe en su pensamiento
el orden y libertad del Estado sin una constitución que regule a
la nación, ya que «la ley fundamental es la salud del pueblo»117.
Es decir, la constitución no sólo dota al estado de un orden, sino
que permite establecer un gobierno de acuerdo a lo que el pueblo
requiere. Así, Henríquez hace un fuerte hincapié en la ley y en la
constitución porque dan al pueblo el gobierno que ellos mismos
elijan. Ya no se asume un gobierno impuesto externamente, por
una especie de «mandato divino», sino que cada pueblo puede
darse el gobierno que más desee o considere adecuado para sí.
Estos fundamentos entraban en la llaga del debate de esos años
sobre la validez de la conformación de las juntas de gobierno, vistas
como ilegales por las juntas españolas. Con este planteamiento
teórico Henríquez confirmaba el derecho de los chilenos, y de
todos los americanos, de gobernarse como mejor les pareciera en

115
Granic, op. cit., p. 41.
116
Aurora de Chile, 13 de febrero de 1812.
117
Ibid.

61
Francisco Píriz García de la Huerta

ausencia del rey. El fraile mismo dejó este punto en claro cuando
afirmó que «el príncipe es el defensor de la libertad e indepen-
dencia del pueblo, siempre pues que no esté en estado de ejercer
sus funciones según las leyes, se arma la nación y se prepara a
sostenerse por sí misma»118.

No obstante el rol clave que juega la Constitución como


medio para gobernarse, también se nos señala con absoluta
claridad que ésta no es inmutable, sino que puede ser cambiada.
Para Henríquez, «uno de los derechos del pueblo era reformar
la constitución del estado»119, para acomodarla a cada momento
histórico:

No hay ley, no hay costumbre, que deba durar, si de


ella puede originarse detrimento, incomodidad, inquietud
al cuerpo político…con el tiempo vienen los estados a
hallarse en circunstancias muy diversas de aquellas en
que se formaron las leyes. Las colonias se multiplican, se
engrandecen, su felicidad no es desde entonces compatible
con el sistema primitivo; es necesario variarlo120.

Y aún encontramos una cita más decisiva: «Variándose pues


las circunstancias, debe variarse la constitución»121. La felicidad
de las colonias era la que determinaba la efectividad de la cons-
titución. Y, para el «fraile de la buena muerte», la constitución
absolutista española ya estaba obsoleta y llegaba ya la hora de
cambiarla: era un derecho de los americanos. E incluso llegó a
demostrar la importancia de reformar la constitución con simples
fórmulas algebraicas, las cuales no detallaremos aquí, pero que
nos indican una sola cosa: Henríquez recurrió a todos los argu-
118
Ibid.
119
Ibid.
120
Ibid.
121
Ibid.

62
Camilo Henríquez

mentos que pudo para probar que la revolución y la independencia


de América eran sucesos inevitables, basados en el imperio de la
ley, y parte integral del orden natural de las cosas.
Para Henríquez, era fundamental no sólo la sublevación,
sino lo que sucedería inmediatamente después. El estableci-
miento de un gobierno era una problemática importante, ya
que los mismos criollos debían elegir la forma más adecuada
para conducirse. Muchas veces asumimos que la república fue
el sistema adoptado de inmediato, pero fueron años de discusio-
nes para determinar finalmente qué sistema de gobierno regiría
los destinos de la patria. Incluso, como veremos más adelante,
el mismo Henríquez llegó, durante un momento oscuro de su
vida, a creer que la monarquía era el sistema ideal de gobier-
no. Aunque siempre comulgó con la democracia y los cánones
republicanos, esto nos demuestra que las dudas sobre el tipo
de regencia abundaron en los corazones de muchos patriotas,
entre ellos, el de nuestro fraile.
Su análisis se basó, principalmente, en la célebre teoría de las
seis formas de gobierno que expone Aristóteles, dando cuenta de
las tres formas puras (monarquía, aristocracia, democracia) y de
las tres formas impuras (oclocracia, oligarquía y tiranía). Hen-
ríquez utilizó este esquema, ciertamente más simplificado, para
dar cuenta de las diversas modalidades de administración a las
cuales la nación podía acceder, y de las que se debían rechazar (es
el caso de la tiranía, con la que ataca fuertemente a la monarquía
española). Pero lo fundamental que el sacerdote rescata del pen-
samiento político aristotélico son los dos factores primordiales
para clasificar a las seis formas: el «quién gobierna» y el «cómo
se gobierna». El «quién» Henríquez lo resuelve con relativa faci-
lidad: el pueblo, que delega la soberanía en sus representantes. El
dilema que tuvo Camilo fue el del «cómo»: aquí tuvo su propia
visión para mostrar a Chile el que él creía que era la mejor forma
de dirigir la nación.

63
Francisco Píriz García de la Huerta

El «fraile de la buena muerte», luego de la larga teorización


sobre los gobiernos, llegó a la siguiente conclusión:

La triste experiencia de los defectos y males de los go-


biernos simples indujeron a los hombres a imaginar aque-
llas formas de gobierno llamadas mixtas, en que se han
adoptado las ventajas de las simples, poniendo un sumo
estudio en evitar sus defectos, en que se han dividido los
poderes y funciones de la soberanía, se han puesto trabas
a la autoridad, y en fin, presentan reunidas la imagen de
la monarquía, la aristocracia y la democracia122.

Para Henríquez, la combinación de los tres gobiernos es la


mejor forma para regir un país. Pero no es una ocurrencia lan-
zada al aire, sino que la sustenta en dos ejemplos importantes
para su época: Estados Unidos y Gran Bretaña. El ejemplo de la
nación norteamericana es singularmente importante, ya que la
emancipación de ese país fue un aliciente para las revoluciones
en América. Camilo resalta profundamente el camino que ambas
naciones debieron recorrer para llegar a ser grandes países: «Estos
dos grandes pueblos llegaron a su actual prosperidad después
de dilatados infortunios, oscilaciones y combates»123. Con esto
se recalca que, para Chile, ser un país libre y próspero es algo
totalmente plausible, aunque no exento de tribulaciones.
El sistema federal estadounidense y la monarquía de carácter
parlamentaria que regía a Inglaterra son dignos de admiración
por parte del fraile. Pero por una razón muy particular: ambas
logran una armonía política sin precedentes, y lo logran a través
de la limitación y fiscalización de los poderes del estado. Por
ejemplo, para el caso británico, Henríquez nos plantea que «su
acción y reacción establecen un equilibrio de que nace la liber-

122
Aurora de Chile, 28 de mayo de 1812.
123
Ibid.

64
Camilo Henríquez

tad. El poder ejecutivo reside en el monarca, el legislativo en la


nación»124. Los dos cuerpos ven sus poderes limitados para así
dar un balance natural a la política de la nación.
Y este equilibrio, que tanto admira, es lo que quiere reflejar
en sus ideas nuestro fraile. Él mismo se pregunta: «¿El poder legis-
lativo ha de ser uno e indivisible, concentrado en un solo cuerpo,
un Congreso, una cámara; o deberá dividirse en dos cámaras,
confiándose a dos cuerpos, independientes el uno del otro?»125.
Según Henríquez, en Francia surgió también esta pregunta en
1789, y el obispo duque de Langres planteó la necesidad de dividir
el Congreso en dos cámaras, idea que Camilo también adoptó. El
duque, en palabras del fraile, «apela a la experiencia, que prueba
que en las asambleas numerosas la intriga sabe triunfar de todos
los obstáculos, y aún saca de ellos ventajas»126. No basta con que
se formen comisiones parlamentarias, que se lea detenidamente
un proyecto de ley, etc. La solución para vencer a la intriga es
dividir el poder legislativo. Esto, que hoy en día nos parece muy
lógico, no lo era tanto para los primeros años del siglo XIX, y
Henríquez concluyó que era necesario equilibrar el poder para
evitar la tiranía127. Esta división del Congreso, que ya Estados
Unidos e Inglaterra habían implementado, «hace la seducción, la
colusión y la precipitación más difíciles, y aún casi imposibles, por
la necesidad que hay de que los dos cuerpos o las dos cámaras se
pongan de acuerdo para la formación de las leyes»128.
Con esta división del legislativo Henríquez buscaba no sólo
el contrapeso entre los poderes, sino además la probidad en
el ejercicio de la autoridad parlamentaria. Quería eliminar los
vicios que pudieran dañar el desarrollo político de la nación, «y
es necesario pues para hacer estable la Constitución de un país
124
Ibid.
125
Aurora de Chile, 4 de febrero de 1813.
126
Aurora de Chile, 4 de febrero de 1813.
127
Granic, op. cit., p. 54.
128
Aurora de Chile, 4 de febrero de 1813.

65
Francisco Píriz García de la Huerta

limitar y poner trabas a la autoridad legislativa»129. Ya en la


misma ley fundamental del país se debía explicitar la necesidad
de equilibrar los poderes.
Pero este equilibrio no se basa sólo en la división del le-
gislativo, sino también en el fortalecimiento del ejecutivo. Era
contrario a los que creían que el ejecutivo requería dividirse para
fortalecer el legislativo. «En una palabra, el efecto de la división
del poder ejecutivo es o el establecimiento, más o menos pronto,
del derecho del más fuerte, o una guerra continua»130. El robus-
tecimiento del ejecutivo permite un gobierno centralizado que se
balancea con la labor del legislativo. Increíblemente, después de
pasar por muchas vicisitudes a lo largo de nuestra historia, en la
actualidad nuestro sistema de gobierno, y el de muchos países,
responde al que Henríquez planteó hace casi doscientos años.
Por si fuera poco, nos legó un mandato:

Sea pues una regla general: para que un Estado sea


estable, es necesario que se divida su autoridad legislativa;
y para que goce de tranquilidad, es necesario que el Poder
ejecutivo se reúna y concentre131.

Ahora, el objetivo más fundamental de su pensamiento y


obra fue uno ineludible y trascendente: la independencia de Chile.
Todas sus ideas, sueños y proposiciones buscaban dar cuenta de
la importancia del proceso de emancipación. Para nuestro fraile,
no hay fin más noble y elevado que el luchar por una nación
liberada del yugo y la opresión colonial:

Comencemos declarando nuestra independencia.


Ella sola puede borrar el título de rebeldes que nos da

129
Ibid.
130
Ibid.
131
Aurora de Chile, 4 de febrero de 1813.

66
Camilo Henríquez

la tiranía. Ella sola puede elevarnos a la dignidad que nos


pertenece, darnos aliados entre las potencias e imprimir
respeto a nuestros mismos enemigos; y si tratamos con
ellos será con la fuerza y majestad propia de una nación132.

En el mismo número de la Aurora, se publica una oda, proba-


blemente de la pluma de Henríquez, donde se explicita la necesidad
de un esfuerzo nacional en la lucha por lograr la libertad, y donde
se hace imperativa la revolución:

Ya todo se reúne
A sostener la Patria,
A sostener su esfuerzo,
Su vuelo y miras altas.
Copiapó, Guasco y Rungue
Le presentan la plata,
Y en Pelbia halla el hierro
Para forjar sus armas.

