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ESCUELA NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA

LAS ARMAS EN LA CONQUISTA


EL ARMAMENTO INDIANO EN LA MESOAMÉRICA DEL PERIODO COLONIAL
TEMPRANO (1500-1550)

TESIS

QUE PARA OPTAR POR EL TÍTULO DE

LICENCIADO EN HISTORIA

PRESENTA

Mario Enrique Fuente Cid

DIRECTOR DE TESIS: Dr. José R. Pantoja Reyes

CIUDAD DE MEXICO 2018


A mis primeros maestros:
Rosario y Mario, desde luego.
ÍNDICE

Agradecimientos..................................................................................................................11

Introducción..........................................................................................................................13

Capítulo I Sobre las armas de los conquistadores..............................................................23


Capítulo II Tributación indígena para el abastecimiento del armamento indiano...............43
Capítulo III Armas europeas en los documentos jurídico-administrativos...........................65
Capítulo IV Las armas europeas en la iconografía colonial................................................91

Conclusiones......................................................................................................................115

Anexo I Relación de alardes y gente.................................................................................127


Anexo II El Posclásico extendido.......................................................................................131

Bibliografía.........................................................................................................................141

7
«No hay nada nuevo bajo el sol,
pero cuántas cosas viejas hay que no conocemos»

Ambrose «Bitter» Bierce


AGRADECIMIENTOS

Es una verdad sabida que una tesis es un trabajo colectivo. A pesar de lo anterior todos los
méritos recaen siempre en el autor, quedando fuera los demás contribuyentes, sin los cuales,
estos trabajos no serían posibles. En estas breves líneas quisiera reconocer a aquellas
personas que me ayudaron en esta investigación. Debo agradecer desde luego a José R.
Pantoja Reyes el acompañamiento de varios años en los cuales este trabajo pasó de una
vaga idea, casi una ocurrencia, a una tesis hecha y derecha. Estoy en deuda también con
Guy Rozat, no sólo por haberme invitado a participar en su seminario “Repensar la
Conquista”, que me permitió retroalimentar mis ideas sobre este complicado periodo, sino por
haber leído el manuscrito y hacerme llegar las observaciones que consideró pertinente.
Igualmente Maria Elena Ruiz Aguilar, David Wright y Angélica María Medrano favorecieron
este trabajo con sus comentarios al borrador. Debo mucho a Jorge Olvera Ramos, quien no
sólo me leyó en las primeras etapas enviándome sus observaciones pertinentes, sino
además gran parte del marco teórico que se desarrolla en las páginas siguientes fue
retomado de su cátedra en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y sin sus
enseñanzas, definitivamente, esta tesis no hubiera tomado la forma que tuvo. Agradezco
además a mis compañeros del Coloquio de Estudios sobre la Guerra en Mesoamérica, que
soportaron mis intensas concepciones de la temática a lo largo de cinco coloquios anuales
ininterrumpidos y con quienes construimos interesantes debates.
En un plano más técnico no quisiera dejar de mencionar a todas las anónimas
personas que ha desarrollado el Software Libre en el cual esta tesis fue elaborada y a las
dignas manos que cultivaron el café chiapaneco que, por galones, es indispensable para
el trabajo intelectual. Cuantísimo debemos a Miguel, del café de la ENAH, o a las
cooperativas zapatistas de café, y que poquísimo mérito se les reconoce en estas
investigaciones.
Finalmente, y no por ello menos importante, debo agradecer profundamente a Madai,
por acompañar(nos) en este largo y sinuoso camino que llamamos vida.
Estoy en deuda con todas ellas y todos ellos, seguramente algunos se me escapan,
una disculpa, y sepan que los arriba mencionados, sin excepción, no son responsables de
mis blasfemias o de todos los errores que pudiese haber en las siguientes páginas.

