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“Los cielos son los cielos de Jehová: Y ha dado la tierra a los hijos de los hombres”
(Salmo 115:16).
Muchas son las promesas que Dios nos ha dado y confirmado por medio de
Jesucristo. Una de las más discutidas es: ¿Cuál será la recompensa de los
justos?, o más bien: ¿Dónde vivirán los que lleguen a poseer la vida eterna en el
nombre de Jesucristo? ¿Llegará el hombre a gozar del hermoso privilegio que los
predicadores de hoy en día prometen a los creyentes de vivir en las alturas de los
cielos?
La teoría que se desprende de esto es que Dios ha prometido el cielo como pago a
los buenos, justos, píos, rectos; es decir, a aquellos que hayan vivido conforme a
su voluntad, o que reúnan los requisitos por Él estipulados en el nombre de
Jesucristo.
Mas nos preguntamos: ¿De dónde ha emanado tal pretensión? ¿Cómo ha llegado
el hombre a concebir tal idea? ¿Declara la Palabra de Dios esta promesa? ¿Puede
el hombre aspirar a vivir en los cielos como un obsequio que de parte de Dios se
reciba?
Observando los diferentes credos religiosos, con relación al tema que nos ocupa,
encontramos que se esgrimen como bases bíblicas de tal doctrina varios pasajes
bíblicos que enseguida analizaremos.
Ahora preguntamos: ¿Cuál será la verdad escritural que el hombre debe aceptar?
¿La Biblia realmente enuncia la promesa de parte de Dios de que el hombre
gozará de una vida en los cielos? ¿Vivirá el hombre parte de la vida eterna allá en
los cielos? ¿Vivirá por toda una eternidad allá en las alturas?
El verso que encabeza nuestro estudio hace una declaración que no debe pasar
desapercibida el estudiante de la Biblia: “Benditos vosotros de Jehová que hizo los
cielos y la tierra. Los cielos son los cielos de Jehová: Y ha dado la tierra a los hijos
de los hombres” (Salmo 115:15, 16). Dios ha dado lugar a todas las cosas que
existen y de la basta creación hay dos grupos: La tierra (única y exclusivamente
ella) dada a los hijos de los hombres, y los cielos, dejándolos el Todopoderoso a su
exclusividad.
En esta declaración, se nos hace ver que Dios formó la tierra y no la crió en vano,
sino que la crió para que fuese habitada; pero, medite usted en la gran ironía del
credo religioso de nuestros días, en donde el hombre pretende irse al cielo,
abandonando esta tierra que Dios le hizo como hogar eterno. ¿La tierra como
hogar eterno del hombre?, se pregunta usted, y dirá: “esta declaración es una
barbaridad”; pero no es así. Veamos lo que escribió el Rey David: “Los justos
heredarán la tierra, y vivirán para siempre sobre ella” (Salmo 37:29). Y esta
declaración de David no es una declaración aislada, pues aun las palabras de
nuestro Señor Jesucristo armonizan plenamente con ella: “Bienaventurados los
mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mateo 5:5).
¿Notó usted bien que aun en las “Bienaventuranzas” que el Señor expresara en
aquel memorable “Sermón del Monte” se encuentra tal aseveración? A este
respecto la pluma inspirada de Salomón nos da más luz: “Ciertamente el justo
será pagado en la tierra: ¡Cuánto más el impío y el pecador!” (Proverbios 11:31). “El
justo eternalmente no será removido: Mas los impíos no habitarán la tierra”
(Proverbios 10:30).
Veamos ahora cuál debe ser nuestra esperanza en Cristo Jesús: “Y si vosotros sois
de Cristo, ciertamente la simiente de Abraham sois, y conforme a la promesa los
herederos” (Gálatas 3:29). Si somos de Cristo, somos la simiente de Abraham y,
como consecuencia de ello, los herederos. Pero, ¿herederos de qué? Herederos de
la promesa que a Abraham se le hizo.
Hoy nuestro Señor Jesucristo se encuentra en el cielo a la diestra del Padre, pero
se encuentra en un lugar que no es el de él: “Al que venciere, yo le daré que se
siente conmigo en mi trono; así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre
en su trono” (Apocalipsis 3:21). El Señor venció, y hoy se encuentra en el Trono
del Padre, y ha prometido a los hombres que todo aquel que venza estará junto
con Él, cuando esté en su reino. Y más aún: Reinará con Él.
EXPLICACIÓN DE TEXTOS
No es honesto delante de Dios forzar un texto para hacer parecer lo que nosotros
queremos que diga. En este texto tal como está en la versión de Casiodoro de
Reina (1569) y aún con varias revisiones hasta la de 1909, podemos darnos
cuenta de lo siguiente:
1. Cristo no fue a preparar ningún lugar ya que todo está preparado: “En la casa
de mi Padre muchas moradas hay...” (Juan 14:2). “Venid benditos de mi Padre,
heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo
25:34).
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2. Cristo habla en presente del subjuntivo y dice: “...de otra manera os lo hubiera
dicho”. Note bien, no se los dijo, sino que en caso de no haber existido nada
preparado, entonces Él les hubiera dicho.
¿Se da cuenta? Ruth nunca le dijo a Eduardo que comprara pan, pero ella al
aclararle le dice: “de otra manera te hubiera dicho”. Lo mismo sucedió con el
Señor, Él no les dijo a ellos que apenas iba a preparar lugar, ya que todo estaba
preparado; sólo en caso de que nada hubiera preparado, entonces Él se los
hubiera dicho.
