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Los indígenas y los sindicalistas piden, los políticos y los municipios piden, la
clase media y las organizaciones sociales piden. El Estado pide. Todos, al
unísono, piden leyes, subsidios, condonaciones, espacios de poder,
concesiones y ventajas, y algunos claman incluso por impunidad. Hablan de
derechos, los proclaman y reiteran. Y ahora se los grita piedra en mano. Entre
ese estrépito de reclamos, me pregunto: ¿y las obligaciones, y la
responsabilidad, y la solidaridad, y el respeto y la tolerancia? ¿Y el sentido de
país, y aquel mínimo de generosidad que hace posible la vida en comunidad?
¿Qué hay pobreza?, sin duda, y hay que esforzarse por superarla. Pero, ¿será
el remedio la violencia y la intransigencia del reclamo? ¿Será la solución
esperar todo del Estado, o, más bien propiciar un clima de paz para trabajar?
Me pregunto si la aspiración es realmente buscar soluciones o agitar las
aguas, “combatir” a la empresa privada, intimidar a la población y crear las
condiciones para implantar el socialismo que ha fracasado en todas partes?
Que hay desigualdades, pues hay que trabajar para corregirlas; pero la
violencia las acentúa, aleja las inversiones y arruina a la sociedad.