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título se encuentra registrado en el CENDA (Centro Nacional de Derecho de Autor de la República de Cuba) con el

Nº 1639-2003

CONTRA LA PERSONA QUE SOY


(DETALLES DE UNA OCULTA LUCHA A MUERTE)

EL LIBRO DE LOS PREFACIOS


RELATOS Y ENSAYOS FILOSÓFICOS SOBRE ARTE, POLÍTICA, RELIGIÓN Y
CUARENTA COSAS MÁS

Eduardo N. Cordoví Hernández

Email

edwacorarrobagmailpuntocom


CONTRA LA PERSONA QUE SOY
(DETALLES DE UNA OCULTA LUCHA A MUERTE)

EL LIBRO DE LOS PREFACIOS


RELATOS Y ENSAYOS FILOSÓFICOS SOBRE ARTE, POLÍTICA, RELIGIÓN

CUARENTA COSAS MÁS

Eduardo N. Cordoví Hernández

Email

edwacor@gmail.com

Página legal:

Contra la persona que soy

ÍNDICE DE CONTENIDO

PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN A CONTRA LA PERSONA QUE SOY
ANTEPREFACIO
PREFACIO
PREFACIO II
PREFACIO III
LOS SEMEJANTES BUSCAN A SUS SEMEJANTES
DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA O APOLOGÍA DEL ESCLAVISMO
SOBRE LA LIBERTAD
LA LIBERTAD I
LA LIBERTAD II
LA LIBERTAD III
EL LÍDER
EL FAKIR
LA PERFECCIÓN
LAS INFLUENCIAS EXTERNAS
LAS OTRAS PERSONAS QUE PODEMOS SER
OTRO PREFACIO
EL MENDIGO
UN NUEVO PREFACIO
EL MÁXIMO COMÚN DOMINADOR
OPERACIÓN COMANDO
EL JUICIO INTERNO
MI PUNTO DE VISTA
PREFACIO ¡¿DE NUEVO?!
TEMA Nº 1
TEMA Nº 2
TEMA Nº 3
TEMA Nº 4
TEMA Nº 5
BREVE PREFACIO A CARTAS DE AMOR
CARTAS DE AMOR I
CARTAS DE AMOR II
LAS FILOSOFÍAS
MEDITACIÓN SOBRE EL TRABAJO
LA COMUNIDAD CUBANA EN EL EXILIO
REFLEXIONES SOBRE POLÍTICA, PSICOLOGÍA Y AUTORREALIZACIÓN
LA OTRA CARA DE LA MONEDA O LA COMUNIDAD CUBANA EN EL EXILIO DE SÍ
MISMA
COMENTARIO POLÍTICO
LA REALIDAD ILUSORIA
LAS PIRÁMIDES
MEDITACIÓN SOBRE EL PROGRESO
DON JUAN ENCADENADO
TIERRA FIRME I
TIERRA FIRME II
LA PARÁBOLA DE LOS CONEJOS
SER DE OTRO MUNDO
SOBRE MEJORAMIENTO HUMANO
DATOS DEL AUTOR:

PRÓLOGO

Si esta obra hubiera sido redactada por un escritor profesional tendría,
pues, un título idóneo, pero como quien escribe no lo es, existe una
verdadera dificultad para denominarla.
Contiene, en su mayoría, ensayos sobre el amor. Ese es su tema principal;
pero, además, presenta ensayos políticos y sociales; por lo que bien
hubiera podido llamarse: El amor en tiempos del cólera, y tal vez
expresaría, entonces, la idea que le dio origen, así como el asunto y la
época en que se desarrolla; pero este título, que al fin decidí, me pareció
más abarcador, aunque ¡tampoco! llega a definir o a precisar ¡ni si quiera a
sugerir! sobre qué trata.

Advierto mi incapacidad para tratar asuntos complejos, de aquí que cuanto


escribo lo dedi que a personas como yo; sencillas y simples. Es pero que, si
estas páginas caen en poder de al guien titulado, entendido, poderoso,
señalado, respetable, autorizado, dirigente o principal, sepa comprender
que han sido escritas sin ánimo de ofenderle, sino todo lo contrario.

Con humildad, pide perdón por existir: El autor,


Eduardo Cordoví Hernández .
Lawton, Ciudad de La Habana, un día cual q uiera de la última década del siglo XX .

OTRO PRÓLOGO DEL AUTOR: LA ÍNFIMA INFAMIA DEL FIN

Usted, ha comenzado a leer un libro fuera de lo común, que está dedicado


a un lector especial. Aquí enfrenta un riesgo quien no lo sea. Por ello, antes
de continuar la narración, son imprescin dibles unas palabras de
advertencia.

Este texto, disfrazado de ensayo, maneja ideas absur das, surrealistas y


hasta posibles disparates, pero, también, otras ideas.

Las ideas son herramientas que se emplean en los mundos sutiles


(emocional, mental, etcétera) y como cualquiera sabe, una herramienta
debe ser siempre manejada con cuidado pues, de no ser em pleada con tino
puede, usted, hacerse daño o dañar a otros con ella. Por tales razones, estas
páginas, están destinadas a personas específicas, clasifica das como
extraordinarias.

Quizás, usted, piense que lo sea y de hecho lo es: nunca ha existido nadie
como usted ni nunca, jamás, volverá a existir otro así, de modo que resulta
un ser único, especial e irrepetible y esto lo hace excepcional.

Pero se puede ser singular y exclusivo, y no haber reparado en ello. Puede,


también, que maneje esta información en lo intelectual y, no obstante, tal
conocimiento no haberlo tocado en lo emotivo; siendo tan sólo una
persona extraordinaria a me dias o un simple proyecto de persona insólita.
A pesar de todo, puede pensar que en realidad lo es, puede ser gratificante
para su ego pensarlo y estar en verdad equivocado. Usted, tiene dere cho a
poner en su cabeza las ideas que más le gusten, para eso son las ideas y
para eso ¡su cabeza! es suya. Pero tenga cuidado con las ideas.

De todas formas, para salvar mi responsabilidad ofrezco la definición que


realizara Giovanni Pa pini sobre una persona tal: Quien hace habituales las
sensaciones y las acciones extraordinarias y quien hace raras las
sensaciones y las acciones ordinarias.

De más está decir, que estos pequeños detalles no aportan mucho al


desarrollo de la obra y pueden, por así decirlo, disociar al lector, quien
persigue y aprecia, del autor, la destreza para conducirlo por los vericuetos
del tema.

Sucede, no obstante, que las modernas tendencias de la literatura abogan


por una participación ma yor del lector en el proceso de la creación litera -
ria, por lo que, en lo personal, me atrevo a afir mar; es menester no
omitirlos, sino incrementar los, a fin de que sean descubiertos y obviados,
como un entrenamiento práctico de la apreciación artística. Por otra parte,
los lectores de nuestros días, armados de un profundo y extenso back -
ground cultural, por lo general, son proclives a desarrollar su apetito de
lecturas hacia la capacidad de producirlas, de modo que ¡Aquí! tienen un
manifiesto ejemplo de lo inco rrecto.

Quizás, quien lea esta obra, sea lo que ahora se conoce como: lector
crítico. Alguien que no lee solo co mo pasatiempo ni por simple
complacencia esté tica, sino que posee ya cierto bagaje intelectual, algunas
herramientas técnicas para apreciar la estructura de aquello que toma como
objeto de atención.

Es probable que, usted, quien se adentra en estos infolios, lo haga con un


prejuicio: Saber que, en prosa (las obras de narrativa se escri ben en prosa)
debe evitarse la cacofonía. Como habrá notado, el título de este trabajo no
puede serlo más, aunque el primer lugar en títulos cacofónicos lo tiene
Guillermo Cabrera Infante, con sus, Tres tristes tigres, o La Habana para
un Infante difunto, pues ha sido merecedor del premio Cervantes. Amén de
otras cacofonías extra-titulares.

Titular mi obra con este rótulo no fue con inten ción de superar a Guillermo
sino, más bien, pen sando en la supuesta aversión por las cacofonías de los
lectores críticos para evitar que la lean. Y ya se verá por qué.


INTRODUCCIÓN A CONTRA LA
PERSONA QUE SOY

Antes de pasar a describir el campo de batalla y los detalles de una oculta


guerra a muerte, se hace necesario realizar una cierta presentación de los
contendientes. En toda confrontación siem pre hay, al menos, dos. Aunque
sea una confron tación de muchos son, en esencial, dos seres, o dos
naciones, quienes pugnan; los otros son simples amigos de uno u otro
individuo o alia dos de uno u otro país.

En este caso son, también, dos: Yo y Mí Mismo.

Yo, es lo real, lo esencial, lo que nace con el ser humano, lo permanente,


sólo que es único, de una sola pieza, pequeño, inacabado, tierno, curioso,
alegre, asustadizo.

Mí Mismo no es real porque no nace con el su jeto, se forma después, con


las impresiones que va recibiendo en su desarrollo. Es permutable,
fragmentario, y aunque se cree toda una individuali dad, es una suma de
muchos yoes peque ños, los cuales dicen: Yo, de sí mismos, cuando asumen
el escenario de la vida al realizar el papel de su actuación momentánea. Mí
Mismo se cree grande, terminado, fuerte, es determi nado, decisivo, más
bien autoritario y solemne.

Yo, por su ingenuidad e inmadurez casi nunca inicia la contienda. Es


tímido y no busca notorie dad. Pero uno de los muchos yoes pequeños que
forman a Mí Mismo, es quien distingue al pe queño rey y comienza el
trabajo de asociar a los otros yoes de Mí Mismo, a fin de hacerlo pasivo
para que Yo, el real, asuma la dirección central que usurpa aquél.

Pero ese pequeño yo iniciador no es, en verdad, un elemento libre e


independiente, sino el resultado de la actividad de Yo, quien, en algunos,
es más o menos fuerte que en otros, alimentado por ciertas influencias
externas que son propicias a su desarro llo. Con lo que se muestra, o se
demues tra, un movimiento positivo de la parte al todo y del todo hacia la
parte.

Como puede observarse, hasta lo aquí expuesto todo parece resumirse en


una lucha por neutralizar a Mí Mismo y lograr el desarrollo, actualización
y manifestación de Yo, lo cual es cierto, pero no es toda la verdad.

Hasta aquí parece que Mí Mismo es un ente dis puesto a no permitir la


evolución de Yo, pero es todo lo contrario.

Mí Mismo es una entidad diseñada para acumular datos, materiales y


fuerzas para que Yo alcance con facilidad su máximo progreso, pero en el
trans curso de esta actividad Mí Mismo desarrolla un sentimiento
narcisista, pierde el sentido de la tarea principal, olvida su real sentido. Ese
ol vido, forma un Falso Mí Mismo que debe ser ani quilado, destruido y es
quien se opone con fero cidad a Yo y con quien se entabla la guerra a
muerte que estas páginas intentan, en alguna me dida, presentar al lector
distinguido y especial que es usted.


ANTEPREFACIO

Estas líneas iníciales son para hacer ciertas declara ciones acerca de los
orígenes e intencio nes de este libro, todo lo cual puede parecer contra -
dictorio. Por ejemplo: Quien lo lea pudiera pensar que está, en serio,
dirigido o que se ha escrito a fin de presentar una tesis para arreglar el
mundo, que es una sarta de ensayos de esos que, en estricto, denominamos
serios. En fin, que presenta las reflexiones de un pensador o de un filósofo,
o de uno que cree tener a Dios agarrado por las barbas. Como autor, me
veo en la responsabilidad de precisar, de lo cual no me cansaré, que este es
un libro humorístico, aunque usted no lo crea y, aunque de todos modos va
a pensar lo que le parezca mejor, yo quedo en paz conmigo agradeciéndole
que me suponga una im portancia que no tengo y en la cual usted, si
analizara bien, no creería.

En cuanto al origen del libro, todo viene de una vez en que pensaba en mis
abuelos, a quienes co nocí poco, y aunque de ellos tuve algunas impresio -
nes personales, también es cierto que fue ron impresiones poco críticas e
insuficientes, pues se realizaron siendo aún niño; después tuve de ellos lo
que oía decir a mis padres, lo cual eran sus impresiones sobre mis abuelos
y no las mías propias; con todo, puedo concluir que apenas los conocí, a
pesar de tener la seguridad de sus existencias. ¡Pero de mis bisabuelos! No
supe nunca nada, ni de mis tatarabuelos, ni de mis choznos. Y un día me
puse a pensar (cierto delito que cometo a veces) en lo interesante (¡Y útil!)
que hubiera sido para mi vida presente, poder contar con el testimo nio de
sus presencias en este mundo, si pudiera tener una impresión de primera
mano so bre las ideas y las emociones que determinaron sus actos. Y pensé
que quizás ellos nunca pensa ron en mí. No los culpo, ni es cosa que me
ofenda, pero por el contrario yo sí he pensado en satisfacer esta necesidad
en alguno de mis nietos, biznietos, tataranietos o de mis choznos.

También pienso que, de la misma forma, puede suce der que ninguno de
mis descendientes se interese en mí, pero no puedo quedar inmovili zado
ante esa posibilidad negativa y privarme del placer de escribir este libro.
Por tanto, tal como repetiré tantas veces como me venga en gusto, esta
obra que escribo la es cribo para gloriarme en mi propia creación y con una
intención de comunicación familiar (aunque no con carácter obligatorio).
Usted también puede, sin ser mi primo, reírse de estas mis ideas sobre las
cosas que encuentro en el tiempo en que mi espíritu cohesiona un poco de
materia para hacerse sentir en este mundo material; aunque tampoco es tan
así, ya que se limita (mi pobre espíritu) en buscar apoyo en ciertas
aseveraciones, aforismos, pensamientos, citas,... algunas de las cuales
repito en todas mis obras para que los críticos vean que sé algo so bre eso
que llaman leitmotiv, pero que resulta por el simple hecho de darme la gana
ya que, para eso, soy el autor.


PREFACIO

Soy zurdo. Desde pequeño (quise decir: desde niño) eso me trajo algunas
dificultades: era cen tro de atención de mis condiscípulos porque es cribía
con la mano jorobada. Me costaba trabajo escribir en mi pupitre porque en
esa escuela no los había para siniestros ni, tampoco, de esos que tienen
como una mesita y que son más cómodos pues sirven tanto para zurdos
como para dere chos. En mi época de dibujante arquitectónico me vi
obligado a tener buena letra a mano alzada, pues no podía usar el Leroy:
este artefacto es para derechos.

Ser zurdo me hizo tener conciencia de no ser igual a los demás y que no
serlo implicaba un esfuerzo superior, tanto en la ejecución de lo que
hiciera (dado que el mundo está diseñado para derechos) como para
aceptar ser objeto de atención (léase: crítica, co mentario y/o burlas) por
parte de ellos. De cual quier forma, me acostumbré a ser centro de aten ción
y, es muy posible, tenga mucho que ver el hecho de ser hijo único, pues me
posibilitó algu nas atenciones y algunos cuidados especiales que, me daba
cuenta, otros no recibían, con independencia de que yo pensara que lo
merecie ran tanto como yo. Esto afirmó la naciente idea de que podía ser un
ser especial o al me nos no igual al resto.

Otro detalle que me distinguió fue tener los ojos verdes. Mi relativo éxito
con las mujeres se de bió en mucho a tal pormenor anatómico. Sin em -
bargo, nunca fui, en realidad, consciente de sí estas cualidades eran causas
o efecto de mi distin ción.

Cuando tenía unos once años comencé a leer con fruición y ya cuando
tenía unos veinticinco había leído lo suficiente como para saber que había
muchísimos zurdos en el mundo, así como muchísi mos hijos únicos y
muchísima gente con ojos verdes. La lectura me sirvió para compren der
que yo no era ni siquiera yo mismo, sino la suma de mucha gente a la cual
me gustaba pare cerme, tal vez porque descubría que ellos eran, un poco (o
en algo), como yo.
Como pasaba más tiempo leyendo que viviendo, pasaba mucho tiempo en
contacto con personas célebres (al menos con las ideas que los anima ron).
Me daba perfecta cuenta que leer los Diálo gos de Platón era escuchar a
Platón dentro de mi cabeza hablando sobre cierto viejo jodedor llamado
Sócrates; y así me esforcé siempre (sin creer haber podido nunca lograrlo
si siquiera de forma regular) por tratar de ser un poco Platón, un poco
Sócrates, un poco Enrique, el hijo de Ámi cis, y, un poco, hasta el
Sombrerero Loco.

Leyendo las HISTORIAS INVEROSÍMILES de Gio vanni Papini me llamó la


atención que manifes tara su intención de escribir, un día, un libro de
prefacios. En otra oportunidad, al parecer sin rela ción alguna, leyendo
sobre orientalismo me enteré del asunto ese de las reencarnaciones. No sé
si Papini llegó a hacer realidad alguna vez su libro de prefacios, pero
pensando en la teoría re encarnativa y que incluso sin ella yo puedo ser, si
1
lo quiero, un poco quien decida , voy a cumplir, un poco, la idea de Papini
sobre tal libro de prefa cios y quizás algún editor se entusiasme y nos
publica, así, a los dos. Entonces, ¡Papini! Aquí está, junto al mío, el libro
de prefacios que quisiste y siento en eso el ingenuo placer de creer que
sigo la vida que viviste.

Creo que soy, también, continuidad de otros. Lo sé por aquel poema que
me dedicara Walt Whitman, Full of Life, Now:

Yo, de cuarenta años de edad el año ochenta y tres de los Estados,

A tí, dentro de un siglo o de muchos siglos,

A tí que no has nacido, te busco.

Estás leyéndome. Ahora invisible soy yo.

Lleno de vida, hoy, compacto, visible,

Ahora eres tú, compacto, visible, el que intuye mis versos y el que me
busca,

Pensando lo feliz que sería si yo pudiera ser tu compañero.


Sé feliz como si yo estuviera contigo. (No ten gas demasiada seguridad
de que no estoy con tigo).

¡Más que eso, Whitman! Soy, tú, mismo; sólo que ahora soy feliz en mi
momento, feliz de que lo hayas sido, tú, en el tuyo. Creo que todos somos
lo mismo: ¡Vida! Expresándose en un eterno presente. Creo que yo y todos
los se res, somos uno, por eso escribí este poema que ahora ofrezco, aunque
no sea este un texto de poesía:

Tú, quien lees ahora lo que escribo,

No eres tú,

Y yo, no soy yo mismo solamente,

Si estás en mi futuro, habré sido tu pasado.

Si estás en mi presente, soy continuidad de ti.

Lo que escribo ahora para ti

Lo escribieron otros en mi ayer para nosotros.

Te digo lo que ellos me dicen todavía.

Cuando todos nos digamos lo mismo

Habremos terminado la creación de este uni verso

Y saldremos, entonces,

A crear otro.

En resumen, si el autor de este libro (yo) se cree especial y original nada


menos que por sentir y creer que no tiene originalidad alguna dado que es
la continuidad de muchos otros yoes anterio res, su obra ¡Este libro! no
puede en ninguna forma ser un libro como los demás libros, sino un libro
distinto como él, dado que repite, copia, parodia, opina, etcétera sobre
ideas que ya otros han dicho, escrito, cantado... etcétera.

Quiero, también en este primer prefacio, señalar que por sentirme distinto
a los demás escritores y partiendo en propiedad de no tener que pare cerme
a ellos, precisamente, por no ser un escritor común, es que escribo este
libro de ensayos que no son ensayos, con la idea de que sea un libro
diferente a los demás. Algo tan raro y original como un conejo que parece
un gato.

PREFACIO II

Sobre los clásicos, es un articulito que aparece en Páginas escogidas, de


Jorge Luís Borges (Ediciones Casa). Dice allí: He cumplido sesenta y
tantos años; a mi edad, las coincidencias o nove dades importan menos que
lo que uno cree verdadero. Para pensar lo mismo no hace falta esperar
tanto. ¿Verdad?

A continuación, reproduzco lo que dijo la señora Bartolotti a su hijo


Konrad (el que salió de una lata de conservas).

Si piensas siempre en lo que dicen los demás y luego haces siempre lo que
hacen los demás, acabarás siendo igual que ellos y ya no podrás
soportarte a ti mismo. Y más ade lante continúa: Mira Konrad... tienes que
tener presente una sola cosa, porque es mucho más importante que las
otras; no hay que preocu parse de lo que dicen los demás. (Christine
Nöstlinger).

Algo parecido le dijo su abuela centenaria, antes de morir a Georges


Ivanovich Gurdjieff, según lo cuenta en su libro Relatos de Belcebú a su
nieto:

- ¡Tú, el mayor de mis nietos, escúchame! Escú chame y recuerda siempre


éste, mi último de seo: nunca te comportes en la vida como lo hacen los
demás. Y más adelante continúa: - O no hagas nada –ve a la escuela
solamente- o bien haz algo que nadie más que tú haya hecho.
Y en otro orden de cosas que bien pudiera servir para establecer en qué
forma vamos a ser distin tos para creer que las cosas son verdaderas, re pito
aquello de Winston Churchill que tanto me gusta: Creo firmemente que no
se puede tratar con las cosas más serias de este mundo a menos que uno
comprenda las más divertidas. Y hasta el próximo prefacio.

PREFACIO III

Trato de ser cuidadoso en mi comunicación con los demás. No siempre lo


logro, pero sí creo que mi opinión va a ofender a alguien, prefiero callar
¡No está bien eso de andar ofendiendo a la gente! Sin embargo, me interesa
saber lo que otros pien san sobre todo lo que ocurre, a fin de comparar sus
criterios con los míos y pensando que a los demás les puede suceder lo
mismo, escribo mis ideas para que las comparen con las suyas.

Escribo este libro por gusto, ya lo dije, por el simple placer de liberar las
ideas del encierro de mi cabeza. Creo que escribiéndolas me parezco a un
escritor o a un periodista cuando escribe sus li bros o sus artículos. ¡Pero no
vaya a ofenderse ningún escritor ni ningún periodista por la compara ción!
Sé que existen diferencias.

Los escritores y los periodistas expresan ideas importantes destinadas a


muchas personas que las necesitan. Mis ideas, por el contrario, son ideas
intrascendentes destinadas a unas pocas personas que, en hipótesis, puedan
estar necesitándolas.

Espero que el hecho de ser un escritor para minorías no sea ofensivo,


sépase que si soy un escritor de élite no es por mi voluntad ya que nunca
he tenido acceso a los órganos de difusión masiva. Pero no crea, carísimo
lector, que esto me apena. A un hombre insignificante como yo no le inter -
esa la notoriedad, eso es asunto de intelectuales y de personas que
necesitan que otros sepan que ellos tienen ideas brillantes. Yo, en realidad,
no tengo tiempo para eso. Estoy muy entretenido tratando de comprender a
este mundo, consumo, además, mucho tiempo buscando yogur o ense -
ñando las tablas de multiplicar a mis hijos. (Hace ya mucho que escribí
esto, ahora mis hijos buscan yogurt para los suyos).

No quiero con esto decir que no me considere im portante, sólo que no le


doy valor a esa importan cia. Para mí no existe mucha o poca. Se es o no,
importante, y yo creo serlo. Declararme insignificante no es negación de
mi importan cia, sino aceptación de la que tengo.

Mi insignificancia se basa en la estupidez de mis ideas. Las ideas estúpidas


son importantes por un motivo simple: la gente ríe de ellas. Dicen que el
único animal que ríe es el humano y si la gente ríe pues, intuyo, se
humaniza.

No digo que yo sea estúpido. Digo que las estúpi das son mis ideas. Las
produzco con intención para reírme y entonces humani zarme. Pero no crea,
caro lector, que soy egotista y la prueba es que intento compartir mis ideas
con otros. Algunas personas creen que soy un estúpido por tener estúpidas
ideas, pero lo que puedan creer no me afecta ¡Siempre y cuando rían!

Antes reía de las ideas ajenas ¡pero nunca pensé que los demás fueran
estúpidos! Me reía porque sus ideas lo eran para mí; sin embargo, la gente
se enfurecía cuando yo reía de sus ideas. Las perso nas dan demasiada
importancia a las ideas, por eso ahora no río de lo que piensan otros. Res -
peto la importancia que la gente pone en lo que pone en sus cabezas.

Repito: frente a las ideas ajenas soy respetuoso, la gente parece


necesitarlo. Pero cuando pongo mis ideas frente a los demás no espero
ningún respeto, y aunque tal posible respeto pueda serme grato, prefiero
que rían. En realidad, soy autosuficiente: no nece sito el respeto ajeno, a fin
de cuentas, me basto con respetarme yo mismo. Creo que cumplo algo así
como una función social en eso de inten tar la risa, o la sonrisa, me
conformo con poco, ajena.
En el poco tiempo que llevo en este mundo he logrado captar que todas las
personas sienten una profunda necesidad de demostrar su importancia a las
otras, que toda la energía que emplean en hacer o en decir, la destinan para
afirmar, reafir mar, dejar sin lugar a dudas, cuán importantes son en este
mundo y cuán extraordinaria función desempeñan. Pero esto no es tan
significativo, lo de veras interesante, para mí, no es que todos quie ran ser
importantes, sino que todos busquen con ansias que los demás se den
cuenta. A veces, les basta que los demás lo crean, aunque no sea cierto.

Me parece que la búsqueda del reconocimiento ajeno, de la aceptación y


del agradecimiento por lo que hacen, resulta de la necesidad por enfren tar
la propia importancia. He notado que no conse guir esta experiencia sitúa a
las personas en un angustioso conflicto existencial, pues sienten como si su
razón de ser no se hubiese objetivado. Por otra parte, observo que cuando
alguien traba conocimiento con el reconocimiento a su valía por parte de
los otros es como sí ¡Al menos en ese momento! apresara la felicidad, pues
mani fiesta una satisfacción que poquísimas veces, casi nunca, oculta. Sin
embargo, la felicidad pa rece escapar ¡Ah que tú escapes! Escribió
Lezama.

El problema más grave es cuando ese reconoci miento es aceptado por


unos, pero rechazado por otros. En mi estúpida opinión este es el más triste
de los fenómenos producidos por los huma nos, porque cuando un grupo
acepta a alguien, pero otro grupo lo rechaza, casi siempre resulta una
discusión, una riña... o una guerra.

No te pienses, amigo lector, que oculto cierta do ble intención. No creas


que guardo alguna significativa calidad tras de mi insignificancia ¡Vaya!
No creas que creo ser importante y, sin embargo, me declare no serlo. Soy
sincero. La creencia en mi nulidez es cierta y quiero demos trarla: si las
estrellas son soles tan grandes, y en millones de casos enormes soles más
grandes que el nuestro y si sólo en nuestra galaxia pue den haber más soles
que granos de arena en todas las playas del mundo ¿Cómo puede un
microscopí simo e infinitesimal “neutrinio” como yo, caminando sin rumbo
en esta partícula de polvo sideral que es la Tierra, creerse en serio tener
alguna importancia mayor que no tenerla en lo absoluto? Así que no estás
frente a una estafa, no estás ante una falsedad de insignificante o ante un
impostor de guanajo ¡Nada de eso! Así es que puedes reírte y olvidar las
penas. Pero, tam bién, puede suceder que descubras tu propia insigni -
ficancia y esa realidad te ponga ¡tan serio! que no te quede otro camino
que reírte de todo.

Por mi parte creo que no tener importancia es lo más importante del


mundo, porque cuando me pongo en ocasión de hacer que los demás
descu bran mi pequeñez les doy oportunidad de hallarse con tamaño, el cual
será más grande mientras me nor yo sea. Cuando les doy pie para dar con
mis estúpidas ideas ocurre un milagro: Ríen, y en reírse sucede en cada
cual una de dos cosas importantes, al menos para mí: o desco rren el velo
que oculta su propia importan cia al saberse con tino para encontrar un
mente cato, (yo) u olvidan la (para ellos) angustiosa insignificancia. Ambas
opciones son buenas para los demás, si no me equivoco.

Alguien a quien aprecio muchísimo pero que cree que no me estima, me


dijo una vez que yo era: no más que un payaso. Cierta historia ha hecho
creer que los payasos son gente triste que finge estar alegre para alegrar a
los demás con una mentira, ¡Nada, cosas de un tal Pierrot! Creo que ser un
payaso es una gran profesión, la pre fiero a la de físico nuclear, por lo
menos no tendré nunca nada que ver con eso de la contamina ción
ambiental y el desequilibrio ecoló gico.

Aquí termina uno de los prefacios más hermosos escritos en español desde
que don Sancho Diéguez de Alcántara, emperador del barrio chino de
Catalunya, escribiera en el siglo II su Canto a la Alpargata, en el cual
aparece un prefa cio ilustre.


LOS SEMEJANTES BUSCAN A
SUS SEMEJANTES

Recuerdo que, desde que tenía alrededor de quince o dieciséis años, hasta
algo más de pasa dos los veintiocho, era alguien distinto a quien soy en este
2
momento ; en aquel tiempo hubiera dado ¡Cualquier cosa! por conocer a
una persona co mo la que soy ahora.

Tal encuentro me hubiera sido útil.

Ha pasado algún tiempo desde mi nueva condi ción y en ese intervalo he


logrado conocer, de forma perso nal, tan sólo a dos individuos semejantes
¡no iguales! a mí. Esto significa, que las personas capacitadas para la
orientación del tipo de persona que fui, no abunda. Somos entes raros y dar
con noso tros es casi un privilegio, una suerte espe cial, algo así como un
premio para tal sujeto. Y no se trata de hacer propaganda sobre mí, sino de
hacer un informe real de la situación.

Por fuera, es decir, en lo físico, todas las personas tienen dos ojos, dos
orejas, una boca, una na riz… sin embargo, no son iguales. Por dentro, es
decir, desde el punto de vista psicológico, las perso nas parecen distintas,
pero, no obstante, sus reaccio nes ante los diversos estímulos de la vida son
bastante parecidas. La enorme y abrumadora mayoría de la gente es, en su
psicología, idénti ca en lo básico; desde el punto de vista de su posibilidad
de previsión de sus reacciones.

Uno de esos aspectos básicos es que la mayoría de las per sonas no son, en
plata, seres huma nos, sino máquinas, robots, al menos funcionan como tal,
pues en todo lo que hacen se ve la misma intención: afirmar su
personalidad, contro lar a los demás, cambiarlos de cómo son, imponer su
opinión, hablar de sí mismos, de sus experiencias y de lo que llaman sus
ideas. De modo que, mien tras hablan y actúan, sólo están ellos en la es -
cena. Su egotismo y vanidad anula la existencia ajena, solo existen ellos.

Cuando los demás son quienes hablan, los otros no escuchan, oyen, pero
no ponen atención, sus mentes están pensando en lo que van a decir de sí
mismos cuando les toque volver a hablar. Y así funcionamos todos.

Ahora, refiriéndome a la posibilidad de que exista un raro semejante al que


fui, y que logre leer estas páginas, te diré: entre almas como las descritas
con anterioridad, no existes. Tu vida será como un lugar donde los otros se
detie nen para realizarse, pero tu existencia, en ellos, no existe. Tu
existencia es sólo imaginaria: hoy eres bueno si diste los Buenos días,
mañana te miran con mala cara si olvidas dar las gracias, cuando te hacen
un favor. De modo, que no eres constante en el pensamiento de la
generalidad de la gente, hoy eres una persona, mañana otra.

Solo junto a un individuo con ciertas característi cas psicológicas o siendo


alguien co mo tal, existirás en realidad ¿Por qué? Porque tal no quiere
modificarte, te acepta como eres con tus defectos (todo el mundo los
tiene), con tus complejos (todo el mundo los tiene), con tus prejui cios
(todo el mundo tiene). No quiere cam biarte. Si no tuvieras defectos,
complejos ni prejui cios se alegraría muchísimo, pero com prende que tal
son tus características o tus decisiones. No quiere vivir tu vida, está
ocupado en vivir la suya. Ese es el error de este mundo: tus padres, tus
hermanos, cónyuge, jefes, personas mayores, etcétera, todo el mundo se
cree con derecho a gobernar tu vida. Todos menos alguien como yo. Todo
el mundo quiere esclavizarte de algún modo. Yo te libero.

Fíjate en esto: observa cuánto tiempo la gente pasa frente a los televisores
y/o junto a la radio, mi rando o escuchando novelas de amor, o leyéndo las o
solo comentándolas o pensando en ellas. Son horas y horas.

Durante todo ese tiempo no existen, están hipnoti zados, durante ese tiempo
quienes existen en realidad son los actores o personajes de las novelas.
Uno se identifica con un personaje o con otro, uno siente, se alegra o sufre,
se altera con los problemas de la novela, del filme o de la serie... ¿Qué
pasará ma ñana o después? Uno no se da cuenta de que la vida pasa y esas
horas no las hemos vivido en realidad, du rante ese tiempo hemos estado
durmiendo con los ojos abiertos, ha sido un sueño despierto.

No se trata de no ver más novelas, sino de verlas sin sentirnos gobernados


por ellas. Se trata de comenzar a vivir nuestra propia novela. A vernos a
nosotros mismos como si estuviéramos protagonizando un serial brasileño.

Si uno comienza a despersonalizarse, a vivir como si fuera otro, a con trolar


su propia vida, a fijarse en lo que dice, como si estuviera actuando, la vida
comienza a tener un sabor distinto, uno puede ser espectador de una novela
real: la propia. La vida comienza a no ser un sueño, se convierte en una
cosa real.

Haz tenido mucha suerte en conocerme.

Te invito a salir de la esclavitud de la vida, comen zar la aventura de vivir


la tuya propia, es algo divertido, emocionante...

¿Mañana? Mañana no se sabe qué pasará, Igual que en las novelas seriadas
de TV. Pero uno puede imaginar que pasa una cosa u otra, la diferencia es
que, en la novela, te tienes que conformar con lo que pase; mientras, si
vives tu vida como una novela, pasará lo que decidas. Es mucho más
divertido, aunque también, más responsable.

Aquí termina un primer intento libertario. Sería bueno que comenzaras un


capítulo de tu propia novela, donde se filme el primer día del resto de tu
vida.



DECLARACIÓN DE
INDEPENDENCIA O APOLOGÍA
DEL ESCLAVISMO

A quien lee: Me dirijo, a tí, por ninguna razón poderosa, sino en pos de las
más desconocidas excelencias que puedan manifestarse producto de la
magia que vibra en la simple comunicación humana. Me dirijo, a tí, por el
simple gusto de hacerlo. Si algo he aprendido de utilidad, en este mundo,
es a no esperar nada de las cosas que hago ni de las acciones que ejecuto,
pero sobre todo a no esperar nada del mundo, lo cual no signi fica que
desprecie lo que me ofrezca sin com promisos. Pero más adelante volveré
sobre este tema.

Quizás en más de un par de veces, tú que me lees, estando yo en la cola de


un cine, en pleno viaje en ómnibus, en un parque o ¡Por ahí! ¡Quizás hasta
en tu propia casa! Pensé yo en hablarte so bre mis puntos de vista, pero
pensándolo mejor concluí en que no está bien imponer atención con
opiniones que a uno no le solicitan, además entre lo que pasa y lo que
queda prefiero lo segundo, así es que opté por hacer uso de la palabra, pero
escrita, único modo en que se puede hablar en silencio, allí en lo recóndito,
en lo íntimo y se creto de nosotros mismos y a donde sólo puede entrarse si
abrimos las puertas.

Muchos escritores hay que escriben sobre el mejo ramiento humano


enalteciendo virtudes co mo la ingenuidad, la sinceridad, la espontanei dad,
y lo hacen desde un punto de vista nada doctri nal sino eminentemente
cotidiano y senci llo. Por eso me gusta tanto como escriben.

Yo, que no me considero escritor, escribo tam bién sobre lo mismo,


tratando de seguir ese mismo punto de vista (más o menos). Por eso me
gusta tanto escribir.

Hay, sin embargo, una diferencia notable, impor tante, nada antagónica,
necesaria, la cual me alegra de manera extraordinaria: ellos son ellos y yo
soy yo.

Si algo me gusta de veras en este mundo es que quienes lo habitamos,


buscando a veces lo mismo, podemos ser tan diferentes.

He escrito, hasta el momento, cerca de diez li bros de los cuales hasta la


fecha sólo me han publi cado uno. El resto, y de ellos los más impor tantes
para mí, han visitado casi todas las editoriales del país. Mis obras, según
los lectores especializados, tienen defectos, pero ¿Quién es perfecto en este
mundo?

Mis libros me encantan, a mí me parecen buenos para reírse de ellos, cosa


por la cual los hice. Si intento difundirlos es para compartir con otros el
placer que a mí me produjo escribirlos, pero, y retomo ahora el tema del
primer párrafo, no quiero publicarlos, por eso no me afecta que me los
rechacen de las editoriales, aunque si me los aceptaran me sentiría
contento.

Soy de los que piensan, y no creo que sean mu chos, que aquellas cosas de
las cuales hacemos una necesidad acaban esclavizándonos. Por eso evito
que muchas cosas se me vuelvan necesa rias. No necesito, por tanto,
publicar y así me siento un hombre libre. Yo mismo me publico
(mecanografiado primero; en formato digital, ahora) y presto mis libros a
mis amigos. No soy, como ves, Persona, que me lee y a quien tuteo, un
escritor de multitudes, siéntete persona distinguida y privilegiada: Soy un
escritor de éli tes.

Afirmo que no necesito publicar y eso me hace sentir libre. Sin embargo,
necesito escribir y eso me hace esclavo. Pero no crea, amigo lector, que
padezco siéndolo, pues como me agrada tanto semejante esclavitud, yo
mismo me esclavizo y a gusto me encadeno y co mo a propia voluntad lo
hago resulta un acto de entera libertad y ¡Sigo siendo un hombre libre!

No te pido nada, lector amigo. Me sentiría satisfe cho si, después, de reírte
de mis cosas pensa ras, un poco, sobre ellas; pero no tienes por qué hacerlo,
no te sientas comprometido, ni obli gado. Hazlo solo si te place. Si no vas a
sentir placer haciéndolo me sentiría, con sinceridad, entristecido pues me
consideraría como si fuera un esclavista.

Prefiero, tu más cordial indiferencia a una aten ción comprometida,


normalizada, protocolar, tradi cional, moralizante, ejemplar.

Esto es todo para lo que bien pudiera ser otro prefa cio de este libro.

SOBRE LA LIBERTAD

LA LIBERTAD I

Mucho se ha hablado y escrito acerca de la libertad, también mucha gente
ha muerto por alcanzarla, por defenderla. Demasiada, si se tiene en cuenta
que siempre la disfrutamos y que nunca estuvo en peligro como se dice.

No digo que murieran por gusto ni tampoco que si sus vidas se apagaron
creyendo morir por ella diga yo que no; pero si vamos a morir por algo,
que sea cierto.

Vivimos sumergidos en un mar de conceptos erróneos, de criterios


desacertados, de falacias, equivocaciones y paquetes incompletos de
informaciones trastocadas e inconclusas, cuando no falsas. Así, no estamos
en contacto con la realidad. Sin contacto con ella, se vive alienado. Un
alienado está confundido, pues existe en un mundo imaginario, ficticio e
irreal.

Esto es difícil de comprender y requiere argumentaciones. Suena raro que


venga alguien a decir que siempre hemos sido libres. Octavio Paz dijo: La
libertad no es una idea política, ni un pensamiento filosófico, ni un
movimiento social. La libertad es el instante mágico que media en la
decisión de elegir entre dos monosílabos: sí y no.
Si libertad es capacidad de decidir, de elegir, es algo que el ser humano
realizó siempre y queda privado de ello solo como excepción.

La causa de las guerras no ha sido por la pérdida o disminución de la


libertad, sino para aumentar las opciones al elegir. Conseguirlo al precio de
la vida, también me parece exagerado.

Un esclavo encadenado no fue libre de decidir irse a otro sitio, eso está
claro. Los cautivos jamás fueron rentables en cadenas; se inmovilizaban de
noche para evitar las fugas, durante su transportación o en ciertos trabajos,
como los remeros en galeras. Pero, considerando este rigor, podía elegir
ser o no esclavo. Si trabajaba, lo era, pero, ¡podía negarse! De hacerlo,
recibiría castigo… ¡Por supuesto! La mayoría elegía trabajar para evitarse
incomodidades, léase: aceptaba la esclavitud. Pero elegir ¡sí podía!

Y aquí está el quid del tema: el asunto de la libertad es personal. Uno saca
cuentas y acepta o anula decisiones en función de lo que considera que
para sí es mejor, más conveniente, menos malo o lo que sea; pero se decide
siempre por aquello a lo que se le confiere mayor valor.

Puedo estar equivocado, pero si, usted, decidió seguir esclavo para evitarse
una tunda, no diga que no ha sido libre de elegir, porque no es verdad. El
asunto es que serlo tenía un precio que no quiso pagar. Y me parece bien,
no lo juzgo.

