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RESUMEN (realizado por Sandra Navarrete)

Velázquez, S. (2006). Violencias cotidianas, violencia de género. Editorial Paidós.


Argentina.

Aportaciones de Susana Velázquez

Todo acto de índole sexual ejercido por una persona -generalmente hombre- en contra del deseo
y la voluntad de otra persona -generalmente mujer y/o niña/o- que se manifiesta como amenaza,
intrusión, intimidación y/o ataque, y que puede ser expresado en forma física, verbal y emocional
será considerado violencia sexual. Este tipo de violencia es un ataque material propio simbólico
que afecta la libertad y la dignidad y produce efectos -a corto, mediano y largo plazo- en la
integridad física, moral y psíquica. (p.69)

A las mujeres se les ha enseñado, por un lado, a preservar su virginidad y, por el otro, a cuidarse
de no incitar la sexualidad de los hombres. La polarización de la sexualidad femenina y
masculina es un producto del sistema de género dominante que justifica y determina, para la
sexualidad femenina, la timidez, la inhibición y un alto control que garantice un espacio seguro
(Vance, 1989).

El temor latente a cualquier acto de agresión sexual transforma el sentimiento de miedo


instrumental, necesario para identificar y prevenir las situaciones de peligro y defenderse, en un
mecanismo ideológico que define una forma de sentir, ver y comprender el mundo (Therborn,
1987: cap.5). Este miedo a sufrir ataques sexuales es, entonces, una construcción social que ha
determinado cierta aprensión a padecer algún tipo de agresión. (p.72)

Se propician formas de relación entre los sexos que confirman las creencias y los valores propios
para cada género, encubriéndose así los hechos de violencia. Justamente, este es un proceso de
invisibilización social que puede reducir, en muchas mujeres, la capacidad de percepción y de
registro psíquico de situaciones amenazadoras o violentas, aunque se generen diversos grados de
malestar que no siempre son atribuidos a las violencias padecidas. (p.76)

Todo acto sexual ejercido por una o varias personas -generalmente hombres- en contra del deseo
y la voluntad de otra -generalmente mujer o niña/o-, que se realiza con o sin violencia física,
puede ser considerado como violación sexual. Para lograr estos fines se suele utilizar la
intimidación, la fuerza y amenazas de un daño inmediato o mediato a la integridad personal, a la
propia vida, a la subsistencia o al bienestar propio o de los allegados.
La violación sexual puede ser considerada un hecho perverso porque el violador logra su fin
sexual mediante el ejercicio de la fuerza, la violencia y el poder, promoviendo el terror y el
miedo a la destrucción corporal y a la muerte. (p. 83)

Existe un elemento fundamental que condicionará las actitudes de la mujer frente a un ataque: el
miedo. Éste sobreviene, como ya vimos, ante un peligro que generará un susto intenso que
sorprende a la mujer y no le permite protegerse o dominar la situación. Frente a una situación de

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peligro y al miedo de lo que pueda sucederle, el yo de una posible víctima resulta intensamente
sobrecargado por la magnitud de estímulos que provienen de los diferentes elementos que
pueden preanunciar un ataque. Esta afluencia de estímulos, que constituye una situación
traumática, genera un estado de angustia que debilitará, en mayor o menor grado, las reacciones
de defensa. (p.89)

La mujer que es violada siente que su cuerpo es brutalmente efraccionado mediante un acto de
agresión en el que estuvo sin haber consentido. La violación es sentida como una injuria al
cuerpo pero, sobre todo, adquiere relevancia por el significado de humillación y degradación que
tiene para las mujeres. Todo ataque al cuerpo es un ataque a la identidad y el daño deja sus
marcas en la subjetividad. La violencia tiende a desidentificar a la víctima; este desdibujamiento
de la identidad de la mujer mientras es atacada hipertrofia la identidad del atacante (éste se siente
más astuto, más hábil, más fuerte). Así se establece un circuito de retroalimentación de una
situación cada vez más asimétrica que profundiza la relación entre violencia y poder. Las ideas,
percepciones del propio cuerpo, fantasías, temores que surgen con posterioridad a la violación,
también atentan contra la identidad y quedan alojadas en el psiquismo con su potencialidad
perturbadora.
La violación ha dejado una dolorosa sensación de vacío en su vida y un confuso sentimiento de
pérdida de identidad. Los sentimientos de aniquilación que experimentó durante la violación -
estar en manos de otro y ser tratada como una cosa- la han dejado impedida de elegir e
incapacitada para tomar iniciativas y decisiones. (p.90-91)

