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Historia de la historiografía

Tercera Tarea

Caracteriza la Historiografía Romana: Tito Livio y Tácito

La Historiografía en la Antigüedad es un género literario en prosa que tiene como objeto


los sucesos acaecidos a un determinado pueblo. La Historia es, por tanto, materia
literaria: las leyendas y sucesos recibían un tratamiento que, pretendiendo reflejar la
verdad histórica de los mismos, fuese a un tiempo una obra de arte.
La Historiografía romana nace en el último tercio del siglo III.a.C. De hecho, la primera
obra histórica completa latina, por así decirlo, se remonta a los Orígenes de Catón,
donde la historia de Roma se ve reflejada a través de un prosa cortada y simple a la que
daba marco el lenguaje jurídico, religioso y legal existente en la época.
De hecho, fue el último género literario cultivado a un digno nivel cuando ya la oratoria,
la filosofía, la comedia, la tragedia..., incluso la poesía, habían alcanzado su apogeo.
La historiografía romana fue mucho menos rigurosa que la griega y de intención
más moralizante. El romano no transmitía objetivamente los hechos antiguos, sino que
los juzgaba y los describía desde su propio punto de vista. Además, para realizar una
labor de historiador debía utilizar fuentes diversas. En una época como aquella, en la
que no existía la arqueología, las principales fuentes eran orales y escritas. Por eso los
documentos que consignaban hechos históricos tenían gran importancia. En Roma los
documentos más antiguos que podían aportar un conocimiento histórico del pasado

TITO LIVIO: el entusiasta creador de la Historia Romana


Tito Livio (59 a.C.-17 d.C.) nació en la ciudad de Padua (Patavium). Procedía de
familia acomodada y burguesa, amante de las tradiciones y de la paz, donde el respeto
profundo a la religión y un espíritu de casta más acusado aún que el de la propia
aristocracia romana (propio de la nobleza provincial) determinaría de manera
fundamental el planteamiento y desarrollo de su obra literaria.
Marchó a Roma en el año 30 a.C., entrando en contacto con Augusto, con cuyo
programa patriótico se identifica y quien respetaba con simpatía las tendencias
republicanas del literato. Totalmente alejado de la vida política (por primera vez no se
da el binomio senador/historiador) Tito Livio consagra toda su vida a las
investigaciones que le exige su obra literaria: la historia romana. Transcurre así
plácidamente su existencia, alterada únicamente por la publicación progresiva y exitosa
de las sucesivas "décadas".
En el nuevo Estado fundado por Augusto, que quería ser una república "restaurada", la
posición del Princeps, absolutamente preeminente, se conciliaba mal con los viejos
ordenamientos: de ahí que resulte inevitable una llamada al pasado. Y éste es
precisamente el elemento más característico de Livio: la recuperación integral del
pasado. En los 142 libros de su obra Ab Urbe Condita narró la historia de Roma desde
los orígenes hasta su tiempo; la obra concluía con la muerte de Druso en el año 9 a.C.
La vuelta al pasado, a la tradición y a los orígenes es el único medio para él de superar
la historia reciente hecha de revoluciones, guerras civiles y posiciones irreconciliables:
así pues el programa de gobierno de Augusto, su voluntad de restauración y de orden
encontraron en este "republicano" el portavoz más afín que imaginarse pueda, y de esta
manera su obra, junto con la Eneida de Virgilio, se convierte en la abanderada literaria
del programa político de Augusto, con la glorificación de los comienzos de Roma y su
innegable vocación de dominadora de pueblos.
En cuanto a su concepto y método historiográfico, Livio se sitúa como historiador desde
una perspectiva nacionalista, no universalista; se propone relatar desde los orígenes de
la ciudad, la historia del pueblo romano, y se niega a tratar temas que no tengan relación
directa con la historia de Roma. En cuanto a la forma sigue los métodos de la analística,
es decir, relata los acontecimientos año por año.
Los valores literarios de Livio se realizan en el relato, en los discursos y los retratos. Sus
relatos son más dramáticos y más patéticos que los de sus fuentes, pero sabe también
destacar con maestría lo cómico de la situación. Livio es famoso por sus discursos desde
la Antigüedad; los compone según las reglas de la Retórica, distinguiendo los tres
géneros: judicial, demostrativo y deliberativo; nunca reproduce un discurso
pronunciado, sino que los crea persiguiendo efectos estilísticos, con tan gran maestría,
que mereció por ello el elogio de sus sucesores. Para el retrato utiliza tres medios: los
juicios de los contemporáneos sobre la persona objeto del retrato, los efectos que esta
persona produce sobre aquéllos y las citas o afirmaciones de los contemporáneos. Es
Tito Livio un gran pintor de caracteres en el terreno moral y también un hábil descriptor
de los aspectos físicos de sus personajes.
Su lengua ya no es la clásica de César y Cicerón. Su ideal lingüístico es la urbanitas. En
cuanto al estilo, utiliza arcaísmos y abundantes licencias poéticas y es a la vez
ciceroniano y personal, de frases largas, ricas en subordinación en los relatos continuos,
que preparan el ritmo más vivo y corto de los episodios dramáticos en un magistral
juego de tiempos fuertes y tiempos débiles.
Para Livio, la Historia es la manifestación del alma romana en las res gestae de los
Romanos. Se trata de una política que se identifica con la Etica; es la Historia como
conjunto de exempla, manera muy romana y muy original a la vez de concebirla.
Es la suya también una historia colectiva, pero que no olvida a los grandes hombres.
Livio no es ni racionalista escéptico ni místico integral. Reconoce el valor social de la
religión y la considera la más alta expresión de la pietas; no es creyente, pero tampoco
pertenece a una secta filosófica, si bien se adapta de algún modo a la Lógica del
escepticismo y a la Ética del estoicismo. Se apoya en el concepto estoico del fatum para
presentar el crecimiento de Roma como predeterminado por la voluntad de los dioses.
En política comparte la idea de Cicerón sobre la necesidad de alcanzar la perfección del
Estado y del individuo. Los valores tradicionales son el secreto de esa perfectibilidad.
Livio deploraba la sequedad de la analística, por lo cual dirige su esfuerzo
principalmente a dar forma literaria a la materia que le suministraban sus fuentes.
Construye su relato según las reglas de la exaedificatio y la exornatio ciceronianas como
aparecen enunciadas en De oratore 11 62, lo cual supone el respeto del orden
cronológico, la exposición topográfica, la de intenciones, la de actos, resultados y
análisis de causas. En cuanto a la exomatio, emplea la mayor parte de los recursos de la
Historiografía griega y latina válidos para emocionar al lector.

