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TERAPIA GESTALT:

Excitación y crecimiento
de la personalidad humana

Frederick S. Perls
Ralph F. Hefferline
Paul Goodman

Edita:
Sociedad de Cultura Valle-Inclán
Apartado 513
15480 Ferrol

Coordinador:
Fernando Bores

Directora de la Colección:
Carmen Vázquez Bandín
María Cruz García de Enterría

Preimpresión:
Pluma Estudio Gráfico
Impresión:
Impresores de Galicia, S.L. Oleiros
Depósito Legal:
C-446/02
I.S.B.N.:
8495289-27-X
TERAPIA GESTALT:
Excitación y crecimiento
de la personalidad humana

Frederick S. Perls, Ralph F. Hefferline, Paul Goodman

Traducción:
Volumen II:
Carmen Vázquez Bandín.
Doctora en Psicología Clínica. Volumen I:
Carmen Vázquez Bandín. Doctora en Psicología Clínica.
Ma Cruz García de Enterría. Profesora de Filología Hispánica.
Universidad de Alcalá de Henares.

Revisión lingüística del Volumen II:


Elena Zamora Gómez. Instituto de Lexicografía
de la Real Academia Española.

Editado con la colaboración de:


¡También agradecemos la colaboración
de EG.E, AP. de A., C. M. y FB!

Titulo original: Gestalt Therapy: Excitement and growth in the


human personality, publicado en ingles por The Gestalt Journal
Press, Inc. 1951 (1994). Copyright

© Herederos de F.S. Perls, R.E Hefferline y P. Goodman, para la


edición original, 1951
© The Gestalt Journal Press, 1994, para la Introducción
de M.V. Miller e I. From © GIC Press, 2001, para el
Epílogo de Taylor Stoehr.
© Los Libros del CTP, para esta traducción.
Índice

Introducción a la edición española XI


Introducción a la edición de terapia gestalt de “The gestalt Journal” XVII
Introducción general XXXIX

Volumen dos

Primera parte: introducción


Capítulo l. La estructura del crecimiento 5
Capítulo 2. Diferencias en la perspectiva
general y diferencias en la terapia 17

Segunda parte: realidad, naturaleza humana y sociedad


Capítulo 3. Mente, cuerpo y mundo exterior 39
Capítulo 4. Realidad, situación de urgencia y evaluación 63
Capítulo 5. La maduración y los recuerdos de infancia 83
Capítulo 6. Naturaleza humana y antropología de la neurosis 105
Capítulo 7. Verbalización y poesía 123
Capítulo 8. Lo antisocial y la agresividad 141
Capítulo 9. Conflicto y auto conquista 165

Tercera parte: teoría del Self


Capítulo 10. Self; Yo, Ello y Personalidad 187
Capítulo 11. Crítica de las teorías psicoanalíticas del Self 203
Capítulo 12. El ajuste creativo.
I. Pre-contacto y toma de contacto 223
Capítulo 13. El ajuste creativo.
II. Contacto final y postcontacto 243
Capítulo 14. Pérdida de las funciones-Yo:
I. La represión-crítica de la teoría freudiana de la represión 259
Capítulo 15. Pérdida de las funciones-Yo:
II. Estructuras y fronteras típicas 281

Volumen uno

Primera parte: la orientación del sí mismo


Capítulo 1. La situación inicial 311
Capítulo 2. El contacto con el entorno 343
Experimento 1: sentir la realidad 343
Experimento 2: percibir las fuerzas opuestas 356
Experimento 3: atención y concentración 371
Experimento 4: diferenciar y unificar 382
Capítulo 3. La técnica de la consciencia inmediata 393
Experimento 5: recordar 393
Experimento 6: agudizar la sensación del cuerpo 403
Experimento 7: experimentar la continuidad de la emoción 419
Experimento 8: la verbalización 431
Experimento 9: integración de la consciencia
Inmediata. 439
Capítulo 4. Dirigir la consciencia 444
Experimento 10: convertir la confluencia en contacto 444
Experimento 11: transformar la ansiedad en excitación 459
Segunda parte: la manipulación del Self
Capítulo 5. La situación modificada 471
Capítulo 6. La retroflexión 481
Experimento 12: la indagación sobre
el comportamiento mal dirigido 481
Experimento 13: la movilización de los músculos 499
Experimento 14: la ejecución del acto invertido 513
Capítulo 7. La introyección 531
Experimento 15: introyección y alimentación 531
Experimento 16: expulsión y digestión de los introyectos 541
Capítulo 8. Las proyecciones 557
Experimento 17: descubriendo las proyecciones 557
Experimento 18: proyecciones asimiladoras 565

Epílogo a la edición española, por Taylor Stoehr 573


Índice de materias
Introducción a la edición española
Tantos prólogos, introducciones y posfacios, como aparecen en
este libro, me hacen difícil prologar la primera edición en es-
pañol de terapia Gestalt. Otros con más facilidad para la escri-
tura gestáltica con mayores conocimientos de la historia de la
terapia Gestalt y de sus fundadores, ofrecen un encuadre del
libro y de sus autores al que difícilmente podría yo añadir na-
da. Pero puedo hablaros de mi propio proceso de descubri-
miento de terapia Gestalt que ha culminado en la traducción y
publicación en español de la que, para mí, es la obra básica pa-
ra cualquier terapeuta gestáltico.
A medida que he ido leyendo y familiarizándome con la lec-
tura y el estudio del Volumen II de terapia Gestalt: Excitación y
crecimiento de la personalidad humana de Perls, Hefferline y
Goodman, han ido surgiendo en mí dos sensaciones muy fuer-
tes. Por un lado, la excitación y el apasionamiento ante los con-
tenidos y las ideas sugeridas por Goodman. El “libro maldito"
me aportaba unos contenidos difíciles de digerir, difíciles de
aceptar sin más en una rápida lectura pero que me resonaban
con la suficiente fuerza y la suficiente fascinación como para
sentirme con la “necesidad" de pensarlos y repensarlos hasta
que, de alguna manera, iluminaban una parte de mi quehacer
profesional, dándole sentido y completándolo. Su lectura paso
a paso, de “a poquitos” y con el diccionario de inglés constan-
temente en la mano, ha ido permitiéndome aceptar, dudar, re-
chazar, “dejar para más adelante” cada párrafo de sus 247 pá-
ginas, pero su lectura me ha merecido la pena tanto en mi vida
profesional como terapeuta y formadora, como en la personal.
Y de este resultado, ha surgido la segunda sensación: la ilu-
sión, la necesidad de poder ofrecer a los estudiantes y terapeu-
tas gestálticos que hacen su opción de formarse conmigo, la
“herramienta original" de la que me oyen compartir sugeren-
cias, párrafos, recomendaciones, claves para mejorar su forma-
ción, para que hagan su propio proceso de lectura, de deses-
tructuración y de asimilación sin tener que aceptar mis pala-
bras como "introyectos" que tienen que “tragar sin digerir”,
dificultando así su autonomía y su propia capacidad de ser
ellos mismos.
“¡No te vuelvas rígida, por favor!”, es una frase que he oído
muchas veces en estos últimos tiempos de mi lectura del tera-
pia Gestalt. Como si utilizar cada vez más radicalmente una
forma holística de ser terapeuta, aceptar trabajar en el aquí y
ahora real, con todas sus consecuencias y tener unas claves
teóricas del proceso terapéutico fuera algo así como renegar de
mi trayectoria gestáltica.
La vida cotidiana, la vida de cada día no consiste en “dejarse
fluir', supone un difícil equilibrio entre las necesidades propias
y las del entorno, entre “las reglas del juego” de la sociedad a la
que pertenecemos por aceptación (o así tendría que ser) y mis
necesidades personales y los cambios que me gustaría operar
en ella. Día a día necesito saber qué quiero y qué posibilidades
tengo de conseguirlo sabiendo que solo puedo satisfacer mis
necesidades en el entorno y que no puedo destruirlo, ni dejar
de contar con él puesto que de él depende, hasta cierto punto,
mi supervivencia, tanto física como emocional o mental. Y lo
mismo ocurre en el cada día profesional, en donde como tera-
peuta, formadora, supervisora o colega, formo parte del campo
en el que el otro (paciente, estudiante, supervisado o compañe-
ro) se relaciona conmigo. De esto es de lo que habla terapia
Gestalt, de cómo hacer ajustes creativos, asimilar y crecer y de
cómo nos interrumpimos en nuestro contacto.
Permitidme que os cuente una metáfora. Hacer terapia po-
dría compararse a jugar al ajedrez. El juego del ajedrez tiene
sus normas concretas, sus reglas del juego y para poder jugar
hace falta conocerlas y saberlas. Una vez interiorizadas y acep-
tadas las reglas, hace falta otro jugador y cada uno de ellos em-
pleará toda su creatividad en hacer las mejores jugadas te-
niendo en cuenta las jugadas del oponente en esa partida con-
creta y en cada momento de la partida. Cada uno se encuentra
“contenido” y “respaldado” por las reglas y es libre para jugar
como le plazca, poniendo en juego su creatividad §in dejar de
tener en cuenta al otro y sus movimientos. ¿Qué pensaríais si
vuestro oponente sacara, de pronto, un cubilete y unos dados y
tratara de aplicarlos al juego?, ¿o si moviera todas sus piezas
como si fuera el juego de damas?, ¿o si pusiera fichas de colores
por el tablero?
A veces, en eso se convierte el hacer terapia Gestalt. Cuando
al terapeuta no se le ocurre qué hacer, saca de sus recursos
aprendidos cualquier técnica (sin lugar a dudas, válida y útil en
otro contexto) pero que no corresponde a las reglas del juego”.
¿Rigidez, me decís?, coherencia, digo yo. Contención y respaldo,
digo yo.
Terapia Gestalt ofrece, sin imponer, los principios básicos en
los que se apoya el ejercicio de la terapia Gestalt. Y aunque está
escrito en 1951, no sólo sus ideas, sino su estructura, la forma
en la que Goodman lo escribió parece adecuada a nuestra épo-
ca.
En una sociedad básicamente narcisista puede verse con fa-
cilidad (y es algo que veo todos los días en formación y en su-
pervisión) cómo resaltan dos características fundamentales: el
tener que saber algo antes de aprenderlo y el saber de muchas
cosas sin saber, con profundidad, de nada. Esto supone tragar
con voracidad todo cuanto aparece en nuestro camino, sin
ahondar, sin buscar sus afinidades, sin aparente esfuerzo (sal-
vo el de tiempo y dinero, yendo de cursillo en cursillo a las
nuevas técnicas de moda). No hay asimilación, no hay integra-
ción (es imposible incluir el cubilete y los dados en el ajedrez,
se mire como se mire). Y luego, se vomita todo sin digerir, en
las reuniones sociales, entre los amigos, en la pareja y, ¡lo que
es peor!, en las sesiones de psicoterapia. No es mala fe, no es
oportunismo; es irreflexión. La sociedad nos arrastra con sus
modas.
El libro Terapia Gestalt no es un antídoto contra esto. Ni se
lee de un tirón, ni es fácil de digerir. Como sus propios autores
dicen: "Es indispensable... para comprender este libro plenamen-
te, adoptar una actitud que, como una teoría, impregna real-
mente el contenido y el método de este libro. El lector se encuen-
tra por lo tanto, aparentemente, ante una tarea imposible: para
comprender el libro hace falta una mentalidad "gestáltica’ y pa-
ra conseguir esta mentalidad, es necesario comprender el libro".
Reflexión, tiempo, disponibilidad, bajarnos de la omnipotencia
para roer cada párrafo del libro y poder permitir que surja
nuestro propio criterio y para concluir, al final, con lo que los
autores continúan diciendo: “...los autores no han inventado
esta mentalidad. Por el contrario, creemos que el punto de vista
gestáltico es el enfoque original, natural y sin distorsión de la
vida; es decir, del pensamiento, de las acciones, de la sensibilidad
del hombre
❖❖❖

Esta edición de Terapia Gestalt: Excitación y crecimiento de la


personalidad humana de Perls, Hefferline y Goodman pretende
ser un homenaje a sus autores y a la totalidad del libro, así co-
mo a la Terapia Gestalt.
Como todos sabéis, y Michael Vincent Miller e Isadore From
lo explican muy bien en su Introducción a la edición de The
Gestalt Journal, que ofrecemos aquí gracias a la amabilidad de
Joe Wysong, el Volumen n, la parte teórica, donde se exponen
las bases de la terapia Gestalt, surgió de un manuscrito que
Perls había escrito en Sudáfrica y de la colaboración del inte-
lectual neoyorkino, más famoso de su época, Paul Goodman.
Para completar la exposición teórica, como una parte práctica,
de autoayuda, de moda en los años 50, Perls se volvió a asociar
temporalmente con Ralph Hefferline1, profesor de la Universi-
dad de Columbia y que después de colaborar con Perls siguió
su camino como conductista. La idea inicial de los tres autores
era poner en primer lugar la parte teórica y en segundo lugar,
la parte de los experimentos pero el editor creyó oportuno,
para que fuera más comercial, invertir el orden. Y ese fue el
resultado original.
En la presente edición hemos vuelto a invertir el orden, el
que fue el Volumen II aparece en primer lugar aunque respe-
tando su referencia de Volumen II, puesto que esta es la refe-
rencia mundial, y poniendo en segundo lugar la parte de los
experimentos o Volumen I.
Como ya hemos dicho, hemos hecho las gestiones oportunas
para incluir la Introducción de Michael V. Miller e Isadore From
ya que consideramos que es fundamental para dar una visión
de la historia de la terapia Gestalt y encuadrar el libro en su
contexto histórico Además, numerosos artículos de gestálticos
actuales, hacen referencia a esta genial Introducción y no que-
ríamos privar de su contenido a los lectores de esta edición.
El epílogo de Taylor Stoehr ha sido escrito especialmente
por su autor para esta edición española. Como sabéis por un
libro suyo, 2 es el albacea literario, amigo personal y experto en
la vida y obra de Paul Goodman. Con él tenemos una deuda de
gratitud por su amabilidad y por haber facilitado que esta tra-
ducción fuera posible.
Con respecto a la traducción: en los dos volúmenes se ha
respetado fielmente el pensamiento y las palabras de los auto-
res. Hemos tratado de que fuera una traducción literal y fiel a
las palabras, contenidos e ideas de sus autores. Una cosa sor-
prendente es el diferente estilo en el que están escritos los dos
volúmenes. Se podría decir que son dos obras completamente
diferentes. El Volumen II tiene un lenguaje más intelectual, más
estructurado, más profundo y si se quiere, más difícil de mati-
zar mientras que el Volumen I está escrito de una manera, casi
podríamos decir, más “popular", más 'superficial”. En los dos
volúmenes hemos traducido “lo que dice”, procurando poner el
menor número posible de notas a pie de página ya que, cree-
mos, que la labor de un traductor (a pesar del dicho: “traduc-
tor, traidor”) no es la de “explicar", ni interpretar lo que el au-
tor o autores han querido decir. Revisión tras revisión, cree-
mos que no contiene “errores”; en cualquier caso, alguna errata
tipográfica.
❖❖❖

Y para acabar esta Introducción a la primera edición en espa-


ñol de Terapia Gestalt: Excitación y crecimiento de la persona-
lidad humana, no puedo dejar de expresar mi gratitud y mi de-
seo de que su recuerdo quede ligado a esta obra capital de
nuestro hacer terapia
Gestalt que, estoy segura, moverá, de una manera u otra, a
todos los terapeutas gestálticos de habla española. A todos los
estudiantes y terapeutas gestálticos que han estado, están y
estarán en el Centro de Terapia y Psicología - CTP, de Madrid
(España), a Ma. Cruz García de Enterría, por ayudarme a mate-
rializar mi “sueño”, a Belén Espinosa por dar “forma al resulta-
do final, y a los colegas, que despertaron mi pasión, Margherita
Spagnuolo-Lobb (Siracusa, Italia), Ruella Frank (New York,
USA) y Jean-Marie Robine (Bordeaux, Francia) con los que
siempre tendré una deuda de gratitud.

Gracias especiales a Ms. Sally Goodman, no solamente por ha-


ber formado parte del “campo” donde floreció la terapia Ges-
talt, sino por su amabilidad en permitir y apoyar esta “humil-
de” edición española de Terapia Gestalt.

Carmen Vázquez Bandín


Centro de Terapia y Psicología- CTP
Madrid (España)
Octubre, 2001

1 KNAPP, Terry: Ralph F. Hefferiline, the other Gestalt therapist, en The Ge-
stalt Journal, vol. XX, n1. Spring. 1997.
2 STOEHR, Taylor: Aquí, ahora y lo que viene: Paul Goodman y la Terapia
Gestalt en tiempos de crisis mundial, Ed. Cuatro Vientos, S. de Chile, 1997.
Introducción a la edición de
Terapia Gestalt de The Gestalt Journal
Isadore From murió el 27 de Junio de 1994, debido a complica-
ciones surgidas durante el tratamiento contra el cáncer. Tenía
setenta y cinco años. Había atravesado y soportado valerosa-
mente el agravamiento progresivo de su grave enfermedad, con
reserva irónica y total ausencia de autocompasión. Se mantuvo,
además, en estrecho contacto con sus numerosos amigos de Es-
tados Unidos y Europa. Para Isadore, la amistad siempre fue la
condición sine qua non de una buena vida.
Aunque amó la literatura y la filosofía y prestó una cuidadosa
atención al lenguaje, tanto en su enseñanza como en su práctica,
Isadore se negó a escribir. Ejerció una profunda influencia sobre
la teoría y la práctica de la Terapia Gestalt por medio de la pala-
bra: con su enseñanza y su supervisión. Sus escasas publicaciones
son transcripciones de charlas o entrevistas. Por lo tanto, no re-
sulta sorprendente que me dejara a mí el escribir realmente esta
introducción. Sin embargo, tuvimos la oportunidad de mantener
juntos largas conversaciones sobre un primer borrador, antes de
que su enfermedad y su tratamiento con quimioterapia le cansa-
ran tanto como para no poder tener más intercambios de esta
clase. Le envié la versión final un poco antes de su muerte. No sé
si tuvo oportunidad de leerla por completo.
Por tanto, me siento impelido a asumir la plena responsabili-
dad tanto de la calidad del escrito como la de cualquier error
que haya cometido. Sin embargo, Isadore modeló tan profunda-
mente mi comprensión de la Terapia Gestalt, que todo lo escrito
por mí está lleno de su pensamiento. Realmente, esta introduc-
ción es tan suya como mía. También quiero expresar mi gratitud
a Hunt Colé, compañero de Isadore From durante treinta y cua-
tro años, por su experta comprobación del manuscrito.
M. V. M.
Cambridge, Massachusetts.
I

Si la acogida de este libro cuando apareció por primera vez en


1951, publicado por Julián Press, se hubiera basado en la tota-
lidad de lo que había entre sus tapas, su influencia, en la histo-
ria posterior de la teoría psicológica y de la práctica de la psi-
coterapia, podría haber sido transcendental.
La nueva perspectiva que este libro presentaba partía de un
pensamiento radical a través de un examen nada irrespetuoso,
de las limitaciones del psicoanálisis; y así se anticipó, en algu-
nas décadas, a las críticas que empezaron a surgir plenamente
(y no tan respetuosamente) en estos últimos años. Pero tam-
bién fue mucho más lejos de un simple diagnóstico de las difi-
cultades que suscitaba la teoría psicoanalítica: planteaba un
conjunto de bases comprensivas de un nuevo y profundo enfo-
que de la psicoterapia, en el que se trataba no tanto de aban-
donar lo aprendido en el psicoanálisis sino de entretejerlo en
una diferente visión de conjunto de la naturaleza humana y de
sus debilidades. En vez de dedicarse, como el psicoanalista, a
excavar el pasado del paciente e interpretar el inconsciente
como las fuentes primarias del descubrimiento terapéutico, el
libro desplazó el centro de gravedad hacia la experiencia pre-
sente del paciente. Y más que dejar al terapeuta medio oculto
entre bastidores para fomentar la regresión y la transferencia
en el paciente, núcleo del método psicoanalítico, el libro llevó
al terapeuta y al paciente, juntos, al centro del escenario a fin
de iluminar su relación real con la mayor claridad posible.
Sin embargo, transcurridos más de cuarenta años desde sus
comienzos, la Terapia Gestalt circula todavía por las carreteras
secundarias de la psicología y de las psicoterapias contempo-
ráneas. Casi todo el mundo ha oído hablar de ella, pero relati-
vamente muy pocos saben realmente de qué se trata, incluidas
aquí las organizaciones profesionales en donde se enseña y se
practica la psicoterapia. Puede que muchos factores, institu-
cionales y culturales, hayan impedido que la Terapia Gestalt, a
pesar de sus prometedores orígenes, ocupe un lugar más signi-
ficativo en la evolución de la psicoterapia. Pero no se puede
negar que, casi desde los comienzos, la Terapia Gestalt ha mos-
trado convivencia para debilitar su propia voz entre el número
creciente de las terapias contemporáneas que reclaman la
atención tanto pública como profesional.
No es sorprendente que la presentación oficial de la Terapia
Gestalt tomara la forma de un libro. De una manera similar, el
psicoanálisis empezó a llamar la atención general, a finales del
siglo XIX, con la publicación de La Interpretación de los Sueños.
La primera edición de Terapia Gestalt: Excitación y crecimiento
de la personalidad humana era, sin embargo, una extraña mez-
cla que consistía en la unión de dos volúmenes enormemente
diferentes, en un formato que confería al libro una personali-
dad dividida. Esta idiosincrasia bibliográfica no era un acciden-
te, ya que había conflictos reales que subyacían en esta duali-
dad peculiar.
El volumen segundo (en primer lugar en esta edición), un
trabajo teórico escrito en una prosa inflexiblemente difícil, ex-
ponía una visión profundamente original de la naturaleza hu-
mana. Proponía también una reinterpretación del origen de las
perturbaciones neuróticas desde una perspectiva nueva que
tenía en cuenta, más quizás que cualquier otra perspectiva an-
terior, el papel de las fuerzas sociales y del entorno. Y propor-
cionaba las bases para un enfoque alternativo de la psicotera-
pia que suponía una ruptura decisiva con el modelo psicoanalí-
tico dominante sin alterar, como hizo el conductismo por
ejemplo, lo que en el psicoanálisis había de valioso.
Si el Volumen II no es de fácil lectura no se debe a que sus
conceptos se ofrezcan bajo una corteza de jerga oscura, como
sucede a menudo en nuestra literatura psicológica y sociológi-
ca. Aunque gran parte del Volumen II esté basado en las ideas
de Frederick Perls, un psicoanalista alemán exiliado, la expre-
sión real, la elaboración y el desarrollo posterior fueron cedi-
dos a Paul Goodman, que era, no solo uno de los críticos socia-
les más importantes y uno de los psicólogos más creativos que
haya producido Estados Unidos, también era poeta, novelista y
autor de teatro. Las dificultades de las que hablamos están en
consonancia con la vida moderna en sí misma, con su carácter
contradictorio, su alienación y sus nostalgias, sus oscilaciones
entre la inhibición y la espontaneidad. Goodman, a diferencia
de T. S. Eliot o Henry James, no tenía ningún deseo de reducir la
complejidad humana con el fin de hacer más fácilmente digeri-
bles sus formulaciones.
El Volumen I (Segunda parte en esta edición), producto de la
colaboración de Perls y Ralph Hefferline, profesor de psicología
en la Universidad de Columbia, tomó el nimbo contrario: de-
jándose llevar por una tendencia creciente en los editores ame-
ricanos, redujo el material difícil a algo que hoy en día llama-
ríamos psicología pop Redujo las concepciones teóricas de la
Terapia Gestalt a un conjunto de ejercicios de autoayuda, saca-
dos del tipo de intervenciones que los terapeutas gestálticos
hacen a veces, y los presentó acompañados de un comentario,
con un estilo de exposición entre las versiones popularizadas
del Budismo Zen y el libro The Power of Positive Thinking (El
poder del pensamiento positivo) de Norman Vincent Peale,
completándolo con testimonios (alimento básico de los movi-
mientos de autoayuda y del potencial humano) de estudiantes
que los habían experimentado.
Aunque el contraste entre los dos volúmenes reflejaba dife-
rencias en la disposición intelectual de sus autores, también
ejemplificaba una división básica en la cultura americana. El
crítico literario Philip Rahv, en su ensayo “Rostro Pálido y Piel
roja”, sostiene que los escritores americanos han tendido
siempre a tomar partido entre dos campos, como resultado de
una “dicotomía”, como él dice, “entre la experiencia y la con-
ciencia.... entre la energía y la sensibilidad, entre la conducta y
las teorías sobre la conducta”. Nuestros novelistas de más éxito
y los líderes de los movimientos literarios populares, desde
Walt Whitman a Hemingway o Jack Kerouack, forman parte del
grupo que Rahv llamaba pieles rojas. Representan la mentali-
dad atormentada de la frontera, con su veneración por lo sen-
sual y lo intuitivo más que por el intelecto, su individualismo
autodependiente y su entusiasmo dispuesto a triunfar rápida-
mente ante los obstáculos. El héroe de una obra de éxito re-
ciente, Los Puentes de Madison, con su camioneta, sus jeans
azules y sus botas desgastadas, y su guitarra amarrada a un
neumático de recambio, podría tener un carnet de identidad
como miembro de este campo.
Mientras que los pieles rojas iban carretera adelante, to-
mando notas de sus aventuras a lo largo del camino, los rostros
pálidos tendían a congregarse en las ciudades, donde respira-
ban intensamente las tradiciones literarias e intelectuales eu-
ropeas. La transformación artística y la reflexión intelectual
teman a sus ojos tanto valor como saber obtener los datos pu-
ros de las emociones y de los sentidos en sus retratos de la ex-
periencia humana. James y Eliot serían los más representativos
entre los rostros pálidos. Ambos acabaron por abandonar
América, una sociedad que consideraba grosera, para pasar el
resto de sus vidas en Inglaterra.
Rahv se refería a una falta de integración en la literatura
americana, pero su análisis ayuda también a explicar una bi-
furcación que se encuentra en nuestras escuelas de psicología y
de psicoterapia. Hasta ahora hemos visto ya bastante de las
dos: en un extremo, un distante y analítico sacerdocio, dedica-
do a pontificar, como en las interpretaciones de los oráculos, y
en el otro extremo, una multitud de psicoterapeutas a lo John
Wayne, todo sangre y tripas, que empiezan a estar agotados
con la magnitud de la empresa.
Los fundadores de la Terapia Gestalt no se han ajustado
exactamente a estos estereotipos. Perls llegó a Nueva York lle-
vando tras de sí una educación europea burguesa y una forma-
ción clásica en psicoanálisis. Sin embargo, nadie hubiera podi-
do unir sus fuerzas a los pieles rojas (por lo menos en su ver-
sión hippy de la Costa Oeste, durante los años sesenta) con más
entusiasmo del que él puso. Goodman, por su parte, estaba le-
jos de ser un distinguido literato anglófilo; su pensamiento es-
taba enraizado en las corrientes familiares pragmáticas y de-
mocráticas del pensamiento dominante americano, y su vida
transcurrió tanto en las calles de Nueva York como en los cam-
pus universitarios, metido de lleno en las rebeliones estudian-
tiles. Pero también era un intelectual hasta La médula, versado
tanto en el pensamiento clásico como en el pensamiento con-
temporáneo europeo.
Aunque los autores de Terapia Gestalt intentaron empezar
con una presentación de la teoría para seguir luego con una
exposición de la técnica, el editor pensó que cambiando el or-
den podría conseguir un mayor éxito comercial del libro. Los
autores tuvieron, obviamente, que acceder a su propuesta.
Prevaleció así el pielrojismo, si no en la redacción, al menos en
la publicación de Terapia Gestalt, como sucedería también po-
co después en la enseñanza de Frederick Perls. El mensaje pro-
fundamente radical del libro, contenido en el Volumen II, que
habría podido influir de manera significativa en la historia de
la psicología y de la psicoterapia moderna, se perdió durante
mucho tiempo. ¿Cuántos de los dedicados a la práctica de la
psicoterapia, imbuidos de la intrincada tradición del pensa-
miento psicoanalítico sobre el desarrollo humano y el carácter,
trabajarían hasta la extenuación en su marcha hasta llegar a la
página 227 donde comenzaba el Volumen II?
Así estaba decorado el escenario para la trayectoria vario-
pinta de la Terapia Gestalt. No es que haya algo inherentemen-
te erróneo en los ejercicios de lo que ahora es el Volumen II. Su
objetivo es ilustrar los métodos para incrementar la conscien-
cia inmediata (awareness) de los sentimientos y sensaciones de
apatía de un individuo, para volver a hacer consciente el cono-
cimiento de la capacidad de una persona para dar forma a lo
que él o ella toma como reconocimiento de una realidad fija,
para redescubrir las normas implantadas en su psique durante
la infancia por las autoridades e instituciones que lo atendían y
que pueden inhibir perniciosamente su comportamiento adul-
to. La creación de experimentos, siguiendo estas líneas, son
una actividad importante en las sesiones de Terapia Gestalt; su
objetivo es ayudar al paciente a tener intuiciones más claras
sobre sí mismo, a partir de su experiencia inmediata más que
tomando como base las interpretaciones del terapeuta. Así se
le concede al paciente un alto grado de control sobre cómo y
qué aprende de la psicoterapia (que ha sido, de manera gene-
ral, una disciplina bastante autoritaria).
En una sesión de psicoterapia, tales experimentos, adecua-
damente comprendidos, son parte de la colaboración de dar y
recibir entre el paciente y el terapeuta. Es posible utilizarlos
uno mismo para avanzar, pero esto no tiene casi ningún interés
cuando se trata de utilizados en Terapia Gestalt, en donde es-
tán encauzados por la relación entre el paciente y el terapeuta.
También uno puede interpretarse a sí mismo sus propios sue-
ños, al modo psicoanalítico, (cosa que hacía el mismo Freud en
La Interpretación ele los Sueños; ¿qué otra elección tenía?),
pero no es lo mismo que una psicoterapia psicoanalítica, donde
la transferencia juega un papel clave. El hecho de perder, preci-
samente, este tipo de distinción ayudó a alimentar una tenden-
cia reduccionista tanto en el mundo de la salud mental como en
la vida americana en su conjunto. Lo que llegó a ser conocida
como Terapia Gestalt era una versión despojada de su contexto
teórico y rebajado fácilmente a eslóganes de vida. El empleo
del momento presente como herramienta terapéutica se con-
virtió en un imperativo para vivir el “aquí y ahora”. Los inten-
tos de diferenciar entre lo que se había aprendido, como algo
de importancia vital para el propio crecimiento, y lo que se ha-
bía absorbido simplemente por imposición se convirtió en un
puritanismo invertido, en un imperativo moral de liberarse de
todos los “deberías”.
Esas tendencias recibieron el apoyo de Perls, quien con su
espectacularidad clínica dominó el desarrollo posterior de la
Terapia Gestalt. Freud, que no era muy partidario de América,
se preocupaba por la suerte de sus descubrimientos en manos
de los americanos, ya que eran, en los comienzos, mucho más
entusiastas del psicoanálisis que sus propios compatriotas.
Temía que el insaciable apetito americano por la novedad y el
progreso y, en verdad, por todo lo que prometiera una vida
mejor, vulgarizaría los descubrimientos que tan celosamente
(y tan tiránicamente a veces) había guardado. Perls no tema
tales aprensiones. Ya fuera a través de su enseñanza ambulante
o en su carrera como gurú en el Instituto Esalen en Big Sur,
California, atiborraba a su público y a sus estudiantes con esló-
ganes e inventaba, sobre la marcha, nuevas técnicas, presen-
tando las últimas novedades como la esencia de la Terapia Ges-
talt, incluso mientras denunciaba, al mismo tiempo, y casi en la
misma respiración, el recurrir a trucos y a atajos en la terapia.
Debido a su influencia, la Terapia Gestalt se presentó duran-
te los años sesenta y setenta como un conjunto de técnicas pa-
recidas al psicodrama, recubierta con un delgado barniz de
filosofía existencialista, induciendo la descarga emocional en
nombre de la libertad de restricciones. Mucha gente, con y sin
una formación previa ni credenciales en psicoterapia, se animó
entonces a ponerse un letrero como psicoterapeuta gestáltico
después de hacer un par de talleres de fin de semana en Esalen
o después de alguna marcha de copas en algún bar de carretera
con Perls. De esta forma, ampliaban la oferta del mercado (y
esta práctica continúa ahora), ofreciendo al público un rótulo
combinado de “Gestalt y..." (Se puede rellenar el hueco en blan-
co con alguna de las incontables terapias surgidas durante las
últimas décadas), incluya o no esta combinación puntos de vis-
ta sobre el funcionamiento humano filosóficamente compati-
bles. La versión más conocida de la Terapia Gestalt durante
este período fue una manera de vivir llamada simplemente
“Gestalt”. Era puro pielrojismo. El término rostro pálido llama-
do “terapia” acabó en la papelera.
Los libros que Perls escribió después fueron, en su mayor
parte, transcripciones directas de las grabaciones de sus confe-
rencias y demostraciones, cosa que confirmó aún más la im-
presión de que había muy poca teoría coherente detrás de la
Terapia Gestalt. Después de instalarse en Esalen, rara vez hizo
alusión al libro producto de su colaboración con Hefferline y
Goodman. Sin embargo, el libro se siguió editando durante mu-
chos años, en dos ediciones de bolsillo que reproducían el for-
mato de Julian Press. Durante veinte o treinta años, habría sido
difícil, al consultar la biblioteca de una persona “en la onda”, no
tropezar con un ejemplar del libro de Perls, Hefferline y Good-
man editado en Delta Press, enterrado entre libros de Herbert
Marcuse y Baba Ram Das.
Se hubiera leído el libro o no, la Terapia Gestalt adquirió po-
pularidad en el clima de la contracultura de entonces. El conte-
nido del Volumen II se enseñaba todavía fielmente, especial-
mente en Nueva York, donde el instituto fundado por los Perls
continuó floreciendo bajo la dirección de Laura Perls, y hasta
cierto punto, en los centros de formación de Cleveland, Los
Ángeles, San Diego. Boston y otros. Pero este pequeño legado
cada vez fue más duro de mantener cuando Terapia Gestalt de
Perls, Hefferline y Goodman desapareció de las librerías, como
el último residuo de irnos ánimos contraculturales que conti-
nuaban editándolo. Además, la calidad de la enseñanza y de la
práctica de muchos de estos institutos fue contaminándose con
un enfoque de parrillada mixta que combina la “Gestalt” y
cualquier otra cosa que esté de moda. Es evidente que, cuando
se aprende, existen muchas fuentes a las que podemos recurrir,
pero no a expensas de la integridad intelectual sobre los mate-
riales que desplegamos al comprometemos en una empresa
tan sensible y tan urgente como es intervenir en los sufrimien-
tos de otras personas.
II

Plantear preguntas sobre el impacto de La vida profesional de


la última época de Perls en la aceptación de la Terapia Gestalt
no aporta ninguna luz sobre la inventiva o la originalidad de
sus aportaciones anteriores. La Terapia Gestalt tuvo sus prime-
ros balbuceos cuando Perls, a mediados de los años treinta,
escribió un artículo concluyendo que las llamadas “resisten-
cias” (los medios psicológicos para decir “no” a uno mismo o a
los otros) eran orales en su origen. La importancia de esta con-
sideración no es la de un estallido revolucionario (suponía,
solo, un pequeño cambio en el énfasis tradicional del psicoaná-
lisis), sin embargo, sus derivaciones fueron subversivas. Al pa-
recer, los analistas advirtieron esto inmediatamente: Perls
menciona en sus escritos que el artículo, presentado en el con-
greso freudiano de 1936, fue recibido con desaprobación.
El análisis clásico consideraba que la fuente de la resistencia
era anal; el ano era el asiento, si se quiere, de un oscuro y fre-
cuentemente hostil rechazo, del que se encuentra, de una for-
ma asociada a la primera infancia, en la expresión inglesa “los
terribles dos años", cuando los niños dicen “no” a todo lo que
se les pide que digan o hagan. Algunas escuelas de teoría psi-
coanalítica, por ejemplo los seguidores de Klein, consideran
todo esto como parte evidente de la naturaleza intrínsecamen-
te bárbara del niño, que necesita ser domada y reconducida
hacia comportamientos civilizados. Erik Erikson situó la etapa
anal bajo una luz más benigna: consideró que el desarrollo del
control voluntario del esfínter muscular en el niño es una evi-
dencia importante de la autonomía. Los padres, también, pue-
den darse cuenta intuitivamente de las señales del progreso
del niño para ser cada vez más autónomo, incluso en sus nega-
tivas irracionales, pero, a menudo, quieren ver que el niño, por
su propio bien (y a menudo también más allá de esto), debe ser
obligado a obedecer.
El término que el psicoanálisis utiliza para designar a esta
receptividad del niño a los imperativos de los padres (un tér-
mino que la Terapia Gestalt ha mantenido) es “introyección*,
que significa aprender interiorizando valores, normas y modos
de conducta del entorno, en este caso del entorno de la autori-
dad parental, sin cuestionarse la información o su fuente. La
teoría psicoanalítica sugiere que los niños deberían continuar
aprendiendo, sobre todo, mediante la introyección, por lo me-
nos hasta la etapa edípica, hacia los cinco o seis años de edad,
si están correctamente socializados.
El desplazamiento de lo anal a lo oral implica una posibili-
dad diferente. Esto suscita, de hecho, la capacidad de decir “no"
tan libremente como “sí”, tanto para rebelarse como para
adaptarse, suscita ir más allá de donde se encuentra soterrada
en la habitación más inferior hasta la boca, el lugar del comer,
de masticar, de degustar, pero también del lenguaje y, algunas
veces, del amar. En otras palabras, hacia un lugar de encuentro
más evidente entre el individuo y el mundo. Perls todavía no
había formulado el concepto de “frontera-contacto”, tan fun-
damental en Terapia Gestalt; lo deja para más tarde, en su co-
laboración con Goodman. Sin embargo, las primeras semillas
de la idea estaban ya plantadas aquí.
Algunas implicaciones de la oralidad no fueron completa-
mente elaboradas en el primer libro de Perls, Yo, hambre y
agresión, publica do en 1947. Aquí hace, quizás, su mayor con-
tribución a un punto de vista alternativo del desarrollo hu-
mano: utilizó la salida de los dientes en un niño de ocho o nue-
ve meses como una metáfora global de la complejidad y del
refinamiento, siempre en aumento, de las habilidades motoras,
de los sentidos, y del aparato mental en general. Perls proponía
que, lo mismo que el niño, armado ya con dientes, era capaz de
masticar la comida en vez de tragarla simplemente, también
empieza a desarrollar su propio sentido del gusto sobre lo que
le gusta y quiere, y lo que no le gusta y no quiere; también pue-
de empezar a discriminar y a elegir entre lo que traga psicoló-
gicamente del entorno. Al hacerse crítico de la experiencia, el
niño forma su personalidad individual.
Entonces la necesidad de aprendizaje primario mediante la
introyección (mediante la identificación con, y modelándose a
sí mismo según el cuidado y disciplina de los adultos) puede
empezar a ser reemplazado por la autodeterminación, mucho
más pronto de lo que mantienen los freudianos. Según el punto
de vista de Perls, apoyar, demasiado pronto, la tendencia del
niño a ir más allá de la introyección no es empujar al niño a la
barbarie; es respetar un proceso autorregulado y natural de
crecimiento sano. Si hay algo de barbarie en la imagen, son los
intentos de los padres y de los educadores, ansiosos o autorita-
rios, por interferir innecesariamente en la naturaleza.
Y es siguiendo esta línea de pensamiento como la Terapia
Gestalt empezó a considerar la función de la agresividad de un
modo muy distinto. En Yo, hambre y agresión, Perls describe
sus orígenes en lo que llamó “agresividad dental”, el mordisco
y la masticación de una experiencia propia para absorber las
partes que uno necesita y librarse de las que no. Este énfasis
pone a la agresividad bajo una luz positiva, mostrando su papel
tanto en preservar el sentido de uno mismo como en conseguir
el contacto con el entorno. La agresividad le permite al indivi-
duo arriesgarse a dejarse impactar en su mundo propio y a
liberarla para ser creativo y productivo. Esto es, obviamente,
en la práctica, tomar un rumbo contrario al de Freud, que unió
la agresividad al sadismo anal y al instinto de muerte. Para la
Terapia Gestalt, la agresividad es sana por naturaleza y está al
servicio de la vida. La personalidad sana está formada por una
sucesión de “sí” y “no” según la propia idiosincrasia del niño.
Como dijo el místico alemán Jacob Boehme, que influyó tanto
en Hegel: “Todas las cosas consisten en el Sí y en el No". Cuan-
do la gente no puede decir “no” con la misma facilidad que “sí,”
tiende a aceptar sin ninguna crítica un punto de vista sobre la
realidad o un modo de vida dictado por otros. Perls considera-
ba que la ausencia del “no" estaba causada por la represión de
la agresividad dental, debida al miedo al conflicto y la conside-
raba como una de las fuentes principales de la patología neuró-
tica. No es la agresividad, sino su inhibición en la personalidad
lo que produce la impotencia, las explosiones de violencia o la
insensibilización y la apatía.
Cualquier método de psicoterapia presupone, sea de una
forma implícita o no, una visión del desarrollo humano. Mien-
tras el psicoanálisis alienta a los pacientes a la regresión y a
reintroducir la introyección por medio de la interpretación, lo
que se deduce de la idea de Perls es un enfoque muy diferente,
según el cual la capacidad de autodeterminación y de autoapo-
yo se desarrolla precozmente. En su evolución posterior, la
Terapia Gestalt ha abandonado del todo la interpretación
(aunque todos los psicoterapeutas hacen interpretaciones),
pero ofrece experimentos como aportación que capacitan a los
pacientes a descubrirse por sí mismos. Entre estos experimen-
tos, una parte no desdeñable se refiere a los provocados por la
obligación que tiene el terapeuta de asegurarse de si el pacien-
te contiene o libera la capacidad que tiene para resistirse y cri-
ticar las interpretaciones del psicoterapeuta.
En otros aspectos, Yo, hambre y agresión no se desvió mu-
cho del campo psicoanalítico, en concreto en un punto funda-
mental: a pesar de la crítica que hacía del centro de interés
freudiano por el instinto sexual y sus referencias a la dialéctica
hegeliana, a Marx y a algunas nociones vagas de los neo hege-
lianos y los nietzscheanos, a los teóricos semánticos, a los psi-
cólogos de la Gestalt (no los terapeutas gestálticos) y a otros
pensadores holísticos, expuso una visión de la naturaleza hu-
mana que todavía mantenía como centro al individuo encapsu-
lado. La mayoría de edad de la Terapia Gestalt necesitaba espe-
rar a la proclamación de Paul Goodman, al principio del Volu-
men II de Perls, Hefferline y Goodman, que dice que “la expe-
riencia se da en la frontera entre el organismo y su entorno [...].
Hablamos del organismo que contacta con el entorno, pero es
el contacto la realidad más simple e inmediata”.
Planteada esta definición, la Terapia Gestalt era, formalmen-
te, botada a unas aguas alejadas de aquellas en donde el psi-
coanálisis, el conductismo y cualquier otra teoría de entonces
pescaban sus verdades. En ese pasaje se propone un cambio
radical del puesto de observación para la comprensión psico-
lógica. El sí mismo (Self) del psicoanálisis no es ya el único ob-
jeto de la psicoterapia; realmente, se reduce incluso de tamaño
hasta prácticamente desaparecer de la vista, convirtiéndose en
parte del fondo, del que puede volver delante, cuando es nece-
sario. El sitio primero de la experiencia psicológica, hacia don-
de la teoría y la práctica psicoterapéuticas deben dirigir su
atención, es el contacto en sí mismo, el lugar en donde el Self y
el entorno organizan sus encuentros y se implican entre sí.
Actualmente, el término “contacto”, que se ha ido filtrando a
través de grupos de encuentro y terapias del movimiento del
potencial humano desde hace veinte años, se ha introducido en
los salones y en los dormitorios de la clase media. Hoy día, en
determinados círculos, no es sorprendente que la gente se diga
cosas como “Quiero tener más contacto contigo", como si el
contacto tuviera siempre que ver con mejorar la comunicación
o la intimidad con abrazos y besos. Y sin embargo, mientras
que el término se interpreta popularmente como algo parecido
a la cercanía o a pasar simplemente el rato junto, los autores de
Terapia Gestalt no tenían esto en la cabeza. Ellos introdujeron
el término “contacto” como un concepto formal abstracto (en el
sentido en que todos los conceptos teóricos son abstractos en
la teoría psicológica, aunque no con el rigor matemático, p. ej.:
en un nivel de abstracción similar como cuando decimos “in-
consciente” o “libido” o, lo que viene más al caso, “el Self), con
el fin de diferenciar sus premisas fundamentales de todas las
demás en la práctica del resto de teorías clínicas de entonces.
Desde su punto de vista, en la medida en que la psicología ha
limitado su interés al individuo aislado, distorsiona cómo se
vive la vida.
La Terapia Gestalt, especialmente como la explica Goodman,
toma como punto de partida algo tan obvio que normalmente
las ciencias humanas y sociales lo pasan por alto: el intercam-
bio que se da sin cesar entre el organismo humano y su en-
torno circundante en todas las áreas de la vida; este intercam-
bio ata mutua e inextricablemente a la persona con el mundo.
Respirar significa absorber oxígeno y devolverlo de una forma
diferente, y este mínimo dar y recibir debe continuar incluso
durante el sueño; comer implica coger partes de la naturaleza y
transformarlas (“destruyéndolas”, diría la Terapia Gestalt, para
que surja la agresividad necesaria) en algo digerible; trabajar
sugiere reorganizar de un modo útil una parte del entorno, pe-
ro también tener la propia actividad a este respecto, organiza-
da a través de la resistencia que el entorno opone o los límites
que plantea; hablar significa hablar a alguien, que en general
está dispuesto a responder; hacer el amor significa que dos
personas están de acuerdo en utilizar de la forma más comple-
ta el cuerpo de cada uno de ellos. El mundo de la Terapia Ges-
talt es un mundo activo que bulle al ritmo de acciones y
transacciones, un lugar de flujo continuo. Dentro de este flujo,
la experiencia del “Self cambia de tamaño y de importancia se-
gún lo que esté sucediendo. Esta experiencia puede ser muy
pequeña, casi inapreciable, cuando uno está perdido en la con-
templación de una obra de arte o absorbido en el amor; puede
acaparar por completo el primer plano de la consciencia inme-
diata cuando uno, por ejemplo, siente dolor; de hecho, durante
este tiempo, el Self se convierte en el dolor.
Ni siquiera lo cognitivo es meramente receptivo: la Terapia
Gestalt coge de la Psicología de la Gestalt clásica la noción de
que la masa de datos sin organizar que se nos presenta a través
del entorno está organizada y formada, por el perceptor, en
“totalidades”, que tienen forma y estructura típica, y que son
estas totalidades estructuradas subjetivamente, y no los datos
primarios que en última instancia son incognoscibles, las que
componen la experiencia de una persona. La manera concreta
cómo estas totalidades de experiencia, llamadas “Gestalts", se
producen está influida por las necesidades, apetitos, impulsos,
intereses, etc., de una persona. De este modo, la Terapia Gestalt
reintrodujo la idea de los poetas románticos del siglo XIX de
que creamos a medias lo que percibimos y le damos un nuevo
ímpetu emocional. Y si se supone que en cualquier experiencia
humana existe este elemento subjetivo, se deduce que no hay
dos personas que experimenten exactamente la misma reali-
dad.
Todas las actividades de contactar el entorno (o de ser con-
tactados por él) se dan por medio de una demarcación expe-
riencial (y no necesariamente en un sentido físico) entre lo que
el organismo considera como él mismo, lo que ya está, por de-
cirlo así, domesticado para sus propósitos, y la región salvaje,
como algo todavía desconocido, que es la inagotable alteridad
del mundo. A este borde fluctuante donde el Self y lo otro se
encuentran y sucede algo, la Terapia Gestalt le da el nombre de
"frontera-contacto”.
De este modo, en Terapia Gestalt, el espacio entre el Self y lo
otro no está vacío, como en la mayor parte de las otras teorías
psicológicas. La experiencia se despliega en un campo, bastante
parecido a un campo eléctrico, cargado con urgencia (voluntad,
necesidades, preferencias, ganas, deseos, opiniones y otras ex-
presiones o manifestaciones del ser). El contacto entre dos
personas, por ejemplo, no es una colisión entre dos partículas
atómicas, llenas cada una con unas cañerías interiores neuro-
biológicas o unos hábitos y unas creencias condicionadas, o un
yo, un ello y un superego. La Terapia Gestalt no tiene que asu-
mir ni rechazar ninguna de estas construcciones; puede incluso
asumirlas todas, ya que lo que interesa únicamente es la activi-
dad en la frontera-contacto, en donde se puede observar lo que
está sucediendo.
Aunque todo esto no está muy lejos del sentido común, e in-
cluso algunas cosas son de suyos evidentes, sin embargo, supu-
so un modo muy innovador de reformular la teoría psicológica,
que exigía, a su vez, practicar la psicoterapia de una manera
totalmente nueva. La Terapia Gestalt argumenta que es preci-
samente en la frontera-contacto, el lugar de encuentro entre el
Self y lo otro, y de retirada de ellos, lo que la psicología puede
explicar mejor, y los psicoterapeutas, a su vez, pueden ser los
mejores testigos y los mejores en devolver a los pacientes la
responsabilidad que tienen de modelar su propia experiencia.
Además, la frontera-contacto es el lugar del crecimiento (y, al
fin y al cabo, es de lo que la psicoterapia se ocupa) porque es
donde la siguiente necesidad de una persona y lo que, en el
entorno, está disponible para satisfacerla, se unen o riñen, se-
gún sea el encuentro amistoso u hostil. El crecimiento se pro-
duce por la metabolización de lo desconocido, sacándolo del
entorno, haciéndolo conocido y transformándolo en un aspecto
del Self. Por ejemplo, una niña que monta por primera vez en
bici y va haciendo eses, llena de miedo. No siente todavía esta
actividad como una expresión integral de sí misma. Después de
diez o doce intentos va a poder decir llena de orgullo que ya
sabe montar en bicicleta, característica que puede empezar a
formar parte ahora entre las otras que componen su identidad.
Se puede pasar algún tiempo alardeando de tener bienes in-
muebles: pero hasta cierto punto, como dijo el poeta Wallace
Stevens: “Todas las cosas le vienen / de en medio de su cam-
po”1. Pero, en conjunto, se crece yendo hasta las cercas y perí-
metros, donde se acaba la propiedad de uno, y empieza uno a
aproximar se a lo inexplorado del contacto humano.
Ya que el contacto y la retirada se mantienen sin descanso
durante toda la vida, cambiando a cada momento cuando se
encuentra una necesidad o se persigue un interés y se permite
que surjan otros, la consecuencia en Terapia Gestalt es una
traducción, desde la interpretación de los acontecimientos
traumáticos en el pasado del paciente, a un examen atento de
cómo hace el paciente para crear su experiencia (incluyendo la
repetición de respuestas a traumas pasados) en el presente. Lo
que le interesa a la Terapia Gestalt no es tanto saber en dónde
pudo quedar detenido el desarrollo de un paciente en su niñez,
sino ayudarle a identificar y trabajar después con sus ansieda-
des y bloqueos presentes, quizás mejor llamados perturbacio-
nes de contacto que resistencias, que impiden que se produzca
la siguiente etapa de crecimiento (por ejemplo, finalizar la te-
rapia).
De esta perspectiva proviene, en Terapia Gestalt, el valor te-
rapéutico de prestar una atención extrema al momento presen-
te; esto significa que es de extraordinaria importancia, en una
sesión de terapia, la observación de los cambios de la frontera-
contacto entre el terapeuta y el paciente. Los dos pueden
aprender, exactamente, cómo y en dónde se empieza a pertur-
bar el contacto. En contra de lo que a menudo se dice, se trata
de insistir en el hecho de que el momento presente (el famoso
“aquí y ahora" de la Terapia Gestalt) es una forma de dar a co-
nocer al terapeuta y al paciente dónde deben centrar su aten-
ción mientras hacen Terapia Gestalt. El momento presente fue
introducido por Perls, Hefferline y Goodman como la metodo-
logía más eficazmente terapéutica, no como la mejor forma de
vivir. Los terapeutas gestálticos no deben intentar comportarse
como los maestros espirituales budistas, predicando los valo-
res éticos o los placeres de vivir el momento, ni siquiera aun-
que esto pueda deducirse del legado transmitido por la forma
última de trabajar de Perls y la moda de los sesenta. Si una per-
sona decide comportarse según alguna concepción de la vida
en el momento presente, está bien, pero esto tiene menos que
ver con la terapia que con la concepción personal que se pueda
tener de una vida bien vivida. Y sí por otro lado, una persona
elige libre y reflexivamente vivir una vida de nostalgia, la Tera-
pia Gestalt no tiene ninguna objeción. ¿Habría tenido Proust
una vida mejor viviendo al estilo Zen en el aquí y ahora?

III

Quizás la razón más importante para resucitar este libro y tra-


tar de que sea leído por el mayor número posible de personas
es que podría ayudar a proporcionar mucho de lo necesario
para rehabilitar los fundamentos, profundamente trastrocados,
de la psicoterapia.
El imponente edificio de Freud, que dominó, durante mucho
tiempo, el paisaje de la psicoterapia, se está hundiendo bajo un
crítico y duro bombardeo. Sin duda era necesario que ocurrie-
ra, dado que nuestra situación histórica y nuestros imperativos
culturales han producido una profunda transformación desde
finales del siglo XIX. El psicoanálisis cimentó su construcción
en dos supuestos fundamentales: la sexualidad infantil y la mo-
tivación inconsciente. Los dos fueron aportaciones básicas en
su día que nos capacitaron para dar sentido a comportamien-
tos que parecían incomprensibles. Sin embargo, los dos requie-
ren un acto de fe, una creencia de que las raíces de la conducta
de cualquier adulto están plantadas en unos vagos o invisibles
acontecimientos mentales primitivos durante la primera niñez,
que dan lugar a conflictos irreconciliables en la vida interior de
cada individuo. Esta concepción ha proporcionado una tradi-
ción rica en perspectivas e ideas en todas las disciplinas huma-
nísticas, lo mismo que en psicoterapia, pero la convicción más
extendida dentro de esta tradición que quiere que el psicoaná-
lisis sea una ciencia la ha debilitado en un gran número de te-
mas. Como consecuencia, el enfoque psicoanalítico por entero
está, actualmente, fragmentado en muchas direcciones.
Por un lado, no sólo el psicoanálisis sino toda la psicoterapia
están siendo, hasta cierto punto, dados de lado debido al re-
surgimiento de un determinismo biológico más antiguo. Esta
vuelta a la biología conduce, con seguridad, a aumentar, cada
vez más, la aceptación de los medicamentos por parte de la
comunidad psiquiátrica como la mejor respuesta a la depre-
sión, a la ansiedad, a los trastornos obsesivos compulsivos y a
la psicosis. Mientras tanto, la metapsicología de Freud y los
métodos interpretativos están siendo vapuleados por algunas
críticas filosóficas que argumentan que las pretensiones del
psicoanálisis de llegar a una verdad causal no son científicas,
ya que no hay medio de someterlas a ninguna comprobación
empírica (por ejemplo, no hay modo de demostrar que la re-
presión infantil produzca síntomas en el adulto).
Hasta el carácter de Freud. ¡qué horror!, se está machacando
entre los analistas renegados y críticos literarios desilusiona-
dos que consideran sus inicios falsos, sus cambios de opinión y
su tendencia a minimizar las críticas que le hacían, como una
resistencia ante los que se otorgan el derecho de llamarle men-
tiroso, cobarde y oportunista. Tales denominaciones compiten
con la actual epidemia de cotilleo biográfico, una especie de
puritanismo renovado, dedicado, al parecer, al propósito de
que al poner de manifiesto una conducta lo bastante cuestio-
nable sobre la vida de cualquier respetado innovador, se inva-
lidan su arte o sus logros, o su teoría o su práctica son desme-
recedoras de una atención seria. Se puede imaginar que, con el
tiempo, el psicoanálisis puede llegar a desaparecer, desmante-
lado y desmontado, sin el menor gesto de adiós ni de gratitud
en el montón de restos de la historia eurocéntrica y machista.
Es una estrategia de cambio mediante el descrédito, que eufe-
místicamente llamamos “desconstrucción”.
Si la Terapia Gestalt puede todavía mantener alguna prome-
sa de aportar una perspectiva renovada a este debate cada vez
más estridente, es porque la teoría de la Terapia Gestalt ha
abandonado del todo el modelo de las ciencias naturales y ha
hecho esto sin ir hacia el misticismo. La mitad teórica del libro
de Perls, Hefferline y Goodman, en lugar de pretender describir
la salud y la patología en términos extraídos de las ciencias
causales, presenta una comprensión fenomenológica, basada
en la experiencia observable e inmediatamente comunicable,
de cómo una persona hace para crear (y continúa creando) una
realidad sana o neurótica. Esto representa un cambio funda-
mental de paradigmas en psicoterapia, ya que sugiere que la
Terapia Gestalt no necesita llegar a enfangarse en alegatos y
contra alegatos sobre si es la psicología o la neurofisiología la
ciencia verdadera del sufrimiento humano.
En su búsqueda de una realidad empírica objetiva, un mun-
do físico que podría describirse con las leyes de la lógica y de
las matemáticas, la ciencia moderna nacida a finales del siglo
XVI con el pensamiento de Galileo, Descartes y Francis Bacon,
creó una división entre el sujeto, la mente cognoscente y el ob-
jeto, lo que es conocido. Todo el pensamiento occidental poste-
rior por completo ha mantenido este dualismo, que suscita to-
da clase de problemas sobre la relación de la mente con la ma-
teria. El movimiento fenomenológico en la filosofía, iniciado
por Edmund Husserl en los primeros años de este siglo, puede
comprenderse mejor como un intento de restablecer la unidad
entre el sujeto y el objeto. La Fenomenología es, sobre todo, un
método alternativo al método científico dominante: ni afirma
ni rechaza la existencia de un mundo físico “externo'; simple-
mente insiste en que la investigación filosófica empieza con el
mundo en los únicos términos en que podemos conocerlo (se-
gún se presenta a la consciencia). Por eso la filosofía es el estu-
dio de la estructura de la experiencia inmediata subjetiva.
La Terapia Gestalt es una fenomenología aplicada. Tal como
la concibe la Terapia Gestalt, la frontera-contacto es una cons-
trucción fenomenológica. Lo mismo sucede con el Self, en sus
retrocesos y avances, y también es así el momento presente,
que aparece y desaparece. Ninguna de estas concepciones su-
pone una entidad fija, que se detenga lo suficiente para ser co-
sificada o medida cuantitativamente. Si de hecho la fijamos
brevemente en el tiempo y en el espacio para hablar de ella o
ilustrar un punto o hacer un diagnóstico, sencillamente pasa a
ser otro nivel de abstracción, a veces útil. Una fijación crónica e
inconsciente tratada como una realidad es evidencia de neuro-
sis, tanto en una teoría como en una persona.
La filosofía fenomenológica, como la psicología académica
de la Gestalt de Wertheimer, Koehler y Koffka, con la que en
ciertos aspectos está muy relacionada, se ocupa principalmen-
te de los problemas de percepción y cognición. Como una teo-
ría para la psicoterapia, la Terapia Gestalt se ocupa también de
los aspectos voluntarios, activos y emocionales, y los rasgos
marcados por la ansiedad de la existencia humana. Se puede
captar el aroma especial de la Terapia Gestalt cogiendo una de
las formulaciones de Amold Toynbee. Toynbee defendía que la
historia no podía basarse en el modelo de las ciencias natura-
les, ya que las acciones humanas no son una causa sino un
desafío v sus consecuencias no son un efecto, sino una respues-
ta. La respuesta a un desafío no es inalterable, por eso la histo-
ria es inherentemente impredecible.
De un modo similar, la Terapia Gestalt contempla el curso
del desarrollo humano (y, por tanto, la sesión de terapia en sí
misma) como un desafío y una respuesta, más que como una
causa y un efecto. Donde hay un desafío, más que mera casua-
lidad, hay una ansiedad que no se puede erradicar. Pero puede
transformarse en algo más productivo que en síntomas o en un
carácter neurótico. La Terapia Gestalt, tomada con seriedad, no
ofrece curación a todos los problemas que hacen presa en los
humanos por el simple hecho de que esto es inherente a la
condición humana. No ofrece un camino para volver a las puer-
tas del Edén. Pero, como el psicoanálisis prometió una vez,
puede ayudar a vivir mejor en un mundo caído.

Isadore From
Michael Vincent Miller

Traducción: Carmen Vázquez Bandín

1 Everything comes to him / From the middle of his field.


Introducción general
Este libro empezó siendo un manuscrito redactado por Frede-
rick S. Perls. El material ha sido desarrollado y elaborado por
Paul Goodman (Volumen II) y la aplicación práctica ha sido
hecha por Ralph Hefferline (Volumen I). Sin embargo, tal como
se presenta ahora, es verdaderamente el resultado de los es-
fuerzos conjuntos de los otros autores. Lo que fue un trabajo
empezado solo por uno de ellos ha sido terminado por los tres,
con una responsabilidad compartida.
Teníamos un objetivo común: desarrollar una teoría y un
método que ampliara los límites y la aplicación de la psicotera-
pia. Nuestras diferencias eran numerosas, pero en lugar de ca-
llarlas educadamente, las hemos planteado y, a menudo, hemos
llegado a soluciones que ninguno de nosotros, por sí mismo,
hubiera podido concluir. Numerosas ideas que estaban en el
manuscrito original se han retomado en este libro, pero hemos
añadido otras tantas, fruto de los esfuerzos de cooperación de
los tres autores en la redacción de este libro. Lo que aún es más
importante es que estas ideas habrán cogido un sentido nuevo
en el contexto del libro cuando este se haya finalizado.

❖❖❖

Los descubrimientos de la Psicología de la Gestalt se han mos-


trado fructíferos en el enfoque del arte y de la educación. Y. en
el terreno académico, los trabajos de Wertheimer, Kóhler, Le-
win, etc., son completamente conocidos. Sin embargo, el inte-
rés suscitado por el conductismo, orientado principalmente
hacia los aspectos motores, ha tenido como consecuencia exa-
gerar el aspecto perceptivo de la Gestalt en los círculos acadé-
micos. El magnífico trabajo de Goldstein en neuropsiquiatría
no ha conseguido todavía el lugar que merece en la ciencia
moderna. La aplicación total del gestaltismo en psicoterapia,
como la única teoría que trata de una manera satisfactoria y
coherente llanto la psicología de lo normal como la de lo pato-
lógico, aún no se ha conseguido. Este libro trata de plantear sus
fundamentos.
❖❖❖

Es indispensable, tanto para escribir este libro como para


comprenderlo plenamente, adoptar una actitud que, como una
teoría, impregna realmente el contenido y el método de este
libro. El lector se encuentra por lo tanto, aparentemente, ante
una tarea imposible: para comprender el libro es necesario
tener una mentalidad gestáltica", y para conseguir esta menta-
lidad es necesario comprender este libro. Afortunadamente, la
dificultad está lejos de ser insuperable, ya que los autores no
han inventado esta mentalidad. Por el contrario, creemos que
el punto de vista gestáltico es el enfoque original, natural y sin
distorsión de la vida; es decir, del pensamiento, de las acciones,
de la sensibilidad del hombre. La persona media, educada en
una atmósfera llena de divisiones, ha perdido su sentido de la
Totalidad, su Integridad. Para recuperarlas, es necesario sanar
el dualismo de su persona, de su pensamiento y de su lenguaje.
Está acostumbrada a pensar en términos de contradicciones —
infantil y maduro, cuerpo y mente, organismo y entorno, Self y
realidad— como si fueran entidades opuestas. La visión unita-
ria capaz de abolir este enfoque está enterrada, sin embargo no
está destruida y, como queremos demostrar, nos sentimos ca-
paces de redescubrirla para nuestro provecho.
Uno de los temas de este libro es la asimilación. El organis-
mo se desarrolla asimilando del entorno lo que le es útil para
su desarrollo. Aunque esto sea evidente para cada uno por lo
que respecta al proceso fisiológico, las etapas de la asimilación
mental, en su mayor parte, han sido completamente ignoradas.
(A excepción del concepto freudiliano de introyección que, por
lo menos, ofrece una explicación parcial). Solo es a través de la
asimilación como los elementos heterogéneos pueden unificar-
se en una nueva totalidad. Es por lo que pensamos que, ha-
biendo asimilado todo lo que las ciencias psicológicas de nues-
tra época pueden ofrecer de válido, estamos ahora en condi-
ciones de poner las bases de una psicoterapia coherente y
práctica.
¿Por qué, en este caso, como lo sugiere el título, damos pre-
ferencia al término “Gestalt", si tenemos igualmente en cuenta
el psicoanálisis freudiano y para freudiano, la teoría reichiana
de la coraza, la semántica y la filosofía? A esto contestamos que
nuestro eclecticismo no es gratuito. No hemos tragado en blo-
que las disciplinas mencionadas más arriba para hacer una
síntesis artificial. Las hemos examinado con una mente crítica y
las hemos organizado en una nueva totalidad, en una teoría
comprensible. En este proceso, hemos encontrado que era ne-
cesario desplazar el objeto de la psiquiatría: en lugar de hacer
un fetiche de lo desconocido, de adorar al “inconsciente’', era
preferible dedicarse a los problemas y a los fenómenos de la
consciencia inmediata1 (awareness). ¿Cuáles son los factores
que actúan a nivel de la consciencia?, ¿Cómo las facultades que
no pueden funcionar eficazmente salvo en los estados de cons-
ciencia pueden perder esta propiedad?
La consciencia está caracterizada por el contacto, la sensa-
ción. La excitación y la formación de la Gestalt. Su funciona-
miento adecuado pertenece a la psicología normal; cualquier
perturbación se pone bajo el signo de la psicopatología.
El contacto en sí mismo es posible sin consciencia. Se plan-
tea entonces la pregunta crucial: ¿con qué se está en contacto?
El individuo que mira una pintura moderna puede creer que
está en contacto con el cuadro, mientras que, en realidad, está
en contacto con el crítico de arte de su periódico favorito.
La sensación determina la naturaleza de la consciencia, ya
esté lejos (por ejemplo, acústica), cerca (por ejemplo, táctil), o
dentro de la piel (propioceptiva). Incluimos en este último
término la sensación de los sueños y de los pensamientos.
La excitación2 parece, desde un punto de vista lingüístico, un
buen término. Abarca la excitación fisiológica así como las
emociones indiferenciadas. Incluye la noción freudiana de
catexis, el elan vital de Bergson, las manifestaciones psicológi-
cas del metabolismo, desde el mongolismo a la enfermedad de
Basedow, y nos da una base para una teoría sencilla de la an-
siedad.
La formación de una Gestalt acompaña siempre a la cons-
ciencia inmediata. No vemos tres puntos aislados, sino que ha-
cemos un triángulo. La formación de Gestalten completas y
comprensibles es la condición de la salud mental y del creci-
miento. Solo una Gestalt acabada puede organizarse como una
unidad que funciona automáticamente (reflejo) en el organis-
mo entero. Cualquier Gestalt incompleta representa una “situa-
ción inacabada", que reclama la atención e interfiere con la
formación de una Gestalt nueva, vital. En lugar de crecimiento
y de desarrollo, encontramos entonces estancamiento y regre-
sión.
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Configuración, estructura, tema, relación estructural (Korzybs-


ki) o totalidad significativa y organizada, son los términos que
se acercan más a la palabra alemana Gestalt, para la que no
existe ningún equivalente en inglés o en español. Vamos a po-
ner un ejemplo lingüístico: “casa” y “saca” contienen los mis-
mos elementos, pero el significado depende del orden de las
letras dentro de su Gestalt. Otro ejemplo: Bridge puede signifi-
car un juego de cartas o un aparato de prótesis dental. Esta vez,
el sentido depende del contexto en el que la palabra bridge" se
utiliza. El color lila parece azulado sobre un fondo rojo, o rojo
sobre un fondo azul. El contexto en el que un elemento aparece
se llama, en Psicología de la Gestalt, el “fondo”, sobre el que se
destaca la ‘figura".
En la neurosis, y más todavía en la psicosis, la elasticidad de
la formación figura/fondo está perturbada. Se encuentra a me-
nudo o bien ante una rigidez (fijación) o bien ante una falta de
formación de la figura (represión). Las dos interfieren en el
acabado normal de una Gestalt correcta.
En la persona sana, la relación entre la figura y el fondo es
un proceso de flujo y reflujo permanente pero significativo. La
interacción de la figura y del segundo plano es la base de la
teoría presentada en este libro; la atención, la pertinencia, el
interés, la consideración, la excitación y la gracia son represen-
tativos de una formación figura/fondo sana, mientras que la
confusión, el aburrimiento, la compulsión, la fijación, la ansie-
dad, la amnesia, la paralización y el azora miento indican per-
turbaciones en la formación de la relación figura/fondo.
Figura/fondo, situación inacabada y Gestalt son los términos
que hemos tomado de la Psicología de la Gestalt. El vocabulario
psicoanalítico, como Superyó, represión, introyección, proyec-
ción, etc., se utiliza de una manera tan corriente en todos los
libros contemporáneos de psiquiatría que no nos preocupamos
de ellos aquí. Los discutiremos en detalle más adelante. Hemos
utilizado la terminología de la semántica y de la filosofía al mí-
nimo. Las teorías de la cibernética, de la dianética y del orgón
van a tener más o menos sitio en este libro Entendemos que
son, todo lo más, verdades a medias ya que se ocupan del orga-
nismo aislado y no en situación de contacto creativo con el en-
torno. La visión unitaria de la cibernética se encuentra en el
principio de todo-o-nada (mencionado en primer lugar por
Alfred Adler como actitud neurótica general), en las respuestas
binarias sí/no del tubo electrónico (estudiado en este libro en
la discusión sobre la función-Yo de identificación/alienación) y
en la eficacia máxima de los sistemas en equilibrio. Pero en la
medida en que los robots de Wiener crecen ni se multiplican
por sí mismos, preferimos explicar sus máquinas mediante la
función humana y no al revés.
La teoría del orgón de Reich amplía, hasta el absurdo, la par-
te más dudosa del trabajo de Freud, la teoría de la libido. Pero
le reconocemos a Reich el haber dado a la noción freudiana
más abstracta de represión un aspecto más material. La idea
reichiana de coraza muscular es sin ninguna duda, la contribu-
ción más importante a la medicina psicosomática desde Freud.
Diferimos de él (y de Anna Freud) en un punto: consideramos
la función defensiva de la coraza como un engaño ideológico.
Una vez que se ha condenado una necesidad del organismo, el
Self transforma su actividad creativa en agresión contra la pul-
sión rechazada, para someterla o controlarla. El individuo se
compromete en una lucha interminable con sus instintos (nu-
merosas depresiones nerviosas lo atestiguan) si el organismo
no tiene la capacidad de formar automáticamente cordons sani-
taires.' El Yo está tan defendido como el Ministerio de Defensa
de Hitler en 1939.
Sin embargo, en la medida en la que Reich pone el acento en
la reorganización de las fuerzas “represivas” más que en la re-
cuperación de las fuerzas “reprimidas”, nosotros le seguimos
por completo, pensando que el redescubrimiento del Self re-
quiere algo más que la disolución de la coraza muscular. Cuan-
do tratamos de que un paciente se haga consciente de los “me-
dios por los cuales” reprime, nos encontramos ante una in-
coherencia sorprendente. Descubrimos que el paciente es
consciente y se siente orgulloso de su autocontrol, orgulloso de
desplegar tanta energía en luchar contra sí mismo, pero desta-
camos también —y es el dilema terapéutico— que es, la mayor
parte de las veces, incapaz de abandonar este autocontrol.
El terapeuta freudiano le dice a su paciente que se relaje y
que no se censure. Pero esto es precisamente algo que no sabe
hacer. Ha “olvidado” cómo poner en marcha su inhibición. In-
hibirse se ha convertido en una rutina, en un comportamiento
estereotipado, del mismo modo que olvidamos cómo se dele-
trean las palabras cuando leemos. En este punto, parece que
solo estamos un poquito más adelantados que Reich. Al princi-
pio, éramos conscientes de lo que estaba reprimido; ahora,
somos no conscientes de una forma grande de cómo nos re-
primimos. Parece indispensable que el terapeuta activo tenga,
a veces, que interpretar, o tenga, a veces, que zarandear al pa-
ciente.
Es aquí, entonces, cuando acude en nuestra ayuda el punto
de vista gestáltico. En un libro anterior (Perls: Ego, Hunger and
Aggression), uno de nosotros había adelantado la teoría si-
guiente. En la lucha por la supervivencia, la necesidad más re-
levante se vuelve figura y organiza el comportamiento del indi-
viduo hasta que esta necesidad se satisface, después vuelve al
segundo plano (equilibrio temporal) y cede el sitio a la necesi-
dad más importante en el nuevo ahora. En el organismo sano,
este cambio de dominancia es la mejor oportunidad de super-
vivencia. En nuestra sociedad, estas necesidades dominantes,
por ejemplo la moral, etc., se vuelven a menudo crónicas e in-
terfieren sutilmente con la autorregulación del organismo hu-
mano.
Nos encontramos de nuevo ante un principio unitario con el
que podemos trabajar. La supervivencia del neurótico (incluso
aunque pueda parecer estúpido desde fuera) exige que se pon-
ga tenso, que se censure, que gane al analista, etc. Es su necesi-
dad dominante, pero como ha olvidado cómo lo hace, se ha
convertido en una rutina. Sus intenciones de no censurar son
tan eficaces como los propósitos de Año Nuevo de un alcohóli-
co. La rutina debe convertirse de nuevo en una necesidad ple-
namente consciente, nueva y excitante, para recuperar la capa-
cidad de gestionar las situaciones inacabadas. En lugar de sacar
los recursos del inconsciente, trabajamos con lo que está en la
superficie. Lo molesto es que el paciente (y demasiado a me-
nudo también el terapeuta) toma esta superficie como una ma-
nera de pasar de sí mismo. La manera cómo el paciente habla,
respira, se mueve, se censura, se desprecia, busca las causas,
etc., es para él obvia, su constitución, su naturaleza. Pero, en
realidad, es la expresión de sus necesidades dominantes, por
ejemplo, ganar, ser el mejor, impresionar. Es precisamente en
lo obvio donde encontramos su personalidad inacabada. Y solo
agarrando lo obvio, disolviendo lo petrificado, diferenciando
entre el bla-bla-bla y las preocupaciones reales, entre lo obso-
leto y lo creativo, es cómo puede el paciente recuperar la viva-
cidad y la elasticidad de la relación figura/fondo. En este pro-
ceso, que es el proceso del crecimiento y la maduración, el pa-
ciente experimenta y desarrolla su Self y nosotros vamos a tra-
tar de demostrar cómo llega a este Self con los medios de que
dispone: su capacidad de darse cuenta en las condiciones expe-
rimentales.
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El mayor valor del enfoque gestáltico reside quizás en la idea


de que la totalidad determina las partes, que contrasta con la
hipótesis anterior según la cual la totalidad no es más que la
suma total de sus elementos. La situación terapéutica, por
ejemplo, es algo más que un acontecimiento estadístico forma-
do por un médico y un paciente. Es un encuentro de un médico
y un paciente. Si el médico es rígido e insensible a las exigen-
cias específicas de las fluctuaciones constantes de la situación
terapéutica, no va a ser un buen terapeuta. Podría ser un ti-
rano, un hombre de negocios o un dogmático, pero no sería
realmente un terapeuta si se niega a ser una parte de estos
procesos en curso de la situación psiquiátrica. Del mismo mo-
do, el comportamiento del paciente es dictado por muchas va-
riables de la entrevista. Únicamente los individuos 100% rígi-
dos o locos (que olvidan por completo el contexto en el que
operan) se van a comportar en el despacho de la consulta como
lo hacen fuera de ella.
Ni una comprensión completa de las funciones del organis-
mo, ni un mejor conocimiento del entorno (sociedad, etc.)
aportan la situación total. Únicamente la interacción del orga-
nismo y del entorno (la teoría de las relaciones interindividua-
les de Harry Stack Sullivan lo tiene parcialmente en cuenta)
constituye la situación psicológica, y no el organismo y el en-
torno tomados por separado. El organismo aislado y sus abs-
tracciones —mente, alma y cuerpo— y el entorno aislado cons-
tituyen los sujetos de numerosas ciencias como la fisiología, la
geografía, etc., pero no son el objeto de la psicología.
Al descuidar esta limitación, hasta el momento, se ha impe-
dido la creación de una teoría adecuada de la psicología tanto
de la normal como de la patológica. Ya que no existe ninguna
duda de que las asociaciones y los reflejos existen, la mayor
parte de las teorías anteriores e incluso, en gran medida, la de
Korzybski ha concluido que la mente consiste en una masa de
asociaciones, o que el comportamiento y el pensamiento con-
sisten en reflejos. Las asociaciones, los reflejos y otros automa-
tismos explican tan poco la actividad creativa del organismo
como el automatismo de los soldados disciplinados no aporta
la estrategia y la organización de la guerra.
La sensación y el movimiento son, los dos, actividades en
curso, y no respuestas mecánicas del organismo, que se produ-
cen cada vez que o en cada momento en que encuentra situa-
ciones nuevas. El sistema sensorial de orientación y el sistema
motor de manipulación funcionan en interdependencia, pero
como reflejos lo hacen únicamente en los estratos más bajos en
donde están totalmente automatizados v no exigen ninguna
consciencia. La manipulación es nuestro término (bastante
desafortunado) para definir cualquier actividad muscular. La
inteligencia es la orientación correcta, la eficacia es la manipu-
lación adecuada. Para recuperarlas, el neurótico desensibiliza-
do e inmovilizado debe recuperar una consciencia inmediata
plena, es decir, la sensibilidad, la toma de contacto, la excita-
ción y la formación de la Gestalt
Para conseguir esto, es necesario cambiar nuestra visión de
la situación terapéutica reconociendo que cualquier enfoque
no dogmático está basado en el método ensayo-error de la na-
turaleza. De esta manera, la clínica se conviene en una sanación
experimental. En lugar de hacer peticiones implícitas o explíci-
tas al paciente (haz un esfuerzo, o deberías relajarte, o no te
censures o también, eres un desastre, tienes resistencias, o es-
tás completamente muerto), nos es necesario comprender que
estas peticiones no hacen más que acrecentar las dificultades
del paciente, hacerle aún más neurótico, incluso más desespe-
rado. Nosotros sugerimos experiencias graduales que —y esto
es de la mayor importancia— no sean tareas que haya que
completar como tales. Preguntamos explícitamente; ¿qué pasa
si tratas de hacer este o esto otras muchas veces? Con este mé-
todo, llevamos a la superficie las dificultades del paciente. No
es la tarea, sino lo que impide completar la tarea lo que se con-
vierte en el centro de nuestro trabajo. En términos freudianos,
son las resistencias lo que hacemos aparecer para trabajarlas.
Este libro va a tener múltiples funciones. Para los que traba-
jan en el terreno de la educación, de la medicina y de la psico-
terapia, les ofrecemos una buena ocasión de abandonar una
actitud sectaria, esto es, que su punto de vista no sea el único
posible. Esperamos poder mostrarles que pueden considerar
otros enfoques, sin explotar en trozos por ello. Al profano, le
proponemos una vía sistematizada para su desarrollo y su in-
tegración personal. Para sacar el máximo beneficio, sin embar-
go, el lector deberá abordar las dos partes del libro al mismo
tiempo, quizás de la manera siguiente: haciendo los experi-
mentos de la manera más concienzuda posible. Una simple lec-
tura no llevaría muy lejos. Incluso podría dejar la sensación de
enfrentarse a una tarea gigantesca y sin esperanza, mientras
que si se hacen los experimentos, se va a sentir pronto que se
empieza a cambiar. Mientras se trabaja la parte práctica, hay
que leer la segunda parte del libro, de una vez, sin preocuparse
de comprenderlo todo. A menudo, quizás, encontrarás esta
lectura excitante y estimulante, pero en la medida en que la
visión completa difiera mucho de la manera de pensar habitual,
no vas a poder asimilarlo todo de golpe, a menos que estés fa-
miliarizado con los escritos de Korzybski. De L. L. Whyte, de
Kurt Goldstein y de otros gestálticos. Después de esta primera
lectura, estarás en disposición de decidir si has sacado los be-
neficios suficientes de este primer acercamiento, y entonces
podrás empezar a masticar sistemáticamente la parte teórica.
Finalmente, si estás haciendo una terapia o formación en psi-
coanálisis, y esto supone para ti una duda, vas a descubrir que
este trabajo no interfiere en ningún caso en tu terapia, sino
que, por el contrario, la va a estimular y va a ayudarte a evitar
el estancamiento.
1 El término awareness, muy familiar para los gestálticos de habla española,
lo hemos traducido "conciencia inmediata" o simplemente por "conciencia",
para evitar los anglicismos y dotar así a la Terapia Gestalt española de un
término propio. Así mismo, cuando los autores se refieren a consciousness.
Cuyo significado en español seria "conciencia reflexiva", lo hemos traducido,
también por consciencia “pero poniendo siempre, entre paréntesis o con
una nota a pie de página, que se refiere a esta operación reflexiva de la men-
te y no a la "conciencia inmediata e implícita del campo. (INdT),
2 Los autores utilizan el término Inglés "excitement", como algo diferente de

"excitation' (que utilizan en la linea siguiente). "Excitement' corresponde,


según los diccionarios, a la idea de sobrexcitación, de emoción viva, de agi-
tación, mientras que "excitation" tiene la connotación de "irritación“. De
necho, PHG ponen “Excitement" en el ámbito de la psicología y "Excitation"
en el ámbito fisiológico. (INdT).
3 En francés en el original. Su significado es "tampones higiénicos"
4 Traducción al español. Yo, hambre y agresión, Ed. FCE, México, 1975.
Volumen dos
Novedad, excitación y crecimiento

Páginas: 3,4

Primera parte
Cap. 1 y 2
5-36
Segunda parte
37-38
Cap. 3 al 9
39-183

Tercera parte
184-185-186
Cap. 10 al 15
187-305
Primera parte
Introducción
1
La estructura del crecimiento

1. La frontera-contacto
2. Interacción entre organismo y entorno
3. ¿Cuál es el sujeto-objeto de la psicología?
4. Contado y novedad
5. Definición de psicología y psicología de lo anormal
6. El contacto como figura y el campo organismo/entorno
como fondo
7. La terapia como análisis de la gestalt
8. La destrucción como parte integrante de la formación
de la figura-fondo
9. La excitación es la evidencia de la realidad
10. El contacto es el descubrimiento y la construcción de la
solución futura
11. El Self y sus identificaciones
1
La estructura del crecimiento

1 La frontera-contacto

La experiencia se da en la frontera entre el organismo y su en-


torno, principalmente en la superficie de la piel y en los otros
órganos de respuesta sensorial y motora. La experiencia es la
función de esta frontera y, psicológicamente, lo que es real son
las configuraciones “globales” de este funcionamiento cuando
se consigue algún sentido o cuando se completa alguna acción.
Las diferentes estructuras unificadas de experiencia no supo-
nen la “totalidad”, sino que son estructuras definidas y unifica-
das; y, psicológicamente, todo lo demás, incluso las mismas
nociones de organismo o de entorno, son abstracciones o una
posible construcción o un suceso potencial que se dan en esta
experiencia como un indicio de alguna otra experiencia. Ha-
blamos del organismo en contacto con el entorno, pero el con-
tacto es la realidad más simple e inmediata. Se puede experi-
mentar esto rápidamente y de una manera evidente si, en lugar
de limitamos a mirar solo los objetos que tenemos delante, po-
demos hacernos también conscientes del hecho de que solo
son objetos en nuestro campo visual oval, y de cómo este cam-
po visual oval es, por así decirlo, algo pegado a nuestros ojos;
entonces, esto es el acto de ver de nuestros ojos. Se puede no-
tar entonces cómo en este campo oval los objetos empiezan a
tener relaciones estéticas, espaciales y de cambios de color, y
así es posible experimentar esto también con los sonidos “ex-
ternos”: es la frontera-contacto la que los enraíza en su reali-
dad, y en esta frontera es donde se experimentan como estruc-
turas unificadas. O también, desde un punto de vista motor,
podéis daros cuenta de que al lanzar una pelota hacia un obje-
to, la distancia que recorre entre vosotros y el objeto se acorta,
y vuestro impulso motor, por decirlo así, se lanza hacia la su-
perficie del objeto para encontrarse con ella. Ahora bien, el
objetivo de todos los experimentos prácticos y discusiones teó-
ricas de este libro es analizar la función del proceso de contac-
to1 y acrecentar la consciencia inmediata2 de la realidad.
Cuando usamos la palabra “contacto” —o “toma de contacto
con” los objetos— nos estamos refiriendo a la vez a una cons-
ciencia sensorial así como a un comportamiento motor. Proba-
blemente en los organismos primitivos la consciencia inmedia-
ta y la respuesta motora son el mismo acto; y en los organis-
mos más evolucionados, en donde el contacto es bueno, se po-
ne de manifiesto siempre la cooperación entre el sentido y el
movimiento (y también el sentimiento).

2 Interacción entre organismo y entorno

En cualquier investigación biológica, psicológica o sociológica,


debemos empezar partiendo de la interacción entre el orga-
nismo y su entorno. No tiene sentido hablar, por ejemplo, de un
animal que respira sin tener en cuenta el aire y el oxígeno co-
mo parte de su definición, o hablar de comer sin mencionar la
comida, o de ver sin la luz, o del movimiento sin la gravedad y
el soporte del suelo, o de una conversación sin interlocutores.
No existe ninguna función animal que se complete a sí misma
sin objetos y entorno, ya se piense en funciones vegetativas,
como la alimentación o la sexualidad, o en funciones percepti-
vas, o en funciones motoras, o en sentimientos, o en razona-
mientos. El significado de la rabia implica un obstáculo que
frustra; el significado de un razonamiento supone un problema
por resolver. Vamos a llamar a esta interacción del organismo
y del entorno, en cualquier función, el “campo organis-
mo/entorno"; y vamos a recordar que cuando teoricemos so-
bre impulsos, emociones, etc., siempre nos vamos a estar refi-
riendo a un campo de interacción y no a un animal aislado.
Cuando el organismo se mueve en un campo grande y tiene
una estructura interna complicada, como un animal, parece
razonable hablar solamente de él en sí mismo (como, por
ejemplo, su piel y lo que ella contiene), pero esto no es más que
una ilusión ya que el movimiento en el espacio y los detalles
internos llaman más la atención que la relativa estabilidad y la
simplicidad del fondo.
La relación entre organismo/entorno humano es, por su-
puesto, no solo física sino también social. Así, en cualquier es-
tudio sobre el hombre, como la fisiología humana, la psicología
o la psicoterapia, debemos hablar de un campo donde, por lo
menos, interactúan factores sociales, culturales, animales y
físicos. En este libro nuestro enfoque es “unitario”, en el senti-
do de que intentamos considerar, de un modo detallado, cada
problema como teniendo lugar en un campo social-animal-
físico. Desde este punto de vista, por ejemplo, no se pueden
considerar los factores históricos y culturales como elementos
que complican o modifican las condiciones de una situación
biofísica que sería más simple, sino que son intrínsecos en la
manera en que cualquier problema se nos presenta.