Hay juventud valiente,


Hay patriótica llama,
Hay honor, hay ingenio,
Hay deseo de fama,
Y sangre antigua y limpia,
Que será derramada,
Si la patria lo exige,
Y su junta lo manda.

Como hemos podido observar durante el análisis de las ideas


de Henríquez, el fraile fue mucho más que un difusor de las ideas
revolucionarias. Logró formar un pensamiento propio respecto
de la revolución, de la independencia, del desarrollo político de
América, etc., probablemente con poca originalidad, pero aún
así queriendo dar a la emancipación americana un fundamento
filosófico y político nacido de su personal análisis de la realidad.
132
Aurora de Chile, 4 de junio de 1812.

67
Francisco Píriz García de la Huerta

Además, sus ideas no sólo se quedan en el ámbito teórico, en una


especie de limbo filosófico, sino que las traspasó a una visión
práctica sobre el gobierno y el futuro de la emancipación.

El esplendor de Camilo Henríquez

Los primeros años de la lucha por la Independencia fueron


extremadamente complejos. Camilo Henríquez, como redactor
del único periódico nacional, fue sin duda protagonista y, a su
vez, espectador privilegiado de los dramáticos momentos que
vivió la patria durante esos años.
Ya a finales de 1811 entró en escena un personaje clave en la
trama de la historia de la insurrección chilena: hablamos de José
Miguel Carrera, el estereotipo del revolucionario de la época.
Su padre había sido vocal de la Primera Junta de Gobierno, y
en compañía de sus hermanos protagonizó la lucha más radical
contra los realistas. Carrera, que había estado varios años alejado
de Chile, después de estudiar en Europa arribó a Chile el 25 de
julio de 1811. Desde su llegada al país se puso al servicio de la
rebelión contra la península:

Aquella noche, después de los abrazos de mi familia,


me retiré a dormir en compañía de mi hermano don Juan
José, quien de algún modo me impuso de la situación de
mi país. Me dijo que llegaba en los momentos de una
revolución que se efectuaría a las diez del día 28; era
dirigida a quitar [a] algunos individuos del Congreso133.

El análisis que hacían los hermanos Carrera de la situación


política en Chile era similar a la que planteaba Henríquez. Se

133
Diario Militar de José Miguel Carrera, capítulo I, 25 de mayo de 1810 -
agosto de 1810.

68
Camilo Henríquez

creía que había muchos moderados y realistas que no permitían


el éxito de la revolución:

Pregunté por qué y para qué se pretendía tan estrepitosa


revolución; me dijeron: ‘el Congreso y parte de las tropas
están en poder de hombres ineptos y enemigos de la causa.
Toda la parte sana del pueblo clama por remediar este mal
y no se puede porque no hay libertad; es preciso acudir a
la fuerza que mandan los buenos patriotas, que es la única
esperanza que queda. Todos sacrificaremos nuestras vidas
por salvar la patria’134.

Carrera, en un manifiesto publicado luego de tomar las armas,


el 4 de diciembre de 1811, se propuso imprimirle a la revolución
chilena un impulso decidido, terminando con el letargo en el que
habían caído sus cabecillas. Criticó, además, la inmadurez de las
ideas políticas en Chile, la incompetencia del Congreso y la divi-
sión de la soberanía que había tenido lugar135. Este diagnóstico
era compartido por muchos patriotas, entre ellos Henríquez.
Se preparó un plan para derrocar a los moderados y realistas
del Congreso Nacional. El día 4 de septiembre de 1811 se llevó
a cabo un primer golpe de Estado, el cual fue insuficiente para la
exaltada voluntad de José Miguel. Por tanto, el 15 de noviembre
de ese mismo año, se realizó un segundo golpe, el cual derivó en
la disolución del Congreso el 2 de diciembre de 1811; Carrera se
hacía, entonces, del poder.
Camilo Henríquez siempre sintió una gran admiración por el
caudillo, a quien veía como un espíritu digno de seguir. Debemos
considerar que la aparición de una figura tan exaltada, en un
escenario hasta ese entonces marcado por la moderación, llevó
a que muchos de los que hasta ese momento se consideraban

134
Ibid.
135
«Manifiesto de José Miguel Carrera», 4 de diciembre de 1811, en Archivo
del General José Miguel Carrera, tomo II.

69
Francisco Píriz García de la Huerta

patriotas vieran en él a su líder natural. Sin duda, nuestro fraile


tuvo en tal consideración a Carrera, y el mismo caudillo tuvo
en alta estima a Henríquez.
Así queda demostrado en un escrito publicado en la Aurora.
Aunque en él no se nombra al prócer, y tampoco está firmado por
el redactor del periódico, es de consignar que el tipo de escritura
corresponde a la de Henríquez y, según el sumario publicado por
Julio Vicuña Cifuentes en 1903, el escrito versaría sobre la figura
del adalid patriota. En todo caso, la prueba más fiel radica en
la descripción que se da del protagonista del escrito, quien, en
esos momentos, no podría ser otro que Carrera:

El aire estaba en calma, y sin nubes; el horizonte de


parte del ocaso parecía más bello que el de la aurora,
cuando la filosofía habló así a un joven héroe, a quien
parece anima la [sic] alma de Tito, amor y delicias de la
especie humana. La providencia puso en vuestras manos
los destinos del país, en que visteis la luz; ella quiere que
sea dichoso, y os confía la ejecución de este alto designio.
Vuestro corazón arde por llenar las miras de la providen-
cia: él se complace en empresas arduas, y la superioridad
de vuestros talentos os ofrece recursos, os asegura un éxito
feliz. Yo apruebo, y os felicito por la excelencia de vuestros
planes. Yo admiro en vuestra juventud la experiencia de
la ancianidad136.

La relación entre Carrera y Henríquez comenzó a principios


de 1812, cuando el gobierno de aquel confió al «fraile de la Buena
Muerte» la redacción del primer periódico nacional. Quizás el
prócer vio con muy buenos ojos sus ideales patrióticos, por lo
que decidió entregar esta labor editorial a Henríquez.
Una de las obras más significativas del gobierno de Carrera
fue el Reglamento Constitucional Provisorio de 1812, promul-
136
Aurora de Chile, 6 de agosto de 1812.

70
Camilo Henríquez

gado el día 27 de octubre, y en el cual Henríquez participó acti-


vamente como miembro de la comisión redactora. Ciertamente
su pluma quedó marcada en esta constitución, la cual aún tenía
tintes moderados. En ella se puede ver una tentativa de generar
una monarquía parlamentaria, en la cual se reconocía como rey a
Fernando VII, pero donde la soberanía y el poder político residirían
en manos del pueblo. Uno de los puntos fundamentales es el artí-
culo 5º, que reza así: «Ningún decreto, providencia u orden, que
emane de cualquiera autoridad o tribunales de fuera del territorio
de Chile, tendrá efecto alguno; y los que intentaren darles valor,
serán castigados como reos de estado»137. Así, se enmascaraba la
proposición de independencia nacional. Es importante afirmar,
además, que la influencia de Henríquez se manifestó fuertemente
en el establecimiento de una monarquía parlamentaria. El mismo
fraile, en un artículo publicado en la Aurora de Chile, estableció
lo siguiente:

El gobierno británico es un medio entre la monarquía,


que se encamina a la arbitrariedad, la democracia, que
termina en la anarquía, y la aristocracia, que es el más
inmoral de los gobiernos, y el más incompatible con la
felicidad pública. Es pues un gobierno mixto en que estos
tres sistemas se templan, se observan, se reprimen. Su acción
y reacción establece un equilibrio en que nace la libertad138.

No obstante, la participación de Henríquez bajo el gobierno de


Carrera no se limitó a la redacción del Reglamento Constitucional.
En él, se establecía la creación de un Senado, compuesto de siete
miembros, uno de los cuales fue Camilo Henríquez, nombrado
secretario139. Él tuvo voz y voto en el primer Senado de Chile,

137
Reglamento Constitucional Provisorio de 1812, en <XXXIJTUPSJBVDIJMF
DM
138
Aurora de Chile, 28 de mayo de 1812.
139
Reglamento Constitucional Provisorio de 1812, op. cit.

71
Francisco Píriz García de la Huerta

reunido por vez primera el 1 de noviembre de 1812. Desde ahí


propuso varias iniciativas, como la supresión de la pena de muerte
y el establecimiento de colonias penales para reclusos. Incluso,
en el último número de la Aurora propuso la instauración de un
sistema judicial separado del poder político, acorde a su visión
de que los poderes del Estado debían ser independientes entre sí,
siendo cada uno libre y fiscalizador de los otros dos:

El poder judicial está absolutamente fuera de las


manos del poder ejecutivo, y aún del mismo juez.  No
solamente el depositario de la fuerza pública no puede
desplegarla hasta haber en cierto modo solicitado la per-
misión de los custodios de la ley, sino que estos últimos
no pueden hacer hablar a la ley, hasta obtener el permiso
y la aprobación del pueblo140.

Sin lugar a dudas, éstos fueron los momentos más felices y


audaces del «fraile de la Buena Muerte». Protagonista indiscutido
de los albores de la revolución chilena, dedicó toda su fuerza,
energía y talento al proceso de la Independencia chilena. Quién no
hubiera soñado, siendo fraile, alcanzar tanto poder e influencia,
y usar ambos atributos para el bien de la patria. Sin embargo,
nunca dejó de lado su labor como sacerdote, oficiando celebra-
ciones litúrgicas, como confesor y realizando labores propias de
un prelado. Acorde a su ministerio de la Buena Muerte, nunca
dejó de ayudar a los enfermos y necesitados.
Pero aún faltaba más. Luego de grandes esfuerzos por ela-
borar un plan de educación, y luego de proponer repetidas veces
la creación de un Instituto Nacional, vería concretado su sueño
educativo para la patria. No todo fue fácil, sin embargo, en esta
lucha por la instrucción pública. Varias veces debió criticar, desde

140
Aurora de Chile, 1 de abril de 1813.

72
Camilo Henríquez

su privilegiada tribuna, la ineficacia demostrada por el gobierno


en sus intentos por establecer un plan de educación:

Aun está sin establecerse el Instituto Nacional, aprobado


por las autoridades constituidas; y su falta es cada día más
sensible. Su plan comprende los objetos más interesantes,
y más indispensables; y no es posible adquirir y comunicar
en menos tiempo, ni con menos tantos conocimientos141.

Probablemente estas críticas surtieron efecto, ya que unos


meses después, el día 27 de julio de 1813, la junta aprobó la
creación del Instituto Nacional. Y el 10 de agosto de aquel año,
se fusionaron los tres establecimientos principales del país, el Se-
minario Conciliar, el Convictorio Carolino y la Academia de San
Luis, para así darle vida. En su cruzada por la educación llegó a
plantear que los sacerdotes fuesen también profesores e impulsores
de la libertad entre los jóvenes142.
Fue a fines de 1813 cuando se produjo el punto culminante
de su lucha, con la publicación de su Catecismo de los Patriotas.
Ya a finales del año anterior había escrito sobre la importancia
de la redacción de tal instrumento patriótico:

Un catecismo patriótico, escrito con la mayor sencillez,


claridad y brevedad, repartido a las escuelas para que los
niños lo tomasen de memoria, y lo recitasen en las plazas,
convidando antes a la plebe por carteles para que asistiese,
fuera sin duda muy útil143.

