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Peyret y el traslado de la capital

Hace 150 años, con palabras proféticas y de notable vigencia, Alejo Peyret justificaba la necesidad
de sacar la capital de la ciudad de Buenos Aires: “La permanencia de la capital en Buenos Aires es
completamente contraria al sistema federativo”, sostenía el filósofo entrerriano de origen francés.

Américo Schvartzman*

Era 1873 y Alejo Peyret publicaba en Buenos Aires, con seudónimo, sus “Cartas sobre la
intervención a la provincia de Entre-Ríos por un estranjero”.

Pasaron casi 150 años. Peyret, organizador de la colonia San José, pionero del cooperativismo
agrario, de la educación popular, del federalismo comunal, de la separación de la Iglesia del Estado
y de tantas otras cosas aun de avanzada en nuestros días, asistía, indignado, a la invasión de las
tropas nacionales para aplastar la última rebelión jordanista.

Pacifista consecuente, Peyret no había participado de ese alzamiento –el último de un caudillo
federal en la Argentina “organizada”– pero sí lo hicieron muchas de sus amistades ilustradas, como
Alberto Larroque y otros docentes del Colegio del Uruguay.

En la serie de cartas enviadas a un periódico porteño (La República), Peyret cuestionó duramente a
los gobiernos de Mitre y Sarmiento, a los que acusó de ser “los verdaderos bárbaros” y de destruir
la autonomía de las provincias. Para Peyret esa autonomía era la base del principio federativo que
defendía con ahínco y pasión, al punto de haber sido el introductor del texto de mismo título del
filósofo anarquista francés Pierre Joseph Proudhon en la discusión política del Río de la Plata.

Aunque eran quince cartas, por su contenido explosivo La República sólo publicó seis. Porfiado
como toda su vida, Peyret las reunió todas en un libro que prefirió firmar como “Un estranjero”,
temeroso –y con razón– de perder su empleo como represalia de los gobernantes “liberales” a
quienes denunciaba. Fue lo que sucedió. Nadie ignoraba quién era el autor, y el libro le costó su
alejamiento de la provincia de Entre Ríos después de haberle brindado dos brillantes décadas de
actividad. Tras un breve tiempo en Paysandú, el ilustre filósofo debió exiliarse precisamente en la
ciudad de Buenos Aires, donde algunas de sus amistades le consiguieron trabajo.

Las Cartas de Peyret son un testimonio poco conocido, quizás porque en ellas se encuentra la más
formidable refutación de las calamidades cometidas contra las provincias por las élites nacionales
de entonces, en particular en las presidencias de Mitre y Sarmiento, a quienes Peyret equipara con
Rosas. Afirma que incluso son peores, porque Rosas no fingía ser un liberal.

No se salva de la verba flamígera de don Alejo el esquema “civilización o barbarie”, que Peyret
denuncia como falso no solo porque “las fórmulas no pueden expresar la riqueza de los pueblos”
sino también porque, denuncia, en este caso los “bárbaros” son los que se arrogan la representación
de la “civilización”. Y viceversa.

¿Cómo no iban a esconder esas Cartas las historiografías tradicionales? A unos y otros les resulta
indigesto Peyret, un “civilizado” indiscutible, un erudito, un filósofo francés, que denuncia que los
salvajes y bárbaros, los continuadores de Rosas, son Mitre y Sarmiento, y en cambio López Jordán
y los suyos son la verdadera democracia.
UNA DISCUSIÓN QUE VIENE DESDE EL ORIGEN

Peyret dedicaba la quinta de sus cartas a sostener la necesidad de trasladar la capital de la ciudad de
Buenos Aires a otra parte del país. Insinúa el lugar: “el Rosario”, pero no pone mucho énfasis en ese
detalle. Lo principal, asegura, es sacarla de donde está. Afirma que uno de los grandes defectos de
la organización nacional “es que la capital de la Nación esté en Buenos Aires”, lo cual considera
“completamente contrario al sistema federativo”, ya que esa provincia está “fatalmente propensa a
ejercer una influencia dictatorial sobre los demás estados”.

Peyret reiteraba así una convicción que hunde sus raíces en la emancipación, tanto que fue el punto
19 de las famosas Instrucciones de Artigas a los Diputados Orientales para la Asamblea del Año
XIII, al establecer que el sitio de residencia del gobierno “precisa e indispensablemente”, debía
ubicarse fuera de Buenos Aires. Convicción que unos pocos contemporáneos de Peyret abordaron,
como Alberdi, quien en sus ensayos de vejez denunciará que “los liberales de Buenos Aires han
puesto el poder de la Nación entera en manos, no de Buenos Aires, sino del gobierno de Buenos
Aires; en nombre de la libertad han reconstruido el despotismo”.