3 ¿Cuál es el sujeto-objeto de la psicología?

Si se reflexiona, puede parecer sobre todo que los dos aparta-


dos anteriores enuncian lo obvio y, desde luego, no son nada
extraordinario. Afirman (1º) que la experiencia, en última ins-
tancia, es el contacto, el funcionamiento de frontera entre el
organismo y su entorno, y (2º) que toda función humana es
una interacción en un campo organismo/entorno, sociocultu-
ral, animal y físico. Pero vamos a considerar ahora estas dos
preposiciones conjuntamente.
Entre las ciencias biológicas y sociales, de entre todas las
que se refieren a las diferentes interacciones en el campo or-
ganismo/entorno, la psicología estudia la operación de la fron-
tera-contacto en el campo organismo/entorno. Este es un suje-
to-objeto especifico, y es fácil comprender por qué los psicólo-
gos siempre han encontrado dificultades para delimitar su su-
jeto.3 Cuando se dice “frontera” se piensa en una “frontera en-
tre"; pero la frontera-contacto, donde tiene lugar la experien-
cia, no separa al organismo de su entorno; más bien limita al
organismo, lo contiene y lo protege, y al mismo tiempo toca el
entorno. En otras palabras, aunque puedan parecer raras, la
frontera-contacto (por ejemplo, la piel sensible) no es tanto
una parte del “organismo”, sobre todo es el órgano de una rela-
ción concreta entre el organismo y el entorno. Fundamental-
mente, como pronto vamos a tratar de demostrar, esta relación
es el crecimiento4 A lo que se es sensible no es a la condición
del órgano (que podría ser el dolor) sino a la interacción del
campo. El contacto es la consciencia inmediata del campo o la
respuesta motora en el campo. Por esta razón, el contacto en
acción, el funcionamiento de la mera frontera del organismo,
nunca puede pretender decir la realidad, todo lo más nos dice
el impulso o la pasividad del organismo. Entendamos bien que
el proceso de contacto, la consciencia inmediata y la respuesta
motora son tomados aquí en el sentido más amplio, incluyendo
el deseo y el rechazo, el acercarse o el evitar, la sensación, el
sentimiento, la manipulación, el cálculo, la comunicación, la
lucha por, etc., todo tipo de relación viva que tiene lugar en la
frontera, en la interacción del organismo con el entorno. Todos
estos contactos en acción son el sujeto-objeto de la psicología.
(Lo que se llama “consciencia”5 —“consciousness'’— parece ser
un tipo especial de consciencia inmediata —awareness—, una
función de contacto cuando se producen dificultades y retrasos
en el ajuste).

4 Contado y novedad

Si se considera un animal vagando libremente en un entorno


espacioso y variado observamos que sus funciones de contacto
deben ser numerosas y diversificadas, ya que un organismo
vive fundamentalmente en su entorno manteniendo su dife-
rencia y, lo que es más importante, asimilando el entorno para
nutrir su diferencia; y es en la frontera donde se rechazan los
peligros, se superan los obstáculos y el animal elige y se adue-
ña de lo asimilable. Pero lo elegido y asimilado siempre es algo
nuevo; el organismo sobrevive asimilando lo nuevo, cambian-
do y creciendo. Por ejemplo, el alimento, como Aristóteles de-
cía, es aquello “desigual" que puede llegar a ser “igual” y en el
proceso de asimilación, el organismo es transformado a su vez
Fundamentalmente, el contacto es consciencia inmediata y
comportamiento hacia la novedad asimilable y también el re-
chazo de la novedad no asimilable. Lo que sobreabunda es
siempre igual o indiferente, no es un objeto de contacto. (Así,
en la salud, los órganos en sí mismos no son contactados, pues
son de naturaleza conservadora).

5 Definición de psicología y psicología de lo anormal

Debemos, pues, concluir que todo contacto es creativo y diná-


mico. No puede ser rutinario, estereotipado o meramente con-
servador. Ya que debe hacer frente a la novedad, porque sola-
mente la novedad es nutritiva. (Pero, igual que los órganos de
los sentidos, la fisiología interna del organismo en situación de
no contacto también es de naturaleza conservadora). Por otro
lado, el contacto no puede aceptar pasivamente o ajustarse
meramente a la novedad, ya que la novedad debe ser asimilada.
Todo contacto es el ajuste creativo entre el organismo y el en-
torno: la respuesta consciente en el campo (a la vez como
orientación y como manipulación) es el agente del crecimiento
en el campo. El crecimiento es la función de la frontera-
contacto en el campo organismo/entorno; se debe al ajuste
creativo, al cambio y al crecimiento el que las unidades orgáni-
cas complejas continúen viviendo en la unidad más amplia del
campo.
Podríamos entonces definir: la psicología es el estudio de los
ajustes creativos. Su objeto es la transición siempre renovada
entre la novedad y la rutina cuyo resultado es la asimilación y
el crecimiento.
Paralelamente, la psicología de lo no normal es el estudio de
la interrupción, de la inhibición u otros accidentes a lo largo del
ajuste creativo. Vamos a considerar, por ejemplo, la ansiedad,
factor preponderante en la neurosis, como el resultado de la
interrupción de la excitación del crecimiento creativo (y la sen-
sación de opresión que la acompaña); y vamos a analizar los
diversos “caracteres” neuróticos como estructuras estereoti-
padas que limitan la flexibilidad del proceso de dirigirse crea-
tivamente hacia la novedad. Más aun, puesto que lo real se nos
da progresivamente en el contacto, en el ajuste creativo del
organismo y del entorno, cuando este proceso está inhibido
por el neurótico, su mundo está “desconectado” y por eso se
vuelve poco a poco alucinado, proyectado, distorsionado o,
también, irreal.
La creatividad y el ajuste son polos, se necesitan el uno al
otro. La espontaneidad es la capacidad de captar, de entusias-
marse y de crecer con lo que es interesante y nutritivo en el
entorno. (Desafortunadamente, el “ajuste” que pretende gran
parte de la psicoterapia, esto es la adaptación “al principio de
la realidad”, consiste en tragarse un estereotipo)

6 El contacto como figura y el campo organismo/entorno


como fondo

Volvamos a la idea inicial de que las totalidades de la experien-


cia son estructuras definidas y unificadas. El contacto, la activi-
dad que tiene como resultado la asimilación y el crecimiento,
consiste en la formación de una figura de interés que se desta-
ca contra un fondo o contexto del campo organismo/entorno.
La figura (Gestalt) en la consciencia inmediata (awareness) es
una percepción, una imagen o una intuición clara y vivida; en el
comportamiento motor es el movimiento energético y gracio-
so, que tiene un ritmo, una continuidad. etc. En los dos casos, la
necesidad y la energía del organismo, así como las posibilida-
des del entorno, son incorporadas y unificadas en la figura.
El proceso de formación figura/fondo es un proceso dinámi-
co en el que las necesidades y los recursos del campo prestan
progresiva mente sus poderes al interés, a la intensidad y a la
fuerza de la figura dominante. Por ello, no tiene sentido inten-
tar tratar un comportamiento psicológico fuera de su contexto
sociocultural, biológico y físico. Al mismo tiempo, la figura es
específicamente psicológica: tiene propiedades específicas ob-
servables de intensidad, claridad, unidad, fascinación, gracia,
vigor, flexibilidad, etc., según que se considere principalmente
el contexto como perceptivo, afectivo o motor. El hecho de que
la Gestalt tenga propiedades psicológicas específicas observa-
bles es de una importancia capital en psicoterapia, ya que nos
da un criterio autónomo de profundidad y de realidad de la
experiencia. No es necesario tener teorías sobre el “comporta-
miento normal" o el “ajuste a la realidad" salvo para explorar.
Cuando la figura es sosa, confusa, desprovista de gracia, caren-
te de energía (una gestalt “débil”), podemos asegurar que hay
una falta de contacto, que algo del entorno no se ha tenido en
cuenta, que alguna necesidad orgánica vital no se ha expresa-
do. La persona no está “totalmente allí”, es decir, la totalidad de
su campo no puede ceder sus necesidades y sus recursos para
completar la figura.

7 La terapia como análisis de la gestalt

La terapia consiste, entonces, en analizar la estructura interna


de la experiencia real sea cual sea el grado de contacto que
tenga: no tanto lo que se está experimentando, recordando,
haciendo, diciendo, etc., sino cómo es recordado lo que se ha
recordado, o cómo se ha dicho lo que se ha dicho, con qué ex-
presión facial, qué tono de voz, qué sintaxis, qué postura, qué
afecto, qué omisiones, qué atención o falta de atención a la otra
persona, etc. Al trabajar sobre la unidad y la falta de unidad de
esta estructura de la experiencia, aquí y ahora, es posible re-
construir las relaciones dinámicas de la figura y del fondo has-
ta que el contacto se acreciente, la consciencia inmediata se
esclarezca y el comportamiento se energetice. Lo más impor-
tante de todo: conseguir una gestalt fuerte es en sí mismo cura-
tivo ya que la figura de contacto no es simplemente una señal
de, sino que, por sí misma, es la integración creativa de expe-
riencia.
Desde el comienzo del psicoanálisis, como sabemos, una
propiedad específica de la Gestalt, el “¡ajá!” del reconocimiento,
ha tenido un lugar preponderante. Pero siempre ha parecido
un misterio que la “mera” consciencia inmediata (awareness),
por ejemplo el hecho de recordar, pudiera curar la neurosis.
Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que la consciencia inme-
diata no es una reflexión sobre el problema, sino que es, en sí
misma, una integración creativa del problema. Se puede ver
también por qué la “consciencia inmediata”, en general, no es
de mucha ayuda, ya que no se trata, en absoluto, de una Gestalt
consciente, de un contenido estructurado, sino de un mero con-
tenido, verbalizaciones o recuerdos, que como tal no extrae la
energía de la necesidad orgánica presente ni se suscita el apo-
yo del entorno en ese momento.

8 La destrucción como parte integrante de la formación de


la figura-fondo

El proceso del ajuste creativo a un nuevo material o a nuevas


circunstancias incluye siempre una fase de agresión y de des-
trucción ya que es mediante el acercamiento, la apropiación de
y la alteración de las estructuras antiguas como lo desigual se
convierte en igual. Cuando una nueva configuración se forma,
tanto el viejo hábito del organismo que contacta, como el esta-
do previo de lo que se ha acercado y contactado, son destrui-
dos en beneficio del nuevo contacto. Esta destrucción del statu
quo puede causar miedo, interrupción y angustia en propor-
ción al grado de rigidez neurótica del individuo, pero el pro
ceso se acompaña de la seguridad del nuevo descubrimiento
que se está creando a través de la experimentación. Aquí, como
en cualquier situación, la única solución a un problema hu-
mano es un descubrimiento experimental. La ansiedad se “to-
lera” no por hacer gala de una fortaleza espartana —aunque el
valor sea una hermosa e indispensable virtud—, sino porque la
energía perturbadora fluye hacia la nueva figura.
Sin una agresión y destrucción renovadas, cualquier satis-
facción conseguida se convierte pronto en un asunto del pasa-
do y deja de sentirse como tal. Lo que corrientemente se llama
“seguridad” consiste en agarrarse a lo que ya no se siente, re-
chazando el riesgo a lo desconocido que implica sumergirse en
la satisfacción, e instalarse en la desensibilización y en la inhi-
bición motora. Es el miedo a la agresión, a la destrucción y a la
pérdida, lo que desemboca, naturalmente, en una agresión y
una destrucción no conscientes dirigidas tanto hacia dentro
como hacia fuera. Se podría dar un significado mejor de “segu-
ridad diciendo que es la confianza en un apoyo sólido, confian-
za que provendría de la experiencia anterior que ha sido asimi-
lada y del crecimiento que se ha conseguido, sin situaciones
inacabadas; pero en tal caso, toda la atención tiende a pasar del
fondo de lo que uno es hacia la figura de lo que uno está empe-
zando a ser. El estado de seguridad no tiene interés, pasa inad-
vertido; y la persona segura nunca es consciente de ello, sino
que siente siempre que puede arriesgarlo y le va a salir bien.

9 La excitación es la evidencia de la realidad

El contacto, la formación figura/fondo, es una excitación cre-


ciente, llena de sentimiento y de implicación; y al revés, lo que
no me implica, presente en uno mismo, no es psicológicamente
real. Las diferentes clases de sentimientos —p. ej., el placer o
las otras emociones— indican un retoque de la implicación
orgánica en la situación real, esta implicación forma parte de la
situación real. No existe una realidad indiferente, neutra. La
convicción científica moderna, extendida por todas partes, se-
gún la cual la mayor parte, o incluso toda la realidad, es neutra,
es señal de la inhibición del placer espontáneo, del deseo lúdi-
co, de la rabia, de la indignación y del miedo (inhibición causa-
da por el mismo condicionamiento social y sexual que crea la
personalidad académica).
Las emociones son unificaciones o tendencias a la unifica-
ción de algunas tensiones fisiológicas con las situaciones am-
bientales favorables o desfavorables, y en tanto que tales, dan
el conocimiento último indispensable (aunque no adecuado)
de los objetos apropiados a las necesidades, igual que un sen-
timiento estético nos da el conocimiento último (adecuado) de
nuestra sensibilidad y de sus objetos. En general, la implicación
y la excitación de la formación figura/fondo representan la
evidencia inmediata del campo organismo/entorno. Tan solo
con reflexionar un poco comprobamos que esto debe de ser así,
ya que cómo si no tendrían motivaciones los animales y se
comportarían de acuerdo a sus necesidades e incluso tendrían
éxito, pues el éxito llega dando en la diana de la realidad.

10 El contacto es el descubrimiento y la construcción de la


solución futura

Se siente interés ante un problema presente y la excitación


aumenta hacia la solución futura aunque sea todavía descono-
cida. La asimilación de la novedad se da en el momento presen-
te cuando va pasando hacia el futuro. El resultado de esta asi-
milación nunca es un mero arreglo de las situaciones inacaba-
das del organismo, sino una configuración que contiene el ma-
terial nuevo sacado del entorno y, por lo tanto, diferente de lo
que podría recordarse (o conjeturar), de la misma manera que
el trabajo de un artista es siempre, para él, impredecible cuan-
do maneja el medio de expresión material.
Así, en psicoterapia, nosotros buscarnos la presión de las si-
tuaciones inacabadas en el momento presente y, mediante la
experimentación en el presente de las actitudes nuevas y del
nuevo material sacado de la experiencia de la realidad cotidia-
na, buscamos una integración mejor. El paciente no busca sus
recuerdos antiguos, lo que supondría barajar indefinidamente
las mismas cartas, sino que “se descubre y se construye" a sí
mismo. (Freud comprendió perfectamente la importancia de
las condiciones nuevas en la situación presente, cuando habla
de la inevitable transferencia de la fijación infantil en la perso-
na del analista: pero el sentido terapéutico de la transferencia
no reside en el hecho de que se trate de la misma vieja historia
de siempre, sino en que, concretamente, se elabora ahora de
manera diferente, como una aventura presente: el analista es
otra clase de padre y, desgraciadamente, lo que está muy claro
es que determinadas tensiones y bloqueos no pueden ser libe-
rados a menos que haya un cambio real del entorno que ofrez-
ca nuevas posibilidades. Si se modificaran las instituciones y
las costumbres, podría verse cómo muchos síntomas recalci-
trantes se desvanecerían muy rápidamente).

11 El Self y sus identificaciones

Vamos a llamar el “Self' al sistema de contactos en cualquier


momento. En tanto que tal, él Self varía con flexibilidad, ya que
cambia con las necesidades orgánicas dominantes y la presión
de los estímulos del entorno; es el sistema de respuestas; dis-
minuye durante el sueño, cuando hay menos necesidad de res-
ponder. El Self es la frontera-contacto en actividad; su actividad
consiste en formar figuras y fondos.
Debemos contrastar esta concepción del Self con la “cons-
ciencia” (consciousness) ociosa del psicoanálisis ortodoxo, cuya
función consiste meramente en observar e informar de sus
observaciones al analista, cooperar sin interferir. Las escuelas
para freudianas revisionistas, los reichianos o la Escuela de
Washington, por ejemplo, tienden a reducir el Self, en todas sus
dimensiones, a un sistema limitado al organismo o a la socie-
dad interpersonal: en el sentido estricto del término no se tra-
ta, en absoluto, de psicología, sino de biología, sociología, etc.
Pero el Self es precisamente integrador; es la unidad sintética,
como dijo Kant. Es el artífice de la vida. Sólo es un pequeño
factor en la interacción total organismo/entorno, pero es él
quien juega el papel crucial de descubrir y construir los signifi-
cados mediante los cuales crecemos.
La descripción de salud y enfermedad psicológicas es senci-
lla. Es cuestión de las identificaciones y las alienaciones del
Self. Si una persona se identifica con su Self en formación y no
trata de inhibir su propia excitación creativa que le empuja
hacia la solución futura, y, recíprocamente, si aliena lo que, or-
gánicamente, no le es propio y por lo tanto no puede ser vital-
mente interesante sino que parece ser más bien un factor per-
turbador de la figura/fondo, entonces está psicológicamente
sana ya que no va a dudar en ejercer sus mejores poderes y va
a hacer lo mejor que pueda para resolver las dificultades que
se le presenten. Pero si, por el contrario, se aliena a sí misma y,
a causa de falsas identificaciones, trata de conquistar su propia
espontaneidad, entonces va a hacer de su vida algo monótona,
confusa y dolorosa. Llamamos Yo (Ego) al sistema de identifi-
caciones y alienaciones.
Desde este punto de vista, nuestro método terapéutico va a
ser el siguiente: ejercitar el Yo, es decir, las diferentes identifi-
caciones y alienaciones mediante experimentos de la conscien-
cia inmediata deliberada de nuestras diferentes funciones has-
ta hacer revivir espontáneamente la sensación de que “soy yo
quien está pensando, percibiendo, sintiendo y haciendo esto”.
Al llegar a este estado, el paciente puede hacerse cargo de sí
mismo.
Notas
1Los autores hacen mucho hincapié en la diferencia entre las palabras con-
tacting y contad. Contacting lleva implícita una clara referencia a movimien-
to, a algo no' estático, a proceso, por lo que, a lo largo del texto lo hemos
traducido por “contactar", "proceso de contacto" o “contacto en acción",
mientras que contad hace referencia a algo acabado y lo vamos a traducir
como “contacto“, o " toma de contacto'. (NdT).
2 Ver nota 1 de la Introducción General. (NdT).
3 Los psicólogos modernos (especialmente los siglo XIX). Imitando a Aristó-

teles, parten de la mera física de los objetos de la percepción y después se


orientan a la biología de los órganos, etc. pero a diferencia de Aristóteles, se
plantean que en el “acto” y en la sensación el objeto y el órgano son idénti-
cos.
4 La palabra inglesa growth es intraducible al español, pues al trasladarla se

pierde la connotación del proceso de eclosión, florecimiento y desarrollo


que se da en las plantas al brotar del suelo apoyadas por el entorno que las
rodea, la tierra, y el clima, etc. en definitiva por el entorno del que habla la
Terapia Gestalt. Durante todo el texto, vamos a traducirla por “crecimiento”
con la petición al lector de que la comprenda con ese matiz de proceso en
relación con el entorno (NdT).
5 Esta es la conciencia reflexiva, de la que hablamos en la nota 1 de la induc-

ción general (NdT).


6 La palabra inglesa "Self” podrá traducirse al español por "sí mismo" y así

lo hemos hecho cuando no hace referencia directa al concepto gestáltico de


'sistema de contactos en cualquier momento"; cuando se refiere el concepto
gestáltico del "Self" lo hemos mantenido sin traducir. (NdTl.
2
Diferencias en la perspectiva general
y diferencias en la terapia

1. Terapia gestalt y las tendencias del psicoanálisis


2. La terapia Gestalt y la psicología Gestalt
3. Psicología del consciente y del inconsciente
4. Reintegración de las psicologías del consciente y del in-
consciente
5. El plan de este libro
6. El método contextual de argumentación
7. El método contextual aplicado a las teorías de psicote-
rapia
8. El ajuste creativo: la estructura de la creación artística
y el juego de los niños
9. El ajuste creativo en general
10. El ajuste creativo: la autorregulación organísmica
11. El ajuste creativo: la función del Self
12. Algunas diferencias en la actitud terapéutica general
2
Diferencias en la perspectiva general
y diferencias en la terapia

1 Terapia Gestalt y las tendencias del psicoanálisis

La psicoterapia propuesta enfatiza lo siguiente: concentrarse


en la estructura de la situación real; preservar la integridad de
lo real, encontrando la relación intrínseca de los factores socio-
culturales, animales y físicos; experimentar y promover el po-
der creativo del paciente para volver a integrar sus partes di-
sociadas.
Y puede ser útil para el lector resaltar, ahora, que cada ele-
mento, aquí, tradicionalmente forma parte de la historia del
psicoanálisis; en líneas generales, la síntesis de estos elemen-
tos es la tendencia actual. Cuando Freud trabajó con la transfe-
rencia de los sentimientos reprimidos del paciente hacia el
analista, estaba trabajando a través de la situación real; de una
manera más profunda y más sistemática, los que hablan de lo
“interpersonal” practican el análisis mediante la estructura de
la entrevista real. La mayoría de los analistas practican, sin
embargo, el “análisis del carácter”, desarrollado sistemática-
mente en primer lugar por Reich, y que consiste en gran parte
en hacer desaparecer los bloqueos analizando la estructura del
comportamiento observado. Con respecto a la estructura del
pensamiento y a la imagen, Freud nos lo enseñó definitivamen-
te en la Interpretación de los Sueños, ya que cada una de sus
interpretaciones simbólicas se concentra en la estructura del
contenido. Los buenos médicos prestan más atención a la uni-
dad psicosomática y a la unidad de la sociedad y del individuo.
Además, por caminos diferentes, desde el “paso al acto de la
escena” y el “método activo” de Ferenczi, hasta la reciente “ve-
getoterapia” y el “psicodrama”, se han utilizado métodos expe-
rimentales no solamente para aliviar las tensiones a través de
la catarsis, sino también para reformar. Y finalmente, Jung,
Rank, los profesionales de la educación progresiva, los terapeu-
tas mediante el juego y otros se han apoyado mucho en la ex-
presión creativa como medio para la reintegración, y Rank, en
especial, mantiene que el acto creativo constituye la salud psi-
cológica en sí mismo.
Lo que nosotros queremos añadir es, simplemente, esto: es
necesario insistir en la reintegración de la psicología normal y
anormal, y además, volver a evaluar lo que se entiende por un
funcionamiento psicológico normal. Para expresarlo de una
forma más dramática: desde el principio, Freud ha señalado los
elementos neuróticos en la vida cotidiana, y tanto él como
otros han ido descubriendo las bases irracionales de muchas
instituciones; ahora, nosotros rizamos el rizo y nos atrevemos
a afirmar que la experiencia de la psicoterapia y la reintegra-
ción de las estructuras neuróticas dan, a menudo, mejor infor-
mación sobre la realidad que la neurosis de la normalidad.
Hablando a grandes rasgos, como hemos dicho antes, la ten-
dencia de la psicoterapia consiste en concentrarse en la estruc-
tura de la situación real. Por otro lado, la psicoterapia (y la his-
toria de la psicoterapia) marca una diferencia en nuestra visión
de la situación real. Y cuanto más se centre la terapia en con-
centrarse en el aquí y ahora de la realidad, más insatisfactorias
van a parecer las ideas preconcebidas habituales, ya sean cien-
tíficas, políticas o personales sobre lo que es la “realidad”, ya
sea perceptiva, social o moral. Solo hay que considerar, senci-
llamente, cómo un médico, cuyo objetivo es “ajustar a un pa-
ciente a la realidad” puede descubrir, a medida que el trata-
miento avanza (como es el caso desde hace medio siglo), que la
realidad empieza a parecerle muy diferente de sus propias
ideas preconcebidas o de las que ha aceptado, y debe, por lo
tanto, revisar entonces sus objetivos y sus métodos.
Pero ¿en qué sentido debería revisarlos? ¿Debería proponer
una nueva norma para la naturaleza humana e intentar ajustar
a sus pacientes a ella? Esto, en la práctica, es lo que algunos
terapeutas han hecho.
En este libro vamos a intentar algo mucho más modesto: nos
proponemos considerar que el desarrollo de la experiencia real
proporciona un criterio autónomo; esto es, tomar la estructura
dinámica de la experiencia no como una clave de algún incons-
ciente desconocido o de un síntoma, sino como lo único que es
importante en sí mismo. Esto es, practicar la psicología sin
ideas preconcebidas de lo que es normal o anormal; desde este
punto de vista, la psicoterapia es un método no de corrección
sino de crecimiento.
2 La terapia Gestalt y la psicología Gestalt

Vamos a considerar, por otra parte, nuestra relación con la


psicología de lo normal. Nosotros trabajamos a partir de las
principales intuiciones de la psicología de la Gestalt: la relación
de la figura y del fondo; la importancia de interpretar la cohe-
rencia o la división de una figura en términos de contexto total
de la situación real; el todo estructurado, definido, que no es
demasiado exhaustivo aunque tampoco es un simple átomo; la
fuerza organizativa y activa de las totalidades significativas y la
tendencia natural a la simplicidad de la forma; la propensión
de las situaciones inacabadas a completarse a sí mismas. ¿Qué
podemos añadir a esto?
Consideremos, por ejemplo, el enfoque unitario para tomar
con seriedad la irreductible unidad del campo sociocultural,
animal y físico, en cualquier experiencia concreta. Esta es, evi-
dentemente, la tesis principal de la psicología de la Gestalt:
estos fenómenos que aparecen como totalidades unitarias de-
berían ser respetados en su totalidad y no pueden ser rotas
analíticamente en partes salvo al precio de destruir lo que uno
está intentando estudiar. Si se aplica esta tesis sobre todo a las
situaciones de percepción y aprendizaje en el laboratorio, co-
mo han hecho los psicólogos de la normalidad, se descubren
muchas verdades preciosas: se puede demostrar lo inadecuado
de la psicología asociacionista, de la del reflejo y otras de este
estilo. Pero uno se protege de un rechazo demasiado rápido de
las hipótesis científicas habituales, ya que la situación de labo-
ratorio supone en sí misma una limitación al pensamiento y al
descubrimiento. Es esta situación la que constituye el contexto
total y determina el significado de lo que surge, y lo que surge
de este límite es la cualidad especialmente formal y estática de
lo esencial de la teoría de la Gestalt. Se ha dicho poco sobre la
relación dinámica de la figura y del fondo, o sobre la secuencia
de los impulsos que hace que una figura se transforme rápida-
mente en fondo para que surja la figura siguiente, hasta que se
produzca el apogeo del contacto y de la satisfacción, y la situa-
ción vital esté verdaderamente concluida.
Pero ¿cómo se podría decir mucho más sobre esto? Pues una
situación controlada en el laboratorio no es, de hecho, una si-
tuación vital y urgente. Al único que concierne vitalmente es al
experimentador, y su comportamiento no es el tema del estu-
dio. Los gestálticos, con un loable celo por la objetividad y, a
veces, con cómicas declaraciones de pureza, han eludido siem-
pre cualquier trato con lo apasionante y lo interesante; se han
dedicado a la solución de problemas humanos que no eran
exactamente vitales. A menudo parecen querer decir, de hecho,
que todo es relevante en el campo de la totalidad, excepto los
factores humanamente interesantes, ya que son ¡’’subjetivos” y
no pertinentes! Aunque, por otro lado, solo lo que es interesan-
te crea una estructura fuerte. (Por lo que se refiere a los expe-
rimentos con animales, sin embargo, tales factores de urgencia
y de interés carecen de pertinencia, sobre todo porque los mo-
nos y los pollos no son sujetos de laboratorio especialmente
dóciles).
El resultado final ha sido, obviamente, que la psicología de la
Gestalt se ha vuelto por sí misma nada interesante y se ha ais-
lado de la evolución de la psicología, del psicoanálisis y de sus
ramificaciones, ya que éstos no han podido evitar las deman-
das apremiantes de la terapia, de la pedagogía, de la política, de
la criminología, etc.

3 Psicología del consciente y del inconsciente

Sin embargo, el hecho de que los psicoanalistas hayan ignorado


la psicología de la Gestalt ha sido muy desafortunado, ya que la
psicología de la Gestalt proporciona una teoría adecuada de la
consciencia inmediata, y desde el comienzo, el psicoanálisis ha
estado trabado mediante teorías inadecuadas sobre la cons-
ciencia, a pesar de que el objetivo principal de la psicoterapia
ha sido siempre acrecentar la consciencia. Las diferentes es-
cuelas de psicoterapia se han centrado en diferentes métodos
para acrecentar la consciencia por medio de la palabra, los
ejercicios musculares de imitación, el análisis del carácter, las
situaciones sociales experimentales o por la vía regia de los
sueños.
Casi desde el principio, Freud descubrió poderosas verdades
sobre el “inconsciente” y estas proliferaron luego en intuicio-
nes brillantes sobre la unidad psicosomática, el carácter de los
hombres y las relaciones interpersonales en la sociedad. Pero,
de alguna manera, estas intuiciones no se agruparon en una
teoría satisfactoria del Self, y esto es debido, creemos, a una
mala comprensión de lo que se llama la vida “consciente”
(conscious). En psicoanálisis, y en la mayoría de sus escuelas
(con excepción de Rank), se considera siempre a la consciencia
(consciousness) como el receptor pasivo de las impresiones o el
asociador de estas impresiones al aglutinarlas o el racionaliza-
dor o, también, el verbalizador. Es lo que es fluctuante, refleja,
habla, y no hace nada.
En este libro, en tanto que psicoterapeutas que se inspiran
en la psicología de la Gestalt, estudiamos la teoría y el método
de la consciencia inmediata creativa, la formación de la figu-
ra/fondo, como el centro coherente de los fuertes pero frag-
mentados insights del “inconsciente” y la noción inadecuada de
“consciente”.

4 Reintegración de las psicologías del consciente y del in-


consciente

Sin embargo, cuando proponemos la tesis unitaria, la creativi-


dad de las totalidades estructuradas y estas otras cosas, no en
las situaciones poco interesantes de los laboratorios, sino en
las situaciones urgentes de la psicoterapia, de la pedagogía y de
las relaciones personales y sociales, nos encontramos repenti-
namente empujados, y Elevados muy lejos, a rechazar numero-
sas hipótesis y divisiones y categorías comúnmente admitidas,
como fundamentalmente inadmisibles, ya que son “fragmenta-
ciones y aniquilaciones del objeto que se trata de estudiar”. En
lugar de ser verdades que determinan la naturaleza del caso, a
nosotros nos parece que expresan precisamente la división
neurótica del paciente y de la sociedad. Y que llaman la aten-
ción sobre las hipótesis básicas que son neuróticas y despier-
tan la ansiedad (en los autores y en los lectores, al mismo
tiempo).
En la división neurótica, una de las partes se mantiene fuera
de cualquier consciencia inmediata o bien es fríamente recono-
cida pero despojada de cualquier interés o, también, las dos
partes son, cuidadosamente, aisladas una de otra y convertidas
en aparentemente incompatibles entre sí, para evitar el conflic-
to y mantener el statu quo. Pero si, en una situación urgente, ya
sea en la consulta del médico ya en la sociedad, uno concentra
su consciencia en la parte no consciente o sobre las conexiones
“inadecuadas”, entonces se desarrolla la ansiedad; ansiedad
que es el resultado de la inhibición de la unificación creativa. El
método de tratamiento consiste en llegar a un contacto, cada
vez más estrecho, con la crisis tal como se presenta, hasta po-
der identificarla, corriendo el riesgo de saltar a lo desconocido,
a la integración creativa de la división que pueda aparecer.

5 El plan de este libro

Este libro trata de estudiar y de interpretar una serie de dicto-


mías neuróticas muy básicas de la teoría, para llegar a una teo-
ría del Self de su acción creativa. Vamos a partir de los proble-
mas de la percepción y de la realidad primarias, vamos a conti-
nuar con las consideraciones sobre el desarrollo humano para
llegar a los problemas de la sociedad, de la moral y de la perso-
nalidad. Vamos a llamar la atención, sucesivamente, sobre las
dicotomías neuróticas siguientes; algunas son universalmente
dominantes, otras, entre las cuales algunas (evidentemente)
forman parte de las presuposiciones de la psicoterapia en sí
misma, se han disuelto en la historia de la psicoterapia, pero
todavía están subyacentes de una manera diferente.

6 El método contextual de argumentación

Las siguientes son, por orden, las principales dicotomías neu-


róticas que vamos a tratar de deshacer. Con respecto a estas y
otras “falsas” distinciones vamos a emplear un método de ar-
gumentación que a primera vista puede parecer abusivo, pero
esto es inevitable y representa, en sí mismo, un ejercicio del
enfoque gestáltico. Lo vamos a llamar el “método contextual”, y
llamamos inmediatamente la atención del lector sobre él para
que pueda reconocerlo cuando lo utilicemos.
Los errores teóricos fundamentales están, invariablemente,
ligados a las perturbaciones del carácter, que son resultado de
un fallo neurótico de percepción, de sentimiento o de acción.
(Es algo obvio, ya que en cualquier tema básico, la evidencia
está, por decirlo así, “en cualquier parte” y no se puede dejar de
notar a menos que no se quiera o no se pueda). Un error teóri-
co fundamental es dar un sentido definitivo basado en la expe-
riencia del observador; este estaría haciendo con toda su bue-
na intención un juicio erróneo, y sería inútil refutarle “científi-
camente” su planteamiento aduciendo evidencias contrarias,
ya que no experimenta esta evidencia en su justa medida: no ve
lo que tú ves, se le escapa, le parece que no es pertinente o que
no tiene interés, etc. Entonces, el único método de argumenta-
ción útil es volver a encuadrar el contexto total del problema,
incluyendo aquí las condiciones de su experiencia, el medio
social y las “defensas" personales del observador. Es decir, so-
meter su opinión y su manera de sustentarla a un análisis de la
gestalt. No se refuta un error básico —de hecho, como decía
Santo Tomás, es preferible un error grande a una verdad débil;
solamente puede ser modificado cambiando las condiciones de
la experiencia en bruto.
Nuestro método consiste, por lo tanto, en lo siguiente: mos-
trar que, en las condiciones en las que el observador tiene la
experiencia, este debe mantener su opinión y, después, me-
diante el empleo de la consciencia inmediata en estas condi-
ciones restrictivas, facilitamos que surja (en él y en nosotros
mismos) un juicio mejor. Somos conscientes de que éste es un
desarrollo de una argumentación ad hominem, mucho más
ofensiva, ya que no solamente consideramos a nuestro oponen-
te necio y por lo tanto equivocado, sino que además ¡le ayuda-
mos caritativamente a rectificar su forma de actuar! Estamos
convencidos, sin embargo, de que, mediante este método des-
leal de argumentación, hacemos, más a menudo, justicia a un
oponente, cosa que no es habitual en las polémicas científicas,
ya que desde el principio nos damos cuenta de que un error
grande es ya un acto creativo y que debe realmente permitir
resolver un problema importante en quien lo sostiene.

Cuerpo y mente: esta división existe todavía hoy en día, aun-


que, entre los mejores médicos, se da por supuesta la unidad
psicosomática. Vamos a mostrar que surge de un hábito delibe-
rado y finalmente no consciente frente a una situación de ur-
gencia crónica, especialmente frente a una amenaza en el fun-
cionamiento orgánico. Esta división paralizante, inevitable y
casi endémica, ha despojado a nuestra cultura de cualquier
alegría y de cualquier gracia (capítulo 3).
Self y mundo exterior: esta disociación es un artículo de fe
del mundo científico uniformemente extendida en la ciencia
moderna occidental. Va a la par con la dicotomía anterior, in-
sistiendo además, quizás, en las amenazas de naturaleza políti-
ca e interpersonal. Desgraciadamente, aquellos que, en la his-
toria reciente de la filosofía, han demostrado lo absurdo de
esta división se han visto infectados a menudo por el virus de
alguna clase de mentalismo o materialismo (capítulos 3 y 4).
Emocional (subjetivo) y real (objetivo): esta división es
también un artículo de fe del mundo científico, completamente
ligada a la dicotomía anterior. Es el resultado de evitar el con-
tacto y la implicación, y del aislamiento deliberado de las fun-
ciones sensoriales y motoras entre sí. (La historia reciente de
las estadísticas en sociología constituye una forma de estudio
que eleva estas evitaciones al rango de una de las Bellas Artes).
Vamos a tratar de demostrar que lo real es intrínsecamente
una implicación o un “compromiso” (capítulo 4).
Infantil y maduro: esta división es la enfermedad profesio-
nal de la psicoterapia misma; proviene de la personalidad de
los terapeutas y del rol social de la “cura”: por un lado se en-
cuentra el intento desesperado de acceder a un pasado lejano,
por el otro, el intento de ajustar a una norma de realidad adul-
ta, lo que no es el mejor ajuste que se puede hacer. Se despre-
cian las características de la infancia, cuya ausencia desvitaliza
al adulto; y otros rasgos, calificados de infantiles, solo son in-
troyecciones que constituyen las neurosis del adulto (capítulo
5).
Biológico y cultural: esta dicotomía, que es el sujeto-objeto
esencial que la antropología trata de eliminar, está precisa-
mente enraizada, desde hace una década, en la propia antropo-
logía; de tal manera que (sin mencionar, por otra parte, los ra-
cismos idiotas) la naturaleza humana se convierte en algo
completamente relativo, se reduce a la nada, como si fuera in-
definidamente maleable. Vamos a tratar de mostrar que esto
ocurre por una fascinación neurótica por los símbolos y los
objetos, su política y su cultura, como si existieran por sí mis-
mos (capítulo 6).
Poesía y prosa: esta división, que no puede separarse de las
anteriores, es el resultado de una verbalización neurótica (y de
otras experiencias sustitutivas); la náusea de la verbalización
es una reacción contra esto. Esto lleva a algunos semánticos e
inventores de las lenguas científicas o fundamentales a despre-
ciar el discurso humano, como si tuviéramos otros medios sufi-
cientes de comunicación. No los tenemos y nos vemos enfren-
tados a un fracaso en la comunicación. Términos universales,
de nuevo, son tomados como abstracciones mecánicas más que
como la expresión de intuiciones y, paralelamente, la poesía (y
el arte plástico) se convierten cada vez más en algo aislado y
oscuro (capítulo 7).
Espontaneo y deliberado: se cree, de modo más general,
que la inspiración y la espontaneidad pertenecen a individuos
especiales que están sumergidos en estados emocionales espe-
cíficos o a personas que están bajo la influencia del alcohol o
del hachís, mientras que son cualidades inherentes a cualquier
experiencia. Del mismo modo, el comportamiento premeditado
busca objetivos con vistas a unos beneficios que no solo son
apropiados en su propio capricho sino que también tienen que
ser beneficiosos en algún otro terreno (así, el placer en sí mis-
mo es vivido como un medio para mantener la salud y la efica-
cia). “Ser natural” significa actuar imprudentemente, como si el
deseo no tuviera ningún sentido y “actuar sensatamente” signi-
ficara contenerse y aburrirse.
Personal y social: esta separación, comúnmente practicada,
no deja de arruinar la vida comunitaria. Es a la vez el efecto y la
causa de la clase de tecnología y de economía que tenemos, que
distingue “trabajo” y “hobby”, pero no trabajo o vocación; es a
la vez causa y efecto de las burocracias frías y de los “frentes”
políticos indirectos. Es necesario dar un voto de confianza a los
terapeutas de las relaciones interpersonales que tratan de au-
nar esta división, y, sin embargo, esta misma escuela, que con-
trola con gran cuidado los factores animales y sexuales en el
campo, llega en general, también, a satisfacciones comunitarias
formales y simbólicas más que reales (capítulos 8 y 9).
Amor y agresión: esta división ha sido siempre el resultado
de la frustración de los instintos y de la autoconquista que des-
vían la hostilidad de vuelta contra el Self y valoran la reacción
suave, sin pasión, cuando en realidad solo la descarga de la
agresividad y la voluntad de destruir las situaciones pasadas
pueden restaurar el contacto erótico. Pero desde hace algunas
décadas, el problema se ha complicado porque se ha empezado
a apreciar más el amor sexual al mismo tiempo que se han des-
preciado especialmente las diferentes pulsiones agresivas, al
considerarlas antisociales. Quizás se puede medir la calidad de
la satisfacción sexual por el hecho de que las guerras en las que
nos metemos son cada vez más destructivas y cada vez menos
relacionadas con la rabia (capítulos 8 y 9).
Inconsciente y consciente: si se toma al pie de la letra esta
conocida división, perfeccionada por el psicoanálisis, cualquier
psicoterapia se volvería imposible por principio, ya que un pa-
ciente no puede aprender acerca de sí mismo lo que no conoce
de él (él es consciente —o se le puede hacer consciente— solo
de las distorsiones que existen en la estructura de su experien-
cia real). Esta división teórica va unida a una subestima de la
realidad de los sueños, de la alucinación, del juego y del arte, y
con una sobreestima de la realidad del discurso, del pensa-
miento y de la introspección deliberados, y en general va tam-
bién unida a la división freudiana absoluta entre el “proceso
primario” del pensamiento (muy temprano) y el “proceso se-
cundario”. Así mismo, el “Ello” y el “Yo” no son considerados
como estructuras alternativas del Self que difieren en intensi-
dad —una en el extremo de la relajación y de la libre asocia-
ción, y la otra en el extremo de la organización deliberada con
el propósito de establecer las identificaciones—. Sin embargo,
es esta imagen la que se da en cada momento de la psicoterapia
(capítulos 10-14).

7 El método contextual aplicado a las teorías de psicotera-


pia

Pero si decimos, y tenemos la intención de demostrarlo, que la


psicoterapia hace diferentes las presuposiciones habituales,
debemos decir también qué entendemos nosotros por psicote-
rapia, ya que es solamente ahora cuando se está convirtiendo
en algo. De este modo, en los capítulos siguientes, al mismo
tiempo que vamos a seguir con nuestra crítica de muchas ideas
generales, vamos a tener que hacer referencia constantemente
a numerosos detalles específicos de la práctica terapéutica, ya
que los conocimientos adquiridos en cada etapa nueva de esta
perspectiva general producen una diferencia en los objetivos y
en los métodos de la práctica.
Nuestra teoría, nuestra forma de hacer y nuestros descu-
brimientos están en una completa relación. Esto es completa-
mente cierto en todos los terrenos de la investigación, pero se
pasa por alto muchas veces en las polémicas entre las diferen-
tes escuelas de psicoterapia, de tal manera que ¡se producen
acusaciones de ir de mala fe e incluso de estar loco! La actitud y
el carácter de un terapeuta (incluyendo su propia formación)
determinan su orientación teórica, y su enfoque clínico surge a
la vez de su actitud y de su teoría; pero, asimismo, la confirma-
ción que uno consigue de su teoría depende del método em-
pleado, ya que el método (y las expectativas del terapeuta)
crea, en parte, los descubrimientos según el modo en el que el
terapeuta ha sido orientado a hacerlo durante su formación.
Además deberíamos revisar de nuevo esta relación con el con-
texto social del tipo de pacientes seleccionados que cada escue-
la atrae, según el material que potencian, los diferentes crite-
rios de curación y la actitud particular con respecto a la eva-
luación social del comportamiento “aceptable” y del bienestar
alcanzable. Todo esto forma parte de la naturaleza del proble-
ma y es más beneficioso aceptarlo que quejarse de ello o con-
denarlo.
En este libro, aceptamos sencillamente como enfoques po-
derosos un buen número de teorías y de técnicas distintas: son
válidas en la totalidad del campo y, aunque puedan parecer
incompatibles a sus distintos partidarios, deben ser, sin em-
bargo, compatibles si se deja que surja entre ellas la síntesis
mediante la aceptación y el conflicto libre; si no consideramos
que sus eminentes portavoces son estúpidos o tienen mala fe, y
ya que trabajamos en el mismo mundo, debe haber, en alguna
parte, una unidad creativa. Es cierto que, a medida que el tra-
tamiento progresa, es frecuentemente necesario cambiar el
énfasis del enfoque, ir del carácter a las tensiones musculares,
de los hábitos del lenguaje a las relaciones emocionales, a los
sueños, y al revés. Creemos que es posible evitar caer en un
círculo vicioso si, al aceptar concretamente que todo esto nos
da una variedad de contextos, nos concentramos en la estruc-
tura de la figura/fondo, y le proporcionamos al Self múltiples
oportunidades de integrarse progresivamente.

8 El ajuste creativo: la estructura de la creación artística y


el juego de los niños

Con frecuencia vamos a hacer referencia, para ilustrar esta in-


tegración progresiva, a los artistas creativos y a su producción
de obras de arte, así como a los niños y sus juegos.
Hasta hoy, la literatura psicoanalítica es sorprendentemente
inconsistente por lo que se refiere a los artistas y a los niños.
Por una parte, califica invariablemente a estos grupos de “es-
pontáneos” y reconoce que la espontaneidad es una señal
esencial de salud; en una sesión terapéutica de éxito, la toma
de consciencia curativa está caracterizada por su espontanei-
dad. Por otra parte, los artistas están considerados como ex-
cepcionalmente neuróticos, y los niños como... infantiles. Ade-
más, la psicología del arte siempre ha tenido una relación difícil
con el resto de la teoría psicoanalítica: parece a la vez extra-
ñamente pertinente y, sin embargo, misteriosa. ¿Por qué el
sueño del artista es diferente a cualquier otro sueño? ¿Y por
qué el cálculo consciente del artista va a tener más valor que
cualquier otro cálculo consciente?
La solución del misterio es bastante simple. La parte esen-
cial de la psicología del arte no se encuentra ni en el sueño ni
en la consciencia crítica; se sitúa (donde los psicoanalistas no
la buscan) en la sensación concentrada y en la manipulación
lúdica del material de expresión. Con la sensación vivida y el
juego en los medios de expresión como actos principales, el
artista acepta entonces su sueño y utiliza su intencionalidad
crítica, y concibe espontáneamente una forma objetiva. El ar-
tista es completamente consciente (awareness) de lo que está
haciendo; cuando ha terminado la obra, puede explicar las eta-
pas con detalle. No es no consciente de su tarea, pero tampoco
la está calculando de forma especialmente deliberada. Su cons-
ciencia inmediata está en una especie de modo medio, ni activo
ni pasivo, que acepta las condiciones, se concentra en la tarea y
progresa hacia la solución. Y ocurre lo mismo en los niños: son
sus vividas sensaciones asociadas a su juego libre y aparente-
mente sin sentido lo que permite al flujo de la energía circular
espontáneamente hasta llegar a las invenciones que nos suelen
encantar.
En los dos casos, es la integración sensorio-motora, la acep-
tación del impulso, y el contacto atento con el nuevo material
del entorno los que convergen en un resultado satisfactorio.
Pero solo se trata, después de todo, de casos bastante especia-
les. Tanto las obras de arte como los juegos de los niños solo
gastan una ínfima parte de la riqueza social y no tienen conse-
cuencias dañinas. ¿Esta misma voz media de aceptación y de
crecimiento puede ser operativa en la vida adulta, en ámbitos
más “serios”? Creemos que sí.

9 El ajuste creativo en general

Pensamos que dejando que las facultades jueguen libremente,


concentrándose en un problema presente, no se llega al caos ni
a una fantasía loca sino a una gestalt capaz de resolver el pro-
blema real. Pensamos que esto puede mostrarse una y otra vez
con ejemplos llamativos (y que mediante un análisis cuidadoso
no puede demostrarse nada). Sin embargo, esta sencilla posibi-
lidad es la que el hombre moderno y la mayor parte de las psi-
coterapias contemporáneas se niegan a reconocer. En cambio,
se prefiere hacer un gesto de desaprobación y afirmar tímida-
mente la necesidad de parecer que se ha sido intencionado y
acorde con el “principio de realidad”. El resultado de esta habi-
tual intencionalidad es que estamos cada vez más fuera de con-
tacto con nuestras situaciones presentes, ya que el presente es
siempre novedoso y la intencionalidad tímida no está prepara-
da para la novedad: esto deja de lado muchas otras cosas, tales
como el pasado. Entonces, si estamos desconectados de la
realidad, nuestras explosiones de espontaneidad probablemen-
te abortarán y no darán en el blanco (aunque esto no sea nece-
sariamente peor que errar el objetivo por prudencia); y esto
desacredita entonces la posibilidad de la espontaneidad creati-
va con el pretexto de que no sería “realista”.
Pero cuando se está en contacto con la necesidad y con las
circunstancias, es inmediatamente evidente que la realidad no
es inflexible ni inmutable, sino que, al contrario, está dispuesta
a ser rehecha; y cuanto más se ejerzan, espontáneamente, to-
dos sus poderes de orientación y manipulación, sin contención,
más viable es esta recreación. Pensad en todo lo que ha sido
especialmente bueno para vosotros, en el trabajo o en la diver-
sión, en el amor o en la amistad, y ved si no ha sido ese el caso.

10 El ajuste creativo: la autorregulación organísmica

Se ha dado recientemente un cambio saludable en la teoría del


funcionamiento del cuerpo considerado en su aspecto orgáni-
co.
Muchos son los terapeutas que hablan ahora de “autorregu-
lación organísmica”. Esto quiere decir que no es necesario pro-
gramar intencionadamente, animar o inhibir las señales del
apetito, de la sexualidad, etc., en interés de la salud o de la mo-
ral. Si se deja que esas cosas vayan por sí solas, se regularán
espontáneamente, y si se trastornan, tenderán a enderezarse
ellas solas. Pero se oponen a la sugerencia de una autorregula-
ción más completa, esto es, de todas las funciones del alma,
incluyendo su cultura y aprendizajes, su agresividad y trabajar
en lo que es atractivo, así como el empleo libre de la alucina-
ción. Se afronta con ansiedad y se rechaza, como una especie
de nihilismo, la posibilidad de que, si se deja que estas cosas
vayan por sí mismas, en contacto con la realidad, incluso sus
trastornos habituales van a tender a autorregularse por sí
mismos y a convertirse en algo válido. (Pero volvemos a decir
que esta idea nos parece especialmente conservadora, porque
no es otra cosa que el viejo consejo del Tao: “Apártate del ca-
mino”).
En cambio, cualquier terapeuta sabe (¿cómo?) lo que es la
“realidad” a la que el paciente debe conformarse o lo que es la
“salud” o la “naturaleza humana” que el paciente debería con-
seguir. ¿Cómo lo sabe? Es muy probable que se entienda por
“principio de la realidad” las normas sociales existentes que,
introyectadas, reaparecen como leyes inmutables del hombre y
de la sociedad. Decimos las normas sociales, porque es necesa-
rio darse cuenta de que, por lo que respecta a los fenómenos
físicos, no se siente para nada la necesidad de conformarse; al
contrario, los físicos establecen libremente hipótesis, experi-
mentan, tienen éxito o fracasan sin el más mínimo sentimiento
de culpa o miedo a la “naturaleza”. Y así, inventan máquinas
ingeniosas capaces de “controlar la tormenta” o de desencade-
narla estúpidamente.

11 El ajuste creativo: la función del Self

Hablamos del ajuste creativo como la función esencial del 'Self


(o mejor, el Self es el sistema de ajustes creativos). Pero si se
anulan alguna vez las funciones creativas de autorregulación,
de aceptación de la novedad, de destrucción y de reintegración
de la experiencia, no queda gran cosa para establecer una teo-
ría del Self. La prueba de esto es que, en la literatura psicoanalí-
tica, el capítulo más débil es claramente el de la teoría del Self o
del yo. Afirmando, en lugar de invalidar, el poderoso trabajo
del ajuste creativo, vamos a dar en este libro una nueva teoría
del Self y del Yo, a la que el lector llegará en su momento. Por el
momento, vamos a continuar señalando las diferencias que hay
en la práctica terapéutica según se considere el Self como una
“conciencia” inoperante forrada con un Yo inconsciente, o co-
mo un proceso de contacto creativo.

12 Algunas diferencias en la actitud terapéutica general

a) El paciente solicita ayuda porque él no puede ayudarse a sí


mismo. Ahora bien, si la consciencia inmediata de sí mismo
del paciente es inoperante, si se reduce a una mera con-
ciencia de lo que pasa, sin que sienta, debido a eso, ninguna
diferencia en su bienestar (aunque el hecho de que haya
venido por su propia voluntad haya ya introducido una di-
ferencia), entonces el papel del paciente consiste en dejar-
se hacer: se le pide únicamente que no interfiera. Pero, por
lo contrario, si la consciencia inmediata de sí mismo es una
fuerza integradora, el paciente es entonces, desde el prin-
cipio, un elemento activo en el trabajo, un estudiante de
psicoterapia. Y del sentimiento más cómodo de estar en-
fermo el acento se desplaza al sentimiento de aprender, ya
que sin ninguna duda la psicoterapia es una disciplina que
forma parte de las “Humanidades”, un desarrollo de la dia-
léctica socrática. La finalidad del tratamiento no es resol-
ver la mayoría de sus complejos o liberar ciertos reflejos,
sino llegar a un punto tal en la técnica de la consciencia
inmediata de sí mismo que el paciente pueda continuar sin
ayuda; porque aquí, como en todos los ámbitos médicos,
natura sanat non medicus, la curación solo puede venir de
uno mismo (en el entorno).
b) El Self solamente se descubre y se realiza en el entorno. Si
el paciente es un elemento activo en la sesión y está dis-
puesto a experimentar durante las sesiones, traspasará es-
ta actitud nueva a la calle y progresará mucho más rápi-
damente, ya que el material del entorno es mucho más in-
teresante y presionante. Esto no es más peligroso, sino in-
cluso menos peligroso, que dejarse ir pasivamente ante los
estados de ánimo que van a surgir desde abajo.
c) Si la consciencia inmediata de uno mismo no tiene ningún
poder, si solo es un mero reflejo de un Yo inconsciente, en-
tonces el intento mismo del paciente por cooperar es un
obstáculo; así, en el análisis del carácter, tal como se prac-
tica habitualmente, se “atacan” las resistencias, se disuel-
ven las “defensas”, etc. Pero si, por el contrario, la cons-
ciencia inmediata es creativa, estas mismas resistencias y
defensas (que en realidad son contraataques y agresiones
contra el Self) son consideradas como expresiones activas
de vitalidad, incluso aunque puedan ser neuróticas en el
conjunto global.1 En lugar de tratar de eliminarlas se acep-
ta su aspecto positivo, son tenidas en cuenta, y en conse-
cuencia se las aborda de persona a persona: el terapeuta,
según la consciencia inmediata que tiene de sí mismo al
negarse a que le aburran, a dejarse intimidar o engatusar,
etc., contesta a la rabia explicando el malentendido, o dis-
culpándose, o incluso poniéndose rabioso él mismo, de
acuerdo con la verdad de la situación; responde a la obs-
trucción con impaciencia teniendo como fondo de estas si-
tuaciones una paciencia más básica. De esta manera, lo no
consciente puede surgir en primer plano y así se puede ex-
perimentar su estructura. Esto es diferente del método que
consiste en “atacar” la agresión cuando el paciente no la
siente, y a continuación, cuando empieza tímidamente a
ser una realidad sentida, se la pone a distancia explicándo-
la como una “transferencia negativa”. ¿Es que el paciente
jamás va a tener una oportunidad de ejercer su rabia y tes-
tarudez abiertamente? Si, por el contrario, se atreve, des-
pués de la terapia, a ejercer sus agresiones en circunstan-
cias reales y a encontrar una respuesta normal sin que se
le caiga el mundo encima, va a ver lo que está haciendo y
va a recordar quiénes son sus enemigos verdaderos, y la
integración podrá continuar. Tampoco le pedimos al pa-
ciente que no se censure, sino que se concentre en la ma-
nera cómo se censura, se retira, se encierra en el silencio
qué músculos, imágenes o bloqueos emplea para esto. De
este modo se construye un puente para que empiece a sen-
tir que se reprime activamente y pueda, entonces, empezar
por sí mismo a relajar su represión.
d) Se invierte una cantidad enorme de energía y decisiones
creativas anteriores en las resistencias y en los diferentes
modos de represión. Si entonces se desatiende o se “ataca”
a las resistencias, esto llevará a que el paciente acabe por
sentirse peor que cuando llegó, incluso aunque esté más li-
bre en ciertos aspectos. Pero, al darse cuenta experimen-
talmente de las resistencias y al dejarlas actuar, y al com-
prender a qué se está resistiendo en sí mismo o en la tera-
pia, se consigue una posibilidad de resolución en vez de
aniquilación.
e) Si la consciencia inmediata de sí mismo es inoperante, el
sufrimiento del paciente está desprovisto de sentido y se-
ría mejor que buscara alivio con una aspirina, mientras el
terapeuta sugiere continuar intentando algo con su pasivi-
dad. De hecho, es en parte sobre esta teoría como las resis-
tencias se disuelven rápidamente, para evitar la angustia
de un conflicto real, por miedo a que el paciente se rompa
a sí mismo en pedazos. El sufrimiento y el conflicto no son,
sin embargo, innecesarios ni carentes de sentido: son el
índice de la destrucción que se produce en toda formación
figura/fondo, para que una nueva figura pueda emerger;
Esto no sucede por ausencia del viejo problema, sino por la
resolución de este viejo problema, enriquecido con sus
propias dificultades y por la incorporación del nuevo ma-
teria^ igual que un auténtico investigador no trata de es-
conderse pruebas contrarias a su teoría, sino que las ex-
plora para ampliar y profundizar su teoría. No es allanando
la dificultad como se protege al paciente, sino porque la di-
ficultad llega a sentirse en las mismas áreas en donde se
sienten también las habilidades y la fuerza creativa. Si se
trata, por el contrario, de disolver la resistencia, el sínto-
ma, el conflicto, la perversión, la regresión, en lugar de
ampliar las áreas de consciencia inmediata y de riesgo, y
dejar que el Self actualice su propia síntesis creativa, esto
significa, y es necesario decirlo también, que el terapeuta,
desde lo alto de su superioridad, juzga que tal o cual mate-
rial humano no es merecedor de recuperar una existencia
plena.
f) Finalmente, sea cual sea la teoría del Self, del mismo modo
que al principio el paciente ha venido por su propia inicia-
tiva, al final debe, igualmente, irse por su propia iniciativa.
Esto es cierto para cualquier escuela. Si, durante el trata-
miento, el paciente descubre su pasado, debe aceptarlo
como suyo. Si llega a adaptarse en su comportamiento in-
terpersonal, es él quien tiene que ser actor en la situación
social. Si se hace reaccionar su cuerpo de forma viva, es él y
no su cuerpo quien lo hace. ¿Pero de dónde viene, de re-
pente, este nuevo Self poderoso? ¿Se despierta como de un
trance hipnótico? ¿O bien estaba presente durante todo es-
te tiempo? ¿No era él quien asistía a las sesiones, quien ha-
blaba o guardaba silencio, quien hacía los ejercicios o se
mantenía rígido? Entonces, puesto que ejerce de facto un
poder así en las sesiones, ¿no es posible prestarle de iure
alguna atención a sus propias acciones de contacto, de
consciencia inmediata, de manipulación, de sufrimiento, de
elección, etc., lo mismo que al cuerpo, al carácter, a la his-
toria, al comportamiento? Estos últimos son medios indis-
pensables para que el terapeuta encuentre los contextos
para un contacto más cercano, pero es solamente el Self el
que puede concentrarse en la estructura del contacto.

Hemos intentado demostrar en qué podía ser diferente


nuestro enfoque, tanto en la concepción general como en la
práctica terapéutica. Este libro es la exposición de una teoría y
de una práctica de la Terapia Gestalt, la ciencia y la técnica de
la formación figura/fondo en el campo organismo/entorno.
Pensamos que podrá tener un valor en la práctica clínica. Aún
más, creemos que va a poder ser útil a muchas personas que
tratan de ayudarse a sí mismas y de ayudarse unos a otros por
su cuenta. Pero, por encima de todo, esperamos que pueda con-
tener algunas intuiciones útiles para todos nosotros con vistas
a un cambio creativo en el contexto de nuestra crisis actual.
Pues es necesario considerar nuestra situación actual, en
cualquier aspecto de la vida que se mire, como un campo de
posibilidades creativas o, de lo contrario, es francamente into-
lerable. Desensibilizándose e inhibiéndose de sus hermosos
poderes humanos, la mayoría de las personas parece que se
auto convencen o se dejan convencer de que es tolerable o in-
cluso de que es bastante buena. Parece, a juzgar por su tipo de
preocupaciones, que tuvieran una concepción de la “realidad”
que es tolerable y a la que pueden acoplarse con algo de felici-
dad. Pero esta norma de felicidad es demasiado baja, tan baja
que es despreciable: uno se siente avergonzado de nuestra
humanidad. Pero, afortunadamente, lo que la gente toma por la
realidad no es en absoluto la realidad, solo es una ilusión des-
consoladora (¡y lo peor es utilizar una ilusión que no aporta
nada de consuelo!).
El caso es que, mayoritariamente, existimos en un estado de
urgencia crónica, y que la mayor parte de nuestras fuerzas de
amor, de humor, de rabia, de indignación están reprimidas o
disminuidas. Los que ven esto con más claridad sienten más
intensamente y actúan con más coraje, se pierden y sufren,
porque le es imposible a nadie ser verdaderamente feliz si la
felicidad no está generalizada. Sin embargo, si nos ponemos en
contacto con esta terrible realidad, existe también en ella una
potencialidad creativa.

Notas

1 Gegengille – voluntad negativa (según Otto Rank)


Segunda parte
Realidad, naturaleza humana y sociedad
3
Mente, cuerpo y mundo exterior

1. La situación cuando el contacto es bueno


2. Freud y estos problemas
3. Contraste entre el psicoanálisis y la psicología de la Ges-
talt en relación con estos problemas
4. La frontera-contacto y la consciencia
5. Tendencia a la simplificación del campo
6. Posibilidades en la frontera-contacto
7. Función de urgencia de la consciencia
8. Adecuación científica de la concepción unitaria anterior
9. La posibilidad neurótica en la frontera-contacto
10. La mente
11. Abstracción y verbalización: los actos de la mente
12. Afecciones psicosomáticas
13. La teoría freudiana de la realidad
14. El Mundo Exterior freudiano de la percepción
3
Mente, cuerpo y mundo exterior

1 La situación cuando el contacto es bueno

Desde un punto de vista de la psicoterapia, cuando el contacto


es bueno, es decir, cuando hay una figura neta y clara que ha
sacado libremente su energía de un fondo vacío, no se plantea
ningún problema concreto por lo que respecta a las relaciones
entre “mente” y “cuerpo”, o entre “Self” y “mundo exterior”.
Existen, evidentemente, un cierto número de problemas y de
observaciones concretas con respecto a tal o cual funciona-
miento concreto, por ejemplo, ¿cómo puede relacionarse el
enrojecimiento, la contracción de las mandíbulas y de las ma-
nos con algún sentimiento de rabia? ¿Cómo pueden relacionar-
se este sentimiento y este comportamiento con la destrucción
de un obstáculo frustrante? Pero, en tales casos, el contexto
global se acepta fácilmente y se trata entonces de clarificar las
relaciones entre las partes; y como la clarificación se da detalle
por detalle, los vínculos de la relación se sienten de nuevo y se
aceptan con facilidad.
En la antigüedad, la separación implicaba, por una parte, un
“problema psicosomático” concreto y, por otra, un “problema
del mundo exterior”, no era una regla fija. Aristóteles habla de
las funciones vegetativas, de la sensación, de la motricidad,
como las categorías principales que constituyen los actos del
alma y continúa hablando de ellas como “idénticas de hecho” a
la naturaleza de los alimentos, los objetos de la sensación, etc.1
En la psicología moderna, Koehler dice “El proceso de la totali-
dad está determinado por las propiedades intrínsecas de la
situación global: un comportamiento significativo puede ser
considerado como un caso concreto de organización; y esto si
aplica también a algunas percepciones. En el proceso, la cons-
ciencia tiene una importancia secundaria”.2 O, por citar a
Wertheimer, otro psicólogo de la Gestalt: “imaginémonos una
danza llena de gracia y de alegría. ¿Cuál es la situación de esta
danza? ¿Tenemos la suma de movimientos físicos de sus
miembros y la consciencia psíquica? No. Se encuentran nume-
rosos procesos que, en su forma dinámica, son idénticos si no
se presta atención a las variaciones del carácter material de sus
elementos”.3
Para un psicoterapeuta, sin embargo, el hecho de reconocer
que estos problemas concretos no existen suscita inmediata-
mente la pregunta siguiente: ¿cómo puede ser que, durante
mucho tiempo y entre tanta gente inteligente y de buena fe,
este problema inexistente haya despertado tanto interés? Por-
que, como ya hemos dicho, las divisiones fundamentales de
este tipo nunca son simples errores que se puedan corregir
añadiendo una nueva evidencia, sino que, en sí mismas, están
dadas en la evidencia de la experiencia.

2 Freud y estos problemas

La teoría psicoanalítica de Freud se sitúa a medio camino entre


las falsas ideas antiguas sobre estos problemas considerados
como algo especialmente espinoso y la disolución de estos
problemas debido a las diversas psicologías unitarias moder-
nas.
Freud escribió dentro de una amplia tradición (que acepta-
ba con dificultad, ignorándola) sobre la división entre “cuerpo"
y “mente”, Self y “realidad”. La tradición había producido dife-
rentes mecanismos para unificar esta división, como el parale-
lismo psicofísico y la armonía preestablecida, o la reducción de
la consciencia a un epifenómeno o de una materia a una ilu-
sión, o la construcción de las dos a partir de una sustancia neu-
tra, o (como los psicólogos de laboratorio) el rechazo categóri-
co a considerar la introspección ni como método ni como obje-
to científico.
A esta discusión, Freud añade la famosa incorporación de
que la mente, como un iceberg, tiene solo una pequeña parte
que está en la superficie y que es consciente, pero que tiene sus
ocho novenas partes sumergidas o inconscientes. Esta incorpo-
ración, al principio, no hizo más que aumentar la dificultad ya
que ahora tenemos que relacionar no ya dos cosas, sino tres: lo
mental consciente, lo mental inconsciente y el cuerpo. Si se
define la “mente” como la introspección, entonces lo ‘mental
inconsciente” se convierte en un enigma. Pero si, como Freud
seguramente sentía, lo inconsciente era lógicamente indepen-
diente de, o anterior al consciente, nos encontramos entonces
ante un tercer elemento, incapaz, por su naturaleza, de cual-
quier observación directa. Sin embargo, como ocurre siempre,
la introducción de una complejidad suplementaria, motivada
por una urgencia práctica (en este caso, la urgencia de la medi-
cina), simplificó al final el problema encontrando las relaciones
funcionales esenciales.
¿Por qué Freud ha insistido en llamar al inconsciente algo
mental y no ha relegado simplemente lo no consciente a lo físi-
co, como era costumbre en la psiquiatría anterior? (Y de hecho,
para satisfacer a los neurólogos, tuvo que añadir el concepto de
“complacencia somática”, un estado del cuerpo que predispone
a la mente a perder una parte de su contenido en el inconscien-
te; de tal manera que ya no se trataba de tres elementos, ¡sino
de cuatro!). Esto era porque los efectos del “inconsciente”, tan-
to en la mente como en el cuerpo, tenían todas las propiedades
habitualmente atribuidas a lo mental: eran significativos, in-
tencionales, eran organizaciones simbólicas de la experiencia:
por decirlo de manera breve, eran cualquier cosa menos cons-
cientes. Además, cuando los contenidos inconscientes volvían a
la consciencia, la experiencia consciente se modificaba de la
misma manera que cuando se ocupa de contenidos que no se
destacan en general pero que son, evidentemente, mentales,
como los recuerdos y los hábitos, por ejemplo. Así, Freud dis-
tinguía cinco categorías: lo mental consciente, lo mental pre-
consciente (los recuerdos, etc.), lo mental inconsciente, la com-
placencia somática y lo somático. Lo consciente eran los hechos
psíquicos susceptibles de introspección: lo preconsciente, las
intenciones a las que no se prestaba atención pero que podían
volverse conscientes a poca atención que se le prestara; lo in-
consciente, las intenciones que no podían volverse conscientes
mediante un acto consciente del Self (aquí es donde intervenía
el psicoterapeuta, provisto del singular poder de llevar a la
consciencia, de hecho, lo incognoscible por principio); la com-
placencia somática y lo somático no eran intenciones.

3 Contraste entre el psicoanálisis y la psicología de la Ges-


talt en relación con estos problemas

Sin embargo, a pesar de este exceso ilógico de definiciones, el


psicoanálisis ha sido capaz —y lo es cada vez más— de brindar
un funcionamiento unitario, un buen contacto, cosa que crea
un contexto en el que las partes son coherentes.
Desde un punto de vista formal, la denominación freudiana
de mental para lo inconsciente no es necesaria. En la teoría
física y psicológica de los gestáltistas, la existencia de totalida-
des significativas en la naturaleza, en el comportamiento físico
y consciente, en el cuerpo y en la mente, es evidente. Son signi-
ficativas en el sentido de que la totalidad explica las partes; son
intencionales en el sentido de que puede demostrar que las
partes tienen tendencia a completar totalidades. De hecho, fue-
ra de la consciencia, estas totalidades intencionales se produ-
cen con una similitud formal en la percepción y en el compor-
tamiento, en cualquier acontecimiento, y esto es suficiente para
hablar de símbolos”. (Fundamentalmente, Freud ha llamado al
inconsciente mental” para luchar contra los prejuicios de la
neurología de su época, asociacionista y mecanicista).
Pero el verdadero problema psicosomático y el del mundo
exterior no se han abordado teniendo en cuenta estas conside-
raciones formales. Estos problemas tienen que ver con eviden-
cias como “quiero estirar la mano, la extiendo y ya está” o
“abro los ojos y o bien la escena me impresiona y sigo allí, o
bien pongo distancia”, etc. Se trata no ya de inclinarse por la
naturaleza de las totalidades, sino de las relaciones que las to-
talidades de la consciencia mantienen con las otras totalidades.
Pero este tipo de lemas que evitan los teóricos de la Gestalt,
quienes, a pesar del empleo constante que hacen de la función
esencialmente consciente del insigbt, tienden a considerar la
consciencia, y la mente en general, como un epifenómeno em-
barazoso, “secundario” o insignificante. Es como si se sintieran
molestos por haber atacado los prejuicios mecanicistas y tuvie-
ran que defenderse continuamente de ser tachados de “idealis-
tas" o de “vitalistas”.
Lo que hace peculiar estas relaciones problemáticas es que
el sentimiento de desconexión, de “no ser uno mismo”, es un
dato en la experiencia misma del cuerpo y del mundo. Y es pre-
cisamente este tema el que la psicoterapia trata con fuerza de
resolver. Vamos a explorar la génesis de este sentimiento y a
demostrar cómo es este el que al final, crea las concepciones
erróneas.

4 La frontera-contacto y la consciencia

Cada acto de contactar es una totalidad formada de consciencia


inmediata, respuesta motora y sentimiento (una cooperación
de los sistemas sensorial, muscular y vegetativo), y este proce-
so de contacto se produce en la frontera-superficie en el campo
organismo/entorno.
Preferimos esta formulación rara, más que decir “en la fron-
tera entre el organismo y el entorno”, ya que, como hemos di-
cho ya, la definición de animal incluye a su entorno. Por esto,
no tiene ningún sentido definir a un ser que respira sin hablar
del aire, a un ser que camina sin hablar de la gravedad y del
suelo, a un ser irascible sin los obstáculos que encuentra, y así
en cada función animal. La definición de un organismo es la
definición de un campo organismo/entorno. Y la frontera-
contacto es, si se puede decir así, el órgano específico de la
consciencia inmediata de la situación nueva del campo, en opo-
sición a los órganos “orgánicos” más internos del metabolismo
o de la circulación que funcionan de manera conservadora sin
necesidad de consciencia inmediata, de voluntad, de elección o
de rechazo de la novedad. En el caso de una planta, estática, es
decir de un campo organismo/suelo, aire, etc., el “en sí mismo”
de la frontera-contacto es bastante sencillo de concebir: la
membrana osmótica es el órgano de la interacción del orga-
nismo y del entorno, y las dos partes son, evidentemente, acti-
vas. En el caso de un animal complejo y móvil, ocurre lo mismo,
pero algunas ilusiones de la percepción hacen más difícil con-
cebirlo.5
(Se pueden constatar aquí las limitaciones de nuestro len-
guaje verbal. Podéis ver mejor la confusión del discurso filosó-
fico habitual, en este contexto, cuando se habla de “interno” y
de “externo”. “Interno" significa dentro de la piel", “externo"
quiere decir “fuera de la piel”. Sin embargo, los que hablan de
“mundo exterior” incluyen al cuerpo como una parte del mun-
do exterior. “Interno” significa entonces dentro de la mente” y
no dentro del cuerpo).
La consciencia, como Freud y sobre todo William James han
subrayado, es el resultado de un retraso de la interacción en la
frontera, (james prefiere hablar, naturalmente, de la interrup-
ción del arco reflejo, pero nosotros vamos a desestimarlo aquí
en el contexto de la teoría de la Gestalt). Se puede constatar
inmediatamente que la consciencia es funcional. Ya que, si la
interacción en la frontera-contacto es relativamente sencilla,
hay poca consciencia inmediata, poca reflexión, poco ajuste
motor y poca intención deliberada. Pero cuando es difícil y
complicada, la consciencia inmediata se intensifica. La comple-
jidad creciente de los órganos sensoriales indica una necesidad
acrecentada de selección, a medida que el animal se vuelve más
móvil y se aventura en más situaciones nuevas. Se puede, por
lo tanto, imaginar una secuencia en la complejidad creciente: el
fototropismo se convierte en visión consciente, después en
atención deliberada; o la osmosis se convierte en el acto de
comer, después en el hecho más deliberado de alimentarse.

5 Tendencia a la simplificación del campo

Todo esto sirve, a fin de cuentas, para simplificar la organiza-


ción del campo organismo/entorno, para completar las situa-
ciones inacabadas. Vamos a considerar ahora más en detalle
esta frontera-contacto tan interesante.
Como frontera de la interacción, su sensibilidad, su motrici-
dad y sus sensaciones se vuelven a la vez hacia la parte orga-
nismo y hacia la parte entorno. En el plano neurológico, posee
receptores y propioceptores. Pero en el acto, en el contacto,
solo se da una simple totalidad de percepción que inicia el mo-
vimiento, teñida de sensación. Esto no quiere decir que la pro-
pia sensación, por ejemplo de tener sed, sirva como una señal
que se note y se transfiera a alguna especie de departamento
de percepción del agua, etc.; sino que, en el mismo acto, el agua
aparece como algo brillante, deseable, hacia lo que se va, o la
ausencia de agua, como ausencia irritante y problemática.
Si os concentráis en una percepción "cercana', como el sa-
bor, es evidente que el gusto de la comida y vuestra boca que la
degusta son una única y misma cosa: esta percepción, sin em-
bargo, no es nunca un sentimiento neutro, sino que siempre es
agradable o desagradable. Pasa lo mismo con los órganos geni-
tales en la relación sexual: la consciencia inmediata, la respues-
ta motora y la sensación se confunden. Pero en el caso de la
vista, cuando la escena está lejos y no es interesante, la unidad
es menos evidente. Sin embargo, desde el momento en que nos
concentramos en el óvalo del campo de visión en el que las co-
sas se ven como “mi visión”, entonces lo visto se vuelve Yo-
vidente (a menudo nos damos cuenta de que estamos mirando
fijamente), y la escena empieza a tener un valor estético.
La interacción en la frontera-contacto de las tensiones del
organismo y del entorno tiende a la estructura más simple del
campo hasta que se alcanza un equilibrio relativo. (El retraso
—la consciencia (consciousness) — es la dificultad para termi-
nar el proceso). Démonos cuenta de que, en este proceso, los
nervios llamados aferentes están entonces lejos de ser sim-
plemente receptivos: buscan. El agua es percibida clara y níti-
damente cuando se tiene sed. Más que responder pura y sim-
plemente a un estímulo, responden, por así decirlo, incluso
antes que el estímulo mismo.

6 Posibilidades en la frontera-contacto

Vamos a considerar las diferentes posibilidades de interacción


en la frontera-contacto, siguiendo las variaciones de la interac-
ción.

1. Si el equilibrio se establece fácilmente, la consciencia


inmediata, el ajuste motor y la intención deliberada se
relajan: el animal vive bien, como si durmiera.
2. Si las tensiones, en una parte de la frontera y en la otra,
han sido difíciles de equilibrar y, por lo tanto, han sido
necesarios una mayor intención deliberada y un mayor
ajuste motor para conseguir la relajación, entonces es
cuando ocurre la maravillosa experiencia de la absor-
ción estético-erótica: es decir, la consciencia inmediata
espontánea y la muscular se funden y bailan en el en-
torno como si dejaran de ser autoconscientes, pero, de
hecho, se siente que las partes más profundas del Self
responden al significado más intenso del objeto. La be-
lleza del instante viene de la relajación de la intención
deliberada y de la expansión en una armoniosa interac-
ción. El instante es recreador y se acaba, de nuevo, en
una pérdida del interés y en el sueño.
3. La situación de peligro: si la frontera sufre una presión
intensa, intolerable porque es necesario ejercer una se-
lección y un rechazo extraordinarios para rechazar las
fuerzas ambientales; y
4. La situación de frustración, de privación, de enferme-
dad: si la frontera empieza a tensarse de una manera in-
tolerable porque las exigencias propioceptivas no pue-
den equilibrarse desde el entorno.6

En estos dos últimos casos en los que hay un exceso de peli-


gro y de frustración, las funciones temporales se establecen
para parar el peligro y proteger la superficie sensible. Se pue-
den observar estas reacciones en todo el reino animal; son de
dos clases: infranormales o supranormales. Por una parte, la
huida debida a un pánico “sin sentido”, el shock, la anestesia, el
desvanecimiento, hacerse el muerto, anular una parte, la am-
nesia, que protegen la frontera desensibilizándola o paralizan-
do su motricidad, esperando a que pase la situación de urgen-
cia. Y existen, por otra parte, los dispositivos para amortiguar
la tensión agotando una parte de su energía en la agitación de
la frontera misma: por ejemplo, la alucinación y el sueño, la
imaginación viva, los pensamientos obsesivos, siempre acom-
pañados de una efervescencia motora. Los dispositivos de dis-
minución de la actividad parecen apropiados para proteger la
frontera del exceso ambiental cerrando la puerta al peligro,
mientras que los dispositivos de aumento tendrían más que
ver con el exceso propioceptivo, con la descarga de la energía
de la tensión. Es conveniente hacer una excepción en los casos
de enfermedad o de privación en donde, cuando se ha llegado
al límite, aparece el desvanecimiento.

7 Función de urgencia de la consciencia

De este modo, llegamos a otra función de la consciencia: 7 ago-


tar la energía que no puede conseguir un equilibrio. Es necesa-
rio darse cuenta, sin embargo, de que se trata aquí también,
como en su función primaria, de una especie de retraso; en el
primer caso, el retraso trata de agudizar la consciencia inme-
diata, la experimentación y la deliberación para resolver un
problema; aquí, el retraso proporciona un periodo de descan-
so, de retirada, cuando el retraso proporciona un periodo de
descanso, de retirada, cuando el problema no puede ser resuel-
to de otro modo.
La función exhaustiva de la consciencia es, por esencia, la
teoría freudiana de los sueños. Vamos a resumir los elementos
de esta teoría:

a) Durante el sueño, la exploración y la manipulación del en-


torno se suspenden; existe por lo tanto una frustración de
cualquier solución “física”.
b) Algunas pulsiones propioceptivas siguen creando tensio-
nes (“el sueño es un cumplimiento de un deseo"); es el con-
tenido latente del sueño.
c) Pero los contenidos manifiestos son en gran parte la agita-
ción de la superficie sensorial misma, los fragmentos de los
últimos acontecimientos del día. Esto es muy importante.
La magnífica distinción establecida por Freud entre el
“contenido manifiesto “y el “contenido latente’ del sueño
significa precisamente que la consciencia está aislada, en el
sueño, a la vez del entorno y del organismo. El “Self' del
que el soñador tiene una consciencia inmediata es sobre
todo y sencillamente la frontera-superficie. Y esto es nece-
sariamente así, ya que, si la totalidad en formación admi-
tiera otra cosa distinta de la simple frontera-superficie, es-
to implicaría ajustes prácticos, y por lo tanto, los de los
músculos motores, y entonces el animal se despertaría. Pa-
radójicamente, el sueño es totalmente consciente (cons-
ciousness); es la razón por la que se presenta como si fuera
una película. Cuanto más profundo es el sueño, más faltan
las sensaciones físicas oscuras que se perciben en estado
de vigilia. El soñador está espectacularmente sin conscien-
cia inmediata del contenido propioceptivo, que es lo que le
dice que está soñando. Cuando empiezan a invadirle su
sueño, por ejemplo, cuando la sed se hace demasiado fuer-
te, el soñador tiende a despertarse; finalmente:
d) La función de los sueños es mantener al animal dormido.

Esta misma función de la consciencia, es decir, tratar de ago-


tar la energía, se puede observar, como ha subrayado Wilhelm
Reich, en las brillantes imágenes sexuales que aparecen cuando
hay una frustración sexual temporal. De hecho, en este ejem-
plo, la imagen entera del simple funcionamiento de la superfi-
cie-consciencia se dibuja. Estimulada por la necesidad orgáni-
ca, la energía nerviosa se intensifica para conseguir su objetivo;
cuando hay un retraso, existe una retención deliberada y busca
recursos en función de un tempo que se acelera; cuando la sa-
tisfacción se consigue, la imagen enseguida empieza a apagar-
se; pero cuando hay una frustración, el brillo de la imagen se
acrecienta para tratar de agotar la energía.
Se dan, por lo tanto, en la frontera de contacto, dos procesos
para parar el estado de urgencia: el borrado y la alucinación.
Estos son. Queremos resaltarlo, funciones temporales sanas en
un campo organismo/entorno complicado.

8 Adecuación científica de la concepción unitaria anterior

Estamos ahora en condiciones de explicar la sorprendente no-


ción de “mente” (opuesta a la de “cuerpo" y a la de “mundo ex-
terior"), después de haber expuesto esta concepción prima fa-
ciae de un modo más evidente y según la cual la consciencia8 es
una función-contacto en un campo organismo/entorno difícil.
Esta concepción prima faciae que, en su forma moderna pe-
ro apenas más elaborada, se parece a la del alma sensible y
racional de Aristóteles, no ofrece ninguna dificultad científica
concreta. Existen relaciones funcionales definidas, que se pue-
den someter a la observación y a la experimentación, entre esta
entidad y las otras. Existen, por ejemplo, criterios para definir
el “buen contacto”, como la unicidad, la claridad, el cierre de la
relación figura-fondo, la gracia y la fuerza del movimiento, la
espontaneidad y la intensidad de la sensación, así como la simi-
litud formal de las estructuras observadas de la consciencia
inmediata, del movimiento y de la sensación en la totalidad. Y
además, la ausencia de contradicción en sus distintas metas y
significados. Se puede demostrar también, mediante el análisis
y la experimentación, que las variaciones de la norma de “buen
contacto" ponen en juego relaciones de causa y efecto tanto
con el entorno como con las afecciones somáticas.
Nos queda por mostrar, sin embargo, que la noción de “men-
te como entidad única aislada sui generis, no solo, no es expli-
cable genéticamente, sino que además es, en un sentido, una
ilusión inevitable, empíricamente dada en la experiencia pro-
medio.

9. La posibilidad neurótica en la frontera-contacto

Vamos a considerar también otra posibilidad en la frontera-


contacto. Imaginemos que (5) en lugar del restablecimiento del
equilibrio o el borrado y la alucinación, en una urgencia tem-
poral con exceso de peligro y frustración, 9 existe un desequili-
brio crónico de baja intensidad, una irritación constante de
peligro y frustración, asociada a crisis agudas ocasionales, que
nunca se alivia.
Esta no es una hipótesis de las más reconfortantes, pero
desgraciadamente es un hecho histórico en la mayor parte de
nosotros. Es necesario darse cuenta de que estamos hablando
de una tensión de baja intensidad que es doble, peligro y frus-
tración, cosa que crea una sobrecarga crónica dé los receptores
y de los propioceptores. Ya que es extremadamente improba-
ble, aunque concebible, que el peligro o la frustración crónicos
puedan durar mucho tiempo si se los separa. Digamos, senci-
llamente, que el peligro reduce la oportunidad de satisfacción
en un campo suficientemente ajustado al principio; entonces, la
frustración se acrecienta. Pero la frustración aumenta la ur-
gencia de la exploración y reduce la oportunidad de una selec-
ción escrupulosa. Genera las ilusiones, predomina sobre la ac-
tividad deliberada y acrecienta, por lo tanto, el peligro. (Esto
es, dan la primacía a la inseguridad o a la ansiedad instintiva;
todos los terapeutas están de acuerdo en decir que los dos des-
órdenes se agravan mutuamente hasta acabar en la neurosis).
En la situación de urgencia crónica de baja intensidad que
acabamos de describir, ¿cuáles son las disposiciones de la fron-
tera-contacto que tienden a simplificar el campo? Las dos fun-
ciones de urgencia, el borrado deliberado y la hiperactividad
no deliberada, entran en juego de la manera siguiente: la aten-
ción se aparta de las demandas propioceptivas y la vivencia del
cuerpo-como-parte-del-Self pierde su intensidad. La razón de
esto es que las excitaciones propioceptivas son las que repre-
sentan las amenazas más controlables en estos dos desórdenes
que se agravan mutuamente. Cuando la amenaza de entorno es
más directa, por otro lado, la atención se intensifica para en-
contrarse con el peligro, aun cuando el peligro no exista. Pero
lo que es dado mediante esta atención acrecentada es “extra-
ño”, no pertinente, ajeno a cualquier consciencia inmediata de
uno mismo, ya que la percepción propioceptiva ha disminuido.
Y en la atención, los sentidos (los receptores), en lugar de tra-
tar de intensificar su receptividad hacia el exterior, la restrin-
gen; de este modo, si el proceso continúa durante mucho tiem-
po, el estado de alerta deliberada ante el peligro se convierte
más en un estado de preparación a nivel muscular que de acep-
tación sensorial: el individuo mira fijamente, pero no ve mejor;
de hecho, incluso pronto ve peor. Y todo esto se acompaña, de
nuevo, de la preparación muscular habitual para poder huir,
pero sin huir realmente y sin relajar la tensión muscular.
Resumiendo, tenemos aquí la imagen típica de la neurosis:
propiocepción y percepción subconscientes e hipertonía de la
actividad deliberada y muscular. (Queremos insistir una vez
más en el hecho de que esta condición no es disfuncional, en un
estado de urgencia crónica de una baja intensidad dada, ya que
lo que se ve y se siente no es no interesante, por ser extraño y
suscitar peligro, sino porque es una tentación a desear; y el
peligro es inminente).
Al mismo tiempo, sin embargo, la función sana de la cons-
ciencia, 10 que consiste en tratar de agotar las tensiones interio-
res mediante la actividad de la frontera considerada aislada-
mente, aumenta al máximo: hay sueños, deseos inútiles, ilusio-
nes (proyecciones, prejuicios pensamientos obsesivos, etc.).
Pero la seguridad de esta función depende precisamente de su
aislamiento del resto del sistema. El sueño es espontáneo y no
deliberado, pero impedir el movimiento en la ensoñación diur-
na es deliberado.