Los catecismos patrióticos fueron textos que circularon


durante el período revolucionario en España y América, y que
tenían por finalidad el dar a conocer y explicar ideas de libertad,
los derechos del hombre, las diversas formas de gobierno y las
141
Aurora de Chile, 19 de noviembre de 1812.
142
Téllez, op. cit., p. 83.
143
Aurora de Chile, 19 de noviembre de 1812.

73
Francisco Píriz García de la Huerta

instituciones políticas adaptadas a la nueva situación. Estos


catecismos utilizaron el formato dialogado de preguntas y res-
puestas, que provenía de los catecismos de la tradición cristiana,
para explicar ideas fundamentales de la revolución.
El Catecismo de los Patriotas está estructurado en tres ejes
fundamentales: la patria y las virtudes patrióticas y ciudadanas;
la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano; y
del gobierno y sus formas, y de la soberanía popular144. El nom-
bre mismo del catecismo, al hablar de «patriotas», refiere a que
Henríquez ya tenía la concepción de una conciencia nacional
diferenciada. Este escrito salió publicado en diferentes números
de El Monitor Araucano desde el 27 de noviembre de 1813, y
fue el resumen de sus ideas revolucionarias. En él, expuso el
compendio de todo lo que un patriota y la juventud chilena
debían saber sobre libertad e independencia. Es importante
recalcar este punto, ya que, a través de este catecismo, quiso no
sólo expresar sus ideas, ampliamente expuestas en la Aurora,
sino además quiso legarlo como un documento de enseñanza
para las nuevas generaciones.

–¿Qué es un Patriota?
–El amigo de la América y de la libertad.
El amor de la Patria es un sentimiento inspirado por
la naturaleza y sancionado por la religión. Como la Patria
es esta gran familia, esta sociedad de nuestros conciuda-
danos, que comprende todas las familias, debemos amar
a la Patria más que a nuestra familia, que es una entre
tantas. El interés personal está unido al bien de la Patria,
porque cada ciudadano participa de la felicidad y gloria
de la Patria145.

144
Cancino, Hugo, «La ideología de la Independencia de Chile y el discurso de
la Revolución Francesa», Uku Pacha: Revista de Investigaciones Históricas,
nº 12, julio de 2008, p. 110.
145
«Catecismo de los Patriotas», en Silva Castro, op. cit., p. 22.

74
Camilo Henríquez

Sin embargo, las cosas no marchaban tan bien para el país


como él hubiera soñado, y el desembarco de las tropas españolas a
principios de 1813 hizo renacer en nuestro fraile sus peores miedos
de opresión y violencia. Quizás se dio cuenta que en Chile podía
ocurrir lo mismo que tuvo que vivir y sufrir en Quito tres años
antes, y quizás también vio todo su esfuerzo patriótico desvane-
cerse ante el filo de las armas españolas. Sin ninguna duda, los
momentos de gloria llegaban a su fin, y una neblina densa y oscura
se posaba sobre los destinos del «fraile de la Buena Muerte».

Los años de la desazón

Hacia finales de 1812, los sucesos de la revolución chilena


habían llegado a oídos del Virrey del Perú, don José Fernando de
Abascal. Como buen realista, no podía permitir que los patriotas
chilenos se alzaran contra el gobierno español. Por ello, a fines de
1812 decidió enviar al capitán Antonio Pareja al mando de una
tropa, con la intención de restaurar el orden colonial en Chile.
En enero de 1813, Pareja desembarcó en las costas de la isla
grande de Chiloé y emprendió rumbo hacia el norte. Ahí obtuvo
dos victorias fundamentales: el 27 de marzo se apoderó de la
ciudad de Talcahuano, y el 29 tomó el mando de la ciudad de
Concepción, la segunda ciudad más importante del país. Se dirigió
luego hacia Chillán, con una avezada tropa de más de cuatro mil
hombres. El pánico debió cundir en Santiago y entre los patriotas,
que veían con temor el posible fin de la revolución.
La junta eligió a Carrera como general del ejército chileno,
quien organizó un improvisado contingente militar para ir al
encuentro de las tropas realistas. Debemos tener en cuenta que el
ejército chileno estaba compuesto por gente de escasa experiencia
militar y armamento. La primera batalla se dio en la localidad
de Yerbas Buenas, cerca de Linares, el 27 de abril de 1813, que

75
Francisco Píriz García de la Huerta

finalizó con los patriotas huyendo hacia San Carlos, donde vol-
vieron a combatir contra los realistas el 15 de mayo y obtuvieron
una pequeña victoria. Los españoles se replegaron hacia Chillán,
por lo que Carrera decidió establecer sitio a dicha ciudad para
menguar a los realistas. Lamentablemente, el sitio fue un fracaso
debido a la falta de tropas y armamento, y a la tenaz resistencia
de los soldados de la Corona.
Mientras esto sucedía en los campos de batalla, la vida de
Camilo Henríquez tomaría un giro inesperado. La Aurora de
Chile, obra magna de su pluma y pensamiento, llegó a su fin los
primeros días de abril de 1813. El último número apareció el día
primero de ese mes, marcando una de las épocas más notables
en la vida del «fraile de la Buena Muerte». En este hito final, nos
legó su visión sobre lo que ocurría en el sur del país:

…entonces, Ciudadanos, invaden nuestras costas cinco


miserables embarcaciones, que conduciendo desde Chiloé
y Valdivia cuatro forzados mercenarios provocan más la
compasión que la venganza. Estos son los restos impo-
tentes del despotismo expirante, que apenas presentan
objeto a las legiones de la patria146.

Quizás previniendo el fin de su periódico, Henríquez, en


este último ejemplar, tomó prestadas las palabras que Carrera
había escrito el día anterior en el Semanario Republicano, y a
través del prócer hizo su llamado más fuerte y emocionante a sus
compatriotas para que no claudicaran en la lucha por la libertad:

Descansad en la infatigable constancia de vuestro Go-


bierno; pero acompañadlo correspondidos en su gloriosa
marcha: no manchéis el nombre Chileno con los tiznes de
la debilidad, del egoísmo, de la desunión, e intriga (...) ya
se borró del diccionario político de Chile la funesta voz del
146
Aurora de Chile, 1 de abril de 1813.

76
Camilo Henríquez

moderantismo, no hay partido con los que han renunciado


los de la moderación y prudencia: sed constantes: conocéis
vuestros intereses verdaderos, y esperad sin zozobra del
gran Dios de la Victoria147.

Muchos se han cuestionado el porqué la Aurora de Chile llegó


abruptamente a su fin, a poco más de un año desde su primera
publicación. Aunque se podría pensar que nuestro fraile decidió
dar por acabado el ciclo de su periódico, lo cierto es que solo
cinco días después de que la Aurora fuese sacada de circulación,
apareció uno nuevo, titulado El Monitor Araucano y cuyo redactor
fue él mismo. Parece ilógico pensar que Henríquez haya optado
por poner fin a una publicación para reemplazarla por otra, más
aún teniendo en cuenta que se probaría muy inferior a la primera
en cuanto a la divulgación de su pensamiento.
Sabiendo que la censura se aplicó contra la Aurora nos pa-
rece más plausible, entonces, que se haya instruido clausurarla,
o por lo menos modificarla, para así poder regirse bajo los pa-
rámetros establecidos por la censura. La Aurora de Chile había
provocado muchas resistencias, por lo que nos aventuramos en
creer que el gobierno decidió suspender su publicación y fundar
inmediatamente otro periódico de carácter oficial más definido,
el cual, «por sus exiguas proporciones, se prestaba poco, además,
para continuar en él la obra de propaganda revolucionaria en la
forma amplia y verbosa en que la había planteado Henríquez en
la Aurora»148. Nació así El Monitor Araucano.
Este periódico salía cada día por medio, y duró, al igual que
la Aurora, un poco más de un año, llegando a su término el 30
de septiembre de 1814. Claramente la censura había hecho mella
en el espíritu del fraile, ya que El Monitor fue «menos brillante

147
Aurora de Chile, 1 de abril de 1813.
148
Vicuña Cifuentes, Julio (ed.), Aurora de Chile: 1812-1813. Reimpresión pa-
leográfica a pluma y renglón, tomo 1, Santiago de Chile, Imprenta Cervantes,
1903, Introducción.

77
Francisco Píriz García de la Huerta

y personal que la Aurora»149. En él prescindió de las ocurrencias


diarias e intentó evitar toda polémica150. Irónicamente, éste fue
mucho más periódico que el anterior, ya que concentró su labor
en las noticias e informaciones relevantes que llegaban de los
campos de batalla.
Sin embargo, nuestro fraile no dejaría de luchar por la patria
a través de su pluma; él veía caer a muchos compatriotas que
habían elegido dar la vida por la libertad, y él, que tanto había
entregado, no podía quedarse de brazos cruzados en estos mo-
mentos dramáticos. Pero esta vez era distinto: no había que pelear
con ideas, sino con algo más útil y práctico. Así, a través de El
Monitor Araucano canalizó los esfuerzos de muchos patriotas que
querían ayudar en la restauración de la independencia. Vemos
en estos meses, por ejemplo, la publicación de muchos artículos
dedicados a las donaciones hechas para la guerra:

Centenares de jóvenes, hijos y esperanzas de la Patria,


se agolpaban armados, pidiendo la ocasión de servirla y se
ha encargado la organización de estos preciosos cuerpos
a don Agustín de Izaguirre y don Pedro Nolasco Valdés,
que la aceptaron con gozo, y la ejecutan con actividad.
No contentos con emplear sus personas gratuitamente,
hacen oblación de sus fortunas151.

Incluso, se detallan las donaciones en dinero hechas por


distintos patriotas152:

149
Silva Castro, op. cit, p. 26.
150
Amunátegui, «Camilo Henríquez», en Narciso Desmadryl (ed.) Galería
Nacional, tomo I, p. 23.
151
El Monitor Araucano, 6 de abril de 1813
152
El Monitor Araucano, 6 de abril de 1813.

78
Camilo Henríquez

Donativos Pesos Rs.

Don Pedro del Solar, ha dado 500


Don Ignacio Luco 100
Don José Antonio Cañas 100
Don Conrado Walter 51.6
Don Andrés Gómez de Castro 48
Don Santiago Errázuriz 200
Dr. don Domingo de Errázuriz 200
Dr. don José Antonio de Errázuriz 500
Don Rudecindo Castro 50
Don Andrés Nicolás Ortega 50
Doña María Armijo 100
La misma en empréstito 100
Don Juan de Dios Vial del Río 1.000.00

Se resaltaba el esfuerzo que hombres públicos estaban rea-


lizando por la patria. Por ejemplo, se nos cuenta que «el doctor
don Mariano de Egaña ha ofrecido servir y está desempeñando
la Secretaría sin sueldo, del que ha hecho oblación»153. Pero tam-
bién Henríquez quería dar cuenta de los sacrificios que chilenos
humildes y anónimos hacían por la libertad de la patria:

Don Marcelino José de Maturana, cuatro pesos, una


res gorda, cuarenta cargas de paja y más si se necesita, una
espada, y un potrero seguro con buenos pastos para las
animales; además ofrece dar seis fanegas de harina.
Don Santiago Aliaga, dos reales.
Don José Antonio Verdugo, seis fanegas de cebada.
Don José María Espinoza, un peso.
Juana Valdés, cuatro zapallos por no tener otra cosa
que dar.
Doña Francisca Moraga, ocho líos de charqui.
El Presbítero don Timoteo Arratia, doce pesos.
El Presbítero don Andrés Arriagada, doce pesos.