Yo haría igual; pues que le den palos a uno no es una experiencia


agradable, sobre todo si se puede evitar.

El hecho establecido por tradición y/o por decreto de que no fuimos libres
alguna vez, no es porque fuera cierto sino porque la mayoría escogió ser
esclavos y ahora como que nos da vergüenza.

Una observación de la historia nos demuestra que tampoco ha sido así eso
de que nos hemos ido a las guerras por la libertad, como si se tratara de un
impulso espontáneo, generalizado, visceral o inspirado. ¡Que no! Más bien
hemos sido conducidos, nos han convocado y hemos accedido.

Nos han convencido de ir o hemos convenido por creerlo justo, apropiado


y conveniente. Creo que ya va siendo hora de que nos enfrentemos a
muchas ideas de frente y, sin reducirles valor, las bajemos del ara, que más
bien, tal altura las injuria.

Quizás usted no esté de acuerdo conmigo, pero de todos modos lo convoco


a leer nuevas argumentaciones sobre el tema.


LA LIBERTAD II

Nunca fuimos tan libres como bajo la ocupación nazi.

La república del silencio, de Jean-Paul Sartre.

Justicia proviene de exactitud en el peso, deriva de equilibrio. La Justicia


es representada con una balanza. Si una de las partes consideradas fuera
excluida, rechazada, objetada, no habría justicia.

Siempre que enjuicias, tomas en consideración excluir, discriminar, negar;


mas, el recto juicio es contentivo de las partes.

Si valoras dos o más objetos de atención y haces dejación de alguno;


niegas, dices a algo: “¡NO!” Tal es una dicotomía, una disyuntiva, un
dilema: fuente de dolor porque es aberrado, antinatural e injusto.

Digo que siempre elegimos ¡todo! con este criterio excluyente, enrumbado
al error y con este argumento, quiero hacer notar que el asunto de la
libertad ha sido vía para que unos cuantos se enriquezcan a expensas del
sentimentalismo de la mayoría que formamos los pueblos. Un sondeo de la
historia sirve para darnos cuenta de la manipulación y de la estafa, de la
maniobra y de la mentira. ¿Con buena fe…? ¡Sí! Porque esos que salieron
ganando quizás se lo propusieron ¡Pero no fueron todos! No se aparecieron
unos cuantos vivos a manipular a medio mundo ¡No! Siempre hay, pero la
mayoría se vuelven vivos más tarde, después que comienzan a disfrutar del
poder y sus prerrogativas.

Me parece anacrónico que a esta altura de la Historia los líderes de las


naciones persistan en movilizar a sus pueblos hacia guerras que sirven para
afianzar sus puntos de vista, empleando llamadas hacia el color del cielo,
de la vegetación o de símbolos del fetichismo patriótico. Lo cierto es que,
bajo esa apariencia solemne, subyacen todas las cualidades del mal, todo lo
tenebroso y macabro del costo de dolor y muerte con que vamos a pagar la
opulencia de futuras descendencias (que no nos serán consanguíneas) pero
sobre todo la miseria y la angustia de vivir ¡de otras! mucho más
concurridas y cercanas. ¡Todo! en función de una libertad que no nos falta,
que nunca nos ha faltado y que nadie nos podrá quitar nunca.

Esa libertad real y verdadera tiene un ejercicio y una experiencia de


conquista que ocurre dentro de cada uno. No fuera.

Creo que quizás quede quien diga: Sí, eso está muy bonito, pero no me
niegue que no parece inteligente dejarse matar para demostrar que uno es
libre. Y es verdad.

Si llega la Gestapo y le restringe sus derechos de, usted, porque es


pelirrojo y usted acepta antes de recibir una tunda, me parece inteligente,
no creo que sea cobardía… y aprecio su habilidad para salvar el pellejo y
hasta me alegro por usted. Pero si su vecino, también pelirrojo, prefiere
que lo maten antes de aceptar vivir con menos derechos que los rubios, me
parece que hace uso de la libertad, de una forma tan genuina como la suya
de usted. Lo que no acepto es que usted venga a decirme que no es libre.
Usted hizo uso de su libertad para ir hacia un punto y su vecino hacia otro,
pero no ha habido detrimento de la libertad.

Usted, elige y decide. Nadie puede quitarle eso, y es lo que quiero dejar
claro. Como quiero dejar claro que siempre que no afecten a otros, las
decisiones que tomemos son tan dignas de respeto como las ajenas.

Cuando los ciudadanos aprendamos esto, habrá menos guerras porque


habrá menos críticas y más comprensión y, por tanto, más aceptación del
proceder ajeno. El problema es que, aunque seamos inteligentes, no todos
comprenderemos eso. Y, si estamos claros de que no todos lo
comprenderán, sería tonto pretender proponernos salvar al mundo: sería un
desperdicio de energías. Pero eso es un tema aparte.


LA LIBERTAD III

Cuando comencé a escribir esta serie de articulitos, debí comenzar por
éste.

Para comentar sobre cualquier tema es necesario, para su comprensión,


dejar claro a qué nos referimos; definir y precisar los conceptos, con todo
y que las definiciones no sean más que recursos teóricos que existen, sólo,
en la metodología pedagógica ¡Y no en la vida! donde todo está, de
continuo, interconectado.

Con respecto a los criterios que tenemos sobre la libertad, muchos son
infundados, debido a eso llegamos a conclusiones erróneas; muchos de
tales criterios son inconsistentes porque a su vez son conclusiones que se
basaron en verdades supuestas.

Pero ¿qué es la libertad? La mayoría piensa que es poder hacer todo lo que
uno quiera, siempre que no dañe a los demás; éste, es uno de tales criterios
desacertados.

Aunque fuera sin daño para otros, nunca podríamos hacer todo lo que
queramos porque no somos omnipotentes. Aunque te tiñas, tu pelo seguirá
creciendo con su color natural; tampoco podrás hacer que un tres de copas
le gane a un as. Igual afirmo que la libertad debe incluir el derecho a elegir
¡Incluso! el daño ajeno porque ¡no elegirlo! tiene mérito. Si no hago daño
a los demás porque se me prohíbe ¿dónde está el mérito? El valor está en
preferir no hacerlo.

Otra definición, que se toma por irónica, dice que es: poder hacer todo lo
que está permitido. Estoy más de acuerdo con ésta última, aunque
haciéndole cambios. Porque el asunto no es que pueda hacer todo lo
permitido sino todo lo posible, dentro de lo razonable, de hacerse.

De aquí se puede establecer una definición bajo tres condiciones, ya que


siempre va a haber acciones imposibles de realizar.

Libertad es la capacidad de elegir dentro de lo que es factible; o sea, dentro


de posibilidades reales.

Esta definición tiene tres condiciones.

Primera: La elección debe ser posible en los hechos.

¿Es posible hacer esto? No pregunto si está mal, si el costo será carísimo o
si a los demás les gusta. No se trata de qué pasaría si todos eligieran lo
mismo o si las consecuencias serían impredecibles. Pregunto: ¿Se puede
hacer?

Segunda: Las opciones deben ser dos o más.

Siempre que pueda decir sí o no, soy libre.

Tercera: La responsabilidad, de asumir el costo de tal elección.

Soy responsable por lo que elijo, porque, con justicia, podría haber elegido
otra cosa.

No puedo dejar de ser libre; por tanto, tampoco dejo de ser responsable de
lo que elijo.

La libertad a veces pesa. Si soy responsable, puedo llegar a sentirme mal


por lo elegido y hasta puede pesarme responder por mi elección.

Resulta interesante, porque la libertad se considera algo agradable y


placentero; sin embargo, ahora sentimos que, si pudiéramos quitarnos de
encima la posibilidad de elegir, dejar que otro se hiciera cargo, nos
sentiríamos aliviados.

Quiero dejar claro con estos articulitos que es nuestro derecho y privilegio
limitarnos. No es el estado quien me limita, no hay nada real que me
impida elegir; somos quienes estamos haciendo elecciones una vez tras
otra. Y es nuestra incapacidad o indecisión para elegir lo que nos hace no
sentirnos libres. El miedo a elegir lo correcto nos hace transferirle la
responsabilidad a quien nos pone en ocasión de elegir.

Decimos que no somos libres porque el estado nos advierte a priori acerca
del costo de nuestras elecciones o nos castiga a posteriori una vez que
elegimos, pero aquél solo puede legislar sobre ellas, acaso limitarlas, pero
nunca impedirlas.

EL LÍDER

Desde niño siempre experimenté admiración por los otros chicos que se
distinguían en algo. En tal época salvo alguna rara excepción, todos, al
menos dentro del reducido grupo de mis amigos, seguíamos con cierta
admiración a los líde res.

Más tarde, siendo un adolescente, continué recono ciendo a los más


destacados que, de cierta forma, eran mejores que yo. En esta segunda
época, ya la mayoría de mis amigos del barrio o de mis compañeros de
escuela, se diferenciaban más de mí; por entonces, las partes estaban
dividi das: unos reconocíamos las dotes sobresalien tes de unos, mientras
otros las nega ban. Pero aún dentro del grupo de quienes las aceptábamos,
unos se manifestaban como defenso res gratuitos, fanáticos e
incondicionales; otros como pobres que nunca llegarían a batear un jonrón,
o a ser aceptados por cierta trigueña (o rubia), o a tutear a los profesores,
conformán dose con seguir siendo los adoradores de quienes lo hacían;
otros, como seres desgraciados, olvida dos de la suerte, la cual favorecía a
quie nes no lo merecían. En lo personal siempre me sentí formando parte de
todos estos grupos, sin sentirme de ninguno en particular.

Lo que más admiraba en aquellos que eran objeto de admiración, ¡o de


crítica! era su capacidad para tener alrededor, muchos queriendo estar
cerca, muchos disputándose su compañía, muchos siendo felices sólo por
disfrutar de su intimidad. Creo que ese afán de reconocimiento, esa necesi -
dad de ser centro, esa ansía de gloria, es algo in nato en los seres humanos;
es decir, que el asunto no era batear un jonrón u obtener un sobre saliente
en matemáticas, sino lo que esto daba lugar: la admiración de los demás.

Así, en comparar estas experiencias emocionales iba formando mi


juventud. Un día conocí a José y a partir de entonces cambió mi opinión
sobre mu chas cosas.

José era sin dudas un líder. Sin embargo, nunca bateó un jonrón, ni obtuvo
un cien en matemáti cas. No se destacaba en nada en particular, no
obstante, muchos lo buscaban, y su casa, por de más sencilla y humilde, era
punto fijo de reu nión, siempre que él estuviera en ella.

Soy de los que puede enorgullecerse de poder de cir que cuenta con
magníficos amigos. José era uno de ellos y los que hacían tertulia en su
casa, también.

Pronto comencé a pensar que José no se diferen ciaba de mí y que su


liderazgo se basaba en peque ñeces que me eran comunes o en detalles que
podía desarrollar y obtener, también, con mu cha facilidad. Y me puse a
trabajar en este sentido sobre mí.

José tenía autoridad en su casa, podía recibir en ella a todos sus amigos sin
que nadie protestara, su madre incluso, mostraba un regocijo que yo
entendía, de ver la aceptación que su hijo tenía entre el resto de los
jóvenes. Él era, además, un individuo con criterio personal, sobre todo,
tenía lo que se llama: opinión propia, pero, asimismo, tenía un carácter
afable y siempre de buen humor, tenía esa rara capacidad para decir cosas
buenas de los demás, cosas ciertas y que ¡era evi dente! los demás
necesitaban oír y por eso lo buscaban.

Un día me puse a pensar que yo era un ingrato, que ambicionaba algo que
ya disfrutaba. ¿Para qué necesitaba que mis amigos fueran a mi casa o
anduvieran siempre tras de mí? ¡Claro! Esto me haría sentir útil, vivo, no
sé... Bien, pero ¿Y si el verdadero objetivo de mi existencia fuera no ser un
líder? ¿Si yo fuera acaso, por el hecho de ser zurdo, hijo único, o de tener
los ojos verdes, un elegido de Dios que podía disfrutar de aque llas tertulias
en casa de José, rodeado de muchos amigos disfrutando la amistad de un
verdadero líder, por qué ansiar más de lo que ya tenía?

Así fue que, establecido en estas ideas, fui de jando la de ser un líder
(aunque no dejaba de trabajar en mi formación) tomando como modelo a
mi amigo José. En esto, sin embargo, sucedió algo curioso.

Al aceptarme tal cual era y pensar en mi elección divina como un recurso


para disfrutarlo todo sin querer apropiármelo, fui descubriendo pequeños
defectos no en José, sino en la esencia misma de lo que resulta ser cabeza
de un grupo. Por ejem plo: detecté que José tenía poco tiempo para sí
mismo; siempre estaba atendiendo a los demás. Cuando se empleaba en
alguna tarea doméstica para ayudar a su mujer o ésta se lo solicitaba, le
acusábamos de esclavo; otras veces los amigos, tarde en la noche,
demorábamos para irnos y, él, se veía obligado a señalar el límite, lo cual,
en tre risas, le costaba algunas críticas. Críticas que no por ser dichas en
juego eran menos senti das. De modo que ser líder me pareció una tarea
dura. ¿Cuántas veces José no hubiera deseado estar a solas con su esposa,
ver con tranquilidad un programa de TV sin ser consultado de conti nuo
para nimiedades, desconcentrado por el ras gueo de la guitarra y el coro en
el portalito, o por una acalorada discusión de pelota, cine, o literatura?
Comencé a sentir pena por él y a sen tirme responsable en alguna medida,
por las inco modidades que le causábamos.

Poco a poco dejé de visitarlos, reconocí que iba más por costumbre, por
vicio de ir todas las no ches, que por verdadera necesidad de ellos. Podía
quedar en casa leyendo un buen libro, escri biendo los míos, mirando la TV,
o haciendo cuen tos a mis hijos. Comprendí, o creí compren der, que la
única y real posesión que tenemos es: El tiempo que dura nuestra vida; y
en aprender a usarlo con utilidad, tenemos a veces que gastar mucho de él.
El que nos queda, es necesario aho rrarlo y emplearlo sólo en lo más
importante.

Naturalmente todas mis consideraciones eran perso nales, incluso podía


estar equivocado por completo. Además, exponer mis criterios hubiera sido
aparentar una sabiduría que no sé si poseo en realidad; por otra parte, sería
elevarme a costa de dejarlos un poco por debajo. Eso me pare ció indigno,
pero sobre todo incierto, porque la verdad ¿Quién la sabe? Y me decidí por
decir les, cuando notando mi ausencia vinieron a saber de mí, mi verdadera
verdad: Tengo mucho que hacer en casa y no me queda tiempo disponi ble.

Esto me convirtió en un bicho raro para unos, en un tipo misterioso para


otros y pronto me vi en el peligro de ser también: un líder. A cada rato al -
guno se daba un saltito hasta mi casa, para tratar de pescarme en alguna
actividad truculenta o nada más para hablar. Así, lo que tanto ansié desde
niño y por lo que tanto trabajé ya de adulto, se había convertido en algo
que ahora abo rrecía por encontrarlo perjudicial.

Siento que la defensa de mi tiempo, para emplearlo en asuntos de suprema


importancia para mí y para los del estrecho círculo de mi hogar, me haya
hecho aparecer huraño o poco sociable, pero he podido asegurarme que
hay tanto de error en todo lo que hago, que no quiero arrastrar a nadie más.
No puedo cargar la responsabilidad de hacerle perder tiempo a otros por
pensar que la forma en que lo empleo sea la correcta. Los ayudo, en mi
opinión, mucho más dejándolos en libertad para elegir en qué forma van a
gastar el suyo.

EL FAKIR

Tenía yo veinte años. Estaba cumpliendo el se gundo año, de los tres, de mi


Servicio Militar Obligatorio, destacado en la Marina de Guerra, en la base
naval de Cabañas.

En uno de mis mensuales francos de fin de se mana, haciendo el viaje de


Cabañas a Guanajay, recibí una de esas impresiones fuertes que se man -
tienen en el recuerdo durante años y años sin que uno pueda explicarse,
por qué un hecho tan insignificante, puede marcar para siempre, la existen -
cia.

Era de noche y estábamos en invierno. En estos viajes por las zonas rurales
del interior de la pro vincia, se acostumbraba a hacer una parada en cada
pueblo, sobre todo de noche, así que se encienden las luces en el interior
del ómni bus en esa oportunidad para favorecer la su bida y bajada de los
pasajeros. Una vez que el vehículo abandonaba los límites, se apagan las
luces y durante todo el largo trayecto hasta el próximo pueblo, unos
duermen, otros disfrutan de las sombras nocturnas del paisaje campestre y
los menos hablan; produciendo un murmullo de fondo al ronroneo del
motor. A veces, el chofer enciende la luz para ver la hora o para facilitar la
bajada o la subida de algún campesino que vive en un lugar, apartado,
intermedio entre dos pueblos.

Viajaba solo aquella vez. Se me había hecho tarde para salir y el grupo de
mis compañeros de armas debía estar ya llegando a La Habana. Iba sentado
junto a una ventanilla, mirando hacia fuera, aburrido, sin sueño... De
pronto, el ómni bus se detuvo, se encendieron las luces y miré de forma
mecánica a mi alrededor para ver con quiénes viajaba, en un gesto, quizás,
instintivo en busca de una cara juvenil femenina. Sin embargo, llamó mi
atención un hombre de mediana edad quien iba sentado hacia el interior del
pasillo, en la hilera de asientos opuesta, en el asiento contiguo al mío.

Estaba sentado cómodo, apoyaba ambas manos en el tubo del asiento


frente al suyo y tenía los ojos cerrados, pero tuve la impresión de que no
dormía. Enseguida, apagaron las luces, el ómnibus comenzó a moverse y a
ganar velocidad.

En las sombras, podía verlo sin cabecear, impertur bable, inmóvil, se me


antojó ausente. Volví a mirar hacia fuera, entreabrí la ventanilla y el aire
frío me golpeó el rostro, cerré un poco y olvidé al tipo.

Al rato, que me pareció larguísimo, llegamos a otro pueblito, no recuerdo


cuál, y otra vez se hizo la luz. Paseé de nuevo la vista por el interior de la
guagua y ¡de nuevo! vi al hombre en la misma postura, como lo único
absoluto, se me ocurrió que, tal vez, como lo único real.

No estaba dormido, su espalda con tra el respaldar del asiento, era muy
derecha, erguida su cabeza, firmes sus manos una sobre la otra, aferradas
sin tensión al tubo del asiento de lantero. No, no dormitaba. Pero ¿En qué
podría estar pensando ese señor? que lo aislaba, lo desco nectaba de la
experiencia de aquel viaje que, para todos los viajeros, incluso para mí,
formaba parte de eso que llamamos realidad. La luz se apagó y se encendió
aún varias veces más, antes de llegar a Guanajay, y ¡siempre! hasta
entonces, el individuo mantuvo la misma posición.

Cuando llegamos a Guanajay, donde yo debía to mar otro ómnibus hacia La


Habana, lo perdí de vista para siempre.

Han pasado unos veinte años y, durante todo este tiempo, no he dejado de
meditar sobre este asunto.

Es casi increíble que un individuo in móvil, sin decir palabra, con sólo su
presencia, pueda comunicar algo edificante o cualquier cosa. Lo cierto es
que, en estos veinte años, he ido elaborando la certidumbre de que aquel
ser extraño era alguien dueño de sí mismo, que con su actitud daba un
ejemplo de autocon trol, equilibrio, de dominio emocional, de una gran
presencia de ánimo, de un espíritu poderoso y magnético.

Sí, es probable que, usted, piense que soy un indivi duo sugestivo, fácil de
impresionar, quizás crea que soy imaginativo, creativo y que vi en aquella
oportunidad mucho más de lo que en reali dad había, de forma que inventé,
armé, un gran lío donde no lo había. Cualquiera podría asegurar que, en un
sujeto medio dormido en una guagua, monté toda una ideación mística, la
cual, no más existió solo en mi mente. A esto, yo, respondería con la
mayor seguridad: es posible.

Pero, también, es posible ¡mucho más posible aún! que yo no sea la única
persona imaginativa, suges tiva, impresionable, sensible, creativa y tonta de
este mundo. Lo más seguro es que exista, ¡al menos uno! No igual, sino ¡al
menos! semejante a mí y para ese individuo desconocido; que se me parece
en algo, con quien, lo más posible, no cruzaré nunca dos palabras, durante
es tos veinte años, y mientras continúe viajando, yo, en guaguas; intento
dar la misma impresión que me dio aquel individuo una noche de
diciembre del año 1970.

Lograrlo, me costó el inicio de un enfrentamiento brutal contra la persona


que soy. Sucede que cuando asumo una postura cómoda y me esta blezco
en ella, tan sólo al pasar unos minutos co mienzo a pensar que me miran,
que debo parecer un loco, que resulta tonto, que me canso de esa postura,
que alguien tose, discute, ríe, y mi naturaleza grosera quiere enterarse de
todo lo que sucede afuera de mí, aquí comienza la lucha entre la persona
real, desconocida para mí, que quiero ser, y que aún no soy, y la coti diana
que creo ser, no siendo más, que una ima gen grotesca de aquella. Así, me
voy dando cuenta que: quien quiere ser, es mi propia volun tad
imponiéndose sobre lo que creo ser, ambos en una lucha por gobernar a
este montón de mate ria que los sustenta. Y que entre la irrealidad: de un
yo, que creo que soy y la realidad: de un no sé quién soy; vamos llevando
de un lado para otro. Advierto que, en cada batalla, no siempre triunfa el
desconocido, pero las pocas veces que vence, me invade el orgullo de la
victoria. Y cuando triunfa este que conozco de todos los días, de cuando
me peino o me cepillo los dientes frente al espejo, me siento defraudado.

Mucha gente pone en la trascendencia inmediata, en las grandes y


aparatosas realizaciones, el ob jeto de su vida. La importancia real de una
per sona sobre los demás que lo rodean no está en la ovación que le tributa
un auditorio, en los autógra fos que le solicitan, ni en las entrevistas que
concede, pues la persona que aplaude, que extiende la cuartilla o graba en
una cinta magne tofónica las palabras de alguien que ha triunfado ¡o ése
mismo que es entrevistado! no es por mucho tiempo, ni mejor ni peor de lo
que fueron, o fue, unos minutos antes de estos hechos.

La mayor parte de las veces, nuestra obra más im portante, nuestro


verdadero objetivo existencial, queda realizado, incluso, sin que tengamos
una comprobación o un reconocimiento por haberlo logrado.

Comprendo esto sea discutible, pero en lo personal me complace creer que,


en estos veinte años ¡qué ojalá! se quintupli quen, pueda ser posible que ¡al
menos uno solo! tan tonto como yo, me recuerde durante tanto tiempo,
como recuerdo a aquel desconocido personaje a quien pude ver a ratos, en
un viaje noc turno de diciembre, en ruta Cabañas-Guanajay, hacia La
Habana.

LA PERFECCIÓN

Mi amigo Orizábal es alguien que no se parece a mí porque se parece a mí,


pero al revés.

Mi amigo les da importancia a cosas a las cuales yo también se las


concedo, pero no tanta como él. Lo ad miro por eso y sé que él me admira a
mí por lo mismo, pues quisiera ser como él, sólo que no tengo tiempo; y él
quisiera ser como yo, sólo que no tiene valor.

Mi amigo Orizábal es como yo: un autosufi ciente. Si necesitamos una silla


la hacemos, si nos gusta un cuadro lo pintamos y si preferimos cierta
canción la cantamos. Nuestro otro punto de contacto es que lo acometemos
todo con nuestros recursos, si vamos a hacer una silla y no tenemos sierra
la hacemos a punta de serrucho, si no tene mos óleo o nos falta lienzo
pintamos a creyón sobre una cartulina y para la canción si tenemos la boca
ocupada con un caramelo, entonces, damos palmaditas o hacemos:
Mmm…mmm…mm...

La diferencia está en que, si construimos una si lla, él investiga sobre la


historia de todos los estilos de muebles, elige maderas preciosas y la arma
y la desarma tantas veces como defectos le encuentre. Si pinta un cuadro
estudia diseño, pers pectiva, todas las técnicas pictóricas. Y para la canción,
aunque sólo sea para silbarla, matrícula en el conservatorio un curso de
solfeo, ritmo y armonía.

Yo no. Si necesito una silla me basta con poder sentarme en ella. Me


gustaría bonita, duradera, igual que a él, pero no tengo tiempo para eso.
Para el cuadro me basta con que me guste y para la canción igual. La
diferencia es que todo lo termino primero y me queda tiempo para disfru tar
lo que hice. En el tiempo que él hace una si lla yo hago un juego de cuarto,
pinto una galería de cuadros, canto tres canciones y silbo dos con ciertos.
Todo a pleno disfrute.
Este constante divertimento es el que él admira pues cuando comienza a
disfrutar su obra se da cuenta que la silla tiene una falsa escuadra de una
millonésima de grado o que no tiene bien pu lido el espaldar, al fin cuando
la termina dejando maravillados a todos los que la ven, él tiene el
desconsuelo interior de no haber podido hacerla mejor porque no tuvo las
herramientas idóneas. Se satisface con el reconocimiento ajeno, pero tal no
supera la expectativa del reconocimiento de sí mismo al cual nunca tiene
acceso.

A mí me gustaría que me salieran las cosas tan sólo la mitad de cómo le


quedan a él, pero me con formo con sentarme en mi cajón para descansar,
me importa un pito si le va a caer comején algún día, si se afloja el mes
que viene o si alguien se ríe.

Mi amigo (y muchos más) me tienen por un chapu cero, pero él sabe,


también, que soy un chapucero, si no feliz, al menos satisfecho. Esto es lo
que él admira en mí, sólo que no se explica de qué puedo estar satisfecho,
siendo un chapucero que puede serlo menos.

El asunto es que hago todo lo que hago no para hacerlo perfecto, aunque,
tampoco, para hacer una chapucería, me basta con que lo que hago me sea
útil, pues todo lo que hago es porque me resulta necesario y si no cristaliza
en lo que la gente entiende como una obra de arte es, porque necesito
tiempo para empren der otra cosa que, también, necesito. Dete nerme, en
una es un lujo que no puedo darme.

A veces, me pongo a pensar en mi amigo Orizábal y me asalta la


curiosidad de indagar el drama de su vida, la búsqueda de perfección, su
inconformi dad constante consigo mismo, su cons tante ponerse metas por
encima de su capacidad de realización, su no-comprensión de sus lógicas
limitaciones, su infelicidad, pues me duele verlo atrapado en ese círculo
vicioso y a veces quisiera convencerlo de su error. La suerte es que
siempre me doy cuenta de que no tengo tiempo. ¡Y si el error! ... ¿Fuera
mío? Estoy demasiado ocu pado con mi vida para ponerme a arreglar las
aje nas.

Todo cuanto puedo hacer es darle el ejemplo de mi vida. Recuerdo ahora,


no sé por qué, una frase de un cuento infantil que dice: zapatero a su za -
pato.


LAS INFLUENCIAS EXTERNAS

Eso que llamamos vocación es algo que en propie dad ocurre en el


individuo, es algo que se activa en él y lo fuerza a dedicarse en ciertas
disci plinas, cuando tal influencia es muy fuerte. Cuando es menos fuerte,
el individuo dice gus tarle o llamarle la atención la música, por ejem plo;
pero, aunque aprenda a tocar guitarra nunca pasa a formalizar estudios, y
no sale de rasgarla más que en los cumpleaños de sus ami gos.

La afición por determinada cosa no es su deci sión, no tiene que ver con su
voluntad, con su elección, aprobación, sino que es algo que apa rece en él,
lo cual no tiene nada que ver con su responsabilidad consciente; tiene que
ver más bien con la herencia, con cierta promesa gené tica. Algunos con
mucha autoridad dicen que re sulta una influencia del más cercano sector
cósmico: planetario, solar, lunar o terrestre, es decir: externa. De todos
modos, es algo que sor prende al individuo y si ese algo es fuerte compro -
mete sus emociones y lo lleva a producir algunas acciones (estudios,
compras, sacrificios, etcétera). Pero siempre es algo que se instala en el
individuo.

Tomemos por caso a un individuo con aptitudes para las Artes Plásticas.
Este indivi duo se orienta en este sentido, canaliza sus inquietudes; de
alguna manera, según las circunstan cias, aprende algo (de forma
académica, autodidacta o empírica) y así este buen se ñor pinta varios
cuadros.

De tal modo, puede estar convencido de haber realizado una obra, pero en
realidad, todo le ha suce dido. Él ha servido de instrumento o medio a
través del cual se ha realizado un trabajo. Cierta necesidad de expresión
¡es tan fuerte! que lo hace pintar, pero él no se propone hacerlo, sigue el
impulso de la inspiración, pinta cuando tiene de seos, se convierte en el
vehículo de cierta fuerza externa, pero tal señor no aceptará esto. Para él,
él ha hecho algo.

Un buen día, alguien con poder logra ver los cuadros del individuo, le
gustan y le propone exponerlos. Y los cuadros pueden presentar un gran
dominio de la técnica pictórica, pueden incluso tener algunos toques
técnicos novedosos, excelente composición, equili brio del color, y sobre
cualquier temática se puede montar una teoría como argumento. Pero de
ahí a decir que se está en presencia de lo que pueda llamarse: una obra de
Arte, hay un trecho.

Algo bien distinto es el caso de aquel quien, tam bién teniendo esa
compulsión vocacional, no pinta sólo cuando tiene ganas, cuando esté
inspi rado o cuando viene la Musa, sino que, dejando de ser un vehículo
para que cierta fuerza ajena que lo hace tener ganas, inspirarse, etcétera,
algo en él, que le es propio e interno, lo hace pin tar, aún, cuando no tiene
ganas; ese algo ocupa el lugar de los deseos de pintar, de la inspiración y
pinta por un esfuerzo responsable y consciente, pinta no porque algo
externo pinta a través de él, sino porque es él, de veras, quien pinta. Sólo
entonces, estamos en presencia de un artista, de una voluntad, de alguien
que puede llegar a trascender con autenticidad.

Al primero, en su trascendencia, lo percibimos como un semidiós, como un


ser divino, como al guien diferente a quien todo le ha sido fácil. El
segundo, está más próximo a nuestra realidad, a nuestras circunstancias y
posibilidades.

El individuo del primer caso, a pesar de todo, es un juguete de las


condiciones externas, de las influencias exteriores, quien no puede
alterarlas, no puede incluso decidir por cuáles influencias va a ser
manipulado, el segundo sí.

Toda la diferencia está en poder construir ese algo, la voluntad, capaz de


elegir cuál influencia seguir, porque el ser humano no puede evitar el
influjo externo. Pero el hecho de elegir, de ejerci tar la capacidad de decidir
de quien ser es clavo, es ya un acto de suprema libertad para el estado del
humano en la Tierra.

Esa voluntad; según algunos, con cierta autori dad, dicen que resulta una
influencia del más le jano sector cósmico, viene de las estrellas; es una
influencia estelar; pero, por ser lejana, es débil, aunque constante, siendo
también una influen cia externa a la cual otros deciden some terse, pero esto
es, ya otro tema que no viene al caso.

LAS OTRAS PERSONAS QUE


PODEMOS SER

Siendo como soy, alguien que se toma muy en serio el asunto de escribir,
trato por todas las for mas de manifestarme en los medios de difu sión, con
particular interés en los de prensa; y en este aventurero asunto que es
intentar ¡No lograr! que me publiquen, me hallo siempre en oportunidad de
tratar a la suerte de tú a tú, lo cual viene a ser algo así como tratar de ser,
yo mismo, mi propia suerte; pero por sobre todo, estoy de continuo
ejercitando mis posibilidades de aprender de otras personas; eso me da pie
para estar siem pre atareado, buscando conclusiones sobre mi aprendizaje y
tener siempre un tema para escri bir.

Voy a relatar dos facetas de dos conocidos perio distas, dos momentos de
sus vidas que quedaron olvidados para ellos por serles cotidianos; pero
que, para mí, quedarán fijos en el recuerdo hacién dolos más vivos y más
humanos y ¡Al evocar los! pretendo formarlos parte de la persona que
quiero ser; la cual, según Unamuno, es por la cual debíamos ser juzgados.

Ambos profesionales son, como dije, conocidos. Todos los días leemos sus
artículos o alguna que otra vez hemos visto sus rostros y oído sus comenta -
rios en la TV. Sin embargo, estas formas de acercamiento a sus personas no
brindan la verda dera dimensión de sus personalidades y la mayoría de la
población se queda con una fría impresión de ellos, con una simple
imagen, con una falsa e incompleta visión de estos seres. Creo que este
artículo puede servir para que mu cha gente logre mejorar su enfoque sobre
tales personas y con esto se beneficiarán sus relacio nes en los círculos
humanos en los cuales se mue ven, pues obtendrán nuevos puntos de
referen cia, por demás ejemplares, para guiarse en sus vidas.

Hasta aquí bien pudo ser un prefacio.

Hubo una temporada en la cual asediaba con mis artículos a Soledad Cruz,
conocida periodista de Juventud Rebelde. El hecho de que siempre me
atendiera con amabilidad por teléfono y de que hiciera un comentario de
reconocimiento a mis cartas, no pasa de ser un lugar común en quienes,
dado su nivel cultural, tienen un concepto bien definido sobre la vida
social.

Cierta vez, habiendo concluido uno de mis escri tos que más aprecio y
coordinado con ella la en trega para su evaluación aquella misma tarde, me
fui hacia la redacción del diario. Eran ya pasadas las cuatro y amenazaba
lluvia. En el vestíbulo me informaron que debía estar ella en el parqueo
pues acababa de salir. Comenzó a lloviznar, pero así y todo me lancé a la
calle, en un último in tento por conocerla en persona. En ese mo mento,
salió un auto azul oscuro conducido por una mujer, ¡No podía ser otra! Le
hice señas, se detuvo y bajo la lluvia me identifiqué invitán dome ella a
subir al vehículo. Le entregué mis cuartillas y me excusé por los posibles y
casi segu ros errores cometidos producto del apuro por terminarlos, y fue
entonces cuando, sin mirarme, ¡cómo la cosa más natural del mundo! Me
dijo aquellas palabras que ya no podré olvidar jamás.

No te apenes por tus errores. Yo todavía cometo faltas de ortografía.

Mis gestiones para publicar en Juventud Rebelde a través de ella fueron


infructuosas, pero recibí algo mucho más importante y menos pasajero: la
enseñanza de poder enfrentarme a mí mismo tal cual soy, lo cual me hace
ser más justo, más com prensivo con los demás, es decir: más humano.

Una vez repasando las tablas de multiplicar a mi hijo mayor me


preocupaba, me enfurecía, porque no lograba dominarlas, recordé entonces
aquella anécdota y pensé que yo, a pesar de haber apro bado con
reconocimientos especiales asignaturas de Cálculo Matemático en la
Universidad y a pe sar de haber desarrollado mi actividad laborar en la
esfera técnica ¡todavía, en largas sumatorias, tenía que contar con los
dedos! Y eso no había sido impedimento para que mis compañeros me
reconocieran como un técnico confiable. Enton ces ¿por qué tendría yo que
martirizar a mi hijo con mi mal carácter, por qué me preocupaba, por qué
me enfurecía?

Comprendí que sumar más o menos rápido no era necesario para ser feliz
en la vida, así es que, sin dejar de repasar a mi hijo, se lo hice saber. Com -
prendí que sumar más o menos rápido era algo que yo podía decidir y que,
por haber hecho otras decisiones mucho más importantes (o cuando me nos
mucho más gratificantes) era que hoy su maba con lentitud, cosa que ya no
me da ninguna vergüenza, gracias a Soledad Cruz; y gracias a que trato,
todo el tiempo, de parecerme a ella en este aspecto, hoy soy mucho más
feliz, que tra tando de ser solo un simple escritor.

El otro periodista es el conocido crítico de cine, Rolando Pérez Betancourt,


del periódico Granma.

Como decía al inicio, este asunto de tratar de apare cer, de intentar hacer
público mi pensa miento, de hacer conocidas mis ideas, me pone en ocasión
de apreciar otras psicologías y así he sido desoído, engavetado, no
recibido, hecho espe rar, me han entusiasmado, ilusionado y desen gañado,
pero tales experiencias no son edifi cantes y si voy a hablar de alguien
prefiero que sea lo mejor. Acostumbrado a no resultar intere sante para
quienes tienen el control de la im prenta, subí, una tarde, después de las
cinco, al Departamento de Pérez Betancourt, con otro de mis artículos.

Estaba atareado. Le propuse dejarle mis papeles y pasar por allí otro día,
pero me respondió que me atendería en unos minutos.

Al cabo, leyó mi artículo. Con atención, lo aseguro porque sé el tiempo


que toma leerlo y consu mió más del necesario. Al fin movió la cabeza. ¡Y
comenzó a leerlo, de nuevo! Ante mí, lo leyó tres veces, con toda calma.

Me dijo, que el tema no estaba dentro del perfil de la sección que atendía
en el diario, pero que, aparte de eso, no estaba de acuerdo con mis
opiniones.

En resumen, tampoco, allí podría publicar; pero algo nuevo sucedía: no


había sido necesario que me dijera, como me dijo, que yo escribía bien y
que tenía ideas singulares (aunque no las com partiera) me lo había
demostrado con su atención.

El tiempo es el material con el cual está hecha la vida y, aquel señor, me


había dedicado tiempo ¡Eso me hacía importante! ¿Qué podía importar
publicar o no publicar en Granma? Rolando Pérez Betancourt, me había
hecho comprender el valor del tiempo y cuánto podemos hacer sentir bien
a los demás cuando reconocemos la importancia que tienen y merecen. Mi
artículo es un magnífico artículo; si no, no lo hubiera analizado tanto, más,
estando fuera del perfil de su sección; eso me daba confianza en mí mismo.
Pero no solo esto, sino que aprendí a hacer mis juicios con calma y a
revalorar mis puntos de vista repentinos, tomé conciencia de la necesidad
de ser justo.

La vida nos obliga a emitir jui cios, hacer valoraciones y tomar decisiones
sobre otras personas. Cada vez que estoy en esa situación, me acuerdo de
Rolando Pérez Betan court, y trato de ser como él fue conmigo. A ve ces, no
coincido con los demás, pero me cuido mucho de considerarlos y
dedicarles el tiempo necesario para llega a mi veredicto.

Con tratar de ser escritor he aprendido mucho. Quizás nunca llegue a


publicar otro libro, quizás nunca pueda obtener un espacio en un diario o
en una revista, pero eso no me hace sentir frustrado, en mi intento de ser
escritor he logrado ser algo mucho mejor: un hombre que puede funcionar
en armonía con el mundo, a pesar de no poder reali zar sus aspiraciones,
alguien que trata de ser feliz a pesar de todo; conquistas, que son mucho
más duraderas, más gratas y más difíciles que ser un escritor que publica.
Para lograrlo, hay que recono cer que nuestra vida está hecha de lo me jor
de otras. El ser humano es, en buena parte, la suma de lo mejor de otros. El
humano es como un diamante de miles de facetas. Estas han sido dos.

Es probable que muchos piensen que estoy equivo cado. Casi seguro estén
en lo cierto, pero el caso es que tales, desde la razón que los asiste, viven
vidas agitadas, tristes, resenti das, llenos de angustias o de ira; mientras yo,
desde mi equivocación, desde mi sinrazón, hago de la mía, una sucesión de
momentos feli ces; los cuales, ocupo en agradecer, a muchas personas,
quienes han estado ahí, como ejemplo, para que sea quien soy.


OTRO PREFACIO

Vamos ahora, a detenernos en la observación de un relato donde se


demuestra cómo podemos encon trar una enseñanza trascendental en
sucesos en extremo simples, tanto que pueden resultar ridículos y vulgares;
donde se demuestra cómo, de todo fenómeno que ocurre dentro de los
límites de nuestra observación, emanan suficientes elemen tos con los
cuales construirnos un espíritu vigoroso; pero que, sobre todo, demuestra
cómo captar, o no, semejante información, depende, en primer lugar, de
nuestra disposición personal para recibirla.

De forma general, consideramos que debe existir una relación de


semejanza entre la calidad de la información y su medio de manifestarse.
Quienes vieron la película Amadeus; recordarán, recién comenzada, que
Salieri, en una gran fiesta, pasea por los salones intentando descubrir, entre
la gente, a Mozart ¿Será este? Se decía. Cuál no sería su sorpresa, al
advertir que era quien menos pudo haber imaginado. No importa que este
deta lle haya sido, o no, fiel a la verdad histórica, el asunto estriba en que
constituye un aspecto de la realidad verdadera y no de la realidad
constituida por las apariencias. En otro ejemplo similar, tenemos aquel
pasaje evangélico en el cual, los discípulos de Jesús, le advierten del
desagrada ble hallazgo de un perro muerto en el camino; a lo cual, el
Maestro, responde: ni si quiera las perlas son tan blancas como sus dien -
tes. En resumen, podemos dejar sentado que tanto en los textos antiguos,
como en las artes más recien tes o en la vida cotidiana, podemos dar o
recibir suficientes señales para hacernos una se gura marcha en el camino.
Todo de pende de que estemos: ojo avizor a la espera.


