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Al Fin El Agua Potable
Al Fin El Agua Potable
Las obras se iniciaron el año 1924. Habían pasado 28 años desde que el ingeniero
Domingo Ofreddi llegara a Santa Cruz para realizar sus “Estudios Definitivos de
captación y distribución del agua potable en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra”
que contendrían un proyecto: el sistema de agua potable que explotaría los ríos
Mapaiso-Curiche aunados a manantiales aledaños, para alimentar a la caja de
distribución con un caudal de 16 litros por segundo. Una población de 14 000
habitantes obtendría del sistema 25 litros por persona. Por ese entonces, La Paz
tenía 54 000 habitantes y Sucre, capital histórica de la república, 25 000 almas. El
turbión político de aquellos años, —cuando la palabra “federalismo” era el sueño
del Altiplano y no la pesadilla— se llevó el trabajo de Ofreddi. Unos dijeron que,
desde entonces, había pasado mucha agua bajo el puente, y otros, en la dialéctica
del café Concordia, que el agua bajo el puente se había estancado durante décadas.
Para que las aguas fluyeran, fue rescatado el contrato del 1920 que tuvo como
protagonistas a Cronembold y Boland. El año 1924, la Dirección General de Obras
Públicas designó, en el cargo de administrador residente, a un visitante: el
ingeniero Federico Rocha, quien exhibía unas excelentes calificaciones obtenidas en
sus estudios ingenieriles realizados en Europa. Los contratistas, el director de la
obra —y el buen ánimo— eran naturales de Santa Cruz.
Con el entusiasmo propio de quienes ven un sueño convertirse en realidad,
empezaron las obras, respetando todos los diseños, planos y especificaciones
técnicas del proyecto Engel; y ajustándose todo el proceso, fiel y correctamente, a
las cláusulas del convenio suscrito con el Estado.
¡Albricias! ¡La red estaba construida! Los discursos del prefecto y del alcalde
estaban listos. Los amanuenses de una y otra autoridad se habían esforzado para
escribirlos con especial inspiración, puesto que el agua —vinculada al tiempo se
presta para filosofar, tal como lo había demostrado Heráclito. Después del acto
oficial vendría la fiesta, donde se darían las manos liberales, republicanos y
sobrevivientes del partido Regional, cada quien adjudicándose el éxito de las
obras. Había que vencer un escollo: el sistema debía ser probado, y así se hizo. Para
sorpresa de todos, la red hacía aguas: en vez de conducirlas, las expulsaba a través
de numerosas filtraciones, como una manguera perforada, dijo un opinante.
Diagnóstico: la obra se construyó a cabalidad, de acuerdo al proyecto; lo que pasó
es que las cañerías habían sufrido daños por haber estado durante mucho tiempo a
la intemperie, y eso les hace mal, por más que sean caños de fabricación alemana.
Los amanuenses debieron guardar sus discursos en espera de una mejor
oportunidad.
El 23 de noviembre de 1926 se inauguró el sistema de agua potable en Santa
Cruz de la Sierra. En el acto oficial los discursos hablaban de la trascendencia
histórica de esta fecha, y lo hacían con tanta vehemencia que más de uno de los
opinantes del café Concordia se preguntaba: ¿qué es esto?, ¿trascendente como la
muralla China?, ¿cómo las pirámides de Egipto? Pero a pesar de la posible ironía,
todas las personas radicadas en la ciudad se entregaron a la algazara, jolgorios,
juegos populares y otras manifestaciones de bulliciosa alegría, alentadas por el
espíritu de los habitantes de la capital del departamento de Santa Cruz.
Hasta los ángeles en el cielo festejan opinó, posiblemente, una beata al ver
cómo se desató un torrencial aguacero, y después otro y otro. Los meses siguientes
se caracterizaron por traer copiosas lluvias y, abnegando y mojándolo todo,
ocuparon el interés de los pobladores al punto que la red de agua se convirtió en
un asunto secundario. Pero la estación de lluvias pasó, el río bajó su nivel y
entonces algún curioso comprobó que el sistema no producía diez litros por
segundo, el torrente de agua llevaba solo cuatro litros por segundo a la caja de
distribución; además, por los grifos salía agua turbia mezclada con bastante
materia arcillosa que no servía ni para tomar ni para lavar ropa y enseres. ¡Que
venga el genio de Engel a solucionar esto!, gritó alguna que otra autoridad.
Cuando el ingeniero Engel llegó ya su prestigio de ingeniero genial había
descendido hasta ser ingeniero a secas y —posiblemente— siguió descendiendo
hasta quedar en convertido en “el gringo del agua”. Con actitud reconcentrada —
quizás— revisó el montaje del sistema y lo encontró acorde a los estudios,
recomendaciones y especificaciones técnicas por él elaborados. Y tan callado como
llegó se fue y nadie salió en su persecución. Nunca nadie supo cuál era el
problema, pero algunos memoriosos recordaron que Domingo Ofreddi, allá, por el
año 1896, había dicho que traer agua del rio Piraí sería un error.
El 23 de diciembre de 1927 la Prefectura dictó un Decreto Supremo disponiendo
que el Tesoro Departamental recaude los fondos que generen las nuevas
instalaciones, incluyendo los impuestos por mejoras residenciales. El agua es un
regalo de Dios y es gratis, lo que cuesta es llevarla hasta su casa, señora, explicaban
los funcionarios a la gente que se resistía a pagar. El dinero recaudado estaba
destinado a solventar los costos de mantenimiento y mejoras del servicio.
¡Aquí está la plata! , dicen que dijo la Alcaldía; había sacado cuentas y los fondos
proporcionados por las recaudaciones.
LO QUE TRAJO EL TURBIÓN.
////// se alistaron por impedimentos diversos, se adscribieron a las tareas de
la logística.
El recién nacido Comité de Obras Públicas empezó sus actividades
construyendo el camino Tarumá-Cuevas con el entusiasmo de los iniciados y el
tiempo suficiente para pensar (soñar, en realidad) en otros proyectos que este
organismo quizás podría gestionar durante y después de la guerra, puesto que la
guerra terminaría algún día. Entre ellos figuraba el del sistema de agua potable
para la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, cloacas, pavimento, luz eléctrica.
En esos días el servicio se encontraba paralizado. El agua que consumía la
población provenía de lagunas y curiches localizados en la periferia de la ciudad.