153
El Monitor Araucano, 18 de mayo de 1813.

79
Francisco Píriz García de la Huerta

El Padre F. Leonardo Meneses, Teniente-Cura de esta


villa, una espada vieja, sin vaina.
El Convento de San Francisco, veinticinco pesos y una
Rogativa que con Solemnidad de misa cantada, y asis-
tencia de su Comunidad, hace por el triunfo de nuestras
armas, contra los piratas y sus aliados154.

Mas, lo que había comenzado positivamente para las fuerzas


independentistas fue rápidamente tornándose en un complejo es-
cenario. El 17 de octubre de ese mismo año los realistas atacaron
a los patriotas en El Roble, tomando por sorpresa a las tropas
chilenas. Carrera estaba completamente exhausto, y solamente el
auxilio de O’Higgins impidió una debacle aún mayor. De hecho,
la leyenda nos ha legado que, durante esta batalla y cuando los
patriotas estaban siendo masacrados, O’Higgins tomó el fusil
de un soldado muerto, y pronunció una de sus frases más céle-
bres: «O vivir con honor, o morir con gloria. El que sea valiente,
sígame»155.
El descontento en Santiago ante la labor de Carrera iba en
franco aumento al ver que las tropas chilenas no podían contra-
rrestar el poderío del ejército realista. Ya el sitio a la ciudad de
Chillán había sido muy criticado por los criollos, pero la pacien-
cia se agotó después de la batalla de El Roble, donde O’Higgins
probó ser un general mucho más capacitado. Así, la junta decidió
entregarle el mando de las tropas a don Bernardo O’Higgins, el
día 27 de noviembre de 1813, en desmedro de Carrera. El «cau-
dillo exaltado» recibió con rabia y pesar la noticia, pero el 1 de
febrero de 1814 entregó el mando a su compañero. Durante esos
mismos días desembarcó en Arauco el brigadier español Gabino
Gaínza, con otros ochocientos soldados realistas, haciendo más
difícil todavía el panorama para los patriotas.

154
El Monitor Araucano, 18 de mayo de 1813.
155
Téllez, op. cit., p. 102.

80
Camilo Henríquez

Henríquez no estuvo ajeno al curso de los acontecimientos,


y seguramente debió haber sufrido mucho ante el drama que se
cernía sobre el ejército chileno. Por ello, criticó de manera explícita
la ineficacia e inoperancia del gobierno para enfrentar la guerra.
Sólo un par de semanas después de la batalla de El Roble, nuestro
fraile no se guardó nada a la hora de describir la penosa situación:

A ciegas, se ha caminado desde el principio de la revo-


lución; cuando más se necesitaba la celeridad, actividad y
sistema en las operaciones, se organizó el gobierno de ma-
nera que forzosamente había de ser lento y tardío. Se puso
en manos de muchos, en vez de confiarse a un hombre de
bien y de talento que obtuviese la confianza general. Si no
se hallaba un hombre a propósito, para un cargo semejante,
menos se podía esperar de la reunión de muchos inútiles.
A lo menos, uno solo no habría malgastado el tiempo en
disputas y disensiones sin término ni fruto156.

Es importante recalcar que el discurrir de los acontecimientos


finalmente dio la razón a nuestro fraile. El avance de los españoles
alarmaba a los patriotas en Santiago, y especialmente al gobier-
no. Después de varias tratativas el 7 de marzo de 1814 la Junta,
compuesta en esos momentos por José Miguel Infante, Agustín
Eyzaguirre y José Ignacio Cienfuegos, dejó el mando en las manos
de don Francisco Antonio de la Lastra, para así hacer más eficiente
la labor gubernativa en tales complicados momentos.
Una de las primeras medidas de la nueva autoridad fue rem-
plazar la Constitución de 1812 por un nuevo Reglamento Consti-
tucional, que se promulgó el 17 de marzo de 1814. Y nuevamente
vemos a nuestro fraile en materias políticas, ayudando a su manera
a la causa de la revolución. Al igual que la vez anterior, fue uno de
los integrantes de la comisión redactora de dicho reglamento. Lo
fundamental de este acontecimiento es que Henríquez fue elegido

156
Semanario Republicano, 6 de noviembre de 1813.

81
Francisco Píriz García de la Huerta

para tal comisión por el Senado157, lo que habla de la estima que


se le tenía entre los patriotas y criollos más importantes de su
época. Este Reglamento Constitucional fue el primero que dele-
gó el poder ejecutivo en una sola persona, a quien se le daría el
título de Director Supremo.
Además, don Francisco de la Lastra formó un Senado con-
sultivo, en el cual el sacerdote también participó:

Santiago, 17 de Marzo de 1814.


A propuesta de la junta de corporaciones, he venido a
nombrar para el digno cuerpo del Senado consultivo a los
beneméritos ciudadanos don José Antonio de Errázuriz,
don José Ignacio Cienfuegos, Camilo Henríquez, don
José Miguel Infante, doctor don Gabriel Tocornal y don
Francisco Ramón Vicuña.
Para que tenga efecto, imprímase y circúlese158.

La situación política mejoraba… lamentablemente, la rea-


lidad en los campos de batalla se hacía cada vez más difícil.
Los sucesivos fracasos militares y las críticas contra Carrera
desmoralizaron al grueso de los patriotas. Comenzó entonces
a considerarse la posibilidad de llegar a un acuerdo donde se
consiguiera la anhelada paz. Además, hubo otras razones que
llevaron a los criollos a desear un acuerdo pacífico: el país estaba
viviendo una crisis financiera debido a la guerra y, como pudi-
mos observar en El Monitor Araucano, las donaciones fueron
fundamentales para sostener la lucha por la independencia. Por
otra parte, las noticias que llegaban desde el extranjero eran muy
poco alentadoras. Hay que hacer hincapié en un hecho relevante:
las provincias americanas creyeron que la Corona española no
mandaría refuerzos mientras durase la guerra contra Francia,

157
Téllez, op. cit., p. 107.
158
Decreto de don Francisco Antonio de la Lastra, en Téllez, op. cit., p. 107.

82
Camilo Henríquez

pero el 21 de junio de 1813 se había expulsado de España a José


Bonaparte y Fernando VII volvía a su trono, triunfante.
Al respecto, uno de los infortunios que más mermaron el
espíritu de libertad de los patriotas fue la situación en que se
encontraba el resto de América. En todas las provincias las revolu-
ciones sufrían derrotas a manos de las tropas realistas, y en Chile
la situación no era diferente159. Además, de la Lastra mantenía el
convencimiento de que más temprano que tarde España enviaría
una expedición lo suficientemente poderosa como para someter
a Chile en pocos días. Así, la idea de suscribir un tratado de paz
estuvo cada vez más cerca.
La firma del Tratado de Lircay, que se suponía iba a poner fin
a la guerra, se firmó el 3 de mayo de 1814, entre el brigadier Gaín-
za y los representantes del gobierno chileno, Bernardo O’Higgins
y Juan Mackenna. Uno de los artículos más controversiales del
tratado fue el primero:

Se ofrece Chile a remitir diputados con plenos poderes


e instrucciones, usando de los derechos imprescriptibles
que le competen como parte integrante de la monarquía
española, para sancionar en las Cortes la Constitución que
éstas han formado, después que las mismas Cortes oigan
sus representaciones; y se compromete a obedecer lo que
entonces se determinase, reconociendo como ha recono-
cido por su monarca al Sr. D. Fernando VII y la autoridad
de la Regencia, por quien se aprobó la Junta de Chile;
manteniéndose entre tanto el Gobierno interior con todo
su poder y facultades, el libre comercio con las naciones
aliadas y neutrales, y especialmente con la Gran Bretaña, a
la que debe la España, después del favor de Dios y su valor
y constancia, su existencia política160.

159
Encina, op. cit, p. 610.
160
Convenio celebrado entre los jenerales de los ejércitos titulados Nacional y
el del Gobierno de Chile, en <XXXIJTUPSJBVDIJMFDM

83
Francisco Píriz García de la Huerta

Después de un largo tiempo de lucha por la independencia,


se volvía a reafirmar la lealtad de Chile hacia Fernando VII, e
incluso se asumía que el país formaba parte integral de la mo-
narquía española. Además, los patriotas debieron abandonar
la bandera que doña Javiera Carrera había creado, volviendo
a sostener el estandarte español. Según Encina, la noticia del
Tratado fue recibida con júbilo por la mayoría de los criollos. Es
más, en El Monitor Araucano apareció la noticia de que la paz
se había anunciado con repique general de campanas y salvas
de artillería161. En todo caso, la vigencia del documento fue muy
corta, ya que Gaínza no cumplió con los términos estipulados, y
cuando la noticia llegó a oídos del virrey Abascal, éste desconoció
el acuerdo y envió a un nuevo general, don Mariano Osorio162.
Lamentablemente no sabemos la postura que nuestro fraile
tomó frente a estos acontecimientos. Sin embargo, nos parece
imposible que él haya participado del júbilo popular por este
acuerdo; para él, volver a declarar la fidelidad a Fernando VII
era prácticamente una traición a la patria. Esto es confirmado
por la opinión que tuvo del gobierno de Francisco de la Lastra:

El nuevo Director, confiado en unos tratados no


sancionados por el gobierno de Lima, se entregó a una
seguridad letárgica. El erario se exhaustó, se disminuyó
por sí misma la fuerza militar; no se dio un paso para
levantar tropas y prepararse para lo futuro, no se enviaron
a Lima diputados para negociar la paz, y llegó a tal punto
la inacción que ni aún se escribió a aquel gobierno163.

En todo caso, su desesperanza duró poco, ya que el tra-


tado finalmente quedó en nada, reanudándose la lucha por la
161
El Monitor Araucano, 10 de mayo de 1813.
162
Encina, op. cit., pp. 609-630.
163
Henríquez, Ensayo acerca de las causas de los sucesos desastrosos de Chile,
op. cit., p. 185.

