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Erase Una Vez - El Amor - Andrea Adrich
Erase Una Vez - El Amor - Andrea Adrich
«Fantástica».
Adriana
Álex
Adriana
Álex
Adriana
Adriana
Álex».
Álex
Adriana
Insistí.
Él también insistió.
«Me lo pensaré».
«Casi siempre».
« �� ».
Álex
Adriana
Adriana
Seguí leyendo:
Adriana
Álex
Adriana
No entendía nada.
Pero nada de nada.
Lo último que me había dicho Álex por el WhatsApp,
aparte de la hora a la que empezaba la fiesta, es que si le
concedería un baile. ¡Qué si le concedería un baile! Todavía no
le había contestado, estaba tratando de organizar todos los
pensamientos que pululaban por mi cabeza, pero me dieron
ganas de decirle que para bailes estaba yo… Sí, estaba para
bailar el breikindance o el crusaíto, que diría Chiquilicuatre.
¿El cabrón pretendía volverme loca a propósito? Si lo
pretendía iba por buen camino.
Mientras me concentraba en el trabajo para no meter la
pata, pensaba en todo lo que estaba pasando. Os juro que no
tenía ni idea de qué hacer, y eso incluía no tener ni idea de qué
contestarle. ¿Qué narices le decía? ¿Que me moría de ganas de
restregarme como una gata en celo contra su cuerpo? ¿Que
quería que me arrimara la cebolleta? ¿Qué respuesta esperaría
él? Seguro que si le mencionaba lo de la gata en celo o lo de la
cebolleta fliparía mucho. Pero no sería un buen comienzo. Yo
tenía que mantenerme firme, dura. En mis trece. Lo que no
sabía es si podría mantenerme así cuando lo tuviera delante.
Solo pensar en él, hacía que sintiera una presión debajo del
estómago, y desde luego no eran ganas de cagar. Álex era
mucho Álex, eso es indiscutible. Él es EL HOMBRE, en
mayúsculas. Y yo contaba con muy poca fuerza de voluntad
cuando lo tenía cerca. De hecho, no contaba con ninguna
fuerza de voluntad.
A las seis de la tarde salí de la cafetería. No me apetecía
mucho irme a casa, encerrarme entre las cuatro paredes de mi
opozulo/habitación, y darle vueltas una y otra vez a lo mismo.
Porque, dadas las circunstancias, iba a estudiar más bien poco.
Así que cogí el metro y me fui a ver a Carla a la tienda. En el
vagón, sentada en uno de los asientos de plástico, con Take it
easy de Jamie Lancaster sonando de fondo en los auriculares
de mi Ipod, respondí a Álex.
No tenía muy claro qué actitud quería dejar ver en el
mensaje, así que opté por la despreocupación. Siempre dije
que no iba a hacer un drama psico-sexual de lo que había
pasado entre nosotros. Así que escribí:
Álex
Adriana
Adriana
Álex
Adriana
Adriana
Álex
Adriana
Adriana
Álex
Adriana
Adriana
Álex
Adriana
Adriana
Adriana
Álex
Adriana
¡Por Dios!
«¿Ah, no?».
«No, la culpa es tuya».
«Sí, genial.
«Hasta mañana».
«Un beso».
Aquella noche dormí como un lirón. Iba a tener una cita
con Álex. Una cita que se podría decir «oficial» fuera de las
cuatro paredes de la habitación del Templo del Placer. Lo de
cita ya no era un eufemismo para adornar que acudía a un
prostíbulo de hombres porque había contratado los servicios
de un escort. Ahora la cita era de verdad. No iba a quedar con
el escort, iba a quedar con el hombre.
Creí que el cuento había acabado cuando salí aquella última
noche de la Pleasure Room. Creí que no había más «Érase una
vez…», que el beso que me dio Álex de despedida sería el
último. Pero el cuento continuaba… ¡Sí, continuaba! Álex y
yo estábamos dispuestos a seguir escribiendo la historia,
nuestra historia. Ojalá tuviéramos un final feliz, ojalá
fuéramos felices, comiéramos perdices y todas esas cosas.
Adriana
Adriana
Adriana
Álex
Adriana
Álex
resistirse?».
«¿La aceptarías?».
«jajajaja… Adulador».
«Vale».
«Un beso ».
Adriana
Álex
Adriana
Adriana
Álex
Adriana
Álex
Adriana
Adriana
Álex
Adriana
Álex
Adriana
Álex
Adriana
Adriana
Adriana
Adriana
Adriana
Álex
Adriana
Adriana
Adriana
Adriana
Adriana
Álex
Adriana
Adriana
Álex
Adriana
Adriana
—Hola —dijo.