10 La mente

En la situación de urgencia crónica de baja intensidad que aca-


bamos de describir, los sentidos, el inicio del movimiento y los
sentimientos son inevitablemente asimilados a la “Mente”, un
sistema aislado y único. Vamos a volver a ver, por lo tanto, la
situación desde este punto de vista:

1. La propiocepción está disminuida o selectivamente borra-


da (por ejemplo, apretando las mandíbulas, contrayendo el
pecho o el vientre). Además, la relación funcional entre los
órganos y la consciencia11 no se siente inmediatamente,
por lo que las excitaciones percibidas deben basarse en
“referencias” (es así como las teorías abstractas, como esta,
se inventan).
2. La unidad “deseado-percibido” se divide; la sensación no
se amplía ni previamente ni como respuesta, la figura pier-
de su vivacidad. La unidad funcional del organismo y del
entorno no es por lo tanto inmediatamente consciente ni
motora. El “Mundo Exterior" es percibido entonces como
extraño, “neutro” y, por lo tanto, teñido de hostilidad, ya
que “cualquier extraño es un enemigo”. (Esto explica un
cierto comportamiento “esterilizarte", obsesivo y paranoi-
de de la ciencia positivista).
3. La actividad deliberada habitual y la auto opresión, que no
se relaja, colorean todo el primer plano de la consciencia
inmediata y producen un sentimiento exagerado del ejer-
cicio de la “Voluntad”; y esto es entonces tomado como una
propiedad dominante del Self. Cuando “quiero mover mi
mano”, siento la voluntad pero no siento mi mano. Pero mi
mano se mueve y, por lo tanto, la voluntad debe ser algo en
alguna parte; está en la mente.
4. El juego seguro del sueño y de la especulación se agrandan
y juegan un papel desproporcionado en la autoconsciencia
inmediata del organismo. Las funciones de la frontera, co-
mo el retraso, el cálculo, la restauración, ahora se conside-
ran como las actividades principales y finales de la mente.
Lo que queremos decir no es que estos conceptos de Cuerpo
Mente, Mundo, Voluntad, Ideas, sean errores corrientes que
deberían corregirse mediante hipótesis contrarias y verifica-
ciones; ni que, una vez más, sean errores semánticos, sino que
son datos que se dan en una experiencia inmediata de un cierto
tipo y que pueden perder su carácter de urgencia y su peso de
evidencia solo si las condiciones de esta experiencia cambian.
Queremos subrayar aquí la importancia lógica de la psicolo-
gía. Si la intencionalidad no relajada crea una discontinuidad y,
de este modo, altera el tipo de figura percibida habitualmente,
es a partir de estas percepciones, como observaciones básicas,
como debe proceder se lógicamente. Recurrir a nuevos “proto-
colos” no va a llevar más fácil o rápidamente a modificar la si-
tuación, ya que estas también se van a percibir según el mismo
hábito. Además, en asuntos de este tipo, se debe considerar
que las características socio-psicológicas del observador for-
man parte del contexto en el que se hace la observación. Decir
esto es apoyar una especie de ‘falacia genética” y, lo que es
peor aún, es una forma especialmente ofensiva de argumenta-
ción ad hominem: sin embargo, es como es.
(Es evidente, con todo esto, por qué la psicoterapia no con-
siste en aprender una teoría verdadera sobre uno mismo, ya
que ¿cómo se puede aprender esto contra la evidencia de nues-
tros propios sentidos? Es, de hecho, un proceso de experimen-
tación de situaciones de vida, procesos arriesgados que explo-
ran lo oscuro y lo desconocido, sin embargo al mismo tiempo
son seguros, de tal manera que se puede relajar la actitud deli-
berada).

11 Abstracción y verbalización: los actos de la mente

Hasta aquí, hemos hablado de una consciencia12 rudimentaria,


que compartimos con los animales salvajes del campo y de los
bosques. Vamos a pasar ahora a un nivel más elevado: la abs-
tracción y el lenguaje (y también la escritura, ¡para los más
eruditos!).
Desde un punto de vista psicológico, abstraer es un acto que
consiste en hacer relativamente inmóviles ciertas actividades
para movilizar más fácilmente otras actividades. Las abstrac-
ciones pueden ser sensoriales, corporales, actitudinales, imagi-
nativas, verbales, ideales, institucionales u otras. Son partes
relativamente fijas en una actividad global; no se presta aten-
ción a la estructura interna de tales partes y se convierten en
hábitos (lo inmóvil sirve de fondo a lo que se mueve), de tal
manera que la totalidad se vuelve no solo más interesante, sino
que se amplía más de lo ordinario. Y es la totalidad, natural-
mente, la que selecciona, inmoviliza y organiza las partes. Va-
mos a considerar, por ejemplo, los millares de formas fijas que
entran en el proceso de comprensión (¡esperemos!) de estas
líneas: las abstracciones del lenguaje infantil y las actitudes de
comunicación, la de la asistencia a la escuela, la ortografía y los
deberes en casa; de la tipografía y de la presentación del libro;
del tipo de estilo y expectativa de quien lo lee; de la estructura
arquitectónica del sitio en donde lo lee y de la postura en la
que está; de los conocimientos implícitamente requeridos te-
niendo en cuenta el bagaje académico del lector y las hipótesis
implícitamente admitidas en el caso de esta teoría concreta. No
prestamos atención a nada de todo esto mientras nos concen-
tramos en su lectura. Se podría prestar atención a esto, pero no
se hace, a menos que haya una pega, un error tipográfico gran-
de, un párrafo especialmente complicado, una broma fuera de
sitio, mala luz o tortícolis en el cuello. Todo esto son cosas co-
rrientes. (La abstracción es, por definición, eficiente y “nor-
mal). Pero se puede negar que, de hecho, las “literalmente mi-
les de abstracciones” (la cantidad marca la diferencia) son in-
variablemente señal de una rigidez de formación y de funcio-
namiento, un carácter verbalizador que, en verdad, no puede
tener en consideración los múltiples elementos de la totalidad
(salvo en teoría).
Supongamos ahora que a un nivel más profundo de la abs-
tracción verbal, allí en donde el discurso simbólico está más
cerca de la imaginería no verbal, del sentimiento y de la protes-
ta, supongamos quien este nivel elemental hay una represión
de la consciencia inmediata y una parálisis del movimiento, y
que esto se mantiene. Por lo tanto, algunas asociaciones no van
a poder atenderse. Digamos (por coger un ejemplo del trabajo
realizado en la Escuela de Psiquiatría de Washington) que si un
niño cuando está aprendiendo a hablar tiene una madre que se
enfada con facilidad, descubre que algunas palabras o algunos
temas, o incluso el mismo parloteo, son peligrosos. Entonces,
se dedica a deformar, esconder o inhibir su expresión y, final-
mente, a tartamudear. Después, como esto es demasiado em-
barazoso, reprime el tartamudeo y aprende a hablar, en situa-
ción de urgencia, con otras partes de la boca. En general, todo
el mundo está de acuerdo en decir que este tipo de costumbres
verbales produce una fragmentación en la personalidad de una
persona. Nosotros, sin embargo, queremos llamar aquí la aten-
ción no sobre el destino de la personalidad, sino sobre el de la
palabra. A medida que la experiencia de nuestro orador se am-
plia, en el terreno social, científico y artístico, sus abstracciones
verbales se amplían también y alcanzarán un nivel cada vez
más elevado. ¿No es, por lo tanto, lógico que, puesto que re-
prime siempre la consciencia inmediata y paraliza la expresión
de las conexiones preverbales inferiores, haya un contacto de-
fectuoso con el funcionamiento real de las abstracciones más
elevadas, tanto en relación con su significado para él mismo
como respecto a su naturaleza real? Hacen que tenga un signi-
ficado, pero existen, en última instancia, en un vacío. Son “men-
tales”.
Vamos a plantear una proposición general: la importancia
que esto reviste para alguien, por ejemplo el hecho que cobra
fuerza en él de que una evidencia concreta se destaque en un
campo y que sea atendida o desatendida por él, nunca es re-
ductible para él, a un comportamiento o a una observación de
la que se dé cuenta. Otros observadores pueden darse cuenta
de cosas que él no ve, pero, desgraciadamente, forman parte de
una conspiración general contra él con la finalidad de ridiculi-
zar sus mensajes “privados”, ya que no forman parte del siste-
ma natural. Ha sido formado académicamente para aceptar el
consenso, pero no puede admitir que el residuo de los signifi-
cados no sea nada; sabe que es algo. Deduce entonces que estas
abstracciones sin fundamento, pero no vacías, existen en la
“mente”, quizás en la mente privada". Es así como, igual que
con la Voluntad, estas abstracciones son pruebas por excelen-
cia de la existencia de la Mente.
Según su carácter, realiza entonces diversos ajustes de las
abstracciones con relación a su experiencia y al consenso. (Es
bueno darse cuenta aquí de que la Mente necesariamente está
muy ocupada en agotar la energía de sus tensiones en la espe-
culación). Viendo que tanto sus abstracciones como el Mundo
Exterior son inconmensurables, puede recurrir a diferentes
recursos. Si presenta el síndrome, seco y sin afectividad, del
positivismo, las encuentra desprovistas de sentido y desconfía
todavía más. Si está afectado por la manía poética eufórica,
considera el desacuerdo como un punto negro contra el Mundo
Exterior y crea su propio mundo haciendo rimar sus ideas. El
individuo con psicodermatitis gestáltica chapotea en un cena-
gal de terminología farragosa. Y así se podría seguir.

12 Afecciones psicosomáticas

El “inevitable malentendido” que consiste en creer, en una si-


tuación de urgencia crónica de baja intensidad, en la existencia
de la “Mente”, toma una amplitud más inquietante cuando se
empieza a sufrir de molestias psicosomáticas.
Firmemente plantado en su amor o en su desprecio hacia su
mente, nuestro hombre no es consciente de que ejerce un con-
trol deliberado sobre su cuerpo. Es también con su cuerpo, con
el que mantiene algunos contactos exteriores, pero no es él, No
se siente en el. Supongamos ahora que tiene múltiples razones
para tener pena. Incluso cuando está emocionado hasta las la-
grimas, no tiene “ganas de llorar” y no llora. Es él desde hace
mucho tiempo está acostumbrado a no ser consciente de cómo
inhibe, muscularmente, esta función y rechaza este sentimien-
to, ya que, cuando era niño, no podía expresarla sin que se le
avergonzara o incluso se le pegara. La expresa ahora de otra
manera: dolores de cabeza, opresión o incluso sinusitis. (Lo
que le da otras razones para quejarse). Los músculos de los
ojos, la garganta, el diafragma están inmovilizados para impe-
dir la expresión y la consciencia inmediata de las lágrimas que
le brotan. Pero este auto reconocimiento, esta auto asfixia pro-
ducen a su vez excitaciones (de dolor, irritación o huida) que es
necesario suprimir, porque un hombre tiene otras cosas que
hacer, como ocuparse de las artes o de las ciencias, mejor que
del arte de vivir y del conocimiento de sí mismo como hacían
en Delfos.
Al final, cuando empieza a estar verdaderamente enfermo,
con fuertes dolores de cabeza, asma y rachas de mareo, los
efluvios le llegan desde un mundo que le es completamente
ajeno, su cuerpo. Padece de migrañas, de asma, etc., pero no
dice: "Me estoy fabricando mi dolor de cabeza y contengo mi
respiración, aunque no sea consciente de mi manera de hacer-
lo, ni de la razón por la que lo hago”.
¡Bien! Y como le duele su cuerpo va a consultar a un médico.
Si la afección todavía no es “puramente funcional”, es decir, no
existe un daño anatómico o fisiológico irreparable, el médico
decide que no tiene nada y le aconseja que se tome una aspiri-
na. Ya que el médico, también, cree que el cuerpo es un sistema
fisiológico sin afectividad. Las grandes instituciones de forma-
ción se fundan en la proposición según la cual hay un cuerpo y
hay una mente. Se juzga que más del sesenta por ciento de la
gente que va a consultar al médico no tiene nada. Pero, obvia-
mente, tienen algo que tiene que ver con ellos.
Por suerte, sin embargo, la enfermedad se tiene en una alta
consideración entre las cosas de las que debería uno ocuparse,
y nuestro hombre, ahora, tiene un nuevo interés en la vida. El
resto de su personalidad se convierte, cada vez más, en segun-
do plano para poder gestalt el interés en su cuerpo. El cuerpo y
la mente se conocen por fin y el individuo habla entonces de
“mis migrañas, mi asma, etc.”. La enfermedad es la situación
inacabada por excelencia. Solo puede resolverse con la muerte
o con la curación.

13 La teoría freudiana de la realidad

Para acabar este capítulo, he aquí algunas últimas reseñas so-


bre la génesis del concepto de Mundo Exterior.
Si volvemos a la teoría psicoanalítica de Freud encontramos
que al mismo tiempo que hablaba del cuerpo y de las diferen-
tes categorías de lo “mental”, hablaba también de la Realidad y,
por lo tanto, del “principio de realidad”, al que oponía al “prin-
cipio del placer”, como principio de autoajuste doloroso a un
funcionamiento sano.
Se puede demostrar, pensamos nosotros, que Freud conce-
bía la realidad según dos formas distintas (y no comprendía la
relación entre las dos). En el primer sentido, la mente y el
cuerpo forman parte del sistema del placer, y la realidad es
sobre todo el “Mundo Exterior" social de los otros cuerpos y de
las otras mentes que restringen el placer del sujeto mediante la
privación o el castigo. En la otra forma, el Mundo Exterior" se
da en la percepción, comprendiendo aquí el propio cuerpo, y se
oponed los elementos imaginarios de la alucinación y del sue-
ño.
El Mundo Exterior social en el que piensa en concreto está
ligado con lo que podríamos llamar la omnipotencia indefensa
y engañosa del niño humano. El niño permanece aislado, tiene
idea de su omnipotencia y, sin embargo, es dependiente para
todo salvo para las satisfacciones de su propio cuerpo.
Pero si consideramos esta idea en su contexto social total,
vamos a darnos cuenta de que es la proyección de una situa-
ción adulta: los sentimientos reprimidos del adulto se atribu-
yen al niño. Efectivamente, ¿cómo el lactante va a estar esen-
cialmente impotente y aislado? Forma parte de un campo en
donde la madre es la otra. El grito angustiado del niño es una
comunicación adecuada; la madre debería responder a eso. El
bebé necesita ser acariciado; la madre necesita acariciar; y lo
mismo pasa con las otras funciones. Los espejismos de omni-
potencia (en la medida en que existan y no sean una proyec-
ción del adulto), la rabia y las rabietas del abandono infinito
son una forma útil de agotar las tensiones superficiales en los
momentos de retraso, para que el inter funcionamiento pueda
desarrollarse sin situaciones inacabadas del pasado. Idealmen-
te, la separación progresiva del niño y de su madre, la división
del campo en dos individuos separados, se produce al mismo
tiempo que el crecimiento del niño en tamaño y en fuerza, la
dentición y aprender a masticar (y que se agote la leche de la
madre, y su deseo de volverse hacia otros intereses), y apren-
der a andar, a hablar, etc. Esto es, el niño no aprende una reali-
dad extraña, sino que descubre e inventa progresivamente su
propia realidad.
El fastidio, evidentemente, es que el proceso raramente
transcurre en condiciones ideales. Pero, en este caso, debería-
mos decir no que el niño está esencialmente aislado e impoten-
te, sino que hace esto demasiado pronto, metiéndose en una
situación de urgencia crónica y acaba, finalmente, inventando
un mundo exterior social. Y ¿cuál es la situación del adulto? En
nuestra sociedad, en donde la comunidad de hermanos no exis-
te, el individuo existe y crece cada vez más profundamente en
este mismo aislamiento. Los adultos se tratan entre sí como
enemigos y tratan a sus hijos alternativamente como esclavos o
como tiranos. Así, mediante la proyección, el lactante es perci-
bido como aislado, impotente y omnipotente. Y la mejor solu-
ción es entonces la ruptura, la desconexión con la continuidad
del campo unitario original.
(El Mundo Exterior de la ciencia tiene atributos pasionales
que provienen de las mismas proyecciones. Pero el mundo de
los “hechos" por lo menos es neutro. ¿Esto no recuerda el sus-
piro de alivio que se da cuando se sale de la casa familiar y se
entra en contacto con seres razonables, incluso aunque solo
sean cosas? Evidentemente, este mundo de hechos es también
indiferente e incluso, aunque se intentara, no se podría sacar
del “naturalismo" ninguna ética, excepto una apatía estoica.
Los recursos naturales se “explotan”: es decir, no participamos
de ellos de una forma ecológica, sino que nosotros los utiliza-
mos, una actitud segura que conduce a un comportamiento
muy ineficaz. “Conquistamos” la naturaleza, somos los dueños
de la naturaleza. Y también con insistencia, al contrario, nos
esforzamos por decir que es la “Madre Naturaleza”).

14. El mundo exterior freudiano de la percepción

Sin embargo, cuando se examina la otra concepción freudiana


del Mundo Exterior, la que se da en la percepción, en oposición
a la de los sueños (y esta manera de ver va en el sentido de los
prejuicios corrientes tanto como en el de los científicos) cons-
tatamos rápidamente que él estaba muy inseguro. No es este el
sitio para discutir estas dificultades con detalle (ver el capítulo
12, para esto), pero vamos a esbozar a grandes rasgos el pro-
blema citando algunos párrafos.
Al explorar el mundo de los sueños, Freud descubrió que,
aislado de la manipulación motora y del entorno que se supone
que daban las categorías significativas, el mundo del sueño por
lo menos tenía sentido. Este era un mundo no de entidades
fijas, sino de mecanismos plásticos, conformes a los procesos
creativos de ir por debajo de la verbalización hasta llegar a la
imagen y al acto del habla, de la simbolización, de la destruc-
ción y de la deformación de los datos, de su condensación, etc.
A este acto plástico, Freud lo llamó el “proceso primario" y ob-
servó que era característico del funcionamiento psíquico en los
primeros años de la vida.

“El proceso primario se esfuerza en descargar la excita-


ción para establecer, gracias a las cantidades de excitación
así reunidas, una identidad de percepción. El proceso se-
cundario ha abandonado esta intención y la ha reemplazado,
en cambio, por otra meta: conseguir una identidad de per-
cepción”.13

“Los procesos primarios están dados desde el principio,


mientras que los procesos secundarios se forman poco a po-
co en el curso de la vida, dificultan los procesos primarios,
los recubren y no ejercen sobre ellos quizás su total dominio
hasta nuestra madurez”.14
La cuestión, para Freud, es saber si el proceso primario, tal
como él lo definió, era simplemente subjetivo o daba cuenta de
alguna parte de la realidad. Y, de vez en cuando, afirmaba au-
dazmente que daba cuenta de la realidad, por ejemplo:

“Los procesos descritos como “incorrectos’ no son real-


mente falsificaciones de nuestra forma de proceder normal,
o un pensamiento defectuoso, sino las modos de operar del
aparato psíquico cuando están libres las inhibiciones”.15 (La
cursiva es nuestra).

Y lo contrario sería lo que acabamos de decir aquí. Que, en la


concepción corriente, el tipo de mundo que parece real es un
mensaje de una situación de urgencia crónica de baja intensi-
dad, de una inhibición neurótica. ¡Que es solamente el mundo
infantil o el de los sueños el que es real!
Esto no es, sin embargo, muy satisfactorio y Freud, com-
prensiblemente, ha tratado de mantenerse al margen de esta
concepción. Desde un punto de vista formal, sin embargo, la
fuente de sus problemas es muy simple. Lo que le frenó no es
su psicología de los sueños (que sabía que era una intuición
inmortal), sino la psicología trivial de la consciencia16 “normal”
en el estado de vigilia que compartía con sus contemporáneos.
Ya que, para una psicología correcta de lo normal, está claro
que, por encima de todo, la experiencia está dada en las estruc-
turas flexibles y que los sueños, son un caso especial. (El asom-
bro y la abnegación de Freud, cuando se enfrentó a la psicolo-
gía del arte y de la invención, son verdaderamente impactan-
tes).
Si se yuxtaponen sus dos teorías de la “realidad”, no obstan-
te, se comprende mejor su dificultad. Ya que creía que el mun-
do exterior social en el que el niño crece es inflexible, necesita-
ba creer que el mundo del “proceso primario”, con su esponta-
neidad, su plasticidad, su sexualidad polimorfa, etc. solo podía
reprimirse con la madurez, dejándole inoperante.

Notas

1 El antiguo problema platónico del alma, en el cuerpo y en el mundo, no es


un problema moderno, aunque en el plano neurótico no sea totalmente
independiente. Se podría decir lo mismo acerca de los dilemas teológicos
sobre el cuerpo y la mente, etc.
2 Nosotros dudamos de que, en el análisis de esta totalidad, "la consciencia
solo tenga una importancia secundaria", pero citamos estas palabras preci-
samente por su actitud.
3 Citas sacadas del libro de Willis D. Ellis: Source Book of Gestalt Psychology.

Kegan Paul, Trench, Tiubner and Co., Ltd.. Londres.


4 Consciousness
5 Las ilusiones, repitiéndonos, residen sencillamente en el hecho de que lo

móvil llama la atención contra ti fondo estético y que lo más complejo ab-
sorbe el interés en detrimento de lo más sencillo. Pero, en la frontera, la
interacción procede de las dos partes.
6 Estas dos situaciones contrarias están en el origen del desacuerdo entre

las dos escuelas para freudianas más opuestas: la que tiene la inseguridad
como el fundamento de la neurosis y la que hace de la ansiedad instintiva el
origen de esta última.
7 Consciousness (NdT)
8 Consciousness (NdT)
9 Si la situación de urgencia se prolongara, destruiría la estructura, es decir

la simplificaría en una estructura de un orden inferior. La lobotomía, o


cualquier otra excusión, ilustran, médicamente, este tipo de simplificación
en un nivel inferior. Se puede uno preguntar si los "tratamientos de choque"
no tienen el mismo efecto, al crear una situación de urgencia limitada, pero
fatal.
10 Consciousness (NdT)
11 Consciousness (NdT)
12 Consciousness (NdT)
13 Sigmund Freud: La interpretación de los sueños
14 Ibid
15 Op. Cit.
16 Consciousness (NdT)
4
Realidad, situación
de urgencia y evaluación

1. Dominancia y autorregulación
2. Dominancia y evaluación
3. La autorregulación neurótica
4. La autorregulación sana en una situación de urgencia
5. La jerarquía de valores dada por las dominancias de la
autorregulación
6. Teorías de la psicoterapia como jerarquías de valores
7. La autorregulación del neurótico y la concepción del te-
rapeuta
8. Seguir las resistencias e interpretar lo que surge
9. La doble naturaleza del síntoma
10. Tratamiento del síntoma y represión del paciente
11. Las exigencias de un buen método
12. La consciencia de uno mismo en las situaciones de ur-
gencia experimentales y seguras
13. Evaluación
4
Realidad, situación
de urgencia y evaluación

La realidad, hemos dicho ya, se da en los momentos de buen


contacto” y es una unidad de la consciencia inmediata, de la
respuesta motora y del sentimiento. Vamos a analizar esta uni-
dad con más detalle y a relacionarla con nuestro método de
psicoterapia. Nos proponemos demostrar en este capítulo que
la realidad y el valor surgen como resultado de la autorregula-
ción, ya sea sana o neurótica. Y vamos a discutir cómo, en el
marco de la autorregulación neurótica, se puede ampliar el
área de contacto. Solo definiendo la psicoterapia como una au-
torregulación en las situaciones de urgencias experimentales y
seguras es cómo podemos encontrar la respuesta a esta pre-
gunta.

1 Dominancia y autorregulación

Llamamos dominancia a la tendencia de una fuerte tensión .i


destacar muy a la vista en el campo y a organizar la consciencia
inmediata y el comportamiento. Cuando hay una dificultad y un
retraso para alcanzar el equilibrio en el campo, la dominancia y
los esfuerzos de acabar la organización son conscientes (de
hecho, es la consciencia [consciousness]).
Cualquier situación inacabada muy apremiante asume la
dominancia y moviliza todos los esfuerzos disponibles hasta
que la tarea se complete: entonces uno se desinteresa de ello,
la consciencia se retira y es la necesidad apremiante siguiente
la que reclama la atención. La necesidad no se hace apremiante
de una manera deliberada, sino espontánea. La actitud delibe-
rada, la selección y la planificación intervienen en el cumpli-
miento de una situación inacabada, pero la consciencia no bus-
ca el problema, sino que, de hecho, es idéntica al problema. La
consciencia espontánea de la necesidad dominante y su orga-
nización de las funciones de contacto es la forma psicológica de
la autorregulación organísmica.
Por todas partes en el organismo, se están dando constan-
temente y sin consciencia numerosos procesos de organiza-
ción, de retención, de selección y otros, por ejemplo, la produc-
ción organizada de ciertas enzimas para digerir los alimentos.
Esta organización interna no consciente puede ser de una suti-
leza y de una precisión de lo más elevado, pero tiene siempre
que ver con los problemas de naturaleza conservadora. Pero
cuando estos procesos exigen, para completarse, un nuevo ma-
terial que provenga del entorno (y es el caso de cualquier pro-
ceso orgánico), entonces, algunas figuras de la consciencia se
aclaran y llegan a ocupar el primer plano: y aquí tenemos el
contacto. En una situación de peligro, cuando la tensión se ini-
cia desde el exterior, la prudencia y la actitud deliberada son,
de igual manera, espontáneas.

2 Dominancia y evaluación

Las dominancias espontáneas son juicios de lo que es impor-


tante en cada ocasión. No son evaluaciones adecuadas, pero
son la evidencia fundamental de una especie de jerarquización
de las necesidades en una situación dada. No son “impulsivas”
y necesariamente vagas, sino sistemáticas y a menudo muy
específicas, ya que expresan la sabiduría del organismo sobre
sus propias necesidades y una selección, en ci entorno, de lo
que puede satisfacerlas mejor. Proporcionan una ética inme-
diata, que no es infalible, pero que ocupa, no obstante, una po-
sición privilegiada.
Este privilegio viene sencillamente del hecho de que lo que
parece espontáneamente importante dirige, de hecho, la mayor
parte de la energía de la conducta; la acción autorreguladora es
más viva, más fuerte y más capaz. Cualquier otra línea de ac-
ción que sea presumiblemente “mejor” actuada con un poder
menor, una motivación menos acentuada y una consciencia
inmediata más confusa; y debería igualmente dedicar una cier-
ta cantidad de energía y distraer un poco su atención para
combatir al Self espontáneo que busca expresarse en la auto-
rregulación. Ocurre lo mismo cuando la autorregulación está
inhibida por el interés evidente del Self: por ejemplo, cuando
un niño se empeña en correr entre los coches es una situación
en la que su autorregulación está debilitada; y la manera en la
que dirigimos nuestras sociedades parece consistir, en gran
parte, en situaciones así. La inhibición, por lo tanto, es necesa-
ria, pero no olvidemos que, en la medida en la que aceptemos
situaciones en las que la autorregulación raramente actúa, de-
bemos igualmente conformarnos con vivir con una energía
disminuida y menos viva.
La cuestión más obviamente llamativa, para el hombre de la
calle, es saber hasta qué punto, en nuestra sociedad y con nues-
tra tecnología, y quizás también en la naturaleza de las cosas, la
autorregulación organísmica es posible, concebible y se puede
uno arriesgar a ella. Creemos en esto muchísimo más di lo que
nos lo permitimos deliberadamente. Las personas pueden es-
tar mucho más vivas y más energizadas de lo que están y, por
lo tanto, ser también más capaces. Nos auto infligimos una
buena parte de las perturbaciones que vivimos. Muchas condi-
ciones “objetivas" y “subjetivas” pueden y deberían cambiarse.
Incluso cuando una situación “objetiva" no se puede cambiar,
como cuando muere un ser amado, existen reacciones de regu-
lación del propio organismo, como el llanto y el duelo, que
ayudan a restaurar el equilibrio, solamente, si se lo permiti-
mos. Pero volveremos a todo esto más adelante (capítulo 8).

3 La autorregulación neurótica

La experiencia neurótica es, también, auto reguladora. La es-


tructura del contacto neurótico, ya lo hemos dicho, se carateri-
za por un exceso de carácter deliberado, una fijación de la
atención y una preparación de los músculos para una respues-
ta concreta. Se impide entonces que algunos impulsos y sus
objetivos lleguen a ser primer plano (represión); el Self no
puede pasar con flexibilidad de una situación a la otra (rigidez
y compulsión); la energía está estrechamente vinculada a una
tarea que no puede ser completada (ha sido concebida mucho
tiempo antes en el pasado).
Cuando la extrema actitud deliberada es razonable, frente a
los peligros crónicos presentes, no se puede hablar de “exceso”
sino de sociedad neurótica", cuyos planes están fuera de la es-
cala humana. Pero el neurótico posee una sensibilidad a flor de
piel frente al peligro; es espontáneamente deliberado cuando
podría relajarse con total seguridad. Vamos a concretar más
esto: el neurótico no puede relajarse con seguridad ante su
situación real, incluyendo su antigua estimación sobre ella, ya
que se ajusta espontáneamente mediante su propia autorregu-
lación. a la que encuentra peligrosa y convierte en deliberada.
Pero con ayuda, esta situación real puede cambiarse en una
ventaja para él. Es útil expresadlas coses de esta manera un
poco complicada más que decir simplemente que “el neurótico
comete un error”, ya que él se autorregula y es para completar
una verdadera situación inacabada por lo que va al terapeuta.
Si el terapeuta considera la situación terapéutica bajo este
prisma, es decir, como formando parte de una situación inaca-
bada del paciente que se perpetúa, situación que este último
aborda con su propia autorregulación, va a ser ciertamente
más eficaz que si considera al paciente equivocado, enfermo,
“muerto”. En efecto, es cierto que, gracias a la energía del tera-
peuta pero también a la suya propia, el paciente va a poder
finalmente completar la situación.
Lo que nos lleva a la espinosa pregunta que queremos abor-
dar en este capítulo: ¿cuál es la relación entre la autorregula-
ción continua y neurótica del paciente y la concepción científi-
ca del terapeuta de la autorregulación sana del organismo? Con
relación a esta pregunta, haríamos bien en prestar una aten-
ción muy cuidadosa a lo que dice Kurt Lewin:

Es especialmente necesario que quien se proponga estudiar el fe-


nómeno de la totalidad se guarde de la tendencia a hacer que las
totalidades engloben todo lo que sea posible englobar, la verda-
dera tarea consiste en investigar las propiedades estructurales de
una totalidad dada, establecer las relaciones de las totalidades
subsidiarias y determinar las fronteras del sistema con el que se
está tratando. Es tan cierto en psicología como en física que ‘cual-
quier cosa depende de todo el resto".1

4 La auto regulación sana en una situación de urgencia

Vamos a considerar, en primer lugar, un ejemplo bastante sano


de dominancia y de autorregulación del organismo.2
El cabo Jones patrulla por el desierto. Se pierde, pero, al fi-
nal, agotado, regresa al campamento. Jimmy, su amigo, se ale-
gra de verle y le cuenta entonces que en su ausencia, ha ascen-
dido. Jones le mira con los ojos vidriosos y murmura: “¡Agua!”.
Se da cuenta de un charco de barro en el que normalmente no
se hubiera fijado, se deja caer de rodillas y trata de beber. Casi
inmediatamente después, asqueado, se levanta y se dirige titu-
beante hacia el pazo que se encuentra en el centro del campa-
mento. Más tarde, Jimmy le da sus galones de sargento y Jones,
sorprendido, le dice: “¿Qué quieres que haga con esto?". “¡Pero
M te he dicho que habías ascendido cuando volviste al campa-
mento!". “No me has dicho nada de eso”. “No seas idiota, te lo
he dicho”. “Pues yo no te he oído".
Y de hecho no le oyó. Estaba en ese momento inconsciente
de todo salvo del agua. Sin embargo, mientras estaba en el de-
sierto, una hora antes de encontrar el campamento, había sido
atacado por un avión enemigo y había tenido que ponerse a
cubierto rápidamente. Había oído el avión y el agua no había
reclamado toda su atención.
Vemos que existe una jerarquía de dominancias: una ame-
naza aguda ha dominado la sed, la sed ha dominado la ambi-
ción. Todos los esfuerzos estaban movilizados en lo inmediato
por la situación inacabada dominante, hasta que se completa y
la tarea siguiente puede asumir la dominancia.
Hemos elegido a propósito un ejemplo de situación de ur-
gencia, ya que, en un caso así, la jerarquía subyacente aparece
muy claramente. Lo prioritario es lo que viene primero y nos
dedicamos a ello sin descanso. Es bien sabido que ante una ur-
gencia vemos “lo que un hombre es realmente”.
Esta es también la sabiduría de la escuela existencialista
contemporánea, que insiste en la exploración de las “situacio-
nes extremas" para descubrir la verdad de la realidad, ya que,
en estas situaciones extremas, damos sentido a lo que hace-
mos. Pero es obvio que Un hombre da sentido siempre a lo que
se hace, si analizamos correctamente su situación. Paradójica-
mente, es sencillamente porque nuestra época es una situación
de urgencia crónica de débil intensidad por lo que nuestros
filósofos afirman que la verdad solamente se revela en las si-
tuaciones de urgencia aguda. Por el contrario y para nuestra
desgracia, nosotros no actuamos evidentemente en la situación
presente con toda la urgencia y el vigor que demostramos a
veces ante una situación de peligro.

5 La jerarquía de valores dada por las dominancias de la


autorregulación

Hemos visto ya que la evaluación dada por la autorregulación


ocupa una posición privilegiada en la ética, ya que únicamente
ella dirige la consciencia inmediata más clara y la fuerza más
vigorosa; cualquier otro tipo de evaluación debe actuar con
una energía disminuida. Sin embargo, podemos añadir que, de
hecho, cuando la realidad es presionante, algunos valores su-
plantan a otros y proporcionan una jerarquía cuyo orden viene
dado, de hecho, por el brillo y el vigor de su ejecución.
La enfermedad, las deficiencias somáticas y los excesos ocu-
pan un lugar alto en la jerarquía de la dominancia. Así como los
peligros ambientales. Pero también la necesidad de amor, de
encontrar a alguien, el evitar el aislamiento y la soledad, y la
necesidad de autoestima. De la misma manera, poder seguir
siendo uno mismo y poder desarrollarse: la independencia. Se
va a estar atento también a la confusión mental aguda. Y a todo
lo que está íntimamente asociado a la organización y a los hábi-
tos de la vida profesional, de tal manera que el heroísmo y la
necesidad de dar testimonio dominan a veces al miedo a morir.
En un sentido, estos valores realmente no son elegidos; sim-
plemente se imponen. La alternativa, incluso aunque se trate
de salvar la propia vida, está prácticamente desprovista de sen-
tido, ya que no organiza el comportamiento y está vacía de
ánimo. Verdaderamente se tiene la impresión de que el he-
roísmo, el sacrificio creativo o el cumplimiento creativo son
más un acto de voluntad o de auto obligación deliberada ya que
de lo contrario no desencadenarían tanto poder y gloria.
Cualquier agrupamiento ordenado de estas dominancias en
las situaciones reales es importante para los éticos o los políti-
cos. Realmente, es nada menos que una teoría inductiva de la
naturaleza humana. La teoría de la naturaleza humana es el
orden de la autorregulación “sana ". Vamos a especular un poco
sobre esta idea, el tiempo de un párrafo: si se considera el
ejemplo sencillo del cabo sediento, se puede enunciar una re-
gla, formulada de manera negativa: “Sea lo que sea que impide
cualquier comportamiento de una especie domina el compor-
tamiento específico de la especie; el género viene antes que la
especie”. Por ejemplo, evitar una muerte brutal es anterior a
apagar la sed, o mantener el bienestar de la cría va antes que el
bienestar del Yo. O también, por poner un ejemplo en el te-
rreno de la política: es estúpido que una sociedad inhiba los
sentimientos y pretenda cultivar las artes. Esta regla se puede
enunciar también de una manera positiva: "ley fundamental de
la vida es la auto preservación y el crecimiento". O también se
puede enunciar así esta regla: “Lo más vulnerable o lo más
apreciado va a ser lo primero que se defienda". Exactamente
como con la mota en el ojo, cuyo dolor va a ser lo más inmedia-
to, lo que va a exigir la atención. Esto es lo que se llama la “sa-
biduría del cuerpo”.
6 Teorías de la psicoterapia como jerarquías de valores

Sea cual sea, cualquier teoría médica, psicoterapéutica o educa-


tiva está basada en una concepción concreta de la auto regula-
ción organísmica y su jerarquía de valores correspondiente.
Esta concepción es el funcionamiento de lo que los científicos
consideran, el hecho, como el factor dinámico clave en la vida y
en la sociedad.
En las teorías psicoanalíticas, desarrolladas después de los
trabajos de Darwin, el factor dinámico se despliega genética-
mente, en general, como una historia. Para Freud, por ejemplo,
que se ha preocupado mucho de la libido y de su desarrollo
somático, la naturaleza “humana se ordena en estadios oral,
anal, fálico y genital. (No se tiene la impresión, en Freud, de
que las mujeres tengan una naturaleza humana completa, pero
se puede estar seguro, sin embargo, de que son un poco divi-
nas). Otros comportamientos importantes están relacionados
con estos desarrollos, como el sádico-anal, el oral-anal-
canibalístico, el fálico-narcisista, etc. El objetivo de la terapia es
entonces restablecer el orden natural en una totalidad social
viable constituida de preplacer, sublimación, placer final. Harry
Stack Sullivan por aportar un ejemplo que va en sentido con-
trario, ve en la totalidad social un asunto esencialmente hu-
mano: son la interpersonalidad y la comunicación las que libe-
ran la energía. Los estados infantiles que despliega son, por lo
tanto, prototáxico, paratáxico y sintáxico, y define los caracte-
res eróticos freudianos en estos términos. El objetivo de la te-
rapia consiste entonces en sobreponerse a la soledad, restau-
rar la autoestima y conseguir una comunicación sintáxica. En la
misma línea, Horney y Fromm (después Adler) estaban cauti-
vados por el crecimiento del niño hasta la independencia; la
neurosis, según ellos, se sitúa en las relaciones de poder regre-
sivas tanto en el individuo como en la sociedad, y lo que buscan
es la autonomía del individuo. Podríamos seguir así durante
mucho tiempo.
Cada escuela de psicoterapia tiene una concepción de la na-
turaleza humana que, en la neurosis, está reprimida y es regre-
siva, y su objetivo es entonces “recuperarla” o “llevarla a la
madurez”. Según las concepciones, hay algunas pulsiones o
algunos comportamientos que deben ser dominantes en una
autorregulación sana, y el objetivo es entonces crear una situa-
ción real en la que sean dominantes.
Si exponemos las diferencias entre las escuelas no es para
hacer una elección entre ellas ni para rechazarlas en bloque;
mucho menos para desacreditar la psicoterapia calificándola
de sectaria. De hecho, grosso modo, estas teorías no son in-
compatibles a nivel lógico; se completan a menudo perfecta-
mente e indirectamente se aportan pruebas unas a otras. Por
otro lado, como ya lo hemos indicado, no es sorprendente que
los científicos responsables puedan llegar a teorías tan dispa-
res si se tiene en cuenta que, por razones de personalidad y de
reputación, las diferentes escuelas de psicoterapia atraen dife-
rentes estilos de pacientes que aportan la verificación empírica
de sus teorías y nutren la base de otras hipótesis de la misma
orientación. Vamos a ilustrar brevemente esto. Es natural que,
al principio, Freud tratara a una amplia gama de pacientes cró-
nicos que presentaban síntomas espectaculares: histerias, ob-
sesiones, fobias, perversiones. Esto fue a la vez el resultado y la
causa: adoptó como método la interpretación de los símbolos;
era por lo tanto lógico que llegara a una determinada teoría de
la infancia y de la naturaleza humana. Los junguianos, que se
dedicaron a tratar a los psicóticos institucionalizados y las “de-
presiones nerviosas” de la mitad de la vida, elaboraron por lo
tanto terapias artísticas y concibieron una teoría llena de ideas
de cultura más elevadas y rudimentarias, disminuyendo el én-
fasis puesto en la sexualidad. Reich, por su parte, trabajaba con
gente más joven, la mayor parte aún soltera. Sus pacientes*y su
intuición le dictaron un método más fisiológico. Sullivan, con
sus esquizofrénicos en tratamiento ambulatorio, no tenía otros
recursos que los métodos basados en la conversación y la cons-
trucción de una relativa seguridad en sus pacientes. Moreno,
enfrentado a los delincuentes en internados, creó una terapia
de grupo que, en principio, no pusiera el énfasis en el fenó-
meno de la transferencia y llevara a una razonable sociabilidad
mayor.
En cada escuela hay una cierta coherencia entre la tenden-
cia, el tipo de pacientes, el método y la teoría. No es científica-
mente escandaloso. Se podría desear que los teóricos estuvie-
ran menos inclinados a extrapolar una teoría de la “naturaleza
humana” a partir de su práctica y también que los médicos es-
tuvieran menos inclinados a hacer lo mismo, como si la huma-
nidad entera fuera, por naturaleza, un paciente, v demás, sería
deseable también que los profanos, tanto los críticos como los
lógicos, se informaran mejor de los fundamentos empíricos de
las teorías que menosprecian.

7 La autorregulación del neurótico y la concepción del te-


rapeuta

Todos los que estudian con una buena disposición, como he-
mos hecho nosotros, aunque superficialmente, las diferentes
escuelas y métodos de psicoterapia acaban concluyendo que la
naturaleza humana está en parte dada, es su hipótesis, pero
también ajustándose a las distintas terapias concluyen que en
parte se crea. Y que este ajuste creativo, en circunstancias fa-
vorables, es en sí mismo un elemento esencial de la naturaleza
humana. Es el mismo poder esencial que, a primera vista, es
evidente en cualquier experiencia humana válida. El problema
de la psicoterapia es movilizar el poder de ajuste creativo del
paciente sin obligarle a meterse en el estereotipo de la concep-
ción científica del terapeuta.
Llegamos así al tema de la relación entre la autorregulación
continua del neurótico y la concepción que tiene el terapeuta
de la naturaleza humana que se trata de “recuperar”. En efecto,
el paciente va verdaderamente a crearse en gran parte según la
concepción del terapeuta. Vemos por lo tanto la importancia de
la advertencia de Lewin que hemos citado: no analizar la es-
tructura de la situación real en términos de totalidad de una
manera demasiado exagerada.
Consideremos las cosas de la siguiente manera durante un
momento: la “naturaleza humana” corriente (sea cual sea la
concepción elegida) comparte no solamente factores animales,
sino también culturales; estos factores culturales, sobre todo
en nuestras sociedades, son extremadamente divergentes; es
quizás en la coexistencia de las divergencias en donde estaría
la propiedad por excelencia que definiría nuestra cultura.
Además, existen, indudablemente, en los individuos y en las
familias, disposiciones excéntricas concretas. Más importante
aún, la creación de sí mismo, el autoajuste creativo en circuns-
tancias variadas, se desarrolla desde el principio no solamente
como un “condicionamiento" extrínseco, que se podrá “des-
condicionar", sino también y principalmente como un verdade-
ro crecimiento. Aceptados todos estos factores de variación y
de excentricidad en cada paciente, es evidentemente deseable
tener una terapia que establezca una norma lo más pequeña
posible pero que intente sacar el mayor partido posible de la
estructura de la situación real, aquí y ahora.
A menudo, es necesario decirlo, el terapeuta trata de impo-
ner sus normas de salud al paciente, y cuando no puede hacer-
lo, exclama: “¡Regúlate ni solo, maldito! ¡Te estoy explicando lo
que es la autorregulación!". El paciente intenta esforzarse pero
no puede hacerlo, y al terapeuta acaba por escapársele enton-
ces el reproche: “¡Estás muerto!” o “Es porque no quieres", que
es dicho en parte como técnica terapéutica, en parte por franca
irritación. (En nuestra opinión, ¡es mejor que sea por irritación
que por técnica!).
La situación se presenta, en general, como sigue: el terapeu-
ta utiliza su concepción científica como un plan general de tra-
tamiento, y lo adapta a cada paciente. Según su concepción,
elige la tarea, anota las clases de resistencias, decide cuándo
debe seguirlas o dejarlas pasar. Y. también según su concesión,
espera o se desespera con relación a los progresos. Cualquier
plan del tratamiento es, con seguridad, una abstracción de la
situación concreta, y es indispensable que el terapeuta tenga fe
eh esta abstracción. Por ejemplo, si para él el factor dinámico
es la energía vegetativa y el método que utiliza es psicológico,
esperará hasta ver que los músculos de su paciente se descon-
tracturan y que la energía circula, pero se desesperará si el pa-
ciente no puede o no quiere hacer los ejercicios. Lo que ocurre,
cree, debe indicar un progreso. Pero a los ojos de un observa-
dor de otra escuela, la situación podría parecerle lo siguiente:
el paciente realmente ha cambiado de un contexto en donde
estaba nombrando a otro que somete su cuerpo a la manipula-
ción del terapeuta o lo manipula él mismo con consignas. Pero,
en un contexto en el que “es él mismo”, fuera del despacho, lo
único que ha hecho es aprender nuevas defensas contra las
“amenazas que vienen de las profundidades” o, peor aún, ha
aprendido a ponerse entre paréntesis y a actuar siempre como
si estuviera en el despacho del terapeuta. El paciente está tam-
bién, es obvio, generalmente convencido de la misma abstrac-
ción que su terapeuta, sea cual sea. En su capacidad de obser-
vador de lo que pasa, ve que se producen acontecimientos exci-
tantes. Esto da una dimensión completamente nueva a su vida
y hace que merezca la pena el gasto de dinero. Y, a largo plazo,
algo ocurre, de una u otra manera.
Lo decimos de manera irónica, pero todos estamos en el
mismo barco, quizás inevitablemente. Pero, incluso aunque sea
así, es bueno llamar a una pala, pala.

8 Seguir las resistencias e interpretar lo que surge

Vamos a volver de nuevo, al contexto de la controversia clásica


entre el antiguo método (“interpretar todo lo que surge”) y el
más reciente que consiste en “seguir las resistencias” (última-
mente, "análisis del carácter”). Estos dos métodos están inex-
tricablemente ligados.
Se empieza generalmente con “lo que surge”, lo que el pa-
ciente aporta espontáneamente cuando entra en el despacho
del terapeuta: una pesadilla, una actitud poco sincera, un dis-
curso sin fuerza, una rigidez en la mandíbula, no importa lo
que sea que le llame la atención. Incluso aquí, es necesario, no
obstante, darse cuenta (cosa que se descuida frecuentemente)
de que, para el paciente, consultar a un terapeuta supone, en
parte, una “defensa” contra su propio ajuste creativo, una resis-
tencia a su propio crecimiento y, al mismo tiempo, una llamada
a la seguridad.3 En todos los casos, el terapeuta parte de lo que
el paciente aporta. Pero se considera universalmente que si el
terapeuta sigue adelante con lo que aporta el paciente, enton-
ces el paciente se evadirá y dará vueltas. Entonces, en el mo-
mento en que nota una resistencia crucial (según su propia
concepción), se dedica a “machacar” esto.
Pero mientras machaca esto, se puede estar seguro de que el
paciente se está ocupando activamente en aislar este punto
peligroso y construir otra defensa. Surge entonces un nuevo
problema: es necesario atacar las dos defensas a la vez, ya que
una no sustituye a la otra. ¿Pero esto no lleva de nuevo a seguir
con lo que surge, con lo que aporta el paciente? Naturalmente,
la nueva situación tiene grandes ventajas: el terapeuta com-
prende mejor ahora, ya que está implicado en una situación
que, en parte, ha creado él mismo. Las reacciones que se pro-
ducen o confirman sus suposiciones o las modifican en una
determinada dirección. El terapeuta crece también en una si-
tuación real, cediendo ante lo que se le aporta y defendiéndose
de los elementos neuróticos; que hay. Con la esperanza de que
un día la estructura de los elementos neuróticos se debilite
progresivamente hasta desaparecer por completo.
¿A dónde queremos llegar con este cuadro curiosamente
complicado de lo que ocurre? Queremos decir que los dos mé-
todos, “interpretar lo que surge” y "seguir las resistencias”,
están inextricablemente, mezclados en la situación real; y que,
si hay algún crecimiento, tanto en las aportaciones espontá-
neas del paciente y en sus resistencias neuróticas como en la
concepción del terapeuta y en sus defensas no neuróticas a ser
engañado, manipulado, etc., se destruirán progresivamente en
el desarrollo de la situación. Por lo tanto es concentrándose en
la estructura concreta de la situación real como mejor se puede
esperar disolver los elementos neuróticos. Lo que implica afe-
rrarse con menos rigidez a, la propia concepción científica de
lo que suele observarse normalmente en esta profesión.

9 La doble naturaleza del síntoma

La estructura de una situación es la coherencia interna de su


forma y de su contenido, y nosotros tratamos de demostrar
que concentrarse sobre la estructura de la situación es lo que
aporta una reacción correcta entre la autorregulación continua
del paciente y la concepción del terapeuta.
Una de las mayores observaciones de Freud se refiere a la
doble naturaleza del síntoma neurótico: el síntoma es a la vez
una expresión de vitalidad y una “defensa” contra la vitalidad
(nosotros preferimos decir un “ataque auto conquistador con-
tra su propia vitalidad”). La opinión común de los terapeutas
consiste en “utilizar los elementos sanos para combatir la neu-
rosis”. Esto suena precioso, pero significa: deseo de cooperar,
honestidad innata, orgasmo, deseo de estar bien y de ser feliz.
Pero ¿qué pasa si los elementos más vitales y los más creativos
son precisamente los elementos “neuróticos", la autorregula-
ción neurótica característica del paciente?
Este asunto es extremadamente importante. La concepción
habitual que consiste en utilizar los elementos sanos implica
que la neurosis es simplemente una negación de la vitalidad.
Pero ¿no es cierto que el comportamiento autorregulador neu-
rótico posee rasgos positivos, a menudo inventados, y a veces
un elevado nivel de realización? La pulsión neurótica, con toda
seguridad, no es puramente negativa, ya que, evidentemente,
ha ejercido upa fuerte influencia en el paciente y no se puede
explicar un efecto positivo mediante una causa negativa.
Si la concepción básica de una naturaleza humana sana (sea
cual sea) es correcta, entonces todos los pacientes al curarse
serían iguales. ¿Es este el caso? Por el contrario, es precisa-
mente en la salud y en la espontaneidad en donde los hombres
son más diferentes, más imprevisibles, más “excéntricos”. Co-
mo una clase de neurosis los hombres se parecen mucho: la
enfermedad tiene como efecto atenuar las diferencias. Aquí, de
nuevo, se puede constatar que el síntoma tiene un doble aspec-
to: como rigidez, hace de un individuo un simple ejemplo de un
tipo de ‘carácter”, y según esto existe una media docena. Pero
como obra de su propio Self creativo, el síntoma expresa el ca-
rácter único de un individuo. ¿Existe una única concepción
científica que pretenda abarcar a priori toda la gama de la es-
pecificidad humana?

10 Tratamiento del síntoma y represión del paciente

Finalmente, vamos a considerar nuestro problema en el con-


texto de la ansiedad del paciente. Para que el paciente “recupe-
re" su naturaleza humana, el terapeuta aporrea su carácter,
aumenta su ansiedad y, en consecuencia, disminuye la estima
que tiene de sí mismo. Enfrentado a criterios de salud en los
que no da la talla, el paciente se siente culpable. Tenía la cos-
tumbre de sentirse culpable porque se masturbaba, ahora se
siente culpable porque no consigue suficiente placer cuando se
masturba (en general, conseguía más placer cuando se sentía
culpable). Cada vez más, el médico está en lo cierto y el pacien-
te en el error.
No obstante, sabemos que debajo de las “defensas" caracte-
rísticas, realmente en las defensas características en sí mismas,
existe siempre un sentimiento infantil de afirmación muy her-
moso: la indignación en la desconfianza, la admiración leal en
el aferrarse, la soledad en el aislamiento, la agresividad en la
hostilidad, la creatividad en la confusión. Y esta parte no es del
todo irrelevante en la situación presente. Ya que, incluso ahora
y aquí, hay muchas cosas de las que indignarse, algunas cosas a
las que ser leal y admirar, y un maestro al que destruir y asimi-
lar, y una oscuridad en la que solamente el espíritu creador
puede percibir un atisbo de luz. Naturalmente, ninguna terapia
puede extirpar estas expresiones innatas. Pero lo que decimos
es que estas expresiones innatas y su empleo neurótico forman
ahora una figura global, ya que son la obra de la autorregula-
ción en curso del paciente.
¿Cuál puede ser el resultado de este martilleo a las resisten-
cias? Ansioso y culpabilizado, acosado por este ataque frontal,
el paciente reprime por entero la totalidad. Suponiendo que, a
pesar de todo, tenga una ganancia, que la energía asociada se
relaje. Pero el paciente tiene una pérdida importante de sus
armas y de su orientación en el mundo. La nueva energía dis-
ponible no puede actuar ni hacer sus pruebas en la experiencia.
Para un amigo comprensivo e inteligente del paciente, el resul-
tado puede parecerle el siguiente: el proceso de análisis parece
o una especie de nivelación y un "ajuste", o un estrechamiento
en el fanatismo, según que la concepción científica fundamen-
tal del terapeuta ponga más el acento en la liberación interper-
sonal o en lo personal. ¡El paciente, obviamente, se parece aho-
ra a la norma de la teoría, y la teoría, de nuevo, queda probada!

11 Las exigencias de un buen método

Vamos a tratar de poner en orden y resumir lo que hemos di-


cho de la relación entre la autorregulación neurótica y la con-
cepción del terapeuta sobre la autorregulación organísmica.
Hemos encontrado buenas razones para creer que el poder
del ajuste creativo en la terapia está presente en cualquier mé-
todo. Hemos visto que era prudente postular lo menos posible
una normalidad, haciendo abstracción de la situación del aquí y
ahora. Existe el peligro de que el paciente solo se acerque a
esta norma abstracta en el contexto del tratamiento. Y vamos a
tratar de demostrar que tanto “lo que surge" como las “resisti-
das a un tratamiento” están, los dos, presentes en la realidad, y
que la implicación del terapeuta no se limita simplemente a ser
el objeto de la transferencia del paciente, sino que supone su
propio crecimiento dentro la situación, arriesgando sus presu-
posiciones. Hemos recordado que el síntoma neurótico es una
estructura intrínseca de elementos vitales y entumecidos, y
que el paciente invirtió allí lo mejor de sí mismo. En último
lugar, hemos visto que existe el peligro de que al disolver sus
resistencias, él se convierta en menos de lo que era.
A partir de todas estas consideraciones, hemos visto la ne-
cesidad de concentramos en la estructura de la situación real
como la tarea del ajuste creativo, tratar de hacer una nueva
síntesis completamente nueva, y hacer de ella el punto clave de
la sesión.
Por otra parte, es absurdo pensar, aunque no sea más que
por un instante, que no hay que combatir las resistencias, que
no hay que despertar la ansiedad ni demostrar que una res-
puesta neurótica no funciona, ni revivir el pasado, ni rechazar
todas las interpretaciones ni abandonar todos los conocimien-
tos. Los resultados solamente serían superficiales y no se libe-
raría ninguna energía fijada, etc. Humanamente hablando,
¿cuál es la realidad de una entrevista en la que uno de los par-
ticipantes, el terapeuta, inhibiera lo mejor de su poder, lo que
sabe y lo que este saber le permite evaluar?
El problema que se plantea entonces y que se trata de deta-
llar es el de la estructura de la entrevista: ¿cómo emplear y
desplegar el conflicto, la ansiedad, el pasado, su concepción y
su interpretación, para conseguir el punto máximo del ajuste
creativo?

12 La consciencia de uno mismo en las situaciones de ur-


gencia experimentales y seguras

Ahora, volviendo al cabo Jones y a su jerarquía de respuestas


sanas en una situación de urgencia, nos proponemos esto como
estructura de la entrevista: provocar un estado de urgencia
segura, centrada en la situación real. Esto puede parecer una
formulación rara, pero es exactamente lo que hacen los tera-
peutas de todas las escuelas, en sus momentos de éxito. Vamos
a considerar una situación cualquiera como sigue:

1 El paciente, como participante activo del experimento,


se concentra sobre lo que realmente siente, piensa, hace,
dice; trata de contactar con ello más de cerca, con las
imágenes, las sensaciones físicas, la respuesta motora, la
descripción verbal, etc.
2 Es algo que representa un interés vital para él, por lo
tanto no necesita dirigir deliberadamente la atención a
esto: le llama la atención. El contexto puede ser elegido
por el terapeuta a partir de lo que sabe del paciente, y
según su concepción científica de la localización de la
resistencia.
3 Es algo de lo que el paciente es vagamente consciente, y
se vuelve aún más consciente gracias al ejercicio.
4 Durante el ejercicio, el paciente es animado a que siga
sus inclinaciones, a imaginar y a exagerar libremente, ya
que el juego transcurre en total seguridad. Aplica su ac-
titud habitual y la actitud exagerada en su situación real:
la actitud hacia sí mismo, hacia el terapeuta, su compor-
tamiento corriente (en su familia, su vida sexual, o pro-
fesional).
5 Alternativamente, inhibe exageradamente su actitud y
aplica la inhibición en los mismos contextos.
6 A medida que el contacto se mejora y que el contenido
se enriquece, su ansiedad se despierta. Esto supone una
situación de urgencia sentida, pero es segura y contro-
lable, y los dos participantes lo saben.
7 En esta situación de urgencia segura, el objetivo es que
la intención subyacente (reprimida) (acción, actitud, ob-
jeto presente, recuerdo) se convierta en dominante y re-
forme la figura.
8 El paciente acepta la nueva figura como suya, sintiendo
que: soy yo quien está sintiendo, pensando, haciendo es-
to”.

Esta situación terapéutica no es en verdad muy inhabitual.


No prejuzga el empleo de ningún método concreto, ya sea
anamnésico, interpersonal o fisiológico, ni de ninguna concep-
ción básica. Lo que es nuevo es la manera de esperar la ansie-
dad: no como una consecuencia inevitable, sino como una ven-
taja funcional. Y esto se vuelve posible porque la actividad in-
teresada del paciente es considerada como lo central desde el
principio al fin. Al reconocer la situación de urgencia, ni huye ni
se congela, sino que mantiene su valor, se vuelve receloso y se
da cuenta activamente del comportamiento que se ha vuelto
dominante. Es él quien crea la situación de urgencia; no es algo
que viene de fuera y le agobia. Y la tolerancia de la ansiedad es
la misma que la que sobreviene durante la formación de una
nueva figura.
Si el estado neurótico es la respuesta a una situación de ur-
gencia crónica de débil intensidad que no existe, con un tono
medio, una vigilancia apagada y fija en lugar de una relajación
o, por el contrario, un tono eléctrico y una vigilancia aguda y
flexible, entonces, el objetivo terapéutico es concentrarse en
una situación de urgencia real de fuerte intensidad a la que el
paciente puede hacer frente y que le permita así crecer. Se le
dice habitualmente al paciente: “Has adoptado este comporta-
miento cuando estabas realmente en peligro, por ejemplo,
cuando eras niño. Pero ahora estás seguro, eres adulto”. Esto es
verdadero en cierta medida. Pero el paciente se siente seguro
mientras su comportamiento neurótico no esté implicado,
cuando está tumbado, hablando con una persona amistosa, etc.
O por el contrario, el terapeuta ataca la resistencia y el paciente
es aplastado por la ansiedad. Pero el problema es que el pa-
ciente pueda sentir su comportamiento en su función misma
de urgencia y que, al mismo tiempo, se sienta seguro ya que
puede hacer frente a la situación. Es decir, es necesario elevar
la situación de urgencia crónica de débil intensidad hasta una
situación de urgencia segura de alta intensidad, acompañada
de una ansiedad que sea aun activamente controlable por el
paciente. Los problemas técnicos son, entonces, los siguientes:

a) Encontrar la manera correcta de acrecentar la tensión.


b) Mantener la situación controlable, pero no controlada:
que sea sentida como segura ya que el paciente ha lle-
gado a un estado en donde es necesario inventar el ajus-
te requerido, en lugar de reprimirla de manera no deli-
berada.

El método consiste en utilizar todas las partes que funcionan


como funcionales, no poner entre paréntesis u olvidar alguna
parte que no funciona en la situación real, encontrar el contex-
to y la experimentación que las activen a todas como una tota-
lidad del tipo requerido. Las partes que funcionan son las si-
guientes: la autorregulación del paciente, el conocimiento del
terapeuta la liberación de la ansiedad y (en especial) el valor y
el poder creativo formativo que se encuentran en cada perso-
na.

13 Evaluación

A fin de cuentas, el asunto del buen uso de la concepción del


terapeuta se desprende de la naturaleza de la evaluación.
Hay dos tipos de evaluación, la evaluación intrínseca y la
evaluación comparativa. La evaluación intrínseca está presente
permanentemente en cada acto en curso; es el fin hacia el que
se dirige el proceso, la situación inacabada que va hacia lo aca-
bado, la tensión hacia el orgasmo, etc. El criterio de evaluación
surge en el acto en sí mismo y es, finalmente, el acto en sí mis-
mo como totalidad.
En la evaluación comparativa, el criterio es extrínseco al ac-
to. El acto es juzgado con relación a otra cosa distinta. Es a este
tipo de evaluación al que el neurótico (y la neurosis normal de
la sociedad) está especialmente inclinado; cada acto es medido
en función de un ideal del Yo, de la necesidad de elogios, de
dinero, de prestigio. Es ilusorio creer, como lo saben todos los
artistas o educadores, que este tipo de evaluación comparativa
pueda llevar a cualquier cumplimiento satisfactorio. En los ca-
sos en que esta ilusión parece ser un acicate saludable, la com-
paración señala, de hecho, una necesidad de amor, de no cul-
pabilidad, etc. Estas pulsiones serian, sin embargo, más útiles
(menos perjudiciales) si no se disimularan.
Es inútil que el terapeuta trate de hacer evaluaciones com-
parativas a partir de su concepción de una naturaleza sana.
Debe preferentemente utilizar sus concepciones y sus otros
conocimientos de manera descriptiva, para buscar pistas e in-
dicaciones, y subordinarlas a la evaluación intrínseca de la au-
torregulación en curso.

Notas

1 Willis D. Ellis, Source Book o! Gestalt Psychology. Kegan Paul Trench, Trub-
ner and Co. Ltd., Londres.
2 Decimos “bastante sano”, ya que el contexto militar del incidente es en sí

mismo dudoso, Pero cualquier contexto real elegido es dudoso de una ma-
nera y otra.
3 Y viceversa: en nuestra sociedad, con su aislamiento y la necesidad de

“hacerlo todo por uno mismo”, no pedir ayuda supone una resistencia.
5
La maduración y
los recuerdos de la infancia

1. El pasado y el futuro en la realidad presente


2. La importancia del pasado y del futuro en terapia
3. Efectos pasados como formas fijas en el presente
4. La compulsión a repetir
5. La estructura de una escena olvidada y su rememora-
ción
6. El trauma como situación inacabada
7. El uso terapéutico de la escena recuperada
8. La concepción errónea de la oposición infantil/maduro
9. Discriminación de las actitudes del niño y de sus objetos
10. Cómo Freud diferenciaba entre infantil y maduro; se-
xualidad infantil, dependencia
11. Emociones infantiles e irrealidad: impaciencia, alucina-
ción y agresividad
12. La irresponsabilidad infantil
13. Conclusión
14. Desbloquear el futuro
5
La maduración y
los recuerdos de la infancia

1 El pasado y el futuro en la realidad presente

Si insistimos en la consciencia del sí mismo, la experimenta-


ción, la situación de urgencia vivida y el ajuste creativo, no po-
nemos menos el acento en la recuperación de los recuerdos
pasados (“recuerdos infantiles”) o en las anticipaciones y en las
ambiciones para el futuro (“proyectos de vida"). Pero acordar-
se y anticipar son actos que tienen lugar en el presente, y es
importante que analicemos su lugar en la estructura de la
realidad. Puedes colocarte experimentalmente en el contexto
de este capítulo si te dices: “Ahora, aquí, me acuerdo de esto o
de aquello”, y date cuenta de la diferencia con vagar simple-
mente por los recuerdos. O también: “Ahora, aquí, estoy pla-
neando o espero que suceda esto o aquello”.
Los recuerdos y las anticipaciones son la imaginación en el
presente. La imaginación, en general, no es un juego de diso-
ciación sino de integración. ¿Por qué las personas que se en-
tregan a sus recuerdos o a sus proyectos parece aparentemen-
te que huyen? ¿Por qué, después de esto, en lugar de salir re-
frescados, se sienten vacíos y agotados? ¿Es que no sienten los
acontecimientos como suyos, no les parecen familiares, y ni los
recrean ni los asimilan? El relato parece siempre sin fin y se
vuelve cada vez más seco y verbal. (En contraposición, por
ejemplo a la obra de arte, en donde el recuerdo cobra vida
cuando se manipula el medio). Mientras tanto la realidad es
insatisfactoria, el pasado se pierde, el futuro no existe todavía.
¿Cuál es, entonces, el sentimiento de este charlatán? No es una
imaginación fértil, sino que está llena de pesares, de reproches
hacia uno mismo y hacia los otros, o de frustración, de culpabi-
lidad por ser inadecuado, al intentar ejercer su voluntad: y esto
disminuye cada vez más su autoestima. Pues la sensación de su
propio valor no puede conseguirse ni dándose explicaciones
para disculparse, ni comparándose con un criterio externo: “no
es culpa mía, soy tan bueno como cualquier otro; no he estado
a la altura, pero pronto demostraré de lo que soy capaz" la sen-
sación del propio valor se nos da cuando uno se siente compe-
tente en una actividad en curso, o en la relajación que sigue al
terminar una situación (de tal manera que no hay remordi-
mientos cuando el juego sexual “culpable” se ha satisfecho, sino
solamente cuando ha sido pobre). La justificación o la compa-
ración se sienten siempre como una mentira, ya sea para con-
solarse o para castigarse. Hacer algo y ser uno mismo, por el
contrario, constituyen la prueba; es la justificación ante uno
mismo, por la que se completa la situación. Es por esto por lo
que ponemos el acento en un experimento sobre la autocon-
ciencia inmediata del paciente en el que él mismo se implica, y
esperamos que llegara a crear un tipo de totalidad más venta-
josa.

2 La importancia del pasado y del futuro en terapia

La preocupación es que el Self disponible, el que está aquí, está


bastante delgado en su contenido y está dividido en seis for-
mas. Es ya algo, pero no es suficiente para dar al paciente el
“sentimiento de sí mismo" (Alexander); nos es necesario tam-
bién ocuparnos de la “base subyacente” en donde el Self es no
consciente, para incrementar el poder del Self. Queda saber
cómo se sitúa esta base subyacente en el presente.
Freud, que trató de contestar a esta pregunta, repitió cate-
góricamente en los últimos años de su vida que a ningún méto-
do se le podía llamar “psicoanálisis” si no recuperaba los re-
cuerdos infantiles. Desde nuestro punto de vista, quería decir
con esto que una gran parte del Self continúa pasando a la ac-
ción (acting out) antiguas situaciones inacabadas. Y esto debe
ser verdad, ya que vivimos asimilando la novedad en la que nos
hemos convertido, de la manera en que nos hemos convertido.
Algunas escuelas parafreudianas, por el contrario, dicen que
los recuerdos infantiles no son del todo necesarios, y que lo
que es necesario es conseguir una actitud madura. Esto podría
querer decir (y es verdaderamente cierto) que muchas capaci-
dades de crecimiento de una persona están frustradas; no ha
conseguido llegar a ser ella misma.
Vamos a tratar de demostrar que la distinción “infan-
til/maduro’’ es una falsa dicotomía, que surge de un empleo
engañoso del lenguaje. Y que, sin esta división, la recuperación
de la infancia y la necesidad de madurez van a aparecer bajo
una luz diferente. En este capítulo, vamos a tratar sobre los
problemas de los recuerdos. (Los problemas de los proyectos
son una especie de agresividad. Ver capítulo 8).

3 Efectos pasados como formas fijas en el presente

Freud parece haber creído que el pasado existe psicológica-


mente de un modo distinto que en sus efectos actuales. En las
famosas imágenes de ciudades destruidas superpuestas, mues-
tra de una manera implícita que el pasado y el presente se in-
terpenetran, ocupan el mismo espacio y mantienen otras rela-
ciones además de las de la sucesión en el tiempo. Es una espe-
culación con mucha fuerza.1
Para los propósitos de la terapia, sin embargo, solo la es-
tructura presente de la sensación, de la introspección, del
comportamiento está disponible. ¿Debemos entonces pregun-
tarnos cuál es el papel del recuerdo en esta estructura? En el
plano formal, los recuerdos representan una de las formas más
fijas (incambiables) en el proceso que está transcurriendo en el
presente.
(Ya hemos hablado de las “abstracciones” como formas fi-
jas, que se han vuelto relativamente inmóviles para que otra
cosa pueda moverse con más eficacia. Las abstracciones se ale-
jan de los detalles más sensoriales y más materiales de la expe-
riencia; los recuerdos, por el contrario, son imaginaciones fijas
especialmente de las características sensoriales y materiales,
pero sin respuesta motriz; el pasado es también inmutable, es
lo que se vive como inmutable. Los hábitos, por ejemplo, las
técnicas o los conocimientos son otras formas fijas: son asimi-
laciones a la estructura orgánica más conservadora).
Muchas de estas formas fijas son sanas, movilizables en el
proceso en curso: por ejemplo, un hábito útil, un arte, un re-
cuerdo concreto que ahora sirve de comparación con otro de-
talle para conseguir una abstracción. Algunas formas fijas son
neuróticas, como el “carácter’’ o la repetición compulsiva. Pero
sean sanas o neuróticas, el pasado y todas las otras formas fijas
persisten por su funcionamiento en el presente. Una abstrac-
ción persiste cuando encuentra su prueba en el discurso pre-
sente: una técnica cuando se practica; una característica neuró-
tica, cuando reacciona contra una pulsión recurrente “peligro-
sa”.
Cuando ya no son de utilidad en el presente, el organismo,
mediante la autorregulación, se deshace de los efectos fijos del
pasado: los conocimientos inútiles se olvidan, el carácter se
disuelve. La regla funciona en los dos sentidos. No es por iner-
cia, sino mediante una función, como persiste una forma, y no
es debido al tiempo que pasa, sino debido a la falta de función,
como una forma se olvida.

4 La compulsión a repetir

La compulsión neurótica a la repetición es la señal de que una


situación inacabada en el pasado se mantiene inacabada en el
presente. Cada vez que hay bastante tensión acumulada en el
organismo para que la tarea pueda dominar, hay un nuevo in-
tento de encontrar una solución. Desde este punto de vista, la
repetición neurótica no es diferente de otras tensiones acumu-
ladas y repetitivas, como el hambre o el deseo sexual. Y no es
necesario decir que la repetición neurótica saca su energía de
estas otras acumulaciones repetidas. Pero la diferencia con una
situación sana es que, cada vez que se produce una repetición
sana, la tarea se acaba, se restaura el equilibrio y el organismo
se mantiene o crece asimilando algo nuevo. Las circunstancias
son siempre cambiantes, el organismo las recoge sin tener que
cargar con las sensaciones fijas de otras circunstancias concre-
tas (sino solamente con las herramientas flexibles como son las
abstracciones útiles y los hábitos conservadores); y es la nove-
dad de las circunstancias nuevas lo que es interesante. Este
filete de carne no es igual al que me comí la semana pasada
(que podría despertarme asco), sino que esto es un filete de
carne (algo que sé, en general, que me gusta y que desprende
su propio olor, y que es nuevo).
Pero la tensión neurótica no está acabada. Sin embargo, es
dominante y debe ser acabada antes que cualquier otra cosa
retenga la atención. Pero el organismo que no ha crecido me-
diante la asimilación o el éxito adopta la misma actitud para
hacer el mismo esfuerzo de nuevo Desgraciadamente, la acti-
tud fija, la que ha fracasado antes, obligatoriamente se ha vuel-
to aún más incapaz en las nuevas circunstancias, de tal manera
que la posibilidad de completarse es cada vez más improbable.
Es un círculo vicioso: solo cuando ha habido asimilación, cuan-
do se ha acabado una tarea, es cuando se aprende algo y se está
en disposición de*abordar una nueva situación. Lo que no se
consigue acabar, por el contrario, permanece ignorado y fuera
de contacto, y de esta forma se hace cada vez más incompleto.
Por esta razón, una necesidad presente de una satisfacción
presente llega a parecer “infantil”. Pero no es el instinto o el
deseo los que son infantiles, los que no son adecuados cuando
se es adulto, es la actitud fija, sus concepciones e imágenes abs-
tractas que están pasadas de moda y son inverosímiles, inefica-
ces. Tomemos un ejemplo clásico: el deseo de ser mimado solo
conoce como lenguaje y guía la imagen de la madre, y esta ima-
gen coge cada vez más intensidad a medida que el deseo está
cada vez más frustrado. Pero la madre no está allí, y cualquier
otra persona que pudiera dar las caricias sería, a priori, decep-
cionante, o, por lo menos, no se busca en esa dirección. Ni el
deseo ni la imagen surgen del pasado porque la situación esté
inacabada, sino que la imagen es inadecuada y está pasada de
moda. Finalmente, cuando vista la perspectiva no quedan espe-
ranzas y el dolor es demasiado intenso, se intenta inhibir y
desensibilizar el complejo por entero.

5 La estructura de una escena olvidada y su rememoración

Vamos a considerar ahora un recuerdo que estaría aparente-


mente olvidado; no simplemente olvidado, como puede serlo
un conocimiento inútil, ni sujeto a ser recordado ya que es una
parte móvil del segundo plano del presente, como ocurre con
un conocimiento útil, pero reprimido.
En el plano estructural, poniéndonos en lo mejor, es consi-
derado como un mal hábito, un esfuerzo ineficaz de aniquila-
ción, y en su centro se encontraría el complejo olvidado e im-
posible de aniquilar. El mal hábito es una contrariedad delibe-
rada actual, una contrariedad que es siempre y a la vez muscu-
lar, sensorial y afectiva (por ejemplo, los músculos de los ojos
obligan al individuo a mirar hacia delante, impidiéndole el libre
juego de la visión: la retirada de! deseo impide que algunas
visiones se aclaren, y lo que realmente se ve distrae al senti-
miento y al comportamiento en una dirección opuesta). Y lo
que está inhibido, con el complejo en su centro, contiene una
escena concreta que, por ser concreta, no puede repetirse ni
ser útil de esta forma. Para que sea útil en el presente, necesi-
taría no ser aniquilada, sino destruida (desmontada) y puesta
al día. Es evidente que esta fijación es muy duradera, ya que el
olvido es renovado constantemente gracias a la energía actual
y mantenido fuera de cualquier posibilidad de rememoración
debido a la no pertinencia de su contenido.
¿Cómo se produce eso? Supongamos que hubo una vez una
situación presente, en la que el individuo tenía consciencia de
un deseo muy fuerte, en una escena con objetos (para simplifi-
car, pensemos en una situación dramática única, un ‘trauma’).
Este deseo fue frustrado, porque existía peligro al satisfacerlo,
pero la tensión de la frustración era insoportable. El individuo
inhibió entonces deliberadamente el deseo y la consciencia del
deseo, para no sufrir y ponerse fuera del peligro. Todo el com-
plejo, compuesto de sentimiento, expresión, gestos, impresio-
nes sensoriales, complejo especialmente profundo ya que está
inacabado, es actualmente inútil. Y una cantidad considerable
de energía está continuamente aportada para mantenerlo
apartado de cualquier movilización potencial en cada momento
(hablamos de una energía considerable, ya que la escena trau-
matizante está muy inacabada y debe ser fuertemente neutra-
lizada).
Entonces, ¿cómo se puede producir la rememorización? Su-
pongamos que la inhibición deliberada actual se relaje (ejerci-
tando los músculos de los ojos y dejando libremente jugar a la
visión, imaginando objetos deseables, llegándose a sentir insa-
tisfecho con las distracciones, etc.). En seguida, el sentimiento y
los gestos subyacentes pero siempre presentes se expresan, y,
con ellos, surge la escena antigua. No es esta imagen antigua la
que ha liberado el sentimiento, sino la relajación de la inhibi-
ción actual. La*escena* antigua es revivida porque lo que ocu-
rre es que era ¡a última vez que el sentimiento y el gesto se
ejercían libremente en el entorno sensorial y habían tratado de
completar la situación inacabada. La antigua escena es, por así
decirlo, el último símbolo en el que había aprendido a expresar
el sentimiento.
Si, por el contrario, es la imagen la que surge la primera por
casualidad, como cuando a alguien le llama poderosamente la
atención la cara de un transeúnte o incluso después de una
serie de asociaciones libres, se puede sentir repentinamente
una emoción “rara", una curiosa atracción, una tristeza sin
nombre. Pero esto no tiene sentido, es evanescente, y rápida-
mente es bloqueado por la inhibición actual que sigue existien-
do.
Así, en el psicoanálisis clásico, la escena olvidada debe ser
interpretada" para que se efectúe la liberación, es decir, debe
relacionarse con la actitud y la experiencia actuales. Pero la
interpretación no funcionará con éxito si va lo suficientemente
lejos como para alterar la estructura de la actitud presente, del
mal hábito.

6 El trauma como situación inacabada

Probablemente no existe un único momento traumatizante, tal


y como lo hemos descrito, sino más bien una sucesión trauma-
tizante de momentos más o menos frustrantes y peligrosos,
durante los cuales la tensión del sentimiento y el carácter peli-
groso y explosivo de la respuesta se intensifican progresiva-
mente, así como, en general, su inhibición, hasta que, en un
interés económico, el sentimiento y la respuesta se repriman.
Puede entonces aparecer, no importa en qué momento de esta
sucesión, como la última escena de la que uno se acuerda, para
recordar lo que había sido inhibido. (“Recuerdo que papá me
pegó en tal ocasión”). Daos cuenta de que esta escena trauma-
tizante no expresa la inhibición habitual, ni el carácter o la au-
toconquista, que se renuevan continuamente en el presente,
sino precisamente el sentimiento libre y todavía no inhibido,
más orgánico y siempre presente, por ejemplo, mi deseo de
estar cerca de papá o mi odio hacia él, o los dos.
No es el trauma lo que atrae a la repetición, como pensaba
Freud. Es el esfuerzo repetido del organismo para satisfacer su
necesidad, lo que lleva a la repetición, pero este esfuerzo es,
repetidamente, inhibido por un acto deliberado actual. En la
medida en que la necesidad llega a expresarse, utiliza técnicas
pasadas de moda (“el retorno de lo reprimido”). Si el senti-
miento es descargado, podría o no revivir momentáneamente
la antigua escena, pero en cualquier caso va a buscar inmedia-
tamente una satisfacción actual. La escena temprana es por lo
tanto un subproducto que se espera del cambio del mal hábito
y de la liberación del sentimiento, pero no es causa ni suficien-
te ni necesaria.
Obviamente, el trauma reprimido tenderá a reaparecer ya
que es de alguna manera, la parte más vital del organismo, la
que atrae el mayor poder orgánico. Por establecer una analogía
estricta, el sueño es evidentemente un “deseo”, incluso aunque
sea una pesadilla, porque la actividad consciente y deliberada
se interrumpe, la situación más orgánica subyacente se afirma;
y la evaluación no es otra cosa que el movimiento de lo inaca-
bado hacia su realización.
7 El uso terapéutico de la escena recuperada

Recuperar la escena no produce la liberación, pero cuando se


acompaña de un flujo renovado de los sentimientos es muy
importante en la consciencia de uno mismo. De la misma ma-
nera que era la última ocasión en la que la excitación inhibida
había estado activa, es ahora el primer ejercicio de la excita-
ción renovada. Aporta inmediata mente una especie de “expli-
cación” respecto a lo que puede “significar” el sentimiento no
habitual y no utilizado en mucho tiempo, el tipo de objeto al
que se aplica esto. Es aquí donde la interpretación alcanza todo
su valor: explicar al paciente el nuevo sentimiento que tiene
hacia sí mismo. Debe aprender a distinguir entre la necesidad
actual expresada en el sentimiento y este objeto, que solamen-
te es un recuerdo concreto y que, como tal, está perdido y no
puede cambiarse. Una interpretación de este tipo no es un mis-
terio impenetrable: consiste simplemente en subrayar lo que
es evidente, aunque esto pueda ser difícil de tragar.

8 La concepción errónea de la oposición infantil/maduro

Es habitual, sin embargo, considerar que la necesidad, el sentí


miento, es “infantil'', una cosa del pasado. Freud, como hemos
visto (y como discutiremos más detalladamente en el capítulo
13), llega incluso a decir que no solamente algunas necesida-
des, sino que también todo un modo de pensamiento, el “pro-
ceso primario", es infantil y está necesariamente reprimido. La
mayor parte de los teóricos consideran algunas necesidades
sexuales y algunas actitudes interpersonales como infantiles e
inmaduras.
En nuestra opinión, no se puede considerar ningún deseo
persistente como infantil o ilusorio. Supongamos, por ejemplo,
que en una enfermera “sacrificada” hay una necesidad “infan-
til” de ser cuidada. Es útil decir que este deseo supone un afe-
rramiento a la madre. Más bien debemos decir que el deseo se
afirma, que es la imagen y el nombre de “madre” los que son
imposibles y, por lo tanto, no tienen sentido.' Por el contrario,
el deseo está ahora lo suficientemente seguro y probablemente
susceptible de encontrar una satisfacción de una manera o de
otra. (Quizás: “Cuídate, para variar; deja de intentar ayudar a
todo el mundo"). No es el objetivo de la terapia disuadir al pa-
ciente de ninguno de sus deseos. Incluso debemos añadir que
si, en el presente, no se puede satisfacer la necesidad, y por lo
tanto no se satisface realmente, todo el proceso de tensión y de
frustración volverá a empezar, v el individuo o bien reprimirá
de nuevo la toma de consciencia y caerá en la neurosis o bien,
como es más probable, se conocerá a sí mismo y sufrirá hasta
saber que puede crear un cambio en el entorno.
Podemos volver ahora a nuestra pregunta sobre la impor-
tancia que tiene recuperar los recuerdos infantiles, para esbo-
zar una respuesta más consistente. Hemos dicho que el hecho
de recordar la escena pasada no es necesario; que es, todo lo
más, una pista importante para descubrir el significado del
sentimiento y que, incluso así no es indispensable. ¿Se puede
deducir de esto, como Horney afirma por ejemplo, que recor-
dar la infancia no ocupa un lugar importante en la psicotera-
pia? No. Pues, aunque pensamos que el contenido de la escena
recuperada no es muy importante, consideramos que el senti-
miento y la actitud infantiles vividos en la escena son, por el
contrario, de la mayor importancia. Los sentimientos de la in-
fancia son importantes no porque constituyan un pasado que
sea necesario deshacer sino porque constituyen algunos de los
más maravillosos poderes de la vida adulta que deberíamos
recuperar: la espontaneidad, la imaginación, el carácter directo
de la consciencia y de la manipulación. Lo que es necesario,
como ha dicho Schachtel, es recuperar la manera que tiene el
niño de experimentar el mundo; esto es, liberar, no la biografía
factual, sino el proceso primario de pensamiento".
No hay nada más desafortunado que el empleo indiscrimi-
nado actual que se hace de las palabras “infantil” y “maduro”.
Incluso aun cuando no se considere que una “actitud infantil”
en el propio niño esté mal, se desaprueban sus características
en bloque en la “madure sin considerar lo que de forma natural
se ha abandonado con el tiempo y que no supone, de ninguna
manera, ninguna diferencia con lo que debería mantenerse
pero es reprimido en la mayor parte de los adultos. La “madu-
rez”, precisamente entre los que pretenden preocuparse por la
“personalidad libre”, es concebida en relación con el interés de
un ajuste innecesariamente estrecho a una sociedad que solo
sabe trabajar y de dudoso valor, regida por el pago de la deu-
das y de los impuestos.

9 Discriminación de las actitudes del niño y de sus objetos


Hemos visto que, si consideradlos que el lactante forma parte
integrante de un campo en el que los adultos constituyen la
otra parte no podemos calificarlo de aislado o de impotente. A
medida que des arrolla su fuerza, su capacidad de comunica-
ción, sus conocimientos y sus técnicas, algunas funciones que
surgen de esta totalidad precedente se modifican de tal manera
que forman otra totalidad. Por ejemplo, cuando8 el niño se
mantiene en pie por sí mismo, su Self locomotor se vuelve más
lo que se podría llamar su propio Self, de tal manera que la pro-
tección que, en la totalidad anterior, esperaba del exterior se
transforma, de múltiples manera?, en autoprotección. Pero
vamos a examinar el sentimiento y la motivación que le acom-
pañan. Sería trágico si, en la totalidad así modificada, el sentido
anterior de “dependencia en tanto que parte de una totalidad
social” estuviera simplemente reprimido para ser “metido” en
la actitud madura, mientras que en realidad es una prolonga-
ción buena de la actitud infantil. Un comportamiento típica-
mente infantil como la exploración del propio cuerpo y la fas-
cinación ejercida por los placeres pre genitales deja de intere-
sarle una vez que la exploración ha tenido lugar y se ha esta-
blecido la dominancia 'id deseo genital. Pero sería trágico que
la satisfacción corporal y la pulsión de exploración de su pro-
pio cuerpo se reprimieran: con seguridad, esto solo podría
producir un amante torpe. Cuando las características llamadas
“infantiles", como la necesidad de apego o de succionar, resur-
gen después de haber sido reprimidas, responden a una nece-
sidad madura, pero su lenguaje y su proporción son a menudo
cómicamente arcaicos. Esto se debe con mucho a las situacio-
nes inacabadas, provocadas por las proyecciones de los adul-
tos, que alientan un crecimiento precoz. Asimismo, los niños
experimentan con las sílabas sin sentido y juegan con sonidos y
con los órganos vocales; y aso es lo que hacen, más tarde, los
grandes poetas no porque sea “infantil”, sino porque esto for-
ma parte de la plenitud del discurso humano. No es exactamen-
te un signo de madurez que un paciente esté tan avergonzado
que solo pueda hacer frases “correctas” en un tono de voz mo-
nótono.

10 Cómo Freud diferenciaba entre infantil y maduro; se-


xualidad infantil, dependencia
Se pueden distinguir cuatro contextos principales en los que
Freud hablaba de madurez:

a) Las zonas erógenas.


b) La relación con los padres.
c) La adaptación a la "realidad”.
d) La hipótesis de la responsabilidad parental.

