Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Introducción
E
l presente trabajo se escribió en dos momentos diferentes. Al tiempo de
presentarlo, en el I Coloquio Internacional de Gubernamentalidad y Biopolítica
en la Universidad Nacional de Salta, a fines de 2015, había sido brutalmente
asesinada una travesti en la ciudad de Córdoba; dos años después, al reescribirlo para
su publicación, es asesinada otra travesti de manera oprobiosa. Pese a ciertos cambios
culturales o jurídicos, la temporalidad que atraviesa la vida de las personas trans se revela
particularmente cruel.
El sábado 25 de julio del 2015 a primeras horas de la mañana, en Villa Allende
Parque, al noroeste de la ciudad de Córdoba, en una obra en construcción fue encontrado
el cuerpo sin vida de Laura Moyano. Sus restos fueron hallados con claros signos de
ensañamiento: tras la autopsia se confirmó que Laura había sido asfixiada con algún
elemento contundente; había marcas de violencia física en su rostro. Tenía 35 años y era
el sostén económico de su familia; era empleada doméstica durante el día y trabajadora
sexual por las noches. El tratamiento inicial de los medios gráficos no se demostró menos
degradante: no sólo se utilizaban pronombres masculinos para referirse a Laura, sino
que se exponía públicamente el nombre de su DNI2. De esa forma, otro derecho humano
fundamental se le arrebataba a Laura: el reconocimiento de su identidad autopercibida.
El miércoles 18 de octubre del 2017 amanecíamos con la noticia de otro travesticidio
en Córdoba: Azul Montoro, de 23 años de edad, había asesinada en una pensión a pocos
minutos del Centro de la ciudad. Su cuerpo presentaba numerosas heridas punzantes en
el cuello, tórax y espalda; como si al asesino no le hubiese resultado suficiente, también
arrebató la vida de su perro. Azul, oriunda de San Luis, estaba en Córdoba cuidando la
habitación de una amiga que había viajado a San Juan. A diferencia del caso de Laura,
el asesino de Azul ya se encuentra detenido; ahora resta luchar para que su muerte sea
caratulada como femicidio, para que reciba la justicia que no logró encontrar en vida.
Lamentablemente, ni la muerte de Laura ni la de Azul constituyen hechos aislados
o fortuitos; suponen cierto reparto de lo sensible, una específica economía de lo humano
que conlleva una valoración selectiva de los cuerpos sexuados. Tal vez sea el trabajo de
Michel Foucault el primero que en sus consideraciones biopolíticas puso en evidencia
esta dependencia problemática entre el poder sobre la vida y la condición sexuada de
los sujetos; es en las páginas finales del primer volumen de la Historia de la sexualidad
que el autor puntualiza el lugar privilegiado que ha llegado a tener la sexualidad en el
gobierno de los vivientes. Como señala Judith Revel, la sexualidad es una de las apuestas
principales de la biopolítica que Foucault describe, en tanto concentra varias estrategias
1 Noe Gall (Noelia Perrote). CEA, FemGeS, CIFFyH, UNC. E-Mail de contacto: noeliaperrote@gmail.
com. Eduardo Mattio. FemGeS, CIFFyH, UNC. E-Mail de contacto: eduardomattio@gmail.com.
2 Véase Gall, Noe (2015) “Una de nosotrxs” en Página 12, suplemento Las 12, viernes 31 de julio de
2015.
1
[www.accioncolectiva.com.ar] Boletín Onteaiken N° 24 - Noviembre 2017
A fin de revisar los alcances y los límites de tales apropiaciones, en lo que sigue nos
proponemos, en primer término, examinar algunas de las tempranas recepciones críticas
en el campo feminista --en particular las de Teresa de Lauretis y de Judith Butler--; en
ambas autoras se recrimina a las consideraciones foucaultianas el haber olvidado el modo
diferencial en que el dispositivo de la sexualidad opera sobre varones y mujeres (1); en
segundo lugar, vamos a confrontar tales apropiaciones con lo que el mismo Foucault
afirma sumariamente respecto de la figura de la histérica: entendemos que, pese a las
críticas feministas que se hicieron de su trabajo, esas breves referencias son una muestra
del impacto diferencial sobre hombres y mujeres que Foucault reconocía en el dispositivo
de la sexualidad. Con lo cual, no parece que haya omitido el modo particular en que
se elabora socialmente la diferencia sexo-genérica de las mujeres y de otras posiciones
feminizadas y las consecuencias que tales operaciones suponen (2).
