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Ignacio Pérez Campelo

Una estela polvo se iba levantando a su paso dificultando la visión de los espectadores y
provocando más de una tos mientras que el sol del atardecer daba una luminosidad de postal barata
a la escena. El suelo retumbaba al ritmo de las pisadas del pelotón que en esos momentos entraba
triunfante en el centro del pueblo multiplicando la emoción de los convecinos al sentir un doble
latido en sus pechos. Se les veía sonrientes, jubilosos, exultantes. Saludaban y lanzaban vítores a la
población que les estaba esperando en medio de un griterío cada vez mayor. Esta llenaba con la
densidad de la arena las aceras de la alameda y los soportales de la plaza mayor. La banda
municipal, situada al pie del quiosco, desgranaba los más vistosos pasodobles en honor de los
valientes. En medio de un paroxismo irreprimible, Fulgencio, el director, acabó con tortícolis
porque mientras dirigía a los músicos no paraba de mirar hacia atrás en busca del pelotón girando la
cabeza hasta extremos que provocarían la envidia a Regan, la niña de El exorcista. De vez en
cuando alguna muchacha, en un arranque de sentimiento, se lanzaba contra ellos y daba sonoros
besos y un ramillete de flores a algún afortunado. Otros, con menos fortuna, recibían carantoñas y
piezas de fruta de alguna abuela que les debían de ver algo desfallecidos. También hubo uno a quien
le dieron un candil. Quién sabe si para que le iluminase en la noche que ya entraba o para que se le
despejasen las tinieblas de las entendederas.

En medio de todo ese lío estaba yo. ¿Quién me mandaría meterme en este carnaval? Si ya lo veía
venir. Si desde el momento en que empezaron a oírse los gritos reclamando venganza en este
pueblo de locos tenía que haber hecho el petate y volver por donde vine. Y aquí me veo ahora, con
una manzana en una mano y una vara de avellano en la otra, desfilando delante de todo el pueblo.
Yo, que para no aguantar ordenes sin sentido me invente una enfermedad y librarme así de ir a la
mili. Pero no me pude ir a casa. Mi tío Ramón, que me había invitado a pasar una temporada con él,
me pidió que me uniese a la partida ya que él no podía ir por la pierna, que la tenía ya un tanto
averiada, y por los años, que no pasan en balde para nadie, aunque al bruto de mi tío no se le noten
mucho. Total, me dijo, ya que viniste a ver mi cara y a interesarte por mi maltrecha pierna, que la
maldita no acaba de sanar, y de paso a airearte en el pueblo de tus ancestros, podrías ir con los
mozos a escarmentar a los malnacidos esos y dejar el nombre de la familia en buen lugar. Así que
muy a mi pesar tuve que salir en expedición bélica.

Todo empezó cuando robaron el cuadro más importante que hay en la villa, aunque en honor a la
verdad, también es cierto que es el único que hay. Una Adoración a la Virgen en la que se ve a su
izquierda al Papa, a tres cardenales y a tres militares con más hierro que Vizcaya; a su derecha están
los Reyes Católicos, cuatro nobles y el benefactor del pueblo. Todos arrodillados y en actitud
orante. Todos sujetan alrededor de las manos un rosario con una cruz colgando de él. Si te fijas un

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poco puedes ver que los rosarios son de diferente tamaño, siendo los más pequeños los de los
militares y el más grande el del prócer del pueblo. Un rosario tan largo y con unas bolas tan grandes
que necesitaba enrollarlo alrededor del cuello para que no rodase por el suelo. El lienzo está
enmarcado en un marco de dos palmos de ancho, con tantas volutas, elevaciones, valles, vueltas y
revueltas que en vez de marco era maqueta de cordillera montañosa y tan cargado de dorados que
parece que hayan necesitado todo el oro de las Américas para elaborarlo. El cuadro, por supuesto, lo
donó el más ilustre hijo de este pueblo. Tan ilustre que se le ha dedicado una calle, una plaza y las
escuelas. Un arribista sin escrúpulos que engañó a todo el que pudo, arruinó a unos cuantos y se
hizo rico en Madrid, donde según dicen hizo mucha amistad con los habituales de la Carrera de San
Gerónimo. Todo esto con una sonrisa de oreja a oreja, inclinando la cabeza al paso de las señoras y
saludando efusivamente a los hombres. Siempre atento, preguntando por la familia y los negocios o
el trabajo dependiendo de a quien se dirigiese. Porque eso sí, en esto no era nada clasista, trataba a
todos por igual: labriegos o terratenientes, empleados o propietarios, plebeyos o nobles, no hacía
distingos en cuanto a sablear se refería.