Los gérmenes contenidos en ella seguían produciendo epidemias con una
frecuencia alarmante. La maltratada salud comunitaria se exponía en las lastimeras
figuras de las gentes cuyos aspectos se asemejaban a la de los sacrificados soldados
en el campo de batalla. “Un pueblo así de enfermo, no puede dar buenos
combatientes”, dicen que dijo alguien del Gobierno central, pensando en que esta
gente desmejorada no podría enrolarse. Entonces el poder Ejecutivo asignó 20 000
bolivianos para la habilitación del dislocado sistema de agua potable ¿Plata del
Tesoro?, ¿de este Tesoro exhausto por la guerra? ¡De dónde! El agua es bebible;
corresponde que la plata para su dotación salga de la bebendurria dijeron —tal vez
— algunos avispados funcionarios de la Prefectura, y echaron mano a los ahorros
departamentales provenientes de impuestos gravados a los alcoholes y
aguardientes.
Los 20 000 bolivianos corrían el riesgo de ser desviados hacia otros destinos por
alguno de los numerosos atajos de la administración pública nacional, puesto que
todos los caminos conducían a los bolsillos del Ejecutivo, bajo el pretexto de la
guerra o cualquier otro nacido de la fértil imaginación de los políticos centralistas.
El Concejo Municipal conocía sobradamente la condición de volatilidad de los
dineros, así que más rápido que un pestañeo (según opinó algún diletante del café
frente a la Plaza), este organismo convocó a propuestas para la adjudicación de las
reparaciones del dañado sistema de agua potable en Santa Cruz. La obra fue
adjudicada al señor Percy Boland, cuyo nombre —según un estudioso de esos que
nunca faltan— concordaba con el trabajo que el hombre debía realizar, puesto que
Percy significa “Perforar el llano” y esta coincidencia era un buen augurio. Percy
hizo más que perforar la tierra: perforó los modos de producción de agua potable,
y blandiendo los 20 000 bolivianos como herramienta, reparó la red e introdujo
variante en el sistema: el motor de un camión que se salvó milagrosamente de ir a
la guerra se encargó de impulsar una bomba hidráulica logrando que el torrente
conductor de la caja de distribución alcance los seis litros por segundo. Percy
también perforó la incredulidad de sus coterráneos, a pesar de que el depósito de
agua no estaba calculado para contener tanto líquido encima y ante la presión
amenazaba con derrumbarse puesto que estaba podrido el maderamen que lo
sostenía. Además, no había tubos de desagüe para eliminar los rebalses. Al cuadro
de los inconvenientes se sumó la falta de fondos para mantener en funcionamiento
al motor, asunto que se alivió al reducir el bombeo a tumos definidos por una
estrategia de gestión. Pese a todo, el servicio mejoró notablemente para el goce de
propios y extraños, puesto que la ciudad se había convertido en un lugar de
peregrinaje gracias a la guerra, y los extranjeros, al pasar y al volver, empezaron a
conocer a un pueblo que antes les era extraño visto desde la lejanía altiplánica y
valluna.
Escribió Eduardo Vaca Diez Rivero: “El campo de batalla dio ocasión al soldado
del interior para conocer la solidaridad//////
PEROS
Pero a los pozos artesianos hay que encontrarlos y la maquinaria tiene sus
limitaciones cuando el agua es esquiva. Con el entusiasmo de quien confía en el
instrumental de la técnica, los técnicos fueron haciendo pozos en diferentes
lugares, con resultados vanos. Uno de ellos, de diecinueve metros, cerca de la caja
de agua. Otro de ellos, de sesenta metros, entre las calles Suárez de Figueroa y
Vallegrande, llegando al máximo de la potencia de la máquina y agotando las
cañerías de penetración. El agua brillaba por su ausencia y la maquinaria perdió
prestigio, tanto, que fue relegada a la quinta del Dr. Alpire, en la zona de San
Roque, donde permanecería hasta nuevo aviso, atacada por la herrumbre.
Pero murió Germán Busch y con él se acabó la gestión. El motor Crossley y las
cañerías de penetración nunca llegaron y el empréstito de tres millones de
bolivianos quedó congelado para eterna memoria.
Pero sobre sequía, sequedad: las instituciones cívicas locales denunciaron, ante
el Gobierno central, la corrupción de la Junta de Obras Públicas. El prefecto, como
presidente de la Junta, el alcalde como vicepresidente, además de representantes
del Ministerio y de la Administración de fondos, malversaron los recursos. El
directorio en pleno de la Junta de Obras Públicas
CON LA REGALÍA
“NO HAY TU TÍA CUANDO ESTÁ TU TÍO"
Las regalías por la producción de hidrocarburos de 1941 a 1943 no habían sido
canceladas por YPFB y no había “miras” de que esto sucediera a mediano plazo.
La población se había incrementado llegando a los 35 000 habitantes y las
actividades propias de una urbe en expansión le demandaban una mayor cantidad
de agua potable a un sistema que ya era deficiente años atrás. La extracción del
agua se hacía por bombas mecánicas accionadas por hombres tan musculosos
como agotados de tanto extraer agua de la red; un producto turbio y espeso por el
limo, lodo al que había que descantar y filtrar para hacer que el agua sea apta para
el consumo. Haciendo alusión a los nudosos músculos de los bombeadores, los
perspicaces de la Plaza los llamaban “los cañemudos”. Bombear agua era una
manera de ganarse la vida: se la vendía en “la boca de la bomba” para aquellos que
no poseían el artefacto. Las personas que no querían gastar de más podían recurrir
a los grifos públicos, conformando extensas colas diurnas y colas nocturnas de
menor cuantía, pero agotadas por la vigilia y la rogativa de los esperadores: “ojalá
que no se corte el agua justamente ahora”. Y es que el caudal del sistema se había
vuelto ínfimo. El motor encargado de impulsar el agua sufría frecuentes
desperfectos y no había fondos para arreglarlo y, a veces, para comprar el
combustible necesario que lo alimente.
La demanda de agua propiciaba la especulación y los precios subían y bajaban
de acuerdo a la sed de la colectividad y la habilidad de los especuladores. En un
periódico se sugirió que las autoridades fijaran un precio para el costo del agua: Bs
0,20 por tinaja.
Quizás los desconfiados placeros sospechaban que aquellos 4500
"imprescindibles y emboscados”, sus amigos y compañeros recién llegados, y otros
inmigrantes del Altiplano radicados en el pueblo, crearon el rumor: el Tesoro
General de la Nación se cansó de enviar plata para solucionar el problema del agua
potable, pero las autoridades locales, en actos de pillería, “se la embolsillan”.
