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"Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud
inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte
misterioso de un Ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones.
Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas
inerte: fría bazofia humana.
Sólo vives por esa partícula de ensueño que te sobrepone a lo real. Ella es el lis de tu
blasón, el penacho de tu temperamento.
Innumerables signos la revelan: cuando se te anuda la garganta al recordar la cicuta
impuesta a Sócrates, la cruz izada para Cristo y la hoguera encendida a Bruno; cuando
te abstraes en lo infinito leyendo un diálogo de Platón, un ensayo de Montaigne o un
discurso de Helvecio; de esas pasiones en que fuiste, alternativamente, el Romeo de
tal Julieta y el Werther de tal Carlota; cuando tus sienes se hielan de emoción al
declamar una estrofa de Musset que rima acorde con tu sentir; y cuando, en suma,
admiras la mente preclara de los genios, la sublime virtud de los santos, la magna gesta
de los héroes, inclinándote con igual veneración ante los creadores de Verdad o de
Belleza.
Todos no se extasían, como tú, ante un crepúsculo, no sueñan frente a una aurora o
cimbran en una tempestad; ni gustan de pasear con Dante, reír con Moliére, temblar
con Shakespeare, crujir con Wagner; ni enmudecer ante el David, la Cena o el
Partenón. Es de pocos esa inquietud de perseguir ávidamente alguna quimera,
venerando a filósofos, artistas y pensadores que fundieron en síntesis supremas sus
visiones del ser y de la eternidad, volando más allá de lo real. Los seres de tu estirpe,
cuya imaginación se puebla de ideales y cuyo sentimiento polariza hacia ellos la
personalidad entera, forman raza aparte en la humanidad: son idealistas. Definiendo
su propia emoción, podría decir quien se sintiera poeta: el Ideal es un gesto del
espíritu hacia alguna perfección."
"El hombre mediocre", José Ingenieros.
Esta espiral logarítmica, también llamada círculo fi, es una secuencia numérica
infinita en la que cada número es igual a la suma de los dos anteriores, es
decir, “0, 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144…” El cociente entre dos
números consecutivos se aproxima al número phi.
LA MÁSCARA DE MARQUARDT
En un intento de medir y conceptualizar las proporciones estéticas del rostro
humano, el investigador de la Universidad de California Stephen Marquardt
creó una máscara de la belleza basada en la sección áurea llamada
“máscara de Marquardt”. Diseñadas para hombre y para mujer, estas
estructuras faciales pronto alcanzaron fama mundial en el ámbito de la cirugía y
medicina estética. Así, la máscara se superpone sobre la cara del paciente
para detectar las diferencias que existen entre esta y la estructura
simétrica que propone Marquardt.
Según este modelo fisionómico, una nariz perfecta sería aquella en la que el
cociente entre la longitud de la nariz (midiendo desde la punta hasta la mitad de
las cejas) y el ancho de la misma fuera igual a 1,618034. Con respecto a la
boca, la zona del labio inferior dividida entre la del superior, debería coincidir
con el número phi.La posición de los ojos debería ser aquella en la que se
obtenga como resultado 1,618034 del cociente entre la distancia que va desde
la nariz hasta el borde inferior del ojo, y la que comprende desde este hasta los
labios.
Desayuno
Echó café
En la taza
Echó leche
En la taza de café
Echó azúcar
En el café con leche
Con la cucharilla
Lo revolvió
Bebió el café con leche
Dejó la taza
Sin hablarme
Encendió un cigarrillo
Hizo anillos
De humo
Volvió la ceniza
En el cenicero
Sin hablarme
Sin mirarme
Se puso de pie
Se puso
El sombrero
Se puso
El impermeable
Porque llovía
Y se marchó
Bajo la lluvia
Sin decir palabra
Sin mirarme
Y me cubrí
La cara con las manos
Y lloré.
Las hojas muertas
Oh, me gustaría tanto que recordaras Los días felices cuando
éramos amigos...
En aquel tiempo la vida era más hermosa Y el sol brillaba más
que hoy.
Las hojas muertas se recogen con un rastrillo...
¿Ves? No lo he olvidado...
Las hojas muertas se recogen con un rastrillo Los recuerdos y
las penas, también.
Y el viento del norte se las lleva En la noche fría del olvido
¿Ves? No he olvidado la canción que tú me cantabas.
Es una canción que nos acerca Tú me amabas y yo te amaba
Vivíamos juntos Tú, que me amabas, y yo, que te amaba...
Pero la vida separa a aquellos que se aman Silenciosamente sin
hacer ruido Y el mar borra sobre la arena El paso de los
amantes que se separan.
Las hojas muertas se recogen con un rastrillo.
Los recuerdos y las penas, también.
Pero mi amor, silencioso y fiel Siempre sonríe y le agradece a la
vida.
Yo te amaba, y eras tan linda...
Cómo crees que podría olvidarte?
En aquel tiempo la vida era más hermosa Y el sol brillaba más
que hoy Eras mi más dulce amiga, Mas no tengo sino recuerdos
Y la canción que tú me cantabas, ¡Siempre, siempre la
recordaré!
2 Poemas de Jacques Prévert
- Horacio Quiroga -