Entre estos cuatro aspectos, Freud estableció una separa-


ción demasiado absoluta, reforzando funcionalmente en cada
una la separación entre las otras. Sin embargo, a grosso modo,
Freud no estaba inclinado a utilizar la distinción entre “infan-
til” y “maduro”, ni incluso entre proceso primario” y “proceso
secundario”, en desventaja del niño.

1. La “primacía" del estado genital sobre los estados eróticos pre


genitales. Este trabajo de autorregulación del organismo se
consigue en los primeros años. Pero la mayor parte de los tera-
peutas consideran con demasiada frialdad la persistencia de
las prácticas infantiles. No desalientan los preliminares sexua-
les, pero no hablan de ellos con entusiasmo. El arte encamina-
do a despertar la excitación sexual está mal visto, frente a la
evidencia de las sociedades primitivas y de algunas culturas
muy desarrolladas. Sin embargo, si la sexualidad no es algo
para disfrutar, ¿con qué se supone que podemos disfrutar? Se
aborrece la curiosidad erótica, sin embargo está en el centro de
todos nuestros escritos y de nuestras novelas, así como en todo
nuestro teatro. En nuestras costumbres, en general, y al con-
trario de los otros animales gregarios, hay poco sitio para los
besos y las caricias entre amigos ni para la exploración corpo-
ral amistosa de los extraños. Se desalienta más que se alienta a
una especie de homosexualidad primaria, basada en la explo-
ración narcisista, lo que lleva, como ha subrayado Ferenczi a
una heterosexualidad obsesiva que vuelve imposible cualquier
vida comunitaria verdadera, ya que cada hombre se siente ce-
losamente hostil ante todos los demás.

2. Trascender la dependencia de los padres. Podemos considerar


este trabajo de autorregulación organísmica como una altera-
ción v una complicación del campo organismo/sociedad debi-
das al aumento del número de personas implicadas, a la movi-
lidad de cada miembro, i las elecciones y a la capacidad de pro-
ceder ante las abstracciones de niveles más elevados. De este
modo, un niño que aprende a andar, a hablar, a masticar, a ha-
cer más fuerza, deja espontáneamente de aferrarse cómo lo
haría un lactante con el pecho y de tener exigencias de exclusi-
vidad. Sin embargo, con relación a otros objetos, se mantienen
algunas actitudes filiales de confianza, de docilidad, un sentido
de dependencia hacia la comunidad, la necesidad de ser ali-
mentado y acariciado, percibido como un derecho inalienable,
una herencia congénita de la naturaleza, el sentimiento de es-
tar en el mundo como en casa Si el mundo y las comunidades
que creamos en el mundo no son susceptibles de ser franca-
mente aceptadas con confianza y con la seguridad de un apoyo,
el individuo va a descubrir por sí mismo, sin que sea necesario
que ningún médico se lo diga, que su actitud es infantil. Pasa lo
mismo con la educación: es muy bonito “no aceptar nada que
no se descubra por uno mismo”, pero una parte de este proce-
so se busca en la fe en los profesores benevolentes y en las au-
toridades clásicas, ante ¡os que adoptamos provisionalmente
su punto de vista de antemano, mientras lo comprobamos, lo
masticamos, para después hacerlo nuestro o rechazarlo. Cuan-
do no hay ya más profesores individuales en este sentido,
transferimos la misma actitud al mundo natural como una tota-
lidad. La admiración exclusiva de los terapeutas hacia la inde-
pendencia es un reflejo (a la vez por imitación y por reacción)
de nuestras sociedades actuales, que generan tanta soledad y
coacción. Y lo más llamativo es constatar su proceder terapéu-
tico (en lugar de ser el de un profesor que, aceptando la autori-
dad que le es libremente atribuida, enseña al estudiante a ha-
cer las cosas por sí mismo): se parece en primer lugar a la acti-
tud de un mal padre, después a la de un padre demasiado
bueno, sobre el que se transfiere un apego neurótico, y después
rompe bruscamente este apego y manda al niño a valerse por
sí mismo.

11 Emociones infantiles e irrealidad: impaciencia, alucina-


ción y agresividad

3° Freud hablaba también de la madurez como una adaptación


a la “realidad' y una inhibición del “principio del placer". Se
llegaba a esto, pensaba él, a fuerza de paciencia y de renuncias
diversas, descubriendo las “sublimaciones Y descargas de la
tensión socialmente aceptables. Resulta bastante claro que
Freud, que, bajo una espesa capa de pragmatismo, dejaba
translucir a menudo un corazón de niño, consideraba este tipo
de maduración con los ojos nublados; pensaba que esto contri-
buía, verdaderamente, a la evolución de la sociedad y de la civi-
lización, pero en detrimento del crecimiento y la felicidad de
cada individuo. Y, a menudo, insistía en el hecho de que este
proceso había ido ya demasiado lejos. Considerada fríamente,
en los términos como la describió, la adaptación a la “realidad"
es precisamente la neurosis: es, en efecto, una interferencia
deliberada en la autorregulación del organismo, una transfor-
mación de las descargas espontáneas en síntomas. Una civiliza-
ción así concebida es una enfermedad. En la medida en que
todo esto es necesario, la actitud razonable no consiste real-
mente en alabar la madurez, sino, tanto para el paciente como
para el terapeuta, en aprender a gritar “¡para nada!” como dice
Bradley: “Este es el mejor de todos los mundos posibles y el
deber de cada hombre honesto es gritar ¡para nada!’”. Esto
tendría también la ventaja de permitir nuestra agresividad en
las quejas justificadas.
Pero pensamos que el problema está mal planteado. En pri-
mer lugar, es del dominio público que Freud se mostraba más
bien tímido ante cualquier posibilidad de instaurar cambios
radicales en la realidad social que la volvieran más conforme a
los deseos (permanentes") de un corazón de niño. Por ejemplo,
la posibilidad de un poco más de desorden, de suciedad, de
cariño, un poco menos de autoridad, etc. Parece que oscilaba
entre la audacia de su teoría y la confusión inferna] de sus sen-
timientos. Pero, también, malinterpretó el comportamiento de
los niños, ya que lo sacó de su contexto, y lo juzgó desde un
punto de vista de adulto muy reflexivo.
Consideremos, por ejemplo, la capacidad de “esperar el
momento oportuno”. Todos los abogados de la madurez están
de acuerdo en la incapacidad del niño para esperar; son impa-
cientes. ¿Qué quiere decir eso exactamente? Cuando está tem-
poralmente frustrado con lo que ‘‘sabe” que va a conseguir, un
niño pequeño grita y patalea. Y vemos que, en cuanto consigue
el objeto, o un poco después, está a la vez sorprendido y alegre.
Nada hace pensar que la escena dramática anterior pueda te-
ner otro significado más allá de la situación propiamente dicha,
pero tiene sentido. ¿Qué sentido? La escena estaba, en parte,
calculada para convencer, pero por otra parte estaba ligada a la
amenaza peligrosa de una privación real, ya que el niño no co-
noce realmente las circunstancias que demuestran, a fin de
cuentas, que le van a dar el objeto. Las dos cosas provienen de
la simple ignorancia y desaparecen con el conocimiento. Esto
no surge de una “actitud infantil”. Pero es el residuo lo que es
interesante: la escena continuaba en su propio interés para
descargar una pequeña tensión. ¿Está mal? Lejos de demostrar
que un niño no puede esperar, esto demuestra precisamente
que puede esperar, a saber, mediante los saltos de impaciencia.
Tiene una técnica orgánica para equilibrar la tensión. Es así
como después su satisfacción es pura, plena, sin nubes. De he-
cho, es el adulto el que no puede esperar; ha perdido la técnica.
Como no hacemos ninguna escena, nuestro resentimiento y
nuestro miedo aumentan y entonces nuestro disfrute se vuelve
agrio e inseguro. ¿Qué mal hay en este drama infantil? Ofende a
los adultos que son testigos de esto, ya que ellos reprimen ra-
bietas similares; no debido al ruido y a la furia, sino debido a la
distracción inconsciente. Lo que aquí se llama madurez es más
parecido a la neurosis. Si pensamos en los adultos de las epo-
peyas o las tragedias griegas o del Génesis o del Libro de los
Reyes de la Biblia, vemos que actúan de tina macera comple-
tamente infantil, aunque no carezcan de inteligencia ni de sen-
tido de la responsabilidad.
Consideremos también la sorprendente capacidad del niño
para alucinar en sus juegos, que toma simples palos como si
fueran barcos, la arena como si fuera comida, las piedras como
si fueran amigos de juegos. El adulto “maduro” afronta la reali-
dad; cuando se evade, se evade en recuerdos o en proyectos,
nunca en la franca alucinación, a menos que se vaya demasiado
lejos. ¿Es esto bueno? La pregunta es: ¿cuál es la realidad que
es importante? Durante el tiempo que la actividad sentida
transcurra suficientemente bien, el niño va a aceptar cualquier
propuesta: el centro de la realidad está, en todos los casos, en
la acción. En comparación, el adulto “maduro” está esclavizado,
no por la realidad, sino por una abstracción de la realidad neu-
róticamente fija, llamado el “conocimiento’’, que ha perdido su
subordinación al uso, a la acción, a la felicidad. (No hablamos
aquí del conocimiento puro, que es una forma difícil de juego).
Cuando la fijación a una abstracción se vuelve aguda, la imagi-
nación se ahoga y, con ella, cualquier iniciativa, experimento,
perspectiva, apertura a la novedad; cualquier invento, cual-
quier intento de hacer con la realidad como si fuera diferente y,
por lo tanto, a largo plazo, cualquier acrecentamiento posible
de la eficacia. Sin embargo, todos los adultos, con excepción de
los grandes artistas y sabios, están un poco neuróticos en este
sentido. Su madurez es una actitud deliberada y timorata fren-
te a la realidad, no es una franca aceptación de la realidad en lo
que vale. Y, al mismo tiempo que están metido de lleno en la
realidad, el adulto proyecta sobre ella las peores locuras y las
racionalizaciones más estúpidas.
El niño sabe hacer perfectamente la distinción entre el sue-
ño y la realidad. De hecho, distingue cuatro cosas: la realidad,
es como si, el hacer creer y el hacer parecer (este último te-
rreno es el más débil, ya que no tiene un gran sentido del hu-
mor). Y puede ser un indio autentico, utilizar un palo como si
fuera un fusil y, al mismo tiempo, esquivar un coche real. No
observamos que la curiosidad o la habilidad para aprender en
un niño se perjudiquen por su fantasía libre. Al contrario, la
fantasía funciona como mediadora esencial entre el principio
de placer y el principio de realidad. Por un lado, hay un drama
para ensayar y convertirse en un experto, por el otro lado, una
terapia para empezar a amistarse con la rara y amarga realidad
(por ejemplo, cuando se juega a la escuela). Brevemente, cuan-
do un (terapeuta invita a su paciente a convertirse en adulto y
a afrontar la realidad, no habla, la mayor parte de las veces, de
la realidad concreta en la que un ajuste creativo es posible, sino
de alguna situación cotidiana que, a menudo, se trata mejor no
afrontándola directamente.
La agresividad es otra característica infantil, que desaparece
dejando el sitio a la madurez. Vamos a dedicar el capítulo 8 a la
inhibición de la agresividad en nuestras costumbres adultas.
Aquí nos vamos a conformar con señalar que los golpes que el
niño pequeño da indiscriminadamente, los da cuando sus fuer-
zas son más débiles; la conclusión de que trata de aniquilar
algo es probablemente una proyección del adulto. Un chico
lanza sus puñetazos más violentos solo a sus enemigos. Como
un perro, que cuando juega muerde sin morder realmente.
Finalmente, por lo que respecta al ajuste de la persona ma-
dura a la realidad, no debemos preguntarnos (casi da vergüen-
za mencionarlo) si la ‘realidad’' ¿no está dibujada después y
conforme a los intereses de la sociedad industrial urbana occi-
dental, sea capitalista o socialista? ¿Es cierto que otras cultu-
ras, con vestimentas más llamativas, más ávidas de placeres
físicos, más toscas en sus modales, más desordenadas en sus
gobiernos, más pendencieras y aventureras en sus comporta-
mientos, eran o son por esto menos maduras que la nuestra?

12 La irresponsabilidad infantil

4 En último lugar, Freud consideraba que la madurez consistía


en dejar la irresponsabilidad infantil para convertirse en un
progenitor (padre) responsable. Según el esquema freudiano,
esto debía ¡producirse después de una evolución normal de las
elecciones de objeto, del objeto auto erótico al objeto heterose-
xual, pasando por el narcisismo homosexual (el ideal del Yo y
la pandilla). En su concepción, hay en el niño una introyección
sana precoz del padre (una identificación con él) y la madurez
consiste, por lo tanto, en aceptar este introyecto como propio y
asumir el rol ¡5arentaL»(Vamos a tratar de volver a explicar
sus intenciones más tarde, pero, evidentemente, es su propio
carácter lo que interpretaba).
Más tarde, los para freudianos aprendieron a desconfiar de
la autoridad, ya sea de la paterna o de cualquier otra, y pusie-
ron más el acento en el contraste entre el “niño irresponsable”
y el “adulto responsable”, capaz de responder de sus acciones y
de sus consecuencias. La responsabilidad, en este sentido, pa-
rece significar una especie de relación contractual con los otros
adultos.
Se puede interpretar este desarrollo hacia la responsabili-
dad, de nuevo, como una autorregulación del organismo en un
campo que no deja de cambiar. La irresponsabilidad del niño se
deriva de su dependencia. En la medida en la que forma parte
integrante del campo parental, no tiene que responderse a sí
mismo de su propio comportamiento. A partir del momento en
el que adquiere una movilidad mayor, un discurso significativo,
relaciones personales y elecciones, empieza a pedirse a sí mis-
mo, a matizar, diferencias más concretas entre promesa y rea-
lización, intención y compromiso, elección y consecuencias. La
relación contractual no se toma tanto como un deber sino co-
mo un desarrollo del sentido de la simetría, muy fuerte en los
más jóvenes. En la etapa en la que se convierte él mismo en una
autoridad, un profesor un padre, el campo se modifica de nue-
vo: el individuo independiente lo es ahora menos ya que otras
personas se encariñan espontáneamente de él o dependen de
él simplemente por sus aptitudes. Y estas personas, a su vez, le
ofrecen la ocasión de expresarse mediante otras acciones nue-
vas. Son raras las personas que se vuelven maduras hasta el
punto de aconsejar, guiar y cuidar, sin avergonzar, sin dominar,
etc. abandonando simplemente, noblesse oblige,6 sus intereses
independientes” como si fueran realmente menos interesantes.
En este sentido, el niño no es responsable. Pero existe en él
una forma subyacente de responsabilidad en la que cualquier
niño es superior a la mayor parte de los adultos. Es la fascina-
ción, la capacidad de tomarse una tarea con fascinación, aun-
que no sea más que un juego. El niño puede tirar todo por ca-
pricho, pero mientras está comprometido, se entrega por com-
pleto a lo que hace. El adulto, en parte porque está muy preo-
cupado por su responsabilidad hacia sí mismo, se entrega con
menos fascinación. Además, solamente los individuos con ta-
lento son quienes saben mantener esta capacidad de la infan-
cia, ya que e! individuo medio se encuentra metido en respon-
sabilidades hacia cosas que no le interesan profundamente. No
se puede decir que, en nuestra época, el individuo medio sea
un irresponsable o que no tenga responsabilidades. Por el con-
trario, es demasiado responsable, cumple sus citas puntual-
mente, no se deja llevar por el cansancio o la enfermedad, paga
sus facturas antes de saber seguro si va a tener para comer, se
preocupa demasiado de sus asuntos, no corre riesgos; ¿no se-
ría, entonces, más sabio potenciar, enjugar de la responsabili-
dad y su simple negación, la oposición infantil entre la fascina-
ción y el capricho, los dos positivamente válidos?
La fascinación es la actividad en la que uno se compromete y
que no se puede abandonar, ya que el Self, en su totalidad, está
implicado en completar una situación que implica la realidad.
El juego permite más el capricho, ya que la realidad está aluci-
nada y puede ser abandonada. Si se le dice a alguien: “¡es un
comportamiento irresponsable!”, se sentirá culpable y, para
intentar corregirse, se auto controlará. Pero si se le dice: “¡No
eres serio en esto!", puede decidir si es serio o no; puede admi-
tir que efectivamente juega, o incluso que solo es un capricho.
Si quiere ser serio, va a concentrar su atención en la realidad
del objeto y en su relación con él, lo que supone un movimiento
de crecimiento personal. Un irresponsable es alguien que no se
toma en serio lo que le es necesario. El diletante juega capri-
chosamente con un arte; se da placer, pero no se responsabili-
za de los resultados. El aficionado se ocupa con fascinación de
un arte; se siente responsable del arte (tanto, por ejemplo, de
sus medios como de su estructura), pero necesita no compro-
meterse con él. El artista está fascinado con el arte y está com-
prometido con él.

13 Conclusión

Concluimos que se hace un empleo muy pobre de las palabras


al hablar de una “actitud infantil” como de algo que debe su-
perarse, y de una “actitud madura" como de una meta opuesta
que hay que conseguir.
Con el crecimiento, el campo organismo/entorno cambia;
hay cambios en la clase de sentimientos que se experimentan,
pero también hay cambios de significado, en las elecciones de
los objetos, en los sentimientos que se mantienen. La mayor
parte de las características y de las actitudes de la infancia de-
jan de tener importancia, son las actitudes de adulto las que
constituyen la novedad, ya que la fuerza, el conocimiento, la
fecundidad, las aptitudes técnicas aumentan para constituir
progresivamente una nueva totalidad. Al mismo tiempo, son a
menudo y solamente objetos pertinentes los que se modifican;
no deberíamos descuidar la continuidad de los sentimientos,
como suele hacerse en nuestra sociedad neurótica, que proyec-
ta una estimación falsa sobre la infancia y considera como pu-
ramente pueriles la mayoría de las capacidades más bellas y
más útiles del adulto, como aquellas que se manifiestan en las
personas más creativas, que son simplemente las infantiles.
Sobre todo en psicoterapia: una actitud habitual deliberada,
una pseudo objetividad, el no compromiso, la responsabilidad
excesiva que caracterizan a la mayor parte de los adultos son
neuróticas; mientras que la espontaneidad, la imaginación, la
fascinación y lo lúdico, la expresión directa de los sentimientos,
que caracterizan a los niños, son sanas.

14 Desbloquear el futuro

Este es el "pasado" perdido y que es necesario recuperar.


Sin embargo, al principio de este capítulo, hemos hablado
del pasado y del futuro, de los que viven de los recuerdos y de
los que hacen proyectos, de la escena primigenia y del proyecto
de vida. ¿Por qué hemos dedicado entonces todo nuestro tiem-
po a la primera propuesta? Estas son las dificultades neuróti-
cas de quienes viven en sus recuerdos y solo tratan de vivir las
situaciones inacabadas de su pasado con palabras, y quienes
necesitan redescubrir los sentimientos y las actitudes perdidas.
Mientras que para los que viven en el futuro y no intentan, más
que con palabras, vivir sus poderes frustrados, la perturbación
se localiza más fácilmente, no en lo que está perdido, sino en lo
que está falsamente presente, las introyección, los falsos idea-
les, las identificaciones fijadas, que bloquean el camino: se de-
be destruir todo esto si la persona quiere encontrarse a sí
misma. Por lo tanto, preferimos hablar de esto en el capítulo
sobre las diferentes formas de agresión.
La reminiscencia verbal tiende a ser seca y sin vida, ya que
el pasado se compone de detalles que no se pueden cambiar.
Solo cobra vida cuando se relaciona con las necesidades pre-
sentes que tienen alguna posibilidad de cambio.
La anticipación verbal, a su vez, tiende a ser inútil y vacía, ya
que el futuro consiste en un cierto número de detalles de los
que se puede pensar que podrían cambiar en cualquier modo
posible, a menos que estén limitados por una necesidad pre-
sente sentida y se disponga de un poder suficiente como para
realizarlos. En la anticipación neurótica, el futuro, que es inde-
finido, tiene una forma fija, forma que está dada por algún ideal
o por una concepción de uno mismo introyectados, o por un
proyecto de vida. Quien vive en la anticipación verbal es patéti-
camente aburrido, ya que no es él quien habla. Es como el mu-
ñeco de un ventrílocuo, y nada de lo que se le pueda decir va a
hacer cambiar las cosas.
Según estos términos, podemos dar una definición provisio-
nal de la realidad presente. El presente es la experiencia de los
detalles que se pueden disolver en múltiples posibilidades sig-
nificativas, y el replanteamiento de estas posibilidades hasta
llegar a un nuevo detalle concreto y específico.

Notas

1 La teoría freudiana del sueño, la geometría no euclidiana, la teoría de la


relatividad en física represen tan otras tantas tentativas de refutar la con-
cepción kantiana del espacio y el tiempo. Su efecto es limitar la estética
trascendental de Kant de la experiencia actual, sensorial e introspectiva, y
esto era, ninguna duda, lo que intentó.
2 Por supuesto, no nos planteamos aquí temas metafísicos: ¿qué es el pasa-

do?, es decir, saber si lo que es dado en la experiencia del recuerdo posee


una existencia, y qué tipo de existencia.
3 El lenguaje para nuestras necesidades emocionales es extraordinariamen-

te rudimentario, salvo en la poesía y las demás artes. El psicoanálisis ha


contribuido mucho a enriquecer el lenguaje mostrando las analogías entre
la vida adulta y la infancia. Desgraciadamente, la desconfianza en la infancia
es tal que .51 un término se aplica, asimismo a un bebé, se vuelve peyorati-
vo. Así, "maternal” es considerado como una cualidad positiva, pero "suc-
ción" es ridículo.
4 Para nosotros, la “sublimación" no existe; precisaremos más adelante lo

que queremos decir con esto (capitulo 12).


5 Se tiene la impresión de que, una vez que Freud se convenció de la necesi-

dad de prohibir el incesto, 'la herida más mutilante jamás infligida a la hu-
manidad’, pensó que el resto no lanía mucha importancia.
6 En francés en la versión americana original: quiere decir nobleza obliga.

(NdT).
6
Naturaleza humana y
antropología de la neurosis

1. El sujeto-objeto de la antropología
2. La importancia de este tema para la psicoterapia
3. La naturaleza humana y la media
4. Los mecanismos neuróticos como funciones sanas
5. La postura erecta, libertad de las manos y de la cabeza
6. Herramientas, lenguaje, diferenciación sexual y socie-
dad
7. Diferenciación de lo sensorial de lo motor y de lo vegeta-
tivo
8. Dificultades de vocabulario en esta exposición
9. Símbolos
10. La división neurótica
11. Edad de oro, civilización e introyecciones
12. Conclusión
6
Naturaleza humana y
antropología de la neurosis

1 El sujeto-objeto de la antropología

En el capítulo anterior, hemos analizado la importancia del


redescubrimiento de los poderes de la infancia que “se han
perdido" es decir, que están inhibidos en el individuo maduro.
Vamos a ampliar ahora esta perspectiva y hablar un poco de lo
que se ha 'perdido" en nuestra cultura de personas mayores y
del uso actual de los poderes del hombre, ya que, aquí también,
en los campos modificados dados por nuevos poderes y nuevos
objetos, múltiples sentimientos y actitudes quedan interrum-
pidas o inhibidas, mientras que sería sano que estuvieran per-
manentemente y se emplearan de manera sana.
Este capítulo va a tratar, por lo tanto, de la antropología
anormal. El sujeto-objeto de la antropología es la relación entre
la anatomía la fisiología, las facultades del hombre con su acti-
vidad y su cultura. En los siglos XVII y XVIII era así como se
estudiaba, siempre, la antropología (concepción que proba-
blemente culminó con la Antropología de Kant). Se estudiaba,
por ejemplo, qué era la risa. ¿Cómo se manifestaba cultural-
mente para el bienestar del hombre? Más recientemente. los
antropólogos han perdido de vista la relación como objeto de
estudio específico y sus libros muestran una división, bastante
sorprendente, en dos partes sin ninguna relación entre sí: la
Antropología Física, la evolución y las razas del hombre, por un
lado, y la Antropología Cultural, una especie de sociología his-
tórica, por el otro. Hay, por ejemplo, por parte de la Antropolo-
gía Cultural, una proposición importante que sostiene que las
innovaciones técnicas (por ejemplo, un nuevo arado) se difun-
dieron rápidamente en las áreas vecinas mientras que las in-
novaciones morales se difundieron lentamente o con dificultad.
Pero esta proposición no tiene ningún fundamento, es como si
formara parte de la naturaleza misma de estos objetos cultura-
les; más bien muestran que ellos forman parte de la naturaleza
o que condicionan a los animales implicados: los hombres
transmiten la cultura, y estos hombres a su vez son configura-
dos por la cultura que ellos mismos transmiten. Muy reciente-
mente, sin embargo, esencialmente debido al impacto del psi-
coanálisis, la interrelación clásica entre el animal y la cultura
ha sido estudiada de nuevo, en términos de educación del niño
muy pequeño, prácticas sexuales, etc. Partiendo de la perspec-
tiva ofrecida por la psicología patológica, vamos a ofrecer aquí
algunas especulaciones biológicas y culturales.

2 La importancia de este tema para la psicoterapia

Podemos ver la importancia de la pregunta antropológica:


“¿Qué es el Hombre?”, si tenemos en cuenta que la psicología
médica mantiene una doble y difícil fidelidad. Como rama de la
medicina, su objetivo es la salud “puramente” biológica. Esto
implica no solamente un funcionamiento sano y la ausencia de
dolor, sino también los sentimientos y el placer. No solamente
la sensación, sino también la agudeza de consciencia. No sola-
mente la ausencia de parálisis, sino además la gracia y la fuer-
za. Si la psicoterapia pudiera conseguir este tipo de salud, su
existencia estaría justificada, ya que se ocupa de la unidad psi-
cosomática. En medicina, los criterios de salud están bastante
bien definidos y científicamente establecidos: sabemos cuándo
un organismo funciona bien. Este aspecto de la “naturaleza
humana” no es ambiguo.
Pero no existe un funcionamiento “puramente” biológico
(por ejemplo, no existe una pulsión que sea “puramente” se-
xual sin que haya amor o se evite el amor). Por lo tanto, los re-
cursos médicos son insuficientes.
Sin embargo, una vez que uno se coloca más allá de la medi-
cina, el objetivo mismo de la terapia, la norma de salud y de la
“naturaleza" se convierten en una cuestión de opinión. El pa-
ciente es un hombre enfermo, y no se conoce nunca al hombre
de manera definitiva, ya que no deja de cambiar él mismo y de
cambiar sus condiciones. Su naturaleza es maleable hasta un
punto verdaderamente sorprendente. Sin embargo, al mismo
tiempo, su naturaleza no es tan completamente maleable como
para que no pueda tenerse en cuenta, como parecen creer al-
gunos sociólogos democráticos y algunos políticos fascistas.
También es sorprendentemente resistente; de tal manera que
pueden producirse bruscas reacciones neuróticas en algunos
individuos, y quesea la estupidez, la torpeza y la rigidez lo que
caracterice a la media de los individuos.
Además, en psicoterapia, estos cambios de condición son
especialmente importantes, pues por ellos el paciente com-
promete su interés; compromete sus quejas, sus culpabilidades
y sus esperanzas de lo que va a poder hacer de sí mismo. Des-
piertan su excitación (son lo único que despierta su excitación),
organizan su consciencia inmediata y su comportamiento. Sin
estos intereses específicamente “humanos” no hay salud bioló-
gica y ningún medio de conseguir esta salud a través de la psi-
coterapia.

3 La naturaleza humana y la media

Por lo tanto, la medicina disputa por modelos y teorías sobre lo


que anima lo humano. (En el capítulo 4, hemos hablado de mu-
chas de estas teorías). Por consiguiente. Freud insistió en el
hecho de que no son los médicos, sino, con una colaboración
médica, los hombres de letras, los profesores, los abogados, los
trabajadores sociales quienes llegan a ser los mejores terapeu-
tas, ya que comprenden la naturaleza humana, están en contac-
to frecuente con las ideas y con la gente, y no se conforman con
gastar su juventud por conseguir una especialidad.
Con seguridad, la tarea sería infinitamente más fácil si con-
táramos con buenas instituciones sociales, convenciones que
nos dieran satisfacción y nutrieran nuestro desarrollo, ya que,
entonces, podrían ser consideradas como norma aproximativa
de lo que podría significar ser un hombre por entero en una
cultura concreta; esto no sería, entonces, una cuestión de prin-
cipios, sino de aplicación casuística a cada caso concreto. Pero
si tuviéramos instituciones razonables, ya no habría neuróti-
cos. En el estado actual de cosas, nuestras instituciones no son
sanas ni siquiera desde un punto de vista “puramente” biológi-
co y las diferentes formas de síntomas individuales son reac-
ciones a los errores sociales rígidos. De este modo, en lugar de
tomar como norma aproximativa la aptitud para adaptarse a
las instituciones sociales, un médico tiene más esperanza en
aportar a su paciente una integración que contribuya a desa-
rrollarle si este paciente aprende a ajustar su entorno a sí
mismo, en lugar de tratar de aprender a mal ajustarse a la so-
ciedad.
En lugar de una unidad dinámica de la necesidad y de la
convención social, en la que los hombres se descubren a sí
mismos y entre sí se inventan a sí misinos y a los demás, nos
vemos forzados a pensar en tres abstracciones que se oponen:
el simple animal, el sí mismo individual acosado y las presiones
sociales. O bien el individuo normal evita cuidadosamente ser
consciente de esta guerra feroz que mantiene dentro de la per-
sonalidad, no dándose cuenta de sus manifestaciones en su
comportamiento y manteniéndola prácticamente en el sueño, o
bien es consciente de esto y consigue una tregua difícil, satisfa-
ciendo solo las ocasiones que no son amenazadoras. En los dos
casos, se gasta mucha energía en la pacificación, siendo sacrifi-
cados también poderes humanos de un gran valor. En el neuró-
tico, los conflictos causan estragos hasta el agotamiento, las
contradicciones y el derrumbe, pero no puede sacarse la con-
clusión de que este individuo era por lo tanto, en un sentido,
más débil de lo normal, ya que a menudo las personas mejor
dotadas son precisamente las que viven más desastres en un
plano social. Existe una diferencia importante entre el indivi-
duo normal y el neurótico, pero no es tanta como para que,
cuando un neurótico va como paciente al médico y le plantea
un problema práctico serio, el médico pueda fijar como objeti-
vo un ajuste normal, del mismo modo que no se le podría dar a
un enfermo ingresado por tuberculosis un certificado médico
de que está curado, aunque se le diera de alta como paciente.
Sería mejor que esperara que, como el paciente va a empezar a
ser más él mismo, se va a volver más 'humano” de lo que se
suele esperar, incluso más humano que el propio médico.
(Además, debemos recordar que, en el inventario actual de
los pacientes en psicoterapia, la distinción entre normal y neu-
rótico se ha vuelto completamente inapropiada, incluso es to-
talmente errónea. Cada vez más, los pacientes no están del to-
do “enfermos”; hacen ajustes “adecuados”; consultan porque
quieren algo más de su vida y de ellos mismos, y piensan que la
psicoterapia puede ayudarles. Quizás esto signifique un opti-
mismo excesivo por su parte, pero es también la prueba de que
están mejor que la media de los demás, ¡más que al contra-
rio!).1

4 Los mecanismos neuróticos como funciones sanas

La neurosis, también, forma parte de la naturaleza humana y


tiene su antropología.
La escisión de la personalidad (la desestructuración como
forma de equilibrio) es, sin duda, uno de los poderes de la na-
turaleza humana recientemente adquirido, no data nada más
que de hace unos pocos miles de años. Pero es un poder que
surge de una larga línea de desarrollos durante la evolución,
que merece la pena revisar brevemente para identificar dónde
nos encontramos.
Si tenemos en cuenta la autorregulación organísmica, el
proceso por el que cuando surgen las necesidades dominantes
vienen al primer plano de la consciencia, no solo nos sorpren-
demos por el maravilloso sistema de ajuste específico, de seña-
les, de coordinación y de juicio sutil que funciona para mante-
ner el equilibrio general, sino también de los dispositivos que
sirven de amortiguadores y de válvulas de seguridad para pro-
teger la frontera-contacto. Hemos mencionado ya la represión,
la alucinación, soñar, mirar algo “como si” y aceptar “en lugar
de”; también está la inmovilización (jugar a estar muerto), el
aislamiento, el método mecánico de ensayos y errores (la repe-
tición obsesiva), la huida por pánico, etc. El hombre es un me-
canismo dotado de un gran poder y de una gran eficiencia, pero
también puede tener conductas bruscas y épocas malas. Las
dos cosas van juntas: la capacidad lleva a la aventura y la aven-
tura lleva a las dificultades. El hombre debe ser maleable. To-
das estas funciones de seguridad juegan, por supuesto, un pa-
pel fundamental en los desórdenes mentales, pero en sí mis-
mas son sanas.
Verdaderamente, se podría decir, sin querer ser paradójico,
que, en los neuróticos, estas funciones de seguridad (la repre-
sión, la distorsión, el aislamiento, la repetición) que parecen
tan espectacularmente "locas”, lo único que hacen es trabajar
de un modo bastante sano. Son las muy respetables funciones
de orientación y de manipulación en el mundo, sobre todo en el
mundo social, las que están fuera de rumbo y no pueden traba-
jar. En una totalidad finamente ajustada, los dispositivos de
seguridad están hechos para afrontar las dificultades y para
continuar funcionando mientras las funciones más habituales
descansan y se restauran. En otras palabras, cuando la orienta-
ción se ha perdido y la manipulación ha fracasado, la excita-
ción, la vitalidad del organismo, se expresa sobre todo en au-
tismo e inmovilización. Y de nuevo si hablamos, como debe-
ríamos hablar, de una neurosis social o epidémica, no son las
excentricidades sociales sintomáticas (dictaduras, guerras, arte
incomprensible, etc.) lo importante desde un punto de vista
patológico, sino el conocimiento y las técnicas normales, el es-
tilo de vida medio.
El problema de la antropología anormal es mostrar cómo el
estilo medio de vida o, incluso, el del estado del ser humano
son neuróticos y cómo se han vuelto así. Es mostrar qué se ha
“perdido" en la naturaleza humana y, en el aspecto práctico,
concebir experimentos para recuperarlo. (La parte terapéutica
de la antropología y de la sociología es la política; pero pode-
mos ver que la política, quizás afortunadamente, no se dedica,
para nada, a esto).
Al revisar las etapas de la evolución que han llevado hasta el
hombre moderno y hasta nuestra civilización, ponemos el
acento en donde no se ha puesto habitualmente: no en el in-
cremento de poder y en los progresos conseguidos en cada
etapa del desarrollo humano, sino en los peligros sufridos y los
puntos vulnerables a los que se han visto expuestos, y que,
después, se han vuelto patológicos en las catástrofes. Los nue-
vos poderes necesitan formas de integración más complicadas
y estas a menudo fracasan.

5 La postura erecta, libertad de las manos y de la cabeza

(1). La postura erecta se ha desarrollado al mismo tiempo que


se diferenciaban los miembros y, finalmente, los dedos. Esto ha
supuesto una gran ventaja tanto para la orientación como para
la manipulación. Un animal grande, de pie, puede ver más lejos.
Asentado sobre sus grandes pies, puede utilizar sus manos pa-
ra coger comida y arrancarla, manteniendo la cabeza libre;
puede también manejar objetos y su propio cuerpo.
Pero, por otro lado, la cabeza pierde algunas capacidades de
percepción de la proximidad, y los sentidos de “proximidad”, el
olfato y el gusto, se atrofian un poco. La boca y los dientes se
vuelven menos útiles en la manipulación; como tales, en un
animal intensamente manipulador, tienden a desaparecer de la
consciencia inmediata de la sensación y de la respuesta (por
ejemplo, puede haber un desfase entre el asco y el rechazo es-
pontáneo). Las mandíbulas y la boca degeneran y se van a vol-
ver, más tarde, en una de las principales localizaciones de la
rigidez.
Brevemente, el campo entero del organismo y de su entorno
se encuentra inmensamente agrandado tanto en extensión co-
mo en complejidad; pero el contacto de proximidad se hace
más problemático. Con el ponerse de pie aparece también la
necesidad de equilibrio y el miedo a caer, que va a tener una
importancia capital, más tarde, en psicología. La espalda es
menos flexible y la cabeza está más aislada del resto del cuerpo
y, por lo tanto, más alejada del suelo.

(2). Cuando la cabeza es más libre y está menos implicada, se


desarrolla una visión estereoscópica, una capacidad de apre-
ciar la perspectiva. Los ojos y los dedos cooperan para delimi-
tar los contornos, de tal manera que el animal aprende a ver
mejor las formas y a diferenciar los objetos en su campo. Al
delimitar los contornos, se diferencia la experiencia en objetos.
La perspectiva, la discriminación de los objetos, la capacidad
de coger con las manos, todo esto aumenta mucho el número
de conexiones entre las impresiones y la selección deliberada
entre estas impresiones. El cerebro aumenta, dándose, por su-
puesto, una mayor claridad de consciencia. La capacidad de
aislar los objetos de su situación aumenta la memoria y marca
el principio de la abstracción.
Recíprocamente, parece haber, sin embargo, una pérdida
ocasional de la inmediatez, de la sensación de fluidez del con-
tacto con el entorno. Las imágenes de los objetos y sus abstrac-
ciones interfieren; el hombre hace una pausa e intensifica su
consciencia; esto que le permite una discriminación más deli-
berada puede también hacerle olvidar su objetivo o distraerle
de él, y la situación permanecerá incompleta. Un cierto sentido
del pasado, que puede ser o no pertinente, colorea cada vez
más el presente.
Finalmente, su propio cuerpo se vuelve, a su vez, un objeto,
debido a que es percibido “desde muy cerca”, aunque esto ocu-
rre mucho más tarde.

6 Herramientas, lenguaje, diferenciación sexual y sociedad

(3). Cuando las cosas y las personas se han convertido en obje-


tos abstractos y están provistas de contornos, pueden entonces
entrar en relaciones habituales, fijas, útiles y deliberadas con
uno mismo. Se desarrollan herramientas permanentes al mis-
mo tiempo que objetos ad hoc que son extensiones espontá-
neas de sus miembros. Se desarrolla igualmente el lenguaje
descriptivo al mismo tiempo que los gritos instintivos asocia-
dos a las situaciones. Se controlan los objetos, las herramientas
se aplican a ellos; y las herramientas son los objetos que pue-
den mejorarse, y por lo tanto se puede aprender y enseñar su
uso Se aprende también el lenguaje. La imitación espontánea
se intensifica deliberadamente y los vínculos sociales se re-
fuerzan.
Evidentemente, los vínculos sociales preexistían: había co-
municación y manipulación del entorno físico y social. No es el
empleo de las herramientas y del lenguaje lo que reúne a las
personas entre sí, ni a los artesanos y los objetos entre sí. Esta-
ban ya en contacto organiza do y sentido (las herramientas y el
lenguaje son diferenciaciones convenientes del contacto que ya
existía). Pero el peligro inherente es el siguiente: si la unidad
original sentida se debilita, estas abstracciones de alto nivel
(objeto, persona, herramienta, palabra) van a empezar a ser
tomadas como el fondo original del contacto, como si fuera ne-
cesaria una actividad mental deliberada y de alto nivel para
entrar en contacto. De este modo, las relaciones interpersona-
les se convierten, principalmente, en verbales. Sin una herra-
mienta conveniente, el artesano se siente impotente. La dife-
renciación*que existía “al mismo tiempo’ que la organización
subyacente existe ahora en su lugar. Entonces, el contacto dis-
minuye, el discurso pierde el sentimiento, y el comportamiento
su gracia.

(4). El lenguaje y las herramientas se mezclan con los vínculos


preverbales anteriores de la sexualidad, la nutrición, la imita-
ción, para ampliar el ámbito de la sociedad. Pero estas nuevas
complejidades pueden revolucionar las actividades delicada-
mente equilibradas, cruciales para el bienestar del animal.
Consideremos, por ejemplo, cómo desde los tiempos más re-
motos dé la especie hemos heredado un aparato sexual de una
exquisita complejidad, que pone en marcha la excitación a tra-
vés de los sentidos y las respuestas motoras de tumescencia,
asedio e intromisión, todo ello maravillosamente ajustado para
conseguir el orgasmo. (Lo que se llama la “esterilidad adoles-
cente” —Ashley Montagu—, el período entre la primera mens-
truación y la fecundidad, parece ser una fase destinada a jugar
y a hacer prácticas). Otra de las ventajas de la selección sexual
y del mestizaje es que toda esta complejidad requiere, por lo
menos temporalmente, parejas: ningún animal está completo
en los límites de su propia piel. Los vínculos fuertemente emo-
cionales de la lactancia, de mamar y de alimentar refuerzan la
sociabilidad. Además, en las especies más evolucionadas, es
aprendiendo por imitación cómo el animal joven adquiere la
mayor parte de su comportamiento. Por lo tanto, ¡debemos
considerar hasta qué punto todo ello depende de estos delica-
dos ajustes! Debemos tener en cuenta que la función del or-
gasmo (Reich), la relajación periódica esencial de las tensiones,
está asociada al funcionamiento del aparato genital tan fina-
mente ajustado. Se ve claramente hasta qué punto la modali-
dad social de reproducción puede ser importante y hasta qué
punto también esto puede hacer vulnerable el bienestar del
animal.

7 Diferenciación de lo sensorial de lo motor y de lo vegeta-


tivo

(5). La separación entre los centros nerviosos motores y mus-


culares, por una parte, y los sensoriales y del pensamiento, por
otra, representa otro desarrollo crítico que surge en la anti-
güedad remota. En los animales como el perro, la sensación y el
movimiento no pueden estar muy disociados; Aristóteles ya lo
había señalado: decía que un perro puede razonar, pero que
solo puede hacer silogismos prácticos. Las ventajas de una co-
nexión más flexible en el hombre son, evidentemente, enor-
mes: capacidad para estudiar, retener, meditar; resumiendo, de
ser deliberado y mantener muscularmente su cuerpo, dejando
que jueguen sus sentidos y sus pensamientos, mientras puede
moverse de manera inmediata y espontánea con pequeños
movimientos de los ojos, de las manos, de las cuerdas vocales,
etc.
Pero en la neurosis, esta misma división es fatal, ya que es
utilizada para impedir la espontaneidad. Y la unidad práctica
última de la sensación y del movimiento se pierde. La actividad
deliberada está "en lugar de” más que “al mismo tiempo”; el
neurótico pierde la consciencia inmediata de que los movi-
mientos menores tienen lugar y preparan los movimientos más
amplios.

(6). Primitivamente, los vínculos de la sexualidad, de la nutri-


ción y de la imitación son sociales aunque prepersonales; es
decir, no parecen necesitar sentir las parejas como objetos o
personas, sino simplemente como “lo que se contacta”. Pero, en
la etapa de la fabricación de herramientas, del lenguaje y de
otras abstracciones, las funciones sociales constituyen la so-
ciedad según el sentido concreto que reviste para los humanos:
un vínculo entre personas. Las personas se forman a través de
sus contactos sociales; y a través de sus otras actividades se
identifican con la unidad social como totalidad. A partir de lo
que se siente como un sí mismo indiferenciado, hay una abs-
tracción de una noción, de una imagen, de un comportamiento
y de un sentimiento del “Self (sí mismo) que refleja a las otras
personas. Es la sociedad de la división del trabajo, en la que los
individuos se utilizan deliberadamente unos a otros como he-
rramientas. Es en esta sociedad en donde se desarrollan los
tabúes y las leyes que frenan al organismo en interés del súper
organismo; o mejor: una sociedad mantiene a las personas co-
mo personas en las relaciones interpersonales, y también como
animales en contacto. Con seguridad, esta sociedad es portado-
ra de lo que la mayoría de los antropólogos consideran como la
característica que define al género humano: la cultura, la he-
rencia social que sobrevive a las generaciones.
Las ventajas de todo esto, igual que las desventajas, son evi-
dentes. (Aquí, podemos empezar a hablar no ya de “peligros
potenciales sino de perturbaciones reales de la supervivencia).
Bajo el control de los tabúes, las imitaciones se convierten en
introyecciones no asimiladas; es la sociedad contenida dentro
de uno mismo que, a fin de cuentas, invade el organismo. Las
personas se convierten simplemente en personas en lugar de
ser también animales en contacto. La autoridad interiorizada
deja abierto el camino a la explotación institucionalizada del
hombre por el hombre y de muchos de ellos por la totalidad. La
división del trabajo continúa de tal manera que el trabajo pier-
de su significado para los trabajadores y se convierte en un
trabajo pesado y molesto. La cultura heredada puede conver-
tirse en una transacción pesada que se aprende con dolor, se
nos fuerza a aprender mediante métodos dudosos, sin que
pueda haber luego ninguna utilidad individual.

8 Dificultades de vocabulario en esta exposición

Es instructivo darse cuenta de cómo, cuándo discutimos de


este tema, las dificultades de vocabulario empiezan a surgir:
"hombre", “persona”, "Self, “individuo”, “animal humano”, “or-
ganismo” son, a veces, intercambiables, pero, también a veces,
es necesario distinguirlas. Por ejemplo, existe el error de pen-
sar en los “individuos” a la vez como primitivos y al mismo
tiempo con relaciones sociales, porque no hay ninguna duda de
que la existencia de "individuos” es el resultado de una socie-
dad muy complicada. Además, tiene sentido decir aquí que es
mediante la autorregulación organísmica como se imita, se
simpatiza, como se vuelve uno “independiente” y como se
aprenden las artes y las ciencias; la expresen conflicto “animal"
no puede significar “solamente” contacto animal. De nuevo, las
“personas” son los reflejos de una totalidad interpersonal y se
puede comprender mejor la “personalidad si se la quiere con-
siderar como la formación del Self mediante una actitud social
de reparto. Sin embargo, y esto tiene mucha importancia, el Self
como sistema de excitación, de orientación, de manipulación,
de identificaciones y alienaciones diversas es siempre original
y creativo.
Evidentemente, estas dificultades pueden, en parte, evitarse
gracias a unas definiciones cuidadas y a un uso coherente y
nosotros tratamos de hacerlo, además, lo más coherentemente
posible. Pero estas dificultades son, por una parte, inherentes
al sujeto-objeto, el 'Hombre”, que se crea de diferentes mane-
ras. Por ejemplo, los primeros antropólogos filósofos de los
tiempos modernos, de los siglos XVII y XV11I, hablaban, en
general, de tos individuos que componían la sociedad por con-
trato. Después de Rousseau, tos sociólogos del siglo XDÍ han
vuelto a la sociedad como dimensión primordial; y el gran mé-
rito del psicoanálisis ha sido restablecer una interacción diná-
mica entre estos diferentes conceptos. Si la teoría es, a menu-
do, confusa y ambigua, es, quizás, porque la naturaleza es tam-
bién confusa y ambigua.

9 Símbolos

Hasta ahora, nos hemos remontado a los últimos miles de años


de nuestra historia, desde la invención de la escritura y de la
lectura. Al adaptarse a la vasta acumulación de cultura, com-
puesta a la vez de conocimientos y de técnicas, el hombre está
entrenado para abstracciones muy elevadas. Las abstracciones
de la orientación, que se alejan de la percepción sentida e im-
plicada: las ciencias y sistemas científicos. Las abstracciones de
la manipulación, que se alejan de la participación muscular: los
sistemas de producción e intercambio y el gobierno. El hombre
vive en un mundo de símbolos. Se orienta simbólicamente, co-
mo símbolo hacia otros símbolos y manipula simbólicamente
otros símbolos. Donde había métodos, ahora hay también me-
todología: todo se vuelve objeto de hipótesis y de experimenta-
ción, con una cierta lejanía de la implicación. Es» incluye: a la
sociedad, a los tabúes, a lo supra sensorial, a las alucinaciones
religiosas, a la ciencia y a la metodología misma, e incluso al
Hombre. Todo esto le ha permitido aumentar considerable-
mente su perspectiva y su poder, ya que la capacidad para fijar
simbólicamente esto en lo que tiene por costumbre comprome-
terse plenamente le permite una cierta indiferencia creativa. ,
Los peligros de esto, desgraciadamente, no son potenciales
sino que han sucedido. Las estructuras simbólicas, por ejemplo
el dinero o el prestigio, el privilegio o las ganas de paz. o el
progreso en el aprendizaje se convierten en el fin exclusivo de
cualquier actividad y no se obtiene ninguna satisfacción animal
ni, a menudo tampoco, ninguna satisfacción personal. Sin em-
bargo, fuera del interés animal o, en menor medida, del perso-
nal, no puede haber ninguna medida intrínseca estable, sino
solamente confusión y normas que no pueden cumplirse nun-
ca. De este modo, en lo económico, un vasto mecanismo se po-
ne en marcha y no produce suficientes bienes de consumo; po-
dría verdaderamente, como Percival y Paul Goodman lo han
mostrado en Communitas, seguir funcionando casi a la misma
velocidad sin producir nada de nada, salvo que todos los pro-
ductores y los consumidores estarían muertos. Un trabajador
está, tosca o hábilmente, insertado en un sitio concreto en este
símbolo mecánico de la abundancia, pero el trabajo que hace
no se transforma ni en placer por el trabajo bien hecho ni en el
de una vocación. Puede que no comprenda ni lo que hace, ni el
cómo, ni para quién. Se gasta una energía infinita en la manipu-
lación de marcas en el papel: las recompensas se hacen en for-
ma de papel y el prestigio depende de la posesión de esos pa-
peles. En lo político, a través de las estructuras constituciona-
les simbólicas, los representantes simbólicos se encargan de
expresar la voluntad de la gente, tal y como se ha expresado en
los votos simbólicos; casi nadie comprende mucho qué signifi-
ca eso de ejercer una iniciativa política o llegar a un acuerdo
comunitario. En lo emocional, solo hay unos pocos artistas que
sacan de la experiencia real símbolos de pasión o de excitación
sensorial; los imitador^ se apoderan de estos símbolos convir-
tiéndolos en estereotipos y los comercializan; y la gente hace el
amor o tiene aventuras según las normas del glamour. Los mé-
dicos y los trabajadores sociales aportan otros símbolos de
emoción y de seguridad, y la gente hace el amor, disfruta del
esparcimiento, etc., siguiendo sus prescripciones. En lo técnico,
se llega simbólicamente al control del espacio, del tiempo y del
poder facilitando el acceso a lugares poco interesantes y a la
obtención de bienes poco deseables. En la ciencia pura, la cons-
ciencia se concentra en el menor detalle de la actividad, salvo
en el miedo psicosomático y en la autoconquista que supone
esta actividad, aunque cuando se trata de fabricar, por ejemplo,
algunas armas mortíferas, el debate consiste en saber si la ne-
cesidad de un país de asegurar su superioridad frente al
enemigo debe ir por delante o no del deber de un científico de
publicar sus descubrimientos. Pero las reacciones más senci-
llas de compasión, de huida, de desconfianza no son ya eficaces
para nada.
En estas condiciones, no es sorprendente que la gente jue-
gue con el sadomasoquismo de las dictaduras o de las guerras:
aquí, por lo menos, hay un control del hombre por el hombre
en lugar de que esto se haga a través de símbolos, y aquí el su-
frimiento es en la carne.

10 La división neurótica

De este modo, hemos llegado finalmente a una adquisición más


reciente de la especie humana, la división neurótica de la per-
sonalidad como medio de conseguir un equilibrio. Frente a la
amenaza crónica de dejar de funcionar, el organismo se replie-
ga a sus mecanismos de seguridad: represión, alucinación, des-
plazamiento, aislamiento, huida, regresión; y el hombre trata
de hacer del “arte de vivir sobre sus nervios” una nueva proeza
de la evolución.
En los primeros estadios, había desarrollos que el organis-
mo sano podía fusionar, en cada ocasión, en una nueva totali-
dad integrada. Pero ahora, es como si los neuróticos resurgie-
ran y se agarraran concretamente a los puntos vulnerables del
desarrollo anterior de la raza: la tarea no consiste en integrar
la postura erecta en la vida animal, sino en actuar, por un lado,
como si la cabeza funcionara por su cuenta, separada del cuer-
po, y, por el otro, como si nunca se hubiera puesto de pie o no
tuviera, para nada, cabeza: ocurre lo mismo con los otros desa-
rrollos. Los “peligros” potenciales se han vuelto hechos sinto-
máticos: ausencia de contacto, aislamiento, miedo a caer, impo-
tencia, inferioridad, verborrea y falta de afecto.
Queda por ver si este giro neurótico representa o no un des-
tino viable para nuestra especie.

11 Edad de oro, civilización e introyecciones

Hemos definido aquí, de un modo general, los ajustes neuróti-


cos como los ajustes que emplea el nuevo poder “en lugar de”
la naturaleza anterior, que está reprimida, en lugar de “ir a la
par con” ella, en una nueva integración. Los estados naturales
reprimidos y no utilizados tienden entonces a volver en forma
de Imágenes de la Edad de Oro o del
Paraíso, o como teorías de la Felicidad Primitiva. Podemos
ver a grandes poetas, como Homero o Shakespeare, dedicarse a
glorificar precisamente las verdades de la era anterior, como si
fuera su principal función impedirle a la gente que se olvide de
lo que era ser un hombre.
En el mejor de los casos, verdaderamente, parecería cierto
que, de hecho, en las condiciones de la vida muy civilizada, al-
gunos poderes importantes de la naturaleza humana estén no
solamente neuróticamente inutilizados, sino también racio-
nalmente inutilizabas. La seguridad civil y la abundancia técni-
ca, por ejemplo, no son muy apropiadas para un animal que
caza y que necesita, quizás, de la excitación de la caza para dis-
frutar plenamente de su poder. No es sorprendente entonces
que un animal así pueda complicarse algunas necesidades irre-
levantes, por ejemplo uniendo la sexualidad al riesgo y a la
persecución para aumentar su excitación.
Además, es probable que exista actualmente un conflicto in-
soluble entre el deseo de armonía social y la expresión indivi-
dual, no menos deseable. Si estamos en fase de transición hacia
una sociedad más estrecha, entonces habrá en los individuos
muchos rasgos sociales que solo van a poder aparecer como
introyecciones inasimilables, neuróticas e inferiores a las
reivindicaciones individuales rivales. Nuestros criterios éticos
heroicos (que surgen de los sueños inspirados de los artistas
creativos) tienden, en efecto, a hacernos volver a lo más ani-
mal, sexual, personal, valeroso, honorable, etc.; pero nuestro
comportamiento es, por lo demás, diferente de esto y bastante
carente de excitación.
Por otro lado, parece también (incluso aunque estos diferen-
tes parecidos sean contradictorios) que estos “conflictos irre-
conciliables” hayan formado parte siempre, y no solo ahora, de
la condición humana, y que el sufrimiento que los acompaña,
como el movimiento hacia una solución desconocida, constitu-
yan los fundamentos mismos de la existencia del hombre.

12 Conclusión

Sea como sea, la “naturaleza humana" es una potencialidad.


Puede ser conocida no solo cuando haya sido actualizada en
sus consecuciones y en su historia.
Uno podría hacerse seriamente la siguiente pregunta: ¿con-
forme a qué criterios se prefiere considerar la "naturaleza hu-
mana' como lo que es real en la espontaneidad de los niños, en
los trabajos de lo& héroes, en la cultura de las épocas clásicas,
en la comunidad de la gente sencilla, en el sentimiento de los
amantes, en la consciencia acrecentada y las habilidades mila-
grosas de algunas personas en las situaciones críticas? La neu-
rosis es también una respuesta de la naturaleza humana y aho-
ra es epidémica y normal y quizás tenga un futuro social viable.
Nosotros no podemos contestar a esta pregunta. Pero el psi-
cólogo-médico actúa de acuerdo con tres criterios:

1. la salud del cuerpo, conocida mediante criterios definidos.


2. los progresos del paciente en su capacidad de ayudarse a sí
mismo,
3. la elasticidad de la formación figura/fondo.

Notas

1 Hemos mencionado ya que la selección de pacientes a los que les llama la


atención un enfoque tiene minado es un factor intrínseco a las diferentes
teorías psicoanalíticas ya que estos pacientes constituyen, a la vez, el mate-
rial observado y la prueba que viene a confirmar el método como respuesta
Obviamente, la tendencia de los pacientes a ir hacia un "bastante bien" o
incluso hacia un “mejor que bastante bien" contribuye a que las teorías
recientes tiendan a converger progresivamente con las que se parecen a las
de este libro. En este sentido, la psicoterapia esté a punto de reemplazar a la
función educativa, pero esto ocurre porque la educación tradicional, en
casa, en la escuela, en la universidad y en la iglesia, es cada vez más inútil.
Lo que desearemos nosotros, por supuesto, es que la educación reemplaza-
ra las funciones de la psicoterapia.
7
Verbalización y poesía

1. Lo social, lo interpersonal y lo personal


2. El habla-contacto y la poesía
3. Verbalización y poesía
4. Crítica de la libre asociación como técnica de terapia
5. La libre asociación como experimentación del lenguaje
6. Las filosofías de la reforma del lenguaje
7
Verbalización y poesía

Entre los desarrollos de la humanidad, el lenguaje es un desa-


rrollo que reviste una importancia especial y merece un capítu-
lo aparte Como en los otros desarrollos, el abuso neurótico
consiste en utilizar una forma de lenguaje “en lugar de” y no “al
mismo tiempo que" las capacidades que lo subyacen. Es el ais-
lamiento de la personalidad verbal.

1 Lo social, lo interpersonal y lo personal

Generalmente, la gente es consciente de sus conflictos emocio-


nales con relación a sus exigencias y responsabilidades éticas:
se encuentran enfrentados con sus deseos '‘personales" y sus
papeles sociales. Se considera que el conflicto, con la inhibición
o la culpabilidad que se derivan de él, se da entre la “sociedad'
y el individuo". Los capítulos siguientes se van a dedicar a la
estructura de estas normas, ajenas e incorporadas: la confor-
midad y lo antisocial, la agresividad y la autoconquista.
Pero como hemos subrayado ya, la diferenciación del indivi-
duo en el campo organismo-entorno supone ya un desarrollo
tardío. Las relaciones sociales, como la dependencia, la comu-
nicación, la imitación, el amor objetal, existen desde el origen
en cualquier campo humano, incluso antes de que uno se reco-
nocieran a sí mismo como una persona con su propia idiosin-
crasia o se identificara con los otros como constituyente de la
sociedad. La personalidad es una estructura creada a partir de
estas primeras relaciones interpersonales precoces y, habi-
tualmente, durante su formación ha habido ya la incorporación
de una gran cantidad de material ajeno, no asimilado o incluso
no asimilable (lo que hace, evidentemente, que los conflictos
posteriores entre el individuo y la sociedad sean aún más inso-
lubles).
En cierta manera, es útil definir la personalidad como una
estructura de hábitos de lenguaje y considerarla como un acto
creativo del segundo o tercer año de vida. La mayor parte de
nuestros pensamientos son, de hecho, palabras sub vocales; las
creencias fundamentales son, sobre todo, hábitos de sintaxis y
de estilo, y casi todas las evaluaciones que hacemos, que no
provienen directamente de los apetitos orgánicos, tienen todas
las posibilidades de ser, de hecho, un conjunto de actitudes
retóricas. Definirla de esta manera no es un intento de despre-
ciarla ni de encontrarle justificaciones, ya que el lenguaje es en
sí mismo una actividad profunda y espontánea. El niño que
forma su personalidad al aprender a hablar consigue un logro
espectacular y, desde la antigüedad, los filósofos han sentido
que la educación consiste sobre todo en aprender el lenguaje
humano y las Letras (por ejemplo: 'la gramática, la retórica y la
dialéctica” o “los clásicos y el método científico”).
Con relación a esto podemos considerar la secuencia si-
guiente:
a) las relaciones sociales pre verbales del organismo;
b) la formación de una personalidad verbal en el campo
organismo/entorno;
c) las relaciones subsecuentes de estas personalidades con
las otras.

Está claro que cultivar bien el lenguaje es una de las cosas


que permite que esta secuencia se mantenga flexiblemente
abierta y creativa todo el tiempo: los hábitos que permiten a lo
pre verbal fluir libremente y aprender de los otros y ser modi-
ficados.
Pero, de la misma manera que en nuestra cultura, conside-
rada globalmente, se ha desarrollado una cultura simbólica
desprovista de contacto o de afecto, arrancada de la satisfac-
ción animal y de la invención social espontánea, así, también
con respecto a cada Self, cuando el desarrollo de las relaciones
interpersonales se ha perturbado y cuando los conflictos no se
han vivido sino que se han pacificado por una tregua prematu-
ra que incorporaba criterios ajenos, se forma una personalidad
“verborreica”,1 un discurso insensible, aburrido, sin afecto,
monótono, estereotipado en su actitud retórica, mecánico en su
sintaxis, sin significado. Es una reacción o una identificación
con un lenguaje ajeno, aceptado y no asimilado. Si invitamos a
centrar la consciencia sobre estos “sencillos" hábitos del habla,
encontramos evasiones extraordinarias, coartadas y, al final,
una ansiedad aguda (mucho más que en las protestas y excusas
cuando se ponen de manifiesto lapsus “morales” importantes).
Porque llamar la atención sobre el habla (o sobre sus ropajes)
representa, verdaderamente, una afrenta personal
La dificultad es que recientes filósofos de la lengua, asquea-
dos de la simbolización y de la verbalización, habitualmente
huecas, han establecido normas del lenguaje astringentes que
son todavía más estereotipadas, todavía menos afectivas. De-
sesperados por esto, algunos terapeutas renuncian y tratan de
evitar hablar entre ellos, como si únicamente el silencio inte-
rior y el comportamiento no verbal fueran potencialmente sa-
nos. Pero lo contrario a la verbalización neurótica es el habla
variada y creativa; no es ni la semántica ni el silencio, es la poe-
sía.

2 El habla-contacto y la poesía

El habla es un buen contacto cuando saca su energía de las tres


personas gramaticales: Yo, Tú y Ello, 2 y hace una estructura
con esto: el que habla, a quien se habla y de lo que se habla;
cuando hay necesidad de comunicar algo. Como propiedades
del flujo del habla, estas tres formas gramaticales son:
(1) el estilo y sobre todo, el ritmo, la animación y el punto
de culminación, que expresan la necesidad orgánica de
que habla;
(2) la actitud retórica eficaz en la situación interpersonal
(por ejemplo, cortejar, denunciar, enseñar, intimidar);
(3) el contenido o la verdad sobre los objetos impersonales
de los que se habla.

De nuevo, sobre todo si el contacto de organismo y del en-


torno se hace más cercano, interactúan las siguientes influen-
cias:
1. La palabra hablada —el ejercicio físico de la pronuncia-
ción y de la escucha.
2. El pensamiento —el llenar con un contenido diferentes
osamentas de organizaciones.
3. El habla sub vocal —las situaciones verbales inacabadas
y repetidas.
4. La comunicación social pre personal (por ejemplo, las
protestas) y la consciencia inmediata silenciosa (imáge-
nes, sensaciones corporales, etc.).

En un habla con buen contacto, estos niveles se unen en la


realidad presente. El pensamiento se dirige hacia una orienta-
ción y una manipulación eficaces; la situación presente se toma
como un campo posible y adecuado para resolver una situación
inacabada; el animal social se expresa; el ejercicio físico inicia
el movimiento como un placer que surge y hace de la totalidad
una realidad ambiental.
Teniendo en la mente estos niveles psicológicos del habla,
de pensamiento, de lenguaje sub vocal, de las protestas y de la
consciencia silenciosa, vamos a considerar ahora la poesía co-
mo una de las Bellas Artes y en qué se diferencia y cómo es di-
ferente al habla ordinaria de pleno contacto; después vamos a
ver el contraste de estas dos formas de lenguaje con la verbali-
zación neurótica.
El poema es un caso especial de habla de calidad. En el poe-
ma, como en otras formas de habla de calidad, los tres pro-
nombres personales, el contenido, la actitud, el carácter y el
tono y el ritmo se expresan mutuamente entre sí y esto es lo
que forma la unidad estructural del poema. Por ejemplo, el ca-
rácter surge principalmente de las elecciones del vocabulario y
de la sintaxis, pero el vocabulario y la sintaxis suben y bajan
según el sujeto y van a deformarse rítmicamente por los sen-
timientos, con relación a lo que se espera. Además, el ritmo
acumula la urgencia crucial, la actitud se vuelve entonces más
directa y la presuposición se demuestra, etc. Pero la actividad
del habla, para un poeta, es, como dicen los filósofos:"un fin en
sí misma"; es decir, solo al hablar abiertamente, al manipular
un medio, se resuelve su problema A diferencia del buen dis-
curso corriente, no se trata de una actividad instrumental en
cualquier situación social, como persuadir a quien no está es-
cuchando, distraerle, informarle de algo, tratando de manipu-
larle para encontrar la solución al problema.
Sobre todo, el caso del poeta es especial ya que el problema
consiste en resolver un “conflicto interno” (como decía Freud,
la obra de arte reemplaza al síntoma): el poeta se concentra en
un habla sub vocal inacabada y sobre los pensamientos que
surgen de ella. Al jugar libremente con las palabras de ese mo-
mento, termina una escena verbal inacabada; expresa la queja,
la denuncia, la declaración de amor, el auto reproche que ha-
bría debido expresar ya. Finalmente deja libre curso a la nece-
sidad orgánica subyacente y encuentra las palabras como con-
secuencia, debemos recalcar concretamente lo que son los
“Yo”, “Tú" y “Ello’’3 en su realidad del momento. Su “Tú”,4 su
audiencia, no es una persona visible ni el público en general,
sino una “audiencia ideal”; solo se trata de suponer la actitud y
el carácter que van a ser apropiados (elegir un género y una
dicción) que permitan al discurso inacabado fluir con fuerza y
precisión. Su contenido no es una verdad del presente de la
experiencia, que deba transmitirse, sino que el poeta encuentra
en la experiencia, en el recuerdo o en la fantasía un símbolo
que, de hecho, lo excita, sin que tenga (o tengamos) necesidad
de conocer su contenido latente. Su “Yo” es el estilo que utiliza
en su presente, no es su biografía.
Al mismo tiempo que se forman las palabras manifiestas, el
poeta es capaz de mantener una consciencia silenciosa de la
imagen, del sentimiento, del recuerdo, etc., así como de las acti-
tudes puras de la comunicación social, la claridad y la respon-
sabilidad verbal. De este modo, en lugar de ser estereotipos
verbales, las palabras son plásticamente destruidas para ser
combinadas en una figura más esencial. La poesía es, por lo
tanto, el opuesto exacto al discurso neurótico, ya que es len-
guaje en tanto que actividad orgánica de resolución de proble-
mas, es una forma de concentración. Mientras que la verborrea
es un habla que trata de disipar la energía del discurso, que
reprime la necesidad orgánica y que repite una escena sub vo-
cal inacabada en lugar de concentrarse en ella.
Por otra parte, la poesía se distingue del discurso corriente
de buen contacto (la buena prosa en la conversación, por
ejemplo) solamente como una categoría especial: un poema
resuelve un problema que puede ser resuelto solamente por la
invención verbal, mientras que la mayoría de las hablas se dan
en situaciones en donde la solución necesita también otros ti-
pos de comportamiento, una respuesta de quien escucha, etc.
Sé deduce de esto que, en la poesía, en donde toda la realidad
debe ser transmitida a través del habla, la vitalidad del discur-
so se acentúa: hay más ritmo, es más precisa, está más cargada
de sentimientos, más dotada de imaginación, etc. Y lo que es
aún más importante es que un poema tiene un principio, una
mitad y un final; acaba la situación. Otros habla-contacto pue-
den ser más burdos y más aproximativos; pueden apoyarse en
los modos no verbales, como los gestos; casi no tienen necesi-
dad de mencionar lo que les urge expresar; se interrumpen
para dar lugar a un comportamiento no verbal.
3 Verbalización y poesía

Cuando se ha sacado de su uso como instrumento en una situa-


ción social, o de sus propias reglas como actividad poética vital,
el habla se vuelve rápidamente el espejo de todo y de cualquier
experiencia. Es fácil para alguien equivocarse en lo que siente o
en lo que hace cuando habla de sus sentimientos o de lo que
hace con ellos, o incluso simplemente cuando los “piensa”. La
verbalización, con facilidad, sirve como un sustituto de la vida.
Es un medio disponible, por el que una persona ajena, a la que
se ha introyectado con sus creencias y sus actitudes, puede
vivir por nosotros. (El único inconveniente es que poner en
palabras la comida o el encuentro no da de comer, ni da placer
sexual, etc.). Así, por volver a una discusión anterior, todo lo
que se presenta como reminiscencia o proyecto no es realmen-
te ni recuerdo ni anticipación, que son formas de la imagina-
ción, sino que es una historia que el concepto que uno tiene de
sí mismo se cuenta a sí mismo. Y a menudo, la indignación no
tiene mucho que ver con la rabia sentida, ni el juicio con la me-
dida racional, sino que son las voces de papa o de mamá las
que se ejercitan.
No es tanto lo que dice el que habla, sino cómo lo dice. Con
respecto a los tres pronombres personales ‘ Yo”, “Tú" y “Ello’’,5
manifiesta una rigidez, una fijación o un estereotipo, que solo
le permite sacar una pequeña parte de las posibilidades de la
situación actual. Esta parte es suficiente para mantener una
fachada social y evitar la ansiedad y el embarazo del silencio,
de la revelación o de la afirmación de sí mismo: es suficiente
también para agotar La energía del habla de tal manera que no
se oigan las escenas inacabadas y subvocales ya que si no, po-
drían volverse apremiantes. Es decir, en lugar de ser un medio
de comunicación o de expresión, la verborrea protege al indi-
viduo aislándole a la vez del entorno y del organismo.
La falta de contacto con el “Yo”, a menudo, es observable de
una manera espectacular en la división del cuerpo: entre una
boca que emite un sonido, con los labios y la lengua rígidos y
rápidos y una vocalización insonora, y todo el resto del cuerpo
que se mantiene a distancia, sin involucrarse; o bien, a veces,
los ojos o algunos gestos de las muñecas o de los codos se aña-
den a la boca que habla; o bien, a veces, un ojo, mientras que el
otro está vidrioso, pregunta sobre el parloteo o lo desaprueba;
o bien, a veces también, la cara está dividida en dos mitades.
Las palabras vienen a ráfagas, sin tener en cuenta la respira-
ción, y el tono es monótono. Por otra parte, en el discurso poé-
tico, el ritmo está dado por el ritmo respiratorio (el verso), por
la velocidad del movimiento y la danza (la medida), por el silo-
gismo, la antítesis y otros aspectos del pensamiento (estancias
y párrafos), y por la intensificación orgástica del sentimiento
(apogeo), después disminuye hasta el silencio. La diversidad
del tono y la riqueza de la connotación son las resonancias po-
tenciales en el registro del grito primitivo cuando se presenta
la ocasión. El verborreico raramente oye su propia voz y, cuan-
do la escucha, se sorprende. Pero el poeta está atento al mur-
mullo subvocal y a los susurros, los hace audibles, critica el
sonido y vuelve a ello. (Hay un carácter intermedio: una espe-
cie de actor que interpreta sin ser un poeta, que no se da cuen-
ta de nada salvo del sonido de su voz, que modula el tono y que
saborea las palabras; y hecho esto, saca probablemente una
satisfacción oral real de ello, al ocupar el centro de la sala
mientras el público se escabulle).
La actitud retórica, el “Tú”,6 del verborreico es irrelevante
en la escena social real, pero el tono que suena muestra que
está pasando a la acción (acting out), de manera fija, una situa-
ción subvocal inacabada. Sea cual sea la ocasión, la voz se que-
ja, reprocha o condena, o, por el contrario, busca pelea, inventa
coartadas o se justifica. En la repetición de esta escena (quizás
jugando alternativamente los dos papeles), el resto del orga-
nismo está inmovilizado de manera rígida. El poeta, ya lo he-
mos dicho, saca partido de la situación subvocal: al concentrar-
se en ella, encuentra la audiencia exacta, el público ideal para la
literatura; moldea el lenguaje de manera estética con el fin de
expresar la necesidad orgánica pertinente y llega a un insigbt, a
una solución. Lo que es ajeno y subvocal es, de este modo, asi-
milado de nuevo a su propia personalidad. Se afirma a menudo
que la obra de arte no resuelve ningún problema o que solo lo
resuelve temporalmente, ya que el artista no conoce el conte-
nido latente de su simbología; si esto fuera así, la poesía sería
una manera obsesiva de agotar la energía en la situación de
repetición como ocurre con la verborrea. Esto es a la vez ver-
dadero y falso: que el artista no resuelva su problema es lo que,
precisamente, hace que solo sea un artista, libre únicamente en
su actividad vital de la palabra, pero incapaz de utilizar, de la
misma manera, las palabras de manera instrumental en otros
actos libres. Numerosos poetas sienten el carácter obsesivo de
su arte; cuando han acabado una obra, están agotados, pero no
han recobrado aún el paraíso perdido. (Esto no quiere decir,
dicho sea de paso, que muchas otras actividades, incluyendo
aquí la psicoterapia, nos permitan recuperar este paraíso per-
dido) Pero, igual que ocurre con los problemas concretos sub-
vocales, realmente se resuelven, uno después de otro. La prue-
ba de ello es que las obras de arte sucesivas del artista son fun-
damentalmente diferentes unas de otras, hay una profundiza-
ción en el problema artístico. Es evidente, esta actividad llega a
veces tan lejos que el poeta al final se siente empujado a afron-
tar los problemas de la vida que no puede resolver únicamente
con sus medios artísticos.
En el contenido, el “Ello” de su discurso, el verborreico se
encuentra ante un dilema: debe permanecer atado a los hechos
de la realidad para no parecer demente o sentirse ridículo, sin
embargo, no le interesa su realidad ni puede permitirse darse
cuenta de ellos con relativa intensidad, con sensaciones y sen-
timientos, ya que, entonces, podrían romper su tregua puesto
que toda realidad es dinámica, y destruirían sus proyecciones y
racionalizaciones^)' aumentarían su ansiedad. La vida real in-
vadiría su vida sustituta. El verborreico, por lo tanto aburre
porque pretende aburrir, quiere que le dejen solo. El compro-
miso consiste en hablar mediante estereotipos, en utilizar abs-
tracciones vagas, particularidades superficiales u otras formas
de decir la verdad, no diciendo, de hecho, nada. (Al mismo
tiempo, por supuesto, el contenido se ha energizado por las
proyecciones de sus necesidades no sentidas). El poeta, repe-
timos, elige el contenido exactamente al contrario: deforma
libremente la verdad real y la transforma en símbolo, al servi-
cio del interés subyacente; no desea mentir o ser irracional; y
desarrolla con mucha riqueza los símbolos utilizando de una
manera muy viva sus sentidos, enfatizando con precisión lo
atractivo de las cosas que ve, las fragancias y los sonidos, y
empatiza con las situaciones emocionales, proyectándose a sí
mismo en ellas en lugar de alienar sus propios sentimientos y
proyectarte.
Finalmente, el verborreico está incómodo por la actividad
misma de hablar. Utiliza expresiones desprovistas de sentido
para sentirse más seguro, del estilo: “¿No piensas que?”, “Ya
sabes", “En mi opinión”. O también llena el silencio con gruñi-
dos. Controla su sintaxis, cuida su discurso con un encuadre
literario antes de aventurarse a hacer sus propios comentarios,
del tipo: “Esto quizás, esté traído por los pelos, pero me parece
que...”. Pero, para el poeta, el manejo de las palabras es una
actividad en sí misma: la forma, como por ejemplo el soneto, no
es un encuadre sino que forma parte integrante de la trama. Es
consciente de su responsabilidad respecto a la función de la
sintaxis, se siente libre con las formas, y, a medida que progre-
sa en su arte, su vocabulario se vuelve cada vez más personal,
más idiosincrásico si sus problemas subvocales son oscuros y
le resultan difíciles de agarrar, o más clásico si son problemas
que reconoce en los demás.

4 Crítica de la libre asociación como técnica de terapia

Vamos a considerar ahora un caso concreto de verbalización: la


experiencia de la libre asociación como se practica en el psi-
coanálisis ortodoxo. Queremos llamar la atención sobre la dife-
rencia entre el comportamiento del paciente en esta técnica y
el del terapeuta; y a partir de esta crítica, vamos a sacar, de
nuevo, conclusiones sobre la naturaleza del buen discurso, que
son parecidas a las que acabamos de adelantar.
En la libre asociación, se le da al paciente, para empezar, al-
gún contenido A, habitualmente el detalle de un sueño que ha
tenido; él asocia a esto, otra palabra B, la que le viene a la boca,
y a esta, otra palabra C, etc. Asocia “libremente”, es decir, no
trata de organizar una serie para que tenga sentido, ni de hacer
totalidades significativas o de resolver un problema. No debe
tampoco censurarse (negarse a asociar por su propia crítica de
las palabras que le vienen). Un comportamiento así puede ser
considerado o como una limitación de la verbalización o como
un caso ideal de la verbalización.
Según la antigua teoría asociacionista, las secuencias de las
palabras deberían seguir la ley siguiente: si A ha surgido fre-
cuentemente asociado a B, o tiene un cierto parecido con B, o
también si tiene una lejana similitud con lo que aparece fre-
cuentemente, entonces existe una cierta tendencia en A de
evocar B, en B de evocar C, etc. Toda la cadena podría ser anali-
zada y “explicada”, por etapas, de esta manera. Esta fue la ge-
nialidad del psicoanálisis, demostrar que las libres asociacio-
nes, de hecho, no funcionaban simplemente siguiendo esta ley
de asociación por etapas, sino que estos lotes tenían más bien
la tendencia a organizarse en totalidades o conjuntos significa-
tivos, a avanzar en una cierta dirección, y que estos conjuntos y
direcciones entrañan una relación significativa importante con
relación al estímulo original, al detalle del sueño y con el pro-
blema subyacente del paciente. El paciente, de hecho, no pro-
duce “mecánicamente" este flujo, sino que, sin ser consciente,
expresa algunas tendencias, vuelve cíclicamente sobre algunas
necesidades emocionales y trata de completar una figura
inacabada. Esta fue, sin ninguna duda, una prueba fundamental
de la existencia del inconsciente; la cuestión es saber si real-
mente es útil para la psicoterapia.
Daos cuenta también de que es el terapeuta el que se con-
centra en el flujo y crea, a partir de esto, las figuras completas
(las descubre y las crea): está atento a los conjuntos, mide el
retraso en las aso daciones que por tanto suponen e indican
una resistencia, tiene en cuenta el tono y la expresión de la ca-
ra. Es él quien se vuelve consciente, de este modo, de algo so-
bre el paciente, es decir, del comportamiento del paciente, que
él tiene en estado de no consciente.
Pero el objetivo de la psicoterapia no es que el terapeuta se
vuelva consciente de algo del paciente, sino que el paciente se
vuelva consciente de sí mismo. Por lo tanto, es necesario em-
pezar un proceso en el que el terapeuta (T) explique al pacien-
te (P) lo que él (T) conoce ahora de él (P). De esta manera, el
paciente consigue un vasto e interesante conocimiento sobre sí
mismo, de esto no existe ninguna duda. Pero queda la cuestión
de saber si acrecienta o no la consciencia inmediata de sí mis-
mo. Ya que el “conocimiento-acerca-de” tiene un cierto grado
de abstracción, no es muy interesante. Y está, otra vez, en el
contexto habitual de la introyección de la sabiduría de una au-
toridad. Si llega a reconocerse a sí mismo en tanto que objeto
de conocimiento, entonces esta especie de conocimiento (que
se sabe, pero que no se sabe que se sabe) estaría cercana y lle-
na de interés. El objetivo de la terapia es permitir al paciente
que reconozca esto, pero es exactamente de aquí de donde he-
mos partido.
El problema es que durante la actividad en la que está com-
prometido ha sido llevado a pronunciar un raudal de palabras
que tenían poco sentido para él. Esta actividad no añade nada
especial a su experiencia, sea la que sea; por el contrario, solo
es un facsímil de su experiencia habitual: se conoce bien este
papel. La regla de “No censurar” le libera de la responsabilidad
de las palabras, cosa que no es algo infrecuente para mucha
gente. Pero el conocimiento que ahora se le explica es bastante
ajeno a esta actividad; surge de una actividad habitual pero
diferente: coger una verdad desagradable y tragarla toda ente-
ra. Y de nuevo, el antiguo hombre está diciendo cosas terribles
sobre sí mismo. (Aunque se trata quizás de un hombre más
simpático, con lo que podría pensar, como solía decir Steckel:
“Voy a estar mejor, simplemente para dar gusto a| viejo loco”.
Es un método curativo, pero no por la libre asociación).
El peligro de esta técnica podría ser que, al poner entre pa-
réntesis al Self que es responsable, se sienta aludido y tome
decisiones, y el paciente únicamente podría relacionar su nue-
vo conocimiento con su verbalización, agradablemente tocado
por la euforia de una cálida atmósfera y la escucha amistosa-
mente paternal. Entonces, en lugar de curar la escisión, la téc-
nica podría dejarle aún más confuso.

5 La libre asociación como experimentación del lenguaje

Vamos a considerar ahora los aspectos de la libre asociación


que son útiles y excelentes: tomémosla por lo que es, una for-
ma de lenguaje.
Para empezar, vamos a coger como ejemplo las asociaciones
que giran en torno a un detalle de un sueño. Vamos a suponer
que el paciente acepta el sueño como suyo, que se acuerda de
él y que es capaz de decir que lo ha soñado y no que el sueño le
ha venido. Si puede ahora asociar nuevas palabras y nuevos
pensamientos con este acto, su lenguaje se va a enriquecer mu-
chísimo. El sueño habla en el lenguaje en imágenes de la infan-
cia, la ventaja es que no se trata de acordarse del contenido
infantil, sino de reaprender algo de los sentimientos y de las
actitudes del discurso infantil, de recuperar el estado mental
de esta visión eidética y de unir lo verbal a lo pre verbal. Desde
este punto de vista, el mejor ejercicio sería quizás no la libre
asociación a partir de la imagen y la aplicación de un conoci-
miento frío a esta imagen, sino justamente lo contrario: una
representación literaria o pictórica meticulosa de esta (el su-
rrealismo).
No obstante, se puede decir algo a favor de la libre asocia-
ción. Para un paciente demasiado escrupuloso y prosaico en su
discurso, es saludable que farfulle y descubra que el cielo no se
le cae en la cabeza. Es la matriz lúdica de la poesía: dejar que el
discurso se desarrolle aparentemente por sí mismo, de la ima-
gen al pensamiento, del pensamiento a la rima, de la rima a la
exclamación, de la exclamación a la imagen, de la imagen a la
rima, como venga, pero al mismo tiempo sentir que es uno
mismo el que habla, que no es un discurso automático. Pero,
aquí también, el mejor ejercicio sería quizás un ejercicio más
directo: concentrarse en el acto de hablar, asociando libremen-
te o emitiendo sílabas sin sentido o retazos de canciones.
La libre asociación tiene una virtud aún más esencial, más
cercana al uso clásico que hace de ella el psicoanálisis. La razón
por la que se le pide al paciente asociar libremente más que
contar su historia o responder a preguntas, es con seguridad
porque su discurso habitual está neuróticamente rígido, lo que
supone una falsa integración de su experiencia. La figura de la
que es consciente es confusa, oscura y no tiene interés, ya que
el segundo plano contiene otras figuras que están reprimidas y
de las que, por lo .tanto, no es consciente. Pero estas figuras
reprimidas distraen su atención, absorben la energía e impiden
cualquier desarrollo creativo. La libre asociación interrumpe
esta relación congelada entre la figura y el fondo, y permite que
vengan a primer plano otras cosas. El terapeuta las capta, pero
¿cuál es el beneficio para el paciente? Como ya hemos visto, no
se trata de que las nuevas figuras se creen para reunirse con la
figura habitual de su experiencia, ya que la libre asociación es
una actitud disociada de esta experiencia.
Pero aprende que algo, que no conocía como suyo, surge de
estas penumbras y se muestra, sin embargo, significativo. De
esta forma quizás, se anima a explorarlo, a considerar su no
consciencia como una terra incógnita y no como un caos. A par-
tir de esta perspectiva, debería convertirse en pareja en la in-
terpretación. La idea aquí es que la máxima "Conócete a ti
mismo", es una ética humana: no es algo que se aplica a alguien
que tiene dificultades, sino algo que se hace uno a sí mismo, en
tanto que humano. La actitud impenetrable del terapeuta res-
pecto a la interpretación, que la retiene o la reparte en los bue-
nos momentos, va en sentido contrario. Esto no quiere decir
que el analista deba revelar todas sus interpretaciones. Se tra-
ta, por el contrario, de interpretar muy poco y de dar al pacien-
te las herramientas del analista. Debería ser evidente que la
horrorosa falta de curiosidad de la gente es un síntoma neuró-
tico y epidémico. Sócrates había comprendido que esto era de-
bido al miedo al conocimiento de uno mismo. (Freud enfatizo
el miedo concreto al conocimiento sexual al que son aficiona-
dos los niños). Es por lo tanto imprudente dirigir el curso de
una cura en un contexto que confirme la división: el terapeuta,
el que ya no es un niño, sabe todo, y uno no puede nunca cono-
cer el secreto, a menos que se nos diga. Pero es solamente la
posesión de las herramientas lo que permite superar el senti-
miento de ser excluido.
Finalmente, vamos a poner en evidencia el contraste entre
las tres formas de discurso utilizadas en la experimentación de
la libre asociación: el paciente que asocia libremente, el tera-
peuta que aprende algo y se lo dice a sí mismo y el terapeuta
que explica al paciente lo que sabe. Tenemos aquí tres series
diferentes de palabras que se refieren a un mismo caso existen-
te. Para el paciente, sus asociaciones son el equivalente a síla-
bas sin sentido: son pura verborrea. Sin embargo, a partir de
estas palabras, el terapeuta se hace consciente del paciente, y
esta consciencia, formulándose frases que se dice a sí mismo
hace que el caso exista, ya que ellas son verdad. No obstante, en
este contexto, las mismas frases, si se le dicen al paciente, ya no
son la verdad ni para el paciente, ni ahora ya para el terapeuta:
no son ciertas porque no se han trabajado, no tienen ningún
valor como prueba, solo son simples abstracciones.
Para un lógico, este factor, lo que le atañe al terapeuta o no
le atañe al paciente, la aceptación o la no aceptación de las
propuestas dentro de su propia realidad, podría parecerle no
pertinente; podría decir que solo se trata de una simple cues-
tión “psicológica”, tanto el saber si el paciente comprende o no
la verdad de la interpretación, como el saber a qué nivel la
comprende, trascendental desde un punto de vista terapéutico
pero insignificante desde un punto de vista lógico. Pero noso-
tros, le diríamos mejor algo así como: el “caso existente" aquí
está todavía en potencia, es una abstracción; y que haya una
realidad u otra por completo diferente de tener “una verdad”
depende de las palabras de la formulación, del interés y de la
actitud con las que se ha aprendido esto.
Para un lógico formado en física, el uso “exacto” de las pala-
bras, el discurso más significativo sobre la “realidad”, se com-
pone de un escaso vocabulario de símbolos sobre los objetos,
de una sintaxis analítica que expresa la complejidad por adi-
ciones, y de una ausencia de tono apasionado. Y reformaría el
lenguaje en esta dirección. (Por ejemplo, buscaría un “inglés
básico”). Pero para un psicólogo interesado en la falta de afec-
tividad de nuestra época, el lenguaje exacto tiene exactamente
las características contrarias: está llenó de tonalidades apasio-
nadas del habla infantil, sus palabras son estructuras funciona-
les complejas como las palabras que utilizan los primitivos, y
su sintaxis es poética.