EL MENDIGO

A dos cuadras de la empresa en que trabajaba, había una pequeña cafetería


donde, además de café, se podían merendar unas croquetas, un vaso de
leche fría o una taza de chocolate espesado con maicena. Allí, sentado en
el quicio del mostra dor, estaba siempre un personaje estrafala rio que
formaba parte ya del establecimiento.

Era un individuo alto y flaco. Invariablemente abrigado, aún en tiempo de


calor. Nunca lo vi hablar con nadie y tenía expresión ausente y los ojos
enrojecidos por lo que pensé se trataba de un pobre alcohólico en franco
proceso de dete rioro físico (Aunque nunca tuve la certeza de tal criterio ni
otros elementos de juicio aparte de los ya mencionados). Estaba allí,
callado, como si no existiera. Era un individuo al parecer inútil, mani -
festando su inutilidad de continuo y quizás fuera esto lo que molestaba un
poco, allá en las profundidades de la conciencia pública, pues la gente,
aunque lo miraba y seguía su camino, lo hacía con un gesto, una mueca o
un breve comenta rio de repulsión.

Una mañana, junto a un compañero de trabajo, salí de la empresa a tomar


una taza de café y a estirar las piernas para disipar el tedio de la ofi cina.
En esa ocasión, el pobre hombre estaba peor que de costumbre, además de
su aspecto, ahora movía una mano y la cabeza con un temblor
parkinsoniano y agobiaba a los usuarios con sus débiles quejidos.

- ¿Pero y este hombre qué hace aquí?

- ¡No, no, no y hoy está como nunca!

- ¿Y él no tiene familia?

- ¡Oiga! En un lugar público como éste, este es pectáculo es muy triste. –Se
quejó uno a la dependienta.

- ¡Este hombre necesita un médico! –Descubrió alguien.

Muchos dejaron su taza de chocolate casi intacta y se marcharon del lugar


apenados, asqueados o enojados. Yo mismo no pude termi nar el mío. No
podía sorber con calma mi caliente brebaje y, a la vez, estar oyendo a aquel
hombre o mirarlo, o no mirarlo, y saber que estaba allí convulso,
quejumbroso, con un hilillo de baba colgándole de los labios.

Aquella mañana, no era indiferente para el mundo. Para la mayoría era un


ser angustiado nece sitando ayuda y todos lo sabíamos, pero nin guno se
movilizaba para brindársela. Quizás si oliera a Paco Rabané o Aqua Brava,
si calzara zapatos lustrosos ¡Posiblemente si estuviera afeitado! Y si
alguno lo hubiese visto alguna vez discutir acalo rado una jugada de
béisbol... pero no, su relación con el mundo de las personas que fre -
cuentábamos a diario el cafetín, era de abajo hacia arriba, extendiendo una
mano.

- ¡Ay, ese hombre se va a morir! –Dijo una mujer.

Dejé mi taza y salí seguido por mi amigo, al pa sar junto al hombre le dirigí
una mirada de curiosi dad, como la que todos le dirigíamos atraí dos por
aquel abismo hacia el cual todos marchábamos. Lo miré ¡Y sentí algo que
no había sentido jamás en mi vida! Tam bién me miró desde el suelo y
nuestros ojos se encontraron. Sus ojos, desorbitados y enrojeci dos, tenían
una expresión de súplica, como si hablara, y creí ver en su jadeo y en el
temblor de sus labios una intención de comunicarse conmigo ¡Aquel
hombre! ¡Dios mío! ¡Me pedía auxilio!

Todo fue rapidísimo, como en un lampo. Era inmi nente, iba a morir tirado
allí entre suficien tes personas para ayudarle y nadie hacía nada. Recordé
cuánto había llorado cuando tenía diez años y murió mi gato... y con un
nudo en la garganta, seguí adelante, también, como los otros.

Mi amigo comenzó a hablar, pero yo seguía allí, en mi mente, clavado


frente al moribundo que me miraba en silencio, y mientras más me alejaba
del lugar más noción tenía de una cierta culpa, como si yo estuviera
matando a aquel hombre ¡o peor! Como si yo mismo estuviera matando a
lo único de veras valioso dentro de mí. Llegamos a la oficina. Me senté
ante el buró e intenté orde nar unos papeles. En realidad, no podía con mi
culpa.
Hubiera sido tan fácil salir corriendo, pararme en aquella calle de tanto
tráfico con los brazos abier tos ¿Qué chofer no hubiera parado? Abrir la
portezuela, correr hacia el tipo y cargar sus fla cos huesos para meterlo en
el carro ¿Cuánta admira ción no hubiera atraído sobre mí? ¿Cuán tos
comentarios positivos no hubiera suscitado?

Me puse de pie y salí. Durante el camino pude darme cuenta que a pesar de
sentirme bajo un es tado emocional, fuera de lo normal, provocado por el
encuentro con aquella mirada, ya algo en mí había cambiado; no era el
primer impulso lim pio y desgarrador el que me movía ahora. Iba más
interesado en causar una impresión heroica en terceras personas, que en
establecer cierta rela ción entre el olvidado por el mundo y yo.

Cuando llegué ya no estaba. Alguien más valiente se lo había llevado a un


hospital. De todos modos, no era yo el mismo de unos minutos atrás. En
pri mer lugar: si el hombre moría, como era de esperar, no me sentiría
culpable porque yo, por una razón más o menos noble, había regresado
decidido a sacar el puñal que había clavado en mí mismo y el hecho de
haber regresado me de volvía la vida. En segundo lugar: no me sentía
crimi nal porque nunca había estado en aquella situación y al estarlo de
golpe, el no estar adies trado me hizo perder la oportunidad de actuar con
decisión.

En lo adelante ya sabía lo que hacer y cómo. En lo adelante, estaría al


acecho, en busca de una nueva oportunidad donde probarme a mí mismo
de qué podía ser capaz. La próxima vez, de no actuar pronto, ya nada
podría quitar de mí todo el peso de la culpa.

Días después, en la misma cafetería, tuve la se creta sorpresa de ver al


mismo personaje sentado, como de costumbre, en el mismo sitio.

Me di cuenta: aquel ser insignificante había servido, sin saberlo, para algo
mucho más impor tante que mi propio trabajo, había sido un medio para
que me volviera un ser de mejor calidad que el que había sido antes de
reparar en él y el hecho de descubrir su rol en el juego me hizo apre ciarlo
en su verdadera magnitud: aquel indivi duo, tirado en el suelo de un cafetín
de quinta categoría, era más útil y más importante que el director de mi
empresa y haberlo descu bierto me hacía participar de su grandeza.

UN NUEVO PREFACIO

Este trabajo, que a continuación ofrezco, no se trata de un tema de


Matemáticas, se trata ¡quizás! (aunque tal vez no) de algo mucho más
impor tante, que sólo será advertido por las personas a las cuales está
dirigido. Los demás no pasarán de disfrutar una anécdota, de compartir una
experien cia, a lo sumo llegarán a reconocer y a razonar de qué se trata,
pero no pasarán a llevar estas ideas, del mundo invisible de sus mentes, al
mundo visible de las cosas manifestadas; hacerlo conlleva un
enfrentamiento antagónico y belicoso, digamos: a una guerra, consigo
mismos. Eso es algo que no podrán soportar. Su concepto de paz no les
permite tal lucha.

EL MÁXIMO COMÚN
DOMINADOR

Había una gran cola en la pizzería. Yo quería en trar al cine, que estaba al
lado, pero no había co mido. Eran las ocho y media, más o menos, de la
noche y dentro de unos veinte minutos, más o me nos, comenzaría la
proyección del filme. Es taba parado allí, frente a la cola de la pizzería,
decidiéndome entre hacer la cola y perder el co mienzo de la película o ver
la película completa con el estómago vacío.

De pronto, un individuo; a quien no recuerdo haber visto nunca; se me


acercó, extendió su mano derecha y exclamó con alegría:

–¡Qué tal de tu vida? ¿Quieres comerte una pizza?



–Sí. –le dije estrechando de forma automática su diestra. –¡Pero hay
una cola! –Exclamé con pesar.
–Ven conmigo. –Y le seguí.

Sin decir palabra, decidido entró en la pizzería violando la cola, como si
fuera el dueño. Frente al estante de autoservicio me dijo con toda autori dad
(autoridad que no sólo yo no taba, pues nadie protestó).

–¿Cuántas quieres?

–¡Una! –Respondí. Impresionado por aquello tan irregular que estaba
sucediendo casi en los lími tes del delito. Yo estaba perplejo.
Tomó la pizza, siguió hacia el área de los cubier tos y luego, con gran
desenvolvimiento hacia la caja donde me dio la bandeja con el plato;
después pagué, y nos sentarnos a una de las mesas donde comencé a cortar
la pizza sin saber qué decir.

Comencé a organizar mis ideas. Todo había suce dido rápido. ¿De dónde
me conocía el individuo? Sentí la necesidad de satisfacer esta pregunta, me
daba pena preguntárselo después del servicio que me había prestado. Al
decidirme, a pesar de todo, me di cuenta de una nueva anormalidad: yo
estaba allí, cortando la pizza y, el personaje aquel, estaba frente a mí,
observándome como si yo fuera un objeto, como si esperara algo. Me sentí
raro. Lo miré y me pareció un poco extraño verlo sen tado a la mesa sin
tener una pizza, como yo. Pensé debí haberlo invitado; pero, en realidad,
había sido él quien me había invitado a mí, olvidé mi pre gunta inicial para
formularle otra:

– ¿Quieres una pizza? –Y se encogió de hombros como aceptando.


Así lo interpreté.
Metí la mano en el bolsillo y le di dos pesos. (En esa época una pizza
costaba un peso con veinte centavos hoy la más barata cuesta siete pesos).
Los tomó y se puso de pie, pero en lu gar de ir a buscar su pizza se marchó
del estableci miento, dejándome lleno de interrogan tes, cuyas respuestas no
serían, ya, más que conjetu ras.

Sentí que el individuo me había manipulado y entré al cine con sentimiento


de derrota, aun que no me sentía ¡para nada! aplastado; sino, casi, divertido
de ver cómo se había buscado dos pesos sin traba jar; aunque aquello casi
había sido un trabajo. Dejé de sentirme vencido. Comprendí que no había
sido más que un negocio: le di algo que no me pidió y me dio algo que yo
necesitaba y que tampoco le pedí... pero, de todos modos, allá en el fondo,
continuaba sintiendo que, en alguna forma, me había manejado a su antojo.

En otra ocasión, caminaba yo, una tarde, por la calle Neptuno hacia La
Habana Vieja. Me detuve a esperar la disminu ción del tráfico para cruzar
la avenida. Estaba parado en la tienda que hace esquina con Galiano. En
ese momento un empleado dejaba en la acera un refrigerador pe queño. El
cual había llevado hasta allí en una de esas carretillas especiales que usan
en los almace nes. El cliente, para transportarlo hacia su casa, había
contratado a uno de esos individuos que se dedican, por cuenta propia, a
estos meneste res. No debía ser lejos: por eso no con trató un pequeño
camión o una de las varias moto netas que esperaban parqueadas a lo largo
de la calzada, sino una carretilla manual, de las que ruedan sobre grandes
cojinetes de bolas. Su conductor era un viejecillo flaco y patilludo, de
aspecto general bastante repulsivo con una levita ridícula y una maltratada
gorra de plato con vi sera.

Estos detalles los advertí después. En mi asunto de cruzar la vía poco me


importaba la compra de un refrigerador o la forma en que el dueño lo lle -
vaba a casa. Digo después refriéndome a lo que me hizo desconectar mi
atención del tráfico.

–¡Oye tú! Agarra aquí un minutico. – Dijo a la vez que me impulsaba


con un leve empujoncito por el hombro y de inme diato dijo algo
parecido a otro tran seúnte.
–¡Vamos a montarlo en la carretilla! Lo de más es mío. –Y siguiendo
sus instrucciones lo hicimos, sin mucha complicación, en tiempo
récord.
Aquel viejo estrafalario nos había utilizado; sin presentarse, sin pedírnoslo
de favor y ni siquiera nos dio las gracias. Una vez montado en la carreti lla
el refrigerador, se puso a amarrarlo sin volver a mirarnos. Estaba en lo
suyo. Nos trató como herramientas de trabajo.

Aquel ciudadano indecente, como si fuera un ser superior, no había dado


más que órdenes que cum plimos sin discusión, porque no teníamos que ser
convencidos. Comprendimos, de inicio, que íbamos a hacer algo urgente
que serviría para un fin necesario; que debía hacerse en aquel mo mento y
no en otro.

Entonces, comprendí que había alcanzado un nivel de conocimiento que


muchos buscan en socieda des secretas, en sectas místicas, en prácticas
mági cas, en brujerías, en doctrinas filosóficas o en teorías psicológicas, y
que es: un cierto domi nio de las circunstancias exteriores y las volunta des
ajenas.

Comprendí que todos vivimos en contacto con las enseñanzas de este tipo
sobre el dominio de la realidad, sólo que no todos estamos al tanto para
aprender. Los interesados se la pasan esperando un maestro consagrado,
una gran realización, algo fuera de lo común.

Me pareció que yo también podía tener acceso a ese poder y decidí


ejercitarme.

El día que elegí para hacer mi primera prueba fui a una farmacia. Había
una pequeña cola de espera para comprar. ¡Bien! El plan era el siguiente:
iba a tratar de violar la fila para probar mi dominio de las circunstancias,
pero tenía primero que con vencerme de que tenía poder suficiente para
lograrlo. Después, me establecí en el criterio de no pisotear las voluntades
ajenas, a fin de que no se sintieran manejadas como títeres. Experiencia
que conocía y era tan desagradable, que no la de seaba para nadie. Por
tanto, consideré una posibili dad, si no daba resultado, sería de bido,
también, a mi propia decisión. De esta forma, cualquiera de las dos
posibles formas de terminar el ejercicio, serían exitosas. No había lugar
para el fracaso. Todo era positivo para mí. Así que seguí adelante. Me fui
directo al mostrador y dije en voz alta, sin subterfugios:

–¡Atiendan acá! –Con esto pretendía sacarlos del estado normal de la


cotidianidad, donde sabían a la perfección lo que hacer. Puestos en
circunstan cias para las cuales no estaban prepara dos, no sabrían
cómo actuar y quedarían en oportunidad para ser dirigidos. Conti -
nué:
–Necesito un par de aspirinas, pero no tengo tiempo para esperar por
la cola. Las necesito ahora y ¡mire! no tiene que darme cambio. –Le
dije a la muchacha tras el mostrador.
Todos se quedaron como pasmados. La depen dienta iba a atenderme
cuando una viejecita co menzó a protestar y me abstuve de hacer la com pra.
Un señor intentó rebatirla en mi defensa, cosa que pude aprovechar para
llevar hasta las últimas consecuencias mi ejercicio; pero me marché. El
objetivo principal se había cumplido.

Luego concluí que el error fue que no necesitaba en realidad las aspirinas o
que la viejecita necesi taba mucho más aun lo que iba a comprar y, por
tanto, no podía admitir ser manipulada. El fallo podía estar, también, en la
calidad del sistema de señales exteriores con el cual expresé mi necesi dad.
Un buen actor hubiera hecho creer a la an ciana que las aspirinas eran más
importantes que su medicamento, pero eso hubiera sido atrope llarla.
Pero ¿Podría ser válido el atropello si mi asunto fuera más importante que
el de ella? Responder esto divide a los magos en dos clases. Mientras no
seamos magos, ninguno puede conocer la reali dad ajena. Ésta, debe ser la
verdad de los que aspiran a ser magos. Es decir: del que, por el mo mento,
sólo puede ser: un Máximo Común Domina dor.

OPERACIÓN COMANDO

En viaje desde el centro de la ciudad hacia mi casa en uno de los barrios


casi en las afueras, iba abstraído en mis pensamientos. A esa hora, casi a
mediodía, el ómnibus no estaba, lo que se llama, atestado de gente. Sumido
en la meditación de mis asuntos no advertí a una señora que estaba de pie,
como yo, a mi lado. Me hizo volver al mundo visible una joven, quien al
brindarle su asiento hizo este breve comentario:

– ¿Se siente mal señora? ¡Mire! Me quedo cerca.


De inmediato, aquella situación me hizo coordi nar una serie de ideas:
aquella mujer se sentía mal, viajábamos en una ruta veintitrés, estába mos
en Luyanó, en el parque de la calle Fábrica, la próxima parada sería en el
Hospital Hijas de Galicia, el cual, aunque es un centro de atención gineco-
obstétrica, bien podía, en pri mera instancia, dar primeros auxilios médicos,
una parada más adelante existía una policlínica en la cual, también, podía
ser atendida con urgen cia.

Se presentaba una ocasión, digamos un ejercicio, para probarme a mí


mismo.

Fue como si de pronto tuviera una real posesión del porvenir, como si
supiera lo que va a pasar después y comencé a sentirme alterado, digamos
nervioso. Me iba a enfrentar con una tarea que yo, el que siempre creo ser,
no deseaba reali zar.

Estaba, la mujer, sentada ahí, delante de mí y yo de pie, junto a ella,


observándola con atención. Sí, estaba mal y tendría que actuar con
prontitud.

La señora se estiró en el asiento como en una con tracción y se desmadejó


cayendo al piso cuando la guagua dobló izquierda, para tomar la Calzada
de Luyanó.

Sin más, la tomé por las axilas y realicé un gran esfuerzo para colocarla de
nuevo en el asiento. Estaba medio atontada, como si fuera a desmayarse.
Pensé que se trataba del preludio de un ataque epiléptico y me preparé para
lo peor.

Al fin llegamos a la parada del hospital. Enton ces, la mujer volvió a


desmadejarse. ¡En el acto! y sin pérdida de tiempo, la levanté, me abracé a
ella y comencé, entre forcejeos y gritos de ¡Permiso, permiso! a arrastrarla
hasta la porte zuela cercana.

Casi en el estribo, para ba jarla a la acera, la mujer se recuperó y comenzó a


negarse y a vociferar que se sentía bien, re cobró las fuerzas y le hicieron
espacio hasta su asiento.

Me sentí ridículo. Hice un recuento mental del incidente: me vi obligando


a la señora a bajar del ómnibus, me pareció cómico verme tra tando de
auxiliar a una mujer medio mareada, como si se tratara de un caso de vida
o muerte. Sin embargo, no sentí vergüenza de mí, aunque muchos me
miraban como un personaje fantás tico. Sabía que había actuado bien. El
nervio sismo no me permitió atender si los demás me tomaban, o no, por un
héroe. ¡Además, la pobre mujer pesaba tanto!

Me alegré que todo fuese tan sencillo y me alejé de la mujer. Mi lugar fue
ocupado por un joven gigantesco y traté de avanzar hacia el fondo de la
guagua.

¡Extrañas cosas de la vida! A pesar de todo yo tenía una vaga sospecha de


que aquella mujer es taba mal ¡Cómo en efecto! Al poco rato cayó de nuevo
y comenzó a presentar signos de asfixia y débiles convulsiones de sus
miembros.

–¡Caballeros, esa mujer se va a morir aquí!



–¡Oigan saquen a esa mujer! –Comenzaron a orde nar los más
alejados, sin abandonar sus pues tos.
El fornido joven que estaba frente a ella se veía indeciso y no atinaba a
nada. La guagua se de tuvo en una parada y, entonces, supe que era el
momento de obrar. Encaré al muchachón y le dije a quemarropa:

- ¡Bájala! –Con la misma, me abrí paso y gané la portezuela.


- ¡No la dejes cerrar! –Le ordené a otro y me lancé a la calle, al medio de
la senda contraria, deteniendo al primer automóvil:

- ¡Una urgencia! Al hospital a dos paradas de aquí, calzada arriba. –Abrí la


portezuela del auto pues ya venía el muchachón, con la señora aún
inconsciente. Entre los dos la colocamos en el asiento posterior y nos
hicimos lugar dentro del coche.

Al llegar la bajamos y nos dirigimos al cuerpo de guardia. Yo veía a la


señora muy mal. Mi compa ñero de ocasión no decía palabra, estaba (era
visi ble) impresionado. Fuerzas exteriores ajenas a su voluntad lo habían
impelido a ejecutar accio nes que nunca imaginó que podía realizar.

Estaba de turno una doctora de tanta edad como la paciente. Con calma se
aproximó a la silla de ruedas donde la habíamos colocado, la apretó con
fuerza por el cuello, como si fuera a estrangularla, pensé que comenzaba
un nuevo capítulo, ahora el de La Doctora Loca, pero no: la mujer volvió
en sí protestando. Enton ces, caí en la cuenta de que no hacía nada allí, en
todo caso más bien estorbaba. Miré afuera y vi una ambulancia. Creí
evidente que mi misión había concluido, di media vuelta y me dispuse para
mar charme hacia la parada del ómnibus. El joven es taba allí petrificado.
Pensé decirle que se fuera conmigo pues ya no tenía más que hacer allí,
pero pensándolo mejor decidí que se diera cuenta por sí mismo y salí a la
calle, satisfecho y feliz como si fuera el día de mi cumpleaños. En
realidad, podía sentirme feliz, porque era el de mi no-cum pleaños.

EL JUICIO INTERNO

En el año l980, era yo encargado de la compra, manteni miento, reparación


y verificación de medios de medición de una empresa constructora de
obras de arquitectura. Dicho así, parece un cargo impor tante. Tenía un
sueldo algo más que deco roso y participaba en los consejos de dirección; a
pesar de mi poca participación, todo pa recía indicar que la actividad que
desarrollaba era de veras un punto estratégico en el control económico,
técnico y productivo, dado por el énfa sis que mis superiores ponían para
apoyarme ante los jefes de las distintas brigadas y plantas de elementos
prefabricados de hormigón armado. La realidad era otra, pues estando la
oficina cen tral en la Ciudad de La Habana y las obras de cons trucción, así
como los talleres de reparación y mantenimiento de equipos automotores y
las plantas de prefabricado antes mencionadas, en el interior de la
provincia Habana, el contacto di recto con el lugar donde debía
materializarse mi trabajo, era distante y en el Departamento Técnico de la
empresa, en el cual se emplanti llaba mi cargo, no tenía vehículo de
transporta ción asignado.

En resumen, mi actividad era nominal y el cumplimiento de los planes


ficticio o de cali dad insuficiente, pero nadie sufría por ello.

El caso fue que, en cierta ocasión, se orientó, a fin de controlar el ahorro


de cemento, que debía ser precisado, mediante el aforado de los camiones-
silos apenas llegaran a las plantas de prefabri cado para controlar el
cemento que se entregaría en los depósitos estacionarios próximos a la
hormigonera y a la báscula dosificadora. Este proceso, era muy fácil, el
cemento producía un asentamiento que podía ser calculado y previsto ya
que estaba en función del kilometraje, del tipo de camión, tipo del silo,
etcétera. En la planta de recepción se verificaba si tal era el establecido
para la carga recibida; si resultaba mayor, el chofer habría entregado
cemento antes de llegar, produ ciéndose un robo o desvío ilícito de
material, lo cual, por supuesto, era delito.

Por mi parte, distribuí las tablas de asentamiento a todas las plantas y, por
escrito, orienté, cómo construir la vara, así como describí el método de
operar con ella. En una reunión con los técnicos de las plantas, convocada
para otro asunto, pude tener un encuentro personal con ellos y transmitir -
les, a viva voz, la importancia del asunto y detalles metodológicos de la
tarea.
Quedaba tan sólo hacer visitas de control y compro bar que el sistema había
sido implantado según lo establecido.

La planta más próxima distaba más de cuarenta kilómetros, no había


transporte, el servicio de ómnibus era cada vez más insuficiente y la em -
presa había dispuesto no pagar pasajes a los funcio narios administrativos.

Los técnicos informaron por escrito que se hab ían tomado todas las
medidas, que el plan funcio naba, etcétera.

El tiempo pasó, pero no pude verificar con periodici dad que el


procedimiento se lle vara a cabo. Como por lo regular ocurre, al no sentirse
la presión superior, al pasar el tiempo se relajó la disciplina y, al
producirse cambios de personal técnico o dirigente, la información se
perdió y los nuevos trabajadores entraron descono ciendo el asunto.

Un buen día, se detectaron pérdidas de varias tone ladas de cemento. Esto


parecía indicar que; o bien desperfectos en la báscula dosificadora, la cual
podría estar echando más cemento que el esta blecido, o se estaban robando
el cemento de la planta o los camiones-silos venían con faltante y, a su vez,
esto daba lugar a dos posibilidades: o el chofer robaba cemento antes de
llegar a la planta, como se ha dicho o la fábrica servía me nos cemento en
el camión-silo del que anotaba en los papeles de despacho.

Pero la báscula no estaba en mal estado, de ser así los elementos


prefabricados tendrían un índice elevadísimo de su calidad a la resistencia
pues se tomaban muestras de la masa de hor migón para ensayos de
laboratorio. El asunto es taba en el descontrol del sistema de verificar los
despachos de cemento a la planta o alguien se robaba el cemento, cosa esta
difícil, aunque no imposible, siendo el cemento servido a granel.

Se convocó una reunión en la planta, algo así co mo un juicio


administrativo para determinar las responsabilidades.

Tuve que asistir como un fuerte candidato para recibir alguna sanción. (En
esta oportunidad la dirección dispuso un jeep para el viaje).

En el transcurso de la asamblea salieron a relucir algunas deficiencias del


jefe de la planta y el técnico. Estos dos hombres allí, esforzándose por
encontrar las causas reales de la pérdida de ce mento, de forma sincera y
autocrítica, llegaron a la conclusión de su responsabilidad. Descubrieron,
aceptaron, reconocieron que habían cometido erro res que eran fisuras por
las cuales podían intro ducirse fuertes argumentos para incriminar los, si no
como malversadores, al menos como causantes de situaciones que
favorecían la activi dad de presuntos ladrones.

En realidad, su actitud tan honrada los acrecen taba ante los ojos de todos, a
pesar de que serían sancionados a pagar de su sueldo el costo de la
pérdida, que era una suma considerable, la cual no recuerdo con exactitud,
pero que tampoco es un dato decisivo.

En mi interior estaba convencido de que también tenía responsabilidad y


en más de una ocasión estuve asaltado por la idea de reconocerlo, sin
ambages, ante todos. Pensaba, también, que todos lo pensaban y esperaban
eso.

Debí haber visitado las plantas, al menos, una vez al mes a fin de que los
dirigentes de la misma sintieran presión del mando superior y la
importancia del asunto. El hecho de no haber trans porte y que no pagaran
pasajes no me exone raba de culpas. Podía pagar de mi dinero ¡Total si
ganaba buen sueldo y casi no trabajaba! ¡Ni siquiera tenía que cumplir un
horario estricto! Casi siempre estaba en gestiones en otras empre sas De
veras sentía culpa, y me sentía disminuido ante aquellos dos jóvenes.

Pero ¿Era en realidad culpable? ¿El interés por el ahorro del cemento no
era de la empresa? Enton ces ¿Por qué debía yo pagar el pasaje?

Mi interés oculto por manifestarme responsable ¿No sería acaso una


estrategia de mi Falso Yo, de mi personalidad, para llamar la atención y
hacerse notar? ¡Vean, aquí, yo también soy hon rado! Mi culpa ¿sería
auténtico y genuino senti miento de responsabilidad o sería esa sensación
de no estar siendo reconocido, de no estar que dando fuera de escena,
desplazado? O ¿Sería, tal vez, otra cosa? Quizás mi interés, mi moviliza -
ción interior por declarar mi responsabilidad y echarme encima la carga de
una sanción, seria para quedar bien con quienes pudieran darse cuenta de
mi real situación.

De modo que; si quedaba bien conmigo mismo, o por lo menos con mi


personalidad herida, ansiosa de estar en primera plana y que yo llamo mi
Falso Yo; más tarde, cuando llegara el primer descuento, el día del cobro,
por un cemento que ni sabía dónde estaba y del cual, su existencia, le
importaba un comino a mi verdadero yo, me sen tiría resentido con aquel
alter ego que había deci dido en aquella oportunidad, en aquella memora ble
reunión, asumir una culpa de la que nadie lo acusaba.

Entonces, me dije ¡No! No tengo que decir ni jota. Si alguien me acusaba,


asumiría con resigna ción la realidad, pues, de cierta forma, no me sentía
tan inocente. Pero tampoco me iba a hacer un harakiri para un momento
de, quizás, probable esplendor, del cual me iba a estar arrepintiendo
durante mucho tiempo. No ocultaría la verdad, pero tampoco la
descubriría. Nadie me lo pedía. Sería una estupi dez auto-sancionarme y
nada menos que con unos miles de pesos que mejor estarían bajo mi custo -
dia.

Desde otro punto de vista, era penoso para mí permitir que aquellos
muchachos pagaran entre los dos todo aquel dinero, entre tres tocaría mos a
menos. Estaba seguro que, en algún momento posterior, darían con la idea
de que yo, también, debí pagar mi parte, bien porque se dieran cuenta, bien
porque alguien se los dijera, más tarde o más temprano, pensarían de mí
como de un prófugo de la justicia, y sabrían que paga ban un dinero que me
correspondía.

Pero en el momento preciso, clave, crucial ¡En ese momento presente


donde se forjaban las cau sas del futuro! En ese momento, ellos estaban
satisfechos con su culpa, su cabal conocimiento de su obrar erróneo pesaba
tanto en sus concien cias, que no les permitía ver más allá del pre sente, ni
asumir otra posición que no fuera la de auto-ataque.

Al concluir, estaba allí, desde el inicio, sin que nadie se fijara en mí. No
era mi culpa. Nadie podría acusarme de cobarde, pero mucho menos de ser
tonto. La reunión había sido una batalla oculta en la cual creo haber
derrotado a las fuer zas de mi falso yo. Había sido el desarrollo de mi juicio
interno en el cual, también, salí ab suelto.


MI PUNTO DE VISTA

Los escritores, como todos los artistas, con preme ditación o no, hacen que
su obra esté desti nada, cuando menos, a uno de tres objetivos: al gran
público (interpretado como el sector de la atención ajena más amplio) a un
público minorita rio (que guarda cierta relación de seme janza con los
criterios del autor, cierta simpatía con sus con sus puntos de vista, aunque
quizás no los comparta a plenitud) y en tercer lugar para el público más
restringido, reducido a la persona del autor. Este último grupo es el caso de
los que escriben para sí, para ordenar sus ideas, etcétera. Tal grupo,
considero que es el más asistido, por que de hecho todo aquel que escribe
satisface, en alguna medida, esa premisa, esa necesidad, esa
autocomplacencia.

Este trabajo que hoy comienzo a redactar, se ubica desde el inicio en este
tercer grupo, por cuanto me posibilita un placer sano y exquisito, un
deleite especial que nace de servirme como medio para conocerme, pero,
de inmediato, me traslada al segundo grupo, por cuanto me brinda la
posibilidad de comunicación con otros semejan tes.

Pronto cumpliré cuarenta años (cuando, usted, esté leyendo estas páginas
puede tener seguridad que los cumplí hace rato). Durante este tiempo he
acumu lado algunas impresiones existenciales, que no difieren mucho de
las vivencias que ocu pan el tiempo de permanencia en la vida de otras
personas: he sentido miedo, he tenido hijos, he visto morir personas, he
sentido dolor, he estado alegre... No creo haber sufrido mucho, sólo lo
suficiente como para saber que no es una experien cia que se quiera repetir.
Todas es tas situaciones, nada especiales ni privilegiadas, me han
capacitado para llegar a un conocimiento, que primero fue una simple
información y que luego se convirtió en una noticia trascendente para mí
mismo, cuya convicción me llevó a obrar en consecuencia, dándome lo que
los franceses llaman: la alegría de vivir. Llegué a la conclu sión de que soy:
un Ser Humano.

Parece tonto, pero he necesitado casi cuarenta años de existencia para


llegar a esta conclusión, al parecer tan común, tan trivial y quizás tan
infan til. Sin embargo, sucede algo curioso; antes de estar en pleno dominio
de este conocimiento, había sido un individuo triste, amargado, resen tido,
que miraba mi vida pasada como una sarta de errores, de defectos y de
experiencias desagrada bles, matizada de algunos momentos alegres pero
fugaces, escasos y accidentales. Y miraba mi pronóstico de vida futura
como una perspectiva de inseguridad, de desconcierto, en la cual me
aguardaban mil acechanzas y otros tan tos descalabros.

No obstante, en estos tiempos de mi edad, du rante los cuales he conocido


infinidad de perso nas de diversas edades, de distintas profesiones,
ciudadanías, niveles económicos y culturales, y de diversas creencias
religiosas, a las cuales he podido reunir bajo un factor común: todos sen -
tían y pensaban tal como yo antes de dar con tal conocimiento: soy un ser
humano.

Este libro que escribo es uno lleno de contradiccio nes, pero no porque se
contradiga, sino porque la realidad es en sí misma paradójica y la vida,
como expresión de la realidad, no puede dejar de parecer contradictoria.
¡Pero no crean que esté filosofando! No soy un filósofo graduado; he
dicho, eso sí, que soy un ser humano y los seres humanos podemos decir
algu nos desaciertos o manejar algunos conceptos dispa ratados sin estar, en
efecto, filosofando.

Hay, en estos relatos, un esfuerzo por entender al ser humano. Un esfuerzo


eficaz. Quizás pueda verse esta afirmación un poco presuntuosa, pero en lo
adelante volveré a referirme sobre este punto a fin de argumentarlo.

He visto, repito, a cuanta persona he conocido, interesada de forma seria


en lograr la compren sión del sentido de la vida, el dominio de los méto dos
para lograr hacer, del vivir, una consecu ción de momentos agradables; en
suma, de apresar la felicidad; lo cual ha sido también, con exactitud, mi
interés y ahora mi hallazgo. Es éste el motivo por el cual escribo estos
rela tos sobre mis experiencias en la gran aventura que es vivir.

No creo que los detalles de mi vida puedan resul tar emocionantes, ni


siquiera interesantes para nadie, pero la problemática existencial de un
hom bre es la misma de todos, ha sido la misma siempre y va a continuar
siéndolo por mucho tiempo todavía, en cualquier lugar en que se halle; por
eso los hombres (y las mujeres) se intere sarán siempre por otros hombres
(y muje res). Todos siempre se han preguntado y se pre guntarán ¿Quiénes
somos, hacia dónde vamos, de dónde venimos? pero sobre todo ¡todos! se
enfren tarán al vacío, a la nada, a la muerte. Eso los iguala.

A pesar de esto, tengo que decir que soy un hom bre excepcional, no
porque haya logrado resolver los dilemas de mi vida con cierta eficacia,
sino porque he logrado afrontar esos dilemas en su misma esencia.

Este es un verdadero libro de aventuras. Mientras lo escribo me voy


descubriendo a mí mismo tal cual soy y voy poniendo luz en los rincones
de aquellos que se me parecen un poco. Mis tales aventuras con acierto
serán estimulantes y provo carán en otros la decisión de aventurarse a tener
una opinión propia sobre tales experiencias. Las aventuras que me perdí
por mis miedos, por mis indecisiones y por mis postergaciones, quedarán
como una puerta abierta, como una posibilidad de nuevas emociones para
ser vividas por otros más valientes y más decididos.

Este libro también puede servir para que al final, después de haber
analizado, en conciencia, todas las posibilidades, alguien se decida a no
perderse ninguna aventura o que bien llegue a la conclu sión de que tales
aventuras son lo más estúpido del mundo, lo cual, para él, será un hallazgo
im portante; sabiendo lo que no hacer queda claro lo que sí, puesto que
debe ser todo lo contrario.

Con todo esto queda que el hecho de haber hallado, o creído hallar, lo que
todos buscan y lo que pocos encuentran; es lo que hace mi excelsi tud y lo
que hace que mi vida pueda tener utili dad.

Creo con toda sinceridad que el asunto está en repetir ciertos esquemas
sencillos, en aplicar unos pocos teoremas fáciles y prácticos, y que su
dificultad se basa en que están en oposición con los fundamentos básicos
de nuestras tradiciones.

Vivimos en una cultura que reafirma al fuerte, que promueve al ganador,


incita el afán de con quista y el deseo de posesión. La vida se propone en
nuestra cultura como un juego en el cual hay que ganar. Lo extraño de mi
punto de vista (que no es con exactitud mío) es que propongo la vida
también como un juego en el cual gana el perde dor.

No busco tener seguidores. No creo, que tenga la razón pues es probable


que lo que sea para mí razonable no lo sea para otros. No quiero que na die
me dé la razón, no busco reconocimiento ajeno. Me basta con sentir la
razón que me doy.

Presiento que muchos no estarán de acuerdo con mis ideas y me alegro de


ello. El hecho de que otros puedan manifestar su oposición a mis ideas no
significa la anulación de ellas sino la apari ción de otras distintas que no
hubieran sido posibles sin su existencia. Es como si creciera el mundo de
las ideas y eso, como todo crecimiento signi fica vida y la vida me llena de
alegría.

No es mi caso el de aquel que viene a sacar la paja de ojo de su hermano


teniendo una viga en el suyo; aunque se pudiera entender, por lo hasta aquí
expresado, que yo creo haber sacado la viga de mi ojo pero, aún, tomando
este parecer como bueno tampoco es mi caso el de aquel que por haber
sacado la viga de su ojo se cree con dere cho a dirigir las operaciones para
sacar la paja del ojo de su hermano y mucho menos imponerle la
obligación de quitarse esa molestia, he podido aprender que mucha gente,
incluyéndome a mí mismo en cierta época, se resiste a la cura por temor al
remedio y he aprendido también que algu nos remedios los cuales son
efectivos para algunos, resultan contradictorios para otros que están
aquejados del mismo mal.

Mi caso es el de aquel que ¡eso sí! forcejea con todas sus fuerzas por sacar
la viga de su ojo y que por emplearse en ello aprecia que cede al in tento.
Debo advertir, que en este mundo del cual sólo vemos lo aparente, lo
exterior, lo superfi cial, quedando invisible, como en los témpanos polares
lo mayor, lo más profundo y contun dente, bien pudiera suceder que yo esté
tomando mis impresiones sobre la realidad como hechos reales y
¡digamos! que creyera haber sacado la viga de mi ojo no siendo así
¿Cuánta gente desesperada por sacar la paja de su ojo no se vería atraída y
embaucada por mí? Siempre pienso que puedo estar equivocado y quiero
asi mismo ser responsable de mí nada más, pues no puede un ciego
conducir a otro sin peligro de que ambos se descalabren en el primer
desfila dero.

Vale aclarar ahora, por qué, en un momento ante rior, califiqué de eficaz el
esfuerzo de este libro para entender al Hombre. Estudiando en Física la
Teoría de la Relatividad, de Einstein, aprendí que: menos la velocidad de
la luz, todo lo demás es relativo. Todo conocimiento, valor, concepto,
etcétera, depende de algo a lo cual tomamos co mo patrón de referencia, de
comparación, for mando esto lo que en buena técnica se llama: un sistema.

Este esfuerzo por conocer al hombre es eficaz para el mío, para mi sistema,
porque logra servirme para explicarme cuánto ocurre de una manera posi -
tiva, simple y grata. Nada más. Quizás para otros sistemas (es decir, para
otras personas) yo esté equivocado y mis criterios, concepciones y puntos
de vista sean erróneos, pero eso no hará que éstos continúen siendo el
recurso mediante el cual, de continuo, produzco mi propio equilibrio, ni
dejarán de servir como ejemplo para otros que, de continuo, se ven
sometidos a las mismas leccio nes de esta escuela que es la vida.

Me doy cuenta de cuán contradictorio puedo pare cer y repito, es sólo


apariencia. En un mo mento me hago aparecer como un hombre seguro de
sí, quien parece haber sacado la viga de su ojo y en otro momento aparezco
como alguien inse guro que evade la responsabilidad de guiar. Es necesario
establecer la relatividad de las cosas, tomándome a mí mismo como centro
absoluto diré que: desde mi sistema en expansión y creci miento, estoy
seguro y veo cambios favorables, pero tal seguridad me sirve para
comprender cuánto me falta para llegar a comprender y relacio nar, en un
todo coherente, a la realidad que me circunda y que el asunto de alcanzar
la felicidad, de alcanzar la madurez emocional, o la realización psicológica
o ganarse lo que los cristia nos llaman el reino de los cielos aquí en la
Tierra, es asunto en estricto individual y que com plicarse ayudando a otros
es un gasto de ener gías que compromete el fin para el cual se trabaja. La
mejor ayuda que puede brindarse a los demás en este campo, es enseñarlos
a valerse por sí mismos dejándolos solos, (léase libres) para resolver sus
problemas en la forma que su propia capacidad creativa les dicte. Sólo así
alcan zarán lo que se proponen alcanzar.

