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La presente traducción ha sido llevada a cabo sin ánimos de lucro, con

el único fin de propiciar la lectura de aquellas obras cuya lengua madre


es el inglés, y no son traducidos de manera oficial al español.
El Staff apoya a los escritores en su trabajo, incentivando la compra de
libros originales si estos llegan a tu país.
Todos los personajes y situaciones recreados pertenecen al autor.
Queda totalmente prohibida la comercialización del presente documento.
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Traductoras:

Moderadora de corrección:

Correctoras:

Lectura final y Diseño:


Staff Capítulo 9 Capítulo 20

Agradecimientos Capítulo 10 Capítulo 21

Sinopsis Capítulo 11 Capítulo 22

Capítulo1 Capítulo 12 Capítulo 23

Capítulo 2 Capítulo 13 Capítulo 24

Capítulo 3 Capítulo 14 Capítulo 25

Capítulo 4 Capítulo 15 Capítulo 26

Capítulo 5 Capítulo 16 Capítulo 27

Capítulo 6 Capítulo 17 Capítulo 28

Capítulo 7 Capítulo 18 Capítulo 29

Capítulo 8 Capítulo 19 A. L. Jackson


Para Katie, quien estuvo allí desde el primer momento en que
comencé a escribir. Por las incontables horas que me has dado, las ideas
y tu infinito soporte. Para Ginger, por tu tiempo, ánimo e invaluable
honestidad. Sinceramente, las amo a ambas.

Para Gail, por ver a esta historia como se suponía que debía ser, tu
visión y guía, y sobre todo, por creer en mí. Gracias y te quiero.

Para Janine, por tu ayuda en organizar que “Pulled” sea lo que hoy
es.

Para Amanda, por hacer este sueño realidad.

Y para Chad, por lidiar con todo. Te amo más de lo que puedes
entender.
Melanie Winters y Daniel Montgomery compartieron un amor

como la mayoría sueña, un amor que creían que los unía para toda la
vida. Cuando su mundo está destrozado por la trágica pérdida de su
hija, el dolor abrumador y la culpa equivocada distorsiona la verdad, y
su relación termina en incertidumbre y preguntas sin respuesta.

Durante nueve años, se mueven a través de la vida, cada uno


incapaz de olvidar a quien tiene las cuerdas de su corazón. En un

intento de escapar del dolor de su pasado, Melanie se encuentra

atrapada en un matrimonio sin amor, mientras que Daniel se pierde en

una carrera que no significa nada sin Melanie a su lado.

Ahora, cuando sus vidas vuelven a cruzarse, no pueden negar la


conexión que sentían hace tanto tiempo.

Pero ¿será suficiente el poder que los reunió para sanar las
heridas de su pasado y tendrán el coraje de superar las inseguridades y
temores que amenazan con mantenerlos separados?

Pulled es una historia de atracción y separación, de destino y


deber, de un amor tan fuerte que se niega a renunciar incluso cuando
todos los demás lo harían…
Traducido por Walezuca
Corregido por Flopyta

Miré el reloj.

Mierda… cerca de las seis. Necesitaba apresurarme. Había


perdido la noción del tiempo y Nicholas estaría en casa pronto. Limpié
las lágrimas de mi rostro antes de juntar cuidadosamente las fotos del
piso del dormitorio. Mi pecho pesaba mucho mientras reunía cada una,
acariciando los recuerdos un momento más, mientras los guardaba en
el sobre. Los recuerdos eran todo lo que tenía, y me aferraba a ellos
como si fueran mi último aliento, sabiendo que una vez que se
desvanecieran, realmente no habría ninguna razón para seguir
adelante. Escondí el sobre debajo de la caja grande de joyas en la parte
de atrás del armario, consciente de esparcir los collares sobre el
compartimento oculto.

Nicholas nunca lo había encontrado, pero estaba segura de que lo


destruiría si alguna vez lo hacía.

Respirando profundamente, me pasé las manos a través del


cabello y me arrastré desde el pasado en el que me había sumergido en
las últimas dos horas, forzándome a bajar.

Mis pasos hicieron eco contra el suelo de mármol, cada uno a un


acento de vacío. Entré en la cocina, el único santuario que tenía. Cada
habitación de esta casa era ruidosa y exagerada, diseñadas por los
ostentosos para los ostentosos, excepto por este refugio. No era menos
extravagante, pero tenía un calor que no había en ninguna las otras.
Mientras trabajaba, mis pensamientos inevitablemente vagaron
de nuevo a esas amadas imágenes escondidas en la parte de atrás de mi
armario, pero ni siquiera ellas eran suficientes para alejar la ansiedad
construyéndose constantemente dentro de mí, como los minutos que
pasaban advirtiendo la llegada de Nicholas. A las seis treinta y uno, oí
la puerta del garaje abrirse. La bilis se elevó en mi garganta.

—¿Melanie? —llamó Nicholas de la entrada.

—En la cocina —respondí débilmente. Tal vez subiría las


escaleras y me ahorría unos minutos más, pero por supuesto, nunca
tenía ese tipo de suerte. Escuché sus pasos acercándose y me preparé.

—¿La cena está lista? —Se arrancó su corbata cuando entró por
la puerta.

—Um, no del todo, sólo un par de minutos más —dije en voz baja,
sin encontrarme con su rostro.

Lo sentí detenerse, aunque me negué a mirar hacia arriba.


Aprendí hace mucho tiempo cómo sobrevivir al infierno. Cuanto menos
interactuara con él, mejor.

Resopló a través de su nariz, murmurando:

—Maldita perra.

Apreté los dientes, sosteniendo la ira de su provocativa acusación.

Puso su maletín en la isla junto a mí, tirando su corbata por


encima.

—¿A qué hora llego a casa del trabajo, Melanie? —Nicholas inclinó
su cabeza, obligándome a mirarlo.

—Seis y media.
—¿Es mucho pedir que la cena esté lista cuando llegue a casa? —
dijo, su voz goteando ácido—. ¿O tienes algo mejor que hacer con tu
vida inútil? —Me encogí, pero no dije nada. Él era el que no quería que
trabajara.

—No lo creo. —Se inclinó más cerca, su voz en una advertencia


baja—. Cuando te diga que la cena tiene que estar lista a las seis y
media, significa que la cena estará lista a las seis y media. ¿Entiendes?

Vi la amenaza en sus ojos. Nunca me había hecho daño físico,


pero se aseguró de que supiera quién estaba a cargo. Había renunciado
a cualquier control hace nueve años cuando lo seguí a Chicago,
buscando un escape del dolor.

Sabía entonces como sería esta vida. Lo conocí en el aeropuerto


cuando huía de Colorado esa última vez, el viaje que cortó el último hilo
que sostenía junto mi corazón.

Nicholas no había visto a la chica rota que se sentó entumecida


con nada más que dolor nadando en sus ojos. Vio a la hermosa chica
joven, la que no dijo nada en absoluto, pero parecía estar haciendo todo
lo que él decía.

No era estúpida. Había sabido exactamente lo que quería, pero


nunca podría volver a Colorado Springs para hacer frente a lo que ya no
podía tener, y me negué a quedarme con mi madre en Dallas.

Así que, dejé todo atrás, mudándome con Nicholas a Chicago


unos días después de regresar de Colorado.

Sabía entonces que Nicholas nunca me traería felicidad. Ese


nunca había sido el punto. Mi corazón pertenecía a otro y nunca sería
suyo. Todo lo que quería era una salida, mientras que Nicholas
consiguió la esposa trofeo que creía que merecía. La única cosa que no
había anticipado era cómo el entumecimiento que sentía por él
evolucionaría a lo largo de nueve años en amargura y odio.

—Voy arriba a cambiarme, y espero que la cena esté en la mesa


cuando vuelva. —Había sido así desde el primer día que llegué; tenía un
papel que desempeñar, y él esperaba que lo jugara bien.

Cuando salió de la habitación, recogí los platos y los llevé al


comedor. No era real y tenía miedo de Nicholas, pero no quería pelear.
Era agotador y no conseguía nada; e incluso si lo hiciera, seguiría sin
ser feliz, así que en realidad no importaba de todos modos. Era más
fácil hacer lo que decía.

Diez minutos después, lo escuché regresar. Sólo el sonido de sus


pesados pasos hizo que se me revolviera el estómago. Me sorprendió
que pudiera sentir tanto odio por una persona.

Lo vi saltar las escaleras, sus largas piernas dando dos pasos a la


vez, su alto cuerpo muy musculoso y ágil para sus cuarenta y cuatro
años. Su cabello negro no había disminuido, era tradicional y
meticulosamente estilizado, aunque obviamente había pasado sus
manos a través de él. Sus ojos eran casi tan oscuros como su cabello y
llenos de orgullo inmerecido. Pudo haber sido atractivo, aunque eso era
algo que nunca podría ver. Su mera presencia advirtió a mis instintos
para escapar, siempre más inteligentes que mi cabeza.

—¡Ya era hora! —escupió, dejándome saber lo decepcionante que


era.

Idiota.

Tomando asiento frente a mí, levantó su tenedor y empezó a


comer. Escogí mi porción de pollo, empujándolo alrededor de mi plato.
Rara vez podía soportar algo cuando estaba cerca.
Mientras comía, me perdí en el silencio, mi mente remontándose
a Colorado.

—Tenemos una cena el jueves —Rompió la tranquilidad


abruptamente, sacándome de mi sueño. Tuve que pasar sus palabras
por mi mente de nuevo antes de darme cuenta de lo que había dicho.

Cerré los ojos, suprimiendo un suspiro. Genial.

Otra cena de negocios. Era el momento perfecto para que


desempeñara mi papel: la esposa perfecta con su sonrisa perfecta
plasmada a través de su rostro perfecto, asintiendo sin sentido mientras
su esposo daba su propuesta como si su presencia cambiara de alguna
manera el resultado. Todo esto era ridículo. Era parte de mi trabajo, sin
embargo, así que asentí haciéndole saber que lo había escuchado y miré
de nuevo a mi plato.

—Esto es una cuenta enorme, Melanie. —Se sentó, mirándome


con desaprobación y como si aún no entendiera mi papel en esta
pequeña farsa—. Es un complejo médico que traerá un par de millones
en ganancia, así que no quiero que lo jodas.

Casi me reí. ¿Realmente pensó que mi apariencia influiría en la


decisión?

Nicholas continuó con los detalles, en realidad no me importaba


saber cuánto dinero ganaría, y cuánto reconocimiento ganaría su
compañía si construían este complejo.

El único consuelo que encontré fue saber que Shane estaría en la


cena. Shane Preston era el socio de Nicholas y el mejor tipo que
conocía. Mientras que Nicholas era engreído, arrogante y sentía que el
mundo le pertenecía, Shane era modesto y agradecido por lo que tenía.
Regularmente limpiaba la mierda que Nicholas causaba repetidamente,
tranquilizaba los nervios de los clientes y recuperaba su confianza
después de que Nicholas hiciera algo poco ético.

La cena también significaba que Katie, la esposa de Shane,


estaría allí. Era la única amiga que tenía en este mundo.

Conocía a la verdadera yo y era la única que había ganado mi


confianza desde que me casé con Nicholas. La presencia de Shane y
Katie al menos haría soportable la noche.

Nicholas terminó su comida, despejé la mesa y llevé los platos a la


cocina. Estaba exhausta. Me preguntaba cuánto más podía soportar.
Seguramente, nunca sobreviviría a esta sentencia de vida que me había
impuesto. Cargué el lavavajillas y subí a tomar un baño.

Girando la válvula de agua caliente al tope, la dejé correr, ansiosa


por sentir el calor relajar mis músculos. Me desabotoné los pantalones y
los deslicé hacia abajo, agrupándolos en mis pies. Mientras sacaba mi
camisa sobre mi cabeza, mi mirada cayó reflexivamente a mi estómago
mientras captaba mi reflejo en el espejo, mi primer instinto de buscar la
piel estropeada que llevaba sus heridas.

Suavemente, acaricié a lo largo de la cicatriz inflamada, arrugada,


inclinada en una línea larga irregular a través de mi abdomen más bajo
a donde cruzaba con la cicatriz blanca que corría en una línea
horizontal justo sobre mi pelvis, deseando que pudiera encontrar
comodidad en mi tacto de alguna manera. Escalofríos sacudieron mi
cuerpo mientras corría mis dedos sobre la piel aún sensible, y al igual
que todas las noches, la amargura y la rabia, me encontraba
sintiéndome desvanecida en la tristeza mientras me perdía en este
recuerdo tangible de mi hija. La amaba mucho.

El vapor llenaba la habitación y me metí en el agua,


permitiéndome regresar a Daniel. Lo extrañaba, casi más de lo que
podía soportar, se suponía que esto nunca nos tendría que haber
sucedido. Se suponía que íbamos a hacerlo... deberíamos haberlo
hecho.

—Melanie, ¡date prisa y entra aquí! —Me encogí cuando Nicholas


gritó desde la habitación.

Mierda. Esperaba que ya estuviera durmiendo.

De mala gana me levanté y aparté los recuerdos. Me envolví en mi


bata, lentamente para terminar mi rutina normal. No debí haberme
demorado. Él esperaría.

Aún así, me tomé mi tiempo mientras me cepillaba los dientes y


corrí un cepillo a través de mis largos rizos marrones. Inhalé
profundamente y tomé una última mirada de mí misma antes de entrar
a la habitación.

—No me hagas esperar así —reprendió Nicholas de su lugar bajo


las sábanas.

Esto fue, de lejos, la peor parte de nuestro acuerdo.

No podía evitar sentirme como una prostituta, engañando a mi


propio corazón cuando yacía debajo de este hombre. Me arrastré a la
cama junto a él, orando que al menos tuviera la decencia de apagar la
luz.

Desató el cinturón de mi bata, llegando a tientas mi pecho con su


callosa mano. Mi cuerpo se agitó con asco que él interpretó como
anticipación.

—Te gusta eso, ¿no es así? —gruñó mientras su inmundicia se


extendía a través de mi rostro. Luché contra mi instinto de huir y en su
lugar, se acercó a la mesita de noche y apagó la lámpara.
La oscuridad envolvió la habitación, permitiéndome alejarme y de
la enfermiza situación. Cerré los ojos para encontrar una imagen de
Daniel, un destello de cabello rubio desordenado.

—Eres mía. —La voz de Nicholas me sacudió de nuevo en la


realidad, haciéndome realmente consciente de su cuerpo que jadeaba
sudoroso flotando sobre mí. Cerré los ojos con más fuerza, alejando mi
mente.

—Melanie, mi amor. Eres tan hermosa —dijo mientras sostenía mi


cuerpo en contra de sus caricias tiernas encendiendo un fuego profundo
dentro de mí.

—Daniel. —Era todo lo que podía manejar mientras me hacía el


amor, cada toque era un susurro sobre mi piel. Me besó suavemente el
cuello mientras se movía contra mí, y sentí la presión construyéndose con
cada golpe de su cuerpo.

—Melanie, te sientes tan bien —gimió, su voz ronca con emoción.

No pude evitar el pequeño gemido que se me escapó de los labios,


el destello del deseo que se apoderó sobre mi cuerpo mientras que
recordaba la forma en que sólo Daniel podía hacerme sentir.

—Eso es. Me siento bien, ¿no es así? —Nicholas gruñó cuando


terminó y colapsó con todo su peso sobre mí.

La náusea se extendió, y empujé a Nicholas.

—Necesito limpiarme. —Me ahogué con mi excusa mientras corría


al baño. Caí en mis rodillas en el inodoro, desesperada por purgar el
odio que sentía hacia mí misma. El acto me dejó sintiéndome más vacía
y sola.

Aferrándome al tocador para apoyarme, me puse de pie. Me


enjuague la boca y salpiqué agua en mi rostro, cualquier cosa para
hacerme sentir limpia de nuevo, pero no había nada que pudiera
quitarme la vergüenza.

Me miraba a mí misma en el espejo, ya no reconocía el reflejo. La


chica que recordaba tenía diecisiete años, llena de vida y amor. La que
me miraba puede que estuviera muerta. La única vida que dejó
parpadeó en la periferia de mi consciencia, donde una comodidad
familiar esperaba en la oscuridad. A medida que subía a la cama, me
aferré a ella, desesperada por sentirlo por un momento más.
Traducido por Walezuca
Corregido por Flopyta

—Trabaja, Daniel. Vamos, reúne tus cosas —me murmuré a mí


mismo en voz baja, pasando mis manos a por mí cabello por enésima
vez hoy. Pensamientos de ella siguieron arrastrándose, y encontré
imposible centrarme en los contratos delante de mí. Después de nueve
años, debí haber sido capaz de olvidarlo, pero sabía que nunca lo haría.

Melanie.

Parte de mí la odiaba, y esa parte seguía queriendo localizarla,


para decirle cómo me había arrancado el corazón.

Sin embargo ¿cómo podría guardarle rencor? Sabía lo que había


hecho. Incluso entonces, pensé que podríamos pasar por esto juntos.

Suspirando, corrí mi mano sobre mi rostro en un intento de


despertarme y leer la presentación delante de mí una vez más. Estaba
completamente agotado, después de haber sustituido café por dormir
durante la última semana.

Desde que llegué a Chicago hace cinco meses, había separado


innumerables propuestas de contratistas para nuestro nuevo complejo
médico, eliminando a las menos calificadas y sobrevaloradas. Había
empezado a pensar que no había un solo contratista competente en
todo Chicago, antes de que recibiera la última y lo que parecía ser una
propuesta prometedora. Había hablado con su jefe de proyecto justo
esta mañana y ahora estaba esperando una llamada de su CEO.
Después que Melanie se fue, me sumergí en la escuela, me perdí
en los años de licenciatura, en la Facultad de medicina y, finalmente,
en mi residencia. Como resultó, era un maldito buen doctor, incluso si
hubiera habido un punto en mi vida cuando pensé que nunca lo
lograría.

Papá había sido insistente de que volviera a Colorado Springs


para unirme a su práctica una vez que terminara mi rotación en la
ciudad de Nueva York. No tuvo que preguntar dos veces.

Mi, Padre Patrick Montgomery, era un cirujano e investigador


brillante, dedicando su vida a la investigación y tratamiento del cáncer
de mama. Cuando volví a casa en Colorado, sabía que era temporal.
Una nueva práctica en Chicago ya estaba en marcha. Honestamente no
me importaba donde nos acomodáramos; ella no estaría allí, así que no
me hizo ninguna diferencia.

No empezaría a ver a los pacientes hasta que me dieran el nuevo


edificio bastante avanzado, y si iba a cumplir con mi plazo, necesitaba
decidir sobre el contratista para el final de la semana.

—¿Oye, Daniel? —Papá apareció en la puerta de mi oficina, su


cabello castaño salpicado de gris y la única parte de él insinuando su
edad. Incluso a sus cincuenta y seis, aún tenía su cuerpo delgado,
musculoso, su complexión era la única característica que parecía haber
heredado de él. Heredé más de mi madre Julia con sus ojos color
avellana y rizos rubios oscuros.

—Sí, papá, ¿qué pasa? —Tomé otro sorbo de mi café mientras lo


miraba.

—Erin va a venir a la ciudad este fin de semana, y vamos a cenar


en la casa el viernes. ¿Puedes venir?
—¿Erin? sí, estaré allí. ¿Cuánto tiempo estará en la ciudad? —Mi
hermanita había estado viviendo en los Ángeles durante los últimos tres
años después de aceptar un puesto en una firma de publicidad. Se
sentía mal al estar tan lejos mientras el resto de la familia vivía aquí en
Chicago.

Siempre estuve cerca de mi familia. Me habían apoyado durante


mis años más difíciles, inquebrantables en su amor y apoyo. Les debía
todo.

—Estará aquí por toda la semana. Tu mamá no puede contenerse.


—Sus ojos marrones se iluminaron. Pensarías que después de estar con
alguien durante treinta años, una persona se aburriría, pero no papá.
Era obvio que él y mamá se amaban tanto ahora como lo hicieron el día
que se casaron.

Una vez creí que Melanie y yo compartiríamos un amor así.

Hizo señas a mi escritorio con la cabeza.

—Entonces, ¿cómo va la búsqueda?

Ambos sentíamos la presión de la fecha límite, pero ninguno de


los dos estaba dispuesto a escoger algo excepto lo mejor.

Levanté el montón de papeles.

—Creo que este puede ser. —Me sonrió, finalmente algunas


buenas noticias.

Una sonrisa satisfecha se extendió sobre su rostro.

—No sabes lo contento que estoy de oír eso. —Esa satisfacción


cambió, buscando mucho más como la simpatía—. Estoy orgulloso de
ti, hijo. —Reprimió un gemido, sacudiendo la cabeza en frustración

—Papá... no lo hagas.
Sabía exactamente adónde se dirigía esto. ¿Qué podría decir que
no se hubiera dicho antes?

—Daniel —dijo, dando un paso adelante y dejando que la puerta


se cerrara detrás de él—, han sido nueve años. Estoy harto de verte así.
Es hora de vivir tu vida.

—Estoy bien —espeté.

Tanto como amaba a mi familia y respetaba a mi padre, me


estaba cansando de su constante interferencia.

Negó con la cabeza mientras se retiró a la puerta. Hizo una pausa


para mirar por encima de su hombro, sus ojos llenos de preocupación,
cuando buscó por entendimiento en mi rostro.

—Sólo nos preocupamos por ti.

Con un suspiro, giré en mi silla, sintiéndome culpable por


arremeter contra él.

—Sí, lo sé.

Dejándome caer en mi silla, revisé los mensajes que Lisa había


tomado mientras salía a tomar un café. Me detuve cuando llegué al de
Nicholas Borelli, feliz de ver que me había respondido.

Marqué el número. Él contestó en el tercer tono.

—Nicholas Borelli.

—Hola, señor Borelli. Daniel Montgomery devolviéndole la


llamada sobre el edificio médico de la Avenida Chicago. Hablé con
Shane Preston esta mañana, y quería ver cuando podríamos juntarnos
para repasar su propuesta con más detalle.
—Sí, he estado esperando su llamada. —Su voz era fuerte,
segura, y tenía el distintivo tono de la arrogancia. Me tomó por
sorpresa, especialmente después de hablar con su compañero esta
mañana.

—Bien, uh, esperaba que pudiéramos reunirnos en los próximos


dos días para repasar detalles específicos para que pudiera darme un
costo final.

—¿Tenía la impresión de que hay un doctor Montgomery? Asumí


que estaría trabajando con él —dijo Borelli, su voz condescendiente.

Me encontré apretando los dientes, luchando para frenar mi


temperamento. El enojo era un problema que trataba constantemente.
Siempre a fuego lento justo debajo de la superficie. No sabía si estaba
más enojado con Melanie o conmigo, pero de dondequiera que viniera,
siempre estaba allí dispuesto a desencadenar su furia contra la primera
persona que me irritara.

Pero perder la calma ahora no me llevaría a ninguna parte, así


que me tragué mi irritación.

—No...—escupí—, estoy a cargo de todas las decisiones sobre la


construcción.

—Ya veo. —La insatisfacción de Borelli viajó por teléfono—. Bien


puedo reunirme con usted a la hora de la cena el viernes. —No había
manera de que estuviera renunciando a la cena con mi hermana, y más
allá de eso, las noches no eran buenas para mí. Era bastante difícil
concentrarse durante el día y no pensar en Melanie. En el momento en
que llegaba la noche, ella era en todo lo que podía pensar.

—Tengo planes el viernes por la noche. ¿Qué tal el jueves para la


hora del almuerzo? —Era la única vez que tenía disponible durante el
día por el resto de la semana.
Borelli hizo una pausa.

—Estoy ocupado completamente el jueves durante el día. ¿Está


libre para la cena? —gemí interiormente. Estaba contra la pared. Corrí
mi mano libre sobre mi rostro, forzándome a estar de acuerdo.

—El jueves por la noche trabajaré. ¿En dónde estaba pensando?


—pregunté.

—¿Qué tal Cushing Grill en Michigan a las siete?

—Está bien, está anotado para las siete en el Cushing Grill.

—Entonces Shane y yo lo veremos, Daniel. Estoy seguro de que


nuestras esposas también estarán muy contentas de conocerlo. —Esta
vez no pude reprimir el suspiro exasperado. No me sorprendió que fuera
a tratar de atraparme con una cena cara, pero lo que no comprendí fue
por qué pensarían que tenían que traer a sus esposas. Esta no era la
primera vez que sucedían este tipo de cosas, y me parecían realmente
inapropiadas. ¿Pensaron que una vez que conociera a su familia y saber
un poco de su vida personal, de alguna manera me persuadiría? Todo lo
que me importaba era el costo, la calidad, y lo rápido que pudieran
conseguir que se hiciera. Estaba considerando decirle que lo olvidará,
pero entonces, de nuevo estaría como al principio.

—Bien, nos vemos el jueves.

Frustrado, colgué el teléfono. Ahora tendría que encontrar a


alguien que me acompañara, y no tenía ni idea de por dónde empezar.
Pensé en preguntarle a Lisa, pero sabía que su marido no sería el único
que pensaría que era raro.

Y no tenía citas.
Me fui de mi oficina a las cinco y media, completamente agotado.

Las tardes siempre eran las peores. Caminé hasta el


estacionamiento, apagué la alarma del auto, y me deslicé en el asiento
de cuero de mi sedán negro de dos puertas.

Conduje la corta distancia al condominio de lujo que mamá y


Erin, habían encontrado para mí. Era bonito, pero para mí no era más
que un lugar para dormir. Mi cabeza estaba dando vueltas cuando entré
en el garaje subterráneo. Había sido un día largo, sólo quería subir y
tomar una ducha. Recogí los papeles del asiento del pasajero, los metí
en mi bolso y salí. Debí haberme parado a comer algo, pero no tenía
energía. Asentí ausente a la pareja de ancianos saliendo del ascensor
cuando entré y apreté el botón para subir a mi piso.

Nunca me sentí más solo que cuando entraba en el vacío de mi


apartamento al final del día. Encendí el interruptor de la luz, dejando
mis cosas a un costado, y cerré la puerta. La tristeza demasiado
familiar cayó sobre mí, y de nuevo deseé volver a casa con mis chicas.

Tomé una ducha rápida y fui a la cocina, con la esperanza de


encontrar algo para comer. Me moría de hambre, pero todo lo que pude
encontrar era una pizza rancia. La lancé al microondas, tomé una
cerveza, y bebí la mitad mientras me hundía en una de las cuatro sillas
que había en la mesa de comedor.

Así era como pasaba todas las noches, completa y jodidamente


solo.

Esta noche esa soledad se sintió insoportable.

Azoté la botella vacía en la mesa, me levanté y fui a mi habitación,


donde saqué una camiseta y jeans, luego tomé mis llaves. Diez minutos
después, me paré frente a un club del centro, mostrando mi
identificación al portero.
Entrando, permití que mis ojos se adaptaran a la habitación
tenue y luces intermitentes. El bar estaba abarrotado con estudiantes
universitarios, algunos tratando de conversar sobre el nivel
ensordecedor de música, otros con sus cuerpos presionados juntos en
la pista de baile.

Encontré una cabina vacía en la parte de atrás, pedí un whisky y


esperé.

Era obvio por qué estaba aquí. Ningún otro hombre de veintiocho
años estaría solo en un lugar como éste si no lo quisiera.

Me senté, bebiendo mi whisky mientras mis ojos vagaban por la


nebulosa habitación, finalmente deteniéndose en la rubia mirándome
desde donde estaba sentada al otro lado de la habitación en el bar.
Inclinó su cerveza a su boca y la bebió, antes de que se pusiera de pie y
cruzara la habitación.

Era cerca de las dos de la mañana cuando giré la cerradura de mi


departamento.

Fui directamente a la ducha, desesperado por lavar la noche de


mi cuerpo. Me quedé bajo el chorro, sabiendo que al momento en que
me recostara los recuerdos se apoderarían. Cuando el agua se volvió
fría, me rendí a lo inevitable. Me arrastré a la cama tamaño King que
Erin había insistido en comprar, por qué, nunca lo sabré, y me envolví
alrededor de una almohada. Sentí surgir la oleada de energía, y ella
estaba allí.

Le susurré: "Te extraño, Melanie," en la oscuridad, y sentí un


ligero tirón de la fuerza que la ataba a mí. Disfruté los vestigios de su
presencia antes de cerrar los ojos y me rendí por esa noche.
Traducido por Bella’
Corregido por Flopyta

El paraíso. Tan seguro, acostada entre sus brazos; nunca existió


un lugar en el que preferiría estar, su olor a mí alrededor me
tranquilizaba con cada aliento. Me acurruqué más cerca de él, hundiendo
mi cuerpo en el suyo como si pudiéramos llegar a ser uno.

Respiré más profundo, entré en pánico cuando su aroma comenzó a


desvanecerse. Luché frenéticamente; desesperada por encerrar su cuerpo
en el mío, pero no sirvió de nada. Se fue tan rápido como mi mente se
precipitó a la conciencia.

Una sensación de temor me invadió mientras mis ojos se abrían.


Miré la mesita de noche. La luz roja indicaba cinco cuarenta y tres.

—Mierda.

No eran los sueños de él los que me molestaban; era el despertar


a la realidad de que él ya no era mío lo que casi me destruía. Me
despertaba todas las mañanas con el corazón expuesto, heridas
abiertas y dolor fresco que brotaba de cada poro de mi cuerpo.

Lo empujé a un lado; regresando las paredes para encerrarlo


todo. No podía permitirme sentir delante de aquellos que no entendían.

Retiré las sábanas, frotando mi rígido cuello.

Nicholas aún dormía, roncando de espaldas hacia mí.

Suspirando, me paré y caminé hasta el baño, preparándome para


otro día sin nada.
Me duché y bajé a desayunar.

Nicholas se levantaría pronto, y esperaba un desayuno caliente


antes de irse. Fui a la alacena, saqué el café y empecé a prepararlo,
respirándolo mientras se preparaba.

Hice un desayuno rápido, terminando los huevos y colocándolos


en platos justo cuando Nicholas bajaba las escaleras.

Le entregué su comida cuando entró en la cocina y no recibí más


que un gruñido de reconocimiento cuando me la quitó de las manos.

—De nada —murmuré entre dientes.

Comimos en silencio conmigo perdida en mis pensamientos y


Nicholas enterrado en las páginas del periódico.

Terminó de comer, y yo llevé su plato al fregadero para enjuagarlo


y ponerlo en el lavavajillas. Se puso la chaqueta, agarró el maletín y se
acercó a la puerta. Se detuvo y se giró para mirarme.

—Llegaré a casa a las seis y media, así que no prepares tarde la


cena esta noche. Y no te olvides de la cena del jueves.

—Sí, lo recuerdo.

Si tan solo pudiera olvidar.

No había nada peor que tener a tu marido exhibiéndote mientras


fingías algún tipo de afecto por él. El desprecio que sentía por él tenía
que ser evidente. Este acto era cada vez más difícil de llevar a cabo.

Terminé de cargar el lavavajillas y miré a mí alrededor, buscando


un trabajo para mantener las manos ocupadas mientras me perdía en
mis pensamientos. Nicholas no confiaba en las amas de llaves de su
casa, así que el mantenimiento quedó relegado a mí. No me importaba.
Si me sentaba ociosa, estaba segura de que perdería la cabeza.
Trabajé, fregando toda la cocina y disfrutando del silencio de la
casa cuando mi teléfono empezó a vibrar en mi bolsillo. Miré hacia
arriba, dándome cuenta de que habían pasado dos horas. Saqué el
teléfono y sonreí cuando vi el nombre que aparecía en la pantalla.

—Hola, Katie, ¿qué pasa?

Hablábamos varias veces a la semana y nos reuníamos al menos


una vez a la semana, así que sus llamadas matutinas no eran
inesperadas.

—Hola, cariño. ¿Lista para un café?

—No tienes idea de lo bien que suena eso. —Abrí el grifo,


apretando la esponja bajo el chorro—. Sólo dame unos minutos para
limpiarme... digamos... ¿media hora?

—Suena bien.

—De acuerdo. Te veo pronto —dije antes de terminar la llamada y


correr escaleras arriba para cambiar mi ropa.

Una media hora más tarde, metí mi sedán negro de cuatro


puertas en el estacionamiento de nuestra cafetería favorita y me deslicé
en el primer lugar disponible. Katie estaba de pie al otro lado,
saludando.

Era una rubia natural con ojos azules llamativos, pero tenía que
inclinar la balanza. Con el pelo teñido del color negro más profundo y
los tatuajes vibrantes en su espalda y brazos, la mayoría la encontraba
cautivadora e intimidante.

Honestamente, me sorprendió la conexión instantánea que


hicimos cuando nos conocimos. Ella era una mujer contundente, y yo
tenía miedo de que me juzgara, me dijera que creciera y me olvidara de
mi pasado, pero nunca lo hizo.
Simplemente estaba ahí para mí.

—Hola, nena. —Sonrió mientras me acercaba.

—Hola, ¿cómo estás? —pregunté, sin dudar en acercarme y


abrazar a mi mejor amiga. Ella era unos centímetros más baja que yo,
aunque tuve que mirarla con la altura extra que le daban sus botas.

—Estoy genial. —Sus ojos azules bailaron cuando retrocedió y


tomó mi mano, tirando de mí detrás de ella para entrar en la tienda.

Ordenamos y encontramos un lugar tranquilo en la parte de atrás


donde me hundí en los cojines. Gemí de placer mientras tomaba el
primer sorbo de mi mocha latte, permitiendo que su calor me calmara.

Katie se sentó en una silla grande y afelpada.

—¿Puedes creer la oferta que los chicos hicieron? Si lo consiguen,


traerá suficiente dinero para que Shane pueda fundar su propia
compañía.

Shane era casi tan miserable con Nicholas como yo. Él no podía
esperar para despedirse de su compañero, y yo había estado orando por
el día en que pudiera terminar y escapar de la influencia de Nicholas.

También me rompía el corazón. Sabía que una vez que Shane se


separara de Nicholas, ya no podría que tener a Katie y Shane en mi vida
y, una vez más, perdería a las únicas personas que significaban algo
para mí.

—Escucha —dijo ella, su voz se suavizó —, necesito hablar


contigo. —Me preparé para lo que venía—. Shane y yo estuvimos
hablando. Cuando él haga su ruptura, nosotros pensamos que tú
también deberías hacer la tuya. —Ella había estado intentando que
dejara a Nicholas desde el momento en que nos conocimos.
—Katie —me ahogué. ¿Quería estar con Nicholas? No. Pero no
tenía otro lugar adonde ir. Después de que dejé Dallas, mi mamá y yo
nunca habíamos sido iguales; y no había manera de que regresara a
Colorado Springs. No había hablado con mi padre desde que me fui, y lo
último que supe es que los Montgomery seguían allí—. Sabes que no
puedo hacer eso.

—No hay razón para que te quedes con Nicholas. Mira —dijo,
moviéndose hacia el borde de la silla e inclinando su cabeza hacia mí—,
Shane y yo queremos que vengas y te quedes con nosotros... por el
tiempo que necesites. —Tenía fuego detrás de sus ojos—. Tienes que
alejarte de ese idiota. No voy a quedarme quieta y ver cómo te sigue
destruyendo.

—Lo aprecio, pero elegí esta vida hace mucho tiempo —le dije. Lo
hecho, hecho está.

—No tiene que ser así. Sólo déjame cuidarte, por favor... —Sabía
que ella sólo quería que yo fuera feliz, pero lo que Katie no entendía era
que yo sería infeliz dondequiera que estuviera, con o sin Nicholas, y era
más fácil quedarse. Mi corazón ya estaba muerto, así que no se podía
hacer más daño.

Suspirando, terminé mi último sorbo de café y corrí hacia la


puerta, esperando una forma de escapar de la conversación.

Katie estaba justo detrás de mí. Me agarró del brazo y me dio la


vuelta.

—Hablo en serio, Melanie. Vamos a hablar de esto.

—¿Podemos irnos? ¿Por favor? Ya hemos hablado de esto antes, y


tienes que dejarlo, ¿de acuerdo?

Suplicante, ella tomó mi mano, apretándola.


—Shane y yo te amamos. No tienes que pasar tu vida así.

—Lo sé, Katie. Yo también te amo. —Mordí mi labio donde


temblaba, negándome a derramar las lágrimas que se acumulaban en
mis ojos—. Pero eso no cambia nada. —La tristeza nubló su cara.

—Melanie…

La corté.

—Escucha, me voy a casa. —Los recuerdos estaban empezando a


fluir después de nuestra charla, y supe que pronto llegaría a mi punto
de ruptura.

—De acuerdo. —Se me acercó, envolviéndome en sus brazos. Me


abrazó con fuerza y me susurró al oído—. No me daré por vencida
contigo.

Vestida con vaqueros viejos y una camiseta blanca y delgada,


atravesé la cocina y salí por la puerta de atrás. El clima era todavía
cálido, y me atrajo hacia afuera. Me moví a través del gran césped hasta
el seto que cubría la parte posterior del patio y el lecho de flores que
corría a lo largo de éste. Descansando de rodillas, empecé a arrancar las
malas hierbas que habían brotado entre las plantas florecientes. Mis
manos trabajaban mientras mi mente volvía a él, a su hermosa cara, a
sus ojos color avellana que nunca podría olvidar. Era como si me vieran
a través de la distancia que nos separaba. Me perseguían y me
consolaban al mismo tiempo.

—Daniel, te extraño.
Recé para que pudiera sentirme. Me preguntaba si sabía con qué
frecuencia pensaba en él. Sólo podía imaginarme que ya tenía otra
familia.

Familia.

Agarré la hierba en mi mano como si fuera un ancla. Si me


aferraba lo suficientemente fuerte, tal vez podría sentir esa alegría por
un momento, la anticipación que teníamos por nuestra pequeña familia.
Respiré con mesura hasta el último aliento, sintiendo el dolor, sólo me
merecía sentir el amor que sentía por ella. Nunca la había abrazado,
pero la conocía. Podía ver a la niña increíble que sería ahora mismo, su
pelo castaño volando alrededor de su cara, ojos color avellana brillando
mientras jugaba en el patio trasero.

Mis pensamientos la rodearon durante mucho tiempo antes de ir


a la deriva hacia Patrick y Julia. Cómo los extrañaba.

Habían sido como padres para mí. Los había amado tanto. Nunca
olvidaría todo lo que habían hecho, el apoyo que me habían dado. Sabía
que ellos habían sentido lo mismo por mí.

Y Erin. Lágrimas corrían por mi cara mientras pensaba en la


única persona que era a la vez mi mejor amiga y la hermana que nunca
había tenido. Siempre había estado ahí para mí, apoyándome durante
los momentos más inciertos de mi juventud. Sabía por qué Daniel ya no
me quería. Lo que no podía entender era por qué ella me había
abandonado a mí también.

El teléfono que sonaba dentro me trajo de vuelta. No sabía cuánto


tiempo había estado aquí, pero mis manos estaban cubiertas de barro y
casi había limpiado el lecho de flores. Me limpié las manos en los
pantalones, corrí adentro y agarré el teléfono en el cuarto timbre.

—¿Hola? —dije, jadeando.


—¿Melanie? Cariño, ¿estás bien?

—¿Mamá? —Me tomó un segundo entender el hecho de que ella


estaba al teléfono—. Sí, bien. Estaba afuera y corrí hasta aquí.

No podía creer que estuviera llamando. No habíamos hablado


desde que le hice una rápida y obligatoria llamada de cumpleaños hacía
cinco meses.

—¿Cómo están Mark y tú? —pregunté.

Después de que me fui a Chicago, las cosas nunca habían sido


iguales entre mamá y yo. Por supuesto, todavía la amaba, pero abrigué
mucho resentimiento hacia ella. Estaba enojada por culpar tanto a
Daniel, pero al final tenía razón. Me había dejado por otra persona
cuando las cosas se pusieron difíciles. Más allá de eso, supongo que me
sentí aún más traicionada por lo entusiasmada que parecía estar con
Nicholas. ¿Pero por qué fue culpa suya? Fui yo quien escogió esta vida.

Pero no fui la única. Ella también se había estado conteniendo.


Tal vez estaba demasiado decepcionada de mí y no podía mirarme de la
misma manera. No tenía todas las respuestas, pero lo que sí sabía era
que mi relación con mi madre nunca se recuperó después de ese
verano.

—Estoy bastante bien. —Parecía triste—. ¿Cómo has estado?

—Um, bueno, ya sabes, la misma Melanie de siempre. —No me


atrevía a mentirle sobre mi felicidad. Era demasiado obvio que no lo era.

Ella no dijo nada.

—Mamá, ¿qué está pasando? —Tan distantes como estábamos, la


idea de que algo andaba mal con mamá me envió una ola de terror.
—No pasa nada, Melanie. Sólo te extraño. Quiero decir, te extraño,
a la chica que solía conocer. —Pude escuchar la tristeza en su voz y
estaba segura de que estaba llorando. No habíamos hablado así ni una
vez en los últimos nueve años, y no estaba segura de cómo manejarlo.

—Mamá... esa chica ya no existe.

Un sollozo audible atravesó la línea. Me recosté contra la pared


para apoyarme. Esto no era donde esperaba que esta conversación
fuera.

—Melanie, cariño, necesito ir a verte. ¿Me dejarás?

Estaba claro lo mucho que nos habíamos llegado a alejar la una


de la otra cuando era obvio que ninguna lo quería así. Fue tanto culpa
mía como suya. Ella estaba dando el primer paso para hacer lo
correcto.

Había pasado por aquí de la noche a la mañana un par de veces


cuando ella y Mark estaban de paso a través de los años, pero yo nunca
había ido a visitarla ni una vez. Sabía que este viaje sería diferente.

—Sí, mamá. Creo que me gustaría. ¿Cuándo? —La emoción era


espesa en mis palabras, y yo esperaba que ella supiera cuánto quería
verla. La extrañaba mucho, pero se lo debía al otro dolor que tuve que
nublar.

—Bueno, ¿estaba pensando que podría salir la semana de Acción


de Gracias y quedarme durante las vacaciones? Quiero decir, sólo si no
es mucho problema. No quiero molestarte a ti y a Nicholas.

Estaba un poco decepcionada de que aún faltaran ocho semanas


para que pudiera verla, otra confirmación de cuánto la necesitaba.

—No, mamá, realmente te quiero aquí. Por favor... ven. —Fue más
que una invitación para una simple visita.
Ella resopló, aunque podía sentir su alivio.

—Bien... allí estaré.

Era el momento de corregir esta cosa que había sido maltratada


hace tanto tiempo.
Traducido por Taywong
Corregido por Maga

—Daniel, es demasiado tarde.

No quería escuchar, me negué a aceptar sus palabras.

En cambio, supliqué.

—No. Por favor. Sálvala. Tienes que salvarla.

Manos me inmovilizaron, pero mi cuerpo se lanzó hacia adelante,


desesperado.

—¡No! —Si lo dijera lo suficiente, podría hacerlo realidad.

Ella no podría haberse ido. La acababa de ver.

—Dios no. ¡Por favor!

¿Por qué no estaban luchando por ella? ¿Por qué estaban todos de
pie aquí, sin hacer nada?

Tenía que pasar por su lado, ir a ella, protegerla.

—Es demasiado tarde —dijo las palabras de nuevo, sus brazos se


apretaron a mi alrededor cuando abandonó sus esfuerzos por contenerme
en un intento de consolarme.

Sus palabras me aplastaron cuando la realidad me puso de


rodillas, imágenes del rostro perfecto que apenas conocía, pasando por
mi mente, cortando mi alma en dos.

El pánico se apoderó de mi cuerpo y el sudor estalló en mi carne.


La alarma sonó, impactando mi mente en el presente, trayéndome
a una conciencia que no quería enfrentar. Apreté mis ojos, dejándolos
cerrados un momento más, incapaz de decir lo que era peor: revivir la
pesadilla todas las noches o despertar a la vida que no quería vivir.

Mi estómago revoloteó, retrocediendo con los ácidos ardiendo en


mi garganta, y apenas pude llegar al baño antes de que mi cuerpo se
librara del dolor de la única manera que sabía cómo si el acto de alguna
manera le daría paz a mi cuerpo.

Si solo fuera así de simple.

Las arcadas finalmente se calmaron, y me hundí el resto del


camino hasta el suelo, tratando de recuperar el aliento y calmar mi
respiración.

—Mierda.

Me levanté del suelo, agarrándome al fregadero por apoyo. Abrí el


agua, la salpiqué en mi rostro y lavé el sueño antes de tomar mi cepillo
de dientes.

Todas las mañanas, siempre lo mismo. El martes demostrará que


no es diferente.

Me duché y me vestí, temiendo lo de la cena. Sintiéndome


desesperado, incluso pensé en preguntarle a mamá, pero pensé que no
sería lindo traer a mi madre. Estaba seguro de que era más patético.

Caminé hacia la puerta de entrada, me incliné para recoger mi


bolso, y alcancé mis llaves en la mesa de entrada. Me detuve, mirando
la foto encima de ella, la de mí con mis brazos alrededor de Melanie. Los
dos estábamos sonriendo, solo momentos después de haber cruzado el
escenario para obtener mi diploma de secundaria, cuando creíamos que
nada podía separarnos.
Dios, la extrañaba.

Llegué a la oficina justo antes de las ocho, tratando de ignorar el


aumento constante de la presión en mi cabeza. Tenía tanto que hacer.
No podía creer la cantidad de estrés que un edificio podría causar.

—Buenos días, Lisa.

—Buenos días, Doctor Montgomery. —Su sonrisa era cálida y


relajante.

—¿Algún mensaje para mí esta mañana?

—Um... hay un par aquí desde el servicio de contestador. —Buscó


entre los montones de papeles en su escritorio, sacando la pequeña pila
de notas y entregándomelas. Le di un pequeño asentimiento en señal de
agradecimiento y entré a mi oficina.

Hundiéndome en mi escritorio, revisé mis citas del día antes de


hojear los mensajes. Los primeros dos eran del banco.

El último era de Vanessa.

—Mierda —murmuré en voz baja.

Esa chica me había estado persiguiendo durante meses.


Realmente lo jodí. Debería haberlo sabido, pero ella me había atrapado
completamente desprevenido.

Ella era una representante de drogas de una de las compañías


farmacéuticas más grandes, y estaba claro que quería meter su pie en
la puerta, sabiendo cuánto dinero le traería una práctica como la
nuestra. La conocí la primera semana que llegamos a Chicago. Algunos
de nuestros socios comerciales habían creado un mezclador para correr
la voz sobre la nueva práctica, generando interés y referencias de
inmediato.
Lo supe la primera vez que la vi. Era igual que el resto, buscando
una manera fácil de salir adelante y usar cualquier medio que creyera
que le proporcionaría lo que quería. Me buscó, sabiendo exactamente
quién era yo y qué podía hacer por ella. Mi primer instinto fue correr.
Pero ella fue implacable, y tuve demasiado para beber.

Hace nueve años, aprendí que era mejor no acercarme, pero a


veces me sentía débil, cansado —cansado de estar solo— y renunciaría
a la pequeña voz en mi cabeza que insistía en que estaba bien. Como
anoche. Nunca una vez no me había arrepentido.

Pero esa primera vez fue la peor. Stephanie había sido mi


compañera de estudio en la colonia, y ella estaba allí cuando necesitaba
a alguien para aliviar el dolor. Creí que ella era mi amiga. Resultó que
todo lo que ella quería que yo hiciera era olvidar el amor de mi vida;
fingir que estaba destinado a estar con ella.

Solo sucedió una vez, y fue la última vez que vi a Stephanie.


Estaba tan enojado que se había aprovechado de mi vulnerabilidad
emocional, enfadado conmigo mismo por ser tan débil, pero creo que no
pudo evitar sentir lo mismo que yo.

Más tarde me di cuenta de que había querido creer que alguien


más podría hacerme sentir de la misma manera que Melanie, el
completo éxtasis que sentíamos cuando éramos uno. Pero ese
sentimiento no podía ser replicado. El cuerpo de Melanie se ajustaba al
mío como si hubiéramos sido tallados en la misma piedra, cada uno
hecho para el otro.

Ella no podría ser reemplazada.

Al darme cuenta de eso, uno pensaría que sería más fuerte, que
huiría del pesar que tendría después de despertarme junto a una chica
que sabía que nunca podría amar o incluso cuidar.
Pero a veces experimentar ese arrepentimiento era mejor que
dormir solo.

Con Vanessa, sin embargo, era diferente. No se trataba de que


dos personas cedieran en sus cuerpos, sucumbiendo a lo físico. Se
trataba de alguien que explotaba la debilidad de otro.

Ella era una depredadora, y ahora la perra pensaba que le debía


algo.

—Mierda. —Tiré su mensaje, sabiendo que no podría evitarla


más.

Para colmo, tenía que buscar una cita para la cena del jueves.

Descolgué el teléfono y marqué su número. Sabía que todo lo que


ella quería de mí era libertad para empujar su producto en mi oficina,
como si follarme de algún modo le hubiera dado ese derecho, y eso me
molestó. Pero lo acepté como mi culpa; sabía que no debía dormir con
un representante.

Recé para que fuera al buzón de voz, pero contestó el segundo


timbre.

—Buenos días, es Vanessa. —Siempre profesional; me recordó el


sexo, todo solo una parte del trabajo.

—Sí, Vanessa, es Daniel Montgomery... devolviendo tu llamada. —


Ni siquiera sabía qué decir. Toda la situación me hizo sentir incómodo.

—Daniel... he estado tratando de ponerme en contacto contigo. —


Su voz era baja y cargada de irritación.

¿Qué diablos se suponía que debía decirle, que no quería hablar


con ella y que la había estado evitando?
—Uh, bueno, lo siento. He estado ocupado —dije como si no
hubiera podido ahorrarme cinco minutos alguna vez en los últimos tres
meses para devolverle la llamada.

—Necesito reunirme contigo. —No era una solicitud.

¿Estaba realmente de acuerdo con esto? Sí, tenía que hacerlo.


Solo debía soportarlo y terminar de una vez.

—Uh, claro, Vanessa. Tengo algo de tiempo libre durante el


almuerzo del jueves. ¿Podemos reunirnos entonces? —Ella comenzó a
decir algo, así que la interrumpí antes de perder el valor.

>>Escucha, necesito un favor. —No podía creer que estaba a


punto de hacer esto. Pasé mi mano por mi cabello, esperando que el
gesto me diera algo de coraje para ver pasar esto—. Tengo una reunión
de negocios importante el jueves por la noche, y tengo que llevar a
alguien. ¿Estás libre esa noche? —Me sentí como si estuviera vendiendo
mi alma.

—Daniel, ¿me estás pidiendo una cita después de evitar las


llamadas telefónicas durante los últimos tres meses? —No podía decir si
estaba enojada o sorprendida, pero realmente no importaba. No era
como si realmente quisiera salir con ella.

Me detuve antes de contestar.

—Supongo que sí. —Ahora le debía algo. Le acababa de dar lo que


había puesto en el punto de mira hace cinco meses.

—Entonces supongo que tendré que aceptar con una condición;


nos reunimos realmente el jueves para almorzar.

—Bien.
De acuerdo, no había nada de bueno en toda la situación, pero
¿qué iba a hacer?

—¿Tavalindo's al mediodía?

—Por supuesto. Te veré el jueves. —Colgué el teléfono, agarrando


mi cabeza mientras me recostaba contra mi silla, preguntándome cómo
me metí en esta mierda.

Eché un vistazo al reloj: mediodía. No tenía apetito, pero tenía que


salir de mi pequeña oficina. Me sentía enjaulado, irritable.

Pasé por el vestíbulo, lanzando a Lisa un saludo poco entusiasta


mientras salía por la puerta principal. Metí mis manos en los bolsillos
de mis pantalones y caminé a media cuadra hasta mi cafetería favorita,
justo en la calle de nuestra oficina temporal. Estaba lleno, la multitud
solo servía para destellar mis nervios ya irritados.

Quince minutos más tarde, llegué al frente de la fila.

Pedí mi regular, un café con leche grande con una dosis doble de
expresso, con cuidado de no hacer contacto visual con la barista de
cabello castaño tomando mi pedido. Ella me dio mi café, y tomé un
sorbo de él mientras metía un par de dólares en el frasco de la propina
y murmuraba—: Gracias—antes de salir corriendo.

Me dejé caer en una silla de metal en una pequeña mesa del


restaurante sentada en la acera. Tuve que escapar de la realidad por un
par de minutos. Cerré mis ojos, levanté el rostro hacia el cielo y mi
mente se dejó llevar por la fresca brisa de Chicago.

Septiembre, 1997
—Buenos días, cariño —cantó mamá mientras entraba a la cocina.
Sonreí en su dirección, donde se sentó en la pequeña barra de desayuno
con papá y Erin.

—Buenos días. —Bostecé y froté mi rostro, tratando de


despertarme. Llené un tazón con cereal y leche y tomé mi lugar junto a
Erin. Papá y ella estaban hablando del próximo año escolar. Erin estaba
nerviosa acerca de las dos clases avanzadas de segundo año para las
que se inscribió, y mamá y papá la estaban alentando.

Le di un empujón al hombro a mi hermana, su cabello rubio y


ondulado balanceándose sobre su espalda.

—Oye, no te preocupes por eso. Tuve ambas clases el año pasado.


Te ayudaré a estudiar si me necesitas. —El rostro de Erin se iluminó, y
asintió.

—Gracias, Daniel.

—No hay problema. —Le sonreí abiertamente. Por supuesto que la


ayudaría. La adoraba, incluso si a veces me volvía loco.

Papá echó un vistazo a su reloj y de mala gana se levantó,


drenando el último trago de café de su taza.

—Tengo que llegar al hospital.

Palmeó mi hombro, besó la cabeza de Erin y se detuvo para atraer


a mamá hacia él. La envolvió en sus brazos y la besó con fuerza,
haciéndola reír contra su boca. Ella lo golpeó juguetonamente.

—Sé bueno. —Erin me sonrió y puso sus ojos en blanco mientras yo


arrugaba mi rostro con fingido disgusto por el afecto que nuestros padres
se daban el uno al otro. Pero secretamente esperaba encontrar a una
chica a quien amar tanto como papá amaba a mamá.
Después de que papá se fue, mamá subió a ducharse, dejándonos
a Erin y a mí a lavar los platos. Charlamos un poco más sobre la escuela
antes de que los ojos color avellana de Erin se iluminaran.

—Oh, hay una chica nueva que comenzó a trabajar en la cafetería


anoche, Melanie Winters. Ella acaba de mudarse aquí desde Texas con
su papá. La invité a venir hoy. —Erin se detuvo antes de agregar una voz
cantarina—: Ella es realmente linda.

Entrecerré mis ojos, sabiendo a dónde iría Erin con esto. Estaba
constantemente tratando de emparejarme con alguien.

—Ni remotamente interesado.

Me miró.

—No tienes que ser así todo el tiempo. Ella realmente me gusta. ¿Te
mataría ser amable con ella?

No era como si no fuera amable con sus amigos, pero supongo que
tampoco era exactamente amigable. No podía imaginar que esta chica
fuera tan diferente del resto de ellos, fácil, sin una célula cerebral a su
nombre. No gracias.

Claro, salí un poco aquí y allá, pero las chicas que conocí nunca
mantuvieron mi interés por mucho tiempo. Todas eran muy superficiales;
lo único que les importaba era cómo me veía, qué tenía y qué podía
darles. Así que no perdía el tiempo.

Me había ganado una reputación de ser un idiota que pensaba que


era demasiado bueno para todos, pero realmente no me importaba.

Con solo dos años de bachillerato para prepararme para la


universidad, necesitaba calificaciones perfectas ya que finalmente había
decidido que quería convertirme en médico. Papá nunca me presionó, pero
sabía que él siempre había esperado que siguiera sus pasos. Dijo que
aparte de ver a su familia feliz, nunca había encontrado más alegría que
ayudar a alguien a sanar.

—Bien. Haré un esfuerzo extra para saludarla —gruñí.

Después de ayudar a mamá en la casa, subí a mi habitación para


mirar televisión, contento de tener el resto del día para relajarme. Oí que
un automóvil se detenía en el camino de entrada frente a la casa. Una
puerta se cerró de golpe, y luego el auto se alejó. Escuché pasos en el
porche de madera y el sonido de la voz de Erin.

Negué, tratando de concentrarme en el juego de fútbol en la


televisión. No me importaba lo que estaba sucediendo abajo. Encendí el
televisor para ahogar los sonidos de abajo, pero no ayudó. Era más como
si pudiera sentir los pasos en lugar de escucharlos. Cuando la puerta de
entrada se abrió y se cerró, no pude ignorarlo más.

Salí de mi habitación y bajé por el pasillo. Cuando la vi, me congelé


en lo alto de la escalera, incapaz de apartar los ojos de la chica parada
en el medio de la sala de estar, sus intensos ojos esmeraldas
observándome.

Ella era impresionante, literalmente. Nos quedamos allí de pie no


sabía cuánto tiempo antes que apartara mis ojos de los de ella para
poder ver el rest. Erin había dicho que era bonita, pero su belleza era
indescriptible. Tenía el cabello largo y castaño que fluía en suaves y
gruesos rizos por toda su espalda. Su piel era pálida y suave como una
muñeca de porcelana. No tenía la figura de reloj de arena de Erin, pero su
complexión delgada era suave con curvas femeninas, y era quizás dos
centímetros más pequeña que la de Erin de metro y medio.

Vestía vaqueros ajustados y una camiseta de una vieja banda que


era un poco ajustada, acentuando la perfección que era Melanie Winters.

En ese momento supe que nunca sería lo mismo.


Erin aclaró su la garganta.

—Um, Melanie, este es mi hermano, Daniel.

—Daniel... Melanie. —Hizo un gesto entre los dos, pero fue


innecesario. Ya estaba bajando las escaleras. Era como si hubiera un
imán que me atrajera hacia ella.

Incluso si lo hubiera intentado, no podría haberme marchado.


Agarré la mano de Melanie, no para sacudirla sino para sostenerla en la
mía.

La calidez de su piel viajó a través de mi cuerpo. Fue relajante,


pero emocionante al mismo tiempo.

Melanie miró nuestras manos, luego a mi rostro y sonrió


tímidamente.

—Hola. —El sonido de su voz hizo que un escalofrío recorriera mi


cuerpo.

—Hola. —Le devolví la sonrisa, aún incapaz de mirar hacia otro


lado.

—Entonces, Melanie, ¿tienes hambre o algo así? —Erin sonó


cautelosa, casi incómoda.

Melanie me miró fijamente, pensativa, antes de retirar lentamente


su mano.

—Por supuesto.

Por primera vez en mi vida, me sentí vacío mientras la veía


alejarse, arrastrando a Erin a través de la puerta hacia la cocina.

No del todo dispuesto a regresar a mi habitación, me dejé caer en el


sofá, tomé el control remoto y encendí el juego que había estado mirando
arriba. Las voces de Melanie y Erin atravesaban la delgada barrera de la
puerta de la cocina, apagadas, pero distintas entre sí. La risa de Erin era
cordial, sustancial, mientras que la de Melanie era suave y gentil, aunque
no inhibida ni tímida. Ella sonaba cómoda. Tranquilamente segura.

Tardé aproximadamente cinco minutos en decidir que también


tenía hambre.

El silencio cayó sobre la cocina cuando entré.

Melanie y Erin se giraron para mirarme desde la pequeña mesa de


desayuno donde comían papas fritas y bebían refrescos. El rostro de
Melanie se extendió en una cálida sonrisa.

Dios, era tan hermosa.

Mantuve su mirada por un momento antes de sacudirme y cruzar


la cocina para tomar algo. Podía sentir sus ojos en mí cuando me incliné
hacia el refrigerador y tomé un refresco, y se encontraron con los míos
cuando me giré para mirarla, confiable mientras daba dos pasos hacia la
puerta.

Sabía que debería, pero no podía salir de la habitación.

—Erin. —Miré a mi hermana, mis ojos suplicantes, esperando que


entendiera que le estaba pidiendo que nos dejara solos a Melanie y a mí.

Ella lo hizo.

—Se supone que debo estar en el trabajo a las cinco. Debo


prepararme. —Se levantó, mirando torpemente entre Melanie y yo. Le
dediqué una sonrisa de agradecimiento.

Melanie se levantó como si fuera a irse.

Casi me entró el pánico.


—¿Puedes quedarte? —Mi voz sonó desesperada.

Lo que parecía alivio recorrió el rostro de Melanie, y ella asintió.

—¿Te veré pronto, Melanie? —preguntó Erin como si estuviera


tratando de medir lo que quería Melanie.

Se giró hacia mi hermana, abrazándola.

—Sí, eso me gustaría. Gracias por invitarme a pasar. —Su voz era
suave y amable, sincera. Erin nos sonrió, sus ojos brillando con
aprobación y solo un poco de satisfacción cuando Melanie se puso a mi
lado.

Sin duda, iba a escuchar de mi hermanita más tarde.

La puerta se cerró detrás de Erin, dejándonos solos.

Me quedé a centímetros de ella, mirando el calor de sus ojos


verdes, sintiendo emociones que nunca antes había sentido.

Esta vez, ella me buscó, moviendo su mano para agarrar mi dedo


índice.

Cerré mis ojos, tratando de dar sentido a lo que estaba sucediendo


entre nosotros.

Mis ojos se abrieron para encontrar que los de ella estudiando mi


rostro como si estuviera memorizando cada línea. Entrelacé nuestros
dedos, apretando su mano, diciéndole sin palabras que yo también lo
sentía.

Sostuve su mano mientras la sacaba de la cocina y subía las


escaleras, mirando furtivamente hacia ella para asegurarme de que era
real.

Pasamos la tarde en mi habitación simplemente conociéndonos.


Aprendí que tenía quince años y que tendría dieciséis en abril, diez
meses más joven y un grado detrás de mí.

Seguí cada una de sus palabras mientras me contaba sobre su


infancia, todo lo que le había gustado y le había desagrado. Presté
atención a lo que la hizo fruncir el ceño y lo que la hizo sonreír. Escuché
cuando me dijo que sus padres se habían divorciado cuando ella era
pequeña, pero como sus dos padres habían vivido a pocos minutos el uno
del otro, ella había crecido feliz con lo que se había sentido como una
gran familia extendida. Peggy, su madre, estaba casada con su
padrastro Mark, y ella tenía una hermana pequeña llamada Sarah.

Melanie tenía dos hermanastros de la segunda esposa de su


padre, Cheryl. Fue el reciente divorcio de su padre con Cheryl lo que trajo
a Melanie a Colorado. Steve, el padre de Melanie, había tomado mal el
divorcio, y no quería quedarse en la misma ciudad que Cheryl. Melanie se
había mudado con su padre, segura de que no debería estar solo en esos
momentos oscuros.

Claramente, su familia era tan importante para ella como lo era


para mí.

Con una sonrisa nostálgica, escuchó historias de mi niñez, riéndose


mientras le contaba del problema que Erin y yo solíamos tener juntos.
Ella me preguntó qué me gustaba y qué no me gustaba, y sabía que
realmente se preocupaba por saber las respuestas. Hablamos sobre la
escuela y sobre cómo esperaba convertirme en un médico como mi padre.

Era como si ya nos conociéramos; solo necesitamos completar los


espacios en blanco.

No necesitamos hacer ninguna declaración; solo lo fuimos.

Todo el tiempo que hablamos, nos acostamos, uno frente al otro,


nuestras manos entrelazadas.
—Daniel, se está haciendo tarde. Será mejor que vaya a casa antes
de que mi padre se dé cuenta. —Melanie se estiró, obviamente sin querer
irse más de lo que yo quería.

Dije—: Está bien. —Pero no la dejé ir.

En vez de eso, me moví más despacio, gentil mientras tomaba su


rostro entre mis manos. Mi corazón latía tan fuerte, estaba seguro de que
podía oírlo, al igual que yo podía escuchar el de ella. Acaricié sus
mejillas, esperando que no notara que mis dedos temblaban de
ansiedad.

Ella me miró con anticipación, claramente tan nerviosa como yo,


pero no tuve dudas de ella. Ella se inclinó un poco más cerca, y presioné
mis labios contra los de ella.

Se sintió tan bien.

La besé suave y lentamente por un par de segundos. Mis manos


encontraron su camino en sus rizos mientras la acercaba más. Sentí un
temblor recorrer su cuerpo cuando nuestras lenguas se encontraron por
primera vez. Obviamente, ninguno de los dos tenía mucha experiencia ya
que el beso permaneció lento y vacilante, nuestras bocas se movieron
suavemente juntas mientras aprendíamos uno del otro.

Sus manos temblaban mientras subían por mis brazos y se


posaban en mi rostro, abriéndose camino en mi cabello y dejando ese
mismo rastro de calidez que había sentido antes cuando nos tocamos por
primera vez. Sus dedos crearon un deseo que nunca había conocido. La
abracé hacía mí cuando el beso se hizo urgente, la necesidad de
consumirla abrumadoramente. Ella me besó con tanta intensidad como le
mostré, presionando su cuerpo contra el mío. Todo mi cuerpo cantaba con
deseo por ella. Tan desesperadamente como quería seguir, sabía que era
demasiado rápido.
Reduje la velocidad del beso, devolviendo mis manos a su rostro.
Mi cuerpo tembló y mis manos también. Apoyé mi frente contra la de ella
mientras trataba de recuperar el aliento.

La miré a los ojos, viendo su emoción allí, y lo supe.

Estaba enamorado de Melanie Winters.


Traducido por Flor
Corregido por Dai

—Hola, Katie —le dije, sonriendo mientras subía a su auto.

—Buenos días, Mel. —Se inclinó sobre la consola para


abrazarme—. ¿Al set?

—Sí. —Me encontraba tan preparada como podía para pasar un


día de compras con Katie. Ir de compras no era lo que más me gustaba
en el mundo, pero sabía cuánto pondrían en juego Katie y Shane esta
noche.

Nunca la habría rechazado.

Me abroché el cinturón mientras Katie metía su sedán plateado


en el camino. Salió a toda velocidad de mi barrio y saltó a la carretera
que llevaba al centro.

Si fuera por mí, habría agarrado lo primero que veía, pero cada
vez que íbamos de compras, Katie insistía en que nos probáramos todo.
Era agotador. No era como si no se viera increíble en cualquier cosa que
se pusiera. Ella tenía un cuerpo que cualquier mujer envidiaría.

Encontré un vestido que ambas aprobamos en la tercera tienda.


Era verde oscuro y hasta justo debajo de las rodillas, acentuando mi
cintura esbelta y el destello modesto de mis caderas sin ser demasiado
revelador. Nicholas quería siempre que me viera mejor en estas noches,
y nunca lo decepcioné. No era vanidosa, pero sabía cómo reaccionaban
las personas ante mí. Era la razón por la cual Nicholas me quería en su
brazo cuando entraba en una habitación, pero nada de eso me
importaba.

Al menos ir de compras era una buena distracción del dolor.


Siempre revoloteaba alrededor de los bordes, listo para irrumpir y
enviarme en espiral, pero hace mucho tiempo aprendí a olvidarme del
dolor hasta que me encontrara sola.

Para cuando Katie se decidió por un vestido tipo cóctel azul zafiro
oscuro, eran casi las dos.

—Oye, Katie, será mejor que regresemos a casa si queremos tener


tiempo suficiente para prepararnos.

Me miró mientras volvía a deslizar su tarjeta de crédito en su


cartera.

—Tengo que hacer una parada más en una pequeña joyería en la


calle.

Odiaba las joyerías. Todas parecían tener una sensación de


esnobismo, un poco como la casa en la que vivía. Odiaba cualquier cosa
pretenciosa, sin embargo, de alguna manera logré rodear mi vida con
ese tipo de cosas y personas.

Con una mirada hacia mí, aplastó todas mis objeciones en la


punta de mi lengua.

—Esta es diferente. Tienen una sección antigua. Te encantará. —


Katie sabía cómo atraparme. Me encantaban todas las cosas viejas.

Libros viejos, muebles viejos, joyas antiguas, cualquier cosa que


alguien más hubiera usado y amado.

Podría pasar horas caminando en una tienda de antigüedades.


Me imaginaba a una madre con su hijo en su regazo meciéndolo en una
mecedora de madera mientras le leía un cuento antes de dormir. Podía
imaginarme a una hermosa mujer joven con su vestido de novia,
sosteniendo el brazo de su amante mientras posaban para una foto en
blanco y negro. Podía sentir la anticipación cuando un hombre se
propuso, deslizando el anillo de su abuela sobre el dedo de su futura
esposa, pidiéndole que fuera suya para siempre. Casi podía sentir la
alegría y el dolor grabados para siempre en cada pieza.

Entramos en la pequeña tienda, y Katie me dejó sola. Fui


directamente a la sección de antigüedades. Nunca compraba nada, pero
me sumergía en el mundo de otra persona solo por unos momentos.
Toqué los anillos usados en la forma del dedo del dueño a través de
años de uso, sintiendo las piedras engastadas en oro. Sonreí mientras
imaginaba todos los lugares donde habían estado. Había brazaletes,
algunos en perfecto estado y otros desgastados por la edad. Esos eran
mis favoritos. Continué con los collares, perlas viejas y colgantes de
diamantes usados con orgullo en los eventos más formales.

Pasé mis dedos a lo largo de la vidriera jadeando en voz alta por lo


que encontré a continuación, extendiendo la mano y agarrando el
sencillo colgante en mi mano mientras era arrojada al pasado.

Aunque parecía imposible, era el mismo.

Abril 1998.

—No tienes nada de qué estar nerviosa —me repetía una y otra
vez—. Es Daniel, mi Daniel. —Los últimos siete meses fueron
indescriptibles. Nunca hubiera imaginado que podría encontrar un amor
como este, pero lo había sabido ese primer día.
Cuando terminé mi primer año de secundaria en Dallas, nunca
planeé irme. Pero cuando papá decidió mudarse a Colorado después de
que Cheryl lo echara y solicitara el divorcio, tuve que ir con él. Estaba
sufriendo. Nunca lo había visto así, y no podía soportar la idea de que se
mudara allí solo. Mamá se resistió al principio, pero cedió cuando la
convencí de que papá me necesitaba más que ella.

Nunca antes había viajado fuera de Texas y me sorprendió la


belleza de Colorado Springs. En Dallas, estuve rodeada de rascacielos
construidos en llanuras planas.

Aquí me encontraba rodeada de montañas nevadas. Todo era


verde y exuberante, lo opuesto a Dallas. Me encantó, aunque la afición
que sentía por Colorado Springs puede haberse debido por completo a
las personas que conocí aquí.

Vendría por mi papá, pero fue aquí donde encontré mi vida.

Me encantaban las novelas románticas antiguas y pasaba mi parte


justa de tiempo fantaseando sobre el amor a primera vista y siendo
arrastrada por mi verdadero amor, pero sabía que cosas así solo
sucedían en mis libros favoritos.

Eso fue hasta que conocí a Daniel.

Erin fue tan amable el día que comencé a trabajar en la pequeña


cafetería. Había estado nerviosa, pero ella me mostró todo, al tiempo que
me daba consejos, y al final de nuestro turno, me invitó a pasar el rato al
día siguiente en su casa.

No tenía idea de que aceptar su invitación iba a cambiar el curso de


mi vida.

Algo se agitó en mí en el momento en que papá detuvo el automóvil.


Solo se intensificó cuando entré. Era como si el aire a mi alrededor
estuviera lleno de un magnetismo que me impulsaba hacia delante,
instándome a seguir adelante. Esa llamada se encontró con los ojos color
avellana, las zonas externas forradas en marrón, fundiéndose en
variaciones de color verde salpicadas de oro.

Por un instante, me congelé, mi mente tratando de alcanzar lo que


mi corazón ya precipitaba Fue como si mi corazón volviera a la vida, sin
darse cuenta de que permanecía inactivo antes de ese momento.

No pude apartar la mirada mientras él permanecía inmóvil en lo


alto de las escaleras. Su cabello rubio oscuro era rebelde, los rizos
sueltos y ondulados caían sobre sus orejas y frente. Era alto y delgado,
cada centímetro formado por los músculos tonificados que se mostraban
en sus antebrazos y su barbilla bien definida. Era perfecto. Pero nada de
eso habría importado porque solo sus ojos me tragaron por completo.

Y no había estado lejos de él ni un solo día desde entonces.

Mi corazón revoloteó de nuevo con pensamientos de Daniel


mientras empacaba mi bolso para mi decimosexto cumpleaños. El resto
de su familia se había ido a San Diego durante el fin de semana, así que
teníamos el lugar para nosotros solos.

Corrí por el pasillo, preparándome para papá.

Odiaba mentirle.

—Oye, papá. —Se encontraba en el sofá bebiendo una cerveza,


mirando sin ver la televisión. No lidiaba bien con el divorcio, y comenzaba
a preocuparme realmente por él. Ni una sola vez en toda mi vida lo había
visto beber, y ahora lo hacía a diario.

Apartándose de sus pensamientos, se volvió hacia mí y forzó una


sonrisa, poniendo su cerveza en la mesa de café.

—Feliz cumpleaños, Mel.


—Gracias. —Me sentía nerviosa y segura de que se hallaba escrito
en todo mi rostro—. Entonces, Stacy me recogerá para ir a ver una
película, y luego voy a pasar la noche en su casa. ¿Está bien?

—Claro, cariño, diviértete. —Volvió hacia el televisor y recogió su


cerveza. Solté un suspiro de alivio.

Corrí hacia la puerta. Stacy se hallaba estacionada en la calle, y


me subí a su auto.

—Gracias por hacer esto. —Le sonreí, sintiéndome culpable por


involucrarla en mi mentira.

—No hay problema. Solo ten unos felices dieciséis, ¿de acuerdo? —
Se detuvo en el estacionamiento de la tienda de comestibles donde Daniel
me esperaba.

Salté de su auto.

—Gracias —dije—. Nos vemos el lunes en la escuela.

Sonrió y murmuró—: Diviértete. —Mientras se alejaba.

—Hola, nena. —Dos fuertes brazos se envolvieron alrededor de mi


cintura, y me giré para mirar el rostro de Daniel—. Feliz cumpleaños, mi
amor. —Me besó y me llevó a mi lado del auto—. ¿Lista? —preguntó. Me
moví nerviosamente con el dobladillo de mi camisa, dándome cuenta del
doble sentido. ¿Estaba lista? Pensé que sí, pero eso no me puso menos
nerviosa. No dije nada, y podría decir que el silencio puso a Daniel
nervioso.

Se acercó y me colocó el cabello detrás de la oreja, levantando mi


rostro hacia él.

—Oye, mírame. Sabes que no tenemos que hacer esto, ¿verdad? No


quiero que hagas nada que no estés preparada para hacer. —Pasó su
pulgar sobre mi mejilla, y supe que lo decía en serio. Nunca haría nada
para lastimarme.

—¿Estás listo? —Lo miré vacilante, ya sabiendo su respuesta.

—Tengo dieciséis. —Levantó un poco la ceja, y sabía exactamente


a qué se refería. Había tenido dificultades para contenerse durante los
últimos siete meses, pero nunca presionó—. Pero eso no importa. Te
esperaría por siempre.

Es por eso que quería que Daniel tuviera esta parte de mí. Sabía
que me amaba, y me esperaría sin importar cuánto tiempo fuera. No era
como si no hubiéramos hablado sobre eso y planeado este día, pero eso
no detuvo las mariposas.

Nos habíamos comprometido nuestras vidas el uno al otro; ahora


era el momento de comprometer nuestros cuerpos.

Le sonreí suavemente, tomé su mano y la doblé sobre mi regazo.

—No, estoy lista, solo estoy nerviosa.

Asintió, y salió a la carretera, conduciendo hacia su casa.

Cuando llegamos, estacionó en el camino de entrada y vino a


ayudarme.

No pude evitar notar cómo su mano temblaba contra la mía. Estaba


tan nervioso como yo. Esta sería su primera vez, también.

Tan pronto como entramos por la puerta, me tomó en sus brazos.


Nos quedamos allí envueltos el uno en el otro, ninguno dijo nada. No
necesitamos hacerlo.

Me besó de nuevo y luego me condujo a la habitación. Un fuego


crepitaba en la chimenea, calentando el frío aire de abril. Las velas
brillaban alrededor de la habitación, y las mantas y las almohadas se
hallaban extendidas frente a la chimenea.

—Ven acá. Tengo algo para ti. —Me condujo al nido de mantas y
me hizo sentar. Me quité los zapatos y los tiré a un lado, cruzando mis
piernas debajo de mí.

Daniel se arrodilló frente a mí, entregándome una pequeña caja.

—Feliz cumpleaños.

Desenvolví el regalo, guardé el papel y abrí la tapa de la caja de


terciopelo negro.

—Daniel —susurré—. ¿Cómo… cómo…? —Ni siquiera pude


formular la pregunta. Las emociones se arremolinaron, dejándome sin
palabras.

Había visto el collar en una tienda de antigüedades en nuestra


primera cita, un colgante de oro plano con delicadas ilustraciones
grabadas en el frente, pero tan gastado que era imposible saber qué se
suponía que eran. Me enamoré de eso. Tenía por lo menos cien años, y
sentí su historia en el momento en que pasé los dedos por él. No dije una
palabra, simplemente lo admiré con una sonrisa y seguí adelante.

—¿Te gusta? Vi tu rostro cuando lo viste por primera vez en la


tienda, y quería que lo tuvieras. Sé que es viejo, y espero no haberlo
arruinado, pero también quería que fuera parte de nosotros.

Sacó el colgante de la caja y lo volteó revelando las cursivas "D&M"


grabadas en la parte posterior.

—Me encanta. —Lo atraje hacia mí, tratando de mostrarle en mi


beso lo mucho que significaba para mí que me conociera tan bien. Nunca
había recibido un mejor regalo—. Y te amo —susurré contra su boca.
—Cariño, desearía poder decirte cuánto te amo, cuánto significas
para mí. —Me acarició la mejilla con la nariz y continuó bajando por mi
cuello, prendiendo fuego en mi piel, agitando brasas que estallaron en
llamas en lo profundo de mi alma.

—Muéstrame.

Las lágrimas se levantaron y se dispersaron, bajando por mi


rostro sin control. Mi pecho se contrajo cuando una intensa mezcla de
amor y dolor rompió las paredes que tuve tanto cuidado de poner en su
lugar. Escuché un sollozo estrangulado y me di cuenta de que venía de
mí.

Sentí una suave mano en mi brazo.

—Mel, ¿qué pasa? —La voz de Katie se llenó de preocupación


cuando vio la expresión de mi rostro.

No podía hablar, mi respiración era rápida y tensa, pero logré


sacar:

—Daniel.

Bajó la mirada a mi mano apretada. Extendiendo la mano, abrió


mis dedos, buscando lo que había dentro.

Estudió el colgante por un momento y luego pasó el dedo por el


desvaído “D&M”. Una pequeña sonrisa de complicidad se formó en sus
labios, y lo llevó directamente a la caja registradora.
Permanecí de pie bajo la corriente de agua caliente sintiéndome
aturdida. Todavía no podía creer que hubiera vuelto a mí. Mi mano fue
a la cadena alrededor de mi cuello. Casi podía sentir la energía que
irradiaba de ella.

Respiré profundamente, debido a esa energía para consolarme.

Cuando regresé de Colorado la última vez, traté de deshacerme de


todos los recuerdos de la vida que ya no podría tener. Empaqué todo lo
que me había dado en una caja y lo arrojé a caridad, dejándolo allí
como si de algún modo me hiciera olvidar.

A la mañana siguiente, me entró el pánico, sabiendo que nunca


quise olvidar. Esos eran los únicos recuerdos que alguna vez
significarían algo para mí. Los necesitaba para sobrevivir. Había ido a
recuperarlos, pero ya era demasiado tarde. La única cosa que más
quería se había ido.

Sin embargo, el destino me lo devolvió, confirmando lo que mi


corazón me dijo desde el principio. Daniel me amaba. Ese conocimiento
solo me dio la primera alegría verdadera que sentí en años.

Terminé mi ducha, sorprendida de sentirme renovada. Siempre


me sentía cansada y gastada, pero había algo que no entendía
burbujeando bajo la superficie de mi conciencia.

La puerta se cerró de golpe en el piso de abajo, y toda la


comodidad que sentía se evaporó, dejándome con ansiedad creciendo en
la boca del estómago. Reemplacé la toalla que usaba con una bata, sin
ganas de que Nicholas me viera tan expuesta.

Sus pies golpearon contra las escaleras.

—Llego tarde. —Parecía frustrado cuando se quitó los zapatos, se


desnudó y se metió en la ducha. Me sorprendió que no hubiera estado
en casa antes, pero fue una agradable sorpresa. Al menos tuve tiempo
en la ducha para estar a solas con mis pensamientos. Ahora era el
momento de ponerme la máscara y hacer mi papel. Noches como estas
eran la razón por la que estaba aquí.

—Recogí tu traje de la tintorería antes. Está colgando en el


armario.

Asintió mientras cerraba la puerta de la ducha detrás de él.

Fui a mi tocador para aplicar un poco de maquillaje para la


noche.

Nicholas entró y salió de la ducha, agarrando una toalla debajo


del mostrador.

—Esta noche tiene que ser perfecta, Melanie. —Me miró con una
advertencia en los ojos.

No sabía por qué creía que tenía que instruirme sobre cómo
actuar. Nunca antes lo decepcioné. Estaba allí para que se viera bien, y
eso es lo que hacía.

—Por supuesto, Nicholas —acordé con él simplemente, diciendo lo


menos posible.

Después de terminar mi cabello, entré en el enorme armario


adjunto al baño para conseguir mi vestido.

Nicholas ya estaba allí, poniéndose su traje.

Corrí mientras dejaba caer la bata de mi cuerpo, esperando


vestirme antes de que se diera cuenta. Por supuesto, fallé.

Nicholas gruñó detrás de mí. Me apresuré a ponerme mi ropa


interior, tratando de ignorarlo.

—Date la vuelta, déjame verte —exigió.


Mierda. Odiaba esto.

Lentamente, me volví, mi ropa interior era mi única fuente de


cobertura. Mantuve mi cabeza baja, rehusándome a hacer contacto
visual con él.

—Eres casi perfecta, Melanie —se burló de mí, el odio goteaba de


sus palabras. Me preguntaba si me despreciaba tanto como yo a él. Me
miró de arriba abajo, extendiendo la mano para pasar sus dedos por mi
cuello, mi pecho y hacia mi ombligo, donde apartó la mano—. Necesitas
ver a un cirujano plástico. Estoy cansado de ver esas cicatrices. —Se
giró para terminar de vestirse, su interés en mi terminando por el
momento.

Empecé a temblar, el calor se encendió en mis venas. Pasé los


dedos por la piel marcada, recordando cómo me sentí ese día.

Nunca dejaría que Nicholas me robara eso.

—Nunca. —La palabra era baja, pero clara e inquebrantable.

No se hallaba frente a mí, pero pude ver los músculos tensarse en


su espalda cuando hizo una pausa por un breve momento.

Era la primera vez que le decía que no. Algo cambiaba dentro de
mí. Me hallaba cansada, cansada de vivir una mentira.

No estaba muy segura de lo que significaba, pero sabía que había


terminado de dejar que Nicholas gobernara mi vida. Supe todo este
tiempo que fue un error venir aquí con él, pero siempre lo acepté como
mi destino. En algún lugar profundo de mí, algo comenzaba a luchar
contra eso.

No sabía cómo, y no sabía por qué, pero lo que sí sabía era que se
avecinaba un cambio.
Traducido por Bella’
Corregido por Dai

Finalmente era jueves.

No podía esperar para terminar este proyecto de construcción.

Me había estado molestando durante tantos meses, y la idea de


no tener que pensar en ello a diario sonaba como el cielo.

La desventaja de que fuera jueves sería tratar con Vanessa. Esa


mujer tenía el control de mi día entero, y la idea de sentarme junto a
esa perra durante dos comidas me ponía la piel de gallina.

—Bueno, eso es lo que obtienes. —Me castigaba a mí mismo.

Rompí las reglas, y ahora tenía que pagar.

Tal vez si esto me causara suficiente dolor, se incrustaría en mi


mente, asegurándome de que nunca volvería a cometer ese error. La
idea de hablar con ella me preparó para maldecir a las mujeres durante
el próximo siglo. No valía la pena.

—Buenos días, Lisa —dije al entrar en el vestíbulo.

—Buenos días, Dr. Montgomery. —Levantó la vista de su


computadora con una cálida sonrisa.

Pasé la mañana terminando el último papeleo que tenía que


entregar en el banco mientras intentaba desesperadamente no pensar
en el encuentro con Vanessa. Solo podía imaginarme las maneras en las
que trataría de manipularme, y todo tipo de escenarios empezaron a
aparecer en mi cabeza mientras el reloj se acercaba al mediodía.

Intenté concentrarme en el sonido de mi respiración mientras


terminaba el último formulario y se lo enviaba por fax al prestamista.

Un cuarto para las doce… hora del juicio.

Respiré fuerte antes de agarrar mi abrigo y maletín.

—Oye, Lisa, me voy a mi reunión de almuerzo. Volveré en un par


de horas. Puedes llamar a mi celular si me necesitas.

—Claro, Dr. Montgomery.

El viaje a Tavalindo's era corto, y tuve un par de minutos para


sentarme en mi auto y reunir mi ingenio. Esto iba a ser desagradable
sin importar lo que pasara, así que necesitaba acabar con esto.

Salí del auto, caminé por el estacionamiento y entré al vestíbulo


del restaurante. Había comido aquí un par de veces, y era buena
comida, pero no había forma de que pudiera comer con el estómago
retorcido en nudos.

—Qué marica, Daniel —murmuré en voz baja. Esto era ridículo.


Era solo una chica. Si no me gustaba lo que me proponía, le diría que
no. Tan simple como eso. No tenía que tenerla controlándome. Solo
porque me encontraba en territorio desconocido no significaba que
tuviera que salir perdiendo.

Esos pensamientos me dieron algo de valor mientras escaneaba el


restaurante. Vi a Vanessa sentada cerca de una ventana trasera.

Realmente era una mujer hermosa. Su cabello rubio fresa y las


pecas en su rostro le daban un aspecto que insinuaba inocencia, pero el
fuego rugiendo detrás de sus helados ojos azules y la forma en que
sostenía su impecable cuerpo decían que era todo menos eso. Pero ella
no hizo nada por mí. Nadie lo hizo nunca.

Me hizo un gesto con la cabeza desde el otro lado de la


habitación, dejándome saber que me había visto, y me dirigí hacia ella.

—Vanessa. —Hice un gesto brusco, decidiendo ir al grano.

—Hola, Daniel. Se levantó de su silla, como si esperase algún tipo


de abrazo. Le extendí la mano. Entrecerró los ojos antes de devolver la
sacudida formal y luego se sentó de nuevo. Sorbió su agua y me
estudió.

No quería ser un completo idiota. Todavía tenía que sentarme con


ella durante la cena, pero no quería que tuviera la mano en esta
conversación.

—Entonces, ¿cómo va todo con la nueva clínica? —preguntó


casualmente.

Bonita forma de empezar la conversación, Vanessa. Podría


haberme pedido que sacara mi chequera.

Luché por sonar normal.

—Todo va bastante bien. De eso se trata la cena de esta noche. Es


una reunión con los contratistas que quiero contratar para el proyecto.

La camarera apareció y tomó nuestra orden, y estaba agradecido


por los pocos minutos de distracción. En el momento en que se alejó,
un incómodo silencio cayó sobre nosotros, ambos miramos alrededor
del restaurante y luego de vuelta a la mesa; cualquier cosa para evitar
el contacto visual. Empecé a jugar con mi corbata antes de decidir que
ya había tenido suficiente de la situación.