6 Las filosofías de la reforma del lenguaje

Aceptando la tendencia moderna de las instituciones sociales


simbólicas en lugar de las comunidades, de la verbalización en
lugar de la experiencia, se han hecho numerosos intentos para
reformar el lenguaje, por medio del análisis retórico y el análi-
sis lógico. Las motivaciones retóricas subyacentes en el que
habla se sacan a la luz; la crítica empírica evalúa y desinfla los
estereotipos y las abstracciones vacíos en relación con las
normas de los objetos y comportamientos concretos. Para
nuestro propósito, podríamos resumir estas filosofías del buen
lenguaje en “empírica”, “operativa” e “instrumental”.
El lenguaje empírico reduce el buen uso de las palabras a
señales tanto para percepciones o fenómenos observables co-
mo para objetos fácilmente manipulables y comportamientos
sencillos. (Son, en general, los objetos “físicos’’ inanimados a
los que se les atribuye el carácter más concreto, pero es un pre-
juicio metafísico. Auguste Comte, por ejemplo, consideraba que
las relaciones sociales y las instituciones proporcionaban los
protocolos más concretos). Las palabras-cosas están entonces
sintetizadas por una simple lógica combinatoria.
Los lenguajes operativos ponen especial relieve en la mani-
pulación-de-las-cosas más que en las cosas en sí mismas. Esto
proporciona, por lo menos como base, una unidad sensorio-
motora.
Los lenguajes instrumentales exigen que las unidades bási-
cas incluyan también los fines previstos, por lo tanto los moti-
vos y las actitudes retóricas del habla.
Se constata también que cada vez se incluyen más los facto-
res de contacto; sin embargo, ningún lenguaje analítico de este
tipo puede llegar a ser un discurso de pleno contacto, ya que
este último es, en parte, creador de la realidad, y el uso creativo
de las palabras destruye y remodela estéticamente las pala-
bras. No se puede dar una lista de las palabras básicas única-
mente a partir de las cosas, del comportamiento no verbal o de
los fines-previstos. El contacto necesita la orientación, la mani-
pulación y el sentimiento; y el sentimiento es dado sobre todo
por el ritmo, el tono, la elección y la deformación de las pala-
bras y de la sintaxis. Las normas y las reglas de un buen discur-
so no pueden ser analizadas en términos de cosas simples y
concretas o de pulsiones: ya que estas últimas no son suficien-
temente concretas. Estas normas están dadas en totalidades
estructuradas concretas y a menudo muy complicadas. Ha-
blando francamente, la reforma lingüística (el tratamiento del
lenguaje y los símbolos vacíos) solo es posible a través del
aprendizaje de la estructura de la poesía y de las Bellas Artes y,
finalmente, haciendo poesía y volviendo poético el habla co-
rriente.
El problema reviste una importancia filosófica más allá de la
reforma lingüística. Precisamente los empiristas y los instru-
mentalistas, en concreto, están constantemente a la búsqueda
de una “ética naturalista", ética que no implicaría ninguna
norma exterior a los procesos en curso. Pero si los criterios de
un lenguaje correcto son elegidos de tal manera que los aspec-
tos afectivos y creativos del discurso no se prestan a tener un
“significado” y son “simplemente subjetivos”, entonces ninguna
ética así es, por principio, posible ya que no es sobre bases ló-
gicas cómo la evaluación invita a un acuerdo. Por otro lado, si
se comprende de una vez, como debería ser evidente, que los
sentimientos no son impulsos aislados sino una evidencia es-
tructurada de la realidad, es decir, de la interacción del campo
organismo/entorno, de la que no hay otra evidencia directa
salvo el sentimiento; y además, si se comprende que una reali-
zación creativa y complicada es una evidencia aún más fuerte
de la realidad, entonces, se van a poder establecer las reglas del
lenguaje de tal manera que cada habla de pleno contacto sea
plenamente significativa, y de este modo, la evaluación se pue-
de enraizar de una manera lógica.

Notas

1 El título de este capítulo se llama “Verbalizing and Poetry”. Los autores,

frecuentemente, van a utilizar el término “verbalizing”, a lo largo de ese


capítulo, en los dos sentidos que significa en ingles. A veces, referido a la
idea de hablar maquinalmente”, “hablar por hablar”, “hablar sin decir nada”
y otras connotaciones peyorativas (en español: verborrea, verboso, etc.)
Pero “verbalizing” significa también poner en palabras los pensamientos,
las estaciones, los sentimientos, poner todo en palabras como una especie
de mediación entre uno mismo y el mundo (verbalizaciones, poner en pala-
bras, discurso, palabra, etc.) El Yo se crea de este poner en palabras, que
representa una forma reducida de la conciencia (consciousness), pero es
también lo que otros muchos autores llaman “Self”. Es por tanto, una cons-
trucción del lenguaje, un Yo construido a partir de poner en palabras la
experiencia a la que todo el mundo se dedica constantemente, de tal manera
que, sin palabras, no habrá ninguna realidad. (Aclaración cedida generosa-
mente por Jean-Marie Robine al que aprovechemos para agradecer su apo-
yo para esta edición, a raíz de sus conversaciones personales con Taylor
Stoehr, biógrafo de P. Goodman, NdT).
2 En el original: I, Thou, and It (NdT)
3 Ver nota anterior. (NdT)
4 En el original: Thou (NdT)
5 Ídem (NdT)
6 En el original: Thou (NdT)
8
Lo antisocial y la agresividad

1. Lo social y lo antisocial
2. Los cambios en lo antisocial
3. Desigualdad del progreso y reacción social
4. Lo antisocial es actualmente lo agresivo
5. Aniquilación y destrucción
6. Iniciativa y rabia
7. Fijaciones de estas funciones citadas y sadomasoquis-
mo
8. La guerra moderna: suicidio de masas sin culpabilidad
9. Crítica del concepto de thanatos de Freud
8
Lo antisocial y la agresividad

1 Lo social y lo antisocial

Hemos sido muy cuidadosos en mostrar que en el organismo


antes de que se le pueda llamar personalidad, y en la formación
de la personalidad, los factores sociales son esenciales. Ahora
vamos a considerar en los dos capítulos siguientes la “Socie-
dad” en su sentido más habitual, las relaciones y las institucio-
nes entre personas. Es en este sentido en el que podemos ha-
blar de un conflicto entre el individuo y la sociedad, y calificar
algún comportamiento de “antisocial”. También es en este sen-
tido en el que. Con toda seguridad, deberíamos llamar “anti
individuales” a ciertas costumbres y a ciertas instituciones.
La naturaleza social subyacente del organismo y de la per-
sonalidad en formación (adopción y dependencia, comunica-
ción, imitación y aprendizaje, elecciones amorosas y relaciones
de compañía, pasiones de simpatía y antipatía, ayudas mutuas
y ciertas rivalidades), todo ello es extremadamente conserva-
dor, sujeto a represión, pero imposible de erradicar. No tiene
ningún sentido pensar en un organismo que tuviera pulsiones
que fueran “antisociales” en este sentido, opuestas a su natura-
leza social, ya que sería mantener una contradicción interna
que no se conservaría. Pero existen, no obstante, dificultades
en el desarrollo individual, en la maduración y en la realización
global de la naturaleza propia.
Sin embargo, una sociedad de individuos en gran parte se
fabrica del mismo modo que las personalidades verbales. Es
constantemente modificada hasta en sus más mínimos detalles.
Es cierto que llevar a cabo cambios sociales, crear institucio-
nes, probablemente forma parte de la naturaleza social conser-
vadora subyacente, reprimida en cualquier sociedad que se
elija considerar. En este sentido, un comportamiento individual
va a ser caracterizado de “antisocial” si tiende a destruir algo
referente a las costumbres, a las instituciones o a la personali-
dad habitual en una época o en un lugar dados. En terapia, de-
bemos hacer la hipótesis de que un comportamiento delin-
cuente, que está en contradicción con la naturaleza social de la
persona, es modificable, y que los aspectos delincuentes de
este comportamiento van a desaparecer cuando la integración
sea posible. Pero con un comportamiento delincuente, simple-
mente antisocial, que contradice al objeto social fabricado,
siempre se puede uno preguntar si, con la integración poste-
rior, este comportamiento no podría volverse más pronuncia-
do y si la persona no trataría con más fuerza de ajustar la so-
ciedad a sí misma, y no de ajustarse a la sociedad.
2 Los cambios en lo antisocial

Vamos a hacer, en primer lugar, una distinción entre lo que el


neurótico considera como antisocial y lo que es antisocial.
Toda pulsión (o todo objetivo) que nos pertenece pero que
no aceptamos como nuestra, que mantenemos fuera de la
consciencia o que proyectamos sobre los otros, tenemos miedo
de que sea antisocial. Evidentemente, la hemos inhibido y la
hemos empujado fuera de la consciencia porque no cuadraba
con una imagen aceptable de nosotros mismos; esta imagen de
nosotros mismos provenía de una identificación con, o de una
imitación de personas que tenían autoridad y han constituido
nuestra primera sociedad. Pero, con seguridad, cuando se libe-
ra la pulsión y se acepta como propia, se revela mucho menos
antisocial. Descubrimos de golpe qué no es infrecuente, que
está más o menos aceptada en nuestra sociedad adulta. La in-
tensidad destructora que le habíamos atribuido es menor de lo
que nos temíamos. Un apetito que era vagamente sentido como
infernal o asesino se revela como un simple deseo de evitar o
de rechazar algo y nadie se intranquiliza si lo hacemos o no. Es,
de hecho, la represión misma la que (a) hacía de la idea una
amenaza permanente, (b) oscurecía los límites de su intención
y nos impedía ver la realidad social, (c) teñía de colores espan-
tosos lo prohibido, y (d) creaba sobre ella misma la idea de
destrucción, ya que es la represión la que es una agresión con-
tra el Self mientras que esta agresión era atribuida a la pulsión.
(Vamos a citar un ejemplo clásico: en 1895, Freud pensaba que
la masturbación provocaba la neurastenia. Más tarde, descu-
brió que la masturbación culpable, el intento de reprimir la
masturbación y la inhibición del placer orgásmico era lo que
causaba la neurastenia. Así, era el miedo al daño, error de la
medicina cómplice del tabú sexual, lo que creaba el daño). Des-
pués de los primeros escritos de Freud, los “contenidos del
Ello” se han vuelto menos infernales, más maleables. Proba-
blemente, Freud ya no sentiría la necesidad de hacer referencia
a esta cita llena de jactancia:

Flectere si nequeo superos, Acheronta movebo

..., lo que hubiera sido una pena.


Sin embargo, la estimación neurótica también tiene razón.
Algunos teóricos han ido demasiado lejos en su intento de de-
mostrar que las pulsiones subyacentes son “buenas” y “socia-
les”. Han intentado con muchos esfuerzos ponernos al lado de
los ángeles. Lo que ha sucedido, de hecho, es que durante estos
últimos cincuenta años ha habido una extraordinaria revolu-
ción en las costumbres sociales y en la escala de valores, de tal
manera que ya no son las mismas cosas las que hoy en día se
consideran como malas. Esto no quiere decir que un compor-
tamiento dado sea ahora aceptable porque se le juzgue bueno,
social o inofensivo, sino porque se le considera bueno, etc., de-
bido al hecho de que llora es aceptado como parte integrante
de la imagen de la humanidad. El hombre no se esfuerza en ser
bueno: lo bueno es que es humano esforzarse por. Dicho de
otra manera, algunos “contenidos del Ello" parecían infernales
no solamente debido a que la represión los había transformado
según las cuatro modalidades que hemos descrito más arriba,
sino también (e) porque contenían un germen verdaderamente
destructor de las normas sociales de entonces, eran una tenta-
ción real o un vicio real, y esto era una presión social real,
transmitida a través del intermediario de las autoridades pre-
coces, lo que llevaba a la represión neurótica.
Sin embargo, cuando la tentación reprimida ha sido suficien-
temente generalizada, cuando se ha vuelto una costumbre y en
cierta medida ha sido aceptada, se ha hecho camino abierta-
mente con una rapidez sorprendente. Al volverse pública y más
o menos satisfecha, ha perdido sus aspectos infernales; y en
una generación, la norma social ha cambiado. La unanimidad
con la que la sociedad ha llegado a una nueva imagen global de
sí misma es verdaderamente notable. Se podría haber espera-
do que algunas partes del código moral fueran conservadoras
de una manera más tenaz (pero, con seguridad, se dio la con-
vergencia de toda clase de factores sociales: transformación de
la economía, del urbanismo, de la comunicación internacional,
mejores condiciones de vida, etc.). Solamente visitando una
pequeña ciudad muy provinciana o leyendo un manual de edu-
cación de 1890 o un ensayo sobre “La Cristiandad y el Teatro",
se percibe la agudeza del cambio. Pero lo fundamental es esto:
la antigua actitud no es necesariamente espeluznante, exage-
rada ni especialmente ignorante; por el contrario, propone a
menudo un juicio serio y pormenorizado de lo que convenía
evitar o de lo que era considerado como destructivo, y que
ahora puede ser considerado como útil y saludable. Por ejem-
plo, se tenía la costumbre de considerar con total claridad que
una educación estricta en lo que se refería a ir solo al retrete
era útil para forjar un carácter respetuoso ante las reglas. Esto
está lejos de ser una estupidez y probablemente sea cierto. Pe-
ro donde ellos decían: “por lo tanto, hazlo”, nosotros decimos:
“por lo tanto, no lo hagas”. Una de las razones de este cambio,
por ejemplo, es que, en nuestra economía y en nuestras tecno-
logías actuales, las viejas normas de proximidad, de trabajo y
de deber serían socialmente perjudiciales.
Freud tomó en serio este residuo tóxico, que de hecho ha re-
sultado ser socialmente destructor. Nunca dejó de decir que la
sociedad se resistía al psicoanálisis. Si nuestros higienistas de
lo mental contemporáneos se dieran cuenta de que lo que ellos
liberan es invariablemente bueno y no antisocial, y que, por lo
tanto, no necesitan encontrar ninguna resistencia entre los
liberales y los tolerantes, sencillamente porque ellos llevan ya
muchas batallas ganadas con creces, y están comprometidos,
no hay que ponerlo en duda, también en una gran limpieza.
Pero la psicoterapia agresiva supone inevitablemente un riesgo
social. Esto debería ser evidente para que las presiones socia-
les no deformen la autorregulación organísmica que es “buena”
y “no antisocial”, cuando se la comprende correctamente y se
formula con palabras aceptables. La sociedad prohíbe lo que
destruye la sociedad. No hay en esto un error semántico, sino
un auténtico conflicto.
3 Desigualdad del progreso y reacción social

Vamos a considerar dos cambios recientes bastante espectacu-


lares en las costumbres y en los que el psicoanálisis ha jugado
un papel preponderante: la actitud positiva hacia el placer se-
xual y la actitud permisiva adoptada en la educación infantil.
Estos cambios se han extendido tanto que deberían ser acumu-
lativos; es decir, debería haber suficiente satisfacción real y
autorregulación (en algunos ámbitos) como para que disminu-
yera el descontento público y las proyecciones de los “cocos”.
Con lo que los tabúes podrían estar aún menos impuestos y
podría haber aún más satisfacción, autorregulación, etc. Espe-
cialmente en el caso de los niños, el permiso para chuparse el
dedo, los modelos que dan más espacio a la autorregulación en
el comer, el permiso para masturbarse, una cierta distensión
en el aprendizaje de la limpieza, el reconocimiento de la nece-
sidad de contacto corporal y de ser amamantado con el pecho,
el empleo del castigo corporal..., todo esto debería dar sus fru-
tos en la felicidad de la generación que viene. Pero vamos a
examinar este tema con más detalle.
Hemos visto ya un ejemplo interesante de desigualdad en el
desarrollo: observamos, en ciertos aspectos, un progreso en
dirección a la autorregulación, mientras que, en otros, se man-
tiene e incluso ha aumentado la actitud deliberada neurótica.
¿Cómo se adapta la sociedad para alcanzar un nuevo equilibrio
en este estado desigual del desarrollo, para impedir el dina-
mismo revolucionario latente en toda nueva libertad (ya que se
podría esperar que cualquier libertad libere la energía y lleve a
un acrecentamiento de la lucha)? El esfuerzo de la sociedad
consiste en aislar, compartimentar y enseñar los dientes a la
amenaza subterránea".
De este modo, el aumento cuantitativo de una sexualidad sin
apenas restricciones viene acompañado d£ una disminución de
la excitación y de la profundidad del placer. ¿Qué significa esto?
Se ha argumentado que la privación es necesaria para que la
tensión se acumule, pero la autorregulación del organismo de-
bería bastar para medir los ritmos del apetito y de la descarga
sin que sean necesarias las intervenciones exteriores. Se dice
que la dificultad de la imitación y el ‘exceso de indulgencia”
debilitan el placer sexual; esto es cierto, pero si hubiera más
satisfacción, más contactos y más amor, habría también menos
indulgencia compulsiva y automática. La pregunta que plan-
teamos es la siguiente: ¿por qué hay menos satisfacción, etc.?
Es más sensato considerar que esta desensibilización en con-
creto se parece mucho a las otras desensibilizaciones, ausen-
cias de contacto y de afectividad actualmente epidémicas. Son
el resultado de la ansiedad y los sustos. En este desarrollo de-
sigual, la relajación sexual ha tropezado con lo que no estaba
relajado, y ha surgido la ansiedad. Las acciones se realizan, pe-
ro están desprovistas de significación y de sentimiento. No se
completan plenamente, las acciones se repiten. La ansiedad y la
falta de satisfacción generan la culpabilidad. Y así sucesiva-
mente.
El bloqueo fundamental, vamos a hablar de él brevemente,
es la inhibición de la agresividad. Es de toda manera evidente
que, debido a la explotación comercial de la sexualidad, ya sea
en el cine, en las novelas, en las tiras de los comics, etc. (como
lo ha demostrado Legman-Keith), la agresividad se concentra
en el sadismo y en el asesinato. (El estilo de esta especie de
sueño comercializado es siempre un índice infalible de lo que
pasa, ya que no existe otro criterio que satisfacer a la demanda
y a la venta).
El mayor consejo social, si se quiere aislar la sexualidad, es,
paradójicamente, la actitud científica sana y sensata por parte
de los educadores y de los padres progresistas con respecto a
la educación sexual. Esta actitud esteriliza la sexualidad y hace
oficial, autoritario y casi obligatorio lo que, por naturaleza, es
caprichoso, irracional y psicológicamente explosivo (aunque el
organismo impone en esto sus propios límites). Desde un pun-
to de vista orgánico, la sexualidad es periódica no existe ningu-
na duda respecto a esto, y no se ama por prescripción Rank nos
ponía en guardia contra este aislamiento cuando decía que el
mejor lugar para aprender los hechos de la vida era la cuneta,
ya que es allí donde su misterio es a la vez respetado y blasfe-
mado (como solo los verdaderos creyentes pueden blasfemar).
Ahora se nos enseña que la sexualidad es bella, extática, que no
es “sucia”; mientras que es muy evidente que es sucia, en el
sentido literal: ínter uriñes et faeces. \ enseñar que es estática
(más que permitir que sea una ocasión para una sorpresa),
solo puede provocar, en la gran mayoría de las personas cuya
agresividad está bloqueada y que no pueden por tanto ni aban-
donarse ni destruir la resistencia de los otros, una gran decep-
ción. “Pero ¿solo es esto?”. Es mucho mejor, con creces, si se
quiere permitir todo, no decir absolutamente nada. Pero la ac-
titud llamada sana, que transforma un acto de la vida en un
ejercicio de higiene, es un medio de control y de compartimen-
tación.
Es evidente que los pioneros de la educación sexual eran re-
volucionarios; querían, a cualquier precio, quitar la represión
de la época y desenmascarar la hipocresía. Con mucha perspi-
cacia, sin embargo, eligieron expresarse con palabras amables
y angelicales. Pero estas mismas palabras se han convertido
ahora en un nuevo tabú: “La sexualidad es bella, conservadla
limpia”, es una defensa social muy profunda. Por esta razón, la
privación y la prohibición parecen acrecentar la intensidad de
la excitación sexual. No es tanto porque el organismo necesite
de estas ayudas exteriores, sino porque, en un organismo blo-
queado, la privación y la prohibición impiden la compartimen-
tación, mantienen abiertas las relaciones con el resentimiento,
con la rabia y la agresividad no consciente contra la autoridad
y, en un nivel muy profundo, con la capacidad de riesgo deses-
perada del Self. Pues, en el momento en el que se desafía el ta-
bú y se corre hacia el peligro fatal, es como si hubiera un res-
plandor repentino de alegría espontánea.
La actitud permisiva en la educación de los niños es también
una demostración deliciosa del desarrollo desigual y de las
contra defensas sociales. Sólo un genio cómico como Aristófa-
nes ha podido de verdad hacerle justicia. Contentémonos sim-
plemente con observar que por un lado, nuestra generación ha
aprendido a dar vía libre al salvajismo ruidoso de los niños, y
que, por el otro, ha reforzado el orden militar de todo nuestro
entorno físico y social. Tenemos alojamientos mínimos en
nuestras grandes ciudades y zonas de juego tan arregladas que
a ningún niño que se precie a sí mismo le gustaría que le vieran
allí, ni muerto. Naturalmente, los padres son quienes se en-
cuentran entre los dos fuegos. La sorprendente sobrestimación
dada a los niños en nuestra cultura, que habría dejado estupe-
factos a los griegos o a la alta burguesía del Renacimiento, no
es otra cosa que una reacción contra la represión de la espon-
taneidad de los adultos (incluido aquí su deseo espontáneo de
matar a sus niños). También sucumbimos a nuestra propia in-
ferioridad: nos identificamos con los niños y tratamos de pro-
teger su energía natural, después, conforme crecen, los niños
deben hacer ajustes cada vez más deliberados a la civilización
de la ciencia, de la técnica, del súper gobierno. Por esto, el pe-
riodo de dependencia, necesariamente, se prolonga cada vez
más. Se les dan a los niños todas las libertades, salvo la que es
esencial, la de poder crecer y tener iniciativas en el plano eco-
nómico o doméstico. No han acabado de asistir a la escuela.
La compartimentación contradictoria es manifiesta: en los
hogares y las escuelas progresistas estimulamos la autorregu-
lación, la curiosidad perspicaz, el aprendizaje por medio de la
acción, la libertad democrática. Y todo esto es minuciosamente
imposible al vivir en la ciudad, al construir la propia vida, al
formar una familia, al recorrer el país. Durante el tiempo en
que este ajuste bastante largo se hace, no ha)' ninguna frustra-
ción fuerte susceptible de suscitar un sentimiento de rebelión
profundamente anclado; sino solamente una presión incesante
y modelizante que forma ciudadanos con buena salud, que
pronto tienen depresiones nerviosas y se quejan de que “la
vida les ha pasado de largo”. Hay otro resultado posible, como
vamos a ver: hacer una buena guerra, bien llevada, bien orga-
nizada e infinitamente destructiva.
La propia historia del psicoanálisis es un estudio de cómo se
esconden los dientes por medio de la respetabilidad. Es una
perfecta ilustración de la ley de Max Weber de la burocratiza-
ción de lo profético. Pero esta ley no es inevitable; es la conse-
cuencia del desarrollo desigual y de la ansiedad resultante, de
la necesidad de la totalidad de ajustarse a la nueva fuerza y de
ajustar la nueva fuerza a la totalidad. ¿Qué debe hacer la psico-
terapia para impedir esta respetabilidad burócratizante? Sim-
plemente, continuar hasta la resistencia siguiente
4 Lo antisocial es actualmente lo agresivo

Las características más sobresalientes y pasionales de nuestra


época son la violencia y la docilidad. Hay enemigos públicos y
guerras públicas que son increíbles en su alcance, intensidad y
en la atmósfera de terror; y al mismo tiempo, una paz civil sin
precedentes, una supresión casi total de los excesos personales
con la correspondiente pérdida neurótica de contacto, la hosti-
lidad vuelta contra el Self y los síntomas somáticos de la rabia
reprimida (úlceras, caries dentales, etc.). En la época de Freud,
el ambiente pasional parece haber estado mucho más marcado
por la privación y el resentimiento, tanto por lo que se refiere
al placer como a la alimentación. Actualmente, en América, hay
un modo de vida generalmente elevado y la sexualidad está
más insatisfecha que frustrada. A un nivel más superficial, la
neurosis tiene que ver con el aislamiento y la inferioridad, pero
como, en general, se sienten, son menos graves. Las costum-
bres empujan cada vez más a la imitación y a la sociabilidad.
Debajo de todo esto, se encuentran el odio inhibido y el odio a
uno mismo. La neurosis cada vez más profunda, que aparece
enmascarada en los sueños así como en los libros de comics y
la política extranjera, es retroflectada y proyectada en agre-
sión.
El conjunto de las pulsiones y de las perversiones llamadas
agresivas (la aniquilación, la destrucción, el asesinato, la com-
batividad, la iniciativa, la persecución, el sadomasoquismo, la
conquista y la dominación) se sienten ahora como lo antisocial
por excelencia. "¡Pero!”, se puede oír la objeción farfullante,
“todas estas pulsiones y perversiones son efectivamente anti-
sociales, destructoras del orden social”. El rechazo social inme-
diato e incuestionable de las diferentes formas de agresividad
puede ser considerado, a primera vista, como la evidencia de
que es en el análisis y en la liberación de la agresividad en
donde debemos buscar el siguiente progreso de la sociedad, a
la búsqueda de normas más felices.2
5 Aniquilación y destrucción

La actitud y los actos calificados de “agresivos” están compues-


tos de un conjunto de funciones-contacto esencialmente dife-
rentes, que están habitualmente relacionadas en la acción de
manera dinámica y por eso, tienen el mismo nombre. Vamos a
tratar de mostrar que, por lo menos, la aniquilación, la destruc-
ción, la iniciativa y la rabia son esenciales para el crecimiento
el campo organismo/entorno. Si se les da objetos racionales
siempre son “sanas” y, en todos los casos, no pueden ser redu-
cidas sin que esto venga acompañado de la pérdida de partes
preciosas de la personalidad, sobre todo la confianza en uno
mismo, el sentimiento y la creatividad. Vamos a interpretar
otras agresiones, como el sadomasoquismo, la conquista y la
dominación, el suicidio, como derivados neuróticos. La mayo-
ría de las veces, sin embargo, la mezcla total no es analizada
con suficiente precisión y es reducida demasiado en bloque.
(Los factores que no se pueden quitar son entonces reprimi-
dos).
Vamos a empezar por hacer una distinción entre la aniquila-
ción y la destrucción. La aniquilación consiste en reducir a la
nada, en rechazar el objeto y borrarlo de la existencia. La ges-
talt se completa sin este objeto. La destrucción (la desestructu-
ración) es la destrucción de una totalidad en fragmentos, con el
fin de asimilarlos como partes nuevas en una nueva totalidad.
La aniquilación es sobre todo una respuesta defensiva contra el
dolor, la invasión corporal o el peligro. En la evitación y la hui-
da, el animal se sale de un campo doloroso; en el asesinato,
elimina “fríamente’’ del campo el objeto ofensivo. En términos
de comportamiento, se cierra la boca apretando los dientes, se
vuelve la cabeza, se dan puñetazos o patadas. La respuesta de-
fensiva es “fría” ya que no está implicado ningún apetito (la
amenaza es exterior). La existencia del objeto es dolorosa, pero
por otra parte su no existencia no es un regocijo; no se siente
como completando el campo. El placer que aparece a veces es
el regreso de la relajación de la contractura: suspiros de alivio,
gotas de sudor, etc.
Cuando ni la huida ni la desaparición son posibles, el orga-
nismo recurre a diferentes modalidades: suprime su propia
consciencia inmediata, retira el contacto, desvía la mirada,
aprieta los dientes. Estos mecanismos se vuelven muy impor-
tantes cuando las circunstancias necesitan respuestas opuestas
ante un “mismo” objeto (en realidad, ante las diferentes pro-
piedades de una sola cosa): especialmente, cuando la necesi-
dad o el deseo hacen necesaria la presencia de un objeto que es
también doloroso y peligroso. Entonces está uno obligado a
poseer sin placer espontáneo, a coger sin contacto. Esta es la
habilidad inevitable y habitual de los niños, y a menudo, tam-
bién inevitable, de los adultos. El análisis debe simplemente
sacar a la luz cuáles son las propiedades del objeto que se ne-
cesitan y cuáles son las que se rechazan, para que el conflicto
se pueda abrir, encontrar la solución o ser soportado.
La destrucción, al contrario, está en función del apetito. Ca-
da organismo, en un campo, crece incorporando, digiriendo y
asimilando materia nueva, y para esto necesita la destrucción
de la forma existente en elementos asimilables, ya se trate de
un alimento, una lectura, una influencia paterna, la diferencia
entre los hábitos domésticos del compañero y los propios. Solo
se debe aceptar la nueva materia en función del lugar que va a
ocupar en un nuevo funcionamiento espontáneo. Si la forma
anterior no es totalmente destruida y digerida, se produce en-
tonces, en vez de asimilación, o una introyección o áreas de no
contacto. El introyecto puede tener dos destinos: o bien es un
material doloroso y extraño en el cuerpo y entonces se vomita
(una especie de aniquilación), o bien el Self se identifica par-
cialmente con el introyecto reprime el dolor y trata de aniqui-
lar una parte del Self pero ya que el rechazo no puede desapa-
recer, se produce entonces un cierre permanente, una escisión
neurótica.
El apetito destructor es caliente y placentero. Se acerca, ace-
cha para agarrar enseñando los dientes y saliva al masticar.
Una actitud así, sobre todo si hay que matar en el sentido lite-
ral o figurado, con toda seguridad es juzgada como despiadada.
Si se niega a cometer esta destrucción, el Self puede introyectar
o inhibir totalmente el apetito (renunciar a determinadas áreas
de experiencia). La introyección es sobre todo una respuesta a
la herencia del pasado familiar y social. Alimentado a la fuerza
y no según su momento o su necesidad, el Self introyecta a los
padres y la cultura, y no puede ni destruirlos ni asimilarlos.
Hay múltiples identificaciones parciales que destruyen la con-
fianza en uno mismo, y a fin de cuentas el pasado destruye el
presente. Si el apetito se inhibe por medio de la náusea o por el
miedo a morder o a masticar, se da una pérdida del afecto,
Por otra parte, la destrucción, llena de cálido placer (y de
rabia), de las formas preexistentes en las relaciones personales
conduce con frecuencia a un beneficio mutuo y al amor, como
en la seducción y la desfloración de una virgen tímida, o en las
explosiones de prejuicios entre amigos. Ya que si se considera
que la asociación entre dos personas les resulta a ellas profun-
damente beneficiosa, la destrucción de las formas preexisten-
tes e incompatibles con las que llegan supone un movimiento
hacia un Self más intrínseco que va a concretarse en la nueva
figura que va a surgir; en esta liberación de lo que es más in-
trínseco, la energía contenida se libera y esto se transfiere a un
agente liberador como el amor. El proceso de destrucción mu-
tua es, probablemente, el principal campo de ensayo para la
compatibilidad profunda.
Nuestra reticencia a arriesgarnos evidentemente está hecha
de miedo, si se pierde esto, ya no habrá nada; preferimos poca
comida a ninguna. Nos hemos acostumbrado así a la escasez y
a la hambruna.
6 Iniciativa y rabia

La agresión es un “ir hacia” el objeto del apetito o de la hostili-


dad. El paso del apetito al paso siguiente es la iniciativa: acepta
el apetito como propio y acepta la ejecución motora como pro-
pia. La iniciativa puede, evidentemente, estar ahogada por la
represión del apetito, como hemos descrito más arriba. Pero lo
que verdaderamente es más habitual en nuestra época es la
disociación entre el apetito y el comportamiento motor, de tal
manera que la iniciativa solo se expresa en forma de proyectos
que se quedan en palabras, u ocasiones que se quedan en sue-
ños. Se tiene la impresión de que, con el abandono de la caza y
el combate, el ser humano se hubiera dejado de mover; los mo-
vimientos de los juegos atléticos no están ligados a las necesi-
dades orgánicas, los movimientos de la industria no son nues-
tros propios movimientos.
Un niño que dice: “Cuando sea mayor haré esto o aquello”
manifiesta su iniciativa, hace una hipótesis de imitación del
comportamiento que le va a permitir realizar un deseo, aún
oscuro en él, tanto que no lo puede hacer. Cuando esto se repi-
te en el adulto, el deseo inacabado permanece, pero la iniciati-
va ha desaparecido. ¿Qué ha pasado entre tanto? Pues que, en
nuestro sistema económico, político y educativo, lo que se lla-
man objetivos es demasiado extraño y los medios para alcan-
zarlos son demasiado complicados, no están lo suficientemente
a mano. Todo es preparación, nada es realización o satisfac-
ción. El resultado de esto es que los problemas no pueden ser
desmenuzados ni asimilados. El sistema de educación tiene
como resultado numerosos introyectos sin asimilar. Al cabo de
cierto tiempo, el Self pierde la confianza en sus propios apeti-
tos. Le falta fe, porque la fe es saber, más allá de la simple cons-
ciencia, que si se da un paso más, seguirá habiendo un suelo
bajo nuestros pies. Se da sin ninguna indecisión a actuar, y se
está convencido de que el segundo plano aportará los medios.
AI final, el intento de asimilación va a ser abandonado y habrá
confusión y náuseas.
Al mismo tiempo que se la pierde en la estupefacción, en la
persecución de objetivos demasiado simples, la iniciativa es
directamente desalentada en su consecución de objetivos sen-
cillos, como cuando se pega a un niño por mostrarse demasia-
do “descarado”. El abandono del apetito se debe al miedo. En
conjunto, uno se reduce a un orden más sencillo del apetito, de
la no iniciativa o de la dependencia: ser saciado y cuidado, sin
tratar de comprender el cómo, con un sentimiento permanente
de inseguridad e inferioridad.»
Supongamos, sin embargo, que un apetito sea fuerte y se di-
rija hacia su objetivo, y que encuentre, entonces, un obstáculo:
el apetito se frustra, la tensión estalla y es una rabia negra.
La rabia contiene los tres elementos de la agresividad: la
destrucción, la aniquilación y la iniciativa. La vivacidad de la
rabia es la del apetito y la de la iniciativa juntas. En primer lu-
gar, el obstáculo es considerado simplemente como una parte
de la forma existente que debe ser destruida, y es atacado con
placer y vehemencia. Después, cuando la naturaleza frustrante
del obstáculo se hace manifiesta, la tensión en curso del Self
comprometido se vuelve dolorosa, y se añade al cálido apetito
destructor la fría necesidad de aniquilar. En los casos extre-
mos, el apetito (el movimiento hacia una meta) se trasciende y
se convierte en una feroz furia blanca. La diferencia entre la
furia blanca (el asesinato) y la simple aniquilación (la necesi-
dad de que la cosa no exista en el campo) se sitúa en el com-
promiso en curso del Self, se está ya comprometido en la situa-
ción, pero ya no se la elimina; el asesinato no es más que una
defensa, ya que se está comprometido y, simplemente, no se
puede ya evitar. Así es como un hombre a quien se abofetea se
pone furioso.
En general, la rabia es una pasión simpática. Une a las per-
sonas ya que está mezclada con el deseo. (Así, es notorio que el
odio es una ambivalencia del amor. Cuando la transcendencia
del deseo hacia la rabia “pura" está basada en una represión
del deseo, el Self está totalmente comprometido en el ataque
hostil; si la represión, repentina mente, desaparece, por ejem-
plo si se descubre que se es más fuerte y que se está seguro, el
deseo se cristaliza, de pronto, en amor).
Se ve que la fórmula habitual “la frustración engendra la
hostilidad’’ es verdadera, pero demasiado simple, ya que olvida
mencionar el cálido apetito que contiene la agresividad llena
de rabia. Entonces es difícil comprender por qué la rabia, la
disposición a la rabia, se mantiene cuando la aniquilación del
obstáculo se ha conseguido, efectivamente debido a la muerte
o al distanciamiento (por ejemplo, los padres han muerto y, sin
embargo, el niño sigue sintiendo rabia contra ellos), es también
difícil comprender por qué la venganza y el odio, la aniquila-
ción del enemigo, proporciona satisfacción, porque su no exis-
tencia no es indiferente sino nutritiva. El enemigo no es sola-
mente aniquila do, sino destruido y asimilado. Esto sucede so-
bre todo porque el obsta culo frustrante se toma como una par-
te de la meta deseada; el niño siente rabia hacia sus padres
muertos porque aún forman parte de la necesidad inacabada;
no le basta con comprender que ya no existen como obstáculos.
Y la víctima de la venganza y del odio forma parte de sí mismo,
es amada no conscientemente.
Por otro lado, es la mezcla de la aniquilación con la rabia lo
que despierta una culpabilidad tan intensa con respecto a los
objetos difíciles de amar; porque no nos permitimos aniquilar-
los, reducirlos a la nada, puesto que los necesitamos, incluso
aunque nos frustren. Por eso es esta rabia persistente la que, al
unir el apetito y la aniquilación, conduce a la inhibición com-
pleta del apetito, y es la causa más corriente de la impotencia,
de la inversión, etc.
En la rabia roja, la conciencia inmediata es un poco confusa.
En el furor blanco, suele ser aguda cuando, al asfixiar todos los
apetitos corporales, recurre, sin embargo, al vivero de las imá-
genes que pertenecen al apetito retrasado, mientras el Self se
enfrenta a su objeto para aniquilarlo. En la rabia púrpura o
congestionada, el Self surge con sus pulsiones frustradas: está
verdaderamente confuso. En la cólera negra, o el odio, el Self ha
empezado a destruirse en beneficio de su objetivo enemigo; ya
no ve la realidad, sino solamente sus propias ideas.
7 Fijaciones de estas funciones citadas y sadomasoquismo

La aniquilación, la destrucción, la iniciativa y la rabia son fun-


ciones de un buen contacto, necesarias para la supervivencia,
el placer y la proyección de cualquier organismo, en un campo
difícil. Hemos visto que aparecen en distintas combinaciones y
son probablemente generadoras de placer. Al practicar las
agresiones, el organismo aumenta por así decir, su piel así co-
mo su hablar y su tocar al entorno sin daño para el Self. No qui-
ta la inhibición de la agresividad, sino que la vuelve contra el
Self (vamos a hablar de esto en el próximo capítulo). Sin agre-
sividad, el amor se estanca y el contacto se pierde, ya que la
destrucción es un medio de renovación. Además, una agresivi-
dad hostil es a menudo racional precisamente donde se la con-
sidera neurótica: por ejemplo, la hostilidad se puede dirigir
contra un terapeuta no porque sea el •‘padre”, sino porque es
alguien, una vez más, que le lleva la contraria con las interpre-
taciones inasimilables y le hace evidente, así, su equivocación.
Sin embargo, las fijaciones de estas funciones (el odio, la
venganza, el asesinato premeditado, la ambición, la búsqueda
compulsiva de amor, la combatividad habitual) no son muy
placenteras. Otras funciones del Self son sacrificadas en el altar
de estas pasiones estables; son autodestructivas. Odiar algo
supone ligar la energía a lo que es, por definición, doloroso o
frustrante, y esto no se hace habitualmente salvo mediante un
contacto reducido con las situaciones reales, que son situacio-
nes que cambian. Se aferra uno a lo que odia y lo mantiene uno
muy cerca. En la venganza y el asesinato premeditado, hay una
necesidad estable y ardiente de aniquilar a una “persona” cuya
existencia misma insulta la concepción que se tiene de uno
mismo; pero si se analiza esta concepción, se descubre que el
drama es interior. Así, la indignación más justa se dirige contra
su propia tentación. El asesino frío trata sistemáticamente de
aniquilar su entorno, lo que equivale a suicidarse: “No me gus-
tan ellos” significa “No me gusto yo”, y es una identificación con
este juicio terrible: “No nos gustas tú”. El hombre combativo
ataca a alguien como un hombre con apetito que empieza un
acercamiento y repentinamente se frustra porque se siente
inadecuado, desaprobado o alguna otra cosa por el estilo; su
rabia estalla contra quien le frustra y proyecta el “obstáculo”
sobre cualquier objeto, sea apropiado o no. Es obvio que un
individuo así quiere ser golpeado.
En general (lo vamos a ver con más detalle en el capítulo si-
guiente), cuando un apetito está reprimido, guardado fuera de
la consciencia de manera habitual, el Self ejerce una hostilidad
fija contra sí mismo. Mientras esta agresividad se conserva en
el interior, es el masoquismo de alguien bien educado. Si en-
cuentra una imagen de sí misma en el entorno, se convierte en
el sadismo fijo. El placer, en el sadismo, es un aumento del ape-
tito relajado ya que se es menos duro con uno mismo. Golpear,
dar puñetazos, etc., son formas con las que el sádico toca el
objeto deseado. Y el objeto es amado porque se parece a su
propio Self dominado.
En el masoquismo primario (Wilhelm Reich), no se busca el
dolor, sino la relajación de los instintos bloqueados. El dolor es
un “pre dolor”, la sensación de un dolor del que se ha desensi-
bilizado uno habitualmente, lo que permite después una sensa-
ción mayor cuando se le recobra. Y cuanto más aumenta la
excitación instintual, sin que se produzca un aumento paralelo
en la confluencia que se ocupe de su propia excitación y tam-
bién de su propio carácter deliberado en esta limitación, más
ganas tiene el masoquista. (Parecería, dicho sea de paso, que
esta situación puede ser inducida experimentalmente median-
te una terapia fisiológica como la de Reich). En el masoquismo,
el apetito se vuelve más importante, la tensión aumenta y la
limitación se refuerza proporcionalmente. Las ganas de relaja-
ción se interpretan de manera neurótica como el deseo de ha-
cérselo a alguien, de ser forzado, golpeado, pinchado y de libe-
rar las presiones internas. El masoquista ama al amante brutal
que le proporciona una relajación de lo que está subyacente y,
al mismo tiempo, se identifica con su propio Self auto punitivo.
8 La guerra moderna: suicidio de masas sin culpabilidad

Volvamos ahora a un contexto social más amplio y añadamos


algunas reflexiones sobre el tipo de violencia que caracteriza
nuestra época.
Actualmente, en América, tenemos una combinación de ri-
queza generalizada y de paz civil sin precedentes. Desde un
punto de vista económico y sociológico, cada uno de estos fac-
tores se benefician entre sí: cuanto más orden civil, más pro-
ductividad, y cuanta más riqueza menos interés hay en destruir
el orden civil. Por orden civil entendemos no la ausencia de
crímenes violentos, sino una seguridad que abarca tanto a las
ciudades como al campo. En comparación con otras épocas u
otros sitios del mundo, se viaja sin peligro por todas partes,
tamo de día como de noche. Casi no hay peleas, ni tumultos, ni
bandas armadas. No hay locos en las calles. No hay epidemias.
La enfermedad se aísla rápidamente en los hospitales. No nos
enseñan la muerte, y el nacimiento raramente. Comemos carne,
pero ningún ciudadano ha visto nunca matar a un animal. Nun-
ca había existido antes un estado así de no violencia, de seguri-
dad y de esterilidad. Con respecto a nuestra riqueza, baste con
subrayar que alguno de los temas económicos en debate no
atañe a nuestra subsistencia. Los sindicatos no reclaman pan,
sino mejores salarios, los capitalistas reclaman menos contro-
les y mejores condiciones para reinvertir. Si nos enteramos de
un caso concreto de hambre, es un escándalo en la prensa. Se
dedica menos del diez por ciento de nuestra economía a los
medios elementales de subsistencia. Nunca en la historia ha
habido tanta comodidad, lujo y diversiones.
Desde un punto de vista psicológico, el cuadro es más dudo-
so. Hay pocas frustraciones con respecto a la supervivencia
física, pero poca satisfacción. Por el contrario, hay signos de
ansiedad aguda. La desorientación y la inseguridad generales
de los individuos, aislados en una sociedad demasiado grande,
destruyen la confianza en uno mismo y la iniciativa, sin las cua-
les no puede existir un placer activo. Los deportes y las distrac-
ciones son pasivos y simbólicos; la gente no crea nada y no ha-
ce nada por sí misma salvo en forma simbólica. La actividad
sexual es muy grande, y la desensibilización, extrema. Se pen-
saba que la ciencia, la tecnología y las nuevas costumbres iban
a llevarnos a una era de felicidad. Esta esperanza ha sido una
decepción. Por todas partes, la gente está decepcionada.
Incluso aunque solo se consideraran las cosas superficial-
mente, hay también buenas razones para demoler todo, para
destruir no tal o cual parte del sistema (por ejemplo, la clase
dirigente), sino todo el sistema en bloque, ya que no contiene
ninguna esperanza para el día de mañana y se ha revelado
inasimilable en su forma de existir. Este sentimiento además es
consciente, con diferentes grados de claridad según las perso-
nas.
Pero si se miran las cosas con mayor profundidad, en los
términos que hemos desarrollado, nos daremos cuenta de que
estas condiciones son casi específicas de la excitación del ma-
soquismo primario. Hay una estimulación permanente y una
relajación de la tensión que solo es parcial; hay también una
intensificación insoportable de las tensiones no conscientes; no
conscientes porque la gente no sabe lo que quiere, ni cómo ob-
tenerlo, y los medios disponibles son demasiado pesados y di-
fíciles de manejar. El deseo de satisfacción final, de orgasmo, es
interpretado como un deseo de autodestrucción total. Entonces
es inevitable que haya un sueño colectivo de desastre univer-
sal, con grandes explosiones, incendios, sacudidas eléctricas, y
la gente pone en común sus esfuerzos para hacer posible que
este apocalipsis se convierta en realidad.
Al mismo tiempo, sin embargo, cualquier expresión de des-
tructividad, de aniquilación, de rabia, de combatividad se ve
reprimida en nombre del orden social. La gente es sensible,
tolerante, educada y cooperativa cuando se la empuja. Pero las
ocasiones de rabia están lejos de reducirse. Al contrario, cuan-
do los grandes movimientos de iniciativa se encuentran cir-
cunscritos a la rutina competitiva de los despachos, de las ad-
ministraciones y de las fábricas, uno se encuentra enfrentado a
las fricciones mezquinas, a los sentimientos heridos y a que le
enfaden. La rabia pequeña se genera continuamente y jamás se
descarga, y la rabia grande se reprime.
La situación de rabia es, por lo tanto, proyectada muy lejos.
La gente debe encontrar causas importantes y lejanas suscep-
tibles de explicar mejor la presión de la rabia que no puede,
ciertamente, explicar por medio de sus pequeñas frustraciones.
Es necesario que haya algo que valga la pena para movilizar el
odio que se siente, de manera no consciente, con respecto a
uno mismo. Brevemente, la rabia es contra el Enemigo.
Este Enemigo, huelga decirlo, es cruel y apenas humano. No
hay que tratarle como a un humano. Porque debemos recordar,
como lo ponen de manifiesto todos los argumentos del cine y
de la literatura popular, que si el sueño de amor americano es
sadomasoquista, hacer el amor no es un comportamiento sa-
domasoquista, ya que esto sería antisocial e indecente. Es
“otro” el sádico y seguramente es “otro” también el que es ma-
soquista.
En la vida civil, ya lo hemos dicho, todas las agresiones son
antisociales. Pero desgraciadamente, en la guerra, son buenas y
sociales. Así, a la espera de la explosión universal y el desastre,
hacemos la guerra contra los enemigos que nos ponen verda-
deramente rabiosos y que nos fascinan por su crueldad y su
fuerza sobrehumanas.
El ejército democrático de masas es especialmente apto pa-
ra satisfacer las necesidades populares. Proporciona la seguri-
dad personal que falta en la vida civil; impone una autoridad
personal sin exigir guardar ningún secreto ya que, después de
todo, solo somos un individuo entre la masa. Nos saca del tra-
bajo y de la casa en los que nos sentimos inadaptados y de los
que casi no sacamos ningún placer. Y organiza nuestros esfuer-
zos mucho más eficazmente en dirección a las prácticas sádicas
y a la catástrofe masoquista.
Todo el mundo observa la proximidad de la catástrofe. Escu-
chan las advertencias racionales y elaboran todo tipo de políti-
cas juiciosas. Pero la energía para huir o para resistir está para-
lizada, o es el peligro lo que fascina. La gente está ávida de aca-
bar sus situaciones inacabadas. Se inclina hacia el suicidio co-
lectivo que supone una solución a todos los problemas sin cul-
pabilidad personal. La contra propaganda de los pacifistas es
peor que inútil ya que no resuelve ningún problema y acrecien-
ta la culpabilidad de cada uno.
9 Crítica del concepto de thanatos de Freud

Fue en circunstancias similares cuando Freud concibió su teo-


ría del instinto de muerte. Pero, en esa época, las circunstan-
cias eran menos extremas que hoy en día. Ya que él tenía aún la
posibilidad de hablar, en el arrebato de la teoría de la libido, de
un conflicto entre Thanatos y Eros, y de considerar a Eros co-
mo un contrapeso de Thanatos. Las nuevas costumbres no se
habían puesto todavía a prueba.
Freud parece haber basado su teoría sobre tres evidencias:
a) El tipo de violencia social que acabamos de describir:
la Primera Guerra Mundial, que se topó, aparente-
mente, contra todos los principios de la vida y de la
cultura.
b) La compulsión neurótica a la repetición o a la fijación
que él atribuía a la atracción del trauma. Nosotros
hemos visto, sin embargo, que la compulsión a la re-
petición se explica más fácilmente como un esfuerzo
del organismo por completar, con medios arcaicos, la
situación inacabada presente, cada vez que se ha
acumulado suficiente tensión orgánica como para
atreverse a este intento difícil. Sin embargo, se puede
llamar, correctamente, deseo de muerte a esta nece-
sidad de repetir y a este círculo vicioso con respecto
al trauma. Pero es precisamente la muerte del Self
más deliberado e inhibidor lo que se desea (con sus
aparentes necesidades y significados presentes), en
interés de una situación subyacente más vital. Lo que
es necesariamente interpretado neuróticamente co-
mo un deseo de muerte es, de hecho, un deseo de vi-
da más pleno.
c) Pero lo que constituye la evidencia más importante
de Freud es, sin duda, el carácter aparentemente
irreductible del masoquismo primario. Pues había
descubierto que, en los momentos concretos en los
que los pacientes empezaban a funcionar mejor, lejos
de reducirse sus sueños (y, sin duda alguna, los pro-
pios sueños de Freud), se hacían aún más catastrófi-
cos; el teórico, entonces, se sintió forzado por la evi-
dencia a extrapolarlo hasta la condición de funcio-
namiento perfecto y de masoquismo total: por ejem-
plo, morir es un anhelo instintivo. Pero en la teoría
del masoquismo que hemos avanzado, se explica me-
jor esta evidencia como sigue: cuanto mayor es la re-
lajación instintiva sin ningún refuerzo paralelo de la
capacidad del Self para crear algo con la nueva ener-
gía, más perturbadoras y violentas son las tensiones
en el campo. Igual que el método fisiológico de Reich
induce experimentalmente a esta condición, la aso-
ciación libre de Freud, centrada en los recuerdos, in-
duce a una relajación sin integración. Pero el hecho
de que Reich tuviera mejor control de la situación le
permitió encontrar una explicación más simple.
Sin embargo, como especulación biológica, la teoría de
Freud en ningún caso es desdeñable; es necesario abordarla de
manera especulativa. Maticémosla de la siguiente manera: todo
organismo, dice la teoría, trata de reducir la tensión y alcanzar
el equilibrio; pero, retrocediendo a un orden estructural infe-
rior, puede alcanzar un equilibrio aún más estable. Así, se pue-
de decir que, a fin de cuentas, todo organismo intenta ser in-
animado. Es su instinto de muerte y es un ejemplo de la ten-
dencia universal a la entropía. En el lado opuesto están los ape-
titos (Eros), que tienden hacia estructuras cada vez más com-
plejas.
Es una poderosa especulación. Si aceptamos las hipótesis y
la mística de la ciencia del siglo XIX, es difícil de refutar. El re-
chazo de esta teoría por parte de la mayoría de los teóricos,
incluyendo a los ortodoxos, parece basado, se nota claramente,
más en su carácter ofensivo y antisocial que en el hecho de que
sea errónea.
Pero pensar, como hacía Freud, en una cadena de causas
compuesta de vínculos elementales relacionados entre ellos
desde el principio, supone una interpretación errónea de la
historia de la evolución; es hacer real y concreto lo que sólo es
una abstracción, es decir, una determinada sucesión de eviden-
cias (por ejemplo, los fósiles en las capas geológicas) por las
que aprendemos la historia. Habla como si las complejidades
sucesivas hubieran sido “añadidas” entre sí por una única fuer-
za operante, la “vida”, que podría aislarse de sus situaciones
concretas. Como si a un protozoo se le hubiera añadido el alma
de un metazoo, etc.; o por el contrario, como si en el interior de
un vertebrado estuviera introyectado un anélido, etc., de tal
manera que, al dormir como un vertebrado, el animal se hubie-
ra puesto a dormir, inmediatamente, como un anélido, después
como un platelminto, para convertirse, al final, en inanimado.
De hecho, cada una de estas etapas sucesivas forma una nueva
totalidad, opera como un todo, con su propio modo de vida. Y
es su modo de vida, en tanto que totalidad concreta, lo que
quiere completar. No se preocupa en buscar un “equilibrio en
general”. El estado de una molécula o de una ameba no repre-
senta una situación inacabada para un mamífero, ya que las
partes orgánicas existentes que buscan completarse son, en
efecto, diferentes en cada caso. En un organismo, no se resolve-
ría nada al solucionar el problema de alguna de sus clases de
partes.
(Sería útil considerar la teoría de Freud como un síntoma
psicológico: si alguien abandona la posibilidad de encontrar en
el presente soluciones, tiene que borrar las necesidades pre-
sentes; en consecuencia, lleva a primer plano otras necesidades
de un orden estructural inferior. Y le da entonces a este orden
estructural inferior una clase de existencia por el acto de resig-
nación presente).
Parece que Freud comprendiera mal la naturaleza de la
“causa”. Una “causa” no es algo que existe en sí, sino que es un
principio de explicación de un problema presente. Por lo tanto,
una cadena de causas —que avanza en una u otra dirección
hacia una meta teleológica final o hacia un origen genético
primitivo— cuanto más larga sea, menos sentido tendrá, por-
que si buscamos una causa es para orientarnos en un problema
individual específico, con el objetivo de cambiar la situación o
de aceptarla. Una buena causa resuelve el problema (de una
orientación concreta), después deja de preocuparnos. Organi-
zamos las causas en una cadena, como en un libro de texto, no
cuando nos enfrentamos a la materia concreta, sino cuando la
enseñamos.
Finalmente, la teoría de Freud aísla sistemáticamente al or-
ganismo de la continuidad del campo organismo/entorno, y
aísla también un “tiempo” abstracto, como el otro factor. Pero
este campo existe; su presencia, su continuidad y su duración,
el acontecimiento continuo de novedades son esenciales para
su definición y para la definición del “organismo”. Es formando
parte de este campo siempre nuevo como se debe pensar en el
crecimiento de un organismo, y en el cambio para su especie. El
paso del tiempo, el cambio a lo largo del tiempo, no es algo que
se añada al animal primitivo, que tiene un principio interno de
crecimiento aislado de la temporalidad del campo y que, en
cierta medida, se ajusta a las situaciones siempre nuevas. Pero
es el ajuste a las situaciones siempre nuevas, situaciones que
modifican a la vez al organismo y al entorno, lo que constituye
el crecimiento y la especie de temporalidad que posee el orga-
nismo; cualquier sujeto científico tiene su propia categoría de
tiempo. Para la historia, la novedad y la irreversibilidad son
esenciales. Un animal que trata de completar su vida, busca
necesariamente el crecimiento. El animal acaba fracasando y
muriendo no porque esté buscando un orden estructural infe-
rior, sino porque el campo, como totalidad, no puede ya orga-
nizarse con esta parte bajo esta forma concreta. Somos des-
truidos del mismo modo que, para crecer, nos destruimos.
Las pulsiones agresivas no son esencialmente distintas de
las pulsiones eróticas. Son etapas diferentes del crecimiento:
seleccionar, destruir y asimilar; o también: disfrutar, absorber
y conseguir el equilibrio. Y de este modo, para volver a nuestro
punto de partida: cuando las pulsiones agresivas son antisocia-
les, es que la sociedad se opone a la vida y al cambio (y al
amor). Por lo tanto, o bien la sociedad será destruida por la
vida, o bien arrastrará a la vida a una ruina común, al empujar
a la vida humana a destruir la sociedad y a destruirse a sí mis-
ma.

Notas

“Si no puedo conmover a las fuerzas superiores, me dirigiré a las fuerzas


infernales”.
El cambio producido en lo antisocial desde la época de Freud se traduce
también en ¡os cambios del método en psicoterapia desde el análisis de!
síntoma hasta el análisis del carácter y más allá. Es, en parte, una mejora en
la técnica, pero es también un encuentro de casos diferentes. Los síntomas
eran, al principio, "neurasténicos"; eran, según Freud (liada 1895), la conse-
cuencia directa de la frustración sexual; los síntomas de origen psicológicos
eran claramente actos sexuales. (Los médicos hacen mención de la desapa-
rición de los casos de gran histeria). Ahora parece que este envenenamiento
sexual directo es menos frecuente. Por ejemplo, hay obviamente mucha más
masturbación sin culpa agobiante. En la neurosis de carácter, no se relacio-
na el bloqueo sexual con la descarga, sino un poco con el acto y en gran
parte con el contacto y el sentimiento La actitud terapéutica también se ha
modificado: la vieja ortodoxia era una especie de seducción (con desapro-
bación) y el análisis del carácter es combativo.
Preferimos utilizar el concepto de “presentación”, como un pequeño ele-
mento que permite la relajación de un gran conjunto de sensaciones, al
concepto freudiano de “pre placer”. Pues, evidentemente, el pre dolor fun-
ciona de la misma manera: un hombre se golpea un dedo del pie y su rabia
cósmica y su dolor se amplifican. Un pre placer puede llevar a un sentimien-
to profundo que no va a ser llamado placer, cuando un enamorado toca a
alguien con una mano consoladora y. como dijo D. W. Griffith, "todas las
lágrimas del mundo inundan nuestro corazón"
9
Conflicto y autoconquista

1. Conflicto y desinterés creativo


2. Crítica de la teoría de la resolución de los conflictos in-
ternos. ¿Qué se entiende por interno?
3. Significado de conflicto
4. El sufrimiento
5. La autoconquista: una pacificación prematura
6. Autoconquista: las satisfacciones de la conquista
7. Auto control y carácter
8. Relación entre la teoría y el método
9. ¿Qué es lo que está inhibido en la autoconquista?

Cap. 8 original de la 141-164 y cap. 9 de 165-183


9
Conflicto y autoconquista

1 Conflicto y desinterés creativo

Ahora nos es necesario abordar la finalidad de la agresión: la


victoria (o la derrota), la conquista y la dominación. En la neu-
rosis, efectivamente, la necesidad de ganar es fundamental. Si
damos como cierta esta necesidad, hay una víctima disponible:
uno mismo. Se puede considerar por lo tanto la neurosis como
la conquista de uno mismo.
La necesidad neurótica de ganar no es una necesidad del ob-
jeto por el que se pelea mediante el ejercicio de la propia agre-
sividad en un conflicto abierto; es la necesidad de haber gana-
do, de ser el ganador como tal. Esto significa que ya se ha per-
dido y que ha sido importante, que se ha sido humillado y que
no se ha asimilado la pérdida. Entonces, de manera repetitiva,
se trata de salvar el tipo con pequeños triunfos. Es así como se
transforma cualquier relación interpersonal y, realmente,
cualquier experiencia en una pequeña lucha, en donde se tiene
una oportunidad de ganar y de demostrar la valentía.
Sin embargo, el conflicto importante, luchar por un objeto
que marcaría una diferencia y arriesgarse a sí mismo en una
iniciativa que podría cambiar el statu quo, es precisamente lo
que se evita. Los pequeños conflictos simbólicos y los conflictos
más grandes, pero falsos y por lo tanto sin fin, como la “Mente
contra el Cuerpo” el “Amor contra la Agresión”, el “Placer con-
tra la Realidad”, son las maneras de evitar los conflictos esti-
mulantes que podrían tener una solución. En lugar de esto, la
gente se aferra a la seguridad, reconocida aquí como la fijación
del fondo, la necesidad orgánica subyacente y el hábito pasado.
El fondo debe seguir siendo fondo.
Lo contrario a la necesidad de victoria es el “desinterés crea-
tivo’’. Vamos a tratar, más adelante, de describir esta actitud
concreta del Self espontáneo (capítulo 10). El hombre creati-
vamente imparcial acepta la preocupación y el objeto, ejerce su
agresión, se siente estimulado por el conflicto y se desarrolla
gracias a él, gane o pierda. No está aferrado a lo que podría
perder, ya que sabe que cambia, y se identifica ya con lo que va
a venir. Esta actitud se acompaña de una emoción que es lo
contrario de la sensación de seguridad: la fe. Absorbido en la
actividad real, no trata de proteger el fondo, sino que saca la
energía de allí. Tiene fe en el hecho de que este fondo se mos-
trará adecuado.

2 Crítica de la teoría de la resolución de los conflictos in-


ternos. ¿Qué se entiende por interno?

El psicoanálisis está tradicionalmente aferrado a descubrir los


“conflictos internos” y a resolverlos. Grosso modo, es una boni-
ta concepción (como esta otra concepción: la “reeducación de
las emociones”), pero ahora es el momento de estudiarla más
en detalle.
“Interno” significa aquí o bien en el interior de la piel del or-
ganismo, o bien en el interior de la psique, o bien en el incons-
ciente. He aquí algunos ejemplos: el conflicto entre la tensión
sexual y el dolor, entre el instinto y la consciencia, entre el pa-
dre y la madre introyectados. Opuestos a estos y sin ser neuró-
ticos, estarían también los conflictos conscientes con el en-
torno o con otras personas. Así planteada, la distinción entre
los “conflictos internos” y los otros conflictos no es válida, ya
que es obvio que existen conflictos no “internos” que se pue-
den considerar, perfectamente, como neuróticos. Por ejemplo,
en la medida en la que un hijo no ha crecido todavía hasta la
independencia del campo hijo/padres (todavía mama, está
aprendiendo a hablar, es dependiente económicamente, etc.),
no tiene sentido hablar de perturbaciones neuróticas (hambre
inconsciente, hostilidad, privación del contacto) como situadas
en el interior de la piel o de la psique del individuo. Las pertur-
baciones están en el campo. Es cierto que provienen de “con-
flictos internos” de los padres y que van a convertirse más tar-
de en conflictos introyectados en su hijo, cuando él sea inde-
pendiente. Pero su esencia, en la relación sentida como pertur-
bada, es irreductible a las partes. El hijo y los padres deben, por
lo tanto, ser tratados juntos. Además, el declive del sentimiento
de comunidad que se observa en nuestras sociedades políticas
no es reductible a las neurosis de los individuos, quienes se
han convertido precisamente en “individuos” a causa de este
declive de la comunidad. Ya no es reductible a las instituciones
que estas sean malas, puesto que son mantenidas por los ciu-
dadanos. Es una enfermedad del campo, y solo una especie de
terapia de grupo podría, aquí, aportar alguna ayuda. Como ya
hemos dicho, la distinción entre “intrapersonal” e “interperso-
nal” es muy pobre, ya que cualquier personalidad individual y
cualquier sociedad organizada se desarrollan a partir de las
funciones de coherencia que son completamente esenciales
tanto para el individuo como para la sociedad (amor, aprendi-
zaje, comunicación, identificación, etc.); y es obvio que las fun-
ciones opuestas de división también son esenciales para los
dos: rechazo, odio, alienación, etc. La noción de frontera-
contacto es más fundamental que la de “inter” o la de “intra”, o
las de “interior” y “exterior”. Además, existen perturbaciones
que se pueden calificar de neuróticas y que se producen en el
campo organismo-entorno natural, por ejemplo, los rituales
mágicos de los primitivos que nacen, sin que esto suponga una
neurosis individual, a partir del hambre o del miedo a los true-
nos. Además, nuestra enfermedad contemporánea de “domi-
nar” la naturaleza más que vivir en simbiosis con ella, que es
algo bastante diferente de las neurosis individuales y sociales
(que son, se puede estar seguro, las que aquí trabajan a todas
horas), es una dislocación en la interacción entre las cantida-
des puramente materiales y la pobreza, provocada por abusos
no conscientes. Cuando el primitivo dice: “La tierra se muere
de hambre, por lo tanto nosotros vamos a morir de hambre”,
nosotros decimos: “Nosotros vamos a morir de hambre, vamos
a tratar de sacar partido a la tierra”, pero las dos actitudes solo
son simbólicamente malos sueños.
La expresión clásica “conflicto interno” contiene, sin embar-
go, una verdad importante, ya que supone característicamente
un estado de tenerlo todo revuelto. Los conflictos internos —
los que se dan en el interior de la piel, en el interior de la psi-
que (es decir, las tensiones opuestas y las verificaciones y los
equilibrios del sistema fisiológico, el juego, los sueños, el arte,
etc.)— son, la mayor parte de las veces, fiables y no neuróticos;
se puede confiar en ellos para estar autorregulado. Hacen sus
propias pruebas desde hace miles de años y no han cambiado
mucho. Los conflictos internos, en este sentido, no son el sujeto
de la psicoterapia; cuando no son conscientes, pueden seguir
siendo no conscientes. Es, por el contrario, la injerencia de las
fuerzas sociales “fuera de la piel” la que, deliberadamente, re-
voluciona el sistema interno espontáneo y llama a la psicotera-
pia. Estas fuerzas son noticias recientes y a menudo crean en-
fermedades. Una gran parte de la psicoterapia consiste en qui-
tar a estas fuerzas exteriores-a-la-piel su poder, las interferen-
cias en el interior-de-la-piel y que perturban la autorregulación
organísmica. Y, de la misma manera, es un proceso para quitar
las fuerzas políticas y económicas más lejanas y menos fiables,
como la competición, el dinero, el prestigio, el poder, impidién-
doles que se inmiscuyan en el sistema individual fundamental
del amor, de la pena, de la rabia, de la comunidad, del paren-
tesco, de la dependencia y de la independencia.

3 Significado de conflicto

Es evidente que lo que se entiende generalmente por “conflic-


to” no son las tensiones entre opuestos, y las comprobaciones y
los equilibramientos internos, la sabiduría del cuerpo. El con-
flicto, en el sentido clásico del término, es por naturaleza “ma-
lo” y debe disolverse. ¿Por qué es necesario?
El carácter “malo” del conflicto está basado en una o en el
conjunto de estas proposiciones:

1. Todos los conflictos son malos ya que gastan la energía


y provocan sufrimiento.
2. Todos los conflictos excitan la agresión o la destrucción,
que son malas.
3. Algunos conflictos son malos porque una de las fuerzas
antagonistas es antisocial o no sana y, antes que permi-
tirle que entre en conflicto, debe ser eliminada o subli-
mada, por ejemplo, la sexualidad pre genital y las diver-
sas agresiones.
4. Los conflictos equivocados son malos, y los contenidos
del inconsciente son normalmente arcaicos y equivoca-
dos (desplazados).

Sin embargo, el punto de vista que exponemos aquí (es en


gran parte, pero no esencialmente, una propuesta para un me-
jor uso del lenguaje) es que, fundamentalmente, ningún conflic-
to debería ser disuelto por la psicoterapia. Especialmente, los
conflictos “internos” están fuertemente energizados e involu-
cran mucho, son los medios de crecimiento. La tarea de la psi-
coterapia es hacerlos conscientes, para que puedan alimentar-
se con un nuevo material ambiental y llegar a una crisis. Los
conflictos menos deseables son las pequeñas luchas conscien-
tes y los aferramientos sin fin basados en errores semánticos,
de los que hemos hablado al principio de este capítulo. Los in-
terpretamos no para evitar un conflicto, sino precisamente pa-
ra hacer evidentes los conflictos importantes de los que son
señal.
Vamos a considerar el conflicto en sí mismo, consciente y
acompañado de sufrimiento. La idea de que el conflicto, ya sea
social, interpersonal o intrapsíquico, no es más que un despil-
farro de energía, es posible pero superficial. Es posible, ya que
está basada en la hipótesis de que el trabajo que hay que hacer
podría abordarse directamente: esto sería un despilfarro para
el protagonista, que tendría que hacer este trabajo de pelearse
o superar algunas fricciones con un oponente; los dos adversa-
rios podrían quizás, por otra parte, unirse armoniosamente en
el trabajo. Pero es superficial, ya que esto supondría que se
conoce por anticipado en qué consiste el trabajo que hay que
hacer, adonde y cómo se debe dirigir la energía. La hipótesis es
que sabemos con seguridad —y una parte del paciente lo sabe
también— que es adecuado tener esto como objetivo; en este
caso, la oposición es engañosa o perversa. Pero en un conflicto
profundamente implicante, lo que es necesario hacer, lo que
pertenece a uno mismo más que a una norma estereotipada, es
exactamente lo que se va a comprobar. Mejor aún, la auténtica
tarea por cumplir, quizás incluso la auténtica vocación, se des-
cubre por primera vez en el conflicto. Hasta aquí, nadie la co-
noce, aunque esto no es cierto en las reivindicaciones contesta-
tarias, en donde puede expresarse adecuadamente. El conflicto
es una colaboración que va más allá de lo que se quiere, hacia
una figura enteramente nueva.
Esto es verdaderamente cierto en cualquier colaboración
creativa entre las personas. No es estableciendo una armonía a
priori entre sus intereses ni comprometiendo sus intereses
individuales con vistas a una meta preconcebida como se pue-
de conseguir la mayor eficacia. Por el contrario (en la medida
en que se mantengan en contacto y busquen honestamente la
mejor forma de realización creativa), cuanto más se diferen-
cien de manera concreta y lo exterioricen, más posibilidades
tendrán de crear juntas una idea mejor que las que hubieran
podido tener cada una por su parte. Así, en el juego, es la com-
petición lo que permite a los jugadores superarse. (El problema
en la mente de competición neurótica no es la competición, es
que el jugador no está interesado en el juego). En el acto crea-
tivo individual, la obra de arte o la teoría, es igualmente el
afrontar elementos dispares, irreconciliables, lo que lleva re-
pentinamente a la solución. El poeta no rechaza una imagen
que, obstinadamente pero “como por accidente", surge en su
mente y estropea su plan: él respeta al intruso y descubre, re-
pentinamente, cuál es “su” plan, se descubre y se crea a sí mis-
mo. También el científico busca la evidencia que va a desmentir
su teoría.
La cuestión es saber si esto no es lo mismo que se produce
en el conflicto emocional intrapsíquico. En las situaciones co-
rrientes que no están bloqueadas no hay problema: mediante
la autorregulación del organismo, se da una dominancia instin-
tiva, por ejemplo, la fuerte sed se impone a los otros impulsos
hasta que es satisfecha. Las ordenanzas a largo plazo se organi-
zan flexiblemente de la misma manera: mediante un conflicto,
morder-masticar-beber reemplazan por sí mismos a la succión,
y la genitalidad se establece por sí misma como la meta final de
la sexualidad; el orgasmo genital es el final de la excitación se-
xual. En el desarrollo de estas órdenes, existen tensiones con-
flictivas, pero los conflictos se resuelven por sí mismos a través
de la alteración de lo> hábitos, la destrucción, la asimilación y
la formación de una nueva configuración. Supongamos, por el
contrario, que la situación ha sido bloqueada, supongamos, por
ejemplo, que la primacía de lo genital no se establezca con
fuerza; inmediatamente va a haber situaciones orales inacaba-
das, miedos genitales, las llamadas “regresiones", etc. Y supon-
gamos además que se sacan a la luz todos los oponentes, que se
ponen en contacto y en conflicto abierto: la elección de objetos,
el comportamiento social, la culpabilidad moral, por un lado, y
la afirmación del placer, por el otro. Este conflicto, la maestría y
el sufrimiento que lo acompañan ¿no deberían permitir que se
llegara a una solución auto creativa? Un conflicto así es grave,
ya que hay mucho que destruir Pero la necesidad de destruir
¿debe ser inhibida? Si la solución —la primacía normal— está
preestablecida y expresada antes por el terapeuta (como ha
podido ser hábilmente preestablecida desde hace mucho;
tiempo por el paciente), se pueden evitar muchos peligros y
ahorrar muchos sufrimientos, pero la solución, sin embargo, va
a ser rara para el paciente y por lo tanto menos energizada.
Esto quiere decir que no es inteligente apaciguar el conflicto, ni
suprimir o interpretar las fuerzas en oposición, ya que se im-
pedirá la destrucción y la asimilación completas y se condenará
al paciente a un sistema débil y nunca perfectamente autorre-
gulado.
Por encima de todo esto, no hay que olvidar que cuando los
opuestos son las pulsiones naturales (agresividad, dones espe-
ciales, prácticas sexuales que, de hecho, dan placer, etc.), no se
las puede reducir; solamente se las puede reprimir delibera-
damente, intimidar, llenar de vergüenza sus manifestaciones.
Cuando todos los antagonistas son conscientes y están en con-
tacto, el individuo puede tomar sus propias decisiones, ya no es
un paciente. La esperanza, en un caso así, es que una pulsión
difícil encuentre espontáneamente su medida en un„ nueva
configuración, mediante un ajuste creativo y una convalecencia
de la autorregulación organísmica.

4 El sufrimiento

Vamos a analizar ahora el tema del sentido del sufrimiento. La


solución creativa, ya lo hemos dicho, no es conocida por los
antagonistas que pelean; surge sobre todo del conflicto. En el
conflicto, los antagonistas, sus hábitos y sus intereses son par-
cialmente destruidos; pierden y sufren. Así, en la colaboración
social, los socios se pelean y se destruyen entre sí; odian el con-
flicto. De la misma forma, cuando nace un poema, el poeta se
siente contrariado por la intrusión de una imagen o por una
idea que nada tiene que ver con el tema; él se produce un dolor
de cabeza, se aferra a su proyecto inicial, se siente confuso y
suda. No obstante, comprometidos en el conflicto, los socios no
pueden evitar el dolor, ya que su supresión en este momento
concreto no aportaría el placer, sino el no placer, el oscureci-
miento, la enfermedad, la duda incesante. Además, el conflicto
es en sí mismo dolorosamente excitante. ¿Cómo, entonces, van
a disminuir el dolor al final?
Pues, al final, “apartándose del camino", según la gran fór-
mula taoísta. Despojándose de todas sus ideas preconcebidas
sobre la manera en que esto “debería” resolverse. Y, metiéndo-
se en el “vacío fértil” así formado, la solución surge. Es decir, se
comprometen, comprometen sus intereses y sus actitudes y los
dejan enfrentarse para afilar el conflicto, para que sea destrui-
do y transformado en una nueva idea. Al final, ya no se aferran
a estos intereses con el pretexto de que son “los suyos”. En la
excitación del proceso creativo, una imparcialidad creativa se
establece entre los diferentes adversarios en guerra; después,
con una imprudencia y un salvajismo felices, cada oponente va
probablemente a ejercer toda su agresividad. Pero el Self no es
destruido, ya que así es como descubre, en primer lugar, lo que
es.
Aquí, además, se trata de saber si esta misma interpretación
de la utilidad y del significado del sufrimiento y del dolor y de
los medios de reducirlos se aplica al dolor y al sufrimiento físi-
co y emocional. Vamos a especular un momento sobre la fun-
ción del dolor.
El dolor es ante todo una señal: llama la atención sobre un
peligro presente, inmediato, por ejemplo, una amenaza dirigida
hacia un órgano. La respuesta espontánea es la de apartarse o,
si no se puede aniquilar la amenaza. La vida no cultiva el dolor
o el sufrimiento: cuando la herida persiste y no puede hacer
nada deliberadamente para remediarlo, el animal provoca en él
una insensibilidad al dolor o incluso se desmaya. (La reacción
neurótica de tocar la parte herida para provocar el dolor pro-
viene del deseo de sensación en un individuo desensibilizado;
esto también representa probablemente una señal útil, aunque
sea difícil de interpretar).
¿Cuál es entonces la función del sufrimiento prolongado fre-
cuente en los seres humanos? Vamos a arriesgarnos a suponer
que es para incitarnos a dirigir nuestra atención al problema
presente inmediato para apartarnos después del camino, con-
ceder a la amenaza todos los poderes a nuestra disposición,
para inmediatamente después apartarnos del camino, relajar la
intención deliberada inútil, dejar al conflicto enfadarse y des-
truir lo que debe ser destruido. Vamos a considerar dos ejem-
plos sencillos: un individuo está enfermo, trata, sin embargo,
de ocuparse de sus asuntos y sufre. Forzado a darse cuenta de
que tiene otra cosa que atender, dirige la atención a su enfer-
medad, se acuesta y espera. El sufrimiento disminuye y él se
duerme. O también, el ser amado acaba de morir. Hay un con-
flicto triste entre la aceptación intelectual y el deseo y los re-
cuerdos. El hombre medio trata de distraerse. Pero el hombre
superior obedece a la señal, se compromete con el sufrimiento,
recuerda el pasado, constata que su presente esta desespera-
damente frustrado; no puede imaginar lo que necesita hacer
ahora que ha perdido el eje de todo. La pena, la confusión, el
sufrimiento se mantienen durante tiempo, ya que hay mucho
por destruir' aniquilar, y mucho que asimilar. Durante este
tiempo, no debe ocuparse de sus ocupaciones no importantes,
cosa que suprimiría deliberadamente el conflicto. Finalmente,
cuando el trabajo de duelo se acaba, el individuo está trans-
formado, acepta ahora un "desinterés creativo enseguida, otros
intereses se vuelven dominantes.
El sufrimiento emocional sirve para evitar aislar el proble-
ma, ya que, trabajando y elaborando el conflicto, el Self pueda
crecer en el campo de lo existente. Tan pronto como se aban-
done la pelea contra el conflicto destructor, se deje de hacer
frente al dolor y a la confusión, así de rápido se acabará el su-
frimiento. (Esta interpretación de los sufrimientos del duelo,
como medio de permitir al antiguo Self tener acceso al cambio,
explica por qué el duelo está a menudo acompañado de un
comportamiento auto destructor: arañarse la piel, golpearse el
pecho, arrancarse el pelo).
En opinión de los médicos, el peligro del conflicto emocional
y el sufrimiento, es que su intensidad pueda destruir al pacien-
te, pueda hacerle pedazos. Es un peligro verdadero, pero no es
necesario hacerle frente debilitando el conflicto. Es mejor re-
forzar el Self y la consciencia de uno mismo. Cuando el paciente
se da cuenta de que se trata de su propio conflicto y que está a
punto de destruirse, un nuevo factor dinámico entra en la si-
tuación: uno mismo. Entonces, a medida que se concentra en el
conflicto y que este último se agudiza, se acaba por esperar la
actitud de imparcialidad creativa y por identificarse con la so-
lución futura.

5 La autoconquista: una pacificación prematura

Lo que decimos, por lo tanto, es que la neurosis no consiste en


un conflicto activo, interno o externo, entre un deseo y otro, o
entre los criterios sociales y las necesidades animales, o entre
las necesidades individuales y la ambición, por ejemplo) por
una parte, y, por la otra, los criterios sociales y las necesidades
animales juntas. Todos estos conflictos son compatibles con la
integración del Self, e incluso son modalidades de la integra-
ción del Self. Pero la neurosis es la pacificación prematura de
los conflictos; es un cierre o una tregua o un entumecimiento
para evitar que el conflicto continúe; se manifiesta, en un plano
secundario, por la necesidad de vencer en escaramuzas poco
importantes, como si se tratara de librarse de la humillación
subyacente. Vamos a distinguir aquí dos niveles de satisfac-
ción:
1. la satisfacción ligada al cese del conflicto.
2. la satisfacción de la conquista.

Vamos a suponer que, en lugar de identificarse con una solu-


ción futura, el Self desespera por encontrar una salida y no tie-
ne otra perspectiva que continuar con el sufrimiento y la de-
rrota demasiado abrumadora. Este es el caso más frecuente en
la célula familiar y en la sociedad, en donde la solución creativa
es a menudo imposible. Un adulto, que comprende la situación,
puede soportar el sufrimiento, pero un niño no puede abando-
nar la lucha. Vamos a ver lo que significa esta resignación.
En los momentos extremos de conflicto y de desesperación,
el organismo reacciona borrando, ya sea de una manera espec-
tacular como en el desmayo, o de un modo más habitual me-
diante la desensibilización, la paralización, o por algún otro
modo de represión temporal. Pero, cuando la crisis inmediata
ha pasado, si las circunstancias no son muy prometedoras de
una solución, se evita que continúe el conflicto, el Self no agre-
de más y estabiliza la situación más soportable de la represión;
uno se resigna. Pero existe entonces un espacio vacío en la fi-
gura, ya que el contexto general de la necesidad, de la ocasión,
de la dificultad, etc., sigue siendo el mismo. Pero falta la afir-
mación de uno mismo que ocupaba el lugar principal en el con-
flicto. Este vacío se llena entonces mediante la identificación
con otra persona, con la que ha hecho el conflicto insoportable
y es la causante de la resignación A esta persona, en general, se
la teme y se la quiere (se abandona el conflicto a la vez por
miedo y porque no se quiere correr el riesgo de sentirse des-
aprobado). Y este otro se convierte en “uno mismo”. Es decir,
en lugar de transformarse en un nuevo Self, en el que podría
haberse convertido con la solución desconocida de ese conflic-
to, se introyecta este otro Self Al identificarse con él, se le pres-
ta la fuerza de las propias agresiones que ya no están dedica-
das a satisfacer las necesidades propias. Esta agresividad, en-
tonces, se vuelve, mediante la retroflexión, contra sus necesi-
dades, desviando de ellas la atención, tensando los músculos
contra sus excitaciones, calificándolas de estúpidas o de vicio-
sas, castigándolas, etc. Según las normas de la persona intro-
yectada, se aliena y se agrede al Self en conflicto. Esto es fácil
de hacer, ya que la parte más filial y social de uno mismo, que
representaba a uno de los adversarios en el conflicto, puede
aliarse con la autoridad introyectada. Las actitudes agresivas y
represivas están cerca unas de otras y son fáciles de aprender.
Se evitan con facilidad las ocasiones de tentación, una vez que
se acepta ser bueno; es fácil considerar una pulsión como vi-
ciosa y extraña a uno mismo, una vez que se está identificado
con quienes la tienen como tal.
En el otro polo de la excitación del conflicto se encuentra la
desensibilización de la resignación. Lo contrario del “vacío fér-
til”, cuando se ha logrado el nivel del desinterés creativo (y
este vacío es la creatividad del Self), es el espacio vacío de la
resignación, el espacio en donde el Self tenía por costumbre
encontrarse. Y lo contrario de la identificación con este nuevo
Self que viene es la introyección de una personalidad extraña.
Hay, así, una pacificación prematura del conflicto. En conse-
cuencia, naturalmente, el conflicto inacabado queda inacabado,
pero se manifiesta en la necesidad de conseguir victorias en
batallas pequeñas y no en la determinación de considerar una
oposición difícil con un cierto desinterés. Se aferra uno a la se-
guridad en lugar de tener fe.
El conflicto emocional era difícil de resolver ya que la otra
persona, el padre por ejemplo, era a la vez querida y temida.
Desgraciadamente, cuando abandona el conflicto (sus propias
necesidades complicadas y la confusión conflictiva), cuando se
introyecta al padre y se vuelve la agresión contra uno mismo,
se pierde igualmente este amor; pues no puede haber contacto
a lo que uno se aferra, ni amor renovado sin agresión en curso.