—¿Qué haces aquí? —fue mi saludo.
—¿Qué tal te ha salido el examen? —fue su respuesta.
—Bien.
—Me alegro. Estoy seguro de que lo vas a aprobar y de que
acabarás siendo comisaria en la Galería de Arte de Montsequi
o en la Kreisler.
Me mordí el interior del labio sin saber muy bien qué decir
o de qué manera actuar. Álex me miró durante unos segundos.
—¿Sabes que estás preciosa?
Noté como mis mejillas se encendían con un violento rubor.
Puta mierda, ¿por qué Álex seguía teniendo ese efecto en mí?
Todo mi cuerpo se rebelaba contra la calma que estaba
tratando de mantener.
—Álex, por favor… —le pedí.
Más bien le supliqué. No quería seguir por ese camino.
—Adriana… —dijo con un hilo de voz.
No, joder, no. Su voz pronunciando de esa forma mi
nombre, no. Mierda, no. Era como miel calentando las venas.
—No puedes hacerme esto… —murmuré con un nudo en la
garganta.
No, no podía hacérmelo. No me lo merecía. No podía
aparecer en mi vida cuando le saliera de los santos cojones y
ponerlo todo patas arriba otra vez. Era muy egoísta.
—Soy un imbécil —dijo.
Estiró la mano y me acarició el pelo. Eso tampoco debería
hacerlo. Su cercanía me calentaba la sangre.
—Ya.
Le cogí la mano y se la bajé, para que no continuara.
—¿Puedo llevarte a casa? —me preguntó.
Lo miré sorprendida. ¿En serio me estaba preguntando que
si podía llevarme a casa? (Podía llevarme al fin del mundo,
pero no era el momento). ¿En serio, después de un mes de
haber roto la relación, se presentaba en el lugar donde acababa
de hacer uno de los exámenes de la oposición y preguntaba tan
tranquilo que si podía llevarme a casa? ¿Nos estábamos
volviendo tontos?
Negué lentamente con la cabeza.
—No —musité.
—Por favor…
—No.
—Adriana, por favor… —insistió.
—No, Álex, no —repetí. Subí un poco el tono de voz, pero
evidentemente no lo suficiente para que nos oyeran. No iba a
montar un pollo—. No puedes aparecer cuando quieras y
pretender que las cosas se arreglen por ciencia infusa. Tú
hiciste tu elección y no me elegiste a mí, preferiste tu trabajo.
Y estoy harta, ¿sabes? —dije con pena—. Harta de que
siempre os quedéis con la opción en la que yo no estoy, la que
no me incluye, como si no valiera la pena.
El rostro de Álex se descompuso cuando me oyó decir
aquello.
—Adriana… —me interrumpió, pero no le dejé hablar.
No quería escucharle. Si lo hacía, estaba perdida. Con él
allí delante, a un escaso metro de distancia, me di cuenta de lo
débil que era todavía a su efecto, a él, y yo quería seguir
enfadada, quería estar enfadada, porque de otro modo me
llevaría a su terreno, y acabaría jodida.
—Porque eso es lo que tú me has dado a entender —le
apunté con el dedo hacia el pecho para enfatizar mis palabras
—. Que no valgo la pena para arriesgar.
—Eso no es así —me rebatió con vehemencia.
—Sí, sí es así. Lo único que haces es huir de mí y de lo que
dices que sientes. Me ves como una amenaza —le solté—. La
primera vez me alejaste de ti porque te hacía romper tus
preciadísimas normas. —Había algo de burla en la entonación
que usé—. Y luego, cuando te digo que quiero romper, sin
alterarte un jodido pelo, me das a entender que ya lo
esperabas, porque no eres el hombre adecuado para mí, que
hay cosas que nos separan y que tú eres lo que eres, que tu
trabajo te define, y a mí que me den por el culo —espeté—.
Pues no todo es follar en la vida, Álex. Hay cosas fuera de la
cama y fuera del Templo del Placer. Cosas que a lo mejor
valen la pena, pero tú siempre te quedas con la solución fácil.
Quise decirle que era un cobarde, pero en el último
momento me lo callé, ya le habría quedado bastante claro.
—Tienes razón en muchas cosas…
—Claro que tengo razón en muchas cosas.
—Adriana, entiendo que estés enfadada, pero solo quiero
hablar…
—No, ya no vas a liarme, Álex —lo interrumpí con algo de
brusquedad.