11
INTRODUCCIÓN

Sentado frente a la pantalla de esta computadora, aún hoy tengo presente el momento en
que mis padres me llevaron a ver el mural de un códice mixteco de la preparatoria donde
trabajaban, en Huajapan, Oaxaca. La grandeza de su belleza sólo era comparable con la
grandeza del formato en que se pintó. Ahí, contemplando esa enorme pared, me sentí mucho
más pequeño de lo que era. Sus cuidadas proporciones de gruesos contornos, su
composición, sus colores, todo el conjunto pictórico me pareció a la vez fascinante, a la vez
misterioso. Podía, desde luego, reconocer los ojos de los personajes, las formas de sus
manos, de sus bocas, los adornos del cuerpo, pero no podía entender que significaban, por
qué estaban ahí, por qué estaban pintadas las personas de esa manera, qué eran aquellos
dibujos de los cuales carecía de referencias para entenderlos. Fue así como, a mis cuatro
años, se revelaron con un gran misterio las culturas prehispánicas que siguen cautivándome
como en ese día de 1992.
Sin embargo, por más que me esfuerzo, no puedo recordar el momento en que
comprendí que esa grandeza había sido cortada por algo que nombran La Conquista
Española. No puedo recordar cómo es que asumí que “nosotros” éramos un pueblo
conquistado. Pero a pesar de esto la falta de certidumbre me revela algo parecido a una
respuesta. Creo que si no soy capaz de entender cuando racionalicé la Conquista a mi
historia de vida es porque entenderla no forma parte de un proceso racional, y que el
relato se nos cuenta tantas veces de tan distintas formas desde edades tan tempranas
que forma parte de un inconsciente que nos construye como “mexicanos”.
Por supuesto que las clases de historia de la escuela primaria conforman un parte de
este proceso, pero más que una pieza en sí misma es un pegamento que amalgama
diferentes conjuntos. De muy poco servirían las explicaciones de los maestros si los libros
de texto no estuvieran acompañadas de dramáticas ilustraciones de la conquista, muchas
de ellas obra de la escuela muralista de la postrevolución. Ni siquiera hace falta saber
leer: El poder de esas pinturas es tan grande que basta la contemplación para que
comuniquen su contundente mensaje.

13
Al referirnos a los horrores de la Conquista cuántas veces no habremos evocado en
nuestra memoria los pasajes del tormento de Cuauhtemoc representado por Siqueiros, el
herraje de los indios detallado por Rivera, la sanguinaria escena nombrada, no sin
sarcasmo, El abrazo de González Camarena. Aún sin saber sus títulos, aún sin saber
quiénes las pintaron, la monumentalidad plástica de estas representaciones de la
Conquista se ha convertido en ícono de nuestra historia.
Estos referentes inmediatos han labrado en nuestro inconsciente dos polos opuestos
de un mismo proceso, por un lado los indios, representados semidesnudos o en el mejor
de los casos emplumados, esclavizados o muriendo, no se sabe que es peor, y siempre,
frente a ellos, el espejo de “nuestra” derrota: el implacable guerrero español, forrado en
acero, ocultando su rostro tras la armadura o mostrando la cara pálida y barbada de
gestos arrogantes. Desde monografías escolares de papelería hasta enciclopedias en
línea, desde películas hollywoodescas con clasificación R hasta juguetes infantiles, desde
blogs de aficionados hasta recreaciones televisivas de famosos canales de Historia, las
mismas imágenes se repiten por todos los formatos posibles hasta el cansancio: El
asombroso hombre de metal frente al desamparado indígena. Incluso la antigua Visión de
los Vencidos, quizá el libro más impreso en México, ha tenido su reboot y homenaje
milenial en el clásico videojuego Age of Empire II: The Conquerors, en donde la campaña
de Moctezuma gira en torno al relato portillesco y su último episodio, titulado “The Broken
Spears”, toma el nombre del libro en su versión anglosajona. 18
En el mundo académico tenemos ejemplos que ya desde el título dan cuenta del
maniqueo binomio. Armas, gérmenes y acero de Jared Diamond relata cómo, según el
autor, fueron las armas superiores de pólvora y acero las que inclinaron la balanza para
que Europa prevaleciera globalmente. Además, el libro de Diamond, traducido a más de
25 idiomas, ha sido galardonado con el premio Pulitzer y cuenta con una serie de
televisión en la National Geographic. Tampoco hay que dar muchas vueltas para inferir la
trama del libro El encuentro de la piedra y el acero de José Lameiras. Tal ecuación, la
piedra contra el acero, delata el resultado que es puesto en evidencia desde la
formulación misma de la frase.

1 Puede verse un gameplay del episodio en <https://youtu.be/CwBNQu2cytg>

14
Los argumentos de suma cero continúan a lo largo de capas y capas de historiografía,
llegando a extremos como el que José Luis Martinez defiende en su famoso Cortés:

Sin embargo, pese a la superioridad numérica y al valor y excelencia de los guerreros


mexicas y sus aliados, ellos estaban destinados a la derrota, por la ventaja de las
armas españolas. Walter Krickberg compara su encuentro con el de un ejército
moderno provisto de armas nucleares con otro que carecería de ellas:

Las armas atómicas de entonces -agrega- se llamaban mosquetes y


culebrinas, contra las que los aztecas combatían todavía con armas
paleolíticas: mazos planos hechos de madera, en cuyas estrechas ranuras
metían filosas hojas de obsidiana, dardos o flechas provistos de puntas de
pedernal, arrojados con lanzaderas o con arcos.