En el periodo inmediato a la violación predominan los sentimientos de humillación, vergüenza,


tristeza y culpa. La irracionalidad del hecho provoca una intensa angustia que no permite
reordenar los sentimientos y la vida cotidiana.
La imagen que hora ellas tienen de sí es la de una persona frágil, con escasos recursos
emocionales y racionales para manejarse en el mundo. Esto provoca que cualquier persona o
situación pueda volverse una amenaza. Las consecuencias psicológicas inmediatas son variadas:
tristeza, apatía, dificultad para concentrarse, trastornos de la memoria, desinterés por las
diferentes actividades que se desarrollaban hasta el momento de la violación. (p.95)

Algunos de estos síntomas podrían ser: dolor de cabeza, náuseas, diarrea, fatiga, tensión
muscular, presión en el pecho, dolor de estómago, vómitos. Hemos observado que algunos de
estos síntomas suelen estar focalizados en la parte del cuerpo que más fue atacada.
Es frecuente que se presenten disturbios en el sueño -insomnio, pesadillas, exceso de sueño o
embotamiento-y/o en la alimentación -sensación permanente de asco, falta de apetito, anorexia,
alimentación compulsiva, vómitos reiterados, excesivo aumento o disminución de peso-. (p.96)

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Algunas mujeres retomarán el trabajo, el estudio, la vida social, inmediatamente después del
ataque. Otras permanecerán en sus casas con diversas dificultades para retornar a sus actividades
habituales: tendrán miedo de salir a la calle, a que las persigan, las observen, se den cuenta de lo
que les ha pasado, las rechacen, las critiquen, las culpen. La vergüenza es el sentimiento
predominante que acompaña a estos temores; se siente que se está mostrando un cuerpo por
donde pasó un violador y dejó su marca denigratoria y que para los otros puede ser visible. (p.97)

Las pesadillas se pueden considerar traumáticas porque suelen repetirse tomando como escena
principal la del ataque. Se refieren a que la víctima golpea y vence al violador, lo encuentra en la
calle y lo hace detener por la policía, o el agresor la persigue y puede escapar o la vuelva a
violar. (p.98)

La violación por parte de la pareja ya sea el marido, el concubino, el novio o el amante, es


rechazada por el pensamiento y la imaginación colectiva. Sin embargo, este tipo de violación es
un acto de violencia que ocurre en el contexto de los vínculos íntimos y estables. El hombre
presiona a su compañera para tener relaciones sexuales en contra de su voluntad mediante
amenazas y/o maltrato físico y/o presión psicológica, imponiéndose mediante la fuerza, el
dominio y la autoridad.
Contrariamente a lo que la mayoría de la gente cree, la violación realizada por la pareja es un
hecho traumático de mayor impacto emocional que la violación por parte de un desconocido.
(p.108)

En lo que hace específicamente a la violación ejercida por la pareja, ésta provoca en la mujer
sentimientos de humillación, vergüenza y culpa, baja autoestima, aislamiento físico y emocional,
y la vivencia de sentirse diferente.
La posesión violenta por parte del agresor del cuerpo y de la sexualidad de la mujer la hacen
sentir pasivizada y vulnerable. Así es como surge la vergüenza, vinculada a la ira y también a la
humillación, que llevará a la retracción e inermidad del yo que, fragilizado por los maltratos a lo
largo del tiempo, no podrá, muchas veces, resistir los ataques reiterados.
La culpa que siente la mujer agredida, entendida como la distancia que se establece entre lo que
ella “piensa y siente” y lo que “debería sentir y hacer”, podría deberse a que si no desea tener
sexo en ese momento, cree que no cumple con un deber marital. También suele deberse al
resentimiento y al rechazo que le provoca sentirse forzada cuando ella “no tiene ganas”. (p.110)

No reconocen que la sexualidad forzada es una violación y niegan el maltrato físico y emocional
que implica tal acto. Esto es así porque interpretan al sexo, aunque sea forzado, como un deber
de la mujer y un derecho del hombre dentro del matrimonio. (p.111)

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