Les regalo en los capítulos de este libro y en espe cial los que forman esta
parte del libro, las quizás incomprensibles, extrañas, extravagantes y
contradictorias opiniones que conforman lo que sobre la cuestión de vivir
yo llamo: mi punto de vista.

Como puede haberse dado cuenta este también fue otro prefacio.

PREFACIO ¡¿DE NUEVO?!


A continuación, les ofrezco una pequeña serie de pequeños artículos que


escribí a finales del año 1980, con el objeto de que fueran difundidos en
Radio Progreso en un programa matutino llamado A Pri mera hora. Este
proyecto no cristalizó debido a circunstancias ajenas a mi voluntad;
aunque de inicio fue aprobado después no hubo presupuesto y aunque
presenté mi disposición de escribirlos y leerlos (grabarlos) para el
programa en forma gra tuita, lo cual fue también aceptado. Nunca la
emisora creó las condiciones objetivas para tal realización.

De forma paralela, se me presentó la posibilidad de difundir mis escritos


en Radio Metropolitana en un programa, también matutino, llamado Por
cuenta propia, en el cual, igual gratis, se difundie ron los cuatro primeros.
No se continua ron debido a que la dirección del programa me solicitó
acortarlos hasta un límite de tres minu tos y unas tres veces por semana con
lo cual no estuve de acuerdo debido a que, como ya dije, al mismo tiempo
tramitaba lo de Radio Progreso y no me resultaba agradable trabajar doble
sin ganar un centavo. Por tal motivo los articulitos no tienen título y
aparecerán como Temas de sociología, psicología práctica y filosofía de la
vida; y se diferenciarán por un número de serie. Otro trabajo de esta parte
del libro, es una selec ción de cartas que les escribí a distintas mucha chas.
Con el ensayito formado por tales cartas y los temas a que me he referido
antes he ideado conformar mis Lecciones de amor, curso este que imparto
como licenciado en Ciencias Amorosas, aprendiz de brujo, escritor de
cartas, loco profe sional, poeta de nacimiento, psicólogo por necesidad y
filósofo barato, diplomado en Babilo nia, graduado en el Limbo y persona
grata en la corte de Babia.


TEMA Nº 1

Es posible que alguien haga algo con verdadero interés en molestarte y es


posible que no puedas evitar el hecho, pero no le des el gusto de lograr tu
incomodidad ¿Qué hacer? Pues, tú, puedes hacer muchas cosas, depende
del grado de vincula ción con esa persona, por ejemplo, puedes alejarte de
ella ¡Qué siga haciendo lo que hace! Pero, co mo ya no estarás presente, no
podrá moles tarte. ¡Puedes decirle que no te gusta cómo se comporta!
Quizás no lo sepa y se proyecta sin real intención. Puedes imaginar
millones de variantes y ¡elegir una! resulta lo que significa: afrontar la
vida con eficiencia.

Otra vía de enfrentar el problema sería sopor tarlo sin cólera: piensa en la
pobre persona que es ¡ésa! que ocupa su tiempo en molestar a otra. Cuando
vea que no obtiene el resul tado deseado de verte incómodo, desistirá de
conti nuar en tal actividad ¿Y si no desiste? No importa: Lo hará de balde,
dado que tú has aprendido no hacer caso de esos pequeños incon venientes
que forman parte de la experien cia de la vida.

Piensa que las eventualidades no son buenas ni malas; son, sencillamente,


diferentes. Piensa que las personas tienen derecho a ser distintas, a tí. Tú
mismo, de bes hacer cosas que molesten a otros ya que no coinciden con
sus criterios. Has como las cargas eléctricas de igual signo: se repelen de
forma es pontánea, dejan espacios entre ellas y siguen siendo como son. No
intentan apegarse unas a las otras ni modificarse.

Nos ponemos bravos cuando los demás no son como nosotros pensamos
que deben ser. Nos pone mos más bravos, todavía, cuando los demás se
resisten a ser como queremos que sean; cuando debíamos alegrarnos de
que exista gente diferente, sería aburrido y difícil vivir en un mundo donde
todos pensaran igual. La verdadera riqueza está en la diversidad y no en la
monotonía.

A veces ocurren situaciones que no pueden divertirnos; sucesos dramáticos


tales como enfermedades, acci dentes, ciclones, terremotos, muerte de seres
queridos, asaltos... No podemos, ante esto, tomar una actitud placentera, ni
pensamientos gratos, pero podemos pensar que son sucesos sobre los
cuales no tenemos opción, que son parte del pre cio que tenemos que pagar
por estar vivos, que la vida no es perfecta, pero que ¡por sobre todo! esos
momentos pasarán y la vida misma se ocu pará de cambiar su polaridad con
otros sucesos gratificantes. De modo que hay que tener una sa bia
aceptación de la realidad en la cual, no haya cabida para las emociones
destructivas.

La felicidad, no es lo que la gente piensa. La eterna y continua euforia no


existe. La verda dera felicidad tampoco es un estado de alegría ni de placer,
sino un cierto tipo de indiferencia, un es tado de imparcialidad, de supremo
equilibrio. No significa que debamos reír o estar contentos cuando ocurre
una desgracia, sino que podemos continuar serenos y útiles a los demás y a
noso tros mismos, en alguna medida ¡A pesar de lo ocu rrido! alguien
desatado en llanto por la tristeza, retorcido por el dolor o rojo de ira
tirando cosas, mal podrá hacerse cargo de la situación rein ante, mal podrá
dirigir con eficiencia, pues sus emociones no le permitirán pensar con
claridad. Es difícil reaccionar así, pero esto puede lograrse si se comprende
que el presente es el punto de conexión con la realidad y es por siempre
varia ble, mutable. El dolor del ahora pasará y después de ese momento
tope comenzará otra fase in versa: Tras la tempestad viene la calma. No
signi fica que en la fase de placer haya que estar compun gido, sino
aprovechándola al máximo haciéndola rendir para el propósito de nuestra
vida. Normal, gastándola. Consumiéndola con responsabilidad pues, como
el presente es el tiempo cambiable ¡pasará! y de lo agradable se cambia a
su inverso. El individuo digamos, centrado, equilibrado, no se divierte
como un tonto pues sabe que tras la calma habrá otra tempestad.

Comenta estos puntos de vista con otras perso nas, hacerlo servirá como
ejercicio eficaz para restablecer comunicación con otros seres huma nos.

Es posible que no estés de acuerdo con algunas de las ideas expuestas en


estas páginas, entonces, coméntalas también con tus amistades y de hecho
estarás difundiendo tus propias ideas, esto será un ejercicio para afirmar tu
personalidad.
El tiempo es el material con que está hecha la vida, en estos minutos te he
dado y tú me has dado, la vida misma. Muchas gracias por tu en trega.




TEMA Nº 2

Dicen que el amor a la Humanidad es la más alta de las virtudes. Yo admiro el amor a la Huma -
nidad y sé perfectamente que es un atributo de las almas nobles. La mía es demasiado baja, mis
pensamientos vuelan demasiado a ras de tie rra para que se eleven tanto, y me veo obligado a
reconocer que cuanto avanzo más en la vida, más me aparto de tan elevado ideal. Mentiría si di -
jese que amo a la Humanidad.

Axel Munthe. Médico. Autor de La historia de San Michele.

El tiempo es el material con el cual está hecha la vida. Como verás la


única pertenencia (o una de las pocas) en verdad tuya, la cual no pasa de
moda, que no se deteriora y que es más difícil de ser hurtada por los
ladrones es: Tu tiempo. El mejor regalo que puedes ofrecer a quienes quie -
res es tu tiempo, tu compañía, los instantes junto a ti son lo mejor de ti
mismo y con lo único que, de veras, puedes mejorar el mundo que te cir -
cunda. Has que tu compañía sea agradable al res to de los mortales que
comparten contigo la estan cia en este mundo.

Esto puede parecer trivial, tonto, no sé... pero es en realidad difícil


lograrlo. ¿Cuántas veces no has quedado petrificado en una guagua al ver
que en ella viaja contigo un vecino con quien no tie nes mucha relación?
¿Cuántas veces no has re primido los deseos de saludar a al guien conocido?
¿Cuántas veces no has negado una palabra de estímulo, una frase de cariño
o una simple sonrisa a personas que ves a diario o viven contigo? No te
regaño, estoy haciendo un in forme real de situaciones que son comunes a
to dos los bípedos implumes de presencia tri-corpo ral medianamente
definida, me refiero a las unida des de pensamiento conocidas en este
mundo como Homo sapiens.

Es probable que, tú, seas de esas personas quienes hablan y piensan cosas
buenas acerca de la humani dad. Es seguro que tengas ideas favora bles y
pensamientos nobles sobre ella y que te tengas a, tí mismo, en un alto
concepto por tales ideas, pero también es probable que tengas un vecino
con quien nunca has hablado, que ten gas problemas con un compañero de
trabajo o fric ciones con tu suegra, con tus padres, en fin, con otras
personas que están dentro del círculo en que te mueves a diario. Puede que
te llenes de orgullo al pensar en tus pensamientos de amor hacia la
humanidad, pero piensa en esto: huma nidad es un concepto abstracto
porque es la suma de todos los humanos del mundo, entonces ¿Cómo
puedes amar a la humanidad que no puedes ver y, no obstante, no puedes
perdonar, excusar, justificar o pasar por alto los pequeños (o los grandes)
defectos de aquellos a quienes ves todos los días? ¿No crees que en algo te
enga ñas?

Si haces un simple esfuerzo ¡Un débil esfuerzo! Por revisar tu propia


conducta verás que tú, tam bién, cometes pequeños errores (que otros
pueden considerar grandes) y tendrás que convenir que la perfección no
está en, tí. No eres omnipresente, ni omnipo tente, ni omnisciente: no eres
Dios, por lo cual no hay razón para que te juzguen ni si quiera por lo más
mínimo, eres sólo: el ejemplar de una especie que evoluciona (el error está
en creer que la evolución culminó en el ser humano), eres sólo un hombre
(o mujer) y los hombres (y las mujeres) se equivocan siempre, aprenden de
probar y errar.

Las vacas siempre dan la leche blanca y nutri tiva (al menos para los
terneros), las abejas siempre hacen dulce la miel y los castores hacen sus
diques sin error ¡Son como máquinas! Pero los hombres (y las mujeres)
tene mos que perdonarnos a nosotros mismos no ser perfectos y cuando nos
perdonemos por no ser más que simples seres humanos, cuando nos perdo -
nemos por no ser dioses, cuando nos perdone mos por no ser máquinas
perfectas, sino máquinas que podemos salir del estado de automa tismo
imperfecto, de maquinicidad, enton ces estaremos en ocasión de perdonar a
los demás que viven con nosotros y ya estaremos ¡De veras! Construyendo
un mundo feliz a nuestro alrede dor.

A mí me hubiera gustado haber nacido en el siglo XV o en el siglo XVIII o en


plena antigüedad ro mana o griega o egipcia, porque esas épocas me gustan
mucho, pero agradezco, en mucho, haber nacido en esta segunda mitad del
siglo XX por una razón especial: porque en otro siglo cual quiera, no
hubiera podido estar contigo compar tiendo estos minutos y estas ideas, así
es que mu chas gracias porque existes, pues tu existencia, es ya una razón
para la mía. Y te agradezco que existas a pesar de tus errores y de tus
defectos, no quiero cambiar tu vida, acepto como eres, te perdono tus
errores. Perdona tú también a los demás sus faltas y piensa en lo que dijo
Al bert Schwaitzer, quien fuera premio nobel de la paz: Soy vida que quiere
vivir en medio de la vida que quiere vivir, dale pues, derecho a la vida de
los demás para manifestar tu propio derecho a la existencia.

Gracias por tu atención si me atendiste, son tan pocas las personas a


quienes pueden interesar estas ideas tan raras, que no puedo menos que
distinguirlas con mi agradecimiento.

Muchas gracias, también, a quienes estas ideas le fueron indiferentes, las


cuales por supuesto, de ben ser la mayoría. El hecho de tener ideas tan poco
compartidas hace que me sienta agradecido pues prueba que tales ideas son
selectas y distingui das.

A quienes estas ideas le fueron ofensivas, agresi vas y mortificantes les


pido (una vez más) perdón, pero debo informarles que son ellos quie nes
deben agradecerme a mí sentirse vivos; si no existiera yo con mis ideas no
tendrían a quien criticar, a quien lapidar, ni a quien igno rar. A pesar de
todo comprendo que no me lo agra dezcan, y los perdono por eso, también,
a ellos.

Les pido que me disculpen si fui pedante. La reali dad es que no tengo la
culpa de ser un genio.



TEMA Nº 3

Triunfar, tener éxito en la vida, por lo general, se entiende como: lograr


alcanzar los objetivos y me tas que nos hemos propuesto. Quien obtiene el
reconocimiento y la aceptación de los demás, na die niega que es una
persona realizada, es decir: feliz. Esto es cierto, pero no es toda la verdad.

La verdadera realización personal, la madurez emocional y la posesión de


la real felicidad, de la verdadera felicidad real, es continuar equili brado,
sereno, estable y optimista, aunque no nos acepte la persona que amamos,
aunque no nos publi quen el libro que escribimos y aunque suceda
cualquiera de esas situaciones tenidas por malas, las cuales entristecen a
unos o violentan a otros.

Triunfar y tener éxito en la vida, no tiene nada que ver con esas personas
que vemos a diario en las entrevistas, en los reportajes quienes, con ca ras
sonrientes, exponen sus planes futuros y agrade cen aplausos. Estas
personas hacen lo único que pueden hacer, es decir, lo mismo que
haríamos tú o yo o cualquier otro puesto en el mismo lugar, tales personas,
repito, lo que hacen es: disfrutarlo con sinceridad.

Lo que se llama triunfar y tener éxito en la vida tiene que ver con ciertos
seres anónimos, descono cidos y raros quienes; por diversas cau sas, las
cuales están fuera de su control; no lo gran la realización de sus metas, no
llegan a mate rializar sus ideales o llevar a la realidad sus más caras
aspiraciones, pero que a pesar de ello continúan viviendo como si nada,
por la razón de que aprecian el éxito, pero no lo necesitan, pue den vivir en
normalidad sin él. Tienen la extraña capacidad de auto-reconocerse con
éxito y conformarse con él, cuando los demás los creen fracasados.

He aquí la paradoja de que la obtención de la felici dad puede ser no


desearla y todo parece indi car que estas personas especialísimas que tú y
yo podemos llegar a ser, emplean cierto método el cual resulta: obrar sin
pasión. Se emplean a fondo con raciocinio, donde lo racional para ellos
puede ser (y casi siempre lo es) irracional para los demás, pero no buscan
ser felices con el resultado de lo que hacen, sino que son felices haciendo
lo que hacen ¡aunque no obtengan ningún resultado! No buscan el éxito,
sólo traba jan y ¡si el éxito los sorprende! lo disfrutan, pero si no llega,
siguen disfrutando su propia actividad. Tú y yo podemos hacer lo mismo.

Los niños no juegan para divertirse, sino que se divierten jugando. La vida
es, en sí misma, un juego. No nos convirtamos en esclavos del éxito ni del
deseo de triunfar; recordemos, a propósito, el consejo de Epicteto, un
filósofo griego del si glo I d.C., quien dijo: ¿Esperas ser dichoso una vez
que hayas obtenido lo que pides? Te enga ñas: tendrás las mismas
inquietudes, iguales cuidados, idénticos disgustos, semejantes temo res,
parecidos deseos. La felicidad no consiste en adquirir y en gozar lo
adquirido, sino en no desear, porque consiste en ser libre.

En resumen, amigo que me lees, repito para ti las palabras de alguien que
no recuerdo porque no soy lo que se llama un hombre culto: si la vida es
un camino que tenemos que andar, la felicidad parece más bien no un
lugar a dónde ir, sino un método para viajar.

Y hasta el siguiente Tema.



TEMA Nº 4

Estar dispuesto a disculpar, excusar o perdonar las diferencias, errores e


injusticias que se comen ten en contra nuestra por las personas que nos
rodean formando el entorno social en que vivi mos, no significa, como
podrá ya haber pen sado alguno, que pretendo una conducta estática,
estoica o aguantona, como se dice en cubano re yoyo. No. No se trata de
que hagas de tripas co razón y que te dejes pasar por encima carretas y
carretones de todo el mundo.

Puedes estar en perfecto desacuerdo con los de más, si así lo crees con
sinceridad o si la actitud de los demás te afecta; puedes incluso estallar en
cólera si sientes que te estás enfadando, aunque es algo que puedes
controlar hasta llegar a no tener necesidad de encolerizarte. El asunto que
hoy nos ocupa es poder discriminar, poder diferen ciar entre lo que nos
afecta y el vehículo que lo produce.

Es decir, que la cuestión está en establecer que lo mal hecho, el error, la


injusticia, es una cosa y la persona que lo comete, otra. Y es correcto
manifes tarnos en contra de todo aquello que consi deremos negativo,
aunque estemos equivocados, eso significa que obramos con sinceridad,
con honestidad, que tenemos criterio propio y que actuamos como
pensamos.

Lo que no es correcto es atacar al ser humano que consideramos que nos


ofende o que nos afecta con sus actividades. Ataquemos a la ofensa, no al
ofensor, abordar esta problemática con eficacia (o sea, lograr que la otra
persona dis tinga nuestro estado emocional de no acepta ción con respecto a
sus actos o a sus palabras, pero de afecto y respeto para su persona), es lo
que constituye el acto humano más genuino. Lograrlo significa que lo que
unos lla man tener éxito en la vida y lo que otros identifi can con la
aprehensión de la felicidad, una u otra cosa en definitiva viene a ser lo
mismo. El cómo lograrlo es lo que viene a ser el distintivo, el se llo de cada
uno de nosotros. La vida es un acto de creación personal.

Si intentas ejercitarte en los principios de estos Temas, verás que es difícil


por lo sencillo que es, ya que nuestra cultura está orientada hacia lo
complejo, hacia lo difícil. Es mucho más fácil violentarnos con las
personas ¡es lo que siempre hemos visto hacer! pero esto destruye nuestras
relaciones con los demás y a nuestro propio sis tema nervioso con lo cual
se altera el ritmo fisioló gico. Esta es la paradoja: Actuando por la vía más
fácil, o que creemos más auténtica, nos creemos complicados, importantes,
lo que se llama verdaderos adultos; sin embargo, lo de ve ras difícil es ser
sencillos y simples como los niños, quienes viven sin resentimientos y sin
memoria para recordar, por mucho tiempo, ofensas y actos hirientes.

Prueba y ejercítate. Si te va mal tienes todavía la opción de volver a ser


como eras antes de comen zar a perdonar las pequeñas molestias que, con
su vivir, te causan tus vecinos, tus amigos y tus fami liares.


TEMA Nº 5

Después que Lobachevki y Rieman revoluciona ron la Geometría y después


que en el año 1919 fue fotogra fiada la curvatura del espacio con lo cual se
comprobó la Teoría de la Relatividad de Eins tein, todo comenzó a ser
distinto en este mundo. Después que Max Planck y Louis de Bro glie
sentaron las bases de la Mecánica Cuántica, el conocimiento de lo
infinitesimal del microcos mos del átomo, vino a servir para comprender la
inmensidad del espacio estelar.

Hoy por hoy se adelanta en el consenso cientí fico, que el Universo es una
esfera de radio fi nito ¡Pero de tal longitud! que el centro de la misma
puede estar en cualquier parte. Partiendo de esto, este lugar en que me
encuentro o ése lu gar en que tú estás, puede ser el centro de todo el
Universo. Con el rigor científico más actual, en cada uno de nosotros
radica el punto central de todo cuanto existe. Todos somos el ombligo del
mundo.

Los lugares se vuelven importantes por las perso nas que los frecuentan.
Los grupos, como los pue blos, se vuelven importantes por las personas que
los forman, pero las personas se vuelven im portantes en la medida en que
cada cual logre lle var a la realidad, la importancia que descubrió en la
búsqueda de sí mismo, en la medida en que sean capaces de exteriorizar la
importancia que les palpita dentro. Pero ¿Quién es ya, allá en la tibia
humedad de su espíritu, en lo íntimo y se creto de su conciencia ¿quién es
ya, repito, la per sona que añora y ansía ser?

Piensa con detenimiento en esto: Sólo existes dentro de tu propia piel. Tu


piel es el límite de ti; pero como el universo, tú también puedes expansio -
narte y crecer. Ese pequeño espacio del mundo que ahora ocupas, puede
llegar a conver tirse en el lugar más importante del mundo (al menos en el
lugar más importante de tu mundo) y esto sucederá si logramos, cada uno
de nosotros, convertirnos en una isla del futuro. Afuera estará pasando el
presente anterior. Aquí dentro de noso tros: estaremos viviendo en un
presente poste rior porque aquí, dentro de nosotros, es tarán nuestras
mejores intenciones y nuestros más caros anhelos haciéndose realidad.
Pero para que esto suceda tenemos que empezar por creerlo.

Por mi parte te invito a pensar que tú y yo forma mos parte del mejor grupo
del mundo por que cada uno de nosotros es un ser especial. Jamás existió
uno solo como uno solo de noso tros, ni nunca existirá otro como uno solo
de noso tros. Somos importantes porque somos úni cos, irrepetibles y
originales en exclusivo.

Te invito a creer que somos el mejor grupo de la historia; porque, a través


de estas ideas, intentare mos y nos esforzaremos, por nuestra propia cuenta,
por aprender a controlar al animal que so mos y construiremos al ser
humano firme, sereno, apacible y justo que queremos ser. Aprenderemos a
manifestar la importancia que creemos tener. Por tanto, siento que mucha
gente haya creído (y que alguna gente crea) que su importancia o su
felicidad o lo que sea está hacia otro rumbo, cuando la ciencia demuestra
que la llevan dentro.

Te invito a comentar estas ideas con tus amigos, a fin de que cada día
seamos más los que estemos ocupándonos por aumentar en el mundo las
fuer zas positivas: La confianza y el amor entre los seres humanos. Te
invito a comentarlas sin ánimo de convencer a nadie, sino por el simple
gusto de la comunicación. Nada más te invito, pero no es obligatorio.


BREVE PREFACIO A CARTAS
DE AMOR

Estas cartas que a continuación expongo fueron cartas reales que envié a
algunas amigas que me escribían solicitándome consejos. Llegó el
momento en que caí en cuenta de que con ellas podía escribir un libro y
comencé a guardar copias. Como se ve no llegaron a ser suficientes como
para un epistolario, pero si para darle cuerpo a este libro.

De modo que las cartas son reales, fueron echadas al buzón y conducidas
por un cartero hasta sus destinatarias. Luego las agrupé y traté de quitarles
algunos giros familiares y en lo que pude darles un tono más literario.

Esto fue lo que resultó.




CARTAS DE AMOR I

(Curso teórico por correspondencia, sólo para damas, aunque puede servir, también, para
caballeros)

Amiga mía;

Te escribo dando respuesta a las inter rogantes que encuentro en tu


carta, otro tipo de comentario no sería más que pretensio nes de aparecer
dueño de algún saber; aún, contestando a tus preguntas sigue en pie esa
posibilidad, pero me atrevo presionado por el deseo tuyo de conocer mi
opinión (que por demás siempre puede estar en esa zona oscura que tienen
todas las cosas). Mi esfuerzo por tra tar de situarme en la zona iluminada,
aunque bien intencionado, puede ser ilusorio.

¿Para qué tienes vocación? ¡Bien! Creo que tie nes vocación para ser lo que
resulta la cumbre de la existencia humana: una persona real y no un
proyecto. Eso creo. También creo que todas esas personas que pueblan el
mundo tienen vocación para lo mismo, pero lo confunden con tener voca -
ción para la Felicidad. El afán de ser felices es una barrera que impide que
el proyecto se eje cute. De tus propias palabras sé que no eres feliz; lo cual
significa que no eres una persona real, al menos por completo (en el
supuesto de que se pueda ser real en parte, criterio que por supuesto no
comparto. Se es o no, Ser o no ser; That is the question). Es difícil que
pueda ser feliz quien no existe o quien sueña que existe. Lo difí cil de ser
real es lo fácil que puede ser.

La realidad, no es una cosa que se tiene como se tiene, por ejemplo, un


novio o una grabadora esté reo (cuando escribí esta carta una grabadora
estéreo de cassetes era ¡lo máximo!). Ni la felicidad ocurre como un
accidente o como da un catarro. La felici dad, es un estado de conciencia.

Estar dormido es un estado de conciencia y estar despierto, otro, llamado


de vigilia. La realidad es por tanto un estado particular de la vigilia ¡o más
exacto! La realidad es a lo que se tiene ac ceso (digamos que es la verdad a
la que se tiene acceso) cuando alguien alcanza el dominio de su mente y se
sintoniza, a sí mismo, en ese estado de vigilia capaz de captar la realidad.
¡Qué trabajo pasé para explicarlo! En resumen, la realidad no es más que
la verdad de lo que está sucediendo. La gente en su afán de ser felices
bloquea con su imaginación la realidad, tomando sus falsas impre siones,
como verdaderas.

Así, la felicidad puede ser un velo de la realidad, cuando no se sabe qué es


la realidad o cuando no se sabe cómo tener acceso a ella. La realidad (con
la cual se apreciaría la felicidad verdadera) resulta árida, ácida, amarga,
dramática y espeluz nante, por lo cual nadie quiere tener con tacto con ella.
La posesión del conocimiento de la verdad, que los antiguos llamaban
sabiduría, conlleva a variar toda la información y puntos de referencia que
tenemos. Variar todas nuestras concepciones, criterios y nociones sobre
todas las cosas, pero a esto, no todo el mundo está dis puesto, ya que
produce una gran desorientación inicial, pues lo que hasta hace poco era
bueno ¡puede re sultar que es malo! y lo que era seguro es dudoso, que el
avance es retroceso, que la libertad es esclavitud y como la paloma,
creyendo ir al sur iba al norte, o viceversa, etcétera.

Para comenzar a tener una noción cierta de la reali dad es necesario


comprender que sólo tene mos acceso a un área reducida de la realidad,
sólo podemos realizar evaluaciones, juicios y deci siones acertadas y justas
si están centradas en esa pequeña zona que somos nosotros mismos.
Apenas comenzamos a juzgar, a considerar, a opi nar sobre las actuaciones,
proyecciones, ideas, etcétera, de los otros, hemos perdido el con tacto con
la realidad; nos hemos alienado y por consiguiente habremos comenzado a
tener una experiencia ilusoria, irreal, ficticia e imagina ria.

La realidad es como una emisora de radio y noso tros somos los aparatos
receptores. Si logras sinto nizar la frecuencia de la emisora te ente rarás de
las noticias y disfrutarás de la música. Mientras mejor sintonizada estés,
mejor calidad tendrá la audición del programa.

Encontrar cierta persona, quien acostumbra a sintoni zar también el mismo


programa, no hace ni mejor ni peor la transmisión. Es sencillo, te sen tirás
mejor, porque podrás compartirlo, pero a so las puedes continuar oyéndolo
y disfrutarlo. Es simple. Si te encuentras con alguien que no escucha ese
programa, sentirás que no tienen nada que decirse sobre él. Será una
persona que no es de tu mundo. Tu mundo estará formado por las personas
que escuchan con asiduidad el programa de la realidad. Podrás conversar
sobre muchas cosas importantes con personas que no sean de tu mundo,
pero sólo te sentirás a gusto con los radio escuchas de tu programa.

Tu caso es el de alguien que ha descu bierto que tiene radio y sabe que
transmiten cierto programa encantador en determinado hora rio, sólo que no
sabes a qué hora lo transmiten. Tendrás, entonces, que sintonizar la
estación du rante todo el día y esperar a que comience o puede ser el caso
de alguien que tiene un radio y sabe que existe cierto maravilloso
programa diga mos a las 3:30 p.m. con la particularidad de que no sabe en
cuál emisora y, además, a esa misma hora siempre oyes otro programa que
no te gusta mucho, pero que tienes costumbre de oír (algo así como un
vicio). Bien, en ambos casos hay que hacer sacrificios, hay que pagar
cierto precio. No queda otro remedio.

Me preguntas por qué digo que soy de otro mundo: me refiero a que soy
parte de esa pe queña comunidad de seres especiales que ha pa gado el
precio y por tanto escucha cierto programa. Soy especial por la sencilla
razón de que soy uno de los poquísimos seres que puede decir que vive en
contacto con su realidad o por lo menos que tiene de ella una noción y una
experiencia más estable que el resto. Pero tal especialidad no es ningún
privilegio. Tener noción de la realidad real no es un guetto, no es un
premio, no es un apartheid, no es una sociedad secreta (aunque pueda
serlo). Es sencillo, creo que quien no es feliz, muchas veces, no lo es
porque esa es su decisión, ha decidido no serlo y se conforma con tener
algunos ratitos de alegría, algunos platillos deliciosos y algunos ejercicios
sexuales por semana.

Cuando son las 3:30 p.m. se muere de las ganas de escuchar el programa,
pero no enciende el ra dio porque teme que lo coja la corriente. Es más
cómodo pasarse la vida diciendo que uno no es feliz porque no tiene suerte
o porque el estado es el culpable y obtener a cambio la lástima ajena por
no serlo, al fin y al cabo, ellos tampoco lo son. Ter mina la cosa en un
intercambio de desesperanzas.
En cada momento de la vida, queramos o no, nos estamos enfrentando al
dilema de elegir entre dos cosas, o una o la otra. Uno decide. Quienes no
son felices siempre escogen (porque al fin y al cabo hay que elegir siempre
algo) pero escogen esperando algo, escogen con expectativa antici pada, es
decir: Piensan que la cosa debe salir de cierta manera. Si resulta que lo
escogido salió como esperaban se alegran y creen ser feli ces ese momento
¡pero de inmediato! Se encuen tran frente al dilema siguiente en que deben
vol ver a elegir ¡Entonces! La cosa no sale como espera ban y se entristecen
o se encolerizan.

Quienes están cerca de la realidad, funcionan dis tinto, no porque sean un


aparato diferente, sino porque han decidido funcionar de esa manera por
estar más a tono con esa realidad. Los primeros yerran porque basan su
elección en una falsedad, los segundos nunca yerran porque basan su elec -
ción en la verdad de lo que está sucediendo. Profun dicemos.

Cada momento tenemos que elegir algo, tene mos que elegir con
obligatoriedad algo, hacer algo o no hacerlo, ir a cierto lugar o no ir, acep -
tar o no aceptar, negar o afirmar, hablar o quedar en silencio; una de dos.
Los que viven en el mundo de la realidad real, eligen siempre lo que más
les gusta en ese momento, donde lo que más les gusta es siempre lo más
necesario para afir mar su realidad. Por supuesto, cada elección tiene
siempre dos expectativas: una buena y otra mala, pero la realidad real es
que nadie sabe lo que va a ocurrir. Creer que se puede saber, predecir, te -
ner seguridad sobre qué ocurrirá es pura ilusión, pura mentira, y tal es lo
que trata de difundir la cultura, la educación, la sociedad, la tradición, la
moral, las instituciones, etcétera, un puro cuento.

Los que vivimos en la realidad de verdad, elegi mos como los niños, sin
sacar cuentas sobre si nos va a convenir o no, después: partimos de si nos
gusta o no ahora y nos conformamos con lo que ocurra, pues no esperamos
nada, la expectativa es de sorpresa, estamos locos por ver ¡Qué va a pasar
luego! porque sabemos que ¡cualquier cosa que pensemos! bien puede ser
distinto de lo espe rado, es la confirmación práctica del Principio de
Indeterminación de Heisenberg. La vida, es más rica en sí misma que
nosotros y, si coincidiera con nuestras expectativas, sería por casualidad.
Por tanto, no somos lógicos. Por eso los que cono cemos un poco la verdad
de lo que ocurre; parecemos bichos raros, o medios locos y lo segui remos
siendo mientras seamos pocos (la rima fue ocasional). Por desgracia los
infelices, quienes viven en un mundo ilusorio, son los más.

Quienes viven en la irrealidad piensan una cosa y hacen otra ¿Qué piensan
y qué hacen o no hacen? Bien; ante una situación cualquiera, diga mos que
quiero tomar la mano de una joven, diga mos tú. El contacto ¡en sí mismo!
no es desagra dable, de seguro será agradable, las posibili dades reales de
que sea un contacto desagra dable son despreciables ¡o sea! el contacto en
sí es agradable, pero en ese momento sacas tus cuentas lógicas: esto lleva a
lo otro y lo otro a lo otro y ¡Qué va! Pero este razonamiento está ubicado
en una experiencia futura, esta fuera del contexto del ahora presente, por
tanto, perdió su contacto con la realidad y la elección se basa en una
realidad ficticia inexistente todavía. Resul tado: te privas de una
experiencia inocente, tierna y sencilla, pues haces lo contrario de lo que
piensas, pues tu pensamiento real (inicial) fue que era grato el contacto. Tu
imaginación con fundió todo.

La diferencia entre tú y yo (recuerde quien lee que estas cartas fueron


dirigidas a personas re ales y tienen por tanto un matiz especial: es decir,
los ejemplos se basan en la relación hombre-mu jer) es que me atrevo a la
inspección y tú no. Es mi elección y no tu elección. Dos elecciones li bres,
autónomas y válidas. Dos reales elecciones. El resultado es que tengo más
posibilidades de gusto, tengo por tanto una experiencia más rica y
abundante que la tuya. Pero no es porque yo lleve el pelo corto o porque
mi anatomía sexual sea distinta a la tuya, la razón es que elijo ser como
soy y tú eliges ser como las convenciones sociales establecen que se debe
ser. Yo me doy tales experiencias y tú te las niegas. Yo soy feliz de ser
como he elegido, tú te sientes mal porque reprimes impulsos sanos. Estás
hecha para ser feliz, pero has decidido no serlo. Es sencillo.

¿Qué sucede dentro de mí cuando se me niega la posibilidad de reconocer,


de inspeccionar una mano bonita? Pues siento felicidad ¿Qué cómo es
posible ser feliz al no lograr lo que se desea? El problema es que, entre
tocar la mano que me gusta y dar la libertad ajena de decidirlo, elijo la
segunda y si tal decisión es que no puedo tocarla, soy feliz porque alguien
sea libre de elegir ser, o no, tocada. La libertad es la apoteosis del amor.

Dios ama a los humanos porque no los obliga a creer en él, a pesar de tener
poder para hacerlo. Si usara el poder y obligara a los hombres, éstos no
serían libres, sino esclavos de Dios. Dios quiere que el ser humano crea en
él por decisión propia, por esto están en libertad de no creer.

Hasta aquí, estoy seguro de que puede haber impreci siones. Pero hay algo
importante, tales imprecisiones debes descubrirlas, aclararlas por ti misma.
Yo, aunque quisiera, no puedo explicár telo todo, no porque no sepa ni
porque no quiera (lo cual no significa que lo sepa) sino porque la vida es
cosa práctica, no teórica. La felicidad, se dis fruta siendo feliz, no leyendo
libros. Tal como la otra vida, la eterna, se gana viviendo ésta, pero
viviendo en realidad, no de forma ficticia y ese es el quid de la cosa. La
información teórica es conveniente, pero creo que es imprescindible vi vir
para auto-examinarse y darse la nota.

CARTAS DE AMOR II

El mundo en que vivimos está falto de amor. La gente no sabe qué es amor
y lo confunde con el sexo. La gente llama hacer el amor a realizar el acto
sexual. Creo que proclamar estas ideas es la misión de las personas reales,
lo cual es una forma de ser felices. Todo lo demás es puro cuento y podrás
ser importante proclamando otra cosa, sólo que es una importancia relativa
a un grupo que trabaja en otra dirección, con otro objetivo, necesario pero
diferente a éste.

En tu última carta, amiga mía, encuentro la razón y la convicción del gran


problema del mundo. Dices con tus propias palabras: ni me he enamo rado
ni quiero enamorarme de, tí.

El amor es la fuerza que mueve la Tierra. Es el sentimiento más bello y


más humano. Sin em bargo, te lo niegas diciendo: ni me he enamo rado ni
quiero enamorarme de, tí. En efecto, te nie gas a lo más exquisito de lo
humano, no te das al sentimiento y a la emoción más sublime por libre y
espontánea voluntad.

Lo dices porque no me conoces. Si me conocie ras en realidad, no podrías


evitar enamorarte de mí. Y no me conoces, porque no te cono ces a ti
misma. Si te conocieras a ti misma te dar ías cuenta que somos lo mismo
sin mayores dife rencias (solo unas pocas).

Yo sí me conozco. Yo sé quién soy, por eso estoy enamorado de, tí. Tú no


eres lo que crees que eres, por eso no puedes amarme. Y lo que eres es
desco nocido para, tí. Pero voy a decírtelo.

Un hom bre que escribe una carta se sirve de una pluma, la usa, pero él no
es su pluma, la pluma es de su propiedad porque ejecuta el trabajo que él le
ordena. Su pluma está en su mano, pero su mano tampoco es él, pues un
hombre puede vivir sin su mano. Su mano es como su pluma, una cosa de
la cual se sirve. Pero, si sus manos no son él, tampoco lo son sus piernas,
es decir, que él no es su cuerpo. Su cuerpo es su vehículo, su medio para
moverse, de manifestarse y de hacerse sentir en el desarrollo histórico de
su evolución. ¿Será su cerebro? ¡No! Su cerebro es también su herra -
mienta, para producir pensamientos con los cuales pueda tener consciencia
de sí. Su cuerpo y su mente son cosas que el hombre usa, igual que usa
otra cosa, pues se deteriora, se ensucia, se rompe, se repara y se acaba. El
hombre es su espíritu. El cuerpo es el caballo, el espíritu, el jinete.

Estoy enamorado de, ti. Pero no estoy enamorado de tu casa, ni de tu


sueldo, cosas éstas que son: co sas tuyas, pero que no son lo que, tú, eres.
Estoy enamorado de lo que eres tú en realidad, no de lo que tú tienes, ni de
lo que, tú, usas, ni de lo que, tú, te vales para ser quien eres. Tu cuerpo es
algo que ahora tiene sus esplendores que podrán arreba tar, pero que dentro
de quizás pocos años o muchos años, no te servirá ni a, tí misma. Yo amo a
lo que eres, tú misma, a lo que domina en tu cuerpo, porque esa energía,
esa expresión de vida misma que, tú, eres, no es más que lo mismo que yo
soy. Por eso digo que estoy enamorado de, ti, tal como estoy enamorado de
mis hijos, de mis pa dres o como puedo estarlo del bodeguero de la esquina,
de un chino que vive en Pekín o de un negro que viva en el Congo.

Cuando tú te conozcas te enamorarás de mí y no tendrás reparo en estar


unos segundos abrazada a mí, como no tendrás reparo en estar unos segun -
dos abrazada a cualquier persona por el simple gusto de tener a alguien
vivo muy cerca de ti. El verdadero amor es inocente ¿Nunca has abrazado
a un hijo tuyo? Es agradable sentir a un ser humano cerca de nosotros
¿Nunca has abrazado a tu padre? Es agradable sentir a un ser humano tan
cerca ¿Por qué, entonces, no podrías abrazarme a mí unos segundos?
También será agradable, por que yo también soy un ser humano. Si abrazas
a tu hijo con inocencia y abrazas a tu padre con inocencia ¿Por qué mi
abrazo no habría de serlo? ¿Qué hace que un abrazo sea distinto de otro,
co mo no sea tu propio pensamiento?

¡Cuán falto de amor está este mundo!

No salgo a pedir abrazos, pero sí salgo todos los días con la intención de
posibilitar el acerca miento, la comunicación y la amistad, vías por las
cuales se canaliza el amor.

Salgo como Don Quijote, salgo como un loco en busca de amigas y me


acerco a cuanta muchacha bonita me encuentro (de los muchachos que se
encargue una mujer) a mí los muchachos no me gustan, además, me es más
grato conversar con mujeres, aunque no me disgusta conversar con hom -
bres, pero la Naturaleza fue quien dispuso así las cosas y no yo: polos
contrarios se atraen, polos iguales se repelen.

En este asunto hago, ejercito y construyo mi felici dad. No salgo a cazar


mujeres para realizar el acto sexual con ellas, no soy un simple ani mal.
Soy un animal evolucionando que busca evolu cionar a los demás. Si yo
hiciera lo mismo que hacen los demás, nadie creería que existe ese amor
del que hablo, pues ¿Qué confianza tendrías cuando me vieras abrazando a
otra? Sin embargo, si se enamora de mí y no posibilito tener sexo con ella,
pero luego me ve abrazando a otra me creerá y dirá: con ella no va a
hacerlo, pues no lo hizo con migo. De otra forma diría: Lo mismo que me
hizo a mí, le hará a la otra.

