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OPINIÓN

Sombras conspiranoicas:
no digan posmodernismo,
digan marxismo cultural
Este mes sale a la venta el nuevo libro del periodista Daniel
Bernabé: La distancia del presente: Auge y crisis de la
democracia española (2010-2020). La llegada de esta obra,
que leeré cuando pueda adquirirla desembolsando lo que se
merece, canaliza en mi bajo vientre todo mi recelo ante la
deriva reaccionaria de algunas corrientes de la izquierda.

Juan Luis Nevado Encinas


@jl_nevado
28 SEP 2020 17:29

SANCHO R. SOMALO
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cultural-daniel-bernabe

Hacía tiempo que no escribía. No me gano la vida con ello, ni mucho


menos, con lo que la escritura me resulta un ejercicio dependiente,
exclusivamente, de mi ánimo y motivación; no obstante, nunca deja
de haber elementos que me perturban emocionalmente.

En estos tiempos en donde la pandemia se ha convertido en un frío


espectro no abordado políticamente con toda la sustancialidad que
se requiere y que sigue dejándonos unos dramáticos efectos de
sufrimiento y muerte, las infamias, de las acciones anecdóticas a las
estructurales, no dejan de sucederse: de inauguraciones ostentosas
de gel hidroalcohólico en el Metro de Madrid a la primacía de los
flujos del capital (la mal llamada “economía”) frente a la salud.

De forma paralela, pero no por ello menos infame, este mes sale a
la venta el nuevo libro del periodista Daniel Bernabé: La distancia
del presente: Auge y crisis de la democracia española (2010-2020).
La llegada de esta obra, que leeré cuando pueda adquirirla
desembolsando lo que se merece, canaliza en mi bajo vientre todo
mi recelo ante la deriva reaccionaria de algunas corrientes de la
izquierda.

El “fenómeno Bernabé” se explica, simple y


llanamente, por su facultad de vender
mercancías
Bernabé es apenas una imagen, una sombra, una excusa. Pero que
quede claro, la falta de honestidad a la hora de afrontar un tema que
no se ha estudiado con la profundidad que se requiere (en este caso
el de “posmodernismo”, como veremos) es algo recurrente por
parte de todos los abanderados de la “izquierda reaccionaria”, y el
autor madrileño (como no) no se queda atrás. Aunque, a diferencia
de su anterior obra (La Trampa de la diversidad), el tema del nuevo
libro se aleja de la descripción y análisis de las supuestas derivas
intelectuales “actuales”, el espectro del “posmodernismo” (tal y
como es entendido en estos ambientes) sigue muy presente en
todas sus declaraciones. Las cuales, por cierto, rezuman de toda la
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soberbia que ha ido ganando estos dos años por el inmerecido


protagonismo que han adquirido sus textos.

Pero no he venido a hablar de Bernabé –es un simple Macguffin–,


su presencia se debe únicamente a su relevancia mediática (que yo,
tristemente, alimento con mis palabras, pero me niego a eludir el
problema), además, no he leído su nuevo libro (el anterior sí) y no
voy a pecar de lo que critico. En fin, que luego no se diga. Sólo un
apunte, el “fenómeno Bernabé” se explica, simple y llanamente, por
su facultad de vender mercancías; o mejor dicho, por las buenas
ventas de su anterior obra, lo que acaba reproduciendo, si tenemos
en cuenta las formas que el autor emplea, una retórica en la que el
“valor” (supuestamente sustancial) de alguien o algo se mide en su
capacidad de generar dinero y no en su calidad intrínseca (si es que
es posible cuantificar tal quimera). Una lógica de la que no sólo se
alimenta, sino de la que llega a jactarse en algunas entrevistas.

Los tentáculos de la izquierda reaccionaria, haciéndole el juego


vergonzosa y vergonzantemente a la extrema derecha (no me voy
a cansar nunca de decirlo), se extienden por varias esferas políticas
y mediáticas (este es el problema que vengo a denunciar): Daniel
Seixo, José Errasti, Esteban Hernández, Roberto Vaquero, Víctor
Lenore, Soto Ivars, Lidia Falcón, Profe Rojo y otros tantos
personajes que, si bien no conforman un corpus homogéneo (ni
mucho menos), pululan por la red y por tertulias periodísticas con
cierta proyección. Pese a toda su retórica rupturista, toda su
simbología comunista y toda su arenga revolucionaria sin
“cortapisas posmo-buenistas”, el proyecto de la izquierda
reaccionaria –o al menos el proyecto que se vislumbra tras tanta
perorata– se reduce a una mera proclama (ultra-)conservadora (en
defensa de un repliegue autoritario en torno al estado); un recelo
cuasi-moralista –en muchos casos misógino y tránsfobo– hacia las
nuevas formas de socialización, identidad y protestas
“posmodernistas”; un paternalismo eurocéntrico supremacista; y
un decálogo económico que –pese a apelar al “obrero” cual receptor
de un designio divino supra-histórico– no deja de ser
profundamente reformista en lo sustancial: se busca un pacto con
el gran capital, manteniendo la naturaleza actual en cuanto a las
relaciones productivas o, a lo sumo, persiguiendo el
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establecimiento de una suerte de capitalismo de estado(-nación),


pero sin afrontar lo esencial: la abolición del trabajo y de la
explotación del “hombre” por el “hombre” y de la naturaleza por el
“hombre”.