—Muy bien, Vanessa. ¿Por qué estamos aquí?


Tomada desprevenida, sacudió la cabeza. Apretó los labios y luego
chupó el de abajo nerviosamente antes de mirarme directamente a los
ojos.

—Estoy embarazada. —Mi frente se arrugó mientras trataba de


entender por qué demonios pensaba que esa información sería
importante para mí.

—Bueno, enhorabuena, supongo. ¿Pero qué tiene que ver esto


conmigo? —Toda la conversación era incómoda. Me llevó todo lo que no
tenía para salir corriendo de mi silla.

—Daniel, tengo casi cinco meses de embarazo. ¿Por qué crees que
llevo tres meses intentando ponerme en contacto contigo? —escupió las
palabras.

Todo el aire salió de mis pulmones mientras sus palabras hacían


clic... Vanessa estaba embarazada, y decía que el bebé era mío.

¡No!

Agité la cabeza. Esto no puede estar pasando.

La sangre se drenó de mi rostro, y me sentí mareado, la piel


chorreando en la nuca mientras el sudor empapaba mi frente. Sentí
náuseas, mis manos temblaron y agarré la mesa para no caer de mi
silla.

—Daniel. Daniel. —Vanessa chasqueó sus dedos delante de mi


rostro—. ¿Has escuchado algo de lo que he dicho? Te decía que tengo
un ultrasonido la próxima semana. —Levanté mi mano para detenerla;
no podía registrar ni una palabra de lo que decía ahora mismo sobre el
rugido de mis oídos. Me levanté, todavía sosteniendo la mesa para
apoyarme.

—Tengo que irme.


—¿Qué? No puedes simplemente irte. Tenemos que hablar de
esto, y nuestro almuerzo todavía no ha llegado. —Parecía desesperada,
rogándome que me volviera a sentar, pero no podía lidiar con ella ahora
mismo. Era como si cada herida sin curar que tenía dentro de mí se
volviera a abrir.

Sólo podía sacudir la cabeza y repetir:

—Tengo que irme.

Empecé a alejarme, pero me di cuenta de que ni siquiera sabía


dónde vivía.

—Hablaremos esta noche, ¿de acuerdo? Tengo que irme ahora


mismo. Envíame un mensaje con tu dirección. —Asintió, pareciendo
frustrada y confundida.

De alguna manera, pude salir del restaurante y llegar a mi auto.


Los pensamientos llegaron rápido, y me costó mucho mantenerlos a
raya. Melanie era la única persona en este mundo con la que quería
tener un hijo. El pensamiento de que mi carne crecía dentro del cuerpo
de otra mujer me enfermaba. Mi cabeza giró, y la agarré tratando de
orientarme lo suficiente para poder llegar a casa. Flashes de Melanie se
infiltraron en mi mente, pero los empujé hacia atrás.

Tenía que volver a casa.

Arranqué el auto y salí del estacionamiento.

No había forma de que pudiera volver a la oficina esta tarde. Me


recompuse lo suficiente para marcar el número de la oficina.

—Consultorio Oncológico Montgomery —contestó Lisa al segundo


timbre—. ¿Cómo puedo ayudarle?
—Lisa, es... es Daniel —intenté mantener mi voz tranquila, pero
se tambaleó—. Ha surgido algo. No voy a llegar a la oficina esta tarde.

—Daniel, ¿qué pasa? —Lisa parecía aterrorizada, así que solo


podía imaginarme cómo debía haber sonado para ella.

—Ha surgido algo. Dile a mi padre que lo veré mañana. —Colgué


en cuanto lo dije.

Volando por las calles, llegué a mi condominio solo unos minutos


después.

Ignoré mi teléfono mientras sonaba, solo para que sonara con un


mensaje y luego empezara de nuevo. Mirando la pantalla, vi que era
papá.

—¡Mierda! —Pasé mis manos a través de mi cabello, intentando


controlar las emociones listas para explotar.

Seguiría llamando y probablemente enviaría a mamá para que


viniera a verme si no respondía.

—Hola, papá. —Me ahogué, tratando de ocultar el dolor que


estaba listo para aplastarme.

—Daniel, ¿qué demonios pasó? Lisa dijo que te fuiste a almorzar y


luego llamaste muy alterado, diciendo que no ibas a volver hoy. —Papá
era un hombre muy tranquilo y controlado, pero podía escuchar el
terror en su voz. Sabía que después de todo por lo que había pasado, se
necesitaría algo drástico para mantenerme alejado del trabajo—.
¿Dónde estás? Déjame ir a buscarte.

—No, papá. Estoy bien. No. —Sacudí la cabeza, tratando de sacar


las palabras mientras tropezaba con ellas—. Quiero decir, no, no estoy
bien, pero estaré bien, ¿de acuerdo? Solo necesito estar solo ahora
mismo. Te prometo que te lo explicaré mañana en la cena, ¿de acuerdo?
—Solo necesitaba que me diera algo de espacio. Tendría que recobrar la
compostura antes de contarle a mi familia el terrible error que cometí.

—Daniel... —dudó, intentando mantenerme al teléfono.

—Papá, te lo prometo. Estaré allí mañana. —Sabía que mamá y


papá siempre tenían el temor subyacente de que estuviera tan
deprimido que me haría daño, pero nunca podría hacer algo así.
Prefiero vivir en la miseria por toda la eternidad que causarles más
dolor del que ya había tenido hasta el momento.

—De acuerdo, hijo. Pero si necesitas algo, llama.

—Sí, papá. Lo haré.

Caminé por el pasillo hasta mi apartamento. Colgué el teléfono y


lentamente giré la llave en mi cerradura.

Sabía que todo acabaría cuando entrara por la puerta.

La abrí y entré. La barrera se rompió y las emociones se vinieron


abajo, poniéndome de rodillas.

Me quedé boquiabierto cuando la tristeza se apoderó del dolor,


tanto por la pérdida de la niña que deseaba desesperadamente como
por la culpa que me enfermaba al pensar en la niña.

Octubre 1999

—Tengo un retraso.

Me encontraba tan asustado por la mirada en el rostro de Melanie


que me llevó un minuto comprender lo que decía. Sus intensos ojos verdes
se hallaban llenos de tanto miedo y ansiedad que empecé a pensar en
cada cosa horrible que podría haberle pasado en las últimas dos horas,
así que esto me tomó por sorpresa.

—¿Quieres decir, como retraso, retraso? —le pregunté, moviendo


mis manos de sus brazos a sus rostro, forzándola a hacer contacto visual
conmigo.

Todo lo que hizo fue asentir e intentar mirar hacia abajo.

—Oye, está bien, cariño. Estaremos bien, pase lo que pase. —La
tomé de nuevo en mis brazos, intentando calmar su ansiedad. Era difícil
hacerlo con mi propia ansiedad en la boca del estómago.

—¿Pase lo que pase? —preguntó mientras me miraba. Tanta


emoción se arremolinaba detrás de sus ojos que me mareé.

—Pase lo que pase. —Le sonreí suavemente y asentí—. Entonces,


¿qué tenemos que hacer? Quiero decir, ¿has hecho alguna prueba o algo?
—No sabía si me decía que era algo seguro o no.

—No, todavía no. He estado ignorando las señales, pero no podía


seguir haciéndolo después de vomitar mi almuerzo, porque Erin comía un
pedazo de pizza —Se rió, sacudiendo la cabeza. Miré el auto de Erin
frente a la casa de Melanie y me di cuenta de que mi hermanita ya sabría
todo lo que pasaba.

—¿Erin lo sabe?

—Sí, lo adivinó antes que yo.

—¿Suena como si tuviéramos que ir a la tienda? —No quería


empezar a asustarme antes de saber si tenía algo por lo que
preocuparme.
—Sí, creo que sí —Me apretó la mano, claramente buscando mi
consuelo.

Me sentí sorprendido, pero sabía que necesitaba ser fuerte para


Melanie. Era quien todavía tenía que terminar la escuela, y no podía
imaginarme la cantidad de presión que algo así podría ejercer sobre ella.

Quiero decir, siempre quise ser padre, y después de encontrar a


Melanie, no había otra mujer con la que pudiera imaginarme tener un
hijo. Pero ahora mismo, era demasiado pronto.

Al mismo tiempo, había un sentimiento desconocido creciendo


dentro de mí. Una leve sonrisa tiró de la comisura de mi boca mientras
imaginaba a mi Melanie con el estómago hinchado con nuestro hijo.
Nunca habría algo más hermoso que eso.

La puerta principal se abrió, y Erin caminó hacia nosotros,


tentativa.

—Hola, hermano mayor. —Sus palabras eran suaves y llenas de


emoción.

No pude evitar alcanzarla y darle un abrazo.

—Gracias por cuidarla. —Sabía que era difícil para Melanie estar
tan lejos, y me quitó algo de estrés saber que Erin pasaba tiempo con
Melanie.

Venían casi todos los fines de semana, pero a veces era difícil
seguir el ritmo de la escuela y hacer el viaje de casi dos horas de Boulder
a Colorado Springs todos los viernes, pero Melanie valía la pena.

Era difícil no verla todos los días, pero era solo por un año. Una vez
que se graduara en mayo, se reuniría conmigo en la Universidad de
Colorado y volveríamos a estar juntos. Por el momento, pasaba cada
minuto extra estudiando, yendo a clase o hablando por teléfono con
Melanie.

Parecía que íbamos a necesitar a Erin todavía más.

—Cualquier cosa por mi hermana. —Me encantaba escuchar a Erin


llamar a Melanie así. Mi corazón se hinchó con el pensamiento de mi
familia, esa imagen que ahora incluía un bebé atado a la cadera de
Melanie y mis brazos envueltos alrededor de ambos.

Sentí el cambio a medida que mi sorpresa daba paso a la alegría, y


mi ansiedad ahora ante la posibilidad de un resultado negativo en la
prueba. Sonreí, dándome cuenta de lo preparado que me encontraba para
dar este paso con Melanie. Podríamos ser jóvenes, pero no había amor
más fuerte que el nuestro.

—¿Qué dice? —Tomé turnos tocando mis dedos y luego pasándolos


por mi cabello mientras caminaba de un lado a otro en el diminuto
espacio.

Melanie, por otro lado, se sentó rígida en la tapa del inodoro y


esperó a que la prueba cambiara. Después de lo que pareció una hora,
me miró.

—Es positivo. —Dios mío, positivo. Iba a ser padre. Luché con
emociones que se hinchaban dentro de mí. Era abrumador y consumía
por completo, pero la mejor explicación sería una sensación de
finalización. La alegría irradiaba a través de mi cuerpo, y estoy seguro de
que se asentó en algún lugar de mi rostro. No creí que mi sonrisa pudiera
hacerse más grande.

Tuve que tocarla. Levanté a Melanie, sosteniéndola cerca de mí. La


salpiqué con besos mientras le contaba lo feliz que me hallaba.
—¿No estás molesto? —preguntó mientras me tocaba el rostro, sus
dedos dejando un rastro de fuego sobre mi piel.

¿Molesto? Melanie pensó que me iba a enfadar.

Tenía que haber sido por eso que estaba tan aprensiva, apenas
encontrándose con mis ojos cuando llegué a casa.

—Mel, ¿cómo podría estar molesto? No hay nada que pueda desear
más que tener una familia contigo. —Tenía que decirle lo comprometido
que estaba con ella y con nuestro bebé.

»Sabes que el mayor deseo de mi vida siempre ha sido ser padre,


más que ser médico. —Era verdad.

No había nada más importante en este mundo.

Una tímida sonrisa se deslizó hacia los labios de Melanie y las


lágrimas llenaron sus ojos. Tenía que estar tan asustada. Demonios,
estaba aterrorizado, pero necesitaba hacerle saber que estaría bien.

—Sí, es más pronto de lo que planeamos. ¿Y qué? Tendremos que


trabajar un poco más duro. Terminarás tu último año antes de que nazca
el bebé, y luego nos casaremos. Haremos un hogar como hemos soñado.
—No pude evitar la enorme sonrisa que tenía en el rostro cuando me
imaginaba a Melanie sentada en un columpio con nuestro hijo en el
regazo. La estudié. Tenía una mirada lejana en los ojos y un resplandor
que irradiaba de su piel, y me pregunté si imaginaba algo parecido.

—Dime lo que estás pensando, cariño. —Estaba remetida cerca de


mi pecho, mis manos moviéndose en círculos tranquilizadores a través de
su espalda, sus manos apoyadas en mis caderas.

Agitó la cabeza como si quisiera aclarar sus pensamientos. Me


miró.
—Bueno. —Se lamió los labios—. Sé que debería estar molesta,
pero no lo estoy. —Su voz tenía una convicción absoluta, y sabía que
sentía lo mismo que yo—. Quiero decir, estoy muerta de miedo, Daniel. —
Retrocedió, apoyándose la mano en su vientre—. Nuestro hijo está
creciendo dentro de mí, y no tengo ni idea de cómo vamos a hacer esto,
pero la quiero.

Sonreí suavemente a esta maravillosa criatura delante de mí. Era


perfecta cuando la conocí hace dos años, y hoy era perfecta.

—¿Ella? —Tenía que preguntar.

Melanie se encogió de hombros, y una pequeña risa escapó de sus


labios.

—Creo que es una niña.

Una niña pequeña. Solo podía imaginar lo hermosa que sería. Tuve
que reírme cuando me di cuenta de que la imagen en mi cabeza era una
versión más pequeña y gordita de Melanie.

Ojalá tuviera tanta suerte de tener dos de ellas.

Nos movimos a su habitación, acostados en su cama mientras


absorbíamos todo. Hablamos de todos nuestros miedos y de todo el
entusiasmo que había en nosotros. Melanie alivió todos los miedos que
tuve con una solución simple, e hice lo mismo por ella.

Podríamos hacer esto.

El rostro de Melanie se puso serio.

—Sabes que mi padre te va a matar, ¿verdad?

Mierda.

Steve.
Había muchas posibilidades de que me causara daño corporal.
Había pocas personas tan intimidantes como Steve. El tipo medía al
menos un metro ochenta y probablemente pesaba doscientos cincuenta
kilos. Nunca pude decir si se había afeitado la cabeza o si estaba calvo,
pero de cualquier manera, el efecto era amenazador.

—Oh, vamos, Melanie. No va a matarme... tal vez me lastime un


poco —bromeé mientras tiraba de su cuerpo sobre el mío, sosteniéndola
cerca. Se sentía tan bien. Los días entre mis visitas de fin de semana
fueron una completa tortura.

Me despertaba extrañándola y me iba a la cama extrañándola.


Nunca hubo un momento que no la quisiera en mis brazos.

Me besó, tarareando con placer mientras me apretaba contra ella.


Cinco días fueron mucho, demasiado tiempo.

Pero eso tendría que esperar, porque justo entonces escuchamos la


camioneta de Steve estacionando en la entrada.

Me quejé mientras Melanie se arremolinaba, corriendo hacia el


baño para tomar la prueba y ponerla en una bolsa de basura en su
habitación.

—Entonces, ¿se lo vamos a decir ahora mismo? —Pensaba que


probablemente sería mejor acabar con esto. Steve no mostraba bien sus
emociones, y pude verlo ignorando a mi chica durante los próximos seis
meses solo para hacerle sentir mal. Pero confiaba en que tendría algunas
palabras elegidas para mí.

—¡No! —me gritó Melanie, el pánico corría por su rostro

—Melanie, vamos a tener que decírselo alguna vez. Más vale pronto
que tarde.
—¿No crees que necesitamos tiempo para resolver todo esto y
decidir exactamente lo que vamos a hacer? Papá lo manejará mejor si
tenemos un plan y ve que sabemos lo que estamos haciendo. —Vi su
punto de vista. Tuvimos que tomar algunas decisiones importantes.

—¿Qué hay de mi familia? —Me hallaba nervioso de que se


sintiera de la misma manera que sentía por su padre, pero las cosas eran
diferentes con mi mamá y mi papá que con Steve. Sí, estarían
decepcionados de nosotros, pero estaba seguro de que nos apoyarían.
Aunque no lo hicieran, estábamos demasiado cerca para ocultarles algo
así.

—No, claro que se lo diremos. Querrán saberlo. —Sonrió


tentativamente y asintió.

Aliviado, llevé mis labios a los suyos.

—Gracias. —El beso se encontraba lleno de todo el amor y respeto


que tenía por ella. Sus labios eran dulces, su piel salada con sus
lágrimas. Me alejé cuando escuché a Steve abrir la puerta principal.

—¿Melanie?

—Hola, papá. Salgo en un minuto.

Me sonrió, me dio un pequeño beso antes de tomarme la mano y


tirarme por el pasillo.

—Hola, papá. —Melanie se retorció, evitando mirar fijamente a sus


pies mientras se hallaba en medio de la pequeña cocina de su padre.
Estoy seguro de que Steve tenía que saber que algo pasaba justo por su
mirada, pero era el mejor en ser ajeno a todo lo que le rodeaba. No sabía
si realmente no lo notó o si puso un escudo alrededor de sí mismo para
no tener que lidiar con nada.
—Hola, Mel.—Miró hacia ella mientras se metía en la nevera para
agarrar una cerveza, abriéndola antes de mirarme y apartar la mirada.
Siempre me odió, apenas reconocía mi presencia cuando estaba en su
casa. Traté de no dejar que me molestara, pero Melanie iba a ser parte de
mi vida para siempre, y odiaba que Steve y yo no pudiéramos estar en
mejores condiciones. Nuestra situación actual no iba a ayudar en la
relación entre nosotros.

—Hola, Steve. —Lo menos que podía hacer era intentarlo.

Me gruñó y volvió su atención hacia Melanie.

—Papá, nos dirigíamos a casa de Daniel, ¿de acuerdo? —Se veía


incómoda, inquieta con el dobladillo de su camisa. Odiaba que se sintiera
avergonzada cuando no tenía motivos para hacerlo.

—No demasiado tarde. —Con esa declaración, miró en mi dirección.


Era mi responsabilidad llevarla a casa “a una hora decente”. Aprendí
hace mucho tiempo que eso significaba a las diez en punto. Por supuesto,
eso nunca me impidió entrar a hurtadillas por la puerta trasera después
de que Steve se hubiera ido a la cama.

—Bien, adiós, papá. —Se agitó detrás de ella mientras tomaba su


mano.

La ayudé a subir al auto y fui a mi lado, sintiéndome aliviado de


estar lejos del escrutinio de Steve.

Estudié su rostro.

—¿Cómo te va? —No quería que se volviera loca cada vez que me
encontraba cerca de su padre.

No necesitaba ponerse esa clase de presión sobre ella y el bebé.


—Bien, supongo. ¿Eso fue... incómodo? —Salió como una pregunta.
—Suspiró—. Supongo que me preocupaba que papá pudiera ver a través
de mí, como si tuviera un aspecto diferente o algo así. Estar frente a él me
hizo sentir como si tuviera “Estoy embarazada” escrito en la frente o algo
así.

—Todo saldrá bien, nena. No creo que debamos esperar mucho


más para decírselo. No necesitas sentir tanta tensión cada vez que
hablas con él, ¿está bien? —Me acerqué y apreté su mano, alentándola—
.Creo que solo empeorará las cosas, como si tratáramos de ocultárselo o
algo así.

—Bueno, ¿no estamos intentando ocultárselo? —Melanie frunció el


ceño.

—Ese es exactamente mi punto, Melanie. —Estuve de acuerdo con


nosotros haciendo algunos planes definitivos antes de decírselo, pero no
podíamos dejar que esto siguiera así por mucho tiempo.

—Tiene derecho a saberlo. Sí, se va a enojar. —suavicé mi voz,


esperando calmarla. Sabía que Steve podía ser duro, y Melanie no quería
enfrentar eso—. Pero lo superaremos. Te quiere, y creo que si le damos
tiempo para lidiar con la sorpresa, estará bien. —Al menos esperaba que
esa fuera su reacción, pero no quería que mis propios miedos le
preocuparan más a Melanie. Tenía dieciocho años, y Melanie no. Steve
podría golpearme si quisiera.

Había tantas cosas de las que necesitábamos hablar, y pude ver


esas preguntas y miedos arremolinándose detrás de sus ojos. Ni siquiera
podía pensar con claridad cuando me miraba así. El resto de estas cosas
no importaban, nos teníamos el uno al otro. Todo saldría bien. Tenía que
hacerlo.

Cerrando la distancia entre nosotros, la besé suavemente.


—Te amo, bebé —susurré contra sus labios.

Se rio entre dientes.

—Creo que vas a tener que dejar de llamarme así porque no sé con
quién estás hablando. —Se agachó y se frotó el vientre mientras una
enorme sonrisa llegaba a sus labios.

Me reí, bajando la mano para cubrir la suya.

—Sí, también te quiero, bebé. —Era verdad. Claro, solo sabía de


“ella” en las últimas dos horas, pero lo sabía. ¿Cómo podría no
enamorarme de algo que Melanie y yo habíamos creado?

Mi cuerpo temblaba como si todos los remordimientos de mi vida


me atravesaran, mi corazón sintiéndose como si estuviera a punto de
fracasar. Mi alma clamaba. Nunca había dejado de buscarla en nueve
años, y todavía sentía que me llamaba.

Era todo lo que me quedaba de ella, esa conexión que no se podía


romper por mucho tiempo y espacio que hubiera entre nosotros.

—Melanie, no quiero hacer esto sin ti. Se suponía que solo serias
tú. —Cavé mis dedos en la alfombra, rezando para poder sentirla un
segundo más. Cuando mi cuerpo no tenía nada más que dar, sucumbí
a la oscuridad que nublaba las imágenes de mi mente.
Traducido S.O.S. por ZombieQueen & Taywong
Corregido por Dai

Mi cabeza giraba mientras lentamente me dirigía hacia la


conciencia. Mi cuerpo se hallaba rígido, los músculos dolían. Mis ojos
revoloteaban e imágenes del piso y pestañas eran las únicas cosas
visibles mientras trataba de orientarme a mí alrededor. Los rayos de sol
se filtraban por las ventanas, indicando que el sol se ocultaba. Mi
mente gradualmente le permitió a mi cuerpo volver a la vida.

Me puse de rodillas, tratando de ganar la fuerza suficiente para


levantarme. Mi teléfono vibró en el piso a mi lado, seguramente el
detonante de mi exaltación.

Miré el reloj en la pared: cinco y media.

—Mierda. —Me pasé las manos por el rostro, tratando de eliminar


la somnolencia. Tenía que moverme o llegaría tarde. Buscando mi
teléfono, pasé el dedo por la pantalla para leer el mensaje.

La dirección de Vanessa.

Ácido quemó en mi estómago. No podía creer que me hubiera


metido en este lío. ¿Cómo podría ser tan estúpido?

Me arrastré hasta la ducha y coloqué el agua tan caliente como


pude tolerar, aliviando mi cuerpo. Cayó sobre mí, alivianando un poco
la tensión que sentía. Inhalé el vapor para tratar de aclarar mis
pensamientos.
¿Qué iba a hacer? Me hallaba tan perdido. Tener un hijo había
sido lo más importante para mí, pero ese sueño muró cuando ella lo
hizo.

Antes que nada, necesitaba averiguar si este era incluso mi bebé.


Quiero decir, ahora, ¿después de cinco meses me dice que voy a ser
padre? No confiaba en ella. Nunca lo hice, y no iba a comenzar ahora.
Pero si el niño era mío, ¿entonces qué?

¿Casarme con Vanessa?

No existía oportunidad alguna.

La idea de vivir con esa perra me ponía a la defensiva. No había


forma de que pudiera hacerlo.

Sí, podría ser lo correcto, pero no era tan noble o estúpido.


Tendría una responsabilidad con el niño, pero no con Vanessa.

Después de la ducha, me vestí y me puse el traje que recogí de la


tintorería un par de días antes. Pasé mis manos por mi cabello mojado
y lo arreglé lo suficiente.

Agarré toda la información que necesitaba y metí los papeles en


mi maletín, rezando porque estuviera lo suficientemente organizado
como para sacarle provecho después de ignorar el trabajo que planeaba
hacer esta tarde.

Cerrando mi departamento, me dirigí al estacionamiento donde se


encontraba mi auto y escribí la dirección de Vanessa en el sistema de
navegación. Eran las seis y veinte, tenía mucho tiempo para recogerla y
llegar a Cushing Grill a tiempo.

Me senté por un momento cuando llegué a la acera frente a su


casa. Vivía en un pequeño dúplex en una zona agradable, nada lujoso,
pero tenía un ambiente familiar. Al menos tendría un lugar decente
para que el niño viviera.

Corrí por la acera y toqué el timbre, mirando nerviosamente a mí


alrededor e intentando no enfocarme en nuestro encuentro.

Vanessa abrió la puerta unos segundos después de que llamé. Me


sorprendió cuando salió, y pude ver el evidente bulto sobresaliendo a
través de su vestido. En la conmoción del día, nunca había registrado
cuán avanzada se hallaba. En cuatro meses tendría al niño.

Los nervios me picaban en la parte posterior de mi cuello, y no


era una sensación agradable.

—Hola, Daniel. —Rozó mi brazo con su mano y comenzó a


caminar hacia el auto.

Se metió dentro y fui al lado del conductor y me deslicé en mi


asiento, sin dudar en arrancar el motor y alejarme. Mis manos
temblaban contra el volante. Miré hacia adelante y nunca hice contacto
visual con ella mientras luchaba por encontrar las palabras correctas.

—¿Cinco meses? —Fueron las únicas palabras que pude


encontrar. No creía que no pudiera haber encontrado una manera de
decirme antes, y la sospecha hervía bajo la superficie.

Por el rabillo del ojo, pude ver que jugaba con la cremallera del
bolso en su regazo, sacudiendo la cabeza.

Finalmente, respondió:

—Simplemente no sabía qué hacer. Te llamé y nunca me


devolviste la llamada. Me asusté. Quería irrumpir en tu oficina y exigir
verte, pero pensé que huirías. Pensé que si seguía llamando,
eventualmente cederías y me devolverías la llamada... justo como lo
hiciste. —Con la última declaración me miró, esperando mi respuesta.
—Ni siquiera sé qué decirte, Vanessa. Te conocí hace cinco meses,
¿y ahora vamos a tener un bebé en cuatro meses? —La ira en mi voz
era obvia.

»No puedo entenderlo ahora mismo. No tengo ni idea de qué


hacer.

Sabía que estaba siendo duro, pero era cierto. No tenía idea de
cómo manejarlo.

—Es un niño, ya sabes —dijo en voz baja mirando su regazo.

Traté de protegerme de los recuerdos que resucitó su noticia, pero


no sirvió de nada. Eran todo lo que podía ver.

Enero de 2000

Melanie sostuvo mi mano. Podía sentir su emoción y ansiedad,


como estoy seguro de que ella podía sentir la mía.

Tenía el estómago revuelto, la cabeza dolorida por la cantidad de


veces que había pasado las manos por mi cabello. Le sonreí y acaricié la
mejilla, mirando sus ojos verdes rebosantes de emoción.

—Está bien, Melanie, esto te dará un poco de frío —Papá roció un


poco de gel transparente en el abdomen de Melanie y levantó la sonda—.
Así es como vamos a echar un vistazo a este pequeño. —Nos sonrió, su
alegría evidente.

Mamá colocó ambas manos sobre mis hombros mientras se


quedaba detrás de mí.
Melanie tenía veinte semanas de embarazo y era hora de su
primera ecografía. Papá había dispuesto hacerla él mismo.

Había estado impaciente por ver al bebé, pero todavía me hallaba


ansioso. ¿Qué pasa si algo andaba mal? Las posibilidades eran bajas,
pero eso no me impedía preocuparme.

Papá bajó la sonda hacia el estómago de Melanie, y el monitor


saltó mientras la movía para encontrar el lugar correcto.

—Allí tienes.

La imagen borrosa en la pantalla se aclaró, y vi a mi bebé. El


momento me dejó sin aliento. Melanie me apretó la mano más fuerte, y
me volví hacia ella. Las lágrimas corrían por su rostro.

Melanie me susurró:

—Nuestro bebé.

Me incliné y la besé, murmurando lo mismo:

—Nuestro bebé.

Papá comenzó a tomar medidas y hablar sobre cada parte del


cuerpo. Me sorprendió lo grande que era la cabeza, pero dijo que se
suponía que debía estar en esa etapa. Contamos diez dedos de las
manos y diez dedos de los pies, y el corazón latía exactamente como
debería.

El alivio se apoderó de mí cuando papá nos aseguró que todo


estaba bien. Confirmó la fecha de parto como el siete de junio. Estábamos
a mitad de camino.

—Entonces, ¿quieren saber el sexo de su bebé? —Papá nos sonrió.


—Sí —dijimos Melanie y yo al unísono. Llevábamos mucho tiempo
esperando este día.

Papá nos sonrió.

—Una niña.

Tendríamos una niña. Miré a Melanie quien me dijo:

—Lo sabía.

Tomé el rostro de Melanie entre mis manos y la besé.

—Por supuesto que lo sabías —murmuré contra sus labios.

Cuando Melanie y mamá se fueron al baño, me volví hacia papá y


lo aparté.

—Oye, ¿papá? —Me atrapó en un abrazo, dándome palmaditas en


la espalda.

—Estoy tan orgulloso de ti, hijo.

—Gracias, eso realmente significa mucho. No sé cómo podríamos


haber hecho esto mamá y sin ti. —Melanie y yo habríamos estado tan
solos si no los tuviéramos.

Melanie todavía no le había contado a sus padres, y mamá había


asumido el papel de madre en su vida.

—Sabes que haríamos cualquier cosa por ti, Daniel.

—De eso es de lo que necesito hablarte. —Odiaba pedir favores


cuando ya habían hecho tanto, pero lo pensé y sabía que era el mejor
plan—. Necesito acceso a mi dinero.
Tenía un fondo fiduciario de mis abuelos que mis padres
controlaban hasta que cumpliera veintiún años. Mi intención había sido
guardarlo para mis hijos para cuando fueran mayores, pero mi hijo lo
necesitaba ahora.

Asintió.

—Me preguntaba cuándo ibas a pedirlo.

Marzo 2000.

Tomó dos meses de preparación. Mamá se había vuelto loca


durante la semana para hacer todo perfecto, y ahora que estaba
completo, no podía esperar para mostrarle a Melanie.

Sonreí mientras marcaba su número.

Atendió al primer timbre.

—Hola —respiró en el teléfono—. Te echo de menos.

—Lo sé, nena. Te extraño tanto. —Cada vez era más y más difícil
dejarla.

—Vendrás mañana, ¿verdad? —Sonaba ansiosa.

—Bueno, de eso es de lo que quería hablarte. ¿Crees que podrías


decirle a tu papá que te vas a quedar con Stacy este fin de semana?
Quiero que vengas aquí.

—Daniel, no creo que mi auto lo logre. —Escuché su decepción por


teléfono.
—No te preocupes por eso. Iré a buscarte. Dejaremos tu auto en
casa de mis padres y volveremos juntos. ¿Crees que podrías salir
temprano de la escuela?

—Sí. ¡Será perfecto! —chilló en el teléfono—. No puedo esperar. No


hemos tenido un fin de semana para nosotros desde las vacaciones de
Navidad. Realmente necesito escapar.

—Entonces, supongo que estás ansiosa por verme —le dije


bromeando, sabiendo muy bien que siempre se hallaba tan emocionada
de verme como yo de verla.

—No, en absoluto. —Se rio por teléfono, su sarcasmo evidente.

Le dije que la amaba y colgué, contando las horas hasta que


pudiera irme.

Me levanté temprano. Planeaba estar con mis padres a las diez


para poder pasar una hora con ellos antes de que Melanie y yo nos
fuéramos.

Cuando llegué, encontré a mamá esperándome en el porche.

—¡Hola, mamá! —la saludé cuando salí del automóvil.

—Le va a encantar, Daniel. —Me sonrió. Ella había puesto mucho


esfuerzo en todo esto, y se encontraba casi tan ansiosa como yo por la
reacción de Melanie.

—¿Crees que lo hará? —Quería que amara todo y estaba seguro de


que lo haría, pero no quería que se decepcionara porque no fue parte de
ello.

—Por supuesto que lo hará, cariño. No te preocupes, ya lo verás. —


Eso era todo lo que necesitaba escuchar.

Mis padres y yo pasamos la hora teniendo un desayuno tardío.


—Gracias, mamá. Eso fue genial. —Le sonreí.

Mi niña iba a tener los mejores abuelos. Claro, la malcriarían como


locos, pero también le darían el mismo tipo de amor desinteresado que
me dieron durante toda mi vida.

Salté cuando escuché el viejo auto de Melanie subiendo por la


carretera. Lancé una sonrisa emocionada a mis padres antes de salir por
la puerta. Mi corazón ardía con el deseo de abrazarla. El magnetismo que
compartimos siempre se hallaba presente, pero se hacía más fuerte a
medida que nos acercábamos. Sentí su espíritu surgir cuando apareció a
la vista.

Se detuvo detrás de donde me encontraba estacionado, su rostro


lleno de incredulidad mientras miraba entre el auto y yo.

Salió riendo.

—No lo hiciste.

Bajé los tres escalones para detenerme frente a ella.

—¿Te gusta?

—Daniel, en serio, ¿compraste un auto nuevo?

—¿Pensabas que iba a dejar que mi bebé montara en esa vieja


cosa? —Me reí mientras tiraba de Melanie en mis brazos, sintiendo la paz
que traía su toque.

El automóvil de Melanie era tan viejo. Se averiaba constantemente,


así que compré un auto nuevo para nuestra familia. El sedán de cuatro
puertas era blanco y nada sofisticado, pero era confiable y seguro.

Me abrazó.

—Gracias por cuidarnos.


Me quedé con ella en mis brazos, meciéndome mientras la
abrazaba. Sonreí cuando sentí su estómago presionar contra mí, nuestro
bebé ahora prominente entre nosotros. No quería dejarla ir nunca. Era mi
hogar.

—¿Tienes alguna idea de cuánto te amo? —Tomó mi mano de su


cadera y se la llevó al rostro, haciéndome tomar su mejilla en mi mano, la
suya cubriendo la mía. Todo mi brazo ardió con el fuego que me provocó.

—Sí, porque lo siento, Daniel, cada vez que me tocas. —Presionó su


mejilla más profundamente en mi mano para demostrar el poder que nos
mantenía unidos a ambos, la energía fluyendo profundamente entre
nosotros.

Alguien aclarándose la garganta me hizo separar.

—Queríamos saludar a Melanie antes de que ustedes se fueran por


el fin de semana. —Papá tomó a Melanie en un abrazo y la besó en la
sien—. ¿Cómo están mis chicas? —Melanie sonrió.

—Estamos bien, Patrick. —Se frotó la barriga—. Creciendo todos


los días—. Cargamos su bolso en el baúl, y nos despedimos de mamá y
papá, prometiendo que regresaríamos el domingo lo suficientemente
temprano para pasar un tiempo con ellos.

El viaje de regreso a Boulder fue rápido. Hablamos todo el tiempo


sobre nuestra pequeña niña, los planes que hicimos y lo ansiosos que
estábamos por que sucedieran.

Habíamos decidido hace un par de meses casarnos tan pronto


como Melanie cumpliera los dieciocho años, que sería el próximo mes.
Mamá y Erin habían planeado una pequeña boda en nuestro patio
trasero, solo familia y algunos amigos. Melanie nunca había soñado con
una gran boda y yo tampoco.
Sus padres todavía no lo sabían. La presioné durante meses para
que les dijera. Se encontraba embarazada de más de seis meses, y no
existía forma de esconderlo por mucho más tiempo.

Los rumores ya habían comenzado, y Steve iba a tener que


enterarse pronto por nosotros, o lo iba a escuchar de otra persona. Como
fuera, el hombre era un ciego si no se había dado cuenta de que Melanie
estaba creciendo.

No lo mencioné en el camino a casa, solo quería que estuviéramos


en paz.

Una vez que la conversación se calmó, disfrutamos del otro


mientras en silencio viajábamos por la carretera.

Melanie apoyó su cabeza contra el asiento, su mano entrelazada


flojamente con la mía.

Cada vez que la miraba, mi pecho ardía con el amor que sentía por
ella.

Los árboles se volvieron escasos a medida que nos acercábamos a


la ciudad, el bosque pronto desapareció detrás de nosotros. Los edificios
comenzaron a alinearse en la autopista, y antes de darnos cuenta,
estábamos en la ciudad.

—Daniel, te pasaste tu salida. —Pasamos la Universidad de


Colorado en la siguiente salida.

—No vamos a ir al dormitorio. Tengo una sorpresa para ti. —Hice


pequeños círculos en el dorso de su mano con el pulgar mientras tomaba
la segunda salida, girando a la izquierda y en dirección norte.

Me detuve frente a la pequeña casa blanca, la que sabía que


Melanie adoraría.
—Bienvenida a casa. —La besé en la boca antes de saltar y correr
hacia la puerta del pasajero. La ayudé, tratando de medir su reacción
mientras asimilaba todo. Tendríamos que estar aquí en Boulder por lo
menos durante los próximos cuatro o cinco años, y quería asegurarme de
tener un hogar para criar a nuestra hija.

—Daniel —exhaló. Examinó el patio delantero y se detuvo en el


porche. Caminando hacia adelante, pasó la mano por la barandilla
mientras subía los escalones, yendo directamente al columpio
suspendido del techo. Tenía lágrimas en los ojos y una sonrisa en el
rostro, y supe que fue lo correcto.

—Casa —dijo la palabra y tomó mi mano—. Gracias. —Siempre


había dicho que me sentía como su hogar, y no podría estar más feliz de
darle uno.

—¿Quieres ver el interior? —Tomé su mano y abrí la puerta


principal.

Entró, y escuché un pequeño jadeo cuando ambas manos se


posaron en su rostro mientras negaba.

—Daniel, es perfecto. ¿Cómo? —Miró alrededor de nuestra casa,


absorbiendo todo a su alrededor.

—Mamá —lo dijimos al mismo tiempo. Era tan claro que mamá
había intervenido en esto. A Melanie le encantaban las cosas viejas, y
sabía que la casa para ella sería cálida y cómoda, un lugar donde
podríamos estar a gusto mientras observábamos a nuestra pequeña niña
jugar en el piso.

Caminó por la sala de estar, con los dedos recorriendo las


fotografías que mamá había elegido cuidadosamente.

Melanie recogió la foto de nosotros justo después de mi graduación.


—Me encanta esta. —La giró hacia mí para que pudiera verlo.

—Es mi favorita, también.

—No puedo creer que tu madre me conozca tan bien, Daniel. —


Deslizó su mano sobre la tela del gran sofá de gamuza, todavía
sacudiendo la cabeza.

La llevé a la cocina, la habitación que estaba más emocionada de


ver. Era una cocinera increíble, y quería que tuviera la cocina de sus
sueños.

—Oh, Dios mío —dijo efusivamente mientras bailaba en la cocina,


pasando las yemas de los dedos por la isla de madera directamente en el
medio. Tenía electrodomésticos nuevos de acero inoxidable, pero
decorada un poco rustica, para que siguiera teniendo una sensación
cálida.

—¡Quiero hacernos la cena esta noche! —Sus ojos se encontraban


muy abiertos por la emoción, abriendo los cajones y cerrando los
armarios mientras se tomaba el tiempo para revisarlo todo.

—Por supuesto, si eso es lo que quieres hacer, pero no quiero que te


agotes demasiado. —Me preocupaba que se estresara demasiado, pero la
idea de que Melanie cocinara en nuestra cocina me hizo agua la boca.

Sacudió su cabeza.

—No, realmente quiero hacerlo. —Se acercó a mí y deslizó sus


brazos alrededor de mi cintura, acercándome para descansar su cabeza
sobre mi pecho—. Eres el hombre más perfecto que se haya creado.
¿Entiendes cuánto significa esta casa para mí, Daniel? Es maravilloso,
pero nunca estaría en casa sin ti. ¿Lo entiendes? Eres todo. —Me apretó
más fuerte mientras decía las últimas palabras.
Sus palabras me dejaron anonadado. Sabía con cada parte de mi
ser que había sido hecha específicamente para mí y yo para ella. Mis
brazos se apretaron a su alrededor, y enterré mi nariz en su cabello.

A regañadientes, di un paso atrás, tomé su mano y la conduje por


el pasillo. Podía sentir mi corazón acelerarse mientras me acercaba a la
habitación contigua. Recé porque a Melanie le gustaría.

Abrí la puerta, y Melanie se asomó y se congeló.

Tenía tanto miedo de que estuviera decepcionada, pero Erin me


aseguró que a Mel le encantaría. Me acerqué un paso y coloqué mis
manos sobre sus hombros.

Había rosa en todas partes. Paredes rosadas, cortinas rosadas,


ropa de cama rosada; todo el camino hasta el oso de peluche rosa
anidado en la mecedora al lado de la cuna.

Había pequeñas hadas pintadas en un mural y otras a juego


bordadas en partes de la ropa de cama. Pensé que iba a odiarlo cuando
Erin comenzó a trabajar en ello, pero una vez que lo hubo terminado, no
podía imaginar una habitación mejor para una niña pequeña.

Melanie guardó silencio mientras se dirigía a la cuna. Metió la


mano dentro y tomó una de las suaves mantas, sosteniéndola en su
nariz mientras continuaba su recorrido por la habitación. El armario
estaba lleno de suficiente ropa de bebé para los próximos tres años.
Había una mesa para cambiar pañales en el rincón más alejado con
suministros para bebés, e incluso libros en los estantes y juguetes en
cestas. Erin había pensado en todo.

Me apoyé contra el marco de la puerta y vi como Melanie recogía


pequeños trajes de una pieza y los sostenía sobre su vientre. Abrió las
botellas en el cambiador y olió cada una. Revisó los títulos de los libros y
los juguetes, se familiarizó con todo.
Finalmente me miró y dijo:

—Le va a encantar.

—Sí, también creo que le gustará.

Melanie echó un último vistazo antes de que cerráramos la puerta.

—¿Estás lista para ver nuestra habitación?

Asintió y me siguió después de que abrí la puerta.

Mamá la había hecho cómoda, no exagerada, sino un lugar donde


podíamos estar solos al final del día. Era un lugar de paz, amor y
compromiso.

—¿Te gusta?

—¿Cómo no iba a hacerlo? Es nuestra. —Su rostro irradiaba


alegría.

La combinación de esas palabras y la expresión de su rostro


hicieron que mi corazón se acelerara, saboreando la idea de que nuestras
vidas se unieran. No más viajes de fin de semana, no más entrar a
escondidas, no más ocultarse.

—Nuestra.

Finalmente.

El sol brillaba y pasamos la tarde en el patio trasero, hablando


mientras estábamos sentados en la hierba.

Melanie miró dónde estaría su jardín. Ahora era estéril, pero sabía
que sería increíble tan pronto como Melanie estuviera aquí atendiéndolo.
Escogimos el lugar perfecto para un columpio, imaginando un momento
dentro de unos años en el que atraparíamos a nuestra pequeña niña
mientras descendía por el tobogán o la empujáramos sobre el columpio
mientras reía y nos rogaba que la empujáramos más alto.

La noche se acercaba, y Melanie todavía quería preparar la cena,


así que recogimos algunas cosas de la tienda.

La cena fue increíble. Melanie se deleitó en su nueva cocina. Creo


que usó todos los platos que teníamos. Nunca la vi más libre. Solo tres
meses más, y podríamos hacer esto todos los días. Comimos en nuestra
pequeña mesa de comedor. Charlamos y disfrutamos de nuestra comida,
el estado de ánimo era liviano entre nosotros.

Mi teléfono sonó en mi bolsillo y lo saqué, mirando el número antes


de apagarlo y regresar mi atención a Melanie.

—¿Quién era? —Sonrió mientras se metía un trozo de pollo


horneado a la boca.

—Oh, solo Stephanie. Probablemente llame para recordarme


nuestro grupo de estudio el lunes. —Siempre llamaba un par de días
antes por si alguno se olvidaba.

Un ceño fruncido cruzó el rostro de Melanie, y volvió a mirar su


plato.

—Oye, ¿qué pasa?

—No es nada. —Intentó restarle importancia.

—No, no lo es si algo te molesta. —Nos habíamos prometido hace


mucho tiempo que cada vez que algo nos molestara, lo sacaríamos a la
luz.

—Honestamente, no es nada. Solo me hace sentir incómoda. —Se


encogió de hombros y tomó otro bocado.
Melanie solo había visto a Stephanie una vez. Salíamos de un
restaurante durante las vacaciones de Navidad cuando Steph se acercó
con su novio, así que no entendía de dónde venía. Melanie nunca había
sido celosa porque no tenía motivos para estarlo.

—¿Comprendes que soy solo para ti? Lo prometo. —Apreté su


rodilla debajo de la mesa, rogándole que entendiera—. Ella es mi solo
compañera de estudio.

—Lo sé. Solo me dio una sensación extraña, pero confío en ti —


Sonrió, cerrando el tema efectivamente, porque ambos sabíamos que no
teníamos que preocuparnos por ese tipo de cosas. Nadie se interpondría
entre nosotros.

Más tarde esa noche vimos una película en el sofá, pero Melanie
nunca llegó al final. Sus suaves respiraciones también me arrullaban
para dormir, así que la levanté y la llevé a nuestra habitación. Tiré de las
mantas y la metí, sus rizos marrones cayeron sobre su almohada.

—Tan hermosa —susurré en su mejilla cuando la di un beso de


buenas noches. Tan increíblemente hermosa.

No creo haber visto el rostro de otra mujer desde el momento en que


la conocí. Era como si mi mente no pudiera registrar a nadie más.

Arrastrándome a la cama junto a ella, la tiré cerca de mi pecho


para poder abrazarla mientras dormía. Descansé mi mano sobre su
vientre, contento en este momento.

Sentí un pequeño golpe en mi mano, mi otra chica exigía mi


atención. Sonreí a la parte posterior de la cabeza de Melanie mientras
continuaba sintiendo los pequeños movimientos bajo mi mano,
preguntándome cómo era posible sentirse de esta manera.
Nos levantamos temprano el sábado por la mañana, frescos.
Paseamos por la casa, y después de que nos hiciera el desayuno, nos
relajamos en el sofá. Parecía que siempre estábamos con otra persona, y
nunca teníamos tiempo para nosotros. Era genial estar en nuestra casa
solo el uno con el otro.

Alrededor del mediodía, decidimos ir a la ciudad a comprar un


poco. Solo mirábamos, tomándonos nuestro tiempo mientras veíamos las
vitrinas de la tienda, tomados de la mano mientras paseábamos.

Melanie levantó un libro de nombres para bebés con una mirada


curiosa, sonreí y asentí. Definitivamente era hora de empezar a pensar
en nombrar a nuestra pequeña niña.

Me hubiera encantado llamarla como su madre, pero Melanie


descartó esa idea hace mucho tiempo.

La tarde llegó y se fue, y la tristeza comenzó a invadirme mientras


pensaba en llevar a Melanie de regreso a casa de su padre mañana.
Pensé en pedirle que viniera aquí para terminar la escuela, pero sabía
que eso sería egoísta de mi parte.

Cuando los pies de Melanie comenzaron a doler, volvimos a casa


para relajarnos, pero me sentía ansioso. Necesitábamos hablar sobre sus
padres. No podíamos posponerlo más.

Melanie tenía su espalda apoyada contra la cabecera con los pies


sobre una almohada mientras hojeaba el libro de nombres. Me arrastré a
su lado, tirando de ella contra mí.

—Melanie, nena, creo que tenemos que hablar. —Frunció el ceño,


dejó el libro, y se enderezó un poco—. Tenemos que decirle a tu papá.

Suspiró.
—Lo sé. Estoy tan asustada. Todos los días salgo de mi habitación,
prometiéndome que voy a contarle, pero tan pronto como lo veo, pierdo el
valor. Era como si quisiera ahorrarle la preocupación, pero lo dejé pasar
demasiado tiempo. ¿Cómo voy a decirle ahora? “Oye papá, serás abuelo
en tres meses”. ¡Enloquecerá! —Apretó los puños con frustración.

—No podemos esperar más. Estás creciendo, y las personas


comienzan a notarlo. —Pasé mis manos por mi cabello y respiré con
fuerza, el sonido flotando en el aire—. Hablé con Erin. Dijo que toda la
escuela habla de eso. Tu papá va a escucharlo, si no lo ha hecho ya. Creo
que tenemos que decírselo mañana. —Se mordió el labio, luchando contra
las lágrimas. Sabía que se hallaba asustada, pero no había forma de
evitarlo.

—Todo va a estar bien, Mel. Estaré allí contigo, ¿está bien?

Limpié la solitaria lágrima que corría por la mejilla de mi chica, y


ella asintió contra mi mano, prometiéndole en silencio que lo sacaríamos
a la luz mañana.

—Entonces, ¿cómo llamaremos a esta cosita? —Acaricié


cariñosamente su estómago, tratando de aligerar el estado de ánimo. Nos
quedaba esta noche, y no quería arruinarlo con la preocupación de
mañana.

Pasamos página por página. Había tantos nombres que era


abrumador.

—Daniel, mira esto. —Señaló un nombre.

Lo leí en voz alta.

—Eva. —Dejé que el nombre recorriera mi cabeza y me hizo clic en


el corazón—. Es hermoso, Melanie.

Se sentó un poco más erguida.


—Significa “vida” en hebreo. Es perfecto.

Colocó ambas manos en su estómago, acunando a su hija, susurró:

—Eva, mi vida.

—Dios, te amo, Melanie. —La besé, saboreando su dulzura


mientras pasaba mis manos sobre su vientre.

Melanie gimoteó contra mis labios. Se movió, y presionó su cuerpo


contra el mío.

Le hice el amor suavemente, lentamente… cuidadosamente, su


cuerpo todavía se ajustaba perfectamente al mío. Cada toque era como
fuego contra mi piel, su amor por mí innegable a raíz de sus dedos.

—Melanie, mi amor. Eres tan hermosa —susurré contra su mejilla.

Su aliento hacía cosquillas en mi oreja.

—Daniel. —cayó de sus labios.

La energía que unía nuestras almas era sofocante, su fuego


rugiendo a través de mis venas.

—Melanie, te sientes tan bien.

Nunca podría desear a otra. Jamás habría nadie que pudiera


hacerme sentir de esta manera, alguien que pudiera brindarme éxtasis
completo en un solo toque o aliviar mi alma con la calidez de sus ojos.
Solo estaba Melanie.

Dormir fue difícil, solo cayendo en ráfagas cortas durante toda la


noche. Me sentí ansioso por reunirme con Steve. Decirle que Melanie tenía
seis meses de embarazo, y que le habíamos estado escondiendo todo
este tiempo, no iba a salir bien. Si tuviera un temperamento real, esto lo
sacaría en él.
Melanie se agitó a mi lado en las primeras horas de la mañana.
Girando, envolvió sus brazos a mí alrededor, tocando el cabello en la
parte posterior de mi cuello, su simple toque calmó mis nervios.

—Hola, ¿ya estás despierto? —Su voz era ronca y baja.

—Sí. No pude dormir.

Se sentó sobre su codo mirándome, su cabello cayendo hacia un


lado sobre su hombro, reuniéndose en la cama debajo de ella. Su piel
estaba más pálida de lo normal a la luz de la mañana, sus labios
hinchados y rojos, y sus ojos verdes intensos mientras buscaban los
míos.

Su mano se movió desde la parte posterior de mi cuello para


ahuecar mi mejilla mientras su pulgar frotaba bajo mi ojo, tratando de
aliviar el estrés. Había intentado esconder mi miedo a contarle a Steve,
pero era obvio que no esperaba esto más de lo que ella lo hacía.

Giré mi cabeza hacia su palma, besando la tierna piel allí.

La tristeza volvió a invadirme ante la idea de perder a Melanie.


Esta era su casa ahora, y quería que estuviera aquí conmigo. Estos
próximos tres meses iban a parecer una eternidad, y lo peor estaba por
llegar. No podía imaginar volver solo a esta casa y a mi cama extra
grande después de casarnos mientras ella estaba sola en la pequeña
habitación al final del pasillo en la casa de su padre. Estaba tan mal.

Permanecimos juntos durante lo que parecieron horas sin decir una


palabra, simplemente mostrándonos el amor a través del tacto. Nunca
podría tener suficiente de ella.

Habíamos estado en la cama la mayor parte de la mañana, y era


hora de poner fin a la procrastinación. Melanie se levantó para tomar una
ducha mientras yo empacaba sus cosas.
Con renuencia, encendí mi auto y nos conduje en dirección a
Colorado Springs. El tráfico era ligero, por lo que al menos ahorraríamos
unos minutos de preocupación.

Melanie no había dicho nada en la última media hora mientras


miraba por la ventana.

—¿Estás lista para esto, nena?

Saltó, sobresaltada.

—Oh. —Parpadeó un par de veces—. Supongo que estoy más


preparada que nunca. —Mordió la uña de su pulgar—. Simplemente no
sé lo que va a decir. Estoy realmente asustada.

La miré. Las lágrimas corrían por su rostro, la humedad sus


mejillas reflejando el sol que brillaba a través de la ventana.

Gimió en voz alta entre sus manos, sacudiendo la cabeza ante la


idea.

—Quiero decir, ¿y si te hace arrestar o algo así? —Sonaba como si


estuviera al borde de la histeria, el verdadero miedo que albergó al salir.
Entonces me di cuenta de que no le ocultó esto a Steve para protegerse de
su ira, sino para protegerme de eso.

—Melanie, sé que tienes miedo de lo que hará.

—Sí, va a estar enojado, y estoy dispuesto a lidiar con cualquier


enojo que tenga hacia mí, pero nunca te mantendrá alejado de mí. —
Traté de tranquilizarla con la promesa en mis ojos, una promesa de que
no importa qué, nunca estaríamos separados. Sus ojos verdes derritieron
mi corazón mientras me miraba.

Melanie se sacudió bajo mi mano, cada músculo de su cuerpo se


tensó mientras gritaba:
—¡Daniel! —Mi cabeza se lanzó hacia adelante, pero no había
nada que pudiera hacer. Mi visión apenas registró la veta de rojo antes
de que mi cabeza se llenara con el sonido del metal arrugado y los vidrios
rotos. Un dolor abrasador me consumió cuando un grito desesperado por
Melanie se desprendió de mis labios… su nombre golpeando contra mis
oídos mientras la negrura me cubría, forzándome a la oscuridad.

Mis manos agarraron el volante, mis nudillos blancos, mientras


jadeaba por aire. No podía decir si mi pecho se estaba derrumbando
contra mi corazón o si mi corazón rompió a través de mi pecho.

—Daniel, ¿qué diablos te pasa? —gritó Vanessa, su voz se quebró.


La miré y vi la expresión aterrorizada en su rostro mientras se sostenía
de un lado del asiento con una mano y de la manija de la puerta con la
otra, con la espalda apoyada contra el asiento, apartándose de mí en
defensa.

Todo pasó zumbando. Miré el velocímetro y superaba los cien


kilómetros por hora. Pisé los frenos.

Me senté rígido en mi asiento, la tensión se apoderó de mí cuando


agarré el volante. Realmente no me importaba lo que Vanessa pensara
de mí, pero tampoco necesitaba poner en peligro su vida y la de su
bebé.

Sí, eres muy bueno en eso, ¿verdad? Me burlé en algún lugar


dentro de mi cabeza, el odio a mí mismo ardía en mis venas.

Miré hacia adelante y en voz baja murmuré:

—Lo siento.
Minutos después, llegamos al restaurante, acercándonos al valet.
Traté de recuperar la compostura antes de entrar y arruinar todo. Hoy
había sido el día más duro que había tenido desde que regresé de Dal, y
parecía que los pensamientos acerca de Melanie no se mantendrían a
raya. Tendría que sonreír y fingir esta noche. Recé para que ellos
hablaran, y yo pudiera sentarme allí, asentir y firmar en la línea
punteada.

Gruñí cuando atrapé mi reflejo en el espejo.

Era un completo desastre. Tenía el cabello levantado en todas las


maneras posibles, ni una hebra de acuerdo con otra, mis ojos
hinchados y rojos de esta tarde, mis manos temblando visiblemente.

Agarré mi bolso cuando el valet abrió mi puerta.

Me dio mi etiqueta y fui a buscar a Vanessa.

Entramos, saludados por una anfitriona con un vestido tipo cóctel


negro y tacones. Odiaba lugares como este.

—¿Tiene una reserva, señor?

—Sí, tengo una reunión de negocios con Nicholas Borelli y Shane


Preston. No estoy seguro de si ya llegaron. —Eché un vistazo al
restaurante. Nunca me encontré con ninguno de ellos, así que no tenía
idea de a quién buscaba.

Ella estudió el libro negro en su soporte y negó.

—No, todavía no han llegado, pero podemos mostrarles su mesa.

Nos condujo a una mesa redonda para seis personas cerca de un


gran banco de ventanas. Vanessa y yo fuimos al otro lado, enfrentando
a la habitación. La anfitriona nos entregó nuestros menús y nos dijo
que disfrutáramos de nuestra comida mientras se alejaba.
—Esto es muy agradable, Daniel. —Vanessa fingió apreciar la
habitación y luego me miró a través de sus pestañas.

¿Trataba de coquetear conmigo? Pronuncié un “mmm” apenas


audible antes de dirigir mi atención al menú, receloso de hacer contacto
visual con ella. Esto era un completo error. Debería haber venido solo.
Estaba volviéndose demasiado obvio que Vanessa pensaba que esta
cena significaba más para mí que solo la necesidad de tener a alguien
que me acompañara a una cena. El accidental roce de su pierna contra
la mía debajo de la mesa lo confirmó.

—Mierda. —maldije. Este día empeoraba cada minuto.

Llegó un camarero y nos preguntó qué nos gustaría beber.


Vanessa le dirigió una sonrisa exagerada y pidió agua.

—Whisky, sin hielo. —Estaba en extrema necesidad de un trago.

Vanessa comenzó a hacer comentarios sobre el menú, tratando de


atraerme a la conversación, pero sus palabras no se registraban. No
podría pensar con claridad. Mi cabeza comenzó a dar vueltas, mi piel se
erizó. Sentí que los vellos de mi nuca se erizaban.

Traté de sacudirlo.

Aparentemente, pensé demasiado en Melanie. Al parecer, pensé


demasiado en Melanie porque mi cuerpo reaccionaba como si estuviera
cerca.

Froté la parte posterior de mi cuello, tratando de sacudir la


sensación. Empecé a entrar en pánico cuando me di cuenta de que
finalmente iba a perderlo. Mis manos comenzaron a hormiguear con la
energía palpable que nos conectaba a Melanie y a mí y nos hacía uno,
un anhelo intenso llenando mi pecho.

Tenía que recomponerme.


Me tomé unos minutos para despejar mi mente cuando un sollozo
estrangulado me tumbó. Mi cabeza se sacudió, mis ojos desesperados
por encontrar lo que tanto anhelaba ver.

Mis rodillas se debilitaron, y agarré la mesa para apoyarme


cuando mis ojos se encontraron con la esmeralda que poseía mi alma.
Traducido por Flor
Corregido por Maga

El viaje al restaurante fue tenso.

Mi absoluto rechazo había puesto nervioso a Nicholas, y no


estaba segura de saber cómo lidiar con eso.

Nicholas se acercó al valet del restaurante. Katie y Shane nos


esperaban en la acera mientras el asistente me ayudaba a salir del
automóvil.

—Oye, Mel. —La sonrisa de Shane era contagiosa. Nunca pude


resistirlo, mi propia propagación se extendió por mi rostro cuando me
dio un gran abrazo, dándome un rápido beso en la mejilla. Si no lo
hubiera conocido, podría haberle tenido un poco de miedo, dado que se
parecía a una versión más joven de mi padre. Era igual de alto y se
afeitaba la cabeza, aunque tenía los ojos verdes y papá marrones. Era
musculoso después de años de duro trabajo de construcción y tan
bronceado que casi borró los tatuajes que le cubrían la totalidad de los
brazos.

—Oye, Shane. ¿Estás listo para esto? —Le di unas palmaditas en


la espalda mientras lo abrazaba, dándole ánimos para la noche.

—Sí, tengo un buen presentimiento al respecto. —Esto cambiaría


todo para ellos. Era irónico que la única cosa que Nicholas pensó que
iba a darle poder y reconocimiento, realmente lo pondría de rodillas si
todo salía según lo planeado.
Le di una sonrisa cómplice a Katie antes de acercarme a ella para
darle un abrazo rápido.

—Vamos a encargarnos de algunos asuntos. —Nicholas se hizo


cargo y nos condujo adentro. Sostuvo la puerta cuando Shane y Katie
entraron frente a nosotros, colocando su mano en mi espalda mientras
yo lo seguía.

Una vez dentro, sentí ese tirón, la energía que ligaba mi alma a la
de Daniel, y sonreí mientras llevaba mi mano al colgante. Lo toqueteé,
sabiendo que, de alguna manera, había sido devuelto a mi vida para
darme consuelo.

Cuando la anfitriona nos condujo al interior del restaurante, el


tirón creció, llenando mi pecho. Empecé a sentir un cosquilleo en la
piel, la piel de gallina me sobresalía por los brazos y el vello de la nuca
se me erizaba.

Subí mis manos por cada brazo tratando de ahuyentar la


sensación, abrazándome a mí misma. Algo andaba mal. Nunca había
sentido a Daniel así a menos que él estuviera realmente cerca.

Quizás encontrar el colgante había traído demasiados recuerdos a


la superficie, y mi mente había perdido el contacto con la realidad.

Con cada paso, la sensación creció, casi sofocante.

—Contrólate, Melanie —me regañé a mí misma, tratando de salir


de eso.

Cuando doblé la esquina, mis ojos se posaron en la cabeza de


cabello que solo podía pertenecer a un hombre. Un grito escapó de mi
garganta, mi corazón latía a través de mi pecho.

Extendí la mano para agarrar el hombro de Katie en busca de


apoyo, mi otro brazo agarrando mi estómago mientras trataba de evitar
caer de rodillas. La energía se disparó, y casi podía ver que se conectaba
con él. Levantó la cabeza y mis ojos se encontraron con su alma.

No podía mirar hacia otro lado. Cada emoción que tuve en los
últimos nueve años fluyó entre nosotros: el dolor, el anhelo, el deseo, el
amor perdido, cada uno estrellándose sobre nosotros en oleadas.

Mis dedos se clavaron en el hombro de Katie mientras me


esforzaba por no perderlo en el medio del restaurante. No podía decir si
quería estrellarme sobre la mesa y devorarlo o si quería gritar y golpear
su pecho liberando toda la ira y el dolor que me había causado en los
últimos nueve años.

No sé cuánto tiempo nos miramos el uno al otro antes de que


Nicholas tirara de mi codo, la ira ardía en su rostro.

Katie me miró con preocupación, y levanté mis dedos de su


hombro, dejando a Shane mirando entre Daniel y yo confundida.

Nicholas se hizo cargo de la situación, extendiendo su mano sobre


la mesa hacia Daniel, que se había levantado al acercarse.

—Debes ser Daniel. Es bueno conocerte finalmente. Soy Nicholas


Borelli. —Daniel apenas lo reconoció, sus ojos nunca me dejaron por
más de un segundo mientras tomaba sin entusiasmo la mano de
Nicholas.

Nicholas frunció el ceño, envuelto en enojo por la obvia


desestimación de Daniel hacia él. Aun así, continuó.

»Este es Shane Preston y su esposa, Katie. —Nicholas hizo un


gesto hacia ellos, y Daniel apartó sus ojos de mí.

—Encantado de conocerlos a los dos —dijo Daniel y asintió,


inquietud evidente en cada uno de sus movimientos.
—Y esta es mi bella esposa, Melanie. —Nicholas me regaló como
el trofeo que era.

Los ojos de Daniel volvieron a los míos, tristeza brotando de ellos


cuando extendió la mano para tomar mi mano visiblemente temblorosa.
Un gemido escapó de mis labios cuando mis dedos rozaron los suyos
antes de tomar mi mano. Demasiado tiempo había pasado, demasiado
tiempo desde que lo toqué. Un destello de energía quemó mi brazo, mi
corazón herido palpitaba con sus primeros latidos verdaderos en nueve
años. Alivio por el contacto se apoderó de todo mi cuerpo, haciendo que
mi cabeza girara y el deseo palpitara en mi estómago mientras su calor
corría por mis venas.

No podía soltarlo y tampoco él, parecía.

—Hola Melanie. —Las palabras eran suaves pero cargadas de


necesidad, cada una cayendo de sus labios como una canción. Mis
mejillas se encendieron de rojo, el calor subió por mi cuerpo y se posó
en mi rostro.

Solo podía asentir y tragar.

Un ligero "ejem" a su lado hizo que dejara caer la mano a


regañadientes. Mi brazo se sentía pesado por la pérdida. Miré a la
izquierda a la mujer ridículamente hermosa sentada en la silla junto a
él, con la bilis subiendo en mi garganta al verla. Ella ni siquiera era la
misma chica que había tomado mi lugar.

La confusión nubló mi cabeza. Mis rodillas comenzaron a temblar,


y agarré el respaldo de la silla para mantener el equilibrio tratando de
mantener la coherencia. Nunca me había desmayado antes, pero estaba
segura de estar a solo segundos de distancia.
Traté de enfocarme cuando Daniel presentó a Vanessa a todos
alrededor de la mesa. Se inclinó hacia adelante, tomando la mano de
cada persona antes de acomodarse en su asiento.

Mis manos temblaban y mis piernas se tambaleaban.

Nicholas sacó mi silla por mí. Por una vez, estaba agradecida por
la falsa caballerosidad mientras me tambaleaba en mi silla.

Nicholas tomó la silla a mi derecha directamente al lado de


Daniel, y Katie se sentó a mi izquierda.

Katie siguió mirándome, pero traté de evitar sus ojos. Me rendí


cuando ella apretó mi muslo con su mano, exigiendo mi atención.

Giré mi cabeza en su dirección mientras ella articulaba.

—¿Qué está pasando? —Negué. Le respondería más tarde.

Mantuve la cabeza gacha mientras el camarero venía y tomaba


nuestras órdenes de bebida, pero el tirón no aguantaba por mucho
tiempo.

Mis ojos viajaron hasta que descansaron en la cara de Daniel.

Dios, lo extrañé.

Tantas emociones rugieron dentro de mí. No sabía cómo iba a


sobrevivir a la cena. O necesitaba correr hacia Daniel o huir de él, pero
no podía hacer ninguna de las dos cosas, así que me senté y miré a la
única persona que mi corazón clamaba por todos los días.

Traté de prestar atención a lo que sucedía a mí alrededor cuando


Nicholas y Shane comenzaron a presentar su propuesta a Daniel.

—Entonces Daniel, estoy seguro de que encontrarás... —La voz de


Nicholas era un sonido distante en mi cabeza, todo lo que no era Daniel
era una neblina a mi alrededor. Todavía no había visto un hombre más
hermoso, pero él era tan diferente del despreocupado muchacho que
una vez conocí. Su cabello estaba en completo desorden; el color se
había oscurecido con la edad, pero aún tenía vetas de luz natural.
Ansiaba pasar los dedos por él como solía hacerlo. Su cuerpo aún
estaba firme, los músculos tonificados y suaves, ahora tal vez incluso
más delgado de lo que había sido antes.

Pero fueron sus ojos los que rompieron mi corazón una vez más.
Ya no brillaban con la alegría que solía irradiar de ellos. En cambio, la
intensidad se había ido, la vida absorbida por ellos. Hubo un leve
destello cuando se encontraron con los míos, pasando en el mismo
instante.

La tristeza que rodeaba su presencia era enfermiza, como una


enfermedad que se había apoderado de su cuerpo, y había abandonado
su vida para vivir. Sus mejillas estaban hundidas, y había bolsas
oscuras debajo de sus ojos.

Nunca había querido consolar a nadie más. Quería llamar su


nombre, tocar su rostro, probar sus labios. Quería asegurarle que mi
amor por él era interminable. Quería prometer que podríamos sanar
juntos. Quería perdonarlo, olvidarme del pasado, seguir adelante. Hubo
un hecho simple que me detuvo.

Él no me quería.

Pero al verlo ahora, mi espíritu no podía creer eso. Pude sentir


que me amaba. Pero a veces el amor simplemente no era suficiente. Él
necesitaba más de lo que podía dar.

Miré a su esposa o novia, no estaba segura de cuál, y los celos


surgieron de todo mí ser.

¿Le había prometido su vida a ella, amarla para siempre?


¿Se acostaba con ella todas las noches y acariciaba su cuerpo
contra el suyo, abrazándola de la manera en que solía abrazarme?
¿Tenían hijos esperando en casa?

El sudor estalló en mi frente, y tragué la bilis que se había


levantado en mi garganta.

Si él tuviera todas estas cosas, ¿por qué estaba tan roto?

Tenía la misma expresión en su rostro que yo tenía todos los días


cuando me miraba en el espejo. Él no era más que un cascarón de una
persona.

Daniel parecía estar luchando por escuchar lo que Nicholas


estaba diciendo. Su mirada viajaría hacia mí y luego volvería a Nicholas
como si estuviera en una constante guerra consigo mismo. Casi podía
sentir su cuerpo a la deriva en mi dirección a pesar de que se mantuvo
en su lugar.

Nicholas siguió mirándome y luego a Daniel, la sospecha espesa


en su frente. Si bien no tenía idea de quién era Daniel, estaba claro que
estaba pasando algo.

—Entonces, Daniel —Nicholas le tendió otra hoja de papel—. Si le


das un vistazo a esto, verás que tenemos el permiso de construcción
que se describe aquí. Deberíamos poder atravesar la ciudad en cuatro a
seis semanas. —Nicholas señaló algo en el papel, pero Daniel hizo poco
más que mirarlo antes de que sus ojos volvieran a mí.

Nicholas se puso tenso, su naturaleza posesiva obteniendo lo


mejor de él, y extendió su mano para acariciarme la cara. Me encogí.
Pasó su mano por mi rostro para descansar en un lado de mi cuello,
sus dedos se clavaron en mi piel. Se inclinó sobre mi rostro como si
fuera a besar mi mejilla.
En cambio, susurró—: Perra —lo suficientemente bajo como para
que solo yo pudiera oírlo.

Las manos de Daniel apoyadas en la mesa se apretaron en puños,


su rostro ardió, y sus ojos, muertos hace solo unos momentos, ahora
llenos de puro odio.

Rara vez había visto esa expresión en su rostro, pero lo sabía,


Daniel estaba absolutamente empapado de furia. Parecía que iba a
arrancarle el brazo a Nicholas. Pude ver que se estaba conteniendo en
su asiento, conteniéndose, su furia amenazando con explotar.

Simplemente no lo entendí. ¡Él no me quería! ¿Cómo podía


sentarse allí y enojarse porque estaba con otra persona cuando me dejó
ir? Quería gritarle, suplicarle una respuesta. ¿Por qué? ¿Por qué me
hizo esto?

El amor y el odio lucharon dentro de mí, destrozando mi alma.

La cita de Daniel se mantuvo en silencio, jugueteando con su


servilleta, inclinándose cada vez más hacia él. Él la ignoró.

Suspiró cada pocos segundos, buscando su atención, pero


parecía como si él ni siquiera supiera que ella estaba allí.

Nicholas se había sentido frustrado con la situación, su voz


llamaba la atención mientras trataba de forzar su presentación sobre
Daniel. Había un tono en su voz que ningún hombre de negocios
inteligente dirigiría jamás hacia un cliente potencial, pero yo conocía a
Nicholas. Estaba celoso de que estuviera recibiendo lo que él pensaba
que se merecía. Se suponía que debía estar allí para ganarle más
atención, no para quitársela.

El pobre Shane parecía no tener idea de lo que estaba pasando,


solo que las cosas estaban fuera de control. Saltó tratando de salvar la
noche. Me sentí horrible de que mi presencia hubiera arruinado esto
para él. Lo miré, ofreciendo una débil sonrisa de aliento cuando
interrumpió y comenzó a hablar por Nicholas.

Katie miró a Daniel mientras él me miraba. Ella estaba tratando


de resolver todo. Podía verlo en el estrechamiento de sus ojos y el surco
de su frente.

Shane parecía haber atraído a Daniel, haciéndole preguntas sobre


cómo se sentía con respecto a ciertos detalles. Todavía podía sentir la
tensión que irradiaba de él, pero al menos estaba teniendo una
conversación seria con Shane. Aún ni siquiera había mirado a Vanessa,
que bebía un sorbo de agua, parecía aburrida o tal vez molesta. Shane
hizo un rápido progreso, y parecía que todas las preocupaciones de
Daniel habían desaparecido, Shane tenía una solución para todo.
Nicholas se enfureció con Shane, celoso, una vez más, de que su
compañero más joven tenía el carisma que le faltaba.

Alivio bañó la mesa cuando llegó la cena.

Pusieron la charla de negocios en espera por el momento,


mientras el camarero colocaba nuestra comida frente a nosotros.

Katie me lanzó una mirada curiosa mientras empezaba a hablar.

—Entonces, Daniel, ¿acabas de mudarte aquí a Chicago? ¿De


dónde vienes? —Su cabeza se inclinó hacia un lado, esperando su
respuesta, sus ojos se deslizaron a los míos por un breve momento
antes de que volvieran a los de Daniel.

Se aclaró la garganta, frunciendo el ceño.

—Uh, soy de Colorado —Volvió su atención a su plato,


obviamente tratando de evitar las preguntas de Katie. Traté de
advertirla apretando su muslo para detenerla, pero sabía que
continuaría hasta que obtuviera sus respuestas. Estaba segura de que
ya había descubierto quién era Daniel.
—Mmm. —Ella tomó un pequeño bocado de su patata asada
mientras asentía antes de dirigir su atención a Vanessa.

—Vanessa, ¿cómo conoces a Daniel? —Ella lo interpretó como


una charla pequeña, pero era todo menos eso.

La cara de Vanessa se iluminó, y ella tomó la mano de Daniel y la


apretó.

—¡Daniel y yo vamos a tener un bebé!

Me atraganté con mi bistec, lágrimas llenando mis ojos cuando


otra parte de mi corazón me arrancó. Sabía que esa era la razón por la
que no me quería, pero dolía tenerlo desfilado frente a mí. Cubrí el
llanto en mi garganta con una tos.

Nicholas me miró y me advirtió que me pusiera bajo control.

Los ojos de Daniel volaron hacia mí, con el dolor grabado


profundamente en las líneas de su rostro, sacudiendo su mano de la de
Vanessa. No entendí lo que estaba sucediendo entre los dos.

Él debería estar emocionado. Lo que siempre había querido era


ser padre, y ahora iba a conseguirlo. Quería enojarme porque tuviera
eso sin mí, pero sabía cuánto se lo merecía. Tenía el mejor corazón de
cualquier persona que hubiera conocido. En lo profundo de mí, todo lo
que quería era que él fuera feliz, incluso si me mataba verlo suceder.

Katie fue implacable.

—Oh, supongo que las felicitaciones están en orden, ¿entonces?


—Era casi una pregunta mientras miraba a Daniel. Giró la cabeza hacia
la pared opuesta, pasándose las manos por el pelo como siempre hacía
cuando estaba preocupado o molesto.
—Entonces, ¿es tu primer hijo? —Estaba claro que quería que
Daniel respondiera, pero Vanessa habló primero.

—Sí, es un niño. Estamos muy emocionados.

Sentí como si un cuchillo hubiera sido clavado directamente en


mi estómago, el aire me dejó cuando me agarré el torso y cerré los ojos
con fuerza.

No pude escuchar.
Traducido por Bella’
Corregido S.O.S. por Lelu

Todavía no podía creer que Melanie estuviera aquí.

Era todo lo que podía hacer para evitar saltar sobre la mesa para
llegar a ella, caer de rodillas, pedir perdón, rogarle que me aceptara de
vuelta.

Apenas había oído la propuesta del nuevo edificio.

Todo a mi alrededor era una neblina excepto por ella. Ella era la
luz y todo lo demás era oscuro.

En su breve toque encontré todo lo que me había perdido en los


últimos nueve años, y entonces supe lo que mi corazón había sabido
todo el tiempo… ella era mía. Podía sentirlo, su amor ardiendo en su
piel, quemándome, devorándome, buscándome para que le reclamara
como mía.

Incluso con su marido sentado entre nosotros, sabía que era mía.
El hecho de que se hubiera casado con otra persona casi me había
matado, pero con todo eso, yo sólo quería que fuera feliz. Pero después
de conocer a Nicholas, no entendía por qué lo había elegido. Nunca
había odiado tanto a nadie en mi vida, repelido por su arrogancia y
vanidad.

Lo peor fue la forma en que le habló y la miró. Era como si tuviera


un aura de autoridad sobre ella, sin compasión sólo control. Nadie
trataba así a mi Melanie. ¿Cómo pudo dejarle?
¿Ella lo amaba?

No.

No me lo creí. Podía ver lo miserable que era al mirarla. Su cara


tenía la misma expresión que la mía todos los días. Estaba tan
destrozada como yo. ¿Entonces por qué? ¿Me odiaba tanto que prefería
acostarse junto a este hombre repulsivo que estar conmigo?

Me había esforzado por prestar atención a Shane mientras


repasaba su propuesta, agradecido cuando la cena estuvo lista.

Ese alivio sólo duró un minuto antes de que su esposa empezara


a hacer preguntas.

Sentí el corazón roto de Melanie en el momento en que Vanessa


pronunció esas palabras.

“Daniel y yo vamos a tener un bebé”.

Melanie había intentado sofocar sus gritos sin éxito.

Mis ojos corrieron hacia ella, temiendo ver el dolor que sabía que
encontraría.

Por favor, Melanie, tienes que saber que sólo quería esto contigo.

No podía decir las palabras en voz alta, pero recé para que ella lo
entendiera, para que pudiera verlo en mis ojos.

Fue la siguiente pregunta de Katie la que me impresionó con


horror.

“¿Este es tu primer hijo?”


Vanessa había respondido como si fuera por los dos, pero no
había forma de que me sentara frente a Melanie y no reconociera a
nuestra preciosa niña.

Me volví hacia Katie, mi boca seca, y me atraganté:

—Tuve una niña. —Al tragar, aclaré mi garganta, tratando de


ganar suficiente valor para verbalizarlo delante de estos extraños.
Nunca le conté a nadie lo de Eva. Era mi pérdida, y no podía soportar
que un extraño me tuviera lástima cuando les era imposible empezar a
entender la forma en que su muerte me había destruido—. Pero ella
murió…

Marzo del 2000

¿Qué demonios estaba pasando?

Mis ojos estaban abiertos, pero todo era borroso.

Las voces murmuraban demasiado bajo para que yo pudiera


oírlas o el dolor las ahogaba. No estaba seguro de cuál. Me dolía en
todas partes y sentía como si me asfixiara. Mis ojos empezaron a
despejarse, registrando mi entorno, concentrándome en las dos
personas que trabajaban sobre mí... ¡No!

—¡Melanie! —Luché por sentarme, pero estaba atado a una


camilla—. Por favor, tengo que llegar a ella. ¡Por favor! —Mi voz se
resquebrajó con el sollozo que brotó de mi pecho mientras les rogaba
que me liberaran. Tenía que encontrarla.
—Señor, necesita calmarse. Estamos tratando de ayudarte. —Un
hombre me agarró la cara, obligándome a mirarlo. Agité mi cabeza
contra sus manos.

—Tengo que ayudarla. ¿Dónde está ella? Por favor —le imploré.
Mis ojos daban vueltas. Estaba en una ambulancia en movimiento. Miré
mi camisa empapada de sangre y el miedo me agarró. Intenté gritar por
ella pero no salió nada.

—Señor, necesita relajarse. Ella ya está de camino al hospital en


Denver.

Sentí un pinchazo en el brazo y el calor se extendió por mis


venas, pero no fue el calor que deseaba. Una niebla atrapó mi mente, mi
corazón gritando, pero el resto de mi cuerpo quedó entumecido
mientras las tinieblas corrían.

—Daniel. —La voz era suave y me atrajo hacia ella—. Mi bebé. —


Algo corrió por mi cabello, acariciándome, dándome fuerza.

—¿Mamá? —parpadeé.

Ella se inclinó sobre mí, una mano sosteniendo la mía mientras la


otra acariciaba mi cabeza. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

Intenté sentarme, pero el dolor que me rompía el pecho me obligó


a volver a bajar.

—Relájate, cariño. —Trató de calmarme, pero su voz temblaba y


tenía el efecto contrario.

—¿Melanie? —dije ásperamente. Oí movimiento y me di vuelta.


Papá se paró junto a la cama del otro lado. Se aclaró la garganta, su
cara atormentada. Su boca se abrió y cerró varias veces. Un
presentimiento se apoderó de mí, y me endurecí. Mamá apretó mi
mano. Devolví el apretón, probablemente demasiado fuerte mientras
esperaba que papá respondiera.

—Ella va a estar bien, Daniel. —Alargó el brazo y tocó mi hombro,


mirándome a los ojos.

El alivio me inundó, y respiré un aliento doloroso, lágrimas


corriendo por mi cara.

—Sigue en cirugía ahora mismo, y le va bien.

Me ahogué, el alivio que sentí momentos antes se había ido.

—¿Cirugía?

—Tenía una hemorragia interna, pero la tienen bajo control. —


Trató de tranquilizarme, pero supe que tenía que ser malo.

Sentí que mi corazón se rompía, ni siquiera quería hacer la


siguiente pregunta.

—¿El bebé? —Eran menos que palabras y más como un sonido


estrangulado en la parte posterior de mi garganta, pegado a mi lengua
mientras trataban de pasar.

Papá hizo una mueca, sus propias lágrimas empezaron a caer.

—No es bueno, Daniel. —Sacudió la cabeza, tratando de


arreglarse para jugar al doctor. Podría decir que le dolió tanto como a
mí—. Le hicieron una cesárea y está con respirador. —Se detuvo,
mirando hacia otro lado—. Es muy pronto, hijo.

Por favor, Dios, no. Mi cuerpo empezó a temblar.

El abrumador dolor me aplastó.


—Es culpa mía —lloré cuando me di cuenta de lo que había
hecho—. Dios mío, Melanie, lo siento mucho.

—Sh, sh. Daniel, no, cariño. No es culpa tuya. —Mamá trató de


convencerme, pero yo sabía la verdad.

—No, no estaba prestando suficiente atención. No lo vi. ¡Fue


demasiado tarde! —Me entró el pánico cuando las palabras y lágrimas
siguieron llegando.

—No, Daniel, el conductor cruzó a tu carril. ¡No fue tu culpa! —


casi gritaba mamá, jurando que no podría haber hecho nada diferente y
clavando sus dedos en mi mano. Pero no me mentiría a mí mismo.
Hasta Melanie vio ese auto antes que yo.

—Daniel, tienes que calmarte. Melanie va a necesitarte. —La voz


de papá estaba llena de razón, y luché para controlarme. Tenía que ser
fuerte por mis chicas.

—¿Puedo verlos? —La necesidad de ver y tocar a Melanie era


abrumadora. Tenía que sentir su corazón latiendo bajo mis manos, para
ver por mí mismo que estaba bien.

Eva.

El pensamiento de mi niña casi me hizo desmoronarme.

—Pronto, hijo. Tengo que advertirte, Melanie va a estar en coma


por unos días hasta que la inflamación baje alrededor de su cerebro. No
se verá muy bien, y necesito que estés preparado para eso. Ella también
tiene otras heridas... —dijo, su voz cayendo.

¿Papá, por favor? No podía ocultarme estas cosas…

—Son mi familia. Tienes que ser honesto conmigo.

Suspiró.
—Lo sé, Daniel, es mucho para que lo aceptes todo de una vez, y
tienes que cuidarte a ti mismo también. Tienes tres costillas rotas y un
corte muy malo en el ojo.

Agité la cabeza.

—No, estoy bien.

Ocupó una silla junto a mí y me preparé.

—De acuerdo —cedió, pero pude ver lo difícil que era para él. Pasó
la palma de su mano de un lado a otro sobre su boca, la tensión
rodando de él.

Mi corazón se me cayó cuando describió las heridas de Melanie.

Estaría devastada. Pero podríamos superar eso. Tenía que estar


agradecido de que iba a estar bien. Tuve que mirar dentro de mí para
encontrar el valor para hacer la siguiente pregunta. Pero yo era el padre
de Eva, tenía que hacer todo lo posible para ayudarla.

Mi voz tembló cuando pregunté:

—¿Y la bebé? —Las lágrimas corrían por su cara. Ni siquiera trató


de limpiarlas. Sus palabras eran apenas audibles, y me esforcé por
oírlas.

—Está en mal estado, Daniel. Sólo pesa un poco más de medio


kilo. No puede respirar por su cuenta, y todo lo que podemos hacer es
esperar. —Simplemente no parecía real. Pero sabía lo que lo haría
realidad.

—Necesito verla. —Me senté, luchando por enderezarme contra el


dolor físico tratando de retenerme—. Por favor, papá, llévame con ella.
Tengo que verla.
—Llamaré y veré. Su médico ya estaba preparando los papeles
para darte de alta.

Me pareció que la siguiente hora se alargaba para siempre


mientras esperaba ser liberado. Recibimos noticias de que Melanie
había salido de la cirugía y estaba en recuperación, y nos dejarían verla
en unas tres horas. Podía ver a la bebé en cualquier momento. Casi me
levanté y me fui, pero papá quería asegurarse de que estaba limpio
antes de que empezara a caminar. Honestamente, eso no me importaba.
Sólo necesitaba cuidar de mis chicas.

—Daniel, cariño —me arrulló mamá como si tuviera cinco años


otra vez, pero no me importaba. Sabía que ella necesitaba cuidar de mí
tanto como yo sentía la necesidad de cuidar de mi propio hijo—. Todo
saldrá bien. —Líneas de preocupación fueron puestas profundamente
en su cara. No podía imaginar el miedo que mis padres debieron sentir
cuando recibieron la llamada.

—Gracias, mamá. —Suspiré en su mano contra mi mejilla,


dándole la bienvenida a su consuelo.

—Mamá, ¿Steve lo sabe? —No podía imaginar lo enojado que iba a


estar. Ni siquiera sabía que Melanie estaba embarazada, y ahora era
abuelo.

—Tu padre llamó hace unos minutos después de que Melanie


saliera de cirugía. Pero, Daniel, él no sabe nada del bebé. Pensamos que
sería mejor que se lo dijeras cara a cara. —Estaba seguro de que esa
sería la conversación más difícil que había tenido.

La puerta se abrió y papá empujó la cabeza.

—¿Estás listo, hijo? —Fui cauteloso mientras me ponía de pie, el


dolor que me ardía a través del pecho.
Asentí pensativamente, ansioso y aterrorizado por conocer a mi
hija.

Mamá tenía su brazo alrededor de mi cintura mientras seguíamos


a papá hasta el ascensor. No fue suficiente para evitar que mi ansiedad
se desbordara. Fue difícil respirar mientras la puerta se abría al piso de
abajo, llevándonos a la unidad de cuidados intensivos neonatales. Me
acerqué a la pared para que me apoyaran mientras la ventana estaba a
la vista, la de los bebés sanos y perfectos. Las familias se paraban con
sonrisas en sus rostros, emocionadas por su primer vistazo.

Papá envolvió su mano alrededor de mi brazo superior para


apoyarme mientras me llevaba hacia adelante.

—Daniel, ¿necesitas unos minutos?

Agité la cabeza. Necesitaba verla ahora, no importaba lo asustado


que estuviera.

Caminamos por el pasillo hasta una ventana con una mujer


detrás de un mostrador. En voz muy baja, dijo papá:

—Bebé Montgomery.

