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el éxito de sus negocios pero falló al seguir la advertencia
del Bàbáláwo. En el mercado, ella tuvo flatulencias, la
primera vez, cuando los demás percibieron el olor, ella
dijo que había sido su hijo menor. La segunda y la tercera
vez otra vez dijo que era su hijo el que tenía flatulencias y
no ella. La cuarta vez la flatulencia fue tan fuerte que
todos indignados dirigieron su atención hacia ella. En vez
de admitir su culpa, empezó a darle nalgadas al niño.
Aquellos que estaban presentes le dijeron que la
flatulencia había sido muy fuerte como para venir de un
niño. En vez de sentirse mal, empezó a reclamarles que
ella era la dueña del niño y que sabía lo que podía hacer y
que no era de su incumbencia. Después dijo que ella era
libre de hacer lo que quisiera con su hijo y que las
nalgadas le enseñarían una lección que difícilmente
olvidaría. El niño empezó a llorar. Poco después el niño
tenía una fiebre muy alta. Fue ahí cuando recordó que era
su único hijo y que no le era posible tener otro bebé.
Estaba aterrada y confundida. En este estado volvió con el
Bàbáláwo. El Bàbáláwo le dijo que le había hecho daño a
su hijo. El Awo le hizo algunas preguntas y las respuestas
fueron las siguientes:
1. Reconocía o no que le había hecho mal al niño. Ella
respondió afirmativamente.
2. Sabía o no que no debió hacer eso. Ella respondió
afirmativamente.
3. Esta lista o no para confesar su mala acción, yendo al
mercado a anunciar a aquellos que estaban presentes que
la persona de las flatulencias era ella y no su hijo a quien
culpó. Ella respondió afirmativamente.
4. Esta lista o no para no volver al buen camino.
Ella respondió afirmativamente.
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Ella hizo todo eso y su hijo sanó. La vida de la madre
también dio un cambio para ser mejor, se volvió más feliz
y gloriosa. Finalmente, en cualquier posición en la que nos
encontremos, debemos hacer el bien mostrando pena,
justicia y honestidad.
Lo mejor es perdonar a aquellos que nos han hecho daño y
enseñarles el valor de la sensatez.