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jengibre es una planta aromática saludable y curativa de múltiples propiedades. Su raíz se usa mucho en
gastronomía, tiene un sabor fuerte y se emplea fresca, seca o confitada, para preparación de salsas, sopas,
frutas escarchadas, etc…
Para lograr unos buenos niveles de producción en el cultivo de jengibre es necesario mucho sol,
temperaturas de entre 25º y 30º centígrados, elevadas pluviometrías y aplicar tecnologías avanzadas en la
explotación. El terreno debe estar suelto y bien drenado, ser rico en materia orgánica y tener un pH de entre 5
y 7,5; además, requiere de mucha humedad por lo que se deberá regar lo suficiente (nunca en exceso) para
evitar que se seque el suelo.
La preparación del terreno se inicia con arado profundo (30 centímetros) y un par de pasadas de grada. Los
surcos de siembra deben realizarse de 30 centímetros de profundidad y 30 centímetros de ancho, con
distancias entre surcos de entre 1 y 1,20 metros.
El tubérculo de jengibre que se va a utilizar de semilla, debe cortarse en piezas de 100 gramos, estar sano y
disponer de 4 a 6 yemas con potencial de brotar. Se sumergen en el agua a 51ºC (no más porque se dañaría)
durante diez minutos para evitar nemátodos y se tratan con cobre para prevenir enfermedades. Para
uniformizar la germinación en el campo, se recomienda el pregerminado que provoque la brotación de yemas,
colocando las semillas en sacos o bolsas plásticas. En dos o tres semanas se inicia el 80% del brote de
yemas, momento en el que se debe realizar la siembra con mucho cuidado para evitar daños en los brotes,
con humedad en el suelo y colocando la semilla de forma horizontal en el fondo del surco, manteniendo
distancias entre plantas de 15 a 30 centímetros y cubriéndolas con entre 8 y 10 centímetros de tierra.