Esto no quiere decir que yo no desee el sexo, sólo que me lo reservo, para
cierta persona.

Dado que el sexo en su esencia resulta el meca nismo para la procreación,


creo que utilizarlo ¡únicamente! como fuente de placer es egotista y
criminal, algo así como vestirse de frac para ir al trabajo.

El sexo no es malo en sí, no tiene nada de per verso, ni puede argumentarse


sobre él nada pecami noso. Lo improductivo y erróneo puede estar, eso sí,
en nuestras opiniones sobre él.

El simple placer sexual dura poco, apenas toda una experiencia sexual no
excede, en circunstan cias normales de: encuentro y entrada a la alcoba,
flirteo social (aunque se conozcan y sean pareja estable) preámbulo de
rapot, ritual de inicio, ejecutoria y conclusión, apenas llega a un par de
horas y el acto sexual en sí, es de pocos minutos. Abogo y prefiero los
place res duraderos. El sexo es cuestión de una época de la vida y aunque
no he pasado esa época todavía (no sobrepasaba la treintena cuando escribí
estas cartas) me doy perfecta cuenta que lo mejor de la vida está en la
niñez en la cual no hay sexo, por tanto, si la niñez es sin consciencia de
causa sobre las cosas, pues la vejez anciana debe ser lo más exce lente de la
vida, pues tampoco hay sexo y sí conocimiento de causa.

En lo personal me siento en la plenitud de mi madu rez emotiva y me


planteo mantener ese equilibrio durante el mayor tiempo posible. Será
como disfrutar las excelencias supremas de la vejez con juventud todavía.
Me siento privile giado por ello y considero una pena ¡qué tanta gente! se
niegue este disfrute sublime, que hace que la vida merezca el elevado
precio (que a ve ces debe pagarse) de vivirse.
Quizás haya sido duro contigo en algunos términos y giros, y, si lo hice,
fue por amor. Me jode mucho, verte per der tanto tiempo sin decidirte a ser
feliz.

LAS FILOSOFÍAS

En su doctrina sobre el Tao, Lao Tsé distinguía tres tipos de humanos: El


Hombre superior, el Me dio y el Inferior. En Grecia, Pitágoras exponía algo
similar: decía que en esta vida existían tres tipos de personas tal como eran
las clases de perso nas que asistían a los Juegos Olímpicos, la clase Baja
estaba compuesta, según él, por quie nes iban a comprar y a vender; la
siguiente la for maban aquellos que iban a competir y la mejor de todas
aquella formada por quienes sólo iban a observar, estos eran los
espectadores, seres con ansias de saber cuánto sucede, por el simple de seo
de saber y quienes venían, en cierto modo, a ser los filósofos en la
sociedad.

En verdad me parece interesante, tomando en cuenta esta consideración


pitagórica, el papel del filósofo: llegar a un juicio sobre todo cuanto está
ocurriendo a su alrededor, llegar a hacerse una idea de conjunto, una idea
abarcadora de toda la realidad, lo cual vendría a ser la Verdad, empleán -
dose en esto por una razón simple: por gusto.

Volviendo a Lao Tsé, decía éste en uno de sus aforismos, que el Hombre
Medio y el Hombre Infe rior eran los instrumentos del Hombre Supe rior
con los cuales hacía su obra y, entonces, me imagino el asunto de la vida,
de la existencia humana, como un gran laboratorio donde el Hom bre
Superior de los chinos o el filósofo de los griegos (tal como el alquimista
de la Edad Me dia) trabaja sobre las clases menos evolucionadas para
transmutarlas, para hacerlas ascender a otro nivel de existencia.

Por esta época de Lao Tsé y de Pitágoras, más o menos, aparece Buda en la
India, con su contribu ción para encontrar la verdad en el punto medio, con
lo cual introduce la noción matemá tica del promedio para ampliar la
definición pitagó rica de que: el número, es todas las cosas.

En este tema; que es un esfuerzo, quizás, superior a mis fuerzas; intento


poner en orden mis nociones sobre el mundo y, para eso, trato de conciliar
o prome diar, quiero decir: Hallar el punto medio de, toda intención
anterior de, hacer lo mismo. Y lo hago por una razón simple también: me
da gusto. Pero hay otra razón: estoy seguro, como Picasso, al decir con sus
palabras: Yo no busco, yo encuentro, y lo que encuentro es grato para mí,
resulta bueno, hablando en términos esen ciales, y quiero compartirlo con
los demás animales de mi especie o, por lo menos, con los demás animales
de mi especie en mí mismo nivel de evolución.

Aunque confieso que tengo intención de influir en los demás con el


hallazgo de mi verdad, no me creo un hombre Superior con respecto a los
otros. Creo, eso sí, que soy un Hombre Supe rior cada día con respecto al
hombre que fui al día anterior. Esto en términos taoístas. Pero si alguna
fuerza aplico para producir influencias de consideración en el resto de los
mortales, la aplico sólo en mi real y única posesión: yo mismo. Si a
alguien juzgo y sanciono es a mí mismo y si alguna influencia, repito,
quiero tener sobre el resto de la manada no quiero que sea ma yor que la
que puede ejercer el ejemplo de mi vida.

No sé si soy un filósofo y no me interesa averi guarlo. Aristóteles dijo que


el Hombre era la me dida de todas las cosas y eso es lo único que tengo
seguridad de ser; un hombre. La exposición de mis criterios personales,
sobre cuanto ocurre en mi tiempo y en mi espacio, puede no estar en
correspondencia con las ideas más generales sus tentadas por otras
personas, pero reconozco que esas personas tienen derecho a tener
opiniones diferentes a las mías. No pretendo disminuir la verdad ajena sino
proponer la oposición de la que tengo o por lo menos hacer que crezca la
verdad con una nueva faceta: la mía.

Siempre recuerdo, como un recurso de ayuda, el cuento hindú de los ciegos


que salieron en busca de cierto elefante, para saber cómo era y luego que
lo hallaron todos daban una descripción dis tinta de él, pues cada uno daba
su impresión del lugar por donde lo había palpado. Yo también he palpado
al elefante por algún lugar y creo tener de él algo que decir. Mientras más
seamos difun diendo cuánto de él sabemos, más pronto llegare mos a tener
una idea del todo.

La sabiduría popular dice que la historia se re pite y la aplicación de la


Geometría a las teorías del conocimiento, habla de la espiral como figura
universal de desarrollo. En cada época la espiral se alza, se abre, pero de
forma inexorable cada punto de la curva se sitúa en el espacio de forma
que siempre una de sus coordenadas es común a otros puntos de la curva.
Creo que fue Aristóte les quien dijo que la historia de la Humanidad es la
historia de un solo hombre.

En cada generación ha habido hombres que han aportado su verdad, su


descubrimiento de la reali dad o su impresión del elefante y, tras la nueva
verdad, se han ido todos como si la nueva verdad fuese toda.

Lo nuevo, en mi forma de ver las cosas, es que nunca ha habido algo


nuevo. En alguien momento posterior a nuestro tiempo la verdad ha sido
mostrada de una vez y por todas y siempre ha estado ahí,
acompañándonos, sólo que no hemos querido verla o aceptarla y nos
hemos ido conformando con que nos amplifiquen, cada cierto tiempo,
alguna porción suya como si fuera el todo.

Debe haber un por qué habremos despreciado u olvidado la verdad para ir


descubriéndola de nuevo, pero eso es buen tema para otro libro; lo cierto
es que de esta forma en tiempos de Colón se pensaba que la Tierra era
plana, Magallanes en el año 1520 es quien prueba con su viaje de
circunvala ción la redondez de la Tierra, sin embargo, los antiguos hebreos,
los egipcios faraónicos y la anti güedad griega conocían esto ¿Cómo fue
que se olvidó este conocimiento? Todo el mundo se quedó como dormido.
En la remota India, desde hace miles de años se conocía que las
enfermeda des eran producidas por seres invisibles, no obs tante no fue
hasta época reciente, cuando se in ventó el microscopio, que se supo de la
existen cia real del mundo invisible de los microorganis mos. Igual sucedió
con el camino hacia la felici dad humana, se indicó una vez y no ha cesado
de repetirse, sólo que el resto de los humanos (léase: la mayoría) no repara
en ello. No hay nada nuevo bajo el sol, dice el Eclesiastés.

En época más cercana, Ezra Pound afirmó que de todo cuanto se ha escrito,
los únicos libros significati vos, son pocos. En el momento en que leí seme -
jante información me pareció exagerada y sensacio nalista, como si fuera
portadora de cierta pretensión vanidosa. Hoy por hoy, coincido con él en
este punto y digo más: digo que no sólo en literatura, sino en toda
manifestación artística; lo único que ha variado es el continente lo exterior,
el envase, la forma, como quiera llamársele, pero con respecto al
contenido, al interior, el mensaje de la obra ¡el mensaje! ha sido siempre
referido a un mismo asunto y cuando menos a la negación de éste, lo cual
no deja de ser una forma de depen dencia. En lo personal, afirmo que todo
cuanto ha hecho el ser humano de enaltecedor, de valor para el espíritu
humano y de noble y vir tuoso y digno, ha sido siempre la repetición de los
mismos valores, los cuales han venido apare ciendo aquí y allá durante toda
la era antigua y que fueron recogidos, aunados y agrupados de una vez y
por todas en unas pocas páginas, me refiero a los capítulos del cinco al
siete (ambos inclusive) del Evangelio de San Mateo, conoci dos como el
Sermón de la Montaña, no por gusto se dice que, el de Mateo, es el libro
más leído del mundo en todos los tiempos.

El programa de vida práctica planteado en estas páginas (me refiero a las


páginas de Mateo, que no a éstas que yo escribo) ejemplificado con algu -
nos detalles de la vida del señor Jesús es, a pesar de tan simple, tan
sobrecogedor y arries gado que sólo contadas personas, incluso entre
aquellas que se hacen llamar cristianos, son capa ces de aplicárselo.

Las teorías filosóficas, tanto antes como después de la aparición de Jesús


en la escena de la experien cia humana, no han hecho más que presen tar
uno u otro aspecto del programa cris tiano. Es decir que intento argumentar
que una u otra corriente filosófica ha marcado un hito en la historia del
pensamiento, sólo por haber sido parte de tal programa y que en tal
programa se encuentran formando parte todas las vertientes filosóficas
conocidas. El programa propuesto por Jesús es como un diamante en el
cual son facetas el existencialismo, el estoicismo, el conductismo, el
transcendentalismo o el materialismo.

En buena técnica quizás todo lo que aquí escribo sea un disparate, pero eso
me tiene sin cuidado ya que yo no escribo para los especialistas en buena
técnica, no me dirijo a filósofos, ni a políti cos, ni a intelectuales. Creo que
esas perso nas están atrapadas en sus tecnicismos y creo que de querer ser
esto o aquello deviene todo el mal que padece el planeta. Estas líneas están
destina das única y en exclusivo a aquellos que forman una minoría
numerosa: los desesperados, a los que piensan que los abandonó la suerte,
a los que sufren y quienes puedan ver en estas ideas una salida, un escape
para huir de esa zona depri mente o inmovilizadora en que se encuentran.
Los teólogos, los políticos, los psicólogos, los intelectuales; quienes en
otros términos no son más que bachilleres, curas y barberos, no verán en
estas páginas más que deficiencias, discrepan cias, errores y
contradicciones.

No voy a esforzarme en demostraciones exhausti vas ni en búsquedas


argumentativas, ni en corres pondencias de cada corriente filosófica con los
postulados religioso-institucionales, no del cristia nismo sino de Jesús, lo
cual no es lo mismo, pues creo con Marx, en cierta medida que la religión
es el opio de los pueblos, mientras que la doctrina original de Jesús era
para desper tar a sólo unos pocos. De todos modos, esto quedará esbozado
en general, propuesto a medias en ciertos casos y, en otros, pudiera
pensarse que muestro cierto interés en convencer, pero no debe entenderse
así. No me interesa convencer a na die, no me interesa hacer que nadie
cambie su modo de pensar.

En síntesis, el tema de las Filosofías no me pro pongo presentarlo como un


todo independiente, sino como un leitmotiv que estará presente en todos los
capítulos de este libro.

MEDITACIÓN SOBRE EL
TRABAJO

Tuve necesidad de meditar sobre este tema impul sado por unas ideas que
puso en mi mente el espíritu de Giovanni Papini. La primera vez que
estuve en contacto con esta teoría sobre el trabajo, fue leyendo la Vida de
Jesús, de Papini.

No voy a detallar las opiniones de este italiano pues en mi opinión él


particulariza y yo prefiero las generalizaciones, pero, así y todo,
coincidimos en que, en efecto, la elección del trabajo que va mos a realizar
a fin de ganarnos el sustento pro pio y el de nuestra familia determina, en
mucho, más que eso.

Para Papini algunos trabajos como agricultor, herrero, carpintero, albañil,


etcétera, enaltecen al hombre predisponiéndolo para el descubri miento de
las verdades espirituales y que las ocupa ciones como soldado, marino o
mercader hacen que el hombre pierda la orientación en su viaje por la vida.

Fui, durante algunos años, uno que percibía un sueldo, bastante decoroso,
con poco (ningún) es fuerzo. Pertenecía a la casta de los técnicos, de los
que saben. Durante ese tiempo pude observar de cerca a otra casta
semejante, la de los dirigen tes.

El plomero, el albañil, en fin, quienes producen cosas, ven tanto a los


técnicos, como a los dirigen tes, como gente que vive sin trabajar, pero no
los ven como a personas odiosas o como a parásitos que viven del trabajo
de ellos los alba ñiles y los plomeros ¡No! Los ven como a personas
habilidosas, inteligentes y respetables (con sus excepciones) y hacen un
gran esfuerzo en su trabajo personal o en la educación de sus hijos para
hacer de ellos (y de sí mismos), técni cos o dirigentes.
Un detenido análisis echa por tierra la idea de que esta gente
intelectualizada, liberada del es fuerzo físico, no trabaja. Hay que ver
cuánta energía consume un director de empresa en una de sus reuniones de
coordinación de estrategias financieras, o un ingeniero calculando un
puente, o un jefe de estado, o un juez, o un periodista, o cualquiera de esos
que vive como se dice en buen cubano sin sudar la camisa y sin doblar el
lomo.

Tal parece que voy a resumir diciendo que los que viven sin trabajar en
realidad, trabajan tanto como los que trabajan en realidad. Pues sí. Sólo
que el trabajo de los primeros es ficticio, el de los segundos, real.

Un carpintero trabaja un día y hace una butaca real, de verdad, en la cual


tú, amigo lector, pue des sentarte. Un policía al cabo de un día de tra bajo
no ha hecho nada, y tú, amigo lector, podrás decir que creó la seguridad
para el carpintero, pero lo cierto es que el policía sólo creó una ilu sión de
seguridad, una seguridad irreal en la cual tú, amigo lector, no puedes
confiar. La seguridad real la proporciona el herrero que fabrica las can -
celas, las rejas de ventana o el cerrajero que fabrica los candados y el
albañil que coloca tales hierros en el sitio adecuado para impedir que en -
tren los ladrones. Así podemos, al fin, lograr una teoría final sobre el
trabajo.

Los trabajos manuales que trasmutan la aparien cia exterior de las cosas,
los oficios de paz, los trabajos que producen cosas útiles o que garanti zan
que se obtengan cosas palpables, sanas y bue nas, con el simple concurso
de una persona, son los trabajos que hacen del humano un perso naje real,
con posibilidad de alcanzar, sin mucho bagaje intelectual (por la simple
asociación de ideas), un nivel de conocimiento filosófico para aprehender
la verdad de su existencia. Ejemplos de tales trabajos son, aumentando los
señalados por Papini: el zapatero, el pescador, el sastre, etcétera.

La importancia de estas labores radica en su senci llez o sea en su falta de


importancia ya que pueden ser realizadas por un solo hombre, dándole
confianza en sí mismo sin deteriorar la concepción de colectividad, de
continuidad de complementariedad de uno con los otros para for mar la
Humanidad. Por el contrario los trabajos industrializados en los cuales (por
decir un número) veinte distintas actividades o etapas son necesarias para
producir un artículo, hacen que la persona se aliene, pues no encuentra en
sí misma ninguna significación: su especialidad, su profesionalidad, su
perfeccionamiento en colocar retrovisores o en colocar circuitos integrados
en bloques electrónicos en serie es tan poco en sí mismo, es tan sin sentido
para lo que significa tener un real y verdadero control sobre sí mismo, que
el hombre, al disgregarse, pierde noción de sus propósitos existenciales y
lo peor, la capaci dad de relacionar la información que lo lleve a la
posesión de la Verdad.

Los individuos con vocación filosófica, los que nece sitan para vivir la
búsqueda de la verdad, los seres que están interesados en encontrarse a sí
mismos son pocos y tú, amigo lector, pudieras pensar ¿A qué tanta lucha
cuando son tan pocos los beneficiados? La mayoría no necesita tanto lío, ni
tanta meditadera. Es cierto. El problema es que éstos pocos son los focos
de la evolución, las yemas terminales del verda dero progreso humano y
siendo tan necesarios al resto, se requiere que no se malogren, que no se
despisten, ¡Que no se pierdan!

Volvamos algo atrás. Estos oficios elementales, manuales, tradicionales y


antiguos llevan al ente de vocación filosófica a un resultado funesto para lo
que se produzca el progreso del mundo, condu cen a la rara comprensión
de que el único propósito, la única razón de la vida (de la vida de ellos) es:
informar, guiar, ¡Salvar! a un pe queño grupo de seres semejantes a ellos
que vendrán después pero que siendo tan pocos tendrán que salir a
buscarlos, a encontrarlos, siendo así que el oficio que más se aviene, para
tal tarea, será el de Pastor. La vida nómada. El desapego de los lugares y
de las cosas.

El trabajo del hombre superior de Lao Tsé o el del filósofo pitagórico es


también sin doblar el lomo. Quizás no hace sufrir mucho a su cuerpo
físico, pero tiene que forzar en mucho a su cuerpo emocional y al cuerpo
de sus pensamientos. Debe volverse, como Jesús, un judío errante; uno
como él, que no tiene ni dónde recostar su cabeza. Di fundir su evangelio
original es el más elevado de los trabajos.



LA COMUNIDAD CUBANA EN
EL EXILIO

Si algo creo es que el mundo tiene un orden. Que la Naturaleza se rige por
leyes. No se me ocu rrió, lo he leído en libros de Física y de Biología y lo
repiten los articulistas de textos científicos actuales. La abrumadora
mayoría de las personas, tiene afinidad por el orden; aunque pocas, una
idea clara acerca de él. Pero, en lo que sí coin ciden, es en su recelo por la
anarquía. Con todo lo dicho, sin embargo, cuando esas mismas personas
son sometidas al orden, casi siempre terminan criticándolo, e incluso,
teorizando sobre la liber tad, la soberanía, la independencia y todas esas
ideas románticas y hermosas que sirven para movilizarnos contra él.

Cada zona del globo tiene determinadas condicio nes climatológicas,


características geológi cas, sus propiedades, digamos, de campo;
gravitacional, magnético, etcétera. E intuyo que debe existir una estrecha
relación entre el en torno, en que nace cada ser vivo, y el ser vivo mismo.
El arroz de Asia, el trigo de Europa y norte de África, el maíz de
América... son la base alimentaria de los grupos humanos que allí se
desarrollan. Por medio del alimento de cada lugar se establece esa relación,
así los minerales de la tierra geográfica del medio pasan a formar parte de
la estructura biológica de cada ser y así podrá quedar explicado por la
ciencia, aquello de que habla el Génesis bíblico acerca de que formó, Dios
al hombre, del polvo de la Tierra.

De esta suerte; si se lleva a un oso polar al Ecua dor, se introducen


violentos cambios en el sis tema del oso, los cuales crearán efectos
desestabili zadores; igual sucedería a una Palma de Corcho, que sea llevada
desde la Sierra de los Órganos, en Pinar del Río, Cuba, al Himalaya; o una
llama a Helsinki, desde el Perú. Con todo, tendrían que seguir existiendo
condiciones míni mas (siempre artificiales) para garantizar la exis tencia ¡no
la vida plena! de tal ser vivo.

Un ser humano es más libre que un árbol o que un mono: puede elegir
dónde estar. No obstante, esta libertad es relativa, su elección para elegir
dónde estar es limitada pues: Vive en colonia, como los corales y los
corales están anclados al lugar donde se forman, así vemos, otra vez, cómo
el humano, está atado (sutilmente), al lugar donde nace, por medio,
además, de la cultura, las tradiciones, las costumbres, los afectos, la fami -
lia, etcétera. Si pierde su conexión con el lugar donde nació, con el lugar
donde ahora es lugar común decir que están sus raíces, se vuelve un
desraizado, un desnutrido emotivo, ya que le fal tará la savia del espíritu.
Ésta, es la conmovedora imagen de la comunidad cubana en el exilio.

En ella advertimos las señales del progreso mate rial. Es innegable: la


inmensa mayoría mejoró con creces sus más grandes aspiraciones en
cuanto a la cantidad y calidad de posesiones para proporcionarse
comodidad y bienestar en la vida, pero ¿Fueron, es decir, son felices?

El mayor anhelo, la suprema búsqueda humana: la felicidad ¿la obtuvieron,


la alcanzaron junto con todo lo otro que disfrutan? De acuerdo con los
párrafos anteriores, parece que no; pero ¿Ellos, qué dicen? Bueno, pues, si
no afirman, e incluso si lo niegan, la Historia nos asegura su infelicidad. Y
lo argumento.

El destierro fue, desde la Antigüedad, una dura condena. Nadie venga, ¡Por
favor! A querer conven cerme de que los desterrados puedan ser felices. Sin
embargo ¿Cómo pueden, tantos, impo nerse a sí mismos, semejante
sanción? Hagamos, por favor, una aproximación a esta realidad por medio
de mi interés en comprender a estas perso nas.

¿Por qué se fueron de Cuba? ¿Por qué se siguen yendo? Ellos dicen,
repiten, afirman y reafirman que por culpa del estado. Para ellos el estado
resulta ofensivo, agresivo, duro y despótico. Esas son, en síntesis,
apretada, sus palabras. Amén, las consideraciones económicas ¡Ah, la
riqueza!

Los que se fueron, los que se van y los que se quieren ir, en su inmensa
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mayoría, se llaman reli giosos . Se cuelgan crucifijos y medallas al cuello o
van al Cobre, antes de montarse en una balsa.
Los descreídos, los ateos; con lo cual, en otros términos, ellos quieren significar como los ma los;
son el estado y los que se quedan apoyando al estado, o simulándolo, que hay de todo en la viña
del Señor. Sería interesante ver qué dice la Biblia, a sus seguidores, para su

relación con el estado. Allí, en la Primera epístola universal del señor san
Pablo, en su capítulo II, sobre La sumisión a la autoridad, en el versículo
13, se lee: Sed pues sujetos a toda ordenación humana por respeto a
Dios; ya sea al rey, como a superior, en nuestro contexto donde dice rey
podemos poner jefe de estado o, simplemente sistema, como dicen otros. Y
continúa leyéndose, en los versícu los 17 y l8: Honrad a todos. Amad la
fra ternidad. Temed a Dios. Honrad al rey. ¡De nuevo el rey! como
símbolo del orden a través del gobierno humano. Siervos, sed sujetos con
todo temor a vuestros amos; no solo a los buenos y humanos, sino,
también, a los riguro sos. Esto se me parece a aquello que dijese Martí:
Nuestro vino es agrio, pero es nuestro vino. Es decir, que el señor
apóstol Pedro, el discí pulo sobre quien se dice que Jesús edificó su iglesia,
exhorta a los religiosos a quedarse, a admitir y colaborar, por amor a Dios,
con el es tado, aunque éste sea sofocante para ellos. Pero ellos, en nuestro
caso, prefieren irse. (¡!)

Hay un bello pasaje en los evangelios, en el cual un joven rico se acerca, a


Jesús, pidiéndole informa ción sobre cómo ganar la vida eterna, pero a las
respuestas iniciales del maestro, el jo ven rico afirma que todo eso lo ha
cumplido así, pues, vuelve a preguntarle ¿Qué más me falta? (Mt. 19:20).
Volviendo a responder, Jesús, en el versículo siguiente: si quieres ser
perfecto, anda vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro
en el cielo; y ven, sígueme. Y oyendo el mancebo estas palabras, se fue
triste porque tenía muchas posesiones. Entonces, Jesús dijo a sus
discípulos: de cierto os digo, que un rico difícilmente entrará en el
reino de los cielos. Mas os digo, que más liviano trabajo es pasar un
camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.

Como se ve, los religiosos que se van, pues se van en busca de las riquezas
de un reino que no es el de los cielos. Y, ¡Por favor! Qué no los estoy
juzgando. Quiero, hermanos, presen tar un informe real de los hechos sin
valorarlos, porque eso es circunstancial, lo de veras necesa rio es llegar a la
verdad de cuánto ocurre para, como dijera Jesús, ser libres. Libres de
sufrir, de opinar y de amar, como Jesús, hasta a quien nos dañe.

Los Estados Unidos, lugar de asentamiento de la comu nidad cubana en el


Exilio, es un país de alto desarrollo, por tanto, un país rico; cosa que nadie
discute. Es más, se asegura que es el más del orbe. Y no puedo evitar la
evocación de la Parábola del joven rico…

En todo este asunto, lo que me hace temer es que aquí, en Cuba, estamos
en vías de desarrollo. El estado, dirige sus fuerzas en pos del enriqueci -
miento material del país; en otras palabras, aquí también quieren ser ricos,
sólo que mediante otro método. Creo que es en torno a la riqueza, donde
está la perdición. Tanto porque lo dijera Jesús, como porque lo prueba la
historia. En resumen, creo que el compañero Jesús, para llamarlo como se
acostumbra en Cuba a llamar a los revoluciona rios, estaba en lo cierto.
Creo que es, repito, alrededor de la riqueza, fíjese que no digo en ella,
donde está la perdición del género humano y no en el método para
obtenerla.

Porque no hay nada malo en la riqueza, ni en ser rico, que mejor que en
guagua prefiero viajar en un BMW y nadie se vuelve un demonio por eso.
Es en la pasión que ponemos en las ideas que tene mos sobre la riqueza,
donde está el pro blema… Entre otras cosas ¿Bien?

Supongo que la Comunidad Cubana en el exilio y los aspirantes a formar


parte de ella, se traicionan en sus propias creencias por falta de madurez
espiritual o lo que viene a ser lo mismo, por falta de responsabilidad de
grupo. Esto puede ve nir dado por deficiencias en su formación como
individuos, entre otras causas, pero ésta que he mencionado antes, se me
antoja fundamental.

La riqueza material no es más que un exceso y se dice que: todo en


exceso… Creo que aquello de: a cada cual, según su necesidad y a cada
cual, según su capacidad, consigna enarbolada por los comunistas, no
deja lugar para la riqueza. Dijo Sócrates que: los que necesitan menos
para vi vir, están más cerca de Dios. Así, mucho antes que el señor Jesús,
ya este otro señor Sócrates había llegado a un criterio similar.
Dicen ciertos científicos parcializados, que el humano es capitalista por
instinto y me parece cierto. Los instintos, aparecen primero que la razón en
la historia del desarrollo evolutivo. Esto es apreciable en la estructura del
cerebro. Se localizan hacia las profundidades encefálicas, pues son
formaciones primarias. La razón, se con fina en la periferia, en la corteza,
pues ha apare cido en época más reciente. La razón puede sobreponerse a
los instintos y, cuando lo logra, el producto es un ser más humano que el
simple Homo sapiens. Cuando la persona logre eliminar al capitalista que
es por instinto y sobreponga al humano, que debe ser por razón, será un ser
más evolucionado, el llamado hombre nuevo. Con cepto que muchos
piensan que es comunista: No, es cristiano. Sin embargo, aunque ha
existido y cada vez existen más, todavía son fenómenos de la evolución,
todavía están en el mundo del pro yecto, en el plano subjetivo, en el terreno
de lo fantasioso, pero eso es otra historia.

Quiero significar, teniendo en cuenta las relacio nes de semejanza que


pueden establecerse entre el cosmos y nuestra existencia, que en la
relación entre el pueblo y el estado (y viceversa), se puede establecer una
comparación, y tratar de comprender cómo funcionan los estados unos con
otros, y descubrir que la relación entre el poder y el orden entre las
personas, se aplica en su funcio namiento dentro de la estructura familiar.
Tratemos, antes de continuar, evidenciar que esto pueda ser cierto.

El electrón gira alrededor del núcleo atómico... la luna gira, como un


electrón alrededor de la Tie rra. La Tierra gira con su luna ¡Como una luna!
alrededor del sol, y el sol gira, junto con todos sus planetas, (con sus
respectivas lunas) en torno al centro de la Vía Láctea, en uno de los brazos
espirales de esta galaxia. La Galaxia gira junto con las otras galaxias en
torno a otra cosa o por lo menos dentro de otra cosa que llaman el
Universo Conocido. Es también probable que el Universo Conocido con
otros desconocidos gire y giren...

Mi siempre despistado parecer me invita a pensar que existe otra cierta


relación, entre el comporta miento de las cosas pequeñas con las grandes.
Creo, y lo creen también algunos científicos menos estúpidos que yo, que
conociendo lo grande se puede llegar al conocimiento de lo pe queño, pero
hace ya mucho tiempo un egipcio, el señor Hermes Trimegisto, en su
famosa Tabla de la Esmeralda, había dicho: Como es arriba, tam bién es
abajo. Y si lo hubiera dicho hoy en día se hubiera ganado un Nobel. Así
fue como los griegos mirando al cielo nocturno, y en particu lar Demócrito,
intuyeron la concepción del átomo. Ahora los científicos, estudiando el
átomo, descubren (o creen descubrir) las leyes de la formación, la
estructura y el desarrollo del Uni verso ¿No es como para morir de risa?

Parece ingenuo, y quizás lo sea, pero en toda esta maraña de palabras lo


que intento decir es que tanto en el orden de los grandes cuerpos celes tes,
que no alcanzamos a precisar con exacti tud, como en el orden de las
infinitesima les porciones de la materia, que tampoco alcanza mos a precisar
con exactitud, se cumplen las leyes más elementales y simples que rigen el
orden de los seres humanos, orden que tampoco alcanzamos a precisar con
exactitud, pero del cual podemos hacer una observación estable, repeti tiva,
sin tener que usar medios complicados, tales como radiotelescopios,
microscopios electróni cos o teorías matemáticas, pues ese or den está aquí
a nuestro más próximo alcance.

Ese divorcio emocional entre la comunidad cu bana en el exilio con el


mecanismo político que rige, desde el año 1959 hasta hoy (momento en
que escribo, año 2013), su medio autóctono se basa en que muchas, es
triste, pero muchas personas no saben funcionar en el ámbito personal con
el estado, porque no entienden su propio funciona miento a nivel personal
dentro del grupo de la familia. Es un problema de incapacidad, para
recono cer su importancia dentro de los relativos niveles de grupo.

Sé de estas cosas porque, para subsistir en este mundo, he tenido que


dedicarme a entenderlo, me he vuelto algo así como un profesional de la
com prensión, solo que no tengo título. El pro blema básico de este mundo
es de comprensión, esto todos lo saben, no es un secreto, pero la gente no
resuelve este dilema porque desconocen el significado de la palabra
comprensión. Todos quieren ser comprendi dos, pero nadie comprende a los
otros debido a estar muy ocupados en hacerse compren der. Sólo los
insignificantes como yo se esfuerzan en comprender a los demás, sólo que
no siempre lo logramos por ser insignificantes. La diferencia es que no me
siento defraudado por eso, pues comprendo que tal (llegar a comprender -
los) no es lo más importante, lo más importante resulta: estarlo intentando
con sinceri dad.

En resumen general, creo o de momento quiero comprender, que la


cubanidad en el exilio es, en sí toda, un alma que clama y sufre por su des -
arraigo, pero que está cegada por el orgullo y la soberbia: no quiere
regresar como el Hijo Pródigo del pasaje evangélico, no quiere regresar
con humildad al Padre (me refiero al rey despó tico en la opinión de ellos,
bajo cuyo dominio, Dios, de quien se dice que conoce en verdadera
magnitud de qué estamos todos necesitados) los hizo nacer. ¡Por favor! No
estoy insinuando postu ras genuflexas, mejor sugiero erradicar posi ciones
de arrogancia. Vamos a entendernos, así como tampoco pretendo que tal
sea solución, porque no puede ocurrir, ya que está fuera de las
posibilidades de las agrupaciones humanas, tal sólo es posible ser
puntualizado en seres aislados, en individuos; las masas, las
muchedumbres, los pueblos no tienen conciencia colectiva, a lo sumo son
arrastrados por la fuerza de un gran líder y para lo que he planteado sería
necesario que naciera un Gandhi en Cuba ¡pero ni así! la idiosincrasia, no
digamos de los cubanos, sino de los latinos, no permitiría algo semejante.

A lo que quiero llegar es que aquellas personas para quienes escribo logren
la aprehensión de la idea de que intentar arreglar el mundo es una pérdida
de energía y que la única real forma de afectarlo es mejorarnos a nosotros
mismos, y brindar el ejemplo de nuestras vidas. Todo lo demás, como
decía un viejo amigo, es: un buey volando.

REFLEXIONES SOBRE
POLÍTICA, PSICOLOGÍA Y
AUTORREALIZACIÓN

Escribir sobre el fenómeno humano, conocido co mo autorrealización, tema


tan llevado y traído desde que el mundo es mundo, y que ha sido la esencia
misma, ¡Y seguirá siendo! de todo cuanto los humanos han hecho y harán,
no puede ser debida mente abordado sin considerar dos aspectos, o mejor
dicho los aspectos, que se me aparecen co mo determinantes: El aspecto (o
espectro) de todo lo que sucede en el mundo, o de eventos que se
encuentran en la corriente de la vida o más en propiedad del mundo
externo, formado por la actividad que ocurre más allá del límite de nuestra
piel y a cuyo enriquecimiento contribui mos con nuestra propia actividad,
toda esa ma deja de fuerzas, situaciones, accidentes, etcétera; pertenece al
mundo visible, al mundo de lo mani festado, el cual es creciente, expansivo
y siempre presente, existente y real, (desde este punto de vista).

El otro aspecto, es el del mundo interno de las personas, el cual, aunque


podamos definirlo, descri birlo y ser diferenciado por cualquiera, no
siempre existe, siendo lo que forma la existencia de ese mundo interno, en
definitiva, lo que haya que realizar.

De modo que el sujeto humano, es un cierto espa cio vacío, un cierto no-
mundo interior, un hueco móvil en el cual penetran ciertas influencias
proce dentes del mundo externo. Tal espacio in terno puede ¡en el
transcurso de la vida! llenarse de datos, de impresiones, informaciones y
conver tirse en un receptáculo de conocimientos, pero tal no significa que
se haya edificado algo real en él, pues ha sido sólo un cambio de lugar de
lo que había fuera hacia adentro.

Para que se realice en el individuo algo todo ese material debe ser
procesado, alterado, cambiado, mezclado, cocido, digerido y es hacia la
adquisi ción de esas capacidades que dirijo mi atención.
El mundo exterior está formado por las circunstan cias en las cuales
vivimos. Es por ello obvio que, aunque podamos interesarnos por ¿Qué
sucedió hace cinco mil años en Egipto? nos ocupemos más de ¿Qué está
sucediendo hoy aquí? pues tiene mucho más que ver con nosotros.

Lo que sucedió hace cinco mil años en Egipto puede tener un valor real en
la medida en que, de tales hechos, pueda obtenerse un mínimo de
conocimiento aplicable a nuestra vida, de lo con trario es un consumo, de
energía y de tiempo, innecesario. Es la adquisición de un lujo intelec tual.

Pensar, pasar revista y ordenar algunas ideas con relación a lo que está
pasando hoy en el mundo externo cercano a uno; sacar algunas conclusio -
nes propias y proyectarse a partir de ellas, activi dad con la cual se va uno
demostrando a sí mismo la real existencia en el mundo, es un ejerci cio de
vida. Un ejercicio práctico con el cual uno va edificando algo dentro, en el
mundo interno, lo cual va siendo: uno mismo.

Pero lo que ocurre en la mayoría de las personas no es eso. La mayoría


obtiene el material del mundo exterior pero no pasa revista, no ordena
ideas y mucho menos llega a ninguna conclusión propia; no pudiendo, por
tanto, proyectarse a par tir de ellas y, menos aún, demostrarse la existen cia
en el mundo; porque la mayoría de las personas carecen de la capacidad de
pensar, la mayoría lo que hace es: usar lo que otros han pensado y asumir
que lo han pensado ellas. De ahí que, la actua ción llevada a cabo, tenga
causas externas y sea una actuación automática que tiene que ver con lo
que se espera que uno haga. Toda la vida de un individuo muestra, tomado
de la mayoría, es una sucesión de actos prefabricados, programados fuera.

Lo que alguien hace, si coincide con lo que se supone que haga; cuando
dice que piensa de acuerdo con cierto sistema de ideas, se dice que está en
buen camino ¡Está bien! Ha acertado. Pero si no corresponde con lo que
los demás creen que es lo correcto, entonces, ha pecado, ha cometido un
error, es un desajustado.

De aquí que la vida del ser muestra, tomado de la mayoría, sea una
continua búsqueda de aproba ción, un perenne rastreo tras el
reconocimiento ajeno.
Con estas premisas intento acercarme a la reali dad externa del mundo y; al
pretender ejerci tarme a mí mismo, en la demostración de que existo;
advierto que muchos me toman por uno más que persigue los honores del
mundo, por uno más, como tantos, tratando de llamar la atención y dejar
en la memoria de los hombres su can tar, parafraseando a Machado. Si
así fuera ¡Cuán fácil sería! Bastaría no más desde aquí, desde Cuba,
aprovechar el poco talento que cualquiera más o menos tiene y emplearlo a
favor de los inte reses que tiene el poder o emplearlo en con tra de esos
mismos intereses. Pero ambos casos, para lograr el objetivo, deben ser
excesivos, desme surados, fuera de equilibrio, es decir, injus tos. Nada más
fácil, a pesar de los riesgos que pueda implicar esa facilidad, pero los
riesgos son a veces el precio del ¿Éxito?

Pero esa no es mi posición. Hoy puedo desagra dar a las autoridades de


Cuba porque veo alguna que otra falta en ellos y porque aprecio las virtu -
des en quienes son llamados enemigos. Sin em bargo, puedo desagradar
también a la cubanidad en el exilio o a los grupos disidentes del patio,
porque reconozco en el estado cubano su autori dad, así como señalo la
ceguedad y los errores (en mi opinión) del exilio cubano.

¿Con quién está éste? Se preguntarán allá y aquí (y la pregunta misma


viene de, y conduce a, la confusión, la contradicción, la incomprensión) y
en la respuesta a esta pregunta se decide todo: ¡Con nadie! Todo mi
discurrir, mi afán por pen sar, por discernir, está orientado a mí mismo. Me
importa un pito lo que piensen de mí los bachille res, los curas y los
barberos. Mi interés está en dirigir mis esfuerzos hacia mi propia y real
libertad, porque la única y real libertad que cualquier hombre puede
conquistar, no es otra que la de su propio Yo.

Creo entender que todo eso de luchar por la liber tad de Cuba estuvo muy
bien allá durante las guerras de los años 1868 y 1895, pero ahora es un
sueño, es una escla vitud. Ahora a quien hay que libertar es a esa chispa de
Dios que en nosotros vive prisio nera y todo lo que sea seguir una línea de
pensa miento ajena, es algo externo. El ser hueco (por estar vacío), se sabe
invisible y quiere llenarse de cualquier cosa, en esa angustia de querer
exis tir, y así es fácil creer que se vive, cuando lo que en realidad se está es
siendo un autómata que se mueve por fuerzas comunes que se generan
fuera de uno, reaccionando a ellas igual que los otros. Vivir es activarse
por fuerzas que se gene ran dentro de uno y que a nadie más correspon den.

Trabajar para sí propio es ser libre, porque ser libre es ser autodependiente,
es cortar casi todos los hilos externos que tiran de nosotros como si
fuésemos títeres de circo.

Para ser libre hay, primero, que saber qué es la esclavitud y qué es la
libertad, dentro de uno mismo; dijo, más o menos, Gurdjieff.

Seguir a los de allá o a los de aquí es seguir con amos, y podrá pensarse
que abogo por el anar quismo, nada más errado, se trata de comprender que
la libertad no es: No tener dependencia, sino elegir, una y otra vez, de
quién se va a ser esclavo. No es lo mismo ser esclavo de alguien, o de
algo, porque no se puede evitar; que decidir ser esclavo. Hay en esta
decisión un acto de ge nuina libertad y el poder de una verdadera volun tad.

