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La belleza del cuerpo deforme en Las flores del mal de Charles Baudelaire

Por: Claudia Amador

“Para mí, poeta mortecino,


tu joven cuerpo enfermizo
con esa piel pecosa
es dulce y hermosa…”
(Baudelaire, LXXXVIII).

La degradación de la vida en la urbe es un tema tan común en la actualidad —y tan explotado en


la literatura— que resulta sorprendente imaginar un tiempo en donde apenas se descubría una
nueva forma de retratar la vida en las nuevas ciudades del siglo XIX que, como consecuencia de
las olas migratorias causadas por el cambio de una economía agrícola a una fundamentalmente
industrial, se convirtieron rápidamente en megalópolis (Godoy, 2005).

Baudelaire, como un testigo externo, observa la transformación de su París en un núcleo urbano;


la observa y la aborrece: “¡Paris cambia! Mas nada en mi melancolía / ha cambiado. Andamiajes,
palacios, horizontes, / barriadas viejas, todo para mí es alegórico, / mis recuerdos queridos me
pesan como montes…” (Baudelaire, LXXXIX). Sin embargo y al mismo tiempo, el autor logra
relacionarse de forma poética con esta nueva ciudad. Si bien en muchos de sus poemas se deja
entrever la melancolía por la vida pasada en una París tranquila, también es Baudelaire quien
encuentra poesía en el nuevo espacio y abre paso a nuevas categorías simbólicas de lo que
representa la vida en la urbe y, por supuesto, los nuevos cuerpos masivos que la habitan:

Pero hoy, el Poeta si intenta recordar / toda aquella grandeza en donde contemplar / la
desnudez prístina del hombre y la mujer, / siente que un negro frío le hace estremecer. /
(…) / ¡Oh, qué monstruosidades ocultan sus vestidos, / qué ridículos torsos en los trajes
metidos! / Cuerpos torcidos, flacos, derrenegados, ventrudos, / que parecieran máscaras al
mirarlos desnudos (Baudelaire, V).

Los nuevos cuerpos urbanos ya no son bellos como los plasmados en la poesía clásica. Atrás
queda la “desnudez prístina del hombre y la mujer” y empieza el auge de cuerpos que viven en
desigualdad y son percibidos por la sociedad como fuerza de trabajo. El cuerpo industrial como
texto inscribe las nuevas condiciones socioeconómicas de la vida en la ciudad: el hambre, la
enfermedad y los excesos, así como la falta de oportunidades que se reflejan en cuerpos
“torcidos, flacos, derrenegados, ventrudos…” y podríamos agregar famélicos, cojos, deformes,
enfermos y castrados.

Tobón (2010) cita a Baudelaire como el principal detonante de la ruptura con el ideal de belleza
neoclásico que la relaciona con la perfección y la plenitud de la humanidad en la naturaleza, al
plantear en Las flores del mal no solo cuerpos deformes o enfermos, sino también reflejar el
vacío de esta nueva sociedad urbana que ha perdido toda intención de ser una con su entorno —e
incluso, de relacionarse con un otro— como se encuentra expresado en el poema Los ciegos:
“¡Míralos, alma mía, son realmente horrorosos! / parecen maniquíes, vagamente grotescos; /
terribles, singularmente sonambulescos; / lanzando no se sabe dónde sus globos tenebrosos…”
(Baudelaire, XCII).

“Maniquíes grotescos de cuerpos ventrudos” son las personas que según Las flores del mal
habitan en la urbe de París y sirven, a su vez, como fuente inagotable de imágenes poéticas para
el autor. Baudelaire logra plasmar un “yo” poético en Las flores del mal que, a pesar de repudiar
las transformaciones desbocadas de la ciudad y su nuevo ejercito de cuerpos magullados y ciegos
a su entorno, también encuentra belleza y estética en estas nuevas realidades. Es precisamente en
muchos de sus poemas donde logra una maravillosa contraposición entre un cuerpo que es
deforme y, al mismo tiempo, es objeto de admiración:

“…No tiene más que veinte años; el pecho ya fláccido / Pende de cada lado como una
calabaza, / Y, sin embargo, arrastrándome cada noche sobre su cuerpo, / Cual un recién
nacido, yo los succiono y los muerdo…” (Baudelaire, VII).

En este poema Baudelaire describe a una prostituta que tiene como amante y, sobre la cual se
expresa con devoción a pesar de su aspecto físico que él mismo afirma, está lejos de ser bello. El
cuerpo de la mujer no es descrito con ternura sino con símiles crudos que comparan su cabeza
calva con la de un leproso, y describe sus pechos “fláccidos como una calabaza”; el cuerpo
narrado denota el trabajo y el abuso que experimenta el personaje en un ambiente urbano y hostil.
Con veinte años, el cuerpo de esta mujer se presenta acabado, envejecido y usado. Sin embargo,
Baudelaire encuentra poesía en esta degradación a manos de la urbe, y además lo hace recibidor
de devoción profunda como lo indica el último verso del mismo poema: “…Esta bohemia es mi
todo, mi riqueza, / Mi perla, mi joya, mi reina, mi duquesa…” (Baudelaire, VII). 1

Otro caso en donde el poema contrarresta un retrato grotesco de los cuerpos con versos que
resaltan lo bello de los mismos lo encontramos en Las viejecitas: “¡Esos monstruos han sido
mujeres algún día, / Eponinas o lais! Monstruos rotos, torcidos, / jorobados, ¡amémosles!
Todavía son almas…” (Baudelaire, XCI). En este poema el “yo poético” describe a las viejas que
ve pasar en la calle como monstruos torcidos y jorobados, pero, en versos posteriores, las
compara con niños pequeños con ojos inocentes y sorpresivos que cojean o “danzan sin querer
danzar” hasta el día de su muerte. “Amémosles” escribe Baudelaire justo después de llamarlas
monstruos, quizá porque el poeta reconoce esa humanidad en lo desfigurado por el tiempo, en los
destruido por la urbe, en los cuerpos y mentes marcadas por el hambre y el sufrimiento que, de
cierta forma o —quizá más que antes— son lo realmente bello.

En conclusión, Baudelaire logra plasmar mejor que ningún otro antes que él la transformación de
París en megalópolis, transformación que es retratada por medio de los diferentes seres que la
habitan y la contienen escrita en las deformidades, abusos y sufrimientos de sus cuerpos. El poeta
logra encontrar la musicalidad y la poesía de imágenes crudas alejadas del canon de belleza
neoclásica y le abre paso a una nueva poesía de lo urbano, de lo sucio y oscuro, de lo
transfigurado, pero no por eso, menos poético.

Referencias
1
Este poema corresponde al número VII de las poesías diversas en Las flores del mal, también conocido como “Je
n'ai pas pour maitresse une lionne illustre”.
Baudelaire, C. (2018). Las flores del mal. Edición de Andreu Jaume. Penguin Classics.

Baudelaire, C. (1857). Las flores del mal. Piezas condenadas. POESIES DIVERSES.

Godoy Domínguez, M.J. (2005). Spencer Tunick y Charles Baudelaire: la comunicación del
cuerpo con el espacio urbano moderno. Volubilis: Revista de pensamiento, 12, 130-149.

Tobón Giraldo, D.J. (2010). Kant, Baudelaire y la ruptura del ideal neoclásico de la belleza
humana. ISSN 0121-362. http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0121-
36282011000100006

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