2
[www.accioncolectiva.com.ar] Boletín Onteaiken N° 24 - Noviembre 2017
pensar el modo en que se imbrican los dispositivos de saber-poder con los procesos de
subjetivación sexo-genérica. En este apartado no pretendemos ser exhaustivos; sólo
aspiramos a mostrar algunas de las apropiaciones críticas del dispositivo de la sexualidad
para exhibir en qué medida resultó de interés para el llamado “feminismo de la tercera
ola”.
En “La tecnología del género” (artículo publicado en 1987), Teresa de Lauretis
ofrece una breve crítica de Michel Foucault en la que quedan explícitos el alcance y los
límites de sus recursos para una teoría feminista. En dicho artículo, la autora se propone
una crítica del concepto de género como diferencia sexual y de otros términos derivados
que se han convertido en un obstáculo para el pensamiento y la lucha feministas. Un
primer límite del concepto “diferencia sexual” consiste en haber colocado al pensamiento
feminista crítico en el marco de una oposición universal entre dos sexos: en ese marco,
se postula “la mujer como diferencia del hombre, ambos universalizados; o bien la mujer
como diferencia tout court y, por tanto, también universalizada” (De Lauretis, 2000: 34).
Tal estrategia hace prácticamente imposible articular las diferencias de las mujeres en
plural respecto del universal Mujer. Un segundo límite de la “diferencia sexual” radica
en reconducir el potencial epistemológico radical del feminismo al interior de las paredes
de la casa del amo. Es decir, se ve sofocada la posibilidad de concebir al sujeto y a las
relaciones entre subjetividad y socialidad de modo diverso, posibilidad explícita en las
intervenciones críticas del feminismo de los ’80: “un sujeto generizado dentro de las
relaciones de raza y clase, además de las de sexo; un sujeto, en definitiva, no unificado
sino múltiple, no sólo dividido sino contradictorio” (De Lauretis, 2000: 35).
Para subsanar estos dos límites, De Lauretis proponía un concepto de género que no
fuese dependiente de la diferencia sexual hasta significar su mismo sinónimo; para ello,
había que pensar al género desde las herramientas que Foucault proveyó en su teoría de
la sexualidad como “tecnología del sexo”. Es decir, habría que pensar al género, ya como
representación, ya como autorrepresentación, como el resultado de diversas tecnologías
sociales (mediáticas, discursivas, institucionales, críticas, y del sentido común). Esto
supone que el género no es una propiedad natural de los cuerpos, sino que es el conjunto
de los efectos producidos en los cuerpos, comportamientos y relaciones sociales por el
despliegue de una compleja tecnología política (De Lauretis, 2000: 35). Cabe señalar que
“despliegue” [deployment] es la traducción que De Lauretis elige para el dispositif de
sexualité: “la traducción al inglés expresa más directamente la idea de que la sexualidad
es una estrategia de poder, es algo que el poder utiliza o despliega para sus propios fines”
(2014: 64).
Ahora bien, tal apropiación foucaultiana ya suponía para De Lauretis una crítica del
autor francés: “pensar el género como el producto y el proceso de una serie de tecnologías
sociales, de aparatos tecno-sociales o bio-médicos, significa haber superado ya a Foucault,
pues su concepción crítica de la tecnología del sexo olvida la solicitación diversificada a
la que ésta somete a los sujetos/cuerpos masculinos y femeninos. La teoría de Foucault, al
ignorar las inversiones conflictivas de hombres y mujeres en el discurso y en las prácticas
de la sexualidad, de hecho excluye, aunque no impide, la consideración del género” (2000:
35-36; cursivas nuestras). Para De Lauretis, entonces, el dispositivo de la sexualidad
foucaultiano no permitiría captar el modo diferencial en que son producidos los cuerpos
de hombres y mujeres, y con ello, las relaciones jerárquicas, asimétricas y opresivas que
tal producción supone. En la misma línea habría que leer parte de los desarrollos críticos
de Paul B. Preciado, inspirados por De Lauretis, respecto del género como prótesis y del
sexo como tecnología (Preciado, 2008: 82-84; 2002: 22-27).