6 Autoconquista: las satisfacciones de la conquista

Vamos a ver qué clase de paz llega a establecerse así. Es nece-


sario distinguir aquí la paz positiva y la paz negativa. Cuando el
conflicto ha agotado su furia y se llega a una solución creativa
con el cambio y la asimilación de los factores opuestos, se da
una relajación del sufrimiento y se completa la excitación del
nuevo todo creado. Esto es positivo. No hay sensación de con-
quista ni de objeto por dominar, ya que, de hecho, las víctimas
han desaparecido: han sido destruidas y asimiladas. En la paz
positiva, paradójicamente, la alegría de la victoria no tiene nin-
guna sensación de conquista. La sensación que domina es la
excitación de nuevas posibilidades, ya que uno se encuentra
ante una nueva configuración. Así, a la Victoria se la representa
tradicional mente con las alas desplegadas, girada hacia el fu-
turo.
Puede haber también una paz positiva en la derrota humi-
llante, si se ha ido hasta el borde de los propios límites, se han
agotado todos los recursos y no se ha retenido la mayor parte
de la agresividad, es en efecto, a través de la rabia y el trabajo
del duelo cómo se aniquila la necesidad de lo imposible. El
nuevo Self está hundido, pero entero; o decir, su animación
está restringida a las nuevas condiciones, pero no ha interiori-
zado al conquistador ni se ha identificado con él. Péguy, por
ejemplo, ha descrito maravillosamente cómo los vencidos, en la
tragedia griega, tienen más fuerza que los arrogantes vencedo-
res.
La paz de la conquista, cuando la víctima existe aún y debe
ser dominada, es, por el contrario, negativa. El sufrimiento del
conflicto ha cesado, pero la figura en la consciencia no está
animada de nuevas posibilidades, ya que no se ha resuelto na-
da. Las relaciones entre vencedor y víctima siguen formando
parte de la actualidad. El vencedor está en guardia, la víctima
está llena de resentimiento. En las guerras sociales se ve bien
que esta paz negativa no es estable; hay demasiada^ situacio-
nes inacabadas. ¿Cómo se hace entonces para que, en la auto
conquista, la pacificación sea estable y para que el Self conquis-
tador pueda continuar durante muchos años dominando esta
parte alienada de uno mismo? Es porque la vitalidad de la pul-
sión natural es muy fuerte; se puede alienarla pero no aniqui-
larla. Se podría esperar a que sea demasiado fuerte para estar
durante mucho tiempo sometida por el miedo o la necesidad
de afecto. ¿Por qué el conflicto no vuelve a empezar hasta que
se produce un cambio favorable en la situación?
Es porque el Self saca una enorme satisfacción positiva de su
identificación con una autoridad fuerte. En tanto que totalidad,
el Self ha sido vencido, ya que a su conflicto no se le ha permi-
tido madurar y transformarse en algo nuevo y positivo. Pero el
Self que se identifica puede ahora decir: “Soy yo el vencedor”.
Esta poderosa satisfacción es la arrogancia. ¿Cuáles son sus
elementos?
En primer lugar, además del alivio de haber cesado el sufri-
miento del conflicto, hay una gran relajación de la presión que
supone la amenaza de la derrota, de la vergüenza, de la humi-
llación. Al asumir un nuevo papel, la arrogancia es expansiva,
insolente, segura de ella. En segundo lugar, está la satisfacción
y la excitación del triunfo, una especie de vanidad; en términos
freudianos, el Superyo dirige una sonrisilla al Yo. En tercer lu-
gar, el orgulloso Self se atribuye las verdades fantaseadas de
las autoridades, la fuerza, los derechos, la sabiduría, la ausencia
de culpabilidad. Último punto y el más importante, pero que
solo es una ilusión, es que el arrogante Self puede ejercer su
agresividad y comprobar continuamente que es un conquista-
dor, ya que la víctima está siempre disponible para dejarse
dominar. La estabilidad del carácter resignado no proviene del
hecho de que el abandono se haya decidido “de una vez por
todas”, sino de que la agresión se ejerce continuamente. Des-
graciadamente, la principal víctima de la agresión es uno mis-
mo, siempre disponible para dejarse golpear, chupar, presio-
nar, morder, etc. El acrecentamiento aparente de la fuerza y de
la agresividad es, de hecho, una debilidad invalidante. (Al prin-
cipio, puede producirse una verdadera expansión respecto a la
salud, se está haciendo un ajuste. Pero después va a ser necesa-
rio pagar el precio). La energía está circunscrita a dominar la
pulsión extraña. Si la tensión interna se vuelve demasiado
grande, la amenaza que viene de abajo es proyectada y se en-
cuentran chivos emisarios: los que tienen o a los que se les
puede atribuir su propia pulsión ofensiva y extraña. Estos úl-
timos se añaden a la lista de las víctimas y refuerzan la arro-
gancia y el orgullo.
Estemos un poco atentos y veamos ahora lo que este proce-
so puede tener de desafortunado. Los elementos de expansión,
el ideal del Yo, la usurpación de verdades no representan en sí
una actitud infantil despreciable: se enrojece de orgullo, se dis-
fruta de la aprobación de uno mismo y de los otros, y se dice:
“¡mirad cómo soy un niño grande!”. Es una especie de exhibi-
cionismo, que probablemente no puede ofender más que a los
decepcionados y a los envidiosos. Cuando el cuarto elemento,
la agresión sin restricción, se añade, el retrato se ensombrece,
se vuelve terrible, pero no aparece todavía la lealtad. Pero,
cuando reinan el orgullo absoluto y la agresión externa desbo-
cada, se encuentra uno delante de un verdadero conquistador,
un espectáculo loco, como un torrente u otra fuerza irracional
que destruye todo a su paso y se destruye a sí mismo. Es una
combinación de amor a sí mismo, de auto seguridad y de poder
sin la autorregulación o la regulación interpersonal de la nece-
sidad orgánica o del deseo social Una oscuridad loca así tiene
su grandeza; nos sorprende y, al mismo tiempo, nos empuja a
aniquilarla.
Es con esta imagen grandiosa, por supuesto, con la que sue-
ña el débil conquistador de sí mismo: pero el concepto que tie-
ne de sí mismo es forzosamente ilusorio; no moviliza su ener-
gía. El verdadero conquistador es el creativo atormentado que
se designa a sí mismo este papel y lo lleva a la práctica. El auto
conquistador se cesa a si mismo de sus funciones y hace un
papel que algún otro le ha asignado.

7 Auto control y carácter

Bajo la necesidad superficial de la victoria y de aferrarse a la


seguridad, se esconden una notable arrogancia y una inmensa
suficiencia; en un nivel más profundo se encuentra la resigna-
ción. La suficiencia se da a sí misma pruebas demostrando que
se es capaz de dar una respuesta a las expectativas, de mos-
trarse fuerte, ya que la víctima esta siempre disponible. Su co-
mentario típico es el siguiente: “Soy fuerte, soy independiente,
puedo coger y dejar (la sexualidad)".Todo este ejercicio de au-
tocontrol, como se le llama, es la prueba de su propia superio-
ridad.
De nuevo surge una dificultad, reforzada concretamente por
nuestras costumbres: las bases sociales de la estima de uno
mismo son ambiguas. No es suficiente demostrar que se es
fuerte, sino también que se es “poderoso”, sexualmente excita-
ble. Esta exigencia contradictoria solo se puede resolver si el
acto del amor es lo suficientemente sadomasoquista como para
ser capaz de utilizar la agresividad como un sentimiento en
primer plano que se relaje por medio de la sexualidad, y la se-
xualidad, a su vez, con un significado de ser castigado, para
apaciguar la ansiedad.
La autoconquista es socialmente valorada como señal de
“carácter”. Un hombre de carácter no sucumbe a la “debilidad"
(esta "debilidad”, de hecho, es el eros espontáneo que consuma
cualquier creación). Sabe domar su agresividad para hacer va-
ler sus “ideales” (los ideales son las normas a las que se ha re-
signado). La sociedad anti sexual que funda su ética en el carác-
ter (quizás más en los siglos inmediatamente anteriores que
actualmente) considera que cualquier cumplimiento surge de
la represión o del autocontrol. Algunos aspectos de nuestra
civilización son debidos probablemente al carácter: una gran
fachada detrás de la cual está el vacío, la cantidad pura y sim-
ple, el escaparate imponente; pues esto constituye la prueba
siempre buscada del dominio de la naturaleza y del hombre, la
prueba del poder. Pero la gracia, el calor, la fuerza, el buen sen-
tido, la alegría, la tragedia; son algo imposible para las perso-
nas de carácter.
También, incluso, aceptando las grandes satisfacciones que
aporta, la libertad de ejercer su agresividad, el gran prestigio
social que se saca, la autoconquista es una integración parcial
válida: tiene como resultados principales la disminución de la
felicidad, las enfermedades personales, la dominación y la mi-
seria de los otros, el despilfarro de la energía social. Todo esto
todavía es soportable. Pero repentinamente, bajo la presión del
lujo y de las tentaciones que nos rodean, las represiones em-
piezan a fallar; la inseguridad y el anonimato sociales debilitan
la autoestima; el carácter ya no se recompensa, y la agresión
que se expresa en la vida profesional se obstaculiza, de tal ma-
nera que no tiene otra salida que la de volverse contra uno
mismo. En estas circunstancias actuales, la autoconquista sur-
ge entonces en primer plano como centro de la neurosis.

8 Relación entre la teoría y el método

Lo que los teóricos consideran como el “centro de la neurosis”


depende parcialmente de las condiciones sociales que acaba-
mos de describir. Pero esto depende también del método tera-
péutico utilizado (y el método mismo depende de los factores
sociales, como la categoría de pacientes, los criterios de salud,
etc.).
En el método explicado en este libro, que consiste en tratar
de ayudar al Self a integrarse ampliando las áreas de vitalidad,
la principal resistencia se encuentra en la reticencia del Self a
desarrollarse. El Self se controla para oponerse a su propio cre-
cimiento.
En la técnica ortodoxa anterior, en donde el paciente produ-
cía pasivamente, sin reflexionar y sin hacerse responsable, los
contenidos de su Ello, lo que sorprendía al terapeuta, natural-
mente, era el conflicto entre este y las normas sociales; la inte-
gración consistía en encontrar un reajuste más viable. Más tar-
de, se ha visto que era muy deficiente esta idea. La resignación
y la deformación del carácter del paciente aparecen en primer
plano. Nos es necesario, no obstante, subrayar una contradic-
ción notable y casi ridícula en la terminología habitual de la»
teorías del análisis caracterial.
Hemos visto que, al identificarse con la autoridad, el Self
ejerce su agresión contra sus pulsiones alienadas, por ejemplo,
su sexualidad. El Self es el agresor, conquista y domina. No obs-
tante, cuando los que practican el análisis caracterial hablan de
la frontera entre el Self y lo que le es extraño, mencionan no
'las armas del Self sino las “defensas del Self, su “coraza defen-
siva’ (Wilhelm Reich). Piensan que el Self, cuando controla el
sistema motor, vuelve deliberadamente la atención y estrangu-
la las excitaciones, ¡como si se defendiera contra las amenazas
que vinieran de abajo! ¿Cuál es la razón de esta extraña mete-
dura de pata? Es porque el terapeuta no se toma en serio el
Self. Puede hablar de él de todas las maneras que le convengan,
ya que, prácticamente, no es nada. Para él, solo existen dos
fuerzas: la autoridad y los instintos. Y es, en primer lugar, el
terapeuta, y no el paciente, quien atribuye el poder a la prime-
ra, después, por carambola, lo atribuye a los segundos.
Pero existe otra cosa, el Self del paciente, y es necesario que
el terapeuta lo tome en serio, ya que, volvemos a decirlo, el Self
es lo único que es verdaderamente accesible para ayudar a al-
guien. Las nomas sociales no pueden cambiarse por la psicote-
rapia y los instintos no son modificables en absoluto.

9 ¿Qué es lo que está inhibido en la autoconquista?

La génesis, en orden inverso, de la autoconquista es la siguien-


te:

• Necesidad de victoria.
• Aferramiento a la seguridad.
• Vanidad de la personalidad arrogante.
• Introyección.
• Resignación.
• Retirada del Self.

¿Qué es lo que se inhibe principalmente en la autoconquis-


ta? ¿Cuál es la pérdida fundamental que el Self se inflige a sí
mismo? Es la “solución futura" del conflicto lo que se inhibe. Es
la excitación del crecimiento lo que se reprime. La excitación
sexual, la agresividad, la pena pueden, hasta un cierto punto,
ser aliviadas de una manera compartimentada. Pero si no se
sienten cuando uno se arriesga totalmente a ellas, el desinte-
rés, el aburrimiento y la resignación se van a mantener. Los
actos de exteriorización se vuelven sin sentido y esta falta de
sentido es la misma que la excitación de la solución futura. La
interrupción prematura del conflicto, mediante la desespera-
ción, el miedo a perder o el evitar el sufrimiento, inhibe la crea-
tividad del Self, su poder de asimilación del conflicto y de crear
una nueva totalidad.
La terapia, por el contrario, debe liberar la agresividad de su
fijación sobre una única diana: el organismo; llevar los intro-
yectos a la consciencia para que puedan ser destruidos; llevar
los intereses compartimentados, lo sexual, lo social, etc., al con-
tacto y al conflicto; y apoyarse sobre el poder integrador del
Self, su estilo concreto, como concretamente se ha expresado
en la vitalidad de la neurosis.
Muchas preguntas surgen enseguida. ¿La “solución futura"
no surge del futuro, de lo no existente!? ¿Cómo algo que no
existe puede ser inhibido con tanta importancia y hacer tanto
daño? ¿Cómo se recrea el Self? ¿A partir de qué material, con
qué energía, bajo qué forma? “Apoyarse en el poder integra-
dor", ¿no será una actitud de lais-sez-faire1 terapéutico? Y si
cuanto más se aviva el conflicto más se desintegra el Self ¿cómo
el Self va a conseguir mantenerse por encima de todo, y ade-
más crecer? ¿Qué es el “Self”? Vamos a tratar de contestar estas
preguntas en los siguientes capítulos. Vamos a conformarnos
aquí con mencionar brevemente el punto principal.
El Self es el sistema de contactos en el campo organismo-
entorno; y estos contactos son la experiencia estructurada de
la situación presente real. No es el Self del organismo como tal,
ni el receptor pasivo del entorno. La creatividad es la invención
de una nueva solución. La invención consiste a la vez en descu-
brirla y en inventarla, pero esta nueva dirección no puede na-
cer del organismo ni de su “inconsciente”, ya que los dos son
modos conservadores. No puede encontrarse como tal en el
nuevo entorno, ya que incluso si se la encontrara aquí no se la
reconocería como propia. No obstante, el campo existente al
pasar al momento siguiente, es rico en nuevas potencialidades,
y el contacto es su actualización. La invención es original; es el
organismo en crecimiento, el organismo que asimila un nuevo
material y se nutre de otras fuentes de energía. El Self no cono-
ce por anticipado lo que va a inventar, ya que el conocimiento
es la forma de lo que ya se ha producido. Es cierto que el tera-
peuta tampoco lo sabe, ya que no puede vivir el crecimiento en
el lugar del otro; simplemente forma parte del campo. Pero al
crecer, el Self corre riesgos: se arriesga al sufrimiento, si se ha
negado durante mucho tiempo a arriesgarse, y debe, por lo
tanto destruir múltiples prejuicios, introyectos, fijaciones a un
pasado fijo, seguridades, planes y ambiciones; arriesgarse a la
excitación, si puede aceptar vivir en el presente.

Notas

1 En francés en el original. (NdT).

Cap. 8 original de la 141-164 y cap. 9 de 165-183


Tercera parte
Teoría del Self
10
Self, Yo, Ello y Personalidad

1. Plan de los capítulos siguientes


2. El Self es el sistema de los contactos presentes y el agen-
te del crecimiento
3. El Self como actualización del potencial
4. Propiedades del Self
5. el Yo, el Ello y la Personalidad como aspectos del Self
6. El Yo
7. El Ello
8. La Personalidad
10
Self, Yo, Ello y Personalidad

1 Plan de los capítulos siguientes

En lo anteriormente expuesto, hemos tratado algunos proble-


mas que se referían a la percepción fundamental de la realidad,
de la naturaleza animal del hombre y de su maduración, del
lenguaje y de la formación de la personalidad y la sociedad. En
todo esto, hemos tratado de demostrar la actuación del Self
cumpliendo sus funciones de ajuste creativo, a menudo en si-
tuaciones de urgencia y en la resignación forzada, cuando la
nueva totalidad creada es “neurótica” y no parece, de ninguna
manera, ser obra del ajuste creativo. Además, es obvio que he-
mos elegido discutir principalmente aquellos problemas y si-
tuaciones (por ejemplo, la idea del mundo exterior, de lo infan-
til, de lo antisocial) cuya incomprensión tiende a oscurecer la
verdadera naturaleza del Self, según nosotros lo entendemos.
Vamos a tomar ahora un nuevo punto de partida y vamos a
tratar de desarrollar, más sistemáticamente, nuestra noción del
Self y su inhibición neurótica. En primer lugar, volviendo sobre
el material presentado en el capítulo introductorio “La Estruc-
tura del Crecimiento” (que sugerimos que se relea en este pun-
to), vamos a considerar el Self como la función de contactar del
presente real efímero; nos vamos a preguntar sobre sus pro-
piedades y sus actividades, y vamos a estudiar los tres princi-
pales sistemas parciales: Yo, Ello y Personalidad, que, en cir-
cunstancias concretas, parecen ser el Self. Luego, en una crítica
a diferentes teorías psicológicas, vamos a tratar de explicar por
qué nuestra concepción ha sido pasada por alto y por qué otros
puntos de vista, incompletos o erróneos, han llegado a parecer
posibles. Después, desplegando la actividad del Self como un
proceso temporal, vamos a hablar de las diferentes etapas del
proceso de contacto: precontacto, toma de contacto, contacto
final y postcontacto; y esto hace que se vuelva a considerar la
naturaleza del crecimiento como un ajuste creativo. Finalmen-
te, después de haber aclarado, en primer lugar, el análisis freu-
diano habitual de la represión y de la génesis de la neurosis,
vamos a explicar las diferentes configuraciones neuróticas co-
mo diversas inhibiciones del proceso de contactar el presente.
2 El Self es el sistema de los contactos presentes y el agente
del crecimiento

Hemos visto como, en cualquier investigación biológica o socio


psicológica, el tema prioritario concreto es siempre un campo
organismo/entorno. No existe ninguna función de ningún ani-
mal que sea definible salvo como una función de este campo.1
La fisiología orgánica, los pensamientos y las emociones, los
objetos y las personas son abstracciones que solo tienen senti-
do si se vuelven a asociar a las interacciones del campo.
El campo, como totalidad, tiende a completarse a sí mismo, a
buscar el equilibrio más simple posible en cada nivel del cam-
po. Pero, dando por supuesto que las condiciones están siem-
pre cambiando, el equilibrio parcial obtenido es siempre nue-
vo; sería un crecimiento hacia. Un organismo se preserva so-
lamente al crecer. La auto preservación y el crecimiento son
polares, ya que solamente quien se preserva puede crecer me-
diante la asimilación, y solamente quien asimila continuamente
la novedad puede preservarse y no degenerar. Según esto, los
materiales y la energía del crecimiento son los siguientes: la
intención conservadora del organismo para permanecer tal
como ha sido, el entorno nuevo, la destrucción de los equili-
brios parciales anteriores y la asimilación de algo nuevo.
El proceso del contacto es, en general, el crecimiento del or-
ganismo. Por proceso del contacto entendemos buscar la comi-
da y comer, amar y hacer el amor, agredir, tener conflictos, co-
municarse, percibir, aprender, moverse, la técnica y, en gene-
ral, todas las funciones que estarían consideradas, en primer
lugar, como algo que tiene lugar en la frontera de un campo
organismo/entorno.
Al complejo sistema de contactos necesarios para el ajuste
en un campo difícil, lo llamamos "Self. Se puede considerar que
el Self se sitúa en la frontera del organismo, pero esta frontera
no está aislada del entorno; contacta con el entorno; pertenece
a ambos, al entorno y al organismo. El contacto es el tocar to-
cando algo. Pero no se debe pensar en el Self como una institu-
ción fija: existe en donde y cuando existe, de hecho, una inter-
acción en la frontera. Parafraseando a Aristóteles, “Cuando me
pellizco el pulgar, el Self está en el pulgar dolorido”.
(Entonces, supongamos que, al concentrarnos en el rostro
de alguien, se siente que ese rostro es una máscara y uno se
pregunta entonces cuál puede ser el rostro “verdadero”. Pero
esta pregunta es absurda ya que el rostro verdadero de alguien
es una respuesta a una situación presente: si existe peligro, el
rostro verdadero es el miedo; si hay algo interesante, es un
rostro interesado, etc. El rostro real que estaría detrás de un
rostro sentido como una máscara sería una respuesta a una
situación mantenida fuera de la consciencia; y es esta situación
presente, esto es, mantener algo fuera de la consciencia, lo que
expresa la máscara, ya que la máscara es, entonces, el rostro
real.2 Por todo ello, el consejo “sé tú mismo”, dado a menudo
por los terapeutas, es un poco absurdo; lo que quiere significar
es: “contacta con la situación presente”, ya que el Self es úni-
camente este contacto).
El Self el sistema de contactos, integra siempre las funciones
perceptivas y musculares y las necesidades orgánicas. Es cons-
ciente y orienta, agrede y manipula, siente emocionalmente el
carácter apropiado del entorno y del organismo. No hay una
buena percepción que no implique la respuesta muscular y la
necesidad orgánica. Una figura percibida no es nítida y brillan-
te a menos que uno la mire, se interese por ella, se dedique uno
a ella. Del mismo modo, no hay gracia ni habilidad si no hay
interés, sin propiocepción de los músculos y sin percepción del
entorno. La excitación orgánica se expresa, adquiere sentido,
precisamente al darle ritmo y movimiento a las percepciones,
como es evidente en la música. En otras palabras: es el órgano
sensorial quien percibe, es el músculo quien se mueve, es el
órgano vegetativo quien sufre un exceso o una carencia; pero
es el organismo en tanto que totalidad, en contacto con el en-
torno, quien es inmediatamente consciente, manipula o siente.
Esta integración no es pasiva; es el ajuste creativo. En las si-
tuaciones de contacto, el Self es el poder que forma la gestalt en
el campo; o mejor aún, el Self es el proceso figura/fondo en las
situaciones de contacto. El sentido de este proceso de forma-
ción, la relación dinámica del fondo y de la figura, es la excita-
ción, y la excitación es la sensación cuando la relación figu-
ra/segundo plano toma forma en las situaciones de contacto, o
cuando una situación inacabada tiende a completarse. Recípro-
camente, ya que el Self no existe como una institución fija, sino
específicamente como ajuste a los problemas más difíciles e
intensos, cuando estas situaciones están en reposo o se acercan
al equilibrio, el Self disminuye. Es lo que sucede en el sueño o
en cualquier clase de crecimiento cuando se va a producir la
asimilación. Para encontrar el alimento, el hambre, la imagina-
ción, el movimiento, la selección y la acción de comer están
llenos de Self, en el tragar, en la digestión y en la asimilación,
hay poco o ningún Self. También, en el contacto por proximidad
con superficies cargadas, como en el amor, el deseo, el acerca-
miento, el tocar y la relajación total de las energías están llenas
de Self, el paso siguiente se da con un Self disminuido. Lo mis-
mo sucede, también, en los conflictos: la destrucción y la ani-
quilación están llenas de Self, en la identificación y en la aliena-
ción, el Self está disminuido. En resumen, donde, sobre todo
hay conflicto, contacto, formación fondo/figura hay mucho Self;
donde hay “confluencia” (fluir juntos), aislamiento o equilibrio,
hay un Self reducido.
El Self existe donde están las fronteras de contacto en mo-
vimiento. Las áreas de contacto pueden estar restringidas, co-
mo en las neurosis, pero donde quiera que exista una frontera
y se dé un contacto, en cierta medida, hay un Self creativo.

3 El Self como actualización del potencial

El presente es el pasaje del pasado hacia el futuro, y pasado,


presente y futuro son las etapas de un acto del Self cuando con-
tacta la realidad. (Es probable que la experiencia metafísica del
tiempo sea, en primer lugar, una lectura global del funciona-
miento del Self). Lo que es importante subrayar es que la actua-
lidad contactada no es un estado “objetivo”, inmutable y apro-
piado, sino una potencialidad que, en el contacto, se convierte
en realidad.
El pasado es lo que no cambia y lo que, esencialmente, no
puede ser cambiado.3 Al concentrar la consciencia inmediata
en la situación real, el carácter pasado de esta situación está
dado como el estado del organismo y del entorno; pero simul-
táneamente, en el mismo instante de la concentración, lo dado
inmutable se disuelve en múltiples posibilidades y se ve como
una potencialidad. A medida que avanza la concentración, estas
posibilidades se reconvierten en una nueva figura que surge de
la potencialidad, que es el fondo: el Self se experimenta enton-
ces como identificándose con alguna de estas posibilidades y
rechazando otras. El futuro, lo que viene, es la dirección de este
proceso, dirección que se da a partir de múltiples posibilida-
des, hacia una nueva figura única.
(Es necesario subrayar que existe una experiencia de pleno
contacto de un estado objetivo “inmutable”, de un “objeto”. Se
trata de la experiencia de una observación concentrada en algo,
donde se adopta una actitud de confrontación y análisis de un
objeto, pero absteniéndose de intervenir sobre él o de ajustarlo
de alguna manera. Obviamente, la capacidad de asumir esta
actitud, con un Eros vivaz, es lo que produce grandes naturalis-
tas, como Darwin, que estaba acostumbrado a contemplar fas-
cinado una flor durante horas).
Se dice que la inhibición del Self, en la neurosis, es la incapa-
cidad de concebir una situación como cambiante o, al revés, la
neurosis es la fijación sobre un pasado inmutable. Esto es cier-
to, pero la función del Self es algo más que aceptar las posibili-
dades; es también identificarlas y rechazarlas, llegar creativa-
mente a una nueva figura; es distinguir entre las “respuestas
obsoletas” y el comportamiento, único y nuevo, que requiere la
situación.
Podemos nuevamente ver aquí cómo el consejo habitual “sé
tú mismo” puede ser un error, ya que el Self solo se puede sen-
tir como una potencialidad; es, en el comportamiento real, algo
más definido que debe surgir. La ansiedad que despierta este
consejo es el miedo al vacío y la confusión ante un papel tan
indefinido; el neurótico, al compararse con una cierta concep-
ción vanidosa de sí mismo, se siente sin valor, y lo que subyace
a esto es el miedo al comportamiento reprimido que podría
surgir de este vacío.

4 Propiedades del Self

El Self es espontáneo, en “voz media” (como fondo de la acción


y de la pasión), y está comprometido con su situación (en tanto
que Yo, Tú y Ello). Vamos a considerar estas propiedades por
separado, aunque están implicadas entre sí.
La espontaneidad es el sentimiento de poner en acción la re-
lación organismo/entorno en curso, no siendo meramente su
artífice ni su objetivo, sino desarrollándose en él. La esponta-
neidad no es ni directiva, ni autodirectiva; no es algo que se
deje llevar aunque esté esencialmente descomprometida, sino
que es descubrimiento-e-invención según se avanza, junto con
compromiso y aceptación.
Lo espontáneo es a la vez activo y pasivo, a la vez querer y
hacer; mejor dicho: está “en voz media”, es una imparcialidad
creativa; un desinterés, no sólo en el sentido de no excitado o
no creativo, ya que la espontaneidad es eminentemente excita-
ción y creación, sino en el sentido de una unidad anterior (y
posterior) a la actividad y a la pasividad, pero una unidad que
contiene a las dos.4 (Es curioso que este sentimiento de impar-
cialidad o de desinterés, confirmado por personas creativas,
sea interpretado analíticamente, precisamente, como pérdida
del Self más que como el propio sentimiento del Self; pero va-
mos a volver enseguida a este problema). Los extremos de la
espontaneidad son, por un lado, la actitud deliberada y, por el
otro, la relajación.5
Entre las principales clases de funciones de contacto, los
sentimientos se consideran, muy frecuentemente, como el Self
subyacente, “el alma”; esto es así porque los sentimientos
siempre son espontáneos y están en voz media; no se puede
querer ni ser obligado a sentir algo. El movimiento muscular
con frecuencia es predominantemente activo y la percepción
es, a veces, predominantemente pasiva. Pero por supuesto,
tanto el movimiento como la percepción pueden ser espontá-
neos y estar en voz media, como en la danza o en la percepción
estética. El carácter deliberado puede ser, en sí mismo, espon-
táneo, como en el extraño carácter deliberado de un acto de
heroísmo inspirado; lo mismo ocurre en la relajación, cuando
uno se abandona a los favores del ser amado.
Cuando decimos “comprometido con la situación”, quere-
mos decir que no existe un sentimiento de uno mismo o de
otras cosas fuera de la propia experiencia que tenemos de la
situación. El sentimiento es inmediato, concreto, presente y
comprende íntegramente la percepción, el sistema muscular y
la excitación. Vamos a contrastar dos actitudes: cuando nues-
tras percepciones y nuestras propiocepciones nos dan la orien-
tación en el campo, esta orientación se puede considerar, y por
lo tanto sentir, de manera abstracta como un indicador de la
locomoción que nos permite llegar a una meta que nos va a dar
satisfacción; o, también, esta orientación puede sentirse como
el indicador de que se está en el camino y, en un cierto sentido,
que se ha llegado, y que se tiene, a pesar de todo, las referen-
cias propias. Al contactar otra vez con una tarea, se ilumina el
plan con destellos fragmentarios del producto final e, inversa-
mente, el producto final no es la abstracción que se había pen-
sado, sino lo que se clarifica conforme se va ideando y traba-
jando con el material. Más aún, no hay simplemente medios y
fines, sino que, en cada etapa del proceso, se da una satisfac-
ción total y continua. Ser consciente es, en sí mismo, una mani-
pulación y un presentimiento. Si no se recibiera satisfacción, no
se podría nunca hacer nada espontáneamente, ya que uno se
interrumpiría de manera natural para mantenerse en lo que
excita el sentimiento. Por citar un ejemplo exagerado (de Gide),
el guerrero, comprometido en una batalla a muerte, siente apa-
sionadamente el combate y recibe placer en ello.
Por último, comprometido espontáneamente en una preo-
cupación presente y aceptándola según se desarrolla, el Self no
es consciente de si mismo abstractamente sino que toma cons-
ciencia de él cuando contacta algo. Su “Yo” es polar respecto de
un “Tú” y un “Ello”, el Ello es el sentido de los materiales, los
deseos y el fondo; el Tú representa la dirección del interés; el
Yo avanza haciendo las identificaciones y las alienaciones ne-
cesarias.

5 El Yo, el Ello y la Personalidad como aspectos del Self

La actividad de la que acabamos de hablar: la actualización del


potencial y sus propiedades (espontaneidad, voz media, etc.)
pertenecen a un Self comprometido en una especie de presente
generalizado; pero, por supuesto, no existe un momento así
(aunque, en las personas de sentimientos intensos y cualidades
sutiles, los momentos de intensa creatividad no sean raros, a
condición de que estas personas tengan también suerte). La
mayor parte de las veces, el Self crea estructuras concretas an-
te propósitos concretos, poniendo entre paréntesis o fijando
alguna de sus potencialidades para ejercer libremente los
otros; así, hemos mencionado numerosas estructuras neuróti-
cas, pero solo hemos hecho alusión a la estructura en las ob-
servaciones naturales. El sujeto-objeto de una psicología nor-
mal sería la clasificación exhaustiva, la descripción y el análisis
de todas las estructuras posibles del Self. (Este es el sujeto-
objeto de la fenomenología).
Para nuestro propósito, vamos a estudiar brevemente aquí
tres estructuras del Self. El Yo, el Ello y la Personalidad, ya que,
por diferentes razones relacionadas con las categorías de los
pacientes y con los métodos de la terapia, estas estructuras
parciales se toman, en las teorías de la psicología patológica,
por el funcionamiento global del Self.
Como aspectos del Self en un acto simple y espontáneo, el
Ello, el Yo y la Personalidad representan las etapas principales
del ajuste creativo: el Ello es el segundo plano dado, que se di-
suelve en posibilidades, incluyendo las excitaciones orgánicas,
las situaciones inacabadas del pasado que se vuelven conscien-
tes, el entorno vagamente percibido y los incipientes senti-
mientos que conectan al organismo con el entorno. El Yo es la
identificación con y la alienación progresiva de las posibilida-
des, la limitación o el acrecentamiento del contacto en curso,
incluyendo el comportamiento motor, la agresión, la orienta-
ción y la manipulación. La Personalidad es la figura creada en
la que el Self se convierte y asimila al organismo, uniéndola con
los resultados del crecimiento anterior. Evidentemente, todo
esto no es más que el proceso figura/fondo en sí mismo y, en
un caso tan simple, no hay necesidad de proporcionar un nom-
bre concreto a las etapas.

6 El Yo

Una experiencia sana de las más comunes, sin embargo, es la


siguiente: se está en estado de relajación y hay muchos intere-
ses posibles, todos aceptados y todos ligeramente vagos. El Self
es una “gestalt débil”. Entonces, un interés se hace dominante,
y las fuerzas se movilizan espontáneamente, algunas imágenes
se intensifican y las respuestas motoras se inician. En esta eta-
pa, mucho más a menudo, algunas exclusiones y algunas elec-
ciones deliberadas son igualmente necesarias (existen, por
ejemplo, dominancias espontáneas cuando las posibles preo-
cupaciones antagónicas desaparecen por sí mismas). Es nece-
sario dirigir la atención tanto como estar atento, planificar el
tiempo y los recursos propios, movilizar los medios que por sí
mismos no tienen nada de interesante, etc. Esto significa que se
le imponen limitaciones al funcionamiento total del Self y que
las identificaciones y alienaciones actúan en función de estos
límites. Sin embargo, durante este periodo de concentración
deliberada, la espontaneidad existe, aunque, obviamente, en
estado difuso, está en segundo plano, en el acto creador delibe-
rado y en la excitación que sube a primer plano. Por último, en
el apogeo de la excitación, la actitud deliberada se relaja y la
satisfacción es, de nuevo, espontánea.
En esta experiencia, ¿de qué es consciente el Yo, el sistema
de identificaciones, sobre sí mismo? Es deliberado, en voz acti-
va, sensorialmente alerta, agresivo en el plano motor, conscien-
te de que es él mismo en cuanto aislado de esta situación.
La actitud deliberada sana es una restricción consciente de
algunos intereses, percepciones y movimientos, para concen-
trarse en otra parte, con una unidad más simple. Se restringe la
percepción y la propiocepción no “se destaca”: por ejemplo, la
atención puede ser desviada por el sistema motor o, si la exci-
tación orgánica está inhibida, el objeto percibido va a perder su
brillo. Los impulsos motores pueden frenarse por impulsos
motores opuestos. Se pueden inhibir las excitaciones aislándo-
las, no suministrándoles objetos susceptibles de agudizarlas o
intensificarlas, ni proporcionándoles iniciativa muscular capaz
de acumular su ímpetu. (Durante este tiempo, por supuesto, el
interés elegido se está desarrollando y se acumula la excita-
ción).
Estos mecanismos producen necesariamente la sensación de
“estar activo”, de hacer algo, ya que el Self se identifica con el
interés elegido, cargado de energía y parece ser, desde esta
posición central, un agente exterior en el campo. El enfoque en
el entorno se siente como una agresión activa más que como
un crecimiento con y en el entorno, ya que, aquí también, la
realidad no se percibe de acuerdo con su propia claridad es-
pontánea, sino que se elige o se excluye según el interés con el
que se la identifica. Se tiene la sensación de estar construyendo
la situación. Se eligen los medios únicamente en cuanto me-
dios, según el conocimiento previo de situaciones semejantes:
se tiene entonces la sensación de utilizar y de dominar, más
que de descubrir e inventar. Los sentidos están alerta, al ace-
cho, más que ocupados en “encontrar” o en “responder”.
Hay un alto grado de abstracción con respecto a la unidad
perceptivo-motórica-afectiva y al campo total. (La abstracción,
como hemos dicho ya, consiste en una fijación de algunas par-
tes a fin de que otras puedan moverse y ocupar el primer
plano). Se separan entre sí planes, medios y objetivos. Estas
abstracciones se aglutinan en una unidad más estrecha y más
simple.
Finalmente, una abstracción importante, que se siente como
real en la situación de la actitud deliberada, es el Yo en sí mis-
mo. La necesidad orgánica está, efectivamente, restringida al
objetivo, la percepción está controlada y el entorno no está
contactado como el otro polo de la propia existencia, sino que
se mantiene a distancia como el “mundo exterior" del que se es
un agente externo. Lo que se siente como cercano es la unidad
del objetivo, de la orientación, de los medios, del control, etc.; y
es, precisamente, él mismo el actor, el Yo. Entonces, cualquier
teorización, y especialmente, la introspección, es deliberada,
restrictiva y abstracta; así, al construir teorías sobre el Self,
especialmente a partir de la introspección, es el Yo quien surge
como estructura central del Self. Es en un cierto aislamiento
cuando se es consciente de uno mismo y no siempre en el con-
tacto con otra cosa. El ejercicio de la voluntad y el ejercicio de
las técnicas propias de cada uno impresionan por su aparente
energía. Pero, al mismo tiempo, se da un importante factor
neurótico: los actos deliberados se reproducen continuamente
para apaciguar las situaciones inacabadas, de tal manera que
este hábito del Self se imprime en la memoria como una sensa-
ción difusa de uno mismo, mientras que los contactos espontá-
neos tienden a completar la situación y a ser olvidados. Sea
como sea, en las teorías psicoanalíticas ortodoxas de la cons-
ciencia, el hecho es que es el Yo, y no el Self, el que está coloca-
do en el centro (como vamos a ver en detalle en el capítulo si-
guiente).
Es decir, en un mundo paradisíaco de identificaciones y
alienaciones espontaneas sin restricciones deliberadas, el Yo
sería solo un estado de la función del Self. Y si se observa sola-
mente el modo de comportarse, el Yo no tiene peso todavía,
aun cuando la actitud deliberada sea fuerte. Pero, en todas las
teorías sobre la introspección, su peso necesariamente es pe-
sado; y si el sujeto es neurótico, no existe otra cosa en la con-
ciencia salvo el Yo deliberado.

7 El Ello

Para el teórico freudiano ortodoxo, sin embargo, los mensajes


conscientes del paciente neurótico casi no cuentan, considera
sus esfuerzos deliberados como falta de energía. En vez de ello,
este teórico se va en dirección opuesta y considera que la parte
energética, importante, del aparato “mental” es el Ello; pero el
Ello es principalmente “inconsciente”; la introspección no nos
dice nada de él; se le puede observar en el comportamiento,
incluyendo aquí el comportamiento verbal, al que solamente se
otorga una conciencia rudimentaria. Esta concepción de las
propiedades del Ello es, evidentemente, una consecuencia del
método terapéutico: el paciente relajado, la libre asociación y
los significados creados por la concentración no del paciente
sino del terapeuta (cap. 7,4 ss.).
Pero vamos a considerar, más bien, la estructura del Self en
la relación consciente normal. La situación es la siguiente: para
poder descansar, el Self suspende su alerta sensorial y afloja
los músculos de su tono habitual. El Ello aparece, entonces,
como algo pasivo, disperso e irracional; sus contenidos son
alucinatorios y el cuerpo cobra mucha importancia.
La sensación de pasividad proviene de la aceptación sin
compromiso. Deseoso de descanso, el Self no se va a revitalizar
ni va a llevar a la acción el impulso; la iniciativa motora está
completamente inhibida. Una tras otra, las señales momentá-
neas se vuelven dominantes y después se desvanecen, ya que
no se va más allá con ellas. Para el reducido centro de actividad
introspectiva, estas posibilidades parecen ser “impresiones”;
después de aparecer se desvanecen por sí mismas.
Las imágenes que se producen tienden a ser alucinatorias,
hechas de objetos reales e incidentes totalmente exagerados
contactados con un mínimo de esfuerzo, por ejemplo, las imá-
genes hipnagógicas o las fantasías de masturbación. Su energía
proviene de situaciones inacabadas tales que sean susceptibles
de satisfacerse por la simple agitación de la frontera-contacto
por sí misma (cap. 3, 7). Ya que, si las situaciones orgánicas
inacabadas son apremiantes, el descanso resulta entonces im-
posible: el esfuerzo de tratar de imponerse a ellas se convierte
en insomnio, agitación, etc.; pero si son débiles (con respecto al
cansancio del día), pueden ser más o menos gratificadas me-
diante la alucinación. La sexualidad pasiva de la masturbación
combina estas fantasías pasivas con una autoagresión activa
que aquieta la necesidad de una respuesta motora.
El Self parece disperso y está, de hecho, desintegrándose y
desvaneciéndose en una mera potencialidad, ya que existe y
solo se actualiza mediante el contacto. Puesto que tanto la
orientación sensorial como la manipulación motora están inhi-
bidas, ya nada tiene “sentido” y los contenidos parecen miste-
riosos. Una manera de distinguir entre el Yo, el Self y el Ello
sería la siguiente: el Yo deliberado es la unidad abstracta rígida
que pretende un objetivo y excluye las distracciones; la espon-
taneidad es la unidad concreta flexible del crecimiento, del
compromiso y de la aceptación de las distracciones como posi-
bles atracciones; y la relajación es un elemento desintegrador,
que solamente unifica el peso de las sensaciones del cuerpo.
El cuerpo tiene mucha importancia ya que, aceptado que el
sentido y los movimientos se suspenden, las propiocepciones
usurpan el campo. Estas habían sido suprimidas deliberada-
mente, pero liberadas ahora, fluyen hacia la consciencia. Y si no
se les proporciona un centro en el que se las empuje a concen-
trarse, uno acaba por dormirse.

8 La Personalidad

La Personalidad, como estructura del Self, ha sido, también,


profusamente descubierta e inventada en el procedimiento
analítico, especialmente si el método consiste en interpretar y
corregir las relaciones interpersonales. La Personalidad es el
sistema de actitudes asumido en las relaciones interpersonales,
es la asunción de lo que uno es y lo que sirve de base a partir
de la cual se podría explicar el propio comportamiento si se
nos pidiera una explicación así. Cuando el comportamiento
interpersonal es neurótico, la Personalidad consiste en un cier-
to número de conceptos equivocados sobre uno mismo, intro-
yecciones, ideales del Yo, máscaras, etc. Pero cuando se ha
terminado la terapia (y esto sirve para cualquier método de
terapia), la Personalidad es una especie de entramado de acti-
tudes con el que se comprende uno a sí mismo y que se puede
utilizar para cualquier tipo de comportamiento interpersonal.
En el caso que nos ocupa, es el logro final buscado en una se-
sión psicoanalítica; y el resultado es que la estructura “libre”
conseguida así es considerada, por los teóricos, como el Self.
Pero la Personalidad es, esencialmente, una réplica verbal del
Self, es lo que contesta a una pregunta que se nos haga o que
uno mismo se plantee.
Es típico que los teóricos interpersonalistas tengan poco que
decir sobre el funcionamiento del organismo, la sexualidad, las
fantasías recónditas, o también sobre el trabajo técnico de los
materiales físicos, ya que todas estas cosas no están sujetas a
explicación.
¿Cuál es la consciencia que la Personalidad tiene de sí mis-
ma, de la misma manera que nos hemos podido plantear la
pregunta para el Yo y para el Ello? Es autónoma, responsable y
se conoce de arriba abajo cuando desempeña un papel definido
en una situación real.
No se debe confundir autonomía y espontaneidad. La auto-
nomía es una elección libre y supone siempre una sensación de
falta de compromiso básico, seguido de un compromiso. La
libertad se da por el hecho de que la base de la actividad ya se
ha conseguido; uno se compromete a sí mismo según lo que
uno es, esto es, lo que ha llegado a ser. Pero la voz media de la
espontaneidad no tiene la exuberancia de esta libertad ni el
sentimiento de seguridad que aporta el conocimiento de lo que
uno es, del sitio en el que se está, así como de la capacidad para
comprometerse o no; se está comprometido y llevado, no a
pesar de uno mismo, sino más allá de uno mismo. La autono-
mía es menos extrínsecamente activa que la actitud deliberada
y, por supuesto, menos extrínsecamente pasiva que la relaja-
ción, ya que es su propia situación la que se compromete según
su propio papel; no se trabaja, sino que más bien uno es traba-
jado, por algo diferente de uno mismo; por eso se piensa que la
Personalidad libre es espontánea y está en voz media. Pero en
el comportamiento espontáneo, todo es novedad y progresi-
vamente se asimila como propio; en la autonomía, el compor-
tamiento es algo propio porque, en principio, ya se ha conse-
guido y asimilado. La “situación real”, de hecho, no es nueva,
sino que es la imagen en espejo de la Personalidad; se sabe que
es propia y eso hace que nos sintamos seguros.
La Personalidad es “transparente”, se la conoce de arriba
abajo, ya que es el sistema de lo que ha sido reconocido (en
terapia, es la estructura de todos los insights, de todos los
“¡ajá!”). El Self no es del todo transparente en este sentido —
aunque sea consciente y capaz de orientarse—, ya que su con-
ciencia de sí mismo se da en relación a lo otro en la situación
real.

Notas

1 Esto debería ser obvio, pero las abstracciones han llegado a estar tan
arraigadas que es útil insistir en lo evidente y puntualizar los errores más
comunes:
a) Estar de pie, pasear, yacer son interacciones con la gravedad y los
puntos de apoyo. Respirar es respirar el aire Tener una piel o un envol-
torio, interno o externo, supone una interacción con la temperatura, el
clima, las presiones sólidas, fluidas y gaseosas y las densidades osmóti-
cas. La nutrición y el crecimiento son la asimilación de los materiales
nuevos que se han seleccionado, que se muerden, mastican, tragan y di-
gieren. En tales casos, sin embargo, existe una tendencia habitual a abs-
traer al organismo", como cuando se dice "come por su salud", sin tener
en cuenta los alimentos; o también, que se trata de "descansar", sin pen-
sar en el suelo que nos sostiene o que se trata de "respirar" sin hablar de
espirar o inspirar el aire.
b) Toda percepción y todo pensamiento son algo más que meras res-
puestas, están dirigidos a la vez hacia el campo y, al mismo tiempo, pro-
vienen de él. Lo visible (el óvalo de la visión) es tocado por los ojos, y es
la visión; el sonido (las esferas audibles) toca los oídos en la audición y
es tocado por ellos. Los "objetos” de la vista y la audición existen me-
diante el interés, la confrontación, la discriminación y la implicación
práctica. Las causas del cambio y las formas de la permanencia son las
soluciones de la argumentación y la manipulación En estos casos, sin
embargo, hay una tendencia a abstraer el "entorno" o la "realidad" y a
considerarlos como anteriores al “organismo"; tomando esto como base,
los estímulos y los hechos se piensan como anteriores a respuesta y a la
necesidad.
c) Comunicar, imitar, tener cuidado, depender, etc., son la naturaleza so-
cial orgánica de algunos animales. La Personalidad se forma a partir de
las relaciones interpersonales y de las actitudes retóricas; la sociedad,
recíprocamente, se forma por las necesidades interpersonales La sim-
biosis entre los organismos y las fuerzas inanimadas es una interacción
del campo. Las emociones, las preocupaciones, etc., son las funciones-
contacto, definibles solamente como las relaciones, las necesidades y los
objetos. Tanto la identificación como la alienación son modos de desen-
volverse en un campo. Sin embargo, en estos casos, la tendencia común
es abstraer y aislar, tanto al "organismo" como al “entorno", para re-
combinarlos un segundo después.
2 Que expresa: "Soy una persona que no quiere sentir” o “quiero ocultar lo

que siento".
3 Las abstracciones y la “realidad” abstracta e inmutable son construcciones

de la experiencia pasada fija. En esencia, las condiciones “eternas de lo real


se experimentan no como inmutables, sino como renovadas continuamente
permaneciendo iguales.
4Todas las cosas que pueden combinarse deben ser capaces de contactarse

recíprocamente; y esto también es verdad entre dos cosas en donde una


actúa y otra sufre la acción en el sentido propio del término“. (Aristóteles:
De gener. et corrupt. I. 6)
5 Hablar de voz media” supone, de nuevo, una gran dificultad lingüística. en

ingles (como en español NdT), tenemos sobre todo verbos activos y pasivos;
nuestros verbos intransitivos, como “pasear” o “hablar”, han perdido su voz
media y son meramente actividades sin objeto. Esto es una enfermedad del
lenguaje. El griego tiene una voz media regular con, probablemente, el sen-
tido de desinterés que necesitamos aquí: p. ej. dunamai, “tengo el poder de”
o boulomaui, “quiero”. Ocurre lo mismo con algunos verbos prenominales
franceses, s’amuser, “pasárselo bien”, o se promener, “pasearse”. Pero de-
bemos hacer una distinción cuidadosa: la voz media no es exactamente la
acción sobre el Self, que es lo que más adelante vamos a llamar “retrofle-
xión”, un mecanismo, a menudo neurótico. la voz media significa más bien
que el Self actúa o que es actuado, remite al proceso en si mismo como tota-
lidad; se le siente como propio y se está comprometiendo en el. Como, qui-
zás, en el ingles “address on Self to” (esforzarse uno en. NdT).
11
Crítica de las teorías psicoanalíticas del Self

1. Crítica de una teoría que considera el Self como inactivo


2. Crítica de la teoría que aísla al Self dentro de fronteras
fijas
3. Comparación de las teorías expuestas más arriba
4. Los compartimentos filosóficos
5. El miedo social a la creatividad
6. Las bellas artes en la teoría analítica
7. La división entre psicología profunda y psicología gene-
ral
8. Conclusión
11
Crítica de las teorías psicoanalíticas del Self

1 Crítica de una teoría que considera el Self como inactivo

La función-Self es el proceso figura/fondo en los contactos de


frontera en el campo organismo/entorno. Es una concepción
perfectamente observable tanto en la experiencia cotidiana
como en la experiencia clínica y es tan útil también en terapia
que nos preguntamos cómo ha podido ser tan despreciada o se
ha tenido tan poco en cuenta en las teorías actuales. En este
capítulo, vamos a discutir los puntos débiles de estas teorías de
la consciencia (más generalmente conocidas como “Teorías del
Yo”). Más adelante (en el capítulo 13), vamos a ver que la fun-
ción-Self está tratada de manera más apropiada por el mismo
Freud, aunque, debido a una teoría errónea de la represión, es
sobre todo al inconsciente al que asigna el trabajo creativo del
Self.
Las dificultades de las teorías ortodoxas empiezan cuando
hacen una distinción entre consciencia sana y consciencia en-
ferma; consideran, en efecto, la consciencia sana como pasiva,
inactiva desde un punto de vista dinámico en la teoría y tam-
bién, por lo tanto, en la práctica de la terapia. No hace nada.
Solo la consciencia enferma sería eficaz y buscaría la atención
con la finalidad de ponerla “fuera del camino”.
Consideremos el fragmento siguiente, del libro de Anna
Freud El Yo y los mecanismos de defensa:

“Cuando las relaciones entre dos poderes vecinos —Yo y


Ello— son pacíficas el primero cumple admirablemente su
papel de observador del segundo. Las diferentes pulsiones
instintivas están constantemente penetrando desde el ello al
Yo, desde donde consiguen entrar en el sistema motor, por
medio del cual consiguen satisfacción. En los casos favora-
bles el Yo no solo se acomoda a la intrusa sino que pone sus
fuerzas a disposición del otro y se contenta con percibir [...]
Si el Yo, estuviera de acuerdo con la pulsión, no se podría in-
tegrar de ningún modo en este cuadro”.1
Este párrafo contiene, con seguridad, una verdad importan-
te: la pulsión asume la dominancia mediante la autorregulación
organísmica, sin esfuerzo deliberado; hay identificación con lo
que está dado. (Según nuestros términos, el Yo es una fase pro-
gresiva de la función-Self). Pero hay una utilización peculiar de
las palabras cuando habla de la pulsión que “penetra” como un
“intruso” y del Yo que “se acomoda", como si, en circunstancias
favorables, no hubiera un proceso unitario del Self como fondo.
A lo largo de todo el párrafo citado, la carreta está puesta de-
lante de los bueyes: en lugar de partir de un contacto predife
renciado de percepción-movimiento-sentimiento, que después
se desarrolla a medida que los obstáculos y los problemas se
vuelven más concretos, es necesario que el Yo “ponga sus
energías a disposición del otro”, etc.; pero, de hecho, no hay
ninguna “pulsión” que no sea también percepción y movimien-
to muscular.
Es imposible concebir la relación del organismo y el entorno
insinuada en “el Yo se contenta con percibir” para ser conscien-
te y “si no de ninguna manera se podría integrar en este cua-
dro”. La consciencia (awareness) no es inactiva; es orientación,
apreciando y enfocando, eligiendo una técnica; y está presente
en la interacción funcional con la manipulación y la excitación
creciente del contacto en curso. Las percepciones no son sim-
ples percepciones; se aclaran, se avivan y atraen. A lo largo de
todo el proceso, hay descubrimiento e invención y no una sim-
ple observación; aunque la necesidad del organismo sea con-
servadora, su satisfacción solo puede venir de la novedad en el
entorno: la función-Ello se vuelve progresivamente función-Yo
hasta el contacto final y la relajación, justamente lo contrario
de lo que afirma Miss Freud. Es precisamente cuando las cir-
cunstancias son favorables, cuando el Ello y el Yo están en ar-
monía, cuando el trabajo creativo de la consciencia (awareness)
es más evidente y no está “fuera del cuadro”. Si no fuera así,
¿para qué, desde un punto de vista funcional, sería necesaria la
consciencia? ¿Por qué no podría darse la satisfacción, ni rela-
jarse la tensión, mientras el animal está vegetando en un sueño
sin sueños? Es porque contactar la novedad presente requiere
un funcionamiento unificado del todos los poderes.
Vamos a citar otro fragmento para mostrar hasta qué punto
este error teórico, según el cual el sistema de consciencia sería
ocioso puede ser pernicioso para la terapia. El contenido del
libro de Anna Freud (libro, entre paréntesis, que sigue siendo
una contribución valida) es como sigue: la consciencia reflexiva
(consciousness) es lo que es más accesible al tratamiento; son
las “defensas del Yo” fijas las que constituyen la neurosis. Por
supuesto, estamos de acuerdo con esto (aunque deberíamos
hablar de agresiones del Yo más que de defensas del Yo). El
problema, tal como ella lo ve, es el siguiente: ¿cómo descubrir
el Yo en el trabajo? Esto no se puede hacer en una situación
sana, argumenta ella, ya que, en ese caso, el Yo es inactivo.
Tampoco puede ser cuando el Yo sé “defiende’' con éxito, ya
que entonces sus mecanismos están escondidos y la pulsión
está reprimida. Pero, por ejemplo:

"Es la desintegración de las formaciones reactivas io que


permite estudiar mejor la manera cómo se han producido
estas últimas... Durante un cien tiempo, la pulsión y la for-
mación reactiva son, las dos a la vez, perceptibles en el Yo
Otra función del Yo —su tendencia a la síntesis— hace que
este estado extremadamente favorable a la observación ana-
lítica, no se mantenga más que algunos instantes”.2

Démonos cuenta que, aquí, la ‘tendencia a la síntesis” es lla-


mada “otra” función del Yo accesible, lo que se menciona entre
paréntesis al final del capítulo. Pero esta tendencia es lo que
Kant, por ejemplo, consideraba como la esencia del Yo empíri-
co, la unidad sintética de la percepción, y lo que nosotros he-
mos considerado como el principal trabajo del Self, la forma-
ción de la gestalt. Sin embargo, en este párrafo, esta tendencia
sintética es considerada como un obstáculo desafortunado pa-
ra la observación de... ¿qué?... ¡del Yo! Está claro que por Yo,
Miss Freud entiende, aquí, no el sistema de consciencia por
entero, sino lo que es a la vez deliberado, no consciente y neu-
rótico; por lo tanto, no es la consciencia reflexiva lo que es más
accesible al tratamiento, ya que requiere la cooperación del
paciente. La alternativa es lo que hemos sugerido desde el
principio: analizar concretamente la estructura de la síntesis;
se trata de que el paciente se concentre en sus figuras, cómo
son incompletas, distorsionadas, desmañadas, débiles, oscuras,
para después dejar que se desarrollen hasta completarse, no
rodeando la tendencia sintética, sino movilizándola aún más.
En este proceso, la ansiedad se despierta y surgen los conflic-
tos y, al mismo tiempo, el paciente es cada vez más capaz de
hacer frente a su ansiedad que puede volverse excitación res-
piratoria. Así, la teoría del Self se elabora directamente con la
terapia del Self. Pero en la concepción ortodoxa, es al contrario:
no concentrándose en el poder integrador del paciente sino
abusando de la de manera que esté lo más apartado posible, el
analista aprende algo sobre lo que sería el paciente si estuviera
completamente desorientado o paralizado. ¿Y después? ¿El
analista va a reconstruir al paciente a partir de estos elementos
dispares? Sin embargo, es el poder integrador del paciente el
que debería hacer este trabajo. Pero el analista no solamente
no le dice esto para que pueda actuar plenamente, debilitándo-
le todo lo que puede, sino que además no tiene ni idea de lo
que está haciendo.
Una teoría que deja el sistema de consciencia prácticamente
inactivo y, de hecho, incluso como un obstáculo, da una falsa
imagen de la situación sana y no aporta ningún alivio a la situa-
ción neurótica.

2 Crítica de la teoría que aísla al Self dentro de fronteras


fijas

La mayoría de las teorías ortodoxas de la consciencia están


basadas en modelos anteriores. Paul Federa ha elaborado una
teoría del Yo de sus fronteras que es menos típica. (Las citas
siguientes están sacadas de un artículo sobre la Higiene mental
del Yo psicótico). En esta teoría, el Yo no es inactivo, actúa y es
sentido como una unidad sintética existente.

“El Yo reside en la sensación de unidad, de contigüidad y


de continuidad del cuerpo y de la mente que un individuo
puede sentir en la propiocepción de su individualidad... El
Yo es una unidad funcional de catexis, que cambia con cada
pensamiento y percepción reales, pero que conserva la
misma sensación de su existencia dentro de fronteras distin-
tas’.3

Y de nuevo, el Dr. Federn nos pone en guardia contra el


error de considerarlo como pasivo:

“La tentación de creer que se presenta una psicología del


Yo, utilizan do la palabra 'Yo’ en lugar de la palabra 'perso-
nalidad' o ‘individuo’... Cualquier terminología tautológica
sirve fácilmente para auto engañarse. Debemos tener pre-
sente en la mente que el Yo es una unidad psicosomática es-
pecífica catectizada de energía psíquica’.4

El Dr. Federn muestra cómo utilizar esta unidad energética


en terapia. Por ejemplo, las funciones de consciencia específi-
cas, como la abstracción o el pensamiento conceptual, pueden
debilitarse (en la esquizofrenia); la terapia consiste entonces
en reforzarlas mediante ejercicios del Yo.
Hasta aquí, todo va bien. Pero la dificultad, en esta concep-
ción, es la siguiente: si el sistema de contacto es esencialmente
la propiocepción de su individualidad dentro de fronteras dife-
rentes (más que a través de momentos y como una estructura
especial), entonces ¿cómo es posible entrar en contacto con la
realidad fuera de estas fronteras? Es, de lleno, la dificultad a la
que nos enfrenta directamente la siguiente formulación del Dr.
Federn:

“Todo lo que es puro pensamiento es debido a un proceso


psíquico que se sitúa dentro de la frontera mental y física;
todo lo que tiene una connotación de real se sitúa fuera de la
frontera mental y física del Yo”.

En el estado actual de la filosofía, este tipo de formulación


parece perfectamente razonable, pero, de hecho, es absurda. Ya
que ¿cómo se hace consciente la distinción entre “interior” y
“exterior”, entre el “pensamiento” y lo “real"? ¿No será debido a
la consciencia? De este modo, el sistema de consciencia debe*
de alguna manera, contactar directamente lo rea! “externo”; el
sentido del sí mismo (del Self) debe ir más allá de la propiocep-
ción de la propia individualidad. (Hemos argumentado ya, por
supuesto, que la esencia del contacto es estar conectado a la
situación; la función-Self es una función del campo). Es un viejo
problema: ¿cómo, despierto, sabes que estabas soñando y no
que ahora estás soñando? Y la respuesta clásica todavía es vá-
lida: no es mediante una “connotación” especial de la “reali-
dad”, como si la realidad fuera una cualidad separable, sino
mediante la integración, ya que cuanto más consciencia se po-
ne en la situación real, más consistencia hay, más sensaciones
corporales y, sobre todo en este caso, más deliberación muscu-
lar. (Se pellizca uno para ver si se está despierto, no porque no
se pueda soñar también que uno se pellizca, sino porque esto
es lo más evidente, y si todas las evidencias de este tipo están
en consonancia, no existe, entonces, ninguna diferencia entre
estar despierto o dormido). Si el Dr. Federn hablaba del com-
portamiento motor como formando parte de la sensación del
Yo, del mismo modo que la percepción y la propiocepción, lo
absurdo resulta patente porque entonces, en este caso, el
“cuerpo” de un individuo no podría estar separado de las otras
cosas del entorno.
Vamos a ver ahora cómo, de manera dinámica, se llega a la
imagen posible del Dr. Federn. Consideremos las proposiciones
siguientes:

“El Yo mental y el Yo corporal son sentidos por separado,


pero en el estado de vigilia, es siempre de esta manera como
se tiene la experiencia de un Yo psíquico dentro del Yo cor-
poral”.

Ciertamente no siempre. Una situación muy interesante lle-


ga a la consciencia (awareness) con mucha más fuerza de lo
que siente el cuerpo; el cuerpo se siente como parte de esta
situación; o también no es el “cuerpo” lo que se siente como un
todo, sino como el “objeto-en-su-situación”, concretado me-
diante el apetito corporal. En un momento así, el cuerpo se
siente como reducido y vuelto hacia el exterior, hacia el interés.
Pero en lo que parece que piensa el autor es en un momento de
introspección. Es cierto que, en este acto, la “mente" está den-
tro del “cuerpo”, sobre todo si el cuerpo se resiste a ser segun-
do plano y cobra peso por su aburrimiento, su inquietud, sus
picores. Ahora podemos ser capaces de apreciar esta formula-
ción:

“El Yo, como sujeto, es conocido con el pronombre 'Yo' y,


como objeto, se le llama 'Self (sí mismo)”.

Es un lenguaje razonable si se utiliza la introspección como


técnica de observación, ya que en este caso el Yo “mental” es
activo mientras que el Self “mental” y “corporal” es pasivo. Y ya
que la consciencia corporal no es controlable (a menos que la
introspección se convierta en una fantasía vivida), el objeto
‘sensación corporal” es más importante que el sujeto que se
dedica a la introspección. Pero examinemos la lógica de una
manera de hablar así para un uso en general. La consciencia
corporal no es activa en la introspección; ¿qué es entonces el
“Yo” y qué no lo es? Si la consciencia corporal no es el “Yo”, en-
tonces existe un sistema de consciencia más allá de la vigilan-
cia del Yo (esto es. la consciencia (awareness) que no es la in-
trospección). ¿Pero quién se da cuenta, entonces, de la unidad?
Las dos conclusiones son verdaderas y las dos son incompati-
bles con la teoría de Federn Afortunadamente, se puede de-
mostrar la verdadera unidad subyacente mediante un experi-
mento sencillo: a través de la introspección, trata de integrar,
como objetos del “Yo” que actúa, cada vez más partes del Self
corporal más pasivo; poco a poco y, después, de golpe, la mente
y el cuerpo se fusionan, el “Yo” y el Self se unifican, la distinción
sujeto/objeto desaparece y el Self consciente va a contactar la
realidad como percepción o interés por cualquier problema
“externo”, sin intervención de los “meros” pensamientos.
Esto sucede porque el Self, consciente en voz media, rompe
la compartimentación entre mente, cuerpo y mundo exterior.
¿No debemos, por lo tanto, concluir que para la teoría del Self y
su relación con el “Yo” la introspección es un método pobre y
primario de observación, ya que crea una condición especial?
Es necesario empezar explorando una larga lista de situaciones
y de comportamientos llenos de interés. Después, si retoma-
mos la introspección, la situación exacta se hace obvia: el Yo
que se dedica a la introspección es una actitud deliberada y
restrictiva de la consciencia psicocorporal, actitud que excluye
temporalmente la consciencia del entorno y que hace de la
consciencia corporal un objeto pasivo.
Cuando esta restricción deliberada es no consciente (cuando
la función-Yo de alienación es neurótica), se tiene entonces la
sensación de que la frontera del Self es fija y que el centro acti-
vo está aislado. Pero la existencia de esta sensación se convier-
te en una actitud. Es así como tenemos, del mismo modo, “sim-
ples” pensamientos, vacíos de “realidad”. Pero, en el contexto
de la introspección consciente, los pensamientos son la reali-
dad: son la situación real cuando se excluye el entorno. El Self
encerrado en sus fronteras, y su centro activo son, entonces,
una buena gestalt.
Pero, en general, el Self consciente no tiene fronteras fijas;
en cada caso, existe mediante el contacto con una situación real
y está limitado por el contexto de su preocupación, por el inte-
rés dominante y las correspondientes identificaciones y aliena-
ciones.
3 Comparación de las teorías expuestas más arriba

La discusión de las teorías más arriba citadas aporta luz a al-


gunos dilemas, de naturaleza opuesta, en las psicologías con-
temporáneas habituales:

(a) Como Anna Freud, se conserva el campo funcional, la


interacción del organismo y del entorno (instinto y gratifi-
cación), pero se hace inactivo el poder sintético del Self.
(b) Como Federa, se mantiene el poder sintético del Self
cortando al Self (los pensamientos) del entorno (la reali-
dad).

Pero estos dilemas pueden resolverse si se mantiene en la


mente lo que está dado en primer lugar, un fondo unificado de
funciones perceptivas, motoras y afectivas, y que la función-
Self es un ajuste creativo en el campo organismo/entorno.
Podemos abordar ahora el tema suscitado al principio de es-
te capítulo: ¿cómo es posible que la función-Self sea tan exage-
radamente mal conocida y que, como es notorio, la teoría del
Yo sea la parte menos desarrollada del psicoanálisis? Vamos a
mencionar cuatro causas que están asociadas a esto:

(1) El ambiente filosófico que separa mente, cuerpo y mun-


do exterior.
(2) El miedo social a la espontaneidad creativa.
(3) La división histórica entre la psicología de lo profundo v
la psicología general.
(4) Las técnicas activas y pasivas de psicoterapia.

Estas son las causas que han conspirado para producir los
elementos habituales de la teoría del Yo.

4 Los compartimentos filosóficos

Clásicamente, el método de la psicología consiste en proceder a


partir de los objetos de la experiencia hacia los actos, después
hacia los poderes, siendo estos últimos el sujeto-objeto pro-
piamente dicho (por ejemplo, de la naturaleza de lo visible ha-
cia la realidad de la visión, después al poder de ver, como parte
del alma orgánica). Esta es una secuencia razonable, que va
desde lo que se observa a lo que se infiere. Pero si se trata de
una experiencia neurótica, surge una curiosa dificultad: los
poderes anormales producen actos deformados que, a su vez,
dan objetos defectuosos. Por lo tanto, si procedemos a partir de
este mundo vivido de manera desfigurada, vamos a inferir
equivocadamente los poderes de la experiencia y los errores se
reforzarán unos a otros en un círculo vicioso.
Hemos visto, en el capítulo 3, cómo la reacción ante una si-
tuación de urgencia epidémica crónica y de baja intensidad
consiste en percibir un mundo de la Mente, del Cuerpo y del
Mundo Exterior compartimentado. Ahora, los objetos de un
mundo exterior de este tipo son de tal manera que requieren
ser rechazados mediante una voluntad agresiva (más que me-
diante una interacción en un proceso de crecimiento) y, desde
un punto de vista cognitivo, son extraños, están fragmentados,
etc., de manera que solo se los puede conocer mediante un ra-
zonamiento abstracto y elaborado. El Self, que se infiere enton-
ces a partir de la experiencia de unos objetos así, sería enton-
ces el Yo deliberado que acabamos de describir. Pero esta infe-
rencia está reforzada por el hecho de que una hipertonía cróni-
ca de la musculatura no consciente, una percepción en estado
de alerta máxima y una propiocepción reducida exageran la
sensación de voluntad y de consciencia: el Self esencial es el Yo
deliberado aislado. Ocurre lo mismo en la relación Mente-
Cuerpo: una agresividad de autoconquista domina los apetitos
y las ansiedades; la observación y la teoría en la medicina tien-
den a considerar cada vez más esta relación como una invasión
debida a venenos externos y microbios; y la práctica médica
consiste en una higiene estéril, curas químicas, vitaminas y
analgésicos. Se ignoran los factores de depresión, de tensión y
de sensibilidad. En general, el comportamiento que no tiene en
cuenta la unidad del campo impide así la aparición de eviden-
cias que podrían ir en contra de la teoría actual. Hay poca crea-
tividad aparente, falta el contacto, la energía parece venir de
dentro” y las partes de la gestalt parecen situarse “dentro de la
mente”.
Teniendo en cuenta esta teoría (y el sentimiento) de un Yo
activo aislado, vamos a ver, entonces, el problema que se le
plantea al médico. Si se tiene en cuenta seriamente el poder de
síntesis del Yo respecto al funcionamiento fisiológico, existe
una finalidad en la autorregulación organísmica, ya que el Yo
va a intervenir más que aceptar y desarrollarse; pero cualquier
interferencia en la autorregulación provoca la enfermedad psi-
cosomática; en la teoría y en la práctica, un Yo relativamente
sano es tratado como un espectador inactivo. La prueba es que
al Yo aislado le falta, verdaderamente, energía, no cuenta mu-
cho. Además, si se tiene en cuenta con seriedad el poder de
síntesis del Yo respecto a la realidad, tenemos el mundo del
psicótico, un mundo de proyecciones, de racionalizaciones y de
sueños; en consecuencia, en una situación relativamente sana,
al final se hace la distinción entre los “meros” pensamientos y
la “realidad”; el Yo está fijado en sus fronteras.
Es interesante darse cuenta de lo que ocurre cuando una
parte de la compartimentación filosófica se disuelve, pero que-
da otra parte. Tanto en la teoría como en la terapia, Wilhelm
Reich restableció, completamente, la unidad psicosomática.
Pero, a pesar de algunas concesiones a la evidencia obvia, sigue
todavía considerando lo animal como funcionando fundamen-
talmente dentro de la piel, por ejemplo, el orgasmo es compa-
rado con las pulsaciones de la vejiga; el “organismo' no está
tomado como una abstracción del campo existente. ¿Qué pasa
entonces en su teoría? Se consideran las situaciones-contacto
en la frontera como pulsiones contradictorias y, para descubrir
su unidad, no se puede buscar la síntesis creativa de Wilhelm
que se debe dejar la superficie sociobiológica y explorar en las
profundidades biológicas; cualquier energía humana viene “de
dentro". Hay un desencanto cada vez mayor de cualquier posi-
bilidad de solución creativa de las contradicciones de la super-
ficie, por ejemplo en la cultura o en la política (pero, por su-
puesto, es evidente que este desencanto es una de las causas de
la retirada teórica de la superficie). En terapia, el método llega
al final simplemente tratando de hacer conscientes los oráculos
del cuerpo. El poder creativo del Self se atribuye completamen-
te a la autorregulación no consciente del organismo, a pesar de
todas las pruebas aportadas por las ciencias humanas, el arte,
la historia, etc. Después, en un segundo momento, saltando por
encima de la frontera de contacto, la unidad reprimida del
campo es proyectada de manera abstracta hacia los cielos y por
todas partes, como un poder biofísico que energetiza directa-
mente (y ataca directamente) al organismo desde el “exterior”.
Esta abstracción y proyección (“la teoría del orgón") se acom-
paña de un positivismo científico obsesivo. (Esto no quiere de-
cir que la fuerza biofísica de Reich sea necesariamente una ilu-
sión, ya que la mayor parte de las proyecciones, de hecho, con-
siguen su objetivo; pero lo que es una ilusión es la noción de
que una fuerza así, si es que existe, pueda ser directamente
efectiva sin pasar por los canales de la asimilación y de creci-
miento ordinarios del hombre).
Por otra parte, supongamos que la compartimentación del
entorno social sea disuelta, aunque no se alcance la unidad psi-
cosomática sino que se pague solo la palabrería. Entonces he-
mos llegado a la concepción de los teóricos interpersonales (La
Escuela de Washington. Fromm, Horney, etc.). Estos últimos
reducen el Self a lo que hemos llamado más arriba Personali-
dad y, entonces, es sorprendente pero inevitable, nos dicen que
la mayor parte de la naturaleza biológica es neurótica e “infan-
til”. Pero a su constitución le falta, concretamente, vitalidad y
originalidad; y precisamente donde se podía esperar que fue-
ran los mejores por sus iniciativas sociales innovadoras y revo-
lucionarias, nos encontramos con que su filosofía social es es-
pecialmente insípida, que solo es un vestíbulo de espejos en
donde se reflejan personalidades libres pero vacías.

5 El miedo social a la creatividad

Esto es para las divisiones del campo, el fondo del contacto.


Vamos a ver ahora la formación de la gestalt en el campo, la
espontaneidad del Self.
Como hemos tratado de mostrar en el capítulo 6, hay un
miedo epidémico a la espontaneidad. Es lo “infantil” por exce-
lencia, ya que no tiene en cuenta lo que se llama la “realidad”;
es irresponsable. Pero vamos a considerar el comportamiento
social ante un tema político corriente y vamos a ver lo que es-
tos términos quieren decir. Hay un tema, un problema; y hay
dos partidos en oposición: los términos en los que el problema
está planteado están cogidos de los políticos, de los derechos
adquiridos y de la historia de estos partidos, y estos se creen
que tienen los únicos enfoques posibles al problema. Los parti-
dos no se constituyen a partir de la realidad del problema (sal-
vo en los grandes momentos revolucionarios), ya que el pro-
blema solo va a ser considerado como “real” si se sitúa en un
marco aceptado. Pero, de hecho, ninguno de los políticos de la
oposición va a reconocer espontáneamente esto como la solu-
ción real al problema real, y se está, por lo tanto, continuamen-
te enfrentado con una elección “del menor daño posible". Natu-
ralmente una elección así no suscita ni entusiasmo ni iniciativa.
A esto es a lo que se llama ser “realista”.
El enfoque creativo de una dificultad se sitúa precisamente
en lo opuesto: trata de hacer avanzar el problema hasta un ni-
vel diferente a través del descubrimiento o la invención de un
tercer nuevo enfoque, que es esencial al tema y que se impone
por sí mismo espontáneamente. (Esto entonces sería a la vez la
política y el partido). Cada vez que la elección consiste simple y
exclusivamente en el “mal menor”, es probable que no haya un
conflicto real, sino solamente la máscara de un conflicto real
que nadie quiere mirar de frente. Nuestros problemas sociales
están, generalmente, planteados para ocultar los conflictos
reales y para impedir las soluciones reales, ya que estas po-
drían comportar graves riesgos y cambios. Sin embargo, si un
hombre expresa espontáneamente su molestia real o simple-
mente su mentido común y llega a un ajuste creativo sobre este
tema, se dice de él que es escapista, que no es práctico, que es
utópico, que no es realista. Es la manera comúnmente admitida
de plantear el problema, y no el problema, lo que se toma como
la “realidad”. Podemos observar este comportamiento en las
familias, en la política, en las universidades o en la vida profe-
sional. (Y después nos sorprendemos de ¡hasta qué punto po-
dían ser estúpidas las sociedades antiguas, en algunos aspec-
tos, cuando ya hemos superado sus formas sociales! Vemos
ahora que no había ninguna razón para que un enfoque espon-
táneo o con un poco más de sentido común no hubiera podido
resolver sus problemas, impedir una guerra desastrosa, etc.,
etc. Salvo que, como nos demuestra la historia, sea cual sea la
novedad del enfoque nuevo que se haya sugerido en la época,
sencillamente no era “real”).
La mayor parte de la realidad del Principio de Realidad con-
siste en estas ilusiones sociales y se mantiene debido a la auto-
conquista. Es evidente si consideramos que en las ciencias na-
turales y en la tecnología en donde estas ilusiones llegan al má-
ximo, cualquier suposición, deseo, esperanza o proyecto se sos-
tienen sin la menor culpabilidad ni ansiedad; el tema real no es
"conforme a”, sino que es observado con fascinación y experi-
mentado con temeridad. Pero, en otros asuntos (en donde es
necesario salvar el honor), tenemos el siguiente ciclo: el Prin-
cipio de Realidad transforma la espontaneidad creativa en
inactiva, peligrosa o psicótica; la excitación reprimida se vuelve
más agresivamente contra el Self creativo, y la “realidad” de la
norma es vivida como la verdadera realidad.
La timidez más lamentable no es el miedo al instinto ni el
miedo a hacer daño, sino el de hacer algo de una manera nue-
va, que nos sea propia, y olvidarse de hacerla si realmente no
se está interesado. Pero la gente consulta manuales, a las auto-
ridades, a los periodistas, a la opinión informada. ¿Cuál puede
ser, entonces, la imagen de uno mismo que se saca? Esto no es
asimilación, menos todavía creatividad. Es introyección. Aña-
dido y regurgitación.

6 Las Bellas Artes en la teoría analítica

Se puede observar un ejemplo precioso de la represión de la


espontaneidad por parte de la teoría analítica en su manera de
tratar las Bellas Artes y la poesía, justamente donde cabría es-
perar que la espontaneidad creativa ocupara el primer plano.
Hace ya mucho tiempo, Freud dijo que el psicoanálisis podía
tratar temas elegidos por los artistas y los bloqueos de su crea-
tividad (estos son los temas de su Leonardo), pero 110 la inspi-
ración creativa, que sigue siendo un misterio, ni la técnica, que
pertenece al terreno de la historia del arte o de la crítica de
arte. La mayoría se ha adherido a este dictamen (no siempre
con la gracia humanista con la que Freud lo había formulado);
y cuando no se estaba de acuerdo con esta frase, se considera-
ba el arte como un síntoma neurótico especialmente virulento.5
Sin embargo, ¡qué extraordinaria concepción! El tema y la inhi-
bición, efectivamente, están a lo largo de cualquier actividad,
sea la que sea. Son solamente la fuerza creativa y la técnica las
que crean al artista y al poeta; de este modo, lo que se llama
psicología del arte es una psicología de no importa qué, pero
ciertamente no del arte.
Pero vamos a considerar, concretamente, estos dos temas
prohibidos y, en concreto, la técnica. Para el artista, es obvio, la
técnica, el estilo lo es todo: siente la creatividad como su exci-
tación natural y su interés por el tema (que encuentra “fuera”,
es decir, en las situaciones inacabadas del pasado y los aconte-
cimientos diarios). Pero la técnica es su manera de dar forma a
lo real para que se vuelva aún más real: ocupa el primer plano
de su consciencia, de su percepción, de su manipulación. El
estilo es él mismo, lo que exhibe y comunica: el estilo, y no los
deseos banales reprimidos ni las noticias del día. (Que la técni-
ca de la forma sea lo que comunica en primer lugar es, con se-
guridad, evidente mediante el Rorschach o cualquier otro test
proyectivo. Con seguridad, no son las manzanas de Cézanne las
que son interesantes, aunque ayuden también en algún senti-
do, sino la manera cómo las trata, lo que hace, concretamente,
con esas manzanas).
El desarrollo de la superficie de lo real, la transformación
del tema aparente o apenas esbozado en el medio material, es
la creatividad. En este proceso, no hay para nada ningún miste-
rio, salvo el simple misterio verbal: no hay nada que se conozca
por anticipado, sino algo que se hace y que después se conoce y
de lo que se puede hablar. Pero esto es verdad para cualquier
percepción y manipulación que se enfrenta a una novedad y
forma una gestalt. En la medida en la que como en los experi-
mentos psicológicos, podemos aislar una tarea y repetir sus
partes idénticas, podemos predecir la totalidad que va a ser
espontáneamente percibida o realizada; pero en todas las
preocupaciones importantes, pertenezcan al arte o al resto de
la vida, el problema y las partes son siempre, de alguna mane-
ra, nuevas, la totalidad es explicable, pero no previsible. Incluso
así, es a través de una experiencia muy común (cotidiana) co-
mo se crea la totalidad.
El “misterio” de la creatividad se mantiene para los psicoa-
nalistas porque no la buscan donde es evidente: en el contacto
corriente y sano. ¿Pero dónde se podría esperar encontrarla en
los conceptos clásicos del psicoanálisis? No en el Superyo, ya
que inhibe la expresión creativa; la destruye. Ni en el Yo, ya que
no crea nada, sino que observa o ejecuta o suprime y se defien-
de. El Yo no puede ser el creador, ya que el artista no puede
explicarse a sí mismo; lo que dice es: “No sé de dónde me viene
eso, pero si estáis interesados en cómo lo hago, esto es lo que
hago”, y entonces empieza una explicación técnica aburrida
que pertenece a la crítica del arte o a la historia del arte, pero
no a la psicología. Los psicoanalistas suponen, por lo tanto, que
lo creativo se podría encontrar en el Ello, y ahí, muy escondido.
Sin embargo, en realidad, el artista no es no consciente de lo
que hace; de hecho, es plenamente consciente. No lo pone en
palabras, no teoriza sobre él, salvo a posteriori. Pero hace algo
al dedicarse al material que emplea como medio y al resolver
un problema nuevo en estado bruto que se va a refinar a medi-
da que el artista avanza.
Al teorizar a partir de un Yo autoconquistador, el psicoanáli-
sis no puede dar ningún sentido a esta clase de contacto que es
excitante y cambia la realidad. Y la desgracia de nuestra gene-
ración es que esta clase de Yo esté tan extendido que lo que
hace el artista parezca (extraordinario. En lugar de teorizar
sobre el Yo a partir de los casos más interesantes de creativi-
dad, que son (a este respecto) los casos normales, se elabora la
teoría a partir de la media y se consideran los casos interesan-
tes como misteriosos o virulentamente neuróticos.
También se habría podido rastrillar la teoría, sencillamente,
a partir de la espontaneidad de los niños que, con un aplomo
perfecto, alucinan la realidad y, sin embargo, saben reconocer-
la, que juegan con la realidad y la cambian, sin ser para nada
psicóticos. Pero, por supuesto, son infantiles.

7 La división entre psicología profunda y psicología gene-


ral

Históricamente, el psicoanálisis se desarrolló estando en auge


de la psicología asociacionista, cuando el arco reflejo y el refle-
jo condicionado eran considerados como la base de las asocia-
ciones. La teoría funcional y dinámica de Freud estaba en fran-
co desacuerdo con estas concepciones que le parecía que per-
tenecían a un mundo diferente; y era, de hecho, la tregua a la
que se había llegado, una división de mundos. El mundo del
consciente que Freud concedió a los asociacionistas (y a los
biologicistas), y el mundo de Los sueños que cogió para él y del
que hizo un mapa correcto a partir de señales funcionales. En
la frontera entre estos dos mundos, allí donde surgen los sue-
ños en el estado de vigilia, sucede lo que Freud ha llamado, con
una brillante intuición (¿de desprecio?), la “elaboración secun-
daria"; no era, realmente, ni primordial ni energetizante, pero
era un intento de dar un sentido a esto de acuerdo con las “le-
yes de la realidad", esto es, las asociaciones (Volveremos sobre
el proceso primario y el proceso secundario de Freud en el ca-
pítulo 13). Durante este tiempo, los psicólogos cada vez han
demostrado mejor que estas asociaciones eran, verdaderamen-
te, las leyes de la realidad, construyendo situaciones experi-
mentales que cada vez tenían menos interés vital y en las que
la respuesta tendía a ser, efectivamente, un reflejo: laberintos y
descargas, en donde las reacciones no eran ya secundarias sino
terciarias o cuaternarias, hasta la depresión nerviosa. (Si la
psicología en el estudio de los ajustes creativos, la psicología de
los reflejos es la rama penal de la física).
De vez en cuando, es cierto, Freud señalaba que las leyes del
sueño podían ser las leyes de la realidad, pero él no veía cómo
reconciliar las divergencias. No obstante, en verdad, simple-
mente a partir de bases lógicas, aceptando estos dos mundos,
el del sueño, con las leyes del placer y sus deformaciones fan-
tásticas, y el de la realidad consciente, con su no placer y sus
asociaciones a través de la adicción, es difícil evitar la pregunta
epistemológica recurrente: ¿con cuál consciencia unitaria se
distinguen estos dos mundos, y cuáles son las leyes de este sis-
tema unitario?
En la psicología general se produce la revolución gestáltica:
es sobre todo un retorno a las concepciones antiguas. (Porque
el trabajo del pensamiento y del comportamiento no es un te-
ma desconocido o recóndito para los clásicos, y los antiguos,
aunque no eran fervientes experimentadores, también han he-
cho algún experimento). Se llega a concebir la percepción, la
abstracción, la resolución de problemas como totalidades que
se forman y que dan forma, una necesidad de acabar las tareas
en curso. Se habría podido esperar, por lo tanto, un acerca-
miento inmediato entre la psicología de la Gestalt y el psicoa-
nálisis, una síntesis del contacto y de la psicología profunda y,
por lo tanto, de nuevo, una teoría funcional del Self, del Ello, del
Yo y de la Personalidad. Pero no es esto lo que ha ocurrido. Es a
los gestálticos a quienes hay que atribuir la falta de audacia
para hacerlo ya que a los psicoanalistas no les ha faltado auda-
cia. En primer lugar, durante años, para refutar a los asociacio-
nistas, los psicólogos de la Gestalt se han dedicado a probar
que las totalidades percibidas eran “objetivas” y fundamental-
mente físicas, y no subjetivas o el resultado de tendencias emo-
cionales. Sin embargo, ¡qué sorprendente victoria hubieran
podido conseguir! Ya que los gestálticos se han dedicado a ir a
buscar en la naturaleza física las tendencias a la totalidad, han
insistido sobre él contexto y la interrelación de todas las partes
con el fin de reforzar su psicología; pero es solo en el caso de
los sentimientos humanos donde el principio gestáltico ¡no se
puede aplicar! ¡Una emoción no es una parte verdadera de la
percepción que la acompaña: no entra en la figura!
En segundo lugar, con la ambición de ganar esta victoria,
han esterilizado cuidadosamente (controlado) las situaciones
experimentales, haciéndolas cada vez menos potencialmente
interesantes, y esto sea cual sea el tema. Y sin embargo, con
una maravillosa ingenuidad, han sido capaces de demostrar la
gestalt. No obstante, su mismo éxito debería haberles alarmado
y haberles servido de evidencia contraria, ya que esto iba en
contra de su principio básico del contexto: allí donde todas las
funciones están movilizadas por una necesidad real es donde la
gestalt es más evidente. Lo que hubieran debido hacer como
experimentación es exactamente lo contrario: demostrar el
debilitamiento de la tendencia a coger forma cuando la tarea se
conviene en una simple tarea de laboratorio, abstracta, aislada,
sin interés. (Era, desde el principio, la táctica de los experimen-
tos con animales). En tercer lugar, se aferraron desde el princi-
pio al método científico de laboratorio formal. Pero conside-
remos la siguiente dificultad: ¿qué sucede si la verdadera cosa
que ofrece la explicación esencial, el poder creativo de la exci-
tación viva, se retira de esta situación o interviene en el expe-
rimento, altera los controles, contamina la situación, quizás se
niega a someterse al experimento e insiste en el problema que
existe, no en un problema abstracto? En tal caso, en interés de
la ciencia, se debe abandonar el fetichismo del “método cientí-
fico", comúnmente admitido. El experimento debe ser real y
significativo, en el sentido de hacer una diferencia personal, de
hacer un esfuerzo sofisticado hacia la felicidad y, por lo tanto,
una asociación en la que el "experimentador” v el “sujeto” sean
los dos humanos. Estudios así están lejos de ser posibles Políti-
camente, existen en comunidades, cooperativas; social y médi-
camente, existen en proyectos como el del Centro Médico
Peckham: y existen en cada sesión de psicoterapia.
Sea como sea, hace ahora dos generaciones que estamos en-
frentados a una situación anormal: las dos escuelas de psicolo-
gía más dinamicas avanzan en paralelo con una escasa interac-
ción. E, inevitablemente, es justo su base de encuentro, la teo-
ría del Self la más perjudicada y la menos desarrollada.

8 Conclusión

En último lugar, los métodos utilizados en la psicoterapia mis-


ma han oscurecido las verdaderas teorías del Self y del creci-
miento, y han tenido tendencia a confirmar las teorías de un Yo
inactivo o puramente resistente, de un Ello no consciente, de
una Personalidad simplemente formal, etc. Han producido si-
tuaciones de observación y empleado criterios de curación, en
los que la evidencia confirma prima facie este tipo de teorías. A
lo largo de «este libro, nosotros hemos dado ejemplos de cómo
ha ocurrido esto.
Sin embargo, sería injusto acabar este capítulo poco amisto-
so sin decir lo siguiente:
Con todos sus defectos, ninguna otra disciplina, en los tiem-
pos modernos, ha transmitido la unidad del campo organis-
mo/entorno salvo el psicoanálisis. Si tenemos en cuenta las
grandes líneas más que los detalles, podemos ver que en medi-
cina, psicología, sociología, derecho, política, biología, biofísica,
antropología, historia de la cultura, urbanismo, pedagogía y
otras especialidades, el psicoanálisis ha descubierto e inventa-
do una unidad. En cada caso, los especialistas científicos han
rechazado, debidamente, las simplificaciones y las reducciones;
no obstante, podemos ver que en sus mismas respuestas a los
errores del psicoanálisis empiezan a utilizar los términos del
psicoanálisis, y que las evidencias dirigidas a demostrar la au-
sencia de pertinencia del psicoanálisis no habían sido tenidas
en cuenta, de ningún modo, antes de la llegada del psicoanáli-
sis.