Era difícil hacerle comprender al pueblo sediento que los 3 000 000 de
bolivianos asignados por Busch desaparecieron por culpa de la Ley de abril de
1941, engullidos por un empréstito de Bs 30 000 000 del Gobierno central. Requería
de un esfuerzo aún mayor convencer al pueblo que los Bs 600 000 contemplados en
el Presupuesto General de la Nación para mejorar el servicio de agua potable y
pavimentación de calles fueron revertidos al Estado por caprichos y abusos del
poder central y no por una deficiente gestión de las autoridades locales. Peor era
explicarle al pueblo que YPFB era una entidad sorda y muda: no respondía - a los
reclamos por los tres años de regalías impagas.
Y lo más difícil para el pueblo: creer que las autoridades locales hacían lo
debido para defender los intereses de la comunidad demandando soluciones al
poder central, cuando ellos mismos habían sido elegidos autoridades por ese
poder.
La suma, resta y multiplicación de los potenciales recursos que —puestos a
hacer cuentas—, los opositores realizaban, demostraban claramente que todo lo
creado por la imaginación de la burocracia nacional podía solventar los gastos de
la refacción y modernización del sistema de agua: recaudaciones tarifarias, nuevos
impuestos, subvenciones fiscales, empréstitos. Pero la hipotética plata desaparecía
como la hipotética agua entre los dedos. Los criticones, profesionales que después
les tocó en suerte ocupar los cargos de los mismos funcionarios que detractaban,
descubrieron que:
• Las dos terceras partes de los abonados no pagaban las tarifas fijadas al
consumo.
• Los impuestos creados se centralizaban en La Paz y con ellos se abrió una
cuenta con fines de colocar un empréstito con el acumulo de estos
impuestos como garantías.
• Las subvenciones del Gobierno nunca llegaban.
• Otros ocurrentes ingresos imaginados por la burocracia también fueron
centralizados como fondos en custodia. Esos custodios son como lobos
hambrientos cuidando ovejas , dicen que dijo uno de los asiduos placeros.
En la política local, los políticos asumían sus roles de oficialistas y opositores,
alternándose en gestiones efímeras del poder, puesto que, al no encontrar
soluciones a las demandas comunitarias, ellos agotaban sus posibilidades y sus
carismas caducaban rápidamente, ya sin capacidad de fascinación,
desenmascaradas por el agua mezclada con limo bombeada en ínfimos caudales
por “los cañemudos”.
Ayúdate que Dios te ayudará repitió —tal vez— el cura desde el púlpito la vez
que le preguntaron hasta cuándo el cielo castigaría al pueblo con sequías y aguas
mínimas embarradas y hediondas. Pudo haber sucedido que el ingeniero Ramiro
Velasco escuchó el conocido proverbio y se le ocurrió una idea: construir tres
tanques de sedimentación con calafateado en las paredes, excavaciones de zanjas
mejor hechas, profundizando y corrigiendo las pendientes de la red de cañerías,
rehabilitar la máquina a vapor auxiliada por el viejo motor (¡¿sobreviviente de la
guerra del Chaco?!) y reconstruir la ruinosa Casa de Máquinas para que en ella
pudiera funcionar otro motor, flamante, recién aparecido: el motor Diesel
comprado durante la presidencia de Busch, que no se lo había instalado porque la
Casa de Máquinas no reunía las condiciones apropiadas y porque la carencia de
dinero para construir otra no lo permitía. El presupuesto del proyecto no era muy
alto y con sacrificios diversos podían realizarse algunas de las obras del proyecto,
menos la Casa de Máquinas y la instalación del nuevo motor, por falta de
presupuesto. Un súbdito alemán de apellido Reckeweg, radicado en Santa Cruz de
la Sierra, con el prestigio del que gozaban los alemanes en voluntad y método, se
hizo cargo de la supervisión de los trabajos que podían hacerse con los recursos
disponibles.
Progreso: el torrente del sistema aumentó de seis litros por segundo a diez.
Pero esta producción seguía siendo insuficiente.
Había que construir, nomás, la Casa de Máquinas y colocar el nuevo motor
Diesel. Pero, ¿y la plata?, se preguntaba más de uno mirando a lontananza como
buscando al lejano Gobierno central en el extenso horizonte llanero. “Tesoro
Nacional que estás en las alturas, te rogamos partidas presupuestarias para edificar
la Casa de Máquinas”, parecía ser una rogativa religiosa en los peregrinajes de las
autoridades locales hacia el santuario del poder. Y se consiguió una asignación,
merced a los adulos, rogativas, y amenazas sutiles, todo en un vocabulario
irreligioso y mundano.
HÁGASE LA LUZ
Podría tratarse de una metáfora hablando de una luz de esperanza. Pero
literalmente, hágase la luz, el agua potable, la pavimentación y el alcantarillado
decía, más o menos, la Ley del primero de diciembre de 1943. Firmado: Enrique
Peñaranda. Y la Ley sobrevivió al golpe de Estado que diera Gualberto Villarroel
19 días después. Meses antes, los vecinos acicateados por la insatisfacción de una
vida cotidiana marcada por el agua insuficiente y lodosa, gritaban: “Que los
parlamentarios sirvan para algo". Entonces, por cálculo político y necesidades
básicas se unieron las voluntades y los parlamentarios cruceños, apoyados por el
prefecto, coronel Víctor F. Serrano, y lograron que el 23 de noviembre de 1943 el
Congreso Nacional sancionara la ley que después firmaría Peñaranda, “como si
fuera una carta de su despedida del poder”, escribió —tal vez— algún cronista de
un medio local.
Bueno, ya está: la Ley de diciembre de 1943 establece la creación de impuestos
para financiar las obras de agua potable, luz eléctrica, pavimentación y
alcantarillado. Además, autoriza al poder Ejecutivo la contratación de un
empréstito de 80 000 000 de bolivianos con la garantía de estos tributos. Pregunta
optimista de los placeros: ¿cuánto de este dinero le llegará a Santa Cruz de la
Sierra? Pregunta pesimista: ¿le llegará algo de este dinero a Santa Cruz de la
Sierra? Tarea para la casa. (No vale copiar del libro de historia).
El señor Reckeweg, aquel alemán de prestigio ganado a fuerza de ser puntual y
metódico, se encargó de dirigir la construcción de la Casa de Máquinas, luego de
que se realizara una convocatoria a propuestas, el año 1944. En 1946, se instaló el
nuevo motor diésel y se entregó la obra concluida a satisfacción de las autoridades.
Pero esta obra se realizó con una asignación del Tesoro Nacional, previa a la ley
citada; porque lo recursos otorgados por esta ley de diciembre de 1943 —tan
hacedora ella— llegarían “el día de San blando, porque no se sabe cuándo”, de
acuerdo al decir popular.