Miré fugazmente a Fran. Me alivió ver que estaba
entretenido hablando con un par de chicos que también eran
opositores.
—Ya me sé tu discurso: que te has comportado como un
imbécil, que no gestionas bien las emociones, que eres lo que
eres, que tu trabajo es solo trabajo, y bla, bla, bla… Y estoy
cansada. Cansada de ser la pringada de la historia, de acabar
jodida. —Volví a hablar con el desaliento prendido en cada
palabra que salía de mi boca—. Lo siento, pero paso… Estoy
harta de este puto juego. —Alcé las manos, mostrando las
palmas, mientras daba un par de pasos hacia atrás para poner
distancia entre nosotros.
—¿Estás con ese chico? —me preguntó de pronto, mirando
a Fran con cierto desdén indisimulado.
Bufé.
¿Qué? ¿Cómo? ¿De dónde se había sacado semejante cosa?
Lo que me faltaba. ¿Ahora estaba celoso?
—Eso es algo que a ti ni te va ni te viene, ya no estamos
juntos. Pero no, no estoy con él ni con nadie. Me va mejor
sola. Los tíos me jodéis mucho la vida —concluí con hastío.
Empezaron a caer unas gotas. Me arrebujé en el abrigo—. Me
están esperando —dije.
Me giré sobre mis talones sin permitir que Álex dijera una
sola palabra, y enfilé mis pasos hacia donde estaba Fran, que
volvía a encontrarse solo.
—¿Todo bien? —me preguntó.
Respiré hondo.
—Sí, todo bien. —Me recoloqué el asa del bolso mientras
forzaba una sonrisa—. ¿Nos vamos?
—Sí, te estaba esperando.
No miré hacia atrás cuando me fui con Fran. No podía. No
me atrevía. Si lo hacía, a lo mejor flaqueaba, a lo mejor me
vendría abajo, y no quería que Álex volviera a salirse con la
suya. No sabía lo que quería. Era como el perro del hortelano.
No comía, pero tampoco dejaba comer (como muchos
hombres), y lo peor es que su vaivén, sus idas y venidas iban a
llevarme por delante, si me descuidaba, si no me quitaba de en
medio. Ya había jugado a ese juego y había perdido, y estaba
hasta las narices de perder.
De camino a casa envié un WhatsApp a las chicas a través
del grupo que tenemos las cuatro. Antes también estaba Pía,
pero Julia la mandó a freír espárragos en cuanto nos enteramos
de que ella era la fulana con la que Iván me había adornado la
cabeza.
Les dije que todo había ido bien, que había contestado a
todas las preguntas que me habían hecho, que no me había
temblado la voz (cosa que me daba pánico) y que tenía algo
que contarles… Dejándolo en el aire. Me arrepentí de haber
escrito eso último. Tenía que habérselo soltado a bocajarro
cuando las viera, porque iban a bombardearme a preguntas. No
me equivoqué. Qué bien las conocía.
De inmediato todas empezaron a llenar el diálogo de
preguntas pidiéndome que les diera una pista, pero Fran se
había ofrecido amablemente a llevarme a casa y me parecía de
mala educación y de un pésimo gusto estar todo el trayecto
pendiente del móvil, así que lo guardé en el bolso y empecé
una conversación con él sobre ¿cómo no?, las oposiciones, y
ambos llegamos a la conclusión de que algún día escribiríamos
un libro titulado; Un opositor en apuros.
Al menos me mantuve distraída, porque aquel encuentro
con Álex iba a traerme más de un dolor de cabeza. Ya lo creo
que sí. ¿Por qué había ido a esperarme a la salida del examen?
¿Quería volverme loca? Iba a conseguirlo si seguía con sus
idas y venidas. Todo el mundo sabe que ese es el peor estado
en el que pueden estar dos personas. Sumergirse en algo así
acaba siendo un tormento. Un «ni contigo ni sin ti» perpetuo
que nos destrozaría a los dos.
No, yo no estaba dispuesta a pasar por algo semejante. Por
eso no quería saber nada de Álex. Me dolía. No sabéis cuánto,
porque estaba enamorada de él, lo quería, pero no podía
permitirme el lujo de jugar a cosas de las que no tenía ni puta
idea de jugar. Álex había venido con el mismo discurso que la
vez anterior, cuando me regaló los libros de Ralph Gibson. Ese
discurso ya me le sabía y también sabía que no nos llevaría a
ninguna parte. Bueno sí, a follar como bestias. Nada más. Yo
quería hechos, no palabras. Facta non verba.
CAPÍTULO 70
Álex
Adriana
Álex
Adriana
Álex
Adriana