Y podrían añadirse simples piedras lanzadas con fuerza y una gritería permanente que
empavorecía a los enemigos.2

Orozco y Berra, Miguel León-Portilla, el recientemente fallecido Hugh Swynnerton


Thomas o su antecesor William Prescot hicieron lo propio a su debido tiempo, reviviendo
cada medio siglo las narrativas de Cortés, Bernal o Sahagún. La característica común de
todos ellos, incluidos los referidos páginas atrás, radica en que la suya es una historia
cuyo resultado conocemos ya, una trama cuyos spoilers han sido revelados. El reto
entonces, lo que hace importante a sus obras, no es contar qué pasó, puesto que el
desenlace de La Conquista es obvio, sino cómo pasó y en estas particularidades hallan
su éxito editorial. Estas formas de contar La Conquista narrarán cómo un pequeño ejército
de menos de 500 hombres venció al “imperio azteca”, ayudados de sus armas de acero y
pólvora, frente a las cuales los indígenas podían ofrecer poco más que una resistencia
heroica condenada al fracaso. Ante tal panorama, hegemónico en todos los casos,
parecería que como dicta la Biblia «no hay nada nuevo bajo el Sol».

Sin embargo desde las dos últimas décadas y media un par de de autores, cada uno por su
cuenta, ha intentado desmontar aquella voluminosa capa discursiva de textos arriba
2 Martínez, Hernán Cortés. p. 28, la cita dentro de la cita, corresponde a Walter Krickberg.

15
esbozada. El primero de ellos, Guy Rozat Dupeyron, ha dotado de una nueva dimensión de
análisis historiográfico a los sobrerrumiados textos coloniales, incluyendo La Visión de León-
Portilla. En Indios Imaginarios e indios reales en los relatos de la conquista de México, el
profesor Rozat ha demostrado como detrás de lo que supuestamente sería un texto de
manufactura indígena, no hay sino una construcción escatológica-medieval que nada tiene
que ver con la visión nativa del suceso.3
El segundo de estos autores, el neerlandés Michel R. Oudijk, haciendo un cuidadoso
trabajo de archivo rescata y retoma fuentes nunca antes contempladas para recuperar, a
partir de estas, la historia de los Indios Amigos, el contingente más voluminoso de
combatientes cristianos durante La Conquista y que, sin embargo, son desdibujados o
invisibilizados en la doxa.4
De esta manera La Nueva Historia de la Conquista, corriente fundada por Oudijk y
Matthew Restall, y Repensar la Conquista, el complemento rozartiano, nos abre un
panorama renovador, una serie de pistas metodológicas para los nuevos historiadores
que transcurren entre el análisis historiográfico y la nueva archivística. A la par de los
arriba citados habría que mencionar algunos otros como Ruggiero Romano, Immanuel
Wallerstein, Silvio Zalava, Luis Weckman, o el medievalista Phillipe Contamine, autores
que se encontrarán desarrollados a lo largo de este texto y que ayudan a conformar un
andamio metodológico más completo para el estudio de las sociedades coloniales
americanas.

Esta tesis, Las Armas en la Conquista. El Armamento Indiano en la Mesoamérica del periodo
colonial temprano (1500-1550), presenta una actualización historiográfica del tema y tiene
como punto de partida, en su primer capítulo, la doxa mencionada en las primeras páginas,
aquella en la cual un ejército de 500 hombres de metal derrota sin mayor dificultad a una
masa anónima de indios americanos. Aunque pareciera ser, según el relato tradicional, que
fueron las dichas armas de acero y pólvora las que lograron La Conquista, un recuento sobre
estos estudios, el armamento español, revelará que, a pesar de su supuesta importancia, son
escasos los estudios que se han abocado especialmente al tema y aun los que existen
presentan grandes brechas que merecen ser saneadas.
3 Rozat Dupeyron, Indios imaginarios.
4 Oudijk y Restall, La Conquista; Matthew y Oudijk, Indian Conquistadors.