—Identificación por favor. —Empezó a dar las reglas, pero papá


intervino.

—Soy un médico consultor en el caso. —Sacó su identificación y


la mujer lo verificó.

Aunque los bebés no eran su especialidad, me sentí cómodo al


saber que mi padre cuidaría de ella.

Una vez que la enfermera nos pasó por las puertas dobles, nos
lavamos las manos en un fregadero. Me lavé junto a papá, mi instinto
se retorció en nudos, incapaz de agarrar lo que me preparaba para
enfrentarme.

Finalmente entramos por un segundo par de puertas dobles, la


luz tenue y la habitación tranquila. Era como si hubiera entrado en otro
mundo. Pequeñas incubadoras se asentaban entre las paredes
cortadas, enfermeras moviéndose rápida y silenciosamente por la
habitación. Las parejas se sentaban en mecedoras junto a algunas de
las incubadoras, algunas de ellas con bebés en brazos.

El miedo viajó por mi espina dorsal, asentándose en mi cuello


como si todo se hiciera realidad. Se formó un bulto en mi garganta.
Seguí a papá al otro lado de la habitación.

Mis rodillas se debilitaron cuando la vi por primera vez. Papá se


acercó para estabilizarme. Poniendo todo mi peso sobre él, traté de
librarme de la aprensión que sentía para poder concentrarme en mi
hija.

Había cables por todas partes; en sus piernas, en sus brazos,


corriendo por su nariz y boca. No podía contener el sollozo al ver lo
pequeña que era en realidad. Sus piernas y brazos no eran mucho más
gruesos que uno de mis dedos, y su cuerpo entero no era mucho más
largo que mi mano. Su piel era casi transparente, como si pudiera ver
cada vena de su cuerpo. Sus ojos estaban cerrados, y su pecho pequeño
se levantaba y caía con la máquina que la mantenía viva.

Era simultáneamente la cosa más horripilante y hermosa que


jamás había visto.

Estaba tan rota y, sin embargo, tan perfecta.

Mi hija.

Mi corazón se llenó de amor por ella y se rompió al mismo tiempo.


—Eva —le susurré, esperando que me oyera.

—¿Qué has dicho? —Llegó a mí la suave voz de mamá, una


pequeña sonrisa en su cara, sus mejillas mojadas con sus propias
lágrimas.

—Su nombre es Eva. Lo decidimos anoche. —Ahora parecía que


había pasado mucho desde ese momento perfecto.

—Es hermoso. —Ella me extendió una vez más una tierna mano,
dándome consuelo.

—¿Puedo abrazarla?

¿Podría? Estaba aterrorizado, pero nunca quise nada más.

—Déjame comprobar, ¿de acuerdo? —Vi como papá caminaba


hacia una de las enfermeras. Ella lo siguió de vuelta, señalando hacia la
única silla que estaba en el recinto.

—Si te sientas ahí, te la llevaré. —Ella barajó los cables alrededor,


obviamente eficiente en su trabajo, y envolvió una manta alrededor de
Eva mientras la levantaba. Con cuidado, transfirió a mi hija a mis
brazos. Sostuve cautelosamente a mi hijita, su pecho descansando
contra el mío.

Preciosa.

Cerré los ojos contra el miedo y el dolor, y la amé.

Era lo único que podía darle.

La inspiré, recordando su olor. Olía casi dulce como su madre,


pero algo completamente suyo. Sonreí contra su cabeza y la acuné, la
mecí, murmurando mi adoración hacia ella.
—Por favor, nena, tienes que ser fuerte. —En silencio, mis padres
estaban a mi lado, cada uno con una mano en uno de mis hombros, su
apoyo completo e interminable.

Me estremecí con el destello de luz cuando mamá tomó una foto


nuestra.

—Lo siento —murmuró. Agité la cabeza. No me importaba.

Sólo la sostuve unos minutos cuando la enfermera dijo que era


hora de devolverla a su incubadora. Observé como la acomodaba y
revisaba sus monitores. Por mucho que odiara la idea de dejarla, era
hora de ir a ver a Melanie.

Me acerqué para tocar su pequeña mano, y Eva la envolvió


alrededor de mi dedo. Sonreí mientras la sentía contra mí. Susurré:

—Te amo. —Mientras acariciaba el dorso de su mano. El anhelo


llenaba mi pecho cuando me giré para alejarme.

En cuanto estuvimos en el pasillo, mamá me abrazó.

—Estoy tan orgullosa de ti, Daniel. Te has convertido en el


hombre que siempre he rezado para que te conviertas. —Sus ojos,
hinchados y rojos, brillaban en la luz mientras me miraba.

La abracé.

—Gracias, mamá. —Mi voz estaba cansada por la fatiga, mi pecho


me estaba matando.

Papá se unió a nuestro estrujón y sus brazos nos acercaron


mientras los tres llorábamos juntos. Él retrocedió primero.

—Creo que Melanie ya debería estar en su habitación. —Tomó la


mano de mamá, y ella mantuvo su otro brazo alrededor de mi cintura, y
los tres hicimos el viaje a la habitación de Melanie.
Papá empezó a empujar el pestillo de la puerta antes de que yo lo
detuviera, agarré su hombro.

—¿Puedo ir solo? —Sólo necesitaba estar solo con ella un tiempo.


Asintió y me abrió la puerta, apartándose mientras pasaba junto a mí.

La habitación estaba tranquila y oscura cuando entré, todo el aire


escapando de mí en un chorro audible cuando la vi acostada en esa
cama.

—Melanie.

Estaba blanca contra las sábanas ya blancas, excepto por los


enormes morados que tenía debajo de los ojos. Una bolsa intravenosa
colgaba cerca de su cabeza, el tubo bajando y pegado a su muñeca. Su
boca estaba floja y cubierta con cinta adhesiva sosteniendo el tubo en
su garganta, su pecho levantándose y cayendo a un ritmo constante. El
monitor cardíaco con su pitido rítmico y el sonido suave y constante del
ventilador eran los únicos ruidos de fondo. Una manta estaba levantada
sobre su pecho y metida bajo sus brazos, su cuerpo una silueta debajo
de ella.

Todo lo demás estaba completamente quieto excepto por la


energía que fluía entre nosotros, y eso me aseguró que realmente iba a
estar bien. Respiré aliviado.

Sólo necesitaba verlo por mí mismo. Me paré junto a ella,


tomándole la mano y acariciándola. Sus dedos temblaron, y supe que
sabía que yo estaba allí.

—Hola, Mel. —Puse un suave beso en su sien y le pasé los dedos


por la mejilla, susurrándole al oído—. Mi amor. Vas a estar bien. —Me
senté en la silla junto a ella, su mano aún en la mía—. Tenemos una
niña. —Sonreí a la imagen de Eva en mi cabeza—. Tienes que mejorar
rápido para poder conocerla. —Lo mucho que quería que Melanie la
viera y la abrazara, pero todo lo que podía hacer era hablarle de ella—.
Es increíble, Melanie. Tan hermosa, como tú. —Me asfixié con las
emociones, sabiendo que Melanie las entendería mejor en mi tacto que
con cualquier palabra que pudiera decir.

Me senté a su lado durante horas antes de que mamá y papá


finalmente insistieran en que comiera algo.

—Ahora vuelvo, cariño. —La miré una vez más mientras salía de
la habitación, rezando para que estuviera bien hasta que volviera.

Me di vuelta y me encontré cara a cara con Steve. Su cara estaba


roja y contorsionada, el pecho pesado de rabia dirigida hacia mí.

—¡Maldito cobarde! —Apenas vi la punta del brazo de Steve antes


de que un dolor punzante me atravesara la cabeza mientras su puño se
conectaba con mi cara. La fuerza me tiró al suelo. Mi mano se acercó a
mi ceja, tocando con los dedos la herida donde se habían abierto los
puntos de sutura.

—¿Estás loco? No te atrevas a entrar aquí y hacer esto peor de lo


que ya es —siseó papá a Steve. Miré al padre de Melanie. Su cara llena
de sed de sangre momentos antes ahora me miraba horrorizado.

—No, papá. Tiene razón —balbuceé mientras la sangre fluía por


mi cara y sobre mis labios. Era obvio que sabía lo de Eva—. Steve, lo
siento mucho. —Pude sentirme balanceándome hacia la izquierda
mientras trataba de llegar a mis rodillas, mi cuerpo listo para colapsar
en cualquier momento—. Nunca debimos ocultarte esto. Por favor,
entiende. Íbamos a decírtelo. —Me estremecí mientras los recuerdos del
accidente brillaban en mi mente.

El remordimiento desapareció mientras se inclinaba hacia mí, sus


manos apoyadas en sus muslos, su cara lo suficientemente cerca como
para que pudiera oler la cerveza en su aliento.
—¿Esperas que te crea, Daniel, cuando recibí una llamada hace
dos horas diciendo que mi niña —dijo, señalándose a sí mismo con los
pulgares y exagerando las palabras— tuvo un accidente automovilístico
en el camino de regreso de Boulder cuando se suponía que iba a
quedarse el fin de semana con una amiga? —Su respiración era pesada,
y en realidad podía oír sus dientes rechinando juntos—. Entonces
aparezco aquí y le pido el número de su habitación, y quieren saber si
también quiero el número de la habitación para su bebé. ¿Tienes idea
de lo que se siente?

Salté mientras él se ponía bruscamente de pie y giraba, golpeando


su puño contra la pared, gritando de dolor y furia.

—Steve, tienes que calmarte. Sé que estás enfadado, pero este no


es el momento ni el lugar para esto. —Papá trató de moderar la
situación, pero la rabia de Steve sólo creció.

—¡Tú! —gritó mientras señalaba a papá con el dedo tembloroso—.


Lo supiste todo el tiempo, ¿verdad? Cada vez que te enfrentaste a mí en
la calle, lo sabías, ¿no? —El silencio de papá sirvió como confirmación.
Steve se frotó las manos sobre la cara, sus ojos salvajes—. ¿Estabas
cuidando de ella?

La paciencia de papá finalmente llegó a su fin, sus mejillas rojas y


su voz baja, pero aguda y punzante.

—¡Claro que la cuidaba! ¿Esperas que haga algo diferente? ¡Ella


vino a mí! —Se golpeó en el pecho con su dedo índice—. Tal vez ella
habría ido a ti si le hubieras prestado un poco de atención en vez de
pasar cada segundo libre ahogándote en tu propia autocompasión. ¿De
verdad no lo viste, Steve? Esa niña —dijo papá señalando a su puerta—
lleva dos meses apareciendo. ¿Y qué hiciste tú? Giraste la cabeza hacia
otro lado. —Habíamos atraído a una multitud. Steve retrocedió,
levantando sus manos en rendición mientras el guardia de seguridad se
acercaba a él.
—Señor, vamos a tener que pedirle que se vaya.

—No, por favor. Deja que se quede. Steve, tienes que ir con ella —
le dije. Steve parecía poco dispuesto a mirarme mientras esperaba el
consentimiento del guardia de seguridad. El guardia le dio a Steve lo
que dijo que sería su primera y única advertencia.

Papá me ayudó a levantarme y dejamos a Steve parado en el


pasillo frente a la puerta de su hija.

—Vamos, Daniel, tenemos que arreglar tu ojo. —Papá me arregló


mientras mamá nos compraba la cena en la cafetería. Comimos en
silencio, intercambiando nada más que la mirada temerosa de vez en
cuando. Era tan difícil sentarse y esperar, cada uno de nosotros sujeto
a las manos del destino.

—Voy a volver arriba. —Terminé mi comida, sin probar nada de


ella, ansioso por volver con Melanie.

—Papá, ¿podrías ver cómo está Eva? —Sentí una atracción


imposible entre mis dos chicas, queriendo estar con ambas al mismo
tiempo.

Cuando regresé a la habitación de Melanie, encontré a Steve


sentado junto a su cama con lágrimas sin derramar en los ojos. No me
reconoció cuando entré, pero tampoco me sentí amenazado por él. Los
dos nos sentamos en silencio, ninguno reconociendo al otro, cada uno
allí para ella.

Me di la vuelta cuando oí pasos tenues. Papá se me acercó y me


puso las manos en los hombros.

Su voz estaba silenciada.

—Acabo de dejar a Eva. Nada ha cambiado desde esta tarde.


Asentí, agradecido y desanimado por las noticias. Al menos no era
peor.

Pasaron unos segundos. La habitación estaba tranquila excepto


por el sonido del ventilador.

—¿Eva? —susurró Steve.

Mi corazón se rompió cuando su nombre salió de sus labios, su


dolor de corazón insoportable.

—Sí, el nombre de tu nieta es Eva. Melanie y yo lo escogimos


ayer. —Esperaba que darle esta información no le recordara dónde
había estado Melanie, sino que le ayudara a concentrarse en el hecho
de que tenía una nieta. Quería que me hablara, que me preguntara
sobre Eva. En vez de eso, se levantó y salió de la habitación.

Papá se fue por la noche, y traté de instalarme, cayendo en


ataques de sueño que no duraban más que unos pocos minutos a la
vez. Nada cambió, aunque me despertaba a menudo para asegurarme
de que Melanie estaba bien, para sentir su piel bajo la mía. Entonces
mis ojos se volvían a cerrar por unos momentos.

Mis ojos lucharon contra los rayos de sol que entraban por la
ventana. Debo haberme quedado dormido. La última vez que miré el
reloj eran las tres de la mañana. Escuché voces silenciosas en el fondo;
podía discernir que una era mamá, la otra familiar, pero no
identificable. Eran silenciosos, pero no amistosos.

—¿Durante seis meses? ¿Cómo pudiste? —La voz estaba llena de


veneno.

—¿Qué más se suponía que debía hacer, Peggy? No sentía que


podía venir a ti. Tal vez si te hubieras centrado un poco más en tu hija,
te hubieras dado cuenta de lo que estaba pasando. ¡Ella te necesitaba!
En vez de eso, tuvo que venir a mí. Claro que no me importaba, la amo
como si fuera mía, pero necesitaba a su madre.

Mamá estaba molesta. No creo haberla oído más dura con nadie
en mi vida. Moviéndome en mi silla, me froté la cara para deshacerme
de la fatiga antes de pararme y caminar hacia ellos.

—Mamá, está bien. —Esta no era una batalla que ella necesitaba
pelear; si la madre de Melanie tenía un problema, necesitaba hablar
conmigo. Mamá sólo había hecho lo correcto.

—Peggy —empecé a hablar con ella, pero levantó la mano.

—No me des excusas, Daniel. Todo esto es culpa tuya. No soporto


ni siquiera mirarte. Me das asco. —Agitó la cabeza, se giró y caminó
hacia Melanie, cerrándonos la boca. Quería resentirme por sus
palabras, pero ¿cómo podría? Ya sabía que yo tenía la culpa.

—Voy a ver a Eva. Llámame si algo cambia, ¿de acuerdo? —Era el


momento adecuado para irse. Peggy necesitaba tiempo a solas con
Melanie, y yo necesitaba ver a mi hija.

Corrí a la unidad de cuidados intensivos, me registré y me lavé,


esta vez sin vacilar mientras fui a verla. Se veía igual que el día anterior,
pero de alguna manera, la amaba aún más.

Me permitieron abrazarla por un rato más, diciendo que era


bueno para ella sentirme, pero también necesitaba el calor de su
incubadora. Fue tan frustrante. Quería abrazarla todo el día, pero
también quería lo mejor para ella.

Así es como pasé el día y la noche siguientes. Dividiendo mi


tiempo entre mis chicas. Sentí que tenía que estar entre medio hasta
que los tres pudiéramos estar juntos. Era como si llevara un pedazo de
uno al otro, haciéndolos completos, como si fuéramos parte de la misma
alma.
Como la noche anterior, dormí en el cuarto de Melanie. Mamá me
despertó con el desayuno que había recogido en el restaurante cerca del
hotel.

—Buenos días, cariño. —Me besó en la cabeza, su sonrisa suave,


pero su cuerpo cansado—. ¿Dormiste bien?

Me encogí de hombros. ¿Qué tan bien podría dormir en una silla


incómoda en la habitación de un hospital? Pero no me iba a quejar. Yo
era el que se había librado fácilmente.

Mamá frunció los labios mientras sacaba mi comida de la bolsa,


poniéndola ante mí. Parecía tan preocupada y exhausta como yo me
sentía.

—Gracias, mamá. Esto es genial.

Me pasó una mano por el pelo.

—Cualquier cosa por mi bebé. —Mi madre realmente era un


ángel; no había nadie mejor que ella—. Así que voy a ir a ver a Eva. ¿Por
qué no terminas tu desayuno y nos vemos allí abajo? Tu padre llevó a
Peggy y Steve a conocerla, así que quizá quieras darles unos minutos.
—La voz de mamá estaba llena de compasión.

—Sí, bajaré en media hora o así. —Esperaba que conocer a Eva


ayudara a Steve y Peggy a ablandar sus corazones.

Comí mientras hablaba con Melanie, sabiendo que podía sentir mi


presencia. Terminé, y me senté junto a ella por unos minutos,
haciéndole saber cuánto la amaba.

—Cariño, voy a ver a Eva. —Le besé la cabeza y sentí su pulso


acelerarse—. Yo también te amo, Mel. —Sonreí. Finalmente, sentí que
todo iba a salir bien, que íbamos a lograrlo.
Corrí abajo, ahora conocía la rutina. Corrí por el pasillo y fui al
ascensor. Pasé a toda prisa por delante de los recién nacidos y me giré
hacia el vestíbulo que conducía a la UCIN1, tropezando sobre mis pies
cuando giré la esquina. Mamá se agarró a papá, sollozando mientras la
levantaba, sus piernas flojas debajo de ella.

Mis ojos escanearon, encontrando a Peggy en una posición similar


contra Steve.

Mi corazón se detuvo. No. Oh, Dios mío. No.

Mis pies que estaban congelados segundos antes de estallar en


una carrera. Corriendo el resto del camino por el pasillo, pasé junto a
mis padres y agarré el asa para abrir la puerta.

Tenía que llegar a ella. ¡Algo estaba mal!

Dos fuertes manos me tiraron de los hombros, sujetándome.

—Daniel, para. —La voz de papá se rompió. Sus manos se


deslizaron de mis hombros para envolver mi cintura, arrastrándome de
vuelta—. Daniel —gruñó entre lágrimas—. Mírame. —Luché contra él.
Tenía que verla.

—¡No, papá! ¡Déjame ir! —le grité, pero no me soltó.

No podía alejarme de ella.

—Daniel, por favor —se ahogó, sus palabras como veneno al salir
de su boca—. Se ha ido. Era demasiado pronto.

—No. —Sacudí la cabeza—. ¡No!

—Daniel, es demasiado tarde. —Las manos me sujetaron, pero mi


cuerpo empujó hacia delante.

1 UCIN: unidad de cuidados intensivos.


—¡No! Por favor. Sálvala. ¡Tienes que salvarla! —le rogué. No lo
aceptaría—. ¡No! —Si lo dijera lo suficiente, podría hacerlo realidad. No
podía haberse ido. Acababa de verla.

—Dios, no. ¡Por favor! — ¿Por qué no estaban luchando por ella?
¿Por qué estaban todos parados aquí sin hacer nada?

—Es demasiado tarde —dijo otra vez las palabras, su aguda


finalidad resonando en mis oídos, sus brazos ciñéndome con más
fuerza. Ya no trataban de pelear conmigo, sino de darme algún tipo de
consuelo.

—Es demasiado tarde. —Sus palabras repetidas, ahora eran


suaves, aplastándome, poniéndome de rodillas.

Lloré en el suelo sobre mis manos y rodillas. Los brazos de papá


permanecían alrededor de mi cintura mientras se arrodillaba conmigo,
el sonido del tormento de mamá me picaba los oídos.

Eva.

Mi pequeña bebé.

Se había ido.
Traducido por UsakoSerenity & Taywong
Corregido por Maga

Dios, dolía tanto.

Lo peor fue que Melanie tuvo que sentarse ahí mientras Vanessa
se jactaba de cómo íbamos a ser padres.

Nunca quise abrazarla más que ahora, decirle qué madre tan
maravillosa habría sido, decirle que era la única madre que quería para
mi hijo, y decirle que lo que pasó con Vanessa fue un error.

Un segundo después, la silla de Melanie protestó contra el suelo,


las piernas chirriaron mientras murmuraba:

—Necesito usar el baño —dijo a Nicholas antes de huir,


tropezando con sus pies.

La vi alejarse corriendo. Con ardiente deseo, todo en mi dolía por


ella, su mente, su alma y su cuerpo.

Algo cercano a un gruñido vino de Nicholas, mi atención absorta


en Melanie se rompió por su enojo.

—¿Quién coño crees que eres? —Se inclinó más cerca, su voz en
tono bajo.

Me volví hacia él, deseando nada más que decirle quién era.

Que se suponía que yo fuera el esposo de Melanie, no él.


Que la adoraba más que a cualquier otra criatura que haya vivido
y siempre lo haya hecho.

Que tenía toda la intención de alejarla de él.

Pero no pude hacer eso. Sabía que Melanie aún me amaba. Lo


que no sabía era si ella todavía me quería.

Además, basado en la forma en que actuó con ella durante toda la


noche, era aparente que no le haría un favor a Melanie hacienda enojar
a este imbécil. Si la trata así en público, no podría imaginar cómo debía
tratarla en privado.

Una vez más, mi furia hacia él se instaló. ¿Y si la lastimaba? Mi


estómago se apretó, y mis manos se cerraron en puños, cada pedazo de
mí quería proteger a mi niña. Yo quería esconderla. Quería mantenerla
a salvo de él. Quería ver la vida en sus ojos una vez más. Pero tenía que
ser la elección de Melanie, no la mía.

Me tragué la necesidad de golpear al tipo. Me forcé a guardarme


palabras, haciéndolas sonar tan sinceras como pude.

—Ella simplemente me recuerda a alguien que solía conocer —


Eso era lo más civilizado que iba a obtener de mí.

—Entonces, Daniel —La voz de Shane era clara, aunque se podía


escuchar la tensión en ella—. ¿Qué piensas? ¿Tienes más preguntas
sobre la propuesta o estás listo para comenzar?

Pasé mis manos por mi cabello, tratando de enfocarme. ¿Quería


que lo construyeran? ¿Podría estar tan cerca del esposo de Melanie y no
volverme loco? ¿Me permitiría esto ver a Melanie de nuevo?

¿Ver a Melanie otra vez?


Katie me miró a sabiendas. Estaba segura de que podía leer todas
las preguntas que me acababa de hacer, como si estuvieran escritas en
mi frente.

—Uh, es mucho para asimilar, Shane. Solo dame un minuto.


Necesito aclarar mi mente antes de poder decidir. —Me puse de pie, y
Shane asintió hacia mí.

Manos que nunca quise sentir de nuevo agarraron mi brazo, la


voz de Vanessa chilló.

—¿A dónde vas? —Sacudí su brazo.

—Al baño de hombres. ¿Está bien para ti? —Mi voz era dura y
condescendiente. No me importaba una mierda. No había forma de que
yo le permitiera tener control sobre mí, nunca.

La expresión de su rostro me dijo que estaba ofendida, y yo


esperaba que así fuera. Quizás entonces, aceptaría que nunca la
querría a ella ni a su bebé. Giré sobre mis talones y mientras me
alejaba, todo hizo clic.

Daniel y yo tendremos un bebé.

Lo había hecho a propósito. Vanessa no estaba tratando de


avanzar en su carrera, para encontrar una manera fácil de salir
adelante. Ella lo había querido todo. El nombre, el dinero, todo. Supe
entonces que no había dudas sobre si el bebé era mío o no. Pensé en
ella en mi estupor de borracho, asegurándome que estaba tomando la
píldora, cuando insistí en que teníamos que usar algo, distrayéndome y
estimulándome. Siempre tuve cuidado, siempre, es decir, excepto por
esa vez con ella.

Tenía toda la intención de ir al baño de hombres, pero a medida


que me acercaba, el pulso se intensificó, atrayéndome hacia ella. Traté
de abrir la puerta del baño de hombres, pero no pude hacerlo. Podía
sentir su corazón latiendo contra mi pecho, su cuerpo suplicando a al
mío que lo encontrara. Solté mi mano y di un paso atrás, mirando entre
las dos puertas. Ella estaba solo a unos pasos de mí; Podría entrar y
preguntarle todo.

Mis pasos eran lentos mientras me acercaba al baño de mujeres,


mi respiración era lenta y dura. Apoyando ambas manos contra la
puerta, recé para que ella me dejara hablar.

Si pudiera decirle a Melanie que lo siento una vez más, ¿podría


ella finalmente perdonarme? Nunca podría retractarme de lo que hice,
pero ¿ella me amaba lo suficiente como para ver más allá y querer que
la ame y la adore como debería ser?

¿Me dejaría cuidar de ella, tanto como para dejarme intentar


devolverle la vida a ella? ¿Estaba siendo egoísta porque sabía que si ella
me lo permitía, yo también me entregaría íntegramente a ella?

¿Sí ella me permitía tocarla otra vez, mi corazón latiría de nuevo?

Dios, quería tocarla.

Ese solo pensamiento me dio el coraje de abrir la puerta. Me


congelé cuando escuché sus gritos provenientes de un establo cerrado,
el sonido casi me pone de rodillas. Nunca había escuchado tanto dolor
viniendo de una persona. Empeoró mucho más el que viniera de la
única persona que significaba todo para mí. Quería consolarla, pero
sabía que mi presencia era lo que lo había causado. Me retiré para darle
privacidad, aunque no pude ir muy lejos.

Solo esperé. Había estado esperando que ella regresara a mí por


nueve años. Podría ser paciente

Escuché correr el grifo y supe que saldría pronto. Me preparé


para enfrentarla. ¿Qué me diría ella? ¿Qué le diría?
No tuve tiempo para contemplarlo antes de que la puerta se
abriera, su dulce aroma llenara el aire. Mi corazón saltó al verla. Su
cabello castaño era un desastre, su cara manchada y roja, sus ojos
verdes brillando por sus lágrimas.

Mi hermosa y rota chica.

Ninguna de las veces que había imaginado estar cerca de ella


podría haberme preparado para esto. Nuestra conexión era más fuerte
que nunca. En ese momento, solo nosotros dos existíamos. El aire
crepitó con nuestra necesidad. Pude escuchar su corazón acelerado en
su pecho y su respiración se volvió errática, y sentí sus dedos moverse
hacia mí.

Ella me quería.

Tenía que tocarla.

Lentamente, llevé mi mano a su rostro, y juré que realmente


podría ver el viaje de electricidad entre nosotros. Seguí mis dedos por
sus pómulos, sin saber cuánto contacto podía tomar.

—Melanie —Todo lo que sentía por ella salió en esa única palabra,
mi voz se quebró cuando las emociones se desvanecieron de mi boca.

»¿Por qué? —Mi voz era un susurro.

Por supuesto, sabía por qué. Lo que no entendía era por qué no
me dijo ella misma. Por qué me dejó esperando durante meses cuando
ni siquiera sabía que me había dejado por otra persona. Buscando en
su rostro, recé por encontrar la respuesta allí. Tomé su rostro en mis
manos y acaricié sus mejillas. Su cabeza se movió en mi mano, ¿sus
ojos llenos de confusión? La expresión en su rostro me dejó con más
preguntas de las que había comenzado.

No me dio respuesta, y yo no la presioné.


Tal vez la razón por la que nunca me había dicho ella misma era
que no podía obligarse a decirme las palabras. No importaba de todos
modos. Todo lo que importaba era el amor que fluía entre nosotros en
este momento, y sabía que solo tenía unos momentos más. No podría
desperdiciarlos.

Su magnífico cuello estaba enrojecido; envuelto en el mismo oro


que le había dado la primera vez que le hice el amor, evidencia tangible
de que aún pensaba en mí.

Lentamente corrí mi mano desde su mejilla hasta su cuello para


poder tocar la cadena, pasando mis dedos a lo largo de ella. Contenía
una energía propia. Busqué el colgante, necesitando sentir nuestras
iniciales entrelazadas, una promesa de descansar para siempre sobre
su corazón. No pude contener la sonrisa que tironeaba de mis labios
mientras lo frotaba entre dos dedos, la inscripción era gastada pero
inconfundible.

—Mi amor. —Tuve que decirlo en voz alta. Le había estado


contando toda la noche con mi cuerpo, esperando que ella lo
entendiera. Ahora ella no podría equivocarse.

Todo su cuerpo tembló, y temía que se fuera a romper o huir de


mí. En cambio, su mano se extendió hacia mí, sus movimientos
bruscos. Mi boca se humedeció cuando finalmente me tocó, su pulgar
recorrió mi labio inferior. Nuestros cuerpos se acercaron, cada segundo
acercándola a mí. Tenía que probar. Me incliné, sus labios invitando a
los míos.

—Melanie —La voz de Katie cortó el aire.

Salté hacia atrás.

¡Mierda!
Volví a la realidad cuando me di cuenta de que casi había besado
a una mujer cuyo marido estaba sentado a seis metros de distancia.
Katie montaba guardia sobre su amiga, alejándola, defendiéndola de mí.

Me dolió. Ella era mía, no suya. Pero solo en el alma y no en el


cuerpo. Mi chica se iría con ese hombre. El peso de nuestras
circunstancias me aplastó mientras me alejaba de ella. Me sentí al
borde de la muerte cuando me obligué a darme la vuelta y alejarme.

Casi corrí el resto del camino hacia la mesa, mi decisión fue


tomada. ¿Cómo no podría firmar este contrato? Shane sabía lo que
estaba haciendo, aunque nada de eso era siquiera una consideración.
Haría todo lo posible por estar cerca de Melanie.

—Está bien, Shane, hagamos esto —Él asintió en acuerdo, su


amplia sonrisa mientras empujaba los papeles hacia mí, usando su
dedo para indicarme dónde tenía que firmar.

Mi ritmo cardíaco se aceleró cuando sentí que Melanie se


acercaba desde atrás. Me deleité con la satisfacción de conocerla; nadie
podría quitarme eso.

Con la última firma en su lugar, todos se pusieron de pie para


irse. Shane extendió la mano y tomó la mano de su esposa.

Nicholas agarró la mano de Melanie, arrastrándola a través del


restaurante, su cuerpo casi a sesenta centímetros delante de ella
mientras luchaba por mantener el ritmo. En serio quería golpear a ese
tipo. Fue una tortura, y todo lo que podía hacer era seguir.

Silenciosamente murmuré—: Vamos. —A Vanessa, haciéndole un


gesto para que caminara delante de mí. Tendría que lidiar con esa
situación lo suficientemente pronto, pero tendría que esperar. Tenía que
echar un vistazo más a Melanie antes de que se llevara mi corazón con
ella una vez más.
Fuera del restaurante, nos reunimos en la acera, esperando
nuestros autos. Una vez más, esa incómoda tensión se instaló. El
resentimiento se apoderó de Nicholas. No podría decir si fue dirigido a
mí o a Shane o Melanie, probablemente una combinación a todos
nosotros.

Shane se paró frente a mí, con la mano extendida.

—Va a ser genial trabajar contigo, Daniel. Te prometo que no te


decepcionarás.

Estaba seguro de que iba a ser una buena experiencia trabajando


con él. Extendí la mano y tomé su mano.

—Tengo fe en ti, Shane. Hablaremos nuevamente el lunes cuando


traiga la información del banco a su oficina. —Ni siquiera reconocí a
Nicholas. En lo que a mí respecta, él no había influido en esta decisión.

Katie estaba al lado de Shane, mirándome curiosamente. Todavía


no sabía lo que esta mujer estaba tramando, pero de alguna manera
creía que ella estaba del lado de Melanie. Estaba segura de que solo
quería lo mejor para mi chica.

Llevé mi mano a la de ella, tomándola.

—Fue un placer conocerte, Katie. —Su tierna mirada a Melanie


confirmó su amor por mi chica, y me relajé ante su toque, apretando su
mano ligeramente.

—Encantada de conocerte, también, Daniel. —Katie mostró una


sonrisa de complicidad, sus ojos azules brillando. No hay duda. Ella
sabía exactamente quién era yo.

Me encogí cuando escuché la voz de Nicholas romper la calma que


se había establecido en el aire.
—Vamos, Melanie. —Me giré justo a tiempo para verlo meterla en
el auto. Su agarre era duro, y no perdí la mueca en el rostro de Melanie
cuando fue arrojada en su asiento. Eso fue todo. No podía soportarlo y
verlo tratar a Melanie así. Si él era tan agresivo en público, me daba
terror pensar en lo que le haría a ella cuando la llevara a casa.

Con las manos en puños, me preparé para destrozar al tipo en


dos. No había dado más de un paso cuando una mano firme tiró de mi
hombro. El rostro de Katie era solemne y duro, expresando su
desaprobación con dos bruscas sacudidas de cabeza. Casi arranco su
mano, deteniéndome solo cuando ella se inclinó y me susurró al oído:

—Daniel, vas a empeorar las cosas.

Resignado ante sus palabras, metí las manos en los bolsillos. Me


mató permitirle a Melanie que se fuera con ese idiota, pero lo último que
quería hacer era causarle problemas.

Ya había hecho suficiente de eso para que le dure toda la vida. No


pude apartar los ojos de ella mientras se sentaba en su asiento y esperó
mientras su marido bastardo corría hacia el otro lado del automóvil.

—Adiós —Salió de sus labios mientras el automóvil se alejaba.

Solo podía esperar que ella pudiera verlo cuando le dije Mi amor.
Al instante, mi pecho quemó con la pérdida. Dándome una sonrisa
triste, Katie apretó mi brazo. Ella se inclinó, su boca contra mi oreja.

—Ella también te ama. —Shane observó nuestra interacción,


confundido. Ella dejó caer su mano y caminó hacia su esposo,
envolviendo sus brazos alrededor de su cintura y hablándole en voz
baja.

La expresión de Shane rápidamente brilló en comprensión. Él


asintió un par de veces antes de que una gran sonrisa se extendiera por
su rostro. Nos dijeron adiós cuando su auto llegó a la acera.
—¿Qué demonios fue eso? —Vanessa estaba detrás de mí,
irritada, con las manos en sus caderas.

—Solo sube al auto, Vanessa —Esta no iba a ser una


conversación agradable.

Una vez que estuvimos adentro, condujimos de regreso a la casa


de Vanessa. Simplemente era mejor terminar con esto, cuanto antes
mejor. Pasé el dorso de mi mano por mis labios, mirando en su
dirección. Ella miró al frente, haciendo pucheros.

—¿Qué es lo que quieres de mí, Vanessa?

—¿Qué quieres decir? —Se había girado hacia mí, con una
postura defensiva, pero su voz fingió inocencia.

—Sabes exactamente a qué me refiero. No estoy aquí para jugar


juegos. Dime lo que quieres de mí —No tenía intención de darle lo que
quería, pero solo necesitaba escucharla decirlo.

—Bien, Daniel, vamos a tener un bebé. ¿No crees que deberíamos


casarnos?

Santa mierda. Yo tenía razón. Simplemente no esperaba que ella


viniera directamente y lo dijera. Quería dinero. Y quería mi nombre. Reí
a carcajadas mientras negaba; ella de hecho estaba loca.

—¿Por qué te ríes? No hay nada de gracioso en esta situación,


Daniel —me regañó.

—Oh, no estoy de acuerdo. Encuentro esto completamente


jodidamente hilarante —¿Realmente creía ella que podía salirse con la
suya? Sí, había sido tan estúpido como para haberlo hecho la primera
vez, pero esa noche sería el único error que cometería; no habría una
repetición.
—Daniel, vamos a tener un bebé; tenemos que estar juntos —
Trató de parecer segura, pero sonaba más como si estuviera suplicando.

—No, Vanessa. Nunca habrá nada entre nosotros —La miré


directamente—. Nunca —Incluso odiaba el sonido de mi voz, pero tenía
que ser claro en este punto.

—¿Qué? ¿Esto es sobre esa perra en la cena? Ni siquiera la


conoces, y no puedes tenerla. ¡Está casada! —chilló.

¿Esa perra? Estaba tan enojado que no podía ver bien.

No podía creer que tuviera el coraje de hablar como si supiera


algo de Melanie o de mí. Pasé mis manos por mi cabello, tratando de
controlar la indignación que consumiéndome.

—No me conoces, Vanessa, así que te agradecería que dejaras de


hablar como lo haces —Controlando mi temperamento, le dije en un
tono uniforme—: Así que, así es como va a ser. No quiero tener nada
que ver contigo. —Apreté el volante mientras pronunciaba las palabras,
tratando de evitar escupirlas—. Sé que el bebé es mi responsabilidad, y
lo aceptaré. Pagaré manutención infantil, pero espero tener la custodia
compartida.

Dentro del auto estaba en silencio, excepto por el breve aliento


que podía escuchar mientras Vanessa mordía su labio, sus manos
agarrando su bolso. Miré a mi alrededor, sorprendido de que ya nos
estuviéramos acercando al frente de su casa.

»Escucharás de mi abogado mañana. Aparte de eso, no quiero


saber de ti a menos que esté directamente relacionado con el bebé. ¿Lo
entiendes? —Me senté en mi asiento y esperé su respuesta.

—¿Qué? ¿Q... ¿qu... por qué? —tartamudeó, mirándome.


—Porque no aprecio que se aprovechen de mí —La fulmine con la
mirada, desafiándola a negarlo.

—Yo... yo... —Sus palabras se retorcieron juntas, incapaces de


formar una mentira lo suficientemente rápido.

Es lo que pensaba.

Nunca la habría tratado así si hubiera sido un accidente, si los


dos hubiéramos sido irresponsables y tuviéramos las consecuencias
que enfrentar. Lo que no toleraba era ser manipulado.

Murmuró en voz baja—: Eres un idiota. —Cuando abrió la puerta


y salió, corriendo por la acera hacia su casa.

Sí, probablemente sea así.

—Pero eres una puta —murmuré a su forma de retirada.

Mamá me mataría si alguna vez descubriera cómo había tratado a


Vanessa. Ella me recordaría que todos merecían ser respetados, incluso
si no tenías ganas de dárselo.

Pero estaba en modo de defensa total porque Vanessa


definitivamente era una amenaza.

Dejando a Vanessa al margen del vacío para que me absorbiera, y


conduje sin rumbo, mi única compañera, la quemadura en mi piel que
Melanie había dejado atrás.

La había extrañado tanto en todos estos años, atormentado por


los recuerdos de su rostro, angustiado por la pérdida de su comodidad,
plagada por el dolor que deberíamos haber compartido. Todo eso
todavía estaba allí, fuerte y en crecimiento, excepto que había algo más
que se construía con él. No estaba seguro de qué era, pero se sentía,
¿bien?
Aunque sabía que debía mantenerme alejado, no había ninguna
posibilidad de que lo hiciera. Tenía que volver a verla, aunque fuera solo
desde la distancia.

Estacioné a un lado de la carretera, el polvo volando cuando me


detuve abruptamente. Busqué a Nicholas Borelli en mi teléfono.
Numerosos resultados aparecieron en la pantalla, pero había algo
específico que estaba buscando. Al desplazarse, uno me llamó la
atención: su dirección personal. Guardé el sitio y arrojé mi teléfono en
el asiento junto a mí mientras me dirigía a casa.

Sabía que nunca dormiría esta noche; ni siquiera pensé que


quería hacerlo. Entré en mi departamento, una extensión de desolación
solo porque ella no estaba allí, pero esta noche era diferente. En lugar
de meterme en la ducha y entregarme a mi dolor, salí al balcón y miré
las luces de la ciudad, sabiendo que ella estaba allí. Apoyado contra la
barandilla, cerré mis ojos y me permití sentir todo el amor, el dolor y el
anhelo que me había demostrado esta noche. Mi pecho se llenó de mi
amor por ella, y una vez más, invoqué el poder que de alguna manera
nos mantenía unidos. Recé para que estuviera a salvo y se sintiera
amada, por mí.
Traducido por Liliana
Corregido por Maga

Miré hacia atrás para ver a Daniel mirándome con las manos en
los bolsillos, la derrota en sus ojos. Le articulé en silencio un adiós
mientras Nicholas se deslizaba en el lado del conductor y se alejaba.
Casi me pierdo las palabras de mi amor en los labios de Daniel. Mi
corazón se rompió una vez más cuando lo miré en el espejo lateral, y
desapareció de mi vista.

El silencio fue denso cuando Nicholas aceleró por las calles. Sus
nudillos se tensaron contra el volante, el mentón tenso y los dientes
apretados. No pronunció una palabra en los veinticinco minutos que
tardó en regresar a la casa.

Entró en el garaje y se bajó del auto. El miedo corrió por mi


espina dorsal. Nunca le había tenido miedo antes, pero la expresión en
su rostro me indicaba que era hora de empezar.

No dijo nada cuando abrió mi puerta, esperando que saliera. El


único sonido fue el de mis tacones haciendo clic en el piso de concreto
mientras él me seguía dentro de la casa.

—Maldita puta —Las palabras fueron controladas y amenazantes,


haciendo que me detuviera a mitad de camino, y lentamente volteé
hacia él. Él me miró y sentí la amenaza en sus ojos. No retrocedí. Ya lo
había hecho. Ya no le permitiría este control sobre mí. Mi rostro debe
haberle dicho eso, porque escuché el crujido antes de sentir el aguijón
en el rostro.

¡El idiota me golpeó!


No podría decir si estaba más enojada por eso o por el hecho de
que ya no podía sentir la calidez que Daniel me había dejado en la piel;
el latido del dorso de la mano de Nicholas lo reemplazó. Me llevé la
mano al rostro, mi odio crecía con cada subida y bajada de mi pecho.

—Melanie —dijo Nicholas, sus palabras chorreando veneno. Con


una sonrisa burlona, acercó su rostro al mío—. Eres muy afortunada
de que ese tipo estuviera tan jodido como tú, de lo contrario te mataría
en este momento —Se desabotonó meticulosamente las mangas de la
camisa y las subió por los brazos, la furia silenciosa en su rostro
mientras esperaba que yo sucumbiera. Eso no iba a suceder.

Me incliné cerca de él, exhalando en su rostro. Sentí cómo se


formaban las palabras, sabiendo que mi respuesta cambiaría todo.

—Jódete —dije, las palabras se deslizaron lentamente por mis


labios. Se congeló, su sorpresa era evidente, me volví y lo dejé parado en
el vestíbulo. Yo había terminado siendo su posesión.

Subí y conseguí un par de pijamas. Cuando volví a bajar,


Nicholas aún estaba en el mismo lugar. No lo reconocí mientras me
retiraba al dormitorio de invitados.

No había forma de acostarme al lado de ese hombre.

A medida que se acercaba el sueño, podía sentir que corría hacia


los sueños habituales de amor y pérdida. Pero esta noche, también
podría sentir algo nuevo Era la misma sensación de la que no podía
entender antes ese día.

Esperanza.

Sí, el cambio estaba viniendo.


Me sobresalté, sin saber dónde estaba mientras los
acontecimientos de la noche anterior regresaban lentamente a mí.

Daniel.

Sonreí mientras miraba alrededor de la habitación de huéspedes,


pasando mis manos sobre las suaves sábanas, recordando los sueños
que había tenido de él la noche anterior. Fue el mejor sueño que tuve en
años. A pesar de que no estaba acostado a mi lado, su presencia nunca
estuvo lejos.

Oí un golpeteo distante en la puerta principal, mi teléfono zumbó


al mismo tiempo.

Eché un vistazo al reloj.

—¿Nueve treinta y cuatro? —murmuré para mí.

No podía creer que hubiera dormido toda la mañana.

Nicholas se habría ido a la oficina hace horas. Nunca en nueve


años no me había levantado para prepararle el desayuno. Todavía
estaba sorprendida de que finalmente le hubiera resistido y le hubiera
negado el control que tan infundadamente le habría dado.

Me sentí tan… libre.

Mi teléfono volvió a sonar, y lo agarré, viendo siete mensajes de


texto perdidos de Katie. El último exigía que me apurara y abriera la
puerta de entrada. Sonriendo, me levanté y caminé descalza por el suelo
de baldosas, ansiosa por ver a mi amiga. No estaba segura de qué
hubiera pasado si ella no hubiera estado allí anoche.

Miré a través de la mirilla antes de girar la cerradura y abrir la


puerta.
—¡Katie! —Me lance a sus brazos mientras estaba de pie en mi
entrada.

Ella era la única que entendía, y ahora mismo, nunca había


estado más confundida en toda mi vida. Mi corazón estaba enloquecido
por el amor palpable que había sentido por Daniel anoche. Finalmente
tocó con la vida verdadera, mi alma muerta resucitada por su simple
toque. Al mismo tiempo, mi pecho había sido abierto, viejas heridas
abiertas con recuerdos frescos de nuestro amor perdido, pensamientos
de lo que podría haber sido, lo que debería haber sido, y ahora lo que
nunca sería. Pero él me amaba. Sabía que podía seguir, sabiendo eso.
La idea de que se metiera en la cama junto a otra mujer casi me mata,
pero podría aceptarlo, y nunca intentaría interponerme entre él y su
familia.

Ella tenía su cuerpo, pero yo tenía su alma.

—Pensé que me necesitarías hoy. —Katie me abrazó, frotándome


la espalda mientras enterraba mi rostro en su hombro.

Ella retrocedió para mirarme a la cara, un audible “siseo” saliendo


de sus labios.

—Ese bastardo —Acercó su cara a mi barbilla, inclinando mi


cabeza en su dirección.

Alcancé a tocar mi mejilla, haciendo una mueca por el leve dolor.


Me volví hacia el espejo en la pared, viendo el moretón que marcaba mi
pómulo. Pasé mis dedos sobre él, al verlo despertó mi odio una vez más.

Katie estaba detrás de mí, preocupación en su rostro.

—¿Estás bien? —Pude ver que estaba tratando de controlarse a sí


misma, pero había rabia en ella.

Negué mientras me volvía hacia ella.


—Esto —le dije señalando el hematoma—, es lo más lejos que ha
llegado el hijo de puta —Me dolió el estómago al recordar la expresión
de su rostro la noche anterior cuando trató de ponerme en mi lugar—.
No puedo creer que él realmente me haya golpeado, Katie, después de
todos estos años de interpretar esta parte que escribió él para mí,
encajando perfectamente. Me he odiado por tanto tiempo. Le debía a él
que me tratara como si fuera basura porque no sentía que valiera nada
—Me mordí el labio inferior, tratando de evitar que las lágrimas
llegaran—. No sé lo que me pasó. Ya he terminado. Finalmente, me
defendí, Katie. Anoche dormí en la habitación de invitados —Una
pequeña sonrisa se apoderó de mi rostro mientras esperaba su
reacción.

Ella me miró por unos momentos antes de decir con voz áspera—:
Estoy tan orgullosa de ti.

—Gracias, Katie. No sabes lo que significa para mí que estás aquí,


que supieras que te necesitaría —Su expresión seria cambió,
reemplazada por su sonrisa característica.

—¿De verdad pensabas que dejaría de lado la primicia de lo que


estaba sucediendo anoche? Me conoces mejor que eso.

Me reí y meneé la cabeza hacia ella.

—Vamos —Asintió en dirección a la sala—. Ve a sentarte, nos


haremos un café. Necesitamos hablar.

Se giró, caminando hacia la cocina, y me dirigí a la sala. La piel


de gallina apareció sobre mis brazos cuando caminé por la ventana.
Podía sentir a Daniel en todas partes, la energía ahora era un
recordatorio constante de lo cerca que estaba.

Minutos después Katie entró en la habitación, llevando dos tazas


de café. Me tendió una antes de sentarse en el sofá y poner una pierna
debajo de ella para mirarme. Mi espalda estaba apoyada contra el
apoyabrazos, mis piernas atraídas hacia mi pecho. Llevé la taza a mis
labios, tomando el primer sorbo. Sentí que el calor bajaba por mi
garganta y hacia mi interior. Me relajé mientras pensaba en los eventos
de las últimas veinticuatro horas. Era casi como si todo hubiera sido un
sueño.

Katie se llevó la taza a los labios, buscando las palabras


adecuadas. Me miró a los ojos, sacudiendo la cabeza.

—Casi no puedo creerlo, toda esta cosa del destino del que
siempre hablaste con Daniel como si hubiera algo mágico entre ustedes
dos —Inhaló profundamente, arrugando la nariz—. Nunca creí en cosas
como esa, pero primero el collar y ahora anoche... —dijo, deteniéndose y
agitando su mano en el aire como si estuviera tratando de descartar
todo el concepto.

—Lo sé, Katie. Toda la idea parece tan cursi o cliché, pero siempre
había más de lo normal. Erin nos llamó almas gemelas, pero ahora... es
como si fuera más que eso —Casi me avergüenza describirlo, pero
necesitaba que Katie lo entendiera—. Es como si compartiéramos la
misma alma, y cuando estamos separados, cada mitad está buscando al
otro —Estaba segura de que Katie pensaría que había perdido el juicio,
pero era la verdad—. Lo extraño mucho. Al verlo con esa mujer…
simplemente me destrozó —Me tragué el nudo en la garganta mientras
graznaba las palabras—. Pero él me ama. Me ama tanto como yo lo
amo. Lo sé —Las lágrimas comenzaron a caer. Anoche había sentido
tantas emociones que era difícil descifrarlas. Pero había una emoción
que sobresalía sobre todas las demás, y ese era su amor por mí.

—Bueno, eso fue muy obvio, Melanie. No podía decir lo que él


quería más, arrancarle la cara a Nicholas o llevarte contra esa pared —
Arqueó las cejas hacia mí, claramente refiriéndose a lo que ella había
interrumpido frente a los baños la noche anterior—. Lo siento por eso,
por cierto. Nicholas se estaba preparando para ir a buscarte, e insistí en
que yo te comprobaría.

—Gracias —Solo podía imaginar lo que hubiera pasado si hubiera


sido Nicholas quien nos hubiera encontrado en lugar de Katie.

Gruñí con frustración, recordando las palabras de Daniel: su


porqué y el dolor en su rostro como si de alguna manera yo lo hubiera
puesto allí.

—Katie, nunca he estado tan confundida. Él es quien me dejó. Ya


no me quería, pero me miró como si fuera yo quien le rompió el corazón.
No entiendo.

—Sí, definitivamente también detecte de eso —Katie se chupó el


labio inferior mientras pensaba en la noche anterior, sus ojos
entrecerrándose en concentración—. Quiero decir, hay algo que falta,
Melanie —Sus ojos volvieron a los míos—. Me dijiste lo que pasó cuando
volviste por él, pero ¿por qué lo dejaste en primer lugar?

—¡No tuve elección! —grité, sintiéndome a la defensiva. Ella tenía


que entender, nunca había querido irme.

—Oye —Me frotó la pierna, tratando de calmarme—. No quise


decirlo de esa manera. Simplemente podría ayudar a entender por qué
Daniel hizo lo que hizo.

Respiré profundamente, preparándome para contar mi historia y


rezando para poder superarla antes de que me quebrara por completo.

—Es tan difícil —Me atraganté con las lágrimas.

Marzo 2000
Era insoportable, el dolor. De dónde venía, no estaba segura. Me
quedé en la oscuridad, durante cuánto tiempo que no podría decir. Oí
voces, un débil pitido y el arrastrar de las sillas. Estaba tan asustada,
aunque de alguna manera sabía que estaría bien, solo porque podía
sentirlo.

Daniel estaba aquí. Luego hubo momentos en que no lo estaba.

Me relajaba cuando oía palabras susurradas y sentía el contacto


de sus labios contra mi piel. Pero el frío descendía, el miedo entraba y
amenazaba con llevarme lejos para siempre cuando él se marchaba. Y
justo cuando comenzaba a desesperarme, de repente estaría allí una vez
más.

Quería abrir los ojos para verlo, y luchaba tan duro para hacerlo.
Revoloteaban, la luz los quemaba, pero no podía concentrarme en nada.

—Melanie —Escuché la voz de Daniel mientras se movía hacia mí.


Traté de llamarlo. Podía ver la forma de su rostro antes de regresar a la
oscuridad una vez más. Finalmente, la niebla comenzó a desvanecerse,
las voces se volvieron más claras y el dolor empeoró. De repente, me di
cuenta de lo difícil que era respirar.

—Melanie, mi amor —susurró contra mi mano. Podía sentir sus


labios sobre mi piel.

Sentía como si una nube rodeara mi cabeza cuando finalmente


pude mantener mis ojos abiertos, como si hubiera una neblina flotando
en la habitación. Todo era borroso, excepto por los ojos color avellana que
me miraban fijamente.

Estaban llenos de completa angustia.

Todo quedó claro, la confusión se convirtió en claridad. El miedo


corrió por mis venas.
—¿Eva? —Traté de formar la palabra para preguntar sobre ella,
para llamarla. Mi boca estaba seca, mi lengua era gruesa y no salió
ningún sonido. Mis manos la buscaron, arañando el vacío de mi vientre
con pánico.

—Shh... shh. Bebé, por favor cálmate; te vas a hacer daño —Las
manos de Daniel inmovilizaron las mías mientras se inclinaba sobre mí y
hablaba contra mi oreja. Me calmé contra su toque, no estaba dispuesta a
luchar contra él, sintiendo sus lágrimas rodar por mi mejilla y en mi
cabello.

Tragué saliva, la saliva mojó mi boca mientras me lamía los labios


y encontraba suficiente humedad para formar la palabra.

—¿Eva?

Sentí que todo su aliento lo abandonaba mientras se detenía contra


mi rostro, finalmente alejándose para mirarme a los ojos.

No se dijeron palabras mientras sacudía la cabeza con lágrimas


descaradas que corrían en una corriente continua por su rostro.

¿No?

Me estaba diciendo que no, su significado se filtraba en mi alma


como veneno. Sollozos silenciosos sacudieron mi cuerpo mientras luchaba
por negar la verdad. Mi pequeña niña. ¿Cómo podría ella haberse ido?

La insoportable tristeza me consumió, y fui absorbida de nuevo en


la oscuridad, el dolor demasiado grande para enfrentarlo.

En momentos de absoluta negrura, luchaba por encontrarla para ir


con ella, pero el alma de Daniel me llamaba y me pedía que sobreviviera.
Cuando ya no pude resistirme más, abrí los ojos, una vez más, para
encontrarme con los suyos. Nuestro dolor se derramó entre nosotros
mientras la lloramos en silencio.
Él habló primero, su voz agrietada y tensa,

—Melanie, lo siento mucho.

Por supuesto, él lo sentía. Yo lo sentía, sentía nuestro dolor, lo


sentía por nuestra pérdida. Pero la mirada torturada en su rostro me dijo
que se culpaba a sí mismo.

Sacudiendo la cabeza, estiré la mano hacia la mejilla de Daniel,


limpiándome las lágrimas bajo sus ojos.

—Te amo —le dije mientras trataba débilmente de sonreírle. Apretó


sus ojos con fuerza mientras más lágrimas caían, y sacudió su cabeza
contra mi mano, su cuerpo temblando.

—No te merezco, Melanie. Nunca puedes comprender cuánto lo


siento. Si pudiera cambiarlo —Su pecho se sacudió con su angustia
creciente.

—Daniel, no. Detente —Pasé mi mano por su cabello en un intento


de calmarlo—. Mírame —Ahuequé su mejilla una vez más, atrayendo su
rostro al mío. Su rostro contenía más dolor del que cualquier persona
debería tener que soportar—. No fue tu culpa. No puedes culparte por esto
—Negué hacia él. No sabía todos los detalles de lo que había pasado,
pero lo que sí sabía era que el auto había salido de la nada—. Me duele
aún más pensar en que te culpes por esto. Por favor, necesito que te
perdones por lo que creas que eres responsable —Le froté la parte
posterior de su cuello, mirándolo a la cara, asegurándome de que
entendía y aceptaba lo que estaba tratando de decirle.

Suspiró y asintió en silencio con la promesa de seguir adelante.

—Dime lo que sucedió —le supliqué.

—Melanie, yo... yo…


—Por favor —Me atraganté. Por mucho que supiera que quería
protegerme de más sufrimiento, tenía que decirme. No quería saber, pero
tenía que saberlo.

—¿Estás segura de que estás lista para escucharlo? —La


devastación en su rostro me desgarró. Asentí, y él apretó mi mano más
fuerte. Se quedó mirando sus pies por unos momentos antes de
finalmente mirarme.

—Eva... ella vivió por dos días.

Jadeé, luchando por tener aire en mis pulmones. ¿Ella había


vivido?

—¿Qué? —dije en voz baja.

Se pasó la lengua por los labios y tragó saliva.

—Era tan hermosa, cariño —Su rostro estaba tan triste, pero había
una luz en sus ojos cuando habló de ella—. Tan pequeña. Dios, Melanie,
no puedes imaginar lo pequeña que era. Tan perfecta —Habló sobre ella
con una reverencia y amor que nunca había visto antes, y sonreí
mientras la describía, mi pequeña niña.

—¿La abrazaste? —Contuve el sollozo que amenazaba. Asintió,


frotándome el brazo.

—Algunas veces, pero no por mucho tiempo. La habría abrazado


todo el día si me hubieran dejado, pero las enfermeras querían que
estuviese en su cama todo lo posible. —Me di cuenta de dónde había
estado todas las veces que había sentido su ausencia. Él estaba
cuidando a nuestra bebé.

—Gracias —susurré a través de mis lágrimas mientras lo mantenía


cerca de mí—. Gracias por cuidarnos —Besé sus labios secos y
agrietados, incapaz de imaginar el dolor que debió haber sentido en los
últimos días. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado. Todavía
había mucho que no sabía.

Me aparté, mis manos sobre su pecho.

—¿Estás herido? —pregunté, por primera vez capaz de enfocarme


en algo más que solo sus ojos. Tenía un gran moretón en un lado del
rostro y una hilera de puntos sobre la ceja. Pero estaba vestido con ropa
normal y sentado al lado de mi cama, obvio que su peor lesión era un
corazón roto.

Sacudió la cabeza.

—No, estoy bien. Un par de costillas rotas —dijo mientras señalaba


los puntos en su frente—, y esto.

¿Costillas rotas?

—¿Duele?

—Honestamente, Melanie, realmente ni siquiera lo he pensado. No


es gran cosa —Sabía que él lo estaba tomando a la ligera, así que lo dejé
pasar.

—¿Qué tan gravemente me lesioné? —pregunté, asustada de su


respuesta—. Me duele, en todas partes.

Inhaló profundamente, soplando lentamente el aire a través de sus


labios fruncidos mientras pasaba su mano libre nerviosamente por el
cabello.

—Estuviste conectada al respirador por tres días. Te mantuvieron


en él hasta que la inflamación disminuyo alrededor de tu cerebro —
Daniel hizo una mueca al describir la razón por la que había estado fuera
tanto tiempo. Seguí su mirada por mi cuerpo—. Tu pierna derecha está
muy rota. Cuando salgas de aquí necesitarás terapia física bastante
intensa, pero papá dice que sanarás bien. Tienes muchos moretones y
cortes en todo... —dijo mientras su voz se apagaba. Rompió contacto
visual mientras miraba sus pies. Podría decir que me estaba ocultando
algo.

—Daniel, todo —exigí. La inquietud corrió a través de mí cuando


volví a ver su rostro lleno de agonía, su mandíbula apretada en un
intento de ocultar el obvio temblor. Estaba aterrorizado por lo que le
causaría esta reacción, pero lo presioné—. Todo.

Cerró los ojos, su hermoso rostro cansado y roto.

—Bebé —Trató de mantener su voz suave, pero salió rota—.


Estabas sangrando —Hizo una pausa, esperando mi reacción. Parpadeé
hacia él, sin entender qué podría causarle tanto dolor. Se aclaró la
garganta, tragando—. Lo que quiero decir es... —Se detuvo.

Casi grité cuando forcé las palabras.

—Daniel, por favor, solo dime.

—Melanie —Recogió mi mano en las suyas—. Cuando hicieron la


cesárea había una gran hemorragia...

No tuvo que decir las palabras porque sabía por la expresión en su


rostro lo que estaba tratando de decirme. No podría tener más hijos.
Nunca podría darle a Daniel la familia que él quería.

Jadeé contra el dolor, agarrando mi pecho mientras trataba de


respirar, un completo ataque de pánico se apoderó de mi cuerpo. Estaba
devastada. Perdimos a nuestra bebé y ahora no podíamos tener otra,
bueno, no nosotros. Yo.

¿Daniel todavía me querría?


Me hizo callar, me acarició la nuca y me sacudió. Le miré le rostro,
lleno de amor y compasión por mí, y tuve que creer que siempre me
querría. En un día, todos nuestros sueños se habían roto, pero todavía
nos teníamos el uno al otro, y sobreviviríamos. Mis lágrimas finalmente
disminuyeron, y comencé a aceptar lo que la vida nos había dado.
Tardaría mucho tiempo en sanar, pero Daniel y yo lo haríamos juntos.

Un flujo constante de personas vino y se fue en las siguientes


horas.

Después de que se fuera la última ronda de enfermeras, Julia entró


a la habitación, Patrick lo siguió de cerca. Su voz era suave, siempre
maternal.

—Oye, hermosa niña —Ella se acercó y se inclinó sobre mí,


besándome con tanta suavidad en la frente. La amaba mucho—. ¿Cómo
te sientes?

¿Cómo me estaba sintiendo? Honestamente, no lo sé. Sonreí


débilmente y no respondí porque no pude. Todo lo que dijera habría sido
una mentira.

—¿Podemos conseguir algo para ti? —Patrick tenía la misma


mirada de preocupación en su rostro, como siempre lo hacía, su bondad
siempre evidente.

—Mmm no. Pero gracias, Patrick. —Le sonreí y tomé su mano, y


Julia colocó la suya sobre las nuestras—. ¿La… la conocieron? —
Esperaba que lo hicieran.

Miré sus rostros rotos, y mi corazón se rompió un poco más. Esta


pérdida de Eva no era solo la de Daniel y la mía; también era de ellos.
Perdieron a su nieta, la que habían planeado, cuidado, amado.

Julia gimió, sus ojos inyectados en sangre y su frente arrugada con


líneas que nunca antes habían estado allí.
—Oh, Melanie, cariño. Ella era tan hermosa, como tú. Tenía tu boca
—Ella sonrió entre lágrimas mientras me contaba todo lo que recordaba
sobre Eva. Fue desgarrador y maravilloso al mismo tiempo.

Yo quería conocer a mi hija Pero sabía que ya lo había hecho.

Aunque nunca la había visto, la sentí. Conocía su alma, y siempre


sería parte de mí. Patrick permaneció en silencio detrás de Daniel, su
rostro cansado pero su amor y apoyo inquebrantables.

Todos nos volvimos cuando oímos crujir la puerta para dejar al


descubierto un destello de cabello marrón y rizado.

Mamá.
Traducido por Liliana
Corregido por Maga

Marzo 2000
Mamá estaba aquí. Por supuesto que sí. La culpa me venció. Así fue
como mis padres se enteraron de Eva. Lenta y vacilante, mamá entró a la
habitación. Tenía bolsas negras y pesadas debajo de sus ojos marrones
que eran tan rojos que era difícil distinguir su color normal. Ella siempre
había sido delgada, pero tenía las mejillas hundidas y la piel caída. Su
cabello estaba recogido en un moño desordenado, pedazos caían y se
pegaban a su rostro donde sus lágrimas se habían secado. Por primera
vez parecía vieja. Se paró al pie de mi cama, nerviosamente enderezando
su camisa contra su estómago.

—Mamá —Exhalé un suspiro, sin tener ni idea de qué decirle. Miré


ansiosamente a Daniel, tratando de medir su reacción hacia ella. Ya
estaba de pie para besarme en la frente, y él y sus padres se excusaron.
Vi cuando llegaron a la puerta, y Daniel dijo—: Te amo —Antes de seguir
a sus padres. Mamá todavía estaba inquieta, de pie en el mismo lugar.

—¿Mamá? —le pregunté. ¿Incluso me hablaría?

Ella tenía que estar muy decepcionada. Tenía que estar tan
enojada.

—Oh, Melanie —Mamá lloró, corriendo para tomar mis mejillas en


sus manos. La abracé mientras nos lamentamos juntos por Eva y por la
pared que sin saberlo construimos entre nosotras.
—Mamá, lo siento mucho —Lloré sobre su hombro.

—Está bien —Me hizo callar mientras pasaba mi cabello detrás de


mí oreja—. Tenemos mucho con lo que lidiar, cariño. Lo haremos más
tarde, ¿está bien? Ahora mismo solo quiero que te mejores.

Asentí, agradecida de que estuviera dispuesta a perdonarme.


Quería explicarle todo, decirle por qué tenía miedo de avisarle, pero la
puerta se abrió.

Papá. Mi estómago se retorció en nudos cuando vi su rostro.

Su expresión no delataba nada, y parecía como si no sintiera nada,


aunque no podía ocultar el disgusto que sentía por mí. Mi voz temblaba,
temblorosa y apenas audible cuando lo llamé al otro lado de la
habitación.

—¿Papá? —Mi voz imploraba que hablara conmigo. Sacudió la


cabeza y miró hacia abajo, dejando la habitación sin decir una palabra.

Fue exactamente como lo había temido. Nunca me perdonaría por


esto. Solo podía imaginar la forma en que había tratado a Daniel. Mamá
entrecerró los ojos mientras lo veía irse, volteándose hacia mí con una
sonrisa tensa.

—No dejes que te moleste, cariño.

—Sabía que iba a estar tan decepcionado —Negué, deseando


haber escuchado a Daniel cuando había insistido en que le dijéramos—.
No estoy avergonzada, mamá —La miré, necesitaba que entendiera que
nunca me arrepentiría de Eva.

—Lo sé, cariño. Lo sé —Me dio una palmadita en el brazo,


calmando mis nervios por la no confrontación con mi padre.

—¿Llegaste aquí a tiempo?


Ella sonrió, melancólica.

—Era tan hermosa —Mamá parecía estar perdida en sus


pensamientos antes de volver a hablar—. Eres muy joven —Comencé a
protestar, pero me detuvo, sacudiendo la cabeza—. No, déjame decir esto.
Eres joven, pero no amas como si lo fueras —Tragó saliva—. Hubieras
sido la mejor mamá —Se secó las lágrimas con el dorso de la mano,
suspirando mientras miraba hacia otro lado—. Solo quería que supieras
que realmente lo creo, por lo que sea que valga —Valió la pena todo.

Daniel regresó. Abrió la puerta, mirando entre mamá y yo.

Sonreí, entró en la habitación y se sentó frente a mamá. La tensión


entre ellos era espesa, y estaba claro que el perdón que ella me había
mostrado no se extendía a Daniel.

Sabía que mis padres lo verían como si Daniel se hubiera


aprovechado de su pequeña niña. Me enfermaba que alguien pudiera
empezar a pensar en él de esa manera, pero tenía que ser paciente.
Eventualmente se darían cuenta de lo mucho que realmente se
preocupaba por mí. El tiempo solo tendría que probar eso.

El resto de la noche las personas se entraron y salieron. Las


enfermeras iban y venían, mamá se iba a tomar café al menos diez
veces, y Erin y Julia corrían de un lado a otro para conseguir lo que
necesitaban las personas. Patrick continuamente revisaba para
asegurarse de que me estaban cuidando bien mientras papá me miraba
desde el otro lado de la habitación. Daniel, nunca se apartó de mi lado.
Estaba tan agotado, pero se quedó. Nunca podría amarlo más de lo que
lo hice en ese momento.

Cuando cayó la noche, todos se fueron excepto Daniel, que intentó


dormir en la silla a mi lado. Le pedí que fuera con sus padres y durmiera
bien. Por supuesto, se negó. Realmente nunca creí que se iría, pero al
menos tenía que intentarlo. Los dos dormimos sin descanso. Cómo las
personas esperaban —descansar y recuperarse— en un hospital nunca
lo sabría. Las enfermeras entraron y salieron al menos cinco veces
durante la noche, husmeando y pinchándome. Estaba convencida de que
si me dejaban dormir estaría bien en la mitad del tiempo. Daniel y yo nos
dimos por vencidos cuando los primeros rayos de luz entraron por la
ventana. Ninguno de nosotros se sintió mejor que la noche anterior.

—¿Estás preparada para recibir más visitas? —Erin asomó la


cabeza por la puerta, con los ojos brillantes. Daniel y yo le dimos la
bienvenida. Me abrazó y luego abrazó a Daniel.

Erin convenció a Daniel para tomar una ducha y conseguir algo de


comer. Él me miró, y pude ver cuán vacilante estaba de marcharse.

Mi pecho se contrajo al pensar en él saliendo por la puerta, un


miedo irracional que se apoderaba de mí. Quería suplicarle que se
quedara, pero me obligué a asegurarle que estaría bien. Iba a tener que
superar eso.

Después de lo que sucedió, no pensé que alguna vez quisiera volver


a estar lejos de él, pero sabía que todavía tenía que volver a casa en
Colorado Springs. Todavía me quedaban dos meses de escuela.

Erin se instaló a mi lado y tomó mi mano.

—Oye, hermana —Me sonrió dulcemente. Le devolví la sonrisa. Me


encantaba cuando ella me llamaba así—. ¿Cómo estás, realmente? Y
tampoco me des ninguna de esas tonterías de que estás bien —Me reí
entre dientes, agradecida de que siempre me obligara a ser sincera con
ella. Ella no lo haría de otra manera.

—Realmente no puedo decir, Erin. Quiero decir, ni siquiera puedo


comenzar a describir la angustia que siento por ella. Es como si esta gran
parte de mí faltara, y no creo que deje de sentirme así. Pero cuando
Daniel está cerca, sé que todo va a estar bien —Asintió con
comprensión—. Erin, ¿qué pasó? No puedo preguntarle a Daniel porque
se culpa a sí mismo.

Ella respiró hondo.

—Si lo sé. Él realmente lo hace, Melanie. No sé si alguna vez se


detendrá, pero no pudo haber hecho nada. El chico te impactó, no al
revés —Negó y se mordió las uñas antes de mirar hacia mí—. Lo
acusaron de homicidio esta mañana. Había estado bebiendo toda la
noche y estaba de camino a Denver. Aparentemente, se durmió al
volante. Su nivel de alcohol en la sangre era más del doble del límite —
Hizo una pausa para darme tiempo de asimilar lo que había dicho.

Nunca había sentido tanta ira, pero la aparté. Sabía que sería algo
con lo que tendría que lidiar a lo largo del tiempo, perdonar a alguien que
ni siquiera sabía. Por ahora, su información era demasiado para mi
corazón roto.

—¿Qué pasa con mis padres? —Daniel me dijo que todo estaba
bien, incluso cuando sabía que no era así.

—Bueno, creo que tu madre está bien. Estaba realmente molesta


cuando llegó por primera vez y discutió con mamá. No había dormido
toda la noche en su camino hasta aquí. Cuando entró y te vio en esta
cama, creo que simplemente... se rompió. Realmente no habló con nadie
ese primer día, pero una vez que vio a... Eva —dijo, dudando sobre el
nombre de Eva mientras las lágrimas llenaban sus ojos—. Oh, Melanie,
esa pequeña niña podría suavizar el corazón de cualquiera, Peggy se
disculpó con mamá, y ahora están totalmente bien. Ella realmente no le
ha hablado mucho a Daniel, pero se quedó junto a él toda la mañana
después de que Eva falleció. Está herida, Melanie, pero te ama y está
dispuesta a perdonarte.

—¿Y papá?
La ira brilló en su rostro.

—Erin, ¿qué hizo él?

Finalmente habló.

—Él, eh... golpeó a Daniel.

—¿Qué? —grité.

—Melanie, él realmente jodió a Daniel. Rompió todos los puntos en


su rostro —Gimió, poniéndose las manos sobre el rostro—. No quiero
sentirme tan enojada con tu padre, pero ¿cómo podría hacer eso después
de todo lo que ustedes habían pasado? Y ahora, él se queda afuera de tu
puerta, sin decir nada a nadie. Es un poco espeluznante.

Hizo exactamente lo que temí que hiciera todos estos meses. Él


lastimaría a Daniel. Si pudiera, hubiera tomado algún castigo para evitar
esto, pero sabía que Daniel siempre sería el malo ante los ojos de mi
padre sin importar lo que él hiciera.

—Entonces, ¿qué vas a hacer ahora? —preguntó Erin, uniendo sus


manos—. ¿Estamos cancelando la boda?

Correcto. Se suponía que debía casarme en tres semanas. Todas


mis inseguridades habían regresado. ¿Daniel todavía querría que yo
fuera su esposa? Lo quería más que nada.

Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro.

—¿Melanie? —Erin se inclinó más cerca, mi mano aún en la de


ella—. No tienes que hacerlo, sabes. Podemos esperar hasta que hayas
sanado.

—No, no es eso, Erin.


—¿Y qué? ¿Lo culpas? —El dolor en su rostro me dijo que había
temido que lo hiciera.

—¡No! Nunca, Erin —La relevación barrió su cara antes de que la


confusión tomara su lugar.

—¿Pero?

—Erin —hablé apenas por encima de un susurro—. ¿Qué pasa si él


ya no me quiere? No puedo darle una familia —Me sentía avergonzada,
no estaba completa, y Daniel se merecía a alguien que lo estuviera. Él me
dijo que me quería, pero ¿qué tal en cinco años? ¿O diez? ¿Todavía
sentiría lo mismo cuando se diera cuenta de que nunca tendría una vida
normal conmigo?

—Melanie —Su voz era severa y me tomó por sorpresa—. ¿Estás


loca? Ese hombre te ama más que a nada. Él ni siquiera puede mirar a
otra mujer. ¿Qué podría hacerte pensar eso?

Aunque sabía que ella tenía razón, no podía evitarlo. Sentía que ya
no era lo suficientemente buena para él.

—Solo quiero que tenga todo, Erin, todo lo que siempre ha deseado.

—Te das cuenta de que eres tú, ¿verdad?

Mi corazón sí lo sabía. Ahora solo tenía que convencer a mi


estúpida cabeza.

—Sí, Erin. Lo sé. Creo que deberíamos esperar, tal vez hasta el
verano —Daniel al menos se merecía ese momento. Forcé una brillante
sonrisa para lavar la decepción de su rostro—. Sabes, me gustaría poder
caminar por el pasillo para casarme con tu hermano —Mientras hacía un
gesto hacia mi pierna, nos reímos, disipando la tensión en la habitación.
Y, por primera vez, sentí una verdadera esperanza para el futuro.
Pasé el resto del día pensando qué hacer a partir de allí. Le había
preguntado en privado a Patrick si podía venir y quedarme con ellos
mientras terminaba la escuela. No había forma de que pudiera estar en la
misma casa con mi padre.

Patrick parecía emocionado y dijo que había estado pensando lo


mismo. El rostro de Daniel brilló cuando le conté los planes.

Temía estar separada de Daniel. Realmente solo quería volver a


Boulder con él, pero iba a necesitar cuidados que no podría proporcionar
si estuviera en la escuela. Sabía que se tomaría el resto del semestre en
un abrir y cerrar de ojos, y no había forma de que pudiera permitir eso.

Mamá se preocupaba por mí, tratando de compensar el tiempo que


estuvimos separadas. La amaba aún más por eso. Me entristeció que
Julia pareciera sentir que tenía que retroceder.

También era una madre para mí y yo los quería a las dos. No


quería que una reemplazara a la otra.

El día llegó y se fue. Daniel dejó de intentar dormir en la silla y se


acurrucó a mi lado en la cama. Las enfermeras no estaban felices con
eso. Estaba, por supuesto, en contra de las reglas, pero era la única
forma en que cualquiera de nosotros podía dormir.

El viernes por la mañana en realidad me sentí descansada, y pude


ver por la expresión de Daniel que también lo hizo.

Hoy tenía que contarle a mamá mis planes. Pensé que iba a ser
una pelea, pero estaba cansada de tratar de ocultarle cosas. Estaba
limpiando mi área después del almuerzo.

—¿Hola mamá?

Ella se detuvo.
—¿Qué sucede, cariño?

Estaba tan nerviosa que podía sentir el sudor en las palmas de las
manos, pero era hora de que creciera y les dijera a mis padres lo que
quería de mi vida.

—Yo, uh, quería dejarte saber que no volveré a casa de papá. Me


quedaré con Patrick y Julia hasta que termine la escuela. Simplemente
tiene sentido. Patrick podrá controlar mi terapia, y Erin puede traerme el
trabajo de la escuela hasta que pueda volver a clase —Parecía
decepcionada.

—Cariño, pensé que tal vez vendrías a casa conmigo.

No quería lastimarla más de lo que ya lo había hecho, pero no


podía ir con ella. Ese ya no era mi hogar.

—Mamá, no puedo. Lo amo.

Ella necesitaba entender que mi hogar estaba con Daniel ahora.


Permaneció en silencio mientras se miraba los pies antes de mirarme,
haciendo una mueca. Apartó un mechón de cabello de mi rostro.

—Cariño, creo que tú y Daniel deberían tomarse un tiempo el uno


para el otro.

—¿Qué? —La miré confundida y herida.

Suspiró y pareció luchar con qué decir.

—Es solo...podría ser el momento adecuado para que ustedes dos


tomen un tiempo para decidir qué quieren hacer con sus vidas. Ustedes
dos se movieron tan rápido en esta relación, y creo que sería bueno que
den un paso atrás.

Negué.
—Daniel es lo que quiero.

—¿Pero estás segura de que esto es lo que él quiere, Melanie? Es


un niño de dieciocho años. ¿Puedes estar segura de que está listo para
decidir con quién quiere pasar el resto de su vida? —Su rostro era
comprensivo pero sus palabras me dolían.

—Sí —Salió volando de mi boca aunque sus palabras provocaron


preguntas, dudas. Las empujé a un lado y reiteré—: Sí.

Cerró los ojos y exhaló.

—Solo piénsalo, Melanie.

No quería pensar en eso.

—No mamá. Me quedo aquí.

Asintió y me abrazó por un largo tiempo, su nariz en mi cabello


antes de susurrar—: Está bien —Contra mi cabeza.

Cuando mamá se fue para descansar un poco, Daniel tomó su


lugar. Estaba tratando de darme tiempo con ella, pero me dolía el corazón
cada vez que salía por la puerta. Él nunca estaba lejos y siempre
regresaba en el momento en que ella se marchaba. Quería hablar con él
sobre las cosas que mi madre había dicho, su sugerencia comiéndome
cada hora que pasaba. Pero cada vez que él me sonreía y me besaba, me
convencía de que solo estaba siendo tonta.

Ambos estábamos exhaustos, y tan pronto como se puso el sol,


Daniel, una vez más, se arrastró a mi lado, abrazándome mientras nos
quedábamos dormidos.

Me desperté el sábado sintiéndome ansiosa por salir de aquí. Solo


un día más. Podría decir que todos los demás estaban emocionados de
salir de aquí también. Los ojos de Julia eran más brillantes de lo que
habían sido durante toda la semana, Patrick estaba ocupado
preparándome para que me quedara con ellos, y Erin estaba rebotando
de emoción por su “hermana” para ir a vivir con ella.

Daniel salió con su padre para que pudieran discutir los detalles, y
mamá entró. Cuando vi su rostro, supe que algo estaba muy mal. Estaba
nerviosa, sin mirar a los ojos ni decir nada. Mi corazón se aceleró cuando
su ansiedad llenó la habitación.

—Mamá, ¿qué pasa?

Ella estaba de pie a mi lado, toda la compasión que había


mostrado durante la semana borrada de su rostro.

—Melanie, vienes a casa conmigo.

—¿Qué? —Negué.

—Vienes a casa conmigo.

—No mamá. No lo haré.

—No tienes otra opción, Melanie. Todavía eres menor de edad, y te


digo que vendrás conmigo —Todavía no me miraba.

—¿Qué? No puedes obligarme. Cumpliré dieciocho el próximo mes.

—Melanie, o vienes libremente conmigo, o estamos presentando


cargos contra Daniel —¿Presentar cargos? ¿Contra Daniel?

—¿Cómo pudiste? Después de todo lo que hemos pasado, ¿nos


harías esto? ¡Ayer me dijiste que querías que fuera feliz! Por favor,
mamá, ¡no hagas esto! —Le supliqué.

Salté cuando noté a mi padre de pie contra la pared. El miedo


corrió por mi columna vertebral. Pude verlo en su rostro; él estaba aquí
para destruir, no a mí, a Daniel.
Mis ojos se movieron entre los dos, silenciosamente rogándolos que
no hicieran esto. Mamá me dio la espalda, no queriendo enfrentarme.
Mantuvo su voz fría, pero no fue capaz de ocultar la forma en que
temblaba.

—Solo prepárate para mañana. Estaré aquí a las nueve. Hablaré


con los padres de Daniel para avisarles que te llevaré a casa.

—¡Mamá, por favor! —Lloré, pero ella salió de la habitación, sin


volverse atrás. Papá no dijo una palabra. Él simplemente se apartó de la
pared y la siguió detrás.

Sollocé contra mi almohada. ¿Cómo podrían hacer esto? Durante


meses, había ocultado mi embarazo a mi padre para proteger a Daniel, y
ahora él había hecho lo que más temía.

Me estaba quitando a Daniel. Estaba aterrorizada de estar lejos de


Daniel, pero haría cualquier cosa para protegerlo.

Tendría que permanecer lejos hasta que tuviera dieciocho. Entonces


mis padres no podían hacer nada para evitar que volviera con él.

Pero, ¿él todavía me querría? ¿El tiempo alejados lo haría darse


cuenta de que estaba mejor sin mí?

Jadeando contra el dolor, acepté que al menos le debía ese tiempo


para decidir.

—Oye —Daniel sonrió mientras caminaba por la puerta, su rostro


cayendo tan pronto cuando vio el mío—. ¿Qué pasó? ¿Estás bien?

Esto iba a ser lo más difícil que hubiera hecho alguna vez.

—Lo estoy pasando muy mal, Daniel. Creo que necesito algo de
tiempo para sanar —¿Cómo podría sentarme aquí y mentirle? Lo último
que quería era estar lejos de él. Pero nunca permitiría que mi padre lo
lastimara, y más allá de eso, le debía ese tiempo.

—¿Qué quieres decir?

—Me voy a casa con mi madre por unos meses. Solo necesito lidiar
con esto por mí misma —Mentira, mentira, mentira.

—No —Negó inflexiblemente—. No, Melanie. Me necesitas tanto


como te necesito. Por favor, no me dejes —Las lágrimas comenzaron a
correr por su rostro, coincidiendo con las mías mientras nuestros
corazones se rompían un poco más.

No sabía cómo superaríamos esto. Lo necesitaba más que a nada,


y no podía imaginar la vida sin él, incluso si solo fuera por un mes o dos.

—Por favor, Daniel. Solo déjame ir, solo por un momento. Entonces
volveré a ti. Lo prometo. Te amo más que a nada. Solo tengo que irme
ahora —Al menos esta vez mis palabras eran verdad. Toqué su rostro,
rezando para que pudiera sentir mi amor, rezando para que entendiera
que lo último que quería hacer es alejarme de él. Estaba haciendo esto
por él.

—Yo...Melanie... —gritó, su voz temblaba—. ¿Es esto porque me


culpas?

—¡No! —grité. ¿Cómo podría pensar eso? Mi voz se suavizó en un


susurro—. No, Daniel. Nunca.

Se movió hacia adelante y tomó mi mano con desesperación.

—Entonces quédate.

Las lágrimas corrían por mi rostro, y en mi egoísmo, quería estar de


acuerdo. Negué, sabiendo que esto era lo mejor. Estaba demasiado
cansada para luchar contra mis padres y amaba a Daniel demasiado
para quitarle esta opción.

—No puedo.

Dio un paso atrás, su boca se torció en desesperación, y se dio


vuelta para salir de la habitación.

—Por favor, Daniel. Espérame —grité en mi propia necesidad.

Se detuvo en la puerta y miró por encima del hombro.

—Siempre.

Luego salió de la habitación. Por primera vez, necesitaba escapar


de mí, huyendo del dolor que le había infligido. Lo sostuve lo suficiente
como para que la puerta se cerrara antes de soltarla. Pude oírme sollozar,
pero no pude parar.

—Melanie, ¿qué diablos pasó? —Erin me agarró por los hombros,


sacudiéndome. Alcanzando, me aferré a ella, llorando sobre su hombro—.
¿Te vas a casa con tu madre? —Me alejé de ella y me di cuenta de que no
estaba tratando de consolarme. Ella estaba enojada. Su rostro era duro,
sus ojos entrecerrados, llenos de acusaciones.

—Lo acabas de romper, Melanie.

Esto envió una nueva ola de culpabilidad sobre mí, más lágrimas
caían por mi rostro.

—¡Erin! —gemí, aferrándola a mí—. Lo amo. Lo juro. Más que nada


—dije, jadeando mientras trataba de hacerle entender—. Prométeme que
nunca dirás nada, pero necesito que lo sepas. Eres la único a la que
puedo decirle —le supliqué mientras me sentaba, hundiendo mis dedos
en sus brazos.

Ella se encogió de hombros y se sentó, esperando una explicación.


—Mis padres presentarán cargos por violación legal si no voy con
mamá. Tengo que protegerlo, Erin.

—¿Qué? Eso es una mierda total, y lo sabes, Melanie. Ni siquiera


se aplica. Tienes diecisiete. —Ella, todavía sin entender por qué iba a
hacer lo que dijeron.

—Sé que es solo una amenaza para separarnos, pero hay algo en
la forma en que mi padre actúa, como… no lo sé. Tengo miedo, Erin, por
Daniel.

—Eso es una locura. Tu padre está enojado.

—Me mata irme, Erin. Voy a irme por unos meses hasta que las
cosas se calmen. Además, le dará a Daniel una oportunidad —Apreté mis
labios cuando me di cuenta de que estaba a punto de expresarlo en voz
alta. Erin lo captó de inmediato.

—¿Qué, Melanie? ¿Darle una oportunidad de qué? —Ella escupió


enojada.

—Sabes qué, Erin.

—¿Decidir si él te quiere? —gritó—. Solo detente, Melanie. Está


devastado en este momento, ¿y estás sentada aquí pensando que hay
una posibilidad de que no te quiera? ¡Esto está tan jodido! —Sus manos
volaron en el aire.

—Lo sé —gruñí y agarré la cabeza con las manos. Nada estaba


bien.

—¿Realmente vas a irte?

—Sabes que me quedaría si hubiera alguna otra manera. No puedo


arriesgarlo, Erin. Prométeme que nunca se lo dirás. Si él supiera por qué
me fui, se enfrentaría a mi padre, y no puedo manejar otra pelea entre
ellos.

Ella vaciló, asintiendo cuando cedió.

—Lo prometo por mucho que no estoy de acuerdo con todo esto. —
Me trajo para un fuerte abrazo, susurrándome al oído—. No lo dejes
esperando por mucho tiempo. Por favor, Melanie, promételo. Se está
muriendo en este momento, y no sé cuánto tiempo podrá manejarlo.

No sabía cuánto tiempo yo podría manejarlo tampoco, o si podría


en absoluto.

La expresión de él en su rostro cuando regresó horas después me


mató. Él parecía muerto. La luz había desaparecido de sus ojos, y no
había alegría en su sonrisa.

Inseguro de dónde estaba parado, miró incómodo alrededor de la


habitación. Alcanzando su mano, lo atraje hacia mi lado. Inquieto, se
metió en mi cama de hospital, tumbado detrás de mí y jalándome hacia
su pecho. Cómo no quedaban lágrimas por derramar, no lo sabía.
Ninguno de nosotros durmió mientras nos despedíamos de la única
manera que podíamos, abrazándonos durante toda la noche. Me besó
suavemente mientras el sol comenzaba a levantarse, nuestro tiempo
llegaba a su fin.