Nos dice Eduardo Vaca Díez Rivero:
“Algunos aspectos contenidos en la Ley, la convierten en el instrumento legal más serio
e importante que se haya dictado desde la era republicana a favor de la región. Entre ellos
señalaremos lo siguiente”:
1. “Los fondos serán recaudados por las oficinas fiscales y municipales de acuerdo a sus
jurisdicciones, los que se depositarán bajo su responsabilidad y en forma mensual, al
Tesoro Departamental en una cuenta que abrirá en el Banco Central de Bolivia,
Agencia Santa Cruz, denominada “Empréstito de Obras Públicas del Dpto. de Santa
Cruz.”
2. Los recursos no podrán ser revertidos ni destinados a otros fines.
3. La administración de los recursos destinados a obras públicas en Santa Cruz, así como
su ejecución y control, correrán a cargo del Comité de Obras Públicas.
4. El Presupuesto Nacional durante 6 años a partir de 1944, fijará una subvención de
2.000.000 millones como aporte del Estado a las Obras Públicas de Santa Cruz, en la
Agencia del Banco Central de esa ciudad.
5. Se consolida la recaudación total de los impuestos creados por Ley de 18 de septiembre
de 1941 y las subvenciones que en virtud de la misma debe entregar el Tesoro Nacional.
6. La totalidad del rendimiento de los impuestos a los alcoholes y aguardientes del
departamento.
7. El impuesto a la renta de la propiedad inmueble y el impuesto catastral urbano de la
ciudad de Santa Cruz.
8. El impuesto del 2% a la plusvalía de los inmuebles.
9. El medio por ciento sobre préstamos, descuentos de letras y documentos de crédito de las
Agencias Bancarias.
10. El producto de la venta de terrenos Municipales cedidos en comodatos".
“Oye. ¿Y la inflación, pues?” les preguntaban los vecinos a los honorables
congresistas cruceños que gestionaron la Ley sin percatarse que los porcentajes a
los impuestos se gravaron con sumas fijas, tal como nos lo muestra Eduardo Vaca
Díez Rivero:
1. Cinco ctvs. por litro de petróleo crudo y derivados que se produzcan en el
departamento.
2. Impuestos a tabacos y cajetillas de cigarrillos importados (cincuenta centavos).
3. Cinco ctvs. por hectárea a las tierras baldías concedidas por el Estado.
4. Diez bolivianos por hectárea a las concesiones mineras en el departamento.
5. Un boliviano por cuero silvestre que se extraiga o se exporte de Santa Cruz.
6. Cincuenta ctvs. por botella de vino y licores extranjeros que se consuma en el
departamento.
7. Veinte ctvs. por botella de cerveza consumida en el departamento.
VIVA EL MOVIMIENTO,
GLORIA VILLARROEL, QUE A PAZ
ESTENSSORO LE ESPERA EL PODER
Año 1952, mes de abril. No hay insumos para la industria. Escasean los
artículos de primera necesidad: agua, aceite, sal, azúcar, harina, arroz, leche en
polvo. Un sistema de cupos implantados por los gobiernos anteriores demostraba
su absoluta inutilidad y su potencial para el fortalecimiento de la corrupción.
Intentaban con este sistema disimular una galopante inflación. La nave del Estado
se hunde. Quién podrá salvarla y cómo. Que levante la mano el MNR y salve a
Bolivia de la miseria. Que venga Víctor Paz y haga lo que quiera, total, ¿acaso
puede Bolivia estar peor de lo que está?
El poder movimientista lo primero que ofrece son cargos gubernamentales. A
mayores reformas estatales, a mayores cambios estructurales, más cargos para los
más capaces, es decir, para los mejores militantes en el arte de militar. El pueblo
acepta cualquier cosa con tal de que la situación no empeore.
La idea era refundar Bolivia. ¿Qué es lo que no hicieron los gobiernos
anteriores en Santa Cruz?: resolver el problema del agua potable. En esta nueva
Bolivia eso deberá resolverse, entre otras muchas cosas. Venga para acá el
extraviado proyecto Ivanissevich y desempólvese. Este 3 de mayo de 1952, a casi
un mes de la gloriosa revolución, llámese a propuestas para la adjudicación de las
obras de implementación del sistema de aguas potables, pavimentación y
alcantarillado en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra ¡Viva el MNR! ¡Listo! ¡Ya está
hecho! ¿Y la plata? ¿Dónde está la plata? El Estado está en bancarrota. Se posterga
indefinidamente la convocatoria. ¿Qué hacemos mientras tanto? Revisaremos
detenidamente, una vez más, los estudios. A lo mejor harán falta nuevos estudios.
A lo mejor hay que revisarlos con ojos revolucionarios y entonces todo cambia
porque, como bien pudo decir un diletante de la plaza principal: “Todo es según el
color del cristal de la revolución con que se mira.
El Comité Pro Santa Cruz resultó ser un contrarrevolucionario al no estar de
acuerdo con los plazos que planteaba la revolución para solucionar el problema del
agua potable, las cloacas y el alcantarillado sanitario, además del problema del
“cupereño"como bien pudo haber bautizado doña Esta al sistema de cupos
imperante, que había llegado para quedarse. El pueblo reclama y por reclamón se
gana el mote de oligarca y terrateniente. Los revolucionarios son celosos
guardianes de la revolución y este celo los vuelve violentos y represores. ¿Qué es
una amenaza, una patada, un empujón, un encarcelamiento, una tortura, una
muerte, frente a la sagrada misión de salvar a la patria? Métales palo a los
protestones, le dicen al prefecto y este mete palo, es decir, mete cárcel, tortura,
persigue, amenaza. Reprime. El poder sabe cómo meter miedo; si no supiera, no
sería poder. El blanco de sus ataques era el Comité Pro Santa Cruz y su presidente:
Ramón Darío Gutiérrez a quien atacaron con campañas difamatorias de diversa
índole y actos amenazantes protagonizados por grupos de movimientistas
alcoholizados, según testigos cuyos nombres ya olvidó la Historia.
El saqueo de las rentas departamentales y comunales, el tráfico de influencias y
las prebendas del poder eran una demostración de despilfarro extremo de los
recursos, todo ello encubierto por el alboroto revolucionario. Los cambios violentos
de las instituciones políticas, económicas y sociales, en el desorden, hacían posible
hasta lo imposible, a pesar del colectivo que atestiguaba y denunciaba los ilícitos.