16
Es entonces como, en el segundo y tercer capítulo, tomando en cuenta la archivística
de Zavala, Contamine y Oudijk, retomaremos documentos jurídico-administrativos;
informes, pases de listas, pleitos, inventarios, actas de cabildo, listados y testamentos,
que conforman un corpus que, con alguna rarísima excepción, nunca antes habían sido
usados para el estudio del armamento de la hueste hispana. Bajo esta premisa estos
documentos «nos permiten llegar hasta los más modestos soldados y no solamente a los
jefes, [y] apreciar como podían solucionarse los problemas de equipamiento individual o
colectivo o los de aprovisionamiento». 5 De esta manera acuerparemos un conjunto
documental novedoso desde el cual nos es posible reconstruir la panoplia del
conquistador, complementado con hallazgos arqueológicos de los mismos campos de
batalla de las guerras de Conquista. Generaremos así un contra punto con la imagen
tradicional del imbatible español, que nos permitirá resaltar las particularidades del
sistema de armamento indiano a la vez que situar temporalmente este conjunto de armas
con respecto al europeo.
En el último capítulo, obtenidos estos dos modelos, la forma en la que son
representadas tradicionalmente las armas españolas en la conquista y la “nueva imagen”
del conquistador resultado de esta investigación, es necesario entonces contextualizar las
representaciones del armamento europeo en el universo mental que les dio origen,
respondiendo a las preguntas ¿En qué convergen estos dos modelos? Y sobre todo ¿Por
qué resultan tan diferentes? Nos preguntamos entonces en qué condiciones las “fuentes”
sobre los españoles, parafraseando las conclusiones metodológicas de Guy Rozat,
pueden servir para una aproximación a las sociedades del periodo colonial temprano. 6

Para poder alcanzar los objetivos arriba descritos es necesario adecuar, a la par de los
procedimientos metodológicos ya referidos, un correcto marco espacial-temporal, puesto que
el tema que nos reúne, las armas en la conquista, descrito en estos simples términos, aún
nos resulta amplio. Es por ello que nos restringiremos a estudiar los casos novohispanos en
el periodo colonial temprano. Aunque las experiencias antillanas, Florida incluida, panameño-
colombianas, es decir la Nueva Granada, y andinas son importantes, las dejaremos de lado
para centrar nuestra atención en gran parte de lo que hoy se constituye como el Estado
5 Contamine, La guerra. p.156.
6 Rozat Dupeyron, Indios imaginarios. p. 335

17
Mexicano, Centroamérica y Suroeste de Estados Unidos, un territorio que alguna vez tomó el
nombre de Nueva España y cuyos antecedentes geográfico-culturales se corresponden al
llamado territorio meso-oasisamericano. Aunque el concepto de Mesoamérica ha recibido
interesantes críticas que plantean sus carencias a nivel teórico, dados las limitaciones de esta
tesis no nos es posible plantear un concepto que se adecue espacialmente a nuestros
intereses, por lo cual recurriremos a la noción meso-oasisamericano, para tratar de abarcar
en una dinámica más compleja, la zona espacial que revisaremos en nuestro estudio.7
Como es bien sabido, para estudiar a la humanidad en su devenir temporal, los
historiadores delimitamos nuestro campo en herramientas teóricas denominadas
periodos. Para fines de esta investigación el periodo al que nos acotaremos, que
denominamos colonial temprano, comprende aproximadamente la primera mitad del siglo
XVI. Consideramos que restringirnos a la épica de 1521 sería hacer caso a los cantos de
sirena de la historiografía tradicional, de la cual pretendemos distanciarnos. La Conquista
es un proceso complejo, de narrativas no lineales, cargado de precuelas, secuelas y spin-
offs. Es por eso que si, siguiendo a Rozat y Oudijk, es posible expandir los niveles de
análisis de la materia, nos parece pertinente también llevar esta expansión al ámbito
temporal, logrando así una toma panorámica que brinde solidez a nuestra investigación.
Por una parte el inicio de nuestra periodización, cercana al inicio mismo del siglo XVI,
coincide con el último viaje de Colón a América en 1502, es decir, con el final de la etapa
colombina. En dicho viaje participaron dos personajes que resultarían importantes para la
subsecuente etapa novohispana; fray Bartolomé de las Casas y el piloto Antón de
Alaminos, quien por su temprana experiencia en navegación americana conduciría las
tres expediciones a México; la de 1517, 1518 y 1519.
El epílogo de la saga colombina es importante porque, siempre buscando acercarse al
Gran Kan, fue en este momento en que se tocan las puertas de Mesoamérica. Cerca de
la isla de Guanaja, al este de Yucatán, alcanzan una canoa con techo de palma tejida, tan
grande «como una galera» que transporta productos antes desconocidos: cacao, hachas
y cascabeles de cobre, espadas de madera con obsidiana, crisoles para fundir metal.
Colón cree que los mayas que intercepta son súbditos del Kan. Es así como a finales de
septiembre de 1502 se abre por primera vez la llamada Mesoamérica a los españoles. 8 A