A las nueve, llegó mamá como dijo que lo haría, de pie junto a la
puerta mientras miraba a Daniel abrazarse a mí, negándose a dejarme ir.
Julia estaba llorando en el fondo de la habitación mientras Patrick
intentaba convencer a Daniel de que todo estaría bien. Dos ayudantes
trajeron una silla de ruedas para sacarme de mi habitación, y Patrick
tuvo que apartar físicamente a Daniel de mí mientras me rogaba que me
quedara.
No podía respirar cuando sentí que mi vida me era arrancada,
forzándome a hablar.

—Daniel, tienes que dejarme ir —Las palabras picaron, sabiendo


sucio en su mentira; era lo último que quería que hiciera.

Finalmente, me soltó y dos ayudantes me ayudaron a subir a la


silla de ruedas.

Pronto mis cosas fueron cargadas en el maletero del taxi que


esperaba esperando para sacarme de mi casa.

Daniel se levantó y observó, lágrimas silenciosas corrían por sus


mejillas, sus brazos flojos a los costados.

Patrick y la enfermera me ayudaron a subir al taxi.

El dolor era insoportable, no el que estaban tratando de protegerme


cuando me colocaron con cautela en el auto, pero el que se creó cuando
me arrancaron de mi vida.

—Melanie —lloró Daniel una vez más antes de que mi padre le


cerrara la puerta en el rostro.

Lo alcancé por la ventana, solo necesitaba tocarlo una vez más, y


sus dedos se extendieron hacia los míos.

—Mi amor —murmuró, y el taxi se alejó.

—Su rostro —Lloré en el pecho de Katie mientras me sostenía—.


Fue devastador. Supe entonces que fue un error. Tenía que ir con él. Le
supliqué a mi madre que me llevara de regreso, pero ella se negó. —
¿Cómo pude haber sido tan estúpida? ¿Dejar que se lleven lo único que
me importa? ¿Para sacarlo de mi vida sin darle la opción? Pero al final,
hice lo mejor para él.

El rostro de Katie estaba manchado de lágrimas.

—Melanie, ¿fue esa la última vez que realmente hablaste con él?
—Asentí.

—No puedo creer que te hiciera eso. Pude verlo en su rostro


anoche. Él todavía te ama tanto como lo hizo ese día.

—Sé que me ama. Pero siempre supe que se merecía más.

—Hmm, no lo creo, Melanie. Estoy bastante segura de que eres


más.

Se sentó conmigo mucho tiempo, ambas no dijimos nada,


sumidas cada una en nuestros pensamientos.

Resoplando, la miré.

—Por favor, dime lo que estás pensando.

Hizo una mueca y me abrazó más cerca. Su voz era suave.

—Creo que rompiste su corazón.

Lloré más fuerte al imaginarme el rostro de Daniel anoche,


finalmente acepté eso de alguna manera.

Ella me abrazó hasta que mis lágrimas finalmente se calmaron.


Me senté, limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano.

—¿Katie?

—¿Sí?

—¿Sabes cuándo me ofreciste ayudarme el otro día?


Asintió.

—Cuando escapes, creo que estoy lista para escapar también.

Ella exhaló un suspiro pesado y sonrió.

—Gracias a Dios.
Traducido por Liliana
Corregido por Maga

Finalmente me di por vencida. La anticipación fue demasiado


grande. Mientras me disponía a sentarme al lado de mi cama, apoyé los
codos en mis muslos y enterré mis manos en mi cabello. Luché
inútilmente para calmar el furor de mis nervios, mi corazón aún latía
tan fuerte como lo había estado desde el momento en que había visto a
Melanie anoche. Me había arrastrado a la cama alrededor de las dos de
la madrugada, esperando encontrar el sueño. Pero solo la encontré.
Había soñado con ver su rostro otra vez y nunca me había creído que
realmente podría suceder. Ahora no podía descansar hasta que la
volviera a ver.

Anoche me había dado una nueva razón para vivir. Lo que había
visto en sus ojos, sentí en su toque, no podía cuestionarlo más. Melanie
me amaba.

Todo lo que había creído sobre la vida de ella dejándome y la


imagen que siempre había imaginado era tan errónea.

Nunca había estado tan confundido. La forma en que me miró


como si le hubiera roto el corazón. Me persiguió. Pensé que ella había
encontrado a alguien a quien amar, alguien que la hiciera feliz, alguien
que no le recordara todos los días lo que le había quitado. En cambio,
verla fue como ver un reflejo de mí, un espejo de mi dolor, mi pérdida,
mi arrepentimiento. Un espejo de lo que se movía dentro de mí ahora,
este amor que se había negado a morir. Ella me había encontrado.
Siempre sentí que su corazón llamaba al mío igual que el mío llamaba
al suyo, este poder uniéndonos nuevamente.
¿Qué se suponía que debía hacer al respecto ahora? Estaba
casada, y ni siquiera sabía si me quería.

Bueno, yo realmente no lo creí. La sentí; no podía negar su deseo


por mí. El empuje era tan fuerte como lo había sido la primera vez que
la había visto.

¿Cómo podríamos ignorar esto? Incluso si ella pudiera, yo no


podría.

Me puse de pie y me dirigí a la ducha, aliviado de saber que era


casi la hora. De pie bajo el agua humeante, le permití relajarme ya que
esperaba verla una vez más.

Me puse una camiseta azul oscuro y me puse unos pantalones


vaqueros, incapaz de controlar la forma en que mis dedos temblaban
mientras trataba de abotonarlos.

Debido a que era incapaz de llamar, le envié un mensaje de texto


a papá, haciéndole saber que lo vería esta noche y que tenía reuniones
y que hoy no estaría en la oficina. No estaba listo para enfrentar sus
preguntas. Tendría muchas explicaciones que hacer una vez que llegara
a la casa de mis padres, pero nada de eso me preocupaba ahora. Todo
lo que importaba era Melanie, y estaba decidido, al menos, a echarle un
vistazo hoy.

No sabía a qué hora Nicholas se iba a trabajar, pero pensé que


sería seguro si esperaba hasta las diez. Eran solo las siete y media, y
estaba seguro de que me volvería loco las próximas dos horas y media.

Recogí un café en la cafetería de la planta baja y comencé a


caminar mientras tenía mis pensamientos para tomar el control.

Por primera vez en nueve años, mis recuerdos no me aplastaron


por completo. Era capaz de pensar en ella y simplemente amarla. Amar
cada parte rota de ella y estaba determinado a reconstruirla por
completo.

Después de forzarme a esperar un par de horas, volví a mi


complejo, esta vez subí a mi auto y entré a la dirección que había
buscado anoche en el GPS. Sabía que esto era arriesgado, pero no me
importaba. Las instrucciones aparecieron, y sacudí mi cabeza mientras
las leía en la pantalla. ¿Qué clase de imbécil tiene una casa en este tipo
de vecindario y luego hace pública su dirección?

Exactamente el tipo de persona de la que Melanie siempre había


huido... uno que quería ser visto. Simplemente no podía entenderlo.

¿Por qué ella lo quería? La idea de él hizo que mi estómago se


revolviera. Y al pensar en él tocándola, me sacudí, negándome a pensar
en ello.

Reduje la velocidad cuando giré hacia su calle. Estaba muy


tranquilo. Los arces y altos fresnos se alineaban en las aceras, y el
césped bien cuidado enmarcaba las enormes casas apartadas de la
carretera.

Al acercarme a la dirección, mi corazón revoloteó en mi pecho.


Cuanto más cerca estaba, más podía sentirla. Pasé cerca. Me di la
vuelta, aparqué en el lado opuesto de la calle pero no lo suficientemente
cerca para ser visto. Al menos tenía un auto que no activaría ninguna
bandera roja en este vecindario.

—Melanie tiene que odiar esta casa —Negué, una vez más sin idea
de lo que la llevaría a esta vida. ¿La lastimé tanto que ella se haría esto?

Sí, desde afuera, parecía que tenía todo; el marido perfecto, la


casa perfecta, más dinero de lo que nadie podría gastar. Sabía de
primera mano que nada de eso le importaba. Y después de verla
anoche, no hubo dudas. Nada sobre este estilo de vida la hacía feliz.
Estudié el auto plateado estacionado al frente, preguntándome de
quién se trataba. Miré el reloj. Eran pasadas de las diez. Me instalé en
mi asiento. Iba a esperar para siempre a verla.

Incluso si nunca salía, estaba feliz de solo sentarme aquí y


sentirla. Era como si pudiera sentirla mientras se movía por su casa,
pulsos de energía chocando contra mí, cada uno Melanie.

Finalmente, más de una hora más tarde, la puerta se abrió, y


Melanie y Katie salieron, abrazándose la una a la otra. Mi corazón
terminó en mi garganta cuando ella apareció a la vista.

Gruñí; mis dedos se movieron hacia la manija de la puerta. Mi


chica, tan cerca. Quería correr hacia ella, pero no pude. ¿Qué pasa si
me rechazaba? Sí, casi me besó anoche, pero ¿y si se arrepentía? ¿Qué
pasaría si recordara lo que yo había hecho, cómo había arruinado
nuestras vidas? ¿Qué pasa si ella me decía que me fuera? No creí que
mi corazón pudiera soportarlo, así que hice lo único que podía: la
admiré desde lejos. Eso debería ser suficiente por ahora.

Vi como ella y Katie intercambiaban sus despedidas, y Katie saltó


al auto plateado y se alejó.

En silencio, llamé a Melanie cuando dio la vuelta para entrar,


murmurando: —Te amo, mi hermosa niña —Sabía que había
escuchado, o mejor dicho, que me había sentido. Su espalda se puso
rígida y se detuvo. Su mano se agarró a la puerta cuando recuperó el
aliento. Sentí que su amor se irradiaba hacia mí. Me incliné en el
volante, agarrándolo para no acercarme a ella. Cada parte de mí
deseaba abrazarla, consolarla, hacerla mía una vez más. Vi cuando
entró y cerró la puerta detrás de ella. Liberé la respiración que no sabía
que había estado sosteniendo mientras desaparecía de mi vista.

¿Ahora qué? Sabía que debía irme y dejarla continuar con su


vida, pero no podía hacerlo.
Mierda. Oficialmente era un acosador. Pero tomaría cualquier
título para estar cerca de ella. Así que una vez más esperé y esperé.

Horas más tarde, poco antes de las tres, se abrió el garaje y un


pequeño sedán negro de cuatro puertas salió. Era más nuevo, pero ni
siquiera parecía que perteneciera al garaje que lo albergaba.

Me reí. Solo Melanie estaría rodeada de toda esta riqueza y


conduciría un auto así. Me consolé al saber que era la misma chica de
la que me enamoré hace tantos años. Nada de esto la había afectado.
Entonces, ¿por qué estaba aquí? ¿Porque ella lo amaba? No, no lo creí,
¿verdad?

Mierda. Mi mente estaba tan desordenada. No tenía idea.

Salió a la calle, yendo en la misma dirección en que yo había


venido, y la seguí. Estaba casi avergonzado de lo que estaba haciendo.
Simplemente no pude resistir el tirón. Recé para no asustarla. Solo
necesitaba estar cerca de ella.

Estaba nervioso de que la perdería. En cambio, fue fácil. Anticipé


cada movimiento de ella, mi cuerpo natural y detrás de ella.

Regresamos al centro de la ciudad, el entorno cada vez más


familiar.

—Mierda —murmuré en voz alta. Estábamos en la calle frente a


mi oficina. Ella estaba haciendo exactamente lo mismo que yo había
hecho todo el día.

Estacioné en varios espacios frente a ella. A través de mi espejo


retrovisor, podía verla tratando de mirar dentro de mi edificio.

Parecía nerviosa. Su puerta se abrió, y su pie tocó el suelo antes


de dudar, volviendo a entrar.
—¿Qué estás haciendo, nena? —le pregunté mientras veía la
expresión de pánico en su rostro cuando levantó las manos y obstruyó
mi vista, su cabeza temblaba. Cuando ella las bajó, pude ver que estaba
llorando.

No podía soportarlo más; tenía que ir a ella. Mi mano tomó la


manija para salir, pero más rápido de lo que podía comprender, llevó su
automóvil de vuelta al tráfico y se alejó a toda velocidad. Golpeé el
volante con frustración. ¿Cuántas veces tendría que verla huir de mí?
Me senté en mi auto, sin saber qué hacer desde aquí. Era obvio que
ninguno de nosotros lo hizo.

Dejé mi auto en la carretera y volví a mi departamento para


prepararme para la cena con mis padres.

Esta noche iba a ser difícil. Iba a romper el corazón de mamá otra
vez. Temía ver la decepción en su rostro.

Y papá, ni siquiera quería enfrentarlo. Había sido tan imprudente.


Tenía tanta fe en mí, invitándome a su práctica directamente desde mi
residencia, y le devolví algo completamente poco ético.

A las siete, me estacioné delante de su casa, mis movimientos


pesaban con el miedo que sentía. La gran mansión de 1890 estaba a
unos cuarenta minutos de Chicago. Mamá había pasado los últimos
seis meses remodelándola; el resultado era hermoso y cómodo como
todo lo demás que ella tocaba.

Cuando salí de mi auto, Erin chilló desde la puerta, bajó los


escalones y se arrojó en mis brazos.

—Hola, hermano mayor —Me apretó y la abracé.

—Hola, hermanita —Le di un beso en la cabeza, a regañadientes


la solté. Sus brazos se mantuvieron firmemente alrededor de mis
hombros, sus ojos se abrieron mientras trataba de leer todo en mí.
—Daniel, ¿qué pasa? —Desvié la mirada, tratando de ocultar mi
culpa.

—Podemos, nosotros... eh —tartamudeé—. Prefiero contárselos a


todos al mismo tiempo, ¿de acuerdo?

Las cejas de Erin se arrugaron, acentuando el primer indicio de


arrugas en su frente, y asintió.

—Está bien —Tomó mi mano y me llevó por el camino. Papá se


quedó parado en la puerta, con una inquietud clara en su postura.

Me agarró y me empujó hacia él. Susurró contra el costado de mi


cabeza.

—No sé lo que está pasando, hijo, pero estamos aquí para ti.
Siempre recuerda eso.

Hice una mueca cuando tomé el amor y el apoyo que me


brindaba, su respeto, sabiendo que no me merecía nada de eso. Había
arrojado todo lo que había hecho por mí en su cara.

Mamá estaba parada en la entrada de la sala, ansiosa e


ilusionada. Extendió su mano hacia la mía, llevándome al sofá de cuero
marrón y tomando asiento a mi lado. Observé cautelosamente mientras
papá y Erin se sentaban al otro lado de la habitación.

Mamá se volvió hacia mí y pasó sus manos por mi cabello.

—Daniel, por favor, cariño. ¿Qué ha pasado?

Absorbí tanto aire como pude, sintiendo como si pudiera


desmayarme. Cada remordimiento de mi vida se sentaba pesadamente
sobre mi pecho, cada uno presionando hacia abajo, clavándome en mi
piel. Me froté la camisa con la mano, tratando de calmarla.
—Voy a ser padre —Las palabras me enfermaron y me avergoncé
de que lo hicieran.

Escuché a mamá jadear a mi lado, su mano temblando por un


momento contra mi cabeza. La movió y tomó mi mano para pasar su
pulgar en círculos contra mis nudillos.

—¿Cuándo?—preguntó ella.

Mis palabras salieron precipitadamente.

—En cuatro meses. Es un niño, me acabo de enterar ayer.

—¿Con quién? ¿Estás viendo a alguien? —Mamá sonaba


confundida.

Me preguntaba si ella pensaba que nunca había estado con nadie


desde Melanie.

Escuché a papá suspirar desde el otro lado de la habitación.


Negué, y me obligué a contarles sobre Vanessa.

Miré a mi padre.

—Papá, lo siento mucho. Yo... —Me quedé en silencio mientras él


negaba, asegurándome que no tenía nada que lamentar cuando yo
sabía que sí—. Realmente la jodí. ¿Recuerdas esa fiesta que tuvimos
cuando llegamos a la ciudad?

—Claro —dijo como si no significara nada.

—Me acosté con una de las vendedoras esa noche —El silencio se
extendió por la habitación mientras mamá y Erin me miraban
fijamente. Pero fue la expresión de papá lo que me dijo cuánto había la
había jodido.
—¿Qué? ¿Cómo pudiste hacer esto, Daniel? ¿Te das cuenta del
lugar en el que nos has metido? Esto podría arruinar nuestra
reputación incluso antes de que tengamos la oportunidad de comenzar
—Se puso de pie mientras gritaba, su voz enojada.

Ni siquiera podía mirarlo. Mi vergüenza era muy grande. ¿Qué


haría si papá quisiera que me fuera? Mi familia era todo lo que tenía.

Su voz era baja, pero ya no estaba cargada de ira.

—Daniel, necesito hablar contigo en privado —Asentí, siguiéndolo


a su estudio. Un extraño y retorcido déjà vu se apoderó de mí cuando
me senté frente al mismo escritorio donde se había sentado cuando
Melanie y yo le hablábamos de nuestra hija.

—¿Quién es? —Estaba tranquilo, ahora solo queriendo


información.

—Su nombre es Vanessa.

—¿Y debo suponer que este fue una de tus habituales aventuras
de una sola vez?

No respondí. No era necesario.

Respiró pesadamente por su nariz.

—Maldita sea, Daniel.

—Lo sé, papá. Lo siento mucho. —Habría hecho lo que fuera para
volver atrás. ¿Qué irónico era que me hubiera sentado en el mismo sofá
con mi novia de diecisiete años, sin avergonzarme ni por un segundo; y
ahora estaba aquí, casi a los treinta, pidiendo perdón?

—Entonces, ¿qué quiere ella? Quiero decir, ¿dijiste que ella tiene
cinco meses? ¿Sabes siquiera si es tuyo? —Le conté todo lo que había
pasado con Vanessa el día anterior.
Permaneció en silencio mientras expresaba todos mis temores,
remordimientos e ira.

Gimió cuando terminé.

—Estoy tan enojado contigo ahora, Daniel —Se sentó y se meció


en su silla de cuero negro, entrelazando sus dedos—. Sabes que esto es
completamente tú culpa, y de ninguna manera estoy excusando esto,
pero parece que probablemente tienes razón.

Se inclinó hacia delante, inclinando la cabeza y alzando una ceja.

»¿Entonces qué vas a hacer? Vas a ser padre, Daniel. Eres


responsable de este bebé, ya sabes, incluso si esta Vanessa intentó
atraparte.

—Lo sé. Yo solo... esto no debería suceder. Solía ser lo que más
quería, y ahora... se suponía que solo estaba con Melanie —Me sentí
tan culpable. Debería estar extático ahora mismo; sentado aquí con la
mujer que amaba, contando a mi familia que estábamos teniendo un
bebé. Sin Melanie eso no era posible.

Estaba reacio a volver a levantarme y enfrentarme al resto de mi


familia, pero no podía esconderme en la oficina de papá toda la noche.
Abrí la puerta y me detuve cuando encontré a mamá apoyada contra la
pared opuesta, con lágrimas en el rostro.

—Lamento decepcionarte, mamá.

Ella sacudió su cabeza.

—No, Daniel. Nunca podrías. Siempre supe que serías un padre


maravilloso —¿Podría romper mi corazón más? Mamá me estaba
diciendo que iba a ser un padre maravilloso, y ni siquiera podía
soportar pensarlo. No respondí, pero forcé una sonrisa tensa, que
estaba seguro era una mueca, antes de que la dejara y caminara por el
pasillo.

La cena fue tensa. Nadie sabía qué decirme.

Erin finalmente rompió la tensión.

—Um, muchachos, esto se siente inapropiado en este momento,


pero tengo buenas noticias. ¡Recibí la transferencia que deseaba, y me
mudaré aquí el próximo mes!

Una verdadera alegría me iluminó rostro y el corazón. Por primera


vez en diez años, toda mi familia viviría en la misma ciudad. Mamá
estaba tan feliz que no podía evitar olvidar los problemas a los que me
enfrentaba en ese momento.

Y Melanie: era como si todos los que amaba estuvieran siendo


atraídos por mí.

Miré a papá que me sonrió ampliamente, y le devolví lo mismo. Sí,


lo decepcioné, pero estaríamos bien. Me juré a mí mismo en ese
momento que nunca haría nada para poner en peligro su confianza
nuevamente.

Erin arqueó una ceja y captó la sonrisa en mi rostro. Me encogí de


hombros. ¿Cómo podría explicarle lo que estaba sintiendo en este
momento? Ni siquiera sabía, pero por primera vez, no era la completa
desesperanza que me había llenado todos los días durante los últimos
nueve años.

La conversación se hizo ruidosa y emocionada mientras hablaban


sobre la mudanza de Erin y dónde planeaba vivir. Erin esperaba
encontrar un pequeño lugar que pudiera permitirse cerca de nuestros
padres, y ella y mamá comenzaron a hacer planes para comprar una
casa.
Entonces se me ocurrió que ni siquiera le había contado a papá
sobre el edificio. Era una locura de cómo algo que me había estado
consumiendo menos de dos días antes ni siquiera había entrado en mi
mente desde que firmé esos documentos anoche.

—Oh, no puedo creer que me olvidé de contarte. Anoche firmé un


contrato con Borelli & Preston Contractors para el edificio. Deberíamos
poder comenzar en los próximos dos meses —Papá me miró como si
estuviera orgulloso de mí una vez más, y yo estaba agradecido de que
fuera algo que no había estropeado.

Miré alrededor de la mesa a mi familia, sus rostros llenos de


alegría, y no pude evitar sentir que era un buen día. ¿Realmente sentía
eso? No creía que tuviera la capacidad de sentirme bien por algo, pero lo
hice. Me encontré con la mirada de Erin al otro lado de la mesa, y un
millón de preguntas corrieron por su rostro.

Ella se levantó, agarrando su plato.

—¿Por qué no salen a caminar? Daniel y yo lavamos los platos —


Me sonrió dulcemente, con un brillo en los ojos.

Seguí su ejemplo, recogiendo el resto de los platos y la seguí hasta


la cocina. Erin se apoyó contra la isla, con los brazos cruzados sobre su
pecho.

—Escúpelo.

Arrugué mi frente hacia ella mientras pasaba, colocando los


platos en el fregadero.

—¿De qué estás hablando, Erin?

—Oh, no me des eso, Daniel. Algo está pasando. No te he visto


tan feliz o completamente feliz, debería decir, en nueve años. Y me
atrevería a decir que esta felicidad no está relacionada con las noticias
que nos diste hace un par de horas.

Me volví para mirarla, una vez más agradecido de que me


conociera tan bien.

—Erin, no puedo creer que me haya metido en esta situación —


Pasé mis manos por mi cabello, tratando de no enojarme—. ¿Que se
supone que haga? Esta chica me jodió por completo.

Frunció el ceño.

—No, Daniel, estoy bastante segura de que eres tú quien la jodió


—Bien, maldición. Siempre puedo confiar en Erin, pero nunca dudó en
aclararme nada tampoco.

—Te dije que terminarías metiéndote en problemas con este estilo


de vida. Tu total sin-ataduras no siempre termina funcionando en la
vida real. Deberías haber sabido que te alcanzaría algún día. —Se
quedó en silencio y se miró los pies, de repente parecía incómoda—.
¿Tienes miedo? —Dio los dos pasos para venir a mi lado, apoyándose en
un codo para poder mirarme.

—Ni siquiera puedo pensar en un bebé, o en ese, al menos —Bajé


la cabeza. Después de perder a Eva, nunca podría sentir lo mismo—.
Así que sí, estoy asustado. Asustado, nunca lo amaré. Es tan injusto
para él, Erin. No es su culpa. Ya sabes, le dije que quería la custodia
compartida. Acaba de salir de mi boca, y ni siquiera sé por qué.

—No te des cuenta todavía, hermano mayor. Tal vez te sorprendas


a ti mismo.

Deseé que tuviera razón, pero lo único que sentía era


arrepentimiento.

Me dio un codazo con su hombro, sonriéndome.


—Entonces, ahora que tenemos lo malo fuera del camino, dime lo
que encendió ese fuego en tus ojos otra vez. Esa llama ha estado fuera
por mucho tiempo.

Me volví e hice un gesto hacia el fregadero. Cavé mis manos en el


agua jabonosa, y Erin agarró una toalla para secar. Empecé en el
primer plato y miré a Erin, dándome una pequeña sonrisa.

—¿Sabes que firmé esos documentos anoche? —Asintió—. Bien,


es con una empresa Borelli & Preston Contractors. Me reuní con ellos
en un restaurante para repasar su propuesta, y trajeron a sus esposas
—Se mordió el labio y entrecerró los ojos, insegura de a dónde iba con
esta historia. No era en absoluto lo que estaba pensando, mientras que,
al mismo tiempo, era exactamente lo que estaba pensando.

Mierda. Realmente era complicado.

Le di un plato para que lo secara y comencé otro.

—Erin, ella estaba allí. Una de las esposas —dije mientras la


miraba directamente— era Melanie.

Su rostro palideció cuando el plato que estaba secando se deslizó


entre sus dedos, rompiéndose contra el suelo de mármol.

—¿Qué? —graznó, sorpresa escrita en su rostro.

Su respiración se aceleró y se intensificó fuera de control a


medida que el dolor que había reprimido todos estos años salió a la
superficie.

—¿Daniel, Melanie te encontró? —dijo con voz ronca, su mano se


clavaba en mi brazo mientras las lágrimas comenzaban a deslizarse por
sus mejillas—. ¿Qué pasó? ¿Qué le dijiste? ¿Se encuentra bien? ¿Está
contenta? —Las preguntas salieron de ella, cada una viniendo más
rápido que la anterior. El corazón de Erin también se había roto;
cuando Melanie se había ido, Erin había perdido a su mejor amiga y a
la única hermana que había conocido. Sin embargo, Erin nunca había
dejado de amarla.

La traje a mi pecho, abrazándola.

—¿Puedes creerlo? Melanie está aquí en Chicago. Ni siquiera


puedo explicar cómo me sentí anoche, sentado frente a ella. Todavía
podría sentirla, Erin. Ese poder —Sentí su asentimiento en mi pecho.

Erin era la única persona con la que podía hablar abiertamente al


respecto; ella fue la que nos ayudó a entender lo que era en primer
lugar.

—Fue como si hubiera crecido, como si hubiera funcionado todos


estos años para llevarnos a ese mismo lugar anoche. Todavía me ama,
Erin. Lo sé... podía sentirlo. Ella me quería —La acuné contra mí, sin
estar seguro de quién estaba consolando a quién—. Nunca he estado
tan confundido. Siempre creí que encontró a alguien mejor, alguien que
podría hacerla feliz ya que no podía hacer eso. Pero su rostro… ella era
cualquier cosa menos feliz —La aparté, buscando en el rostro de Erin,
tratando de hacerla entender—. Ella estaba como yo —Erin se tensó y
su cuerpo se estremeció contra mí.

—¡Tú! —Golpeó mi pecho con sus puños, frotándose la nariz en


mi camisa al mismo tiempo—. Tan jodidamente estúpido, Daniel —Traté
de contenerla mientras continuaba golpeando sus manos contra mí.
Lloró una y otra vez—. ¡Tan estúpido, tan estúpido!

—Erin, detente. ¡Por favor! —Me estaba matando, rompiéndome el


corazón una vez más.

—No, Daniel. ¡He mantenido esto por mucho tiempo, y he


terminado! ¡Terminé de sentarme a un lado mientras te culpas por algo
de lo que no fue culpa tuya, de guardar secretos que solo lastiman a las
personas que amo! —gritó, sus puños se sacudieron en mi camisa
mientras desataba su ira contra mí.

—¿De qué demonios estás hablando, Erin?

—¡La dejaste ir, Daniel! ¡De eso estoy hablando! ¡Me hiciste
prometer que nunca me pondría en contacto con mi mejor amiga, mi
hermana!

—¡Sabes por qué tuve que hacer eso, Erin! Ya no me quería.


Habrías corrido detrás de ella para tratar de cambiar de opinión. La
hubieras hecho sentir culpable por irse. Quería que viviera la vida que
quería, que tuviera la oportunidad de ser feliz. ¡No podía soportarlo, y
tú, corriendo detrás de ella, definitivamente lo haría! —¿Cómo podría
Erin culparme por querer que Melanie fuera feliz? Todos los días había
querido encontrarla. Pero si estar lejos de mí era lo único que la hacía
feliz, esa era la única cosa que podía darle.

Ella gritó.

—¡Justo ahí, Daniel! ¡Justo ahí! ¿En qué parte de esa maldita
cabeza tuya tendrías la idea de que Melanie ya no te amaba? ¿Que no te
quería?

—¡Oh, no sé, Erin, tal vez cuando maté a nuestra hija! —La ira
rodó sobre mí mientras me movía sobre ella, mis manos en puños a mi
lado.

—¡Ella nunca te culpó, Daniel! —dijo ella—. ¡No fue tu culpa!

—No sabes de lo que estás hablando, Erin —Erin pateó pedazos


del plato destrozado por el suelo, haciéndome retroceder.

—Daniel, he guardado esto por nueve años. ¡Nueve malditos años!


—Sollozó mientras sostenía su estómago con un brazo—. Hice promesas
a ambos, y debería haberlas roto hace mucho tiempo. Todo lo que
hicieron fue arruinar sus vidas, ambos tratando de proteger al otro.
¡Eran dos tontos, y yo fui un tonta para estar de acuerdo!

Ella me estaba asustando.

—Erin, por favor, ¿qué estás diciendo?

Me miró directamente a los ojos.

—Ella nunca te culpó, Daniel —Sus gritos cesaron, y habló en voz


baja—. Te estaba protegiendo. Sus padres amenazaron que si no volvía
a Dallas con su madre, ellos… harían que te arrestaran. Le rompió el
corazón irse, Daniel. Ella estaba devastada. Me hizo prometer que
nunca te diría porque sabía que irías directamente con su padre. En ese
momento ella estaba aterrorizada de él, Daniel, aterrorizada de lo que él
te haría.

¿Qué? ¿Sus padres nos hicieron esto? ¿Cómo pudieron?

Erin se mordió el labio y desvió la mirada como por sentimiento


de culpa.

—Y... y ella se mantuvo haciendo estos comentarios —Me miró,


su expresión torturada—. Ella dijo que tal vez no era lo suficientemente
buena para ti, y que necesitaba darte tiempo para decidir.

Mis rodillas se debilitaron y alcancé a Erin en busca de apoyo.

¿Ella no me culpaba? Todos estos años, siempre creí que lo que


todos habían insistido no era cierto.

Erin tenía razón… yo era un tonto.

—¿Por qué entonces, Erin? ¿Por qué, cuando fui tras ella, se
había casado con alguien más? ¿Por qué? —le supliqué, rezando para
que ella lo supiera.
—No sé, Daniel —Nos hundimos en el suelo, agarrándonos el uno
al otro, nuestra ira liberada y lavada, ahora reemplazada por preguntas
y qué pasaría si—. Es por eso que estaba tan enojada que no me
dejarías ir con ella. Siempre supe que nos estábamos perdiendo algo, y
la única persona que podía responder esa pregunta era Melanie.

Todos estos años, todo lo que había creído era una mentira. Una
mentira que me había dicho a mí mismo.

Me senté en el piso frío con mi hermanita pegada al cuello,


lágrimas corriendo por mis mejillas, y me perdoné.

Solté la culpa que había tenido por tanto tiempo y simplemente lo


acepté.

No fue mi culpa.
Traducido por Liliana
Corregido por Maga

El olor a café se filtraba de la cocina. Me paré frente a la olla,


dejándola hervir más tiempo, mis ojos cargados de fatiga.

Las últimas tres semanas no fueron sido fáciles.

La base en la que había construido mi vida durante los últimos


nueve miserables años había sido sacudida, las grietas agitaban el
hormigón. No tenía idea de en qué lado acabaría cuando finalmente se
rompiera.

No me había visto cara a cara con Daniel desde esa noche, pero
sabía que él siempre estaba cerca.

Podía sentirlo, sentir sus ojos sobre mí en casi todo lo que hacía.
Mis nervios se erizaban mientras caminaba por la calle, mi cuerpo
llamándole, suplicando que lo tocara.

Sabía por qué tenía que mantenerse alejado. De todos modos,


nunca me gustaría ser ese tipo de persona, alguien que separara una
familia, un hogar. Tanto como lo quería, nunca sería responsable de
eso. Sin embargo, no me impedía conducir por su oficina todos los días,
con la esperanza de echarle un vistazo, aunque nunca lo hice. Y
definitivamente eso no me mantuvo alejada del automóvil negro, apenas
visible desde donde se sentaba en la calle. Estaba allí en esos
momentos en que el peso de su presencia estuvo a punto de ponerme
de rodillas cuando el tirón era demasiado grande para ignorarlo. Fue en
esos momentos que casi no me importaba si eso me haría una mala
persona si fuera a él, lo tomaría. Sin embargo, me contuve. No tenía
espacio para otro arrepentimiento más en mi vida. Entonces nos
amabamos a la distancia.

Escuché un movimiento arriba y me preparé.

Las cosas con Nicholas habían sido interesantes.

No había regresado a la habitación después de esa noche. Preparé


la habitación de invitados como si fuera mía y me negué a ser utilizada
de esa manera otra vez. Sabía que él no tenía reparos en conseguir lo
que quería en otro lado. Cuando vine por primera vez a Chicago, hice
un esfuerzo para hacer las cosas normales que pensé que una esposa
debería hacer; pensando que si tenía un papel que jugar, entonces
debería jugarlo bien. Había empacado la ensalada de pollo y el pan que
había horneado, y me dirigí a la oficina de Nicholas. Abrí la puerta de
su oficina y encontré una mujer desnuda en su regazo, sus pantalones
alrededor de sus pies. Él me había reconocido diciéndome—: Cierra la
maldita puerta —Él regresó a casa esa noche y no dijo nada ni actuó de
manera diferente. No había sentido más que alivio al encontrarlos, con
la esperanza de que significara que acudiría a mí con menos frecuencia.
Aprendí rápidamente que no.

Pero eso no importaba ahora. Me prometí a mí misma esa noche,


hace tres semanas, que nunca más dejaría que me tocara de nuevo.

Escuché pasos en las escaleras mientras servía mi primera taza


de café, ignorando a Nicholas cuando entró en la habitación.

El aire que nos rodeaba era tenso. Nos habíamos dicho muy
pocas palabras desde esa noche. Había cruzado una línea cuando me
golpeó, y lo sabía. Nunca dejaría que las cosas volvieran a ser como
eran, a pesar de que sentí que él esperaba que así fuera. Podía sentir su
ira hirviendo a fuego lento, siempre a punto de explotar.

Sabía que era solo cuestión de tiempo.


—Melanie —Levanté la mirada en estado de shock, sorprendida
de que me hubiera hablado—. Shane viene a recoger estos papeles. Él
estará aquí en aproximadamente media hora. Se suponía que yo debía
llevarlos, pero llego tarde a una reunión. —Dejó caer un sobre grande
papel manila tamaño oficio sobre el mostrador.

Asentí, pero continué ignorándolo mientras arrastraba los pies


alrededor de la cocina mientras reunía sus cosas. Solo cuando escuché
su auto salir del garaje comencé a relajarme. Curiosa, alargué la mano
y tomé el sobre, casi dejándolo caer cuando vi lo que estaba escrito
sobre él.

—Oncología Montgomery —Daniel. Estos papeles eran para


Daniel.

Mis palmas se pusieron sudorosas mientras lo contemplaba.

Era cierto que había pasado por su oficina todos los días durante
las últimas tres semanas, pero nunca había puesto un pie dentro.
¿Podría soportar estar tan cerca de él? ¿Tal vez ver su ondulado cabello
mientras caminaba vacilando en su paso cuando me sentía?
¿Posiblemente ver sus ojos llenos de su amor por mí incluso si fuera
solo por un segundo?

Marqué el número de Shane antes de permitirme pensar en las


consecuencias. Shane titubeó ante la idea, pero al final cedió y prometió
que le diría a Nicholas que él los había entregado personalmente.

—Solo un vistazo, Melanie —Me prometí a mí misma mientras


subía las escaleras. Todavía no había movido todas mis cosas,
resignándome a ducharme y vestirme después de que Nicholas se
hubiera ido.

Pasé a través de mi ducha. Intentar relajarme sería inútil. Mi


estómago estaba hecho nudos, protestando contra la anticipación que
encendía un camino por mis venas. Me sequé rápidamente, me puse la
bata y envolví una toalla alrededor de mi cabeza.

—Humph —Dudé cuando entré al armario.

Me decidí por una blusa de color blanco con las mangas


remangadas y una falda negra que apenas pasaba por informal. Era
ceñida a las caderas y se estrechaba para fluir suelta por mis muslos,
llegando justo encima de mis rodillas. Me puse unos tacones negros de
punta redonda y me paré frente al espejo. Era conservador pero lindo, y
simplemente tendría que lograrlo ya que ni una sola emoción girando a
través de mí se asemejaba a una de confianza.

Bajé las escaleras, la tensión aumentaba con cada paso. Mi


cuerpo sabía que cada uno me acercaba a él.

Tomé el ahora muy familiar camino a su oficina, mis dedos


amasando el volante mientras trataba de darme seguridad por la razón
por la que estaba haciendo esto. ¿Estaba tratando de torturarme o
consolarme?

Estaba descaradamente claro que verlo solo una vez no sería


suficiente ni satisfaría mi necesidad de él. Cada vez que lo sentía cerca,
solo quería más. En este momento, sin embargo, estaba dispuesta a
engañarme para creer cualquier cosa.

La primera ola de energía me golpeó cuando giré hacia su calle, el


tirón que me estaba buscando y acercándome. Él estaba aquí. Mi pie
presionó el acelerador, mi cuerpo instintivamente viajaba más rápido.
Cuando llegué al frente de su edificio, me metí en el primer espacio que
pude encontrar, y me di un minuto para tranquilizarme. ¿Cómo iba a
entrar allí como si esto no fuera nada y simplemente le daría a la
recepcionista un paquete de documentos?
—Vamos, Melanie. Puedes hacerlo. —Respiré mientras convencía
a mis nervios para que se calmaran.

Solo necesitaba entrar y salir. Llevaría conmigo una imagen visual


de dónde pasaba sus días para poder ubicarlo en mi mente al pensar en
él todos los días.

Recogiendo mi última pizca de coraje, salí, algo que había


intentado una vez, el día después de verlo por primera vez, pero mis
pies no habían podido cargarme. Nunca lo había intentado de nuevo.
Esta vez presioné hacia adelante, mis pasos sonaron en mis oídos
cuando crucé la calle. La presencia de Daniel era un zumbido tonto en
la parte posterior de mi cabeza, creciendo cada segundo, convirtiéndose
en un latido constante.

Inhalé y cerré los ojos, abriendo la puerta. Me sentí abrumada por


la energía en la habitación. No había oxígeno para respirar, solo Daniel,
el que le daba vida a mis pulmones.

Tropecé cuando entré en la habitación, y luché por mantener


cierta compostura. La habitación estaba en silencio a excepción del
tintineo de un teclado y los golpes en mi cabeza.

Tentativamente, caminé hacia adelante. La mujer detrás del


escritorio detuvo sus golpes para mirar hacia arriba y sonreírme.

—¿Puedo ayudarte, querida? —Me apoyé en el mostrador. Fue


difícil hacer que mi boca funcionara. Mi mandíbula se restringía en
contra de cada parte de mí que exigía que buscara a Daniel, pero me
controlé y le di el sobre a la mujer.

—Um, sí. Tengo un paquete para el Doctor Montgomery de


Contratistas Borelli & Preston —Está bien. Trabajo hecho. Ahora era el
momento de correr. No podría soportar estar aquí. Él estaba demasiado
cerca. Me había prometido a mí misma hacía unas semanas que
mantendría la distancia y que nos amaríamos mutuamente a través de
ese espacio, y estaba claro que había cruzado esa línea.

—Gracias — susurré. Antes de que pudiera darme la vuelta para


irme, ella me devolvió el sobre.

—El Dr. Montgomery me pidió que me asegurara de que pudiera


hablar con la persona que lo entregaba, ¿si no le importa? —Sus ojos
eran amables.

Me tragué el aire inexistente en la habitación. Sabía que debía


correr, escapar, pero en secreto había estado esperando que esto
sucediera: verlo, hablar con él. Solo una vez. Él nunca me había dicho
adiós, y en algún lugar dentro de mí, quería esa resolución. Solo quería
que lo dijera, para terminar con la confusión que sentía. Pero, ¿estaba
realmente lista para ese rechazo? ¿Oírlo decir que no era suficiente? ¿Y
qué cambiaría de todos modos? Mi alma siempre le pertenecería, así
como la suya me pertenecía, sin importar las palabras que dijera.

El deseo de verlo finalmente ganó. Asentí y tomé el sobre en mis


manos.

Presionó un botón en su auricular y habló con él.

—Doctor Montgomery, su entrega de Borelli & Preston está


aquí.—Ella sacudió la cabeza antes de decir—: Sí, doctor — se dirigió a
mí—. Te verá ahora —Se puso de pie y comenzó a rodear su escritorio
cuando la puerta de entrada se abrió y alguien entró. Ella tenía una
mirada de disculpa en su rostro—. Está en la primera puerta a la
derecha. Puedes encontrarlo ¿de acuerdo?

—Claro —murmuré sobre todo para mí misma cuando se volvió


para ayudar a la persona que había entrado. Miré hacia abajo. Tanto el
miedo como el anhelo me consumieron. Me obligué a caminar, pero
cada paso era pesado, arrastrando con lo que temía que pronto
lamentaría. Me quedé parada frente a su puerta, y mi corazón escuchó
el suyo. Podía sentirlo palpitando, atrayéndome hacia adelante.

Ni siquiera llamé. Giré la perilla y empujé la puerta para abrirla,


mis pies quedaron bloqueados cuando lo vi.

Daniel. Parpadeé varias veces mientras lo observaba. Estaba


inclinado, preparándose con las palmas de las manos sobre el
escritorio. Debió haberse dado cuenta de que era yo justo antes de abrir
la puerta. Tenía la cabeza ladeada, los ojos color avellana muy abiertos.

No pude moverme. Sentí como si me atraparon en el tiempo y el


segundero no podía seguir.

Finalmente se levantó, cauteloso y lento. Sus ojos eran feroces y


desesperados, un fuego que nunca había visto arder detrás de ellos. Me
atrajeron. Mis pies se movieron por sí solos, y mi brazo cayó desde la
puerta. En silencio, se cerró detrás de mí. Todo en la habitación estaba
quieto, excepto por la energía que crepitaba entre nosotros.

—Melanie —me llamó, un susurro directo a mi corazón,


bombeándolo con vida. Estaba hipnotizado mientras humedecía sus
labios secos. Él sostuvo sus hombros rígidos. Su frente estaba cargada
de tensión, su pecho temblaba con sus alientos escalonados. Lo sentí;
sentía su anhelo, deseo, hambre. Y sabía que él podía sentir el mío. Mi
cuerpo se estremeció bajo su mirada intensa, los músculos se crisparon
de anticipación. Mis rodillas se debilitaron cuando lo vi chasquear,
indeciso por más tiempo.

Apenas podía registrar el movimiento antes de que pasara su


escritorio y sus labios chocaran contra los míos. Sus manos se
hundieron en mi cabello, apretando mi cuerpo bruscamente contra el
suyo.
Sentí como si mi cuerpo hubiera estallado en llamas con su toque
repentino. Todo en él era abrumador, consumidor y dominante. Mi
cuerpo cantaba con alegría la conexión. Fue áspero pero suave al
mismo tiempo.

Me presioné contra él, mi pecho contra el suyo, y pude sentir


nuestros corazones latiendo con el mismo ritmo. Clavando mis dedos en
su cuello, luché por acercarme. Estábamos desesperados cuando nos
aferramos el uno al otro. Necesitábamos sentir, para ahuyentar las
cicatrices grabadas en nuestros corazones, borrar parte del dolor. Sus
manos se apresuraron con la necesidad, retorciéndose a través de mis
rizos. Bajaron por mi espalda y luego hasta mi cabello otra vez. Sus
labios presionaron contra los míos, hielo, fuego y dulce, completamente
Daniel. Lo respiré, memorizando la forma en que olía, su olor
embriagado por la necesidad.

Mis dedos viajaron a su cabello. Enrosqué los extremos alrededor


de mis dedos, y un escalofrío recorrió su espina dorsal.

Su cabeza se inclinó, y mi labio tintineó mientras pasaba su


lengua por él. Mi boca se abrió a la suya, atrayéndolo.

No hubo burlas o pruebas. Su boca era agresiva contra la mía,


chupando mi labio inferior mientras lo mordía.

Áspero. Duro. Perfecto. Me sentí empujada hacia la puerta, su


cuerpo se relajó con el mío mientras se movía contra mí.

Gemí en su boca. Oh, cómo había extrañado ese cuerpo.

Sentí cada centímetro de él mientras presionaba dentro de mí.


Pasé mis manos sobre sus hombros y sus brazos, sus músculos firmes
bajo mi toque. Su boca atacó la mía, frenética en su beso. Sus labios
eran incesantes, su lengua caliente y húmeda.
Apretó una mano en mi cabello, apretándola con fuerza,
exponiendo mi cuello hacia él. Sus movimientos se ralentizaron
mientras lamía mi sensible piel, buscando el lugar detrás de mi oreja
que sabía que me arruinaría. Él chupó, tirando de sus labios,
deteniéndose en el delicado orificio debajo de mi mandíbula. Respiré
entrecortadamente, y mis emociones me alcanzaron. Él recordaba.

Besó su camino de regreso, encontrando mi boca otra vez. Su


mano masajeó la parte posterior de mi cuello, la piel ardiendo con su
toque. La otra se arrastró por mi costado, sus dedos se clavaron en mis
costillas a medida que avanzaba, encendiendo un dolor profundo en mi
interior.

Solté un grito ahogado cuando agarró bruscamente la parte


posterior de mi rodilla, enganchando mi pierna sobre su cadera,
moliéndome. Su mano viajó por la carne expuesta de mi muslo, su
pulgar frotando círculos; persuadiéndome, incitándome, exigiendo una
reacción. Empujé hacia él, mi cuerpo privado del suyo por demasiado
tiempo.

—Melanie, mi amor —susurró, las palabras vibraron contra mis


labios.

—Daniel. —Le di un sonido ronco en la boca.

Él retrocedió, sus ojos encapuchados y llameantes en su


intensidad mientras buscaban los míos. No podía apartar la mirada
mientras miraba profundamente en su alma. Su amor nunca
terminaría, pero envuelto en inmenso arrepentimiento, pena impresa en
su corazón. Pasó su nariz por mi mejilla, murmurando en mi oído, esta
vez las palabras goteando tristeza.

—Solo tú —Esas palabras resonaron en el aire, y por mucho que


supiera que quería convencerse a sí mismo de que eran ciertas, no lo
eran.
El peso de lo que estaba haciendo me aplastó.

Pensamientos sobre su esposa y su hijo pesaban sobre mi


corazón, y recordé cómo habíamos llegado allí en primer lugar. Él no me
había elegido. ¡Él no me quería!

Mis manos temblaban y sacudí mi cabeza. Traté de evitar que mis


pensamientos se derramaran, pero no pude. Los sentimientos de
completo rechazo que había tragado y albergado durante todos estos
años brotaron a la superficie y se dispersaron, mezclándose con las
lágrimas que corrían por mi rostro.

—No me querías —Mis palabras apenas eran audibles, pero sabía


que las había escuchado. Retrocedí, desesperada por alejarme del juego
en el que me tenía metida. Echó la cabeza hacia atrás, encontrando mi
mirada, sus ojos nublados por la confusión.

Empujé contra su pecho con mis manos.

—¡No me querías! —Era difícil hablar. Las palabras se atascaron


en mi garganta y surgieron entre sollozos—. ¡Tú la tienes! —Había
elegido una vida diferente, y no podía recuperarla.

—¿Qué? —Su mano liberó mi muslo, y retrocedió—. Melanie, ¡por


favor no digas eso! Siempre te he querido. Solo a ti.

Apreté los ojos, sacudiendo la cabeza, desesperada por alejarme.


Tenía que alejarme. Me había prometido a mí misma que nunca me
convertiría en esta persona, alguien que se robaría lo mismo que me
habían quitado.

Daniel tenía una familia. Por mucho que siempre lo amara, eso
tenía que venir antes de que lo necesitara. Me volví para huir, incapaz
de estar en su presencia un segundo más.

Si me quedaba, solo tomaría más de lo que no era mío.


Abrí la puerta. Daniel intentó agarrarme del brazo y devolverme el
tirón.

—¡Por favor, Melanie! Por favor, no te vayas —suplicó. Me negué a


mirar hacia atrás. Tomé el pasillo, empujándome hacia adelante y
forzándome a alejarme.

Él estaba justo detrás de mí, suplicando.

—Por favor, Melanie. No te vayas —Sacudí su mano de mi brazo


cuando volvió a alcanzarme. Mis tacones eran resbaladizos contra el
suelo de baldosas mientras corría por el vestíbulo. En mi periferia, era
consciente de que su secretaria se puso en pie de un salto, con el rostro
atónito al ver cómo se desarrollaba la escena frente a ella. Las lágrimas
se hicieron más duras cuando me di cuenta de lo que acababa de poner
a Daniel aquí en su oficina. ¡Ni siquiera podía seguir siendo profesional
durante cinco minutos! Mis pasos no flaquearon cuando abrí la puerta
de cristal de par en par, sin aminorar la velocidad cuando atravesé la
calle corriendo.

Solo se escuchaba el sonido de las bocinas de los autos y el eco de


las súplicas de Daniel se perdía en la distancia.

Salté a mi auto y di un portazo, gritando una y otra vez—: No me


querías. No me quisiste. No me querías.

Julio de 2000

—¡Melanie, apúrate! Vas a llegar tarde otra vez —llamó mamá


desde la escalera, su voz estresada.

—¡Dije que estaba viniendo! —le grité mientras trataba de


agacharme para atarme los zapatos. Mi pierna derecha estaba apretada,
el constante dolor sordo ahora era una punzada aguda en mi muslo
cuando me esforzaba por alcanzar mi pie. Limpié la única lágrima que se
deslizó por mi mejilla. Era imposible separar el dolor físico del emocional.

Fisioterapia de nuevo. Lo odiaba. ¿No me habían torturado lo


suficiente? Pasaba tres días a la semana, todas las semanas, durante
casi los últimos cuatro meses en un gimnasio, estirándome,
empujándome, básicamente aprendiendo a caminar otra vez, y estaba
harta de eso. Mi estado de ánimo era agrio, y definitivamente no tenía
ganas de cooperar ya que alguien me “alentaba” a empujar un poco más.

—¡Melanie, ahora! —Me encogí ante el tono de voz de mamá.

Las cosas no habían ido bien aquí, y cada día empeoraban.

Estaba tan enojada cuando mis padres me obligaron a ir a Dallas.


Me molestaban y se lo hice saber a mamá. Pasé tres semanas completas
en la cama, sin querer hablar con ella ni mirarla, y apenas había comido.
Esa tercera semana, mi nuevo médico me exigió que comenzara la
fisioterapia y me dijo que nunca volvería a caminar si no lo hacía. Así que
pasé mi decimoctavo cumpleaños en mi primera cita, descubriendo lo
agotadora que iba a ser mi recuperación.

A pesar de lo doloroso que había sido, había hecho todo con una
sonrisa en el rostro. A pesar de que le insistí en que no me contactara
mientras yo estaba lejos, me había convencido de que él llamaría ese día.
Tenía dieciocho años y podía irme. Pero no había habido nada. Fue el día
en que sentí el primer destello de miedo que tal vez él ya no me quería.

Eludiéndolo— me dije que solo me estaba respetando, dándome el


espacio que había insistido que necesitaba.

Así que seguí asistiendo atentamente a mis sesiones de terapia


todos los lunes, miércoles y viernes y llorando en silencio por el abuso.
Diane, mi terapeuta, trató de ser amable, con sus propios ojos húmedos
al final de la hora, prometiendo que no siempre dolería tanto. Lo que ella
no entendía era que el dolor físico no tenía nada en el dolor en mi
corazón. Parecía que a medida que mi cuerpo se volvía más fuerte, mi
mente se debilitaba, una nube se asentaba a mí alrededor, pesada y
siniestra.

Echaba de menos a Daniel. Cada noche me arrastraba sola a la


cama, sucumbiendo al dolor que había sentido todo el día.

Enterraba el rostro en la almohada para tratar de ahogar el dolor


mientras le rogaba que viniera a mí. Mi cuerpo anhelaba el suyo,
necesitaba sentir su amor por mí. Durante la mayor parte de un mes, mi
madre había entrado corriendo a mi habitación todas las noches,
tratando de calmarme, pasando sus manos por mi cabello mientras me
prometía que estaría bien. La había maldecido, culpándola. Me suplicaba
que me detuviera, diciéndome que solo quería lo mejor para mí. Yo había
insistido en que ese era Daniel.

Ella dejó de venir la noche en que le dije que la odiaba.

Los días que pasaron solo lo empeoraron, cada uno era un


recordatorio de que todavía él no había llamado. Estaba en un constante
estado de desesperación, llorando a puertas cerradas y como una perra
total para cualquiera que se cruzara en mi camino. Nunca quise actuar de
esta manera, pero me encontré incapaz de salir de la depresión en la que
me encontraba. Había sido más difícil ir a mis citas, más difícil hacer mi
trabajo escolar, más difícil vivir. No podría hacerlo sin él. Hubiera estado
bien si se hubiera puesto en contacto conmigo, hubiera hecho algo solo
para decirme que todavía me amaba y que me quería. Hubiera felizmente
vivido esta frase hasta que pudiera volver con él. Pero no lo hizo.

Cuatro meses insoportables, y todavía nada de Daniel.

—¡Melanie!
¿No tenía idea de lo difícil que es ponerse mis malditos zapatos?
Me puse de pie, el primer paso siempre era el más doloroso. Hice una
mueca cuando comencé a bajar las escaleras, descendiéndolas tan
rápido como pude mientras mamá esperaba con impaciencia en el
rellano. Afortunadamente, ya no necesitaba a Mark para ayudarme a
subir y bajar. Odiaba depender de alguien, aunque estaba claro que mi
padrastro no compartía la opinión de mis padres sobre Daniel. Se había
tomado los momentos de mi vulnerabilidad mientras me llevaba
escaleras arriba para decirme que pronto estaría mejor y luego podría ir
con Daniel. La única esperanza que tenía era Mark y la energía que me
llevó de regreso a Colorado, el tirón en mi corazón que me decía a dónde
pertenecía, con Daniel.

Y ese era exactamente mi plan. Decidí que tan pronto como Diane
me diera de alta, volvería a él. Siempre había una inseguridad
subyacente. Sentía que Daniel tal vez ya no me quisiera, pero realmente
eso no era lo que yo creía. Todavía podía sentir su amor por mí, viajando
todos estos kilómetros durante todo este tiempo, y tenía que creer en eso.

Mamá jugueteó con sus llaves en su agitación, dejándolas caer dos


veces antes de encontrar la correcta para darle vida a su pequeño auto
rojo. Ella miró por encima del hombro derecho para retroceder por el
camino de entrada y me llamó la atención.

—Esto se está volviendo aburrido, Melanie. Tienes que dejar de


actuar como una petulante niña pequeña y crecer —Resopló mientras
frenaba en la calle, poniendo el automóvil en marcha. Mirando al frente,
sostuvo su mandíbula rígida mientras elegía sus palabras
cuidadosamente, su tono se suavizó—. Es hora de que te muevas.

—¿Qué quiere decir con eso? —le escupí.

—Melanie, Daniel ni siquiera ha tratado de contactarte en cuatro


meses. Ese no es exactamente el tipo de comportamiento que esperarías
de alguien que dice que se preocupa por ti. Ni siquiera te ha comprobado
para ver cómo estás. Podrías estar en una silla de ruedas por lo que él
sabe.

Mi ira ardía, alimentada por mi temor de que sus palabras


pudieran ser ciertas. Podía sentir mi rostro sonrojado, mis puños
acurrucados alrededor de los lados del asiento.

—Si recuerdas correctamente, mamá, estoy aquí por ti, no porque


Daniel no me quiera. Sabes exactamente por qué no ha llamado.

Estuvo callada por un momento antes de exhalar fuertemente por


su nariz.

—Si quieres culparme por todo esto, Melanie, entonces bien, puedes
hacerlo. Pero estar enojada conmigo no cambia el hecho de que no ha
llamado o… ni siquiera ha llamado uno de sus padres para que te
compruebe. ¿No parece un poco extraño?

Ella me miró, pero me negué a mirarla a los ojos, mirando fijamente


a mi regazo. Por supuesto que pensé que era un poco extraño. Me
atormentaba, pero no iba a admitirlo ante ella.

—Simplemente no quiero que te lastimes más de lo que ya estas,


cariño.

Apreté mis ojos con fuerza, un grito exasperado escapó de mis


labios fruncidos. ¿No quería que me lastimara más de lo que ya lo
estaba? ¿Cómo se atrevía?

—¿Ahora no quieres que me lastime, mamá? ¿Fue suficiente el


dolor que me causaste, y ahora quieres protegerme de más? ¿Así es como
funciona? ¿Estaba bien que me alejaras de la persona que más amo,
justo después de que nuestro bebé murió, así que tuve que llorar por ella
sin él? ¿Fue esa la cantidad justa de dolor para mí? Dime, mamá, ¡porque
me gustaría saber cuánto dolor crees que debería soportar!
Trató de recuperar el aliento como si mis palabras la estuvieran
sofocando. Sabía que dolían, pero me negué a retractarme.

—Melanie... yo... nunca quise lastimarte — sollozó, y su pecho se


sacudió mientras trataba de contener sus gritos—. Nunca entenderás
cuánto lo siento.

—Lo siento, eso no me quita lo que me hiciste... a nosotros.

Tal vez algún día la perdonaría, pero ahora no.

Siempre fui rápida en perdonar y nunca guardar rencor, pero lo que


ella hizo fue cruel, especialmente después de darme su bendición.
Todavía no entendía sus razones.

Ninguna de las dos hablamos mientras conducíamos; el único


sonido era el lloriqueo de mamá. Ella tragó aire mientras trataba de
contenerse. Me sentía culpable por molestarla tanto, pero necesitaba
entender cuánto me había lastimado.

Se detuvo en el estacionamiento y, por primera vez, no salió. Ella


solo miraba hacia adelante mientras yo luchaba por pararme del asiento.
Luego se apartó y me dejó sola, viéndola mientras se alejaba.

Sentí otra punzada de culpabilidad antes de alejarlo y someterme


a un día más de tortura con Diane.

Diane me aseguró que me estaba yendo muy bien y que


probablemente me quedaban tres o cuatro semanas más de terapia antes
de poder hacer los ejercicios yo sola. ¿Tres o cuatro semanas? Realmente
no pensé que podría esperar tanto tiempo.

Después de la sesión, abrí la puerta, no estaba segura de cómo iba


a llegar a casa. Mamá estaba esperando fuera. Pude ver a través del
parabrisas que su rostro era plano y carente de emoción. La única
evidencia de nuestra pelea eran sus mejillas manchadas de rojo.
Me subí al asiento delantero del pasajero, y ninguna miró a la otra
durante todo el camino a casa.

Lentamente, tomé las escaleras hacia mi habitación, sintiéndome


terrible por ignorar a mi hermanita que intentó hablar conmigo, y cerré la
puerta detrás de mí. Ya había tenido suficiente de este día, y ni siquiera
era la hora del almuerzo.

Iba en contra de mi naturaleza decir cosas tan desagradables a


mamá. Estaba tan enojada con ella por hacerme pasar por esto. Y si
fuera honesta conmigo misma, estaba enojada con Daniel. Enojada de
que me hubiera abandonado.

¡Por favor no! No podía permitirme pensar eso. Caí al suelo,


agarrando mi pecho, y enterré mi rostro en la alfombra. ¿Qué pasa si
mamá tenía razón? ¿Se había ido? ¿Había decidido que no podía darle lo
que quería en la vida? No, Daniel me amaba. Sabía que lo hacía. Podía
sentirlo, incluso aquí en mi vieja habitación a mil kilómetros de él. Pero
solo porque me amaba no significaba que quisiera estar conmigo.

Lloré en la alfombra por lo que parecieron horas, liberando todo lo


que había construido durante los días y meses separados.

Rodé sobre mi costado y me hice una bola, tratando de consolarme,


balanceándome mientras vertía cada lágrima que podía encontrar.

Comenzaron a disminuir la velocidad, y traté de reponerme,


girando para ponerme de rodillas cuando vi la pequeña caja metida
debajo de mi cama.

¿Cómo llegó eso ahí?

Era la misma caja que había visto en el mostrador del hospital. Lo


había notado una vez, pero lo olvidé de inmediato.
Alcanzando debajo de la falda de la cama, lo saqué. Sentada,
extendí las piernas frente a mí con mi espalda apoyada contra la cama.
Levanté la tapa, echándole un vistazo dentro, insegura de lo que
encontraría. Tarjetas. Un nudo se formó en mi garganta cuando me di
cuenta de lo que eran. Tomé la primera y las lágrimas comenzaron de
nuevo, esta vez no por mi enojo, sino por el amor que sentía.

Leí la portada. —Mejórate pronto —Al abrirla, vi que era de Stacy.


La siguiente era una tarjeta de simpatía de todos los maestros en Springs
High. Sonreí a través de mis lágrimas mientras los repasaba a todos,
cada uno me recordaba a todas las personas que se preocupaban por mí,
que me amaban, y sabía que no estaba sola.

Jadeé mientras sacaba el último artículo de la caja, dejándolo caer


mientras colocaba mis manos sobre mi boca para sofocar un grito. Mis
manos temblaron cuando alcancé la imagen que había caído boca abajo
en el piso.

No podía respirar.

Eva

Nunca la había visto, mi niña, pero allí estaba, metida en los


brazos de su papá. Ella era la cosa más pequeña que había visto en mi
vida. Aunque Daniel me lo había dicho, nunca podría haber imaginado lo
pequeña que realmente era. Sabía que estaba rota, pero no vi nada de
eso. Todo lo que vi fue lo perfecta que era. Mi corazón se regocijó de tener
esta parte de ella, este momento de su corta vida capturada para
siempre.

Y Daniel. No podía verle el rostro; él la estaba mirando. Pero podía


sentirlo; cómo la abrazaba tiernamente, la amó y cuidó mientras pudo.
También pude sentir su dolor, cómo se había roto su corazón mientras la
sostenía en sus brazos, y me di cuenta de lo mucho que me necesitaba.
No podía esperar más.
Traducido por Liliana
Corregido por Flopyta

Julio de 2000
Presté poca atención a lo que empaqué cuando metí la ropa en mi
pequeña maleta. ¿Dónde estaba ese simple vestido rojo que Daniel
siempre amó? Yo iría a él en eso.

Al sacarlo del armario, me lo puse rápidamente y me puse mis


zapatillas negras.

Mis manos temblaban de emoción. Salí corriendo, arrastré la


maleta detrás de mí. Bajé las escaleras más rápido que nunca antes,
yendo directamente al teléfono en la habitación familiar y llamando a un
taxi.

—¿Melanie? —Me tensé cuando escuché a mamá detrás de mí, con


la voz tensa—. ¿Qué está pasando? —Lentamente me volví hacia ella,
preparándome para lo que seguramente sería una pelea.

—Me voy.

—¿Qué?

—Regresaré a Colorado. No puedo quedarme aquí más tiempo


Tengo que volver con Daniel —Pasé por su lado y miré por la ventanilla
en busca del taxi, aunque sabía que no estaría allí en otros diez minutos.

—No, Melanie. No puedes... tú... todavía tienes que terminar la


terapia —tartamudeó, buscando una razón para hacer que me quedara.
—La haré allí —Me volví hacia la ventana, mirando el calor que
irradiaba el asfalto.

—Melanie, por favor no hagas esto. Tienes que quedarte aquí un


poco más. Por favor por mí. Te lo ruego —Me agarró del brazo, tratando
de acercarme a ella. Ella parecía tan desesperada y ¿asustada?

—Tengo dieciocho ahora, y haré lo que quiera —Me encogí de


hombros, sin querer permitirle influir en mi decisión. En ese momento, no
me importa lo que ella pensaba.

Era obvio lo mucho que odiaba a Daniel, y me negué a escuchar


cualquier cosa que ella dijera. Milagrosamente, el taxi se detuvo, y me
dirigí hacia la puerta, esquivándola mientras trataba de bloquear mi
camino.

—Melanie, no entiendes. Por favor, necesitamos hablar. ¡Solo


espera! —suplicó mientras pasaba junto a ella. La ignoré. Todo lo que
tenía que decir debería haberse dicho hace meses si era tan importante.

Metí mi mochila en el asiento trasero y entré.

—Aeropuerto.

El conductor vaciló, no estaba seguro de qué hacer con mi madre


tratando de abrir la puerta y suplicarme que saliera del taxi.

—¡Sólo vamos! —le grité. Él me miró antes de encogerse de


hombros y alejarse.

Mientras corría por la autopista, no podía quedarme quieta


mientras jugueteaba en mi asiento. Realmente estaba yendo.

—Ya voy —le susurré al espíritu de Daniel, prometiéndole que


pronto estaría allí.
La primera etapa de mi vuelo a L.A. abordó, y pronto estábamos
rodando por la pista. Cuando aterrizamos, tuve que correr para
encontrarme con mi vuelo de conexión a Boulder.

Cuando el avión aterrizó, todavía estaba volando. Casi me empujo


por el pasillo mientras todos se paraban para salir.

No podía recordar una vez en mi vida en que me hubiera sentido


tan emocionada, tan feliz. No podía esperar para ver el rostro de Daniel
cuando lo sorprendiera. Casi podía sentir la forma en que sus brazos se
envolverían a mi alrededor.

Llamé a un taxi y le di la dirección al conductor.

A medida que nos acercábamos, sacaba mis llaves de mi bolso,


golpeándolas contra mi muslo, mi pie rebotaba. Estaba a punto de
anochecer cuando salí del taxi. Respiré.

Casa. Mi corazón se hinchó con los pocos recuerdos preciosos que


tenía de este lugar.

Me quedé atascada cuando noté el destartalado pequeño auto


blanco estacionado en la calle. Esperaba que no tuviera compañía Yo
quería que este regreso fuera solo entre nosotros dos. Subí los dos
escalones, arrastrando mi maleta detrás de mí. Deslicé mi llave en la
cerradura y abrí la puerta.

Estaba lista para correr a sus brazos, pero la habitación estaba


vacía y sucia. Estaba aturdida. Daniel siempre había sido
meticulosamente limpio, pero la casa estaba destrozada. Una sensación
de inquietud me recorrió cuando entré. Traté de concentrarme en el tirón,
confiando en ello para guiarme hacia él.

Todo estaba en silencio, excepto por el sonido distante de la ducha


corriendo y el sonido de las ollas traqueteando en la cocina. El olor a
salsa de espagueti enlatada me picó la nariz.
Mi atención fue atraída por el pasillo, el alma de Daniel llamaba a
la mía, y comencé a buscarlo. No sé por qué, pero dudé, mi curiosidad
ganó, y caminé hacia la cocina. Mi cocina.

Caminando a través del arco, me congelé cuando vi a la chica rubia


con una camiseta roja ajustada y falda muy, muy corta, cocinando.
Estaba de espaldas a mí cuando estaba de pie frente a la estufa. Tardé
un segundo antes de reconocerla.

—¿Stephanie? —susurré. Tenía una sensación de hundimiento, el


golpe de hace unos momentos me dejó inconsciente. ¿Qué demonios
estaba haciendo ella en mi cocina?

Dio media vuelta, sobresaltada, su mano agarrando su pecho


mientras recuperaba el aliento.

—¡Mierda! ¡Me asustaste! —Su cara pasó de aturdida a irritada a


decidida en un segundo plano—. ¿Qué estás haciendo aquí, Melanie? —
Ella tenía sus manos en las caderas mientras me miraba. ¿Estaba
enojada?

—Daniel —Era la única palabra que podía formar, pero también era
la única que importaba.

Ella se volvió y comenzó a remover la olla, mi olla; la que Erin había


elegido para mí.

—¿De verdad creías que estaría aquí sentado esperándote,


Melanie? ¿Después de todo este tiempo? —Mi cabeza comenzó a girar.
¿Estaba diciendo lo que yo pensaba que estaba diciendo? No, no era
posible. Me quedé mirando inexpresivamente a la parte posterior de su
cabeza, esperando a que ella me explicara.

Ella giró hacia mí, su voz paternalista, suave y sarcástica mientras


inclinaba la cabeza para burlarse de mí.
—Realmente estaba desconsolado. Deberías darme las gracias.
Estuve aquí para recoger las piezas que dejaste atrás. Pero no le llevó
mucho tiempo darse cuenta de lo que realmente necesitaba. Alguien que
cuide de él, alguien que le dé lo que siempre ha deseado, algo que no
puedes hacer —Sus palabras cortaron a través del corazón mientras
confirmaba mi miedo más profundo. Desde algún lugar profundo, desde
un lugar donde las almas se conectan, una voz gritaba que sus palabras
eran imposibles. Él me necesitaba tanto como yo lo necesitaba.

No a ella.

La vi de pie en mi lugar, y sabía que nunca podría reemplazarme.


Ella no le quedaba como yo. Fui hecha para él. Mi cabeza comenzó a
temblar por sí misma.

—No. Te equivocas. No te creo. —Ella soltó una pequeña y malvada


risa, mi cuerpo retrocedió.

—Entonces, ¿por qué crees que estoy aquí, Melanie, en tu cocina,


preparando la cena para tu novio? —Me quedé allí, estupefacta, incapaz
de encontrar una respuesta aceptable a su pregunta. ¿Estaba
equivocada? ¿Realmente Daniel había avanzado? Aún podía sentirlo. No
creía que todavía sintiera la presión sobre mi corazón si él hubiera
renunciado a ese amor. Él tenía que amarme. Pero qué pasaría si no
fuera suficiente. ¿Qué pasaría si él quisiera más?

Ella debe haber sentido mi confusión, las preguntas corrían por mi


cabeza, el rechazo empezaba a filtrarse.

—¿No has hecho suficiente? ¿No lo lastimaste lo suficiente? Déjalo


ir, que sea feliz.

Extendí la mano para agarrar la pared en busca de apoyo, ya que


todo lo que ella dijo se derrumbó sobre mí. Pensar en él con ella era como
un cuchillo para mi corazón. ¿Se había estado quedando aquí? Las
visiones de los dos en nuestra cama pasaron por mi mente antes de que
pudiera detenerlos. Casi me pone de rodillas. Me fije en el mostrador.

—¡Vete! —Su voz me traspasó las orejas, punzando, ardiendo,


destruyendo—. Sal de mi casa —Se movió sobre mí mientras escupía sus
últimas palabras hacia mí. Me apresuré a escapar, tropecé con mis pies y
caí de rodillas en la sala de estar.

Me ahogaba por los sollozos que surgían de mi garganta mientras


luchaba por levantarme, mi pierna mala se volvía poco cooperativa
cuando intentaba escapar. Me arrastré por el suelo, arañando el sofá
para levantarme. Era casi imposible de soportar. El dolor era demasiado
grande; mi corazón roto demasiado pesado.

Pero tenía que escapar. No podría enfrentarlo. No podía escucharlo


decirme que no era suficiente. Sería demasiado.

Llegué al porche y cerré la puerta detrás de mí. Me acurruqué sobre


mí misma, agarrándome el estómago. Todavía estaba dentro, mis pies
pegados a la madera pelada debajo de mí. ¿Cómo podría alejarme de él
para siempre?

La idea me hizo físicamente enfermar. Casi no llegué a la


barandilla antes de vomitar sobre ella. Traté de forzarme a bajar los
escalones. Mis dedos se enroscaron alrededor de la barandilla mientras
me alejaba de este lugar. Los vellos detrás del cuello se levantaron.
Daniel estaba tan cerca. Apreté los ojos e intenté ignorar su atracción y
negar que lo necesitaba, pero era demasiado poderoso.

Lentamente, di media vuelta y lo vi por la ventana. Su cabello rubio


arena estaba oscuro por la ducha, peinado hacia atrás como si hubiera
pasado un peine sin pensarlo dos veces. Su camisa azul oscura se
aferraba a su cuerpo tonificado, sus pantalones vaqueros colgando de su
cintura.
La atracción era demasiado. Tenía que hablar con él, hacerle ver
que me necesitaba. Alcancé la puerta, pero me detuve cuando vi su rostro
mientras se volvía hacia la cocina.

Era hermoso y perfecto, y me rompió el corazón porque estaba


sonriendo mientras miraba hacia la cocina. Él estaba feliz, con ella. Me
atraganté con la bilis que subió a mi garganta una vez más.

Todo lo que siempre quise fue que él fuera feliz. Por supuesto, yo
quería ser quien lo hiciera de esa manera, pero tenía que aceptar que ya
no podía. Él necesitaba más.

Se merecía más. Me quedé mirando hasta que desapareció de la


vista.

Dejarlo fue lo más difícil que había hecho, pero tenía que hacerlo
porque lo amaba. Renunciaría a todo para hacerlo feliz. Haría cualquier
cosa para darle alegría.

Así que me obligué a marcharme.

Mi corazón murió mientras me alejaba. Mi sangre se sentía


estancada, amargada, envenenada, ya no llena de vida. Estaba
insensible. La única sensación que me quedaba era el tirón distante que
me llamaba de vuelta a él.

A ciegas, caminé por las calles, sin tener idea de a dónde iba. Me
encontré en un centro comercial y llamé a un taxi para que me llevara al
aeropuerto. Abordé un vuelo de regreso a L.A., mirando al frente, ya que
me alejaba de mi hogar, de mi amor, de mi vida. Solo ahora, mi vida
había terminado.

Aterrizamos en L.A. y finalmente me encontré en una sala de


espera, sentada sola en el bar y bebiendo un refresco que ardía mientras
viajaba por mi garganta seca. Era lo único abierto, y a nadie parecía
importarle que no debería estar allí. Estaba tan cansada. Todo lo que
quería era encontrar un lugar donde pudiera dormirme y nunca
despertar.

Sentí un movimiento a mi lado cuando un taburete se deslizó hacia


atrás, sus piernas crujieron contra el suelo. Seguí mirando mi bebida. Se
intercambiaron palabras, pero no pude preocuparme lo suficiente como
para escuchar. Un hombro me empujó, parcialmente sacándome de mi
aturdimiento.

—¿Pasaste una mala noche?

Levanté la vista para ver a un hombre sonriendo desde el asiento a


mi lado. Era más viejo que yo probablemente por veinte años. Su cabello
negro estaba meticulosamente peinado contra su cabeza, sus ojos fríos,
casi negros, curiosos al ver mi expresión. Hice una mueca, sin darle
ninguna respuesta antes de alejarme.

—Eres tremendamente bonita para estar sentada aquí sola —Me


encogí. Sabía que era... bonita. Daniel solía decírmelo todo el tiempo, y
era dulce, y me había hecho sentir bien. Pero algo sobre la forma en que
este chico dijo me hacía sentir sucia.

—¿Qué estás bebiendo allí?

¿No podía ver que no quería hablar con nadie?

—Um, un refresco.

Se rió entre dientes a mi lado antes de llamar al barman.

—¿Puedes traernos otro de estos? —Levantó su vaso en el aire, el


hielo tintineó contra los lados. La mujer dejó el vaso frente a mí, el líquido
oscuro de repente era muy atractivo. Nunca había bebido licor antes, pero
pensé que era un buen momento para comenzar. Llevé el vaso a mis
labios, tirándolo en mi boca y tomando más de lo previsto. Me ahogaba
contra el terrible sabor, mi reflejo nauseoso pateaba mientras trataba de
tragar.

Finalmente lo forcé hacia abajo, seguido con algo de mi refresco.

Otra vez, escuché la risa a mi lado. Él estaba entretenido.

Me negué a mirarlo mientras me llevaba el vaso a los labios otra


vez, esta vez con cuidado, y sorbí un poco. Tenía un sabor horrible, pero
encontré consuelo en la forma en que calentaba mi cuerpo. Sabía que era
malo beber alcohol para sentirme mejor. Simplemente no podía hacerme
cargo. Terminé el primer vaso antes de que él me diera otro.

—Esa es una buena chica —susurró contra mi oreja.

Mi piel se erizó contra su aliento en mi rostro, advirtiéndome,


diciéndome que algo no estaba bien, pero la mezcla de alcohol y
desesperación nubló mi juicio.

Lo miré. Su codo izquierdo estaba apoyado en la barra, y su


cabeza descansaba en su mano mientras me miraba. Su rostro era duro
y curioso.

—Entonces, ¿hacia dónde te diriges? —Entornó los ojos mientras


esperaba mi respuesta, llevándose el vaso a los labios una vez más.

Me encogí de hombros. No tenía a donde ir.

Se rió por lo bajo mientras tomaba mi barbilla y me acercaba más a


él. Cuando miró por encima de mi rostro, se sintió como si me estuviera
inspeccionando.

—¿No tienes adónde ir? —preguntó, con un tono áspero, dudoso.


Negué con la cabeza. Él resopló por su nariz, su pecho temblaba, ningún
sonido salía de su boca.

—¿Cuántos años tienes?


—Dieciocho —Fue solo un susurro.

Sus ojos se estrecharon, y me miró de nuevo. Se levantó y extendió


su mano.

—Ven —No fue una solicitud. Fue una orden. No sé por qué, pero
obedecí. Sentí náuseas cuando lo toqué, mi cuerpo rechazado por el suyo.

Sin embargo, lo seguí fuera del aeropuerto y en un taxi, sabiendo


que estaba regalando la única parte de mí que me quedaba.

Pero el alcohol en mi sistema argumentaba que no tenía a dónde ir,


nadie a quien recurrir. Insistía en que no podía volver con mi madre. Ella
se reiría en mi cara y me diría que había tenido razón todo el tiempo.
Daniel no me quería. Así que me convencí de que no tenía otra opción. Me
senté en la parte posterior del taxi mientras él pasaba los dedos por mi
brazo, el contacto provocaba escalofríos, la repulsión se arrastraba por
mis venas.

—¿Estás emocionada?

Mi corazón muerto se aceleró ante sus palabras, y me sentí


asustada y avergonzada. Nunca en un millón de años habría soñado que
alguna vez me delataría así.

El viaje al hotel más cercano fue corto. En silencio, lo seguí


mientras me conducía al hotel, y dejé que el entumecimiento tomara el
control mientras él arreglaba una habitación y me llevaba al ascensor.

Intenté no sentir mientras exploraba mi cuerpo, declarándolo como


suyo. Sus manos eran ásperas y duras, nunca gentil. Nunca me habían
tocado de esta manera. Daniel siempre me había venerado, adorado,
pero esto era algo que yo no entendía. Me ponía enferma. Me quedé
congelada debajo de él mientras trataba de buscar consuelo en mi mente,
traté de retirarme a otra época y lugar, pero no pude bloquearlo por
completo. Las lágrimas corrían por mi rostro, y oré para que terminara.
Cuando finalmente se apartó de mí, sentí que el vómito llenaba mi
boca. Estaba llorando antes de llegar al baño. Golpeando la puerta
detrás de mí, derramé el contenido de mi estómago en el inodoro. El
alcohol ardió cuando hizo su segundo pase por mi garganta. Me
acurruqué en una bola sobre el frío suelo, mi pierna me dolía más de lo
que nunca me había dolido. Agradecía el dolor. Me merecía el castigo por
lo que había hecho.

Mi alma llamaba a Daniel, rogándole que me consolara, que se lo


llevara todo. Rezaba para que él supiera, no importaba lo que había
hecho o a lo que me había sometido, que siempre sería mi único amor.

Me preparé en el inodoro y me puse de pie, buscando una toalla


para limpiarme el rostro, esperando que eso borrase algo de la
vergüenza. Miré mi reflejo en el espejo, mis ojos muertos me acechaban.
Me permití arrojar una última lágrima por la chica que conocí antes de
aceptar lo que ahora sería. Me preparé y entré en la habitación,
aferrándome a la toalla envuelta debajo de mis brazos, y miré fijamente
al extraño mientras pasaba los canales de la televisión sin intención. Él
me miró, su atención todavía estaba en el televisor mientras dijo—: Lo
harás.

Regresé a Dallas al día siguiente. Nicholas Borelli se sentó a mi


lado en la sección de primera clase, su postura relajada mientras leía el
periódico.

Acababa de darme, bueno, instrucciones.

Él me habló del trabajo que esencialmente me estaba empleando


para hacer. Ese era el trato. Jugaría a la pequeña esposa feliz y
atendería a todas sus necesidades. A cambio, él me daría un escape.
Podría dejar todo atrás y no tener el recordatorio constante de la vida que
una vez tuve.

Por supuesto, sabía que siempre llevaría a Daniel conmigo.


Nunca podría escapar de él. Lo sentí cuando Nicholas y yo
aterrizamos en Dallas. Lo sentí cuando fuimos al ayuntamiento y
firmamos documentos que nos hicieron marido y mujer. Lo sentí cuando
fuimos a casa de mamá, me senté y mentí, diciéndole que me había
enamorado. Las palabras fueron tan asquerosas, mi boca sangraba. Lo
sentí mientras atravesaba mi habitación, tratando de deshacerme de
cada recordatorio de Daniel y Eva que pude encontrar. Y lo sentí tres días
después cuando entré al avión para cumplir mi sentencia en el Infierno.

—¡No me querías! —Lloré una y otra vez.

El rechazo de Daniel fue fresco cuando las cicatrices se abrieron.

Lo quería tanto. Casi había cedido y me había convertido en esa


persona que me negaba ser. No sabía cómo me había arrancado de sus
brazos. Tenía que ser fuerte. Tenía que ser fuerte. Y la única forma de
hacerlo era mantenerme alejada de Daniel Montgomery.

.
Traducido por Bella' y por Walezuca
Corregido por Flopyta

Una vez más, me mantuve impotente y la vi alejarse. ¿Este


tormento nunca terminaría?

Sabía que la había presionado demasiado. Necesitábamos hablar


primero, sacarlo todo, yo me había rendido y todo debido a mi deseo de
que ella me llevase. Comenzaba a susurrarle al oído, a calmarla, a
decirle que necesitábamos hablar, deteniéndonos cuando sentí que su
boca se movía sin sonido contra mi mejilla.

Sus palabras eran claras y completamente falsas.

—No me querías.

Agité la cabeza, perplejo. No hubo un momento en mi vida en el


que no la deseara, la anhelara. ¿Cómo pudo creer que yo no la quería?

Esto no podía estar sucediendo. No la dejaría salir de mi vida otra


vez sin saber la verdad.

Me puse de espaldas, tiré de la puerta y corrí por el vestíbulo.

—¿Era esa quien creo que era? —Papá estaba al final del pasillo
jadeando. Apoyó una mano contra la pared para sostenerse, la otra
agarrando la parte delantera de su chaqueta.

Aparentemente, él había oído la tragedia y vino corriendo. Asentí,


sin querer tomarme el tiempo de explicarle la situación. Tenía que llegar
a ella.
Corrí a mi oficina, tomé las llaves del escritorio. Frenéticamente,
busqué mi bolso y tiré papeles por el suelo mientras los empujaba fuera
del camino.

Papá apareció en la puerta, sus ojos perturbados mientras miraba


mi oficina, tratando de juntar las piezas.

—Daniel, ¿qué diablos está pasando? ¿Cómo te encontró?

—Está casada con Nicholas Borelli —murmuré mientras seguía


rebuscando en mi escritorio.

Miró fijamente; el nombre no significaba nada para él.

—Borelli & Preston. —Le levanté las cejas mientras seguía


examinando los artículos de mi escritorio.

Su cuerpo se endureció, sus ojos abiertos y perturbados.

—Mierda —maldijo en voz baja, mirando con ansiedad—. ¿Qué ha


pasado? ¿Qué dijo ella?

—No se dijo mucho. —No iba a entrar en detalles sobre lo que


pasó—. No dejaba de decir que yo no la quería. No puedo entender qué
le haría creer eso. Tengo que encontrarla y darle sentido a esta locura.
—Vi el cuero negro tirado al lado de mi silla en el suelo. La agarré y la
metí en el bolsillo trasero, agarré mi chaqueta y me fui a la puerta.

Papá se paró delante de mí, bloqueando mi camino.

—Whoa. Tienes que dar un paso atrás, hijo. Estás agitado e


irracional. Es bastante obvio que estaba molesta y quería que le dieras
algo de espacio, así que eso es lo que necesitas hacer. —Su mano
estaba firme contra mi pecho, pero su cara era compasiva.
—La última vez que le di espacio, no la vi en nueve años y no hay
posibilidad de que vuelva a pasar. —Esta vez iba a luchar por ella, e iba
a ganar.

—Lo entiendo, Daniel. No digo que te alejes de ella para siempre,


pero necesitas darle tiempo para que se calme.

Pasé mis manos por mi cabello y di un paso atrás, intentando


soltar parte de la tensión que corría por mi cuerpo. Él tenía razón.
Necesitaba pensarlo antes de asustarla para siempre.

—Ni siquiera puedo imaginarme lo que sientes ahora mismo. Te


he visto sufrir más en los últimos nueve años de lo que nadie debería
sufrir. Pero tienes que darte cuenta de la seriedad de esta situación. Sé
que la amas... —vaciló, esperando que lo mirara a los ojos—. Pero, ¿has
considerado el hecho de que está casada? Siempre he esperado y rezado
para que volviera contigo, pero romper un matrimonio… —Se
estremeció al decir las últimas palabras, probablemente pensando que
sus palabras me cortarían, pero donde deberían hacerme sentir
culpable, no sentí nada. No la había visto con él.

—Ella no lo ama —dije en un tono plano, retirándome a mi


escritorio y hundiéndome en mi silla—. Tengo miedo por ella, papá. Si
vieras la forma en que él la miraba. —Mi cuerpo se agitó con un temblor
involuntario mientras pensaba en su interacción esa noche—. Tenía
tanto control, tanto frío. —Me eché atrás, mirando directamente a papá
—. Sabes que nunca he ido tras ella todos estos años porque pensé que
le debía algo de felicidad. Si fuera feliz o incluso satisfecha, la dejaría en
paz. Pero, papá, si la miraras a los ojos y vieras su cara, verías que su
alma está muerta. No puede vivir sin mí más de lo que yo puedo vivir
sin ella. No puedo creer que fuera un accidente que ambos
termináramos aquí en Chicago. Ella me ama. Me necesita. —Subrayé
las palabras—. Sé que lo hace.
Papá inhaló profundamente y se sentó en el borde de mi
escritorio.

—Esto es muy complicado, pero no puedo dudar de ti. Conoces a


Melanie mejor que nadie. Sabes que esto podría volverse realmente feo,
¿verdad?

Asentí. Claro que lo sabía, pero ella valía la pena.

—Entonces quiero que le des unos días para pensar las cosas. —
Miró a la pared, aparentemente enfocado en algún objeto inexistente.
De repente me miró con determinación—. Y luego ve y tráeme de vuelta
a mi hija.

Mis ojos revoloteaban abiertos, un tenue resplandor de luz


apenas ilumina la habitación. Mis brazos estaban envueltos alrededor
de mi almohada, su aroma aun me rodeaba.

Sonreí contra el algodón mientras giraba. Miré el reloj: seis treinta


y siete de la mañana.

