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El Desván

La inmortalidad literaria

"Es extraño pensar en ti ahora, lejos sin corsé ni ojos, mientras camino por el
soleado pavimento de Greenwich Village. /el centro de Manhattan, luminoso
mediodía de invierno, y me pase toda la noche hablando, hablando, leyendo el
Kaddish en voz alta, escuchando los blues de Ray Charles que gritan ciegos en
el fonógrafo".
Así, comienza, Kaddish, el poema notable donde Allen Ginsberg, intenta
exorcizar la presencia de su madre en su vida, poema conmovedor donde va
describiendo, con esa mezcla de prosa y metáfora en la que Ginsberg era
maestro, las vicisitudes de la existencia de su madre y su progresivo deterioro
hasta culminar en la muerte y, a la vez, desarrollar una meditación
extraordinaria sobre la finitud humana.
Una obra que subrayo, porque escribir sobre la muerte, sin deshacerse en
llantos, sino como una ocasión de reflexionar sobre la vida, resulta, sin duda,
un logro que sólo puede lograrlo un poeta o un sujeto excepcional.
Excepcional en tanto su escritura desarrolla lo que, a todas luces, intentamos
siempre ocultar, el dolor, la distancia, y también el reproche ante la
desaparición de quien amábamos (u odiábamos, también sucede), reproche
que suele ser inconsciente y producir sintomas curiosos como un exceso de
sufrimiento o una indiferencia sospechosa.
Ante la pérdida el sujeto humano tiene muchas formas de reaccionar. No las
enumeraré porque abomino de esa forma de la psicología que comienza por
indicarnos cómo sentir y termina por anularnos en nuestro pensar. Diré
simplemente que cualquiera de estas formas disimula, enmascara, la verdadera
naturaleza del objeto que hemos perdido que siempre, aunque lo nombremos
de alguna manera, es enigmático e impulsa a la tristeza y al abandono. Los
psicólogos y psiquiatras llaman a esas formas depresión, término que oculta al
objeto, es decir a la causa y que solo se limita a indicar un estado de ánimo
borroso e impredecible.
A mí me gusta hablar de tristeza, una pasión difícil, que añora el objeto pero
que no se identifica con él y que con el tiempo cede y da lugar a nuevos
encuentros y nuevas elecciones. Más difícil es la melancolía, verdadera muerte
del sujeto que derrumba y destruye y finalmente (no siempre, por supuesto)
lleva a la supresión de la vida como única alternativa para escapar a ser uno
con lo perdido, es decir, perderse uno también.
Muchos escritores afirman que la tristeza es indispensable para escribir bien.
Desconfío de esas afirmaciones, creo que tienen un error fundamental. Para
escribir bien hay que poseer talento, cosa indefinible pero fácil de reconocer.
La tristeza es secundaria. Concedo que algo no tiene que andar bien para
producir un poema, por ejemplo. Pero esa disfunción no tiene por qué ser
triste, muchas veces el malhumor sirve, la indignación, el deseo de otra cosa e
inclusive una alegría moderada que se dirige a una perfección que no existe
también ha gestado poemas de una calidad indiscutible. El amor celebrado con
humor es también una fuente magnífica para escribir una novela o versificar
sin exigencias. También el aburrimiento, la envidia, el deseo, es decir otras
pasiones más allá de la tristeza.
Me parece que la falacia de que sólo la tristeza o la desolación producen obras
de valor brota de confundir la vida de los escritores y artistas con su obra.
Nadie duda que Edgar Allan Poe tuvo una vida desgarrada, su alcoholismo y
su angustia acabaron con la misma en pocos años. ¿Pero, bastan esos datos
biográficos para comprender la causa de sus obras? No los creo suficientes,
dado que hay alcohólicos en demasía en nuestra civilización y pocos los
capaces – por no decir ninguno –de producir los magníficos cuentos de horror
de Poe. Esta reflexión debería – pero no lo hará, estoy seguro – alejar a los
cultores de la desgracia como método para dotarse de un talento literario.
Buscar el desasosiego, la intoxicación, la destrucción sistemática de lo bueno
y alegre de nuestras vidas para conseguir escribir una novela o poema
inolvidable me parece tan banal como idiota.
Otra cosa es padecer (y a todos nos pasa) un sufrimiento personal o una
adicción y, a pesar de eso, producir una obra extraordinaria donde la maestría
del artista deja en las sombras las deficiencias de la persona, sus miserias y su
desaliento. La poesía de Dylan Thomas vale mucho más que los whiskies
irlandeses con los que se deleitó excesivamente a lo largo de su ajetreada vida.
Para volver a nuestro amigo Allen Ginsberg y su poema, rescato estas líneas
conmovedoras, de su final:
“Un año más tarde, me fui de NY – en la Costa Oeste en una cabaña de
Berkeley soñé con su alma – que, a través de la vida, bajo qué forma
permanecía en ese cuerpo, ceniciento o maníaco, ida más allá de la alegría –
cerca de su muerte- con ojos – era mi propio amor bajo esa forma, la Naomi,
mi madre en la tierra todavía – le mandé una larga carta - & escribí himnos a
los locos – Obra del misericordioso Dios de la Poesía”
Y, más adelante, concluye:
“¡Oh Elohim! – entonces, al final – 2 días después de su muerte recibí su carta
- ¡Extrañas Profecías nuevas! Escribió: - “La llave está en la ventana, la llave
está en la luz del sol en la ventana – Yo tengo la llave – Cásate Allen no tomes
drogas – la llave está en las rejas, en la luz del sol en la ventana. Con amor, tu
madre” que es Naomi”
Donde estalla con toda claridad una causa de su poesía, el huir de su madre,
loca y amada a la vez y solo poder alejarse en un poema del sufrimiento y de
la liberación de su muerte. Es esta redención de las miserias de la vida lo que
la poesía puede lograr y se ve eso en este poema de Ginsberg y me atrevería a
decir en cualquier poema. La creación un mundo donde aún el sufrimiento y la
muerte están escritos y por eso viven para siempre en la inmortalidad equívoca
de las obras de arte.

Ricardo Gandolfo

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