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La metáfora del río

Para explicar este proceso a mí me gusta poner la metáfora de un río que baja desde las
montañas hasta el mar, un río con sus etapas desde su nacimiento hasta su desembocadura,
con sus relieves, con sus peculiaridades. Un río muy especial que nos puede ayudar a
entender la vivencia del duelo. Lo primero que vemos en este río es que el agua que sale de
las montañas necesita tiempo para llegar al mar, es decir, el duelo necesita tiempo,
recuperarnos de una pérdida no es algo mágico y necesitamos tiempo para sentir dolor y
llorar la pérdida.

Luego vemos que el duelo tiene una serie de etapas pero igual que un río no va en línea
recta, el duelo tampoco, las fases se van superponiendo, retrocediendo en ocasiones pero en
definitiva, avanzando con el tiempo. También tenemos que el agua de este río está
compuesto por las emociones negativas (tristeza, enfado, culpa, angustia…), emociones
fundamentales en el duelo porque nos sirven para recuperarnos y que finalmente
desembocarán en el mar, en lo que sería el mar de la aceptación. De alguna manera y
siguiendo la metáfora, el agua del río serían las lágrimas que derramamos cuando lloramos
por lo perdido, porque llorar sirve de algo en el ser humano, sirve para recuperarnos y
aceptar nuestra realidad.

La misión de tanto dolor y emociones negativas (la palabra emoción viene de moción que
significa movimiento), es llevarnos por este río hasta acabar en el mar de la aceptación a
través de un viaje que no es nada fácil. Es un viaje que puede llegar a ser muy duro,
tremendamente doloroso,largo, lleno de violentas corrientes, de curvas imposibles, de zonas
demasiado caudalosas y asfixiantes. Y por si fuera poco, en nuestro río particular también
muchas veces caen piedras, arboles, ramas que llegan a obstaculizar el paso de las
emociones del duelo. Son esos miedos, ideas irracionales, actitudes erróneas o
dependencias emocionales que pueden bloquear cualquiera de las etapas provocando lo que
se llama un duelo patológico. Pero tenemos que tener muy claro que siempre se llega al mar
de la aceptación y allí nos recuperamos definitivamente. Como un viaje a lo desconocido, si
creemos y confiamos en que se puede seguir adelante, si pedimos ayuda cuando la
necesitamos nuestras posibilidades de avanzar se multiplican.

A lo largo de este recorrido podemos llegar a pensar que el dolor va a ser insoportable y no
vamos a poder con él, que la tristeza es algo horrible y que no deberíamos tener ese dolor
pero como se dice, el duelo…duele. El dolor y las emociones negativas que conlleva el
duelo son aliadas muy sanas de nuestra vida porque gracias a ellas llegaremos a
recuperarnos, a aceptar una pérdida e incluso a crecer como personas. Otra cosa es el
sufrimiento o la depresión, dos ejemplos de cuando el duelo se atasca o se vuelve
patológico, es decir, cuando el cauce de nuestro río comienza a encharcarse y las emociones
negativas nos desbordan. Entonces aparece el sufrimiento, una consecuencia que
paradójicamente nace de es la decisión de no seguir avanzando por este río de dolor. Como
dice Bucay: “Sufrir es cronificar el dolor. Es transformar un momento en un estado, es
apegarse al recuerdo de lo que lloro, para no dejar de llorarlo, para no olvidarlo, para no
renunciar a eso, para no soltarlo aunque el precio sea mi sufrimiento, una misteriosa lealtad
con los ausentes.”

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