Había soñado con ella otra vez. Las hermosas visiones de Melanie
reemplazaron las pesadillas que me habían atormentado durante los
últimos nueve años. En lugar de despertar por el dolor aplastante, me
desperté con el recuerdo de su piel suave debajo de mis manos, mis
dedos siguiendo senderos sobre sus pómulos, su cuerpo reaccionando
al mío. Había pasado mucho tiempo desde que me sentí tan vivo. Los
sueños eran más reales que la realidad agonizante que había
enfrentado sin ella. Durante cinco días, había esperado. Esos días los
había pasado anhelándola, incapaz de concentrarme en cualquier cosa,
excepto ella, sólo esperando mi momento. Hoy se acabó el tiempo. Hoy
no me detendría hasta que estuviera claro. No descansaría hasta que
supiera todo. No me rendiría hasta que Melanie Winters supiera que la
amaría para siempre.

Julio del 2000

Cuatro meses sin ella. Había estado acostado en la cama durante


tres días, consumido con nada más que Melanie. Cada pensamiento era
de ella y lo que estaba haciendo.

Era como si hubiera estado viviendo durante meses sin mi alma.

Abrumado por el dolor, viví día a día, esperando a que Melanie


volviera a mí.

Había vuelto a Dallas con su madre. Le había rogado que viniera a


casa conmigo, pero ella insistió en que necesitaba tiempo a solas para
lidiar con todo lo que había sucedido. Sabía que necesitábamos hacerlo
juntos. No podía entender cómo pensaba que sería mejor que
estuviéramos separados. Sin Melanie, cada segundo sería una tortura.

Pero tenía que respetar sus deseos. Después de todo, fue mi culpa,
y aunque nunca lo admitiría, sabía que le dolía incluso mirarme. Yo había
causado todo esto, y temía que nunca me perdonaría totalmente.

Ese simple pensamiento casi me mató. Sin embargo, prometió que


volvería a mí.

Lo peor de todo era que pensó que sería mejor si no estábamos en


contacto durante el tiempo que estuviera ausente. Dijo que tenía que
ordenar todo, y que sólo dolería peor si estaba en el teléfono diciéndole lo
mucho que la extrañaba.

Anhelaba oír su voz, sólo una llamada telefónica para aguantar


hasta que estuviéramos juntos de nuevo. Tomé el teléfono cientos de
veces al día para llamarla, sólo para decirle que la amaba y que no podía
esperar para sostenerla de nuevo. Pero sabía que estaba mal. ¿Cómo
podría hacer algo que me pidió que no hiciera? Además, la mamá de
Melanie probablemente contestaría. Peggy había dejado muy claro de
quién era la culpa.

Estaría contenta si Melanie no volviera a hablarme.

Peggy dijo que sólo quería lo mejor para Melanie, y era obvio que lo
mejor no me incluía. Así que esperé, pasando los movimientos cada día,
esperando que mi corazón volviera a mí.

Estaba listo para romperme. No podría seguir así mucho más


tiempo. No había ido a clase en una semana y apenas había hecho la
cama en los últimos tres días. Sólo quería recostarme aquí hasta que
Melanie volviera a mí. No tenía fuerzas para hacer otra cosa.

Un golpe en la puerta me sacudió de mis pensamientos. Apreté la


almohada más fuerte sobre mi cabeza, tratando de ahogar el ruido
incesante, pero la palpitación continuó, cada vez más fuerte.

—¡Vete de aquí! —grité mientras lancé la almohada al otro lado de


la habitación. ¿La gente no podía entender que sólo quería estar solo?
Obviamente no, porque quien quiera que fuera simplemente seguía
tocando. Gimiendo, me levanté, mi cuerpo dolorido por la falta de uso y
débil por falta de comida. Me arrastré por el pasillo, usando sólo mis
calzoncillos. Estoy seguro de que parecía tan cerca de la muerte como me
sentía. Listo para quitarme toda la frustración con quien estuviera en la
puerta, la abrí, pero me detuve cuando vi quién era.

Stephanie.

Mierda.

Se puso de pie en mi puerta en una camiseta y falda, pareciendo


nerviosa mientras jugaba con el final de su cola de caballo rubia tirado
sobre su hombro.
—Daniel Montgomery. —Dejó salir una respiración audible cuando
ella notó mi apariencia.

Me había estado dejando mensajes los últimos tres días,


preguntándome por qué me había perdido todas nuestras sesiones de
estudio, y nunca respondí. Habíamos forjado un poco de amistad durante
el último año como compañeros de estudio, y me convenció de tomar
Física durante la sesión de verano, insistiendo en que me ayudaría a
sacar mi mente de las cosas.

La semana pasada había decidido hacerlo. No podía concentrarme


en la escuela ahora mismo. Supongo que debería haberle avisado.

—¿Por qué no me volviste a llamar? Estaba preocupada por ti.

Parecía aliviada. No estoy seguro de lo que esperaba encontrar


cuando llegó aquí.

Me di cuenta de que estaba siendo grosero, así que le hice un


espacio para que entrara.

—Lo siento, no estoy muy bien ahora. —Sólo me quedé en mi ropa


interior, sintiéndome un poco tímido.

—Me lo imaginé, así que vine a hacerte la cena. —Levantó una


bolsa de papel—. Pensé que podrías necesitar a alguien para cuidar de ti.
—Estirándose, acarició mi mejilla con las yemas de sus dedos. Algo sobre
su tacto se sintió demasiado íntimo. Mis instintos se activaron,
diciéndome que sólo Melanie debería tocarme de esa manera. Me alivió,
no queriendo ofender a la única amiga que tenía, pero sin querer
animarla. Dolor pasó por su rostro antes de que arrugada la nariz.

—¡Eww! ¡Daniel! ¡En serio, apestas! Apuesto a que no te has


duchado en días. Ve a asearte mientras hago la cena. —Me sonrió,
asintiendo con la cabeza hacia el pasillo—. Y date prisa antes de que
pierda el apetito —bromeó, tratando de aligerar un poco mi estado de
ánimo.

Por un momento, se sintió bien tener un amigo que se preocupara lo


suficiente como para comprobarme.

Era duro estar aquí solo en Boulder.

Mamá y papá trataron de visitarme a menudo, pero con papá en el


hospital trabajando largas horas, era difícil para ellos aparecer aquí más
que cada par de semanas. Erin no volvería a casa de su viaje mochilero
por Europa durante otros dos meses. Se había empeñado en que
cancelara su viaje, sintiendo que necesitaba estar aquí para mí, pero
insistí en que se fuera. No había razón para que se quedara aquí cuando
no podía hacer nada por mí de todos modos.

Y no era como si fuera la mejor compañía.

Pero Steph vino a cuidar de mí.

Traté de sonreírle y me dirigí al baño. Encendí la ducha y entré en


el vapor. Respiraba y me dolía. La ligera presión en mis costillas sirvió
como un recordatorio constante de lo que había hecho, del daño que
causé. Le di la bienvenida al dolor; Dios sabía lo mucho que Melanie
había sufrido.

Me hundí hasta el suelo, puse cabeza entre las rodillas, y lloré. La


extrañaba mucho.

—Melanie, vuelve a mí. —Recé para que sintiera mi súplica.

Recordé que Stephanie me estaba esperando, así que me obligué a


levantarme y terminar mi ducha. Seco y vestido, salí a la cocina. Paré en
la entrada y vi a Stephanie trabajando en la estufa. Me imaginé que mi
chica nos hacía la cena. Sonreí cuando pensé en lo emocionada que
había estado Melanie mientras exploraba su cocina por primera vez,
recordando lo feliz que la había hecho.

Stephanie me vio de pie allí mirando y me dio una sonrisa brillante.

Volví a sonreír.

—Gracias por hacer esto, Steph. No sabes lo mucho que significa.


—Esto era lo que necesitaba, alguien que me obligara a salir de la niebla
en la que vivía.

Sentado allí comiendo los espaguetis que Stephanie había hecho,


me di cuenta de que no podía quedarme aquí y esperar a Melanie mucho
más tiempo. Necesitaba traerla de vuelta, y no podía hacer eso si estaba
desperdiciándolo en la cama.

Teníamos que seguir adelante. Iría por ella, y pronto.

Era principios de julio, así que Melanie ya habría terminado sus


cursos por correspondencia y tomado sus finales para terminar la
escuela. Odiaba que decidiera terminar la secundaria de esa manera. Me
destrozó sabiendo que no iba a cruzar el escenario para recibir su
diploma, tomarse fotos con su familia, y tener ese paso de adolescente
normal, otra cosa que era mi culpa.

Era una de las muchas cosas que no podía cambiar, algo que no
podía recuperar. Pero lo que podía hacer era poner fin a este sufrimiento
de nuestra separación.

—Por favor, ¡Dios, no! —No pude ver a través de las lágrimas
mientras traté de encontrar mi camino de regreso al aeropuerto de Dallas.
Llovía afuera, cayendo a mares, un relámpago parpadeando por el cielo
cada pocos segundos.
—¡Joder! —grité, golpeando el volante.

Grité otra vez mientras que esta vez estrellé mi cabeza en él,
intentando sentir algo más que el dolor insoportable que rasgaba a través
de mi pecho. Una bocina sonó detrás de mí. Estaba detenido en medio de
la carretera, desorientado e inconsciente de cualquier cosa a mi
alrededor.

A ciegas, me detuve a un lado, acurrucándome, jadeando a través


de mis lágrimas.

—Melanie, ¿cómo pudiste? Por favor, Dios, no —rogué. Vomito se


acumuló en la parte de atrás de mi garganta mientras las imágenes de
Melanie tocando a otro hombre inundaban mi mente. Empujé la puerta
para abrir. La lluvia caía sobre mi cabeza y todo giraba. Sentí como si me
estuviera ahogando.

Después de todo, me culpó.

No podía recordar volver al aeropuerto, pero de alguna manera me


encontré parado en el mostrador de boletos, entregándole a la mujer mi
tarjeta de crédito. Sus labios se movían, pero no oí nada de lo que dijo.

No sentí que el avión despegara o aterrizara, sólo me sentí


empujado a la acción por el hombre a mi lado, reuniendo sus cosas para
partir.

Mis padres habían llamado implacablemente durante las últimas


veinticuatro horas. Mi teléfono sonó constantemente, instándome a
responder. No podía lidiar con ellos ahora. Eso significaba reconocer que
mi Melanie se había ido, y no estaba listo para hacer eso todavía.

Me dirigí a casa, aturdido, pero demasiado pronto las emociones


me llenaron, listo para reventar.
—Tienes que llegar a casa antes de perderlo, Daniel. —Podría
hacerlo. Sólo tenía que ir a casa. Nuestra casa.

Cuando me salí a la calzada y tropecé con mi coche, la primera ola


de dolor me alcanzó. Las lágrimas corrían libremente y una risa amarga
se escapó de mis labios mientras pensaba en ella diciéndome que este
era el único hogar que ella jamás conocería.

Tomé la foto de nosotros en mi graduación de la estantería y la tiré


contra la pared, vidrio destrozado cayendo al suelo.

—¡Maldita de mierda! —grité mientras mi rabia hervía. Tan pronto


como las palabras dejaron mi boca me arrepentí de ellas, sabía que eran
una mentira. Nunca podría culparla. Era perfecta.

Y, sin embargo, no lo era.

Simplemente no entendía cómo podía hacer esto. Sabía que me


amaba. Siempre lo había sentido y nunca lo cuestioné. Traté de
aferrarme a ese conocimiento; era lo único que había tenido.

Tomé el marco roto y miré a mi chica, su hermoso rostro lleno de


tanta alegría. Le había quitado todo eso.

No había dormido los últimos dos días, y me derrumbé en mi cama.


Me lancé a la almohada, buscando alguna forma de consuelo e
imaginando que era Melanie la que me sostenía.

En la otra habitación, mi teléfono se alternaba entre zumbidos y


timbres, pero no podía empujarme a salir de la cama para responder. El
dolor era demasiado grande.

Traté de dejarme morir, de dormirme y de no despertar. En cambio,


me iría a la deriva a un sueño lleno de pesadillas que deberían haberme
destruido, despertar a una realidad que recé finalmente me terminara.
¿Habían sido minutos o días? No sabría decirlo.

—¿Qué? —murmuré para mí mismo, levantando la cabeza cuando


la puerta del frente chasqueó—. Mierda. —No había cerrado la puerta de
entrada cuando había vuelto a casa. No podía lidiar con nadie ahora. Mis
padres estarían preocupados, pero no podía enfrentarlos.

La puerta de mi habitación se abrió, y Stephanie se asomó a través


de la grieta, lo que permitía una corriente de luz en la habitación.

—¿Daniel? —llamó.

Maldita sea. Stephanie.

Se suponía que íbamos a salir hace un par de días, y me había


olvidado de hacerle saber que iba a Dallas.

—Steph, sólo vete. No puedo hablar ahora mismo. —Ella vaciló—.


¡Por favor! —grazné, mi voz áspera por el llanto.

Debí haber sabido que Stephanie nunca se iría. Empujó la puerta


abierta y se subió a la cama. Me alejé de ella, pero ella insistió, llegando
a frotarme la espalda.

—Daniel, sabes que estoy aquí para ti. ¿Qué pasa? Quiero decir, he
estado muy preocupada por ti. Te dejé por lo menos diez mensajes.

No podía responder a sus preguntas. Pasó sus dedos por mi


cabello.

No estaba frente a ella, pero estoy seguro de que podía sentir mi


cuerpo temblar mientras trataba de ocultar que estaba llorando.

—Daniel, Mírame.

No estaba seguro si quería permitir que me viera así o no, pero me


rendí, dando la vuelta para enfrentarla.
—Oh, Daniel, ¿qué pasó? Te ves horrible.

—Melanie me dejó —dije y me dolió.

Me miró por unos segundos, todavía corriendo su mano a través de


mi cabello. Pensé que iba a decir algo más, pero ella se inclinó hacia
adelante y me besó en su lugar.

Traté de alejarme, pero ella se apretó más y susurró:

—Por favor, déjame hacerte sentir mejor. —Mientras sus labios se


movían contra los míos.

Parte de mí quería empujarla, pero otra parte sólo quería sentir otra
cosa aparte del dolor.

Tal vez si me rindiera, lo enmascararía, aunque fuera sólo por unos


minutos. Así que la besé de regreso, duro.

Todo salió de mí, y se lo di a ella como si pudiera de alguna


manera tomar parte de mi carga. Las lágrimas empezaron a derramarse
de mis ojos mientras sostenía su cuerpo débilmente contra el mío,
presionándome en ella. Saqué su camiseta por su cabeza, sin importarme
lo que había debajo.

Sus manos se sentían mal contra mi piel mientras corrían por


debajo de mi camisa, sacándola. Pero la dejé hacerlo de todos modos.

—Por favor, sólo por un minuto, déjame olvidar. —Me hablé a mí


mismo, tratando de que todo se fuera, sin saber que había dicho las
palabras en voz alta.

—Sí, Daniel, olvídalo —me rogó mientras se quitaba la última


barrera entre nosotros. Me estrellé contra ella, rezando para que llenara
parte del vacío que sentía por dentro.

Sólo creció.
—¿Por qué estoy haciendo esto? —Negué con la cabeza contra su
cuello, tratando de que la culpa se fuera. Todo lo que pude ver fue el
rostro de Melanie.

Mi corazón clamaba por ella,

—Melanie... Melanie... Melanie, —Anhelando lo único que podría


completarme.

—No soy Melanie —dijo, su voz trayéndome de vuelta—. Es


Stephanie. —Se acercó y me tocó el rostro—. Déjala ir. ¿No lo ves? Ahora
finalmente podemos estar juntos.

¿Estaba loca? Más o menos, la empujé lejos de mi.

¿Qué había hecho? Rápidamente recogí su ropa y se la lancé. Tenía


que ser claro.

—Stephanie, nunca amaré a nadie más que a Melanie. Lo siento si


te he dado la impresión equivocada. —Negué con la cabeza por el error
que acababa de hacer, cavando a través de la pila de ropa en el suelo
para encontrar mi ropa interior.

—¡No! —Negó con la cabeza, vehemente—. Puedo sentirlo, Daniel.


Todo esto pasó por una razón. Era la única manera para nosotros de
encontrarnos el uno al otro.

Me sentí mal. Había confiado en ella y pensé que se preocupaba


por mí como un amigo, pero ahora estaba claro. ¿Cómo pude ser tan
ciego? Por primera vez en mi vida, quise pegarle a una chica.

El miedo me consumía durante el viaje a casa de Melanie. Todas


las dudas que había tenido acerca de mí mismo salieron a la superficie,
decirme que no era lo suficientemente bueno, recordándome lo que
había hecho. Traté de empujarlo hacia abajo, para erradicarlo, y sólo
permitió que la certeza de la revelación de Erin y la promesa de
empujarme a su casa para guiarme. Sin embargo, mi estómago aún
estaba en mi garganta. Tomé todo mi coraje, preparándome contra la
posibilidad de que Melanie pudiera, una vez más, rechazarme. Pero
estaba cansado de vivir con las preguntas; era hora de obtener
respuestas. Me ocuparía de las consecuencias más tarde.

Mis palmas estaban sudorosas por agarrar el volante. Había


estado sentado fuera de su casa por más de veinticinco minutos. Tragué
fuerte, limpiando mis manos contra mis jeans. Abrí la puerta del coche,
y su presencia se intensificó. Mis pies ya no se sentían pesados y se
aceleraron por la anticipación. Esto fue todo. Me subí a su porche, de
pie delante de su puerta. Otra ola de incertidumbre se apoderó de mí,
dejándome inseguro de mí mismo de nuevo. Me sentía como si me
volviera loco con el aumento constante de las emociones, cada una me
empujaba hacia adelante o arrastrándome hacia atrás.

Levanté mi mano y dudé antes de golpear contra la puerta de


madera. El llamado de alguna manera se sintió demasiado formal.

Por qué me molesté, no lo sabía. Melanie ya debería haber sabido


que estaba cerca.

Corrí mis manos incesantemente a través de mi cabello mientras


la esperaba, temor corriendo por mis venas. La casa permaneció
completamente quieta. De nuevo golpeé contra la puerta, esta vez más
fuerte.

—No me iré hasta que me hables, Melanie. —Apoyé la frente


contra la puerta y golpeé la palma contra ella. Su presencia era tan
fuerte, que sentía como si pudiera tocarla. Me di cuenta de que ella
estaba apoyada contra el otro lado, la puerta era nuestra única barrera.
—Por favor, Melanie —susurré contra la madera, mi corazón le
rogaba. Hubo un cambio en el aire y el sonido de deslizamiento del
metal. La puerta se abrió, pero sólo un mechón de su cabello castaño
era visible.

—No deberías estar aquí, Daniel. —Por mucho que quisiera que
creyera lo que dijo, sabía que mentía. La atracción era abrumadora, e
incluso si hubiera querido, nunca podría haberme ido.

Me empujé contra la puerta, intentando abrirla un poco más.

—Tenemos que hablar, Melanie, y no me iré hasta que lo


hagamos.

La sentí ceder y la puerta se abrió. Traté de recomponerme a


medida que avanzaba.

Me quedé en una sala de estar enorme, los muebles prístinos, sin


usar, y completamente desagradables. Me encogí, pensando en Melanie
viviendo en este lugar. No había ningún rastro de ella en absoluto. La
casa estaba desprovista de cualquier calor.

Lentamente, giré hacia ella, preparándome mentalmente. Mi


aliento se entrecortó, un bulto formándose en mi garganta cuando nos
encontramos cara a cara. Era tan hermosa que no podía pensar con
claridad. Parecía estar en pijama, pantalones y una camiseta rosa. Sus
hombros cremosos estaban expuestos, acentuando sus rizos marrones
descansando contra ellos.

Pero sólo me permití concentrarme en su rostro. Su expresión era


tan triste y cuidadosa, sus ojos de color esmeralda brillando mientras
luchaba para contener sus lágrimas.

Era difícil respirar con el peso en el pecho.

Todo sobre este momento.


—Melanie. —¿Cómo debía empezar? La necesidad de abrazarla
era tan intensa que dificultaba la forma de las palabras, pero luché
contra ello. Teníamos que hablar.

Permaneció de pie frente a mí y esperó, incluso en su respiración


no podía ocultar los temblores a través de su cuerpo. Se veía tan
asustada, tan rota, pero incluso eso no podía enmascarar el amor que
brillaba en sus ojos cuando me miraba. No pude evitar vocalizar el mío.

—Te amo.

Su labio tembló y lo succionó, sus ojos nunca dejaron los míos.


Las lágrimas se desataron, corriendo rápidamente por su rostro.

—Lo sé.

Tragué, y permití que el dolor llegara. No me retendría. Tenía que


saber que me había herido profundamente.

—Lo que dijiste en mi oficina el otro día... No podría vivir otro día
contigo creyendo que no te quiero. Tienes que entender, nada fue más
devastador que el día en que me enteré que me habías dejado.

El recuerdo doloroso brilló en mi mente.

—Ella no está aquí. —Peggy me miró con confusión como si


pensara que debería saber exactamente de qué estaba hablando—.
Melanie se casó, Daniel. ¿No lo sabías?

—¿Qué? —La frente de Melanie se arrugó, su voz de repente


alta—. ¿De qué estás hablando; el día que te enteraste que te dejé?

—Cuando fui a Dallas para recuperarte, Melanie. El día que tu


mamá me arrancó el corazón.

La voz de Peggy mi mente. —Ella es feliz, Daniel. Déjala ir.


Encontraras a alguien que te haga feliz como ella lo ha hecho.
—Apenas dormí o comí durante casi cinco meses. Pasé cada
minuto preocupándome por ti, soñando contigo, anhelándote. Traté tan
duro de respetar tus deseos de alejarte y dejarte sanar, pero era
demasiado. Tenía que venir por ti. —Las palabras estaban atadas con
mi decepción, cada una más caliente mientras la ira que siempre había
ignorado era liberada.

Nunca fue mi intención venir aquí y herirla más, pero ya era hora
de que fuéramos honestos el uno con el otro.

—¿Tienes idea de cómo se sintió? Descubrir que la única persona


que más amaba en este mundo me había dejado por alguien más, ¿y ni
siquiera tuvo la decencia de despedirse? Incluso entonces, nunca dejé
de amarte, de quererte, nunca.

El rostro de Melanie torcido de rabia.

—¿Cómo te atreves? —Furiosa, avanzando más cerca, sus manos


se balanceaban en pequeños puños—, ¡venir aquí y mentirme después
de todo este tiempo! Si no era lo suficientemente buena para ti deberías
habérmelo dicho. Aunque me hubiera roto el corazón oírte decirlo,
sabes que lo habría respetado, aceptado. —Ahora estaba en mi rostro—.
¡Pero encontrarla en mí casa! Fue cruel, Daniel. —Podía sentir que su
enojo se disipaba, dolor tomando su lugar. Sus manos que habían sido
puños a sus lados ahora eran puños en mi camisa.

La miraba, mi boca estaba abierta mientras trataba de procesar lo


que estaba diciendo.

—¿Quién? —tartamudeé.

—¡Stephanie! —gritó Melanie.

Mis manos temblaron por la mención del nombre de Stephanie.

¿Cómo sabía Melanie lo de Stephanie?


Alcancé a agarrar sus brazos, la obligué a mirarme.

—Melanie, por favor. —Estaba suplicando, pura y simplemente—.


Eso no significó nada. Estaba tan roto después de que te fuiste...

—¿Roto después de que me fui? ¿Me fui? —lloró—. ¡Nunca te dejé!


¡Nunca podría dejarte! ¡Nunca! —Su voz se suavizó cuando se acercó y
acarició mi mejilla—. Tú eras todo para mí, mi vida, mi alma. —Quitó la
mano temblorosa, dando un paso atrás, retirándose de mí.

Comencé a caminar, desesperado por recordar cada detalle de ese


tiempo. ¿De qué demonios hablaba?

¿Stephanie? Froté ferozmente la palma de mi mano sobre mi


rostro. Me apresuré a girar hacia ella, hablando con ella desde el otro
lado de la habitación.

—¿Sabías que vine a Dallas por ti, Melanie? —Sacudió lentamente


la cabeza con un no, causando que mi corazón se hundiera. ¿Nunca
supo que vine por ella? ¿Por eso pensó que no la quería? ¿Se sintió
rechazada porque esperé demasiado tiempo? Sabía que debería haber
ido. Cada parte de mí había insistido en ir.

Eso aún no explicaba cómo sabía lo de Stephanie. Dios, odiaba


tener esta conversación con ella, pero teníamos que sacarlo, sin
escondernos. Traté de expresarlo, así no sonaba como el idiota que
sabía que era.

—¿Sabías que estaba con Stephanie después de que volviera de


Dallas? —Incluso ahora, ese recuerdo hacía que mi piel se arrastrara.

Melanie negó con la cabeza, sus labios apretados. Su rostro


estaba agonizando cuando se obligó a decirlo, apretando los ojos
cerrados, negándose a mirarme.

—No, Daniel. Me enteré de Stephanie cuando llegué a Colorado.


Inhalé una bocanada de aire que no parecía encontrar.
Tambaleándome, traté de envolver mi mente alrededor de un hecho que
nunca había pensado posible. Melanie había vuelto a mí.

—¿Cuándo viniste a Colorado?

No dudó, no tenía necesidad de buscar la fecha.

—Siete de julio.

Me ahogué. Siete de julio. No fui a Dallas hasta el doce. Traté sin


éxito controlar mi temblor mientras todo se juntaba. Desde el otro lado
de la habitación miré fijamente a mi hermosa chica, dándome cuenta de
lo que debería haber sabido hace tiempo. No me dejó.

Mi corazón se regocijó y se rompió al mismo tiempo porque


Melanie había creído algo muy, muy equivocado; creyó algo tan malo
que era lo suficientemente poderoso como para destruir dos vidas,
nuestras vidas. Me sentí enfermo, ya que los escenarios posibles corrían
por mi cabeza, cada uno de ellos llevaba de vuelta a la misma persona.

—Melanie, ¿qué pasó cuando viniste a Colorado? —Cerré los ojos


en contra de sus palabras, preparándome para la rabia que sabía que
seguro estaba por venir.

Los apreté más fuerte cuando un fuerte sollozo salió de ella. Su


dolor se hizo eco en la habitación.

—Stephanie, —Se obligó a sacarlo, su voz temblando y


agrietándose—, me dijo que eras feliz... con ella.

Retrocedí el gruñido que retumbó en mi pecho. Esa zorra egoísta.


¿Cómo podría alguien ser tan cruel, tan egoísta para mirar a un ángel a
los ojos y mentir, con la única intención de robar y destruir? ¿Y cómo
podría Melanie haberle creído?
Volví a mirar a Melanie. Sus ojos estaban cerrados como si
estuviera tratando de bloquear los recuerdos.

La llamé con suavidad, persuadiendo a sus ojos para que se


encontrarán con los míos, desesperados por revelar la verdad.

—Melanie. —Di un paso tentativo hacia adelante mientras abría


los ojos—. Nunca la elegiría sobre ti. No sé lo que le dijo, pero lo que
sea, fue una mentira.

Tragando, di un paso más hacia ella, cerrando la brecha entre


nosotros.

—Es verdad, me acosté con ella, pero no hasta que me enteré de


que estabas casada, e incluso entonces no fue porque yo la quería —
confesé lentamente—. Sólo te he querido siempre a ti. Cada segundo
desde el primer momento en que te sentí cuando tu papá te dejó en mi
entrada y todos los días desde entonces, fuiste tú. Siempre tú.

Su rostro se puso blanco, la luz reflejaba las lágrimas en su


rostro.

—Me mintió. —Una afirmación tan simple, pero sabía que esas
palabras significaban más para ella de lo que nadie podría saber jamás.
Luchó contra sus lágrimas, mientras dolorosamente anunciaba—.
Nueve años, Daniel. Nueve años, y ahora es demasiado tarde.

—No, no digas eso —le ordené suavemente—. ¿Crees que


realmente es un accidente que esté aquí, Melanie? Sabes tan bien como
yo que nos reunieron de nuevo. No puedo vivir sin ti. No he vivido un
día sin ti —le rogué. Esto no podía pasar. No lo permitiría.

Habíamos pasado por mucho, y era hora de hacerlo bien.

Negó con la cabeza, mirando al suelo.


—No voy a intervenir entre tú y tu familia. Por mucho que te amé,
Daniel, me niego a ser esa persona. —Por supuesto, pensó que yo
estaba con Vanessa. Debí darme cuenta de lo que quería decir cuando
dijo que la tenía. Siempre había sido una de las personas más
honorables que conocí. Esto era otra cosa que me demostró que aún era
la chica que amaba. Renunciaba a lo que quería por hacer lo correcto.

Suspirando, corrí mi mano sobre mi cabello, buscando una


explicación.

—Nunca me he preocupado por nadie desde ti, Melanie, pero he


estado con muchas mujeres. —Hice hincapié en la palabra, orando que
entendería sin tener que entrar en todos los detalles sórdidos. No estaba
orgulloso de mis hazañas, pero me negué a esconderlas de ella—.
Vanessa y yo no estamos juntos. Nunca lo hemos estado. Fue una
noche igual que al resto. Ella me alcanzó el mismo día que te vi de
nuevo. Ese fue el día que me enteré del bebé. —Melanie me miró desde
el otro lado de la habitación, sus ojos intensos mientras absorbió todo.
Mi estómago estaba atado en nudos, mi cuerpo rígido mientras
esperaba, esperaba a que decidiera. Ambos sabíamos lo que era esto.
Tenía que tomar la decisión. Ninguno dijo nada. La habitación de
repente se sintió como si el techo cayera y las paredes se cerrarán,
atrayéndonos juntos. La energía circulaba a nuestro alrededor, su
aliento tan pesado que podía saborearlo. Nuestros pechos se levantaron
cuando nos dimos cuenta de lo mucho que habíamos perdido, lo mucho
que habíamos sufrido, cómo nos habían robado tanto tiempo. Sin
embargo, más fuerte que el pesar, era la fuerza que se agitaba en el
aire, hirviendo, surgiendo en nuestras venas. Nos recordó a dónde nos
había llevado, de pie sólo unos metros el uno del otro, insistiendo en no
perder un minuto más
Traducido por Walezuca
Corregido por Flopyta

No podía apartar la mirada mientras absorbía todo lo que decía,


todo lo que había revelado. Siempre me quiso. En algún lugar profundo
dentro de mí siempre lo había sabido. Siempre. Había vivido los últimos
nueve años exactamente como yo, solo, cada uno de nosotros a nuestra
manera. El aire era pesado, la energía quemaba mientras ambos nos
quedamos mirando, incapaces de moverse mientras nuestras mentes
rechazaban las mentiras que habíamos creído. Fue tan claro, y me sentí
tan tonta, pero ahora no era momento de arrepentirse. Mi vida estaba
de pie frente a mí y este amor ya no sería negado.

—Daniel —llamé suavemente y sin vacilar. Levanté mi mano, mis


dedos flotando en el aire mientras le hacía señas hacia a mí.

Alivio se mostró en su rostro, y cerró el espacio entre nosotros.


Estiró su mano para encontrarse con la mía, las yemas de los dedos se
reunión con las yemas de los dedos, las almas regocijándose en el
contacto.

Inhalé, mi corazón se detenía mientras sus ojos pasaban de los


dedos a mi rostro. Su boca se movió, dándome la sonrisa más triste,
más dulce que he visto.

—Te extrañé. —Asentí con la cabeza, nunca estuve más de


acuerdo con una declaración.

Las lágrimas continuaron por mis mejillas mientras le ofrecía mi


propia y triste sonrisa.
Me limpió las lágrimas, mi mano nunca salía de la suya. Su
sonrisa creció, la verdadera alegría final y brillando en sus ojos, pero
sus palabras aún llenas de tristeza.

—Me perdí este rostro. —Dejo mis dedos para sostener mi rostro
con las manos. Su tacto era tan calmante y lleno de amor que agitó
todos los nervios de mi cuerpo—. Y esta boca. —Su pulgar pasó por
encima de mi labio inferior antes de que su boca capturara la mía en un
beso lleno de adoración.

Me aferraba a sus bíceps por apoyo. Mis piernas se sentían


débiles mientras miraba fijamente a sus ojos. Su amor era tan intenso,
sin embargo, su alma tenía tanta tristeza. Me preguntaba si su herida
fue tan profunda que nunca pudo sanar.

—Y estos ojos —Ahogó las últimas palabras mientras se movía


suavemente y besaba cada uno de mis párpados. Retrocedió, sus manos
agarrando mis hombros—. Me perdí nueve años. —Sus manos
temblaban contra mi piel mientras me sostenía, su angustia aparente, y
no podía aguantar más.

Tomé su rostro en mis manos y llevé su boca firmemente contra


la mía, aplastando mi cuerpo al suyo, exigiendo que nunca me dejase ir.
Reaccionó al instante.

Una mano encontró la parte inferior de mi espalda mientras la


otra estaba en mi cabello, llevándome aún más cerca. Sus labios eran
fervientes pero tiernos y dulces, siempre, siempre dulces. Mi cuerpo
estaba ardiendo, deseo me atravesaba mientras me entregué
completamente a él. Esta vez no me retendría.

Mis manos viajaron del rostro de Daniel a su cabello, tirando un


poco, y finalmente abrió la boca. Succioné su labio inferior y corrí mi
lengua contra él, sosteniéndolo firmemente en mi boca. Gruñó de un
lugar profundo en su pecho.
—Melanie —murmuró mientras su boca se apoderaba de la mía.
Su mano viajó desde mi cabeza, por mi cuello, y sobre mi espina dorsal
para unirse a la otra en la parte baja de mi espalda. Su calor resurgió
en mi cuerpo. Las palmas de sus manos presionado en mis costillas
mientras acariciaba arriba y abajo, sus pulgares pastando por los lados
de mis pechos.

Me retiré, jadeando, necesitando aire. Sus ojos buscaron los míos,


abrasadores, llenos de necesidad. Debió haber encontrado su respuesta
en el rubor de mi rostro, porque sus manos bruscamente se movieron a
mis muslos levantándolos, e instintivamente envolví las piernas
alrededor de su cintura.

Gemí mientras me presionaba. Anhelaba sentirlo. Estrelló sus


labios de nuevo contra los míos y comenzó a caminar, susurrando
contra mis labios

—¿Dónde? —Señalé con la cabeza a la habitación de invitados.

—Allí.

Sus ojos se precipitaron detrás de mí, y me llevó a la habitación,


nunca rompiendo nuestro beso. Pateando la puerta se cerró detrás de
nosotros, me llevó a través del suelo hasta el final de la cama. Las
sábanas aún estabas torcidas y enredadas de mi noche de sueño.

Cuidadosamente, me puso en las sábanas, dando un paso atrás


para mirarme fijamente con ojos intensos. Nunca me había sentido más
amada, o más preciada, su reverencia evidente mientras me miraba con
adoración. Lentamente lamió sus labios, tragando, sus palabras
gruesas en su garganta mientras dijo:

—Te amo, Melanie.

—Te amo, más que nada —contesté.


Se elevó sobre mí, su cuerpo visiblemente temblando.

—Esto es para siempre.

Me apoyé en los codos, mirando al hermoso hombre de pie


delante de mí, su declaración simple cuando prometió que nunca
volveríamos a estar separados.

Susurré de nuevo:

—Para siempre. —No tomaría nada menos.

La habitación era vaporosa, las ventanas cubiertas, el sol un


tenue resplandor a través de los listones de las persianas. Su rostro se
ablandaba, y lentamente se arrastró por el colchón hasta mí,
arrodillado entre mis piernas. Sus manos se posaron sobre la cama a
cada lado de mi cabeza, su cuerpo por encima. Sumergiéndose,
ligeramente rozó sus labios sobre los míos. Mis labios se separaron,
esperando anticipadamente.

Mis manos viajaron por sus brazos para descansar sobre su


cuello.

Su piel estaba caliente, y su pulso latía bajo mi toque.

Mis manos se presionaron contra él, desesperada por sentir su


amor y deseo con cada latido. Extendiéndose, acarició mis mejillas, mis
labios y mis ojos. La misma mano corría por mi cuello y sobre mi pecho,
sus dedos separados mientras que mi corazón golpeaba contra su
mano.

—¿Cómo he podido mantenerme alejado de ti? Escuché esto


llamándome todos los días. —Pude sentir su aliento por mi rostro, sus
palabras tan tristes, llenas de mucho arrepentimiento—. ¿Has oído el
mío?
—Sí. —Exhalé mientras todo mi cuerpo comenzó a temblar debajo
del suyo. Su presencia era abrumadora. Sus ojos me contemplaban,
llevándome profundo en su alma, en su hermosa alma que tenía tanta
tristeza y tanta pérdida.

Cubriendo su mano con la mía, sostuve su mano firme contra mi


pecho.

—Mi corazón sólo latía porque aún podía sentir tu amor. Era la
única cosa que tenía. —Su mano se movió lentamente, presionando en
mi piel a través de mi camisa. Trajo su boca de nuevo a la mía, sus
labios lisos a medida que se movían, su lengua dulce.

Explorando el cuerpo que había extrañado tanto, mis manos


corrían lentamente sobre su pecho y sus brazos. Sus músculos
temblaban cuando mis dedos se arrastraban sobre ellos. Moví mis
manos a su espalda, llevándolo a mí, suplicando silenciosamente
sentirlo, todo de él.

Su mano por debajo de mi espalda, acercándome, su cuerpo


presionando firmemente al mío.

—Daniel —dije con un gemido en la parte de atrás de mi


garganta.

Todo mi cuerpo se encendió cuando empezó a moverse


lentamente contra mí. Me mojó con besos de boca abierta el cuello, y
hormigueos derribaron mi espina dorsal cuando viajó a través de la piel
sensible a la parte posterior de mi oreja, lamiendo y chupando todo el
camino. Se movió más abajo de mi cuello, sobre mi hombro, y besó
sobre mi clavícula.

Encontré el dobladillo de su camisa y lo saqué. Se sentó, y le


arranqué la tela sobre la cabeza, la arrojó al suelo y dejó expuesto su
pecho agitado. Se lanzó hacia mí, esta vez su boca urgente. Sus manos
estaban por todas partes mientras las corría por mi cuerpo.

—Me gustaría poder decirte lo que estoy sintiendo en este


momento —susurró contra mis labios, su voz ronca con el deseo—.
Cuántas veces he fantaseado sobre esto.

—Sí... —susurré de nuevo, incapaz de expresar mis propias


emociones, muchas, demasiado fuertes.

Reunió mis manos en una de las suyas, y la otra examinaba la


carne expuesta de mi brazo. Su mano rozó mi mandíbula y mi cuello
antes de masajear mi pecho.

Dejó salir una respiración fuerte cuando encontró la cinta de mis


pantalones, sus dedos temblando mientras tiraba del lazo flojo.

Me miraba a los ojos como si pidiera permiso. Levanté mis


caderas, y su mano se deslizó entre la tela y mi piel, empujando mis
pantalones abajo centímetro a centímetro hasta que cayó al suelo. Sus
dedos acariciaban mi piel desnuda, despertando el deseo que siempre
había tenido por él, pero nunca pensé que encontraría liberación.

Su rostro estaba tan cerca, su frente contra la mía, su respiración


temblorosa mezclándose con la mía. Sus gentiles manos empujaron mi
camisa y la levantaron sobre mi cabeza, sus ojos mirando los míos.

El aire fresco golpeó mi piel desnuda y se mezcló con el calor que


irradiaba de Daniel. Escalofríos excitantes corrían por mi cuerpo.

Sus ojos sobre mí. Tomó aire ruidosamente mientras miraba


hacia abajo a mi carne desnuda.

—Tan hermosa —murmuró, más para sí mismo que a mí, y sus


ojos viajaron más lejos. Oí un suspiro, y su cuerpo se puso rígido.
Traducido S.O.S. por Walezuca
Corregido por Flopyta

Mis ojos vagaban por su cuerpo, notando cada cambio y


recordando todo lo que era igual. Me quedé paralizado, mi aliento se
detuvo mientras el viejo dolor tomo su lugar. Eva. Su rostro se filtraba
por mi mente, mis ojos estaban llenos de lágrimas cuando vi la carne
cicatrizada, evidencia tangible de mi hijita. Nuestra pequeña. Miré a
Melanie. Su rostro lleno de comprensión, su amor y el dolor por Eva
mezclado con el mío. Mis dedos temblaron mientras llevaba una mano
tentativa para tocarlas, para correr mis dedos a lo largo de la piel
estropeada en la perfección, la deformidad de un tesoro. Me dolía
abrazar a mi pequeña mientras mi boca dejaba besitos a lo largo de las
heridas cicatrizadas. Oré para que de alguna manera Eva pudiera sentir
mi amor por ella.

Encontré el rostro de Melanie, desesperado por decírselo a la


única persona que sabía que entendería.

—La extraño. —Dedos suaves se acercaron para correr a través de


mi cabello. No se necesitaban palabras mientras lloramos por nuestra
hija, nuestra angustia se dio libremente el uno al otro. Y por primera
vez desde que perdí a Eva, mis pensamientos de ella no eran
completamente insoportables.

Nunca dejaría de extrañar a mi pequeña, nunca dejaría de


amarla, pero mientras Melanie y yo nos aferramos el uno al otro, sabía
que podía terminar y permitirme sanar.
La intensidad del momento era abrumadora en el tranquilo
silencio de la habitación llena con amor y necesidad. La tensión creció a
medida que nuestra energía aumentó en el aire. Finalmente, fue
demasiado.

—Daniel, por favor.

Palabras sencillas, palabras que me hacían muy feliz de escuchar.

Enganchando mis pulgares alrededor de los bordes de sus bragas,


las bajé lentamente por sus piernas.

—Hermoso —salió de mi boca mientras la veía completamente


desnuda y esperándome.

Me deslicé de la cama, y me quité los pantalones y los calzoncillos


en un movimiento rápido y los tiré a un lado.

Lentamente, me arrastré de nuevo entre sus piernas. La bañaba


con adoración, con mis manos, mis labios y palabras, amándola. Su
cuerpo reaccionó bajo mis dedos, y sabía que estaba tan ansiosa como
yo.

Estrellé mi boca en la de ella para ver su cara. Nunca me había


sentido más amado, más completo. Los ojos verdes me miraban
fijamente, llenos con tanta emoción. El espíritu de Melanie nadó detrás
de ellos, prometiendo que lo era todo.

La amaba tanto. Quería decirle lo mucho que significaba, pero


nada de lo que dijera sería suficiente.

Tomé sus manos en cada una de los mías y las presioné en la


cama a cada lado de su cabeza, abrazando su cuerpo. La energía era
tan intensa que casi se quemó.

—¿Estás lista para mí?


Asintió, su cuerpo temblando como me anticipó. Sus ojos
sostenían los míos, y la empujé lentamente, cada nervio ardiendo en
espera del mayor placer que podía conocer. Su cuerpo ya no sólo
temblaba, se estremecía y sacudía debajo de mí. Se sintió tan bien, tan
perfecta, tan bien, y oh, había esperado esto durante nueve años, e iba
a perderlo en menos de cinco segundos.

Seguí reteniéndome mientras ella subía. Me deleitaba con la vista


delante de mí. La piel de Melanie estaba enrojecida, radiante y
resplandeciente. Su rostro expresaba éxtasis y vida; un espíritu
despertó, dos almas se reincorporaron, lo que marcó el momento más
significativo en mi vida mientras se convertía en uno conmigo.

Sudor brilló a través de su frente, su boca retorciéndose con un


toque de satisfacción. Casi lloré cuando empezó a moverse por debajo
de mí.

—Espera... no te muevas. —Sólo necesitaba un minuto, o cinco—.


Te sientes muy bien —susurré contra su oreja.

Luché para recuperar mi control, centrándome en el latido de su


corazón y el calor en sus ojos. Acaricié su rostro y besé su boca. La
intuición se hizo cargo, y comencé a moverme con ella.

Los recuerdos que tenía de hacer el amor con Melanie no podían


compararse con lo real. Esta gratificación física era mayor que cualquier
otra. Siempre. Nada podría sentirse mejor. Pero fue mucho más allá de
eso, esta conexión que compartimos. Casi lloré mientras se aferraba a
mí, clavando sus uñas en mi piel mientras compartíamos los abrazos
más íntimos. Estaba asombrado de poder sostener a esta preciosa
mujer otra vez, la que había invadido cada uno de mis pensamientos
durante más de once años.

Once años.
El miedo se apoderó de mi mientras pensaba de estar sin ella de
nuevo.

—Prométeme —gruñí desesperado mientras me movía en su


contra—. Promete que nunca me dejarás. —Manos dulces y suaves
acariciaron mi preocupación, y Melanie pronunció la única palabra que
siempre aceptaría.

—Nunca.

—Nunca te dejaré ir otra vez, Melanie. Nunca. Nada intervendrá


entre nosotros... nada. —Destruiría cualquier cosa, cualquiera que
intentara quitármela. Estar lejos de ella ya no era una opción. Era mía,
sólo mía.

—Nunca —prometió de nuevo, firmemente, inquebrantable.

Finalmente me entregué a ella, mi cuerpo se apresuró contra el


suyo. Estaba perdido en murmullos suaves de amor, nuestro calor y la
ruptura. Oleadas de liberación salieron desde el cuerpo enrojecido de
Melanie, haciendo señas, persuadiéndome. Las palabras de amor y
necesidad y devoción llegaron indistintamente mientras grité de placer,
un placer que no tenía comparación. Era un placer que era más
profundo que la física. Era un placer alcanzado por un corazón
haciéndolo todo. Era un placer encontrado sólo en mi hermosa y
perfecta chica.

El cielo.

No había otra manera de describirlo.

Melanie estaba envuelta en mis brazos, su cabeza en mi hombro


mientras corría los dedos blandos sobre mi pecho.
Mi mano hacia arriba y abajo de la piel suave y cremosa de su
hombro y brazo, el otro envuelto alrededor de su espalda sosteniéndola
cerca.

Habíamos permanecido en silencio juntos durante más de una


hora, disfrutando del toque del otro. Teníamos mucho de qué hablar,
pero no podíamos dejar pasar este tranquilo momento.

No podía creer que estuviera acostado junto a ella, junto a mi


vida. Hacía mucho tiempo, acepté que nunca volvería a vivir de verdad,
que simplemente existiría. Cuando llegó a buscarme, renací. Miré hacia
abajo para encontrar sus ojos.

El dolor, tan evidente esta mañana, había sido borrado.

Su boca se extendió en una sonrisa radiante. Se veía tan feliz. La


llevé ahí. Las mejillas de Melanie inmediatamente se enrojecieron, y
enterró la cabeza en el hueco de mi brazo, murmurando en la piel:

—No tienes idea de lo mucho que extrañaba tu sonrisa. —Se


apoyó en su codo para mirarme, corriendo los dedos sobre mi pecho
desnudo.

Extendí una ceja, bromeando.

—¿Eso es lo que te perdiste?

Lanzó una risita antes de volverse seria, su voz baja y atada de


tristeza.

—Te extrañé, Daniel. Todo sobre ti, incluyendo esa sonrisa.

—No tienes idea de lo mucho que te extrañé.

—Creo que sí. —Se desplazó hacia arriba para reclinarse en una
almohada contra la cabecera y metiendo la sábana debajo de su brazo
mientras se volteaba para enfrentarme. La imité, tratando de relajarme
con la repentina incomodidad que llenó la habitación. Era evidente que
nuestro tiempo de silencio había llegado a su fin.

Teníamos que discutir temas que preferiría tener encerrados en


un armario y nunca pensar en ellos de nuevo.

Tomó mi mano, manteniéndola entre nosotros.

—¿Cómo nos pasó esto?

Negué, exasperado por el hecho de que probablemente pasaría


toda la eternidad haciendo la misma pregunta y nunca encontraría una
respuesta.

—No tengo ni idea, Melanie. —La jalé más cerca, odiando la


distancia—. ¿Cómo puedes creer que elegiría a Stephanie ante ti o por
alguien más, para el caso? ¿Alguna vez había mostrado algo menos que
compromiso contigo?

Hizo una mueca, su cuerpo rígido.

—Tenía dieciocho años y el corazón roto, Daniel. No sabía lidiar


con todo lo que había sucedido. En un momento parecía que lo había
perdido todo, Eva, mi capacidad para tener hijos. Estaba deprimida e
insegura. En ese estado de ánimo era fácil de creer que habías sido
robado de mí, también.—Suspiró y cerró los ojos, antes de abrirlos para
mí, arrepentidos y llenos de culpa—. Nunca debería haber dudado de tu
devoción por mí. En lo más profundo, siempre supe que me querías,
pero esos pensamientos no paraban de arrastrarme. Sentí que ya no era
lo suficientemente buena para ti y que merecías más.

Cerré los ojos, dándome cuenta de todo lo que había sacrificado


porque pensaba que era lo que yo quería. Enganché mi dedo índice
debajo de su barbilla, llevando su rostro angustiado al mío.

—Melanie, no hay tal cosa como la familia sin ti.


Le limpié las lágrimas mientras corrían por su rostro.

Su cabeza temblando contra mi palma, su cabello colgando sobre


su hombro y la sábana.

—Dijiste que seguías teniendo esos pensamientos. ¿Cuándo?


¿Qué te hizo pensar eso?

Su voz era suave, vacilante, pero necesaria si íbamos a lidiar con


ello y dejarlo atrás.

—Cuando me dijiste en el hospital que no podía tener más hijos,


fue lo primeo que pensé.

Me senté asombrado; mortificado mientras esta chica rota estaba


en el hospital, que había estado preocupada por mí.

—Y entonces, cuando nunca me llamaste —su voz comenzó a


temblar mientras luchaba a través de las palabras—, comencé a
preocuparme de que podría ser la forma real en que lo sentías.

La acerco a mí, susurrando consuelo mientras corrí mis dedos


por su cabello.

—Nena, quería llamarte cada día, cada segundo. Eras en todo lo


que pensaba. Debí hacerlo, lo sé. Fui tan estúpido, pero me dijiste que
no y... —dije, mi voz se apagándose. Si le hubiera marcado una vez en
las mil veces que había recogido el teléfono, nada de esto habría
sucedido.

—¿Y qué, Daniel? —presionó, sin dejarlo ir.

—Y me culpé a mí mismo —admití en derrota, sabiendo que mi


culpa era probablemente el mayor factor en todo esto. Suspiré y corrí mi
mano a través de mi cabello en un intento de calmarme—. Cuando
volviste a Dallas, me arrancó el corazón. Estaba devastado. Estaba
convencido de que era porque pensabas que era mi culpa y necesitabas
alejarte de mí. Cuando no me llamaste en todo ese tiempo, una parte de
mí empezó a creer que no podías perdonarme. —Arrugó la frente,
sacudiendo la cabeza.

La miré, incrédulo.

—¿Qué esperabas que creyera, Melanie? En un minuto te vas a


mudar con mis padres, y al siguiente me dejas, me dices que no me
ponga en contacto contigo. Sólo asumí que habías terminado y te disté
cuenta de la verdad, que fue culpa mía.

Sus manos suaves acunan con firmeza mi rostro.

—Daniel, nunca, ni por un día, alguna vez te culpo.

—Lo sé, Melanie. Sólo trato de hacerte entender lo que sentí


entonces. Honestamente, es lo que sentí hasta hace tres semanas,
cuando Erin finalmente me dijo que tus padres te obligaron a salir.

Melanie hizo una mueca.

—¿Te dijo?

Asentí mientras corría mis dedos sobre su mejilla.

—Deberías habérmelo dicho.

—Sólo estaba tratando de protegerte —susurró con urgencia.

—Lo sé, pero estuvo mal ocultármelo.

—Lo siento mucho, Daniel. Te necesitaba tanto. —Comenzó a


sollozar lentamente, con los brazos apretados alrededor de mi cuello. La
hice callar, susurrando lo mucho que también la había necesitado, que
no estaba enojado, que ninguno de los dos era culpable. Quizás ambos
éramos demasiado jóvenes e ingenuos para manejar las circunstancias
en las que nos habíamos encontrado. La respiré, agradecido de que a
pesar del desastre que habíamos creado, estaba aquí en mis brazos.

Respiró profundo, sus lágrimas deteniéndose.

—Me gustaría que hubieras sabido que siempre habías estado en


mis pensamientos. Cada noche rezaba para que pudieras oírme.

¿Cómo hemos pasado estos años separados sintiendo


exactamente lo mismo? ¿Cómo fue que uno de nosotros no se rompió y
buscó al otro?

—Lo sé. Invadiste... todo. No fui nada sin ti. Me las arreglé para
terminar la Universidad y mi residencia, pero sólo lo hice por mis
padres y tener algún tipo de distracción del dolor. Te quería todos los
días. Me quedé fuera pensando que habías encontrado algún tipo de
felicidad en tu vida nueva. —Hice una mueca, una vez más horrorizado
por lo que mis suposiciones habían causado.

Un sonido que sería imposible de recrear vino de lo profundo,


dentro de la garganta de Melanie, algo parecido a la náusea justo antes
de vomitar.

—Era cualquier cosa menos feliz. Nunca podría haber estado sin
ti, pero aun así me las arreglé para terminar en el lugar más miserable
que posiblemente podría haber ido. —Eventualmente, tendría que
preguntarle cómo se involucró con un idiota como Nicholas. No pensé
que pudiera soportarlo en este momento. Hoy nos habíamos ocupado de
lo suficiente sin evocar los celos que la conversación traería
seguramente. La idea de que alguien más tocara a mi chica me tenía
cerca del homicidio. Ahora mismo, sólo quería hacerle saber que nunca
volvería a experimentar ese tipo de dolor otra vez.

—Está detrás de nosotros ahora, nena, —Me retiré de nuevo para


que pudiera sonreírle—. No volverás a estar sola. —Asintió, sus ojos
brillaban, pero su actitud finalmente estuvo relajada, comenzó a
centrarse en lo que iba a venir. Sus manos volvieron a trazar patrones
en mis brazos y hombros, cada toque tierno y con afecto.

—¿Recuerdas cuando nos prometimos el uno al otro cada vez que


algo nos molestara hablaríamos de ello?

Asentí, el recuerdo claro.

—Rompimos esa promesa.

Exhalé lentamente por la nariz.

—Lo sé. —Cuando la hicimos, pensé que sería como una simple
promesa por mantener, una promesa de confianza y confiar el uno en el
otro. Para mí, Melanie y yo ya teníamos eso, y no debería haber sido un
problema. Sin embargo, ambos permitimos que nuestras inseguridades
negaran ese juramento.

—No podemos dejar que vuelva a suceder. Tenemos que hablar,


pase lo que pase.

No habría necesidad de preocuparse por eso.

—No voy a ninguna parte. No podrás deshacerte de mí ahora,


aunque lo intentaras. —Sonrió a mi admisión, asintiendo de acuerdo.

Melanie se inquietó en un minuto.

—¿Cómo está Erin? —Se estremeció cuando el nombre pasó a


través de sus labios. No se me había ocurrido antes de eso que Melanie
había extrañado a Erin, tanto como Erin la extrañó.

—Realmente está muy bien. Te extraña.

Me miró escépticamente.
—Te ama, Mel. Créeme cuando digo que has sido un punto
delicado entre nosotros todos estos años.

—¿Qué?

Suspiré, sin mirar hacia adelante para esta revelación.

—Ella había ido a Europa después de la graduación. No regresó


hasta después de que fui a Dallas por ti, y cuando se enteró de lo que
pasó, iba a ir a buscarte, insistiendo en que algo tenía que haber
sucedido. Pero no la dejé. La hice prometer dejarte en paz y nunca
ponerse en contacto contigo.

Melanie retrocedió como si la hubieran abofeteado.

—¿Por qué?

—¿Por qué? Porque pensé que era una idea realmente brillante en
ese momento, que te estaba haciendo un favor, que sería más fácil para
ti de esa manera.

Gemí, una vez más disgustado conmigo mismo.

—Pensé que te sentirías culpable por irte, si Erin te enfrentaba al


respecto. Melanie, nena, pensé que me… que nos querías fuera de tu
vida. Tú y yo sabemos cómo es Erin. Ella te habría empacado y
regresado a casa, incluso si eso no era lo que realmente querías. No
pude permitirlo. Quería que vivieras, que fueras feliz, y pensé que eso
significaba quitar a mi familia de la foto.

—Pensé que me habían abandonado. —Melanie negó con la


cabeza.

—Lo siento mucho, Melanie. Te lastimé, al mismo tiempo


pensando que te estaba protegiendo. —La acerqué, rezando que
ninguna de las cosas que teníamos que hacer fueran un lío entre
nosotros.

—No te disculpes, Daniel. Entiendo lo que intentabas hacer.


Estaba tan sola. Había perdido a todo el mundo, todo; tú, Eva, Erin. —
Me estremecí con sus palabras, dándome cuenta de que no tenía ni idea
de lo mucho que había sufrido—. Tu mamá y tu papá habían sido como
padres para mí, y ellos simplemente... se fueron —vaciló—. ¿Sabes que
no he hablado con mi padre desde que abandoné el hospital hace nueve
años? Y las cosas con mi mamá, bueno, nunca fueron las mismas. La
he visto un puñado de veces desde entonces, pero nunca pude
perdonarla completamente por haberte alejado de mí. —Sola. Sabía lo
vacía que había estado, lo sola que se había sentido.

Sin embargo, tuve a mis padres que me habían apoyado, se


aseguraron de que sobreviviera cada día, y una hermana que me amaba
y me animaba. Sin ellos, nunca hubiera estado donde hoy estoy. Al
principio me habían mantenido cuerdo y respirando, pero Melanie no
tenía a nadie.

—Nunca estarás sola de nuevo. —Podría prometerle eso.

Realmente estaba un poco sorprendido de que no tenía una


relación con sus padres. Sí, arruinaron nuestras vidas, sin duda. Pero
eran sus padres, y Melanie siempre fue la primera en perdonar. No
podía entender que hubiera pasado este tiempo odiándolos. Por otro
lado, nunca olvidaría que ellos fueron los que pusieron en marcha la
cadena de acontecimientos que finalmente me quitaron a mi chica.

—¿Realmente no has hablado con tu padre desde que dejaste el


hospital?

Frunció los labios, sacudiendo la cabeza.


—No, ni una sola vez. Ni siquiera sé por qué estaba más
enojado… si porque estaba embarazada o el hecho de que se lo oculté.
De cualquier manera, me repudiaba. Al principio me dolía, pero con el
tiempo me di cuenta de lo idiota que era. Quiero decir, ¿quién haría
eso?

Negué, era su pérdida. Estaba seguro de que estaba enojado con


él mismo, no con Melanie.

—¿Qué hay de tu mamá?

Melanie suspiró fuertemente, metiendo el mechón de cabello que


caía en su rostro detrás de su oreja.

—No sé. Sabía que nunca la había perdonado por completo.


Supongo que sólo mantuvo su distancia debido a ello. —Parecía tan
triste por todo el asunto, aunque su boca se movió un poco en la
esquina mientras hablaba—. Llamó hace unas semanas. Yo sólo podía
decir que las cosas eran diferentes. Vendrá la semana de acción de
gracias. Creo que vamos a estar bien. —Con eso, sus labios se abrieron
en una sonrisa real, y aunque no sería tan fácil para mí perdonar a
Peggy, era obvio que Melanie necesitaba a su madre en su vida. No
habría manera de que me interpondría en el camino de eso.

Giré de espaldas, llevándola conmigo. Me deleitaba con la


sensación de su cuerpo desnudo presionado contra el mío mientras
yacía contra mi pecho. Mis manos acariciaban lentamente su espalda,
sus hombros, su cabeza, saboreando la sensación de su cabello
mientras caía sobre sus hombros y sobre los míos. Dedos amorosos
corrían a través de mi cabello, trazaron mi mandíbula, y jugaron por
mis labios.

Su toque se sintió tan bien, la perfección a través de mi piel.


Parecía pensativa mientras jugaba con un mechón de mi pelo.
Sus ojos finalmente se encontraron con los míos y llenos con alguna
emoción desconocida.

—Vas a ser padre. —Me puse rígido debajo de ella. Rodé, sentado
en el costado de la cama. Pensar en el bebé de Vanessa hizo difícil
respirar. Melanie se arrastró detrás de mí, y nos envolvió como un
capullo con la sábana. Se inclinó sobre mí, manteniéndome apretado—.
Daniel... ¿qué pasa? —Su toque me calmó. Corrí mi mano sobre mi cara
y a través de mi cabello.

—Yo… yo… —Miré hacia otro, incapaz de enfrentarla, pero


incapaz de mentir—. No lo quiero. —Sabía que esa afirmación estaba
equivocada de muchas maneras diferentes. Y honestamente, me
aterraba la reacción de Melanie hacia ello.

Melanie permaneció en silencio mientras continuaba


calmándome, sin vacilar en los movimientos rítmicos que hacía sobre
mis hombros y cuello. Con la boca cerca de mi oreja, habló en voz baja.

—¿No lo quieres? ¿Quieres hablar de ello?

¿Quería? No realmente, pero no podía esconderme de ello mucho


más tiempo. En tres meses tendría un hijo si me gustaba o no.

Me volví hacia ella. Mis labios estaban apretados mientras


estudiaba el rostro de Melanie, buscando cualquier indicio de cómo se
sentía por el hecho de que iba a ser padre. Todo lo que encontré fue
preocupación por mí.

—Metí la pata. Fui descuidado y estúpido, ahora hay un niño que


va a sufrir por un error que cometí.

—¿Por qué crees que sufrirá? —Su voz era suave, confusa.

Y aquí fue donde fallé.


—Porque no puedo amarlo.

Su mano se detuvo por un momento antes de reanudar su


tranquilizante consuelo, el ligero temblor en la yema de los dedos era mi
única pista de que estaba decepcionada de mí, tal como debería ser.

—Daniel, lo siento mucho. No puedo imaginar por lo que estás


pasando, pero estoy aquí para ti, lo que sea que necesites. —Bien, no
decepcionada, sólo comprensión, y simpatía.

Tenía miedo de expresar las palabras. ¿Y si esto fuera demasiado


para ella? ¿Podría pedirle que tratara con todo mi equipaje?

—Voy a tener la custodia compartida.—La miré, esperando que


entendiera lo que esto significaría.

Su boca se abrió.

—No entiendo. ¿Pensé que no lo querías?

Exhalé fuerte, deseando saber la respuesta a esa pregunta.

—No sé lo que estaba pensando cuando le dije a Vanessa que eso


es lo que quería. No estoy seguro de si fue por rencor o por obligación.
—Me encogí cuando las palabras salieron de mi boca, horrorizado de mi
admisión, pero no podía ser nada más que sincero con Melanie—.
Supongo que probablemente un poco de ambos.

Estaba seguro de que pesaba un poco más en el lado del rencor,


exigiendo el control, haciendo cualquier cosa para tomar algo de ella, de
Vanessa. Ella había estado molestando últimamente, enviando
mensajes de texto y llamando continuamente, tratando de involucrarme
en el embarazo y, sin duda, con ella. Casi me retractaba de mi
reclamación al niño y ofrecerle hacer solo un cheque. Pero pagarle le
daría control y no haría nada para evitar que me acosara en el futuro.
Me niego a permitir que eso suceda.
Esperé, dándole a Melanie la oportunidad de digerir toda esta
información. Me puse inquieto cuando no dijo nada. Finalmente,
incapaz de tomar su silencio por más tiempo, le supliqué:

—Por favor... di algo. Dime lo que estás pensando.

—Estoy pensando que te amo, y que pasaré contigo con todo lo


que tengas que lidiar.—Pronunció las palabras sin vacilar, libremente.

Giré y la llevé hacia mí, tirando de ella en mi regazo. Mis brazos


envueltos alrededor de ella para mantenerla cerca, abrazarla y mecerla
como una niña.

—Gracias. —Era todo lo que podía decir.

Miré el pequeño reloj de la mesita de noche. Ya eran más de las


dos. Llevábamos casi cuatro horas en esta cama.

—Vamos, vamos por tus cosas. —Midiendo lo poco que sabía


sobre su matrimonio, estaba apostando a que Melanie tenía muy pocas
posesiones. Lo que no cabía en el coche, simplemente lo
reemplazaríamos.

Lanzó su cabeza hacia atrás encontrándose con mi rostro, con las


cejas alzadas mientras volvió a sentarse.

—No puedo irme todavía. —¿Qué? Después de todo lo que


acabamos de compartir y nos prometimos, ¿cómo puede decir: "No puedo
irme todavía”?

—Ni hablar. —La idea de dejarla aquí con Nicholas, ni siquiera


traté de ocultar mi repugnancia—. No te compartiré con ese imbécil.

—Alto. Escúchame —dijo, agarrando mis hombros—. Nunca me


compartirás. Soy tuya. Si miras a tu alrededor —dijo, gesticulando
alrededor de la habitación con la mano—, verás que aquí es donde
duermo. No he compartido su cama desde la noche de la cena. Sabía
entonces que era tuya, aunque no pudiera tenerte. Me di cuenta de que
nunca más podría entregarme a nadie más, en especial a Nicholas. —
Me relajé un poco, no porque estuviera cediendo sino por el alivio de
saber que Melanie no se había acostado con él.

—Esto no se trata sólo de nosotros, Daniel. ¿Qué hay con tu


edificio? —Me miró puntualmente, como si de alguna manera podría ser
más importante que ella.

—Me importa muy poco el edificio, Melanie. No significa nada.

—Tal vez no para ti, pero ¿qué pasa con Shane y Katie? Son la
única familia que he tenido todo este tiempo. Los amo, y les debo esto
por todo lo que han hecho por mí. Honestamente no sé si podría existir
si Katie no hubiera estado ahí para mí, y no puedo hacer algo que
pusiera en peligro la libertad de Shane.

—¿De qué estás hablando?

Melanie me miró y se encogió de hombros.

—Shane odia a Nicholas casi tanto como yo. Con el beneficio del
edificio, planea romper con él y empezar su propia compañía. Lo
necesita. Tenemos que por lo menos hablar con él y averiguar cómo
hacer esto sin poner en peligro el acuerdo.

Era tan frustrante, Melanie siempre pensaba en todos excepto en


ella misma. No veía cómo Melanie dejando a Nicholas afectaría al
edificio. Tenía un contrato firmado. Nicholas tenía que atenerse a eso,
¿no? Honestamente, ni siquiera había mirado el contrato cuando lo
firmé, así que no tenía ni idea.

Bien, así que tal vez necesitaba hablar con Shane, y mi abogado.
Las manos de Melanie volvieron a mi rostro y me obligaron a
mirarla.

—Y mi mamá, necesito tratar de resolver las cosas con ella, para


conocerla de nuevo. La echo de menos. —Miró hacia abajo pensando
profundamente antes de dirigir sus ojos de nuevo a los míos—. No estoy
avergonzada de nosotros, pero creo que ella y yo tenemos que resolver el
pasado antes de que le diga que estamos juntos de nuevo. —Me quejé
de frustración, pero sabía que Melanie tenía razón. Aun así, no podía
imaginar salir por esa puerta sin ella—. Si crees que quiero quedarme
aquí, estás equivocado. No hay otro lugar en el que quiera estar que
contigo. Pero tenemos que pensar esto y asegurarnos de no herir a
nadie en el proceso, incluyéndonos a nosotros mismos. —Me di cuenta
de que su decisión era firme, y era difícil discutir con ella cuando
claramente tenía razón. Sabía que era correcto, pero eso no lo hacía
más fácil.

—Me mata totalmente dejarte aquí. —Me sostuvo más cerca,


exhalando suavemente, sabiendo que me había rendido.

Sabía que una pequeña parte de ella deseaba que me negara y la


arrojara sobre mi hombro y la llevara a la puerta.

—Lo sé —estuvo de acuerdo—, pero tenemos que hacerlo.

Giró y me llevó a la cama a su lado, su rostro en paz mientras me


sonreía. A pesar de que había sido difícil volver a nuestros problemas,
habíamos llegado al lugar donde nuestras preguntas fueron
respondidas, y confiábamos en nuestro futuro.

Nuestro futuro.

Melanie me besó sólidamente en la boca, tarareando con alegría


mientras se acurrucaba cerca de mi lado.

—Además, ¿esta tarde fue tan mal?


Sonreí, acariciando la piel suave de su cuello.

—No, no, no del todo mal —acepté mientras mis manos


empezaron a vagar por su cuerpo.

El ambiente era iluminado mientras compartíamos dulces besos,


caricias suaves, y promesas íntimas. Llegué a ella por segunda vez ese
día con la desesperación de nuestros corazones rotos fueran sustituidos
por la seguridad de lo que sería.
Traducido S.O.S. por Walezuca
Corregido S.O.S por Lelu

Observé mientras el auto negro salía lentamente. Tomó todo en


mí no correr tras él. Me quedé ahí en silencio mientras desaparecía de
mi vista, preguntándome si esto calificaba como romper la promesa que
nos habíamos hecho, la única que me ataba para decirle todo lo que
estaba sintiendo, lo que temía, y lo que necesitaba. Si, probablemente.
Pero no podía decírselo a Daniel.

No conocía a Nicholas como yo.

Era la única en dar testimonio de las cosas altamente


cuestionables que habían hecho en mi casa durante los últimos nueve
años, cosas que Nicholas había hecho sin dudar un segundo si le
beneficiaban de alguna manera. Lo había visto mentir, engañar y robar.
Recorrería cualquier distancia para evitar que algo dañara su
reputación, su prepotencia.

Cuando Daniel me dijo despreocupadamente que consiguiera mis


cosas para que pudiéramos irnos, me atrapó con la guardia baja. Era
como si estar con él no hubiera sido real, que la tarde fuera un
producto de mi imaginación, y pronto me despertaría para vivir mi
inexistencia.

Al darme cuenta de lo que Daniel planeó, se solidificó la realidad


de lo que habíamos experimentado y me entró el pánico.

Inmediatamente, me inundaron las visiones del castigo que


Nicholas me impondría cuando me arrastrara de regreso aquí. La
mayoría de ellos se centraban en Daniel siendo dañado de una forma u
otra por mi culpa. Así que busqué razones para quedarme y, bueno,
parecían bastante probables porque, de hecho, eran verdaderas.
Teníamos que asegurarnos que lo que habíamos construido funcionara,
y era tiempo de que me reconciliara con mamá. Tenía que ver como
sucedía eso. El hecho era, sin embargo, que de un modo u otro, esas
situaciones pudieron haberse resuelto sin mí aquí.

Muy en el fondo, probablemente estaba siendo irracional.


Probablemente Nicholas no me haría nada, pero tenía que tener tiempo
para pensar en cómo dejarlo. Lo tomaría mucho mejor si no viniera a
casa y me encontrara afuera. Si me alejara gradualmente de él, no se
escandalizaría cuando finalmente me fuera. Lo esperaría. Era lo que
había planeado hacer inicialmente cuando había hecho planes para
irme con Katie, así que esto no sería diferente.

Sólo necesitaba un par de semanas para aclararle a Nicholas que


él no era mi dueño. Entonces me iría. Lo vería a través de la visita de mi
mamá, y me aseguraría de que Daniel y yo no lastimásemos a Shane y
Katie con decisiones precipitadas. Entonces sería libre.

Una sonrisa contenida apareció en mi rostro al pensarlo. Libre,


con Daniel. Había pasado nueve años aquí. De alguna manera resistiría
unas semanas más.

Me retiré a la casa, llena de emociones que durante tanto tiempo


me habían faltado en la vida y que casi no las reconocía.

Anduve descalza a través del piso fresco, mis pies ligeros como si
ya no pesara. Tarareé silenciosamente mientras me paraba frente al
refrigerador, sacando los ingredientes para el salmón que había
planeado hacer para la cena. Sellé el salmón en papel de aluminio y
coloqué los paquetes en el horno antes de bailar por la cocina para
comenzar el agua para el arroz. Me detuve cuando atrapé mi reflejo en
el arco de la ventana que daba al patio trasero.
Y sonreí, totalmente y con todos los dientes.

Corrí a la habitación para tener una mejor vista, el espejo


confirmando lo que había visto en la ventana borrosa.

Sí, mi cabello era un desastre y mi ropa arrugada y desaliñada.


Pero mi rostro, estaba sonrojado y brillante.

Era yo. La verdadera yo… no la Melanie rota, sino la pequeña de


mi madre. La misma niña quien se sentó en las rodillas de su madre.
Las misma niña que corrió alegre y trepó árboles en el patio trasero de
su papá. La que se quedó hasta tarde riéndose con sus amigas en
octavo grado mientras soñabamos con nuestro primer beso. La chica de
quince años que se enamoró de Daniel Montgomery; la misma que lo
amaría hasta el día en que muriera. Casi la había olvidado, pero ahí
estaba, mirándome fijamente, sus ojos encendidos y vivos.

Tracé el contorno de mi rostro, tocando la piel acalorada de mis


mejillas y tocando las arrugas en las esquinas de mis ojos como si
tuviera que confirmar que lo que estaba viendo era real.

Sonreí una vez más a mi reflejo antes de dirigirme de regreso a la


cocina. La alegría rodeándome como un aura, flotando en el aire denso
y grueso, pero a diferencia del peso del dolor, proporcionaba consuelo y
calidez.

Daniel me amaba, me quería, me tenía. La experiencia era


eufórica. Fue como si nos hubieran llevado a otro reino, a un lugar
donde sólo existíamos nosotros dos.

Retomé la preparación de mi cena con fervor. Mis manos


trabajaron con precisión mientras cortaba la cebolla y los tomates para
una ensalada. Mis dedos mojados por la lechuga mientras arrancaba
las hojas de la cabeza pieza por pieza. Mi cuerpo húmedo con
excitación, junto con el zumbido que venía de mi boca.
No había nada que pudiera afectar mi estado de ánimo.

Bueno, excepto por el sonido del garaje abriéndose y el ronroneo


del auto entrando. Me juré que no dejaría que Nicholas me robara este
sentimiento. En vez de centrarme en el sonido de sus pisadas haciendo
eco por la casa, me centré en el calor que aún cubría cada centímetro
de mi cuerpo por el toque de Daniel y la forma en que sus labios se
sentían contra los míos.

Mi rostro resplandeció.

Desvié mi rostro cuando Nicholas entró a la habitación,


ocultándome al agacharme para recuperar el tazón de ensalada de plata
del armario inferior de la isla. Me detuve cuando oí que la puerta del
refrigerador se abrió. La espalda de Nicholas hacía mí, y rápidamente
me puse a trabajar llenando el tazón con los ingredientes que
esperaban en el mostrador.

No le dije nada. Simplemente ignoré su presencia. Rodó la tapa de


la botella de cerveza y cruzó sus brazos sobre su pecho. Suspirando
profundamente, descansó contra la puerta cerrada del refrigerador y
tomó un trago profundo del líquido amarillo. Me moví a través de la
habitación y vertí el arroz en agua hirviendo. Mantuve mi cabeza abajo
mientras hacía mi camino de regreso a la isla para no llamar la atención
sobre mí misma. Tomó todo mantenerme enfocada en la tarea frente a
mí. Sentí la intensidad de los ojos oscuros de Nicholas quemando un
lado de mi rostro, y la ansiedad se construyó en mí rápidamente. Había
estado evadiéndolo exitosamente la mayor parte del mes. Ninguno de
los dos había dicho nada más que lo necesario al otro.

Ahora había algo muy diferente y muy inquietante sobre él


mientras estaba bebiendo silenciosamente.
¿Lo sabía? Luché para mantener mi respiración incluso cuando el
miedo se instaló. Mi estómago retorcido en nudos, y mi boca quedó
seca.

No podía saberlo. No había una forma posible.

¿Podría?

Manteniendo mis ojos centrados frente a mí, pasé una cantidad


de tiempo excesiva arreglando la ensalada en el tazón. Sin embargo, no
pude evitar mirarlo a través de mi cabello que había caído sobre mi
hombro y mi pecho.

El miedo que tuve que él supiera lo de Daniel y de mí se


tranquilizó. Por primera vez, el rostro de Nicholas no mostraba enojo ni
desdén, solo una completa curiosidad. Continué trabajando
nerviosamente. Tomó otro trago de su cerveza antes de avanzar hacia la
isla. Colocó la botella en el mostrador y me apartó el pelo de la cara. Me
encogí, alejándome de sus dedos, desesperada por escapar del
escrutinio.

—Te ves diferente. —Negó con la cabeza, su rostro perplejo,


tratando de poner su dedo en el cambio.

Oh, sí solo supiera.

Le fruncí el ceño, tratando de ignorarlo.

—Eso es ridículo.

Ambos saltamos cuando sonó el timbre del horno, dándome una


salida efectiva. Caminé alrededor de la isla, tomé las manoplas, sacando
el salmón, y colocándolo en el mostrador. Me moví a los gabinetes para
conseguir platos. El calor de su intensa mirada no me dejó ni por un
segundo. Los platos resonaron en mis manos temblorosas, y me sostuve
del borde del gaviete mientras los sacaba, afortunadamente no lo
suficiente fuerte para romperlos. Tomé una respiración profunda para
estabilizarme. Tenía que recomponerme. Necesitaba estar aquí por lo
menos otro mes, y estaba levantando sospechas el primer día.

Reuní todo de mí lo mejor que pude antes de girar y


cautelosamente poner los platos en la barra.

Debería saber que Nicholas no dejaría ir esto.

Tanto como lo odiaba y me gustaría pensar lo contario, era un


hombre inteligente y nunca lo engañaban fácilmente.

De repente estaba detrás de mí, respirando bajo el lado de mi


cuello mientras miraba sobre mi hombro. Mis manos se sacudieron
visiblemente mientras trataba de rasgar los paquetes de papel de
aluminio y poner el salmón en los platos. Estaba rígida cuando sus
dedos corrieron por la longitud de mi brazo, mi pecho temblando
mientras sostenía el sollozo formándose dentro.

—No es ridículo, Melanie. —Su voz rezumaba un tono


desconocido, intrigado y buscando, a diferencia de todo lo que había
oído antes de él, pero más aterrador que cualquier amenaza que jamás
hubiera hecho—. Algo es diferente. —Tragó, el sonido fuerte contra mi
oreja. Sus palabras se volvieron ásperas y necesitadas mientras
susurraba en mi mandíbula, la total maldad de su ser se filtraba por mi
cara—. Y me gusta.

Mis dedos cavaron en la encimera mientras que se movió en mi


espalda, su boca agresiva mientras comenzaba a chupar y morder la
piel de mi cuello. Traté de no sollozar cuando las lágrimas brotaron de
mis ojos. No. Esto no podía suceder. Le acababa de prometer a Daniel
que era suya, que nunca me permitiría ser tocada por otro hombre, y
aquí estaba de pie, dejándolo tal como lo había hecho esos nueve
miserables años.
Pero había más. No quería que me tocara. Quería mantener esa
promesa que me había hecho a mí misma, no sólo por Daniel, sino
porque merecía ser respetada, respetarme a mí misma. No tenía que
someterme a esto.

Tenía miedo, pero la necesidad de ser libre era mucho mayor que
ese miedo. En algún lugar dentro de mí, encontré el mismo coraje que
había encontrado la noche que con éxito me había salido de la cama de
Nicholas, porque no había manera en el infierno en que fuera a volver a
ella. Luché fuera de su alcance, y me liberó sorprendido. Sus ojos se
ensancharon por primera vez, pero los redujo a medida que su ira
estalló.

Rodeé mis hombros y me volví hacia él, rezando para que


pareciera mucho más segura de lo que me sentía. Verdaderamente,
estaba aterrorizada. Todo mi cuerpo retumbó con el miedo que corría
por mis venas. La adrenalina fue mi única salvación. Asombrosamente
mi boca sacó las palabras que había soñado decir todos los días
durante los últimos nueve años.

—No vuelvas a tocarme.

El rostro de Nicholas se retorció de furia indignada por haber sido


desafiante por segunda vez. Su expresión se convirtió en una
advertencia clara de que necesitaba escapar. Giré en mis talones para
huir, pero envolvió la mano alrededor de mi muñeca y me tiró hacia
atrás, cavando sus dedos en mi piel.

—No olvides a quién perteneces, Melanie. —Sus palabras eran


agudas, profundas con implicación.

Estaba tentada a acabar con él justo allí y decirle exactamente a


quién le pertenecía, pero estaba segura de que lo empujaría sobre el
borde. En vez de eso, me quedé quieta, sin retroceder mientras sus ojos
penetraban en los míos.
Me apretó más fuerte, su retención cada vez más dolorosa, pero
pude ver la incertidumbre arremolinándose en sus pensamientos.

—No sé lo que está metido en ti, pero ya he tenido suficiente. —


Restringió su agarré en mi muñeca, y mordí mi labio para contener el
grito del dolor antes de que tirara mi brazo en frustración, mirándome
antes de dar vuelta y acechar fuera del cuarto.

El aliento que había estado sosteniendo escapó en un fuerte y


audible gemido, dejándome sin aliento. Agarré el mostrador en apoyo,
mis rodillas débiles y amenazando con ceder.

Lo hice.

Lo hice.

Había retrocedido, y lo había hecho casi ilesa, solo por el latido en


mi muñeca. La acuné contra mi pecho mientras la masajeaba,
calmando el dolor que rápidamente comenzó. La sostuve, tocando la
marca roja creciendo en mi piel. Definitivamente iba a ser un moretón.

Una vez que mi respiración volvió a la normalidad y mi cuerpo


comenzó a relajarse, me di cuenta de que estaba agotada, y hambrienta.
Parecían días desde que me comí la tortilla de verduras para el
desayuno justo antes de que Daniel llegara. Tanto había sucedido desde
entonces; tanto había cambiado. Sólo quería comer y luego
acurrucarme en la cama para poder revivir el día.

Abrí el paquete de papel intacto, el vapor se elevó mientras vertía


su contenido en un plato. Agregué una porción saludable de ensalada,
omitiendo el arroz que se había secado y escurrido en la estufa. Por
costumbre, comencé a empacar la otra porción pero me detuve. Ese no
era ya mi trabajo.
El bastardo podría valerse por sí mismo. Tomé mi plato y salí de
la cocina, dejando el resto de la comida en el mostrador y esperaba que
recibiera el mensaje que le estaba enviando.

Bostecé mientras recosté mi cabeza en la almohada. Mi estómago


estaba lleno y satisfecho y mi cuerpo estaba agradablemente cansado y
buscando respiro. Me acurruqué en mi costado, enterrando mi rostro en
las sábanas, respirando el aroma de Daniel mezclado con el mío. Mis
músculos temblaban mientras me relajaba y lentamente me dormía. El
rostro hermoso de Daniel era la única cosa que vi detrás de mis ojos
cerrados. Murmuré:

—Buenas noches, Daniel. Te amo. —A la oscuridad,


concretamente ahora que siempre sintió mis pensamientos y palabras
distantes.

Mis ojos se abrieron de mi estado medio consciente, sacudida por


el repentino vibrar y zumbar viniendo de un lugar profundo dentro de la
cama. Tenía un mensaje.

Frenéticamente, me arrastré a través de las sabanas torcidas,


buscando el objeto ofensivo. No había llamado a Katie hoy, así que
probablemente estaba preocupada, y “Katie preocupada” se traducía en
“Katie un poco enojada”. La luz roja, intermitente sirvió como mi guía, y
alcancé profundamente en las sabanas para agarrar el teléfono perdido.
Presioné el botón para ver el mensaje. No era Katie.

Mi estómago hizo una voltereta, y de repente me sentí como una


adolescente de nuevo, las mariposas revolotearon por primera vez en
nueve años. El remitente era desconocido y el mensaje simplemente me
preguntaba si estaba allí, pero sabía que era Daniel.
Me decía que me extrañaba y me amaba, que no podía esperar a
verme de nuevo, y luego me ofreció buenas noches. Sabiendo que
mañana no teníamos que despertar para sentir el mismo vacío y
desesperanza que habíamos sentido durante nueve años, sabía que
sería una muy buena noche.

Estaba volando.

Me había despertado descansada, renovada, sintiéndome amada y


querida. Leí el texto que me había estado esperando pacientemente
mientras dormía, uno enviado horas antes deseándome un buen día.

Sí lo fue.

Le respondí, diciéndole que no podía esperar a verlo de nuevo. No


tenía idea de cuándo sería, pero sabía que no seríamos capaces de
permanecer separados por mucho tiempo. Cuidadosamente borré todos
nuestros mensajes, sintiéndome un poco culpable por hacerlo. Cada
una de sus palabras era preciosa para mí, pero sabía que iba a tener
que ser prudente si iba a llevar acabo esta artimaña. Mi teléfono
inmediatamente vibró y sonreí, esperando su respuesta. En su lugar,
un mensaje sarcástico de Katie iluminó la pantalla, exigiendo saber lo
que estaba sucediendo.

Mierda. Ahí es donde Daniel había conseguido mi número.

Tenía toda la intención de llamarla esta mañana, pero ella me


ganó. En vez de explicarme por teléfono, le pedí que me encontrara para
almorzar. Tres horas más tarde, llegué a nuestra tienda favorita.

Mientras caminaba por la puerta, encontré a Katie ya sentada.


Sus ojos inundados de alivio cuando me vio. Sólo duró momentos antes
de que una gran cantidad de curiosidad apareciera. Aparentemente,
Nicholas no era el único que notó la diferencia en mí. Sonreí cuando
crucé el piso a cuadros blanco y negro y me deslicé en la cabina de
vinilo rojo frente a ella.

—Mírate. —Ella negó con la cabeza con incredulidad, extendiendo


ambas manos sobre la mesa para tomar una de las mías.

Luego murmuró, ‘Increíble’, en voz baja, lo que me hizo dudar si


había tenido la intención de que la oyera o no.

Nuestra camarera habitual nos saludó, y pedimos nuestra


ensalada de pollo y té helado. En el momento en que se alejó, Katie me
atacó con preguntas.

—¿Qué diablos pasó? ¡He estado enloqueciendo anoche! ¿Daniel


te ha llamado? Quiero decir, obviamente, mírate. —Agitó la mano hacia
mí, exasperada, antes de continuar—. Llamó a Shane y pidió tu número
y pidió tener una reunión con él. —Estaba casi jadeando al momento en
que terminó. Al espectador casual le habría parecido que Katie estaba
enojada conmigo, pero sabía que estaba muriendo por saber lo que
estaba pasando. No le gustaba ser mantenida en las sombras.

—Ayer estaba ocupada —dije suave y lentamente, comunicándole


por tono más que con palabras reales. Observé mientras la
comprensión apareció en sus funciones.

—Entonces, él no... solo... llamó.

Negué lentamente, y sentí un sonrojo hacer su camino hasta mi


cuello y en mis mejillas, confirmando la pregunta implícita de Katie.

—Cuéntame todo.

E hice eso exactamente, incapaz de mantenerme sin llorar, una


vez más, cuando fui en detalle acerca de cómo habíamos sido
engañados los últimos nueve años.
—Eso es...horrible. —Katie alcanzó por la mesa para tomar mi
mano con la suya, apretándola suavemente—. Mira, te dije que eras su
más.

Asentí, esta vez sin dudas.

—¿Y? —empujó Katie, moviéndose en su asiento, impaciente


porque llegar a la parte buena. Se quedó boquiabierta mientras describí
el día más increíble de mi vida. Pensé que debería estar avergonzada,
pero no había nada vergonzoso acerca de lo que Daniel y yo habíamos
compartido el día de ayer—. Estoy muy feliz por ti. Todo lo que he
querido para ti es verte feliz, y lo puedo ver. Fue evidente cuando
entramos por la puerta, que estabas… viva. Casi no te reconocí.

Podría no haberme reconocido, pero definitivamente lo hizo.