84
Camilo Henríquez

independencia. Ya incluso antes de la firma del Tratado, el des-


contento de los patriotas más exaltados por las tentativas de paz
fue en aumento. Tanto así, que los carrerinos decidieron hacerse
nuevamente del poder. El 23 de julio de 1814 José Miguel Carre-
ra ejecutó un nuevo golpe de estado, el cual depuso al Director
Supremo y volvió a dar aires revolucionarios al gobierno chileno.
Para su pesar, la mayoría de los criollos no estuvieron contentos
con este acontecimiento, y Carrera sólo fue apoyado por algunos
seguidores apasionados y su tropa164. En todo caso, en un primer
momento el prócer intentó hacer valer el Tratado, yendo incluso
contra su espíritu revolucionario, sin embargo, se dio rápidamente
cuenta que no estaba en condiciones de continuar luchando contra
los realistas.
El «fraile de la Buena Muerte» fue de los pocos que apoya-
ron y secundaron a Carrera. Para él, todo lo que importaba era
la revolución:

Depuesto justa, pero ilegalmente, el Director Lastra, y


colocado al frente de los negocios públicos el ciudadano
José Miguel Carrera, desplegó este nuevo magistrado la
pasmosa actividad de su genio en levantar tropas, recoger
dispersos y engrosar el erario. Mas no era lo mismo levan-
tar tropas que disciplinarlas y formarlas; no se puede en
pocos días, ni en circunstancias difíciles, crear oficiales de
honor y pericia165.

Claramente, el Tratado de Lircay y la actitud de la mayoría


de los criollos frente a las autoridades españolas irritó de sobre-
manera a Henríquez. No podía concebir que sus compatriotas
prefirieran parlamentar con el opresor antes que luchar por la
libertad:

164
Encina, op. cit., pp. 645-646.
165
Henríquez, Ensayo acerca de las causas de los sucesos desastrosos de Chile,
op. cit., p. 185.

85
Francisco Píriz García de la Huerta

Muchos y los más condecorados del malhadado ejér-


cito preferían la dominación española a la de Carrera, si
no para sí mismos, a lo menos para el país, sacrificando la
gran causa a intereses del momento, sin advertir cuán fe-
cundas en sucesos inesperados son las revoluciones, y que
nuestro único objeto debe ser la libertad e independencia,
dejando para mejores tiempos todo lo concerniente a la
libertad civil y al establecimiento de la conveniente forma
de gobierno, que deben dictar las existentes circunstancias,
costumbres, vicios y preocupaciones, y que por sí misma
establezca la madre naturaleza166.

Y he aquí una de las lecciones más trascendentales que nos


legó el religioso. No sólo fue uno de los primeros que dieron
cuenta de la necesidad de luchar por la independencia del poder
colonial, sino que además en los momentos más dramáticos de la
revolución, cuando la mayoría de sus compatriotas anhelaban la
paz, incluso a costa de la libertad, él siguió luchando y creyendo
en la patria. Cuando muchos claudicaron, él no se dio por venci-
do, sin bajar nunca su pluma. Sólo por esto, Camilo Henríquez
se ganó un lugar en la historia de nuestra nación.
Pero también nuestro fraile veía con preocupación los acon-
tecimientos que estaban ocurriendo, ya que las tensiones entre
Carrera y O’Higgins iban cada vez más en aumento. El «caudillo
exaltado» estaba más preocupado de consolidar su gobierno que
de luchar contra los españoles, mientras que muchos criollos
clamaban a O’Higgins que derrocara a la nueva dictadura ilegí-
tima167. Y, para oscurecer aún más el panorama, el 1º de agosto
de 1814 desembarcó en Talcahuano don Mariano Osorio, quien
venía a reforzar y a hacerse cargo del ejército realista.
A pesar de los llamados a la unidad que Henríquez hacía a
ambos líderes, las diferencias se hicieron irreconciliables:
166
Ibid.
167
Encina, op. cit., pp. 656-661.

86
Camilo Henríquez

Desgraciadamente el ejército que residía en Talca al


mando del general O’Higgins no reconoció el nuevo go-
bierno; se puso en marcha contra Carrera que acopiaba
tropas en la capital, y entretanto el general Osorio avanzó
hasta treinta leguas de Santiago sin hallar resistencia algu-
na, porque nuestro mal aconsejado ejército abandonó la
posición del río Maule, distante ochenta leguas de Santiago,
donde se pudo detener al enemigo y disputarle el terreno
recibiendo refuerzo de Santiago168.

Así, el día 23 de agosto de ese mismo año, en la batalla de


Las Tres Acequias, se enfrentaron los ejércitos de ambos bandos
en una cruenta lucha entre patriotas. Los seguidores de Carrera
lograron resistir y vencer a las tropas de O’Higgins, quien huyó
hacia Maipú. Mientras preparaba una segunda avanzada contra
las tropas carrerinas, le llegó la noticia de que Osorio había arriba-
do a Chile con refuerzos, por lo que decidió ponerse al servicio de
Carrera para poder luchar contra los realistas. Lamentablemente,
las disensiones entre ambos líderes continuaron. Los hermanos
Carrera eran partidarios de defender Angostura de Paine, lugar que
en teoría era más favorable para establecer posiciones defensivas,
pero que está más cerca de Santiago. En la otra vereda, O’Higgins
era partidario de obstaculizar el avance español empezando por el
río Cachapoal, inmediatamente al sur de Rancagua. Esta zona era
más difícil de defender, pero permitiría ganar tiempo y preservar
parte del territorio. Finalmente, lograron llegar a un acuerdo el 8
de septiembre: Carrera se mantendría en la capital a cargo de la
organización general, mientras O’Higgins trataría de contener a
los realistas al sur del río Cachapoal.
El mismo O’Higgins logró mantener a raya a los españoles
durante todo septiembre. Pero el día 30 de ese mes las tropas de
Osorio cruzaron el río sin dificultad. La tercera división, comanda-

168
Henríquez, Ensayo acerca de las causas de los sucesos desastrosos de Chile,
op. cit., p. 185.

87
Francisco Píriz García de la Huerta

da por Luis Carrera, se encontraba en la zona de San Francisco de


Mostazal, mientras que las divisiones comandadas por el futuro
Director Supremo se defendían en Rancagua. Nuestro fraile, años
después de estos trágicos momentos, lamentó la desunión del
ejército y criticó a O’Higgins por la estrategia errada de batalla:

Este artículo es odiosísimo; no se sabe por qué nues-


tra fuerza se encerró en Rancagua, y no se reunió con la
tercera división en la ventajosa posición de Mostazal. Se
aseguró que el general Carrera, que se hallaba en este
punto, no fuera obedecido. Sea lo que fuere, lo cierto es
que es extraño este descalabro, y que después de la derrota
no se reuniesen los que salieron de Rancagua a la tercera
división en la Angostura o en otro punto. Atendiendo a
la indisciplina e insubordinación de nuestras tropas y a
otras causas que se exponen en la segunda parte de este
ensayo, es un asombro, como dijo el general Carrera al
gobierno, el que hubiésemos tardado tanto tiempo en ser
subyugados169.

Al día siguiente, el 1 de octubre, las tropas al mando de


Osorio comenzaron el ataque sobre los patriotas apostados en la
ciudad de Rancagua. La batalla duró hasta el día siguiente, donde
se consumó la derrota del ejército chileno. Lamentablemente,
José Miguel Carrera estaba con sus fuerzas en los alrededores,
pero no fue en ayuda de sus compatriotas. El porqué José Miguel
Carrera no atacó nunca ha sido satisfactoriamente explicado. Es
posible que él estuviera a la espera del repliegue de O’Higgins
hacia Angostura. Quizás influyó en su decisión la enemistad entre
ambos, o quizás la falta de comunicación previa a la batalla. Lo
que sí sabemos es que Carrera explicó en su diario militar que
su avance fue para apoyar una retirada, de acuerdo con el plan

169
Henríquez, Ensayo acerca de las causas de los sucesos desastrosos de Chile,
op. cit., p. 186.

88
Camilo Henríquez

anterior al comienzo de la batalla, y no para entrar a combatir


directamente con los realistas170.
El día 2 de octubre, la situación de los patriotas se hizo in-
sostenible. En un último intento por salvar el honor, a eso de las
cuatro de la tarde, O’Higgins y sus soldados se lanzaron a la carga
a través de las líneas enemigas:

Los que habían quedado dentro de la plaza, continuaron


resistiendo. Merecen un especial recuerdo los oficiales Ova-
lle y Yáñez; el primero sostuvo la bandera en lo más recio
de la reyerta hasta que fue herido; el segundo le sustituyó
en su puesto y murió defendiendo la enseña de Chile. Otros
valientes como el capitán don José Ignacio Ibieta, rotas
las dos piernas, puesto de rodillas y con sable en mano,
guardó el paso de una trinchera, hasta que sucumbió bajo
innumerables golpes, a pesar de que el mismo Osorio había
mandado dejar la vida171.

El desastre de Rancagua estaba consumado y había expirado


así el último grito de la Patria Vieja. Mariano Osorio ya había
entrado triunfal a Santiago con sus tropas el 5 de octubre, y
muchos patriotas debieron autoexiliarse del país por miedo a las
represalias. El «fraile de la Buena Muerte» se había dado cuenta
de que su hora también había llegado. Partió, junto a cerca de
cuatro mil compatriotas, rumbo a la ciudad de Mendoza a través
del paso de Uspallata, y de ahí siguió su camino hacia Buenos
Aires, donde pasó su existencia hasta 1822.
No podemos sino imaginar el enorme dolor que pesaba en
su espíritu al tener que dejar la patria, tierra sagrada para él, y
por la cual había dedicado todos sus esfuerzos. Probablemente,
mientras recorría el camino de los Andes, y vivía el frío, el hambre
170
Encina, op. cit., pp. 656-661.
171
Benavente, Diego, Memoria sobre las primeras campañas en la guerra de la
Independencia de Chile, Santiago, Imprenta de la Opinión, 1845, pp. 120-
140.

89
Francisco Píriz García de la Huerta

y la desesperación, mantenía en su corazón la esperanza de ver


a su patria alguna vez libre del yugo español, tal como él la ha-
bía soñado. Pero aún faltaba mucho para eso, y a él le quedaba
mucho por hacer en la lucha por la independencia.

