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Juana “Pochola” Silva (1936-1922)

La verdadera colombina
Juana Silva tenía un apodo, como todas las grandes figuras del carnaval uruguayo. Le
decían “Pochola”, y así quedó su nombre en la memoria: Pochola Silva, de Las Piedras; la
peluquera que, en su juventud, fue directora de Rumbo al Infierno, una de las primeras
murgas de mujeres de la historia.
Soledad Castro Lazaroff

“Sacando el cuero las del infierno


a los varones, qué le va a hacer,
porque otras murgas la gozan mucho
siempre con bromas a la mujer.”
Rumbo al infierno, 1958

Pochola murió el pasado jueves 23 de junio, y su trabajo como directora escénica de una
murga enteramente de mujeres sigue resultando subversivo y transgresor hasta el día de
hoy. A pesar de la emergencia cultural de los feminismos, desde 2015 que el Carnaval
oficial de Montevideo evidencia sin pudor su carácter expulsivo: a pesar de que existen y
son muchas, en él ya no participa ninguna murga integrada solo por mujeres. Hombres eran
los que escribían, cantaban, y bailaban murga en la época de Pochola, y son aún la enorme
mayoría. Tal vez sea por eso que la muerte de Juana Silva no salió en ningún informativo,
ni explotaron las redes para despedirla.

En 1958, desde Las Piedras, del viejo conventillo de la calle Defensa, Pochola sacó a la
calle Rumbo al Infierno, la que es considerada como la primera murga de mujeres de la
historia. Algunos veteranos recuerdan el paso triunfal de Pochola en el Desfile Inaugural
del Carnaval, con su frac de color rojo, su galera y pantalón blancos, sus zapatos relucientes
y su batuta plateada. En una entrevista del año 1962 en la revista Mundo Uruguayo,
Pochola, que además de murguista era modelo y peluquera, frente a la pregunta de si le
había resultado difícil reunir chicas para cantar, declara: “Sumamente difícil. Y no es
porque no les atraiga la idea de salir en una murga; simplemente no se presentan por los
prejuicios, por el “qué dirán”. Yo quisiera decirles a todas las chicas que quieren como yo
al carnaval y tienen deseos de integrar una murga, que lo hagan: mi mayor satisfacción
sería que saliera no una, sino muchas murgas femeninas de aquí en adelante.”

La declaración resulta significativa a la hora de pensar en las dificultades que tenían las
mujeres para hacerse un lugar en el Carnaval. La sociedad no solamente condenaba a las
mujeres por animarse a dar rienda suelta a su vocación, sino que las despreciaba por formar
parte de una celebración que tenía una arraigada pertenencia en la clase trabajadora. El
ambiente de Carnaval se definía, en el sentido común, de acuerdo a su relación con la
noche, el alcohol, la fiesta y los excesos: estaba muy lejos de resultar el ambiente adecuado
para una “señorita”. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede ahora, no había una prueba
de admisión, y bastaba con anotarse y presentarse en 18 de Julio para desfilar. Entonces lo
imposible se volvió posible, y las que siempre habían sido novias de, hermanas de, hijas de,
se pintaron la cara y fueron ellas mismas las que pudieron hacer humor, opinar desde la
música y gozar de los escenarios mientras llevaban en la bañadera a todos los niños del
barrio.
Como su hermano Gualberto también tenía una murga, Pochola y sus compañeras le pedían
que escribiera algunas letras y que firmara otras, las que ellas mismas escribían. No
quedaba bien declarar que las letristas eran las mujeres. Pero como su hermana era
talentosa y llamaba la atención, Gualberto no le perdonó la exposición pública. Sus celos
hicieron que su vida familiar terminara signada por la violencia. Madre soltera, tuvo que
emigrar junto a su hija recién nacida a Argentina, y allí trabajó, formó su familia y logró
llevar una vida llena de alegría y entereza.

Pochola estaba prácticamente olvidada en el Carnaval hasta que algunas integrantes de la


murga de mujeres Cero Bola, en el año 2014, encontraron en un contenedor de basura ese
ejemplar de Mundo Uruguayo mencionado más arriba. Ahí estaba la prueba de que las
murgas de mujeres también tenían una tradición: invisibilizada, reprimida y violentada,
pero tradición al fin. Más tarde, Cero bola y Falta y Resto le hicieron homenajes en vida;
María José Silva, su hija, declaró a Brecha que esos momentos fueron los más felices de sus
últimos tiempos. Ya en 1964, en otro ejemplar de Mundo Uruguayo en el que da sus
razones para no volver a salir, el periodista nos cuenta: “Pochola nos confiesa con cierto
rubor que los días pasados, al oír una murga por una emisora capitalina, sus ojos se
nublaron de emoción y una gran tristeza invadió su alma.”

María José está escribiendo una obra de teatro sobre su madre, que esperemos pueda llegar
pronto a ponerse en escena en Uruguay. Se llama Pochola, la murga. En una de las
canciones que integran el libreto, le dedica estos versos: “Rumbo al infierno se alza en las
llamas/ colombinas que son fuego, valor, esperanza./ El carnaval es una fiesta, no sobran
invitados./ Bailemos por tu vuelta, tu recuerdo es mi faro.” Juana “Pochola” Silva también
es y será el faro, para el resto de la historia, de todas las mujeres murguistas de este país.

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