—Entonces, ¿cuál es el plan? —dudó, bajando su voz—. Quiero


decir, ¿qué vas a hacer con Nicholas? Ese idiota no va a tomarlo muy
bien cuando descubra que lo estás dejando por otro hombre.

—Sí, lo sé. Daniel estaba listo para que me fuera con él ayer, pero
simplemente no podía hacerlo. No podría ni siquiera imaginar lo que
habría hecho Nicholas cuando hubiera llegado a casa y descubriera que
me había ido. Necesité un poco de tiempo para reflexionar sobre la
mejor manera de ir sobre ello. —Me incliné más cerca, híper consiente
que la gente alrededor nuestro podría escuchar nuestra conversación—.
Me siento muy mal, pero he engañado a Daniel. Le dije que teníamos
que hablar con Shane y asegurarnos de que no iba a afectar la
construcción de ninguna manera. Si le hubiera dicho la verdadera
razón, sé que nunca habría permitido que me quede.

—Oh, gracias a Dios, eso es sobre lo que debe ser la reunión.


Shane ha estado preocupado desde que Daniel llamó. Estaba
convencido de que quería cancelar. —Hizo una mueca,
interrumpiendo—. Lo siento, no significa que sea de esa manera. En
serio, nos encantaría dejara ir el edificio si significa tu libertad.

Sacudí mi cabeza, desestimando sus preocupaciones. El edificio


realmente era un gran trato, un cambio de vida para ellos. Por
supuesto, estarían preocupados.

—No, eso está bien. Ustedes han estado ahí para mí más de lo
que nunca podrían saber, y también quiero que suceda lo del edificio.
Independientemente de si me quedo en esa casa o no, no puedo ver a
Nicholas dejando ese tipo de dinero.

Katie le dio una mordida a su ensalada, pensando en lo que le


había dicho.

—Sí, probablemente tienes razón. Solo no sé cómo lo va a tomar


el dejarte ir. No lo veo detectando indirectas. Quiero decir, mira lo que
sucedió la última vez que le dijiste que no. El tipo es un tirano.

Suspiré, moviéndome incómodamente.

—No fue la última vez. —Empujé mi manga para revelar el círculo


verde y azul rodeando mi muñeca.

Los ojos de Katie se lanzaron a mi muñeca, y la alcanzó por la


mesa, tomando mi mano en la suya.

—Voy a matar a ese idiota —dijo, su voz furiosa mientras


inspeccionaba cuidadosamente mi muñeca—. ¿Qué lo llevó a esto?

No pude contener la sensación engreída que tuve cuando describí


el altercado que había tenido con Nicholas la noche anterior. Me había
dejado la sensación de control. Sí, había estado asustada, realmente
asustada. Pero gané.

Nos sentamos en silencio por unos instantes mientras comíamos.


Katie parecía querer decir algo más, porque hizo una pausa cada
poco tiempo y mordió más su labio que la comida, y ella nunca perdía
las palabras.

—¿Qué? —Me estaba poniendo nerviosa.

Exhaló fuertemente en su asiento.

—Solo sé que debe ser realmente duro para ti.

Me miró, perpleja.

—El bebé —aclaró—. ¿Cómo te sientes acerca de toda esta


situación?

Oh. ¿Cómo me siento acerca del bebé? ¿Celosa? Sí. ¿Asustada? Sí.
¿Triste? Mucho. Mucho, muy triste. Verdaderamente, fue devastador.
Cada inseguridad que tuve fue envuelta en el hecho de que no podía
darle un hijo a Daniel. Esa fue la razón por la que durante nueve años
creí que no me quería.

Más que eso, quería un hijo. Desesperadamente quería ser madre.


Sí, me abrieron y quitaron la capacidad, pero no podía eliminar el dolor,
la necesidad de sostener, alimentar y cuidar. Sentía las punzadas de
envidia cuando paseaba por una tienda y escuchaba a un niño llamar a
su madre como si no existiera nadie más en el mundo. La forma en que
recogía a esa pequeña persona preciosa y aliviaba sus miedos. La forma
en que amaba y consentía. Yo quería ser ella, y nunca lo sería.

Lo que más me preocupaba era la forma en que Daniel se sintió al


respecto. Nunca me había permitido pensar en lo destrozado que estaba
por Eva. Fue como si cuando perdí la capacidad de convertirme en
madre, él también lo hubiera hecho. Eso me asustó porque él realmente
iba a ser uno, y no estaba segura de poder manejarlo.

Pero si juntaba todo, esa pregunta era fácil de responder.


—Desearía que fuera mío.

Después de almorzar, me senté en la oficina revisando mi correo


electrónico cuando le di la bienvenida al sonido que corrió por mi espina
dorsal. Mi teléfono vibró con un mensaje, preguntando si estaba libre.

Daniel estaba aquí. Rebote de emoción. Sí, de nuevo una


quinceañera oficialmente.

Salté fuera de la oficina y corrí a la puerta, balanceándola abierta


en el mismo momento que lideró las escaleras. Tan pronto como la
puerta se cerró detrás de él, me arrastró en sus brazos y enterró su
rostro en mi cabello mientras me respiró, mi corazón martillando en
satisfacción.

—Hola —susurré en su pecho, los botones de su camisa negra de


vestir pulsando en el lado de mi rostro.

—Hola. —Sus labios presionaron en la parte superior de mi


cabeza.

—Míranos, furtivamente otra vez.

—No podemos ganar, ¿o sí?

Retrocedió, justo lo suficiente para que pudiera ver su hermoso


rostro, sus ojos azules brillantes y llenos con fuego, la tristeza de ayer
se había ido.

—Ya hemos ganado, Melanie. —Tenía razón. Quizás la batalla


aún no había terminado, pero que ya estaba ganada. Nos teníamos el
uno al otro, y era lo único que importaba.

—No puedo quedarme, pero tenía que verte.


Me apretó más fuerte.

—No, quédate conmigo —gruñó, sosteniendo mi rostro mientras


me besaba, sus labios erráticos—. No tienes idea de lo mucho que
quiero tomarte, pero tengo una reunión en una media hora que no
puedo perder. ¿Puedes escaparte mañana en la noche? Quiero llevarte a
cenar.

—¿Cómo en una cita? —Me reí ante el absurdo de toda la


situación.

Me sonrió, sonrojado.

—Sí, como en una cita.

Estaba demasiado adorable. Y la verdad, era algo realmente


atractivo fingir que éramos una pareja normal por unas horas.

—Bien, en ese caso, me encantaría.

Se liberó de mí cuando nuestro beso casto se convirtió en cinco


minutos de mucho, mucho más. Su voz era baja y áspera contra mi
oído.

—Te amo. —Estaba en medio del salón, jadeando, intentando


bajar de lo alto mientras caminaba fuera de la puerta.

Revolví por mi teléfono, hurgando a través de los números con


mis dedos temblorosos.

—Katie, necesito tu ayuda.

Me paré frente al espejo de gran longitud de Katie, apreciando la


forma en que el simple vestido Jersey negro, colgaba en mi cuerpo. El
cuello revelaba apenas una cantidad modesta de escote, y las mangas
entalladas de tres cuartos acariciaban contra mis antebrazos. El único
problema era la falda; era un poco demasiado apretada y corta,
realmente corta.

Por supuesto, Katie la acompañó con tacones de diez centímetros.

—No lo sé, Katie. Podría ser mucho.

—¿Estás bromeando? Te ves increíble. —El timbre sonó,


declarando que el tiempo para preocuparme por mi apariencia había
terminado. Katie me empujó hacia la puerta.

—Vamos. Diviértete. —Me sonrió calurosamente, dándome ánimo.


La abracé, le agradecí que me cuidara y me moví siguiéndola de la
recamara. Me detuve en seco cuando llegué al umbral, alcanzando su
brazo.

Me miró por encima de su hombro, confundida.

—Espera.

Algo no se sentía bien.

Ambas nos quedamos en silencio, esforzándonos para escuchar


cuando Shane abrió la puerta. Una voz muy familiar cortó el aire. Mis
dedos se doblaron en los tensos músculos del brazo de Katie cuando
ambas nos dimos cuenta de que Nicholas estaba aquí.

—Sí. —Shane sonaba irritado—. No, está bien... sí, ella está aquí,
es su coche... no lo sé, alquilaron películas o alguna mierda... ¿por qué
no le das un descanso por una vez? —Shane estaba discutiendo con
Nicholas, sobre mí. Luché desesperadamente por escuchar el otro lado
de la conversación, pero no pude con el tono silencioso de Nicholas.
Estoy segura de que parecía aterrada porque Katie me apretó el brazo,
asegurándome que estaría bien.
Esta noche fue la primera vez que le dejé a Nicholas una nota
diciéndole que iba a salir. En mi mente, este era sólo uno de los
dolorosos pasos que tendría que dar para salir de su control. Poco a
poco, me liberaría.

Aun así, odiaba que Shane y Katie sufrieran por mi culpa, pero
me aceptaron como familia y eso es lo que las familias hacen el uno por
el otro.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, la puerta se


cerró de golpe y Katie se precipitó por el camino del pasillo.

—¿Qué demonios fue eso? —exigió.

Shane lucía exhalado, su cuerpo tenso.

—Él sabe que algo pasa.

Retorcí las manos para calmar mis nervios.

—¿Qué quieres decir? ¿Sospecha de Daniel? —Sacudió la cabeza


antes de dar zancadas hacia la cocina.

Katie y yo lo seguimos de cerca. Sacó una cerveza de la nevera y


bebió la mitad.

—No, no lo creo. Sólo sabe que algo ha cambiado.

El timbre sonó de nuevo. Esta vez supe quién era, pero Shane nos
dijo que nos quedáramos en la cocina. Segundos después, Daniel
arrastró a Shane a donde esperábamos. Me tomó en sus brazos,
visiblemente agitado y lleno de disculpas.

—Nena, esto está tan mal. Lo siento mucho.

Lo corté presionando mis labios sobre los suyos. No podíamos


dejar que arruinara nuestra noche. Me devolvió el beso, aunque podía
sentir el desaliento en su toque. Apoyó su frente en la mía, con los ojos
tensos mientras miraba hacia mí.

—No sé cuánto tiempo puedo soportarlo.

—Muy bien ustedes, salgan de aquí —instó Katie, tratando de


sacar a todos de la pesadez que amenazaba con absorbernos. Daniel me
dio un codazo, rompiendo nuestro abrazo. Recogí mi bolso y la chaqueta
del mostrador de la cocina, una vez más, sintiéndome consciente de que
el vestido era demasiado.

Me encogí de hombros en mi chaqueta, atando el cinturón


alrededor de mi cintura, y alcancé a la mano extendida de Daniel.

Agradecimos a Shane y Katie y les dijimos adiós, sabiendo que


esta noche nunca habría sucedido sin ellos.

Daniel se mantuvo rígido mientras caminaba por la puerta,


escaneando el patio y la carretera. Le acaricié el brazo, desesperada por
aliviar sus nervios. Me sonrió y le sonreí a cambio. Inmediatamente, el
ambiente entre nosotros se aligeró. La brisa era fresca y crujía a través
de los árboles, lo último de las hojas amarillas aún se aferraba a las
ramas mientras el invierno se acercaba. Daniel envolvió su brazo sobre
mi hombro, y me llevó por las escaleras al pasillo. Suspiré, respirando
su aroma mezclado con el aire fresco de la noche. Una sensación de
satisfacción se asentó en las profundidades de mis huesos.

Me reí cuando abrió la puerta del pasajero y me ayudó a entrar,


con cuidado de mantener mi vestido al subir a medida que me hundí en
el asiento. Le susurré:—Gracias—contra sus labios cuando se agachó
en el interior para un beso.

Corrió por el lado opuesto, saltó, y se inclinó sobre la consola


para besarme de nuevo. No me iba a cansar de eso.
—¿China está bien? —Encendió su auto y salió, dirigiéndose al
norte.

—Sí, eso suena genial. —Era mi favorita.

Viajó más lejos de la ciudad de lo que normalmente me habría


aventurado, estoy segura de que por miedo a que alguien nos
reconociera. Finalmente, entró en un estacionamiento medio lleno.

—Comí aquí hace unas semanas. Es tranquilo y tiene la mejor


carne mongola que he probado. —Me sonrió, tocando mi mejilla. Mi
pecho se hinchó con el amor que sentí mientras me mostró que me
recordaba, no sólo mi tipo favorito de comida, sino por el plato exacto
que habíamos compartido muchas veces antes.

—Gracias.

La cena fue mágica. No había ninguna torpeza, sólo calma


completa ya que hablamos lo que parecía como horas. Nos reímos y nos
encantó. Me reía mientras me alimentaba con palillos, un arte que
nunca había dominado. Sus labios nunca estaban lejos de los míos, y
compartimos suaves toques bajo la mesa y pronunciamos palabras
dulces que habían permanecido en silencio durante demasiado tiempo.

Riendo, recordamos nuestros días de secundaria. Cuando el


teléfono de Daniel sonó, se estaba burlando de Erin, sus palabras
seguían fluyendo cuando, ocasionalmente, pasó el dedo por la superficie
del teléfono. Su comportamiento cambió repentinamente y su
mandíbula se tensó cuando leyó el mensaje.

Vi como trataba de continuar como si nada hubiera sucedido. Se


volvió hacia mí y prosiguió con la historia, aunque sus palabras eran
forzadas.

Me senté hacia atrás, sintiéndome insegura de mí misma. ¿Cómo


llegamos aquí? Antes, no habría dudado en preguntarle quién era y qué
estaba mal. Nos contabamos todo, compartíamos todo. Así era como
debería ser.

Se arrastró a mitad de la frase cuando notó mi expresión de dolor.


Hizo una mueca y pasó una mano frustrada a través de su cabello
antes de responder a la pregunta que nunca había expresado.

—Era Vanessa.

Tentativa, le pregunté:

—¿Qué quería?

Se quedó mirando a la mesa, luchando con lo que decir.

—Daniel, Mírame —pinché, haciéndole alzar la vista—. Por favor,


no te escondas de mí. Puedes decirme cualquier cosa. Tenemos mucho
con que lidiar, pero tenemos que hacerlo juntos.

Asintió antes de hablar con cautela.

—Ella me quiere.

Tragué duro, tratando de librarme de la inseguridad que sentía.


Tropezando con mis palabras, tuve que preguntar cuando esa pequeña
voz se encendió una vez más, diciéndome que él debería estar con ella.

—¿Cómo... cómo te sientes acerca de ella? —Me contestó con


veneno, tomándome por sorpresa.

—La desprecio.

—¿Por qué? —Quiero decir, sí, no quería tener un hijo con ella,
pero él era tan responsable de su situación como ella.

Líneas profundas en su frente mientras respiraba hondo, y sentí


la corriente de odio mientras hablaba de ella.
—Trató de atraparme.

Frunciendo el ceño, trabajé para descifrar lo que quería decir.

Gimió:

—Quedó embarazada a propósito, Melanie, y pensó que me


casaría con ella por eso. —Me impactó. ¿La gente realmente hacía cosas
así?—. He dejado claro que no tengo ningún interés en ella, pero no me
deja en paz. Quiere dinero, y está usando a este bebé como un peón. —
Hizo una mueca, sus ojos dolidos mientras buscaban los míos por
comprensión.

De repente, cualquier rastro de envidia que tenía para ella se


había ido. Me lancé en sus brazos, la única manera que conocía para
darle consuelo. Me sostuvo, su voz urgente mientras susurraba contra
mi oreja:

—Va a tratar de separarnos. No se lo permitas.

Negué en el escote de su cuello, recordándole la promesa que le


había hecho hace dos días cuando le prometí mi vida.

—Para siempre.

Su aliento acarició a través de mi rostro mientras se relajaba en


mí, y colocó un beso por debajo de mi oreja.

—Para siempre.

Con nuestra confianza restaurada, el estrés se disipó, y volvimos


a nuestro bromear fácil mientras compartíamos un tazón helado de
vainilla y un montón de galletas de la fortuna.

Daniel sonrió calurosamente a la anciana asiática que nos dejó la


cuenta, deseándole una buena noche antes de que se deslizara de su
silla, mirándome intensamente mientras lo seguía. En el momento en
que me detuve, se acercó y puso una mano en cada una de mis
caderas, atrayéndome a él. Su beso ya no era dulce y juguetón, sino
lleno con un hambre que me desorientó. Miré fijamente sus ojos
penetrantes, de repente deseando que estuviéramos en algún lugar un
poco menos público. Sus manos viajaron por mis costados hasta que
encontraron la piel caliente y desnuda de mis piernas, y enganchó sus
pulgares bajo el dobladillo de mi falda. Su voz bajó y suplicó mientras
preguntó:

—¿Mi casa?
Traducido S.O.S. por Walezuca
Corregido por Caile

Ese vestido.

Me apresuré por la calle, manteniendo mis ojos centrados en el


camino. En cambio, continuaban y viajaban de regreso al lugar donde
la carne blanca y cremosa de Melanie limitaba con ese vestido y se
encontraba con mis asientos de cuero negro. Estaba tratando de
matarme. Casi tuve un infarto cuando vi lo que llevaba puesto.

Estacioné mi auto dos casas lejos de la casa de los Preston


cuando llegué a recogerla para nuestra cita.

Mientras iba salido de mi auto, casi no había visto el auto a toda


velocidad por la calle. Pero tan pronto como lo vi, de inmediato reconocí
a Nicholas y rápidamente regresé auto, agachándome en el asiento. Me
sentía tan indefenso. Quería confrontarlo, proteger a Melanie de él,
saltar de mi auto y decirle que era mía, pero no podía hacer nada. Así
que me escondí como un cobarde.

Probablemente no me habría notado de todos modos.

Su único enfoque era el auto estacionado de Melanie en la


entrada de los Preston. No podía ver su rostro, pero incluso desde lejos
noté el enojo saliendo de él. No tenía ni idea de lo que quería, lo que
Melanie le había dicho, o lo que sabía. Todo lo que podía hacer era
esperar, indefenso mientras alguien más protegía a mi chica. Apestó.
Observé mientras él estaba en el porche y habló con alguien
durante unos minutos antes de salir, más enojado que cuando había
llegado.

Cuando finalmente había entrado a la casa, me sacudió. Lo único


en mi mente era la seguridad de Melanie, y no fue hasta que ella se
alejó de mí para conseguir su abrigo y bolso que me di cuenta de lo que
llevaba. Fue por sí solo la cosa más excitante que jamás había visto.

Melanie siempre había sido increíblemente hermosa, pero se


había convertido en la mujer más impresionante que he visto. Me había
pasado la noche en duelo con mi autocontrol. Mi cuerpo era híper
consciente de cada movimiento, de la forma en que cruzaba y
descruzaba las piernas debajo de la mesa, y su pierna rozando contra la
mía mientras lo hacía. Mi sangre hirvió lentamente, construyendo a un
punto de ebullición. Me las arreglé para mantenerme restringido hasta
que Melanie se deslizó de la cabina. Tuve que tocar, para sentir donde
la luz se encontraba con la oscuridad.

Su piel era como fuego contra mis dedos. Nunca había dejado un
restaurante tan rápido en mi vida.

Ahora me encontraba tratando de centrarme en el camino delante


de mí. Era casi imposible, ya que Melanie indiscretamente trató de
frotar sus muslos juntos. Sus dedos amasaban el cuero, su respiración
aún pesada mientras descaradamente me miraba desde su asiento. Vi
el dobladillo de su vestido, en silencio maldiciendo por burlarse de mí
toda la noche. Debió haber notado mi expresión mientras tiraba de él,
intentando bajárselo.

—No me mires así. Tuve que pedir prestado algo de Katie.

No podía dejar de sonreírle, una risita escapando a medida que


sacudí la cabeza. No podría estar más fuera de la base.
—No, nena, me gusta el vestido. —Me iba a gustar mucho, mucho
más en una pila en el piso de mi dormitorio—. Te ves... realmente bien.
—Demasiado bien. Se relajó cuando me acerqué y suavemente tiré de
un puño el material, mostrándole lo mucho que me gustó.
Entrando al estacionamiento, aparqué el auto en mi lugar. Salté y corrí
fuera, casi arrastrando a Melanie del auto en mi emoción para subirla.
Un escalofrío corrió por mi espina dorsal con el sonido de su risa
mientras corría para mantenerse al ritmo. Su rostro estaba radiante.
Ella se rio, y sus rizos marrones rebotaron contra sus hombros
mientras luchaba por mantenerse al ritmo.

Absolutamente exquisito.

En un movimiento fluido, la hice girar, guiando sus brazos sobre


su cabeza antes de que la llevara de vuelta a mi pecho. Mi nariz acarició
su cabello, y lentamente nos balanceamos al ritmo de nuestros
corazones palpitantes en un baile improvisado.

El ascensor sonó, y dimos un paso adelante.

La energía entre nosotros era casi insoportable en el espacio


reducido. Mis manos estaban firmes en su estómago mientras la atraía
hacia mí. Al llegar detrás de ella, envolvió el brazo alrededor de la nuca
de mi cuello. Los dedos suaves estaban en mi cabello, jalando, tirando,
masajeando. Mi repentino aturdimiento no tenía nada que ver con el
viaje en ascensor hasta el piso veintiuno. La puerta se abrió, y la tomé
de la mano para llevarla fuera.

—¿Lista?

Sonrió tímidamente, sigilosa a mi lado. Mis nervios estallaron


mientras me preparaba para mostrarle dónde vivía. ¿Esta sería nuestra
casa? Desbloqueé la puerta, y ella entró. Su rostro era reflexivo al
evaluar el gran espacio abierto. Sus palabras que desde hace mucho
tiempo sonaron, "Nunca estaría en casa a menos que estés aquí
conmigo", y sabía que no importaba. Dondequiera que viviéramos,
estaría en casa simplemente porque estábamos juntos.

Miré mientras exploraba mi apartamento, sus dedos alcanzando


para tocar los almohadones que Erin y mamá habían elegido para que
coincidieran con los sofás, inspeccionó el arte en las paredes... Cada vez
que reconocía las pocas cosas de nuestra casa, una débil sonrisa le
adornaría los labios. Notó uno de los álbumes de fotos de la estantería,
jadeando cuando vio que la mayoría de las fotos eran de ella.

Una lágrima se deslizó por su mejilla, y con cautela me acerqué


por detrás.

—Te dije que nunca te dejaría ir, Melanie.

—Lo sé. Esto fue simplemente inesperado. —Dio la vuelta a través


de las páginas sonriendo a través de sus lágrimas, cada pocos segundos
echándome un vistazo cuando había llegado a través de una que
parecía provocar un grato recuerdo—. Esto es increíble, Daniel. No
puedo creer que tengas estas fotos. —Sus manos temblaron cuando
llegó a la última. Las puntas de sus dedos amorosamente trazaron el
contorno—. ¿También tienes esta? —Me miró; sus ojos llenos de
asombro mientras me preguntó acerca de la única foto que tenía de
Eva, mamá se había roto la primera vez que la sostuve. Asentí antes de
darme cuenta de que me quebré la primera vez que la sostuve. Asentí
antes de darme cuenta de lo que Melanie había dicho.

—¿Espera, tienes esta foto? ¿Cómo?

Sonrió, pensándose sus dedos por el cabello.

—Del hospital; tenía una caja llena con todo un montón de


tarjetas y esas cosas. Lo encontré debajo de mi cama en Dallas. No
tengo ni idea de cómo incluso llegó allí. —Negó con la cabeza—. De
todos modos, estaba ahí. Lo encontré el día... —Cerró sus ojos, su voz
cayendo.

—¿Qué día? —Alcancé para acariciar su mejilla, animándola a


abrirse a mí.

—El día que regresé por ti. Lo vi y supe que tenía que ir.

—Melanie —dije mientras respiraba. Quité el álbum de sus


manos, dejándolo a un lado, y la envolví en mis brazos, besando las
lágrimas cayendo de sus ojos. Enterró su cabeza en mi pecho.

—Está bien, Daniel. Sólo estoy agradecida de haberlo


tenido...para tener un rostro para poner a los recuerdos de Eva.

Dios, no podía ni siquiera imaginar lo que debió haber sentido


cuando la encontró. Podía recordar el rostro de Eva, la forma en que se
sentía en mis brazos, su olor, incluso los pequeños sonidos que hizo.
Pero Melanie sólo tenía la pequeña foto.

—Lo siento mucho, cariño. Me gustaría que la hubieras visto.

—Yo también.

—¿Puedes creer que hubiéramos tenido una niña de nueve años


ahora? ahora? —Apenas ahogué la frase, y los brazos de Melanie se
apretaron alrededor de mi cintura.

—Habría sido sorprendente. Inteligente y dulce. Habría tenido tus


ojos —dijo mientras se empujaba hacia atrás para mirarme con ojos
brillantes y una sonrisa en su rostro.

—Y tú cabello. —Corrí mis manos a través de su cabello,


curvando mis dedos a través de sus rizos mientras me imaginaba a una
niña con mis ojos.
Enterré mi rostro en su cabello. Se sentía tan bien consolarla,
hablar con ella acerca de ello, finalmente me sentí como el hombre que
se suponía que tenía que ser, y estar allí para su familia. Esto fue lo que
Melanie necesitó, lo que yo necesitaba, llorar juntos por nuestra hija
desaparecida. Sí, era nueve años tarde, pero era necesario y
sorprendentemente bienvenido.

Melanie retrocedido, lanzado un fuerte suspiro, y se sacudió a sí


misma. Apretando mi mano, susurró:

—Gracias.

Negué con la cabeza y metí su cabello detrás de su oreja, teniendo


la oportunidad de tocar su rostro.

—Te necesitaba tanto como tú, Melanie.

Su rostro se iluminó en comprensión, y me honró con una


pequeña sonrisa pacífica. Respiramos, ese momento intenso dejando
sentirnos libres y ligeros.

—¿Te gustaría una copa de vino? —pregunté.

—Por favor —asintió.

La besé en la esquina de su boca antes de ir a la cocina donde


seleccioné una botella de vino tinto y excavé en el cajón para encontrar
un abridor.

Melanie se hundió en el sofá. Se relajó contra los almohadones


lujosos, sus piernas enroscadas debajo de ella.

—Entonces, ¿qué te parece el lugar? —Hice gestos alrededor de la


habitación, observando muy de cerca su reacción. Sabía que era bonito
para la mayoría de las normas de la gente. La cocina era elegante y
moderna, líneas nítidas y techos altos haciendo un flujo perfecto en el
salón adjunto. Sofás de cuero marrón casi intuitivos con la alfombra
beige, situados alrededor de la pantalla de televisión plana que
descansaba sobre la consola de entretenimiento en la esquina. No había
visto el resto de ella, sólo faltaba el dormitorio y una pequeña oficina.
Inmediatamente, su mirada se dirigió a la vista de las centelleantes
luces de Chicago a través de los ventanales del suelo al techo que se
abrían al balcón.

Para mí fue lo más acogedor del lugar.

—Es hermoso. —No sabía si simplemente estaba refiriéndose a la


vista o al departamento. Incluso después de todo el trabajo que Erin y
mamá habían puesto en él, me había encontrado frío y hundido. Pero
con Melanie en mi sofá, de repente me sentí caliente.

Un lugar en el que tendría interés en venir a casa al final del día,


porque ella iba a estar aquí, esperándome. Sus ojos aun centrados en el
exterior, y su ceño fruncido mientras seguía pensando. Giró frente a mí,
como si quisiera saber lo que pensaba. No tenía ni idea.

—Estoy pensando que vas a necesitar mudarte. —Debería haber


esperado. Este lugar no era nada como la pequeña casa había
comprado para nosotros. Hubiera sido perfecto para ella, para nosotros,
pero eso fue cuando íbamos a tener una familia, y no estaba seguro si
aún quería algo como eso.

—Eso está bien. Nos mudaremos a donde quieras. —Tomé dos


copas en mi camino de vuelta, me senté a su lado, y las puse sobre la
mesa de café. Me tomé un momento para poner a cada uno una copa.
Entregué a Melanie la suya antes de tomar la mía, reflejando su pose
con mi codo colocado contra la parte de atrás del sofá y una pierna
metida debajo de mí, nuestras rodillas superpuestas.

—¿Quizá un poco cerca de casa de mis padres? —Si conocía a


Melanie, ella querría estar cerca de ellos. No pude contener la emoción
que sentí ante ese pensamiento, Melanie y mi familia. Apenas podía
esperar a estar juntos de nuevo, pero necesitaba dar algo de tiempo.
Salir furtivamente estaba resultando bastante difícil, por no hablar de
la adhesión de mi familia a la mezcla.

—Para mí no, Daniel. Sería muy feliz aquí sólo porque estoy
contigo. —Se movió, levantando la cabeza de su mano para llegar a
tocarme. Acarició sus dedos a lo largo de la parte superior de mis
nudillos—. Quiero decir que vas a necesitar un lugar diferente para tu
hijo. —Mi hijo. ¿Quién podría imaginar que dos palabras podrían picar
tanto? Mi hijo. No es nuestro hijo, sino el hijo de Daniel, hijo de Vanesa.
¿Podría ser capaz de pensar en él sin sentirme enfermo?

La peor parte era que Melanie era la que me hacía consciente de


mi responsabilidad ante él. Mudarme nunca siquiera había cruzado por
mi mente, pero mientras vi alrededor de mi departamento, no me podía
imaginar un niño estando aquí.

Sin embargo, ¿realmente podía ver un niño en cualquier parte?


¿En cualquier aspecto de mi vida? No del todo. Y me atemorizó.

—¿Me ayudarás? —pedí, mis palabras llenas de desesperación.


Era evidente que estaba pidiendo mucho más que ayudar a encontrar
un lugar adecuado para vivir. Odiaba poner tanta presión sobre ella, la
responsabilidad que le estaba pidiendo asumir, pasándole mi error a
ella. Melaniw había prometido que lo que viniera en nuestro camino lo
lideraríamos juntos, pero esto era diferente; no solo estaba pidiéndole
tolerarlo, le estaba pidiendo ser parte de ello.

Sus músculos se tensaron ligeramente. Si no la hubiera estado


mirando de cerca, lo habría pasado por alto. La tristeza que la invadió
pasó tan rápidamente como había venido.

Cuando desapareció, una expresión de determinación tomó su


lugar.
—Esteré ahí para ti.

—Eres la persona más extraordinaria. ¿Lo sabías? —No esperé


una respuesta, sabiendo que probablemente estaba en desacuerdo.
Rocé silenciosamente mis labios contra los suyos agradeciéndole por ser
una mujer increíble.

Me recompensó desenroscando sus hermosas piernas de debajo


de ella e inclinándose contra mí. Me recliné contra el brazo del sofá y
estiré mis piernas cuando se colocó entre ellas. Jalé su espalda en mi
pecho, y nos tumbamos en mi sofá.

Era perfecto, su cabello amontonado sobre mi hombro, sus dedos


tocando mi pernera, su cuerpo envuelto en el mío mientras
compartíamos la botella de vino.

Torcí un mechón de su cabello alrededor de mi dedo, el rizo


eterno mientras lo giraba y giraba.

Se volteó a mirarme; sus ojos ardientes de felicidad.

—Estoy tan orgullosa de ti, Daniel. Siempre supe que ibas a ser
un gran médico.

Apreté su cadera, besando la parte superior de su cabeza.

—Es papá que hace que todo esto suceda. Me alegro de que me
pidiera ser parte de ello.

—¿Cómo es tener a toda esa gente enferma viniendo a ti? Quiero


decir, ¿es lo que pensaste que sería?

—Mmm... No sé. A veces me encanta; a veces lo odio. Hay tanta


presión. Puede ser muy triste y muy gratificante en el mismo día. —
Asintió, rozando su cabeza contra la fina tela de mi camisa.
—Puedo imaginarlo. —Continuamos bebiendo y riendo mientras
me preguntó sobre mi trabajo, a qué escuela había ido, y las cosas que
había hecho con mi familia a lo largo de los años. Se rio cuando le dije
de todos los errores que había hecho en el camino y las locuras que
había experimentado en mi residencia en emergencias en Nueva York.
Tanto parecía insignificante a través de la bruma de la nada que había
vivido. Ahora, con mi chica en mis brazos, su cuerpo temblando
mientras reía, casi pude ver qué vida habría sido con ella estando ahí.
Mientras experimentó mi vida a través de las historias que le dije, se
sentía como si yo mismo lo estuviera experimentando por primera vez.

Para el momento en que me dijo acerca de los eventos


importantes en su vida durante los últimos nueve años, la botella se
terminó, y estábamos completamente a gusto. Sonreímos de oreja a
oreja, sin intentar ocultar nuestra felicidad.

Melanie de repente giró, llevándonos pecho a pecho, sus labios en


los míos. El movimiento reavivó el fuego que había estado ardiendo toda
la noche. Su boca estaba caliente y húmeda, y un poco descuidada. Sus
manos presionado firmemente en mis hombros mientras se sostenía por
encima de mí. Entró en mis piernas, la energía consumiéndose,
enérgica, empujándonos. Mis dedos enterrados en su cabello, y
besándola fuerte. Sus dedos jugando con los botones de mi camisa, sin
romper nuestro beso frenético.

La empujé hacia atrás y Melanie gimió en señal de protesta. Me


levanté y la empujé conmigo, mi boca inmediatamente tomando la suya
de nuevo mientras nos tambaleábamos ciegamente a mi habitación.

La luz del baño arrojó un tenue resplandor en toda la habitación.


La recosté, ansioso de verla acostada en mi cama.

Vi mientras se arrastraba atrás, su piel cremosa en perfecto


contraste con el grueso edredón oscuro. Su cabello cayendo al alrededor
de su rostro mientras se acostó en mi almohada, la cadena de oro
alrededor de su cuello, un recordatorio de nuestro para siempre.

Rápidamente me subí a la cama, perdiendo la camisa, colgándola


flojamente sobre mis hombros en el proceso, y me arrojé a ella. Devoré
su boca, el cuello, los brazos, todo lo que pude encontrar, mis manos
codiciosas como mi boca.

Mi mano serpenteó bajo su vestido, empujándolo más arriba,


revelándola centímetro a centímetro. Con sus brazos extendidos por
encima de ella, lo empujé sobre su cabeza y la arrojé al suelo, donde
pertenecía.

—Hazme el amor, Daniel.

Esas palabras se enviaron directamente a través de mí.


Rápidamente, arrojé el resto de mi ropa. Sus dedos se hundieron en mi
espalda mientras me hundí en ella. Nuestros cuerpos moviéndose sin
apuro, lento y duro y absolutamente perfecto.

Me tensé cuando vi su muñeca, la piel con contusión y tan


cuidadosamente oculta detrás del gran brazalete de plata.

Él la lastimó.

Mi hermosa chica siguió moviéndose debajo de mí, sus ojos


cerrados, perdidos en un mar de placer mientras miré hacia abajo en su
horror, la realidad me golpeó duro.

Se había quedado por él. No a causa de su mamá. No por Katie y


Shane. No por algún estúpido edificio. Porque tenía miedo de él.

Ni siquiera podía dar sentido a las emociones corriendo a través


de mí, derramándolas sobre Melanie mientras abruptamente la envolví
en mis brazos.
Luché para borrar cualquier espacio entre nosotros, mis brazos
urgentemente a su alrededor, golpeando su pecho contra el mío, sin
poder tenerla lo suficientemente cerca.

Estaba consumido por los celos y el odio, la necesidad de


destruir. Todo mezclado con mi amor, mi necesidad de protegerla y
mantenerla segura. Ambos de esos deseos unidos en solo uno. Todo lo
que sabía era que le había hecho daño a mi chica, e iba a pagar.

—Oye. —Una mano delicada estaba en mi cabello, acariciándolo,


relajándolo, calmándolo—. Vuelve a mí. —Los ojos de Melanie
quemaron en los míos, buscando la tormenta, acariciando los pliegues
que se habían formado en mi frente. Su expresión llena de alivio cuando
mis ojos volvieron a centrarse.

La besé suavemente, luchando por mantener a raya a la rabia.


Igual, no podía dejar a Nicholas tomar este momento.

Canalicé todo el temor y angustia, pasando mi amor, mi deseo, mi


necesidad de tenerla entera. Permitiéndome escuchar cada sonido que
cayó de sus labios, cada gemido, cada gemido de placer. Me permití
sentir cada temblor, cada contracción, cada giro de placer viajando por
su cuerpo, cada caricia de sus dedos.

Con cada uno de ellos, prometí silenciosamente para mantenerla


segura, para protegerla, y nunca permitir que ese bastardo la lastimara
de nuevo.

Giré a un al lado y me acurruqué detrás de ella, cubriéndonos


con la sabana. Mi cuerpo moldeando en el suyo. Besé la piel expuesta
de su hombro y espalda, y temblores bajaron por su columna vertebral
mientras se relajaba contra mí.

—Te amo. —La abracé más apretada, insistiendo en lo mucho que


lo decía en serio. Dejó salir un suspiro satisfecho, y puse mi brazo con
más firmeza a su alrededor. Tomé una respiración profunda,
preparándome para lo que estaba seguro iba a ser una batalla—. No
puedo dejar que vuelvas allí.

No podía ver su rostro, pero sentí sus músculos tensarse. Mi


mano corrió por su brazo hasta su muñeca, llevándola a mis labios,
colocando suaves besos a lo largo de la piel magullada, dejándole saber
que sabía.

—Te lastimó —dije con mis labios contra el negro y el azul.

Su pulso se aceleró bajo mi mano y supe que se iba a resistir.

—Daniel —dijo mientras lanzaba un fuerte suspiro—, tienes que


hacerlo.

Negué con la cabeza contra su cabello.

—No estás a salvo allí.

—Tienes que confiar en mí en esto. Sé lo que estoy haciendo. —Su


voz era fuerte, completamente inesperada. Me enfrentó, su cuerpo se
ruborizó contra el mío—. Esta es la mejor manera.

Abrí y cerré la boca, luchando por encontrar las palabras


correctas para argumentar su lógica. Su cabeza se sacudió lentamente,
y se puso firme, me atrapó con la guardia baja.

—No lo conoces como yo. Por favor. —Su rostro era intenso,
suplicando—. Sólo... no lo hagas.

¿Qué se suponía que debía decir a eso?

Corrí las manos por mi cabello, frustrado. ¿Por qué tenía que ser
tan testaruda? Se estaba poniendo en riesgo. ¿Y para qué? Temía que la
lastimara, así que se puso en la misma posición en la que podía herirla.
No tiene ningún sentido.
—Sé lo que estás pensando, Daniel. No es estúpido; tengo un
plan.

Abrí la boca para decirle lo estúpido que realmente era, cuando


sonó el timbre. Los ojos de Melanie se ampliaron con miedo, y se
sacudió en la cama, tirando la sabana más alta y más apretada a su
alrededor como si fuera un escudo.

Inmediatamente tomé su rostro en mis manos, obligándola a


mirarme, tranquilizándola.

—Nena, está bien. Sólo quédate aquí y en silencio.

En el interior, estaba aterrorizado. Si la encontraba aquí, sólo


podía imaginar lo que pasaría.

Me moví a través de la ropa en el suelo, buscando mi ropa interior


y poniéndomela tan rápido como pude. Le lancé a Melanie mi camisa,
calculando que le proporcionaría más cobertura que su vestido. Apreté
mi dedo índice a mis labios antes de caminar desde la habitación y
cerré la puerta detrás de mí.

Quienquiera que estuviera allí golpeó con impaciencia la puerta,


encrespando mis nervios. Tentativamente crucé el suelo, mirando a
través de la mirilla de la puerta.

Erin.

Exhalé un suspiro de alivio, antes de que un conjunto nuevo de


preocupaciones me inundara. ¿Melanie estaba lista para esto? Hoy
había sido un día increíblemente agotador, lleno con tantas emociones y
problemas, y aún teníamos mucho que trabajar. En realidad, sentí que
era mejor que resolviéramos algunas de esas cosas antes de que nos
enfrentáramos a nuestras familias. Sin mencionar que Melanie
probablemente no querría ser descubierta en estas circunstancias.
Decidí decirle a Erin que estaba ocupado y deshacerme de ella lo más
rápido posible, abrí la puerta antes de que pudiera utilizar su llave para
desbloquear. Sonriendo, mi pequeña hermana se arrojó a mis brazos,
abrazándome con fuerza.

—Hola, Daniel.

—Hola. —Sonreí calurosamente mientras la abrazaba antes de


dar dos pasos hacia atrás y plantar mis pies para bloquear su entrada—
¿Qué estás haciendo aquí? No sabía que estabas en la ciudad.

—Vine en el último minuto. Un par de casas que mi agente


inmobiliario quería que viera llegaron al mercado esta semana, así que
volé. Quería pasar a saludar antes de ir a lo de mamá y papá. —Dio un
paso adelante, pero yo no retrocedí.

Mirando hacia arriba y hacia abajo de mí, frunció el ceño como si


sólo se diera cuenta de que yo estaba allí de pie en nada más que mi
ropa interior. Su voz bajó mientras me estudiaba.

—No estás solo, ¿no?

Mis labios se apretaron en una línea. Sacudí la cabeza


lentamente.

Ella me fulminó y estrechó sus ojos antes de sisear bajo su


aliento,

—¿Qué demonios te pasa, Daniel? ¿No has aprendido nada? Dios,


eres tan estúpido. Mira lo que pasó... —El rostro de Erin palideció, su
mano llegó para cubrir su boca mientras la otra se acercó para
empujarme a un lado.

Giré. Melanie se paró en la puerta de mi habitación, vestida con


nada más que mi camisa azul oscura. Lágrimas corrían por su rostro.
Erin me miró, sus ojos salvajes, sorprendidos, confundidos,
heridos. Por alguna razón, sentí que tenía que confirmar lo obvio,
silenciosamente asentí mientras permitía propagarse una sonrisa por
mi rostro. Erin enterró sus dedos en mi brazo. No podía decir si estaba
enojada o débil. Permanecieron en silencio mientras se estudiaban.
Lentamente, avanzaron hacia la otra, cautelosas, cada una insegura de
donde estaba la otra.

Todo lo que vi fue a Melanie alcanzado con una mano temblorosa


para que terminen en un abrazo.

—Ustedes dos tienen algunas explicaciones que dar. —Erin me


miró, probablemente porque había mantenido en secreto mi reunión
con Melanie de ella, pero su alegría era demasiado grande para
aferrarse a cualquier enojo.

Me agarré al volante, dispuesto a respirar mientras la miraba


alejándose de mí.

Habíamos pasado más de una hora con Erin. Melanie se había


sentado en mi regazo mientras Erin se acurrucaba junto a nosotros, la
mano de Melanie entrelazada con la de ella. Erin quería saber todo,
irritándose mientras le dijimos sobre los acontecimientos que nos
habían alejado. Era obvio que sus heridas sanarían fácilmente. No
habría rencores guardados, ningún resentimiento sobre lo que el otro
no había conocido.

Erin finalmente se fue, pero sólo después de recibir una promesa


de que me uniría a mamá y a ella en la mañana para el desayuno.
Accedí rápidamente, ansioso de pasar tiempo con mi familia y sacarla
de la puerta. Estaba ansioso por continuar la conversación anterior con
Melanie.
Resultó que era débil e incapaz de defenderme cuando Melanie
insistió en que necesitaba ver lo que había empezado. No quería dejarla
ir, pero me di cuenta que si la hacía quedarse, lo haría en contra de su
voluntad, y no quería ser para nada como ese idiota. Me negué a ser el
tipo que no la dejaría tomar sus propias decisiones. Me quedé atrapado
entre hacer lo que yo sabía que era correcto y lo que ella sentía que era
correcto.

Al final, había cedido con la advertencia de que, si la lastimaba de


nuevo de alguna manera, lo que fuera, no me tragaría esa mierda. Ella
prometió que ya estaba trabajando en como probar su repentina
presencia con los Preston esta noche. Estaba segura de que sólo
necesitaría quedarse unas semanas.

Al momento en el que se había ido, el miedo saturó cada


pensamiento. ¿Estaría esperándola cuando llegara a casa? Y si la
lastimaba, es decir, realmente. Ni siquiera podía entenderlo.

Estaba en camino a su casa antes de darme cuenta de lo que


estaba haciendo. Tenía que asegurarme de que estaba a salvo. Si se
sintiera como si tuviera que quedarse aquí, bien, pero no tenía que
hacerlo sola.

Debí haber conducido más rápido que Melanie porque la puerta


del garaje acababa de aterrizar en el cemento detrás de su coche al
mismo tiempo en que su casa apareció en mi visión.

Con suerte, Nicholas ya estaba dormido. Era tarde, el resplandor


verde del tablero señalaba "dos y trece". Sólo los árboles crujían en el
viento, y un perro ladraba en la distancia. Aparte de eso, era silencio
total y completo. Mi mente zumbó mientras escuchaba agudamente a
Melanie. Me esforcé para sentirla mientras se movía alrededor de la
casa oscurecida. La única luz provenía de dos lámparas tenues
iluminando el porche, lanzando sombras negras a través de la fachada
de la mansión blanca.
Una luz parpadeaba en una ventana de abajo. Razoné que era la
misma habitación que habíamos compartido hacía sólo dos días. De
alguna manera, eso me dio un poco de consuelo.

Alcancé mi teléfono y escribí un mensaje rápido para hacerle


saber que estaba justo afuera si me necesitaba. Respondió sólo
segundos más tarde que estaba a salvo y me deseó buenas noches. Le
deseé lo mismo, presionado enviar, y envié mi corazón con él, esperando
hasta la oscuridad tragara la casa antes de que me obligarme a
conducir lejos.

Erin y mamá trataron de mantenerme lo suficiente distraído


después de que me obligaron a unirme a ellas en su búsqueda de un
nuevo hogar para mi hermana. No podía decir que no, no después de lo
increíblemente feliz que era mamá cuando Erin accidentalmente se le
escapó de lo que se había entrado anoche. Era como si la preocupación
de años hubiera sido borrada del rostro de mamá en el minuto que
pasó. Por supuesto, cuando tuve que explicarle nuestras
circunstancias, un conjunto completamente nuevo de preocupaciones
se enfrentó a ella.

Pasé la mañana en segundo plano, sólo ofreciendo mi opinión


cuando me preguntaban, mientras seguía a mamá y a Erin de casa en
casa y de habitación en habitación.

Después de lo que parecieron horas, nos dirigimos al último lugar


de la lista. Estábamos exhaustos, y Erin no estaba más cerca de una
decisión que cuando empezamos por primera vez. Había bloqueado la
conversación sucediendo por delante de mí, mientras seguía un camino
a través de un patio de poca hierba y subí tres pasos. Mis pensamientos
estaban a veinte kilómetros de distancia, preguntándome qué estaba
haciendo Melanie y deseando compartirlo con ella. Mi mente estaba tan
lejos que no me di cuenta de que Erin y mamá se habían detenido en la
puerta. Me estrellé directamente en la espalda de Erin porque había
estado mirando a mis pies mientras cruzaba el porche de madera.
Sorprendido, la atrapé, murmurando una disculpa. Me di cuenta de que
ambas me estudiaban, sus bocas ligeramente boquiabiertas. Mi frente
fruncida antes de mirar alrededor de la habitación. Mi corazón se
aceleró mientras procesaba la vista delante de mí.

Me apoyé contra el marco de la puerta para no caer.

Era tan similar a nuestra casita, pero más que eso, se sentía
igual.

Erin estaba ansiosamente inquieta a mi lado, y mamá se puso


rígida, dándome tiempo. Ambas sabían lo que esa casa significaba para
mí. Sabían que había querido criar una familia allí, había querido
hacerlo con risas y amor. En cambio, lo había contaminado con mis
errores, dejé la cama profanada. Simplemente había salido por la puerta
principal y nunca regrese. Mamá había tratado de limpiar mis cosas.
Había guardado lo que sabía que querría, lo que sería un tesoro,
aunque no pudiera soportar mirarlos en ese momento. Luego vendió la
casa a la primera persona que hizo una oferta. Sólo quería deshacerme
de ella. Había sostenido mis esperanzas de una vida que estaba
destrozada, y no podía soportar que se hubiera convertido en un
constante recuerdo de lo que nunca sería.

Sentí la suave y cálida mano de mamá en la mía, y miré hacia ella


mientras asintió como una palabra de aliento, diciéndome estaba en
casa.

El resto del fin de semana resultó ser tortuoso simplemente


debido a la ausencia de Melanie. Con Nicholas en casa, nos tuvimos que
conformar con mensajes y una llamada rápida. Para el lunes por la
mañana, mi espíritu estaba retumbando, batiéndose, extendiéndose,
exigiéndola.

Miré el reloj. Aun faltaban dos horas antes del almuerzo, lo que
me daría un montón de tiempo para terminar lo que necesitaba hacer
en la oficina antes de poder terminar por el resto de la tarde.

Llamé al número de Melanie, rezando para que pudiera escapar.


Sólo tomó un timbre antes de que mi cuerpo zumbara. Incluso el sonido
de su voz tenía un efecto físico en mí.

—Oye —susurró en voz entrecortada.

—Hola, nena. ¿Puedes escaparte un par de horas?

—Por supuesto —su respuesta fue inmediata, siempre tan


ansiosa como yo.

—Encuéntrame en mi oficina ¿al mediodía?

—Está bien. Te amo.

—Mmm, también te amo. Hasta pronto. —Colgué sonriendo,


ansioso por ver a mi chica. Empecé rápidamente el trabajo para cuadrar
las cosas para que pudiera disfrutar de la tarde con ella. Estaba tan
envuelto en mi trabajo, clasificando montones de papeles
aparentemente interminables que salté cuando mi teléfono sonó en mi
bolsillo. Me reí cuando vi el nombre en la pantalla por décima vez desde
el sábado.

—Hola, mamá. —Estaba emocionada, preguntándose si había


hablado con Melanie y cuando la llevaría a mostrarle la casa. Me reí,
diciendo que esperaba poder llevarla allí esta tarde. También reí cuando
le dije que sí, estaba nervioso, y no, no me arrepentí… aun.
Sólo esperaba que no fuera el tipo equivocado de recordatorio,
uno que llevaría a Melanie de vuelta al lugar donde nos habíamos
perdido el uno al otro. Recé para que fuera un recordatorio de la
esperanza que teníamos para nuestro futuro, el futuro que ahora
seríamos capaces de vivir. Sabía que habría un enorme agujero donde
Eva debería haber estado, pero aún se sentía bien. La energía había
estado allí, fuerte, y tenía que arriesgarme.

La línea directa de Lisa sonó, y le pedí a mamá que esperara un


segundo con el receptor en el otro oído.

—¿Lisa?

—Hola, doctor Montgomery. Tiene una visita. —Miré el reloj; eran


once para las doce. Melanie estaba unos minutos antes.

—Envíala. —Sonreí y colgué. Volviendo mi atención a mamá,


sonreí mientras esperaba a mi chica caminando por la puerta—. Oye,
mamá, tengo que irme... —Mi boca se quedó a mitad de la oración, y el
sudor brotó en mi frente. Debí haber prestado más atención, pero me
había distraído con mi conversación con mamá y los pensamientos de
Melanie. Mi cuerpo se activó lo suficientemente rápido como para
decirme que no estaba aquí.

Pero Vanessa estaba allí. No la había vuelto a ver desde aquella


fatídica noche. Había confiado en la correspondencia de mi abogado e
ignoré todas sus llamadas y mensajes.

No quería hablar ni verla o tratar con ella. Vanessa


aparentemente no lo sabía, porque entró en mi oficina y cerró la puerta
detrás de ella. Se giró hacia mí, con la barbilla en alto mientras me miró
con confianza.

Desesperadamente traté de evitar mirar su estómago. La


protuberancia parecía burlarse de mí.
La camisa blanca y apretada de Vanessa envuelta en el montículo
hinchado, exigiendo que reconociera lo que había hecho, pero todo mi
ser lo rechazó.

Mi voz se rompió cuando recuperé la función mental suficiente


para hablar, dejándome con una corriente estrangulada de palabras.

—¿Qué... qué demonios estás haciendo aquí? —Los ojos azules de


Vanessa se encendieron con fuego, y luego se obligó a sonreír, artificial
y dulce.

—No estabas devolviendo mis llamadas, así que decidí pasar por
aquí y pagarte una pequeña visita. —La miraba fijamente, dispuesto a
controlar mi temperamento.

—Te dije que no quería oír de ti a menos que fuera algo


relacionado directamente con el bebé, y para eso, puedes pasar por mi
abogado. ¿Confío en que tienes su número? —Mi voz tomó un borde
condescendiente cuando la vi vacilar, sus ojos lanzándose a sus pies
antes de regresar a mí.

—Daniel —suspiró, desalentada—. ¿Por qué no nos das una


oportunidad? Seamos amigos y veamos a dónde va. No quiero criar a
este bebé sola.

¿Era en serio?

—Primero que nada, no quiero ser tu amigo. Segundo, no lo vas a


criar sola. Va a estar conmigo la mitad del tiempo. Esto —dije,
señalando hacia adelante y hacia atrás entre nosotros—, no va a
suceder.

—Bueno, Daniel, en caso de que lo hayas olvidado, ¡esto ya pasó!


—Frotó las dos manos sobre su cintura, enfatizando el mayor error que
he cometido—. Y entonces no parecía importante realmente, ¿verdad?
¿No crees que sea hora de que te levantes y actúes como un hombre en
vez de dejarme sola para lidiar con todo esto por mí misma? —Sentí una
breve ola de culpabilidad a través de mí, antes de recordar esa noche.
Yo no era el egoísta. Ella había hecho una elección por mí, una elección
que me afectaría por el resto de mi vida.

Señalé su estómago, mi desdén borrando cada gota de simpatía


que había tenido.

—Eso fue tu culpa —sisé, el odio reprimido y la culpa que sentía


por su sola libertad—. Tú hiciste esto. —Empujé mi dedo más cerca—.
¡Y nunca he querido esto, así que no te atrevas a venir aquí y decirme
cómo debería estar manejándolo! —escupí, disgustado—. No quiero
tener nada que ver contigo, Vanessa. —Caminé a través de la
habitación y abrí la puerta—. Ahora sal de mi oficina y no vuelvas. —
Arrastré mis ojos en ella, la amenaza clara en mi voz.
Traducido por ZombieQueen
Corregido por Caile

Tan pronto como pasé por la puerta, supe que algo iba mal. La
sensación era desagradable. Podía sentirlo, la energía era frenética,
angustiada.

Miré confundida a la secretaria de Daniel. Sus ojos se ampliaron


cuando me reconoció. Ambas nos volvimos cuando escuchamos la voz
elevada de Daniel llena de veneno.

Nunca lo había escuchado hablar con tanto desdén. Corrí a su


oficina, presa del pánico e incapaz de comprender que podría ser lo que
provocaría una reacción como esa en él. Mis pies se sintieron
momentáneamente desconectados de mi cuerpo, y luché por
mantenerme erguida cuando vi a Vanessa. Verla era un golpe en el
estómago, una puñalada en el pecho. En un momento fugaz, se me vino
todo encima, aplastante, chocando, palpitante incertidumbre,
resentimiento, celos, el bebé—su bebé.

No podía ver ni respirar. La ansiedad me rasgó por completo,


golpeando mis nervios, desarmándome y burlándose de mí con lo que
no podía tener. ¿Estaría allí siempre, acechándome, rogando por ser
liberado? ¿Cómo podía sentirme de esa manera luego de todo lo
sucedido, luego de todo lo que él dijo y demostró? ¿Cómo podía haber la
más mínima duda?

—¿Eso es por qué ya no me quieres? Lo sabía. ¿En serio eliges a


esta puta sobre mí? Soy la que lleva a tu bebé.
Sus despreciables palabras, destinadas a herir, me ofrecieron un
motivo de convicción. De repente, lo vi todo claro. Esos pensamientos
destructivos y palabras, no tenían lugar porque sabía que él me prefería
a mí antes que a ella, antes que a nadie. Por primera vez, realmente lo
creí.

Me sentí valiente mientras hablaba.

—No sabes nada sobre mí, no sabes nada sobre Daniel. —Me
acerqué a él directamente—. No sabes nada sobre nosotros o sobre lo
que hemos pasado. Ahora, creo que Daniel te pidió que te marcharas. —
No retrocedí mientras ella miraba entre nosotros, sus ojos implorando
mientras revoloteaban sobre Daniel, buscando alguna incertidumbre.

Casi pude sentir su sangre enfriarse cuando no encontró


ninguna. Su rostro palideció mientras su resolución desapareció; su
cuerpo se hundió en derrota cuando se dio cuenta de que acababa de
perder el juego que estaba jugando. No pude quitar mis ojos de ella
mientras se alejaba, llevándose consigo hasta el último pedazo de
inseguridad que sentí. Mi respiración casi se detuvo cuando vi el rostro
de Daniel. Me miraba como si acabara de encontrar el tesoro que
buscaba desde toda su vida, su boca reverente mientras sus labios
viajaban sobre el dorso de mi mano. Estaba orgulloso de mí.

—Ven, tengo algo que mostrarte.

—¿Qué? —sonreí.

Lo seguí hasta su oficina, recogió sus llaves y su abrigo, me tomó


de la mano y me condujo de regreso por el mismo camino.

—Es una sorpresa. —Sus ojos brillaron.

Me acurruqué contra su cuerpo, relajándome mientras esperaba


con ansias el momento con Daniel. Mientras estuviera con él, no me
importaba qué era. Solo podría ser bueno. Envolviendo su brazo
alrededor de mi hombro, me acercó más. Levanté la vista justo a tiempo
para anticipar su beso, su sonrisa se amplió cuando se alejó.

Daniel me presentó a Lisa, su gerente de oficina.

Honestamente, estaba un poco mortificada por conocerla después


del comportamiento que presenció por mi parte la última vez que estuve
aquí. Pero su bienvenida fue genuina, y no pude evitar devolverle su
cálida sonrisa.

Daniel rápidamente le dio algunas instrucciones para el resto de


la tarde antes de tomar mi mano y sacarme por la puerta.

Me relajé contra el calor de los asientos calefaccionados,


saboreando el suave pulso de nuestra energía mientras Daniel y yo
viajábamos. Siguió mirándome y sonreía tímidamente.

Condujimos en un silencio sencillo, con solo el sonido de la


música suave y el ronroneo del motor mientras acelerábamos por la
carretera.

—Esa es la salida a la casa de mis padres. —Levantó su mano de


mi pierna, señalando el camino por el que pasamos. Miré por la
ventana, imaginando cómo sería verlos de nuevo.

Encontrarme con Erin la otra noche había sido curativo. Perderla


había sido devastador, solo eclipsado por el agujero que le había dejado
la ausencia a Daniel. Fue como si cuando cada uno de ellos regresó a
mi vida, una pieza encontró de nuevo en su lugar, llenándome,
completándome. No podía esperar para llenar el lugar reservado para
Patrick y Julia.

—¿Los extrañas? —Su voz era suave, preocupada, su alma atenta


al dolor que venía de mi corazón.
—Mucho. —no me di cuenta que me estaba poniendo sensible
hasta que oí mi voz.

—Melanie, cariño, no quiero presionarte. Di que no si aún no


estas lista para esto. Pero ellos realmente quieren verte.

—¿Lo saben?

—Sí —asintió, mirándome con aprensión.

Daniel me contó cómo Patrick me había visto el día que llegué a la


oficina y la conversación que tuvieron después. Por supuesto, ahora que
Erin lo sabía, Julia también lo sabía.

—Al principio pensé que sería mejor esperar... —La repentina


interrupción en su oración me permitió filtrar lo que no se dijo—. Hasta
que ya no estés casada. —Se pasó la mano por el pelo, la sola idea le
provocó angustia.

—Pero no puedo verte apartándote de ellos. Erin volverá este fin


de semana, y ella ha hecho... planes. —Me miró, esperanzado y
asustado por mi reacción—. ¿Cena en la casa de mis padres? —Creo
que pensé que era mejor esperar también, pero en realidad,
simplemente ya no tenía sentido. Todos sabían sobre Nicholas.
¿Deseaba retomar la relación bajo circunstancias diferentes?
Absolutamente.

Pero ellos me amaban, y yo los amaba, y un documento legal no


podía cambiar eso, no más de lo que podía cambiar lo que Daniel y yo
teníamos. En mi corazón, él siempre había sido mi esposo y ellos
siempre habían sido mi familia. Mi matrimonio no era más que una
farsa, una cubierta para un sirviente contratado.

—Me gustaría.
Suspiró con alivio y me apretó la pierna en un silencioso
agradecimiento.

Volví a mirar la carretera cuando lo sentí aminorar la velocidad en


la siguiente salida. Tuve una vaga sensación de déjà vu cuando nos
detuvimos frente a una pequeña casa blanca enmarcada por altos y
enormes árboles. El clima frío había despojado las ramas de sus hojas y
éstas raspaban el techo inclinado de la casa. El porche sobresalía en el
patio como un saludo de bienvenida.

Todo en la casa era simple, sencilla, sin pretensiones.

Casa. Era maravilloso, perfecto y desgarrador, porque sabía lo


que Daniel sentía cuando veía esa casa, lo que recordaba. Le dije que
necesitaba una nueva casa para su hijo, pero no. En cambio, encontró
una nueva casa para mí.

Una mujer de cabello negro de unos cuarenta y tantos años y


vestida con un traje de negocios salió de un lujoso SUV plateado
estacionado en el camino de entrada. Se cubrió los ojos con la mano,
entrecerrando los ojos mientras miraba el automóvil de Daniel y esperó
a que saliéramos.

—Está bien si no la quieres, Melanie —la voz de Daniel era suave,


incierta y me volví hacia él. Sus ojos color avellana me quemaron,
buscando mi alma, encontrando mi corazón desnudo. Mientras me
permitía la emoción, las lágrimas comenzaron a caer por mi rostro. Miré
la casa, elaborada y aterradora al mismo tiempo. Me forcé a salir.

La agente de inmuebles se presentó antes de ver mis lágrimas.


Claramente la incomodé y pareció aliviarse al enfocar su atención en
Daniel mientras estrechaban las manos.

La seguimos en silencio hacia el camino de entrada. Me abracé a


mí misma mientras ella introducía la llave y destrabó la puerta. Mi
respiración se me escapó cuando la puerta se abrió lentamente. No era
lo mismo, en lo absoluto, pero se sentía igual. Y habría dolido si no se
hubiera sentido tan bien.

Permanecí en medio de la sala de estar. Lagrimas silenciosas


corrían por mi rostro mientras sentía el tirón que rodeaba la habitación,
insistiendo en que me quedara. Sabía que parecía como si me estuviera
desmoronando, fallando, pero era todo lo contrario. Me estaba
arreglando. Era como si hubiera terminado en el mismo lugar del que
me habían arrancado hace mucho tiempo. Al mismo tiempo, todo
estaba tan desordenado que me hizo girar la cabeza.

Daniel envolvió sus fuertes brazos alrededor de mis hombros por


detrás y me empujó contra su pecho, su corazón golpeando mi espalda
mientras nos mecía. Su voz sonaba arrepentida contra mi oreja.

—Bebé, lo siento mucho. Fue estúpido. Debería haberlo pensado.


Debería haber sabido. Simplemente se sentía... bien.

Quería decirle tantas cosas. Quería decirle lo maravilloso que era.


Quería alabar su corazón extraordinario, su alma perfecta. Quería
decirle que esto significaba tanto para mí como para él. En cambio,
susurré lo único que pude decir:

—Está bien. —Exhaló con fuerza, y sus rígidos músculos se


aliviaron, sus brazos se deslizaron desde mis brazos hasta mi cintura.

Entrelazando nuestras manos, me abrazó con fuerza, sin soltarme


mientras continuamos balanceándonos.

Ninguno de los dos quería moverse, el momento era sublime.


Daniel se retiró de mala gana cuando nos dimos cuenta de lo incómodo
que debía ser para la agente. Estaba de espaldas a nosotros mientras
miraba sin ver por la ventana de la cocina hacia el patio trasero,
observando el césped descuidado.
Daniel rozó sus labios a lo largo de mi oreja.

—Te amo. —Asentí con la cabeza, y él se alejó para hablar con


ella.

Me pasé las manos por el pelo, me sequé los ojos y me apreté,


sintiéndome lo suficientemente fuerte como para explorar la casa que se
había apoderado de mí. Era perfecta, excepto por el vacío evidente que
tenía porque Eva no estaba allí.

Traté desesperadamente de verlo, de imaginarme una cuna en la


esquina de la pequeña habitación o una silla de bebé al lado de la mesa
del comedor. Me esforcé por escuchar la risa de un niño mientras corría
por el suelo de madera y lo veía jugando en el patio trasero. En cambio,
no había nada.

Quería sentir, necesitaba sentir porque le había prometido a


Daniel que haría esto con él, pero no creía haber empezado siquiera a
comprender cómo ese niño me iba a romper el corazón.

Mis nervios estaban fuera de control. Mis manos temblaban


mientras empacaba un pijama y me cambiaba de ropa en mi bolsa de
viaje. Había visto a Daniel todos los días esta semana. Todas las
mañanas esperaba para encontrarlo a la hora del almuerzo, y corría a
hacia él tan pronto como recibía noticias. Nos tomábamos de la mano
mientras caminábamos por las calles, compartiendo todos nuestros
lugares favoritos.

Y al final del día, siempre nos encontramos en su departamento.

Estaba jugando un peligroso juego del gato y el ratón con


Nicholas, tambaleándome en la línea entre lograr el objetivo que había
establecido y exponer lo que estaba pasando entre Daniel y yo. Sabía
que Nicholas eventualmente sabría sobre nosotros, pero esperaba
haberme ido antes de que eso sucediera.

Nicholas había estado observando cada uno de mis movimientos,


estudiándome mientras me movía por la casa. Sabía que quería que él
notara una diferencia en mí, que sintiera que se avecinaba un cambio.
Sin embargo, no pude controlar el instinto natural que sentía de
esconderme de él. En cierto modo, siempre había tenido un poco de
miedo por Nicholas, aunque nunca me había importado porque
pensaba que no tenía nada que perder. Pero ahora, realmente, estaba
aterrorizada, aterrada de lo que destruiría. Sin embargo, seguí adelante,
decidido a hacerlo.

Me colgué la correa de la bolsa en el hombro y bajé las escaleras.


Eran solo las cinco y cuarto, y ya estaba en casa. Nunca en nueve años
había llegado a casa tan temprano a menos que tuviera una razón real,
y sabía que razón era yo. No había forma de que permitiera que
presencia me disuadiera mis planes de pasar la noche afuera. Sus ojos
se entrecerraron cuando notó la bolsa colgada de mi hombro.

—¿Vas a algún lugar?

Recé para que no notara cómo mis músculos se tensaron bajo su


tono amenazante, y elevé la barbilla para mirarlo directamente a los
ojos.

—A casa de Katie. Regresaré en la mañana.

Vi el movimiento de su pecho elevándose mientras contenía la


respiración. Su ira se elevó visiblemente en su cuello y se posó en sus
mejillas enrojecidas. Pude ver la guerra en sus ojos mientras decidía
cómo lidiar mejor con mi insubordinación. La forma en que su labio se
crispó y sus puños se cerraron y soltaron, era claro que quería hacerme
trizas.
En cambio, su boca se extendió en una sonrisa engreída,
arrogante, y su cabeza se inclinó hacia un lado.

—Mm, ya veo. —Estaba bastante segura de que “ya veo”


significaba que podía ver a través de mí, pero no esperé a que lo
aclarara. Rápidamente escapé de la habitación y de sus ojos, arrojé mis
cosas en mi auto y me fui lo más rápido posible.

De repente, estaba muy agradecida por el arreglo que Katie y yo


habíamos hecho antes. Planeé ir a su casa y cambiarme para la cena
con la familia de Daniel, dejar mi coche en el Preston, y luego ella me
llevaría a la casa de Daniel para dejarme. De verdad, no pensé que
podría soportar otro error con Nicholas.

Me senté en el auto de Katie, esperando no llegar tarde. Mi rodilla


rebotó cuando vi que el reloj se acercaba a las seis. Por supuesto, Katie
no lo haría. Se detuvo frente al edificio de Daniel justo antes de las seis.
Pisó los frenos cuando nos detuvo bruscamente.

—Muchas gracias, Katie. Lamento mucho haberte involucrado en


esto. —Moví mi mano hacia el edificio de Daniel, sintiéndome culpable
por ponerla en esta situación una vez más.

—Psssss. —Se encogió de hombros y desestimó mi preocupación,


dándome un rápido abrazo—. No tienes idea de lo feliz que me hace
verte así. —Se rió—. Además, Nicholas está enojado, ¿verdad? Quiero
decir, ¿cuánto mejor podría ponerse esta noche?

Le devolví la risa y sacudí mi cabeza mientras recogía mis cosas.

—Sí. Oremos para que no se presente en tu casa esta noche. —


Caminé hacia la acera, inclinándome y dándole las gracias una vez
más.

Corrí escaleras arriba. Daniel abrió la puerta, parado en la


entrada de su apartamento con pantalones de vestir negros y un botón
granate, las mangas remangadas. Nunca dejaba de quitarme el aliento.
Inmediatamente me tomó en sus brazos, su aroma se apoderó de mí.

—Hola. —Me alejé para ver su cara, sonriendo ante la alegría que
encontré.

—Hola, hermosa. —Su mano recorrió los rizos sobre mi hombro.


Pasando sus ojos sobre mi cuerpo, evaluó mi suéter de cuello alto gris
oscuro y pantalones negros. Se detuvieron un poco más en mis botas de
tacón favorito—. Te ves impresionante.

—Gracias. —Le sonreí cálidamente porque realmente lo decía en


serio. Me encantó que lo notara. Daniel era el único que quería
impresionar. Tomó sus llaves de la pequeña mesa junto a la puerta y
me colocó a su lado—. ¿Lista?

El viaje de cuarenta minutos pasó rápidamente. Llegamos a la


casa más hermosa que jamás había visto, grandiosa y humilde. Solo el
grupo de personas que esperaban ansiosamente en el pórtico era más
cautivador.

Había anticipado ser tímida e insegura de mí mismo, insegura de


cuál sería exactamente mi lugar, pero en cuanto vi sus caras, todo
desapareció. Mi mano estaba en la manija de la puerta antes de que el
auto se detuviera por completo. Salté del vehículo y corrí hacia los
brazos de Julia. Nos abrazamos la una a la otra, apenas conscientes de
que ambas estábamos llorando y riéndonos al mismo tiempo. Me
resultó increíble tener a esta mujer que significaba tanto para mí... esta
mujer que hacía mucho tiempo se había convertido en mi madre.
Retrocedimos, lo suficiente como para mirarnos, para ver el cambio.

Julia estaba tan hermosa como siempre, su edad no hacía más


que aumentar su gracia. Ella dio un paso hacia atrás, tomando mis
manos entre las suyas, inspeccionándome. Me recordó la forma en que
una madre tomaría a su bebé recién nacido y lo examinaría, contaría
los dedos de las manos y los pies, se aseguraría de que estuviera
completo. Ella me devolvió el abrazo.

—Estoy tan feliz de que estés aquí —susurró.

Asentí contra ella y la apreté una vez más antes de volverme hacia
Patrick que había estado parado casi pacientemente a su lado. Le sonreí
cuando me abrazó.

—Hola, Patrick. —Mi voz era suave. Envolví mis brazos alrededor
de su cintura, y sus fuertes brazos se envolvieron alrededor de mis
hombros. Colocó un suave beso en mi frente.

—Bienvenida a casa, Melanie.

Me sequé las lágrimas de los ojos y me puse de pie, centrándome


en Erin, que estaba parada detrás de nosotros. Sabía que le estaba
tomando todas sus fuerzas para no apurarme y darme un momento
para reunirme con el resto de la familia. Tan pronto como nuestras
caras se encontraron, ninguna pudo esperar más, y nos lanzamos el
uno al otro.

—¿Entramos? La cena estará lista en unos diez minutos. —Julia


pasó los dedos por el dorso de mi mano, y se volvió para guiar a todos
hacia adentro, sonriéndome por encima del hombro mientras entraba
por la puerta.

Me abracé a mí misma mientras veía a mi familia mi familia


seguirla. Sequé las últimas lágrimas mientras me preparaba para
compartir una mesa con ellos. Girándome, me encontré con los ojos
color avellana ardiendo en la parte posterior de mi cabeza. La cara de
Daniel era indescriptible, impresionante, como si acabara de ver el
paraíso desde donde estaba al pie de los escalones. Extendí la mano
hacia él, mis dedos extendidos, la energía fluyendo libremente en el
espacio entre nosotros. Su boca se torció en las esquinas mientras
silenciosamente le pedía que estuviera a mi lado, sus pies
inmediatamente lo trajeron a mí. Me volví para entrar, pero él me
detuvo, tomando mi cara entre sus manos.

Me miró fijamente, posando un beso firme y cerrado en mis


labios.

—Gracias.

Le sonreí, pasando el dorso de mi mano por su suave mejilla y su


cuello. Asentí en señal de aceptación porque si bien podía objetar,
decirle que debería ser yo quien le agradeciera, y que yo era quien se
beneficiaba de eso, sabía que estaba tan agradecido por mi regreso a
esta familia como yo.

Entramos, y no pude evitar asombrarme. La casa era increíble; un


flujo perfecto del pasado y el presente como si una persona pudiera
caminar a través de un museo y aun así sentirse como en casa. Me
encantó que Julia compartiera mi afición por las antigüedades. Daniel
se rió entre dientes, empujándome hacia adelante cuando el aparador
particularmente encantador que adornaba el vestíbulo me distrajo.

—Exploraremos más tarde. —Sonreí.

—Oops. Lo siento.

Los otros ya estaban en sus asientos cuando entramos al


comedor. La charla era ruidosa y sin preocupaciones mientras pasaban
los platos y los llenaban. Encontré la cara de Julia y la miré con
expresión significativa cuando vi que había hecho mi plato de pollo
favorito. Ella se encogió de hombros y se llevó el tenedor a la boca,
claramente satisfecha por haber notado su muestra de afecto.

Mis ojos se movieron de un lado a otro sobre la mesa.


Todos se turnaban compartiendo historias y llenándome de todo
lo que me había perdido en los últimos nueve años. La mesa estaba
llena de risas y sonrisas constantes. El ambiente solo se oscureció por
unos momentos cuando Patrick contó cómo había perdido a su querida
tía dos años antes.

Nunca me sentí incómoda, ni una sola vez. Pensé que tal vez me
sentiría como una extraña, la segunda esposa que nunca encajaba. En
cambio, era como si un lugar en esta mesa hubiera estado vacío
mientras esta familia esperaba mi regreso.

El toque de Daniel nunca estuvo lejos. Su mano descansaba


sobre mi rodilla, se entrelazaba con mis manos, o jugaba con los
cabellos en mi nuca. No me perdí la forma en que su familia veía cada
uno de sus movimientos. Los ojos de Patrick se abrieron de par en par
cuando Daniel le ofreció una versión diferente de la historia que
contaba Erin, provocando que nunca pudiera contar una historia sin
exagerarla. La expresión satisfecha de Patrick solo creció con cada
historia que contaron. Cada vez que Daniel se reía, Julia casi deliraba
como si estuviera escuchando música por primera vez. Y Erin, aunque
siempre había sido una de las personas más felices que conocía, nunca
la había visto así. Ella absolutamente brillaba.

Fue entonces cuando me di cuenta de que esta cena no solo me


estaba devolviendo la bienvenida, sino también a Daniel.

Para el postre Julia sirvió café y su tarta de manzana casera. Nos


sentimos muy relajados, nuestros cuerpos saciados. La conversación
sencilla continuó mientras nos sentábamos y tomábamos nuestro café.

Daniel se inclinó y me susurró al oído:

—¿Estás listo para recorrer la casa ahora?


Sonreí, y él se levantó para ayudarme a ponerme de pie. Me llevó
de habitación en habitación, dándome tiempo para explorar todo. Me
encantó todo lo que Julia había hecho para crear un hogar tan
increíble, pero, sinceramente, me atraían más las fotos de cada
habitación. Había fotos que había visto antes de Daniel y Erin cuando
eran niños, y fue reconfortante verlas de nuevo, viejos recuerdos de
historias que había escuchado sobre su juventud. Luego estaban
aquellas que nunca había visto, algunas de las cosas que había
extrañado: las vacaciones familiares, la graduación de Daniel de la
escuela de medicina, las Navidades pasadas, cada una era una visión
de un momento aguardando para mí.

Lo que más me llamó la atención fue la expresión en la cara de


Daniel en cada una de ellas, representando a un hombre vacío.

Daniel fue paciente mientras yo examinaba todo, cada pieza


contenía una historia. Era obvio que Julia nunca compraba nada a
menos que la tocara de alguna manera.

Daniel se colocó detrás de mí con la barbilla apoyada en mi


hombro, contándome acerca de la pintura que sus padres habían
adquirido en su último viaje a Europa en su trigésimo aniversario. Era
de un artista desconocido y estaba colgado en la pared en el estudio de
arriba. Era fascinante, capturando la historia de amor de toda una vida
de una pareja que envejece.

—Creo que papá lo vio y miró a mamá y dijo: “estamos a mitad de


camino” y ella tuvo que comprarlo.

No podía imaginarme un mejor regalo de aniversario, uno que


fuera un testimonio del amor que habían compartido y una promesa de
lo que estaba por venir. La energía se apoderó de nosotros, los dos
atrapados con la esperanza de ese tipo de amor, del tipo que
compartían Patrick y Julia, del tipo que duraba para siempre.
—¿Estás lista para regresar a casa? —Presionó un pequeño beso
en mi cuello, acariciando su nariz con mi nariz.

Asentí, ambos reacios a dejar a mi familia y ansiosos por estar a


solas.

Lo seguí abajo, era tarde. Erin dio las buenas noches a todos y
subió las escaleras, cansada por el largo día de viaje. Le dijimos a
Patrick y Julia buenas noches después de prometerles que volveríamos
pronto.

Daniel me ayudó a colocarme el abrigo antes de salir a la fría


noche. Arrancó el auto y condujo hacia la ciudad. No podía esperar para
volver a su departamento, sabiendo que lo único mejor que dormirme
en los brazos de Daniel iba a ser despertar en ellos.
Traducido por ZombieQueen
Corregido por Caile

—Bien, te veo mañana. Adiós.

Colgué con mamá, uniendo mis manos, tratando de calmarme, ya


que el día casi había llegado. Las últimas tres semanas habían sido
increíbles. Había pasado cada minuto que podía con Daniel, pero no era
ciega; sabía que estaba comenzando a desgastarse. Parecía como si me
abrazara un poco más y me besara un poco más fuerte cada vez que
nos despedíamos. Me consolaba saber que casi había terminado. Decidí
irme tan pronto como mamá se fuera después de su visita de Acción de
Gracias.

Me había dado el tiempo que necesitaba para cerrar mi vida


anterior y permitirme tener una semana con mamá, sin interrupciones,
un momento en el que ella y yo pudiéramos volver a conocernos.

Aunque estaba increíblemente emocionada de ver a mamá, estaba


nerviosa e insegura de cómo manejar las cosas con ella. Todavía llevaba
resentimiento, aún más ahora que había aprendido que Daniel había
ido con Dal y ella nunca me lo diría.

Pero iba a hacer todo lo que estuviera a mi alcance para ver más
allá y reparar nuestra relación. Sabía que iba a ser difícil desenterrar
viejos problemas y recuerdos, aunque era necesario si alguna vez lo
superaríamos. Ambas necesitábamos el perdón, y las dos
necesitábamos darlo. Sabía que no sería fácil para ninguna.

Pasé el resto del día transformando el estudio de la planta baja en


una segunda habitación para mi madre.
Hasta ese momento, ni siquiera había considerado el hecho de
que estaría durmiendo lejos de Nicholas mientras mamá estuviera aquí.
Si esto no le daba idea de que mi matrimonio estaba en vísperas de su
muerte, entonces nada menos que contarle lo haría, y no pensaba
hacerlo hasta el día de su partida.

Pensé que tendríamos el comienzo de la semana solo para, no sé,


hablar, tal vez recordar un poco acerca de mi infancia. Sentí que
teníamos que restablecer nuestra conexión, reformar nuestro vínculo
madre—hija y volver a creer en nuestro amor. De lo contrario, nunca
confiaría en ella lo suficiente como para volver a nuestros problemas
pasados y preguntarle por qué.

Nunca podría deshacer lo que me hizo, pero al menos podría


explicar por qué, disculparse y asumir alguna responsabilidad por lo
que había hecho. Entonces tal vez, solo tal vez, podría confiar en ella lo
suficiente como para decirle sobre Daniel.

Pasé la noche medio dormida, cabeceando solo para sacudirme en


la cama, mi cuerpo en constante agitación. Estudiaba el reloj para
descubrir que solo habían pasado unos minutos entre cada excitación
no deseada, y nunca pude acomodarme. Esperaba dormir la mayor
parte de la mañana, o de lo contrario estaría paseando por el piso,
esperando su llegada. Finalmente, me di por vencida y me levanté de la
cama a las seis y cuarto. El cielo aún estaba oscuro, los caminos
seguían en silencio en la madrugada del domingo. Me envolví en mi
bata de satén. Gracias a la falta de sueño y mis nervios deshilachados,
estaba demasiado ansiosa para mi taza de café de la mañana. Iba a ser
un día muy largo.

Después de que Nicholas se fue a jugar al golf, me dediqué a


realizar pequeñas tareas en la casa. Organicé el escritorio de mi oficina
y revisé los correos electrónicos. Limpié la nevera y cociné un poco,
cualquier cosa para mantener mis manos ocupadas. Mis ojos miraban
constantemente el reloj, deseando que avanzara más rápido. Odiaba
sentirme tan agitada. Quiero decir, mi madre venía de visita; debería ser
criticada, no cargada con tanta preocupación y aprensión, que solo
creció a medida que se acercaba la tarde. Simplemente no pude evitarlo;
había mucho en juego en esta visita.

Poco después de las cuatro y media, sonó el timbre. Corrí por la


sala de estar, solo para detenerme frente a la puerta, dándome una
charla interna.

“Va a estar bien. Ella quiere esto tanto como tú. Ella es tu madre”.
Mi mano tembló contra el pomo. “¡Abre la maldita puerta, Melanie!” me
grité a mí misma. Inhalé profundamente, encontrando fuerza suficiente
para girar la perilla, y me eché hacia atrás para dejar que la puerta se
abriera. Ahogué un sollozo que se había acumulado en mi garganta
cuando la vi. Mis pies estaban congelados, incapaz de moverse cuando
su mirada se encontró con la mía.

Mamá. La había extrañado más de lo que había entendido hasta


este momento. Se paró frente a mí, con el pelo recogido en la parte
superior de la cabeza y veteado de gris, su cintura notablemente más
gruesa y los ojos tristes.

—Melanie, cariño —susurró. Podía sentir sus ojos sondeando,


penetrando a través de mi exterior, buscándome. Había una expresión
peculiar en su rostro mientras me bebía.

—Mamá.

Eso fue todo lo que necesitó para dejar caer el equipaje que tenía
en cada mano, abrazarme y abrazarme. Sus manos sostuvieron mis
mejillas mientras sus pulgares limpiaban mis lágrimas producidas por
el ataque repentino de afecto; el afecto que había anhelado, perdido,
necesitado. El afecto en el toque de mi madre que nunca superaría. Sus
palabras sonaron pesadas y penitentes cuando me dijo una y otra vez:
—Te extrañé... te extrañé.

—Te extrañé mucho, mamá. —La abracé fuertemente,


aferrándome a ella.

—Cariño, lo siento mucho.

Me alejé, sacudiendo mi cabeza mientras apretaba sus manos en


las mías.

—Aún no. Sé que tenemos que hablar, y nos daremos cuenta


antes de que te vayas, pero ¿podemos simplemente por favor
simplemente disfrutar la una de la otra por un momento?

Asintió y me acercó a ella de nuevo.

—Lo que sea que necesites. Pero no me iré de aquí hasta que tú y
yo estemos bien.

Me reí entre lágrimas, asintiendo, agradecida de que ella estuviera


aquí por la misma razón que yo deseaba.

—Aquí, vamos a llevarte a tu habitación. —Recogí sus maletas,


tomando una, colgando la otra sobre mi hombro y empujando la gran
maleta detrás de mí.

—¿Estás cansada? Puedo ir a comenzar a preparar la cena y tu


tomar una pequeña siesta.

—Sí, eso suena genial. ¿Estás segura de que no necesitas ayuda


con la cena?

Negué con la cabeza.

—No, solo descansa un poco. Vendré a buscarte cuando esté listo.


—Le di otro rápido abrazo, y la dejé en la habitación, cerré la puerta
detrás de mí y entré a la cocina para terminar la cena. Hice albóndigas
de carne durante mi día de manía, ahora solo necesitaba hacer salsa y
fideos para el spaghetti que había planeado. Pensé en dejar la salsa
cocer a fuego lento por un tiempo para darle a mamá tiempo suficiente
para recuperarse del largo vuelo.

Me encontré a gusto en la cocina, mi inquietud se resolvió en el


momento en que vi a mamá. Cada inquietud que tenía por haberme
hecho entrar en frenesí había sido calmada por su misma presencia y la
promesa de que se quedaría hasta que resolviéramos las cosas.

Sentí mi teléfono vibrar en el bolsillo trasero de mis jeans. Sonreí


porque ya sabía quién era, sus dulces palabras preguntaban si estaba
bien.

Miré por encima del hombro para asegurarme de que estaba


despejado, mis dedos se movieron rápidamente sobre los pequeños
botones mientras le decía que todo estaba perfecto y no podía esperar a
verlo nuevamente.

Era surrealista lo perfecto que era todo.

Rápidamente borré ambos mensajes y guardé el teléfono en mi


bolsillo. Después de agregar los fideos al agua hirviendo y remover la
salsa, rápidamente puse la mesa y saqué la ensalada preparada de la
nevera. Esperé hasta el último minuto para despertar a mamá. Metí mi
cabeza en la puerta, y ella se movió debajo de las mantas cuando la
llamé.

—Oye, mamá, la cena está lista.

Miró hacia arriba, todavía con los ojos soñolientos y cansados,


pero su boca se convirtió en una amplia sonrisa cuando se dio cuenta
de dónde estaba. Se pasó la mano por la cara y el cabello, bostezando
mientras echaba hacia atrás las sábanas.
—Voy. —Se excusó en el baño para lavarse mientras yo entraba y
colocaba la comida sobre la mesa. A regañadientes, subí las escaleras
para invitar a Nicholas a cenar. No había hecho la cena en semanas,
pero no podía sentarme a comer sin él mientras mamá estaba aquí.

—Peggy. —Nicholas entró a la habitación con su cuidadosa


fachada hecha a mano, la que llevaba para aquellos a los que quería
impresionar, para los que quería que pensaran que era algo más de lo
que realmente era. Le dio un abrazo condescendiente, unas palmaditas
en la espalda y la besó en la mejilla. Mis músculos retrocedieron,
viéndolo engañarla haciéndole creer que él era algo que no era. Sabía
que no debería molestarme que ella pensara bien de él. Ella no lo
conocía, ¿y por qué debería esperar que lo hiciera?

La había mantenido alejada todo este tiempo. ¿Por qué no creería


que estaba felizmente casada, que Nicholas era un buen hombre y que
yo quería estar aquí?

—Qué bueno verte de nuevo, Nicholas. —Ella le sonrió con fuerza


mientras, a medias, le devolvía el abrazo, alejándose rápidamente para
buscar su asiento.

Me senté confundida, mi boca se abrió mientras miraba entre los


dos. ¿Realmente podría haber estado así de ciega? ¿Mi dolor me dejó en
tal neblina que realmente no había visto? En todos estos años, había
creído que mamá amaba a Nicholas, que pensada que era perfecto para
mí, que era mejor que Daniel.

