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SECRETOS PARA EL ALMA

Camina alegre entre el ruido y la prisa, pensando en la paz


que puede encontrar en el silencio.
En cuanto sea posible y sin renunciar a tus convicciones,
mantén buenas relaciones con todos.
Escucha con atención a los demás, aun al que te parece
torpe e ignorante, porque toda persona tiene un valor
incalculable.
Aléjate de las personas negativa, ruidosas y agresiva, porque te pueden contagiar su mal
espíritu.
Si te comparas con los demás puedes caer en el orgullo,
o el desánimo, porque siempre habrá quien te supere y
quien tenga menos cualidades.
Disfruta de tus éxitos y agradécele al
Señor por todos ellos.
Céntrese en tu profesión, porque es un regalo de Dios y un verdadero
tesoro. Allí están tus futuros triunfos.
Sé prudente en tus negocios, el mundo está lleno de engaños y peligros,
pero tampoco andes dudando de todo y de todos, hay más personas
buenas de las que tú crees. Acepta con respeto el consejo de aquellos que tienen muchos
años, pero escuchas también con interés la opinión de la juventud, lo viejo y lo nuevo
junto, aportan sabiduría.
Cuidado con demasiada fatiga o demasiado afán. Mucha angustias
y enfermedades vienen de estos tres excesos. Procura estar en
paz con Dios, vivir en paz con tu prójimo y conversar la paz de tu
alma, esto te ayudará a ser plenamente feliz.
UNA VISITA ESPECIAL

Ruth miró en su buzón del correo, solo había una


carta.
La tomó y antes de abrirla notó que no tenía sello,
solamente su nombre y dirección.
Querida Ruth:
Estaré en tu vecindario el sábado en la tarde
y pasaré a visitarte, por la noche. Con amor,
Jesús.
Sus manos temblaban, no podía creer lo que
había leído.
¿Por qué querría venir a visitarme el Señor?
No soy nadie especial, no tengo nada que
ofrecerle…
En ese momento, Ruth recordó el vacío
reinante en los estantes de su conciencia. No tengo nada para ofrecerle.
Tendré que conseguir algo para la cena.
Buscó en la cartera y dejó caer el contenido sobre la mesa:
Cinco pesos y cuarentena centavos. Compraré algo de pan y alguna otra cosa.
Se puso un abrigo y se apresuró a salir.
Un kilo de pollo, medio de pan y un litro de
leche…
De camino a casa, Ruth es cuchó una voz:
¿Señora, señora…nos puede ayudar?
Ruth estaba tan absorta pensando en la
cena, que no pudo ver a las personas que le
llamaban.
Eran una pareja, se los veía muy mal, sucios, harapientos.
Mire, señora no tengo empleo, mi mujer y yo hemos estado viviendo en la
calle, desde hace tiempo, tenemos mucho hambre y frío, no tenemos nada,
podría usted ayudarons…
Ruth los miro con más cuidado, estaban muy
sucios y evidentemente desnutridos, en ese
momento pensó que ellos podrían obtener
algún empleo si realimente quisieran.
Señor, quisiera ayudarles, pero yo también soy
una mujer muy pobre, tengo solo un poco de
pan y muy poca comida que está destinada a
un importante huésped, que vendrá a
visitarme esta noche.
Está bien señora, entiendo, gracias de todos modos y perdone la molestia. El
hombre puso su brazo sobre los hombros de su esposa y se fueron.
Al verlos irse así, Ruth sintió un fuerte latido en su corazón y grito: ¡Señor,
señor espere ¡
La pareja se detuvo y vieron como Ruth corría hacia ellos. Por favor, acepten
esta comida, ya se me ocurrirá algo para servir a mi invitado… Y le entrego la
bolsa con los alimentos.
¡Gracias, señora, muchas gracias¡¡Sí, gracias¡, dijo la mujer temblando de frío.
Sin pensarlo, se quitó el abrigo y lo puso sobre los hombros de la mujer.
Sonriendo y llena de gozo por lo he había hecho, Ruth, volvió a su casa, sin
nada en sus manos, tiritando de frío y con la alegría por un lado de haber
hecho el bien y por otro con la tristeza de no tener nada para la cena.
Antes de abrir la puerta se dio cuenta de que había otra carta, con las mismas
características que lo anterior, sin sello, ni remitente. Tomó el sobre y lo
abrió:
Querida Ruth:
Gracias por la deliciosa cena y gracias también por el hermoso abrigo. Con
amor, Jesús.
Jesús dice:
Porque cuando tuve hambre, ustedes me dieron de
comer;
Cuando tuve sed, me dieron de beber;
Cuando tuve que salir de mi país, ustedes me recibieron
en casa; cuando no tuve ropa, ustedes me la dieron;
cuando estuve enfermo. Me visitaron; cuando estuve en
la cárcel, ¿ustedes fueron a verme?
Y los buenos me preguntaran: Señor, ¿Cuándo te vimos con hambre y te
dimos de comer? ¿Cuándo tuviste sed y te dimos de beber?
¿Alguna vez tuviste que salir de tu país y te recibimos en nuestra casa, o te
vimos sin ropa y te dimos que ponerte? ¿No recordamos que hayas estado
enfermo, o en la cárcel, y que te hayamos visitado?
Yo al Rey, les diré Lo que ustedes hicieron para ayudar a una de las personas
menos importantes de este mundo. ¿A quiénes yo considero como
hermanos, es como si lo hubieran hecho para mí? Mateo 25: 35-40.

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