7 Jáuregui Jiménez, “La noción”; Jiménez, “¿Quo vadis”.


8 Las Casas, Historia. pp. 80-82.

18
partir de este momento se inicia la colonización del continente, en el limítrofe sur del
futuro territorio novohispano.
Es también en este periodo, entre 1502 y 1517, que arriba una segunda generación de
conquistadores a América, entre ellos Pedro de Alvarado, Hernán Cortés y Pedrarias
Dávila, de cuyo fracasado proyecto en Castilla del Oro, entre Costa Rica y Nicaragua,
partirán varios desertores a Cuba y posteriormente a la expedición de Cortés, el más
famoso de ellos es quizá Bernal Díaz del Castillo. Además, igualmente en este lapso de
una década y media, se efectúan varias exploraciones que, según parece, ya perfilaban a
Yucatán en los mapas de navegación y, si seguimos los informes de Pedro Mártir de
Anglería, se tendrían conocimientos de sociedades mesoamericanas de la región más
sureña.9 Según proponemos estos dos factores, las experiencias tempranas en
Mesoamérica y la precuela de los conquistadores en Castilla del Oro, serán importantes,
como veremos más adelante, para las contextuar el armamento hispano en América.
Por otra parte es necesario remarcar que, si bien la parte inicial de este periodo
colonial es más nebulosa debido a su naturaleza experimental y su final está remarcado
de forma concisa y puntual, el periodo climático de nuestro estudio se encuentra entre
1517 y 1542, y aunque, como bien señala el icónico historiador Charles Gibson,

La guerra abierta en el valle [del centro de México] terminó en 1521, [...] las áreas
periféricas al imperio azteca quedaban por ganarse, y los jefes de expediciones
posteriores encontraron en la encomienda una reserva conveniente de hombres para
el reclutamiento militar. [...] Los incidentes implican una leva drástica, es de suponerse
que forzosa [que] Cesó con la conclusión efectiva de las conquistas de la periferia y se
limitó casi totalmente a los años de 1520 a 1530.10

Posteriores a 1520, y algunas a 1530, tenemos las conquistas de Nuño de Guzmán, la


empresa de Coronado al suroeste estadounidense, las conquistas en la zona
centroamericana, diversas empresas cortesianas y finalmente la Guerra del Mixtón, todos
ellos ejemplos que visitaremos en esta tesis. Es así como a finales de este periodo, 1542-
1550, se concluyen prácticamente todas las conquistas en territorio meso-aridoamericano;

9 Anglería, Décadas I.pp.381-382.


10 Gibson, Los Aztecas. p.81.

19
con las excepciones de la Mesa del Nayar, la selva maya del Peten Itzá-Lacantún y la
región Pueblo explorada por Coronado entre 1539 y 1542, retomada por los Oñate
décadas después, procesos que por su complejidad y por su temporalidad escapan a los
alcances de esta investigación.11
Por último, para cerrar nuestro ciclo, en la etapa cercana a 1550 convergen también al
menos dos distintos procesos que son cruciales de señalar. El primero de ambos es el fin
de la «primera conquista», el descubrimiento de plata en Zacatecas, el fin de la Guerra
del Mixtón y el inicio a la colonización, y la guerra, en la Gran Chichimeca durante 1550-
1600 y que coinciden, como bien señaló Philip W. Powell, con la muerte de Hernán Cortés
en 1547, un hecho meramente simbólico pero que no deja de ser significativo. 12 El
segundo de estos procesos es el declive de la casta encomendera en favor del poder
regio, representado por el virrey; la emisión de las leyes nuevas, de inspiración
lascasiana, su aplicación hacia finales de la década de 1540 y la consecuente sustitución
de las encomiendas por corregimientos, este conjunto de hechos se empatan con el final
del primer virreinato, justamente en 1550, que acuñaría esta forma de gobierno como la
imperante en los siguientes siglos coloniales. 13

Para cerrar esta introducción, en la cual hemos planteado nuestros objetivos, esbozado el
contenido de la tesis y expuesto nuestro marco teórico, tenemos que reseñar las hipótesis
que pretendemos aclarar.