3
[www.accioncolectiva.com.ar] Boletín Onteaiken N° 24 - Noviembre 2017
Pese a que Butler acuerda con tales afirmaciones, entiende que una autora como Luce
Irigaray iría más lejos, hasta volverse contra el mismo Foucault. Para Irigaray el único
sexo que califica como tal es el masculino, y no porque esté marcado como masculino,
sino porque se reconoce como universal. En su lugar, la feminista belga insiste en indicar
la diferencia de “ese sexo que no es uno”, ese que no puede designarse unívocamente
como sexo, que está excluido de la identidad desde el principio. Según esto, sugiere Butler,
debemos preguntarnos qué sexo resulta inteligible bajo el dispositivo de la sexualidad,
qué sexo aparece identificado como humano. Para la autora norteamericana, “mientras
que Foucault e Irigaray coincidirían en que el sexo es un precondición necesaria para la
inteligibilidad humana, Foucault parece pensar que cualquier sexo sancionado valdría, e
Irigaray puntualiza que el único sexo sancionado es el masculino; es decir, el masculino
reelaborado, convertido en ‘uno’, neutro y universal” (1995: 19). Los sexos masculino
4
[www.accioncolectiva.com.ar] Boletín Onteaiken N° 24 - Noviembre 2017
Mientras que Foucault afirma que la regulación y el control operan como principios
formativos de la identidad, Irigaray defiende, en un estilo más derrideano, que la
opresión también se ejerce mediante otros mecanismos. Las formaciones discursivas
pueden excluir y eliminar, y en este caso, lo que queda eliminado y excluido para
que puedan producirse identidades inteligibles, es precisamente lo femenino (Butler,
1995: 20).
5
[www.accioncolectiva.com.ar] Boletín Onteaiken N° 24 - Noviembre 2017
6
[www.accioncolectiva.com.ar] Boletín Onteaiken N° 24 - Noviembre 2017
[e]l ser humano, en cuanto ser encarnado, es aquí ofendido en la dignidad ontológica
de su ser cuerpo y, más precisamente, cuerpo singular. Aunque se lo transforma en
cadáver, la muerte no ofende a la dignidad o, por lo menos, no lo hace mientras
que el cuerpo muerto conserve su unidad simbólica, aquel semblante humano
apagado ya pero todavía visible, mirable durante algún tiempo antes de la piedra
o la sepultura. A menudo se supone que Medusa representa la inmirabilidad de la
propia muerte (2009: 24).
La segunda figura es la famosa infanticida Medea. Una madre que mata a los hijos
que tiene con Jasón, su marido, por venganza o celos, según la interpretación que elijamos.
La misoginia del imaginario patriarcal occidental, pareciera necesitar de lo femenino para
revelar la raíz del horror. El horror de Occidente tiene rostro de mujer. Las locas aún
hoy producen pavor a la sociedad: no son mujeres apropiables, como hermana, como
esposa o como hija; son mujeres para ser encerradas, ocultadas, controladas. Más aún,
cabe destacar que hasta hace no tanto tiempo a las lesbianas se las encerraba por el horror
que causaba verlas; eran sus mismas familias quienes las mandaban a los hospicios para
ser “curadas”.
Como puede verse, el hecho de que Foucault haya señalado a la histeria como
un dispositivo de saber/poder que subjetivó a las mujeres en particular, ha permitido
pensar los efectos medicalizadores y patologizadores que pesaron sobre la sexualidad de
aquéllas desde fines del siglo XVIII. La histerización del cuerpo femenino como parte del
dispositivo de sexualidad da cuenta del control biopolítico sobre ese sector específico de
la población que constituyen las mujeres; funcionó como una tecnología disciplinadora
que contribuyó a construir la norma-Mujer tal como hoy la conocemos. Por otra parte,
7
[www.accioncolectiva.com.ar] Boletín Onteaiken N° 24 - Noviembre 2017
entendemos que este tipo de consideraciones críticas han tenido un efecto emancipatorio
que no puede desconocerse; no sólo han impactado sobre el imaginario del campo psi
alterando profundamente el vínculo entre “salud mental”, vida sexual e identidades sexo-
genéricas; han contribuido también a que las feministas y el colectivo LGTTB podamos
realizar nuestra autonomía sexual, eliminar los límites entre lo privado y lo público, y
sobre todo reconocer los mecanismos a través de los cuales el Estado nos produce como
“sujetos sexuados”. O mejor, contribuciones como las de Foucault han permitido que
lleguemos a pensar al Estado mismo como productor y posibilitador de la visibilidad y
del reconocimiento de ciertas sexualidades y no de otras.
En este sentido no es caprichoso que traigamos a colación casos como los de
Laura Moyano o los de Azul Montoro; al igual que otras formas de violencia femicida o
travesticida, nos permiten pensar cuáles son los dispositivos de control de la sexualidad
que pesan sobre los cuerpos feminizados y el grado de crueldad con el que son capaces
de sujetarlos. ¿Qué tanto difiere el poder disciplinador de las imágenes de las mujeres de
la Salpêtrière de la iconografía mediática que ilustra la actual “pedagogía de la crueldad”
femicida y travestofóbica? ¿Qué secreta continuidad vincula la “muerte lenta” de las
mujeres de Salpêtrière con las innumerables mujeres que aún hoy son víctimas de la
violencia del género? El horror se reconfigura, se reactualiza, pero fin al cabo es un cuerpo
femenino/feminizado el que causa el espanto, el que termina siendo desmembrado.
