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La llama encendida da luz siempre

“El mundo es eso”, reveló. “Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con
luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos
chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y
gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran
ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear,
y quien se acerca se enciende”.

Eduardo Galeano, El libro de los abrazos, Buenos Aires, Siglo xxi, 1993.

Dentro de todas las personas que brillan, un catequista lo hace a través de sus actos y
palabras. Porque un catequista es un creyente, un testigo, un discípulo. Alguien que ha
contemplado y puede contar lo que ha visto. Alguien que enseña, pero que ante todo desea y
sueña ponerse en comunión con alguien. Pero no cualquiera es catequista, tiene que tener
también la condición de docente. Un docente comprometido para educar en la fe, formando
parte del Pueblo de Dios, con capacidad de entrega y compromiso, con una misión
determinada dentro del proyecto o itinerario educativo que se le presente. Será también un
cristiano profundo y sensible, que con su solo vivir repita aquel “ven y lo verás”, desde su
convicción y naturalidad. Será luz con sus palabras y abrirá caminos con sus pasos. Permitirá a
la vez ser testigo de un Encuentro, donde la Palabra será la protagonista a la par de los niños.
Un catequista mostrará que su vida cotidiana refleja el amor a Cristo, con la tarea minuciosa de
presentar un interrogante para los demás. Un catequista será el mediador y facilitador que
guiará a los niños a formar un grupo de amigos, regidos por la luz de la Palabra, la Verdad y la
Fe.

Queridas catequistas, que podamos dar luz a los niños, para que todos juntos podamos formar
una comunidad de Fe alrededor de la Palabra.

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