90
Tercera Parte

Exilio y muerte de Camilo Henríquez

Los difíciles días del fraile en Argentina

A finales de 1814 nuestro «fraile de la Buena Muerte» había


llegado a Buenos Aires, luego de un largo viaje de exilio desde
su patria. Durante los primeros meses de su estada en la capital
trasandina, se dedicó fervientemente al estudio de las ciencias y de
las letras, tal como hacía ya varios años lo había hecho en Lima.
Decidió ampliar sus conocimientos estudiando medicina, recibién-
dose de médico tiempo después. Su nueva profesión le alcanzaba
para obtener algo de sustento, pero debió también hacer frente a
la miseria de muchos compatriotas suyos que habían huido de la
segura persecución realista.
Muchos chilenos llegaban a su casa buscando salud, sin tener
los medios para pagar la consulta. Al igual que él, ellos habían
arribado con lo puesto a Argentina y era muy difícil conseguir
los recursos para salir de la miseria en la cual se encontraban vi-
viendo. Henríquez nunca les negó una visita, e incluso se apiadó
de los más necesitados, regalándoles alguna moneda para que
pudieran comprar las medicinas. Quizás vio en este gesto una
ayuda simbólica a la causa de la patria, o, siguiendo el llamado de
la misión impuesta por su orden, dedicó sus esfuerzos a auxiliar a
91
Francisco Píriz García de la Huerta

los enfermos. Lo cierto es que nuestro fraile demostró su genero-


sidad y calidez humana en estos momentos tan duros para él y
sus coterráneos, quienes necesitaban desesperadamente aferrarse
a una esperanza de volver algún día a su tierra.
A finales de 1814 fue elegido regidor del Cabildo de Buenos
Aires, retomando la fructífera vida política que tuvo en Chile.
Aunque este dato parece no tener la suficiente importancia, hay
que comprender el enorme valor que tiene su elección como
regidor: Henríquez nunca había estado en Argentina y a pocos
meses de llegado a Buenos Aires, ocupó un puesto que proba-
blemente muchos criollos argentinos anhelaban. Que haya sido
electo regidor demuestra tanto su importancia como actor polí-
tico como la estima y fama que había adquirido más allá de las
fronteras de su propia patria.
El enorme prestigio que había alcanzado el sacerdote en Ar-
gentina, gracias a su incansable labor por la revolución chilena,
lo llevó incluso a ser nombrado redactor del periódico La Gaceta
de Buenos Aires, cargo que ejerció desde abril hasta noviembre
de 1815. No sabemos por qué sólo estuvo menos de un año a
cargo de su redacción, pero es posible que se haya debido al
extraño panorama periodístico de la capital trasandina. Existía
otro periódico, además de La Gaceta, llamado Observaciones.
Uno se dedicaba a atacar al gobierno y otro a defenderlo. Así,
se le propuso en noviembre de 1815 a Henríquez que escribiera
también en Observaciones, lo que hubiera producido la ironía
de contradecirse a sí mismo. Por tanto, indignado, decidió dejar
el cargo en La Gaceta172.
Comenzó la época más dura de su existencia en Argentina,
viviendo en la miseria y tratando de subsistir trabajando en lo
que se le presentara. Tan precaria era su situación, que incluso
llegó a dedicarse a fabricar cigarrillos junto a otros compatriotas.
172
Téllez, op.cit., p. 128.

92
Camilo Henríquez

Sin embargo, su espíritu no se derrumbó a pesar de la falta de


recursos, y siguió dedicando su tiempo a los estudios y a atender
a quienes necesitaban de su ayuda médica, sin recibir suficiente
dinero por su abnegada labor.
Y fue en estos momentos donde más tuvo presente el recuerdo
de su patria. El 20 de enero de 1817 comentaba frente a un gru-
po de amigos argentinos que «no pasará mucho tiempo sin que
el pabellón de Chile aparezca formidable en el mar Pacífico»173.
Además, las noticias que recibía del otro lado de los Andes debie-
ron inquietarlo en demasía durante estos años, haciendo que sus
pensamientos estuvieran puestos en los destinos del país.
Pero él no podía estar alejado de las letras mucho tiempo
y no obstante su lastimosa condición, esta vez le fue ofrecido el
mal remunerado cargo de redactor del periódico El Censor, que
se publicó por primera vez el 20 de febrero de 1817, pertenecien-
te al cabildo de Buenos Aires. Lamentablemente, nuestro fraile
comenzó a sufrir problemas de salud, y, aquejado por diversas
enfermedades, debió abandonar la redacción de dicha publicación
el 11 de julio de 1818.
Durante sus años en Argentina, el «fraile de la Buena Muer-
te» vivió una verdadera batalla interna sobre sus ideas. Con el
fracaso de la revolución en 1814, todos sus sueños y esperanzas
de ver a su patria libre se derrumbaron. Los fuertes cimientos que
solventaban su pensamiento radical y emancipador comenzaron a
colapsar, y comenzó a dudar sobre los destinos de la lucha por la
independencia de su tierra. Henríquez se desahogó en un Ensayo
acerca de las causas de los sucesos desastrosos de Chile, escrito en
1815, y que iba dirigido al Director Supremo de Argentina, don
Carlos del Vivar. El ensayo está dividido en dos partes; la primera
está dedicada a los sucesos que llevaron al desastre de Rancagua,
y la segunda hace referencia a las causas morales del fracaso de la

173
Ibid., p. 129.

93
Francisco Píriz García de la Huerta

revolución. Y es en esta segunda parte donde vemos al religioso


claudicar de todo aquello por lo que había luchado.
Según su visión, el éxito y destino de una revolución depen-
den del estado en que se encuentre un pueblo al momento de
ella. Para él, Chile no estaba preparado, entonces, para luchar
contra el dominio español, y «atendiendo pues al estado y cir-
cunstancias en que sorprendió a Chile su no meditada y repen-
tina revolución, no era difícil anunciar su resultado y la serie de
sucesos intermediarios»174. Las formas republicanas contradecían
ampliamente la cultura, la religión y las costumbres del pueblo
chileno, culpando de esta manera al sistema colonial como uno
de los factores fundamentales del fracaso de la revolución, ya
que el pueblo había crecido bajo hábitos que no eran acordes a
una república.
Criticó también duramente a los criollos de su patria, porque
«nadie entiende los libros franceses; ninguno los ingleses; así pues
las obras filosóficas liberales les eran tan desconocidas como la
geografía y las matemáticas»175. Nuevamente vemos cómo apuntó
sus dardos contra la dominación colonial, ya que la ignorancia
de su pueblo «es obra de largo tiempo y política»176. Después
de haber vivido luchando por la emancipación, llegaba nuestro
fraile a la conclusión de que el esfuerzo había sido en vano, ya
que el yugo español había hecho trizas la libertad y capacidad
del pueblo chileno.
Creía que el sistema republicano era impracticable, debido
a que no existía el desarrollo cultural para establecerlo. «La
plebe adora el nombre del rey, sin saber qué es; ella juzga que
únicamente debe pelearse por la ley de Dios, sin observarla y
sin saber qué es ley y qué es Dios». Por ello es que nuestro fraile
174
Henríquez, Ensayo acerca de las causas de los sucesos desastrosos de Chile,
op. cit., p. 186.
175
Ibid., p. 187.
176
Ibid.

94
Camilo Henríquez

aprendió, después del fracaso estrepitoso de la revolución, que la


monarquía era la forma adecuada de gobierno para Chile:

Es indispensable que la autoridad suprema resida en


persona de muy alto, y si es posible de augusto nacimiento,
para que se concilie el respeto interior y sea reconocida y
no despreciada de las provincias. Es indispensable revestirla
de poder y fuerza para que se haga obedecer y temer177.

¿Habría dado el pensamiento de nuestro fraile un giro tan


drástico? ¿Creería en su interior que todo por lo que luchó fue
en vano y que la revolución no tendría futuro? No nos parece
que haya sido así; más bien, es la desazón y el dolor del exilio
quienes hablan en este ensayo. Quizás Henríquez, aún tratando
de encontrar una explicación para el fracaso de los patriotas,
buscó desahogar su rabia, su tristeza y su impotencia frente a lo
que había sucedido. Ciertamente no fue un monárquico, y este
ensayo no significó más que un arrebato frente a ese revés, que
aparecía inevitable en el horizonte.
Sin embargo, esta actitud dubitativa frente a los destinos de
la revolución duró muy poco. Mientras era redactor de El Censor,
dedicó parte de su tiempo a las artes escénicas, fundando la Socie-
dad del Buen Gusto del Teatro, con el fin de representar buenas
obras teatrales. Más aún, él mismo escribió dos obras de teatro
basadas en los dramas de la independencia: Camila o la Patriota
Sud Americana, de 1816, y La Inocencia en el Asilo de las Virtu-
des, la cual nunca fue impresa. En ellas nuestro fraile retomó su
pensamiento revolucionario original, disipando así los miedos y
las dudas frente a la lucha por la independencia:

Sin duda, la América será libre, confío en Dios: el fuego


de la libertad ha de conmover toda su vasta masa; pero

177
Ibid., p. 186.

95
Francisco Píriz García de la Huerta

antes que llegue la última escena de este drama interesante;


¡cuánto nos hace padecer la injusticia!178.

Existe una discusión en torno a si estas obras fueron vistas


por el público o no. Según Raúl Téllez, ambas fueron estrenadas
por su sociedad teatral, pero no tuvieron la acogida del público
que nuestro fraile esperaba. Silva Castro, en cambio, asegura
que nunca fueron dadas a conocer. Lo único cierto es que los
especialistas concuerdan en un punto: sus escritos carecen de
un argumento atrayente, y fueron una mera excusa para dar a
conocer sus planteamientos políticos. Por ejemplo, Andrés Sabella
dijo que el político dentro del fraile ahogó al escritor, y Eugenio
Pereira Salas planteó que los personajes de ambos textos eran
simples símbolos de sus ideas. Amén de las críticas recibidas, fue
loable su esfuerzo por dar a conocer sus ideas revolucionarias
utilizando todas las herramientas a su alcance. Además, debemos
rescatar la infinita curiosidad de Henríquez, que abarcó las más
diversas áreas de las ciencias y las letras.
Los últimos años de su existencia en Buenos Aires fueron
tristes; ya había abandonado el trabajo periodístico por motivos
de salud, y «mordía el resentimiento de que sus dramas, para
él insignes, quedaran ignorados por todos»179. Aunque se había
regocijado sobremanera con el triunfo patriota sobre las tropas
españolas, no tenía los medios económicos para volver a Chile.
Además, Bernardo O’Higgins ya había sido electo Director Supre-
mo, y nuestro fraile, que había sido acérrimo partidario de José
Miguel Carrera, quizás no se sentía con la confianza de retornar
a su patria. Pero fue el mismo Director Supremo quien le tendió
una mano de ayuda, acordándose de la enorme contribución de
Henríquez a la causa de la revolución chilena. El 1 de octubre

178
Henríquez, La Camila o la Patriota de Sudamérica, op. cit., p. 17.
179
Montt, op. cit., p. 87.

96
Camilo Henríquez

de 1821 O’Higgins lo nombró Capellán del Ejército, cuando


aún se encontraba allende los Andes. Y el 15 de noviembre de
ese mismo año, le envió una carta invitándolo a ayudar en «las
penosas tareas de gobierno»:

Aunque en este último período de la libertad de Chile


ha guardado usted tanto silencio que ni de nuestro suelo
ni de mí se ha acordado en sus apreciables producciones,
que siempre se conocen por la inimitable dulzura y juicio
que las distinguen, yo quiero ser el primero en renovar una
amistad que me fue tan amable y que puede ser útil al país
en que ambos nacimos. Muchas veces he deseado escribir a
usted ofreciéndomela y aún invitándole a su regreso; pero
no quería ofrecer lo que no fuese equivalente, o mejor, de
lo que usted disfrutase, y aún esperaba la terminación de
la guerra para que ni ésta retrajese a usted en venir.
Ahora, pues, que la libertad del Perú ha asegurado
la nuestra; ahora que nuestra República debe empezar a
engrandecerse, es cuando escribo ésta para proponerle el
que venga al lado de su amigo, a ayudarle en las penosas
tareas del gobierno. Los conocimientos y talentos de usted
son necesarios a Chile y a mí; nada debe, pues, retardar su
venida cuando la amistad la reclama [...].
Cualquiera que sea la comodidad con que en ésa le
brinden, yo le protesto que las que le proporcionaré no le
serán desagradables, y sobre todo usted no debe apetecer
más gloria que la de contribuir con sus luces a la dirección
de esta República que le vio nacer. No le arredren a usted
ni la preocupación ni el fanatismo: usted me ha de ayudar
a derrocarlo con tino y oportunidad180.