Peyret resumía el asunto diciendo: “La capital en aquel municipio no significa la capital para la
Nación; significa la capital para aquel estado; la provincia absorbe a la República, resultando que la
política general está en todas partes y para siempre subordinada a la política local” (es decir, a las
necesidades de la provincia de Buenos Aires).

Cuando Peyret habla de Buenos Aires no habla solo de la ciudad sino de la provincia: la artificial
separación entre una y otra es una ficción, como lo ha mostrado el novedoso concepto de AMBA.
Buenos Aires es la suma de los dos territorios, algo que se evidencia desde siempre también en la
puerta vaivén por la cual las candidaturas saltan de un lado al otro sin ningún tipo de obstáculo
desde hace décadas: un porteño puede ser gobernador bonaerense y viceversa y a nadie le sorprende
en lo más mínimo.

Por otro lado, es notable ver cómo lo que Peyret anunciaba en su texto se fue cumpliendo de manera
inexorable: la política nacional subordinada a la política local de la provincia de Buenos Aires. Esa
realidad que parece inmodificable en nuestros tiempos y que Peyret veía con claridad un siglo y
medio atrás, como futuro evitable si se instalaba la capital “en un punto más conveniente, de donde
la vista del gobierno pueda abarcar todos los ámbitos de la República" .

“UNO DE LOS GRANDES DEFECTOS DEL PAÍS”

“Siendo extranjero, creo tener el derecho y más que otro la aptitud necesaria para decir las cosas
con toda imparcialidad. Pues bien, sin usar ambages ni circunlocuciones, dejando a un lado todas
las precauciones oratorias que no son del caso, me atrevo a sentar por principio que uno de los
grandes defectos de la organización argentina es que la capital de la Nación esté en Buenos Aires.
Sobre este punto hace mucho años que tengo hecha mi opinión, y los sucesos que se han ido
desarrollando no tuvieron más efecto que confirmarla. La permanencia de la capital en Buenos
Aires es completamente contraria al sistema federativo”.

“La capital en aquel municipio no significa la capital para la Nación; significa la capital para aquel
estado; la provincia absorbe a la República, resultando que la política general está en todas partes y
para siempre subordinada a la política local (de la provincia de Buenos Aires). Y no puede ser de
otra manera. Un estado prepotente por la población, por la riqueza, por la situación geográfica, por
los elementos acumulados durante tres siglos por la actividad política y comercial, educado en las
tradiciones del mando, de la soberanía imperatoria, del exclusivismo colonial continuado después
de la emancipación hasta la caída de Rosas, y subsistente todavía en las costumbres, teniendo el
Gobierno Nacional en su seno, está fatalmente propenso a ejercer una influencia dictatorial sobre
los demás estados”.

“POLÍTICA PORTEÑA MÁS QUE NACIONAL”

“El número de Diputados que manda al Congreso le da la tercera parte de la influencia


parlamentaria, y más todavía. Continuando, como es natural, el aumento de su población por su
desarrollo espontáneo y por la inmigración extranjera, antes de veinte años, la diputación de aquel
único estado equivaldrá a la de toda la República. ¿Cómo podrá entonces Jujuy, La Rioja, o
cualquier otra provincia contrabalancear la influencia de la gran ciudad del Plata? Se me contestará
que la Constitución ha previsto el caso, y que allí está el Senado para restablecer el equilibrio; pero
yo persistiré en creer que si el Congreso sigue residiendo en Buenos Aires con el Presidente, la
acción de esa capital irá siempre aumentando y subalternizando completamente la política nacional.
Es preciso que la capital salga de Buenos Aires para que la Nación escape a la acción absorbente del
localismo.”

“URQUIZA NO ESTUVO A LA ALTURA”

“Buenos Aires ha querido desde el primer momento imponer su autocracia a las provincias
hermanas. Sea con los unitarios, sea con los federales trató de absorberse las rentas y el comercio de
la república. Esta pretensión de la nueva metrópoli que quería sustituir a la antigua de ultramar,
originó estas largas luchas que pueden resumirse en dos palabras, provincianos contra porteños, y
no civilización contra barbarie como lo afirma tan equivocadamente el señor Sarmiento. Fue causa
de la segregación del Paraguay, de la independencia del Uruguay, de las tendencias separatistas que
se manifestaron en Entre Ríos y que han quedado latentes”.