Los sujetos que conforman la izquierda


reaccionaria jalean sus proclamas desde sus
cuentas de twitter o en insustanciales charlas-
debates donde se presentan como
intelectuales y líderes revolucionarios
“Ah, ya me dirán ustedes cuando se ha conseguido algún derecho
social con batucadas y cancioncitas...”, claman. Tanto vociferar con
que la única “manifestación cultural” digna, y por tanto
revolucionaria –per se–, es la proveniente de la clase obrera, que
luego resulta que su “obrerismo” es tan clasista (no en el sentido
revolucionario, se entiende) como el que más; lo único importante
es la visión “pop” y esclerotizada de las experiencias
revolucionarias (¡je!, nada “posmo”), ¿quién se lo iba a imaginar?
Cosas de la trampa de la cultura o de la diversidad o alguna
ocurrencia así, ¿qué más da? ¡Lo suyo es presentar fenómenos no
contradictorios como si lo fueran!, “¡viva la lucha de clases!” “¡A las
trincheras!” “¡A lanzar cocteles molotov!”, ¡qué no pare el
simulacro! “No os preocupéis, ¡los espontaneistas son los otros!”

Los sujetos que conforman la izquierda reaccionaria jalean sus


proclamas desde sus cuentas de twitter o en insustanciales charlas-
debates donde se presentan como intelectuales y líderes
revolucionarios o como expertos en historia, economía, ciencias
políticas u otras disciplinas en las que jamás han conocido los
entresijos y fundamentos que las constituyen. No es de extrañar,
además, que aboguen por la “autoridad” frente al supuesto
“horizontalismo de la izquierda posmoderna políticamente
correcta”. Claro, cuando esta gente piensa en “autoridad” se ven a
sí mismos como modelos de tal autoridad y no tardan en hacerlo
patente en sus formas.
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Digamos sólo que las redes sociales (un tema al que estos señores
no paran de darle vueltas, por cierto) generan una suerte de juego
de espejos y apariencias que afloran un ambiente ponzoñoso
alimentado por el ego, toda una dinámica en la que, no obstante,
acabo remitiendo personalmente (no voy a negarlo, no soy un
necio), pero que me produce una gran incomodidad. Sea como
fuera, como estudioso de la posmodernidad como categoría
histórica (denominarme “teórico” sería una osadía) me siento
interpelado ante el uso y desuso de los vocablos posmodernismo y
posmodernidad, y de eso estoy más que servido. Ya he hablado en
otros artículos sobre la naturaleza conceptual e histórica de ambos
y no vale la pena a volver a reiterarlo. Pero hoy quiero centrarme
en un punto central en la configuración del discurso reaccionario
en la izquierda: el “posmodernismo” como teoría de la
conspiración.

El auge actual de la extrema derecha en


occidente, o alt-right, tras la crisis de 2008 se
explica, en parte, por la consolidación
hegemónica del relato conspiranoico del
llamado “marxismo cultural”
Cuando digo “teoría de la conspiración” hablo de aquellos discursos
que entienden todo un fenómeno histórico global como respuesta
a un plan sistemático y racional generado conscientemente por un
grupo concreto y delimitado. En otras palabras, me refiero a las
interpretaciones que reducen la totalidad de un proceso histórico a
la acción motivada de una élite, como si la historia se auto-
replegase y conociese a sí misma.

El auge actual de la extrema derecha en occidente, o alt-right, tras


la crisis de 2008 se explica, en parte, por la consolidación
hegemónica del relato conspiranoico del llamado “marxismo
cultural”. ¿En qué consiste tal teoría? Pues (siguiendo la versión
más furibunda), según estos, la izquierda, tras haber “perdido”
políticamente tras la desintegración del Bloque del Este
(evidenciando la incapacidad de su “proyecto económico”), habría
tenido que virar su estrategia y pasar a centrare en cuestiones
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culturales, “supraestructurales” o “periféricas”, y, de esta forma,


contando con el apoyo y colaboración de una élite mundial afín,
habría parasitado todos los espacios culturales y académicos
conformando una especie de contubernio lesbo-ecologista-
femininsta-indigenista con el único propósito de destruir las bases
de la sociedad occidental y sus valores. Nada nuevo bajo el sol.