CORNELIO TÁCITO (55-120 d.C.)

En época de los Flavios, el imperio va a encontrar a su gran historiador: Publio Cornelio


Tácito, que no se mueve precisamente en la línea aduladora y conformista de sus
predecesores.
Personaje de familia noble, formado en los postulados retóricos de Quintiliano, político
activo que subió tocios los peldaños del cursus honorum, parecía por su formación y su
experiencia la persona apropiada para hacer repaso a lo sucedido a lo largo de un siglo
convulso en que el jefe del pretorio era quien llevaba la voz cantante y en el que los
emperadores caían uno tras otro, asesinados, envenenados o suicidados, a la vez que
Roma ampliaba más y más sus fronteras.
Características de la historiografía en Tácito:
Tácito piensa que la historia debe tener una función moralizante, porque es de justicia
pedir responsabilidades a cada uno de sus protagonistas; el odio seguirá a los infames y
corruptos, y la alabanza y el cariño, a los virtuosos. Además, la historia es una obra
científica; los hechos tienen una explicación que debe investigarse y expresarse. El
historiador no es un narrador; es, antes que nada, un investigador que debe ser
imparcial. Tácito pretende serlo, pero evidentemente no lo es. Por último, la historia
puede ser también un documento literario; los hechos pueden exponerse de una forma
estéticamente atractiva y bella.
Examinemos estos tres puntos del pensamiento de Tácito.
a) LA FUNCIÓN MORALIZANTE DE LA HISTORIA
En sus comienzos, Tácito intenta ser objetivo, frío; en los Anuales deriva hacia un
pesimismo que hace que la historia sea vivida por él como una especie de drama. No
deja títere con cabeza; fustiga el régimen imperial, condena la violencia, repudia la
adulación servil cíe los senadores, detesta la vulgaridad y la incultura de la plebe. Los
héroes no existen; quienes clan su vicia por la libertad mueren inútilmente; el imperio es
una especie de túnel al final del cual no parece vislumbrarse la luz.
b) LA HISTORIA COMO OBRA CIENTÍFICA
Tácito maneja las fuentes con cuidado. Acude a los datos de quienes le han precedido,
toma datos de testigos oculares y de protagonistas de episodios concretos y acucie a
documentarse a los archivos senatoriales (Acta Senatus), a los diarios oficiales (Acta
diurna populi Romani) y a los archivos de palacio (Commentaríi príncipum)'. Si el
historiador debe ser un investigador, no cabe duda de que Tácito lo es.
c) LA HISTORIA COMO DOCUMENTO LITERARIO
Desde el punto cíe vista artística, Tácito sorprende a tocios. Lleva el concepto de la
brevedad y de la concisión hasta límites insospechados. Sus primitivos párrafos de corte
ciceroniano y un tanto barroco dejan paso a un conceptismo que en ocasiones es
desesperante. El lector se ve obligado a entender y a sobrentender; no basta con leer
para comprender lo que el historiador dice, pues hay que llegar a lo que realmente
quiere decir y dar a entender.

Tácito fue leído con interés y su obra conoció gran éxito en época antigua; se eclipsó
durante la Edad Media y volvió a hacer furor en el Renacimiento. Hoy la mayoría de las
llamadas novelas históricas son deudoras de su obra.
Bibliografía

https://www.iesfuente.com/departamentos/latin/Selectividad/sel_historia.htm

Ciriaca Morano.pdf

Josefina_Zoraida_Vazquez_-_Historia_de_la_Historiografia.pdf

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