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Memórias Migrantes

Yo me desperté en la camilla del hospital. Miré a los lados y


percibí que a mí alrededor se encontraba mucha gente. La cabeza dolía.
Llamé al médico, me hizo una seña que estaba ocupado. Vino la
enfermera.
Dijo que acaba de salir del coma por inducción. Casi me muero.
Mi esposa se había muerto. Sus pulmones no estaban sanos como los
míos cuando se contagió con covid-19.
La señora al lado me dijo palabras de consuelo cuando la
enfermera salió a revisar otros pacientes. Estuve en silencio ¿No era
apenas una gripita? Quise gritar. No pude enterrar a mi esposa, estaba
luchando para sobrevivir cuando ella se fue.
Sentí el vacío. No tenía teléfono, me quitaron todo por el contagio.
La señora al lado me contó que había empezado una cuarentena pero ya
era demasiado tarde. Gente como yo, no tenían como quedarse en casa.
Al migrante pobre no se le cuida la vida. En medio del caos
eligieron quién iba primero y la gente negra no vale como los blancos. Allá
en mi país, el presidente se reía de los muertos. Quizás, para él los
derechos humanos sean cosa de comunista.
Aquí solito con mis pensamientos lloró por mi esposa y por los
más de 100 mil muertos en Brasil. Encierro mis ojos por algunos
segundos y escucho el ruido de una máquina médica. Abro los ojos en
desespero. Veo al médico desesperado atendiendo a la señora al lado.
Ella no es brasileña, pero su vida se acaba en la misma pandemia.
Intentó moverme. “No!” me dice la enfermera que solloza. Vuelvo
a mi posición anterior, el desespero me consume. Cada día veo que la

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Lauanda Meirielle dos Santos
Teléfono: +573054648555 / +573168304934
e-mail: lauanda.meirielle05@gmail.com
salita se queda más llena, ya no hay camillas. Muchos mejoran, otros
tantos se mueren.
Puedo ir a la casa. No sé si es una buena noticia.
Al llegar veo a mi hijo de apenas tres años, la vecina se lo
cuidaba. Ella me sonríe con tristeza, hablamos dos o tres palabras de
consuelo. Entro a mi casa, es solo una habitación con baño. Miro a los
lados y todo sigue igual.
El retrato de mi matrimonio aún está en la mesita noche, siento el
olor de mi esposa y abrazo a mi hijo. Los días siguientes son difíciles, no
se puede salir de casa. Todos confinados. El dueño de la casa, me exige
el arriendo. La leche de mi hijo se acabó.
Se me acumula la mercancía que antes yo vendía en la calle. Si
salgo ¿Quién cuida de mi hijo? Si no salgo ¿Quien le dá de comer?.
Prendo el radio, hay un vuelo humanitario para mi país. Decido irme. Al
menos es gratis. Llamo doy mis datos y dos días después me dicen que
puedo embarcar.
Organizo mis pocas pertenencias, las cosas de mi esposa las
empaco con cuidado. Su mamá querrá oler su ropa por última vez.
Arreglo a mi hijo, es lo más importante que tengo. Cojo el bus para el
aeropuerto.
Tapabocas ahora son obligatorios, imploro a mi hijo que no se lo
quite por nada de ese mundo. La ciudad está vacía. un fantasma nos
saluda desde una ventana sucia, lo miro. Reconozco a mi esposa. Lloró.
Creo que me enloquecí.

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Lauanda Meirielle dos Santos
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