Entre los denunciantes más inflamados estaba el Dr. Wálter Suárez Landívar, a la
cabeza del directorio del Comité de Obras Públicas, quien emite un mensaje el 24
de septiembre de 1952:
PUEBLO CRUCEÑO
Es necesario que estemos unidos; unidos para defendernos; unidos para pedir
al Gobierno la atención que merecemos, unidos para resolver nuestros más
graves problemas; unidos en nuestras glorias y nuestras miserias. UNIDOS
SIEMPRE.
No olvidemos que la desunión nos tiene sumidos en la pobreza y abandono.
Para conseguir esta unión se creó el Comité Pro Santa Cruz. Cuando este
baluarte de Santa Cruz represente a todas las fuerzas vivas de nuestro
pueblo, cuando Santa Cruz esté unida, recien podrá hacer oír su voz para
demandar se la saque del abandono en que se la ha tenido hasta hoy.
El discurso logró la unión, sí, pero de los enemigos de Suárez Landívar, que en
su accionar lograron la reestructuración del Comité de Obras Públicas,
suprimiéndose de su directorio al Rotary Club (institución de donde provenía el
Dr. Suárez), al Club Social 24 de septiembre y al Comité de Defensa de los Intereses
Obreros. El doctor quedó excluido y sin una palestra que le sirviera para amplificar
sus protestas y denuncias. Lo despidieron —a lo mejor— con un “váyase a su casa
a descansar’’ y con un anuncio público:
Se lamenta la pérdida de este eminente hombre en el seno del Comité, ya que ha
cumplido con honestidad y eficiencia su
representación en el organismo, mereciendo por ello la gratitud y reconocimiento del pueblo
cruceño .
Santa Cruz, 31 de octubre de 1952
“A proseguir con el festín tranquilamente",
escribió, en sus notas, Eduardo Vaca Diez Rivero, compilador de esta historia.
Muchos son los condenados y poca el agua bendita, dijo una doñita al mirar la
rapiña de los que ostentaban el poder. Es que los revolucionarios eran muchos y
llevaban un hambre de muy larga data fruto de la postergación y el sometimiento.
Esta era la hora victoriosa de su clase, o debería serla. Desgraciadamente para ellos
—y para todos— los frutos de la revolución resultaban míseros y lo mejor que
produjo la situación revuelta ya se lo habían llevado los que estaban en la cúspide
del movimiento. Los protagonistas de tercer orden parecían suchas arremolinados
disputándose los restos dejados por los protagonistas principales de la revolución.
¿Qué más queda por repartir? ¿Nada? ¡Pero hombre! ¿Para esto luchamos? ¡Algo
más debe haber! Y el que busca halla: entre otras cosas, el precario sistema de
abastecimiento de agua. ¿Dónde está el negocio? 1.- Con bombas domiciliarias se
extrae agua del sistema para acaparar el agua y comercializarla en tiempo de
escasez, todo esto bajo la mirada indiferente de las autoridades. 2.- El tráfico de
influencias sirvió para permitir que las fincas ubicadas a lo largo de la carretera
Cochabamba-Santa Cruz se conectaran a la red que llevaba el agua a la caja de
distribución, reduciendo drásticamente su caudal. 3.- Todo lo que se le pueda
ocurrir a los gestores con influencias en un afán por hacer negocio con el sistema
de agua potable. Y claro está: si el caudal disminuía drásticamente a la altura de la
caja de distribución, el agua que llegaba a los grifos públicos era insignificante para
las largas colas de vecinos esperando abastecerse.
Escribe nuestro historiador, Eduardo Vaca Diez Rivero:
“Si la década de los 40 fue pródiga en leyes impositivas destinando los recursos a las
aguas potables de Santa Cruz, fondos que con toda clase de pretextos escamoteó el Poder
Central, involucrando organizaciones y reorganizaciones del Comité de Obras Públicas,
estudios, comisiones técnicas, reversiones al Tesoro Nacional y otras medidas; como estaban
pintando las cosas en los albores de la década de los 50, no se presagiaban buenos augurios,
al contrario, tendían a empeorar por el constante crecimiento poblacional que exigía mayor
cantidad de agua para consumo”.
“En cuanto a las regalías que YPFB debía abonar al Tesoro Departamental de acuerdo a
la Ley de Hidrocarburos, se las cancelaba tarde, mal y nunca; los impuestos y las rentas
municipales, los absorbía la planilla de pago de las organizaciones autorizadas a reprimir
conatos subversivos y persecución de opositores. Esta horda salvaje se apoderó de la ciudad
y en el celo de proteger las conquistas revolucionarias, cometió toda clase de tropelías
impunemente; las violaciones, saqueos, asesinatos, allanamientos a la orden de día; la
persecución de los falangistas se convirtió en una verdadera cacería de brujas. El pánico
colectivo sumió a Santa Cruz en una noche negra de terror, como nunca antes vivió la
apacible ciudad”.
PRESIDENTE ¡PRESENTE!
PRESIDENTE ¡AUSENTE!
A los dos y treinta del 2 de octubre del año 1957, el cofundador del MNR y
presidente de la república, Hernán Siles Zuazo, fue recibido por las autoridades
locales y miembros del Comité Cívico. Quizás uno de los diletantes de la Plaza,
dijo: “Llegó el bombero”. Siles se había vuelto hábil para apagar, allá y aquí,
incendios. Asumió la presidencia el año 1956 frente al intenso crepitar de una
nación que sufría una gran crisis económica y política. Los excesos de la
Revolución de 1952 le pasaban factura al país. “Préstame tu balcón”, le dijo —
posiblemente— al prefecto y desde la Prefectura oró —en todas sus formas— a la
multitud reunida en la plaza principal: suplicando paz, orando a su manera y
estilo, _ persuadiendo al público e influyendo en los ánimos. Desde allí - explicó
que la ley interpretativa del artículo 104 del Código del Petróleo no la había
promulgado por no ser necesario, va que el artículo era claro.
Desde el balcón, con Dios (representado por el obispo auxiliar) y el pueblo de
testigo, el Presidente reconoció la deuda y ordenó la liquidación correspondiente.
“¿Cuántos años de regalías por la producción de hidrocarburos les debemos?
¿Ah? ¿Desde el 1938 hasta el 1956? ¿Sí? ¿Cuántos años son? ¿18 años? ¿Tantos?
¡Caramba!”, dicen que/////
SE VENDE AGUA
Las rogativas ciudadanas tenían dos prioridades según las épocas. En tiempos
de convulsión política era: que la sangre no llegue al río”, mientras que a los
tiempos de relativa calma le correspondía: “que el río tenga agua”.
