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Yo alejo el tubo de la horquilla del teléfono, y lo dejo caer. Fallé. Seguro que
el aparato se rompió.
No, no se rompió. De nuevo suena el timbre.
—¡Qué me haces! —grita Daniel. ¡Con lo que cuesta comunicarse desde
México!
Dejó caer el tubo.
—¿Quién era? —dice Pablo.
—Un equivocado…
—Mami, Tengo que recortar veinticinco palabras con güe, güi.
Una de las chicas aúlla desde el baño.
Dice algo ininteligible que Pablo traduce.
—¡Es Bettina! ¡Dice que si puede comer el jabón!
Cuando estoy por correr hacia el baño, Pablo se rie, dice que era una broma
.
—¿Entonces qué fue lo que dijo? —grito, al borde de un ataque de nervios.
—Yo qué sé qué dijo?!!!! —dice Pablo
Suena el teléfono. Es Daniel, enojado.
—¡Yo no tengo la culpa de tener este trabajo interesante, sabés! Lo que pasa
es que vos tenés conmigo un problema de competencia que…
Qué felicidad.
Si yo solamente nací para escribir.
Son las diez, y las nenas duermen desparramadas en sus sillitas altas. Sin
comer. Y sin moños.
Y Pablo se arrastra por el suelo jugando a la guerra
Hasta se queda dormido debajo de la cama.
A las diez y media, acuesto a las nenas en sus cunas y a Pablo en su cama.
Todos vestidos y con zapatos.
A las once me hago un café y prendo la radio, a ver si ha habido un accidente
aéreo.
A las doce llamo a Ezeiza y me dicen que el avión llegó en hora, a las 19:47.
Entonces hago lo único que puedo hacer.
Busco la máquina , saco mi novela y me pongo a escribir
Y escribo.
Escribo.
Escribo……..En eso, la llave.
Muy a mi pesar, siento el cosquilleo de alegría de la llave en la cerradura.
¡Y TAMBIÉN SIENTO UN ODIO INCONTENIBLE!
Me pongo a teclear con frenesí.
Se abre la puerta y entra Daniel.
Se lo ve alegre, bronceado, saludable. Cargado de maletas y paquetes.
Sigo aporreando la máquina como si en eso me fuera la vida.
—¡Hola! ¿no? —dice el muy guacho, que tiene camisa nueva y huele a
Kenzo—. ¿No me vas a saludar?
—Hola.
—¿Y ahora qué pasa? No me digas que los chicos ya se durmieron.
—Es la una de la mañana. Tus hijos se duermen a las ocho y media. Y vos
me dijiste que llegabas antes de las nueve…
—Es que pasé por la redacción para dejar el material. ¡No sabes el material
que traje! Les encantó a los muchachos…
—Me imagino.
¿Y ese tono? Porque si querés, después hablamos Pero ahora preferiría darles
los regalos a los chicos. Y a vos, ja…
Te prohibo terminantemente que despiertes a mis hijos. Se quedaron
dormidos sin comer, esperándote y…
—¡PAPI! ¡PAPI! ¡PAPITO!
Los tres chicos corren a abrazarse al padre.
Yo comí en el avión —buenísima la comida—, pero podemos volver a comer
ahora, en familia. Digo… Y de paso les doy los regalos que les traje.
—¡Primero los regalos! —dice Pablo, que está cabalgando sobre las valijas.
—¡No! —digo yo.
—¡Síiiii! —dice Daniel, con una nena en cada brazo.
Me rindo.
Además yo también quiero ver mi nueva máquina de escribir.
Daniel empieza a sacar los regalos. Dos vestiditos de Guatemala, bordados.
Lindos, para los quince les van a ir perfectos.
Tres sombreros mexicanos. Tenemos cinco, pero nunca están de más.
Una ametralladora que tira pelotitas con fuego. Eso es horrible, peligroso y
alguien va a terminar lastimado, por ejemplo la perra.
—¡Y ahora los regalos para mamita! —dice Daniel triunfante.
—¡Y ahora!: ¡TA TA TA TAN!… Cerra los ojos Gracielita…
Yo cierro los ojos y estiro las manos.
Chan Chan!.....¡EL BOTE INFLABLE!
—¿¿QUÉ COSA?? — y, siento que estoy poniéndome mala, mala, odiosa,
como una bruja.
—¡El bote inflable! ¡Quince metros de largo! ¡Cuatro remos! ¡Una capacidad
para seis personas cómodamente instaladas!
Los chicos saltan, gritan. El perro ladra. El vecino de al lado golpea la pared.
—¿Y mi máquina? —digo yo. O creo decir, porque me parece que perdí la
voz.
—Y aquí…
—¡Mi máquina! Gracias, yo sabía que…
—¡El in-fla-dor! —dice Daniel, exultante de gozo. Y con ayuda de los
chicos, empieza a inflar el mamotreto ese.
Como soy la única que no salta ni se entusiasma y está petrificada, Daniel me
mira de reojo.
—Qué mala onda, eh…
—¿Y mi máquina? —pregunto yo.
—¿Qué máquina?
—Mi máquina de escribir…
No vas a comparar. Nadie tiene un bote inflable. En cambio una máquina de
escribir… ¿quién no tiene?
Yo… Yo no tengo… —digo, con ganas de llorar. Y empiezo a caminar hacia
la puerta, para que los chicos no me vean.
¿Y ahora dónde vas? —me dice Daniel.
A dar una vuelta.
Son las dos de la mañana…
No contesto. Y dando un portazo salgo del departamento. Y bajo hasta la
puerta de calle. Y allí me quedo, parada.
Mañana, a las siete de la tarde, pensaré en el divorcio. Seriamente.
A la media hora vuelvo.
El departamento, que en total mide treinta y cinco metros cuadrados y en el
que sólo se puede caminar de costado…..ocupado totalmente por el bote
inflable.
—Ahora vamos a vivir acá —dice Pablo, comunicándome una decisión
tomada en mi ausencia. Y las nenas asienten, felices, cada una con un remo
en las manos—
¿Y papi?
—Se quedó dormido adentro del bote, al lado de la perra —dice Pablo—. Yo
también quiero dormir aquí. Para siempre quiero dormir aquí, ¿puedo?
—Claro —digo yo.
—¿Las chicas también pueden? —dice Pablo, un poco asombrado.
—Sí —digo yo.
—¿Y vos mami ?
—No sé si entro —digo yo.
—Sí que entras —dice Pablo—. Yo te hago un lugarcito mami . Así estamos
toda la familia junta, ¿no?
—Eso es cierto —digo yo.