Notas

1 Anna Freud: El Yo y los mecanismos de defensa. Ed. Paídos. Buenos Aires,


1950; 1971
2 Op. cit.
3 Esta es una buena descripción de lo que nosotros llamamos más arriba
(10, 8) la Personalidad. El Self en tanto que tal no siente su propia existencia
como la unidad de su contacto en acción.
4 Paul Federn, “Mental Hygiene of the Psychotic Ego”, American Journal of
Psychothetapy, julio 1949, p. 256-371.
5 Una excepción notable es la de Rank, cuyo libro Art and the Artist está
más allá de cualquier elogio.
12
El ajuste creativo: I.
Pre-contacto y toma de contacto

1. Fisiología y psicología
2. Precontacto: periódico y aperiódico
3. Primeras etapas del contacto
4. La creatividad gratuita
5. Creatividad/ajuste
6. Las emociones
7. Excitación y ansiedad
8. Identificación y alienación
9. Identificación y alienación
12
El ajuste creativo:
I. Pre-contacto y toma de contacto

1 Fisiología y psicología

Aunque no hay ninguna función del organismo que no sea


esencialmente una interacción en el campo organis-
mo/entorno, la gran mayoría de las funciones animales tiende
siempre, en gran parte, a completarse a sí mismas dentro de la
piel, protegidas y fuera de la conciencia; no son las funciones-
contacto. Los contactos se dan en la "frontera" (por supuesto,
la frontera es cambiante y puede incluso, en el caso del dolor,
asentarse profundamente “en el interior” del animal) y, esen-
cialmente, son contacto con lo nuevo. Los ajustes orgánicos son
de naturaleza conservadora; se han construido dentro del or-
ganismo durante una larga historia filogenética. Es probable
que, en algún momento, todas las funciones internas fueran
también funciones-contacto, que se aventuraran en el entorno
y lo soportaran (por ejemplo, peristaltismo/motricidad, diges-
tión osmótica/tocar, mitosis/sexualidad, etc.); pero ahora, in-
cluso en las situaciones urgentes, la regulación se hace con un
contacto mínimo con lo nuevo.
El sistema de ajustes conservadores que hemos heredado es
la fisiología. Por supuesto, está integrado y se autorregula co-
mo un todo; no es una serie de reflejos elementales: a esta tota-
lidad de la fisiología, los antiguos solían llamarla el “alma”, y la
“psicología” (ciencia del alma) incluía también el estudio de la
fisiología. Pero nosotros preferimos proponer que el sujeto de
la psicología es el conjunto específico de ajustes fisiológicos
que también están en relación con lo que no es fisiológico, es
decir, los contactos en la frontera en el campo organis-
mo/entorno. La diferencia entre la fisiología y la psicología es
el conservadurismo autorregulado y casi autónomo del “alma”
por un lado, y la confrontación y la asimilación de la novedad a
través del "Self’. Se va a ver a partir de esto que es esta actitud
de estar presente en una situación y el ajuste creativo lo que
conforman la función del Self.
En un cierto sentido, el Self no es más que una función de la
fisiología; pero, por otra parte, no es de ningún modo una parte
del organismo sino una función del campo, es la manera cómo
el campo incluye al organismo. Vamos a ver estas interacciones
entre la fisiología y el Self

2 Precontacto: periódico y aperiódico

Toda función fisiológica se completa a sí misma internamente.


Pero, a fin de cuentas, ninguna función puede seguir haciéndo-
lo (el organismo no puede “auto preservarse") sin asimilar algo
del entorno, sin crecer (o descargar algo en el entorno y morir).
Así, las situaciones fisiológicas inacabadas excitan periódica-
mente la frontera-contacto debido a alguna carencia o a algún
exceso, y esta periodicidad se aplica a cada función, ya sea el
metabolismo, la necesidad de orgasmo, la necesidad de dividir-
se, la necesidad de actividad o de reposo, etc. Y todo esto se
traduce en uno mismo como deseos o apetitos, el hambre, la
necesidad de excretar, la sexualidad, el cansancio, etc.
Se puede ver así por qué la respiración juega un papel tan
interesante en la psicología y en la terapia, (la "psique“o el
"animus” son la respiración). La respiración es una función fi-
siológica, pero la frecuencia de su necesidad del entorno es tan
frecuente y tan continua que está siempre a un paso de hacerse
consciente, una especie de contacto. Y en la respiración se pue-
de ver, por excelencia, que el animal forma un campo; el en-
torno es “interno” o lo impregna de manera esencial a cada
instante. Así la ansiedad, trastorno de la respiración, acompaña
a todas las perturbaciones de la función-Self. Por tanto, el pri-
mer paso en terapia es contactar con la respiración.
Las funciones conservadoras se vuelven también contacto,
cuando una disfunción consciente genera una situación nueva.
Son los dolores aperiódicos. Vamos a distinguir los deseos pe-
riódicos y los dolores aperiódicos. En el deseo y en los apetitos,
la figura de contacto se desarrolla (por ejemplo, la sed y la po-
sibilidad de agua), mientras que el cuerpo (el desequilibrio)
pasa a segundo plano y se difumina cada vez más. (Esto es cier-
to también en la necesidad de excretar, que no es más que unas
ganas sanas de “soltar”). En el dolor, se presta cada vez más
atención al cuerpo, que se convierte en figura en primer plano.
Hay una máxima clásica terapéutica que dice: "El hombre sano
siente sus emociones, el neurótico siente su cuerpo”. Esto, por
supuesto, no es negar, sino más bien sugerir que en la terapia
se intenta ampliar el área de la consciencia inmediata del cuer-
po, ya que precisamente a causa de que determinadas zonas no
se pueden sentir, las otras están indebidamente tensas durante
la excitación y se sienten como dolorosas.
En el sistema fisiológico conservador se producen otras no-
vedades debido al efecto de estímulos del entorno, de percep-
ciones, de venenos, etc. Son estímulos aperiódicos. O bien son
acogidos y encuentran una respuesta en forma de necesidad o
apetito, y en ese caso se convierten en centros de la figura de
contacto en desarrollo, con el cuerpo cada vez más como fondo,
o bien no son pertinentes, ni agradables u otras cosas por el
estilo, y en ese caso se convierten en dolor; el cuerpo pasa al
primer plano, y se intenta aniquilar la novedad que es figura
para tratar de que vuelva a ser no consciente.
Por último, hay novedades en la fisiología que son especial-
mente funestas para la neurosis: las perturbaciones de la regu-
lación conservadora del organismo. Supongamos, por ejemplo,
que un deseo o un apetito no encuentran su satisfacción en el
entorno y que las funciones de urgencia (rabia, sueño, desma-
yo, etc.) no pueden operar o están agotadas; entonces se va a
hacer un reajuste fisiológico, un intento de restablecer un nue-
vo sistema conservador no consciente ajustado a las nuevas
condiciones. Va. a ocurrir lo mismo si el entorno impone exi-
gencias dolorosas y crónicas o si hay cuerpos extraños que se
mantienen en el organismo. Obviamente, todos estos ajustes
fisiológicos ad hoc no pueden organizarse fácilmente de una
forma coherente con el sistema conservador heredado; funcio-
nan mal, generando dolor y enfermedad. Sin embargo está cla-
ro que forman parte de la fisiología secundaria, ya que la nove-
dad no llega a la consciencia ni al ajuste creativo, sino que se
vuelve ella misma no consciente y se autorregula orgánica y
pobremente. La postura corporal deformada es un ejemplo. No
siendo ya novedades, estas estructuras no aparecen en el Self,
en el contacto, pero son evidentes, como vamos a verlo, preci-
samente en los defectos y fijaciones del funcionamiento del Self
Es un ajuste pobre entre la fisiología heredada y la nueva que
se produce en el Self, de nuevo, en las situaciones de urgencia o
en los síntomas periódicos teñidos de dolor.
Es por lo tanto con la aparición de la novedad cuando la fi-
siología se convierte en contacto. Hemos distinguido las si-
guientes clases:
1. Deseos y apetitos periódicos, en los que el contacto
se desarrolla hacia el entorno.
2. Dolores aperiódicos, en los que el contacto se desa-
rrolla hacia el cuerpo.
3. Estimulaciones que se desarrollan ya sea como apeti-
tos (emociones) ya sea como dolores.
4. Reajustes fisiológicos asociados a las condiciones del
entorno, que aparecen como carencias en la estructu-
ra de contacto o por medio de síntomas periódicos.

Estas excitaciones físicas, o precontactos, inician la excitación


psicológica del proceso figura/fondo.

3 Primeras etapas del contacto

Las excitaciones en la frontera-contacto prestan su energía a la


formación de una figura-objeto más simple, más nítida, acer-
cándola, evaluándola, superando los obstáculos, manipulando y
alterando la realidad, hasta que la situación inacabada se com-
plete y la novedad se asimile. Este proceso de contacto (tocar el
objeto amado, interesante o apetecible; o excluir del campo,
evitando o aniquilando, el objeto peligroso o doloroso) es, en
general, una secuencia continua de figuras y fondos, al vaciarse
cada fondo de su energía para prestársela a la figura que surge
y que, a su vez, se convierte en fondo en beneficio de otra figu-
ra más nítida. Todo el proceso es una excitación creciente del
consciente. Observemos que la energía implicada en la forma-
ción de la figura proviene de los dos polos del campo, el orga-
nismo y el entorno. (Cuando se aprende algo, por ejemplo, la
energía proviene de la necesidad de aprenderlo, del medio so-
cial, de la enseñanza, pero también del poder intrínseco del
sujeto-objeto. Se piensa comúnmente, pero en nuestra opinión
es un error, que el “interés” del sujeto-objeto solo surge de
quien aprende y de su rol social).
El proceso de contacto es una totalidad única, pero se puede
distinguir, por comodidad, la siguiente secuencia de figuras y
de fondos:

1. Precontacto: el cuerpo es el fondo; el apetito o el estí-


mulo ambiental es la figura. Es lo que es consciente
(awareness) como “dado” o el Ello de la situación, lo que
va a disolverse en posibilidades.
2. Toma de contacto:
(a) la excitación del apetito se convierte en el fondo, y
algún “objeto” o conjunto de posibilidades es la fi-
gura. El cuerpo disminuye (o, al contrario, en el do-
lor, se convierte en figura). Hay emoción.
(b) hay elección y rechazo de las posibilidades, agresión
para acercarse y superar los obstáculos, orientación
y manipulación deliberadas. Estas son las identifi-
caciones y las alienaciones del Yo.
3. Contacto final: sobre un fondo que comprende el en-
torno indiferente y el cuerpo, un objetivo vivo se desta-
ca como figura y se contacta con él. Se relaja cualquier
actitud deliberada y hay una acción unitaria espontánea
de percepción, de movimiento y de sentimiento. La
consciencia inmediata logra su mayor claridad en la fi-
gura del Tú.
4. Postcontacto: hay una interacción flotante entre el or-
ganismo y el entorno que no es una relación figu-
ra/fondo; el Self disminuye.

En este capítulo vamos a tratar las dos primeras clases de


contacto, y en el siguiente vamos a estudiar las dos últimas.
El apetito parece estimularse por algo del entorno o surgir
espontáneamente del organismo. Pero es evidente que el en-
torno no sería la excitación, el estímulo, si el organismo no es-
tuviera dispuesto a responder. Además, se puede frecuente-
mente demostrar que es un apetito vagamente consciente el
que ha empujado algo en el camino de este estímulo en el mo-
mento adecuado. La respuesta va a buscar al estímulo.
El apetito se mantiene, sin embargo, generalmente vago has-
ta que encuentra algún objeto del que pueda ocuparse; es el
trabajo del ajuste creativo lo que intensifica la consciencia de lo
que se quiere. Pero en los casos de una necesidad extrema, de
una deficiencia o un exceso fisiológicos extremos, el apetito
espontáneo puede dibujarse con una claridad y una precisión
cercana a la alucinación. A falta de un objeto, puede fabricarlo
esencialmente a partir de fragmentos de recuerdos. (Es lo que
ocurre en la “repetición” neurótica, cuando la necesidad tiene
una influencia tan dominante y los medios de acercamiento
son tan arcaicos y poco adaptados que un ajuste creativo co-
rriente, que asimilaría la novedad real, es imposible). La aluci-
nación que va a hacer desaparecer el entorno es una función de
emergencia, pero llama nuestra atención sobre lo que ocurre
en las situaciones corrientes.
En el caso, más deseable, de un apetito fuerte pero vago, que
puede encontrar posibilidades en el entorno, el Self funciona
como sigue: la tendencia a alucinar, a fabricar el objeto, da vida
a algo que es percibido de manera real; se concentra espontá-
neamente en él, se acuerda de él y lo anticipa. A lo que se en-
frenta no es ya al mismo objeto que había percibido un mo-
mento antes, sino a un objeto hecho de percepción y de imagi-
nación que se destaca de un segundo plano de excitación cre-
ciente. Una figura así ya es una realidad creada.
Mientras tanto, el comportamiento motor va añadiendo
también otros elementos nuevos a la totalidad que se modifica
rápidamente, dirigiendo su atención y acercándose a él. Hay un
inicio agresivo de posibilidades nuevas; si hay obstáculos, la
rabia y la aniquilación alteran la realidad. Y, en general, la téc-
nica y el estilo de cada uno, las posibilidades de manipulación
que ha aprendido, determinan lo que se percibe como “objeto”
y le añaden algo.
Es decir, desde el principio hasta el final de la secuencia, ex-
citado por la novedad, el Self disuelve lo dado (tanto del en-
torno como del cuerpo y sus hábitos) en posibilidades y crea
con ellas una realidad. La realidad es un pasaje del pasado al
futuro, es lo que existe, es aquello de lo que el Self es conscien-
te, es lo que descubre e inventa.

4 La creatividad gratuita

A menudo el Self parece, efectivamente, responder con dificul-


tad a las excitaciones orgánicas y a los estímulos del entorno,
pero actúa como si, alucinando un objetivo y ejercitando su
técnica, se creara espontáneamente un problema para forzar
su crecimiento, Esta clase de “acto gratuito” es extremadamen-
te interesante. A primera vista puede parecer neurótico, ya que
pone el acento exageradamente en la creación en detrimento
del ajuste; puede parecer que es una huida fuera de la realidad,
una simple alucinación. Sin embargo, probablemente, es una
función normal, ya que, dando por sentado, ciertamente, la
complejidad y la sutileza del campo que tiene el ser humano, es
posible que el éxito para ser espectacular requiera la capacidad
de elaborar, de vez en cuando, proyectos bastante inapropia-
dos, “crearse problemas uno mismo" y también prescindir de la
utilidad en beneficio del juego. Es cierto que, aunque la mayor
parte de las veces la sabiduría sea el resultado de resolver las
necesidades obvias, las características más significativamente
humanas, la sabiduría y la locura, siempre han parecido ini-
cialmente gratuitas. Además, en las acciones gratuitas neuróti-
cas, que son una huida de la realidad, debemos distinguir dos
aspectos: en primer lugar, la expresión sana de situaciones
inacabadas no conscientes (los proyectos que se quedan solo
en palabras, las iniciativas para estar muy ocupado, las activi-
dades substitutivas, etc.). Pero también está la expresión de la
insatisfacción con la que uno se limita a sí mismo, el deseo de
cambiar sin “saber” cómo, y de ahí las aventuras imprudentes,
que de hecho son a menudo perfectamente razonables e inte-
gradoras, pero que se sienten como imprudentes solamente
por parte del neurótico. Y además, como solía decir Yeats, sin
un toque de imprudencia no existe ni cortesía ni poesía.
Consideremos de nuevo el enorme gasto de esfuerzo hu-
mano para crear una realidad con un aspecto más deseable, ya
sea partiendo de percepciones e imágenes, como en el arte, ya
sea a partir de esencias y de explicaciones, como en las ciencias
especulativas. En cierto aspecto, este esfuerzo es completa-
mente gratuito; es el trabajo de la frontera-contacto sola. (El
aspecto no gratuito de las artes es, obviamente, la abreacción
catártica, la belleza haciendo de sentimiento previo para dar
salida a una situación inacabada reprimida; y las ciencias espe-
culativas tienen, por su parte, la utilidad de una aplicación
pragmática). Aunque el juicio ingenuo de la belleza y la verdad
(un juicio normalmente practicado en la antigüedad y analiza-
do de una vez por todas por Kant) tiene que ver con la propia
superficie externa: no es un ajuste del organismo al entorno, ni
la consumación satisfactoria de un impulso orgánico en el en-
torno, sino que es un ajuste del campo entero al Self, a la super-
ficie de contacto. Como bien dijo Kant, hay una sensación de
intención, sin que haya intención. Y el acto es puro Self, ya que
el placer es desinteresado y espontáneo, el organismo está fue-
ra de uso. ¿Quizás esto tenga una función? En un campo difícil y
conflictivo, donde casi nada puede existir sin una actitud deli-
berada, prudencia y esfuerzo; la belleza es, de repente, un sím-
bolo del Paraíso en donde todo es espontáneo:“las fieras no
tienen colmillos y las rosas no tienen espinas”; o, también, las
fieras tienen colmillos y los héroes saben ganar o perder con
grandeza; un mundo en donde, como dijo Kant, la felicidad es el
premio a las buenas intenciones. Entonces, esta creatividad
gratuita de la consciencia inmediata es verdaderamente re-
creativa para el animal que requiere recreo. Nos ayuda a rela-
jar nuestra prudencia habitual para que podamos respirar.

5 Creatividad/ajuste

En su mayor parte, sin embargo, se puede considerar que la


creatividad del Self y el ajuste organismo/entorno son polares:
no puede existir uno sin el otro. Dando por sentado la novedad
y la diversidad ilimitada del entorno, ningún ajuste sería posi-
ble solamente por la autorregulación conservadora que hemos
heredado. El contacto debe ser una transformación creativa.
Por otro lado, la creatividad que no está continuamente des-
truyendo y asimilando un entorno dado por la percepción y
resistiendo la manipulación, es inútil para el organismo y per-
manece como algo superficial y falto de energía; no se convier-
te en algo profundamente excitante y pronto languidece. No le
sirve para nada al organismo ya que no hay consumación de
situaciones fisiológicas inacabadas sin, al final, un nuevo mate-
rial asimilable que provenga del entorno.
Este último punto es evidente por lo que respecta, por
ejemplo, al déficit metabólico como el hambre, la alimentación
o cualquier otro apetito; pero a veces se descuida en las situa-
ciones inacabadas de la neurosis (secundariamente fisiológi-
cas). Es verdad según la instancia ortodoxa sobre la “transfe-
rencia” en el proceso de cura psicoanalítico, ya que la relación
con el analista es una situación social real. Y el cambio de acti-
tud del paciente cuando cambia su agresión desde sí mismo
hacia sus introyectos para asimilarlos o regurgitarlos, consti-
tuye un cambio en la realidad. Sin embargo, vamos a ir más
lejos y decir lo siguiente: la actitud deliberada, aprender co-
rrectamente a interpretar su propio caso e incluso sentir su
propio cuerpo y sus emociones, no resuelven, al final, ningún
problema. Hacen la solución, de nuevo, posible; vuelven a
transformar la fisiología secundaria no consciente en un pro-
blema de contacto creativo; pero entonces la solución debe
vivirse. Si el entorno social todavía es refractario al ajuste crea-
tivo, si el paciente no puede ajustarlo a sí mismo, entonces tie-
ne que ajustarse él mismo, otra vez, al entorno social y mante-
ner su neurosis.
Entonces la creatividad, sin el consiguiente ajuste, queda
superficial, en primer lugar porque no se da salida a la excita-
ción de la situación inacabada y porque decae el simple interés
en el contacto. En segundo lugar, porque, al manipular la resis-
tencia es como el Self se implica y se compromete; el conoci-
miento, la técnica, cada vez más elementos del pasado acabado
se vuelven a poner en juego y se cuestionan y, muy pronto, las
dificultades “irrelevantes” (la irracionalidad de la realidad)
demuestran ser los medios que permiten la exploración de uno
mismo y el descubrimiento de lo que uno verdaderamente
busca. Las frustraciones, la rabia, las satisfacciones parciales
nutren la excitación; esta última se alimenta en parte del orga-
nismo, y en parte del entorno resistente, destruido y evocador.
Por hacer de nuevo una comparación con las Bellas Artes: en
Croce, la idea según la cual el momento creativo sería la intui-
ción del conjunto y el resto solo sería una mera ejecución, es
verdadera y a la vez profundamente falsa. La intuición vislum-
bra el producto final: este se proyecta desde el principio como
una alucinación, pero el artista no comprende el sueño, no sabe
lo que pretende; es la manipulación del medio lo que le revela,
en la práctica, su intención y le obliga a realizarla.

6 Las emociones

Para ilustrar la transición desde las excitaciones y estímulos


del precontacto a la formación de la figura creativa de la fase
de toma de contacto, vamos a considerar las emociones.
La emoción es la consciencia inmediata e integradora de la
relación entre el organismo y el entorno. (Es la figura en pri-
mer plano de varias combinaciones de propiocepciones y de
percepciones). Como tal, es una función del campo. En psicote-
rapia, esto se puede demostrar experimentalmente mediante la
concentración y los ejercicios musculares, es posible movilizar
combinaciones concretas del comportamiento corporal, des-
pertando una especie de excitación y de agitación, como, por
ejemplo, apretar y aflojar la mandíbula, apretar los puños, em-
pezar a jadear, etc., así como el sentimiento de una rabia frus-
trada. Ahora, si a esta propiocepción se le añade la consciencia
del entorno, ya sea con la imaginación o a través de la percep-
ción de algún objeto o de alguna persona con la que se puede
estar enfadado, inmediatamente surge la emoción con toda su
fuerza y claridad. De modo contrario, en una situación emocio-
nal, la emoción no es sentida hasta que se acepta el correspon-
diente comportamiento corporal: ya que es al cerrar el puño
cuando se empieza a sentir rabia.
(Así, la teoría de James-Lange sobre las emociones —la
emoción es una condición del cuerpo, y es al huir cuando se
empieza a sentir miedo— es, en parte, cierta; lo que se debe
añadir a esto es que la condición física también es una orienta-
ción pertinente y una manipulación potencial del entorno; es
decir, el miedo no es el hecho de correr, sino el de huir, huir de
algo).
Cuando se piensa en el funcionamiento de un organismo en
su entorno, es evidente la necesidad de estas combinaciones
integradoras. El animal debe saber inmediatamente y con cer-
teza cuáles son las relaciones del campo; y debe sentirse empu-
jado por este conocimiento. Las emociones constituyen este
conocimiento motivante que le permite al animal experimentar
el entorno como suyo, crecer, protegerse y este tipo de cosas.
Por ejemplo, tener ganas de algo es la intensificación del apeti-
to referido a un objeto distante para superar la distancia o
cualquier otro obstáculo; la pena es la tensión de la pérdida o
la falta de aceptación de la ausencia del objeto en el campo,
para poder después retirarse y recuperarse; la rabia es la des-
trucción de los obstáculos que se oponen al apetito; el resenti-
miento es un ataque contra un enemigo demasiado poderoso e
inevitable para no capitular por completo; la compasión es, al
ayudar a los otros, evitar o destruir la pérdida que se siente
como propia, y así sucesivamente.
En la secuencia de figuras y fondos, las emociones toman el
control de la fuerza motivacional de los deseos y de los apeti-
tos, ya que la motivación, definida por su referencia objetiva; es
de este modo más fuerte. Pero, a su vez, las emociones, excepto
en ajustes muy sencillos, entregan su fuerza motivacional a los
sentimientos aún más fuertes y más definidos, los vicios y vir-
tudes concretos (por ejemplo, el valor, la obstinación, la de-
terminación, etc.), que impulsan las orientaciones y las mani-
pulaciones más complicadas, especialmente cuando son deli-
beradas. En esta transición, de nuevo se ve cómo se van confi-
gurando tanto el organismo (las virtudes y los vicios son hábi-
tos) como el entorno.
Vamos a decir algo más sobre las emociones. Es claro que las
emociones no son impulsos confusos o rudimentarios, sino
estructuras funcionales netamente diferenciadas. Si la emoción
es burda, es que la globalidad de esta experiencia es burda.
Aunque es cierto que las palabras que encontramos en el dic-
cionario sobre las emociones son pocas y mal descritas. Expre-
sar las emociones que se sienten en la experiencia sensible re-
quiere matiz y reserva, y muchas referencias objetivas. Las
obras de arte plásticas y musicales son un puro lenguaje de
emoción, elaboradas para afirmar las convicciones.
Las emociones son los medios de lo cognitivo. Lejos de ser
obstáculos para el pensamiento, son informaciones únicas so-
bre el estado del campo organismo/entorno y son irremplaza-
bles; son nuestra manera de hacemos conscientes de la perti-
nencia de nuestras preocupaciones: la manera en que el mundo
se presenta ante nuestros ojos. Como algo cognitivo, son fali-
bles pero se las puede corregir, no dejándolas de tener en
cuenta, sino viendo si se las puede desarrollar hacia sentimien-
tos más estables que acompañen a la orientación deliberada,
por ejemplo, pasando del entusiasmo del descubrimiento al
convencimiento, o de la lujuria al amor.
Finalmente, en psicoterapia, en el “aprendizaje de las emo-
ciones”, se ve que sólo un método unitario y combinado puede
ser de alguna utilidad: debemos concentramos a la vez en el
mundo de los “objetos” (relaciones interpersonales, lo imagi-
nario, recuerdos, etc.) y en la liberación del apetito y de la mo-
vilidad del cuerpo, así como en la estructura de este tercer
elemento, la emoción del Self.

7 Excitación y ansiedad

La excitación persiste y aumenta a lo largo de la secuencia del


ajuste creativo y culmina en el momento del contacto final. Es-
to es así también aunque los obstáculos y los conflictos sin con-
trol impidan la apoteosis. En ese caso, la excitación genera una
perturbación espectacular del propio Self organizador. La rabia
se transforma en un ataque de nervios; es la pena y el abati-
miento, y quizás también la alucinación (ensueño de victoria,
de venganza, de gratificación). Estas son las funciones de ur-
gencia que permiten relajar la tensión y volver a empezar de
cero la próxima vez, aunque es obvio que la necesidad psicoló-
gica y su excitación se mantienen inacabadas. Este proceso de
frustración total y de explosión sin límites no es patológico,
pero, no hace falta decirlo, y a pesar de la opinión de muchos
padres, es inútil para aprender lo que sea, ya que el Self está
perturbado y no hay nada que asimilar.
Pero supongamos ahora que la excitación sea interrumpida.
Observemos la respiración agitada que constituye un factor
significativo en todas las formas de excitación: cuando se inte-
rrumpe la excitación, se contiene la respiración. Esto es la an-
siedad.
El caso más claro de ansiedad sana es el susto, el corte de la
sensación y del movimiento en los que se está totalmente com-
prometido para afrontar un peligro repentino. Esta situación
puede ser especialmente traumática si se la compara con el
miedo corriente. En el miedo, el objeto peligroso se prevé; se
adopta una actitud deliberada y se está a la defensiva respecto
a lo que sea, y, sin embargo, cuando es necesario retirarse por-
que el peligro es demasiado grande, el acercamiento al entorno
se mantiene abierto; más tarde, cuando se acrecienten el cono-
cimiento y el poder, va a ser posible enfrentarse de nuevo al
peligro para evitarlo o destruirlo. En el susto, la amenaza de
dolor y de castigo surge repentinamente y nos desborda com-
pletamente; la respuesta consiste entonces en cortar el contac-
to con el entorno, es decir, hacerse el muerto y retirarse, pero
dentro de la propia piel. La ansiedad, la excitación que ha sido
bloqueada de repente a nivel muscular, continúa agitándonos
durante bastante tiempo hasta que se puede volver a respirar
libremente otra vez.
Una sociedad antisexual está destinada a producir, en sus
niños, esta situación traumatizante con una frecuencia y una
eficacia máxima. Porque la sexualidad tiende al secreto (y ellos
quieren, naturalmente, exhibirla); los niños se meten con toda
facilidad en situaciones en las que existe mayor posibilidad de
ser sorprendidos y, cuando son sorprendidos, el castigo no tie-
ne ninguna relación con su experiencia de causas y efectos, con
lo que suele parecer exagerado. Una sociedad así es una tram-
pa perfectamente calculada.
Existen otras formas en las que el susto puede interrumpir
también la respiración y generar ansiedad. En general, existe
una especie de relación entre el susto y estas otras formas.
Freud eligió el coitus interruptus, que interrumpe el apogeo del
contacto, como una causa concreta de la ansiedad primaria (la
neurosis real), acompañada de síntomas neurasténicos. Es
probable también que la interrupción castigue la excitación
agresiva en un momento de conflicto o de rabia, constituyendo
la causa de la resignación y de la conquista de uno mismo, al
evitar la ludia previa como “algo que no merece la pena”. La
excitación también se puede interrumpir mucho antes, en la
etapa de fijarse en un objeto del entorno, lo que llevaría a las
proyecciones. Vamos a hablar de los diferentes tipos de inte-
rrupciones en el capítulo 15.
Sea cual sea la fase del contacto en donde se produzca la in-
terrupción, el susto y la ansiedad tienen como efecto volverse
prudente respecto al apetito original y controlarlo desviando la
atención de él, distrayendo el interés con otras cosas, conte-
niendo' la respiración, apretando los dientes, endureciendo los
músculos abdominales, retrayendo la pelvis, apretando el rec-
to, etc. El deseo o el apetito volverán a aparecer, por supuesto,
pero ahora, restringido al plano muscular, es doloroso, ya que
las necesidades y los apetitos tienen tendencia a expandirse y a
expresarse. Es decir, se produce ahora un cambio en la secuen-
cia: el cuerpo que servía como fondo en disminución, en bene-
ficio del desarrollo del Self, ahora es la figura, y el Self, en su
estructura del Yo deliberado y activo en el plano motor, se
convierte en el fondo. Este proceso es ahora plenamente cons-
ciente; es un intento de ajuste creativo, que trabaja sobre el
cuerpo en lugar de sobre el entorno.
Pero si esta supresión deliberada se mantiene, se van a dar
todas las posibilidades para que se convierta en una represión,
con una actitud deliberada no consciente. La naturaleza de la
represión va a ser el tema del capítulo 14.

8 Identificación y alienación

I. Conflicto

En el trabajo de la toma de contacto, podemos definir la fun-


ción del Yo: identificar y alienar, determinar las fronteras o el
contexto. “Aceptar un impulso como propio” significa, en la
secuencia, considerar que forma parte del fondo en el que se va
a desarrollar la figura siguiente, (Es lo que Freud quería decir
con “el Yo forma parte del Ello”). Esta identificación es a menu-
do deliberada; el Yo va a funcionar bien, en sus orientaciones y
manipulaciones si se identifica con los fondos que, de hecho,
van a desarrollar buenas figuras, a condición de que estos fon-
dos tengan energía y verosimilitud. (Por eso, Freud decía: “El
Yo que forma parte del Ello es fuerte, el Yo separado del Ello es
débil”).
Pero vamos a continuar, de nuevo, con el proceso. Con res-
pecto al proceso, el fondo y la figura son polares. Solo se puede
tener la experiencia de una figura en relación a su fondo y, sin
su figura, el fondo, simplemente, forma parte de una figura más
vaga y más amplia. La relación entre el fondo y la figura, en la
creatividad, es dinámica y cambiante. La excitación en ascenso
fluye desde el fondo hacia la figura, que se vuelve cada vez más
concreta y definida. (Repitiéndolo de nuevo, esto no significa
simplemente “catectizar” la figura, ya que una parte de la ener-
gía proviene del fondo ambiental, como debe ser, ya que sola-
mente una energía nueva es la que puede completar una situa-
ción inacabada). Se libera la energía para la formación de la
figura cuando las partes caóticas del entorno “encuentran” una
excitación instintiva, la definen y la transforman y ellas mismas
se destruyen y se transforman. Dejar que el fondo retroceda
progresivamente, permite que suba la excitación. En la etapa
de la emoción, el cuerpo-fondo disminuye y las posibilidades
ambientales ocupan más sitio; después el fondo se delimita y
deliberadamente es apropiado como de uno mismo, y por últi-
mo, la actitud deliberada se relaja, el sentimiento del Yo activo
se desvanece y solo queda, momentáneamente, la figura y una
sensación de espontaneidad, sobre un fondo vacío.
Solo se puede hablar de aceptar algo cuando existe también
la tendencia a rechazarlo. Cuando la identificación con un im-
pulso, un objeto o un medio es espontánea y obvia, como en la
fascinación o en el empleo de actividades de experto, y cuando
cualquier otra cosa está fuera de cuestión, entonces no es útil
distinguir el Self del Ello y el Yo. Lo que es aceptado por el Yo
es un conflicto consciente y el ejercicio de la agresividad. El
conflicto es una perturbación de la homogeneidad del fondo e
impide la emergencia de la siguiente figura nítida y vivaz. Las
excitaciones del conflicto hacen dominantes las figuras alterna-
tivas. Cuando el fondo está ocupado, si se trata de unificar en
una sola figura para llegar a una solución fácil (es decir, cuando
se coge a uno de los adversarios y se excluye al resto o cuando
se escoge un compromiso fácil y se hace de esta elección el
fondo de la actividad en curso), este intento desemboca obliga-
toriamente en una gestalt débil, a la que le falta energía. Por el
contrario, si lo que se escoge es el conflicto mismo, entonces la
figura va a ser excitante y llena de energía, pero también va a
estar llena de destrucción y sufrimiento.
Todo conflicto es, fundamentalmente, un conflicto en los
fondos de acción, un conflicto de las necesidades, los deseos,
las fascinaciones, las imágenes de uno mismo, los objetivos
alucinados; y la función del Self es vivirlos hasta el final, sufrir
la pérdida, cambiar y modificar lo dado. Cuando, por el contra-
rio, los fondos son armoniosos, rara vez existe un conflicto
verdadero en la elección de los objetivos, los recursos o las
normas de conducta del primer plano; más bien, inmediata-
mente se encuentra o se inventa algo, que se confirma como
mejor que las otras alternativas. El caso del asno de Buridan
que, con “un único” apetito, se deja morir de hambre ante dos
opciones iguales es raro. (Incluso aun cuando haya una autén-
tica indiferencia ante los objetos —unas galletas exactamente
iguales en una bandeja—, el apetito forma también la gestalt de
escoger “una muestra de una clase”, y la indiferencia misma se
convierte en una cualidad positiva). La existencia de un conflic-
to fuerte en el primer plano es señal de que el verdadero con-
flicto en el segundo plano está alienado y oculto, como en la
duda obsesiva. (Disimular podría ser el deseo de no querer
conseguir nada en absoluto, o de estar dividido en dos).
Desde este punto de vista, vamos a considerar nuevamente
el significado de la proposición “excitar el conflicto es debilitar
el Self y el método terapéutico de abordar un peligro así. La
fuente del peligro es que una parte del Self ya está aparente-
mente implicada en alguna figura débil, porque ya se ha hecho
antes una elección fácil. Si se acepta una nueva excitación a
partir de un fondo alienado, el conflicto va a destruir este “Self’
débil, es decir, el Self va a perder la poca organización que te-
nía; por eso se dice que desvaloriza la nueva excitación. Pero,
de hecho, el Self solo está aparentemente implicado en la figura
débil, ya que el Self no es la figura que crea, sino el acto de
crear la figura; esto es: el Self es la relación dinámica de la figu-
ra y del fondo. Por lo tanto, el método terapéutico que puede,
únicamente, reforzar el Self consiste en insistir en relacionar la
figura débil del primer plano (por ejemplo, el concepto que
puede tener un hombre de sí mismo) con su fondo; llevar el
fondo, más plenamente, a la conciencia. Supongamos, por
ejemplo, que el primer plano es una racionalización verbal que
está aferrada con fuerza. La pregunta terapéutica no debería
ser examinar, si la proposición es verdadera o falsa (ya que se
plantearía un conflicto de objetos), sino descubrir cuál es el
motivo para el uso de estas palabras. ¿Realmente es necesario
saber si es o no verdadera?, o ¿sería una manipulación?, ¿de
quién?, ¿sería un ataque?, ¿contra quién?, ¿sería un apacigua-
miento?, ¿un intento de disimular?, ¿disimular qué?, ¿ante
quién?
La necesidad de este método es evidente si se considera que
muchas racionalizaciones, especialmente las de personas inte-
ligentes, son proposiciones verdaderas y, sin embargo, son ra-
cionalizaciones. Atacar estas proposiciones lleva a una discu-
sión sin fin, y los pacientes generalmente no están tan bien in-
formados como los terapeutas.
Pero cuando la figura se relaciona con su motivo, nuevas ex-
citaciones aparecen de repente, tanto desde el organismo y del
pasado, como desde la novedad destacada en el entorno. Las
figuras débiles pierden interés, se vuelven confusas, el Self
pierde su “seguridad” y sufre. Este sufrimiento, sin embargo,
no es un debilitamiento del Self, sino una excitación transitoria
y dolorosa de la creatividad. Es lo contrario de la ansiedad. Este
sufrimiento es doloroso e implica una respiración más profun-
da, propia del trabajo. La ansiedad es desagradable, estática y
corta la respiración. Un conflicto de fondos está acompañado
por destrucción y sufrimiento; un falso conflicto de objetos, de
recursos o de ideas se fija en un dilema acompañado de ansie-
dad. La finalidad del falso conflicto es interrumpir la excitación;
la ansiedad, como emoción, es el temor a su propia audacia.

9 Identificación y alienación

II. "Seguridad”

La timidez a ser creativo tiene dos fuentes: el dolor de la exci-


tación creciente en sí mismo (originalmente, “el miedo del ins-
tinto”) y el miedo a rechazar o a ser rechazado, a destruir, a
hacer cambios; estas dos fuentes se refuerzan mutuamente y
en el fondo son lo mismo. Aferrándose al statu quo, a los ajus-
tes realizados en el pasado, se vive, por el contrario, una sensa-
ción de “seguridad” que la nueva excitación amenaza con rom-
per y hacer pedazos.
Pero lo que debemos comprender bien es que no existe la
seguridad absoluta, ya que entonces el Self sería algo fijo.
Cuando no hay miedo irracional, el problema de la seguridad
no se plantea, se esté seguro o no. Se ocupa uno del problema
que se encuentra. La sensación de seguridad es un síntoma de
debilidad: quien lo siente espera siempre ser invalidado.
La energía de la desesperación, desplegada para agarrarse,
como a un clavo ardiendo, al statu quo, proviene de situaciones
inacabadas que tratan aún de completarse, contrariadas por la
agresividad que se ha vuelto contra uno mismo debido a las
identificaciones ajenas introyectadas después de derrotas an-
teriores. Este aferramiento al statu quo produce una cierta
sensación de estabilidad, de solidez, de poder, de autocontrol y
de “seguridad”. Pero, de hecho, el Self tiene poco poder al que
recurrir en ese momento.
La persona segura utiliza sus poderes para mantener una
lucha, sin sorpresa y sin peligro, con sus identificaciones no
asimiladas. Esta lucha continúa y despierta los sentimientos, ya
que la situación está inacabada y se repite, pero estos senti-
mientos son tranquilizadores, ya que no va a aparecer nada
nuevo y ya se ha sufrido antes la derrota. Una lucha así tam-
bién es de fiar; no puede terminarse porque el organismo sigue
produciendo la necesidad, pero la agresión no se va a volver
hacia el entorno en donde podría encontrar la solución, Tam-
bién, si hay una buena identificación “social”, es posible a me-
nudo encontrar para resolver, según el mismo modelo que el
de la derrota anterior, múltiples problemas reales aparente-
mente similares; se puede así fácilmente, en apariencia, afron-
tar la realidad sin aprender nada nuevo, sin ningún nuevo su-
frimiento, ni ningún cambio: todo lo que se necesita para esto
es evitar cualquier situación real que sea interesante o arries-
gada, desviar la atención de todo lo que podría hacer que hoy
sea diferente de ayer; y para hacer esto, lo convencional consis-
te en calificar de “irreal” cualquier novedad. Así, gracias a esta
magnífica economía, una derrota aceptada sirve precisamente
para dar una sensación de poder y de adaptación. En el lengua-
je corriente, a esto se le llama “hacer un buen ajuste”. Lo único
que falta es la excitación, el crecimiento y la sensación de estar
vivo.
Pero allí donde el Self puede contar con su poder, no siente
precisamente ninguna sensación de seguridad. Quizás tiene la
sensación de estar dispuesto a todo: acepta la excitación, hace
gala de un optimismo un poco loco sobre su capacidad de mo-
dificar la realidad y se acuerda habitualmente de que el orga-
nismo se autorregula sin agotarse ni explotar. (Esta sensación
de estar dispuesto a todo es lo que los teólogos llaman fe). La
respuesta a la pregunta “¿Puedes hacerlo?” no puede ser otra
que: “Es interesante”. La sensación de adecuación y de poder se
desarrolla a medida que cada problema aparece y genera su
propia estructura, y al hacer esto encuentra nuevas posibilida-
des. Y, como por casualidad, las cosas se ponen en su sitio.
13
El ajuste creativo:
II. Contacto final y postcontacto

1. Unidad de la figura y del fondo


2. El interés y su objeto
3. El tocar sexual, entre otros ejemplos
4. Postcontacto
5. El paso ele lo psicológico a lo fisiológico
6. Formación de la Personalidad: la lealtad
7. Formación de la Personalidad: la moralidad
8. Formación de la Personalidad: las actitudes retóricas
9. Conclusión
13
El ajuste creativo:
II. Contacto final y postcontacto

I Unidad de la figura y del fondo

El contacto final es la meta de la toma de contacto (pero no es


su “fin” funcional, que consiste en la asimilación y el crecimien-
to) En el contacto final, el Self está inmediata y completamente
comprometido en la figura que ha descubierto-e-inventado.
Momentáneamente no hay prácticamente segundo plano. La
figura encama todo el interés del Self el Self no es otra cosa que
su interés hecho presente, por tanto el Self es la figura. Los po-
deres del Self en este momento, se han actualizado, y de este
modo se convierte en algo (y al hacer esto, deja de ser Self).
Está claro que este estado sólo se puede alcanzar bajo las si-
guientes condiciones:

1. El Self ha seleccionado la realidad para hacer su propia


realidad, es decir, se ha identificado con lo que activa o
moviliza el segundo plano, y ha alienado el resto.
2. Se ha estado dirigiendo hacia la realidad del entorno y la
ha cambiado de tal manera que* no queda sin cambiar
ningún interés relevante en el entorno.
3. Ha aceptado y completado las situaciones inacabadas
dominantes del organismo de tal modo que no queda
ningún apetito en la consciencia del cuerpo.
4. Durante este proceso, no ha sido solamente el artífice ac-
tivo de la solución ni su resultado pasivo (ya que estos
son estados extrínsecos), sino que, progresivamente, ha
ido asumiendo una voz media para crecer hacia una so-
lución.

Vamos a examinar la naturaleza de una consciencia (aware-


ness) que no tenga segundo plano ambiental ni corporal, ya que
la consciencia es una figura sobre un fondo. Una consciencia así
solo es posible salvo que abarque a un todo-y-sus-partes, don-
de cada parte es inmediatamente experimentada como inclu-
yendo a todas las otras partes y al todo, y el todo solo está for-
mado por estas partes. Se podría decir que la figura global es el
segundo plano de las partes, pero es algo más que el fondo: es
al mismo tiempo la figura de las partes que, por sí mismas, son
el fondo. En otras palabras: la experiencia no permite otras
posibilidades porque es necesaria y real; lo real es necesario;
estas partes, en este momento, no pueden significar ninguna
otra cosa. Pongamos algunos ejemplos: en un momento de in-
sight, no hay ninguna otra hipótesis, ya que se comprende có-
mo las partes funcionan conjuntamente (se capta el “término
medio”); y entonces, a medida que el problema llega a la fase
del insight, todo comienza a colocarse en su sitio. Después de
este insight, la aplicación a otros casos va a ser inmediata y ha-
bitual: el problema ha sido contactado de una vez por todas. De
la misma manera, cuando se ama, no hay alternativa: no puede
uno retirarse, mirar a otro lado, etc., y se siente que todas las
características que puedan aparecer en el ser amado van a ser
dignas de amor o, también, completamente irrelevantes y sin
importancia. Otro ejemplo más sombrío: en un momento de
profunda desesperanza, ya no quedan alternativas; la figura, en
este caso, solo es un fondo vacío sin ningún alivio, y, sin em-
bargo, esto se siente como necesario, ya que lo imposible es
una especie de necesidad.
En esta totalidad-de-partes, la figura proporciona sus pro-
pias fronteras. Por lo tanto ya no hay ninguna función-Yo: no
hay elecciones de fronteras, ni identificaciones ni alienaciones,
ni actitud deliberada. La experiencia es enteramente intrínse-
ca, no se puede actuar de ninguna manera sobre ella. La disten-
sión de la actitud deliberada y la desaparición de las fronteras
son la razón de esta claridad y de este vigor suplementario
(por ejemplo, el 'flash del insight" o el ' impacto del reconoci-
miento”), ya que la energía que estaba dedicada a retenerse o a
conectarse agresivamente con el entorno se añade ahora de
repente a la experiencia espontánea final. Es en el comporta-
miento en donde ha habido un movimiento muscular delibera-
do en donde la espontaneidad se destaca más fácilmente: por
ejemplo, el movimiento espontáneo de la pelvis antes del or-
gasmo, y el espasmo o, también, la deglución espontánea del
alimento una vez que se ha licuado bien y se ha degustado.
En cualquier contacto en acción, hay una unidad subyacente
de funciones perceptivas, motoras y afectivas. No ha)' gracia, ni
vigor, ni destreza en el movimiento sin orientación ni interés;
no hay visión aguda sin enfocar; ni un sentimiento de atracción
sin impulso, etc. Pero solamente es en el contacto final cuando
se es espontáneo y se está absorbido, cuando estas funciones
pasan todas a primer plano y son la figura. Se es, así, consciente
de la unidad. Esto es: el Self (que no es otra cosa que el contac-
to) llega a sentirse a sí mismo. Y lo que siente es la interacción
del organismo y del entorno.

2 El interés y su objeto

Vamos a tratar de analizar como un sentimiento el hecho de


absorberse en el contacto final (aunque debemos pedir discul-
pas por la pobreza de nuestro lenguaje). Analizando la secuen-
cia del contacto en acción, hemos mencionado una secuencia
de motivaciones: en primer lugar, las necesidades, los apetitos
y las respuestas a los estímulos que presionan al organismo a
dirigirse hacia el entorno (p. ej., el hambre o un alfilerazo, etc.).
En segundo lugar, las emociones o el sentimiento de la relación
entre d apetito, el dolor, etc., y alguna situación del entorno (p.
ej., el deseo sexual, la rabia), que provocan un acercamiento
agresivo. En tercer lugar, la activación más asentada de las vir-
tudes o de los vicios (p. ej., la determinación o la melancolía),
que guían al sujeto mediante orientaciones, manipulaciones y
conflictos complicados. Está claro que, en el proceso del ajuste
creativo, debe haber pulsiones o motivaciones que articulen el
sentido del sí mismo del organismo en tanto que “Yo” (fondo
aceptado) con la novedad del entorno sentida como un “esto",
un “objeto con el que trabajar.
Durante la absorción espontánea1 del contacto final, no exis-
te, sin embargo, ninguna necesidad de una motivación así, ya
que no existen otras posibilidades; no se puede elegir de nin-
guna otra manera. El sentimiento de absorción es “el olvido de
uno mismo”, atiende completamente a su objeto; y, ya que este
objeto llena completamente el campo (todo el resto es percibi-
do en relación con el interés por el objeto), el objeto se con-
vierte en un “Tú”,2 al que se dirige. El “Yo” cae totalmente en
este sentimiento de atención. Entonces se habla de ser nodo
oídos” o “todo ojos”. Por ejemplo, cuando se escucha buena
música, “se olvida uno de sí mismo y se es todo oídos”. Y todos
los "esto” posibles se convierten en un simple interés del “Tú”.3
Vamos a utilizar la palabra “interés” para esta especie de sen-
timiento de olvido de uno mismo. Comparados con los apetitos
o las emociones, los intereses tiene una cierta cualidad estática
o final, ya que no son motivaciones. La compasión,4 el amor, la
alegría, la serenidad, las apreciaciones estéticas, la intuición,
etc., son más bien estados que movimientos afectivos. (El triun-
fo o la victoria son ejemplos interesantes, porque el “Tú”5 en
estos casos probablemente es solo el ideal del Yo). Lo mismo
ocurre con la desesperación, la tristeza, etc., y por eso podemos
ver ahora hasta qué punto son terribles puesto que, si no hay
ya ni “Yo” ni “Tú”,6 el sentimiento es como un sentimiento de
abismo.
En general, a lo largo de este libro, hemos formulado la hipó-
tesis de que cada realidad es ‘ interesante”, significativa: es real
como objeto del apetito, de la emoción o del interés. Así, tanto
en la Antigüedad como en la Edad Media, el “ser” y lo “bueno”
eran intercambiables (ver más abajo, el párrafo 3). Esto se
opone, como se sabe, al positivismo contemporáneo, en el que
la realidad es neutra, pero también se opone a] concepto analí-
tico de “catectización”, en el que se relaciona la excitación con
el objeto (concepción que se ha hecho verosímil por las cargas
inusuales de energía colocadas en los fetiches, los objetos de
referencia, etc.). Nuestro punto de vista es que el objeto sin
interés y el objeto sin excitación son abstracciones sacadas de
la figura de contacto que interesa, y que al final, y quizás po-
tencialmente desde el principio, es la consciencia (awareness)
primera y espontánea de la realidad. Las abstracciones parecen
ser primarias en la experiencia, si se las considera a partir de
un segundo plano de actitud deliberada no consciente y de do-
lor vago, como vamos a discutir en el capítulo siguiente.

3 El tocar sexual, entre otros ejemplos

El amor tiende a la proximidad es decir, al contacto más cer-


cano posible teniendo cuidado de no destruir al otro. El contac-
to amoroso se establece a través de la vista, la palabra, la pre-
sencia, etc. Pero el momento arquetípico del contacto es la en-
trega sexual. Aquí, la cercanía espacial real ilustra, espectacu-
larmente, la disminución del segundo plano y de su interés.
Hay poco segundo plano porque casi no hay sitio para él: la
figura vivida tiende a volver inútil cualquier segundo plano, y
todas sus partes son excitantes. La figura no es un “objeto” del
“sujeto”, ya que la consciencia se acumula en el tacto. Los sen-
tidos “distantes” se transforman en sensaciones de tocar (tocar
y ser tocado): un rostro llena el óvalo de la visión y pequeños
sonidos llenan el oído. No es un momento para las abstraccio-
nes o las imágenes del pasado o de otros lugares; no hay alter-
nativas. La palabra es, por decirlo así, pre verbal; lo que es im-
portante en la palabra es el tono y la concreción y primitivismo
de los términos. Los sentidos “cercanos” como el gusto, el olfa-
to o el tacto, forman la mayor parte de la figura. La excitación y
la cercanía del contacto se sienten como una y la misma cosa.
El aumento de la excitación es simplemente un tocar más cer-
cano. Y el movimiento, al final, se vuelve espontáneo.
La desaparición del segundo plano corporal es incluso aún
más destacable. Cuando se acerca el orgasmo, la figura está
compuesta de dos cuerpos, de la sensación de tocar y ser toca-
do; pero estos “cuerpos1’ solo son ya un sistema de situaciones
de contacto en la frontera; se deja de percibir la sensación de
que debajo de esto hay órganos fisiológicos. Los dolores orgá-
nicos dejan de ser conscientes. Paradójicamente, el propio
cuerpo del individuo se convierte en parte del Tú, después en
toda la figura, como si la frontera se hubiera separado y estu-
viera colocada enfrente.
Este contacto arquetípico muestra también la creatividad
del Self. En el punto máximo de la consciencia, la experiencia es
nueva, única y original. Pero cuando, en el momento del or-
gasmo, la frontera se rompe” y el Self disminuye, se tiene la
sensación de recibir una gratificación instintiva y conservadora
que proviene del propio cuerpo.
Se ve también que el contacto es espontáneamente transito-
rio. El Self trabaja para su plenitud, pero no para su perpetua-
ción. Cuando el proceso de formación de la figura ha acabado,
cuando la experiencia se contiene a sí misma y el segundo
plano se desvanece, es evidente, inmediatamente, que la situa-
ción-contacto, como una totalidad, solamente es un momento
de la interacción del campo organismo/entorno.
Estas mismas características del contacto final son evidentes
en el acto de comer, contacto que se da mediante la destruc-
ción y la incorporación. Lo que se saborea y se mastica está
vivo y es único, pero cuando se traga espontáneamente, la figu-
ra se desvanece y la asimilación se hace sin consciencia.
Durante la experiencia intensa de crear una obra de arte, se
siente no solamente que es inevitable hacerla, sino también,
extrañamente, que es la única forma posible o, por lo menos, la
forma más elevada, y que la experiencia de esta obra represen-
ta un valor inestimable; es decir, el segundo plano, gracias al
que se hacen los juicios comparativos, ha desaparecido por
completo.
(Hemos elegido nuestros ejemplos del contacto en acción y
de! contacto final principalmente de los apetitos. Sin embargo,
en lo esencial, aunque con algunas diferencias, esto sirve tam-
bién en un contacto en acción como la aniquilación. La figura,
en la aniquilación, es la ausencia del objeto expulsado del fon-
do; en el punto máximo de este contacto, por lo tanto, se queda
uno sin objeto de excitación, solo queda el jadeo ronco del es-
fuerzo y un sentimiento frío de sí mismo enfrentado a una si-
tuación que ya no nos interesa (a no ser que haya también un
sentimiento de triunfo, la glorificación del ideal del Yo). En la
fría aniquilación no hay, por supuesto, ningún crecimiento a
continuación. Sin embargo, psicológicamente pe lo menos, la
aniquilación es un comportamiento y un sentimiento positivos.
Nos es necesario expresar nuestro desacuerdo con la concep-
ción antigua y medieval de la que ya hemos hablado, esto es,
que la realidad es “buena” (deseable), y el mal es su negación.
Ya que la ausencia del objeto expulsado es psicológicamente
una realidad; elimina un terror. Preferimos decir que “la reali-
dad es excitante o interesante”).

4 Postcontacto

El resultado del contacto (excepto en la aniquilación) es el cre-


cimiento conseguido. Este proceso es no consciente, y sus deta-
lles pertenecen a la fisiología, en tanto en cuanto puedan ser
totalmente comprendidos.
Dependiendo de la clase de novedad que se haya tratado y
en que se haya transformado, el crecimiento recibe varios
nombres; aumento de tamaño, restauración, procreación, reju-
venecimiento, recreación, asimilación, aprendizaje, memoria,
hábito, imitación, identificación. Todos ellos son el resultado
del ajuste creativo. La noción básica que subyace en ellos es
una cierta unificación o identidad conseguida en la interacción
organismo/entorno; y es la obra del Self. El alimento, cuando lo
“desigual" se ha vuelto “igual”, es asimilado literalmente, es
decir, “convertido en igual a”. El aprendizaje, cuando se ha di-
gerido y no se ha tragado entero sin masticar, se dice que se ha
asimilado; puede entonces utilizarse del mismo modo que se
utilizan los músculos. Respecto a las percepciones, el uso filo-
sófico va al revés: es el acto de ver el que se vuelve parecido al
color que se está viendo. Se han “cogido” los hábitos a partir de
los comportamientos que hemos adoptado en compañía, al imi-
tar a los otros o cuando nos identificamos con ellos, y así for-
mamos nuestra Personalidad según su modelo. Pero no debe-
ríamos sentirnos engañados por los aparentes cambios del
lenguaje, ya que en todos los casos ha sido, por un lado, des-
truido, rechazado y cambiado y, por el otro, se le ha sacado a y
se ha formado a través de. Cuando el contacto se produce por
incorporación y la parte no pertinente prácticamente se des-
cuida, hablamos de asimilación y, sin embargo, los elementos
químicos se mantienen, los residuos se excretan pero siguen
existiendo, etc. Cuando el contacto se hace por proximidad o
por el tacto, y la parte no pertinente (rechazada) es todavía
potencialmente interesante, como en la percepción y el amor,
se dice que nos convertimos en el otro o que nos identificamos
con él. El resultado del orgasmo es la procreación y el rejuve-
necimiento por la relajación sistemática de la tensión. (Reich
sostiene que existe también una alimentación biofísica).
Es al considerar los resultados del contacto, las asimilacio-
nes y las identificaciones, cuando se puede apreciar mejor la
importancia de ia voz media de la espontaneidad. Pues, si el
sel/ hubiera estado meramente activo, no hubiera podido lle-
gar a ser también este otro, sólo habría proyectado; si hubiera
sido meramente pasivo, no hubiera podido crecer, habría sen-
cillamente sufrido una introyección.

5 El paso de lo psicológico a lo fisiológico

Psicológicamente, el paso del contacto consciente a la asimila-


ción no consciente tiene un pathos profundo. La figura de con-
tacto, efectivamente, llenaba el mundo, era la excitación, toda
la excitación posible; y se la percibe, sin embargo, solamente
como un pequeño cambio en el campo. Es el mismo patbos que
el de Fausto cuando se dice “¡Quédate en esto!, ¡me gusta tan-
to!”, pero decir estas palabras sería lo mismo que inhibir el
orgasmo, el acto de tragar o el aprender. Pero el Self continúa
de manera espontánea para inmediatamente después extin-
guirse a sí mismo.
(Es en este punto, como demostró Rank, donde el mecanis-
mo neurótico básico del artista entra en juego. Pues el artista
insiste en Ia perpetuación, en la “inmortalidad", la suya propia,
y por eso proyecta una parte de sí mismo en el medio material
que hace a la obra duradera. Mediante este comportamiento,
renuncia a la posibilidad de su plenitud final y nunca es feliz.
Por eso debe repetir, no la misma obra, sino el proceso de
creación de una obra de arte. Es esta interrupción y la ansiedad
concomitante, y no la “culpabilidad" de la audacia, el origen de
lo que Rank llama “la culpabilidad de la creación”).
La inhibición de la culminación del orgasmo constituye, por
excelencia, la figura del masoquismo: se retiene al máximo la
excitación y uno quiere sentirse aliviado del dolor que provoca
esta al haber sido forzada, forzada porque el Self tiene miedo
de “morir”, como si el Self fuese algo más que este contacto
transitorio. Por lo tanto, el clímax del amor hace sentir lo mis-
mo que si fuera una invitación a la muerte El amor-muerte es
llevado en andas. Como si fuera lo mejor del amor. Pero, de
hecho, el amor-muerte continúa viviendo orgánicamente: la
excitación desaparece; se intenta, entonces, recuperar este
buen momento y obligatoriamente se fracasa, ya que el buen
momento posible, ahora, es completamente diferente.
Pero aunque la argumentación del crecimiento fisiológico
sea pequeña, es absolutamente cierta y fiable. No se puede ser
engañado por un ajuste creativo. (Así, el placer, sentimiento del
contacto, es siempre, sea cual sea su forma y sean cuales sean
las condiciones, a simple vista una prueba de vitalidad y creci-
miento. En ética, no es el único criterio —no hay un único cri-
terio— ya que su aparición es siempre una evidencia positiva
que desemboca en un determinado comportamiento, y su au-
sencia siempre suscita alguna pregunta). Con respecto a la per-
cepción, la fiabilidad de una identificación creativa es admitida
universalmente; la sensación en sí misma es una evidencia
irreductible, aunque la interpretación pueda ser errónea. Ocu-
rre lo mismo en el amor, el aprendizaje y cualquier otra identi-
ficación social. Pero esto no se aprecia en su justo valor; al
contrario, lo más frecuente es que con respecto al amor que
hemos experimentado en el pasado, más adelante pensemos en
él con desagrado; las opiniones que sosteníamos habitualmen-
te las consideramos ahora como absurdas; la música que nos
hacía vibrar de adolescentes la desechamos como sentimental;
las lealtades de carácter patriótico se rechazan. Como acos-
tumbraba a decir Morris Cohén; Si el amor vuelve ciego, el
desamor produce vértigo”. Pero tales reacciones suponen un
fracaso en el aceptar la realidad presente de lo que se ha hecho
en el pasado, como si lo que somos en el presente no tuviera
nada que ver con lo que hemos llegado a ser y vamos a seguir
siendo. Resulta claro que, en tales casos, el contacto nunca se
ha completado, que la situación no estaba acabada. Se ha intro-
yectado una fuerza inhibidora con el resto de la experiencia, y
forma parte integrante, a partir de ahora, de la concepción del
Yo con la que nos medimos a nosotros mismos. Y ahora, cuan-
do nuestra realización del pasado, tal como ha sido, se aparta
necesariamente de nuestro objetivo presente, en lugar de ser
capaces de utilizarla como un recurso actualmente disponible,
o rechazarla puesto que ya no es pertinente, consumimos nues-
tra energía negándola, sintiendo vergüenza, atacándola, pues
todavía es una situación inacabada.

6 Formación de la Personalidad: la lealtad

El resultado del contacto social creativo es la formación de la


Personalidad: las identificaciones con el grupo y las actitudes
retóricas y morales válidas. El Self parece formar parte del “Tú”
en el que se ha crecido. (Cuando la creatividad se ha interrum-
pido y la fuerza inhibidora se ha introyectado, la Personalidad
parece copiar la de sus compañeros, imitar una forma de ha-
blar y unas actitudes que le son, realmente, impropias).
La identificación con el grupo que ha satisfecho necesidades
y potencialidades y que es una fuente de fuerza para las accio-
nes posteriores es el hábito de la lealtad, lo que Santayana lla-
maba la aceptación de las “fuentes de nuestro ser”. Considerad,
por ejemplo, las lealtades con relación a una lengua. Toda len-
gua cumple adecuadamente las necesidades sociales elementa-
les, si se la aprende en circunstancias favorables. Si es una len-
gua rica, como la nuestra, su carácter y su liter.1 tura contribu-
yen con fuerza a formar la Personalidad; el escritor experimen-
ta su lealtad en el placer de escribir en su lengua. Un campe-
sino italiano emigrado, leal a su infancia, se niega a menudo a
aprender inglés, aunque su ignorancia dificulte su vida presen-
te. Es lo que ocurre a quien ha sido arrancado demasiado bru-
talmente, ya que se mantienen inacabadas demasiadas situa-
ciones antiguas. Pero el refugiado alemán que huye del hitle-
rismo aprende inglés en unas cuantas semanas y se olvida
completamente del alemán: necesita borrar el pasado hacerse
rápidamente una vida nueva para llenar el vacío.
En terapia, las llamadas “regresiones” son lealtades cons-
cientes y no tiene sentido negar o denigrar lo que el paciente
ha sentido como propio; el trabajo consiste en tratar de descu-
brir las situaciones inacabadas no conscientes que absorben la
energía que podría dedicarse al presente. Es imposible, es un
ejemplo clásico, “cambiar” a los homosexuales que han tenido
ya gratificaciones sexuales significativas, sobre todo si han sa-
bido superar de manera creativa muchos obstáculos sociales
para conseguir estas gratificaciones. El método no consiste,
evidentemente, en atacar el ajuste homosexual, ya que es el
resultado del poder integrador del Self y la prueba de un con-
tacto vivido y de una identificación sentida. El método debe
consistir en sacar a la luz lo que la Personalidad está alienando
no conscientemente, en este caso concreto el interés por el otro
sexo, es decir, una mitad de los seres humanos del mundo. Esto
significa, igualmente, que no tiene sentido decir: “¿Por qué ac-
túas como un niño de 11 años?", sino que es mucho más razo-
nable preguntar: “¿Qué hay de desagradable, de inmoral o de
peligroso en el hecho de actuar como un niño de 12 años?”.
Pues iodo lo que se ha convertido en acto, en cierta medida, se
ha asimilado.

7 Formación de la Personalidad: la moralidad

Como consecuencias del contacto, las evaluaciones morales y


los juicios sobre el comportamiento propio combinan dos cla-
ses de asimilación:

a) Por un lado, están simplemente los conocimientos técnicos


que se han aprendido, las suposiciones sobre lo que condu-
ce al éxito. Como tales, son flexibles y están sujeta a modifi-
caciones a medida que las circunstancias cambian. Cual-
quier problema presente se afronta según sus característi-
cas. La prudencia cristalizada forma parte del fondo a partir
del cual se aborda el problema.
b) Por otro lado, están las lealtades al grupo, tal como las he-
mos descrito ya: se actúa de determinada manera porque
es lo que espera la sociedad, y es también la expectativa
que se tiene sobre la propia Personalidad. Se modifica su
técnica según el caso y los momentos, mediante elecciones
duraderas para permanecer como miembro de un grupo
definido y agilizar la técnica de este grupo. En general, la
técnica de un grupo es menos flexible que la de un indivi-
duo, y puede haber, a menudo, conflicto entre estos dos
fondos de acción. Si este conflicto se hace demasiado grave
y demasiado frecuente, el individuo acaba por decidir que
el grupo es irracional (está atado por su pasado) y es nece-
sario entonces o bien modificar la técnica del grupo, o bien
renunciar a la lealtad con respecto al grupo. Para abando-
nar una lealtad es necesario encontrar una nueva lealtad, ya
que la sociabilidad forma siempre parte de las necesidades
humanas. Y es en el conflicto en sí mismo donde se encuen-
tran nuevos aliados.

Hasta aquí no hay dificultades teóricas. Pero, por desgracia,


cuando se trata de discusiones sobre moralidad, se confunden
estos dos fondos en conflicto, la prudencia y la lealtad, con dos
formas completamente diferentes de evaluación, no siendo
ninguna de las dos una asimilación.

c) Una de ellas es los nuevos descubrimientos e inventos que


se producen en cualquier creación de algo. Se descubre que
la antigua manera de hacer, aunque sea razonable o habi-
tual, ya no sirve para nada a la función creativa, sino que
más bien es esto otro lo que se tendría que hacer. Esta es-
pecie de evaluación es interesante y estimulante, ya que
empuja al individuo a ir más allá de lo que “desea" según lo
ya conseguido con su propia Personalidad. Es una figura
que surge \ sobre este emerger se puede correr el riesgo de
encontrarse absurdo o solo. Después de lo cual, la nueva fi-
gura así formada se va a volver a su vez técnica y va a ofre-
cer al individuo que se realice en una lealtad hacia un nue-
vo grupo, o bien le hará liderar y llevar él mismo un grupo.
Pero, en el momento en que el problema se plantea, la elec-
ción es atrevida, revolucionaria y profética. Y lo que com-
plica en parte los problemas morales, aunque en realidad
no es más que un simple ajuste del individuo y de las técni-
cas sociales, es que se inyecta aquí una nostalgia de lo pro-
fético y de lo absoluto, y esto surge más concretamente en
los que inhiben su creatividad. Se discute sobre una elec-
ción moral aprendida hace mucho tiempo y que se ha con-
vertido en el fundamento del comportamiento habitual co-
mo si la hubiera inventado Ezequiel en este mismo momen-
to.
d) Pero la principal causa de confusión está relacionada con el
valor moral atribuido a la conquista de uno mismo: se “juz-
ga bueno” un comportamiento, debido a alguna autoridad
Introyectada; o se le condena como “malo” porque se ataca
en uno mismo el deseo de comportarse de esta manera.
Desde Nietzsche, esta moralidad ha sido correctamente
analizada como resentimiento; sus efectos son básicamente
destructivos y negativos. No se ha visto nunca que un hom-
bre al que se considera “bueno", que no ha estado en la cár-
cel durante cincuenta años, reciba de sus conciudadanos fe-
licitaciones y medallas por su virtud, su agudeza y su arte
de vivir que le han llevado a estos maravilla sus logros; pa-
ra los no implicados en esto, los criterios introyectados son,
realmente, inútiles en *el plano creativo. Existe, sin embar-
go, UJI ardor, una fuerza y un castigo revanchista en la con-
denación del “malo”. La Personalidad débil que se autocon-
quista vive, ciertamente lo esencial de su realidad a través
de proyecciones de chivo expiatorio, cosa que le permite
desviar una parte de su agresividad hacia el exterior y sen-
tir algo.

Cuando se crea algo, se producen juicios en términos de


bueno y de malo, de lo que hace progresar la realización futura
y de lo que debe ser aniquilado en el campo; pero aunque en el
período inmediatamente posterior estos rechazos, esto “malo”,
se ven como desfasados, durante una empresa nueva este ma-
terial rechazado vuelve a ser una posibilidad probable. Pero en
la autoconquista, lo “malo”, lo excluido, es lo único que persiste
ya que la necesidad vital es que vuelva una y oirá vez, porque
así la agresividad puede ser utilizada, constantemente, contra
esto “malo".

8 Formación de la Personalidad: las actitudes retóricas

En la formación de la Personalidad interviene también otra


clase de aprendizaje: la actitud retórica, la propia manera que
tiene uno de manipular las relaciones interpersonales; se la
puede observar si se centra uno en la voz de alguien, en su sin-
taxis y en sus modales (ver capítulo 7). Estas actitudes pueden
ser de queja, de fanfarronería, de impotencia, solapadas o
abiertas, de hacer concesiones, de ser imparcial, etc. Todas
ellas son técnicas de manipulación que los niños adquieren
rápidamente, ya que disponen de una audiencia limitada y con-
creta para sus actividades y descubren enseguida qué recursos
tienen éxito y cuáles no. En el protocolo y la etiqueta sociales
ocurre igual. Y cuando estas actitudes son consideradas como
asimiladas (como en las lealtades o en la moral), la única pre-
gunta que se puede plantear es saber si son útiles ante al pro-
blema que se presenta o si debemos modificarlas o descartar-
las. Si la gente desconfía mucho de algunas actitudes, por
ejemplo, de la hipocresía, es porque es propensa a dejarse ma-
nipular por estas actitudes a pesar de sí misma: para otras per-
sonas solo son ineficaces y fastidiosas (aunque, por supuesto,
ser aburrido supone también una poderosa técnica para casti-
gar y desviar la atención).
Cuando una técnica retórica es ‘ineficaz, cuando un terapeu-
ta se mega, por ejemplo, a dejarse conmover por la voz monó-
tona del paciente o por sus lágrimas de cocodrilo, suele sim-
plemente dejarse de hacer: así vemos a menudo a los niños
reírse de su argucia e intentar alguna otra cosa. En casos así, la
técnica es una buena asimilación. En otros casos, sin embargo,
el darse cuenta de la propia técnica que se utiliza despierta
sentimientos intensos o angustia. Sentimientos intensos, pues-
to que la “técnica” no es realmente una técnica en absoluto,
sino una expresión directa aunque imperfecta (una “sublima-
ción') de una necesidad inacabada importante: algunos eligen
intimidar ya que necesitan ganar y ahora, de nuevo, se sienten
frustrados y rabiosos otros escogen la impotencia porque no
tienen ayuda y ahora, de nuevo, se sienten abandonados, y
otros se convierten en aburridos porque quieren que los dejen
solos.
La ansiedad se despierta cuando la voz que se escucha no es
la propia, sino la voz de otro que se ha introyectado. Es la ma-
dre o el padre quejándose, gritando o siendo amable. Esto es
otra vez, como en la lealtad falsa o en la moralidad llena de re-
sentimiento, una situación de autoconquista; y uno se siente
ansioso porque está, de nuevo, asfixiando su identidad, su ape-
tito y su voz verdaderas.

9 Conclusión

En circunstancias ideales, el Self no tiene mucha Personalidad.


Es el sabio del Tao que “es como el agua”, que adopta la forma
del recipiente. El incremento del crecimiento y del aprendizaje,
después de un buen contacto, es seguro pero pequeño. El Self
ha descubierto y fabricado su realidad, pero, al reconocer lo
que ha asimilado, lo considera de nuevo como formando parte
de un campo amplio. En el calor del contacto creativo se dice:
“Es esto y no es aquello", y ahora “Es sólo esto, abramos nues-
tra mente a aquello”. Es decir, la palpitación del contacto y de
sus consecuencias tras la sucesión de los sentimientos filosófi-
cos que ha permitido captar el bien esencial. Y, después de to-
do, como decía el obispo Butler: “Cada cosa es lo que es y no
otra cosa”, incluyéndose a sí mismo. Que este proceso sea “sig-
nificativo” o “válido”, signifique lo que signifique, no es un
asunto que tenga que ver con la psicología.
Cuando el Self tiene mucha Personalidad, ya lo hemos visto,
es o bien porque lleva consigo muchas situaciones inacabadas,
actitudes inflexibles recurrentes o lealtades desastrosas, o bien
porque ha abdicado totalmente y solo se siente en las actitudes
hacia sí mismo que ha introyectado.
Volvamos, finalmente, a la relación entre lo psicológico y lo
fisiológico. La asimilación, el aprendizaje digerido, la técnica,
las identificaciones con el grupo constituyen hábitos propios,
en el sentido en el que se dice que “el hábito es una segunda
naturaleza". Parecen formar parte de la autorregulación fisio-
lógica no consciente. Respecto a la alimentación asimilada, na-
die se atrevería a cuestionar esto. Con respecto a los hábitos
motores obvios, la naturaleza “orgánica” del aprendizaje es casi
igual de evidente. Se podría fácilmente considerar que apren-
der a caminar, por ejemplo, surge de la primera naturaleza y en
absoluto de un hábito; pero nadar, patinar, montar en bicicleta
parecen también casi orgánicos y no se olvidan. Coger una pe-
lota es algo parecido. Hablar es orgánico; hablar la lengua ma-
terna los también; leer y escribir. También. Por eso parece ra-
zonable definir lo fisiológico como la autorregulación conser-
vadora, no consciente, sea innata o adquirida. Lo psicológico
sería el contacto móvil, transitorio, con la novedad. La “primera
naturaleza" fisiológica, incluyendo aquí las interferencias neu-
róticas con esta “primera naturaleza”, tiene un acceso periódi-
co al contacto, necesita la novedad. La “segunda naturaleza”
fisiológica se contacta de manera aperiódica; por ejemplo, un
recuerdo accesible vuelve gracias a una estimulación externa.
Es el organismo y no el Self quien crece. Vamos a describir el
crecimiento como sigue (¡pero es una especulación!):

1. Después del contacto, hay un flujo de energía que añade los


nuevos elementos del entorno asimilados a la energía del
organismo.
2. La frontera-contacto que se ha “roto”, se rehace ahora in-
cluyendo la nueva energía y el “órgano de la segunda natu-
raleza”.
3. Lo que se ha asimilado forma parte, a partir de ahora, de la
autorregulación fisiológica.
4. La frontera del contacto se sitúa ahora “en el exterior” del
aprendizaje asimilado, del hábito, del reflejo condicionado,
etc.; por ejemplo, lo que es como lo que se ha aprendido no
nos conmueve ya, no nos crea ya ningún problema.

Notas

1 La cuestión aquí no es la espontaneidad, ya que todos los sentimientos


son espontáneos, actos del Self (ver capítulo 10. 41, sino que, en las motiva-
ciones, se tiene una sensación de auto crecimiento. Así, en la "fascinación",
se está espontáneamente atraído a pesar de uno mismo, pero en la “absor-
ción" se esté totalmente “en" el objeto.
En el original. Thou (NdT)
2 Ídem
3 La compasión, el interés del médico, parece ser precisamente motivacio-
nal. Pero no es un motivo. La compasión es el reconocimiento amoroso del
defecto como potencialmente perfecto, y la progresividad es la plenitud de
la potencialidad del objeto. El interés en sí mismo es final y no cambiante.
(Analíticamente se interpreta como la negativa a resignarse a las propias
perdidas, p. ej., la castración. También según Jekels) En la práctica de la
compasión, no hay ningún interés del “Yo”, sino la integración del “Tu” que
está en movimiento.
4 En el original. Thou (NdT)
5 Ídem
14
Pérdida de las funciones-Yo:
I. La represión -crítica de la teoría
freudiana de la represión

1. Figura/fondo de la neurosis
2. La neurosis como pérdida de las funciones-Yo
3. Critica de la teoría de Freud: I. Los deseos reprimidos
4. Crítica de Freud: II. Los sueños
5. Crítica de Freud: III. La realidad
6. Ejemplos de represión: el insomnio y el aburrimiento
7. La sublimación
8. La formación reactiva
14
Pérdida de las funciones-Yo:
I. La represión-crítica de la teoría
freudiana de la represión

1 Figura/fondo de la neurosis

El comportamiento neurótico es también un hábito aprendido


el resultado de un ajuste creativo: y como otros hábitos asimi-
lados, ya no se contacta con él porque no representa un pro-
blema nuevo. ¿Qué es lo que diferencia esta clase de hábito de
los otros, y cuál es la naturaleza de la no consciencia neurótica
represión) que la hace distinta del simple olvido y del recuerdo
operativo?
En el proceso del ajuste creativo, hemos definido la secuen-
cia siguiente de fondos y figuras:
1. Precontacto: durante el cual el cuerpo es el fondo, y su
necesidad o algún estímulo del entorno es la figura; esto
es lo “dado” o el Ello de la experiencia.
2. Toma de contacto: al aceptar lo dado y al encontrar allí
su fuerza, el Self continúa acercándose, considerando,
manipulando, etc., una serie de posibilidades objetivas:
es activo y deliberado tanto con respecto al cuerpo co-
mo al entorno; estas son las funciones-Yo.
3. Contacto final: es un interés espontáneo, desinteresa-
do, involucrado en voz media con la figura conseguida.
4. Postcontacto: disminución del Self.

Hemos visto también (capítulo 12,7) que el proceso podía


ser interrumpido en cualquiera de las etapas, debido a un peli-
gro o a una frustración inevitable, y que la excitación podía ser
sofocada, desencadenando ansiedad. La etapa concreta de la
interrupción es importante para el hábito neurótico concreto
que se aprende, y vamos a tratar este aspecto en el capítulo
siguiente. Por el momento, vamos a considerar como cualquier
interrupción o ansiedad llevan también a un intento de inhibir
el impulso original o la respuesta al estímulo, ya que son los
más susceptibles de controlar. Aparece entonces mía secuencia
inversa que debemos considerar:
1. El esfuerzo deliberado para controlar es el fondo. La ex-
citación o la respuesta al estímulo, inhibidas, son la figu-
ra. Es una sensación dolorosa del cuerpo. Es dolorosa
porque la excitación trata de descargarse fuera y el con-
trol es una contracción de la expansión (rechinar los
dientes, apretar los puños, etc.).
Es obvio que esta figura-fondo, tal cual, no lleva más le-
jos. Uno relaja el control y lo vuelve a intentar. Pero su-
pongamos ahora que el peligro y la frustración sean
crónicos y que no se pueda relajar el control, y que, al
mismo tiempo, haya otras preocupaciones que requie-
ren atención. Entonces:
2. Surge una nueva situación y la antigua está todavía
inacabada. Esta nueva situación puede ser o un estímulo
nuevo o una distracción buscada para atenuar el dolor,
la decepción, etc. Al encontrar una nueva situación, la
antigua situación inacabada necesariamente se reprime:
uno se traga su rabia, se endurece, y la necesidad se
empuja fuera de la mente. Sin embargo, en esta nueva
situación, la excitación dolorosa reprimida persiste co-
mo parte del fondo. El Self se vuelve hacia la nueva figu-
ra, pero no puede contar con sus fuerzas, que ya ha de-
jado comprometidas para mantener la excitación re-
primida en el fondo. Entonces el fondo del contacto de
la nueva figura se perturba por la existencia de la repre-
sión dolorosa que inmoviliza algunas funciones-Yo.

Más allá de esta etapa, la secuencia ya no puede desarrollar-


se. Esto ocurre porque el cuerpo no puede ser aniquilado. La
necesidad reprimida pertenece a la autorregulación fisiológica
y se mantiene de manera conservadora; va a volver con mucha
intensidad cada vez que se acumule suficiente tensión o haya
un estímulo y se mantiene siempre como una coloración de
todo lo que vaya a surgir en primer plano del interés. La excita-
ción no se puede reprimir sino solamente mantenerse fuera de
la atención. Todos los desarrollos posteriores se van a hacer en
la otra dirección, la del enfrentamiento con el nuevo problema,
pero el proceso está ahora obstaculizado por el fondo pertur-
bado de la situación inacabada. Esta perturbación persistente
impide el contacto final en el ajuste nuevo, porque la figura no
recibe todo el interés. Esto impide que el nuevo problema sea
abordado según sus propias características, ya que cualquier
solución nueva debe resolver también, “de paso”, la situación
inacabada. Y las capacidades perceptivas y musculares están
obligadas a mantener la represión deliberada.
No se puede olvidar la excitación pero sí se puede olvidar el
control deliberado y mantenerlo fuera de la consciencia. Esto
pasa sencillamente porque, al ser un esquema motor, al cabo
de un tiempo se aprende la situación; si la inhibición es cróni-
ca, los medios para llegar a ella ya no son nuevos ni se contacta
con ellos; son una especie de conocimiento inútil que ocuparía
la atención aparentemente sin función. En la medida en que no
ha cambiado nada en la inhibición de fondo, el Self olvida cómo
ser deliberado cuando se dirige hacia nuevos problemas. Las
capacidades motoras y perceptivas implicadas en la inhibición
dejan de ser funciones-Yo y se convierten simplemente en es-
tados corporales de tensión. En esta primera etapa, por lo tan-
to, no hay nada destacable en la transición de la supresión
consciente a la represión; es aprender como de costumbre y
olvidar cómo se ha aprendido; no hay ninguna necesidad de
postular un olvido de lo desagradable”.
(Además, en todos los casos importantes de represión, uno
se ocupa rápidamente de problemas bastante diferentes y por
eso se olvida muy rápidamente).
Pero avancemos en el proceso, ya que hasta aquí los medios
de inhibir eran un recuerdo accesible. Hemos visto que cual-
quier hábito no contactado es una “segunda naturaleza’; forma
parte del cuerpo, no del Self. Siendo esta nuestra opinión, sea
correcta o incorrecta, parece “natural", y cualquier intento de
modificarla produce incomodidad; es un ataque al cuerpo. Pero
la inhibición no consciente tiene una propiedad concreta: si se
intenta relajarla, se produce inmediatamente ansiedad, ya que
se revive la situación de excitación y debe ser rápidamente so-
focada. Supongamos, por ejemplo, que la excitación inhibida
sea sorprendida por un estímulo no habitual o al revés, que el
control se pierda temporalmente por un ejercicio terapéutico:
entonces la visión, habitualmente oscurecida, parece que se
queda ciega, los oídos zumban, los músculos sufren terribles
calambres, el corazón late muy fuerte, etc. No consciente de
que son los efectos de una simple contracción y de que todo lo
que se le pide es soportar una pequeña incomodidad, localizar
la contracción y relajarla deliberadamente, el Self imagina que
el propio cuerpo está en peligro y responde con espanto, con
ahogo, y con una actividad secundaria deliberada y consciente
para proteger el cuerpo. Evita la tentación, se resiste a la tera-
pia; no consciente de tener la boca cerrada ante algo sabroso
pero que fue peligroso antes, reacciona ahora con vómitos co-
mo si eso fuera veneno. Además, puesto que la excitación que
está naciendo es, en todos los casos, dolorosa, esto le lleva, con
facilidad, a una interpretación extremista. La actitud y la inter-
pretación de defensa de las funciones-Yo que han actuado an-
tes como si fueran órganos vitales en vez de hábitos aprendi-
dos es una formación reactiva. (En este proceso, el intento
agresivo de aniquilar la fisiología más básica es evidente).
Por lo tanto, vamos a elaborar la siguiente teoría de la re-
presión: la represión es el olvido de la inhibición deliberada
que se ha hecho habitual. El hábito olvidado se vuelve inaccesi-
ble debido a las formaciones reactivas agresivas posteriores
que se vuelven contra el Self. Lo que no es y no puede olvidarse
es la necesidad o el apetito; estos se mantienen como un fondo
del sufrimiento ya que no se liberan, y permanecen y se man-
tienen bloqueados. (Esto es la “inversión del afecto”). En la
medida en que el impulso mantiene su cualidad original y pue-
da reavivar objetos en el primer plano, se producen “sublima-
ciones" de las gratificaciones directas aunque imperfectas.

2 La neurosis como pérdida de las funciones-Yo

La neurosis es la pérdida de las funciones-Yo en beneficio de la


fisiología secundaria como hábitos no disponibles. La terapia
de la neurosis, recíprocamente, consiste en contactar delibera-
damente con estos hábitos mediante ejercicios progresivos con
la finalidad de hacer tolerable la ansiedad.1
Como una perturbación de la función-Self la neurosis se si-
túa a medio camino entre la perturbación del Self espontáneo,
que es el sufrimiento y la perturbación de las funciones Ello, es
decir, la psicosis. Vamos a analizar las tres clases.
La persona que se da espontáneamente no puede esperar el
contacto final: la figura está perturbada por la frustración, la
rabia o el agotamiento. En este caso, la persona es más desgra-
ciada que feliz. El daño que sufre su cuerpo es la inanición. Su
ánimo se agria y se vuelve contra el mundo, pero todavía no
puede volverse contra sí mismo, ni notar mucho el sentido de
sí mismo, excepto que está sufriendo, hasta llegar a la desespe-
ración. La terapia, para él, debe consistir en aprender más téc-
nicas prácticas y también debe haber un cambio en sus rela-
ciones sociales de manera que sus esfuerzos puedan dar su
fruto y, en su momento, aportar un poco de filosofía. Es una
cultura de la Personalidad. (Es la descripción de muchos niños
pequeños a los que. sin embargo, es muy difícil volver filóso-
fos).
En el otro extremo está la psicosis, la aniquilación de una
parte de lo dado de la experiencia, por ejemplo, las excitaciones
perceptivas o las propioceptivas. En la medida en que allí don-
de hay menos integración, el Self absorbe la experiencia: está
completamente disminuido o inconmensurablemente agran-
dado, o se cree objeto de una conspiración generalizada, etc. La
fisiología primaria empieza a estar afectada.
Entre las dos, la neurosis es la huida de la excitación espon-
tánea y la limitación de las excitaciones. Es la persistencia de
actitudes sensoriales y motoras cuando la situación no las jus-
tifica o, realmente, cuando no existe ninguna situación-
contacto, como cuando se mantiene una mala postura al dor-
mir. Estos hábitos intervienen en la autorregulación fisiológica
y causan dolor, cansancio, susceptibilidad y malestar. No existe
una descarga total, ni ninguna satisfacción final, alterado por
las necesidades no satisfechas y manteniendo de una manera
no consciente una influencia inflexible sobre sí mismo, el neu-
rótico no puede abstraerse en sus intereses cotidianos ni lle-
varlos a buen fin con éxito, sino que es su propia Personalidad
la que ocupa su consciencia: avergonzado, alternativamente
resentido y culpable, orgulloso e inferior, audaz y timorato, etc.
A través de la asimilación de la experiencia bajo condiciones
de urgencia crónica, el Self neurótico ha perdido una parte de
sus funciones-Yo. El proceso de la terapia consiste, por lo tanto,
en cambiar las condiciones y proporcionar otros fondos de ex-
periencia, hasta que el Self descubra-e-invente la figura, “yo
estoy evitando deliberadamente esta excitación y generando
esta agresión”. Esto puede entonces llevar de nuevo hacia un
ajuste creativo espontáneo. (Pero —lo repetimos de nuevo—
en la medida en querías condiciones de la vida impliquen inevi-
tablemente la urgencia y la frustración crónicas, el control cró-
nico demostrará, a fin de cuentas, que es funcional; la relaja-
ción durante la sesión de terapia no aportará nada salvo una
abreacción catártica de rabia y de pena, o peor, el vómito de
situaciones que “no se pueden digerir”).

