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La memoria se puede manifestar de varias formas: puede ser el recurso del recuerdo, el
abismo de la nostalgia, la reseña dramática de las fechas o el vacío del olvido conveniente.
Si las taxonomías resultan arbitrarias para formas clásicas de ideación, para los conceptos
de uso frecuente y naturalizado resultan aún más aceleradas y dispares. Este es el caso de la
Memoria.
Hay una base en el ser humano y la noción que tiene de sí mimo que parte de la idea de la
memoria como la estructura que acumula la idea que tenemos de nosotros mismos, es decir,
el recuerdo de lo que hemos sido todas las veces todos los días acumulados. Así bien, si no
nos bañamos dos veces en el mismo río, no podemos tener una sola memoria, y lo que de
nosotros sabemos o creemos saber, está construido como una colcha de retazos (recuerdos)
que son los que configuran la memoria (la base de la percepción de lo que somos).
En El hombre es un gran faisán en el mundo, Müller desarrolla esta idea con una sutiliza
que roza los categórico, lo preciso, lo esencial en la memoria que forma la idea de cada uno
de sus personajes como elementos narrativos. La memoria es el fondo acumulado que da
sentido al presente, aunque este sentido no sea consciente o pleno en la reflexión del
personaje, sí lo trasciende, lo define y lo construye. La memoria es el cuerpo, que es el
alma:
Cada mañana, cuando recorre en solitario la carretera que lleva al molino, Windisch cuenta
qué día es. Frente al monumento a los caídos cuenta los años. Detrás de él, junto al primer
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Texto válido como informe de lectura en el contexto del seminario dictado por el maestro Arbey Atehortúa
sobre La Novela Histórica.
álamo donde su bicicleta cae siempre en el mismo bache, cuenta los días. Por la tarde,
cuando cierra el molino, Windisch vuelve a contar los días y los años (Pag.6)
El sacristán enterró la caja en el hoyo. Luego se dirigió al campo por senderos polvorientos.
A lo lejos oía los árboles. El maíz estaba seco. Las hojas se quebraban a su paso. Sintió la
soledad de todos esos años. Su vida era transparente. Vacía. (Pág. 29)
Quizá es la forma más elemental de memoria pero la más exhausta. La fecha es la memoria
completa, es la remembranza del hecho, el recuerdo del paradigma, el punto de inflexión
que clarifica y da matiz a la escena. Este tipo de memoria garantiza una ubicación temporal
espacial y se funda como la base sobre la cual el movimiento histórico se hace importante
como telón de fondo de los hechos de la narración, o plano de observación del narrador
usado como la voz directa de la consciencia historia del autor.
Lo que la fecha aclara, nada más lo expone ni evidencia Lo que la fecha quita es el
complemento de la asociación que hace el lector entre su naturaleza referente, las
condiciones de la representación, y su asimilación estética del hecho, para construir la idea
en términos de Jitrik.
La fecha es un referente, suple la base histórica de la indeterminación y garantiza la validez
del concepto de Novela histórica; el referido se construye entre el tratamiento del referente
y la desnaturalización que haga el lector del mismo en búsqueda de su identidad y
reconocimiento. La fecha se convierte en una fecha universal, y el dolor del desplazamiento
que allí se revela, es cualquier dolor del desarraigo, se convierte en una proyección ideal
que se globaliza en la consciencia del lector.
Rudi era el único alemán en la fábrica de vidrio. «Es el único alemán en toda la zona»,
decía el peletero. «Al principio, los rumanos se asombraban de que aún quedaran alemanes
después de Hitler. ''Todavía hay alemanes", decía la secretaria del director, "todavía hay
alemanes. Incluso en Rumania".» (Pág. 36)
Ahora bien, veámoslo en algunos de los personajes de la narración. Todos los personajes se
arraigan en un dolor que ocultan. Por una parte, el protagonista oculta el dolor de conocer el
pasado de su mujer en los campos de trabajo forzado y amplifica dicha información cuando
se rencor encuentra una justificación en el presente; la misma mujer que abriga ese
recuerdo lo niega así misma porque no lo saca a contraluz de los hechos presentes y lo
justifica en su memoria como un ejercicio de supervivencia; Amelia olvida rápidamente y
nunca se desarrolla en su voz ni en sus actos una consciencia reflexiva sobre los hechos
lujuriosos que permiten el desplazamiento final de su familia tras la obtención del
pasaporte.
Si hay algo que recuerda la forma narrativa en la que se proyecta la novela es al teatro del
absurdo, o a la desnaturalización de la voluntad del personaje en la indicación de la voz del
narrador y la poca vitalidad de ellos al ser partícipes de la descripción de una escena. Es
una herencia de Beckett, donde los personajes se ven conducidos por la única voluntad de
dejar arrastrarse las circunstancias sin intervenir en lo más mínimo.
De esta noción se recoge la importancia de los objetos que llenan la narración y los describe
de manera indicativa a la par del sentido que tienen los personajes para la novela. Los
objetos son testigos de la imposibilidad, son los únicos testigos del dolor y la locura que
provoca nace del desarraigo en estos personajes.
El molino ha enmudecido. Las paredes y el tejado han enmudecido. Y las ruedas también.
Windisch ha pulsado el interruptor y apagado la luz. Ya es de noche entre las ruedas. El aire
oscuro ha devorado el polvo de harina, las moscas, los sacos. El guardián nocturno duerme
sentado en el banco del molino. Tiene la boca abierta. Debajo del banco brillan los ojos de
su perro. (Pág.7).
Por otra parte, es evidente el uso de referencias poéticas que denotan que en dicha realidad
ficcional se piensa, las referencias que categorizan y dan importancia al relato por la
sensibilidad de sus personajes, como también lo simbólico en cada una de las imágenes
poéticas aparecidas en el texto.