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Cenotafio

Cristian Maturana

Lo invisible, lo habitual y lo imposible.

“Mientras miro las nuevas olas, yo ya soy parte del mar”.


C.G.

Hay objetos que contienen en sí mismos toda la densidad de la historia. Antes incluso de sus
posibilidades simbólicas, es la cualidad material lo que permite la reunión de diferentes
superficies, tiempos y espacios. Más aún: cuando se trata de la memoria, es decir, de un ejercicio
de mirar el pasado con el presente envolviéndonos el cuerpo, son estos objetos no precisamente
arqueológicos, no forenses, no archivables, no clasificables, los que despliegan la inmensa
dimensión del silencio.

Porque mientras en silencio está la justicia y en silencio las circunstancias precisas –hora, día,
quién, cómo, cuándo, dónde, por qué-, aparecen estos objetos renovados, vestidos de la más
natural cotidianeidad, sumergidos en el quehacer ordinario de nuestra nueva vida repleta de
ruido.

Pero no es tan extraño que de habitual y ordinario algo pierda totalmente su sentido, que de tan
familiar que nos parezca, perdamos la noción de su significado. Por ejemplo, una moneda de 10
pesos con la imagen de una mujer rompiendo las cadenas, creada por la dictadura cívico-militar
como un homenaje al 11 de septiembre de 1973, circuló invisible por nuestra democracia, tan
desapercibida, cotidiana e impune como los largos tentáculos de la misma dictadura traspasando
los límites del tiempo; asimismo, el ruido constante de los medios de comunicación nos han hecho
creer que la “Operación retorno” es el regreso masivo de automóviles por las autopistas en
dirección a Santiago luego de un fin de semana largo. Como si todos los retornos fueran iguales,
aplanados en la misma expresión. Las palabras, las cosas, levitan sin peso en estas fronteras de lo
posible. Lo habitual hace invisible el pasado.

Los rieles de Cristián Maturana son los de todos los días. Sostienen de manera más o menos
caótica un sistema de conexión continua que de tan naturalizado se vuelve invisible, tan invisible
como su irrupción en el paisaje. Esquinas, cables, diagonales o verticales, hundidos con fuerza en
la tierra, rodeados de pasto o de cemento, totalmente ajenos a su versión acuática innombrable:
la de los rieles utilizados para hundir cuerpos en el mar.

Pero cada cosa invisible oculta una huella que habla de todo lo demás, de lo que no se puede
decir, de lo que no está. Eso hace Cenotafio: hacer ver lo que no se puede ver.

La producción de estas huellas es a la vez material y sensible. El artista actúa a través del traspaso,
llevando este objeto cotidiano al mar, y del mar al horizonte de nuestra mirada. La acción del mar
sobre las piezas, a su vez, no sólo modifica propiedades químicas de un soporte sino también
permite que aparezca a la vista lo invisible. El mar junta dos tiempos en uno. Devuelve, una y otra
vez, el dibujo de ese cuerpo sin cuerpo.

Subsiste aún un problema. Ante la urgencia del presente, no sólo es necesario ver sino que
también definir en qué dirección lo haremos. No se trata de encontrar un nuevo lugar o de que el
gesto funerario resulte una sepultura, después de todo, y sea lo mismo mar o tierra, visible o
invisible. Un cenotafio no contiene un cuerpo, simplemente porque estos cuerpos son imposibles
de contener.

Paula Arrieta Gutiérrez

https://revista.ecfrasis.com/tag/cenotafio/

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