Pero estaba claro ahora que mi percepción había sido sesgada


porque los sentimientos de mi madre hacia Nicholas eran
inconfundibles.

Ella lo odiaba.
—¿Podrías darme eso, cariño? —Mamá señaló la jarra medidora
más cercana a mí.

—Claro. —Sonreí y se la entregué sobre la isla. Volví a remover la


leche en las papas y saqué la batidora del armario para mezclarlas.
Ambos nos movimos sin esfuerzo por la cocina. Estaba claro que
cocinar había sido un amor que había heredado de mi madre, y
habíamos hecho mucho esta semana. Habíamos horneado, reído y
hablado, buscando refugio en la mejor habitación de la casa.

Comenzaríamos nuestro día aquí con café y desayuno, y


culminaríamos con la cena, las dos cada vez más cerca con cada
comida. Aún no habíamos hablado, pero sabíamos que llegaría el
momento. En cambio, simplemente saboreábamos nuestro tiempo
juntas como madre e hija, no como dos extrañas, sino como lo
habíamos sido hace años.

Ella claramente estaba consciente de que algo estaba pasando.

Esa primera noche después de desearnos mutuamente buenas


noches, fui al baño a cepillarme los dientes y prepararme para ir a la
cama, solo para encontrarla detenida en la sala oscura.

Me quedé quieta toqueteando el dobladillo de mi pijama, sin estar


segura de qué hacer. Me di cuenta de que me estaba pidiendo que le
diera un vistazo a mi vida, pidiéndome que confiara en ella. Caminé
silenciosamente por la habitación, con la cara hacia el suelo,
deteniéndome para mirarla cuando abrí la puerta de la habitación,
deteniéndome para encontrar sus ojos. Ella simplemente me dio un
asentimiento único de comprensión y se retiró a su habitación,
cerrando la puerta detrás de ella. Nunca lo había mencionado una vez,
aunque a lo largo de la semana, ella había observado. No fue porque me
estuviera juzgando, me condenaba o encontraba alguna falla en mis
acciones. Sus ojos eran suaves y tiernos mientras me seguían por la
habitación.
—¿Cómo va ese pavo? —Mamá agarró una toalla y se dio unas
palmaditas en las manos, inclinándose para mirar el horno por encima
de mi hombro.

—Se ve bastante bien. Yo diría que tenemos aproximadamente


media hora más antes de que podamos sacarlo.

—Huele bien. —Puso una mano amorosa en mi hombro,


ofreciéndole un suave apretón mientras volvía a las judías verdes que
hervían a fuego lento en la estufa.

Hice rodar el pollo antes de cerrar el horno, luego crucé la cocina


para comenzar a sacar la porcelana de la cabina. Incluso dándonos la
espalda, podía sentir que se ponía rígida, sus músculos se tensaban y
su espalda se ponía rígida.

—¿Alguna vez podrás perdonarme? —Su voz era suave, tan suave
que casi me pregunté si quería que lo oyera. Seguí adelante, antes de
bajar los platos al mostrador.

Descansando mis manos a cada lado de ellos, busqué la forma de


responder su pregunta. Todavía estaba tan enojada. Pero después de
esta semana, el tiempo que pasamos, las cosas que habíamos
compartido, todo había cambiado.

—Creo que ya lo hice.

Sentí que soltaba el aliento que había sostenido, y nos volvimos al


mismo tiempo, listas para enfrentar finalmente el pasado, solo para ser
interrumpidas por Nicholas que entraba corriendo por la puerta del
garaje. Destellando una sonrisa falsa, declaró lo delicioso que todo olía.
Mi rostro enrojeció, enojada por su mera presencia. Mamá vio mi
frustración y sonrió mansamente antes de decir: “Más tarde”, cuando
Nicholas salió de la habitación para dirigirse al piso de arriba. Asentí
con la cabeza, seguí sacando el resto de los platos y los llevé al comedor
para poner la mesa.

—Melanie, cariño, ¿podrías venir y ayudarme aquí?

Seguí la voz de mamá de regreso a la cocina, encontrándola


luchando por extraer el enorme pavo del horno. Me reí de lo ridículo que
había sido decidir sobre un pavo tan grande para tres personas.

—Aquí, déjame tomar eso. —La empujé a un lado, tomando los


guantes y tirando de la sartén hacia fuera y llevándolo al mostrador,
ambas riendo por nuestra insuficiencia física. Mamá se rió entre dientes
mientras susurraba palabras conspiratorias:

—Bueno, esa fue la primera vez que realmente deseé que Nicholas
estuviera cerca.

La miré, aturdida, aplaudiendo con mi mano sobre mi boca antes


de reírme nuevamente. Rápidamente me recompuse cuando escuché a
Nicholas bajando las escaleras, pero aún me reía por lo bajo.

—Nicholas. —La voz de mamá todavía insinuaba su diversión—.


¿Serías tan amable y cortarías el pavo para nosotras?

Nicholas estaba lejos de ser amable, y me habría avergonzado si


no hubiera sabido del desdén de mamá por él.

Aparentemente era un poco mejor para ocultarlo que yo.

—Me encantaría.

No pude evitar poner los ojos en blanco. Nicholas fue el máximo


charlatán.

Cada uno se sentó a la mesa y llenó nuestros platos.


El estado de ánimo era sorprendentemente ligero, incluso con
Nicholas en la mesa. Mamá y yo estábamos en lo más alto por la
semana que pasamos juntas y el pequeño adelanto que habíamos hecho
esa noche. Incluso Nicholas parecía divertirse, añadiendo pequeños
detalles a la conversación y actuando como si fuera una persona
medianamente decente. Mamá le había dicho muy poco toda la semana,
pero con el clima liviano, ella lo enfrascó en una charla fácil, hablando
sobre su bien conocido amor por el golf.

—Entonces, ¿cómo está el trabajo, Nicholas?

Me atraganté con el vino que acababa de meter en mi boca,


forzándome a bajar por mi garganta, de repente muy incómoda con el
cambio de tema.

—Es genial, perfecto en realidad. Sabes que he tenido bastante


éxito en el pasado, pero este año hemos excedido todos nuestros
objetivos. —Su rostro resplandecía de orgullo, sus ojos brillaban cuando
le contó sobre la prosperidad que pronto se le presentaría—. Acabamos
de obtener el contrato más grande que hemos tenido.

—Dios no. Por favor —rogué en silencio mientras retorcía la


servilleta de tela con fuerza alrededor de mis dedos en mi regazo.

Mamá sonrió, Nicholas inconsciente mientras ella continuaba


condescendiente.

—Bueno, eso es bastante impresionante, Nicholas. —Asintió


vigorosamente, metiendo otro bocado de pavo en la boca antes de
continuar.

—Sí. Es este gran complejo médico.

Cerré los ojos, rezando para que se detuviera.


—Un nuevo centro de oncología. Es bastante extravagante nos va
a hacer ganar un montón de dinero.

—Oh, ¿qué tipo de oncología? —Mamá fingió interés, simplemente


para mantener la conversación, sin darse cuenta de la trampa que ella
me estaba tendiendo.

“Mamá, por favor, detente”. Luché por pensar en alguna forma de


retratarle las palabras, pero nada venía.

—Cáncer de mama. Algunos peces gordos que dieron con un


nuevo tratamiento —se burló Nicholas, sin ocultar su disgusto—. Los
Montgomery.

Mamá chisporroteó, girando rápidamente en su asiento para


mirarme.

—¿Daniel? —Sus ojos estaban muy abiertos por el impacto del


nombre, y se convirtió en puro pánico cuando adoptó mi expresión. Su
garganta se sacudió, y ella lo tragó con fuerza, como si tratara de
retraer su nombre nuevamente.

Nicholas se congeló, momentáneamente estupefacto por sus


palabras. Él miró hacia adelante y hacia atrás entre los dos antes de
que la comprensión apareciera en su rostro.

—¿Y cómo conoces al Dr. Montgomery, Peggy? —Escupió


Nicholas, su rostro rojo mientras la miraba desde el otro lado de la
mesa.

Sus ojos se clavaron en los míos, y ella rápidamente los movió a


su regazo, sin decir nada.

Nicholas se puso en pie de un salto, sus manos planas contra la


mesa mientras se inclinaba hacia adelante, su atención ahora dirigida
hacia mí.
—¿Cómo diablos conoces a Daniel Montgomery? —gruñó,
hirviendo.

Iba a vomitar. Cerré los ojos con fuerza, tratando de encontrar


algún tipo de respuesta aceptable para darle.

No podía averiguarlo, no así.

Su puño se estrelló contra la mesa, su voz sonó.

—¡Dime!

Retrocedí en la silla, murmurando las palabras en mi regazo.

—Él era el padre de mi bebé.

No levanté la mirada hasta que escuché su risita burlona.

—¡Bueno! eso es tan precioso.

Apartó la mirada, frotando sus dedos sobre su boca mientras


reunía sus pensamientos antes de volverse para mirarme mientras
hablaba con mamá.

—Peggy, creo que tienes que darme un momento con mi esposa.


—Me senté rígidamente a excepción de mis manos que temblaban
incontrolablemente debajo de la mesa. Miré el plato de comida a medio
comer delante de mí. Podía sentir los ojos de mamá quemándome,
preguntándome qué hacer. Estaba demasiado aterrorizada para
reconocerla. La sentí rendirse y levantarse de su silla, sus pasos suaves
mientras caminaba de la habitación. Una abrumadora sensación de
temor me consumió, mi pecho se convulsionó en olas mientras trataba
de ocultar mi miedo.

En ese momento, todo lo que quería era a Daniel. Quería que él


atravesara la puerta y me salvara, que entrara y me rescatara. Pero
sobre todo, deseé haberlo escuchado cuando me había suplicado que
me fuera. Fue tan estúpido. Ahora, nos había puesto a los dos en más
peligro de lo que hubiéramos enfrentado de otra manera.

Me estremecí cuando Nicholas se movió repentinamente,


acechando alrededor de la mesa y agarrándome del brazo. Me arrastró a
la cocina y me empujó contra la pared.

Lágrimas brotaron a mis ojos, y luché para contenerlas. Mostrarle


debilidad solo lo empeoraría.

—De repente, esa noche tiene mucho más sentido para mí. La
forma en que te confundías y actuabas como una completa idiota me
hacía parecer un tonto. —Su mano que restringía mi brazo se adentró
aún más en mí, inmovilizándome contra la pared mientras sus dedos se
clavaban en la piel. Su mandíbula se apretó y su mano viajó desde mi
brazo, a través de mi pecho, y se detuvo en la base de mi cuello. Su
agarre se mantuvo ligero pero amenazador, su boca se torció en una
sonrisa malvada.

—Sería una pena que le suceda algo a un doctor tan joven y


prometedor, ¿no es así? —Su preocupación fingida me revolvió el
estómago. Mi sangre se heló, y mi boca se secó repentinamente a
medida que la presión se intensificaba alrededor de mi cuello.

—Además, ¿de verdad crees que él te querría? ¿Tú y tu cuerpo


inútil?

Apenas podía hablar con el flujo de oxígeno a mis pulmones


restringido, lo que dificultaba producir la mentira.

—Él no me quería entonces, ¿por qué iba a quererme ahora? —


Esbozó una sonrisa amenazadora, mirándome.

—Eso es correcto. —Sus dos manos llegaron a mi garganta,


apretando, pero no lo suficiente como para obstruir completamente el
flujo de aire. Fue una advertencia. Sus ojos se entrecerraron mientras
escupía a través de los dientes apretados—. Estaba empezando a
pensar que tal vez habías olvidado a quién perteneces —dijo en voz
baja—. No me jodas, Melanie.

—Oh, Dios mío. —El jadeo de mi madre resonó sobre el piso de


baldosas de la cocina, dejándome sintiéndome aliviada y avergonzada
de que ella me encontrara así.

Reflexivamente, Nicholas miró por encima del hombro a mamá, su


agarre alrededor de mi cuello se aflojó. Su atención permaneció en ella
mientras su agarre continuaba disminuyendo, hasta que me soltó. Mi
cuerpo se derrumbó y aterrizó con fuerza contra el suelo. Él se volvió
hacia ella, su voz dura y sin remordimiento.

—Solo estaba recordando a tu hija su lugar. —Se inclinó cerca de


mi rostro, su olor me enfermaba mientras jadeaba por aire—. Hasta que
la muerte nos separe —Bajó la voz cuando se acercó aún más, su boca
presionó mi mejilla—. No lo olvides. —Luché, forzando lo que más
quería decir—. Te odio. —Difícilmente era una defensa, pero no podía
estar ni un segundo sin que él supiera exactamente cómo me sentía por
él.

—Oh, lo sé —se burló, con la boca crispada. Estaba claro que


experimentó algún tipo de placer morboso en mi miseria.

Se puso de pie y salió de la habitación, rozándose. Se puso de pie


y salió de la habitación, pasando junto a mamá, dejándome en una pila
en el suelo, tratando de recomponerme.

Estaba furiosa. Mis manos se cerraron con puños mientras


lágrimas de ira corrían por mi rostro. ¿Cómo había podido regresar a
aquí? ¿Cómo le había permitido obtener este control? Estaba peor ahora
de lo que había estado cuando comencé. La peor parte fue que mamá
estaba a unos tres metros de distancia, su rostro pálido, tembloroso,
helado de miedo.
Sentí la ruptura, la forma en que su mente se puso en acción, y
corrió hacia mí.

—Melanie.

Traté de levantarme del suelo, pero era más difícil de lo que había
previsto. Mis pies se tambalearon debajo de mí, y tuve que extender la
mano para sostenerme sobre la pared. Me estaba costando hacer
funcionar mis miembros, no porque Nicholas me hubiera hecho daño
físico sino por el trauma emocional que había infligido.

Mamá alcanzó a ayudarme, su rostro lleno de pena.

—Melanie —dijo de nuevo—. Estás... —Extendí mi mano para


detenerla, sintiéndome horrible por hacerlo, pero no podía manejar el
hablar de esto con ella todavía.

Tenía que descubrir qué demonios iba a hacer. Me habían


devuelto al punto de partida, y no tenía idea de a dónde ir desde aquí.
Traducido por Walezuca
Corregido por Caile

Cerrando la puerta detrás de mí, me dejé caer sobre la cama


desecha y enterré mi rostro en las almohadas en un intento de ahogar
mis gritos.

Las amenazas de Nicholas repitiéndose una y otra vez en mi


cabeza. Apreté mi brazo bajo mi pecho y arriba en la piel caliente, el
moretón de la mano de Nicholas, una advertencia concreta de que sus
amenazas eran más que habladurías. Nunca me había sentido tan
indefensa.

Traté de ignorar los golpes contra la puerta, pero luego mi madre


llamó suavemente:

—¿Melanie? ¿Cariño? Lo siento mucho.

Traté de esconder mi voz ronca.

—No esta noche, mamá. Por favor. Estoy bien, solo necesito un
poco de tiempo. —Probablemente se estaba culpando a si misma por lo
que había pasado, pero aún no podía hablar con ella. Esta noche era
seguro que había planteado más preguntas de las que habíamos tenido
antes, y no había manera de que pudiera hablar con ella ahora,
especialmente con ese bastardo todavía en algún de la casa.

Hubo golpes tranquilos en la puerta, un suave sonido que


prometió que estaría allí si la necesitaba, seguido por el sonido de sus
pasos alejándose.
Caí en un sueño inquieto lleno de pesadillas en donde nunca
sería libre para vivir mi vida con Daniel.

El cielo aún estaba oscuro cuando me desperté, la casa silenciosa


excepto por el sonido distintivo de la ducha corriendo arriba.

Tragué, llevando mis dedos arriba para tocar la piel sensible de


mi cuello y luché contra las lágrimas enojadas que picaron en mis ojos.

Lo odiaba tanto.

La ducha se apagó, y los pasos de Nicholas se movieron


pesadamente en el suelo de la habitación de arriba. Pronto, el sonido
viajó bajo las escaleras, y esperé, tensa. Después de lo que parecieron
horas, la puerta del garaje de abrió y cerró, y el silencio cayó sobre la
casa una vez más.

Dejé salir el suspiro aterrorizado que había estado sosteniendo.

Estaba asustada.

Poniéndome de pie, estiré mis músculos adoloridos y fui de


puntillas por el suelo para abrir la puerta solo una rendija y me asomé
a la sala de estar. Mamá durmió en el sofá, abrazando la manta azul de
su cuarto a su cuerpo.

Una sonrisa melancólica tocó en mis labios mientras me di cuenta


de que había dormido ahí para protegerme.

Cerré la puerta, sin querer interrumpir su sueño, y me arrastré de


regreso a la cama sabiendo que no conseguiría dormir nada más.
Alrededor de una hora después, escuché movimiento y luego
traqueteo en la cocina. Me arrastré a la cocina, avergonzada e incapaz
de hacer contacto visual con mamá mientras entré.

No tenía idea que decirle, cómo explicarle como había terminado


así.

Llenó dos tazas de café mientras tomé asiento encima de un


taburete en la isla, y me deslizó la taza por la superficie de la encimera.
Murmuré un silencioso:

—Gracias —mientras me froté el ojo con la parte trasera de mi


mano, tratando de aclarar mi cabeza. Levantando la taza, inhalé
profundamente y llevé la taza a mis labios.

Ninguna de las dos quería tener esta conversación, especialmente


después de anoche, pero nos quedábamos sin tiempo. Solo no tenía
idea de por dónde empezar.

Aparentemente, mamá sí.

—¿Daniel? —preguntó, su voz suave.

Hice un sonido un poco ahogado, mis ojos abiertos mientras


levanté mi cabeza. Mamá esperó pacientemente mientras me miraba
fijamente. Finalmente asentí, mi voz rompiéndose cuando hablé:

—Lo amo, mamá.

—Lo sé, cariño. —Se sentó en el taburete al otro lado de mí,


observándome sorber mi café. Su expresión era comprensiva y sin
juicio.

—¿Me dirás? —preguntó.

Escuchó silenciosamente mientras le decía de la fatídica noche


que nos había llevado a Daniel y a mí cara a cara, y todo lo que
habíamos aprendido entonces. Sus ojos se ampliaron, y pude ver la
culpa creciendo con cada acontecimiento. Parecía dejar de respirar por
completo cuando llegué a la parte donde Daniel se había ido a Texas.

—Lo siento Melanie. No puedo decirte lo mucho que quería dejarte


hacer saber que vino, las muchas veces que levanté el teléfono para
llamar. Solo no podía. Parecía que cada vez trataba de interferir en su
vida, solo arruinaba más las cosas.

—¿Cómo hacerme ir a casa contigo? —Traté de permanecer


imperturbable, pero había un freno en mis palabras. Aun me hacía
enojar mucho.

Suspiró y asintió, mirando por la ventana a la temprana mañana


antes de volver a mimarme.

—Nunca quise herirte Melanie.

—Pero lo hiciste.

Esto se estaba poniendo difícil. No es de extrañar que lo


hubiéramos evadido cuidadosamente toda la semana.

—Sé que lo hice y tomo la responsabilidad por eso. Pero, por


favor, créeme cuando te digo que no era mi intención.

—Mamá, ¡ibas a hacer que lo arrestaran! ¿Cómo pensaste que no


me lastimaría? Trataste como un criminal a la única persona que me
amaba más que cualquiera. ¿Por qué? ¿Porque era diez meses más
grande que yo? Lo que hiciste fue… fue cruel. Imperdonable habría
dicho en una ocasión.

Hizo una mueca por mis palabras, y sabía que la lastimó


escuchar eso, pero tenía que entender lo que había hecho.
—Solo estaba tratando de protegerlos… a ti y a Daniel —dijo,
mientras buscó mi rostro para entender.

—¿De qué?

Su voz baja con frustración.

—Tu padre.

Enojo destelló por mi piel con la mención de mi papá.

—¿Recuerdas cómo actuó en el hospital? —Dudó, como si no


supiera lo mucho que quería decir—. ¿Cómo estabas asustada de él?

Negué con la cabeza mientras pensé.

—No por mí, por Daniel.

—También estaba asustada por Daniel. Steve estaba tan enojado


con él. Cuando llegué por primera vez al hospital, obviamente estaba
furioso sobre toda la situación y herido por ser engañado, pero no más
que yo. Luego, cuando pasó lo de Eva… —Hizo una pausa como si decir
su nombre doliera, y estoy segura que la expresión en mi rostro reflejó
la forma en que se sintió—. Solo se rompió. Estaba listo para hacer
pagar a Daniel, y pensó que la mejor manera de hacerlo sería
apartándote de él. Traté de hacerle entender que te castigaría tanto
como a Daniel, pero no quiso escuchar. Me dijo que lo aceptara o que lo
haría por sí mismo. No tenía idea que significó. Pensé que sería mejor
llevarte a casa conmigo y dejar enfriar las cosas.

Se rió sin humor, negando con la cabeza.

—Eso fue cuando mi plan cayó a pedazos. Pensé que Daniel


trataría de contactarte, y la ira de Steve se acabaría. Pero Daniel nunca
llamó, aunque Steve lo hizo, insistiendo en mantenerte en Dallas. Fue
horrible.
—Eso es por lo que intentaste detenerme cuando decidí volver. —
No fue una pregunta. Esa tarde todo quedó claro para mí, el pánico en
su rostro y sus súplicas para que me quedara.

—No tenía idea de que hacer, Melanie. Fuiste tan determinada sin
esperar otro minuto. Me asusté. Al instante en el que te fuiste, sabía
que tenía que hacer algo. Llamé a Steve y le dije que te dejara sola, le
dije que estaba harta de verte sufrir y que merecías ser feliz. Estaba
furioso, gritando que mataría a Daniel si regresabas con él. No sé cómo
reuní el coraje suficiente para hacerlo. Le dije que si hería a alguno de
ustedes de alguna manera, pasaría el resto de mi vida destruyéndolo,
exponiéndolo por quien era realmente.

Sacudí la cabeza, confundida.

—¿De qué estás hablando?

Respiró lentamente y cerró los ojos, pareciendo tomar una


decisión antes de que continuara.

—Melanie, No fui honesta contigo sobre la razón por la que me


divorcié de tu padre. —Jugueteó con el asa de su taza de café, su
agitación clara. Finalmente miró arriba mientras dejó salir una larga
respiración—. Lo dejé porque era abusivo.

Jadeé con impresión por su confesión.

—¿Qué? —Sabía que mi padre podía ser duro, incluso aterrador,


pero nunca imaginé que podía pegarle a mi madre.

—Empezó justo después de que nacieras. Al principio había sido


un buen esposo. Lo amaba mucho, pero después empezó a tomar. —
Tristeza nubló sus ojos mientras tragó—. Al principio era solo los fines
de semana cuando estaba afuera con los amigos. En realidad, no me
importó, pero luego empezó a llegar a casa enojado. Al principio soló
chillaba y gritaba buscando peleas conmigo por nada. Luego, una noche
me golpeó.

Hice una mueca, apretando mi taza de café y sintiéndome


enferma del estómago.

—Me dio la típica excusa y prometió que nunca volvería a


suceder. —Lágrimas comenzaron a caer de su rostro, y las apartó
lejos—. Pensé que todo estaría bien, pero no, dos semanas después
volvió a pasar. Esa vez fue mucho peor que la primera vez. Me sentí tan
atrapada. Me amenazó que si lo dejaba te llevaría lejos de mí, así que
me quedé.

—Mamá —lloré con una voz temblorosa por mis lágrimas.

Negó con la cabeza, deteniéndome.

—Por favor, déjame terminar. Pasaron dos años. Una noche


estabas enferma con fiebre. —Frunció sus labios temblorosos, luchando
con las palabras—. Estabas llorando, y no podía hacer nada para
consolarte. Steve vino a casa, borracho de nuevo. Se enfureció porque
no podía calmarte. Empezó a gritarte, gritando que te callaras, pero solo
lloraste más fuerte. —Cerró los ojos mientras continuó—. Te golpeó
fuerte. —Miré a mi madre, horrorizada. ¿Cómo nunca supe esto?—.
Corrí con los vecinos y llamé a la policía. —Tomó una respiración
temblorosa—. Lo arrestaron, y mientras se fue, empaqué todas nuestras
cosas. Nos mudamos con mis padres a Texas. Después del divorcio, no
oí de él por dos años. Luego me llamó y me dijo que no había bebido en
todo este tiempo. Dijo que lo arruinó, que se arrepentía por todo lo que
había hecho. Sabía que era muy tarde para nosotros. Ya estaba casada
con Mark y esperando a tu hermana para entonces. Pero estaba
pidiendo tener contacto contigo. Al principio me reusé, pero empezó a
enviar dinero y notas de su terapista que probaban que había
cambiado. Nunca se rindió, y cuando tenía cinco, comencé a permitirle
venir con visitas supervisadas.
Negó con la cabeza en lo que parecía ser arrepentimiento por esa
decisión.

—Luego se casó con Cheryl, y se mudaron a Dallas para estar


cerca de ti. Empezaste a pasar los fines de semana ahí y todo parecía
mejor. —Hizo una mueca mientras me miró, su rostro lleno de culpa—.
Cuando Cheryl lo dejó, quería que te mudaras con él a Colorado. Nunca
había considerado que podría estar bebiendo de nuevo. Había sido el
padre casi perfecto para ti todos esos años. Ni siquiera había cruzado
por mi mente hasta que lo olí en el hospital cuando me arrastró fuera y
me demandó que te llevara a casa conmigo. —Parecía avergonzada
mientras miró abajo a su taza vacía—. De repente, estaba de nuevo en
esa pequeña casa donde había vivido con miedo, horrorizada y
sintiendo que no podía hacer nada más que lo que dijo. —Las lágrimas
cayeron fuerte, y esnifé, secándome la nariz con el costado de mi mano
mientras mi corazón se rompió por mi madre.

—Todo este tiempo te he culpado tanto como lo he culpado a él.


—Negué con la cabeza, tambaleándome aun con la historia—. ¿Por qué
mamá? ¿Por qué esperaste todos estos años para decirme algo que
debería haber sabido hace mucho? —Cada emoción que parecía estar
sosteniendo en reventar, y lloró en desesperación.

—Por qué me odio a mí misma. Pasé muchos años en depresión


después de que te fuiste. Tanta culpa, especialmente por no decirte que
Daniel había venido a Texas. Eso es por lo que me quedé lejos de ti. No
creí que merecía tener una relación contigo después de lo que hice.
Mark me convenció de conseguir ayuda hace un año y medio. Estuve en
mediación que me ayudó a pensar más claramente, pero fue el
asesoramiento lo que hizo la diferencia. El día que llamé, acababa de
haber ido a ver a mi terapeuta. Había tenido un avance y sabía que por
lo menos tenía que tratar de hacer las cosas bien contigo.
Descansado mis codos en la parte superior de la isla, enterré mi
rostro en mis manos, tratando de lidiar con este nuevo pasado de mi
madre del que pensó me estaba protegiendo.

En cambio, se había convertido en un secreto que nos había


robado los últimos nueve años y también a Daniel.

Suspiré:

—Deberías habérmelo dicho, todo. —Miré hacia arriba,


encontrando los ojos turbios de mamá—. No deberías haberlo soportado
sola todos estos años.

—Ahora lo sé, y eso es por lo que estoy aquí. Desearía poder


tomarlo, pero no puedo. Todo lo que puedo hacer ahora es pedir
disculpas.

Estudié el mostrador de granito mientras lloré por el tiempo


perdido con mi madre. Mi voz fue débil cuando hablé:

—Duele tanto saber que pasaste por todo esto. —Tragué—. Que
papá te hirió de esa manera. —Finalmente, miré arriba y encontré su
rostro cansado—. Mamá, ayer te dije que pensé que te había perdonado,
y ahora sé que lo hago. Solo lamento que perdiéramos tantos años. —
Me sonrió, una sonrisa acuosa, aliviada que habíamos llegado a un
acuerdo. Se acercó y agarró mi mano.

—Melanie, ¿no ves que lo que Nicholas te ha hecho no es diferente


de lo que Steve me hizo a mi? —Me apretó la mano—. Tienes que salir
de esta casa. —Me tensé cuando me di cuenta de lo paralelo de
nuestras vidas, cómo me había puesto en la misma posición en la que
ella había estado. Asentí, sabiendo que tenía razón. Tenía que salir de
aquí, aunque sabía que no podía ocultar mi miedo con la idea de
hacerlo.
Traducido por Erianthe
Corregido por Caile

Estaba agotado.

Su preocupación era claramente por mí, pero mi seguridad era la


menor de mis preocupaciones.

Solté la persiana, dejándola caer en su lugar, cortando el flujo de


luz natural de mi oficina una vez que él se había ido conduciendo. Era
la tercera vez que lo veía, dos veces frente a mi oficina y una vez fuera
de mi condominio el día que me mudé a la nueva casa, simplemente
sentado, mirando, esperando. Ni siquiera estaba tratando de
esconderse. Parecía que justo cuando Melanie había estado tratando de
enviarle un mensaje, él me estaba enviando uno a cambio.

Después de lo que había sucedido en Acción de Gracias, todo


había cambiado. Solo había visto a Melanie cuatro veces en las últimas
tres semanas, solo en esos escasos momentos en los que estábamos
seguros de que Nicholas estaba ocupado, confiando en que Shane nos
hiciera saber cuándo era seguro escabullirse por un rato.

Melanie insistió en que permanecería en su casa. Por más que


ella tratara de convencerme de lo contrario, sabía que ya no se trataba
del plan. Estaba asustada.

Había prometido darle el tiempo que necesitaba, pero darle ese


tiempo la puso en peligro. Todo había fracasado, y no estaba dispuesto
a esperar mientras ella se veía obligada a volver a esa vida
desventurada.
Nunca en un millón de años habría pensado que Peggy se
convertiría en mi aliada en todo esto. Ni siquiera había sabido qué decir
cuando llamó y me explicó todo, disculpándose por lo que había hecho.
Melanie la había perdonado sin problemas, como si alguna vez esperara
algo menos de ella. Quería tener la capacidad de hacer lo mismo, pero
aún no podía olvidar cómo Peggy había dejado pasar tantos años. Ella
sabía que todavía nos amábamos y había visto en lo que se había
convertido Melanie, pero nunca había hecho nada.

Sin embargo, sus intenciones nunca fueron crueles, y ella quería


que Melanie saliera de esa casa casi tanto como yo.

De hecho, ella me había suplicado que sacara a Melanie de allí,


así que reprimí el resentimiento que sentía por ella y le pedí su ayuda
para hacerlo. Sabía que mientras Melanie se enfrentara al escrutinio de
Nicholas todos los días, nunca sería capaz de ver la eficacia que él había
tenido para mantenerla justo donde la quería.

Necesitaba que Melanie retrocediera y viera que, si permanecía en


este camino, nunca sería libre y nada cambiaría jamás. Nicholas aún
tenía el control, y siempre lo tendría hasta que ella finalmente se fuera.
Decidí llevármela y asegurarme de que nunca regresara. Le eché un
vistazo a los boletos que llegaron esta mañana, una para ella y otra
para mí. Estos dos boletos nos permitirían casi dos semanas de refugio.
Pasaría ese tiempo haciendo que Melanie aceptara por qué nunca
podría permitirle acercarse a Nicholas otra vez.

Otro boleto había sido entregado directamente en la casa de


Nicholas. Peggy lo había llamado inmediatamente y le dijo que había
comprado un boleto para que Melanie fuera a su casa por Navidad,
convenciéndole de que Melanie pasaría un tiempo entre navidad y año
nuevo con ellos. Ella insistió en que Melanie tenía que estar allí porque
la hermana pequeña de Melanie, Sarah, estaría en casa después de la
universidad. No creí que a Nicholas le importara nada de eso, pero
sorprendentemente había cedido. Tal vez le gustaba la idea de que ella
estuviera más lejos de mí.

Suspiré de alivio cuando mi teléfono vibró encima de mi


escritorio. Era nuestra nueva rutina. Esperaría que Melanie me llamara
para que no hubiera ninguna posibilidad de que mis llamadas se dieran
cuando Nicholas estaba cerca.

Mi corazón se aceleró solo con anticipación de escuchar su voz.

—Hola, cariño.

—Hola. —Podía sentir su sonrisa, podía imaginarla acurrucada en


su cama mientras apretaba el teléfono contra su oreja—. ¿Ya es
miércoles?

Me reí, emocionado por su entusiasmo, nunca de acuerdo con un


sentimiento más. El veintitrés de diciembre no podía llegar lo
suficientemente rápido.

—Dos días, cariño, y luego serás toda mía. ¿Estás lista?

—Um, eso creo. ¿Debo empacar algo especial?

—Solo empaca algo cálido, ¿de acuerdo?

—Mmm, necesito vestirme abrigada, ¿eh? ¿Supongo que Hawaii


está fuera, entonces? ¿Debería siquiera intentar adivinar hacia dónde
vamos?

—Nop.

Soltó una risita, suspirando a través del teléfono.

—No puedo esperar. Te extraño. —Su voz se suavizó, teñida con


un toque de tristeza.
Sabía que ella odiaba lo que estaba aguantando. Simplemente se
sentía atrapada. Quería decirle que todo estaba a punto de terminar,
pero no quería que supiera mis intenciones hasta que estuviera a salvo
conmigo.

—Te extraño mucho cariño. Solo faltan dos días.

—Lo sé... estos próximos dos días van a ser muy largos.

Ambos nos quedamos en silencio, odiando la distancia.

—Te amo Daniel.

—Te amo más que a nada. Ahora ve a empacar algunos suéteres.


Ya sabes, se supone que nevará en Dallas esta Navidad.

Ella rió.

—Cierto.

—Te veré a las ocho el miércoles, ¿de acuerdo?

—Está bien. Te amo. —Ella era evidentemente tan reacia como yo


a colgar el teléfono.

—Te amo. Adiós, Mel.

—Adiós.

Suspiré y dejé el teléfono, pasando las manos por mi cabello y me


hundí en la silla. Me habría vuelto loco antes de hoy si ya no supiera lo
cerca que estábamos del terminar este lío. Mi teléfono vibró
nuevamente, y el número de Vanessa volvió a aparecer en la pantalla.
Obedientemente rechacé su llamada. Aparentemente, no pude ser lo
suficientemente claro con esa estúpida perra. Había creído que después
de que ella me hubiera visto con Melanie, aceptaría que no tenía
ninguna posibilidad conmigo y se desanimaría. Incluso había llegado a
ser optimista cuando ella no había llamado durante la mayor parte de
noviembre. En algún momento del día de acción de gracias, ella había
decidido darle otro intento. Parecía que cuanto más se acercaba a su
fecha de parto, más necesitada se volvía. Con tan solo cinco semanas
restantes, estaba seguro de que solo iba a empeorar. Me atraganté con
un sorbo de café, al darme cuenta de cuán cerca estaba esa realidad.
En cinco semanas sería padre.

Maldición.

Era tarde. No esperaba tener que pasar por la oficina esta


mañana, pero no podía irme sin dejar todo en su lugar para los nuevos
socios que comenzaron después del primer semestre del año. Papá ya
había retirado tanta precaución para mí, permitiéndome el limitado
tiempo con Melanie durante el día, así que no había forma de que
pudiera dejarlo colgando dos días antes de Navidad.

Me metí enseguida al primer lugar que pude encontrar en el


estacionamiento de larga duración, agarré mi maleta del maletero y,
prácticamente corrí por el aparcamiento para toamr el autobús. Mi
rodilla rebotaba con anticipación mientras el bus avanzaba lentamente
a lo largo de su trayectoria. Tan pronto se detuvo, salí rápidamente. Las
puertas dobles se abrieron mientras corría hacia ellos. Mis ojos
barrieron la terminal, esperando haber llegado allí antes de que ella lo
hiciera.

Melanie tenía que dejar su coche en un estacionamiento de larga


duración, ir a la terminal de señuelos, y luego ella tomaría el tranvía
para encontrarse conmigo en el mostrador de facturación.

Era imposible perderse a la chica más hermosa que jamás haya


existido. Su masa de cabello castaño rizado rebotaba alrededor del
cuello de su largo abrigo negro, con el cinturón atado firmemente
alrededor de su cintura. Salió con cuidado del transporte público con
sus botas negras, empujando una gran maleta detrás de ella, luciendo
un poco nerviosa y perdida, hasta que me sintió.

Pude ver el momento en que lo hizo. Sus ojos se movieron para


encontrarse con los míos, y una amplia sonrisa se extendió por su
rostro mientras caminaba hacia mí. Me apresuré hacia ella, agarrándola
tan pronto como estuvo al alcance de mis brazos. Había pasado
demasiado tiempo.

La olí, saboreando.

—Mmm.

Ella soltó una risita ante mi balbuceo contra su cuello.

—¿Me extrañaste? —bromeó, besándome suavemente en los


labios mientras me miraba, con sus ojos resplandecientes. Podía sentir
la emoción que fluía de ella.

—No tienes idea. —La retiré para darle un profundo y prolongado


beso, mostrándole cuánto la había extrañado.

—Entonces, ¿a dónde vamos? —Examinó los vuelos, buscando


alguna pista de nuestro destino.

Saqué los boletos de mi bolsillo y le entregué uno. Levantó la


mirada, mordiéndose el labio mientras daba saltos con la punta de los
pies emocionada.

—¿Tahoe?

Asentí, y se arrojó sobre mí, besándome mientras murmuraba:

—Gracias.

—¿Te parece bien? —No sé por qué sentía la necesidad de


preguntar; Ya había visto su reacción honesta.
—¡Oh Dios mío! Suena como el mejor lugar del mundo para pasar
navidad contigo.

Le sonreí y le di un beso en la frente.

—Te va a encantar el lugar. Es muy hermoso en esta época del


año. —Sabía que ella nunca había estado en Tahoe. No había dejado
Illinois una vez en nueve años.

Nos dirigimos por la fila, revisando nuestro equipaje y pasando


por seguridad. Una vez que nos llamaron para abordar, encontramos
nuestros asientos, y Melanie y yo nos acomodamos.

Su postura se puso rígida cuando comenzamos a rodar por la


pista.

Presionó su espalda contra el asiento y sostuvo mi mano un poco


más firme de lo normal.

—¿Estás bien? —Apreté su mano.

—Sí. Solo que no he volado en mucho tiempo. Como que olvidé lo


que se siente.

Contuvo la respiración mientras el avión se elevaba, haciendo una


mueca cuando el avión se hundió levemente justo cuando salía del
suelo. Su cuerpo se relajó lentamente en el mío cuanto más alto
subíamos. Miró por la ventana mientras Chicago desaparecía de la
vista. Parecía absorta en sus pensamientos.

—¿En qué estás pensando?

Levantó la cabeza sorprendida.

—Oh. —Volvió a mirar por la ventana mientras lo último de la


ciudad desaparecía. Se acomodó a mi lado cuando le rodeé los hombros
con un brazo y la acerqué—. Solo estaba pensando cuando vine por
primera vez a Illinois, cómo se sentía como si fuera una sentencia de
muerte. Ahora —dijo, jugando con mis dedos—, saliendo por primera
vez —se giró lo suficiente para poder mirarme antes de continuar—, se
siente como si estuviera dejando todo atrás.

Ella estaba dejando todo atrás. Solo que todavía no estaba listo
para decírselo.

En cambio, la envolví a mi lado. La besé suavemente,


reverentemente, haciendo un juramento silencioso por ella y por mí que
eso era exactamente lo que estábamos haciendo, dejando el pasado
atrás y volando hacia nuestro futuro.

Manejé cuidadosamente la camioneta alquilada sobre las


carreteras nevadas, confiando en que el GPS me guiara por la ciudad de
Tahoe. Viajamos lentamente mientras nos dirigíamos hacia la pequeña
cabaña que había alquilado en North Shore. El bosque era denso y
espeso, el cielo nocturno cubierto por nubes pesadas mientras la nieve
se arremolinaba a nuestro alrededor. Los faros se reflejaban contra la
nieve, creando un brillo cegador que me tenía aferrado al volante
mientras lidiaba con casi cero visibilidad. Giré por un camino de tierra,
húmedo y embarrado, y seguí el camino estrecho hacia un pequeño
claro que albergaba una cabaña de madera y piedra gris.

Las luces brillaban desde adentro; el porche estaba iluminado por


la lámpara que colgaba junto a la puerta. La nieve en la cubierta había
sido removida, proporcionando un camino despejado. El agente de
alquiler hizo arreglos para que todo estuviera listo para nuestra llegada;
las luces y el horno encendidos, un fuego esperando, y la cocina
equipada con todo lo que necesitaríamos para nuestra estancia.

Melanie chilló, aplaudiendo cuando contemplo sus alrededores


por primera vez. Se desabrochó el cinturón y se inclinó hacia adelante
para ver más de cerca mientras la camioneta se detenía por completo.
—Daniel... esto es increíble. —No pude evitar sonreír. Estaba
tranquila, sin ninguna preocupación, alegre y exactamente como yo
quería verla todos los días de su vida. Este tipo de libertad era algo que
estaba decidido a darle. Metió la cabeza en la gorra y envolvió la
bufanda alrededor de su cuello. Su cabello se agitaba bajo la gorra, los
mechones marrones salvajes y rizados del largo día de viaje y la
humedad en el aire.

Se veía absolutamente adorable. No me di cuenta que estaba


mirándola fijamente hasta que ella me miró, sonriendo.

—¿Qué? —Me sacudí y le sonreí—. Estoy tan feliz en este


momento.

Ella extendió la mano, tocando mi mejilla.

—Yo también. —Asentí contra la palma de su mano, extendiendo


la mía para presionarla más contra mi rostro antes de moverla a mi
boca, colocando un pequeño beso en la suave y rosada piel.

—¿Estás lista?

Ella asintió vigorosamente, abrió la puerta y cautelosamente salió


hacia los montículos de polvo blanco y suave.

Ambos nos estábamos riendo cuando llegamos al porche,


agarrándonos mutuamente para apoyarnos mientras nos deslizábamos
por el suelo más de lo que caminábamos.

Metí la llave en la cerradura, giré la perilla y empujé a Melanie


hacia la calidez.

—Oh, Daniel —susurró con una fuerte bocanada de aire y me


apretó la mano, recompensándome con una sonrisa.

—¿Te gusta?
—Es perfecto. —Sus ojos recorrieron la habitación, deambulando
por las oscuras tablas del suelo de madera. Echó un vistazo a la
pequeña cocina y la mesa de comedor redonda a la derecha, pero se
sintió atraída por la espaciosa sala de estar. Un fuego ardía en la
enorme chimenea; toda la cara de la pared que la rodeaba tenía
diferentes variaciones de piedra gris. Encajaban perfectamente con las
paredes de madera rústica y gris que completaban el resto de la
habitación. La pared de ventanas que daban al lago ahora estaba negra
y reflejaba las llamas.

Soltó mi mano y caminó hacia la chimenea, lentamente, pasando


la mano por el respaldo del gran sofá de cuero color granate puesto
cómodamente en el centro de la habitación.

Estaba situado frente al fuego, el espacio cubierto por una gruesa


y afelpada alfombra negra.

Ella miró la barandilla hecha de madera gruesa y hierro torneado,


vigilando de manera protectora las escaleras que conducían a la única
habitación que daba a la cocina. Se giró y dio dos pasos hacia atrás
para envolver sus brazos alrededor de mi cintura y poner su cabeza
sobre mi pecho.

—Gracias.

Levantó la mirada, sus ojos brillando, abiertos, atrayéndome


hacia sus profundidades. Capturé sus labios y la besé, sin prisas por
primera vez en un mes.

Sus manos se movieron hacia mi cuello, acercándome a ella.

Inmediatamente, mis manos estaban en su cintura, empujándola


hacia mí, creando calor instantáneo, deseo, necesidad. Di un paso
atrás, desenrollando lentamente la bufanda de su cuello y quitando la
gorra de su cabeza. Su cabello era un desastre, pero aun así tan suave
cuando hundí mis dedos en él y la atraje hacia mí.

Se estremeció cuando mis frías manos recorrieron su garganta,


exponiendo su pecho. Besé la suave y pálida piel allí mientras mis
manos soltaban el cinturón de su chaqueta, empujándola desde sus
hombros hacia el piso.

—Daniel —dijo suavemente, su dulce aliento abanicaba mi rostro.


Mi boca se volvió contundente. Ella dio un paso atrás instintivamente,
sus pies moviéndose por el suelo.

Sus manos se hundieron en mi cabello mientras me inclinaba


hacia adelante para quitarme la chaqueta. Me quité los zapatos
mientras caminaba con ella, su cuerpo guiándome, dirigiéndome. De
alguna manera, subimos a trompicones por las escaleras, la boca de
Melanie se volvió insistente cuando me quito la camisa con impaciencia.

La habitación era un reflejo armonioso de la sala de estar. Un


grueso edredón gris con montones de almohadas color granate, negro y
gris que cubrían una cama extra grande. Las llamas parpadeaban desde
la chimenea, arrojando luz naranja a través de las ventanas
establecidas en la oscuridad.

Luché por mantenerla cerca de mí y quitar la cobija de la cama al


mismo tiempo, pasando mi brazo por el montón de almohadas y
arrastrándolas al suelo. Levanté a Melanie y la puse en su lugar.

Le hice el amor, suave y lento. La habitación se hizo eco con


palabras susurradas de amor y promesas de para siempre. Por un breve
momento, su cuerpo se puso rígido antes de que temblara, y mi nombre
saliera silenciosamente de sus labios.

Solo entonces me entregué fervientemente al placer que ella trajo.


Nos moví a nuestros lados, encontrando su boca y besándola
perezosamente, nuestros movimientos lánguidos mientras
disfrutábamos del momento. La energía que siempre estaba presente
ahora estaba calmada, silenciosa. Con la quietud vino un leve escalofrío
y nos envolví bajo las sábanas. Melanie se acurrucó más, sus dedos
recorriendo constantemente mi mejilla y mi mandíbula.

—Te amo.

—Te amo, mucho. —La abracé cerca, mirando el reloj en la mesita


de noche detrás de ella. Eran casi las nueve y media aquí, pero se
sentía mucho más tarde con la diferencia horaria y el día completo de
viaje—. ¿Tienes hambre? —En mi afán por traerla aquí, ni siquiera
pensé en parar para cenar.

Ella sacudió su cabeza contra mi pecho.

—No, estoy muy cansada—. La besé dulcemente, metiendo aún


más la almohada debajo de nuestras cabezas.

—Duerme bien, hermosa. —Ella solo asintió mientras bostezaba,


parpadeando un par de veces con su sonrisa soñolienta, presionando
sus labios contra mi pecho mientras se acomodaba para pasar la noche.

Me moría de hambre, pero felizmente me olvidaría de la cena para


quedarme a su lado en esta cama.

Sonreí contra su cabello, pensando en cómo esta noche marcaba


un nuevo comienzo y sabiendo que todas las noches por el resto de
nuestras vidas nos quedaríamos dormidos de esta manera.

Me desperté con el olor a tocino, mi estómago gruñendo. Me


obligue a abrir los ojos lo suficiente para ver el reloj que marcaba las
ocho y veinte. No podía creer que hubiese dormido tanto tiempo. Me
levanté de la cama, poniéndome con pereza los pantalones y pasándome
las manos por el cabello, intentando controlar el desastre que era.
Me deslicé silenciosamente por las escaleras, tomándome un
momento para mirar a Melanie en la cocina. Estaba vestida con un
pijama de franela roja y pantuflas negras, sus movimientos eran ágiles
mientras se movía alrededor de la habitación. Eso hacía que mi alma se
elevara por verla tan a gusto y haciendo algo que tanto amaba. Pude ver
el cambio desde esa noche, esos meses atrás, cuando estaba tan
destrozada, vacía. Ahora, vi vida en sus ojos cuando me miró por
encima de su hombro mientras yo envolvía mis brazos alrededor de su
cintura.

—Buenos días. —Besé su mejilla.

—Mmm. —Ella rozó su mejilla contra la mía, manteniendo su


atención sobre la estufa mientras volteaba las tortillas en la sartén—.
Buenos días. ¿Tienes hambre?

—Estoy famélico. —Extendí la mano y agarré un trozo de tocino,


llevándomelo a la boca.

—Yo también. ¿Podrías tomar un par de platos? —Ella asintió


hacia una alacena. Bajé dos y los sostuve mientras ella transfería la
comida a nuestros platos. Los llenó con tortillas de jamón y queso,
tocino y tostadas.

No creo que alguna vez haya estado tan hambriento. Puse los
platos sobre la mesa y fui a buscar cubiertos mientras Melanie nos
servía café. Nos acomodamos uno junto al otro en la pequeña mesa
redonda y observamos el lago.

—Esto es increíble. —Miró a través de las enormes ventanas.


Estaban ligeramente empañadas por el calor en el interior
encontrándose con las bajas temperaturas del exterior, pero no lo
suficiente como para ocultar los altos pinos rodeando la vista que se
extendía hasta el agua de un azul cristalino que parecía durar por
siempre. Solo las montañas en la distancia daban alguna indicación de
su final. La nieve cubría la cubierta y el sendero de madera que
conducía a un muelle. Las ramas de los árboles colgaban bajas y
cargadas, la nieve cubriendo todo excepto el lago helado y gélido.

—Pensé que te encantaría este lugar.

Llevé el primer bocado de omelet a mi boca, una vez más me


llamó la atención cómo algo tan simple podía saber tan bien. Me lo
tragué, tomando un sorbo de café.

—Entonces, ¿qué quieres hacer hoy?

Hizo una pausa para reflexionar.

—¿Sería feliz quedándome aquí todo el día si te parece bien? —


¿Qué si me parecía bien? Me sentiría satisfecho si no salimos ni
siquiera una vez en los próximos once días. Nada sonaba mejor que
estar escondido en esta cabaña con Melanie.

—Hay jamón en la nevera, y pensé que haría eso para la cena de


Navidad de mañana, y ¿tal vez podría hacer esa cazuela italiana para
cenar esta noche? Creo que recuerdo que te gusta... —dijo, su voz
desvaneciéndose con una sonrisa traviesa y sus cejas se elevaron.
Obviamente, se había dado cuenta. Me aseguré de pedir todo lo que
necesitaba para eso cuando hice la lista para el comprador.

Sonreí al ser atrapado. Ella había preparado el mismo plato a


petición mía en cada ocasión especial que alguna vez había cocinado
para nosotros; los dos cumpleaños que había pasado conmigo, mi
graduación de la escuela secundaria, y dos veces para nochebuena. No
podría pensar en nada más apropiado.

Sacudió la cabeza, riéndose:

—Me habría decepcionado si no lo hubieras recordado.


Terminamos de desayunar y volvimos a llenar nuestras tazas,
sentándonos en el sofá. Melanie se recostó contra mí y nos envolví en
una cálida manta. En silencio, observamos que las ráfagas de nieve se
derretían cuando los copos caían al agua.

Nos quedamos así durante lo que parecieron horas, perdidos en


nuestros pensamientos. Ignoré mi teléfono sonando en la mesa de la
cocina, renuente a ponerme de pie e interrumpir mi tiempo con
Melanie. Se hizo cada vez más difícil ignorarlo cuando continuó
sonando cada quince minutos más o menos.

Cuando el teléfono comenzó a sonar nuevamente, gemí y enterré


mi cabeza sobre la almohada. Intenté mantener mi frustración bajo
control, sabiendo que había solo una persona que podría ser tan
desagradable.

—Simplemente hazlo, Daniel. —Melanie se sentó de repente, su


frustración tan evidente como la mía.

—No quiero hablar con ella. —Sí, estaba actuando como un niño,
ya que consideré destrozar el teléfono que permitía que mis errores me
siguieran por todo el país. ¿No merecía un indulto de su persecución?
Ella no tenía derecho a llamarme, especialmente aquí, especialmente en
nochebuena.

—¿Qué pasa si hay algo mal? —Melanie siempre era la voz de la


razón, aunque ella claramente no tenía idea de cuán irracional era
realmente Vanessa.

—No pasa nada, Melanie. Ella hace esto constantemente. Solo lo


ignoro. Solo la animaré si respondo.

—Bueno, no puedes ignorarla para siempre. Ella es la... la madre


de tu hijo. —Con tanto esfuerzo que ella ponía en ser fuerte, el dolor
aún se mezclaba con cada palabra. Ni siquiera pudo mirarme cuando lo
dijo, mirando su regazo mientras hacía lo que ella creía que era lo
correcto.

Me puse de pie a regañadientes cuando el incesante repiqueteo


empezó, respondí el teléfono y dije entre dientes:

—¿Qué quieres?

Me quedé de espaldas a Melanie, mirando la pared, con la


esperanza de evitarle la conversación. Hice una mueca cuando escuché
la voz chillona:

—Yo... solo estaba llamando para decir feliz navidad.

¿Ella estaba bromeando? ¿Ocho llamadas para desearme una


Feliz Navidad? Respiré profundamente, tratando de controlar mi ira.

—Vanessa, nada ha cambiado. Te dije que no me llamaras a


menos que se tratara del bebé.

Hubo un silencio antes de hablar, en voz baja, suplicante:

—Por favor, Daniel. Es Navidad y… y estoy sola.

Exhalé pesadamente. No tenía idea de cómo tratar con esta


mujer. Estaba completamente obsesionada y volviéndome loco. Sentí
una suave y cálida mano que descansaba sobre la piel desnuda de mi
espalda baja, reconfortante. Melanie literalmente estaba parada a mi
lado mientras yo me encargaba de Vanessa. Acerqué a Melanie,
apoyándome en ella para que me respaldara. Tragué con fuerza,
tratando desesperadamente de ser civilizado con la mujer que intentaba
arruinar mi vida, la vida que me acaba de ser devuelta.

Le hablé, mi tono de voz era uniforme y carente de emoción sin


reflejar el completo odio que sentía por ella:
—Vanessa, lamento que estés sola en Navidad, pero debes
entender. Eso no tiene nada que ver conmigo. —No podía creer que
hubiera dicho eso y aún mantuviera la compostura. Me concentré en la
electricidad que circulaba por mi cuerpo mientras Melanie me
confortaba.

Continué con una voz controlada:

—Necesitas dejarme en paz, Vanessa. Simplemente estás


haciendo esto más difícil para ti.

Pude sentir su objeción a través del teléfono incluso antes de que


lo expresara.

—No renunciaré a lo nuestro, Daniel.

—Entonces estás perdiendo el tiempo. —Lo dije en voz baja,


realmente sintiendo lástima por ella, por ser tan increíblemente
patética.

—Daniel…

—Solo déjame en paz, Vanessa, por favor. —Melanie me apretó,


tomando parte de la carga y compartiéndola en esta situación
desesperada.

Esperé, rezando para que Vanessa estuviera de acuerdo y


simplemente, no sé, siguiera adelante con su propia vida. Realmente,
debería haberlo sabido mejor que esperar algo así.

—No.

Sacudí la cabeza ante su inútil determinación, dándome cuenta


de que eso no servía de nada. No había nada que yo pudiera decir que
la convenciera de detener este estúpido juego.
—Adiós, Vanessa. —Terminé la llamada antes de que tuviera la
oportunidad de responder. Apagué el teléfono, dispuesto a no darle otra
oportunidad para perturbar nuestras vacaciones.

Miré a Melanie que me miraba, con los ojos llenos de


preocupación. Me odiaba a mí mismo por ponerla en esta situación.

—Lo siento mucho, nena.

Ella sacudió la cabeza bruscamente.

—Estoy aquí pase lo que pase, ¿recuerdas?

—Sí —dije mientras besaba la parte superior de su cabeza.

Sabía que lo estaría. No había ninguna duda de su devoción, pero


¿cómo podía no sentirme mal por hacerla pasar por esto?

Tendríamos que ocuparnos de Vanessa por al menos los próximos


dieciocho años.

Mantuve el cuchillo firme mientras rebanaba el tomate,


cortándolo antes de girarlo hacia un lado para poder cortarlo en trozos,
tomando muy en serio el único trabajo que Melanie me había confiado.

A pesar de que estábamos solos, todavía era la primera Navidad


que pasábamos juntos en años, así que habíamos decidido vestirnos
para la cena como lo hubiéramos hecho si estuviéramos en casa de mi
familia. En este momento, realmente estaba disfrutando de esa
decisión. Melanie se movía alrededor de la cocina, luciendo
absolutamente asombrosa con un vestido rojo, su escote asomándose a
través del cuello en V. Tenía las mangas largas levantadas por encima
de sus antebrazos mientras cocinaba, manteniendo la tela fuera de su
camino. La falda se balanceaba alrededor de sus rodillas mientras
caminaba de un lado a otro entre la encimera y el horno.

Me resultaba difícil prestar atención a la tarea en frente mío. Mi


cuerpo estaba dolorosamente consciente de cada movimiento que ella
hacía, a pesar de que estaba intentando darle mi respeto a la cuchilla
muy afilada acercándose peligrosamente a la punta de mis dedos.

Ella miró por encima de mi hombro.

—Estoy lista para esos cuando hayas terminado.

—Solo un segundo. —Terminé rápidamente, presentándole con


orgullo el cuenco de tomates para que pudiera colocarlos por encima de
la cazuela.

Me dio un beso rápido en los labios.

—Gracias.

Me senté y observé mientras ella los extendía sobre la parte


superior de la mezcla y deslizaba el plato en el horno.

—¿Te apetece una copa de vino? —Examiné las botellas situadas


en el pequeño estante y elegí uno rojo que iría bien con nuestra cena.

—Mmm sí. Eso estaría bien. —Ella continuó para preparar la


ensalada.

Quité el corcho y llené dos copas de vino hasta la mitad.

—Aquí tienes, hermosa. —Puse la copa junto a ella en el


mostrador, levantando el brazo para masajear sus hombros,
lamentando ser tan incompetente en la cocina. Pensé que al menos
podría hacerla sentir bien mientras preparaba mi cena favorita.
Afortunadamente, Melanie estuvo de acuerdo, gimiendo ante mi
toque.

—Eso... se siente... tan... bien.

Besé la parte posterior de su cabeza, mi nariz sumergida en sus


abundantes rizos marrones. Nadando en el perfume que era solo
Melanie, le permití a su aura para castigarme. Mis nervios se habían
disparado, solo un poco, sabiendo a dónde iba esta noche. Solo que no
tenía idea de cuál sería su reacción.

Lo único que sabía era que la deseaba. Necesitaba compartir mi


vida con ella, por completo, no esta situación complicada donde se me
concedía solo una pequeña porción de ella. Yo ya era completamente
suyo, y no podía soportar otro día en el que ella no fuera enteramente
mía. Sin embargo, por encima de todo eso, la necesitaba a salvo.

Mientras esperábamos que nuestra cena se cocinara, nos


movimos al sofá, bebimos nuestro vino y nos sumergimos en una
conversación hasta que el timbre nos llamó a cenar.

La cazuela era tan buena como yo recuerdo, tal vez incluso mejor.
Estaba seguro de que esa impresión tenía mucho que ver con el hecho
de que Melanie y yo estuviéramos pasando nuestra primera navidad
juntos en casi una década. Ahora era un firme creyente en el viejo
proverbio de que nunca podrías apreciar algo realmente hasta que
hubieras estado sin él.

La habitación estaba oscura mientras comíamos a la luz de las


velas.

La cara de Melanie estaba resplandeciente, no solo por el destello


de luz, sino también por su alegría. La sonrisa en su rostro nunca se
desvaneció. Sus mejillas tenían el tono perfecto de rosa, emitiendo
ondas de calor, atrayéndome. Me encontraba constantemente
extendiendo la mano para tocar su carne piel, pasando la palma de mi
mano por su precioso rostro. Nos reímos y nos encantó mientras
comíamos y bebíamos.

Nos celebramos Esta fue una comida que nunca olvidaría.

—Feliz Navidad, Daniel. —Ella me miró, su expresión tierna,


adorable. Extendió la mano para llevar la mía debajo de la mesa,
pasando la yema de su pulgar por el dorso de mi mano, su toque tan
tranquilizador, pero siempre avivando, nunca una contradicción.
Entrelacé mis dedos con los suyos y me puse de pie. Su cuerpo era un
imán para el mío, imitó mis movimientos y se levantó también.

—Feliz Navidad, Melanie. —La besé tiernamente, suavemente,


saboreando los restos de salinidad en su boca mientras se mezclaba
con su dulce constante. Me demoré, manifestando todos mis afectos.

La llevé hacia el fuego. Las brasas brillaban rojas, las llamas


saltaban, crepitaban, teñidas de azul, proporcionando la única luz en la
habitación. La ayudé a sentarse, mirando descaradamente mientras ella
doblaba sus largas piernas debajo de ella y se acomodaba frente a mí.

No sabía que estaba tan nervioso hasta que me di cuenta que mis
manos estaban temblando.

Busqué a tientas en mi bolsillo, sacando la pequeña caja,


colocándola con indecisión en el piso frente a ella.

Melanie jadeó, sus ojos revoloteando entre la caja y yo.

—Daniel... yo... no tengo nada para ti. —Como si pudiera querer


algo más que ella en la vida.

—Shh, nena, ya me has dado todo. Y es viejo.

Me había aferrado a él durante mucho tiempo.


Ella comenzó a estirarse para alcanzarlo, y la detuve.

—Necesito decir algo primero.

Me miró, confundida mientras retiraba su mano. Esperó


expectante mientras yo luchaba por encontrar la mejor forma de sacar
esto.

—Melanie, cariño, tú sabes cuánto te respeto, ¿verdad?

Ella asintió sin vacilar.

—Bien. Porque necesito que creas que nunca trataría de


controlarte. Pero no puedo dejarte regresar allí. No es seguro. —Ella
inmediatamente se negó, como sabía que lo haría.

—No, no es seguro para mí irme todavía. Él sabrá por qué.


Tenemos que darle más tiempo.

—Va a descubrirlo de todos modos. No tenemos más tiempo. —


Bajé la voz, pasando los dedos por el mechón de cabello que había caído
en su rostro, poniéndolo en su lugar—. No podemos ocultar esto para
siempre, y no puedes estar en esa casa cuando él se entere.

Lentamente, sacudió la cabeza. Pude ver cuánto quería estar de


acuerdo, pero su juicio estaba nublado. Su miedo la dominaba,
llenándola de dudas.

—¿De verdad crees que algo va a cambiar en algún momento,


Melanie? Lo único que se ha logrado en estos últimos dos meses es
hacer que él incremente su control sobre ti. Otros dos meses tampoco
van a hacer la diferencia.

Ella estaba en silencio, con los ojos cerrados.

—¿Entiendes lo que estoy tratando de decir? —Lágrimas


comenzaron a bajar por su rostro, liberándose. Sus manos se
retorcieron en las fibras de la alfombra, sus nudillos blancos mientras
se agarraba a ella.

Ella susurró:

—Tengo miedo. —Apreté los dientes y mi mandíbula cuando la


abrumadora necesidad de matar se encendió de nuevo. Traté de
concentrarme en ella y no en el daño que desesperadamente quería
infligirle a Nicholas.

—Lo sé nena. Él quiere que tengas miedo. ¿No lo ves? Sabe


exactamente lo que está haciendo, sabe exactamente cómo controlarte.
Eres tan fuerte, cariño, pero tienes que usarlo de la manera correcta…

Me sorprendió interrumpiéndome.

—Está bien. —Abrió los ojos, asintiendo, pero todavía llorando.

Cerré la corta distancia, tomé su rostro entre mis manos y la


besé, con la boca cerrada y fuerte. Mi alivio fue intenso, abrumador. Me
alejé, echando un vistazo al espacio entre nosotros, llevando su
atención hacia la pequeña caja de terciopelo.

—Ábrelo.

Me mostró una sonrisa de dientes completos y con lágrimas, y se


secó los ojos con la manga. Levantó la caja y pasó sus dedos sobre la
parte superior de terciopelo.

—Gracias, Daniel. No tenías que hacerlo.

Con cuidado, levantó la tapa, sonriendo mientras inspeccionaba


el anillo obviamente antiguo, una reliquia de hace mucho tiempo.

Ella lo liberó de sus confines.


—Oh, es tan hermoso —susurró mientras lo acercaba y
sosteniéndolo en alto para examinar los detalles. Pasó un dedo por la
gruesa banda de oro blanco con incrustaciones de diamantes que
brillaba bajo la luz del fuego. Cuando le dio la vuelta, un grito escapó de
su boca.

—Oh, Dios mío, Daniel, ¿es esto?


Traducido por Flor
Corregido por Caile

No podía respirar, no podía controlar los temblores que me


golpeaban, recorriendo cada músculo de mi cuerpo con la embestida de
la emoción.

Era la misma inscripción que mi collar, el D & M entrelazado, a


excepción de la fecha que corría a lo largo de la base del mismo.

28 de abril de 2001.

—Oh, Dios mío, Daniel, ¿es esto?

Busqué en su rostro, sus ojos tan esperanzados, cumpliendo su


promesa de siempre. Su voz se quebró cuando habló.

—¿Lo usas?

Estaba llorando, probablemente demasiado duro, pero no pude


parar.

Solo pude susurrar su nombre, rezando para que sintiera lo que


esto significaba para mí, incluso si no podía expresarlo.

Él quería que usara mi anillo de bodas.

—Lo había grabado antes... antes del accidente —dijo, corriendo


sobre las palabras antes de tomar una respiración profunda—. Nunca
podría separarme porque en mi corazón eras mi esposa. Quiero que
sepas que tengo la intención de hacer eso realidad y pronto. Pero por
ahora, ¿usarás lo que significaba para ti hace tanto tiempo?
Mi cara se sonrojó, y mi corazón latía increíblemente rápido,
golpeando mientras vibraba contra mi pecho. El amor de Daniel me
dominó cuando me pidió que reconociera ese día. Nuestro día. Un día
que habíamos perdido físicamente, pero un día que nuestros espíritus
habían estado presentes, un día que nuestras almas siempre habían
honrado. Fue un día que confirmé mientras asentía, levantando una
mano muy temblorosa hacia Daniel, con la palma extendida para
ofrecer.

Él no dudó. Estirándose para tomar el anillo y besar mi palma, él


giró mi mano en la suya y deslizó el anillo al lugar que le correspondía.
Todo mi ser tarareaba.

Miré boquiabierta a mi mano que descansaba en la suya, el anillo


un inestimable recordatorio de este amor que se negaba a morir.

—Te amo Daniel. Para siempre. —Lo miré a través de la luz del
fuego, con el amor reflejado en sus ojos. Pude sentir que la energía se
hacía más espesa, casi visible en los bordes, un leve brillo en el aire
cuando nos envolvió.

—Eres todo, Melanie. —Nunca rompió su mirada mientras me


llevaba hacia él, tumbándonos, uno al lado del otro, cara a cara. Sus
labios fueron pausados y adoradores. Se tomó el tiempo de venerarme a
mí, sin dejar nada en desacuerdo, su amor perduró hasta bien entrada
la noche.

El resto de nuestras vacaciones transcurrió rápidamente, la


mayor parte lo pasamos en la cabaña, contentos de estar solos y sin
interrupción. Solo nos aventuramos unas cuantas veces, desafiando la
nieve y las temperaturas bajo cero. Caminamos hacia el paseo
marítimo, siempre tomados de la mano, navegando por las pintorescas
tiendas.
Cenamos fuera una noche cuando Daniel insistió en que me
merecía un descanso de la cocina. Cenamos en un hermoso restaurante
ubicado en una colina, con vistas al lago. La vista era impresionante,
casi tanto como la vista desde nuestro balcón en la cabaña.

Recibimos el año nuevo acurrucados en el sofá con una botella de


vino, el fuego enfurecido ante nosotros, compartiendo preciosos
recuerdos de nuestro pasado y haciendo promesas para siempre.

Nunca había experimentado algo tan satisfactorio. Mi corazón


estaba lleno de capacidad. Mi alegría se abatió al reflejarse en la cara de
Daniel cada vez que miraba hacia mí.

Mientras me aferraba a mi asiento en el avión, preparándome


para regresar a Illinois, sabía que esto era lo que estaba esperando. Tan
maravilloso como el viaje había sido, me iba a casa. Daniel tomó
prestado mi teléfono para llamar a Patrick y Julia, ya que había
olvidado su cargador, y su teléfono estaba muerto.

Les hizo saber que íbamos camino a casa. Nuestra casa.

Hice una última llamada a mamá antes de apagar el teléfono para


el vuelo. Ella confirmó que no había escuchado nada de Nicholas todo el
tiempo y que todo estaba bien.

Íbamos a manejar esto tan simple como pudiéramos. Era lunes, y


Nicholas estaría en la oficina, así que obtendríamos lo poco que
necesitaba de la casa. Dejaría mi auto allí. No quería nada que le
perteneciera a él. Tomaría solo lo que tenía que tener y olvidaría el
resto.

Dejaría una nota pidiéndole a Nicholas que me llamara para


poder encontrarlo en un restaurante o en algún otro lugar público, en
un lugar donde no pudiera causarme ninguna escena y no hacerme
ningún daño. Para estar a salvo, Daniel estaría cerca por si lo
necesitaba.

Iba a decirle a Nicholas la verdad. Por mucho que lo despreciara,


se lo merecía. Después de todo, yo había sido una compañera de vida
en todo esto.

La mano grande y cálida de Daniel se envolvió en la mía cuando


las luces del cinturón de seguridad parpadearon y el avión comenzó a
moverse preparándose para partir hacia la tenue luz de la mañana.
Cuando el avión tomó vuelo, corrimos hacia el este para encontrarnos
con el amanecer. Más rápido de lo que podía imaginar, el capitán vino y
anunció nuestro descenso en Chicago. Daniel me sonrió cálidamente y
apretó mis dedos, murmurando en mi oído:

—¿Lista?

Exhalé nerviosamente con anticipación.

Sí.

Finalmente… estaba lista.

Nos fuimos del avión, los dos tranquilos, contemplativos.

—Va a estar bien. —Daniel me sacó de mi meditación con sus


palabras suaves y una mano suave en mi mejilla—. Esta noche va a ser
difícil, pero puedes hacer esto, cariño. Tú eliges el lugar y la hora. No le
des la opción. Necesitas ser la que tiene el control de esto. —Asentí, la
sugerencia de Daniel tenía sentido.

—Um... hay un pequeño restaurante al que Katie y yo vamos.


Siempre está ocupado, y creo que si estuvieras en la parte de atrás
nunca te vería.
—Está bien. —Trató de ocultarlo, pero podría decir que estaba tan
nervioso por esta reunión como yo.

—Solo dejaremos una nota cuando obtengamos tus cosas. —Las


puertas del tranvía se abrieron—. Te veré en su casa. —Una pequeña
sonrisa tiró de la comisura de su boca, obviamente se estremeció al
decir que ya no vivía en esa casa.

—Voy a pasar por la oficina para firmar algunos papeles para


papá. Estaré a unos quince minutos detrás de ti.

—Está bien... te amo. —Lo besé una vez más antes de subir al
tranvía que esperaba. Levanté mi mano para devolverle la pequeña ola
que me dio, sonriendo cuando lo vi girar para tomar un transporte a su
propio auto.

Hice una mueca ante el frío viento que me escocía en la cara


cuando salí. Chicago estaba tan frío como Tahoe. El cielo estaba oscuro
con pesadas nubes grises caídas en su promesa de nieve. Llegué a mi
automóvil, luchando por meter mi pesada maleta en el maletero. Pagué
mi tarifa de estacionamiento y partí en mi último viaje a la casa de
Nicholas, incapaz de calmar las emociones opuestas que luchaban para
reclamar el dominio. ¿Cómo podría estar tan ansiosa por alejarme de
allí y aterrorizada por hacerlo todo al mismo tiempo?

Eran poco más de las tres cuando llegué a la casa. Abrí la puerta
del garaje y estacioné el auto en su lugar. Era oficial y sin autos.
Encogiéndome de hombros, saqué las llaves del contacto. Esos
pequeños detalles no importaban. Tiré la pesada maleta del baúl,
pensando que su contenido sería la única ropa que tomaría. Agarré una
caja de cartón vacía lo suficientemente grande como para caber las
pocas cosas que necesitaba de la oficina.

Entré en la casa, silenciosa y oscura con la tormenta que


avanzaba. Fui directamente a la oficina. Descargué unos pocos archivos
de la computadora mientras revolví el papeleo. Me aseguré de llevar el
sobre grande de Manila que contenía mi certificado de nacimiento y
registros médicos.

Había algunas fotos de Katie y yo en marcos en el escritorio, y


arrojé esas en la caja también antes de mirar alrededor para
asegurarme de tener todo lo que necesitaba. Fue increíble que todo lo
importante para mí en los últimos nueve años encajara en una pequeña
caja. Las únicas cosas que necesitaba eran el par de joyas que habían
pertenecido a mi abuela en un joyero en el armario del piso de arriba y
las preciosas imágenes escondidas en el fondo.

Levanté la caja en mis brazos, usando la punta de mi dedo del pie


para abrir la puerta, balanceándola de par en par y saliendo a la sala de
estar.

—¿Tuviste un buen viaje, Melanie? —La fría y firme voz me llegó


desde el otro lado de la habitación, haciendo que jadeara. La caja se me
escapó de las manos, los objetos se esparcieron por el suelo, los vidrios
de los marcos de las fotos se rompieron al estrellarse contra el azulejo.

La sangre palpitaba contra mis tímpanos y corría fría por mis


venas. Mi corazón no sabía si agarrar o librarse completamente de mi
pecho.

No por favor. No.

Pero no podía negar la figura oscura, una sombra sentada


despreocupadamente en la gran silla frente a la ventana, la tenue
cantidad de luz que entraba desde el exterior oscurecía todo excepto su
silueta. Tragué saliva, tratando de contener el grito que traqueteaba en
mi garganta.

—Nicholas... tú... tú... me asustaste —logré forzar a salir, mi


mente corriendo. Clamé para encontrar una manera de salir de esta
situación, mis ojos mirando a la puerta. Sus ojos seguían los míos,
interesados en mi intención.

Incluso tan preocupada como había estado empacando mis cosas


de mi oficina, aun así lo habría escuchado entrar, y supe que no quería
que supiera que estaba allí. Porque él sabía. Tenía que haber estado
esperando, mirando. Mi estómago se apretó. ¿Me siguió aquí desde el
aeropuerto?

—¿Vas a algún lado? —Su tono estaba mezclado con veneno


sarcástico mientras inclinaba su cabeza hacia un lado. Su rostro
lentamente se enfocó; su postura relajada era una paradoja, su
expresión severa; la furia que ardía en sus ojos era visible incluso a
través de la habitación oscura.

Su rostro se movió hacia abajo, y noté la pila de papeles que


descansaba sobre su rodilla. Su mano se movió lenta y deliberadamente
mientras se inclinaba para recogerlos, golpeándolos ligeramente contra
su rodilla.

Supe de inmediato qué eran. ¿Cómo pude haber sido tan


estúpida, tan descuidada?

—Estos son realmente muy interesantes. —Él los sostuvo en alto,


frunciendo los labios, con las cejas arqueadas, esperando mi reacción a
las páginas y páginas del recibo del celular. Las líneas de número
desconocido eran numerosas, tanto textos como llamadas que se
ejecutan en repetición por las columnas. Las escasas visitas a Katie y
mi madre sobresalieron entre los cientos de otros. Estaba claro por la
mirada en la cara de Nicholas que él sabía exactamente quién era mi
"desconocido".

Entonces esto fue todo.


Podría tratar de mentir, pero no se puede negar lo que Nicholas
tenía en la mano, y había terminado manteniendo mi amor por Daniel
en secreto.

—Solo déjame ir, Nicholas. No te amo y no me amas, así que...

Su risa gruñendo me tomó por sorpresa cuando se puso de pie. Ni


siquiera una pequeña cantidad de humor acompañaba el sonido áspero
que salía de su boca.

—¿Crees que se trata de amor?

Me encogí de miedo, los vidrios rotos crujieron contra el suelo


mientras me alejaba de él, mientras caminaba por la habitación.

—Se trata de que alguien trate de tomar algo que me pertenece.


Tú... eres... mía —gruñó mientras se acercaba—, y creo que es hora de
que te lo recuerde.

Di el último paso que pude antes de retroceder en la pared,


atrapada. Su aliento era cálido y se encendía de ira mientras
permanecía de pie, enfurecido frente a mí. Su nariz corrió por mi
mandíbula y hasta mi cuello. Mi cuerpo rodó con náuseas cuando sus
manos se posaron a cada lado de mi cabeza, su boca contra mi oreja.

—Realmente eres una puta, ¿verdad? ¿Sabes a qué hueles?

Me encogí mientras él continuaba moviéndose, sus manos


vagando por mi cuerpo. Él respiró sobre mí, empujándome, tratando de
reclamarme.

Me volví desesperada, frenética, y mis defensas finalmente me


llegaron. Lo empujé hacia atrás y luché por escapar, gritando, rogándole
que se detuviera. Pero solo empeoró cuando vio lo que llevaba en mi
dedo anular izquierdo.
—¿Qué... jodidamente... es... eso? —Escupió a través de los
dientes apretados, enfurecido mientras su mano subía y se retorcía en
mi cabello, tirando fuerte. Grité cuando la otra vino al cuello de mi
camisa, la tela se rasgó de arriba a abajo cuando la atravesó. Su mano
voló hacia el botón de mis pantalones y luchó por liberarse.

Las lágrimas fluyeron mientras me desplomaba contra la pared,


impotente, mi alma gritaba mientras le rogaba a Daniel, llamándolo:

—Por favor, sálvame.

Su respuesta fue clara.

¡Lucha!

Reuní todo el coraje que pude encontrar, y lo hice. Luché con todo
lo que tenía, pateando, golpeando, arañando y gritando. El ataque
repentino no fue suficiente para herir a Nicholas, pero fue una sorpresa
suficiente como para permitirme liberarme de él. Esquivé bajo sus
brazos, escapé por el único camino abierto y entré a la cocina.

Él estaba justo detrás de mí y me tiró al piso cuando me golpeó


por detrás. El sonido de mis manos y rodillas golpeando contra el suelo
resonó a través de la habitación. Mi cara hizo su propia protesta cuando
se encontró con las baldosas de mármol y el sabor de la sangre
saturaba mi boca.

La mano de Nicholas se envolvió alrededor de mi pantorrilla,


empujándome hacia él, la sangre brotando de mi boca y manchando el
piso mientras me empujaba hacia la puerta.

Él me dio una voltereta, golpeándome duro en la cara.

—¡Perra estúpida!
Él me sostuvo, su mano extendida sobre mi pecho, la presión de
su peso sofocando mientras luchaba con sus pantalones. Todavía luché,
tratando de patear y liberarme. Su mano agarró un puñado de pelo en
la parte superior de mi cabeza. Él levantó mi cabeza y la estrelló contra
el piso. El dolor se estaba dividiendo, tambaleándose, y casi me
succionó en la oscuridad.

Aun así, la voz estaba allí, resonando a través del dolor,


ensordecedora.

¡Lucha!

Ciegamente me agarré de cualquier cosa. La parte de atrás de mi


mano chocó contra el estante del vino contra la pared, las botellas
chocando contra el metal. Envolví mi mano en el cuello de la primera
botella que toqué, la saqué y la agité bruscamente. Mis oídos se
llenaron de una grieta que hizo temblar la tierra cuando la botella se
estrelló contra el costado de la cabeza de Nicholas. Mis últimos
segundos de conciencia se llenaron con una lluvia de cristales rotos,
sangre y vino, y luego el peso del cuerpo inerte de Nicholas.
Traducido por Myr62
Corregido S.O.S. por Lelu

Corrí a la oficina, firmé algunos documentos y volví a mi


automóvil en menos de diez minutos. El tráfico era liviano, así que
estuve en la carretera en un santiamén, corrí hacia la casa de Nicholas,
en mi camino final para llevar a mi chica a casa.

Mi corazón se apretó, sumamente feliz con ese pensamiento.

Ella realmente estaba viniendo a casa. Esta noche, dormiríamos


juntos en nuestra cama. Me deje llevar por mis pensamientos.

Miré hacia abajo y vi que estaba acelerando en exceso, pero el


tirón era fuerte, atrayéndome hacia ella. Cuando en realidad presté
atención a la sensación del tirón, me di cuenta de que algo estaba mal.
No sabía lo que era, pero algo estaba mal. Podía sentirlo. Mierda. Apreté
aún más el acelerador. Cuanto más cerca estaba, más fuerte se volvía la
sensación. La agitación corría por mis venas, estimulándome,
conduciéndome más rápido.

¡Lucha!

No sabía de dónde venía la palabra, pero de repente estaba allí, y


lo estaba expresando en voz alta en el auto.

Oh Dios mío. Algo estaba muy, muy mal. Viré alrededor de un


automóvil, cortándome frente a él para tomar la salida, frenando
cuando subí detrás de la fila de autos que esperaban en la intersección.
―¡Vamos! ―grité cuando los autos comenzaron a moverse
lentamente, cuando la luz se puso verde. Metí mi pie en el acelerador y
me precipite a su alrededor.

¡Lucha!

Estaba allí otra vez, y me asustó muchísimo.

Mi alma la llamó.

―¡Estoy yendo, se fuerte, lucha, Melanie, pelea! ―Era aterrador no


saber por lo que estaba luchando.

Di la última vuelta en su vecindario, patinando a la vuelta de la


esquina, la energía frenética. El miedo latió a través de mí cuando la
casa apareció a la distancia; el tirón ahora era más fuerte, tenía
náuseas.

Agarré mi teléfono que se había caído al suelo, rezando para que


hubiera tenido tiempo suficiente para cargarse, y corrí a través de su
patio hacia la puerta principal.

Incluso con todo en silencio, pude sentir su desesperación.


Alcancé el pestillo de la puerta de entrada, tratando de mantenerme lo
más silencioso posible. No tenía idea de lo que iba a encontrar.

Cautelosamente, entré, buscando cualquier cosa que pudiera


usar como arma. Por primera vez en mi vida, deseé llevar un arma. Me
arrastré hacia delante, tragando mi pánico cuando vi la evidencia de
una lucha esparcida por el suelo, una caja derribada con su contenido
esparcido entre fragmentos de vidrio.

El impulso de gritar era abrumador, aunque me contuve,


temeroso de que solo la pusiera en mayor peligro. Avancé lentamente
por la habitación, manteniendo mis pasos ligeros, encogiéndome
cuando mi zapato crujió sobre vidrios rotos. Atraído, me moví
constantemente hacia la cocina, mis rodillas se debilitaron cuando los
vi. Ambos yacían en el suelo, inmóviles, el cuerpo inerte de Nicholas
sujetando a Melanie debajo de él.

Los cristales rotos flotaban en charcos de sangre que se habían


acumulado alrededor de sus cabezas.

―¡Oh, Dios mío, no! ―Me apresuré hacia ellos y tiré a Nicholas de
Melanie. Un gemido sordo de dolor se le escapó en su estado
semiconsciente. Por mucho que quisiera acabar con él, en ese momento
Melanie era mi única preocupación.

―¡Melanie! ―grité su nombre, mi corazón agitándose en mi pecho.


Con el corazón roto, caí de rodillas junto a mi chica rota. Tropezando
con mi teléfono, logré marcar 911 y sentir su pulso al mismo tiempo.
Latía débilmente bajo mis temblorosos dedos, pero allí estaba, gracias a
Dios.

La operadora atendió y le di la dirección, pidiendo una


ambulancia y a la policía, rogándoles que se dieran prisa. La mujer
intentó hacer preguntas y calmarme, pero no pude oír nada más que el
zumbido en mis oídos, el miedo y la rabia golpeando y empujando
contra cada veta de mi cuerpo.

―¡Melanie, no! Bebé, no ―lloré, tentativamente extendiendo la


mano para acariciar su cabello, mis dedos sintiendo calor saliendo de la
parte posterior de su cabeza.

―¡Maldito bastardo! ―grité. Mis manos se apretaron en mis


muslos. Su cara estaba hecha trizas. Una profunda herida colgaba
abierta sobre su ojo, la piel abierta a través de su ceja, la sangre seguía
fluyendo constantemente de ella.

Numerosos otros cortes y rasguños estropeaban su precioso


rostro. Había un corte profundo debajo de su barbilla, y los moretones
habían comenzado a aparecer en cada superficie expuesta. Tenía las
uñas rotas y ensangrentadas, llenas de piel y cabello por haber peleado
contra Nicholas. Su ropa estaba hecha jirones, la parte delantera de su
camisa abierta, su piel expuesta saturada de sangre saliendo de su
boca. Su intención era clara. Su cuerpo había sido su objetivo, ahora
roto y magullado por sus manos.

Yo quería que muriera.

Nicholas rodó, tosió y escupió sangre al suelo. Gruñendo, tocó la


herida sangrante de su sien.

La esquina de mi boca tembló, y apreté mi mandíbula, luchando


contra el impulso de terminar con su vida. Pero el sonido de las sirenas
en la distancia me devolvió a la cordura.

Levantando su cabeza, su mirada llena de odio se encontró con la


mía. Lo miré, mi postura protectora mientras cuidaba a Melanie.

Nunca más lo dejaría lastimarla.

―Si alguna vez la tocas otra vez, te mataré ―gruñí, mi rostro


retorcido de odio.

―Ella es mi esposa ―escupió, con el rostro contraído de ira.

―No ―negué con la cabeza―. Ella es mía. Ella siempre ha sido


mía.

Resopló por la nariz y se limpió la cara ensangrentada con el


dorso de la mano. Su actitud engreída estaba de vuelta con toda su
fuerza.

―Ella no vale la pena. ―Pero la expresión en su rostro me dijo que


él sabía que lo valía.
Se desplomó al suelo cuando cuatro agentes de policía entraron,
con las armas desenvainadas preparados para una situación hostil.

Al no encontrar resistencia, dejaron ingresar a los paramédicos.


Dos comenzaron a tratar a Melanie, mientras que otros dos se
arrodillaron junto a Nicholas para evaluar sus lesiones. Se movieron
rápida y eficientemente sobre mi chica, colocando un aparato
ortopédico alrededor de su cuello y comprimiendo sus heridas. Observé
impotente cómo transferían su forma inconsciente a una camilla.

Lo que sentía por ella ahora era indescriptible, la necesidad de


estar junto a ella, de tocarla. Podía sentir que su alma llamaba a la mía,
asustada e insegura. Incluso en su estado inconsciente, sus labios
rodaron con mi nombre.

No pude resistirme más, y corrí a su lado, tomando su mano con


la mía y apretándola, susurrándole al oído que estaba cerca, y que ella
estaría bien. Le dije que era libre, y que ahora podríamos estar juntos.
La elogié por ser tan valiente y juré que Nicholas nunca más la dañaría.

―Señor, tenemos que llevarla ahora.

Asentí y coloqué un suave beso en su mejilla. Su rostro, incluso


roto y con su sangre seca, era la cosa más hermosa que jamás había
visto.

―Te amo, Melanie. Estaré justo detrás de ti, cariño. ―A


regañadientes, me alejé y le solté la mano. Tomé mi teléfono del suelo y
los seguí mientras la sacaban por la puerta y la metían en la parte
trasera de la ambulancia que esperaba.

Al saltar a mi auto, encontré mi lugar detrás de la ambulancia, su


velocidad lenta y deliberada. Levanté mi teléfono para marcar el número
de papá, queriendo que supiera lo que había pasado. El mensaje de
texto en mi pantalla causó que mi corazón se detuviera en mi pecho.
¿Dónde estás? ¡El bebé está llegando!

Recé para que esto fuera solo otro triste intento de Vanessa para
atraer más atención. Mi mano tembló cuando presioné el botón para el
correo de voz. La voz genérica vino y me informó que tenía veintisiete
nuevos mensajes de voz.