Destaca, asimismo, la interpretación del marxismo por parte de


la alt-right. Ellos operan con una interpretación del materialismo
histórico ramplona, economicista y anclada exclusivamente en
el Manifiesto Comunista. Esta lectura (pseudo)marxiana es
reproducida, y en su caso defendida, por muchos de los
izquierdistas reaccionarios a los que hago referencia. Así, la
comprensión con la que se aborda la evolución intelectual de los
“últimos” años (el tema de la cronología empleada da para otro
cantar) viene a ser prácticamente la misma que la de la derecha
conspiranoica: un supuesto descentramiento del materialismo que
ha pasado de focalizarse en asuntos “económico-materiales”
(“estructura”) a cuestiones “ideológicas” y “culturales” (“supra-
estructura”). La diferencia entre ambas interpretaciones estriba en
que mientras los alt-righter entienden esto como un fenómeno
intelectual dentro del marxismo que se hace dominante tras el
desplome de la URSS, el “marxismo cultural”, los izquierdistas
reaccionarios lo entienden como una actitud intelectual claramente
anti-marxista, el “posmodernismo”.

El posmodernismo en la izquierda
reaccionaria cumple exactamente el mismo
papel que el marxismo cultural en la alt-right
Ahora bien, el posmodernismo en la izquierda reaccionaria cumple
exactamente el mismo papel que el marxismo cultural en la alt-
right. Es más, la adecuación argumental, teórica e interpretativa es
del todo asombrosa, como puede verse entre obras y textos
procedentes de reaccionarios de izquierdas y entre libros
ultraderechistas (las tropecientas tiras de libros con títulos tales
como: El libro negro de la nueva izquierda y demás despropósitos).
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En el sentido en el que lo estamos analizando en el presente


artículo, el “posmodernismo” queda convertido en una ficción, un
espectro, con el que se busca explicar y limitar un proceso en una
narración más o menos coherente dotada de una significación
cerrada. Su papel es ilustrativo. Carece, por tanto, de cualquier
fundamento teórico y de solidez conceptual, pero cumple un
determinado rol político: estimulando la acción contestataria a
través de un enemigo cognoscible al que combatir.

“Posmodernismo” se reduce a todo aquello que carece de un


discurso marcadamente “obrerista” –que para los reaccionarios de
izquierdas es sinónimo de “marxismo” o “comunismo”–. Este
supuesto “marxismo” se manifiesta en interpretaciones que limitan
el enfoque a una comprensión identitaria del “obrero”, haciendo
énfasis en la llamada “cuestión de clase” desde una perspectiva
objetivista y no dialéctica. Así, se ataca a una deriva intelectual –
que tal y como definen no existe (conformando un pastiche que va
desde el posestructuralismo a la antropología cultural pasando por
la teoría crítica y toda una gran amalgama de corrientes dispares)–
que por la influencia de sus tesis disolvería, fragmentaría, la
conciencia (objetiva) de la clase obrera sobre sí misma al centrarse
(presuntamente) en unas cuestiones (secundarias y
“superficiales”) “identitarias” y culturales que le harían el juego al
libre mercado al caer en la ruleta del “mercado de la diversidad”
(como diría el amigo Bernabé). “Lo posmo”, de esta manera, sería
el hipotético auge de lo “cultural” (en la acepción más limitada de
la misma) en contraposición de lo material (entendido como
economía o relaciones de producción). Todo ello bañado en una
vergonzosa concepción de “materia”, digna del más rancio
abolengo conservador decimonónico, fluctuando entre el
positivismo y el esencialismo.

Incapaces, por omisión o ignorancia, de afrontar el incremento de


la complejidad histórica y social, se repliegan en torno a sus
manidas categorías (fragmentos teóricos de otras coyunturas que
son descontextualizados y fosilizados) alzándose desde sus
pedestales mediáticos para cargar con todo aquello que no son
capaces de aprehender. Es así como reproducen la tesis
conspiranoica del marxismo cultural. Siendo, en este caso, una élite
intelectual financiada, apoyada o impulsada (depende de la
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versión) por el establishment neoliberal la que habría generado el


entramado ideológico parasitario que le haría juego al capitalismo
y desarticularía al marxismo. Claro, todo esto obvia la complejidad
del proceso histórico: con sus afinidades electivas (que las hay), sus
contradicciones, sus posibilidades y potencialidades, sus
elementos positivos y negativos implicados y, sobre todo, con la
irrupción de los subalternos de la modernidad (tratados con
hostilidad por parte de los reaccionarios de izquierdas) y de sus
nuevos discursos emancipadores. Todo forma una totalidad
inabarcable, que impide el cierre categorial.

Pero, en fin, no esperen de mí conclusión esperanzadora. Volveré a


enfrascarme a la elaboración de mi tesis doctoral cual “rata de
despacho” (aunque, en este caso, el “despacho” es mi habitación de
Cáceres en la casa de mis padres tras tener que volver de Madrid
[Ayuso vete ya]). Tan solo recordar, por hallar algo de certidumbre,
que las condiciones objetivas son, también, subjetivas y las
subjetivas son, también, objetivas, la descomposición sistémica
sigue su curso y las contradicciones del capitalismo cada vez son
más evidentes, ahí es donde está la posibilidad y el punto de fuga
para abordar nuestro tiempo y poder transformarlo de forma
revolucionaria.

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