Se trata de ser esclavo de las influencias más inter nas. Se trata de


esclavizarnos a esa hambre de ser, a la necesidad que nos compulsa a crear
ese mundo interno que debemos realizar.


LA OTRA CARA DE LA MONEDA
O LA COMUNIDAD CUBANA EN
EL EXILIO DE SÍ MISMA

José Enrique Rodó es el autor de un cuento titu lado, La pampa de granito,


en el cual un viejo austero y cruel obliga a un pobre niño a cavar con sus
uñas un hueco en la pampa para sembrar una semilla, siendo esclavizado a
regarla con sus lágrimas y a cuidarla a pesar de la inclemencia del rudo
tiempo. Al fin, cuando ya está a punto de recoger la cosecha, el viejo lo
conduce lejos a ini ciar otro cultivo de suplicios y sacrificios sin esperanza
de retribución. Ese es, más o menos, en apretada síntesis, el cuento.

Los críticos han querido ver en él un simbolismo: el viejo, es la voluntad y


el niño, el ser humano.

En ese mismo sentido, Fidel (el gran conductor de Cuba para algunos, que
fueron muchos a partir del primero de enero del año 1959, y para otros, el
Gran Dictador a partir también de esa fecha) viene a ser el viejo atroz de
la pampa rodiana y la comunidad cubana exiliada de sí, el niño. Visto así,
Fidel viene a ser o protagoniza, o prota gonizó, el rol de la voluntad de la
comuni dad cubana que no se ve en el exilió geográfico, sino el exilió de sí,
pues se deja llevar como el niño de la pampa, al sacrificio. No tiene, pues,
vo luntad propia.

La voluntad de los pueblos no es más que la resul tante de la voluntad de


los individuos que los forman. Si los Estados Unidos es un país con
progreso, y prosperidad se debe a estar formado por emigran tes; el
conjunto de los individuos más aventure ros, decididos, emprendedores y
entusiastas, de otros países, que fueron a agruparse allí.

Si la comunidad cubana que vive en Cuba vive en la restricción, el


racionamiento, la pobreza y some tido a decisiones austeras, severas o
retrógra das (según algunos) es porque no existe una resultante de
voluntades individuales que su pere la existente: Resumida en la persona de
un líder.

La comunidad cubana en el exilio sufre porque a pesar de tener bienes


materiales de calidad y magní ficas condiciones objetivas de vida, les falta
el cielo, la tierra; les faltan las personas, los paisajes de que está formada
su alma. Con tinúa emocionalmente atada a Cuba.

Por otra parte, la comunidad cubana en el exilio de sí (que vive en Cuba)


también sufre, pero por no tener voluntad propia. En conjunto el pueblo
de Cuba, ambas comunidades, sufre: una, por haber empleado su naciente
voluntad en la deci sión de irse, pues si hubiera utilizado su energía, su
fuerza emprendedora, sus afanes, aspiraciones y fuertes deseos, en hacer
cambiar las cosas en Cuba, quizás no existirían dos comunidades, ni dos
exilios, ni dos sufrimientos, pero igual quizás no hubiera resuelto nada,
pero ¡Eso! ¿Quién lo sabe? Y la otra, por no movili zarse en el ejercicio de
hacer cristalizar una voluntad, por sólo contentarse con la volun tad ajena
que la subyuga.

Enfocando el asunto desde un ángulo místico-orientalista; que incluso los


profanos pueden comprender bien; parece ser, que el pueblo cu bano
merece este sufrimiento; está quemando karma y seguirá sufriendo hasta
que consuma todo el sistema de causas y efectos dolorosos. De alguna
manera, sea o no cierta o falsa esta propuesta, vivimos renegando del viejo
que nos hace sembrar en la pampa de granito, pero que aplaudimos y
vitoreamos en todas las plazas convocadas y en eso no deja de haber un
misterio que emparenta con fuerzas que superan la comprensión humana.
Así ocurre.

Visto hacia lo grande como hemos convenido de inicio, todo el asunto de


la economía, la política, las comunidades divididas, etcétera, pertenecen al
reino de este mundo, el cual está al borde de la nada, en el lejano extremo
que cada vez se aleja más de Dios y del cual unas pocas (muy po cas)
personas de veras inteligentes se despreocu pan cada vez más, para formar
el grupo selecto de quienes no son de este mundo, o de quienes intentan
escapar de aquí hacia el reino de los cie los (el cual también está aquí, en
éste, pero no afuera, sino dentro de nosotros). Para esto se re quiere, como
dijo el Maestro: pagar el tributo al templo y dar al César lo que es del
César, guar dar las apariencias, a fin de no ser descubiertos en el trabajo de
construirnos el túnel de escape. Comprender esto es el verdadero objetivo.

Visto todo esto hacia lo pequeño, podría pensarse que: si hacia lo grande,
el líder repre senta una gran voluntad, a través de la cual se expresa la
voluntad de Dios, debe ser lo mismo hacia lo pequeño. Pero no es así, es
un problema de perspectiva, de punto de vista: Una persona, puede tener
una realiza ción, pero no resultará genuina si hay una cristalización de
aspectos falsos que dan como resultado un engendro. Tendrá una
realización de su ser por cuanto no ha tenido freno para llevar a efectos
todas sus ideas, pero será monstruoso porque también ha llevado a efec tos
todos sus caprichos, dominando en ella una gran personalidad. Como se
sabe, la personali dad, es algo que no tiene existencia en sí misma, es una
creación exterior producida por sedimenta ción de impresiones externas, es
el cúmulo de un aprendizaje. Su personalidad usurpa el lugar de su
verdadero ser. Si su verda dero ser fuera quien gobierna en ella y quien in -
fluye en sus decisiones, entonces, permitiría la libre expresión de las
voluntades ajenas, con objeti vos e ideas diferentes a los suyos. Donde -
quiera que no hay respeto y comprensión de las ideas en contra, hay
usurpación de la personali dad sobre el verdadero ser. Si sólo hay oportuni -
dad para ver una sola cara de la moneda no esta mos en la verdad, pues la
verdad es la moneda completa: una vez cara, otra vez cruz; pero siem pre
cara o siempre cruz, es una aberración.

La única forma (dirían los categóricos) de que mar karma es sufriendo de


forma consciente: re greso del hijo pródigo, sumisión y comprensión del
hijo que se quedó en casa. Pero esta solución nunca sucederá porque esta
decisión requiere una cantidad de energía que sólo puede ser puntualizada,
concentrada por una individualidad y no por muchas, como ya apunté en
otro sitio. La dirección y el sentido de la expansión cósmica, su destino,
son alejarse de Dios, crecer, independizarse, para Dios gloriarse de su
propio crecimiento.

Creer que el mundo va a asumir el sufrimiento es suponer que Dios va a


invertir su propósito, pero esto no sucederá porque Él no contradice sus
propias leyes. Creer que, a la escala de lo grande, regresará el hijo pródigo
y comprenderá el hijo que quedó en casa, es creer que el mundo puede
marchar contra la corriente energética de la volun tad divina, contra la
fuerza centrífuga que aleja todo del centro. Sin embargo, unos pocos
pueden regresar al Padre, pero sólo individuos, no naciones enteras, las
naciones son este mundo y están condenadas a alejarse de Dios. Pero las
individualidades que los forman pueden montarse en la onda centrípeta de
regreso al Padre, por una razón: unos pocos no comprometen, no perjudi -
can los intereses, el objetivo cósmico de creci miento.

Por tanto, los interesados en crecer hacia adentro, en regresar al Padre, en


ganar el reino o en aumen tarlo, deben olvidarse de tratar de cambiar las
cosas de este mundo. Luchar para alterarlas, es juzgar, es acumular karma
y tardar el regreso. Este mundo no tiene arreglo, hay que observarlo,
disfrutarlo, soportarlo y dejarlo ser y estar, como es y como está. Que lo
arreglen los otros que están buscando oportunidades para expresar sus egos
por medio del arte, la política, el comercio, etcétera, en la creencia de que
están realizando su ser.

Nosotros, los pocos, sabemos que para la realiza ción del verdadero ser no
son necesarias muchas oportuni dades; que las dificultades, para realizarlo,
le son más bien provechosas y, además, serán tan encontradas en Cuba,
como en Miami.


COMENTARIO POLÍTICO

El pueblo cubano, el verdadero, el que vive la realidad de la Cuba


clasificada como actual, está compuesto por dos grupos o categorías de
indivi duos.

El de la abrumadora mayoría, es llamado masa, las masas, o el pueblo. Es


al que G. Le Bon llama: muchedumbre, y que se manifiesta por la
resultante de las tensiones más dominantes entre sus componentes; los
cuales, a su vez, tienen un destino común dispuesto por leyes generales
que no responden a líneas de causa y efecto; sino, más bien, de carácter
accidental, probabilístico. En él, cada indivi duo cuenta en función del
colectivo homogé neo.

El otro grupo está formado por individuos aisla dos, con intereses diversos,
contra dictorios. Se diferencian de las masas por su capacidad de poder
evadir muchas leyes genera les debido a ser pocos, por no constituir una
cantidad crítica, dado que su no-participación no afecta el resultado total
de lo que tiene que ocu rrir. Su capacidad de evasión de tales leyes, no
significa que puedan evitarlas siempre, pero si no pueden, están mejor
capacitados para no sufrir las que el resto. Están desde el punto de vista de
la Psico logía, mejor dispuestos, emocionalmente maduros, para asimilar
las incongruencias de la vida; las cuales, en la Cuba actual (de principios
del siglo XXI), se incremen tan en progresión geométrica.

Este pequeño grupo de individuos desarrollados, tiene que compartir


semejante destino con el grupo denominado el pueblo por diversas razo -
nes, entre ellas: no tener familia en el extranjero que le envíe dólares, no
tener posibilidades de salir del país de forma legal o clandestina, con un
mínimo de seguridad de éxito o porque ha decidido vivir la experiencia de
ver cómo va a terminar la fiesta.

Pudiera pensarse que me refiero al grupo mayorita rio, en términos que


puedan expresar un sentimiento prejuiciado, un tono peyorativo, pero no
hay tal. Se trata de hacer un informe real despro visto de interpretaciones.
Creo que las ma sas, tienen una importancia vital y que están, en definitiva,
siendo guiadas por los distintos nive les de influencia que emanan de una
inteligencia univer sal. Hay en esa dirección dramática, en que enrumban
algunos pueblos, un destino que escapa a nuestra comprensión y que
llamamos Providen cia o La Voluntad de Dios.

Por tanto, si en cada uno de tales individuos, de las masas, se canaliza, sin
él saberlo, una energía externa que lo arrastra de aquí para allá, hacién dole
creer que actúa, que dirige, que escribe, canta o ataca, no puede haber
hacia él, inocente robot, un sentimiento negativo, más bien puede haber un
gran respeto hacia tal fuerza directora que lo dirige pues es, en definitiva,
lo más real en él, pues es de Dios.

Pero de la misma forma, este hombre mecánico, a pesar de que no podrá


dejar de estar sometido a una u otra influencia externa podría, sin em bargo,
elegir conscientemente a cuál influencia someterse y, en este sentido, sí
podría hablarse de cierta responsabilidad, por eso puede decirse que
merece cuánto le ocurre, pues proviene de su pe reza, de la dejación que
hace de las prerrogativas de su linaje.

Por otra parte, las presiones de los Estados Unidos (si acaso existen o
existieron) en favor de la democracia en Cuba, lo que hacen es afectar a
quienes pretenden ayudar. Sus gestiones, que debían ir encaminadas a
mejorar la suerte del grupo minoritario de perso nas desarrolladas; las
cuales, en cierta forma les pertenece por cuanto el pueblo de los Estados
Unidos está formado por los individuos más desarrollados de otros pueblos
del mundo; lo que hacen es: arrinco narlo más.

El gobierno de Cuba afecta a su pueblo (quizás con un derecho


desmesurado y egoísta de sus líderes) con restric ciones materiales de
primerísima necesi dad, argumentando la defensa de valores sutiles como la
dignidad y el decoro nacionales, el patrio tismo, la verdadera libertad y
autodetermina ción, etcétera, pero: el pueblo se lo permite. Estados Unidos,
ejerciendo presiones contra el gobierno de Cuba, genera reacciones contra
ellos mismos, contra los Estados Unidos. Pueden hacerlo, están en su
derecho a hacer lo que estimen, pero entran en contradicción con el
principio de la democra cia el cual sustenta la aceptación del criterio ajeno,
aunque sea antagónico. Es posible que hicieran más aceptando las
pretensiones del estado cu bano, sobre colegiar una negociación o
conversacio nes, en las cuales se le considere en igualdad de condiciones,
etcétera, en lugar de excluirlo del todo como hacen. (Pero esto es ya un
tema especulativo porque se trata de enjuiciar cómo otros debían ser, lo
cual es irreal porque la realidad es como son).

De cierto modo, en esto, se dejan guiar por la re sentida comunidad cubana


en el exilio externo, vale decir por sus más poderosos representantes.
Como se ve, es una madeja enredada.

La solución es individual, interna, ¡Digo yo! El asunto está en hacer crecer


al minoritario grupo de los desarrollados dentro de Cuba, al grupo de los
sin grupo, al grupo de los verdaderos hom bres libres, quienes están
conscientes de que su real importancia es no importar para nada.

LA REALIDAD ILUSORIA

A principio de los años noventa del siglo XX, me encontré con un antiguo
compañero de estudios del Instituto de la Construc ción José Martí. Ya
graduados fuimos compañe ros de trabajo hasta que me trasladé de
empresa, aunque permanecía en el giro de la construcción de edificaciones
civiles.

Conversamos de cuestiones técnicas, económi cas y político-sociales, pues,


como se sabe, están indisolublemente unidas a la dinámica de la vida.
Hablamos de algunos camaradas que se habían ido del país y de las
razones que impelen, a mu cha gente, a ello, con lo cual, no tuve otro reme -
dio que filosofar, aunque pude, sin ningún pro blema, rascarme la cabeza,
sonarme la nariz o dar palmaditas, pero el caso fue que me puse a filosofar,
que me gusta más.

Y, filosofando, le dije que esos amigos nuestros se habían ido del país
porque preferían el capita lismo (y él estuvo de acuerdo). Luego fue cuando
dije que era tonto irse del país para vivir en ese sistema; entonces,
comenzó la cosa.

–Pero ¡¿cómo?! – me dijo– Si aquí lo único que hay es socialismo.

Luego, le dije que este mundo era una ilusión. (Él abrió los ojos).

–¿Quieres decir que el socialismo de Cuba es falso?

– Eso no lo sé. No se trata de juzgar tipos de socia lismo, ni lugares


definidos. Se trata de este mundo, lo mismo da en Cuba que en Miami: la
realidad es falsa. ¡Al menos lo que tomamos por realidad!

– No entiendo.

– ¡Sí chico! Todo es una mentira, es falso todo lo que ves. La verdad de lo
que sucede es otra cosa.

– No lo creo. ¡A ver prueba eso!

– Verás, todo es un problema mental. Por ejem plo, tú vives en un mundo y


yo en otro.

–¡Bah!
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– ¡Sí! Tú vives en el mundo del socialismo y yo en el capitalista . Los
otros, para vivir en el capita lismo tuvieron que irse, yo no. Ahora están
allá, añorando estar aquí, y yo estoy aquí vi viendo con una estructura
económica y social se mejante a la de ellos. La diferencia es que ellos o
están en el mundo de aquí o están en el mundo de allá; mientras yo vivo en
los dos a la vez.

–¿Cómo que vives en el capitalismo?

– Sí. Yo dejé mi trabajo. Ahora vivo por cuenta propia, soy artesano. Soy
dueño de mi propia em presa, soy mi jefe, mis relaciones de producción son
capitalistas.

– ¡A ver si entendí!: ¿El hecho de haberte ido, sin haberte ido, significa
que prefieres el capita lismo?

– De ser así, me hubiera ideo de veras; no obs tante, estoy aquí. Prefiero el
punto medio, no los extremos. Por eso estoy en los dos a la vez.

– Bien, acepto que, de cierta forma, una forma su til, tienes razón; vives en
dos mundos a la vez. Pero ¿Cómo pruebas que el mundo es irreal?

–¡Verás! Un día fui a visitar una de las obras de la empresa donde recién
comenzaba a trabajar cuando me trasladé. Resultó que había problemas
con una escalera que yo había proyectado. Los carpinteros, no eran
carpinteros pues no sabían replantear una escalera ¡Ya eso viene siendo
una prueba de la falsedad del mundo en que vivimos! Me quité la camisa y
me sentí realizado al enseñarles, en la práctica, cómo se hace; de veras me
sentí importante y sentí que me ganaba el di nero que cobraba por dar
vueltas y conversar y en repetir disposiciones típicas, clásicas, esquemá -
ticas. Al otro día, fui a ver la escalera ya hormigonada. Y ¿Qué crees que
vi? ¡Nada me nos que: otra escalera! ¿Qué pasó aquí? Pregunté. Pues que
vino el director de la empresa o el jefe no sé de qué, en fin, el asunto es
que les gustó más la escalera por otro lugar. Días más tarde, vinieron a
verme a la oficina, para que hiciera un anexo a fin de solicitar más
materiales, pues no alcanzaba con los ya enviados a la obra según mi
proyecto original. Me negué y casi me matan ¡Us ted, es el técnico de esa
obra! ¡Y no puede des atenderla...! ¿Qué te parece? Para eso ¡Sí! era el
técnico de la obra. Los jefes pueden violar el pro yecto del técnico,
encarecer el presupuesto de la obra y pueden en plena obra alterar las
ejecucio nes que el técnico en persona orienta. La realidad real es que los
técnicos son ellos, no yo. Yo soy una figura decorativa, un ser irreal,
inexis tente, quien cobra un sueldo por no hacer nada, todo un bluf, un
cuento chino, un pa quete... Esto, no es la vida real, es una película cómica.

– Pero pudiste imponer tu jerarquía, tu responsabili dad. Eso de irte y pedir


la baja fue una cobardía, un eludir la verdad, no afrontar tu propia
realidad...

– Eso es todo, lo que quieras... pero, te digo que, mi realidad real como
técnico no existía. El verdadero afrontamiento de lo que no es, es no ser,
por eso pedí la baja, para no ser de veras. Júzgame y condéname, si quiere.
Pero este mundo es un juego macabro porque no existe, es irreal, se basa
en falsedades, en cosas que no son, se basa en lo que debía ser, por eso es
falso. Pero no se trata de sistemas sociales, se trata de este mundo. En
Miami es igual y es igual en cual quier parte, con sus naturales diferencias.
Ahora mi verdadera realidad es: tanto produzco tanto gano. Mi trabajo
tiene una realidad que palpo con las manos, elaboro objetos de verdad que
están ahí y, aunque gane menos, soy real y tengo más tiempo libre.

–¡Pero si tenías tiempo libre suficiente y ganabas más antes! Fuiste tonto al
dejar tu trabajo, podías haber aprovechado.

–¿Quieres decir hacerme cómplice de ese juego macabro de carpinteros


que no saben de carpin tería y de técnicos que cobran sin trabajar, de
directores de empresa que son técnicos de obra y a la vez presupuestistas y
todo a la vez?

– Pero ahora eres cómplice también, pues no hiciste nada por cambiarlo.

– Esa película se llama Tarzán contra el mundo ¿No? Quieres que el


engranaje del mundo me de vore. Este mundo siempre ha sido así y siempre
va a ser así. Lee Historia. Lo menos que pode mos hacer es intentar
comprenderlo, salir del juego para observarlo y disfrutar el espectáculo. Es
necesario que sea así para que la Humanidad evolucione.

– Creo que es una actitud pasiva, estática.

– Yo diría equilibrada.

–Y yo repito que demasiado reposada.

– Es, quizás, lenta pero no inmóvil. ¡A ti el movi miento te parece sólo la


gran velocidad! Re cuerda que no ves crecer los árboles, sin embargo, los
hay muy altos.
La conversación tomó, más adelante, por otras variaciones que ya no
vienen al caso, pero me quedé con la idea de haber hablado, de mí, como si
fuera el ombligo del mundo o como si fuera el custodio de la verdad
absoluta. Ahora comprendo que no me entendiera. También es necesario
que no todos pensemos igual. Para él, el mundo se divide, en él y los que
piensan distinto (los cua les están en su contra). Para mí, el mundo se di -
vide en los que piensan como yo y los que pien san distinto, quienes no
están en mi contra, sino en contra de sí mismos ya que no aceptan la reali -
dad total; la realidad verdadera es la moneda de dos caras y la vara de dos
puntas... Ya lo había dicho antes, bueno ya está dicho de nuevo.


LAS PIRÁMIDES

Una pirámide es un sólido cuya base es un polí gono. La superficie lateral


de la pirámide está formada por triángulos los cuales se generan de los
lados del polígono de base.

La base más elemental es el triángulo y por ello la pirámide más primaria,


la de menor cantidad posible de lados, es la que tiene un triángulo co mo
base y tres caras laterales. En sentido general esto es de sobra conocido por
cualquier escolar, pero sigamos adelante.

Si tomamos por ejemplo una pirámide, cuya base sea un cuadrado (sólo
por tomar una distinta a la anterior) tendrá pues, cuatro caras laterales de
forma triangular. Digamos entonces que cada una de estas caras está
pintada de un color arbitrario; una azul, otra roja, otra verde y la otra
amarilla y digamos también que el fondo de la base tam bién está pintado
de blanco.

Si alguien que no sabe que la pirámide tiene cinco colores según sus caras,
se situara frente a la pirámide por su cara azul, co mo es lógico podría
pensar que la pirámide com pleta es azul, sin embargo, si variara su ángulo
de visión se sorprendería al ver la cara roja o la otra verde.

Puede suceder además que a esta persona no le guste el color azul, pero el
hecho de no gustarle la cara azul no significa que desapruebe por com pleto
a la pirámide. Puede incluso no gustarle ninguno de los colores de sus
caras y, no obstante, aceptar a la pirámide, pues ¡ésta! no son sus colores.
La pirámide es algo en sí misma en su propia forma, independiente del
color o de los colores con los cuales se pinten sus caras.

Si nos abstraemos podemos conciliar algunos as pectos de estos


fundamentos geométricos con la Psicología y obtener ganancia en la
comprensión del comportamiento de los seres humanos.

Las personas son como las pirámides. Usted puede desaprobar el trabajo
que alguien realizó, o puede estar en desacuerdo con alguna de sus
opiniones con respecto a algo, puede incluso es tar opuesto de parte a parte
con todas las opiniones de cierta persona sin que signifique que la
desapruebe en totalidad, por que éste, no es la cosa que ha producido con
su trabajo; ni, tampoco, las ideas que tiene acerca de lo que le rodea.

Hay una marcada proclividad para suponer que el humano es lo que no es


por una simple y sencilla razón: la mayoría de las personas no saben qué es
el humano en realidad y lo toman por las impresio nes superficiales que de
él reciben. Diga mos, por ejemplo, que alguien observa a una persona roja
de ira: en el acto recibe de ella una imagen, la cual evocará cada vez que
vuelva a verla. Digamos que un adolescente ve a un individuo todos los
días realizando accio nes que son desaprobadas por la vida social. Sin duda
se crea un mecanismo de rechazo contra ese individuo por parte del
jovencito, no obstante, tal individuo puede ser actor de un se rial televisivo
en el cual representa el personaje del malvado.

La vida es como un gran serial en el cual todos estamos representando un


distinto papel en cada momento. Igual que el ejemplo anterior, el perso naje
del malo no es en realidad quien es el actor en sí mismo. Tampoco cada
uno de los cientos de papeles que de continuo representamos, somos en
realidad nosotros mismos.

Es, por ello, importante aprender a descubrir nues tra verdadera identidad,
pues nos capacita para reconocer y evaluar, con acierto y justicia, a los
demás; pues atenderemos a lo que en verdad son y no a una imagen
ficticia, a una impresión de la realidad, atenderemos a la realidad misma.

La realidad misma es una. Lo variable son las impresiones. Tal como la


pirámide es una en sí misma con independencia de su cantidad de caras o
de los colores de éstas. Ciento cincuenta y cinco mil millones de pirámides
de diversos colores y tamaños, de diversos materiales, de variedad en su
cantidad de caras, etcétera, se diferenciarán en las impresiones que
produzcan, pero en sí mis mas no dejarán de ser pirámides todas por igual.
Así son los seres humanos. En su esencia última un ser humano no es
distinto de novecientos mil billones de personas sean inteligentes o flacas
o ateas.

Un ser humano, en esencia es la continuidad de otro ser humano. Un ser


humano es un animal con conciencia de su existencia, de su efímera
existen cia, pero un verdadero ser humano no se angustia, como los
existencialistas, por su breve dad temporal.

En este mundo donde comparten la existencia, todas las formas de vida


que quieren vivir, sólo la más exaltada, podría comprender que la vida que
quiere vivir sólo lo logra a expensas del sacrifi cio de una forma inferior de
vida; la cual, también quiere vivir y por tanto también tiene derecho a la
vida. Esa forma exaltada llega a compren der que un supremo respeto (al
cual llama amor por la vida) lo lleva, sin remedio, a no querer vivir por no
ser causa de la muerte ajena, (aunque a los menos exaltados pueda pare -
cerles ridículo).

Quiero terminar, esta breve disertación compara tiva sobre pirámides y


humanos, con una locución que encontré grabada en una gruta cerca del
Pala cio de los Vientos en Jaipur (India) que reve laba esta verdad
inquietante y sorpresiva: La realidad real no es la que usted piensa, pero
que se traduce por un aforismo mucho más incom prensible: la verdad más
real es, con exactitud , un disparate.



MEDITACIÓN SOBRE EL
PROGRESO

A menudo cuando nos despedimos de alguien le decimos, o nos dicen:


¡Cuídate mucho! O nos di cen: ¡Cuídate! Y de hecho toda persona cree que
se cuida lo suficiente, pero cuidarse implica domi nio y control sobre los
fenómenos exteriores que puedan ser agresivos a nuestra integridad y en
esto, si uno es sólo inteligente a medias, se da cuenta de que, en verdad, no
cumple con cuidarse y que en realidad uno está todo el tiempo ponién dose
en peligro de muerte por desconocimiento y/o o estar en un estado de
conciencia vigílica, semejante al sueño.

Mucha gente, también, realiza millones de actos para disfrutar la vida,


hace viajes, compra alimen tos enlatados o va a ver espectáculos que le
producen emociones fuertes. No obstante, desa tiende las cosas que en
realidad garantizan la apro piación de la vida, es decir qué piensan, sien ten
y actúan (viven) para el efecto de la vida y no para la causa de la vida.
Luchan por lo secun dario y no por lo primordial.

De acuerdo con esta idea, el humano común pierde la vida por disfrutar la
vida, cuando debiera cui dar su vida para poder disfrutarla. La finalidad
real de la vida es la vida misma y no la muerte. La persona que pone en el
objetivo de su vida a la propia vida comienza a ponerse en control de las
circunstancias de su vida, comienza a huir de to das las posibilidades de
dejar su vida expuesta al control ajeno. Por ejemplo, si usted, quiere ir a la
playa, pero vive lejos de ella, su objetivo (al menos en ese momento) no es
la vida en sí misma sino su disfrute, lo cual es válido pues, usted, debe
usar lo que tiene. Pero para disfrutarla, us ted, tiene que tomar un ómnibus
y de hecho ha puesto su valiosa vida en manos de un chofer quizás
irresponsable, quizás responsable, pero inex perto, tal vez responsable y
experimentado, pero que se encontrará en la carretera con cientos de otros
choferes irresponsables e inexpertos y hasta ambas cosas a la vez. Por
último, están las circunstancias de las fallas mecánicas impredeci bles.
¿Cómo posesionarnos del control de nuestra vida? Al menos, para este
ejemplo de ir a la playa, lo más seguro es ir a pie. A pie y por la vía me nos
transitada, única forma de evitar una colisión mortal. A lo sumo, puede dar
un traspié o chocar con otro peatón, pero las posibilidades de muerte por
tales accidentes son mínimas. Parece ridí culo. Pues no. ¡Es ridículo! Con
todo, desde hace miles de años, los místi cos, quienes tienen sus
mentalidades fijas en la vida eterna, en la trascendencia de la muerte física
a un nivel de existencia digamos cuatridimensio nal; para ellos no es
ridículo, para ellos, así como para los filósofos de ciertas tendencias, es
posesionarse de la verdad.

Si, usted, reduce sus viajes motorizados, la matemá tica dice que reduce sus
posibilidades de morir en accidentes de tránsito. Si deja de fumar reduce
las posibilidades matemáticas de trastornos del aparato respiratorio
(enfisema, cáncer, otros) o de su aparato cardiovascular (in farto,
hipertensión, etcétera) si, usted, deja de co mer alimentos enlatados está
reduciendo la en trada en su organismo de nitritos, nitratos, edulco rantes,
colorantes, estabilizadores de sa bor, etcétera, los cuales son sustancias que
impi den la proliferación de la vida dentro del envase, pero que dentro de
su organismo continuarán su acción en contra de la vida celular, la cual es
la base física y material de su propia vida.

Si, usted, quien lee estas líneas, transita a pie por calles de mucho tráfico,
además de estar expuesto a acci dentes o a ser espectador de accidentes (lo
cual es una impresión o alimento negativo para su cuerpo emocional)
además, estará respirando polvo aventado por los vehículos, gases tóxicos,
producto de la combustión de los motores y, también, estará sometido a
niveles de ruido agresivos (por exceso) que alterarán su sistema nervioso
central; pero, además, estará some tido a niveles de ruido agresivos (por
defecto) o sea a niveles de ruido que no oye, que no percibe pero que están
ahí, afectando la estabili dad de su base física, se trata de las ondas de baja
frecuencia.

Hasta aquí, ya debe andar pensando que es tas páginas son un rechazo a lo
que tenemos por desarrollo, por evolución, por conquistas de la
humanidad, en fin, contra el progreso. Está, usted, en un error. No se trata
de estar en contra o de estar a favor de algo. Se trata de comprender cuá les
son las cosas que nos afectan y cuáles son las cosas que nos ayudan y de
evitar lo que nos agrede y hacer lo que nos afirma. Es de esto de lo que se
trata aquí. El desarrollo en sí mismo está bien, no hay nada en contra.
Supo niendo que llegáramos a la conclusión de que el progreso científico-
técnico y el desarrollo de la cultura fueran nefastos y fatales para la vida;
los tres o cuatro que lo pensáramos, nunca podríamos hacérselo
comprender a los demás. Seríamos para ellos simples locos. Pero
continuemos.

La ciudad, las microon das, la radio, la FM, TV, la telefonía celular, los
radares civiles y milita res, la experimentación nuclear… produ cen
vibraciones electromagnéticas, electroacústi cas, radioeléctricas,
atómicas… que, además, de las radiaciones naturales de los rayos
cósmicos, ultravioletas e infrarrojos inter-pene tran el cuerpo humano
interfiriendo con los campos naturales de tal naturaleza, en él.

Todo el desarrollo científico-técnico, implica au mento de la velocidad, el


desarrollo en sí es una aceleración de la velocidad en todos los órdenes. Es
algo que hace violencia sobre la marcha de la Naturaleza.

El movimiento del progreso natural es lento. La evolución es lenta. Todo


cambio violento en la Naturaleza es fatídico para el humano, ya sea como
individuo o multitudinario. Todo lo que es de alta velocidad en la
Naturaleza es desa gradable para la especie humana, por ejemplo: mare -
motos, rayos, terremotos, aludes, ciclones, etcétera; sin embargo, en busca
de los efec tos de su disfrute, el humano, desorganiza el orden de la
naturaleza y acelera la lenta marcha del uni verso en este punto.

El humano en armonía con la expan sión universal, tiene que ponerse en


sintonía con su ritmo y coger el paso lento de tal movi miento. La
expansión del universo es una onda viva, y mientras, usted, esté como en
el surfing, sobre esta onda estará vivo. El tránsito por la vida terrenal es un
tiempo para colocarse sobre esta onda. Pasado este tiempo se pierde la
opor tunidad de trascender la muerte física y le pasa como a los niños lobos
de la India, que pa sada cierta edad para ser seres humanos, pierden la
capacidad de humanizarse y se mantiene de por vida siendo animales, o
sea, seres de segunda dimensión.

No se trata de hacer que todos piensen esto, pues tal sería ilógico. Se trata
de que aquellos que tie nen predisposición para este conocimiento y necesi -
dad de él, estén en la posibilidad de obte nerlo. Este conocimiento está
dirigido a una mi noría, como ya he dicho en otro lugar anterior. Pretender
convencer a los que argumentan en con tra, es perder el tiempo. Quienes
necesitan esta información preguntan para comprender, no argumentan
para rebatir. Todo se resume a un pro blema energético, no se puede
consumir energía en asuntos inútiles y estériles, sólo es inteligente dirigir
energía hacia donde hay comple mentariedad, es decir movimiento.

Encontrar alguien que rebate en contra es encon trar resistencia al


movimiento. No pretenda convencer a quien se crea dueño de la verdad.
Déjelo con su verdad (la de él). Déjelo viajando en veloces taxis. Déjelo
montando aviones. Déjelo con su verdad. Déjelo viajando los lunes en
ómnibus conducidos por choferes que se embo rracharon el domingo.
Déjelo que continúe poniendo la seguridad de su vida y el futuro de sus
días en manos ajenas.

Sin embargo, usted, no puede evitar en determinado momento de su vida


confiar su vida a las circunstancias externas, a personas aje nas cuya
responsabilidad está fuera de su ni vel (de usted) de comprobación. Para
tales casos, que no son pocos, no le queda más remedio que confiar. Para
tales casos recuerdo que los niveles del desequilibrio mental son tres a
saber: el psicó tico, el neurótico y el neurasténico. El psicó tico es aquel que
ya está desconectado de la realidad. El neurótico es un inestable con
control sobre sus actos pues tiene conciencia de sí y el neurasténico es
aquel quien comienza a manifes tar desórdenes que revelan inestabilidad
pero que aún no forman un cuadro clínico bien definido. ¡Bien! En
cualquiera de estos niveles la base es la desconfianza hacia los demás,
hacia las cosas y hacia los fenómenos, y las emociones resultan tes son el
miedo, el odio, la tristeza, etcétera. En el caso de la persona con sus
emociones sanas la base de la conducta es confianza hacia las personas,
hacia las cosas y hacia los fenómenos siendo la emoción resultante el amor
hacia tales objetos de atención.

Mientras más se medita en esto, el sentido común nos lleva al extremo de


que sólo es dueño de sí: quien come lo que siembra él mismo, quien come
lo que el mismo se cocina, quien vive donde nace y quien muere donde
vive.

Es posible que, usted, se asuste con estas ideas, pues están contra de lo que
la cultura difunde. Quizás se azore con esto, pues lo supone dema siado
para lo que opina sea el precio de la vida eterna o de la felicidad terrestre.
Estas ideas son parte de un conocimiento vedado para la mayoría. Estas
ideas no son dogmáticas pues se basan en que el nivel de evolución de
cada cual lo lleva a llegar sólo hasta el nivel que nece sita.

Y esto es todo. Hasta aquí, según pude copiar de textos muy antiguos que
encontré en la gaveta de un viejo escritorio a medio quemar, el cual se
hallaba en el lejano, y tristemente célebre lugar (hoy en día inexistente)
llamado el basurero de Cayo Cruz, ahí al fondo de la bahía de La Habana.

DON JUAN ENCADENADO


El criterio de que el hombre (me refiero al ani mal macho de la especie


Homo sapiens) debe ser un consuetudinario conquistador de mujeres, un
recalcitrante admirador y constante halagador de la belleza femenina, tiene
el más amplio reconoci miento social ¡Incluso entre las propias mujeres! Es
algo que da prestigio varonil, un aura de cierto magnetismo que aumenta
su poder atractivo, si el sujeto en cuestión refina sus recur sos utilizando
para sus propósitos las estrate gias de la cultura, los resortes de algunos
esquemas prácticos de la Psicología; sin necesi dad de ser un mancebo
garboso se convertirá en un galán de extraordinaria aceptación con los títu -
los de ser cortés, caballeroso, interesante... etcétera.

El hecho de que esto sea cierto, al punto que la sociedad misma lo aliente,
está en que, a pesar del cacareado rechazo al machismo, a pesar de las
consabidas animosidades, dificultades o moles tias que tales individuos
crean a su paso, a pesar de la cruzada de la liberación de la mujer, se dice
de ellos con admiración: ¡Es tremendo! o ¡Está acabando! o se dice de un
niño en térmi nos proféticos: ¡Va a ser enamorado! Como si fuera, con
esto, a ganar las excelsitudes de la existencia.

Lo cierto es que las mujeres los adoran, los admi ran. Las más despiertas
los rechazan, pero es por saber que no podrán retenerlos. Pero ésta, no es
toda la verdad, en todo caso es una verdad exte rior, superficial,
epidérmica, variable. La realidad es que estos individuos con suerte para
las mujeres y envidiados o temidos por los demás hombres, son individuos
desequili brados en sus emociones, incapaces de sentirse satisfe chos, son
seres infelices que no tienen paz inte rior, son niños grandes que se azoran,
se impresio nan, se motivan con cualquier color bri llante, con cualquier
campanita. Son gente, por otra parte, peligrosa, pues un niño con
apariencia de adulto, atribuciones de adulto y con acceso a tomar
decisiones adultas, tiene pocas posibilida des de éxito personal y mucho
menos de poder contribuir al éxito ajeno, sobre el cual está todo el tiempo
influyendo. Este individuo no es autén tico porque vive simulando lo que
no es, aparen tando lo que no siente, vive disfrazado y enmasca rado, vive
en la falsedad y deja de brin dar a los demás, señalizaciones verdaderas.
Imagí nate (tú quien lees) un auto en la noche viajando con los faros
apagados, ¡Él está ahí! Pero no se muestra, digamos que se esconde, se
camufla y esto por supuesto eleva la posibilidad de coli sión, daño, tanto
para él como para los otros que transitan por la vía.

Tenemos por tanto dos ideas contradictorias, an tagónicas, excluyentes:


primero que el hombre está programado por la sociedad, la biología, las
tradiciones, etcétera, y en potencia diseñado, tanto desde el punto de vista
afectivo como fisioló gico, para ser un Casanova, un don Juan, un picaflor
y, segundo, que seguir estos impulsos, a los cuales es proclive, el hombre,
conspira con tra su propio desarrollo.

El abordar estas ideas con intenciones experimenta les pone al individuo en


una in cómoda situación pues este segundo cuerpo de ideas frena los
impulsos naturales que, por demás, son gratificantes en gran medida, el
individuo tiene que luchar contra sí mismo.

El reino vegetal no tiene opción, es en absoluto dependiente del medio. El


reino animal, en un segundo paso de la evolución, sí tiene movi miento. La
característica animal por excelencia es la de moverse hacia las zonas donde
pueda satis facer sus necesidades de alimento, temperatura, etcétera,
(entiéndase movimiento hacia el placer) y moverse para escapar de los
estímulos agresivos (léase huir del dolor). El ter cer paso de la evolución
aparece con el racioci nio en el Homo sapiens, quien; por pertenecer, tam -
bién, al reino animal; sigue el esquema ante rior de movimiento, válido
para todas las espe cies del reino. Pero sigue ese esquema porque hacerlo
es, además ¡razonable! Es decir: lógico. El desarrollo de las facultades del
raciocinio es el pensamiento lógico y tiene su base en el cere bro.

Sin embargo, este pensamiento lógico puede con cluir que en determinadas
circunstancias es razona ble aceptar el dolor y huir del placer inme diato, a
fin de garantizar un placer futuro, mucho mayor. Este comportamiento
común a todos los Homo sapiens con una conducta media tenida por
normal, despierta en algunos ejemplares (en muy pocos por cierto, la
capacidad de establecer un razonamiento semejante pero que por tener, él,
el placer futuro mucho mayor puesto en una zona que trasciende el plazo
de la vida biológica, pues lo sitúa en una vida después de esta vida, a la
cual llaman eterna y que en algunos medios se tiene por un cuarto paso de
la evolución, tal razo namiento deja de ser lógico para la mayoría (no para
ellos) apareciendo el pensamiento, diga mos, analógico.

Sea o no cierto, sea o no lógico, el caso es que, algunos individuos de la


especie Homo sapiens, comienzan a diferenciarse tanto de sus congéne res,
por su conducta ilógica, que dan lugar a un nuevo ente que ya no se parece
en nada (salvo en lo exterior) al resto de los Homo sapiens. Por defi nición,
sigue siendo un Homo sapiens, pero distinto y a esta diferencia se le llama
en algunos círculos: Ser Humano.