A alguien con poder se le ocurrió la construcción de un depósito de agua frente
al hospital San Juan de Dios y un quinto pozo artesiano, y así se hizo. Corría el 2 de
febrero del año 1960 cuando el pozo balbuceó su primer caudal, tímido y casi
inaudible para la vocinglera población que se expandía con sus residencias, sus
comercios y sus sencillas industrias y servicios.
Sucedían cosas que serían fundamentales para la ciudad del futuro: el 29 de
septiembre de 1960, el supremo Gobierno, concede un acuerdo ampliatorio de 60
días a la firma Techint para que enmiende fallas. Esta empresa se encargaría de un
estudio de obras urbanas y catastro que, en definitiva, marcaría el desarrollo
urbano de Santa Cruz de la Sierra.
La palabra de la razón: Detengamos aquella obra urbana que por su magnitud
represente un gasto extraordinario hasta que el Plan Techint esté concluido. No
vaya a ser, a la luz del Plan, que la obra sea inútil”.
La palabra de la sinrazón: “El Comité de Obras públicas hará un oneroso
trabajo de captación de agua en el río Piraí basado en los estudios de Ivanissevich,
pero alterando la ubicación determinada en los planes originales del proyecto sin
importar lo que diga el Plan Techint”.
La palabra de la sinrazón, segunda parte: “Detengamos el trabajo que
estábamos haciendo, porque apareció una nueva empresa de nombre Bartos, de
padrinos poderosos, que se adjudicó la construcción del sistema de agua potable,
cuya propuesta modifica totalmente el estudio del Plan Techint; y empecemos los
trabajos de excavación de zanjas para el tendido de cañerías este 27 de septiembre
de 1961”.
El 10 de octubre de 1961, en el periódico El Progreso se publicó una nota:
“SE VENDE AGUA" Es el anuncio más macabro que puede concebir el
alma humana... En pleno siglo XX hay un pueblo que se llama Santa Cruz
de la Sierra con unos sesenta mil habitantes, donde el agua se compra y se
vende... Aunque usted no lo crea. Yo con mis propios ojos he visto un carrito
tirado por un famélico caballo tan sediento como todos los habitantes de este
sufrido pueblo con un tanque de agua de grifo a 500 bs. el balde”.
“El problema no es que se venda el agua, el problema es a qué precio”, dicen
que dijo un vecino.
“El agua se había convertido en un elemento costoso, como si en cada litro se
cobrara, adicionalmente, un plus por las décadas de proyectos fallidos en sistemas
de agua potable. Los corruptos de los últimos cuarenta años, aunque ya alejados de
sus puestos de poder y/o desaparecidos y/o muertos, siguen extorsionando a la
población a través de los desaprensivos dueños de aguadas, norias y aljibes
quienes, a la postre, asumen las carencias del servicio como una heredad de
aquellos corruptos”, bien pudo haber escrito en el periódico algún columnista de la
época.
En junio del corriente lo que no corría era el agua. Tampoco corría el fondo
establecido por ley para hacer posible que el agua corra. Eso sí: corría el año 1962.
Los impuestos a los alcoholes y aguardientes no eran depositados, en su totalidad,
por la Renta a las cuentas del Comité de Obras Públicas. Solo la tercera parte se
hacía efectiva, el resto se los distribuían ilícitamente los recaudadores. Un contador
del Comité de Obras Públicas, al mirar las cuentas por impuesto a los alcoholes,
pudo haber dicho: Está visto que en Santa Cruz cada vez bebemos menos”.
Pero los dineros desfalcados que no llegaban al Comité de Obras Públicas
tampoco estaban llegando a los niveles superiores de la administración
gubernamental. De tan notoria ausencia nos cuenta Eduardo Vaca Díez Rivero:
“Tan escandalosamente se aprovechaban de los fondos, que la Contraloría General de la
Nación, instruyó a una autoridad designada en 1962, revisar las cuentas del Comité de
Obras Públicas; el Prefecto era el responsable de la misión para levantar el sumario
informativo sobre los malos manejos de los recursos en el Comité, involucrando a todos los
prefectos a partir del año 1952”.
En la revisión de cuentas de YPFB relacionadas con las regalías adeudadas al
departamento, “se descubrieron cuentas tristes y cuentas alegres”, bien pudo haber
dicho un diletante del café de la plaza principal. Las tristes: aquellas que pudieron
haber sido y no fueron. Las alegres: aquellas que fueron, pero cuyos descargos se
contabilizaron con extraños procedimientos y se pagaron de las maneras más
insólitas. El contador de la Prefectura, al ver las cuentas, tal vez se preguntó: ¿en
qué hemos usado 1 300 000 litros de gasolina que últimamente nos dio YPFB a
cuenta de regalías? Respuesta: no se usaron en desarrollo humano, se usaron en
desarrollo político; por orden del Comité de Obras Públicas, fueron entregados
paulatinamente y permanentemente a los dirigentes políticos del Gobierno. A falta
de chorros, bueno es el goteo”, fue la frase del año. Y no se refería al agua potable.
Pregunta: ¿en qué quedó la investigación? Respuesta filosófica: culpa que no vas a
castigar déjala pasar.
REORGANIZACIÓN,
INVENTARIOS Y EMPRÉSTITOS
Corría el año 1963. El movimientista Siles Zuazo había dejado de ser presidente
en el año 1960 y gobernaba “la misma chola con otra pollera”, a decir de algunos
miembros del alicaído Comité Cívico; es decir, era presidente el movimientista
Víctor Paz Estenssoro, quien gobernaba desde 1960 y lo hacía por segunda vez.
Este firmó un Decreto Supremo que instruía reorganizar el Comité de Obras
Públicas, cuya mejor obra construida hasta la fecha había sido la edificación de una
pésima reputación.
El 14 de junio del 1963 se firmó un “volver a empezar”. El nuevo directorio del
Comité de Obras Públicas fue el siguiente:
1. Presidente: que será elegido por el poder Ejecutivo a proposición del
Ministerio de Obras Públicas mediante terna. Necesariamente será
ingeniero civil.