3. Cristo sigue hablando en presente del subjuntivo o sea, tomando como hecho
que nada existiera y tuviera la necesidad de irse a preparar; entonces dice: “...y si
me fuere...” (no lo presenta como algo afirmativo sino como una posibilidad) y
vuelve a decir “...y os aparejare...” (también lo presenta como una posibilidad).
Cristo dijo todo esto porque notó la turbación de sus discípulos; les infunde
confianza diciéndoles que todo está preparado y que los planes tendrían que
continuar y aún si no estuviera todo preparado y Él tuviera la necesidad de irse a
preparar, volvería otra vez con ellos.
Antes de comentar sobre este versículo, es necesario notar que este capítulo está
muy unido al capítulo anterior donde Pablo está hablando del cuerpo y no de una
casa, y en el capítulo 4 versículo 16 él dice: “Por tanto no desmayamos: antes
aunque este nuestro hombre interior se va desgastando el interior empero se
renueva de día en día”. Con esto en mente Pablo sigue hablando y ahora dice:
“Porque Sabemos, que si la casa terrestre de nuestra habitación se
deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos,
eterna en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser
sobrevestidos de aquella habitación celestial” (2 Corintios 5:1-2).
Bajo las frases en figura que usa el Apóstol como: edificio, casa, habitación, etc.,
sólo está señalando el ropaje de gloria que Jesús trae para todos los que le
esperan en su segunda venida. Si ocupa estas palabras, es porque también ha
comparado su propio cuerpo con una casa. Él dice: “Porque si nuestro propio
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cuerpo que es de tierra se hace polvo en la tumba, no importa, ya que Jesús nos
ha prometido levantarnos de la tierra y darnos un cuerpo lleno de gloria”.
Ahora, las palabras que sigue diciendo, de ninguna manera dejan ver que él
intentaba irse al cielo, pues dice: “Y por esto también gemimos desando ser
sobrevestidos”. Esta frase es la clave para entender el propósito del Apóstol. Él
deseaba ser sobrevestido, piensa en un ropaje que vendrá sobre él, no que tenga
que ir al cielo a recibirlo. Así lo explica ya sin figura en el verso 4: “Porque así
mismo los que estamos en este tabernáculo, gemimos agravados; porque no
quisiéramos ser desnudados, sino sobrevestidos, para que lo mortal sea absorbido
por la vida!” (2 Corintios 5:4).
No olvide que Pablo, al cuerpo glorioso que Jesús promete le llama edificio, casa
no hecha de manos, eterna en los cielos. Dando a entender con ello, que esta
prenda gloriosa se encuentra con Cristo en los cielos, y de ahí nos vendrá con el
Señor.
Igual el Apóstol Pedro nos habla al decir “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que según su grande misericordia nos ha regenerado en esperanza viva,
por la resurección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible y
que no puede contaminarse, ni marchitarse, reservada en los cielos” (1 Pedro 1:3,
4). Aquí lo que el Apóstol de una manera sencilla quiere decir es: Tenemos en los
cielos una herencia, la vida eterna y ésta siendo eterna, no puede contaminar,
marchitar o envejecer. Esa herencia dijo Pablo: “Y si hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos de Cristo: si empero padecemos juntamente con él
para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:19). Cristo al
resucitar, ganó vida eterna; ahora Él dice: “Yo vivo y vosotros viviréis” (Juan
14:19).
El Apóstol nos predice que al venir el Señor Jesús, todos sus santos subirán a
recibirle en el aire; y añade: “Y así estaremos siempre con el Señor”. ¿Acaso esto
que el Apóstol relata es base para sostener una doctrina que no es de Cristo? Deje
usted que sea la misma Palabra de Dios la que explique.
Al venir Jesucristo por segunda vez, según sus promesas, será al toque de la
séptima trompeta (Apocalipsis 11:15). Este toque de trompeta es un
acontecimiento, el cual anuncia que es tiempo ya de que Jesús tome el reino,
pues a eso viene, a reinar sobre la tierra. Él al venir no se detiene en el aire y se
queda en suspenso, ÉL TIENE QUE LLEGAR HASTA LA TIERRA.
Fue el propio Señor Jesucristo quien relató este hecho del que habla el Apóstol,
léalo usted: “Y entonces se mostrará la señal del Hijo del hombre que vendrá sobre
las nubes del cielo, con grande poder y gloria. Y enviará sus ángeles con grande voz
de trompeta, y juntarán sus escogidos de los cuatro vientos, de un cabo del cielo
hasta el otro” (Mateo 24:30, 31).
Esto nos enseña que la próxima venida del Señor no será vertiginosa, sino dará
lugar a ser conocida. El Señor envía delante de él a sus ángeles, los cuales no sólo
anuncian que el Rey de Reyes y Señor de Señores viene, sino también vienen
despertando a todos los muertos en Cristo. Esto lo relata el Profeta Isaías: “Tus
muertos vivirán; junto con mi cuerpo resucitarán. ¡Despertad y cantad,
moradores del polvo! porque tu rocío, cual rocío de hortalizas; y la tierra echará
los muertos” (Isaías 26:10). La potente voz de los ángeles por toda la faz de la
tierra es esa: ¡Despertad y cantad, moradores del polvo! Ante esta potente
invitación, que no es otra que la voz de Jesús llamando a los suyos: “No os
maravilléis de esto; porque vendrá hora, cuando todos los que están en los
sepulcros oirán su voz; y los que hicieron bien, saldrán a resurección de vida; mas
los que hicieron mal, a resurección de condenación” (Juan 5:28-29).
Paz a vosotros.
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