Su conducta de rara avis no afecta a los demás sino a sí mismo ¡He ahí lo
ilógico de su proce der! Y su forma de ser es tan atractiva, tan pode rosa y
llamativa que todo el mundo quiere ser llamado y tenido por un ser
humano (De más está decir que no se queda en esto la cosa, sino que
muchos creen serlo). Pero lo cierto es que el verda dero ser humano es
escaso. Un ser humano es un Homo sapiens evolucionado, es un ser que no
es de este mundo, sino un infundio que vive en otra dimensión pues sus
inquietudes, aspira ciones y objetivos, no pueden ser comprendi dos por los
seres, de este mundo, que viven en esta dimensión.

No hay, por supuesto, una frontera que marque límites... esto ya fue
advertido hace más de dos mil quinientos años. En China, Lao Tsé
establecía tres tipos de hombres: el Superior (verdadero ser humano), el
Medio (uno que comienza a elevarse, a dejar de ser un verdadero animal y
a conver tirse en un ser humano) y el Inferior (el más ape gado a su
naturaleza primitiva).

Voy a clasificarme, sin ningún sonrojo, como un Hombre Medio, no solo


para poder narrar los porme nores de esta lucha interior, que anuncié desde
el título que recoge estos textos, sino por creérmelo de veras.

Hay quienes piensan que ser un ser humano es tarea fácil y hay quienes,
como dije, piensan que lo son ya por ser simples animales sin plumas que
caminan en dos patas, que hablan, leen novelas o asisten a conciertos. Por
mi parte, digo que quienes sienten el impulso interior para diferenciarse
del resto de la manada, tienen que afrontar, si quieren satisfacer esta
necesi dad, grandes penurias y lo que sienten co mo suprema conquista
aparece como una estupi dez a los ojos del resto y un ejemplo de esto viene
a ser (a fin de retomar las ideas iniciales del tema) el asunto de rebelarse
en contra del im pulso biológico social que hace del sexo, una cues tión de
suprema importancia.

Las religiones establecidas como instituciones, las sectas místicas e incluso


la natural inclina ción del ser espiritual alejado de los sistemas doc trinales,
es alejarse del sexo. Esto, como natu ral, supone una fuerte lucha interior.

Una vez un amigo me dijo que era tan o más difí cil mantenerse fiel a una
sola mujer de por vida que renunciar por completo al sexo.

Después que tomé esposa, me di cuenta de la ver dad que encerraban sus
palabras, sobre todo cuando uno sabe que puede conquistar a cual quier
mujer por joven, bella o inteligente que sea, todo lo cual no sería más que
una cuestión de tiempo, pues uno ha logrado conocer ciertos resortes,
ciertos secretos de la psicología, del mundo emocional, que lo capacitan
para convencerla, para seducirla, al hacer que ella se sienta necesitada de
nuestra amorosa compañía. Pero como ya he dicho en algún otro lugar de
este libro, el verdadero camino de la elevación espiritual busca el poder
para no usarlo, lo cual de por sí constituye un increíble esfuerzo, una
titánica lucha: una guerra, ya que uno, es una para doja, se siente débil, uno
se conoce capaz de caer, se sabe flaco para resistir la tentación, por tanto,
el asunto está en evitar la tentación, siendo otra cruenta batalla evitar la
guerra. Así, sa biendo que con dificultad podrá resistirse ante una joven
pizpireta, el asunto está en evitarla, en mirar a otro lado cuando todos la
siguen con la vista, en apartarse de ella cuando todos posibili tan y buscan
su proximidad y la altiva, la orgu llosa, la soberbia o quizás la ingenua y
despia dada pepilla, pasa junto a nosotros sin saber que estuvo cerca de ser
la presa, la víctima de un cer tero cazador, que estuvo casi a la sombra de
un demonio que deseando ser ángel le perdonó la vida. Y mientras se aleja
pensando que dejó pas mado a un hombre de cuarenta, tarareando en la
mente (lo más seguro) la canción del momento, uno queda satisfecho de sí
mismo, desde la sereni dad y el orgullo de los conquistadores, desde la
cima ¿o la profundidad? Desde el indiscuti ble lugar que ocupan, en
secreto, los vence dores de sí mismos.

TIERRA FIRME I

Es difícil comprender que entre nosotros; nuestro mundo interno, nuestra


psicología; y las otras personas; el mundo interno de ellas (que es ex terno
para nosotros) la psicología de los demás; se levanta el muro de nuestra
propia imaginación, el cual bloquea nuestro acceso a esa realidad.

La aprehensión de la verdad, correspondiente a lo que sucede fuera de


nosotros; las causas del aconte cer en ese dominio no son cognoscibles para
el hombre ordinario y si; en el intento de sa ber, conocer, comprender el
mundo en que vivi mos; damos con algunas causas reales, es por coinci -
dencia accidental, pues nunca sabremos en realidad, al menos partiendo de
nuestro estado común de ser, qué están pensando los demás, ni qué
intereses reales persiguen con su actuar.

Si alguien hace algo, ejecuta un acto, produce un evento cualquiera, el cual


interviene de algún modo con nuestra vida, no tenemos ¡Tal cual somos!
repito, forma alguna de saber los motivos reales de su actuar, y casi
siempre afirmamos o decidimos ejecu tar acciones de respuesta o
movimientos corpo rales que manifiestan nuestro estado de ánimo al
respecto, partiendo de conjeturas, suposi ciones basadas en datos falsos o
incomple tos.

La más próxima posibilidad de alcanzar la verdad es preguntarle a la


persona en cuestión qué pasó, por qué lo hizo, cuál fue el motivo que lo
llevó a la realización de tal hecho... pero esa persona puede, en el caso de
dignarse a contestarnos, men tir o no decirnos toda la verdad, bien porque
no convenga a sus ocultos intereses, bien porque le apene descubrir la
intimidad de sus pensamien tos, bien porque nuestra personalidad le inhiba,
etcétera. Un cierto refrán dice: Si no quieres ser engañado no hagas
preguntas. La única forma real de apresar la verdad, o aproxi marse a ella,
e s observar, acumular datos tomados de la observación de los hechos
realizada sin imagi nar, sin juzgar, basándonos en emociones repentinas
aparecidas por ideaciones motivadas por las impresiones de la realidad.
Puede darse el caso, y en la práctica cotidiana se da, que se nos diga toda
la verdad, eso lo sabemos porque en más de un caso nosotros mismos
hemos dicho a alguien toda la verdad, pero según las estadísticas, que se
nos confíe toda la verdad es poco probable y esto lo sabemos, también, por
la canti dad de veces que la hemos ocultado. De modo que, ante el discurso
de cualquiera, ante el hacer de los demás, estamos siempre ante una
incógnita y el único acceso real a toda la verdad está en concentrarnos en
conocer la verdad de nuestro propio hacer ¡y no vaya a pensarse que es
algo fácil! puesto que decir la verdad, aunque sea a nosotros mismos, es lo
más difícil del mundo. Requiere atención sostenida y un largo proceso de
auto-observación.

Sin embargo, todo el mundo vive atento a lo que hacen los demás, a lo que
dicen, a comentar, opi nar, discutir, defender, considerar, censurar,
ofenderse y hasta castigar o premiar a los otros, de modo que todo el fluir
de nuestra existencia es un volcar nuestra energía vital hacia fuera,
consumir nuestra vida en lo que, según hemos visto, son imprecisiones,
inseguridades, conjetu ras, o ilusiones, consideraciones, creencias, etcé tera,
cuyo posible éxito, para coincidir con la reali dad y la probable justicia de
nuestro proceder, es accidental.

Esto ocurre porque estamos orientados hacia lo que se conoce como tratar
de arreglar el mundo. Somos proclives a intentar mejorar mundos, sólo
que en lugar de actuar sobre el único mundo el cual tiene realidad para
nosotros, del cual pode mos conocer toda la verdad y cambiarla, mejo rarla
y arreglar ese mundo; gastamos energías en arreglar los mundos
individuales ajenos o en mu chos casos al mundo de muchos, lo cual como
se puede apreciar es una intervención (más o menos sutil o grosera) en la
libre determinación de los demás.

Esto puede parecer un llamado a la desconfianza entre los hombres, pero


no lo es. Es un llamado a la plena confianza en lo único que puede ser
consi derada como tierra firme; en aquello que después de cierto
entrenamiento y de una larga exposición a determinadas ideas, de las
cuales éstas, que hoy expongo, forman parte, puede confiarse de veras; uno
mismo.
El hecho de no andar haciendo valoraciones, opi nando, creyendo, etcétera,
sobre todo cuanto ocu rre en nuestro alrededor, desde una simple discu sión
entre vecinos hasta la política internacional, nos sitúa en el no juzguéis que
el Señor Jesús aconsejaba a sus discípulos.

No juzguéis a los otros, entiendo que quiso de cir; en todo caso el juicio
debe realizarse sobre nosotros mismos. De modo que es mucho más tras -
cendente y real tratar de arreglarnos nosotros mismos que tratar de arreglar
a los demás. Uno afecta más al medio trabajando sobre sí mismo y dando
el ejemplo de nuestra propia vida, que haciendo campañas o discursando,
aconsejando o escribiendo libros.

TIERRA FIRME II

El hombre es un ser gregario. Aristóteles definió al humano como un zoon


politikon, es decir un animal social. El ser humano busca todo el tiempo
con tacto con sus semejantes, a expensas de cualquier sacrificio. Hay, en
esta satisfac ción por la comunicación con otros seres simila res, una
necesidad de no sentirse solo, porque el tener conciencia de la real soledad
en que nos encontramos, si no se está preparado, es tan desga rrador,
horrible y devastador para nuestro cuerpo emocional que puede repercutir
en el cuerpo físico. Más de uno, por esta causa, se ha suicidado o ha
terminado sus días en un hospital para enfermos mentales.

Huyendo de la soledad, tratando de evitarla, cre yendo que puede lograrlo,


los seres humanos nos reunimos, llegamos a reunirnos en el más pe queño
grupo posible, aquel formado por dos perso nas llamado pareja o
matrimonio. Este horror de estar solo es un complejo aditamento
emocional montado al aparto físico de la reproduc ción animal.

Cuando se forma la pareja humana no sólo se está sirviendo al propósito de


perpetuar la especie o buscar placer físico durante el acto sexual (el cual es
efímero e intenso) sino que la formación de la pareja cumple además con
la expectativa emocional de eliminar la sensación psicológica de soledad.
Digo la expectativa ya que tal impresión de no estar solo es una ilusión, un
sueño y el traqueteo del viaje por la vida nos despierta a cada rato
haciéndonos enfrentar la soledad, la extraordina ria soledad en que nos
encontramos.

Tal soledad, repito, es tan deprimente y avasalla dora que las personas sin
preparación no pueden so portarla y siendo tal preparación tan difícil, cos -
tosa y larga prefieren creer que pueden lograr compañía, al menos, en la
pareja.

No quiero decir que semejante compañía real no pueda existir, puede ¡sí!
Pero las exigencias serían tan extremas para que se produjera, que tendría
que formarse una pareja ideal, de esas que se dan, de forma accidental, de
una por cada varios miles; de modo que, esforzarse en buscarla es dedicar
una cantidad de energía que mejor sería emplearla en entrenarse para
destruir la sole dad por medio del encuentro de la verdadera y única
compañía posible, uno mismo; ya que, en la búsqueda de la pareja, para no
estar solo podría usted pa sarse la vida probando y volviendo a errar una y
otra vez.

Dado que en la pareja se dan también otras conve niencias tales como
compartir deberes domés ticos de primera necesidad, prepa rar los
alimentos, limpieza de ropa y el espa cio habitable, afrontar gastos
económicos, etcétera, uno cree, debido a estos factores positivos y reales,
que uno no está solo.

Creemos que no estamos solos porque tenemos la ilusión de que podemos


confiar en la pareja, que tal grado de compañía es segura, siendo la
descon fianza y la inseguridad lo que malogra la relación o lo que termina
malográndola ya que en la mayoría de los casos la prueba o los datos para
acusar a la pareja, pueden ser imaginarios, amén de cuando son ciertos.

Con todo debemos aclarar que sólo buscan con fianza los desconfiados y
seguridad los insegu ros.

Mucho mejor es desatenderse de la calidad de ser de la pareja de uno y


dejarla ser como es, como ha elegido ser, o como no puede evitar o de jarla
cambiar su manera de proyectarse, si así lo decidiera.

Usted, debe comprender, ver en sí mismo, primero: que no tiene acceso


real a la aprehensión de la verdad ajena, del estado de ser ajeno. Usted, no
puede conocer las causas del hacer de nadie ya sea su esposa, su hijo o
cualquier otra persona, tal conocimiento es aproximativo y estadístico de
su real conocimiento accidental; segundo: que sólo tiene acceso al suyo
propio, a su propio mundo interno y el hecho de que lo que, usted, es
ahora, su personalidad, la cual no es más que una serie de paquetes de
información donde cada uno dice de sí mismo: Yo, reconozca su estado de
ser, o sea, de su esencia débil y pequeña, y comience a poner en práctica el
cúmulo de datos que tiene sobre cómo desarrollarla, hasta tanto cada uno
de estos pequeños yoes de la personalidad no reco nozca la autoridad,
capacidad, fortaleza y ma yoría de edad de su esencia. Usted, sufrirá el es -
tar solo, porque sólo los yoes de la personalidad con su debilidad
fragmentaria son los responsa bles de los sentimientos negativos y las
emocio nes desagradables. Y sólo la esencia desarro llada, el estado de ser
adulto, puede dar la sensa ción de compañía real pues es lo único con
propósito real, con una misión existencial que cum plir dado que tiene su
potencialidad tomada de influencias más lejanas, pero más constantes, y de
mayor jerarquía, su fuerza (que, también, es externa como se ve) viene de
las estrellas. Las fuerzas que animan a los pequeños yoes de la perso -
nalidad (influencias externas también) son más cercanas pues son de orden
planetario, terres tre o lunar y por su cercanía son más fuer tes ¡al punto de
poder interferir la influencia este lar! Pero dado que su fuerza es menos
cons tante hay la posibilidad de conectarse con las estre llas.

Con todo esto podemos concluir que el aferrarse a la idea de que en la


pareja está resuelto el pro blema existencia, conlleva a error. Aferrarse a la
idea de que en la pareja o cualquier otra relación interpersonal, pueda ser
reconocida tal cual es al punto de convertir esta relación en un propósito
de vida, en un objetivo existencial, es error y con lleva al sufrimiento.

Tal aferramiento y el tratar de sacudirse el su frir, hacen que uno intente


cambiar a los demás. Pero sólo podremos cambiarlos deján dolos ser como
son. Sólo así tendrán una existencia real al sentir que son observados por,
usted, sin intención de modificarlos. Usted, con su: observarlos sin
intervención, produce una reali dad real en sus existencias pues, hasta
enton ces, ellos no existían para nadie; mien tras hablaban o actuaban, los
otros pensaban qué decir cuando les tocara hablar o qué hacer cuando
tuvieran el turno de la acción. Si no hay verdadera recepción, de nada vale
que se emita la mejor música del mundo. Pero si, usted, asume ser el
receptor, el espectador, entonces, habrá espectá culo. Si sólo hay una cara
de la moneda no hay moneda.

Es la personalidad quien sufre la soledad. La perso nalidad (o sea el


conjunto de yoes que la forman) es un medio para tomar del exterior ali -
mento para nutrir, vigorizar y desarrollar a la esen cia; por eso busca fuera,
es decir: en las otras personas, en los animales o en las cosas, la compañía,
la sensación confortante y segura del no estar solos... La personalidad está
diseñada para usar fuera su actividad. Es activa y ex terna, por ello cuando
se establece su pasividad, se activa la esencia, dando inicio a su desarrollo,
a su crecimiento, a su movimiento ascendente en una escala de calidad, el
individuo disfruta la com pañía de sí mismo. La unión con Dios, el regreso
al origen, la posibilidad de experienciar la ver dad total, el ver psicológico
con el ojo de la mente (que es la comprensión) de las dos caras, a la vez,
de la moneda; la posibilidad de estar al justo medio camino entre el cielo y
la tierra psi cológicos.

LA PARÁBOLA DE LOS
CONEJOS

Un hombre, ya maduro, se puso a criar conejos. Era emprendedor,
metódico y capaz, así que, a medida que iba informándose de los
pormenores teóricos de tal actividad, iba poniendo en práctica cuanto
aprendía; de esta forma llegó a consultar una extensa bibliografía sobre la
cría de conejos, se hizo de confortables jaulas y orejudos de diver sas razas;
así dado el esmero, dedicación pa ciente y amorosa en cuanto a la atención
por los alimentos y el cuidado higiénico de la cría, logró ejemplares que,
en poco tiempo, lo destacaron como uno de los mejores criadores de
conejos de la comarca.

Para él no era un trabajo atenderlos, en el sen tido de esclavitud y cosa


desagradable que le atri buyen, muchos, a la idea de pasar trabajo. Por el
contrario, disfrutaba su actividad de hacer lar gas caminatas diurnas para
seleccionar la mejor hierba, limpiar el estiércol en las zonas de jau las,
curar a los animales enfermos, protegerlos de la agresividad del tiempo y
crear sistemas para que no fueran presa de ladrones; esto le retribuía
gloriarse en la reali dad de su obra, mostrarla a sus amigos y convertirse en
un miembro renombrado en el mundo de los criado res de conejos.

Amaba su actividad y amaba a sus conejos porque, además, de la


gratificación que le producía la cari cia psicológica del reconocimiento
ajeno y el sentirse vivo ocupado en algo, la cría de conejos se había
convertido en la base alimenticia de su familia, de modo que cada semana
y cada vez que había un motivo de celebración, se iba al pa tio y tomaba
por las orejas a un par de hermosos animales.

El señor llegaba a la jaula y en la selección siem pre los conejos se


asustaban arrinconándose, huyendo de la mano todopoderosa en el mundo
conejil, lo recalco porque esta situación de sobreco gimiento y temor, en los
conejos, era natu ral, común y rutinaria para el señor de los conejos, tal
como puede interpretarlo con facili dad cualquiera sin tener que hacer una
comproba ción mediante un ensayo experimental, y lo señalo para caer en
lo que comienza a constituir la intención de este relato.

Un buen día, el del primer cumpleaños de su hijo, el señor se fue, como de


costumbre, al patio en busca de un par de los más gordos, metió la mano
en la conejera y, como siempre, se replega ron contra las esquinas. Sin
embargo, llamó su atención que uno de ellos, el más hermoso, no huyó,
sino que, como si fuera un gato, buscaba el contacto con la mano que podía
meterlo en la ca zuela.

La actitud de un individuo diferente al resto llamó tanto la atención del


señor quien dejó de verlo, entonces, como un simple animalillo; para verlo
como un ser raro. Y como todo lo extraño lo es porque no abunda y como
todo lo no exce sivo tiene valor, tomó al conejo por las orejas como a los
otros, pero en lugar de meterlo en la cazuela, se lo regaló a su hijo.

Así fue como el conejito raro salió del mundo estrecho, compartimentado y
cotidiano de los cone jos; así fue como, además de mejor hierba, comenzó a
deleitar las golosinas de su nuevo amo y así fue que comenzó a vivir en el
mundo am plio y novedoso de la familia del señor, bajo el amparo del hijo
del señor de los conejos.

El tiempo pasó, el niño fue creciendo, y el co nejo se hizo viejo. Pero como
el tiempo no transcu rre igual para los conejos que para las perso nas,
cuando éste murió de edad avanzada, el hijo del señor continuaba, aún,
siendo un niño, sólo que un niño mayor.

No sólo se entristeció el niño con la muerte del conejo, sino todos en la


casa. Acostumbrados a sus piruetas y saltos, hasta los amigos que frecuen -
taban la casa comenzaron a extrañar la mascota. Se había vuelto una nota
pintoresca y alegre. De modo que, aún después de la muerte, tenía
notoriedad creciente, lo cual era algo así como haber ganado la vida eterna
conejil.

El niño, quien había nacido entre aquellos animali tos y había hecho su
infancia con este com pañero de juegos, sintió necesidad de reem plazarlo,
por eso le pidió a su padre, otro.

El padre, sin embargo, decía que no existía otro como aquel, distinto por lo
espontáneo de su acer camiento y se negaba a la petición. Por su parte el
niño decía que no era necesario que fuera igual, pues él lo entrenaría y,
como no hay como los niños para desear con fuerza algo hasta lograrlo, lo
obtuvo.

Pasó el tiempo y el niño fue creciendo hasta hacerse un adolescente. Por


esta época había desarrollado tal amor por los conejos, que pasaba los
límites normales e inconcebibles de una sana afi ción, según el pesar de su
padre. El jovencito, de testaba comer la carne de conejo y añoraba, en
silencio, la proximidad de su adultez para dedicar su vida a la cría, pero
con carácter recreativo; trabajando en cruces raciales para lograr ejempla -
res más bellos, fuertes o más grandes. Intención competitiva, era esa su
meta y su obje tivo.

Pero siendo ya un jovencito no tenía tiempo para jugar con su conejo quien
ya había sido adies trado en ser un conejo diferente; por esto, un buen día
lo colocó de nuevo en la jaula con la promesa de su padre de que su vida
sería respe tada. Mientras, el muchacho trabajaría en la cons trucción de sus
propias jaulas, en las cuales comenzaría su cría, para dar inicio a una
nueva era en la Historia de una de las mejores crías de la comarca.



SER DE OTRO MUNDO

El Viajero había llegado a este mundo maravi lloso y hostil a la vez, desde
hacía muchos años; tantos, que de su origen no tenía más que la melan -
colía por aquel lugar remoto y casi olvi dado.

Por momentos, sentía un impulso interior, como la necesidad de cumplir la


orden de un programa. Sin embargo, se resistía a perder lo que creía el
dominio de sus actos.

Su memoria no registraba cómo había llegado a semejante planeta. Toda


información al respecto se reducía a imprecisiones, conjeturas e hipóte sis,
pero no tenía certeza acerca del asunto. Un exhaus tivo análisis sobre el
particular lo hacía adelantar en algo. Tenía, es cierto, muchos datos,
muchísimos datos sobre su procedencia, con los cuales había hecho dos
grupos: uno grande y otro pequeño. De acuerdo con el primero; él sería un
indígena autóctono, un genuino habitante de aque llos parajes y había
llegado allí como habían llegado todos. Había nacido. Sin embargo y a
pesar de todo, él no podía compro barlo. Tales evidencias no resis tían el
ensayo experimental, no podía repetir los sucesos anteriores y obtener de
ellos una confirma ción dada por la experiencia, tenía que asumir sin
convicciones una supuesta verdad con vencional. En el otro grupo,
quedaban argumentos sin relación, sin tradición, pero con resul tado
experimental, siendo la experiencia repetible sentida con perfección, pero,
sobre todo: agrada ble.

El primer grupo, estaba barajado de forma que los datos seguían un


esquema fijo, un orden estable cido; pero si todos se agruparan siguiendo
otro orden, sus padres no serían sus padres sino un recurso para justificar
su estancia en este mundo; serían, además, el cumplimiento de alguna
regla del juego en el cual, él, debía hacer cierto movi miento, determinada
jugada. Si fuera así, enton ces, se podrían unir los dos grupos de datos y el
grupo resultante sería más coherente.

El Viajero, debatía consigo mismo. Las fuerzas del primer grupo, creadas
por otros, ganaban de momento este enfrentamiento contra las fuerzas del
segundo grupo, creadas por él; decidía, de mo mento, continuar recopilando
datos, aunque siempre, desde hacía muchos años, y sin dejar de ser, el
Viajero, no era otra cosa que el Compila dor. La relación de las fuerzas en
su sistema no le permitían avanzar hacia la casilla denominada: el Jugador.

El asunto era el miedo o quizás con precisión una suerte de pequeños


pánicos, de minúsculos terro res que se había creado para justificar su no-
avance.

¿Serían aquellas inquietudes suyas, aquellas incon formidades, la


posibilidad de cierta comunica ción que desde su lejana patria le trasmi tían
sus superiores para iniciar la Con quista?

De todos modos, Viajero, ya sabía que no era Fundador. En su exploración


de este mundo había dado con estaciones de sus antecesores. Allí esta ban
guardadas las anotaciones sobre la Misión, cifradas con cuidado entre
datos superfluos. Pero aún no era suficiente, todavía podía estar
equivocado. Bien pudiera suceder que estuviera agrupando los datos de
forma errónea.

Entonces, se replanteó a sí mismo la situación: No, no era de otro mundo.


No era un Invasor. Era uno más, un habitante común de aquel planeta y su
destino era hacer lo mismo que ellos hacían. Entonces, surgió en él la duda
que lo llevó a la posesión de: la Seguridad.

Debía ser como los otros ¡OK! ¿Como cuáles otros? ¿Cómo agruparía a
aquella masa heterogé nea de seres, para decidir luego ser como un miem -
bro de uno de esos grupos? Existían ¡es cierto! Grupos formados por ellos
donde se nuclea ban muchos que seguían ciertos cánones, ciertas reglas,
determinados requisitos, algunas costumbres, pero no le alcanzaría la vida
para conocerlo todo, para cuando estuviera en condiciones de elegir ya
quizás habría muerto. Pero si no fuera excesivo, es decir exhaustivo, y
eligiera sólo entre algunos pocos de estos grupos cercanos a él, el alcance
de sus posibilidades reales quizás estaría en la posibilidad de ser quien se
proponía.
Pero en esta jugada, Viajero, encontró que si iba a ser sincero consigo
mismo ¿y con los de más? Entonces, no estaría cómodo en ninguno de estos
grupos. Se metería en huecos que no tenían su forma. No eran sus grupos.
Y en la experien cia siempre terminó teniendo que hacerle concesio nes al
grupo, cediendo ante él para luego sentirse disgustado consigo mismo. Así
compren dió que los grupos formados por los habitantes de aquel mundo en
que se hallaba, no resolvían su problema de ubicación y de sentirse parte
de algo, aunque ese algo no constituyera con necesi dad un todo.

Por aquel entonces, se sintió parte del grupo de los no agrupados, aunque
aquel, por supuesto, no constituía un grupo; el caos no es un sistema, y
comenzó a soñar con la forma ción de un grupo, se propondría crear el
suyo, su propio grupo. Uno para él y para los que fueran sus semejantes
entre los que aún habitaban el caos.

Al inicio, esta idea lo fascinó, pero sus intentos de lograrlo fueron en vano.
No se esforzó mucho en realidad, sólo hizo algunos intentos, pero suficien -
tes para comprender que el asunto era otro y que la fundación de un grupo
semejante, al final le traería aparejada la sensación de disgusto consigo
mismo que ya conocía. Lo intuyó.

Pero de algo si estaba seguro: era parte de un grupo del cual era él, hasta el
momento, el único miembro. Así comenzó a asociar aquella idea con la
posibilidad de que su grupo estuviera en un sitio lejano y que su verdadera
jugada fuera encon trar su conexión real con él.

En aquel tiempo de su iniciación, era tan sólo un Buscador y fue por ello
que dio, un buen día, con la primera huella de alguien que parecía ser otro
miembro del grupo, pero no fue más que una hue lla, ni más que una
pequeña incertidumbre, sólo un débil peso para equilibrar su balanza. De
algo comenzó a tener la certeza: nunca iba a tener una seguridad completa,
siempre sus decisiones esta ban en el riesgo del error, en la zona segura de
lo desconocido y el único indicio para aventurarse era valorar hasta qué
punto le daría gusto la aven tura como para pagar la pena de haberse equi -
vocado.

Un día, Buscador, quien no dejó nunca de ser el Viajero, hizo un alto para
hacer un balance y halló la sorpresa de haber encontrado una extraña
respuesta: todo no era más que una cuestión de punto de vista. De sistema
de referencia. ¿Iluso rio? Sí. ¿Con respecto a qué? Esa era la res puesta.

Era él de otro mundo: ¿sí o no? Bien ¿Con res pecto a cuál mundo? Se
diría, en primera instan cia, que con respecto a aquel en el cual él se hallaba
y del cual tenía la mayor cantidad de da tos, al parecer, confiables y
dispuestos en un orden preestablecido y aceptado, por convención, por la
mayoría de los habitantes del mundo en cues tión. Bien, de este mundo era
cierto algo: existía al menos un mundo donde él estaba junto a otras
unidades de pensamiento complejo y desde el cual él podía darse el lujo de
partir hacia cual quier otro lugar en busca de otro, existiera o no.

Hasta ese punto era irrefutable.

Un día, aquel en que dio con la respuesta, un hecho común hizo que diera
con ella. Fue un descu brimiento grandioso a partir, como ya dije, de un
hecho sencillo y fortuito, tal como lo han sido muchos hallazgos.

De regreso a su casa se cruzó con el loco de su barrio (en casi todos los
barrios hay uno) estaba allí de pie en medio de la acera, aislado del mundo,
apartado, lejano, ausente y, sin embargo, allí de pie en medio de la acera.
Hablaba, pero no solo hablaba: dialogaba. Conversaba con alguien a quien,
el Viajero-buscador, no podía ver ni oír porque estaba fuera de su espacio
temporal. En aquel momento, Viajero-buscador, comprendió que, aquel
loco, era un punto de conexión entre dos mun dos. El mundo de la realidad
que era común a él y al loco, con el mundo de la realidad que sólo era real
para el loco y a la cual, Viajero-buscador, ¡por no tener acceso a ella!
llamaba locura.

Haciendo abstracción y poniéndose en lugar del loco, era posible llamar


locura a la realidad, ya que el loco estaba viviendo su otro mundo. La
realidad era, entonces, también, relativa y de acuerdo al Principio de
Indeterminación de Heisen berg (llamado también Relación de Incerti -
dumbre) la locura lo era según el punto de vista que tomara el Observador.

De esta apreciación, Viajero-buscador, llegó a cierta conclusión: en


hipótesis su pensa miento era como un pozo y en la medida en que
sondeara su profundidad abismática y se alejara de la comunicación
exterior estaría en peligro, como el loco de su barrio, perdido en las
profundi dades de su pensamiento, suspendido en un caos de posibilidades
y de interrelaciones infini tas.

De esta forma se asomó al borde de sí mismo y vio cuán insondable era su


profundidad. Aden trarse en la búsqueda de cierto mundo descono cido, del
cual no tenía referencia sino tan sólo las sensaciones sospechosas de cierto
interés, de ex traña aproximación y temió. Temió quedar atra pado,
desconectado y perdido para siempre de lo que, hasta entonces, había sido
su mundo familiar.

Sin embargo, había ocurrido algo más: si bien en contraba, al menos para
su entendimiento, demos trada la posibilidad de un camino hacia otro
mundo del cual él podía ser quizás un emisa rio, se abría ante él otra
expectativa; si este camino hacia su interior le aterraba, dado que podía tal
vez romper el hilo de conexión con su realidad, convirtiéndose en otro
loco, pudiera suceder, también, que hacia adentro existiera como es en el
exterior, un orden.

¿Qué era lo que distinguía al loco de él? ¿No era acaso que el loco había
perdido su conexión con la realidad de los dos? Entonces, si él lograra
inter narse, lenta, progresiva y con sistematicidad hacia su otra realidad,
que por convención llama mos locura, pero sin perder el contacto con la
realidad verdadera, nunca llegaría a ser un loco.

En esto, llegó a distinguir tres tipos de locos. En uno los que se perdieron,
los que salieron (o entra ron) a buscar y extraviaron el camino de re greso
quedando perdidos; en otro, los que una vez hallado el mundo que
quisieron encontrar se queda ron por voluntad en él sin interés de regre sar,
por sentirse allí más a gusto y un ter cer tipo minoritario de locos que a
pesar de estar en su otro mundo no pierden el contacto con la realidad
exterior y enriquecen ésta con el pro ducto de su llamada locura.

Digamos, para ejemplificar, que las perlas no son del mundo de la


superficie sino del submarino, pero dado que han existido Buceadores
dados al sondeo y a la exploración de la profundidad ma rina, hoy estas
raras bellezas se han vuelto parte del mundo aéreo.

Todo se reducía, entonces, a un problema de conven ción. Si cada loco se


busca un mundo dife rente no queda duda de que son locos muy locos. Pero
si todos los candidatos a locos del tercer tipo se propusieran ir al mismo
mundo la cosa sería distinta. Si se creara una población de locos con un
mundo común diferente al tomado real por convención, entonces hablar de
locos sería un tanto impreciso. Y este fue el hallazgo del Buscador: se
encontró a sí mismo. Sí, él era en lo cierto un ser de otro mundo. Sí, tenía
ante sí las crónicas de otros Viajeros, el ejemplo de otros Invasores. ¿Mas,
cuál sería su misión? Ese sería su próximo paso por eso ocupó la casilla
siguiente y fue nombrado: el Jugador.

El Jugador

Desde este lugar en que nos desplazamos en lo material y que, de forma


arbitraria, establece mos como absoluto para servirnos de él como
referencia, todo lo demás no resulta más que pura conjetura, que mero
artificio teórico. En vir tud de tal convenio, todo lo que no se mani fieste
corpóreo o material (aunque sea en forma sutil) cae en lo especulativo, en
terreno de la fantasía, en el campo de lo que No Es. Por tanto, el otro
mundo al cual el Jugador pretende pertenecer: no existe. (Al menos para
esta área de convenciones).

En este juego las reglas excluyen la posibilidad de que exista otro mundo.

El Jugador, sin embargo, es como un hueco en el tablero donde se produce


la excepción de la regla pues, se vale del recurso, aceptado de inicio, para
referirse a un sistema de existencia probada. Es decir, existe un mundo real
donde la realidad está formada por la existencia y manifestación de ciertos
grupos de locos y por ciertos grupos de cuerdos, donde no hay la
posibilidad para la exis tencia de otro mundo o sea que el mundo real es un
sistema donde existen pequeños siste mas de realidades probadas.

En este caso, ahora Jugador no toma como referen cia al sistema grande
sino a uno de los pequeños, es decir se toma a sí mismo como refe rencia y
allí en su realidad crea otra realidad: su otro mundo. Por tanto, existe en su
sistema.

Pero si su mundo en realidad existe y si él formó, forma o el algún


momento formara parte de él, debe existir un cierto movimiento, una cierta
intención de acercamiento de ese mundo hacia su partícula. Debe haber
alguna fuerza, al guna irradiación, alguna señal comunicativa del Todo por
la Parte. El asunto se reducía, entonces, a encontrar de qué juego, él, podía
ser una pieza, porque cada mundo es como un juego.

En este mundo de, al parecer, probada realidad, se opina que no existen


otros mundos, pero una obser vación detenida lo llevó a la conclusión de
que este mundo que conocía estaba formado por la suma de submundos
que se inter-penetran, se superponen y se influencian entre sí, son como
juegos menores y el mundo que creemos real y al que creemos conocer no
resulta ser más que el Juego de los Juegos o mejor aún, un Universo en
expansión donde existen cientos de mundos cre ciendo, cientos de mundos
naciendo o muriendo, iniciando su ciclo evolutivo o concluyéndolo, cada
uno con sus particularidades y sus leyes (Tal como juegos), sin embargo, el
Juego de los Juegos niega que puedan existir otros Juegos de Juegos.

Visto así parece algo inocente, algo en verdad divertido y magnífico, pero
Jugador descubrió la tragedia.

El lugar donde se juega el Juego de los Juegos, es decir este mundo, dentro
de unos cuantos cien tos de miles de años desaparecerá pues el Sol que -
maría sus reservas de combustible y desapare cería para siempre el Gran
Tablero. Pero ésta era sólo una primera opción de desastre a largo plazo,
había otras posibilidades de hecatombe de mayor inmediatez: un desastre
nuclear a gran es cala producido por el desmedido afán de confort y placer,
producido a su vez por el desmedido afán de acumular riquezas y producir
ganancias económicas, producido a su vez por el desmedido afán de
desarrollar la cultura tecnológica, el culto de la ciencia y el afán de
conocimientos; todo en busca de obtener o mantener, en alguna medida,
algo maligno: el poder. En fin, esta carrera hacia la felicidad de este
mundo, llevaría, sin remedio, a la contaminación ambiental, al
desequilibrio ecoló gico, hacia la desnaturalización de los alimentos, hacia
el incremento de las enfermedades degenerati vas, hacia el efecto
invernadero, las lluvias ácidas, la destrucción de la protección ozónica de
la atmósfera, el smog, el stress... etcé tera. Esta última opción sería quizás
el me dio de la Humanidad para borrarse a sí misma del planeta mucho
antes de que la evolución natural del Sol, el desarrollo cósmico del
universo, lo hiciera.

Sin embargo, a otra escala menor, el mundo se acaba también para siempre
todos los días cada vez que alguien muere: para él se acaba el mundo, pero
aún habría que precisar cuáles son esos sub mundos que, en éste, están
siempre naciendo, cre ciendo y acabándose, y los cuales son los que en sí
mismos forman lo que de hecho llamamos este mundo.

Tales mundos, concluyó Jugador, eran creaciones de los habitantes


inteligentes. Ellos, en este planeta, tiene el poder de la creación mental y
ese poder que no cesa de ejercitar lo usa en crear tales mundos, es decir:
tales juegos. Así, la ciencia es uno de sus juegos favoritos, aunque sus
preferidos son la política y el comercio. Otros juegos importantes que usa
para canalizar su explosión creativa son los deportes, el arte, la reli gión, la
moda...

En resumen, la tragedia que Jugador había descu bierto era la irremediable


inmediatez de la muerte, es decir, del fin de su juego, del tiempo para
hacer su jugada y en el espacio de este tiempo, por demás desconocido,
debía encontrar su función. Descubrir, la categoría de la pieza que era y
¡Entonces! hacer su jugada para formar parte, activa y consciente, de un
juego más grande, que a su vez era parte de otro juego aún mayor. Sin em -
bargo, descubría que era electivo decidir a cuál mundo pertenecer en este
mundo. Él, no obstante, se sentía en otro; pero, también, era electivo deci -
dir a cuál otro mundo pertenecer fuera del mundo. Y aquí estaba el dilema
¿A cuál mundo mental, sutil, fantástico por lo irreal u objetiva mente
ficticio entregar su energía? ¿A cuál? ¿Cuál sería el verdadero, el correcto,
el mejor, el idóneo, el acertado mundo para él? ¿Cómo sa ber?

Hace, con aproximación, dos mil dieciséis años, un judío vagabundo en


Pales tina inició uno de los juegos más atrevidos y singu lares. Dijo, he aquí
su locura, que conti nuaría su juego aún después de la muerte del sol; pero
el asunto no está sólo en jugar en su juego, sino en ganarlo, lo difícil, es
que se gana per diéndolo.



SOBRE MEJORAMIENTO
HUMANO

A continuación, relaciono y comento una serie de aforismos, notas,


anécdotas y cuentos que, de una forma u otra, se relacionan entre sí, por
cuanto su contenido se encuentra dirigido al mejo ramiento de la conducta
humana, a presentar cierta dirección de comportamiento para mejorar
nuestras relaciones interpersonales y nues tro estado de ánimo con relación
a las incon gruencias de la vida que la existencia nos pone en ocasión de
experimentar. Resulta interesante destacar que todos estos fragmentos de
informa ción, los cuales pertenecen al pensamiento de diver sos autores de
distintas épocas, países, eda des, culturas… parecen estar siguiendo el
mismo patrón, el mismo hilo conductor, como si existiera, y es lo que en
definitiva me parece im portante también, una única verdad, una verdad
imperturbable que se mantiene igual durante si glos y siglos para conseguir
tal propósito de hacer que la especie humana se desarrolle, evolu cione
hacia una calidad de individuos mejor sintoni zados con su entorno, más
estables en su psicología, más aptos para resistir todo lo que hasta ahora,
desde la aparición del Hombre, ha contribuido al dolor y al sufrimiento de
los seres humanos. Esta pequeña contribución compilativa, destaca
¡además! cómo las peque ñas y grandes diferencias que existen entre las
distintas culturas, religiones, tradiciones, co rrientes filosóficas y
tendencias políticas, se desva necen ante lo que resulta ser la esencia misma
del propósito fundamental del humano: mejorar. Veremos, con cierto
asombro, que tales verdades durante todo el desarrollo histó rico de la
Humanidad siempre han estado ahí, ante nosotros, y, sin embargo, todos
continuamos esperando un Mesías, un maestro, un avatar ilumi nado, un
gurú, un consagrado Maestro exó tico, quien nos guíe en el camino hacia la
felici dad cuando, repito, el sendero siempre ha estado ahí esperando ser
hollado por nuestras plantas. Todo parece indicar, de este modo, que la
evolu ción a la cual hacemos referencia, no está desti nada para la mayoría,
sino para un grupo selecto y minoritario que, según las pala bras de Jesús,
son aquellos que tienen oídos para oír y ojos para ver y quienes
conforman de ntro del gran grupo de los que son llamados, los elegidos.