En otras palabras, sigue siendo relevante que nos preguntemos: ¿Cuáles son las
figuraciones estatales, médicas o jurídicas que hoy actualizan la gestión de la sexualidad
de las mujeres? ¿Quién hace hoy el trabajo de la histeria? Es difícil responder a estas
preguntas. No obstante, nos atrevemos a esbozar lo siguiente: las nuevas regulaciones de
la sexualidad presuponen un entramado de género, clase, raza y ubicación territorial que
coloca a ciertos cuerpos en la periferia del reconocimiento, en los márgenes de nuestras
ontologías identitarias. Muchas feminidades trans han encarnado ese sitio de frontera, esa
urdimbre de marcas --ser trans, pobre, trabajadora sexual, morocha, de barrio periférico--
que convierte a ciertos cuerpos en carne tanatopolítica. Como señala la activista y teórica
trans Claudia Rodriguez en su libro Cuerpos para odiar:
Se cree que lo diferente es grotesco y monstruoso, he sido tan odiada que tengo
razones para escribir. Nunca fui una esperanza para nadie, junto las letras y escribo
mediocremente sobre este vacío. Escribo porque no he sido la única. Con mis amigas
travestis hemos sido rechazadas porque el cuerpo es sagrado y con él no se juega.
Por eso escribo, por todas las travestis que no alcanzaron a saber que estaban vivas
por la culpa y la vergüenza de no ser cuerpos para ser amados y murieron jóvenes
antes de ser felices. Murieron sin haber escrito ni una carta de amor (2013: 5).
El diseño de la tapa del libro está conformado por un collage de travestis brutalmente
asesinadas, de cuerpos rotos, desmembrados, ensangrentados, desnudos, embarrados que
circulan a través de los medios de comunicación, imágenes que naturalizan el destino
de ciertas poblaciones sexo-genéricas precarizadas, pero que al ser presentadas por ellas
mismas cobran otro significado, por ejemplo el de denuncia. Imágenes que dejan entrever
cierta huella de las fotografías de las mujeres de la Salpêtrière. ¿Nos acostumbramos
a ver los cuerpos feminizados torturados? ¿Acaso esas primeras fotografías dejaron el
camino despejado para mostrar con total impunidad el horror que hoy naturalizamos?
8
[www.accioncolectiva.com.ar] Boletín Onteaiken N° 24 - Noviembre 2017
Referencias
ALEGRE, V. (2017). De qué hablamos cuando hablamos de amor trans. En Agencia
Presentes, 17 de octubre de 2017. Disponible en: http://agenciapresentes.
org/2017/10/17/hablamos-cuando-hablamos-amor-trans/ fecha de consulta:
30/10/2017.
BUTLER, J. (1995). Las inversiones sexuales. En Llamas, R. (comp.), Construyendo
sidentidades. Estudios desde el corazón de la pandemia. Siglo XXI. Madrid, pp.
9-28.
CAVARERO, A. (2009). Horrorismo. Nombrando la violencia contemporánea. Anthropos.
Barcelona.
DE LAURETIS, T. (2014). “Cuerpo y placeres”. En Muñiz, E. (comp.), Prácticas
corporales: Performatividad y género. La Cifra. México DF. pp. 64-79.
___________ (2000). “La tecnología del género”. En Diferencias. Etapas de un camino a
través del feminismo. horas y HORAS. Madrid, pp. 33-69.
DIDI-HUBERMAN, G. (2007). La invención de la histeria. Charcot y la iconografía
fotográfica de la Salpêtrière. Cátedra. Madrid.
FOUCAULT, M. (2014). El poder psiquiátrico. Fondo de Cultura Económica. Buenos
Aires.
___________ (1995). Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber. Siglo XXI.
México DF-Madrid.
PRECIADO, B. (2008). Testo yonqui. Espasa Calpe. Madrid.
9
[www.accioncolectiva.com.ar] Boletín Onteaiken N° 24 - Noviembre 2017
___________ (2005). “Multitudes queer. Notas para una política de los ‘anormales’”. En
Nombres. Revista de Filosofía, año XV, n° 19, abril de 2005, pp. 157-166.
___________ (2002). Manifiesto contra-sexual. Opera prima. Madrid.
REVEL, J. (2014). Foucault, un pensamiento de lo discontinuo. Amorrortu. Buenos Aires.
RODRIGUEZ, Claudia (2013-2014). Cuerpos para odiar, s/d. Santiago de Chile.
10