La respuesta de nuestro fraile no se hizo esperar. El 1 de


enero de 1822 le envió al prócer una misiva informándole de sus
enormes deseos de retornar a su patria:

180
«Carta de invitación de Bernardo O’Higgins a Camilo Henríquez», 15 de
noviembre de 1821, en Raúl Silva Castro, op. cit., pp. 31.

97
Francisco Píriz García de la Huerta

Buenos Aires, enero 1 de 1822


Excelentísimo Señor:

Mi siempre amado y admirado paisano, yo dejo al mag-


nánimo corazón de Vuestra Excelencia, sentir y calcular mis
afectos de reconocimiento y admiración al leer su cariñosa
y generosa comunicación de 15 de Noviembre último.
Partiré con la brevedad posible para esa nuestra dulce
patria a admirar las grandes cosas e intentos inmensos
que he sabido, aunque muy en globo, que va debiendo a
Vuestra Excelencia, y que aquí son poco conocidos; sin
embargo de que voy con una especie de temor, porque
Vuestra Excelencia ha formado una idea demasiado ven-
tajosa de mi mediocre aptitud.
Un extranjero que escribía en un país devorado de
facciones, intrigas, disimulaciones y opiniones, se guardó
comunicaciones privadas así como renunció al cargo de
escribir sobre materias políticas, y se refugió a otro país
extranjero donde vivió cerca de un año, hasta que los
desórdenes trajeron el orden, que felizmente se va radi-
cando más y más.
Yo felicito a Vuestra Excelencia, porque a un mismo
tiempo y como de acuerdo con el memorable gobierno
de esta ciudad, cuyo ministerio ha de ser admiración del
mundo, entiende en la gran obra de la civilización, que
es la segunda parte de la ardua empresa en que entramos
cuando proclamamos la independencia, que logramos ya,
y en que Vuestra Excelencia se ha cubierto de eterna gloria.
Por esto principalmente deseo dar a Vuestra Excelencia
mil abrazos, y que cuente siempre con el fino afecto de su
cordial amigo y servidor que sus manos besa.
Camilo Henríquez181.

Nuestro fraile estaba emocionado. Por fin recibiría la ayuda


económica necesaria para poder retornar a su patria. Sin em-

181
«Carta de Camilo Henríquez a Bernardo O’Higgins», en Téllez, op. cit.,
pp. 147-148.

98
Camilo Henríquez

bargo, este punto ha generado una controversia entre los histo-


riadores, ya que Amunátegui, uno de sus más grandes biógrafos,
nos relata que Manuel de Salas, quien era un afectuoso amigo
de Henríquez, juntó el dinero entre los amigos de él y del fraile
para que pudiera volver a Chile. Pero en el Archivo de O’Higgins
encontramos una nota del diputado argentino Zañartu, en donde
queda en claro que la carta de Henríquez al Director Supremo fue
en agradecimiento por la ayuda económica prestada:

He recibido una letra de 400 pesos que S. E. el Supremo


Director de esa República me incluye con el objeto de auxi-
liar el viaje del señor Camilo Henríquez, en el caso dado
que aquel religioso acepte las propuestas que S. E. le hace.
Yo he tenido la satisfacción de ver cuán grande ha sido la
que ha experimentado aquel ciudadano al contemplarse tan
lisonjera y honrosamente solicitado. Su pronta aceptación
fue la primera expresión de su gratitud, que espero mani-
festará a S. E. más extensamente en las cartas que tengo
el honor de acompañar. Dios guarde a V. S. muchos años.
Buenos Aires, enero 2 de 1822.
Miguel Zañartu182.

Llegaban así a su fin los momentos más difíciles de su vida,


soportando penurias, miserias y extrañando sobremanera su
propia patria. Su regreso sería triunfal, y, por lo menos durante
unos años, volvería a brillar con la luz de sus mejores tiempos.

El soñado regreso a Chile

El 8 de febrero de 1822 partió hacia su patria, dejando Bue-


nos Aires para siempre. Su regreso fue digno de un héroe patrio.
Santiago estaba de fiesta por la llegada del «fraile de la Buena
Muerte» y su carruaje apenas avanzaba entre la multitud que
182
Archivo de don Bernardo O’Higgins, tomo XVIII.

99
Francisco Píriz García de la Huerta

vitoreaba su nombre, ya escrito entre los inmortales de la inde-


pendencia. En el edificio de la ya extinta Real Audiencia esperaba
ansioso O’Higgins el reencuentro con su compatriota. El Director
Supremo tenía en mente encomendarle diversas tareas en este
nuevo gobierno, y Henríquez no iba a defraudarlo.
Recién de vuelta a Chile fue nombrado bibliotecario de la
Biblioteca Nacional, que él mismo había fundado años antes
con los libros donados por un sinnúmero de patriotas. Más aún,
no pudo evitar la tentación de volver a desenfundar su pluma,
y fundó la revista llamada El Mercurio de Chile, de la cual fue
su redactor hasta el 21 de abril de 1823. No sólo tuvo el honor
de redactar el primer periódico nacional, sino que además creó
la primera revista aparecida en Chile.
No sólo se dedicó a la vida periodística, sino que también
volvió a transformarse en una figura pública. El 7 de mayo de
1822, el Director Supremo reunió a una convención preparatoria
con el fin de determinar la calidad de los elegibles para un futuro
Congreso. La primera reunión se efectuó el día 23 de ese mismo
mes, y según Henríquez, «la instalación de la Convención se ha
celebrado con iluminaciones, fuegos de artificio, globos aeros-
táticos y cuatro funciones teatrales»183. Esa noche nuestro fraile
mostró otra faceta que tenía escondida, la de poeta. Antes de la
función teatral de esa noche, se declamó un poema compuesto
por él:

Ensalzad de la patria el nombre claro


Hijos del Sud; despedazad cadenas;
Apareced gloriosos en el mundo
Por nuestra libertad e independencia.

En triste oscuridad tristes colonos


Por tres centurias os miró la tierra,

183
Diario de la Convención de Chile, nº 1.

100
Camilo Henríquez

Indignada del bajo sufrimiento


Que toleraba oprobios y miserias.

¿Derechos sacrosantos e inmutables


no recibisteis de la naturaleza?
Pues, ¿por qué tan esclavos habéis sido,
viviendo oscuros en la dependencia?

Sois hombres, pues ser libres, que los cielos


al hombre hicieron libre sus eternas
e imprescindibles leyes lo prescriben,
y la razón lo dicta y manifiesta.

Y ¿el celebre derecho de conquista?


¿Puede ser un derecho la violencia?
¡Llamar derecho a1 robo, al exterminio!
Derecho es de ladrones y de fieras.

Si da derecho la conquista, somos


sólo nosotros dueños de estas tierras,
pues todos somos sin haber disputa
de los conquistadores descendencia.

Títulos más sagrados y más nobles


tiene la patria porque libre sea.
Poblada de hombres libres gozar debe
toda su libertad e independencia.

¿Hasta cuándo en papeles miserables


se buscan los derechos? La suprema
mano los escribió en los corazones;
esta es la voz de la naturaleza.

En fin; ¡gracias al cielo! Ya la patria


de su sueño y letargo se avergüenza;
Maldice el sufrimiento de tres siglos,
siglos de oscuridad y de cadenas.

Revive el fuego patrio: en nuestros pechos,


la llama de la libertad ya se muestra

101
Francisco Píriz García de la Huerta

se ama la libertad; se ama la gloria;


el gran nombre y la fama se desean.

En donde en otro tiempo el yugo indigno


de servidumbre se sirvió por fuerza,
hoy de la libertad republicana
el estandarte tricolor se eleva.

Arde la juventud en marcial fuego;


ardor republicano es quien la alienta;
los nobles gozos de los pueblos libres
la razón preconiza y los celebra.

Este día solemne y sacrosanto,


de una vida más noble no parezca.
Se eternice en los fastos; y la fama
Se encargue de extenderlo por la tierra.

Estos versos los había compuesto nuestro fraile para la cele-


bración del 18 de septiembre de 1812, y fueron colocados en los
Arcos de Triunfo levantados en la Plaza de Armas de Santiago,
como celebración de la Independencia. Aunque las opiniones sobre
su calidad como poeta están divididas, lo cierto es que es profunda-
mente admirable la expresión de su pensamiento a través de todos
los medios posibles. Quizás él no buscaba ser un gran poeta, que
no lo fue, sino pretendía inflamar el espíritu de sus compatriotas
como fuese posible.
Henríquez fue nombrado Secretario de la Convención, y tra-
bajó arduamente en la redacción de la que sería la Constitución
de 1822. Más aún, el 30 de julio se facultó a dicha Convención
para elegir por sí misma diputados suplentes que aún no habían
sido nombrados.
El 3 de agosto fue elegido nuestro fraile, por aclamación,
diputado por Valdivia. Desde su nueva posición política, luchó
por mejorar la calidad de los hospitales, los hospicios y las cár-

102
Camilo Henríquez

celes, que estaban en una lastimosa condición. Sus últimos años


en Buenos Aires lo habían hecho aún más sensible a la miseria y
al dolor ajeno, por lo que se dedicó con ahínco a conseguir ayuda
para los más lastimados.
Mas el rostro misericordioso del fraile se mostraría en todo
su esplendor el 14 de agosto de ese año, cuando fue promulgada
una ley de amnistía política redactada por él. Siguió formando
parte del Congreso en 1823, siendo elegido diputado por Chiloé
y Concepción, pero no pudo asistir con regularidad debido a
que su salud se iba deteriorando. No obstante su frágil estado,
fue elegido diputado por Copiapó el año 1824, donde tuvo sus
últimas participaciones políticas.
El 28 de enero de 1823 el Director Supremo abdicó de su
cargo, dejando los destinos de la patria en manos de una Junta
gubernativa. Nuestro fraile se preguntaba: «¿Qué nombre daremos
al acontecimiento honorable del 28 de enero? Fue un movimiento
de libertad ejercido digna y generosamente, resistido de un modo
valeroso, aceptado, en fin, con heroísmo»184. La visión que tuvo
de los acontecimientos no deja de ser loable, admirando la actitud
tomada por O’Higgins y considerándola un gesto patrio. Desde
su regreso a Chile había conciliado extraordinariamente bien con
el prócer, y su partida sin dudas le apenaba. Escribía Henríquez
con la esperanza de verlo de nuevo dando la vida por la patria:
«El general O’Higgins, restituido a la carrera de su genio que le
señaló el destino, puede dar todavía a la patria días de gloria»185.
Tanto fue el cariño por el retirado Director Supremo, que en el
Congreso lo defendió con todas sus fuerzas, y él mismo redactó
el documento por el cual se le permitía abandonar el país.
No obstante su aprecio por O’Higgins, siguió actuando por
la patria, y formó parte del Consejo de la nueva Junta nombrán-
dosele Secretario. La junta duraría sólo unos meses, delegando
184
El Nuevo Corresponsal, 1823.
185
El Nuevo Corresponsal, 1823.