(Y hasta aquí, ¿quién puede decir que no es un prefacio?).

En el año 1959 (en los Estados Unidos) los investigadores Fridman y


Roseman, propusieron una clasificación para la conducta psicológica, la
cual quedó expresada de la siguiente forma: dos tipos de personas, el A y
el B.

El tipo A: Tienen un sentido alto de la responsabili dad. Estas personas no


descansan, no vacacionan, no les alcanza el tiempo. Ritmo de vida tenso,
rápido...

El tipo B: Es lento, no asume trabajo extra, no se apura. Tales personas se


dan tiempo para distracciones y descanso y soportan mejor las dificultades.

Por otra parte, don Miguel de Unamuno y Jugo, poeta, escritor y filósofo
español, propone, tam bién, una clasificación; para él, el humano, tiene
cuatro personalidades:

La que cree que tiene.

La que los demás creen que tiene.

La que él quisiera tener (y por la cual debía ser juzgado)

Y la que en realidad tiene, y que sólo Dios sabe.

Pitágoras, también propuso, una clasificación de la conducta humana:


Según él, existen tres tipos de personas en el mundo, semejante a quienes
asis tían a los Juegos Olímpicos:

Clase baja: Los que van a comprar y a vender.

Clase media: Los que van a competir y a juzgar.

Clase alta: los que son sólo espectadores imparcia les. Quienes, en la vida,
serían los filóso fos.

Si observamos la evolución, vemos que los fuertes en la naturaleza no


evolucionan. Existen en ella los fuertes que sobreviven en los casos
extremos, por ser fuertes. Los débiles que mueren en los casos extremos
por ser débiles. Otros no tan débi les para morir, pero ¡tampoco! tan fuertes
como para sobrevivir, son quienes modifican su conducta ante el medio.

Los monos débiles murieron.

Los monos fuertes siguieron siendo monos.

Los monos medios se adaptaron, modificaron su hábitat. Afirman los


quienes apoyan a Darwin, aunque no existen pruebas, dicen quienes no lo
apoyan.

He leído que, según algunos autores, en la India, por tradición, algunas


filosofías clasifican tres tipos de personas:

Las que piensan una cosa, dicen otra y hacen otra distinta. (Enfermas,
inseguras, crean y se crean dificultades). No son honestas.

Las que no dicen lo que piensan, pero hacen lo que dicen. (Tristes,
resentidas y enfermas). Son honestas con los demás, pero no consigo.

Las que dicen lo que piensan y hacen lo que di cen. (Con alto sentido del
humor, felices y saludables). Son honestas con los demás y consigo mis -
mas.

La vida diaria demuestra que la vida es un juego donde hay tres tipos de
personas:

Las que vinieron a hacer de yunque, (mere ciendo sufrir).

Las que vinieron a hacer de martillo, (a hacer sufrir para castigar, son el
brazo de la ley).

Las que salen del juego y dejan de ser ambas co sas, (simples testigos
que ayudan a los de más en su juego).

Pero…

La interacción de la vida ha mezclado a los yun ques y a los martillos;


situaciones en que, usted, hace de uno y situaciones en que hace del otro.
Quedando dos grupos:

Los jugadores y los que están fuera del juego.


Salir del juego implica dejar de sufrir, dejar de merecer castigo. (Algo
difícil). Para esto es necesario abstenerse de ser medio de castigo (esto es
más fácil).

La única forma de no merecer castigo es reconocer nos culpables y


disponernos a pagar para saldar la cuenta de una vez y por todas.

Jesús distingue también tres tipos de personas.

El mundo (formado por aquellas personas, en quienes siembra o pre dica).

Las que se sienten llamadas. (y que son la mayoría).

Y quienes resultan elegidas. (Que serán pocas).

De entre las llamadas Jesús distingue, además, dos clases de personas:

Las justas y las pecadoras.

El taoísmo y el confucianismo, distingue, tam bién, tres tipos:

El hombre inferior.

El hombre medio.

El hombre superior.

El superior, cuando oye hablar de Tao hace todo por guardarlo.

El medio, a veces lo guarda y a veces lo pierde.

El inferior, se ríe a carcajadas, si no riera no sería el verdadero Tao. Para


reconocerlo, El hombre superior, se guía por él inferior.

La mente es la medida de las cosas:

Existe un antiguo cuento, al parecer de la tradi ción árabe, en el cual se


refiere que cierta vez, mientras un viejo y su nieto estaban en un oa sis
próximo a una ciudad, se les acercó un via jero preguntando cómo era la
gente por aquellos lugares. El abuelo, a su vez, le pregunta que cómo era la
gente en el lugar de donde venía y el viajero le confiesa que eran personas,
traicione ras, de malos sentimientos y por tanto personas no confiables.
Entonces, el anciano le informa que las personas que encontraría en la
ciudad no se diferenciaban en nada de las personas de la ciudad de origen.
Y el viajero continuó su camino.

Pasó un rato y llegó otro forastero. Dirigiéndose al anciano le formula la


misma pregunta: ¿Cómo eran las personas en la ciudad a la cual se acer -
caba? El anciano, como al primero viajero, le con testa con la misma
pregunta, pero esta vez, el hombre de paso le dice que, en la ciudad de la
cual venía, vivían personas magníficas, amiga bles y de las cuales guardaba
el recuerdo de su hospitalidad. El abuelo le aseguró que también en esta
ciudad encontraría personas semejantes. Y el forastero continuó su camino
satisfecho.

El niño, mirando extrañado a su abuelo le pre gunta por qué dijo una cosa a
uno y otra al otro, de modo que parecía que a alguno de los dos le había
men tido, pero el anciano, con una noble sonrisa le contesta que a los dos
les había dicho la verdad.

Existe otro cuento, éste de origen hindú, sobre unos ciegos que salieron a
buscar un ele fante. En el cual se nos brinda una forma de clasificar a las
personas:

Uno lo tocó por el rabo, otro por la trompa, otro por una oreja, y otro por
una pata, etcétera.

Todos dieron opiniones distintas ¡pero ciertas! del elefante.

Con todo esto solo se pretende argumentar, con cierta suficiencia, que
desde antiguo y todavía, tanto desde la especulación mística como, la opi -
nión popular, hasta llegar a la convicción cientí fica, los humanos siempre
hemos tenido presente la idea de que nos diferenciamos, que existen tipos
de personas, que ciertos tipos son diferentes a los otros por la sencilla
razón de que funcionan distinto, sin que esto implique nive les de calidad
entre ellas.

El pensamiento lateral, la intuición

En tiempos en que las deudas impagables se sancio naban con la cárcel, un


hombre, quien tenía una hija bellísima, debía cierta cantidad de di nero a un
prestamista y se presentó ante él para solicitarle una nueva prórroga para la
liquidación de su deuda. El adinerado señor, quien deseaba casarse con la
hija de su deudor, pero que había sido rechazado por ella, quiso aprovechar
la oca sión para obligar a la joven a aceptarlo y le dijo que al día siguiente
lo visitaría para darle una respuesta.

El acreedor queriendo aparecer como buena per sona y a la vez queriendo


aparentar que lo dejaba todo a la suerte, al otro día se hizo acompañar de
varios testigos en casa del pobre hombre e hizo pública la siguiente
proposición: Tomaría dos piedrecitas, de la grava del jardín, una blanca y
otra negra y la hija del pobre hombre tomaría a elección una de su puño
cerrado.

Si salía la blanca, libraría a su padre de las deu das y no iría a la cárcel,


pero si salía la negra, además de liberar de las deudas, también, al pobre
hombre, su hija tendría que casarse con el acreedor, todo parecía justo y
desinteresado.

El fiador tomo las dos piedrecitas del jardín, pero la joven se dio cuenta
que había tomado dos ne gras, a fin de casarse con ella de todos modos.

Si lo denunciaba delante de todos como tramposo, desenmascarándolo no


cambiaría la situación de su padre pues iría a la cárcel de todas formas.

La lógica, aplicada al caso no da una solución opti mista, todas las


variantes lógicas que se mane jan en el asunto son pésimas para la familia
en deuda.

Ningún pensamiento lógico soluciona el caso con un final feliz para los
deudores. Pues la solución está contra toda lógica; sin ser fantástica, una
vez expuesta, todos dirán: es lógica.

Solución: La muchacha escoge una (por supuesto negra pues las dos lo
son) pero de inmediato la deja caer al piso de donde había sido, de inicio,
tomada, y dice: La prueba de que era blanca es que (como eran dos) el
acreedor tiene la negra en su mano. Así salvó a su padre y se salvó a sí
misma y dejó al acreedor en su status de justo, imparcial y desinteresado
ante los testigos.
Esto constituye una exaltación de la capacidad de raciocinio que se sitúa
fuera del tradicional esquema de la lógica aristotélica.

Existe otro cuento que narra la actitud de un sabio griego, de uno de


aquellos filósofos que se hacía seguir por sus discípulos formando escuela,
no sé con exactitud a cuál de ellos, de los tan tos que fueron famosos en la
Antigüedad se re fiere con exactitud el cuento, pero en definitiva no
importa, pues el asunto en sí mismo no se re mite a dar fe de lo mucho que
sabe el compila dor, sino de la esencia misma de lo que significa
comprender al mundo en que vivimos. Pues bien, se rumoraba que había
otro sabio que había susten tado su escuela en rebatir las enseñanzas del
primero y que, dondequiera que se detenía, no hacía más que citarlo para
encontrar tema para sus discursos públicos, por lo que comenzaba a perder
estima aquel de quien se hablaba. Sus discí pulos supieron cierta vez, con
antelación, cuándo y dónde el nuevo maestro impartiría su saber y así se lo
hicieron saber al suyo para asis tir todos. No es extraño suponer con cuánta
expecta ción se esperaba el encuentro de aquellos fundadores de doctrinas.
Pues bien, el sabio criticado se personó en el lugar y presenció todo el
discurso de su opositor. Al terminar, todos espera ban escuchar la defensa
que haría de sus criterios y verlo argumentar y rebatir y vencer con su
conocimiento, y más aún, acabar por determinar dónde estaba la verdad, si
en el criterio de uno o del otro. Pero, con gran dignidad, el sabio se puso
de pie y dijo: He aquí uno que piensa diferente.

Robert Louis Balfour Stevenson (1850-1894) céle bre por su novela de


aventuras, La isla del tesoro, escribió: Todo el mundo puede soportar su
carga, por pesada que sea, hasta la noche, todo el mundo puede realizar
su trabajo, por duro que sea, durante un día. Todos pueden vivir suave y
pacientemente de modo amable y puro hasta que el sol se ponga. Y esto es
todo lo que la vida en realidad significa.

Algo semejante, pero con muchísima economía de recursos, dijo Jesús:


Bástale al día su afán.

El perro es el mejor amigo del hombre y el hom bre es el mejor amigo del
perro. Así reza, grabado en una tarja en el pedestal de una estatua a un
perro San Bernardo; criado por los benedictinos, para salvar sobrevivientes
durante los aludes en los Alpes; en el Cementerio de Perros de París.
Existe, pues, una gran relación de afecto y una rela ción en general
definitiva entre los perros y los hombres. El perro demuestra su atracción
por el humano brincando, saltando, ladra y mueve la cola. Sin embargo,
nosotros, reprimimos nuestro afecto hacia nuestros congé neres. Seamos
elocuentes, como los perros.

Debemos esforzarnos en lograr que aquellas co sas, contra las que nada
podemos, no puedan nada en contra nuestra. Estemos serenos, confiados,
porque tanto eso que, usted, cree bueno, como eso que cree malo, pasará.

Es inútil luchar contra lo inevitable, resistirse a lo inevitable es asegurar el


fracaso. Cuando deja mos de resistirnos contra lo que no podemos evi tar,
liberamos una energía que nos permite crear una vida más plena.

Las vacas, no se enfurecen cuando no hay pasto debido a las sequías, los
animales encaran las tormentas, el dolor y el hambre con calma, por eso no
sufren úlceras, no se suicidan, ni se dan a la bebida o a las drogas, no
enloquecen. Walt Whitman, (1819-1892) poeta norteamericano autor de
HOJAS DE HIERBA de del famoso Canto a mí mismo, escri bió que hay que

hacer: frente a la noche y las tor mentas, los repudios, las hambres, los
dolores, como lo hace una planta, un animal.

Podríamos agregar, en resumen, sin quejas.

Siete de cada diez personas con las cuales nos encontraremos mañana
tienen sed de simpatía, nece sidad de comprensión y afán de ser reconoci -
dos importantes, démosle afecto, importancia y comprensión y esas
personas nos tendrán cariño. Pero hagámoslo por el gusto de hacerlo no
por el cariño que nos den.

En el Tao te king o Libro del Tao, atribuido a Lao Tsé, filósofo chino del
600 a.C. Se dice: no hay maldición más grande que el no estar con tento, ni
pecado más grande que el deseo de pose sión. Por tanto, el que esté
contento con es tar contento, siempre estará contento.

Confucio, filósofo chino quien vivió entre los años 551 al 479 a.C. dijo
que el Hombre Superior ama su alma. Y que el Hombre Inferior, su propie -
dad. El Superior recuerda siempre cómo fue castigado por sus errores. El
Inferior, los regalos que le hicieron.

El Hombre Superior, atiende a las cosas espiritua les y no a las de la vida.


Ponedlo a cultivar una granja y perecerá de hambre, pero si dejáis que
atienda a sus estudios, encontrará riqueza en ellos. El Hombre Superior, no
se lamenta de su pobreza. Es firme pero no pelea, se mezcla con facilidad
con otros, pero no forma camarilla.

El Hombre Superior, debe hacer transcurrir su vida sin ningún curso


preconcebido de acción. Decide al momento cuál es la mejor cosa para
hacer.

Existe otro cuento, interesante para algunos, en el cual se narra la historia


de un hombre que des pierta de madrugada con un fuerte dolor de ca beza.
En medio de la oscuridad del cuarto, la molestia del dolor y el sobresalto
de tal despertar; no atina más que a buscar en su mesita de noche, de forma
casi mecánica y sin ni siquiera encender la luz, abre la gaveta y busca allí
su paquete de aspiri nas, pero dadas las circunstancias, éstas caen del
paquete dentro de la gaveta y toma una cual quiera, resultando que toma un
botón que allí había y se lo traga con un sorbo de agua. Pero resulta que se
alivia. De aquí se intuye que a veces, para no decir que una gran cantidad
de veces, no es necesario que algo sea cierto y que constituya parte de la
realidad que le suponemos para que funcione y nos sirva.

Existe un bello pasaje evangélico, en el cual Jesús iba por un camino y


algunos de sus discípu los, que iban más adelante, encuentran un perro
muerto y regresan para tratar de desviar al Maestro de tan áspero y grosero
espectáculo a lo cual el galileo advierte: Ni siquiera las perlas son tan
blancas como sus dientes.

Giovanni Papini, (1881-1956) célebre escritor italiano autor de una célebre


VIDA DE CRISTO y biografías de Dante y de Miguel Ángel, pero cuya obra

maestra es su autobiografía UN HOMBRE ACABADO, en sus HISTORIAS


INVEROSÍMILES es cribe la fórmula para vivir una vida extraordina ria:
1- Haciendo habituales las sensaciones y las accio nes extraordinarias.

2- Haciendo raras las sensaciones y las acciones ordinarias.

Blaise Pascal (1623-1662) francés. Niño precoz, matemático, filósofo,


etcétera. A quien se deben las Leyes de la Presión Atmosférica y Equilibro
de los Líquidos, así como el Cálculo de Probabili dades, a los treinta y un
años de edad se retiró a la abadía de Port Royal donde vivió una vida
ascética. Murió a los treinta y nueve años. Escribió lo siguiente: El hombre
que piensa lo necesario para no ser nunca altanero, jamás es bajo; pero
de forma general, el ser humano que no es nunca altanero, es ruin.

Y dijo, además, que: La desgracia del género humano consiste en que el


Hombre es incapaz de quedarse quieto en una habitación.

Henry Ford, (1863-1947). Norteamericano cons tructor de automóviles y


autor de la estrategia laboral conocida como producción en cadena, lo cual
constituye un avance en el pro ceso industrial tecnológico en todos los
senti dos, fue invitado por el presi dente de los Estados Unidos, Franklin D.
Roosevelt a almor zar en la Casa Blanca en ocasión de la vi sita de los reyes
de Inglaterra a la nación. Ford le envió un recado de que sentía no poder
asistir porque el club de jardinería de su esposa se reu nía esa tarde en su
casa.

El ser humano es un drama, una lucha por llegar a ser lo que tiene que ser.
Comprender esto, descu brir qué tiene que ser y dedicarse a hacerlo
realidad, es lo que significa vivir con eficiencia.

Oscar Wilde, irlandés, nacido en Dublín (1854-1900) escritor y poeta,


autor de obras tan conoci das como La importancia de llamarse Er nesto, El
ruiseñor y la rosa, El retrato de Dorian Gray, etcétera. Dijo que: El
verdadero enemigo de la Humanidad, es el Hombre.

La ocasión de las grandes cosas es rara. La de las pequeñas, continua.

P. Chaignon.

André Maurois, escritor francés (1885-1967) au tor de biografías y novelas,


escribió: Con frecuen cia dejamos que nos atribulen cosas ínfi mas que
deberíamos despreciar y olvidar. Henos aquí en esta tierra, con pocas
décadas más para vivir y perdiendo muchas horas irremplazables en
rumiar agravios que al cabo de un año habrán sido olvidados por nosotros
y todo el mundo. No, dediquemos nuestras vidas a acciones y sentimien tos
que valgan la pena, a las grandes ideas, a los afectos verdaderos.

Teodoro Roosevelt (1858-1919), presidente de los Estados Unidos desde el


año 1901 hasta 1909, confesó que, si podía tener razón en el setenta y
cinco por ciento de los casos en que opinaba, sería la mayor satisfacción de
sus esperanzas. Quiere de cir, que su expectativa promedio era más baja.
Usted, o yo, seres comunes quienes quizás no sea mos recordados al año de
haber desaparecido de la faz de la Tierra, podemos tener, con fortuna, un
cincuenta por ciento de tal seguridad para nues tras expectativas. Si ya de
antemano pode mos contar con que la mitad de las cosas no saldrán como
quisiéramos ¿Por qué, entonces, nos atribulamos?

Dijo Bernard Shaw, dramaturgo, premio nobel de literatura del año 1925:
Si se enseña algo a un hom bre jamás lo aprenderá.

El hombre necesita descubrirlo. Hay que ponerlo en ocasión de que dé con


el conocimiento por sí mismo. La metáfora como recurso pedagógico: la
parábola. El hombre pone en práctica sólo el cono cimiento que él
descubre, no el que se le dice. Quizás esto explique por qué Jesús hablaba
en parábolas y decía quien tenga oídos para oír oiga.

El inglés Robert Falcon Scott (1868-1912) y su expedición al Polo Sur,


después de Admunsen, de regreso, quedaron sin combustible. Llevaban do -
sis de opio para casos de muerte. Sabían que iban a morir, sin embargo,
desdeñaron la droga y murie ron cantando vibrantes y alegres canciones,
esto se supo por la carta de despedida encontrada por una partida de
salvamento, ocho meses des pués.

Luís Pasteur, químico y biólogo francés (1822-1895), creador de la


microbiología, a cuyas investi gaciones se deben la vacuna contra la ra bia y
el ántrax de la piel, habló una vez de la paz que se halla en las bibliotecas
y los laboratorios. Los investigadores y los estudiosos están ocupa dos en
sus propios asuntos para ocuparse de los ajenos. Quizás, usted, no sea un
estudioso de biblio teca o un investigador de laboratorios, pero puede tener
paz atendiendo a sus propios proble mas, dejando a los otros atender los
suyos.

En las ruinas de una catedral holandesa del siglo XV, en Amsterdam, reza
una inscripción en idioma flamenco. Es así, no puede ser de otro modo.

Aparte de la muerte de Jesús en la cruz, la es cena de muerte más famosa


de la Historia es la de Sócrates (470-399 a.J.C.). Sócrates siendo uno de
los filósofos más eminentes de Atenas, siguió el consejo de su carcelero
cuando le entregó la copa de cicuta, le dijo: Trata de soportar con ánimo
leve lo que ha de ser.

Ocurren cosas, sin lógica y sin razón, que nos afec tan y nos angustiamos
pensando en el por qué. La respuesta es: La vida es así, durante mu cho
tiempo va a seguir siendo así, y no puede ser de otro modo.

Cuando Miguel Eyquem, señor de Montaigne, (1533-1592) ilustre filósofo


francés, fue elegido alcalde de Burdeos su ciudad, dijo a sus conciuda -
danos: Quiero tomar vuestros asuntos en mis manos, pero no en mi hígado
o mis pulmones.

Las preocupaciones, la ansiedad, la expectativa sostenida, etcétera,


trastornan el equilibrio me tabólico del calcio, producen caries y artritis. La
preocupación genera miedo y el miedo acciona sobre la bioquímica de la
adrenalina y la insulina y el cortisol por ello produce hipertensión,
trastornos cardia cos y diabetes. Las emociones negativas, antes descritas,
pueden producir hipertiroidismo.

Marco Aurelio, el filósofo que gobernó el impe rio romano dijo, nuestras
vidas son la obra de nuestros pensamientos.

Si nos atenemos a pensamientos felices seremos felices. Si nos fijamos a


pensamientos desdicha dos, de ira, de temor, de inseguridad, seremos
infelices.

También dijo: todo lo honesto, de cualquier modo que lo sea, lo es por sí


mismo y en sí encie rra Su Bondad, sin que en ello tenga parte la alabanza,
y así, el que sea alabado, no lo hace mejor ni peor. Eso mismo digo de lo
que en forma ordinaria llamamos bienes; por ejemplo, de los efectos por
naturaleza materiales y de las obras de arte. Lo que fuere bueno, de nada
más tiene necesidad. Pregunto: ¿Es de peor condición la esmeralda
porque no la alaban? ¿Se hacen por eso menos apreciables el oro, el
marfil, la púrpura, el puñal y la florecilla?

Este Marco Aurelio, (121-180) filósofo romano, quien fuera emperador de


Roma desde el año 161 hasta el 180, escribió una tarde en su diario: Voy a
verme hoy con personas que hablan demasiado, que son egoístas y
desagradecidas. Pero no me sorprenderé ni me molestaré porque no me
ima gino un mundo sin personas así.

Y dijo, además: Acuérdate que en todo aconteci miento capaz de


contristarte, puedes echar mano de este aviso: La adversidad no es una
desgracia; antes, el sufrirla con grandeza de ánimo, es una dicha.

Y sobre este mismo tema dijo Ernesto Renán, filó sofo e historiador francés
(1823-1892), autor de una, Vida de Jesús: Los golpes de la adversi dad son
amargos, pero nunca estériles.

Según Epicteto, filósofo griego del siglo I d.C. perteneciente a la Escuela


Estoica: …el Hombre, a la larga, sufre el castigo de sus malas acciones.
El Hombre que recuerde esto no se enfadará con nadie, no se indignará
con nadie, no humillará a nadie, no culpará a nadie, no ofenderá a nadie,
no odiará a nadie.

Lucio Anneo Séneca (4-65 d. C) filósofo hispano quien fuera preceptor del
emperador Nerón, escri bió: No nos hace falta valor para emprender
ciertas cosas porque sean difíciles, sino que son difíciles porque nos falta
valor para emprender las.

Aristóteles (344-322 a.C.), filósofo griego discí pulo de Platón y con


posterioridad preceptor de Alejandro Magno: La ventaja que sacarás de la
filosofía será: hacer sin que te lo manden, lo que otros hacen por temor a
las leyes.

El filósofo ateniense Platón, quien fuera discí pulo de Sócrates en el siglo


III a.C. dijo: La liber tad está en ser dueño de la vida propia, en no
depender de nadie en ninguna ocasión, en subor dinar la vida sólo a la
propia voluntad y en no hacer caso de la riqueza.

El orador ateniense Isócrates, (436-338 a.C.) dijo: En general se está más


satisfecho con un bien inesperado que de una ventaja que se espera con
justicia.

Honorato de Balzac, francés, autor de La Comedia Humana, creador de la


novela psicológica (1799-1850) dijo: …los grandes hombres de deben a
sus obras. Su desapego de todas las cosas y su amor al trabajo los hacen
egoístas a los ojos de los ociosos.

Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) escritor inglés, ensayista e


historiador, autor del Regreso de don Quijote y El hombre que fue jueves,
dijo: Hay algo que no está bien y es que no nos preguntemos qué es lo que
está bien.

Dijo además:

El hombre del “saloom steamer” ha visto todas las razas de hombres:


régimen de comida, vestido, presentación. Anillas en la nariz como en
África, o en las orejas como en Europa; pintura azul co mo entre los
antiguos británicos o pintura roja como entre los modernos.

El hombre de campo de coles no ha visto nada, pero piensa en las cosas


que unen a los hombres: el hambre y los niños, la belleza de las mujeres,
la promesa o la amenaza del cielo.

El hombre moderno es un viajero que ha olvidado el nombre del lugar de


su destino, y que ha de volver al lugar de donde viene para saber a dónde
va.

La verdad psicológica fundamental, el funda mento del cristianismo, es que


ningún hombre puede ser un héroe para sí mismo.

No es que el ideal cristiano haya sido puesto a prueba y hallado


deficiente. Ha sido hallado difí cil y dejado de probar.
Todo acto de voluntad lo es de propia limitación. Desear la acción es
desear una limitación. En este sentido todo acto es un sacrificio. Al esco -
ger una cosa, rechazáis con necesidad otra.

Es casi necesario decir en nuestros tiempos que un santo significa: un


hombre bueno.

La noción de una superioridad moral, compatible con una perfecta


estupidez o con el fracaso, es una noción revolucionaria que ha llegado a
ser nos poco familiar a fuerza de estar familiariza dos con ella.

Para el budista o para el fatalista oriental, la existencia es una ciencia, un


plan que tiene que terminar de cierto modo. Pero para el cristiano, la
existencia es una historia cuyo fin puede ser cualquiera. Es una novela
espeluznante donde los caníbales no se comen al héroe, pero es un punto
esencial que el héroe puede ser comido por los caníbales.

Así la moral cristiana puede decir al hombre, no que perderá su alma, sino
que debe cuidarse de no perderla.

Dijo Juan Zorrilla de San Martín, poeta román tico uruguayo (1855-1931).
Para brillar es pre ciso consumirse. Las piedras preciosas, los di amantes,
sobre todo, son los cuerpos más quema dos, más calcinadas, de la
naturaleza y son los que más resplandecen.

Si amas algo déjalo libre, si regresa a ti es tuyo. Si no regresa, nunca lo


fue. Mario Benedetti.

El Amor sólo comienza a desarrollarse cuando amamos a quienes no


necesitamos para nuestros fines personales. Erik Fromm.

El filósofo alemán Jorge Guillermo Federico Hegel (1770-1831) dijo: la


libertad es la necesi dad comprendida.

Paul Valery, poeta humanista francés (1871-1945); El hombre frío es el que


mejor se adapta a la realidad, que es indiferente. Las cosas no adelantan
ni retardan, no lamentan ni esperan y esta frialdad con el tiempo, es decir,
con la proba bilidad creciente de lo contrario de lo que es y nos afecta.
El filósofo y ensayista espa ñol José Ortega y Gasset (1883-1955),escribió:
Lo que llamamos el mundo, es el puro sistema de facilidades y dificultades
con las cuales el Hom bre se enfrenta para realizar su proyecto existen cial.

Alexis Carrel, francés, (1873-1944), quien reci biera en el año 1912 el


premio Nobel de Medicina por sus importantes estudios sobre los
trasplantes de tejidos y autor del libro La incógnita del hombre, escribió:
Quienes conserven la paz inter ior en medio del tumulto de la ciudad mo -
derna son inmunes para las enfermedades nervio sas y orgánicas.

Stephen Leacock en términos generales escribió: El niño vive pensando


cuando sea grande, cuando grande cuando sea mayor, cuando mayor,
cuando se case, cuando se casa y se estabiliza en la adultez sueña en
cuando se retire, cuando llega el retiro comprende que pensando en el fu -
turo se perdió el presente.

Leonardo De Vinci, célebre artista italiano de la escuela florentina


renacentista, escritor, poeta y músico, fue también ingeniero, físico y
arqui tecto, pintor y escultor, nacido en Vinci, cerca de Florencia, en el año
1452 y que muriera en Fran cia en el año 1519, dijo: El tiempo dura lo sufi -
ciente para quienes lo sepan emplear.

Sir Winston Churchill (1874-1965) Lord del Almi rantazgo en la primera


guerra mundial y pre mier de Inglaterra en la segunda y quien, además,
fuera premio Nobel de Literatura en el año 1953, dijo: Estoy demasiado
ocupado. No tengo tiempo para preocuparme.

Ralph Waldo Emerson (1803-1882) Primer filó sofo de los Estados Unidos
fundador del Transcendenta lismo, decía que: La idea que no se convierte
en palabra es una mala idea. Y la palabra que no se convierte en acción es
una mala palabra.

En su ensayo sobre La confianza en sí mismo, dice: Una victoria política,


un aumento de ren tas, el restablecimiento de un ser querido, el re torno de
un amigo ausente o cualquier otro aconte cimiento externo entonan el
ánimo y hacen pensar que se acercan días felices. No lo crea mos. Nunca
puede ser así. Sólo nosotros podemos traernos la paz.
Ser alguien es ante todo, ser uno. Curzio Mala parte, periodista y escritor
italiano (1898-1957), autor de la novela de post guerra, La piel.

Pedro Corneille, dramaturgo francés (1606-1684): La manera de dar vale


más que lo que se da.

Cuando un hombre de capacidad ordinaria concen tra todas sus facultades


y todos sus me dios en un objeto único, trabajando firme y sin divagar, no
puede menos que alcanzarlo. Maris cal Fosch.

La descompensación emocional parte, de la preocu pación por el futuro o


de la culpabilidad por el pasado. El futuro aún no ha llegado y el pasado ya
pasó, no hay lógica para el abatimiento.

Uno no es perfecto, no somos Dios. Aceptémonos y perdonémonos por ser


sólo seres humanos. Así nos pondremos en camino para aceptar y perdo nar
a los demás por la misma razón.

De Mario Benedetti, escritor, poeta y novelista uruguayo, nacido en el año


1920, son estas ideas: Madu rez es la habilidad de controlar la cólera y
arre glar las cosas sin violencia; de tomar decisiones y mantenerlas. Es el
arte de vivir en paz con aque llo que no podemos cambiar, de tener coraje
para cambiar aquello, que pueda ser cambiado... y la sabiduría de
conocer la diferencia.

Todos somos aficionados, en nuestra corta vida no tenemos tiempo para


otra cosa. Charles Cha plin (1889-1977), inglés, actor y director de cine y
compositor de temas musicales.

Ante la adversidad: los débiles se vuelven más débiles, pero los fuertes se
vuelven más fuertes.

Si quieres conocerte, observa la conducta de los demás; si quieres conocer


a los demás, mira en tu propio corazón. F. Schiller.

Juan de la Bruyere (1645-1696), moralista francés, Para el hombre sólo


hay tres sucesos importantes: nacer, vivir y morir. No se da cuenta de que
nace. Le espanta la idea de la muerte y se olvida de vivir.
Según Los pergaminos, de Og Mandino: …el éxito es un estado mental y
el fracaso la incapaci dad para alcanzar las metas. La diferen cia entre los
hombres de éxito y los fracasados radica en sus hábitos. El éxito proviene
de los buenos hábitos y de la esclavitud hacia ellos.

En términos generales los buenos hábitos que llevan al éxito en la vida en


todos los sentidos están señalados en tal Pergamino reducidos a un número
de diez. El primero de ellos es el si guiente:

Leer con cuidado los diez puntos varias veces al día de forma que lleguen
a pasar del simple conoci miento intelectual o de la simple aprehen sión de
la memoria, a una forma automática de respuesta orgánica, o sea que
lleguen a formar parte de la esencia de la persona, a la mente in terna o
subconsciente, es decir al ser.

Me entregaré al nuevo día con amor para todos. Haré con amor, amigos a
los enemigos y a los ami gos, hermanos. Reconoceré la recompensa por ser
el pago de mi esfuerzo pero, también, daré aco gida a los obstáculos,
porque son un desafío. Elogiaré a los enemigos y animaré a los amigos. No
criticaré. Sonreír, elogiar y callar serán una parte de mi conducta que debo
cultivar.

Persistir en la búsqueda del éxito. No perder el tiempo con quienes se


lamentan, porque tal con ducta es contagiosa. Los premios de la vida están
al final de la jornada y no al principio y nadie sabe dónde está su fin. Lo
primeros golpes no derriban al árbol. Cada golpe en sí mismo es insig -
nificante. La suma de ellos es lo que cuenta. Edificaré mi castillo piedra a
piedra como las hor migas devoran al tigre. Donde termine el de sierto
comienza la verde vegetación. Se debe con templar la noche para ver el día.
Si persisto lo suficiente obtendré la victoria.

Soy único. Por eso es que soy valioso. No imitaré a otros. Yo, soy yo.
Mejoraré mis modales y mis atractivos. No hay lugar en el mercado para
los problemas de familia. Ni lugar en la familia para los problemas del
mercado. Mi propósito es ser el mejor.

Viviré este día como si fuera el último día de mi vida. No perderé el


tiempo en cosas sin importan cia para mí. No me lamentaré por cosas que
ya han pasado. No me preocuparé por el fu turo. El día de hoy es una
oportunidad inmere cida. Si otros mucho mejores que yo han muerto ¿Por
qué a mí se me ha permitido vivir éste día? ¿Será que ellos cumplieron su
propósito mientras que el mío está inconcluso?

Hoy seré dueño de mis emociones. Sin miedo se guiré adelante, si me


siento inseguro levantaré la voz. Si me siento insignificante recordaré mis
metas. Pero si estoy muy alegre recordaré mis fracasos. En momentos de
grandeza recordaré los de vergüenza. Toleraré el enojo de mis clientes en
la vida hoy porque no conocen el secreto de dominar sus mentes. Resistiré
sus insultos porque sé que, mañana, será como otro. De modo que si -
guiendo estos pasos tan sencillos, puedo alterar mi destino.

Me reiré del mundo y de mí mismo. La risa es propiedad humana, mejora


la digestión y evita las tensiones. La risa alarga la vida. Es cómico el
hombre que se toma la vida demasiado a pecho. La naturaleza tiene ciclos:
noche, día, calor frío, etcétera, los hombres tam bién, así como yo: hoy
tristes mañana alegres, des pués iracundos, etcétera. Un hombre que hoy no
quiere comprar una carroza de oro por unos centavos, mañana cambiará su
fortuna por unos guijarros. Yo no debo cambiar. Si vendo tristeza y
desánimo nadie me comprará. Si mi ánimo no es correcto, mi vida
fracasará. Los árboles depen den de las estaciones para florecer, pero yo
puedo alterar mi tiempo. El secreto es el siguiente: es débil quien permite a
su pensamiento controlar sus acciones. Es fuerte quien obliga a sus accio -
nes a controlar sus pensamientos. Si estoy depri mido cantaré. Si estoy
triste reiré. Debo reír de mi solemnidad y presuntuosidad y deseo de suma
importancia. Todo pasará y todo será olvidado. ¿Por qué preocu parse? El
secreto del equilibrio ante las ofensas es: Esto pasará también. Ante el
éxito pensaré: Esto pasará también. Nunca me sentiré tan importante, tan
sabio, tan poderoso como para olvidarme de reírme del mundo y de mí
mismo. Debo ser como un niño, quien tiene la habili dad para admirar a los
demás. Mientras ad mire a los demás, nunca me formaré una opinión
excesiva de mí mismo.

Hoy creceré y me multiplicaré. Los tres futuros del grano de trigo son: ser
alimento para los puer cos, ser molido para hacer harina y volver a ser
sembrado. Somos como granos de trigo. Sólo que el grano de trigo no
puede escoger su futuro y yo sí. Si soy molido bajo la piedra del fracaso y
la desesperación, seré devorado por la voluntad de otros. Pero para que el
grano crezca y se multi plique debe ser sembrado en la oscuridad de la
tierra. Mi ignorancia e inhabilidades son la oscuridad donde he sido
plantado, el conoci miento de estas enseñanzas que hoy tengo en mis
manos, son el calor, nutriente y agua que me harán germinar. Fijaré metas
para el día, la se mana y para el mes. Mis metas serán lo más eleva das
posible.

Procederé ahora mismo. Actuar ahora. Mañana es el día de trabajo de los


haraganes, el día en que el débil se hará fuerte, el día en que el fracasado
tendrá éxito. Yo no soy haragán, ni débil ni fraca sado.

Nunca pediré ayuda como uno que llama a un criado para que le sirvan.
Nunca oraré pidiendo cosas materiales. Pediré orientación, dirección, para
adquirir lo que quiero, pero no pediré lo que quiero.

…………………………………………………………..

La experiencia acumulada de muchas personas durante mucho tiempo, ha


hecho ver que si uno está al lado de una persona, tan sólo por acompa ñar
su propia soledad, acaba deseando no conti nuar viendo a esa persona.

Que los verdaderos amigos, valen mucho más que cualquier cantidad de
dinero. Que son pocos los que pueden ser llamados así y que si no
luchamos por tener amigos verdaderos, tarde o temprano, nos veremos
rodeados tan sólo de falsas amista des.

Que las palabras expresadas en momentos de ira, con la intención de herir


a alguien, pueden conti nuar hiriendo a esa persona durante toda su vida.

Más tarde o más temprano, aprendemos que cual quiera se disculpa... pero
no cualquiera sabe perdo nar.

Y si quiere usted, de veras, conocer el secreto para conocer a las personas,


siga el consejo de Jesús: Escúchelos, fíjese en lo que los demás hablan, en
la calidad de lo que hablan, de qué hablan, porque: de la abundancia del
corazón habla la boca.

Y si quiere el mejor ejercicio espiritual, el mejor ejercicio de


autorrealización, la mejor ejercita ción para el equilibrio psicológico y la
salud men tal, la más correcta conducta para evitar pro blemas y para evitar
mal entendidos, confusiones y errores, siga este otro consejo bíblico:
controle su lengua, no hable tanto. Recuerde que el caba llo se domina por
la boca. Domine sus pasio nes (recuerde el símil del cuerpo emocional con
el caballo) poniendo freno a lo que dice. Verá que hay mucho de lo que se
dice que está de más.

Estas no son, ni mucho menos, todas las armas, ni todas las herramientas
con las cuales se pue den construir una nueva vida o intentar realizar
verdaderos cambios sustanciales en lo que en esen cia somos, pero a mí me
han servido para ini ciar una guerra sin cuartel contra la persona que soy.

FIN


DATOS DEL AUTOR:

Eduardo N. Cordoví Hernández


Ciudad de La Habana, CUBA

Contacts:edwacorarrobagmailpuntocom

Nacido en Ciudad de La Habana el veintinueve de octu bre del año 1950.


Graduado de constructor civil en el ITC José Martí, ceramista, pintor y
escul tor autodidacto. Ha realizado exposiciones perso nales en
instalaciones culturales del munici pio 10 de Octubre. Ha publicado en dia -
rios y revistas del país y en la revista peruana de circulación continental
Menú Journal. La Editorial Oriente publicó en el año 1989 su libro
Bebidas notables, siendo un bestseller nacio nal según las estadísticas de
venta del Instituto Cubano del Libro publicadas en la revista BO HEMIA,
obtuvo un diploma honorífico por esa obra, de la Asociación de Reporteros
y Escrito res Gastronómicos de América Latina y España (AREGALA) con
sede en Perú. Ha escrito para programas de radio de divulgación científico-
técnica. Desde noviembre del año 2016 trabaja en la editorial Letras
Cubanas del Instituto Cubano del Libro. Ha publicado dos obras en
Internet por AZUPress Digital de New York: Bebidas notables, en una
versión ampliada y su novela, Conspiración en La Habana. Escribió
algunos artículos en la sec ción de opinión del periódico digital El Impar -
cial de New York. Ver los sitios web: loslibrosdigitalespuntocom y
elimparcialnypuntocom e igual para el diario digital primaveradigitalpuntocom

Notes

[←1]
Si Papini hubiera sido papa y yo, algún día llegara, también, a serlo, me haría llamar:
Papini II.
[←2]
En el momento que se refiere estaba yo próximo a los cuarenta años de edad, ya
cumplí sesenta y seis.
[←3]
Una de las primeras manifestaciones del comunismo científico es su declarado
antagonismo con Dios, la Iglesia y cualquier otra inclinación idealista.
[←4]
O c u r r e e n L a H a b a n a , p o r l o s a ñ o s n o v e n t a d e l s i g l o X X.

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