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Poesía, Identidad y Género

Máster de Poesía
La inspiración y la palabra

Sesión 4 (Anexo)

Poesía, erotismo, violencia y dolor


Lecturas

1. Marosa di Giorgio

Mi alma es un vampiro grueso, granate, aterciopelado. Se alimenta de muchas


especies y de sólo una. Las busca en la noche, la encuentra, y se la bebe, gota a
gota, rubí por rubí. Mi alma tiene miedo y tiene audacia. Es una muñeca grande,
con rizos, vestido celeste.
Un picaflor le trabaja el sexo.
Ella brama y llora.
Y el pájaro no se detiene.
Los papeles salvajes
Marosa di Giorgio

2. Jorge Enrique Adoum

El amor desenterrado
(fragmentos)

Quién era, se llamaba cómo


esta pequeña embarazada de muerte y no de esperma
en la feroz ecuación alucinada: hacerle el amor = hacerla morir,
joven que amamantó al adolescente de la costa,
cuando el deseo la hacía desearse
abrazada a su sueño como en un adulterio,
sin que ninguno de los dos hubiera tenido tiempo
de amontonar rencor u olvido para otro día.
Yo nunca había amado a una paleoindia
(entonces era difícil y ahora es demasiado tarde,
siempre es demasiado tarde, porque sí o por destino,
cuando nos damos cuenta de que moriremos viejos
porque no fuimos amados por los dioses)
y, sin embargo, hoy es como si la hubiera querido diez años antes del diluvio*

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La inspiración y la palabra

Sesión 4 (Anexo)
y quisiera escucharle de cuerpo entero esas palabras
que en la gramática de la anatomía se dicen desnudos y acostados,
volviendo cotidiano lo imposible, desarreglando reglas
a fin de que dos puedan morir uno dentro de otro,
haciendo angosta la cópula para que la tumba ocupe poco espacio,
y no como morimos los demás, los todos que morimos solos
como si nos acostáramos largamente a masturbarnos.

Cuando ciegos o en la sombra la caricia presiente el hueso


al pasar la mano como un pañuelo que enjugara
el movimiento de rotación del hombro,
o en el acto del amor la columna acostada de la nuca al calcañar,
es posible ir encontrando el relieve absoluto -
negación duradera de lo fugaz a que nos aferramos-,
besar las costillas que ignoramos a causa de los pechos,
buscar al fondo de la sagrada convexidad de la cadera
el hueso plano, espejo donde me reconozco,
morder el fémur en donde estuvo el muslo,
tocar al fin por dentro la maquinaria humana
que trepida y no sólo la que suda,
con la misma ternura, el mismo miedo
con que en la desesperada lujuria
uno toca a la mujer, con miedo a que se desvanezca
(mujer siempre de paso),
orgulloso de haberle añadido lentitud al instinto
y, como los descubridores, vamos nombrando regiones, miembros,
diciendo: planicies, hondonadas, colinas, afluentes,
valles, montañas, lago entre dos ramales:
términos sustantivos de una fácil geografía de retórica pereza
porque no conocemos el esqueleto de la mujer sino el paisaje.

El amor desenterrado y otros poemas


Jorge Enrique Adoum

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Sesión 4 (Anexo)
3. Antonio Gamoneda

Amé. Es incomprensible como el temblor de los álamos. Estoy extraviado pero yo


sé que amé.

Yo vivía en un ser y su sangre se reunía con mi sangre y la música me envolvía y


yo mismo era música.

Ahora,

¿quién es ciego en mis ojos?

Unas manos pasaban sobre mi rostro y envejecían lentamente. ¿Qué fue vivir
entre heridas y sombras? ¿Quién fui en los brazos de mi madre, quién fui en mi
propio corazón?

Únicamente he aprendido a desconocer y olvidar. Es extraño.


Todavía el amor
habita en el olvido.
Canción errónea
Antonio Gamoneda

4. Raúl Zurita

Canto a su amor desaparecido


(fragmento)

Canté, canté de amor, con la cara toda bañada canté de amor y los
muchachos me sonrieron. Más fuerte canté, la pasión puse, el sueño,
la lágrima. Canté la canción de los viejos galpones de concreto. Unos
sobre otros decenas de nichos los llenaban. En cada uno hay un país,
son como niños, están muertos. Todos yacen allí, países negros, áfrica
y sudacas. Yo les canté así de amor la pena a los países. Miles de cruces
llenaban hasta el fin el campo. Entera su enamorada canté así. Canté el
amor:
Fue el tormento, los golpes y en pedazos

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La inspiración y la palabra

Sesión 4 (Anexo)
nos rompimos. Yo alcancé a oírte pero la
luz se iba.
Te busqué entre los destrozados,
hablé contigo. Tus restos me miraron y yo
te abracé. Todo acabó.
No queda nada. Pero muerta te amo y nos
amamos, aunque esto nadie pueda enten-
derlo.

—Sí, sí, miles de cruces llenaban hasta el campo


—Llegué desde los sitios más lejanos, con toneladas de cerveza
—adentro y ganas de desaguar.
—Así llegué a los viejos galpones de concreto.
—De cerca eran cuarteles rectangulares, con sus vidrios rotos y olor
—a pichí, semen, sangre y moco hendían.
—Vi gente desgreñada, hombres picoteados de viruela y miles de
—cruces en la nevera, oh sí, oh sí.
—Moviendo las piernas a todos esos podridos tíos invoqué.
—Todo se había borrado menos los malditos galpones.
—Rey un perverso de la cintura quiso lomarme, pero aymara el
—número de mi guardián puse sobre el pasto y huyó.
—Después me vendaron la vista. Vi a la virgen, vi a Jesús, vi a mi
—madre despellejándome a golpes.
—En la oscuridad te busqué, pero nada pueden ver los chicos lindos
—bajo la venda de los ojos.
—Yo vi a la virgen, a Satán y al señor K.
—Todo estaba seco frente a los nichos de concreto.
—El teniente dijo "vamos", pero yo busco y lloré por mi muchacho.
—Ay amor
—Maldición, dijo el teniente, vamos a colorear un poco.
—Murió mi chica, murió mi chico, desaparecieron todos.

Desiertos de amor.
Ay amor, quebrados caímos y en la caída
lloré mirándote. Fue golpe tras golpe, pero
los últimos ya no eran necesarios.

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Sesión 4 (Anexo)

Apenas un poco nos arrastramos entre los


cuerpos derrumbados para quedar juntos,
para quedar uno al lado del otro. No es duro
ni la soledad. Nada ha sucedido y mi sueño
se levanta y cae como siempre. Como los
días. Como la noche Todo mi amor está aquí
y se ha quedado:

—Pegado a las rocas al mar y a las montañas.


—Pegado, pegado a las rocas al mar y a las montañas.

Canto a su amor desaparecido


Raúl Zurita

Bibliografía o lecturas recomendadas

● Zurita, Raúl. Canto a su amor desaparecido. Delirio, 2015.


● Gamoneda, Antonio. Canción errónea. Tusquets, 2003.
● Adoum, Jorge Enrique. El amor desenterrado y otros poemas. El Conejo, 1995.
● di Giorgio, Marosa. Los papeles salvajes. Adriana Hidalgo, 2002.

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