103
Francisco Píriz García de la Huerta

más tarde el poder en las manos de Ramón Freire. Durante todo


el año 1823, tendría nuestro fraile una destacadísima participa-
ción en diversos asuntos de gobierno. Participó activamente en
la redacción de la ley que suprimía, para siempre, la esclavitud
en Chile, y que fue promulgada por el nuevo Director Supremo
el 24 de julio de ese año.
A principios de abril apareció una plaga de erisipela en San-
tiago, que tuvo en ascuas durante un buen tiempo a la población
de la capital. Fiel a su voto de asistir a los enfermos, pidió al
gobierno que se reinstaurara la Junta de Sanidad fundada por
O’Higgins, logrando que Freire expidiera un decreto ordenan-
do su funcionamiento el 27 de mayo. A través de ella, nuestro
fraile intentó poner coto a la plaga que se esparcía con rapidez.
Muchas iglesias y conventos, como el de la Recoleta Dominica,
fueron convertidos en improvisados hospitales para atender la
emergencia.
Durante este tiempo nunca dejó de lado la labor periodística
que tanta fama le había dado, pero su labor no estuvo exenta de
polémicas. Durante todo 1823 sostendría una batalla de ideas con
fray Tadeo Silva, sacerdote dominico y ácido crítico de nuestro
fraile. Todo comenzó luego del terremoto que azotó a Chile el
19 de noviembre de 1822. Muchos sacerdotes realistas, entre
ellos fray Tadeo, sostenían la arcaica visión de que el terremoto
era un castigo divino contra Chile. Además, muchos penitentes
murieron de tanto flagelarse para expiar las supuestas culpas
que causaron el sismo. Henríquez, de pensamiento más elevado,
criticó duramente el actuar de los otros sacerdotes, arguyendo
que los terremotos eran fenómenos naturales, y que el pueblo
no debía creer tales supercherías186. Lentamente, así, comenzó
a granjearse la enemistad de muchos religiosos que veían en él
a un hereje.
186
El Mercurio de Chile, 20 de noviembre de 1822.

104
Camilo Henríquez

Pero la gota que rebalsó el vaso se dio el 13 de marzo de


1823. Ese día vio la luz un artículo en El Mercurio en el cual se
llamaba «apóstoles de la razón» a Voltaire, Rousseau, y otros
filósofos ilustrados, que gran influencia tenían sobre nuestro frai-
le. Este artículo produjo un enorme revuelo, y fray Tadeo Silva
decidió atacar a Henríquez a través de un folleto titulado «Los
Apóstoles del Diablo». Para denostarse mutuamente y defender
sus ideales y postulados, cada uno creó su propio periódico
destinado a mancillar al contrincante. Camilo Henríquez fundó
El Nuevo Corresponsal, mientras que fray Tadeo Silva fundó El
Observador Eclesiástico. La disputa entre ambos fue singular y
muy aguda, llegando a extremos de atacar la fe del rival: «y si
algunos [habla de Henríquez] vienen a predicaros que vuestros
pecados no os traerán pestes, guerras, ni temblores, sabed que
son falsos profetas que prometiéndoos felicidades os engañan y
extravían de las sendas de la verdad»187. Esta disputa continuó,
a través de ambos periódicos, hasta fines de ese año. Uno de los
rasgos más característicos de Henríquez, y que en esta disputa
quedó absolutamente demostrado, fue su terquedad e intolerancia:
nunca pudo reconocer planteamientos rescatables en sus rivales
y siempre defendió, hasta el absurdo, los propios.
En noviembre de 1823 fue nombrado oficial mayor del De-
partamento de Relaciones Exteriores, cargo que no pudo ejercer
debido a su salud. Él mismo comenzó a darse cuenta de que su
cuerpo ya no daba más, y que probablemente había llegado la
hora de dar un paso al costado:

Señor Secretario del Congreso:


En conformidad a lo ordenado tengo la honra de poner
en manos de usía el adjunto certificado que instruye de mis
enfermedades actuales para que, presentado con mi más
profundo respeto a la sala soberana, se sirva expedir su
resolución en atención a mi solicitud.
187
El Observador Eclesiástico, 21 de junio de 1823.

105
Francisco Píriz García de la Huerta

Ofrezco a usía con este motivo toda su consideración.


Doctor Camilo Henríquez188.

El certificado médico daba cuenta de un sinnúmero de pro-


blemas que aquejaban a nuestro fraile:

El infrascrito profesor de cirugía, medicina, etc., a pe-


tición de parte, y para los fines que le convengan, certifico
que ha más de dos meses he asistido al señor don Camilo
Henríquez de una fiebre con síntomas de intermitente o
terciana, procedente de un fomes (sic) gástrico sostenido
por la detonación de todo su sistema gástrico; y teniendo
calificadas experiencias de la virtud tónica y desobtruente
(sic) de las aguas termales, he tenido a bien ordenárselas,
usadas en las mismas fuentes para que, coadyuvando la
mejora de atmósfera, sea más conseguible el apetecido
fin de su mejoría.
Es cuanto debo informar en honor de la verdad y sin
ofender los deberes de mi profesión.
Pedro Moreno189.

Pero el alma patriota y el espíritu inquieto de Henríquez


hicieron que la anhelada paz y tranquilidad en las aguas de
Colina fueran una simple ilusión, y en 1824 volvió a ser elegido
diputado por Copiapó, y participó ese año activamente en las
labores del Congreso. Lamentablemente, ya para fines de 1824,
su salud había llegado a un punto crítico, del cual nunca se iba a
recuperar. Vivía en la casa de doña Trinidad Gana, patriota que
lo había acogido a su regreso de Buenos Aires, y que durante su
enfermedad lo acompañó y cuidó sagradamente. En su testamen-
to mostró su fiel adhesión a Dios, encomendándole su alma «a

188
Carta de Henríquez al Secretario del Congreso, 9 de diciembre de 1823,
en Téllez, op. cit., p. 179.
189
Certificado Médico de Camilo Henríquez, 9 de diciembre de 1823, en Téllez,
op. cit., p. 179.

106
Camilo Henríquez

quien la creó, y redimió con el valor de su preciosísima sangre»190.


Dejó toda su herencia, exigua como era, a doña Trinidad Gana,
en agradecimiento a todo lo que había hecho por él.
El verano de 1825 fue particularmente aciago para nuestro
fraile. Pasó la mayor parte del tiempo en cama, mientras la en-
fermedad comenzaba a derruirlo cada vez más. Sufría cada uno
de sus cincuenta y seis largos y luchados años. Sentía que su fin
estaba cerca y que ya había dado todo lo que podía dar por su
patria. Lamentablemente, sus últimos días los pasó en absoluta
soledad, sin más compañía que la mujer que prometió cuidarlo y
algunos pocos amigos.
La mañana del 16 de marzo de 1825 se levantó con las cam-
panadas de la vetusta iglesia de San Francisco. El verano estaba
llegando a su fin, y así también la vida de nuestro fraile. La noche
anterior había recibido el sacramento de la Extremaunción, por
lo que se sentía preparado para ir al encuentro con Dios. En su
habitación sólo se encontraban doña Trinidad Gana y un par
de amigos, quienes rezaban y lo acompañaban en sus últimos
momentos. A eso del mediodía, y con la satisfacción del deber
cumplido, murió Camilo Henríquez. Una lágrima silenciosa cayó
de la mejilla de doña Trinidad, mientras sus amigos callaban el
dolor de su muerte, y las campanas de San Francisco seguían
repicando, quizás ahora en honor al «fraile de la Buena Muerte».
Las exequias se realizaron el mismo 16 de marzo, y los di-
putados guardaron luto por tres días. El gobierno también quiso
rendir honores al fraile patriota, por lo que dispuso que se iban
a disparar salvas desde el fuerte del cerro Santa Lucía mientras
se realizaba la ceremonia fúnebre. Mas, a pesar de los honores
oficiales rendidos, su muerte quedó en silencio para muchos. A
su funeral asistieron muy pocas personas; ningún periódico se
dignó en consagrar a su memoria algunas palabras por su muerte,
y ninguna demostración de dolor público solemnizó su entierro.
190
Testamento de Camilo Henríquez, ítem 1.

107
Francisco Píriz García de la Huerta

Había muerto uno de los más insignes padres de la patria, que


con su pluma levantó los cimientos de Chile, al cual soñó libre y
soberano, y que dio la vida por la libertad de su pueblo. Hasta sus
últimos momentos no se rindió; su entereza y patriotismo nunca
decayeron, y se transformó en un ejemplo para generaciones de
chilenos que han luchado por el bien del país. Fuera del fragor
de la batalla, y siempre en silencio, se dedicó al fin por el cual
creía haber venido a este mundo: la independencia de su patria.
Doña Trinidad Gana retornó del funeral a su casa destroza-
da, aún llorando por la partida del fraile a quien había dedicado
devotamente sus cuidados. Una vez más se acercó a la habitación
donde había pasado sus últimos días; se asomó por la ventana,
esperando quizás encontrar una respuesta, alguna palabra de su
amigo en el viento. Ordenó las hojas de papel que aún quedaban
esparcidas sobre el escritorio, guardó la pluma y la tinta, que le
habían hecho inmortal, y cerró la puerta despacio, esperando que
ese gesto ahogara el dolor que sentía. Sacó un pañuelo que traía
consigo, se secó una última lágrima, y se despidió para siempre
del «fraile de la Buena Muerte».

108
Bibliografía

Fuentes primarias

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hasta el 1 de abril de 1813. Versión facsimilar online de <XXX
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Libros

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Francisco Píriz García de la Huerta

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Vicuña Mackenna, Benjamín: El coronel don Tomás de Figueroa, Ed.
Rafael Hover, Santiago, 1884.
Villalobos, Sergio, Chile y su historia, Santiago, Ed. Universitaria, 1993.

110
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Francisco Píriz

CAMILO
Henríquez
El patriota olvidado
Por un momento, imaginemos a un hombre sentado
frente a su escritorio, encerrado en su monacal habita-
ción, pluma en mano en medio de la oscuridad, y bajo
la tenue luz de una vela que se extingue. En su cabeza,
de pronto, resuenan palabras prohibidas para su épo-
ca: «revolución», «libertad», «independencia»…
Imaginemos entonces a ese mismo hombre que, sin
miedos ni titubeos, comienza a escribir en un trozo de
papel aquellas palabras hasta ese momento ajenas a los
corazones de los hombres, con la convicción profunda
que entregan el amor a la patria y a la libertad. Escribe,
antes que ningún otro, de los derechos de los pueblos,
de otras naciones libres, de la opresión y la tiranía, de la
civilización y la educación, del valor de quienes fueron
los primeros habitantes de la tierra, de la esclavitud…
Escribe de la patria, de la libertad, de la redención del
yugo colonial; habla de ciudadanos y no de súbditos;
habla de un país libre e independiente.

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