2. Vicepresidente: como jefe del Departamento Técnico.
3. Igualmente ingeniero civil.
4. Representante de la Alcaldía Municipal
5. Representante de la Prefectura
6. Fiscal del Distrito
7. Representante de la Central Obrera Departamental
8. Jefe del Departamento Administrativo del Comité
9. Representante de la universidad “René Moreno”
10. Representante del Ministerio de Obras Públicas
11. Representante de la Federación de Profesionales
¡A trabajar se ha dicho! Dos departamentos, el Técnico y el Administrativo
pondrían en marcha el Comité de Obras Públicas hacia el cumplimiento de una
misión postergada por años. Un ingeniero civil sería el mandamás del
departamento Técnico y un contador del departamento Administrativo. Ambos
serían nombrados por concurso de méritos, aclarándose implícitamente que los
méritos no serían políticos sino ingenieriles y de contaduría. O sea, había buenas
intenciones.
Las obras tendrían tres prioridades: agua potable, alcantarillado sanitario y
pavimentación, obras que ya tenían cierto avance desde el año 1961.
“Lo que por agua viene, por agua se va’’ es un dicho que —recordemos— habla
acerca de aquellas cosas que, al ser conseguidas sin esfuerzo, se pierden fácilmente.
El más filósofo de los diletantes del café de la Plaza pudo, una vez más, haber
planteado la misma frase, pero con una connotación contraria, dado el gran
esfuerzo que estaba demandando la problemática del agua. Suponemos que no
tuvo éxito en su hipotético esfuerzo, porque el dicho mantiene hasta hoy su
connotación original.
¿De dónde venimos y a dónde vamos? Era una pregunta habitual en las charlas
de los diletantes del café, dados a filosofar. Y pudo suceder que el dueño de la
cafetería, un tanto más prosaico, se preguntara: ¿de dónde viene el agua y a dónde
va?
¿De dónde venía el agua? Cinco pozos dotaban de agua a la red:
1. La planta de diésel
2. La planta nueva de agua potable
3. La fábrica de tubos que alimentaban la red de distribución directamente.
4. La caja de agua para alimentar el estanque de la zona.
5. La caja de agua que alimentaba el tanque ubicado en la plazuela del
Hospital.
La distribución se hacía por la antigua red del proyecto Engel.
¿A dónde iba el agua? Esta pregunta, que parece fácil, era mucho más difícil de
responder. Una parte, claro, llegaba hasta los usuarios del sistema, pero otra parte
se perdía en el subsuelo, filtrándose por las cañerías y los empalmes reventados.
Los técnicos estimaban que un 30% del agua no llegaba al destino previsto. El
caudal, ya insuficiente, se veía disminuido a causa de una red deteriorada.
Próximo objetivo del Comité de Obras Públicas: hacer que las aguas lleguen a
donde tienen que llegar, es decir, cambiar las cañerías; y mientras la nueva tubería
era tendida, se levantaba, como un gigante en el horizonte, un tanque de agua que,
rematando el sector sur del segundo anillo de circunvalación, sería todo un
símbolo: “la zona del tanque elevado”.
Era el año 1962 y el tanque, con una capacidad de almacenamiento de un millón
de litros, se erguía, poco a poco, como una promesa de mejores días. El tanque, una
vez terminado, desde su posición estratégica, rompería, con su tamaño, la línea del
horizonte allá, al final de lo que después sería la avenida Omar Chávez Ortiz, y
desde allí vería crecer la ciudad de una manera sorprendente.
Cuando esté terminado, ¿de qué servirá un tanque con una buena capacidad de
almacenaje, si la red, “está más perforada que la casa tiroteada de Luis Sandóval
Morón y de Severiano Julio, diría doña Esta, recordando las balaceras
movimientistas. Pues bien: veamos qué pasaba con las cañerías.
Hablar de las cañerías era seguir hablando de cuentas alegres, que por su
festiva ligereza no cuadraban. El inventario —cada vez menos inventario y más
invención— parecía surrealista. En la Estación Central de Ferrocarriles se apilaban,
desde el año 1957, las partidas tubulares para reducirse y luego desaparecer “como
las nubes cuando las bate el viento”, diría un diletante simpatizante de la historia
nacional. El fenómeno de la volatilización de los tubos llegaba hasta los depósitos
de Puerto Pailas, lugar donde se había recibido varias partidas cuyo inventario era
nemotécnico: a falta de registros contables en los formularios, el ingreso y egreso
del material se guardaba en la memoria de algún trabajador, testigo de las
descargas y las cargas. La gran diferencia existente entre lo que se creía tener en
depósito por compras diversas y lo que en realidad se tenía, desató un escándalo
mayúsculo cuando el material fue solicitado por la empresa Bartos para la
realización del tendido de cañerías de acuerdo a lo proyectado. Una investigación
afirmó que una parte de los tubos se esfumaron en el traslado del puerto de Santos
a Corumbá y que el delito se había consumado el año 1957 y no el 1963. Por lo
tanto, “vayan a buscar culpables entre los funcionarios de aquellos años”, pudo
haberse dicho en el informe.
Los inventarios realizados por el Comité de Obras Publicas formaban parte de
un fenómeno de contabilidad propia del realismo mágico —para algunos
contadores— o de lo real maravilloso —para otros—. Resultado: los ingresos del
Comité con destino a las aguas potables fueron reducidos en 250 000 dólares entre
los años 1961 a 1963. La liquidación del pago de regalías practicada por YPFB
arrojaba una deuda de 2 200 000 dólares. Estos ingresos eran un 44% menos el año
1963 con respecto a los ingresos del año 1957.
“Por aquí pasó uñas verdes, por aquí las huelo tío”, dicen que dijo un auditor
cuando buscaba y no encontraba 173 000 dólares desaparecidos en los vericuetos
de la gestión. “El que busca halla”, dijo otro auditor pertinaz y se halló un incendio
en las oficinas del Comité que consumió toda la documentación financiera que
estaba en el archivo para ser auditada.
Nos cuenta Eduardo Vaca Díez Rivero:
“El empréstito de 3.000.000 de bolivianos para ejecutar las obras del sistema de aguas
potables en Santa Cruz, otorgados mediante resolución suprema de octubre de 1939, más el
rendimiento de los impuestos creados por la Ley de 18 de septiembre de 1941, se consolidan
como fondos acumulativos, juntamente con los recursos provenientes de los tributos
consignados en la Ley del 1 o de diciembre de 1943 para la contratación del empréstito de
80.000.000 destinados a las obras urbanas. Los representantes parlamentarios cruceños,
cometieron un error garrafal por no hacer las observaciones que establecieran que los
recursos se graven porcentualmente a los impuestos que se asignaron sumas fijas, como en
los casos de petróleo y derivados, gasolina consumida en el Departamento, tierras baldías y
otros. Las sumas recaudadas por estos conceptos, se redujeron a una insignificancia por el
proceso inflacionario, a pesar de ser los más considerables ingresos en su oportunidad”.