3 Critica de la teoría de Freud: I. Los deseos reprimidos

Nuestra explicación, especialmente la de la represión, es tan


diferente de la de Freud que debemos hacer patente esta dis-
crepancia, esto es, recordar su punto de vista y también expli-
car el nuestro. La represión es el proceso que él estudió más a
fondo, y sería posible construir el sistema entero del psicoaná-
lisis freudiano utilizando la “represión” como concepto prime-
ro.
Para Freud, parecía que el “deseo”, la excitación se repri-
mían, mientras que nosotros los consideramos como no repri-
mibles, aunque todos los pensamientos o todos los comporta-
mientos concretos asociados al deseo puedan olvidarse. Esto le
llevó entonces a un intento de explicación complicado, poco
característico y, según el testimonio general, difícil, de la mane-
ra cómo el organismo conservador puede inhibirse a sí mismo.
El sistema entero del “pensamiento inconsciente” y del Ello,
que nunca puede ser experimentado, forma parte de este in-
tento de explicación, aunque como cualquier entidad ad hoc,
hace surgir una multitud de nuevos problemas. Freud sostenía
también que los contenidos reprimidos eran, a la vez, aparta-
dos por el Yo y atraídos por “el inconsciente”, y necesitaba
también una censura inconsciente. Pero nosotros sostenemos,
por nuestra parte, que la atracción o la censura de los conteni-
dos están en discrepancia con los hechos, y que la represión
está suficientemente explicada por la supresión deliberada, el
simple olvido y la actividad espontánea de las relaciones figu-
ra/fondo del Self cuando este se enfrenta a nuevos problemas
en las condiciones anteriores.
Es evidente que las excitaciones inhibidas no están reprimi-
das, sino que por el contrario se expresan de tal manera que se
debe decir que quieren expresarse a sí mismas, crecer. Bajo
condiciones de relajación, como la libre asociación o la somno-
lencia,/» también bajo condiciones de concentración espontá-
nea, como el trabajo del artista o una conversación animada,
toda clase de imágenes y de ideas raras, de impulsos y de ges-
tos abortados, de dolores enervantes y de punzadas vienen
también a nuestra conciencia y redaman nuestra atención: son
las excitaciones reprimidas que quieren crecer; y si, a través de
la concentración desinteresada pero dirigida, se les da un len-
guaje y los medios musculares, ellas se revelan inmediatamen-
te con todo su significado. Estas tendencias son, con seguridad,
el pan nuestro de cada día de cualquier sesión analítica; ¿cómo
es posible que Freud no les haya asignado un peso como evi-
dencia del carácter irreprimible del Ello? Consideremos un
párrafo típico de Freud:

"Entre los deseos de origen infantil, que no se saben ni


destruir ni inhibir, hay algunos cuyo cumplimiento ha llega-
do a estar en contradicción con las ideas intencionadas de
nuestro pensamiento secundario O cumplimiento de estos
deseos no produciría un sentimiento de placer sino de dolor
y es precisamente esta inversión de los afectos lo que consti-
tuye la esencia de lo que llamamos “represión".2

Es decir que, considerados como “infantiles”, los impulsos


son incapaces de inhibición, que es lo que nosotros estamos
diciendo; después, “contradicen" otros objetivos, y por eso son
dolorosos y por esa razón son reprimidos. Pero el placer y el
dolor no son ideas, sino que son sensaciones de relajación o de
tensión. ¿Cuál es la transformación orgánica que considera
Freud por la que la “contradicción” va a producir este cambio
del afecto? Estamos afirmando sencillamente, por el contrario,
que el deseo es doloroso debido al esfuerzo empleado para
inhibirlo (una tensión no descargada y una restricción muscu-
lar): esta transformación es el sujeto de las experiencias ordi-
narias.
Pero si lo que estamos afirmando es cierto, cualquier expe-
riencia consciente continua va a estar coloreada por un dolor
no-reprimido. Obviamente, a Freud no le parecía que esto fuera
así. Sin embargo, sí lo es. No parece ser ¿sí ya que nosotros no
dejamos que esto pueda parecer así cuando estamos dedicados
a seguir con nuestros asuntos con una resignación estoica y
tratamos de arreglarnos de la mejor manera posible con los
impulsos que aceptamos. El dolor está allí, pero reprimido:
pero si nos concentramos en nuestros sentimientos, se colo-
reará todo. Freud es conocido por su pesimismo sobre las ex-
pectativas de felicidad del género humano, sin embargo, no es
tan pesimista como sería necesario con respecto a la realidad
de la condición humana.
El desacuerdo aquí también es verbal y depende, como en
todas las diferencias semánticas importantes, de una diferencia
en el modelo de lo que se desea: ¿a qué vamos a llamar noso-
tros “dolor” y “placer”? Para Freud, la percepción difusa, el mo-
vimiento deliberado y el sentimiento controlado de la vida co-
tidiana del adulto no son dolorosos sino neutros. Sin embargo,
comparados con el modelo del comportamiento espontáneo,
deberían por lo menos ser llamados “desagradables": no son
neutros, ya que están marcados ciertamente por el nerviosis-
mo, el cansancio, la insatisfacción, la resignación, una sensa-
ción de algo inacabado, etc.
Observemos también que el párrafo citado más arriba impli-
ca que no hay autorregulación fisiológica, ya que los impulsos
“infantiles son aleatorios, incapaces de inhibición, y que su ob-
jetivo surge de: pensamiento secundario. Esto nos lleva a otra
razón que hacía pensar Freud que las excitaciones estaban re-
primidas. Él consideraba constantemente algunas excitaciones
como infantiles, como específicamente ligadas a situaciones
infantiles y, por lo tanto, a pensamientos y a escenas infantiles;
es cierto que tales situaciones y pensamientos son muy difíci-
les, incluso imposibles, de recuperar; no están en el segundo
plano de la consciencia. Pero como hemos tratado de demos-
trar más arriba (capítulo 5), todas las excitaciones son mucho
más generales en su aplicación; son los objetos y las situacio-
nes, sin cesar cambiantes los que les dan su definición y su es-
pecificidad. La conexión esencial aparente con los pensamien-
tos concretos olvidados, evidente cuando la represión de los
pensamientos se desvanece, se debe al hecho, como ya lo he-
mos demostrado, de que la conexión estaba en una cierta si-
tuación en donde se ha limitado deliberadamente la excitación
y se la ha reprimido, y esta actitud se ha vuelto rápidamente un
hábito y se ha olvidado; por lo tanto, el primer desarrollo libre
de la excitación desde la relajación de la inhibición estimula un
recuerdo antiguo como técnica disponible. No es el recuerdo lo
que libera esencialmente el impulso, sino el desarrollo del im-
pulso lo que estimula el recuerdo. O por decirlo de otra mane-
ra. la vida espontánea es constantemente más “infantil” de lo
que se le permite; la pérdida de lo infantil no es un cambio or-
gánico sino una represión deliberada.
4 Crítica de Freud: II. Los sueños

Volvamos ahora a la teoría de Freud sobre la “atracción” de


ciertos contenidos por el inconsciente, vamos a considerar el
ejemplo familiar de la “huida" de la fase final de un sueño; es
verdad, realmente que no parece que se le empuje simplemen-
te fuera de la mente, sino más bien que fuera atraído por un
imán invisible. Sin embargo, debemos, observar ante todo que,
en la práctica, para retener el sueño no es necesario prestarle
atención, sino ocuparse de él desinteresadamente, dejarle ve-
nir si quiere, y esto no tendría ningún sentido si el sueño fuera
realmente atraído de alguna manera hacia fuera.
El sueño no se desvanece por una represión deliberada; es
principalmente la síntesis espontánea hecha por el Self lo que
aniquila el sueño tanto como sea posible en el acto de forma-
ción de la figura/fondo más simple, en el estado de vigilia: esta
es la razón por la cual el sueño se desvanece sin esfuerzo (la
aniquilación es espontánea), y también por la que, desde el
punto de vista de la introspección hecha con esfuerzo, el sueño
parece escapar. Es porque los fondos que sirven para hacer
este esfuerzo normal para despertarse son incompatibles con
los fondos que permiten tener la experiencia de un sueño. En la
experiencia habitual de vigilia, el contacto más simple posible
excluye espontáneamente el sueño. Entonces, para dejar que el
sueño o cualquier impulso se exprese el único recurso consiste
finalmente en modificar la formación habitual figura/fondo en
sí misma, cambiar las circunstancias en las que el contacto es
posible, de modo que el sueño forme también, potencialmente,
parte del contacto. Esto es lo que ocurre teniendo una actitud
de desinterés. El método no consiste en intentar deliberada-
mente recordar ni intentar activar lo que es “inconsciente”,
sino alterar los fondos de la realidad del Self de modo que el
sueño también tenga peso como realidad. Nuestros sueños son
"expulsados” por nosotros mismos y nos “huyen” porque esta-
mos cometiendo un error sobre la naturaleza de las cosas; si no
podemos retener el sueño, es porque nos negamos a tomarlo
como algo real.
La incompatibilidad entre el sueño y el estado de vigilia ha-
bitual es algo muy conocido. Al despertarse, una persona em-
pieza a sentir que está activa, que se levanta y hace cosas y se
mueve. Pero el sueño pertenece a la categoría de los deseos
que pueden ser gratificantes solamente por su alucinación in-
móvil; un inicio de movimiento muscular hace huir al sueño
(esto se interpreta como “censurar el deseo antes de que pueda
conseguir su descarga motora"). Más importante aún, el sueño,
como ocurre en la alucinación, es excluido de lo que se concibe
como el mundo real. No se aceptan las alucinaciones como fun-
ciones de uno mismo. (Sin embargo los niños, con toda seguri-
dad, toman sus juegos alucinatorios como parte del mundo
real; y los adultos dedican mucho tiempo y atención a las obras
de arte, que son las alucinaciones de otros. Solamente los sue-
ños personales se subestiman. Si no, consideremos la actitud
habitual ante la ensoñación diurna llena de deseo: se la consi-
dera como una escapatoria, una huida de la realidad y de las
obligaciones; pero no es tanto una escapatoria como un enga-
ño: el deseo en la ensoñación diurna, a fin de cuentas, se queda
como algo vago y no utilizado; no se le permite concretarse en
un juego activo ni se le utiliza como una interpretación de
nuestras propias intenciones, como una indicación del interés
y de la vocación reales). Otra propiedad del estado habitual de
vigilia, que excluye los sueños, es que es verbal y abstracto; al
despertar, verbalizamos más bien nuestros objetivos abstrac-
tos: “¿Dónde estoy?”, “¿Qué pretendo hacer esta maña-
na?”“¿Qué hora es?”, “¿Qué he soñado?”; nuestra experiencia
está organizada por estas abstracciones. Pero el sueño es con-
creto, no verbal, sensorio-eidético. En general, el sueño no es
una experiencia posible, no tanto por sus contenidos como por
su forma.
Todos estos factores funcionan de manera especialmente in-
tensa (de tal manera que el sueño escapa rápidamente y no se
puede recuperar, en lugar de sencillamente desvanecerse y
perder su dominancia porque no es pertinente) cuando el Self
es neurótico y hay ya una tensión en las relaciones habituales
de la figura y del fondo debido a inhibiciones habituales no
conscientes. Esta tensión es el sistema de formaciones reacti-
vas que protegen el concepto habitual del Yo y de su cuerpo.
Como el fondo no está habitualmente vacío sino perturbado,
para acabar completamente una figura, sea la que sea, es nece-
sario mantener el fondo tan vacío y disponible como sea posi-
ble; se dedica una considerable energía de aniquilación a este
trabajo. Enfrentada a la espontaneidad del sueño, la salud del
Self y la seguridad dé su organismo parecen estar en un peligro
intenso. Desde este punto de vista, podemos considerar la ne-
cesidad de levantarse y estar activo, de orientarse en el tiempo
y en el espacio y en sus objetivos, de estar alerta, como otras
tantas formaciones reactivas espontáneas que permiten hacer
frente a la situación de emergencia que supone la actitud peli-
grosa del sueño. Con tanta artillería movilizada contra ellos, los
pensamientos del sueño son así instantáneamente aniquilados,
y el deseo del sueño ciertamente suprimido.
El sueño escapa y es expulsado, en suma, debido a la forma-
ción espontánea de la relación figura/fondo que se muestra
posible teniendo en cuenta estas condiciones, y debido tam-
bién a una decisión deliberada respecto a lo que asumimos
como realidad. Otto Rank dice que los iroqueses tenían por
costumbre tomar la decisión contraria: el sueño era la realidad,
por lo tanto el trabajo consistía en interpretar el estado de vigi-
lia según los términos del sueño, en lugar del sueño en térmi-
nos del estado de vigilia. Para Freud, parecería que la infancia
era lo psicológicamente más real ya que, al final, interpreta el
sueño no en función del estado de vigilia (es decir, los residuos
del día) sino en función de las situaciones infantiles. Vamos a
ver esto con más detalle.

5 Crítica de Freud: III. La realidad

Para aclarar completamente la teoría de la represión de Freud,


debemos volver de nuevo a su análisis de lo real (ver 3,13 ss.)
Freud distingue el “proceso primario” y el “proceso secun-
dario” de pensamiento. Algunos párrafos van a demostrar la
semejanza subyacente entre lo que dice y lo que nosotros pro-
ponemos, aunque existen también diferencias importantes.
“El proceso primario se esfuerza por hacer que la excitación
se libere para establecer, gracias a las cantidades de excitación
así reunidas, una identidad de percepción; el proceso secunda-
rio ha abandonado esta intención y ha adoptado, en lugar de
esto, el proyecto de una identidad de pensamiento"}
Podríamos decir que el proceso primario (unidad de las fun-
ciones perceptivas, motoras y afectivas, que es llamado no muy
acertadamente “pensamientos”) crea una realidad; se piensa
que el proceso secundario, que se abstrae de esta unidad, refle-
ja esta realidad.
“La transformación del afecto (esencia de la ‘represión’) se
da a lo largo del desarrollo. Basta, solamente, con pensar en el
asco, originalmente ausente de la vida infantil. Está asociado
con la actividad del sistema secundario. Los recuerdos a partir
de los cuales el deseo inconsciente suscita una liberación del
afecto, nunca han sido accesibles al preconsciente y por esta
razón la liberación no puede inhibirse [...]
Los procesos primarios están presentes en el aparato psí-
quico desde el principio, mientras que los procesos secunda-
rios toman forma sólo gradualmente a lo largo del curso de la
vida, inhibiendo y superponiéndose a los primarios, y consi-
guiendo un control completo sobre ellos, probablemente solo
en la flor de la vida”.
“Los ‘procesos incorrectos’ de desplazamientos en el sueño,
etc., son los procesos primarios del aparato psíquico; aparecen
cada vez que las ideas abandonadas por la catectización pre-
consciente quedan a su suerte y pueden llenarse de la energía
desinhibida que fluye por el inconsciente y trata de descargar-
se [...] Los procesos descritos como ‘incorrectos’ no son real-
mente falsificaciones de nuestro proceder normal, ni pensa-
mientos defectuosos, sino modos de operación del aparato psí-
quico cuando son liberados de la inhibición" . (El subrayado es
nuestro).
El proceso primario (es decir, crear una identidad de la
realidad perceptiva) es la toma de contacto espontánea; pero,
para Freud, es equivalente únicamente al proceso del sueño. El
arte, el aprendizaje y la memoria, el crecimiento están radical-
mente separados del proceso primario, como si cualquier
aprendizaje y el control deliberado que viene con el aprendiza-
je nunca se pudieran utilizar simplemente y después ser aban-
donados cuando el Self de nuevo, actúa espontáneamente. Pero
entonces, por supuesto, el crecimiento implica necesariamente
“la transformación del afecto”, ya que aprender, según esta
concepción, no es sino inhibir.
¿Qué le llevó a Freud a pensar en un solapamiento así del
proceso primario por el proceso secundario, más que pensar
en su unidad sana dentro de un sistema de recuerdos disponi-
bles? Podemos hablar de las razones teóricas, de las prácticas y
de la Personalidad.
Respecto a la teoría, Freud tenía una concepción equivocada
de la realidad que surgía de su aceptación de una psicología
errónea de la conciencia. Ya que si la orientación en la realidad
es dada por los sentidos y las percepciones aisladas, y si cual-
quier manipulación de la realidad se da por los hábitos moto-
res aislados, entonces ciertamente, para llegar a la realidad
total, es necesario que exista un proceso de pensamiento. Abs-
tracto que añada las partes y reconstruya la totalidad. En esta
construcción, todas las partes —las percepciones, las propio-
cepciones, los hábitos aislados y los objetivos abstractos— es-
tán fundamentados en la inhibición de la unidad de la esponta-
neidad. Pero, aparentemente, las únicas totalidades espontá-
neas de contacto que Freud pudo observar fueron los procesos
del sueño, y estos por supuesto dan poca orientación y ninguna
manipulación. Sin embargo, existe con seguridad un número
indefinido cíe totalidades espontáneas no alucinatorias; se tra-
ta de teorizar correctamente lo que ocurre en la experiencia,
como lo hacen los psicólogos de la Gestalt y los pragmáticos.
En la práctica, en terapia, Freud confió precisamente en las
disociaciones del paciente; les impidió que tuvieran sentido o
utilidad; así, solamente eran los sueños los que acapararon con
fuerza su atención como totalidades espontáneas. (Como si
estuviera confuso, insistía en ver la transferencia, totalidad
espontánea de la práctica, como un mero residuo de la infan-
cia). Además, no solamente la psicología de la consciencia de
Freud estaba equivocada, sino también su psicología fisiológi-
ca, ya que creía que los impulsos eran aleatorios, los conside-
raba excitaciones aisladas de un organismo mecánico. Desde
nuestro punto de vista, el cuerpo está lleno de sabiduría here-
dada; está más o menos ajustado al entorno desde el principio:
dispone de las materias primas para crear nuevas totalidades
y, en sus emociones, hay una especie de conocimiento del en-
torno así como los motivos para la acción; el cuerpo se expresa
en unas series bien construidas de objetivos y en conjuntos de
deseos. Dejando todo esto a un lado, Freud se redujo a una te-
rapia meramente verbal y no psicosomática. El resultado de su
práctica fue que no pudo conectar el “pensamiento” dinámico
espontáneo que él enfatizaba, ni con el entorno ni con el cuer-
po; así, debido a todo esto, reivindicó audazmente un reino
independiente: el “inconsciente”.
Sin embargo, no estaba totalmente satisfecho con esto, ya
que llegó a decir: “Los procesos del sueño no son incorrectos
después de todo; son el camino hacia la realidad; por el contra-
rio, es el Yo, concretamente después de haber llegado a la ma-
durez, quien ha perdido la realidad”. Y porque quiso decir esto,
es por lo que todo el sistema del psicoanálisis freudiano se
preocupa por lo “infantil”. Y esto es exacto porque en la infan-
cia existía un proceso no inhibido importante, que daba una
realidad, que no era al mismo tiempo sólo un sueño. Lo que era
incorrecto era la noción según la cual más tarde se desarrolla-
ba una nueva entidad sana, el proceso secundario, ya que es
una neurosis epidémica.
La noción de “proceso secundario” es la expresión de que el
Self pierde la consciencia de que él es quien ejerce la inhibición
y, por lo tanto, de que también puede relajarla. La contrariedad
se proyecta más bien como una “dura realidad”. Y mediante
una formación reactiva, el proceso espontáneo se denigra con
rencor; se convierte en “simples” sueños y “simples” distorsio-
nes neuróticas, y todas las otras formaciones de figura espon-
táneas se desatienden completamente. Además, los sueños y
los síntomas se atacan de nuevo, “interpretados” y reducidos,
en lugar de ser tomados también como partes de la realidad
vital y, en verdad, esenciales en cualquier operación creativa.
(Es la crítica de Jung). Finalmente, la infancia es a la vez deni-
grada y sobrestimada; se sobrestima cuando se la considera
como una pérdida irremediable; se la denigra en la terapia
cuando todo el trabajo del analista consiste en intenta recupe-
rar lo irrecuperable.

6 Ejemplos de represión: el insomnio y el aburrimiento

Vamos a retomar el hilo de nuestro propio argumento y vamos


a ver un ejemplo de represión.
En la represión, ya lo hemos dicho, la excitación se mantiene
en el segundo plano y tiñe de dolor todas las formaciones pos-
teriores. El carácter deliberado de la inhibición se ha olvidado.
En estas condiciones, el Self se vuelve hacia otros ajustes crea-
tivos y hace otros esfuerzos para mantener en el olvido la inhi-
bición olvidada. El insomnio agudo ilustra de la manera más
simple esta forma de funcionar, ya que, en el acto de pretender
dormirse, los ajustes creativos ulteriores se minimizan y el do-
lor de la necesidad inacabada se siente de manera invasiva co-
mo un displacer, un desasosiego y una tensión concretas. Pero
el significado de la necesidad se ha olvidado, porque no se le
permite desarrollarse ni encontrar una orientación.
En el insomnio, el Self quiere relajarse, desintegrarse, pero
una necesidad inacabada lo mantiene al mismo tiempo en ten-
sión. El esfuerzo mismo para dormirse se convierte entonces
en el medio para mantener reprimida la necesidad. En primer
lugar, el insomne cierra sus ojos, imagina escenas aburridas,
etc. Estas imitaciones deliberadas del sueño son completamen-
te inadecuadas para la necesidad real que no es dormir sino
resolver el problema inacabado, pero podrían interpretarse
como una retroflexión: quiere aburrir “a este otro” que siente
la necesidad y dormirle. Entonces el insomne empieza un pro-
ceso de fantasías y pensamientos disociados, que por supuesto
se refieren todos al problema reprimido, aunque él no quiere
reconocer el vínculo,y por eso las fantasías no se parecen a su
deseo sino que se suceden una tras otra de manera atormenta-
da. A veces sucede que una serie así de fantasías tiene el mismo
sentido afectivo que la necesidad reprimida, en cuyo caso los
pensamientos reaccionan haciendo catarsis de una parte de la
excitación y uno cae en un sueño ligero plagado de sueños; pe-
ro pronto uno despierta si la tensión se hace nuevamente muy
fuerte. Puede haber una tercera etapa cuando el insomne se fija
y se concentra sobre cualquier causa falsa de su insomnio, co-
mo el aullido de un perro, una fiesta ruidosa en el piso de aba-
jo; entonces modifica el sentido de su agresión para aniquilar-
lo. El deseo de aniquilar un objeto está muy cerca de la verda-
dera situación subyacente que consiste en tratar de aniquilar el
problema y, de esta manera, consigue una gran cantidad de
afecto: esto hace explotar la verdadera energía de la que se
hace uso con fuerza de manera no consciente. Así ocurre que, si
al impulso de aniquilar se le permite ganar una dominancia
importante y llevar a cabo una acción violenta —tirar un zapa-
to contra el perro, golpear el suelo, se da una recuperación
parcial de la función-Yo. Esto puede tener varias consecuen-
cias: se tiene un control mayor de la represión y se la puede
soportar lo suficiente como para poderse dormir (en términos
ortodoxos, la represión tiene éxito más que fracasar); o, por el
contrario, ahora que se ha agotado contra un pretexto, una
cierta energía se vuelve hacia dentro, pudiéndose repentina-
mente aceptar la necesidad inacabada como algo propio. Se
abandona el esfuerzo de tratar de dormir, se levanta uno y se
admite que la fiesta del piso de abajo es más atractiva que per-
turbadora, o que no es el perro que aúlla sino algún otro sonido
lo que se desea o se teme oír. La orientación correcta lleva a
otra actividad pertinente: uno se viste y baja las escaleras, o
escribe una carta, o cualquier otra cosa.
Irónicamente, cuando no se trata de dormir, cuando no es el
“momento” de dormir, la represión del problema y la persis-
tencia de la excitación se manifiestan como falta de atención,
aburrimiento o cansancio (¡y algunas veces hasta caer doran-
do!). La necesidad dominante no puede alcanzar el primer
plano, pero las figuras que están en primer plano se perturban
y, como no pueden extraer toda la energía y no son llamativas,
la atención decae y ninguna figura adquiere brillo. Ya que exis-
te un deseo de estar en otra parte y hacer otra cosa (aunque no
se puede reconocer el deseo ya que no se le permite desarro-
llarse), se siente únicamente que lo que se desea es no estar
aquí, no hacer esto. Esto es el aburrimiento. Pero la persona
que se aburre se esfuerza en prestar atención, se agota en el
esfuerzo de mantener una relación tensa entre una figura des-
vaída y un fondo perturbado; muy pronto está vencido por el
cansancio y sus párpados caen. Si la excitación reprimida es de
tal género como para que la persona pueda quedar suficiente-
mente gratificada por lo imaginario, puede dedicarse a soñar
despierta, o a dormirse y soñar. Pero a menudo, por desgracia,
tan pronto como uno abraza el deseo de dormir y se acuesta,
entonces, precisa mente, es cuando aflora el insomnio.

7 La sublimación

En oposición a las distracciones que no pueden hacerse atrac-


tivas y conseguir la atención, están aquellas que consiguen or-
ganizar una actividad interesante. Son los intereses que hacen
explotar una excitación que no puede expresarse simplemente
porque su significado está reprimido, pero que “indirectamen-
te” quieren satisfacer la necesidad. Estas son las llamadas “su-
blimaciones”, intereses que satisfacen la necesidad de “una
forma socialmente aceptable o incluso apreciada”.
Según la teoría freudiana de la transformación del afecto y,
por tanto, de la represión de la excitación, el proceso de subli-
mación sería un misterio insondable, ya que, si el deseo orgáni-
co se modifica intrínsecamente, ¿qué es lo que se satisface me-
diante la actividad sustitutoria? Según la teoría que estamos
planteando, no hay problema. Hablando en sentido estricto, no
existe, en absoluto, un proceso especial como la sublimación.
Lo que se llama “sublimación” es una satisfacción directa aun-
que imperfecta de la misma necesidad.
La satisfacción es imperfecta porque la pérdida de las fun-
ciones-Yo en la inhibición no consciente impide un ajuste crea-
tivo eficaz, porque la misma excitación está coloreada de dolor,
dificultad y masoquismo, que a su vez colorean la satisfacción
del interés; porque las limitaciones que intervienen vuelven
siempre al interés un poco abstracto y desconectado de la ne-
cesidad, y porque la incapacidad para volverse espontáneo im-
pide una liberación total. Por eso, la sublimación es compulsi-
vamente repetitiva, el organismo no llega plenamente al equi-
librio y la necesidad vuelve con demasiada frecuencia. Una
buena parte de las masturbaciones ilustran estas propiedades
de la sublimación.
Sin embargo, es evidente que la sublimación no es un susti-
tuto sino una satisfacción directa. Consideremos, por ejemplo,
la interpretación bien conocida según la cual el arte del nove-
lista es en parte una sublimación de su voyeurismo y del exhi-
bicionismo infantil reprimido. (Según Bergler). Es cierto que el
novelista mira furtivamente y se exhibe. ¿Qué es lo que está
reprimido aquí? Satisface su curiosidad sobre los hechos, se-
xuales y de otro tipo, de sus personajes, que pertenecen muy a
menudo al círculo de sus conocidos y, muy a menudo, a los re-
cuerdos familiares; exhibe sus propios sentimientos y conoci-
mientos prohibidos. La prueba de que nada de esta parte está
reprimida es que, de hecho, se siente culpable de hacerlo. Pero
se podrá objetar que no es eso, sino más bien haber sido testi-
go de la escena primigenia y de haber exhibido, de pequeño,
sus órganos genitales lo que ha sido reprimido y sublimado, y
que la culpabilidad viene de aquella época. A nosotros nos pa-
rece que esto es una interpretación errónea de lo que ocurrió
en aquella época: el interés del niño por la escena primigenia
consistía en una curiosidad anhelante sobre los actos de las
personas más importantes para él, y lo que quería era exhibir
su propia naturaleza y sus propios deseos, y participar. Son las
mismas necesidades que satisface ahora directamente, pero la
satisfacción es imperfecta porque lo único que hace es contar
una historia, sin sentirla ni llevarla a la acción.
Pero es precisamente el novelista el que llega no a reprimir
estos impulsos sino a conseguir alguna satisfacción directa de
ellos. Un momento de reflexión sobre la eficacia social de nu-
merosas sublimaciones va a mostrar que realmente aportan
una satisfacción directa, ya que lo que es espontáneo y desin-
hibido es lo que es poderoso y eficaz y, a fin de cuentas, es lo
apreciado. Vamos a dar otro ejemplo, quizás menos corriente.
El poder de un Gandhi para mover a millones de personas gra-
cias a su personalidad infantil y célebre que mostraba, en uno
de sus aspectos importantes, su actitud peculiar respecto a la
comida: cuando Gandhi se negaba o aceptaba comer, hacía que
esto fuera algo políticamente importante. ¿Deberíamos inter-
pretar esto como una rabieta infantil? ¿Cómo era entonces tan
eficaz? Al contrario, era una manera excepcionalmente directa
de mantener vivo el verdadero sentimiento infantil según el
cual todo reside en la diferencia entre comer en un mundo de
amor o en un mundo de odio. Gandhi probablemente ayunaba
movido en primer lugar por el cálculo y la amenaza, además de
porque en aquellas condiciones la comida le debía de dar asco.
Este juicio fisiológico espontáneo y la acción que acabamos de
comentar que se deriva de él tocaban todos los corazones, en
un contexto que no era el de una guardería sino el de un mun-
do de adultos en donde todo es igual de pertinente aunque se
descuida universalmente. Era eficaz no porque fuera un símbo-
lo o un sucedáneo, sino porque era una respuesta espontánea a
una realidad.
La teoría freudiana de la “sublimación”, sin embargo, era
también el resultado de una asociación demasiado estrecha
entre los impulsos persistentes y sus situaciones y pensamien-
tos pasados.

8 La formación reactiva

La formación reactiva es una forma de evitar la ansiedad ame-


nazante ante el fracaso de la represión (aumentando la excita-
ción inhibida o relajando la inhibición), por los intentos poste-
riores de aniquilar la excitación o por el refuerzo de la inhibi-
ción. La represión evita la excitación; la formación reactiva evi-
ta la ansiedad de la excitación que ha sido sofocada, ya que esta
ansiedad-excitación parece incluso más peligrosa de lo que era
la excitación original. Vamos a citar algunos ejemplos de ani-
quilación del estímulo inductor o de la excitación: la evitación,
la indignación, la desconfianza, el esnobismo, la condenación
moral; ejemplos de refuerzo de la inhibición son: la rectitud, la
obstinación, la estupidez deliberada, el orgullo.
Si dejamos de lado la teoría freudiana de la transformación
del afecto y de la represión de la excitación, ya no necesitamos
hablar más de “ambivalencias”, de sentimientos contrarios ha-
cia el mismo objeto en la misma situación, como si los contra-
rios existieran en un mismo plano y fueran ambos los senti-
mientos expresados. (Tales contrarios, si existieran, podrían
explicarse como transformaciones incompletas del afecto: el
objeto que en la infancia aportaba placer produce ahora úni-
camente dolor). Es bastante más probable que los contrarios
estén relacionados de manera dinámica: un contrario es una
formación reactiva contra el otro. Lo que existe es una jerar-
quía dinámica entre el impulso, la inhibición del impulso y la
“defensa” de la inhibición, es decir, una agresión suplementaria
contra el impulso y una identificación con el introyecto que lo
agrede. Por ejemplo, consideremos el apetito y el asco. El apeti-
to (la tentación) es asqueante porque el apetito se inhibe me-
diante el cierre hermético de la boca; el asco es la respuesta a
la comida metida a la fuerza en una boca herméticamente ce-
rrada. Pero se ha perdido la conciencia de que se tiene la posi-
bilidad de abrir la boca, de que ya no se forzaría a la comida a
entrar y tampoco habría ya necesidad de vomitarla. En la etapa
de la represión, de la inhibición deliberada, la comida simple-
mente la descarta uno mismo, no se identifica uno con el apeti-
to que se puede tener por ella; pero en la etapa de la formación
reactiva, no se está del todo en contacto con la comida; la elec-
ción no tiene nada que ver con la comida, sino con las relacio-
nes interpersonales olvidadas. Así el apetito recurrente y el
asco no forman un conflicto auténtico; no hay “ambivalencia”
real: los contrarios son “Me gusta esta comida” y “No voy a co-
mer nada que no me guste”; está claro que ambas cosas no son
incompatibles sino que el ajuste entre ellas es imposible debi-
do a la represión.
Desde un punto de vista terapéutico, nuestra sociedad tiene
también una desafortunada hostilidad hacia las formaciones
reactivas habituales y trata, a su vez, de aniquilarlas. La razón
de esto es el estado del desarrollo social desigual que hemos
descrito anteriormente (capítulo 8, 3); una sociedad auto con-
quistadora que aprecia también la extraversión y lo sexual. Las
formaciones reactivas son, evidentemente, aniquiladoras y ne-
gativas, y nadie las quiere reconocer. Se las ridiculiza y se
desaprueba la rectitud, la limpieza obsesiva, la capacidad de
ahorro, el orgullo obstinado, la censura moral; estas caracterís-
ticas parecen nimiedades en lugar de cosas importantes. De la
misma manera se desaprueban el rencor y la envidia, agresivi-
dad del impotente y Eros del frustrado. Solamente en las crisis,
en las situaciones de urgencia, es cuando se les permite pasar a
primer plano. En lugar de esto, todas estas actitudes son reem-
plazadas por una aniquilación de la aniquilación y conseguimos
la cortesía vacía, la buena voluntad, la soledad, la falta de afec-
tos, la tolerancia, etc. El resultado es que en la terapia las rela-
ciones paciente/terapeuta son al principio demasiado razona-
bles y es necesario, aunque doloroso, movilizar estos rasgos
reactivos y estos pequeños triunfos. El terapeuta preferiría que
el paciente que viene se pareciera a un buen neurótico con
fuertes convicciones morales.

Notas

1 Algunos de estos ejercicios se presentan en la primera parte de este libro


2 Sigmund Freud. La Interpretación de los Sueños.
3 Shachtel hace excelente análisis parecido del olvido del sueño en su ensa-
yo “On Memory” (“Sobre el recuerdo”), en A study of Interpersonal Rela-
tions, Hermitage Press, New York, 1949, pp. 3-49.
4 Sigmund Freud. La Interpretación de los Sueños.
5 Ibid.
6 Ibid.
15
Pérdida de las funciones Yo:
II. Estructuras y fronteras típicas

1. Estrategia para la terapia de los caracteres neuróticos


2. Mecanismos y caracteres como etapas de la interrup-
ción de la creatividad.
3. Los momentos de interrupción
4. Confluencia
5. Proyección
6. Retroflexión
7. Egotismo
8. Resumen
9. El esquema anterior no es una tipología de las personas
neuróticas
10. Ejemplo de la reversión de la secuencia de las fijaciones
11. Sentido de las fronteras
12. La terapia de las fronteras
13. El criterio
15
Pérdida de las funciones Yo:
II. Estructuras y fronteras típicas

1 Estrategia para la terapia de los caracteres neuróticos

En este último capítulo, vamos a tratar de explicar los meca-


nismos y los “caracteres” neuróticos más importantes como
modos de contacto en la situación en curso, ocurra lo que ocu-
rra durante la sesión de terapia. Los comportamientos neuróti-
cos son los ajustes creativos de un campo en el que hay repre-
siones. Esta creatividad va a actuar espontáneamente en cual-
quier situación presente; el terapeuta no tiene que ir a buscar
nada por debajo del comportamiento “ordinario”, ni hurgar en
él para poner de manifiesto el mecanismo. Su trabajo consiste
sencillamente en plantear un problema que el paciente no re-
suelve de manera adecuada y por cuyo fracaso se siente insa-
tisfecho. Entonces, la necesidad del paciente, con ayuda, va a
destruir y asimilar los obstáculos y va a crear hábitos más via-
bles, como ocurre en cualquier otro aprendizaje.
Hemos colocado las neurosis como una pérdida de las fun-
ciones-Yo. En la etapa “Yo” del ajuste creativo, el Self identifica
algunas partes del campo como suyas y rechaza otras como no
suyas. El Self se siente a sí mismo como un proceso activo, co-
mo una conciencia deliberada de algunos deseos, intereses y
poderes, que tienen una frontera definida pero fluctuante. En
un compromiso progresivo, es como si el Self se preguntara:
“¿Qué necesito? ¿Voy a ponerlo en práctica? ¿Cómo me he exci-
tado?... ¿Cuál es mi sentimiento con respecto a lo de fuera?...
¿Voy a intentarlo? ¿Dónde estoy yo con respecto a esto?
¿Hasta dónde se extienden mis poderes? ¿De qué medios
dispongo? ¿Voy a continuar ahora o me retengo? Entre las téc-
nicas que he aprendido, ¿cuál es la técnica que podría usar?”.
Estas funciones deliberadas son ejercidas espontáneamente
por el Self y se mantienen con toda la fuerza del Self: la cons-
ciencia, la excitación y la creación de nuevas figuras. Al final,
durante un contacto íntimo y final, el carácter deliberado y el
sentimiento del “Yo” desaparecen espontáneamente dentro de
lo que se están ocupando, y entonces las fronteras ya no tienen
importancia, ya que no se contacta con una frontera, sino con
lo tocado, lo conocido, lo disfrutado y lo hecho.
Pero el neurótico, durante este proceso, pierde sus fronte-
ras, su sentido de la orientación y el sentido de lo que hace y
cómo lo hace y ya no puede hacerle frente. Además siente sus
fronteras como rígidamente fijas y no puede avanzar ni tampo-
co puede hacerle frente durante mucho más tiempo. En el
plano terapéutico, este problema que encuentra el Self supone
el obstáculo que impide la resolución de los problemas; por lo
tanto, es sobre él donde debe dirigirse, intencionadamente, la
atención. Las preguntas son, entonces, las siguientes: “¿En qué
punto es donde Yo empiezo a no poder resolver este proble-
ma? ¿Cómo hago para impedírmelo? ¿Cuál es la ansiedad que
siento?

2 Mecanismos y caracteres como etapas de la interrupción


de la creatividad.

La ansiedad es la interrupción de la excitación creativa. Que-


remos ahora demostrar que se pueden observar los distintos
mecanismos y “caracteres” del comportamiento neurótico en
las etapas del ajuste creativo en donde la excitación se inte-
rrumpe. Es decir, queremos elaborar una tipología a partir de
la experiencia de la situación real. Vamos a ver las ventajas de
un enfoque así y las propiedades de una tipología que pueda
ser útil en terapia (aunque es evidente que la persona a la que
se está tratando es siempre única y que no existe ninguna clase
de enfermedad que haya que tratar).
Cada tipología depende de una teoría de la naturaleza hu-
mana, de un método de terapia, de un criterio de salud, del in-
ventario de los pacientes seleccionados (ver capítulo, 4, 6). El
esquema que vamos a ofrecer aquí no es ninguna excepción. El
terapeuta necesita su propio criterio para mantener sus refe-
rencias, para saber en qué dirección mirar. El hábito adquirido
es el fondo de este arte, como ocurre en cualquier otra arte.
Pero el problema es el mismo que en cualquier otro arte: ¿có-
mo utilizar esta abstracción (y por tanto esta fijación) sin per-
der la realidad presente y especialmente el proceso en curso de
esta realidad? ¿Y cómo no imponer criterios —un problema
concreto que la terapia comparte con la pedagogía y la políti-
ca—, sino por el contrario contribuir a desarrollar las potencia-
lidades del otro?
a) Si es posible encontrar nuestros conceptos en el proceso
del contacto, entonces por lo menos será el paciente
real quien esté ahí. no la historia pasada o algunas ex-
plicaciones de teorías biológicas o sociales. Por otro la-
do, ya que gracias a estos conceptos el terapeuta puede
movilizar el conocimiento y la experiencia de su arte,
estos conocimientos deben surgir de manera razonable
de sus conocimientos del desarrollo del hombre y de su
teoría somática y general.
b) La situación real representa siempre, no lo olvidemos,
un ejemplo de toda la realidad que ha sido o será. Se
compone de un organismo, de su entorno y una necesi-
dad en curso. Por eso podemos hacernos las preguntas
habituales sobre la estructura del comportamiento:
¿cómo esta estructura se enfrenta al organismo?, ¿cómo
lo hace frente al entorno?, ¿cómo satisface una necesi-
dad?
c) Si construimos nuestros conceptos a partir de los mo-
mentos de un proceso presente (en concreto, sus inte-
rrupciones), podemos esperar que, con la consciencia
inmediata, estas interrupciones se van a convertir en
otras interrupciones. La continuidad del proceso no se
habrá perdido. Se va a descubrir que el paciente no tie-
ne un “tipo” de mecanismo, sino una serie de “tipos” e
incluso todos los tipos en secuencias explicables. Al
aplicar cualquier tipología, más que al descubrirla en el
presente, se va a experimentar lo absurdo de esto, a!
constatar que ninguno de los tipos coincide con un indi-
viduo concreto y, al revés, que la persona tiene algunos
rasgos incompatibles, o incluso, todos los rasgos. ¿En-
tonces qué es lo que se espera? Está en la naturaleza del
creativo (y en la medida en la que el paciente tiene algo
de vitalidad es creativo) construir concretamente su
propia unicidad conciliando sus incompatibilidades
aparentes y modificando su significado.1 Entonces, en
lugar de atacar o reducir los rasgos contradictorios con
el fin de llegar al rasgo “real” subyacente que adivina el
terapeuta (análisis caracterial), o de tratar de descubrir
las relaciones que faltan sobre lo que debe ser el impul-
so “real” "(anamnesis), solo necesitamos ayudar al pa-
ciente a desarrollar su identidad creativa a través de es-
te pasaje ordenado desde un “carácter” hasta otro. El
diagnóstico y la terapia son un mismo proceso.
d) Pero este pasaje ordenado no es otra cosa que la remo-
vilización de las fijaciones en totalidades de experiencia.
Lo que es preciso no olvidar es que cada mecanismo,
cada característica, es un medio válido para vivir, sola-
mente, si no se le impide existir y hacer su trabajo. Pero
el comportamiento del paciente, en la terapia o en cual-
quier otra cosa, es un ajuste creativo que continúa re-
solviendo un problema de frustración y de miedo cróni-
cos. El trabajo consiste en proporcionarle un problema
en unas circunstancias concretas en donde estas solu-
ciones habituales (inacabadas) ya no sean las posibili-
dades de solución más adecuadas. Si necesita utilizar
sus ojos, por ejemplo, y no lo hace porque esto no le re-
sulta interesante o seguro, entonces va a necesitar alie-
nar su ceguera e identificarse con su visión; si necesita
coger algo, va a tomar consciencia de la agresión muscu-
lar contra su movimiento y lo relajará, etc.; pero esto no
es porque la ceguera o la parálisis sean rasgos “neuróti-
cos”, sino porque no resuelven nada. Su significado ha
cambiado, de técnicas han pasado a ser obstáculos.

Para resumir, los bocetos de “caracteres” que vamos a ofre-


cer son una especie de puente entre la terapia de la situación
presente y las concepciones del terapeuta. Estos caracteres y
sus mecanismos no son tipos de personas, sino que, tomados
como un todo, son una descripción del “Yo” neurótico en pro-
ceso. Así vamos a tratar en cada caso:

1. de partir de un momento de la interrupción real,


2. de indicar el funcionamiento normal de la interrup-
ción,
3. de mostrar, sobre el fondo de las represiones, cómo
hace frente al organismo y al entorno y produce una
satisfacción positiva,
4. de relacionarlo con la historia cultural y somática,
5. y, finalmente, vamos a analizar la secuencia de carac-
teres cuando se ponen en acción.
3 Los momentos de interrupción

En la pérdida de las funciones-Yo, la pregunta es, como hemos


visto, la siguiente: “¿Cuál es el momento en el que yo empiezo a
no resolver este sencillo problema? ¿Cómo me lo estoy yo im-
pidiendo?”.
Vamos a volver de nuevo a nuestra secuencia esquemática
de figuras y fondos que se produce durante la excitación, y a la
secuencia contraria que se produce durante la inhibición (capí-
tulo 14, 1). En la inhibición neurótica, la secuencia se había
invertido y el cuerpo se convertía en el objeto final de la agre-
sión; el segundo plano estaba ocupado por el material reprimi-
do, la inhibición crónica que se había olvidado y se mantiene
olvidada.2 Sobre este fondo se produce la interrupción presen-
te (pérdida de las funciones-Yo).
La diferencia entre los diversos tipos está relacionada con el
momento en que se produce la interrupción:

1. Antes de la nueva excitación primaria: confluencia.


2. Durante la excitación: introyección.
3. Al enfrentarse al entorno: proyección.
4. Durante el conflicto y la destrucción: retroflexión
5. En el contacto final: egotismo.

4 Confluencia

La confluencia es la condición de no contacto (no hay frontera


del Self), aunque se sigan produciendo otras interacciones im-
portantes; por ejemplo, el funcionamiento fisiológico, la esti-
mulación del entorno, etc. Hemos visto que, normalmente, la
consecuencia del contacto, la asimilación, se produce al mismo
tiempo que una disminución del Self, y que todos los hábitos y
sus conocimientos son confluyentes. La distinción entre las
confluencias sanas y las confluencias neuróticas consiste en
que las primeras están potencialmente sujetas a contacto (p.
ej., un recuerdo accesible), mientras que las segundas no se
pueden contactar ya debido a la represión. Sin embargo, es
evidente que inmensas áreas de confluencia, relativamente
permanentes, son indispensables como segundo plano subya-
cente y no consciente a los segundos planos conscientes de la
experiencia. Estamos en confluencia con todo aquello de lo que
dependemos fundamentalmente, irremediablemente y sin pro-
blemas: cuando no hay necesidad o posibilidad de cambio. El
niño está en confluencia con su familia, un adulto con su comu-
nidad, el hombre con el universo. Si se le fuerza a alguien a ha-
cerse consciente de estos fondos de seguridad última, las bases
desaparecen y la ansiedad que se siente es metafísica.
En un plano neurótico, la actitud presente —no reconocer
del todo la nueva tarea— consiste en agarrarse a la no cons-
ciencia, como si se aferrara a un comportamiento acabado para
encontrar en él alguna satisfacción, y como si la nueva excita-
ción fuera a arrebatársela. Pero, evidentemente, ya que este
otro comportamiento ha tenido éxito y además es habitual, no
supone ninguna satisfacción consciente, sino solamente una
sensación de seguridad. El paciente ve que no ocurre nada
nuevo, pero que en lo antiguo ya no hay ningún interés ni dis-
criminación. Ejemplos arquetípicos son: mamar no conscien-
temente o aferrarse al calor de un contacto físico que no se
siente, pero cuya ausencia nos hace sentirnos helados.
Con respecto al entorno, la actitud consiste en impedir que
este comportamiento acabado se nos arrebate (por el destete).
La mandíbula se fija en un morder-aferrar el pecho con los
dientes, aunque podría pasar a otros alimentos pero no lo hace;
o también, abrazar férreamente durante la copulación; o tam-
bién, mantener las relaciones interpersonales en una situación
mortal. Esta parálisis muscular impide cualquier sensación.
Así se produce la frustración y el miedo. ¿Cuál es la satisfac-
ción? En el contexto de la parálisis muscular y de la desensibi-
lización, la satisfacción sólo es posible en la espontaneidad
aleatoria, independiente de la vigilancia que ejerce el Yo (histe-
ria). La mayoría de las llamadas regresiones sirven de actitud
expresiva que permite a los impulsos aleatorios encontrar un
lenguaje y un comportamiento; esto implica un desplazamiento
de los sentimientos y una reinterpretación del sentido de la
satisfacción para que se vuelvan apropiados. El comportamien-
to regresivo no es, en sí mismo, neurótico; simplemente es an-
terior o exterior a la confluencia. Pero la satisfacción dispersa
que se gasta en ello no se acumula. Y el problema es que en
este comportamiento expresivo surgen dificultades similares
—algo pide ser contactado— 5 entonces uno empieza a depen-
der otra vez.
Hablando desde un punto de vista cultural, las respuestas
con fluyentes se sitúan en el nivel más rudimentario, el más
infantil, el más deslavazado. El objetivo es conseguir que el
otro haga todos los esfuerzos.
La interrupción se puede producir durante la excitación, el
Self entonces introyecta, desplaza su propio deseo o apetito
potencial por el de algún otro. Normalmente es nuestra actitud
respecto al conjunto de objetos y personas de las que somos
conscientes, pero que no representan casi ninguna diferencia
entre sí, se miren como se miren: la convención en el habla, la
ropa, la orientación en la ciudad, las instituciones. La situación
es neurótica cuando la convención es coercitiva y es incompa-
tible con la vivacidad de la excitación, y cuando, para evitar la
ofensa de la no pertenencia, por no hablar de otros conflictos,
se inhibe el propio deseo y el entorno odioso es, a la vez, ani-
quilado y aceptado al ser tragado todo entero y borrado por
completo. Sin embargo, si los seres humanos no pudiesen imi-
tar ni asumir una uniformidad pública sin un profundo com-
promiso, las grandes aglomeraciones urbanas y culturales que
parecen pertenecemos serían impensables. Todas las conven-
ciones rotúrales (no coercitivas) han sido, en un momento da-
do, un logro espectacularmente creativo; pero utilizamos la
mayor parte de ellas, realmente, sin tenerlas verdaderamente
asimiladas y, además, nos dejamos asfixiar por ellas. Por ejem-
plo, es después de muchos años cuando un poeta asimila su
idioma y, sin embargo, otras personas Jo siguen hablando de
una manera neurótica. (Lo lamentable es que se toma con de-
masiada facilidad el uso común como la esencia).
En el plano neurótico, el que introyecta asume su apetito
frustrado invirtiendo su afecto antes de que pueda reconocer-
lo. Este cambio de dirección se hace, sencillamente, mediante la
inhibición misma. Lo que se quiere se siente como inmaduro,
desagradable, etc. O al revés, si es un impulso para rechazar
algo que está inhibido (oponerse a la nutrición forzada), se
convence a sí mismo de que lo que no quiere es bueno para él,
que es lo que realmente desea, etc. Pero lo coge sin degustarlo
ni masticarlo.
La actitud hacia el entorno es resignada (la pelvis fuerte-
mente retraída) y, por lo tanto, infantil y sumisa. Ya que es ne-
cesario tener un poco de Personalidad, algunos recursos, algu-
nos deseos. Si el individuo no puede identificarse con lo que no
es él y alienarlo, según los parámetros de sus propias necesi-
dades, se enfrenta al vacío. El entorno social contiene toda la
realidad que hay y el individuo se constituye identificándose
con sus normas y alienando lo que son, potencialmente, sus
propias normas. Pero la cultura adquirida con esta actitud
siempre es superficial, aunque pueda ser muy amplia. El indi-
viduo va a aceptar cualquier actitud autoritaria, incluso aunque
esté en contradicción con lo que piense o crea; pero siempre
hay, también, una satisfacción secundaria en la aniquilación de
su autoridad anterior; se siente masoquistamente ávido de ser
refutado. Sus propias opiniones son conmovedoramente infan-
tiles, pero debido a los atributos que ha cogido prestados con
los que las arropa, parecen afectadas y estúpidas.
La satisfacción conseguida con la introyección es el maso-
quismo: la náusea está inhibida, la mandíbula se fuerza a abrir-
se en una sonrisa, la pelvis retraída, la respiración retenida. El
comportamiento masoquista es la posibilidad de un ajuste
creativo con el entorno en un cierto contexto, que consiste en
infligirse a uno mismo sufrimiento con la aprobación de sus
falsas identificaciones. Si se intensifica la identificación y se la
vuelve todavía más contra sí mismo, se complace en la morda-
cidad sádica, en la queja, etc.

5 Proyección

Cuando se acepta la excitación y se afronta el entorno, se pro-


duce la emoción (la conexión del apetito o de otro impulso con
un objeto vagamente percibido). Si la interrupción se produce
en esta etapa, el resultado es una proyección: el individuo sien-
te la emoción, pero flota a la deriva, no se asocia a la sensación
activa del Self para que pueda existir en otro comportamiento
expresivo. Ya que la emoción no surge de él, el individuo la
atribuye a la otra realidad posible, el entorno: la siente “en el
aire” o también dirigida contra él por el otro. Por ejemplo, el
paciente está preocupado por lo que el terapeuta puede pensar
de él. Sin embargo, normalmente, la proyección es indispensa-
ble. La proyección en un “aire rarificado” es el comienzo de una
creatividad gratuita (capítulo 12, 4), que se prolonga mediante
el establecimiento de correlaciones objetivas con la emoción o
la intuición flotantes. En el ajuste creativo ordinario, es un fac-
tor alucinatorio necesario en los primeros acercamientos. Es
por medio de la intuición o el presentimiento como nos pone-
mos en guardia o nos sentimos invitados, por medio de un sig-
nificado que todavía no es manifiesto. El proyectador neuróti-
co, sin embargo, sigue sin identificar como suyo el sentimiento
flotante; más bien lo concreta adjudicándoselo al otro, lo que
puede llevarle a errores grotescos o trágicos.
El ejemplo típico de proyección neurótica es el siguiente: A
tiene planes sobre B (eróticos u hostiles), pero A inhibe su en-
foque y, debido a esto, tiene la sensación de que B tiene planes
sobre él. Evita la frustración de la emoción negándose a reco-
nocerla como suya.
Respecto al entorno, sin embargo, presenta (y ejerce) una
actitud de provocación, que no da lugar a ninguna equivoca-
ción. Lo que desea profundamente es el acercamiento y el con-
tacto y, ya que él no puede dar los pasos necesario intenta con-
seguir que sea el otro quien lo haga. Así, sin moverse, no puede
estarse tranquilo, sino que se comunica “manteniéndose a la
espera”, en silencio, refunfuñando o rumiando. Pero si el otro
lee las señales y se acerca, entonces se despierta una intensa
ansiedad.
¿Cuál es la satisfacción real que consigue? La escenificación
de la escena dramática temida como en un sueño. Y la mastica
una y otra vez. Esta rumia está llena de pensamientos vivamen-
te coloreados. Es la actividad posible para el Self en este marco
rígido que elimina el entorno, inhibe los poderes motores para
dejarse llevar pasivamente por las emociones libres. Es casi la
figura de la relajación la que le induce las imágenes hipnagógi-
cas, excepto que en lugar de relajación hay un marco de rigidez
muscular, de tal manera que cuanto más llamativas y cargadas
de emoción son las imágenes, más se colorean estas de sufri-
miento y amenaza.
En el plano cultural, las áreas en las que se dé la proyección
estarán llenas de estupidez, pensamientos retorcidos, descon-
fianza; hasta el punto de que, cuando las fantasías y los senti-
mientos podrían empezar a informarse a sí mismos valiéndose
del entorno y aprender algo, se sofoca la excitación; y la ansie-
dad, la amenaza, tiene todas las probabilidades, de ser atribui-
da a lo que es más “objetivo”, al hecho en sí. Una gran parte de
la experiencia está hecha de moralidad abstracta y de pecado.
Los pensamientos más positivos están llenos de proyectos le-
janos y de proyectos sobre el futuro.

7 Retroflexión

Supongamos ahora que las energías que se están expresando,


las de la orientación y la manipulación, están plenamente com-
prometidas en la situación del entorno, ya sea el amor, la rabia,
la compasión, la pena, etc. Pero el individuo no puede hacerles
frente y debe interrumpir las porque tiene miedo a herir (des-
truir) o a ser herido. Necesariamente se va a sentir frustrado:
entonces las energías comprometidas se van a volver contra
los únicos objetos disponibles y seguros en el campo, su Perso-
nalidad y su propio cuerpo. Son las retroflexiones. Normalmen-
te, la retroflexión es el proceso que consiste en reformarse a
uno mismo, por ejemplo, corrigiendo un enfoque impracticable
o reconsiderando las posibilidades de la emoción, reajustándo-
las como fondos para una acción futura. Debido a esto, tenemos
remordimientos, arrepentimientos; recordamos, reconsidera-
mos, etc. Al recrear en la fantasía el objeto inalcanzable, el de-
seo puede surgir nuevamente y se satisface con la masturba-
ción. De un modo más general, cualquier acto de autocontrol
deliberado durante un compromiso difícil es una retroflexión.
En el plano neurótico, el retroflectador evita la frustración
tratando de no quedar comprometido en absoluto; esto es, tra-
ta de deshacer el pasado, su error, su propia mancha, sus pala-
bras. Lamenta haber invadido el entorno (excretando). Este
deshacer es obsesivo y repetitivo por la naturaleza de la situa-
ción, ya que la nueva formación, como el resto, solo puede asi-
milarse si se consigue incluir un nuevo material del entorno; al
deshacer el pasado, el individuo vuelve sin cesar sobre el mis-
mo material.
El entorno tangible del retroflectador está formado única-
mente por sí mismo, y echa sobre sí mismo las energías que ha
movilizado. Si es el miedo a destruir lo que ha movilizado su
ansiedad, entonces, sistemáticamente va a torturar su cuerpo y
a producirse dolencias psicosomáticas. Si está comprometido
en un asunto, actúa inconscientemente para que fracase. Este
proceso, a menudo, se gestiona astutamente para conseguir
resultados secundarios que logren la intención original inhibi-
da: por ejemplo, para no herir a su familia o a sus amigos, se
vuelve contra sí mismo y se produce una enfermedad o un fra-
caso que implique a su familia y a sus amigos. Pero no consigue
ninguna satisfacción de ello, solamente más remordimientos.
La satisfacción directa del retroflectador es la sensación de
control activo y de estar ocupado en asuntos que le atañen; de
hecho, está obsesivamente ocupado y siente el impacto de esto
en su piel. Sus ideas y sus planes están, generalmente, bien in-
formados, bien pensados y sentidos con extraordinaria impli-
cación. Pero todo lo más que consigue es sentirse perplejo y, al
final, desengañado por la timidez y la vacilación que le parali-
zan la acción. La orientación, es decir, el sentido que el indivi-
duo tiene de su lugar en la situación, parece ser notable, hasta
que se da cuenta de que la posibilidad práctica más sencilla es
ser perdonado. Por eso, hay muchos recuerdos y lo real queda
nublado.
Se puede observar la satisfacción directa de la retroflexión
cuando el impulso es erótico, como en la masturbación; la mas-
turbación es una especie de violación. Ya que es probable que
el cuerpo no responda ya a ningún otro cuerpo tangible en el
entorno. Pero como la satisfacción viene a través de la mano
agresiva, el placer sexual es irrelevante. (Podemos distinguir,
fácilmente, entre esta fase sádico-anal y el sadismo introyecti-
vo anterior enraizado en un masoquismo sentido).

8 Egotismo

Finalmente, cuando todos los fondos están preparados de ma-


nera adecuada para el contacto final, puede haber una inte-
rrupción en la relajación del control o de la vigilancia, cuando
se trataría de abandonarse al comportamiento que llevaría al
crecimiento, por ejemplo, llevando a cabo la acción que puede
hacerse y que la situación pide, o acabar lo que se está hacien-
do y dejarlo. Hay una ralentización de la espontaneidad me-
diante una introspección y una circunspección deliberadas pa-
ra asegurar que las posibilidades del fondo están verdadera-
mente agotadas, que ya no hay miedo a ningún peligro o sor-
presa, antes de comprometerse consigo mismo. (A falta de una
palabra mejor, vamos a llamar a esta actitud “egotismo”, ya que
la preocupación final se refiere a las fronteras y a la identidad-
propias más que a lo que se ha contactado). Normalmente, el
egotismo es indispensable en la elaboración de cualquier pro-
ceso de maduración largo y complejo; dicho de otra manera,
hay un compromiso prematuro y la necesidad de desanimar la
anulación. El egotismo normal se manifiesta por el retraimien-
to, el escepticismo, la distanciaba lentitud, pero no rechaza el
compromiso.
En el plano neurótico, el egotismo es una especie de con-
fluencia con la consciencia (awareness) deliberada y un esfuer-
zo por controlar lo incontrolable y lo sorprendente. El meca-
nismo para evitar la frustración es la fijación, la abstracción del
comportamiento controlado fuera del proceso en curso. Un
ejemplo típico, es el esfuerzo por mantener la erección e impe-
dir el desarrollo espontáneo del orgasmo Por este medio, el
individuo comprueba su potencia, que “puede”, y consigue la
satisfacción de su vanidad. Pero lo que está evitando, de esta
manera, es la confusión, ser abandonado.
Evita las sorpresas del entorno (miedo a competir) buscan-
do aislarse a sí mismo como única realidad: lo hace “tomando
el control” del entorno y apropiándoselo. Su preocupación no
es contactar con algún Tú3 que pudiera interesarle, sino multi-
plicar sus conocimientos científicos y técnicos para poner cada
vez más cosas del entorno a su alcance y en su poder para ser
irrefutable. Pero un “entorno” así deja de ser entorno, no le
alimenta, y el individuo no puede crecer ni cambiar. Y final-
mente, puesto que impide la experiencia de renovarse, se llena
de aburrimiento y de soledad.
Su método para conseguir una satisfacción directa consiste
en hacer compartimentos: al poner entre paréntesis cada acti-
tud ya acabada y segura, puede regular la cantidad de esponta-
neidad. Cada ejercicio de este control deliberado alimenta su
vanidad y su desconfianza del mundo. Si tiene suficiente pers-
picacia y consciencia de sí mismo como para no exigir lo impo-
sible a su sistema fisiológico, el egotista se transforma fácil-
mente en una “Personalidad libre” bien ajustada, modesta y
ayudadora. Esta metamorfosis es la neurosis del psicoanaliza-
do: el paciente comprende perfectamente su carácter y en-
cuentra que sus “problemas” son lo que debe asimilar por en-
cima de cualquier otra cosa, y estará tratando de asimilar sin
fin este tipo de problemas, ya que, sin espontaneidad y sin co-
rrer riesgos ante lo desconocido, no va a asimilar nunca el aná-
lisis como el resto de las otras cosas.

9 Resumen

Podríamos resumir estos momentos de interrupción y sus “ca-


racteres” según el esquema siguiente.
(“O” representa la agresión contra el organismo; “E” contra
el entorno y “S” es la satisfacción directa que procura la fija-
ción).

Confluencia: ningún contacto con la excitación o el estímulo.


O: agarrado, mordisco-aferramiento.
E: parálisis y hostilidad desensibilizada.
S: histeria, regresión.
Introyección: no aceptación de la excitación.
O: reversión de afecto.
E: resignación (aniquilación por identificación).
S: masoquismo.

Proyección: negativa al enfrentamiento o al acercamiento.


O: no hace suya la emoción.
E: provocación pasiva.
S: fantasía (rumia).

Retroflexión: evitación del conflicto y de la destrucción.


O: anulación obsesiva.
E: autodestrucción, beneficio secundario a través de la en-
fermedad.
S: sadismo activo, hiperactividad.

Egotismo: retraso de la espontaneidad.


O: fijación (abstracción).
E: exclusión, aislamiento del Self.
S: compartimentación, autosuficiencia.

Represión
Formación Reactiva
Sublimación

(Este esquema puede multiplicarse hasta el infinito combi-


nando las clases unas con otras, como “confluencia de introyec-
tos”, “proyección de retroflexiones”, etc. Entre todas estas
combinaciones podríamos, quizás, mencionar el conjunto de
actitudes hacia los introyectos: el Superyó:

1. La confluencia con los introyectos es la culpabilidad.


2. La proyección de los introyectos es el estado de pecado.
3. La retroflexión de los introyectos es la rebeldía.
4. El egotismo de los introyectos es mi concepto de mí
mismo.
5. La expresión espontánea de los introyectos es el ideal
del Yo).
10 El esquema anterior no es una tipología de las personas
neuróticas

Repetimos de nuevo que el esquema anterior no es una clasifi-


cación de las personas neuróticas, sino un método de explica-
ción detallado de la estructura de un único problema neuróti-
co.
Esto es obvio, ya que cualquier mecanismo neurótico es una
fijación, y cualquier mecanismo contiene una confluencia, algo
que no es consciente. Además, cualquier comportamiento es
una resignación a alguna identificación falsa, un rechazo a
asumir una emoción, una vuelta de la agresión contra el Self y
¡está sobrevalorado! Lo que este esquema quiere mostrar es el
orden en el que, sobre el fondo de una represión amenazante,
la fijación se extiende a lo largo de todo el proceso del contacto
y la no consciencia viene a su encuentro desde la otra direc-
ción.
Es evidente que debe de haber una secuencia de fijaciones
en la experiencia real si consideramos que, en un momento
dado, se puede estar en un contacto bastante bueno, ejercer los
poderes propios, ajustarse a las situaciones y, sin embargo, un
poco más tarde, quedarse paralizado. Esta secuencia puede, de
hecho, observarse directamente. Una persona entra, sonríe o
frunce el ceño, dice algo, etc. Hasta aquí está vital, no ha perdi-
do sus funciones-Yo, que están totalmente comprometidas.
Luego comienza a angustiarse; importa muy poco lo que es
demasiado excitante, puede ser el otro, un recuerdo, el ejerci-
cio, cualquier cosa. Entonces, en lugar de seguir orientándose
hacia adelante (lo importante es continuar con la orientación),
se aísla de golpe y fija la situación: fija la única orientación con-
seguida. Se puede decir entonces que “el Yo es desconectado
del Self. Pero esta “conciencia de sí mismo”, de golpe, le vuelve
torpe y vuelca el cenicero. Pone los músculos rígidos (se vuelve
contra sí mismo) y piensa que el otro debe tomarle por un per-
fecto estúpido. Adopta, entonces, esta opinión como suya y se
siente avergonzado y, al momento siguiente, está aturdido y
paralizado. Aquí, interpretamos la experiencia como algo crea-
do mediante el despliegue de la fijación.
Pero, por supuesto, se la podría abordar desde un punto de
vista contrario, como el despliegue de la confluencia. En el
momento de la ansiedad, por cualquier razón, no se está en
contacto con la situación en curso; podría querer estar en otra
parte, rechazar una pulsión hostil contra el otro, etc. Pero se-
gún su criterio se debe estar allí por entero y atento. ¡Qué de-
recho tienen ellos a juzgarle! Así, enfadado, vuelca el cenicero
adrede. Al momento siguiente, excluye totalmente al entorno y
se basta a sí mismo.
Si se considera la experiencia como el despliegue de la no
consciencia, esto podría ser la histeria; si se la considera como
el despliegue de la fijación, sería la compulsión. El individuo
histérico tiene “demasiada espontaneidad y demasiado poco
control”; dice: “Yo no puedo controlar las pulsiones que sur-
gen”. El cuerpo ocupa todo el primer plano y es recorrido por
las emociones, sus ideas y sus invenciones son caprichosas,
sexualiza todo, etc. El individuo compulsivo super controla: no
hay fantasía, ni sensaciones ni sentimientos cálidos, la acción
es fuerte pero el deseo es débil, etc. Sin embargo, estos dos ex-
tremos acaban siempre en lo mismo. Simplemente es porque
hay demasiado poco Self, demasiado deseo superficial, dema-
siada poca espontaneidad, por lo que el histérico organiza la
experiencia aparentemente deseada: los sentimientos no son
suficientemente dominantes para activar las funciones de
orientación y de manipulación; por lo tanto, son inútiles y pa-
recen “demasiado pequeños”. Pero, por el contrario, por estar
las funciones de control, orientación y manipulación demasia-
do fijas y rígidas es por lo que el compulsivo no es capaz de
hacer frente adecuadamente a las situaciones de excitación en
las que se encuentra. Por eso, al no poder auto controlar sus
impulsos, se vuelve contra ellos y, entonces, son sus sentimien-
tos los que le parecen “demasiado pequeños”. La división entre
el Self y el Yo es desastrosa, tanto para uno como para el otro.
Esto solo puede ser así ya que la neurosis es, a la vez, un es-
tado de miedo crónico y de frustración crónica. Puesto que la
frustración es crónica, el deseo no aprende a activar las funcio-
nes prácticas importantes, ya que un hombre abocado a la de-
cepción y a la pena no se va a comprometer seriamente con el
entorno. Sin embargo, el deseo frustrado vuelve, genera fanta-
sías y, al final, actos impulsivos, que son prácticamente inefica-
ces y, como es lógico, el individuo fracasa de nuevo y se va en-
caminado hacia un miedo crónico. Por otro lado, un individuo
que vive en estado de miedo crónico se controla y se frustra
directamente a sí mismo. La pulsión, sin embargo, no está ani-
quilada, sino que simplemente está aislada del Yo; reaparece
como pulsión histérica. La frustración, la impulsividad, el mie-
do y el autocontrol se agravan entre sí.
En una experiencia concreta, todos los poderes del Self se
movilizan para completar la situación de la mejor manera po-
sible, ya sea en un contacto final ya sea en una fijación. La acu-
mulación de experiencias así, durante toda una vida, da como
resultado Personalidades, caracteres y tipos bien definidos.
Pero, de nuevo, en cada experiencia concreta, considerada co-
mo un acto concreto del Self, se movilizan todos los poderes. Y,
puesto que en terapia es el Self el que debe destruir e integrar
las fijaciones, debemos considerar que una “tipología” no es un
método para establecer las distinciones entre las personas,
sino una estructura de la experiencia neurótica concreta.

11 Ejemplo de la reversión de la secuencia de las fijaciones

Vamos a inventar un ejemplo4 para ilustrar una secuencia te-


rapéutica:

1. Fijación: El paciente es “fuerte”; puede hacer el ejerci-


cio para su propia satisfacción. El inconveniente es,
cuando llega al objetivo final, para sacar algo para sí
mismo o para dar algo al terapeuta, no puede dejarse ir.
Se angustia. Cuando se llama su atención sobre el hecho
de que se interrumpe en esta etapa, se hace consciente
de su suficiencia y de su exhibicionismo.
2. Retroflexión: Se reprocha a sí mismo sus fracasos per-
sonales. Cita ejemplos para mostrar hasta qué punto su
amor por sí mismo y su necesidad de hacerse admirar le
han conducido en esta dirección. No puede culpar a na-
die salvo a sí mismo. La pregunta es: “En lugar de repro-
charte a ti, ¿a quién te gustaría reprocharle algo?”. Sí,
hay un par de cosas que quiere decir a su terapeuta.
3. Proyección: Las sesiones están llenas de fracasos por-
que el terapeuta no quiere realmente avanzar. Está uti-
lizando al paciente. Si los honorarios fueran muy eleva-
dos, se podría pensar que su única intención es sacarle
el dinero. Una situación así resulta muy incómoda. A
nadie le gusta que se le tumbe de esa manera y se le ob-
serve Probablemente, el método ortodoxo sea mejor
cuando el terapeuta está fuera de la vista. La pregunta
es: “¿Qué sientes cuando te están observando?”.
4. Introyección: Está avergonzado. Explica que si se hace
el interesante es porque quiere que el terapeuta le ad-
mire. Que le considere como una especie de ideal (de
hecho, fantasea sobre esto, que es lo contrario del sueño
del que se estaba hablando). Pregunta: “¿Soy realmente
atractivo para ti?”. No; pero se tiene que querer o, por
1Q menos, estar bien dispuesto hacia la persona que es-
tá intentando ayudarte Esto dicho con una cierta rabia.
5. Confluencia: Está enfadado porque los experimentos
(ver la Parte I de este libro) son aburridos, sin sentido y
algunas veces dolorosos; está harto de hacerlos; empie-
za a estar harto de la terapia. Después de haber dicho
esto, se calla; ya no está interesado en hacer el más mí-
nimo esfuerzo. Que lo haga el otro.

El terapeuta rehúsa cooperar y permanece callado. El pa-


ciente siente repentinamente que su mandíbula rígida le duele,
y se acuerda, durante esta calma, de que la voz le había salido
entre los dientes. Aprieta los dientes.
Supongamos ahora que sea accesible la energía asociada a
esta confluencia característica. Durante su silencio, el paciente
se ha sentido, alternativamente, culpable de no cooperar y
lleno de resentimiento hacia el terapeuta porque no ha hecho
nada para ayudarle (exactamente igual que su mujer). Ahora
ve, quizás, que ha estado imponiendo su propia dependencia
sin que sea necesario; y, entonces, sonríe ante la imagen que
esto le suscita. Sin embargo, la energía liberada de la confluen-
cia va a volver a ser, otra vez, contactada y fijada según otro
carácter. Por consiguiente:
Introyección: un hombre debería ser independiente y hacer
lo que quiera. ¿Por qué no podría buscar a otras mujeres? Pre-
gunta: “¿Hay alguien en concreto que te interese?”.
Proyección: nunca ha tenido pensamientos así antes de la
terapia. Tiene casi la sensación de que se los han puesto en la
mente. “¿De verdad?”.
Retroflexión: es culpa de su educación. Reconoce esta cara
censuradora en las madres de clase media, exactamente igual
que la de su propia madre. Se embarca en recuerdos que no
acaban nunca. Pregunta: “¿Qué quieres de ella ahora?”.
Egotismo: comprende todo perfectamente. Lo que la gente
no sabe no puede hacerle daño. Sólo hay que respetar las re-
glas del juego. “¿Quién está jugando un juego?”.
Contactar la situación: va a tratar de volver a hacer el expe-
rimento y ver si, ahora, puede sacar algo de él.

12 Sentido de las fronteras

Se puede describir el funcionamiento del Yo, ya lo hemos visto,


como la posición de las fronteras del interés, del poder, etc. del
Self identificarse con y alienar son las dos caras de la frontera;
y en cualquier contacto vivo la frontera está siempre definida
aunque siempre es fluctuante. Pero en la situación terapéutica,
que es en donde se trata deliberadamente de contactar el ca-
rácter, ¿cuál es el sentido de la frontera?
Comprometido en una actividad interesante, el Self contacta
sus funciones-Yo perdidas, en forma de bloqueos, resistencias y
fracasos repentinos. Uno se identifica con el compromiso in-
teresante que está en uno de los lados de la frontera; pero lo
que está alienado no es algo (como en un funcionamiento nor-
mal) sin interés o irrelevante, sino que es precisamente extra-
ño, opresivo, raro, inmoral, entumecido; no es una frontera
sino una limitación. El sentimiento no es de indiferencia sino
de desagrado. La frontera no fluctúa con la voluntad o la nece-
sidad a medida que se intenta ver, recordar, o mover, sino que
permanece fija.
Considerados desde un punto de vista topológico, en tanto
que fronteras fijas en un campo organismo/entorno fluctuante,
los caracteres neuróticos que hemos descrito son los siguien-
tes:

• Confluencia: identidad del organismo y del entorno.


• Introyección: algo del entorno en el organismo.
• Proyección: algo del organismo en el entorno.
• Retroflexión: una parte del organismo hace de otra
parte del organismo su entorno.
• Egotismo: aislamiento con relación al Ello y al entorno,
o, también, el organismo está completamente aislado
del entorno.

Hay una oposición exacta entre el modo como estas situa-


ciones son sentidas por la necesidad neurótica de mantenerlas
fijas, por una parte, y por el Self creativo que se concentra so-
bre ellas, por la otra:
En la confluencia, el neurótico no es consciente de nada y no
tiene nada que decir. El Self al concentrarse se siente acorrala-
do en y por una oscuridad opresiva.
En la introyección, el neurótico califica como normal lo que
el Self al concentrarse siente como un cuerpo extraño que quie-
re expulsar.
En la proyección, el neurótico está convencido, como si fue-
ra una evidencia sensorial, mientras que el Self al concentrarse
siente un vacío en su experiencia.
En la retroflexión, el neurótico está activamente implicado,
mientras que el Self al concentrarse se siente no tenido en
cuenta, excluido de su entorno.
En el egotismo, el neurótico es consciente y tiene algo que
decir ante todo, pero el Self al concentrarse se siente vacío, sin
ninguna necesidad ni interés.
Se puede ver, a partir de aquí, que el tratamiento de un área
de confluencia y el de un área de fijación egotista presentan
dificultades opuestas. La oscuridad confluyente es demasiado
opresiva; el Self se siente rutinario; ninguna propuesta nove-
dosa es aceptada como pertinente (lo mismo que en el compor-
tamiento histérico, todo es con facilidad momentáneamente
pertinente; no hay para el terapeuta falta de síntomas que in-
terpretar, ¡para su satisfacción!).
Ahora bien, en la historia del psicoanálisis, es el extremo
opuesto de esta condición lo que se ha considerado siempre
como la salud del Self, es decir, el estado en donde todo el Yo
siente, por todas partes, una frontera de posible contacto. El
Self esencial es definido como el sistema de las fronteras del
Yo; no parece que sea una de las etapas del proceso del Self. La
tentación de adoptar upa concepción teórica así es irresistible,
porque en terapia la consciencia inmediata de las fronteras
disuelve las estructuras neuróticas y el médico decide con res-
pecto a lo que funciona en terapia. Además, el egotismo puede
abordar y “resolver” cualquier “problema” concreto que surge
en la terapia, compartimentándolo y utilizando todas las fun-
ciones-Yo dentro de su marco de seguridad, sin implicar el más
mínimo sentimiento. Es un estado en el que la consciencia5
está demasiado elevada, en el que nunca va a tener brillantes
destellos creativos, pero que es completamente adecuado para
las sesiones terapéuticas. Para el Self, todo es potencialmente
pertinente y novedoso (hay una frontera por todas partes, pero
ningún límite a la acción), pero nada es interesante. El indivi-
duo está psicológicamente “vacío”. Esto es, como ya hemos di-
cho, “la neurosis del análisis”, pero es probable que cualquier
método de terapia que se prolongue durante demasiado tiem-
po pueda llegar a este resultado que, en la antigüedad, era elo-
giado como la apatía estoica y que, entre los modernos, es to-
mado como “´Personalidad libre”. Pero esta libertad del indivi-
duo, sin naturaleza animal o social, o con un perfecto control
higiénico y jurídico de la naturaleza animal y social, esta liber-
tad, como dijo Kafka, no es más que una actividad solitaria y
desprovista de sentido.

13 La terapia de las fronteras

Para una terapia de la concentración, el problema de contactar


las funciones-Yo perdidas no difiere de cualquier otro proble-
ma de orientación o de manipulación creativas, ya que la no
consciencia, o una consciencia inmediata insuficiente, solo se
siente como otro obstáculo más en el campo del organis-
mo/entorno. Es necesario desear, acercarse, destruir para
identificar, contactar y asimilar. El problema 110 es recuperar
algo del pasado ni liberarlo de dentro de una coraza, sino hacer
un ajuste creativo en la situación presente dada. Para comple-
tar la gestalt en la situación presente, es necesario destruir y
asimilar la no consciencia, que es concretamente el obstáculo.
Los ejercicios terapéuticos consisten en hacer un trazo neto y
describir verbalmente y con precisión el bloqueo sentido o el
vacío experimentado, y experimentar con él para movilizar las
fronteras fijas.
Desde este punto de vista, no hay ningún misterio en el mi-
lagro psicoanalítico, en el hecho de que la simple consciencia
inmediata es, de alguna manera, catártica, ya que el esfuerzo de
concentración de la consciencia inmediata y de la movilización
del bloqueo supone la destrucción, el sufrimiento, el sentimien-
to y la excitación. (El terapeuta, a su vez, es una parte extrema-
damente importante de la situación presente, pero no es nece-
sario hablar de “transferencia”, la fijación de las energías edípi-
cas reprimidas, ya que presente contiene a la vez la confluencia
de dependencia y la rebelión contra ella).
Vamos a volver ahora a la pregunta del paciente de la que
habíamos partido: “¿En qué momento empiezo a no resolver el
problema? ¿Cómo me lo impido?”. Y vamos a poner el acento
ahora no en el momento de la interrupción, sino en el “empie-
zo” y en el “cómo”. Vamos a contrastar la situación terapéutica
con la no terapéutica. Normalmente, el Self, al tratar de contac-
tar con alguna actualidad presente interesante, se hace cons-
ciente de las fronteras de sus funciones perdidas (falta algo del
entorno o del cuerpo, no hay suficiente fuerza o claridad). Sin
embargo, sigue adelante y trata de unificar el primer plano,
incluso aunque la estructura neurótica trate de surgir del fon-
do como una situación inacabada, irreconocible, como una
amenaza de confusión y una amenaza para el cuerpo. La excita-
ción creciente se estrangula, y eso es la ansiedad. Sin embargo,
el Self se mantiene en su tarea original y quita la ansiedad bo-
rrando el segundo plano con ayuda de las formaciones reacti-
vas y procediendo cada vez con menos potencia. En terapia,
por el contrario, es precisamente el momento de la interrup-
ción el problema interesante, el objeto de la concentración; las
preguntas son: “¿Cuál es el obstáculo? ¿A qué se parece? ¿Cómo
lo siento en mis músculos? ¿Dónde está en el entorno?, etc.”. La
ansiedad creciente desaparece al continuar la excitación con
este nuevo problema. Lo que se siente es una nueva emoción
completamente diferente, pena, rabia, desagrado, miedo, de-
seo.

14 El criterio

No es la presencia de obstáculos “interiores” lo que constituye


la neurosis: esos son, simplemente, obstáculos. En la medida en
que una situación es viva, cuando aparecen los obstáculos a la
creatividad, la excitación no disminuye, la gestalt no deja de
formarse, sino que, espontáneamente, se sienten nuevas emo-
ciones agresivas y se movilizan nuevas funciones-Yo de pru-
dencia, de actitud deliberada, de prestar atención, pertinentes
en relación con los obstáculos. (No se pierde el sentido de uno
mismo ni de la propia unidad sintética, sino que este sentido
continúa agudizándose para identificar lo que es él y para alie-
nar lo que no es él). En la neurosis, por el contrario, la excita-
ción, en este punto, vacila, no se siente la agresividad, se pierde
el sentido de uno mismo, se vuelve confuso, dividido, insensi-
ble.
Esta diferencia fáctica, de la continuidad de la creatividad,
constituye el criterio crucial para distinguir la vitalidad de la
neurosis. Es un criterio independiente, generalmente accesible
a la observación y también a la introspección. No son necesa-
rias normas de salud para establecer las comparaciones. El test
viene dado por el Self.
El neurótico empieza a perder el contacto con la realidad; la
conoce, pero no tiene las técnicas que le permitirían continuar
el contacto; persiste en un proceso que le lleva cada vez más
lejos de la realidad y se pierde. Es necesario que aprenda a re-
conocer con precisión en qué momento deja de estar en con-
tacto, cómo no lo está y dónde y cuál es la realidad, de tal ma-
nera que pueda seguir contactándola. La realidad puede, ahora,
ser un problema “interior”, o verdaderamente la relación de un
problema “interior” con una experiencia anterior. Sí aprende
una técnica de consciencia inmediata para poder continuar y
mantener el contacto con la situación que va cambiando, de tal
manera que el interés, la excitación y el crecimiento puedan
continuar, ya no será un neurótico, aunque sus problemas sean
“internos” o “exteriores”. El significado creativo de la situación,
en efecto, no es lo que se piensa por anticipado, sino que surge
al traer al primer plano las situaciones inacabadas, cualesquie-
ra que sean, y al descubrir e inventar su pertinencia en la situa-
ción presente, que se muestra desprovista de vida. Cuando en
una urgencia el Self puede mantener el contacto y seguir avan-
zando, se ha terminado la terapia.
En la situación de urgencia, el neurótico se pierde. Para con-
tinuar viviendo un poco más, con un Self disminuido, se identi-
fica con sentimientos reactivos, con un interés fijo, con una
ficción, con una racionalización. Pero, de hecho, esto no funcio-
na, no modifica en nada la situación, ni libera ninguna nueva
energía ni ningún nuevo interés. El neurótico ha perdido algo
de la vida real. Pero el paciente llega a reconocer que su propio
funcionamiento forma parte integrante de la realidad. Si ha
alienado alguno de sus poderes, llega a identificarse con la
alienación que ha hecho, como si hubiera sido un acto delibe-
rado: puede, entonces, decirse: “Soy yo quien está haciendo
esto o impidiendo esto”. El estado final de la experiencia, sin
embargo, no es un tema de terapia; se trata para el hombre de
identificarse con su interés a través de lo que le interesa y ser
capaz de alienar lo que ni le concierne ni le interesa.
En estas pruebas y en estos conflictos, el Self llega a ser de
una manera que no existía antes. En una experiencia rica en
contacto, el “Yo”, al alienar sus estructuras de seguridad, corre
el riesgo de dar el salto e identificarse con el Self que está cre-
ciendo, darle sus servicios y sus conocimientos, y en el momen-
to de la consecución desaparecer del camino.

Notas

1 Vamos a reforzar esta tautología con un ejemplo de otra disciplina huma-


na. Un crítico literario aborda una obra a partir de un cierto sistema que se
refiere a los géneros: qué es la tragedia, qué es la farsa, etc. Pero se da cuen-
ta de que no solamente hay tipos incompatibles que se han combinado en
Enrique IV, Hamlet, Romeo y Julieta, sino también que el verdadero signifi-
cado de la tragedia o de la comedia ha sido transformado en cada una de
estas totalidades únicas. Ahora, si esto es verdad al tratar con una sencilla
producción musical o plástica, ¿cuánto más será así cuando el paciente dis-
pone, para su creación, de la inmensa gama de las situaciones humanas para
sus creaciones?
2 La "represión", la "sublimación" y la "formación reactiva" mencionadas en

el capítulo anterior son, por supuesto, funciones de ajuste normales. Nor-


malmente, la represión es simplemente una función fisiológica que consiste
en olvidar una información inútil. Hemos considerado la sublimación sólo
como una función normal, el contacto imperfecto posible en una situación
media. La formación reactiva es un caso de figura interesante. Normalmen-
te, la formación reactiva es una respuesta automática de urgencia ante una
amenaza del cuerpo: es una categoría de respuesta como hacerse el muerto,
desmayarse, entrar en un estado de shock, huir del pánico, etc. Todas estas
conductas parecen implicar una interacción inmediata y, por lo tanto, total e
indiscriminada, entre la señal fisiológica y las funciones-Yo de prudencia,
interacción no mediatizada por la secuencia habitual del proceso de contac-
to. Normalmente, la respuesta de urgencia parece encontrar una amenaza a
su medida, aunque, a menudo, una ligera herida pueda provocar un shock.
Cuando la amenaza tiene que ver con la ansiedad resultante de la relajación
de una inhibición crónica y olvidada, hablamos de la formación reactiva.
3 En el original Thou (NdT),
4 El ejemplo está inventado. Hemos evitado en este libro utilizar historias de

casos "reales". A menos que se tenga el talento de un novelista, que sabría


presentarlas con su capacidad de darles colorido y de concretarlas, no son
convincentes. Son, sencillamente, ejemplos para interpretar y el lector in-
formado va a pensar enseguida en otras interpretaciones completamente
diferentes y se molestaría si el autor hubiera dejado de lado las evidencias
relevantes. Por eso es preferible, en nuestra opinión, dar directamente el
entramado intelectual y omitir las referencias a la "realidad".
5 consciousness (NdT).

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