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La batalla del corazón tiene por fin formar un corazón nuevo como el de
Cristo, que sienta, ame y obre como Él.: “Crea en mi, ¡oh Dios, un corazón
nuevo!. Renuévame por dentro con espíritu firme” (Sal 51 10). “Yo os
daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de
vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne”
(Ezequiel 36:26).
El corazón es la fuente del bien y del mal en mí, según dice Cristo, que del
corazón sale lo bueno y lo malo que hay en nosotros. Tenemos que admitir
esta realidad, aunque nos pese o nos extrañe: ¿quién conoce lo que hay en
el corazón?; ni el hombre mismo lo sabe, sólo Dios que penetra las
entrañas, conoce hasta las junturas del mismo ser del hombre.
La Biblia no tiene palabras muy amables al hablar del corazón del hombre:
El Eclesiastés (9:30): “Este mal hay en todo lo que se hace bajo el sol: que
hay una misma suerte para todos. Además, el corazón de los hijos de los
hombres está lleno de maldad y hay locura en su corazón toda su vida.
Después se van a los muertos”.
San Mateo (15:19):“Porque del corazón provienen malos pensamientos,
homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y
calumnias”.
San Marcos (7:21,22): “Porque de adentro, del corazón de los hombres,
salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios,
adulterios”.
El Salmo (51:10): “Crea en mi, ¡oh Dios, un corazón nuevo!. Renuévame
por dentro con espíritu firme”.
Una sutil, pero muy dañina enfermedad del corazón es aquella que parece
menor, y no se le da importancia, porque no se la detecta fácilmente. Son
los malos hábitos de menor gravedad; las imperfecciones de un carácter no
reformado. Se puede pasar ante la propia conciencia, y ante los demás,
como personas virtuosas, porque las cosas buenas que se dan en nosotros
hacen pasar por alto las imperfecciones, o defectos. Se da aquí el caso de la
cizaña de que habla el evangelio, la cual se mezcla y disfraza de buen trigo.