PROFUNDIZANDO
En marzo de 1964, se sometió a prueba el primer pozo profundo de todos los
que hasta la fecha habían sido perforados con resultados insuficientes. Este pozo
estaba ya en otro nivel de producción: reportó 30 litros por segundo y luego,
después de una limpieza general de las instalaciones, llegó a 50 litros por segundo.
En agosto del mismo año, al usar el agua extraída por el pozo profundo, se
profundizó en la calidad del servicio. Inyectada el agua en el sistema de cañerías,
llegaba a las residencias con fluidez, para calmar la añosa sed de los cruceños.
Luego se perforaron cuatro pozos más.
Dicen que dijo un movimientista de la época que este progreso cruceño se debía
a la determinación de Víctor Paz Estenssoro de convertir a Santa Cruz de la Sierra
en un polo de desarrollo nacional, a lo que retrucó, en el mes de noviembre, otro
opinante: “Se acordó muy tarde, ya lo sacó del poder René Barrientos Ortuño”.
Para los cruceños, más importante que los sucesos ocurridos en las alturas por
los tejes y manejes del poder, era los cinco pozos conectados al sistema de cañerías.
Allá en lo alto, gustaban de los gritos masificados: ¡muera Víctor Paz, viva René
Barrientos! Aquí, en el llano, la felicidad estaba en el ronroneo de los cinco motores
que inyectaban 50 litros por segundo; uno de ellos trabajaba 19 horas diarias y 14
horas los otros cuatro.
Era hora de los discursos de los gobernantes de turno locales, unos esperando
quedarse en el poder a pesar de los cambios políticos en la capital; otros temiendo
que les hagan “gata parida”, quedando fuera de la canasta del felino que da de
mamar. Y en los discursos de unos y otros, los cuatro pozos y sus motores
producían un caudal total de 13 500 000 litros diarios, para que cada uno de los 60
000 habitantes de la ciudad reciba su ración de agua potable: 225 litros de agua por
día.
Pero lo que se decía en los discursos con la palabra “progreso” repetida
numerosas veces en las páginas escritas de los amanuenses —ellos también con
miedo de ser echados— no se reflejaba en la realidad. La gente seguía comprando
agua, aún aquellas personas que tenían grifos domiciliarios y pagaban sus tarifas al
Comité de Obras Públicas. “Esos cinco motores para lo único que sirven es para
gastar gasolina y soplar aire”, dijo, en narración ucrónica, una vecina. Y es que el
agua no llegaba a salir de los grifos, que una vez abiertos resoplaban con
sonoridad, escupían algunas gotas y luego callaban en un silencio seco y
prolongado. A pesar del esfuerzo de los motores no había suficiente presión; las
filtraciones producidas por la rotura de las cañerías en diferentes sectores de la red
de distribución volvían inútil el esfuerzo mecánico de unos motores que no
trabajaban las 24 horas por instrucción de algunos técnicos que eran partidarios de
“es preferible poca agua a ninguna”. Los motores debían preservarse del desgaste
excesivo; o debían comprarse otros motores para reemplazar a los existentes en
caso de desperfectos. ¿Hay plata para eso? Nones, dicen que dijo un funcionario
del Comité. Entonces, desanimados, repasaban el plan.
El año 1961, se plantearon dos etapas para el sistema de agua potable. En la
primera se producirían 200 litros diarios por habitante. Al finalizar la segunda
etapa, en un futuro mediato, se distribuirían 250 litros por persona al día,
respondiendo a las necesidades de 320 000 habitantes.
EL PAPEL Y EL PAPELERÍO
El papel del Comité de Obras Públicas cambió el 14 de junio de 1963 con la Ley
de Reorganización Política. Dejó de ser un botín de guerra de los caudillos políticos
y empezó a transformarse en un verdadero organismo técnico, con autonomía
administrativa, facultades para elaborar estudios, recaudar ingresos asignados por
ley, entre otras cosas. Las buenas intenciones manifestadas en la Ley encontraron
su materialización gracias a la recia voluntad del ingeniero Omar Chávez Ortiz, el
flamante presidente de la institución.
Atrás quedó el papelerío de las leyes de 1943 y 1945 que pretendieron-
reorganizaciones y que fracasaron en su mandato.
Papelerío también fueron los numerosos estudios y proyectos y las planillas
donde se anotaban las sumas de dinero dilapidadas en ellos. En papelerío se
convirtieron los proyectos de Decía, Bonili, Ivanissevich, Techint; así como los
memorandos, los informes, las cartas y solicitudes al Gobierno central reclamando
los desembolsos que establecía la Ley.
Entre el papelerío podrían adscribirse las notas y los memorandos que el 9 de
julio de 1966 determinaron el cierre del sistema antiguo y la conexión de la nueva
red para la distribución de agua, y las órdenes de trabajo que, en suma, hasta el
1967 habían posibilitado ya la construcción de 4 pozos profundos, un tanque
subterráneo, un tanque elevado y el tendido de nuevas cañerías y accesorios. Pero
esto ya no era un simple papelerío, sino el producto del nuevo papel desempeñado
por el Comité de Obras Públicas, con obras reales y un costo de inversión de 1300
000 dólares. El nuevo papel del Comité impulsaba otros proyectos para el sistema
de agua potable: el edificio de la casa de bombas, los equipos eléctricos pertinentes,
el sistema de cloración, la tubería de conexión de los tanques, las tuberías matrices
y la conclusión de los tanques de almacenamiento elevado.
Los habitantes de los barrios Lazareto, El Pari, El Trompillo, Villa San Luis
aplaudieron el inicio de la segunda etapa el 7 de julio de 1967; barrios
poblacionalmente densos que estaban localizados en el área establecida por las
avenidas de circunvalación interna y externa.
A nadie molestó un papel que informaba acerca de una tarifa fija, explicando
que era provisional y que permitiría equilibrar los gastos de operación y
mantenimiento y que después se colocarían los hidrómetros para cobrar de manera
más precisa el caudal de agua consumida. En septiembre de 1967 se tenían
instaladas 4100 conexiones domiciliarias.
La gestión producía papeles, pero esta vez, documentos serios que, bajo el
mandato de Omar Chávez Ortiz, ordenaban los materiales y bienes del Comité.
Los inventarios fueron minuciosos. El Reglamento Interno resultó eficaz. Las
deudas registradas se cobraban en plazos razonables, y se eliminaron las
contribuciones caprichosas a políticos mendigantes.
Las gentes, especialmente las dueñas de residenciales y de hoteles, empezaron a
extrañar las comisiones técnicas/////