“Recién en 1853 empezaron a comprender las provincias que el único medio de llegar a una
organización definitiva, posible, era el establecimiento de la capital fuera de Buenos Aires, pero no
supieron o no se atrevieron a realizar su pensamiento. El general Urquiza, que entonces las
personificaba, no estuvo a la altura de su situación; cayó la capital provisoria de la confederación
con la misma confederación, y toda la organización nacional fue llevada prisionera de guerra a
Buenos Aires. El general Mitre, gobernador de aquella provincia, fue encargado del ejecutivo
nacional, lo mismo que lo había sido el general Rosas. Al cabo de diez años las provincias habían
vuelto al punto de partida. Desde entonces la política general es más bien porteña que nacional,
forzoso es confesarlo”.

“SARMIENTO SE CREE RODEADO DE SALVAJES”

“Estando el Gobierno Nacional fuera de Buenos Aires, viviría en una atmósfera más despejada de
preocupaciones locales; oiría la opinión de un país entero y no la de un círculo, o si se quiere, de
una población; es decir que conocería mucho mejor la verdad de las cosas; no juzgaría a ciegas los
sucesos como lo hace actualmente, porque este es realmente el modo de ver del Sr. Sarmiento
relativamente a Entre Ríos. Ese señor puede conocer perfectamente los Estados Unidos,
Washington, Boston, Nueva York y aun Michigan, pero tiene la más falsa idea de una población
que está a un día de navegación”.

“Parece que el Sr. Sarmiento se cree rodeado de salvajes, de caudillos, de caciques, y juzga
conveniente tratar a los entrerrianos como el General Grant a los Indios Modoks, reducirlos a la
fuerza o exterminarlos. Tal es la ilusión óptica producida por la situación topográfica. Los porteños
son relativamente a la República Argentina lo que los Parisienses relativamente a la Francia. Estos,
fuera de Montmartre y Montrouge, no saben nada porque su vista no va más lejos. El horizonte
visual de los porteños no se extiende más allá de San José de Flores o de San Fernando. Más
adelante todo es tinieblas, barbarie, mansión de fieras o de ganados alzados”.

“FALSA CIVILIZACIÓN”

“Buenos Aires es lo más civilizado de la República; debía añadirse: y lo más corrompido. Roma
también era lo más civilizado de la antigüedad, pero esa civilización llegó a tal corrupción que para
reponerse necesitó de ese diluvio social que la historia llama la invasión de los bárbaros del Norte.
Mezcla de tradiciones coloniales y de falsa civilización, tal es Buenos Aires hasta la fecha; allí
educan los jesuitas y los proveedores se enriquecen; todos adoran al becerro de oro. La Bolsa es el
templo que tiene más concurrentes. Yo no me dejo alucinar por el oropel de los vestidos y el
esplendor de los palacios. Riqueza no es sinónimo de virtud. Para dar el ejemplo a la República, es
menester que Buenos Aires se reforme moralmente, entonces su influencia será benéfica, mientras
que hoy puede tachársela de desastrosa”.

“Creo haber dicho lo suficiente para probar que la continuación de la capital en Buenos Aires es
funesta a la República, porque influye de un modo muy desfavorable sobre la política general,
falseándola, torciéndola de tal manera que toda la Nación viene a ser la sucursal de un municipio.
La consecuencia es que la capital debe salir a la brevedad posible para ir a situarse en un punto más
conveniente, de donde la vista del gobierno pueda abarcar más fácilmente y sin preocupaciones, sin
compromisos, todos los ámbitos de la República”.

Fuente: Alejo Peyret, “Cartas sobre la intervención a la provincia de Entre Rios de un estranjero...”
Quinta carta. 1873.

* Este texto es un adelanto de la investigación sobre la obra de Alejo Peyret en curso como parte
de mi tesis doctoral en filosofía. (A.S.)

Destacados

Cada tanto, reaparece en la discusión pública un problema irresuelto desde el origen mismo de la
Argentina: la necesidad de sacar la Capital de la ciudad de Buenos Aires.

“La continuación de la capital en Buenos Aires es funesta a la República, influye de modo muy
desfavorable sobre la política general, torciéndola de manera que toda la Nación viene a ser la
sucursal de un municipio”.

Ilustraciones

- Portada de las “Cartas….”

- Caricatura en El Mosquito: López Jordán ofrece a Sarmiento su propia cabeza para cobrar la
recompensa que quería imponer por ella.

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