Pasé a través de cada uno que no era de Vanessa, por primera vez
en mi vida queriendo escuchar su voz. Nueve mensajes después, ella
estaba allí.

―Mi fuente se rompió. Voy al hospital.

―¡Joder! ―grité por el teléfono, lo reproduje para poder escuchar


cuando había llamado. El mensaje había sido dejado el sábado por la
mañana. Hace dos días.

Mi estómago se retorció en nudos. Me inundó la primera ola de


preocupación que había sentido por el niño. Imágenes del pequeño
cuerpo de Eva pasaron por mi mente: los cables, las agujas y el
sufrimiento que ella conoció durante los dos cortos días de su vida.

Salteé a través de más mensajes y estaba lleno de culpa cuando


la voz de Vanessa volvió a sonar.

―Daniel, el bebé está por llegar. ¿Dónde estás? Por favor...


llámame... tengo miedo.

En el último mensaje, no se dijeron palabras. Solo se escuchaban


los suaves sonidos de una mujer llorando, lo suficientemente familiar
como para saber que era Vanessa. Se había adelantado. Había llegado
tarde el sábado por la noche.

―¡Vanessa! ―grité, como si pudiera oírme gritarle a través del


mensaje.
Frenéticamente llamé a mi padre.

―Papá. ―Mi voz tembló de emoción. Había habido demasiada


presión, primero Melanie y ahora el bebé.

―¿Daniel? ―preguntó, claramente preocupado―. Cálmate. Dime lo


que sucedió.

―Es Melanie. Ella está herida.

―¿Qué? ―Su voz se hizo estridente―. ¿Qué pasó?

―Nicholas. ―Era todo lo que podía salir, pero esperaba que él lo


entendiera.

―Maldita sea ―juró en voz baja―. ¿Melanie está bien? ¿Dónde


estás?

―Uh... estoy ―respiré profundamente, forzándome a calmarme―.


Estoy siguiendo la ambulancia. Creo que ella estará bien... pero la
golpearon bastante mal.

Podía oírlo arrastrando los pies, sus llaves tintineando


ruidosamente mientras raspaban su escritorio.

―Me voy ahora mismo. Te encontraré allí. ¿Qué hospital?

―Mercy. Papá, yo... había un mensaje de Vanessa. Creo que ella


tuvo el bebé. No sé lo que pasó, papá... ―La extrema ansiedad que
había experimentado se extendió, cayendo sobre mí en un manto de
pavor silencioso―. Se adelanto.

Sentí la pausa de papá, su respiración parada por un breve


momento. Cuando regresó, su voz era suave.

―Hijo, no es lo mismo. Solo es un poco más de tres semanas de


antelación. Él debe estar bien.
―¿Puedes verificarlos por mí? Yo... Simplemente no puedo
manejar todo eso en este momento. Primero tengo que encargarme de
Melanie. ―Melanie siempre sería mi primera prioridad. Y más allá de
eso, simplemente todavía no estaba listo para enfrentar esa realidad.

―Seguro, hijo. Me ocuparé de eso.

El resto del viaje fue una neblina. Los quince minutos parecían
una vida, mi mente atrapada en un mar de recuerdos. Tanto amor,
tanta pérdida, ese dolor familiar tan prominente, ese dolor siempre
presente cuando vi la cara de Eva.

Y, Melanie. ¿Por qué tenía que llegar a esto? Nunca debí haber
dejado que volviera allí sola.

La ambulancia entró en la unidad circular frente a la sala de


emergencia, y encontré el lugar más cercano que pude. Corrí por el
estacionamiento y llegué allí justo cuando la sacaban.

Ella estaba despierta.

El alivio se estrelló sobre mí, casi derribándome de rodillas.

Tenía los ojos vidriosos, pero su alma estaba viva en ellos, unida a
la mía incluso en su confuso estado.

Mi chica iba a estar bien.

Papá salió corriendo por las puertas correderas de la sala de


emergencias.

Estaba agitado, su pelo canoso sobresalía de donde se había


pasado las manos por la cabeza. Parecía aliviado cuando nos vio.
Seguimos a los paramédicos dentro, y la llevaron directamente a una
habitación con cortinas y la trasladaron a la cama.
Papá tiró de mi brazo, empujándome hacia atrás mientras
trabajaban alrededor de ella, susurrando cautelosamente:

―Daniel, el bebé... nació el sábado por la noche. Están aquí... en


este hospital.

Mis manos se movieron inmediatamente a los lados de mi cabeza,


tratando de sacar la alarma de mi mente.

―Él está bien. Está arriba... en la nursery normal. ―Bajó aún más
la voz, inseguro de cuánta información podía manejar―. Tiene dos kilos
y medio, salud perfecta, sin complicaciones.― Su mano estaba sobre mi
brazo, firme, ofreciéndome consuelo.

Exhalé el aliento que había estado conteniendo, mirando el techo


mientras liberaba el miedo, la salud del bebé era mi consuelo.

Puede que no fuera capaz de amarlo, pero no podía tolerar que le


ocurriera algo malo.

―¿Y Vanessa? ―Estaba más que sorprendido de que me


importara algo sobre su condición, pero lo hacía.

―Ella está bien. Ella tuvo una cesárea así que la mantuvieron
durante tres días. Ambos deberían ser dados de alta mañana.

―Gracias.

―¿Vas a subir allí? ―Él ladeó la cabeza.

Negué, mirando a la habitación de Melanie y de nuevo a él,


avergonzado.

―Todavía no estoy listo. ―Él asintió en comprensión, pero no


pudo ocultar su decepción―. Bueno. Ve a cuidar de Melanie. Voy a
llamar a tu madre y a tu hermana. Ninguna de las dos tiene idea de lo
que está pasando. Volveré en un momento.
―Bueno. Y papá, ¿podrías llamar a Peggy y hacerle saber lo que
pasó? No quiero dejarla en la oscuridad otra vez.

―Claro. ―Sonrió de manera tranquilizadora, antes de darse la


vuelta y marcharse.

Tiré de la cortina de la habitación de Melanie, parándome


torpemente en la esquina, tratando de no molestar, mientras los
técnicos de emergencias terminaban su trabajo y la enfermera se hacía
cargo.

Quería estar al lado de Melanie, ser el que la arreglara, para


compensar el hecho de haber llegado tarde. Me sentí inútil mientras
trabajaban sobre ella. Lo único que podía hacer era consolarla desde
lejos. Sentí el intenso tirón mientras su corazón llamaba al mío, sus
ojos abiertos de par en par con su amor, pero ensombrecidos por el
miedo que aún controlaba sus nervios. Los técnicos de emergencias
médicas se fueron, y la enfermera la enganchó a un monitor, tomando
sus signos vitales, garabateando cosas en su tabla, finalmente me
permitió estar a su lado.

―Oh bebe. Está bien, cariño ―murmuré, pasando mi pulgar sobre


su mejilla.

Su voz era ronca y baja, los narcóticos corrían por sus venas,
disminuyendo el dolor pero también su coherencia.

―¿Qué le pasó a Nicholas?

―Sobrevivirá. ―Desafortunadamente. Miré al suelo antes de volver


mi mirada hacia ella, haciendo una promesa de la que estaba seguro,
aunque realmente no supiera por qué―. Nunca más volverá a
lastimarte, Melanie. Se acabó.

―Gracias ―susurró. A pesar de que lentamente se estaba


hundiendo en la inconsciencia, sus ojos eran intensos e ilusionados.
La miré, desconcertado por su gratitud porque no había hecho
nada para agradecerme.

Ella leyó mi confusión y aclaró:

―Te escuché. ―Me escuchó.

Convoqué a mi propio reconocimiento al poder que fuera que nos


guio y nos reunió la primera vez y luego de nuevo. El que nos ató, la
energía que luchó por nosotros sin importar los obstáculos que tuvimos
que superar.

Le sonreí a Melanie y le apreté la mano, sabiendo que nunca sería


capaz de comprender la profundidad a la que estaba atado a esta
mujer.

―También te escuché. ―Sus ojos se cerraron, aunque su agarre


permaneció firme en el mío.

La cortina crujió y apareció un médico, presentándose como el Dr.


Anderson. Era alto y delgado, su cabello castaño oscuro
meticulosamente peinado hacia un lado, sus ojos enmarcados por gafas
de montura metálica. Los ojos de Melanie permanecieron cerrados
mientras respiraba pesadamente en su sueño y nunca se movió durante
el examen del Dr. Anderson. Lo miré por encima del hombro. Estaba
claramente poniéndolo nervioso, pero estaba seguro de que sería más
cuidadoso si supiera que estaba prestando atención a todo lo que hacía.

―Voy a hacer que un cirujano plástico baje y suture estas dos


laceraciones ―dijo señalando la de su párpado y la de su barbilla―
suturaré la que está en la boca. El resto es solo superficial. Luego
realizaremos una tomografía computarizada para asegurarnos de que
no tenga ningún tipo de inflamación por el trauma en la parte posterior
de la cabeza, y una radiografía de tórax y las extremidades superiores,
pero según mi examen, supongo que va a ser negativo. Aparte de eso,
ella se ve bien.

Todo el tiempo que trabajaron me quedé a su lado, su pequeña


mano en la mía. Mi espíritu cantando con el de ella, calmándola,
prometiéndole que estaba a salvo, asegurándole que estaría bien.

Estaba seguro de que el cuerpo de Melanie sanaría fácilmente,


pero temía que sus peores cicatrices se debieran al daño emocional que
Nicholas le infligió en los últimos nueve años.

Cuando sacaron a la forma dormida de Melanie de la sala de


urgencias y la llevaron por el hall para tomar su tomografía
computarizada y radiografías, me senté pesadamente en una silla,
apoyando la cabeza contra la pared con los ojos cerrados. Estaba
absolutamente agotado. Comencé a dormitar cuando un toque ligero en
mi hombro me sobresaltó. La misma enfermera que había atendido a
Melanie me miró disculpándose.

―Señor, hay policías afuera que necesitan hablar con usted.

Me pasé las manos por la cara, tratando de despertarme. Dos


oficiales estaban parados afuera de la habitación de Melanie, hablando
en voz baja mientras me acercaba a ellos.

―Soy Daniel Montgomery. ¿Necesitaban hablar conmigo?

―Necesitamos hacerle un par de preguntas. ―Respondí a cada


una de sus preguntas con la mayor honestidad y sencillez posible,
sintiéndome un poco incómodo cuando me preguntaron sobre mi
relación con Melanie. Solo podía imaginar lo que estaban pensando
cuando les conté sobre nuestra aventura y los eventos que nos habían
conducido a esta tarde. No tenían idea de nuestro pasado. Solo sabían
que Melanie le había sido infiel a su esposo. Sin embargo, sin importar
las circunstancias, Nicholas no tenía derecho a hacerle daño, así que
simplemente respondí a los detectives y no oculté nada.

Afortunadamente, lo vieron de la misma manera, otro caso de


violencia doméstica. Era obvio quién había sido el agresor en la
situación, y me prometieron que Nicholas sería acusado como tal.

Volví a la silla, descansando un poco más antes de que trajeran a


Melanie de vuelta. Ella estaba alerta, con una pequeña sonrisa dibujada
en su rostro cuando me vio. Me moví de forma protectora para no
provocar una reacción en sus heridas.

―Hola. ―Ella se acercó a mí, y tiernamente la envolví en mis


brazos, con cuidado de no causarle más dolor, aunque parecía necesitar
mi toque más que la precaución que estaba tratando de impartir al no
acercarme demasiado a ella.

―Hola hermosa. ¿Cómo te sientes? ―Me incliné para besarla, tan


suavemente que mis labios apenas rozaron los de ella, pero desesperado
por sentirlos.

―Dolorida ―tragó profundamente, aclarándose la garganta―. Pero


estoy bien.

Ambos saltamos cuando el Dr. Anderson entró apresuradamente.

―Así que, todas tus imágenes fueron claras. No hay nada roto, y
hay una pequeña cantidad de inflamación alrededor de tu cerebro, nada
por lo que preocuparse demasiado, pero vamos a seguir adelante y
admitirla para poder vigilarla de la noche a la mañana.

Seguí detrás de ellos mientras la subían al tercer piso. El letrero


que indicaba la nursery en el 5° piso, llamó mi atención entre los otros
catorce.
Todavía no podía creer que esto hubiera sucedido. Pensé que
Melanie y yo tendríamos tiempo libre en casa, tiempo para hablar y
decidir cómo lo manejaríamos, tiempo para planificar. Ahora me había
quedado sin tiempo, y era padre.

Por mucho que necesitaba decirle a Melanie, no tenía corazón


para hacerlo. Casi podía ver la tristeza que nublaría sus ojos a pesar de
que sus palabras estarían llenas de suave estimulo y esperanza para mi
futuro.

Ella se estaba quedando dormida cuando la pusieron en la


habitación. Empujando las palabras de forma confusa y arrastrada
mientras murmuraba:

―Amor... tú... Daniel. ―Con la lengua entumecida por los


medicamentos, su mente se sumió en una falsa tranquilidad.

―Te amo para siempre, cariño. ―Le besé la frente y acomodé las
mantas bajo sus brazos, metiéndolas apretadamente alrededor de su
cuerpo de la forma en que sabía que le gustaba y esperando que le
dieran algo de consuelo mientras estuviera fuera. Con los pies pesados
y un corazón cauteloso, salí penosamente de su habitación, sabiendo
que ya no podía posponer lo inevitable.

Mi mano tembló descontroladamente cuando estiré la mano,


presionando mi dedo índice en el cinco, conteniendo la respiración
cuando el ascensor me llevó los dos cortos pisos.
Traducido por UsakoSerenity & Flor
Corregido por Daliam

Me sentía como si estuviera en medio de un torbellino cuando


pisé el suelo. Todo estaba en calma y sereno a excepción de la nube que
se arremolinaba a mi alrededor mientras la energía gruñía y crujía. Era
como si estuviera caminando por un campo de minas terrestres, sin
saber qué paso desencadenaría el final, pero sabiendo que vendría. Los
sentimientos de arrepentimiento, miedo y pena circularon en un ciclo
interminable. Lo que lo empeoró fue que cada recuerdo doloroso de mi
vida volvió a originarse en un lugar tan similar a este.

Mis piernas se debilitaron cuando la ventana de vidrio apareció.


Las camas de los bebés fueron empujadas hacia arriba con el nombre
de cada bebé exhibido orgullosamente sobre su pequeña cabeza. Traté
de concentrarme en los nombres, pero mi visión era borrosa, y mi
mente rechazó la verdad que uno de estos niños me pertenecía.

—Señor, ¿puedo ayudarlo? — Una mujer de unos treinta y tantos


años me miró preocupada—. ¿Necesita sentarse?

—Yo, eh... yo... —La miré con una expresión en blanco, sin tener
ni idea de cuál era el nombre de mi propio hijo—. Estoy aquí para ver al
bebé Montgomery... ¿o Levy?

Mierda.

Ni siquiera sabía su apellido.

—¿Y su relación con él?


Me atraganté cuando lo forcé de mi boca.

—Soy el Padre. —Ella introdujo un par de cosas en su


computadora.

—Está en la habitación de su madre. Necesito ver una


identificación para que pueda registrarlo.

Le entregué mi licencia y la vi imprimir el brazalete y asegurarlo


en mi muñeca. Le di las gracias en voz baja y me di la vuelta, tocando la
etiqueta que me identificaba como el padre del "bebé Montgomery".

Caminé pesadamente por el camino lento, cada paso forzado. Me


sentía mal cuando estaba de pie frente a la habitación de Vanessa.
Usando mi mano para apoyarme contra la pared, tratando de aceptar
un hijo que no quería. Era hora de ser el hombre al que mi madre
siempre había elogiado y el hombre que mi padre me había enseñado a
ser, sin importar cuánto quisiera descuidar esta responsabilidad.
Respiré profundamente y abrí la puerta.

Me quedé en la puerta sin poder moverme mientras los agudos


gritos de un bebé recién nacido me golpeaban con toda su fuerza. El
niño estaba de espaldas en la pequeña cuna de plástico del hospital,
gritando descontroladamente. Vanessa estaba en la cama, con una
almohada sobre la cabeza, claramente tratando de ahogar su llanto
incesante.

Antes que pudiera detenerme, espeté:

—¿Qué te pasa? —Y di los cuatro pasos necesarios para


enfrentarme cara a cara con mi hijo por primera vez.

Apenas registré la voz de Vanessa mientras gemía:

—No parará de llorar… — ya que esta pequeña persona exigía


toda mi atención. Iba vestido con una pequeña camisa blanca que lo
envolvía y se abría en el frente, las mangas largas le cubrían los brazos.
En su histeria, una mano se había liberado del extremo doblado para
cubrir su mano. Estaba enrollado en un puño cerrado que sostuvo
contra su cara, estaba pellizcado y roja como la remolacha, y
absolutamente hermoso. La realidad de a quién era me quitó el aire de
mis pulmones.

Mi hijo.

Negué, tratando de dar sentido a lo que sentía cuando miraba a


este precioso niño.

Tragué duro, y tentativamente extendí una mano temblorosa para


agarrar el pequeño puño, haciendo palanca con los dedos para evitar
que se rascara un lado de la cara. Instantáneamente reaccionó y
envolvió esos mismos pequeños dedos alrededor de mi dedo índice. Su
boca se volvió inmediatamente hacia mi mano. El pobrecito se moría de
hambre.

Reuní todo mi coraje y lo levanté.

Sus gritos se calmaron cuando encontró la seguridad en mis


brazos. Me aseguré que estuviera seguro en un brazo, sosteniéndolo
cerca de mi pecho mientras buscaba con la otra la botella llena al lado
de su cabeza. Nos sentamos en la silla, cuidando su cabeza,
cambiándolo para poder alimentarlo. Me encontré haciendo pequeños
ruidos de arrullo, callándolo, susurrando: —Está bien, hombrecito —
contra el delgado material de la gorra que cubría su cabeza.

Él hizo gruñidos mientras se ajustaba a la sensación del biberón


en su boca, y comenzó a chupar.

Siguió un ritmo, tomando unos sorbos y luego se detuvo para


recuperar el aliento. Eran los sonidos más dulces que jamás había
escuchado.
Quería apartar la mirada e ignorar la forma en que tiraba de mi
corazón, pero su ritmo era irresistible.

Con el biberón equilibrado entre mi barbilla y el pecho, le quité la


pequeña gorra de la cabeza, dejando al descubierto sus delgados rizos
rubios. Pasé mi mano por los suaves y finos mechones, retorciéndolos
en mis dedos, temblando con la calidez que corría por mis venas
mientras lo hacía. Soltó un aliento satisfecho y pesado de su nariz y se
acurrucó en mi costado, aún succionando, pero a un ritmo menos
febril. Pasé la punta de mi dedo alrededor de la oreja y sobre su mejilla.
Su piel recién nacida se sentía como terciopelo por la pelusa suave y
protectora que cubría cada centímetro de él. Sus piernas eran largas y
delgadas, pero al mismo tiempo regordetas y saludables. Le quité uno
de sus calcetines para poder ver sus dedos de los pies, sonriendo por lo
grande que parecía su pie en comparación con el resto de él. Ahuequé
todo en mi mano y lo apreté suavemente. Empujó hacia atrás en mi
palma, los pequeños músculos de sus piernas flexionando con fuerza.
Él era perfecto.

Con el biberón casi vacío, su boca se había vuelto floja, la retiré y


la dejé a un lado. Lo giré, lo levanté de debajo de sus brazos y lo apoyé
contra mi hombro. Se estiró, su pequeño trasero sobresalía y sus
piernas se enroscaban debajo de él, sus labios rojos formaban una
pequeña "O" cuando expulsó un pequeño bostezo.

No pude evitar acariciar mi nariz en el hueco de su cuello, oliendo


su aroma suave y limpio mientras le daba palmaditas en la espalda y
hacia una burbuja desde lo más profundo de su interior.

Su respiración se estabilizó, y él se quedó dormido, jadeando


silenciosamente. Suaves bocanadas de aire contra mi cuello. Cuando su
mano se posó para descansar en mi mejilla, casi me separo. Me lo llevé
a la boca y le puse un suave beso en la palma de la mano,
pronunciándole "te amo" en la delicada piel, sorprendiéndome con mi
propia revelación.

Una vez que lo admití, no pude contener el torrente de amor que


brotaba de un embalse desconocido. Nunca pensé que sentiría esto de
nuevo. Siempre creí que si me permitía amar a otro niño como amaba a
Eva, de alguna manera disminuiría la devoción que sentía por ella. Pero
mi amor por ella todavía brillaba, y nunca la olvidaría, la chica que me
había tocado tan profundamente. Ella nunca podría ser reemplazada.
La amaría para siempre, así como amaría a su hermano para siempre.

Le di un beso en la cabeza mientras dormía contra mí, meciéndolo


lentamente. Nos sentamos así por lo que parecieron horas.

Con cada minuto que pasaba, me enamoraba más y más de él.


Nuestros espíritus aprendieron uno del otro, nuestros corazones se
unieron. Estaba ligado a él por la eternidad. Él era mío, y nunca lo
dejaría ir.

No intenté comprometer a Vanessa y le dije que durmiera, algo


que obviamente necesitaba.

Me volví hacia la puerta cuando escuché el sonido de dos golpes


débiles y tímidos. Papá asomó la cabeza, un ceño apologético en su
rostro.

—Espero que no estemos interrumpiendo. No habíamos tenido


noticias tuyas en mucho tiempo, y nos estábamos preocupando.

Le sonreí ampliamente, tranquilizándolo, haciendo un gesto con


la cabeza para que él entrara. La puerta se abrió de par en par, y entró.
No era de extrañar que su mano estuviera firmemente entrelazada con
la de mamá, ambas nerviosas cuando entraron en la pequeña
habitación. Se detuvieron abruptamente cuando me encontraron con mi
hijo dormido acunado en mis brazos. Mis ojos estaban rojos e
hinchados por las lágrimas que había derramado, este nuevo amor sin
contenido y bailando en mi cara. Mamá y papá no tenían idea de qué
esperar cuando me encontraron en esta habitación, pero por el alivio
que les brotaba, estaba claro que eso era exactamente lo que
esperaban.

Mamá lo confirmó cuando comenzó a llorar y cuando vino hacia


mí y me besó en el costado de la cabeza.

—Sabía que esto sucedería. —Ella me sonrió, luego extendió la


misma mirada cargada de amor hacia mi hijo, su mano salió para
acariciar su espalda mientras se inclinaba más cerca—. Es
absolutamente hermoso, Daniel. ¡Oh, Dios mío, se parece a ti!

Asentí de acuerdo. Se parecía exactamente a mis imágenes recién


nacidas que mamá exhibía tan orgullosamente en el estudio, tanto que
estaba segura de que nadie podría distinguirnos.

—¿Puedo? —Ella alcanzó a él sin esperar permiso y se lo llevó con


manos expertas.

Su tono era dulce y melódico mientras hablaba suavemente,


balanceando a su nuevo nieto en sus brazos.

—Hola, cariño.

—Eres precioso, ¿verdad? —Papá se acercó sigilosamente a ellos,


uniéndose a la danza lenta y pasando el dorso de su mano tiernamente
sobre la hinchazón de la mejilla regordeta del bebé.

Ella me miró, curiosa.

—¿Ya tiene un nombre?

No tenía idea qué decir. Es muy posible que Vanessa lo haya


llamado, pero no tenía ni idea. Por alguna razón, pensé que no. Todo lo
que había visto hasta ahora solo le había dado el título de "bebé
Montgomery". Me encogí de hombros, moviendo la cabeza en dirección a
Vanessa.

—No hemos hablado todavía. —Pensé que era lo suficientemente


honesto. Si ella lo hubiera nombrado sin mí, eso era culpa mía. No
había estado aquí para su nacimiento, y pensé que casi había
renunciado a ese derecho. Estaría bien con lo que ella elija.

Ambos se volvieron hacia ella como si no se hubieran dado cuenta


que estaba allí. Mamá nunca la había conocido, y pude ver la
curiosidad quemar en ella mientras miraba a la madre de su nieto.
Vanessa estaba de espaldas a nosotros, completamente inmóvil,
demasiado rígida, y podía decir que ya no estaba dormida.

Yo realmente no podía mantenerlo en contra de ella. No podía


imaginar lo incómoda que debía sentirse al presenciar un intercambio
tan íntimo de un grupo de personas que no conocía, nuestro único
vínculo con ella encontrado en la sangre que corría por el niño.

Reticente, mamá me devolvió a mi hijo, consciente de la evidente


inquietud que Vanessa estaba experimentando con su presencia.

—Te amo Daniel. Y a ti también, hombrecito. Los veré a los dos


por la mañana. —Sus ojos estaban húmedos, llenos de alegría.

Papá besó la frente de mi bebé, antes de aplaudirme ligeramente


en la espalda. —Llámame si me necesitas. —Sus palabras simples
siempre significaban mucho más.

—Lo haré... y gracias.

Ellos sonrieron cálidamente y salieron de la habitación. La puerta


se cerró detrás de ellos y me dejó a solas con mi hijo y su madre. La
presión intensa pesaba en el aire de la habitación. La voz de Vanessa
rompió la tensión, áspera y amortiguada por la almohada presionada en
su rostro.

—No estabas aquí.

Suspiré, reajusté a mi hijo y reuní la fuerza que iba a necesitar


para tener esta conversación tan difícil. Sin embargo, ya era hora que lo
tuviéramos, porque nuestro hijo merecía que llegáramos a un acuerdo,
y sabía que una parte de esos términos incluiría que concediera un
poco.

Abrí la boca y acepté parte de la responsabilidad, hablando en voz


baja con la mujer con la que todavía tenía una gran animosidad, pero
con quien también compartí a este increíble bebé.

—Lo siento. Debería haberlo hecho. —Ella sollozó y volvió la


cabeza en mi dirección, su mejilla plana contra la almohada. Me
concentré en ella. Incluso en la tenue luz de la habitación oscura, el
blanco de sus ojos azules era un impactante carmesí de lo que parecían
ser días de llanto. Había bolsas oscuras debajo de sus ojos, y su cara
parecía hinchada y abultada, con los labios agrietados. Un enorme
nudo se formó en mi garganta, y casi me atraganté con mi culpa.

Se veía horrible e increíblemente cansada.

Apenas se levantó.

—Te necesitaba —antes de sucumbir a otro ataque de emoción


que sacudió su cuerpo mientras lloraba en su almohada.
Realmente me sentí terrible.

—Vanessa —traté de consolarla desde lejos, pero no tenía idea de


cómo hacer eso. Realmente ni siquiera la conocía, y no tenía idea de lo
que necesitaba escuchar—. Por favor escúchame. Realmente lamento no
haber estado aquí. ¿Quién estaba contigo? —Su cabeza se levantó
bruscamente, y ella me miró furiosa, gritando:
—¡Nadie, Daniel! ¡Estaba sola! No tengo a nadie ya te lo dije.
—Me encogí ante su dureza y protegí la oreja expuesta de mi bebé con
la palma de mi mano. Me mordí la lengua para evitar gritarle, tratando
de no empeorar las cosas. Necesitábamos una resolución, y no podía
permitir que este intercambio terminara como todos los demás.

Me concentré en las rápidas respiraciones de mi hijo que eran un


recordatorio de por qué estaba teniendo esta conversación.

—Lo siento, Vanessa. No deberías haber tenido que pasar por esto
sola.

No pareció aplacarla cuando ella se echó hacia atrás con los


dientes apretados. —¿Dónde estabas? —En la cara de una mujer tan
angustiada, se me ocurrió que mentir probablemente hubiera sido
mucho más fácil para ella, pero le había dicho repetidas veces que
Melanie era mi vida.

Ella iba a tener que aceptarlo.

—Melanie y yo estábamos fuera de la ciudad para las vacaciones.


—Ella gritó como si sufriera un dolor físico, con los puños apretados en
las sábanas. La expresión de dolor en su rostro era tal que podría haber
sido mi esposa, y acababa de decirle que estaba teniendo una aventura.
Me habría enojado si no hubiera sido tan lamentable. Me rasqué la
cabeza, suspirando mientras avanzaba.

—Escucha, Vanessa, lo que hice estuvo mal, pero no me


arrepiento de eso ahora. —Miré a mi hijo. El amor que sentí cuando
miré su preciosa cara me hizo girar la cabeza. Podría lamentarme, pero
nunca podría arrepentirme, y acepté que no lo tendría sin ella.

Pensé en lo terrible que hubiera sido si hubiera crecido con mis


padres despreciándose unos a otros. No podía dejar que mi hijo creciera
de esa manera. Respiré hondo e hice una concesión por mi hijo.
—¿Recuerdas cuando viniste a mi oficina ese día? ¿Cuándo nos
pediste que fuéramos amigos? ¿Podemos intentarlo? —Ella se congeló,
jadeando, antes de ponerse de lado y levantarse sobre su codo.

—¿Quieres ser mi amigo? —preguntó, dudosa, pero claramente


entusiasmada con la idea.

Asentí, forzando una sonrisa muy mansa y poco entusiasta.

—¿Y ver a dónde va?

Gruñí, echando mi cabeza hacia atrás, exasperación.

—No, Vanessa. —Negué, una vez más sorprendido de lo irracional


e inmadura que era.

—Mira, necesito que entiendas algo. —No sé por qué me sentí


obligado a contarle, pero tal vez si lo hiciera, si le daba toda la historia,
finalmente comprendería que no había posibilidad de nada
desarrollándose entre nosotros—. Sé que sabes muy poco sobre mi
pasado, al igual que yo no sé nada tuyo. —Hice una pausa y busqué su
rostro abatido y decaído, rezando por lo que estaba diciendo que podría
tener algún tipo de impacto en ella—. Vanessa, me enamoré de Melanie
cuando tenía dieciséis años. —Su aguda inhalación de aire me dijo que
estaba escuchando. Abracé a mi hijo hacia mí, lo besé suavemente en la
cabeza, dándole un momento para recuperarse. Solo podía suponer que
había creído que la cena era la primera vez que había conocido a
Melanie, y que estábamos compartiendo nada más que una aventura
tórrida.

—Estábamos tan felices. —Me reí melancólico, recordando lo


increíble que habían sido esos primeros años.

—Estábamos tan emocionados cuando descubrimos que íbamos a


tener un bebé. —Me reí a carcajadas por la fuerte emoción—. Asustado,
pero feliz. Nos íbamos a casar tan pronto como Melanie cumpliera los
dieciocho años. —Respiré entrecortadamente. Me sentía tan expuesto
compartiendo esto con Vanessa, pero por alguna razón quería que ella
supiera—. Tuvimos un accidente automovilístico... nuestro bebé...
Eva... ella vivió dos días. —Me entregué al dolor que me invadió, debido
a que lo reviví por ese corto tiempo, bloqueando nada.

A través de ojos legañosos, miré a Vanessa que se había sentado.


Estrechando sus manos frente a ella, sacudió su cabeza una vez,
instándome a continuar.

—Sus padres nos separaron. Ambos éramos jóvenes e ingenuos.


Permitimos que nuestros miedos nos separen. Durante nueve años,
creímos una mentira, pero nunca dejamos de amarnos. Mi corazón ha
pertenecido a ella desde el día que la conocí. —Dudé antes de seguir
adelante—. ¿Esa cena a la que asististe? —Vanessa asintió—. Esa fue la
primera vez que había visto a Melanie en nueve años. Probablemente
puedas unir las piezas desde allí.

Ella chupó su labio inferior tembloroso, dándose la vuelta


mientras luchaba contra otra ronda de lágrimas, limpiándolas con el
dorso de su mano. Sintiendo que finalmente lo había logrado, me sentí
satisfecho que pudiéramos seguir adelante y unirnos o al menos
cooperar y poner a este niño antes de todas nuestras quejas pasadas.

Lo puse contra mis piernas, y él se movió, bostezando y estirando


sus piernas hacia su cuello.

—Es hermoso, ¿no?

Vanessa inspiró profundamente, gimiendo mientras tomaba un


pañuelo de papel de la caja que estaba sobre la mesa junto a su cama y
vigorosamente asentía mientras cerraba los ojos, presionando el
pañuelo contra su boca.

—¿Lo nombraste?
Ella hizo una mueca como si yo la hubiera abofeteado.

—No. —Tragó saliva, mirando hacia abajo y tirando del vestido


que estaba retorcido en su cintura.

Ella me tomó por sorpresa cuando de repente se apresuró a


decir:
—Nómbralo.

—Vanessa…

Levantó su mano, levantando la vista para encontrarse con mis


ojos.

—No. Solo nómbralo. —Ella arrastró los pies, trepó por debajo de
las sábanas y se las llevó a la barbilla—. Estoy realmente cansada.
¿Puedes llevarlo de vuelta a la guardería?

Asentí, protegiendo a mi hijo protectoramente en mis brazos


cuando me puse de pie, besándolo y canturreando una indescifrable
canción de amor mientras lo colocaba en la pequeña cuna. Las cosas
que había pensado que serían tan extrañas para mí ahora fueron tan
naturales, cambiándole el pañal y vistiéndolo con una camisa fresca,
incluso envolviéndolo con la manta a rayas azul y rosa de la misma
manera que había visto a otros hacer y en el mismo orden.

Sorprendido, salté cuando Vanessa rompió el silencio.

—¿La amas?

Lentamente volteé hacia ella, encontrándome con su rostro y


respondiéndole honestamente.

—Con toda mi vida. —Sus labios se extendieron en una línea


plana, ni fruncir el ceño ni sonreír, aunque lo suficiente como para
transmitir satisfacción.
—Bien. —Le sonreí, por primera vez con la esperanza que ella y yo
pudiéramos trabajar juntos y ser los padres que este niño pequeño se
merecía—. Buenas noches, Vanessa —susurré, pero no recibí
respuesta.

Tan silenciosamente como pude, hice girar la pequeña cama de la


habitación y apagué la única luz que había arrojado el tenue
resplandor. La negrura se apoderó de la habitación. De mala gana
empujé a mi hijo por el medio para que lo dejara pasar la noche. El
movimiento lo despertó, sus profundos y oscuros ojos se abrieron por
primera vez. Lo miré, superado por un sentimiento de pertenencia;
positivo, él también podría sentirlo. Cuando llegamos a la sala de recién
nacidos, estaba inquieto e intentando meterse el puño en la boca,
dando fe de su hambre otra vez. Con mucho gusto acepté la oferta de la
enfermera de alimentarlo en una mecedora sentada en el cuarto de los
niños.

Lo mecí y le di un beso en la frente mientras él bebía. Disfruté la


sensación de su pequeño y cálido cuerpo en mis brazos, apreciando a
este niño que había devuelto la vida a esta parte de mi alma.

Recordaba esos sueños largamente olvidados de una familia, lo


importantes que habían sido, y ahora este bebé los había hecho
realidad.

Mi única preocupación era para Melanie. Ella siempre tendría mi


corazón, pero ahora tenía que compartirlo. De ninguna manera
disminuyó mi amor por ella; la amaba en una capacidad totalmente
nueva que ni siquiera sabía que existía. Al igual, se había vuelto tan
importante para mí como Melanie. Sabía que sería difícil para ella, y me
rompió el corazón que algo tan precioso para mí fuera a causarle dolor.

Recé para que con el tiempo Melanie sanase lo suficiente como


para forjar una relación con él. Había tantas mujeres que adoraban a
sus hijastros, y recé para que Melanie fuera una de ellas. Sabía que ella
querría cuidarlo y lo intentaría. Sin embargo, no era lo suficientemente
ciego como para creer que no iba a haber grandes obstáculos en su
camino.
Miré a mi hijo, tan hermoso, puro e inocente, y no podía imaginar un
mundo en el que Melanie no se enamorara por completo de él. Puede
tomar tiempo, pero sería paciente.

Besé a mi hijo y le susurré:

—Buenas noches, Andrew Daniel —contra su cabeza, orgulloso de


darle a mi hijo el nombre de mi abuelo.
Traducido por UsakoSerenity & Myr62
Corregido por Daliam

—¿Daniel?

Me senté, provocándome un dolor punzante desde lo más


profundo de mi cabeza. El dolor de cabeza me obligó a entrecerrar los
ojos contra las deslumbrantes y brillantes luces de la habitación del
hospital.

Casi me arrepiento de haber renunciado a la inyección de morfina


para el ibuprofeno que la enfermera me había administrado a eso de las
cinco de esta mañana. Daniel estaba aquí entonces, tratando de dormir
en la silla junto a mi cama cuando entró la enfermera, revisó mis signos
vitales y me preguntó cómo me sentía.

Estaba tan cansada de sentirme drogada y asfixiada por la nube


que me rodeaba que estaba dispuesta a soportar el dolor sobre la
bruma que nublaba cada pensamiento. Ahora, con los ojos
entrecerrados, escudriñé la habitación vacía, ya consciente de que
estaba sola. Aun así, me sentía a salvo.

Se terminó. Ayer había sido una pesadilla.

Estar en esa casa con Nicholas había sido aterrador. Debería


haberme ido esa noche hace tres meses cuando me golpeó por primera
vez. En lugar de bajar las escaleras y entrar a la habitación de
invitados, debería haber salido directamente por la puerta principal. Es
sorprendente cuanto me había engañado a mí misma no creyendo
porque tenía miedo. Fue un miedo que casi me costó la vida.
Incluso aquí, sola en mi habitación, podía sentir a Daniel.
Su presencia estaba cerca. Me consolaba, aunque realmente lo quería a
mi lado. Con la mente despejada, quería mirarlo y celebrar que lo
habíamos logrado, que éramos libres. Su presencia se hizo más fuerte, y
me senté con anticipación, apoyándome en un brazo, esperándolo.

Me encontré con la sonrisa más gloriosa que había visto en el


rostro de Daniel. La alegría total pareció brotar y fluir ante él en la
habitación. Debería haber estado cansado de pasar la noche en la silla
a mi lado; en cambio, parecía fortalecido, todo su espíritu revitalizado.

Se detuvo a mitad de camino cuando entró en la habitación,


viendo que ya me había despertado. Los ojos color avellana me
devoraron desde el otro lado de la habitación, viéndome con completa
adoración, llevándome a sus profundidades. Me sentí atraída más allá
de ellos como nunca antes, como si los recovecos se hubieran
expandido y su espíritu hubiera sido amplificado.

—Oye— dijo, su voz apagada—. Estas despierta.

—¿Cómo te sientes? —dijo cruzando la habitación hacia mí,


levantando la silla para poder sentarse a mi lado.

—Me duele la cabeza. —El dolor estalló cuando puse atención a


él—. Pero aparte de eso, creo que me siento bien. —Me giré de costado
para enfrentarlo, y él juntó mis manos entre las suyas, rozando sus
labios con cada nudillo. Se inclinó más cerca, presionando un dulce y
prolongado beso contra mi boca. Fue cuidadoso, muy consciente de
cada una de mis heridas, y logró controlar cada pulgada expuesta de mi
piel con sus elogios.

Su boca estaba en mi oído, dándole su total consideración. Mi


cuerpo tembló cuando susurró a la sensible piel: —Te amo. —Se sentó
para mirarme a la cara. Su expresión era intensa, llena de devoción y
amor pero envuelta en compasión y un tinte de aprensión—. Bebé,
necesito hablar contigo. —Mi primer instinto fue preocuparme, pero la
luz en sus ojos era una promesa, así que en cambio, lo observé con
curiosidad.

Pasó la yema de su pulgar sobre mi mejilla y movió su mano para


descansar sobre mi cuello. Su expresión era sombría, pero sus ojos no
mostraban verdadera tristeza.

Estreché mis ojos hacia él, incapaz de dar sentido a las señales en
conflicto que estaba enviando.

—Daniel. —Negó con la cabeza, interrumpiéndome.

—Melanie. — Sus ojos revolotearon sobre mi cara. Eligió sus


palabras cuidadosamente, cada una apasionada mientras pasaba por
sus labios—. Mi hijo nació el sábado. — Su anuncio resonó en la
habitación y se estrelló contra mis oídos. Su boca afirmó: —Mi hijo —
mientras su espíritu gritaba: —Lo adoro.

Intenté desesperadamente ocultarlo, ocultar el dolor, que su


noticia me trajo. Quería proteger de este hombre el dolor que invadía
cada fibra de mi cuerpo. Quería protegerlo de la envidia que fluía a
través de mí, infectando mi corazón, mi mente y mi alma. Luché por
fingir que no codiciaba lo que no podía tener, pero no pude evitar que
las lágrimas cayeran. Me volví para evitarle mi reacción, una que había
tratado en vano de contener, avergonzada de haberme hecho estragos.

¿Cómo me convertí en una persona tan terrible? Daniel recibió un


regalo, este niño, y sintió un profundo amor por él que era
inconfundible, un amor que nunca creyó que le fuera posible sentir.
Debería haberme alegrado, pero no pude. Simplemente dolía
demasiado.
Sentí como si se hubiera erigido una barrera, aislándome de una
parte de él que no podía compartir. El vacío en mi vida nunca había
sido más pronunciado.

Mis lágrimas se endurecieron aún más cuando se quedó parado


sobre mí, rodeándome en sus brazos por detrás mientras yo enterraba
mi cabeza en la almohada.

—Bebé, está bien llorar. —Su brazo me envolvió en la parte


delantera de mi pecho, acercándome más a él—. Sé que duele... solo...
déjalo salir. —Su tierno estímulo me conmovió, y me rendí, llorando
ruidosamente sobre la almohada, sollozos profundos y desiguales
nacidos de años de inseguridad, pérdida y deseo y necesidad. Y con este
agonizante celo, todo se liberó simultáneamente en un torrente de
emociones crudas.

Las suaves palabras de Daniel estaban allí mientras me dejaba


llorar. Me sacudió y susurró consuelo.

—Siempre te amaré. Nunca te dejaré ir. Siempre significarás todo


para mí. No hay nada que pueda cambiar lo que siento por ti. —Su
corazón estaba en sintonía con mis miedos, moliendo cada uno
mientras lo sacaba de mi cuerpo.

Cuando sintió que me calmaba, se inclinó más cerca de mi rostro.


Su mejilla descansaba contra la mía cuando casi dolorosamente me
atrapó.

—Prometo que haremos que esto funcione. —Estremeciéndome,


tomé una respiración profunda, resolviendo que haría lo que fuera
necesario, sabiendo que la promesa dependía más de mí que de
cualquier otra cosa. Tomaría esta carga y la pena que traería. Asentí
mientras me limpiaba la nariz y lo último de mi autocompasión en la
manga de mi bata de hospital, volteándome para ver al único hombre
por el que haría cualquier cosa. La asombrosa comprensión hipnótica
esperaba, llena de una devoción eterna cuando se aferró a mí.

—Te amo, Melanie.

Tragué, mojando mi boca y labios secos, extendiendo la mano


para acariciar la barba de un día en su rostro.

—Yo también te amo. —Reuniendo toda mi fuerza, me adelanté y


di el siguiente paso. Mi voz tembló—. Háblame de él.

La expresión de Daniel se volvió reverente, llena de asombro,


como si no pudiera comprender del todo cómo se sentía.

—Él es... increíble, Melanie. —Movió su silla más cerca, tomando


mis manos en las suyas—. Su nombre es Andrew... Andrew Daniel.

El orgullo de Daniel por su hijo era tan obvio cuando dijo el


nombre de su bebé, el nombre de su abuelo. Tenía tantas ganas de
compartir esta alegría con él, pero no pude encontrarla dentro de mí y
estaba más que agradecida cuando el movimiento desde la puerta nos
distrajo. Patrick se aclaró la garganta, y una sonrisa de simpatía
adornaba sus facciones mientras me miraba. Le devolví la sonrisa y
asentí, silenciosamente dándole la bienvenida. Abrió la puerta de par en
par, debido a que Julia se adelantó y le tomó la mano mientras
cruzaban la habitación.

—¿Cómo estás hoy? —Sus ojos me evaluaron mientras se sentaba


en el borde de la cama frente a Daniel.

—Mejor, gracias.

Julia se apretujó al lado de Daniel, su labio inferior temblaba


mientras trataba de no llorar. Ella me abrazó como solo una madre
haría con su propio hijo.
—Cariño, estaba tan asustada. ¿Estás bien?

Asentí en su hombro, apretando mi pecho mientras su afecto me


invadía. Hubo días en que todavía no podía creer que había encontrado
a esta familia otra vez. Julia palmeó mi mejilla, su expresión amable y
comprensiva, viendo la tristeza en mis ojos por lo que realmente era.
Miró cautelosamente a Daniel y me envolvió en sus brazos,
murmurando contra mi oreja mientras pasaba sus dedos
amorosamente a través de mi masa de pelo enredado.

—Eres fuerte, Melanie, y sobrevivirás a esto. Tengo fe en ti, justo


como lo hice con Daniel.

La acepté apretando mi agarre, rezando con todo en mí, que ella


tuviera razón.

Julia y Patrick se quedaron solo unos minutos, cuando el


abogado de Daniel se presentó y estaba esperando afuera de mi puerta
para comenzar los trámites necesarios para poner fin a mi matrimonio.

—¿Estás preparada para esto? —Daniel me miró, preocupado.

Asentí demasiado rápido, haciendo una mueca por el dolor en mi


cabeza.

—Cuanto antes terminemos con esto mejor. —Su sonrisa era


cálida cuando se levantó, besándome de acuerdo. Salió y regresó unos
segundos más tarde con su abogado a remolque. Era mucho más joven
de lo que hubiera esperado, probablemente no mucho más viejo que
Daniel. Tenía el cabello negro y llamativos ojos verdes, y su actitud era
impetuosa, sin sentido, y de negocios. Extendió su mano formalmente,
presentándose a sí mismo como Wiliam Bailey antes de agarrar una
silla contra la pared e ir directo al trabajo.
Donde su personalidad carecía, lo compensaba con conocimiento
y clara competencia. Me llevó a través de los formularios y respondió
cada pregunta que tenía sin la menor vacilación.

Explicó que Nicholas había sido arrestado la noche anterior


cuando fue dado de alta de la sala de emergencias, solo para ser
liberado bajo fianza esta mañana. Me informó bruscamente que no
tenía que preocuparme porque ya me habían concedido la orden de
restricción solicitada a través de su oficina.

Se fue con la promesa que no preveía problemas y esperaba que


esto se resolviera rápidamente, especialmente a la luz de los cargos de
violencia doméstica y que no pidiera ninguno de los activos de Nicholas.

Daniel se levantó y estrechó la mano de Wiliam, dándole las


gracias, mientras Wiliam le decía que estaría en contacto a principios de
la semana con una actualización. Salió corriendo de la habitación sin
mirar atrás.

Daniel se encogió de hombros mientras explicaba su la


brusquedad del abogado. ―Él es el mejor. ―Ambos nos reímos,
liberando algo del estrés reprimido por la tormentosa reunión y las
emociones de los últimos dos días, ambos aliviados al saber que mi
vínculo legal con Nicholas pronto seria roto.

Durante el desayuno, Daniel se quedó a mi lado. Podría decir por


su inquietud que estaba ansioso, dividido entre estar aquí conmigo y
con Andrew en el piso de arriba.

Estaba allí otra vez, la barrera, la pared que creó una división
entre nosotros, la pared que estaba allí porque su corazón estaba
irremediablemente dividido. Sabía que lo correcto sería decirle que se
vaya, pero me encontré siendo demasiado egoísta para decir las
palabras.
Hubo un toque ligero en la puerta. Erin se asomó, empuñando
una bolsa de viaje llena de ropa y todo lo que necesitaría para tomar
una ducha. ―Te traje algo―. Ella era un salvavidas. Nada se sentiría
mejor que lavar esta mugre. Mientras que las enfermeras habían hecho
lo mejor que podían con un baño de esponja, no había hecho nada para
borrar lo sucia que me sentía por mi terrible experiencia del día
anterior.

Erin entró, luciendo aliviada cuando vio mi apariencia.

―¡Oh, hoy te ves mucho mejor! ―La miré, confundida, sin


recordar su visita.

Ella rio y caminó por la habitación, agitando su mano como para


decirme que no me preocupara.

―Pasé por aquí anoche, pero estabas completamente fuera. ―Se


acercó para darle un rápido abrazo a Daniel antes de ir al otro lado de
la cama. Se sentó a mi lado, curvando una pierna debajo de ella y
mirándome. Barrió un mechón de cabello de mi cara para que pudiera
estudiarme, se inclinó para tomar mi mano y apoyarla en su regazo―.
¿Realmente cómo te sientes? ―Preguntó seriamente, siempre sincera.

Incluso después de todos estos años, nunca soñaría con mentirle


a Erin. Aunque había pasado tanto tiempo, ella todavía podía ver
directamente a través de mí. Nuestro vínculo estaba allí y ella me
conocía tan bien como lo había hecho nueve años atrás. Todavía la
conocía, y estaba claro que ella no estaba preguntando sobre mi
condición física. Hice una mueca y me encogí de hombros.

Ella palmeó mi mano y se levantó.

―Ven. Vamos a llevarte a la ducha.

Corrió al pequeño baño que tenía delante, quitó los artículos de


tocador de la bolsa y los puso en la ducha. Ella encendió el agua para
permitir que se calentara, mientras que Daniel me ayudó a pararme por
primera vez desde que me llevaron al hospital. Me estremecí con mi
primer paso, pero a medida que continuaba estirando mis apretados
músculos, me sentí maravillosa.

Erin extendió su mano y me condujo adentro, cerrando la puerta


detrás de nosotras, empujando con fuerza la cortina de la ducha, y
dejándola agrupada en el otro extremo de la ducha. El vapor cálido y
acogedor llenó el pequeño espacio.

Mi cuerpo cansado no quería nada más que sumergirse bajo el


terapéutico rocío.

―Aquí. ―Erin me tomó del brazo, me alejó de ella, y tiró de los


nudos en la parte posterior de mi vestido. Podía sentir la vacilación en
sus movimientos y cuando ella hablaba―. Es hermoso, Melanie.

Me quedé helada. El aire que soplaba con fuerza dentro y fuera de


mis pulmones y el derrame de agua sobre las duras baldosas de la
ducha eran los únicos sonidos en la habitación.

Erin comenzó a decir más, pero se detuvo, agarró una toalla del
estante y la colocó cerca de la ducha. Ella desvió la mirada mientras
entraba en la ducha y abría la cortina entre nosotros. Sumí mi cabeza
en el agua, respirando profundamente mientras me relajaba en el rocío
caliente que se caía sobre mi cabeza y corría por mi espalda.

―¿Sabes que él te ama? ―Me quedo parada, sacando la cabeza del


agua y mirando su sombra.

―Sí.

―Entonces no tengas miedo.


Su mano presionó contra la cortina y presioné la mía contra la de
ella, deseando poder tomar sus palabras y vivirlas. Simplemente no
sabía cómo.

Ella empujó más fuerte y susurró: ―Te amo. ―Dejó caer su mano
y me dejó sola con mi torbellino de emociones.

Di un paso atrás en el rocío y empujé los pensamientos acerca del


hijo de Daniel para dar un respiro a mi corazón y mi mente por el dolor.
Durante este corto tiempo, me gustaría saborear el hecho que
próximamente me voy a casa, que ahora estaba libre y que Daniel me
amaba, sin importar lo que sucediera.

Verdaderamente, una ducha nunca se había sentido mejor. El


agua caliente parecía derretir la tensión, y mientras lavaba la suciedad
y la sangre seca de mi cuerpo, era casi como si hubiera borrado los
acontecimientos de ayer. Observé cómo el agua teñida se arremolinaba
y se agrupaba sobre los azulejos, girando y dando vueltas por el
desagüe. El agua final salió limpia, y con ella, mi alma se liberó de las
cadenas de Nicholas para siempre.

Sabía que me había marcado mucho más profundo de lo que


había admitido. Por supuesto, sabía que me habían tratado mal, pero
nunca me había permitido ver cuán abusivo era. Yo no sé si mi corazón
roto me ha cegado de la realidad o si sentía que no merecía nada mejor.
De cualquier manera, ninguna de esas cosas hizo lo que Nicholas había
hecho bien. Él era un abusador que necesitaba rendir cuentas por lo
que había hecho, y me pondría de pie en la corte para asegurarme de
que eso sucediera. Más allá de eso, sin embargo, me prometí a mí
misma que nunca viviría en los últimos nueve años. Estaba decidida a
salir de esta ducha y nunca mirar hacia atrás; solo llevando conmigo
las valiosas lecciones que aprendí.

Me sequé con una toalla y me puse los vaqueros oscuros, el


suéter rojo y los zapatos negros que Erin tan atentamente había traído
para mí. Me cepillé los dientes y me pasé un cepillo varias veces por mi
cabello mojado. Eché un vistazo a mi reflejo en el brumoso espejo y vi
mis heridas por primera vez, agradecida de que no hubieran sido
peores.

Cuando salí, Daniel estaba hablando con mi médico a cargo.


Volvieron su atención a mí. Me senté en la cama, y el Dr. Lemmons me
revisó una vez más, asegurándome que todo se veía genial. Firmó los
papeles de alta y me escribió una receta para medicamentos para el
dolor, diciéndome que me quitarían los puntos en diez días.

Era libre de irme.

Cuando el doctor se fue, Daniel me sacó de la cama y me tomó en


sus brazos. Envolví mis brazos alrededor de su cuello, sosteniéndolo
cerca, nuestros cueros balanceándose lentamente mientras nos
regocijamos. Por primera vez en nuestras vidas, éramos libres de ir a
casa juntos, donde siempre habíamos pertenecido.

Los labios de Daniel rozaron los míos, la electricidad impactante


con el contacto ligero. Nos besamos, bailamos y nos abrazamos por la
mayor parte del tiempo, sin prisas y sin miedo a ser vistos, finalmente
libres de amar.

Cuando nuestro beso se desvaneció y disminuyó, me abrazó


nuevamente, todavía meciéndonos lentamente, aunque su agarre se
sentía contemplativo. Me tensé, anticipándome a lo que diría.

―¿Quieres ir arriba conmigo antes de ir a casa? ―Su voz era


tímida, insegura y muy esperanzada cuando me pidió que conociera a
su hijo.

Contuve la respiración y presioné mi nariz contra su pecho,


clavando mis dedos en sus hombros mientras luchaba contra el dolor.
La energía que fluía de su cuerpo me dio la fuerza que necesitaba para
asentir con la cabeza.

Tenía que hacerlo... para él.

Él empujó hacia atrás y sostuvo mi cara entre sus manos,


dejando suaves besos en mis mejillas y boca.

―Gracias. ―Me miró a sabiendas, con ternura, sintiendo cada uno


de mis miedos―. Melanie, te lo prometo, haremos que esto funcione
―reiteró, tratando de darme consuelo, pero cuanto más me acercaba al
encuentro de su hijo, más aterrada estaba.

Agarró la bolsa que Erin había traído, metió la información del


alta hospitalaria en el bolsillo y se la colgó al hombro.

Me besó castamente otra vez antes de tomar mi mano en la suya.


No tenía idea de que estaba temblando incontrolablemente hasta que el
agarre firme de Daniel envolvió mi mano con seguridad.

―¿Lista?

No lo estaba, pero nunca lo estaría, y esta era una petición que no


le negaría.

—Sí — me atragantó.

Él vaciló, mirándome.

—Bebé, no tienes que hacer esto ahora.

Negué con la cabeza, deseosa de tomar la ruta fácil.

—No, Daniel. Necesito hacerlo... ahora.

Nunca me había sentido tan desgarrada entre mi necesidad de


complacer a Daniel, de sacrificarme por él, y la parte egoísta de mí que
no quería tener nada que ver con este niño, la parte de mí que deseaba
que él no existiera. La culpa que ese pensamiento despertó me enfermó,
y mi mente reprendió a mi corazón por ser tan cruel. Pero no pude
detenerlo, y aún estaba ahí cuando respiré profundamente y seguí a
Daniel fuera de la habitación. Él me condujo, nunca soltó mi mano,
empujándome hacia adelante. Aun así, retrocedí un paso, mi cara se
concentró en el suelo, concentrándome en poner un pie delante del otro
y nada más.

El viaje en ascensor fue corto, y cuando la campana sonó en el


quinto piso, me tragué la bilis que subía en mi garganta. Mi cabeza giró
y las lágrimas me escocieron cuando salimos al piso. ¿Cómo iba a salir
de esto? Ni siquiera habíamos llegado a la guardería, y ya me estaba
desmoronando.

Agarré la mano de Daniel, la única comodidad que pude


encontrar. Sentí que su pulso latía tan rápido como el mío, pero
mientras corría con anticipación y con el deseo de volver a unirme a su
hijo, el mío corría con miedo mientras caminaba para encontrarme con
la manifestación de cada una de mis inseguridades.

Ni siquiera pude levantar la vista cuando Daniel le mostró al


voluntario que trabajaba en el escritorio su pulsera y me tendió un
pase.

Sonó el timbre y la puerta se abrió. La calidez de la habitación me


inundó la cara y me hizo estremecer la columna vertebral. El sonido de
bebés llorando atravesó mis oídos, viniendo hacia mí desde lo que
parecía en todas direcciones, haciéndome encogerme contra el costado
de Daniel. Su brazo se envolvió protectoramente alrededor de mis
hombros, atrayéndome, la energía entre nosotros actuando como un
escudo contra el dolor. Mi espíritu se alivió de inmediato. Inhalé y me
envolví de ese poder, succionándolo profundamente en la boca del
estómago, envalentonándome mientras nos alejábamos por el suelo.
Daniel se detuvo a solo unos pasos de su hijo, dándome tiempo
para ajustarme. Pero seguí adelante, preparándome para la oleada de
celos que sabía que vendría. Me sentí apresurada y frenética, y supe
que debía esperar y aclararme la cabeza, pero no podía detener los
pasos que daban mis pies. Se hizo repentinamente claro que la energía
que sentía no venía de Daniel. Su bebé estaba llorando, un lloriqueo, un
grito quejumbroso, tan triste que haría que cualquier madre se
arrodillara.

Me quedé sin aliento al ver a su pequeño hijo, la imagen de su


padre, una réplica perfecta del hombre que adoraba. Mi pecho se llenó
de temblores cuando sentí su calor, dando el último paso para estar a
su lado. No dudé en tocarlo, extendiendo mi mano sobre su pequeño
pecho. Tranquilo, el niño se quedó quieto ante mi toque, su espíritu se
calmó cuando se encontró con el mío. Cerré los ojos, sintiendo latir su
corazón, latiendo fuerte con la sangre de Daniel que corría por sus
venas. Su pulso era indescriptible, tanto como la fuerza que me unía a
Daniel, pero tan diferente. Fue un acompañamiento perfecto, una
extensión de la conexión que compartimos Daniel y yo.

Daniel se movió a mi lado y envolvió su brazo alrededor de mi


cintura, tirando de mí más cerca mientras tomaba la mano de su hijo,
sonriendo melancólicamente.

—Es difícil no amarlo, ¿no? —Un sollozó salió a través de mi


garganta contraída,

—Imposible. —Daniel y yo nos quedamos inmóviles por un tiempo


inconmensurable, abrazados, satisfechos de ver al bebé Andrew dormir
en su pequeña cuna, su mano sujetando firmemente el dedo de Daniel y
su corazón latiendo fuertemente contra la palma de mi mano. Los tres
estábamos envueltos en el capullo de energía que descansaba contenta,
por primera vez completa.
Miré por encima de mi hombro y encontré a Erin y Julia de pie
junto a la ventana abrazándose, con los ojos entrecerrados y rojos
mientras observaban mi primer encuentro con Andrew.

Sonreí pensativamente e intenté evitar derramar más lágrimas.


Lloré lo suficiente para toda la vida, y hoy era un día para regocijarme.
Daniel y yo habíamos encontrado nuestro corazón, y descansaba en
este pequeño niño durmiendo a salvo bajo nuestro cuidado.

Erin se secó la cara con pañuelos de papel que Julia sacó de su


bolso antes de entrar en el cuarto de los niños.

Daniel se apartó y empujó a su hermana en un abrazo feroz.


Ambos murmuraron su amor mutuo y satisfacción por el día, sus
susurros proclamaban.

—¡Gracias a Dios! Y sabía que lo haría. —Erin se volvió y me


envolvió en sus brazos. Le devolví el abrazo, susurrando: —Ya no tengo
miedo. —Ella asintió y se sacudió los dedos bajo los ojos—. Lo sé. —
Ella sonrió—. Entonces, ¿puedo hacer algo para ayudar?

Daniel se pasó las manos por el pelo.

—¿Crees que mamá y tú podrían ir y ayudar a Vanessa a


prepararse para llevar a Andrew a casa? Yo solo... —Hizo una mueca,
claramente consciente de que él debería ser quien lo hiciera, pero que
aún no llegaba a ese punto.

Ella negó con la cabeza, evitando que tuviera que explicar lo que
ella ya entendía.

—No hay problema. —Nos dio una palmadita en la espalda y nos


dejó a Daniel y a mí para retomar nuestra postura de protección sobre
su hijo. Nos quedamos allí y observamos. Nunca podríamos tener
suficiente de Andrew, así que saboreamos cada segundo que tuvimos.
Diez minutos después, Erin corrió al cuarto de los niños y tiró
fuertemente del brazo de Daniel. Su voz era baja y alarmada.

—Daniel, necesito hablar contigo.

—¿Qué pasa?

—Solo ven. Urgentemente —ella tiró de nuevo, y él me empujó


detrás de él.

En el instante en que salimos, Erin estalló.

—¡Ella se ha ido!

—¿De qué estás hablando, Erin?

Erin sacudió un papel doblado en la cara de Daniel.

—¡Esto es de lo que hablo!

Daniel la arrancó de sus manos y la rasgó para exponer lo que


estaba escrito en su interior. Escupió con los dientes apretados. —Esa
perra. Lo sabía.

Me quedé mirando entre los dos, esperando que uno de ellos me


informara sobre lo que sucedía. Ninguno de los dos volteo hacia mí, tan
consumido por lo que habían encontrado en ese papel. Nunca había
visto a Daniel tan enojado. Visiblemente temblando de rabia, tenía la
cara pellizcada y tenía un ceño endurecido. Metió la mano en el bolsillo
y buscó a tientas su teléfono, murmurando blasfemias que Erin
continuamente secundaba.

Frustrada, extendí la mano y tomé el papel de la mano temblorosa


de Daniel. Alisé el papel arrugado contra mi pecho para poder leerlo. No
estaba dirigido a nadie ni firmado, sino que simplemente decía:

No puedo hacerlo.
Tuve que leerlo tres veces antes que lo comprendiera. Vanessa
había abandonado a su hijo. De repente estaba tan enojada como
Daniel. ¿Cómo podría esa mujer darle la espalda a su propio hijo? ¿Y
para qué, porque no podía tener a un hombre que ni siquiera conocía?

Mis pensamientos fueron a ese precioso niño en la habitación


contigua. Me vi incapaz de comprender cómo alguien podía ver su
hermoso rostro y no enamorarse de él, especialmente de su propia
madre. Me volví y caminé hacia el vidrio. Su pequeña cuna estaba al
otro lado de la habitación, y no pude ver nada de él desde donde estaba,
pero pude sentirlo, el tirón, la necesidad dentro de él que coincidía con
la mía.

Apenas registré la ráfaga de actividad que estaba sucediendo a mi


alrededor a medida que avanzaba el día. La mañana se convirtió en la
tarde y las numerosas llamadas a Vanessa no fueron devueltas. Hubo
conversaciones susurradas entre Daniel y Patrick, la rápida reaparición
del abogado de Daniel, la gente yendo y viniendo, los rostros de todos
los que amaba, tensos y preocupados mientras Wiliam Bailey hacía lo
que parecía ser una interminable cantidad de llamadas telefónicas. Se
acercaba cada vez más a Daniel cuando tiraba de su cabello y caminaba
de un lado a otro por el pasillo. Su rostro parecía dolorido cuando se
detuvo para mirar dentro del tranquilo cuarto de niños donde acuné a
su hijo. Pasé esas horas satisfaciendo todas las necesidades de Andrew
mientras él satisfacía las mías, consolando a la niña en el centro del
tumulto que se desarrollaba justo afuera.

Besé la frente de Andrew, envolví el pequeño bulto que dormía


con su manta, y lo coloqué nuevamente en su cuna, aún incapaz de
alejarme por completo. Sujeté el costado de su cama y contemplé al
niño que siempre adoraría.

Sentí a Daniel entrar, acercándose detrás de mí y envolviéndome


con fuerza contra su cuerpo. Miró por encima del hombro para mirar
con ternura a su hijo y luego se inclinó y susurró el cielo contra mi
oreja.

—Melanie, llevemos a nuestro hijo a casa.


Traducido por Erianthe
Corregido S.O.S. por Lelu

Él era tan hermoso. El sol brillaba sobre nosotros mientras me


sentaba descalza, aplastando mis pies contra la hierba húmeda, mis
piernas recogidas hacia mi pecho. Observé mientras mi hijo corría,
despreocupado y libre, a través de nuestro patio trasero. Sus rizos
rubios se movían alrededor de su rostro mientras la débil brisa daba
paso a repentinas ráfagas de viento.

—Mami, mira —gritó. Como si alguna vez lo dejara de hacer.

Subió los escalones de su pequeño tobogán, sus piernas de tres


años rápidas y expertas en su actividad favorita. Sus ojos color avellana
brillaban de emoción cuando llegó a la cima. Se colocó sobre su trasero,
clavando los talones en el tobogán para impulsarse hacia adelante. Su
rostro se mostró eufórico durante los breves segundos que tardó en
llegar al final.

Tan pronto como sus pies tocaron el suelo, las risitas


burbujearon desde su interior, su cara regordeta y redonda
sucumbiendo a una carcajada mientras corría por el césped y se
arrojaba a mi regazo. Exageré el impacto al proteger su cuerpo entre
mis brazos, ya que nos permití volver a la fresca hierba. Riendo, lo
abracé y respiré contra su cabeza.

—Te estás volviendo demasiado grande, Andrew. ¡Noqueaste a tu


mamá!

Se movió y se sentó, sonriéndome y mostrando todos sus


pequeños dientes blancos.
—Papá dijo que soy un niño grande ahora.

—Sí —confirmé, mi propia sonrisa llena con el intenso amor que


sentía por él—. ¡Eres un niño muy grande! —Él estaba de pie otra vez,
alejándose rápidamente. Cantó la primera línea de su abecedario una y
otra vez mientras se acomodaba en la tierra para jugar con sus
camiones, dejándome mirar al niño que aún no podía creer que fuera
mío.

Aunque nunca había sido su intención, el que Vanessa


renunciara a este niño había sido el acto más desinteresado que alguna
vez hubiera hecho. Me había dado un hijo, un niño no nacido de mi
cuerpo, pero creado específicamente para mí, tal como lo había sido su
padre. Lo supe en el momento en que sentí la atracción, tal como lo
había sabido cuando sentí a Daniel tantos años antes.

Aunque sin Vanessa, Andrew no estaría aquí. Por mucho que no


pudiera soportar a la persona que era, no me impedía despertarme cada
mañana y agradecerle en silencio por ser la nave que había traído a mi
hijo a este mundo.

Mientras jugaba en la arena, con el sol calentando su piel pálida y


suave contra la brisa fresca, vi rastros de ella.

Sin duda, Andrew era el gemelo de su padre, sus rizos dorados


eran casi idénticos a los de Daniel a la misma edad con pequeños
bucles que enmarcaban su preciosa carita y rebotaban donde
descansaban en la nuca con cada paso que daba. Patrick me había
informado en más de una ocasión que la mayoría de los extraños
pensaban que Andrew era una niña, pero todavía no podía soportar ver
los rizos cortados. Julia solo se reiría y pasaría sus dedos
amorosamente por el cabello de su nieto, recordándole a Patrick que él
había dicho lo mismo cuando Daniel era pequeño.
Andrew ya tenía la sonrisa de Daniel, la misma que me dejaba
impotente. Me sentía constantemente agradecida de que fuera tan buen
niño porque no tenía idea de cómo lo disciplinaría alguna vez. Y esos
ojos, era como si dios hubiera visto su trabajo perfecto en Daniel y
simplemente replicara la misma magia en Andrew.

Aun así, Vanessa estaba allí, se veía en las tenues pecas que
corrían por el puente de su nariz respingada y salpicaban bajo sus ojos
y en el toque de rojo en su cabello que solo se podía ver cuando el sol le
daba perfectamente. Era una sensación extraña estar tan endeudada
con alguien a quien odiabas tanto.

Ese día en el hospital había sido una experiencia angustiosa para


Daniel. Vanessa se había ido sin firmar nada, y el personal del hospital
había dudado si Daniel era siquiera el padre de Andrew. Aunque no
necesitábamos confirmación médica de que la sangre de Daniel fluía por
el cuerpo de Andrew, el Estado sí. Daniel se había sometido
voluntariamente a una prueba de paternidad que lo confirmaba como el
padre biológico de Andrew. Tan estresante como lo había sido todo, se
había convertido en el día más importante de mi vida, el día en que fui a
casa con Daniel y mi hijo. Nada podría compararse con llegar a la
puerta de nuestra casa y caminar por la puerta principal con mi familia.
Era la primera vez en mi vida que realmente había estado en casa.

Daniel y yo no dormimos esa noche; simplemente nos sentamos


junto a la cuna de Andrew y miramos a nuestro precioso niño mientras
dormía, incapaz de alejarnos de su agarre. Siempre fue fuerte y me unió
a él de una manera que nunca imaginé posible.

Ese abril, en lo que habría sido nuestro aniversario, me dieron la


boda que siempre quise, una simple en la que Daniel y yo estuvimos de
pie tomados de la mano en el patio trasero de Patrick y Julia y
proclamamos que nos amaríamos para siempre.
Al día siguiente, firmé una petición para adoptar a Andrew,
buscando que no solo fuera mi hijo en espíritu sino legalmente también.
No le llevó mucho tiempo a William Bailey localizar a Vanessa, y aunque
nunca pude entender su razonamiento, renunció a sus derechos sobre
Andrew ese día. Dos meses después, oficialmente me convertí en la
madre de Andrew Daniel Montgomery. Ya no tenía que vivir con miedo
de que algún día me lo quitaran. Era mío.

—Andrew, cariño, papá llegará a casa del trabajo pronto. —Me


puse de pie, sacudí el polvo y la hierba húmeda de mis pantalones, y
extendí mi mano hacia él—. Deberíamos entrar y empezar a hacer la
cena.

Su dulce rostro se iluminó ante la mención de su padre, y se


lanzó hacia mí, alzando los brazos para que lo levantara. Lo recogí del
suelo hacia mis brazos.

—Aquí, vamos a lavar tus manos. —Caminé hacia el fregadero de


la cocina y me incliné sobre él, pasando sus manos por el agua tibia y
lavando el residuo de su tarde de juego por el desagüe.

Le besé la frente y lo puse de pie.

Andrew fue directamente a su mesita ubicada en la esquina de la


cocina. Se acomodó en la silla pequeña, escogiendo un crayón azul
oscuro, su color favorito. Se puso a trabajar, haciendo un dibujo para
su papá, algo que hacía casi todos los días mientras preparaba la cena.

Miré alrededor de la cocina que amaba, calentada por su


comodidad.

—¿Qué te gustaría para cenar, Andrew? —Miré a mi hijo, tan


concentrado en el dibujo que estaba haciendo, su pequeña mano
volando a través de la hoja mientras garabateaba sus maravillosos e
indescifrables pensamientos para su padre.
—Macarrones —dijo, golpeando su dedo contra la barbilla como si
necesitara pensarlo.

Sonriendo ante su esperada respuesta, crucé la cocina hacia la


gran despensa, y agarré una caja de sus macarrones con queso
favoritos.

—Macarrones serán, entonces. —Saqué unas pechugas de pollo y


brócoli de la nevera para agregarlos a nuestra comida.

Mi teléfono vibró en el bolsillo, y tomé una toalla, secando mis


manos antes de sacar el teléfono para ver el nombre en la pantalla.
Sonreí y respondí, sosteniéndolo entre mi oreja y mi hombro.

—Hola, Katie. ¿Cómo estás?

Katie y yo todavía éramos muy cercanas, aunque no llegamos a


pasar tanto tiempo juntos como nos hubiera gustado. Los últimos años
habían sido duros con Shane y Katie.

Nicholas había sido condenado a solo tres meses de prisión por


su agresión hacia mí y se le ordenó someterse a clases de manejo de la
ira. Para mí, el castigo se veía demasiado indulgente, pero al final, le
había costado la empresa. Durante los meses que estuvo ausente, sus
clientes disminuyeron constantemente, y no llegaron nuevos contratos.
La gente parecía poco dispuesta a hacer negocios con una compañía
que tuviera el nombre de Nicholas adjunto. Nicholas siempre había
tenido que ver con la imagen y se vio obligado a abandonar Chicago,
donde la gente lo conocía por ser quien realmente era. Le había vendido
su parte de la compañía a Shane y se había ido de la ciudad sin dejar
rastro. No es que yo lo hubiera buscado.

Shane había cambiado el nombre de la empresa, y Katie se había


ido a trabajar para él. Desafortunadamente, su primer año fue
increíblemente difícil mientras trataban de salvar lo que quedaba de los
años de duro trabajo de Shane. Había usado todas las ganancias del
edificio de Daniel para comprar la parte de Nicholas, y Katie y él habían
luchado por mantenerse a flote. Sin embargo, no es de extrañar,
teniendo en cuenta la ética de trabajo y el talento de Shane, que todo
valiera la pena, y Shane fue capaz de reconstruir su empresa en lo que
siempre había soñado que podría ser. Cuando Katie dio a luz a su hijo,
Jordan, hace poco más de un año, el negocio estaba floreciendo, y pudo
entregarle sus deberes a un nuevo gerente de personal para poder
permanecer en casa y criar a su hijo.

—Estoy genial, nena, ¿cómo…? —Fue interrumpida por el chillido


estridente de Jordan, que obviamente venía de un monitor de bebé. Su
voz estaba un poco amortiguada pero fuerte mientras alejaba el teléfono
de su boca, gritando—: Shane, estoy hablando por teléfono. Ve por
Jordan. —No pude contener la risa. Su casa gritaba caos cada vez que
hablaba con ella, pero era un caos feliz y amoroso en el que todos
parecían prosperar.

—Lo siento —se rió en voz baja—. Cada vez que levanto el
teléfono, uno de mis chicos de repente me necesita para algo.

A pesar de que se reía, no estaba bromeando. No podía recordar


una sola conversación que hubiésemos tenido el año pasado que no
hubiera sido interrumpida por alguno de los dos, no es que eso nos
importara.

—No hay problema. Todo está bien aquí, solo preparando la cena.

—Bien. Entonces, Shane y yo llevaremos a Jordan al zoológico el


sábado y quería ver si ustedes querrían reunirse con nosotros.

—Estoy segura de que a Andrew le encantaría eso. ¿A qué hora?

—¿A mediodía? Pensé que podríamos almorzar allí. ¿Por qué no


ves si Erin quiere acompañarnos? —Erin se había instalado en una
casa a solo diez minutos de nosotros, y la veíamos al menos un par de
veces a la semana. Siempre aparecía sin previo aviso, diciendo que
necesitaba practicar con mi hijo para los niños que esperaba tener en
un futuro cercano.

—Por supuesto. Le daré…

El sonido de algo rompiéndose en el fondo nos interrumpió.


Shane gritó por ayuda, y Katie gritó, su voz ya no dirigida hacia mí:

—¿En serio, Shane? —Ella gruñó su leve molestia en el teléfono—


me tengo que ir, Melanie, Shane acaba de hacer un gran desastre. ¿Nos
vemos el sábado?

—Sí, estaremos allí.

—De acuerdo, adiós.

Cerré mi teléfono y vertí los macarrones en el agua hirviendo.

—Así que adivina qué, Andrew —dije, llamando su atención desde


el papel frente a él que ahora estaba casi negro por todos los diferentes
colores que había mezclado.

Levantó la vista, emocionado por el tono en mi voz.

—¿Qué?

—Esa fue Katie, y ella preguntó si querías ir al zoológico con


Jordan el sábado. ¿Eso suena divertido?

Él asintió, enfatizando el movimiento.

—Sí, me encanta el zoológico, mamá.

Moví mi mano a través de sus rizos y le di un beso.


—Bien, porque también amo el zoológico. —Con el sonido de la
puerta del garaje abriéndose, Andrew se puso de pie, chillando—: ¡Papá!
—Agarró la imagen que había coloreado y corrió por el centro para
encontrarse con su padre en la puerta.

Mi corazón hizo su propio cambio repentino, siempre ansioso por


la reunión con su par. La puerta se abrió y la voz de Daniel retumbó
cuando bajó por el medio.

—¡Ahí está mi pequeño hombre! —La risa y la conmoción


estridente siguieron cuando la ronda diaria de cosquillas y besos
exagerados y fuertes comenzaron tan pronto como Andrew estuvo en los
brazos de Daniel. Unos pasos fuertes se apresuraron por la mitad
mientras Daniel gritaba, su pregunta obviamente era para mí cuando
dijo—: ¿Dónde está mami?

Respondí:

—Cocina.

Doblaron la esquina y aparecieron a la vista.

Andrew se rio histérico y Daniel lo llevó boca abajo sobre el


hombro. La cara de Daniel estaba encendida de amor, brillando con
completa alegría.

—Ahí está. —Su voz se suavizó cuando habló, sus palabras tenían
más significado que ningún otro podría saber. Se paró frente a mí, con
la energía espesa, atrayéndome hacia el hombre sin el que nunca podría
vivir. Volteó a Andrew y lo puso de pie en el suelo antes de extender la
mano para envolver sus brazos alrededor de mi cintura.

Me atrapó con un beso de boca cerrada, aunque feroz, y su


contacto me aseguró que me había extrañado.

Sonreí, mis labios aún apretados contra los suyos, y murmuré:


—Yo también te extrañé.

Él asintió, sonriendo con satisfacción contra mi boca,


deteniéndose por un segundo más. Se apartó y devolvió a Andrew a sus
brazos.

—Entonces, ¿qué hicieron mamá y tú hoy?

Andrew procedió a darle a Daniel un detalle minucioso de todo el


día, sus palabras confusas y dulces, claras para Daniel y para mí.
Terminó su discurso contándole a Daniel sobre nuestro viaje planeado
al zoológico este fin de semana.

—¡El zoológico! No puedo esperar —dijo Daniel, lanzando a


Andrew al aire, un acto que hace mucho tiempo había dejado de decirle
que tenga cuidado.

—Está bien, muchachos, la cena está lista. —Tomé dos de los


platos que ya había apoyado, y Daniel agarró el especial para Andrew.
Todos nos acomodamos alrededor de la mesa en el rincón del desayuno.
La mano de Daniel encontró mi rodilla, su pulgar acariciando la tela de
mis pantalones, la distancia para nosotros nunca fue una opción.

—¿Cómo estuvo tu día, cariño? —Él observó mi reacción cuando


atravesó un trozo de pollo y se lo puso en la boca.

Realmente nunca tuve un mal día. Algunos eran más estresantes


que otros, pero me habían devuelto la vida y nunca lo daría por hecho.
Nunca dejo que las pequeñas cosas sesguen esa verdad. Sin embargo,
Daniel siempre preguntaba, porque realmente le importaba, así que le
dije la verdad.

—Perfecto.

Él sonrió y negó, sabiendo exactamente a qué me refería. Él vivía


su vida de la misma manera.
—Oh —farfullé a través de mi boca llena, masticando y tragando
mi comida—. Hablé con mi madre hoy, y todos salen para el 4 de julio.
—Mamá solía a visitarme a menudo, pero Mark y mi hermana solo
habían estado aquí varias veces, y no podía esperar para tener la casa
pacífica con el resto de mi familia. En los últimos tres años, nos
habíamos vuelto muy cercanos. Esa parte de mí había estado ausente
por tanto tiempo, y ahora descubrí que no podría pasar mucho tiempo
sin verlos.

La única persona desaparecida había sido mi padre, pero no fue


por la falta de intentos de mi parte. Mi pecho se tensó un poco cuando
pensé en él. Aunque me había causado tanto dolor, aún era mi padre, y
había estado dispuesta a perdonarlo. Me había acercado en más de
unas pocas ocasiones. Le había enviado una invitación a nuestra boda y
tarjetas con fotos de mi familia en cada día festivo. También le había
dejado numerosos mensajes telefónicos, tratando de contactarme. Él
nunca respondió.

Cuando murió el año pasado de un repentino ataque al corazón,


tuve que aceptar que nunca reconciliaría nuestra relación. Tan enojada
como estaba con él por ser tan orgulloso y por no querer permitirnos
aceptar nuestros errores del pasado, nunca negaría que su muerte
había sido un gran golpe.

Daniel sonrió y apretó su agarre en mi rodilla.

—No puedo esperar a verlos también.

A Daniel le había costado un tiempo perdonar a mamá, pero


después de que habían tenido varios centros en el corazón y habían
ocultado sus diferencias pasadas, habían aceptado que ambos habían
sido culpables de dañar al otro. Una vez que los resolvieron, se
volvieron imposiblemente cercanos.
Andrew nos mantuvo entretenidos durante el resto de la cena,
haciéndonos reír a cada momento. Su inocente visión del mundo era
algo que nos dejaba sintiéndonos puros y esperanzados para el futuro.
Terminado con la cena, Daniel se levantó para quitar los platos de la
mesa y los llevó al fregadero.

—¿Por qué no le das a Andrew su baño, y yo me ocuparé de esto?

Asentí, solté las correas de la silla de Andrew y lo atraje a mis


brazos.

—¿Estás listo para tu baño, calabaza?

Bañarlo no era una tarea difícil. Su pequeño cuerpo estaba


cubierto de burbujas en el pecho y su cara era muy liviana mientras
reía y jugaba en el agua tibia.

Cada momento con él era un tesoro.

Mi hijo.

Nunca olvidaría a Eva, mi preciosa niña que solo conocía en mi


alma, pero ella estaba allí, siempre presente y por siempre una parte de
mí. Mi amor por ella nunca disminuiría, y Andrew nunca tomaría su
lugar, pero había llenado completamente el agujero en mi corazón que
había sido reservado solo para él. Lo había anhelado toda mi vida;
simplemente no lo había sabido hasta que hizo su reclamo innegable en
mi corazón.

Masajeé el champú contra su cuero cabelludo y su cabello,


cuidadosamente quitando la espuma, pulsando el tapón y dejando que
el agua se escapara. Lo envolví en una toalla, abrazándolo mientras lo
llevaba a su habitación y lo vestía para su noche de sueño. Bajé las
mantas y él se metió en su pequeña cama con las fundas impresas en
su personaje favorito de televisión.
—¿Qué historia te gustaría leer esta noche? —Miró hacia la
estantería que estaba frente a su cama y miró las puntas que había
memorizado por el color y la forma. Eligió el gran libro con rimas
infantiles y se acurrucó debajo de las sábanas, llevándoselas a la
barbilla.

Daniel apareció en la puerta, sonriéndonos. Se acurrucó a mi


lado, y nos turnamos para leerle a nuestro hijo sus poemas favoritos.
Sus ojos se inclinaron cada vez más con cada rima que cantamos.
Cuando sus párpados comenzaron a temblar, cerré el libro y me incliné,
besándolo reverentemente en su frente.

—Buenas noches, cariño.

Bostezó y se frotó los ojos con sus pequeños puños.

—Buenas noches, mami. Te amo.

—También te amo.

Daniel se deslizó dentro, acariciando con el hocico el cuello de


Andrew antes de besarlo en la mejilla.

—Buenas noches, pequeño hombre.

Casi dormido, Andrew murmuró:

—Buenas noches, papá —a través de los labios muy cansados.

Ambos nos pusimos de pie, y Daniel lo metió dentro,


asegurándose de que estaría caliente por la noche. Apagué su lámpara y
encendí su luz nocturna. Un remolino de estrellas iluminó su techo.

Daniel y yo nos quedamos en su puerta, abrazados mientras


veíamos a nuestro hijo sumirse en un sueño profundo y reparador. Su
pequeño cuerpo se levantó y se sacudió con cada respiración que tomó.
Hablé en silencio contra el pecho de Daniel.

—Es tan hermoso. —Daniel me atrajo, envolviendo un brazo


alrededor de mi cintura.

—Perfecto. —Se inclinó más cerca y me susurró al oído—. Justo


como tú. —Sus palabras provocaron una oleada de calor, y el fuego se
encendió cuando sus labios viajaron desde mi oreja a mi boca.

Inmediatamente, mi cuerpo reaccionó a su toque. Cada toque,


todos los días, siempre lo mismo. La necesidad nunca se atenuó.

Dio un paso atrás, empujándome por la cintura y presionándome


contra la pared. Sus dos manos sostuvieron mi rostro mientras me
miraba, sus ojos llenos de adoración y anhelo, su deseo palpable en la
energía que viajaba desde sus dedos al ahuecar la curva de mi
mandíbula.

Su voz se volvió áspera a medida que crecía su necesidad,


lanzando un áspero:

—Melanie. —Chocó sus labios contra los míos, la boca y las


manos y el cuerpo y el alma. Sus besos eran cálidos y húmedos, su
lengua chasqueó hacia fuera para saborearme. Sus manos tiraron y
empujaron el cuello de mi camisa en busca de más. Tarareé contra su
boca mientras corría por los botones de su camisa, tan ansiosa por
sentirlo como él lo estaba por sentirme.

Sin barreras.

Él gimió, agarrando mi mano y arrastrándome de la cintura hasta


nuestra habitación, cerró rápidamente la puerta detrás nuestro. Él
corrió hacia mí, su beso fue enérgico. Nos despojamos de nuestra ropa
mientras bailamos a través de este santuario que era solo nuestro.
Él me envolvió en sus brazos y nos giró, hundiéndose en la cama.
Su boca se abrió en un silencioso placer mientras me inclinaba sobre él.
Sus manos se aferraron a mis caderas mientras me miraba, su mirada
llena de intenso amor que nunca disminuiría. Nuestra conexión no
podía ser cortada o agotada. Nuestras almas fueron una cuando
nuestras manos y cuerpos se retorcieron y se entrelazaron, nuestra
propia existencia, una sola creación.

Llamó entre suspiros:

—Melanie. —Su éxtasis fue mucho más que físico.

—Mi amor. —Y pronuncié su nombre—: Daniel. —Una


declaración, una definición. Mi vida.

Observé a mi esposo, este hermoso hombre, sus ojos me llevaron


profundamente a las corrientes que fluían hacia donde se encontraban
nuestras almas, al lugar donde fuimos sanados, al lugar donde
estábamos libres. Ya no estaba el dolor, la pérdida, el dolor sofocante.
Ahora había vida, paz y satisfacción, todo se encuentra en este amor
impecable. Lo que habíamos soportado nos había costado tanto, tanto
que nunca pensé que iba a sobrevivir.

Sin embargo, cuando miro hacia atrás ahora, nunca lo cambiaría.


Siempre había habido una razón, y nunca me arrepentiría de dónde nos
había llevado el camino.

Aquí, amada por este hombre, su cuerpo ardiendo en el mío,


nuestros espíritus consumidos por el fuego que nunca podrían ser
aplastados.

Aquí, donde nuestro hijo dormía pacíficamente en la habitación al


otro lado del pasillo.

Aquí, donde estábamos en casa.


Aquí, donde hemos sido arrojados.
A.L. Jackson es una de las

autoras de romance contemporáneo


más vendidos del New York Times &
USA Today. Escribe historias
emocionantes, sexys, llenas de amor,
sobre chicos a los que normalmente
les gusta ser un poquito malos.
Si no está escribiendo, puedes
encontrarla pasando el rato en la
piscina con su familia, tomando
cócteles con sus amigos o, por
supuesto, con la nariz enterrada en
un libro.

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