Al principio parecía que la cosa iba de broma, que íbamos a jugar un partido de fútbol contra los del
pueblo de al lado. Bocadillos de chorizo, buenas porciones de queso, algún filete empanado, tarteras
con tortillas y pimientos fritos y abundancia de botas de vino para acompañar. Pero no, no íbamos a
ningún partido de fútbol. Íbamos a recuperar el orgullo del pueblo. Aquello que, según el alcalde
Don Genaro, da lustre al nombre del pueblo y es, hoy por hoy, la razón más importante de nuestra
existencia. Porque el cuadro, hijos míos, dijo en una ocasión por las fiestas de Santa Inés, es un bien
que no sabemos apreciarlo en lo que vale, que como siempre ha estado aquí no valoramos su
singularidad, que ya les gustaría a los de la capital tenerlo para sí. Y continuó con su elevada
oratoria, es lo que da sentido al sentimiento de ser motealtino, lo que nos une como pueblo, la
enseña a la que todos miramos en momentos de turbación y peligro, y que con su inestimable
ayuda, solo por estar entre nosotros, nos permite levantarnos de nuestras derrotas, fortalecer el
orgullo de ser montealtinos y mejorar como personas y como pueblo. Y así siguió durante al menos
veinte minutos. Más o menos lo que iba repitiendo mientras nos acercábamos a Montebajo. Así que
más que una cuestión delictiva era un caso de orgullo patrio. Ese cuadro es idolatrado en el pueblo
casi como si fuera milagroso, de hecho se organizan jornadas cuyo único fin es pasar por el salón de
actos del ayuntamiento, para solicitar favores a la imagen. Una vez se sacó en procesión por la vega
para pedir agua ya que llevaba varios meses sin llover y, para pasmo de todos, al día siguiente
diluvió y no paró en un mes. Aunque también hay que tener en cuenta que era abril y que en esas
fechas no es extraño que llueva después de un invierno frío y seco. Total, que allá íbamos en tropa

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heterogénea, con palos y estacas los más, bastantes hoces y cuchillos y alguna escopeta de caza, los
mismos que ahora desfilamos por la alameda, sin ninguna baja que lamentar menos la de Ramiro,
que al ir enzarzado en una discusión sobre por dónde se podría atacar mejor, no vio una topinera en
la que metió el pie causando un esguince al tobillo.

Cuando los montebajinos montaron la expedición y se llevaron el queridísimo cuadro, la


indignación en el pueblo fue infinita. Las soflamas de las fuerzas vivas llegaron a sus más altas
cotas. Sin embargo, el catalizador de la expedición fue el piquete que formó delante de la casa de
doña Rosa la Asociación por el Mantenimiento de la Decencia y las Buenas Costumbres copresidida
por el párroco don Agapito y la mujer de don Genaro, doña Manola. Se plantaron enfrente de la
puerta bloqueándola y amenazaron con no irse de allí hasta que no se recuperase la obra de arte. Así
que a los habitualmente inactivos hombres de Montealto no les quedó más remedio que formar un
grupo punitivo para que, a la par de castigar el sacrilegio, se recuperase nuestra más digna y
maravillosa posesión.

En el pueblo, en la mañana del día siguiente de la expedición ya se oían los rumores de que
volvíamos. Los corrillos en los portales bullían de animación. En el Café Central una turbamulta de
desocupados pugnaba por hacerse oír. Cada cual gritaba más fuerte. Todos traían noticias
fidedignas de lo ocurrido. Que te lo digo yo, que me lo ha dicho la madre de Benito el
tronchatroncos, fue un asalto de los que antes llamaban a bayoneta calada, todos a una contra el
enemigo hasta recuperar el cuadro. Pues a mí me ha dicho la mujer de Venancio, el ordenanza del
ayuntamiento, que Don Genaro fue a exigir lo nuestro y que, tras unos dimes y diretes, consiguió la
devolución del cuadro sin mayor novedad. ¡Que no! ¡Que no os enteráis! Mandaron a Baldomero y
a Miguelón, que son mejores cazadores de la comarca, a inspeccionar los alrededores de Montebajo.
Después reunidos con Don Genaro y Don Agapito, trazaron el plan a seguir. Los montebajinos
tenían dispuestos dos vigías a la entrada del pueblo. Así que hicieron un movimiento envolvente y
les capturaron. A continuación entraron en formación en el pueblo y Don Genaro fue a parlamentar
a la cantina para intercambiar a los vigías por el cuadro. En fin, que entraron en razones y se
solucionó todo sin mayor problema. Y así siguieron toda la mañana sin aclararse gran cosa hasta
que el hambre les llevo a sus casas.

Finalmente llegamos a las inmediaciones de Montebajo donde nos estaba esperando don Venancio,
su alcalde. Él y don Genaro se abrazaron efusivamente, se apartaron unos metros de nosotros y se
pusieron a conversar. Para mí que hablaban de las tierras ya que no hacían más que señalar para un
lado y para el otro, y del agua que pasaba por la acequia de ahí al lado. De vez en cuando, nos
miraban y se reían por lo bajinis. Al de un rato se acercaron hasta nosotros y don Genaro nos

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anunció con una voz muy campanuda que ya estaba solucionado, que pasaríamos la noche en el
prado ese y que nos traerían un par de corderos para asar y un poco de vino con que pasar la noche.
Don Genaro y don Agapito fueron a dormir a la casa de don Venancio y volvieron con el cuadro al
día siguiente acompañados de las autoridades de Montebajo.

Y en esas está el pueblo, recibiendo en olor de multitudes a los hombres que fueron a salvar el
orgullo de los montealtinos a riesgo de su integridad física. Después del desfile Don Genaro
pronunciará un discurso, agradecerá a todos los convecinos las aportaciones hechas para la rápida
repatriación del cuadro. A continuación, se ofrecerá un banquete a las autoridades del pueblo al que
se ha invitado a las autoridades de Montebajo en el Mesón Genaro para restañar las heridas y
perdonarse mutuamente los agravios recibidos. Para seguir, irán (la autoridades) a la casa de doña
Rosa, que, como todo el mundo sabe, es el mejor lugar de la comarca para el entretenimiento. Todo
esto, faltaría más por favor, a cuenta de las arcas municipales. Ya por la noche, habrá una Gran
Verbena, cuando se instaurará oficialmente, con carácter anual, el día de Don Benigno, que así se
llamaba el gran benefactor de Montealto.

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