1. Con respecto al planteamiento del problema y al andamiaje teórico-conceptual arriba


referido, si los conquistadores se insertan en las instituciones medievales guerreras,
estas son la cruzada y la guerra santa, la milicia, la guerra caballeresca y el
avituallamiento por cuenta propia, proponemos que debemos considerar a la Guerra
de Conquista como una variante y continuación de la guerra medieval pero
desarrollada, de forma novedosa, en la periferia, cuestión pasada por alto en las obras
sobre el tema.

11 Cfr. Pantoja Reyes, La Guerra para el Nayar. Caso Barrera, Caminos y Vos, La Paz; para la zona maya
y Weber, El México Perdido y Weber, La Frontera para el caso Pueblo.
12 Powell, La Guerra.p.9.
13 Zavala, El servicio; Zavala, Las instituciones; Zavala, La encomienda indiana.

20
2. La guerra medieval parte de dos dimensiones, separadas pero íntimamente
relacionadas. La primera es la dimensión teológica, manifestada en la Guerra Santa.
Para el caso español los referentes inmediatos son la Reconquista y la toma de
Jerusalén. Cada uno de los elementos plasmados o descritos para los batalladores
hispanos en crónicas o códices -espadas, caballos, armaduras, apariciones de santos,
etc...- responde a esta significación teológica. Es decir que los conquistadores se
representan a ellos mismos como cruzados, soldados de Dios.
3. La segunda dimensión responde al desarrollo técnico de la guerra medieval en el siglo
XVI y a la condición colonial de la América Hispánica ya que las armas eran parte del
monopolio impuesto por la Corona a los territorios americanos y tenían que ser
importados desde la Metrópoli. Aunque esta dimensión está incorporada en la
significación teológica arriba advertida, debe ser reconstruida por sí misma. Dicha
reconstrucción parte de los documentos jurídico-administrativos remanentes en
archivos de América y España. Esta reconstrucción permite contrastar la
representación canónica del Conquistador con sus posibilidades materiales y situarlo,
por contraste, en el contexto temporal medieval ya referido.
4. Si bien se presupone que la guerra europea estaba en plena “revolución militar” y por
traslado inexplicable, la hueste hispana adoptaría tal proceso, proponemos que dicho
traslado no es posible dada los empobrecidos orígenes de los conquistadores, su
condición periférica y qué además, las armas de fuego, instrumento principal de la
aclamada “revolución”, se habían desarrollado e incorporado plenamente a la forma
medieval de hacer la guerra en Europa siglos atrás. Las armas de fuego hispanas
eran escasas, primitivas y poco eficaces, incapaces de configurar adelanto o
revolución alguna frente a un enemigo al cual la dimensión europea de la guerra le era
inteligible. La realidad material de las armas de fuego es una y otra es la dimensión
salvífica mediante las cuales son descritas.
5. Hay que recalcar qué si la Guerra de Conquista es una forma novedosa de guerra
medieval en la periferia americana, la Guerra de Conquista Mesoamericana es una
forma específica de esta Guerra, distinta en orígenes, actores y desarrollos a la
Conquista Antillana, la Andina, etc. En tanto esta peculiaridad, y considerando la
dimensión material de la guerra, es decir las armas, el avituallamiento por cuenta

21
propia de los españoles se realizó con los escasos recursos disponibles en la periferia.
La Guerra de Conquista Mesoamericana es además una forma de subsumir a las
distintas poblaciones, es decir, un mecanismo multidireccional basado en la guerra y el
despojo mediante el cual se explotó el excedente de las sociedades mesoamericanas.
6. Lo anterior dota de especificidad a la hueste indiana y su forma de hacer la guerra,
especificidad que no está dada sólo por el sustrato hispano en sí mismo, sino por su
capacidad de “indianizarse”, para usar un término de la época y retomado por Zavala,
es decir, de responder a las formas nativas de hacer la guerra y subsumirlas en el
régimen colonial, pues las primeras expediciones parten hacia tierras imaginadas,
donde habitaban enemigos que practicaban formas desconocidas de hacer la guerra,
muchas de ellas fracasan. Es sólo hasta que son aprehendidas las formas autóctonas
de combatir que los indianos aseguran alguna victoria.
7. Conforme el proceso de colonización va consolidándose los españoles dependen
cada vez más de este sustrato indio para armarse y pelear, al grado de incorporar
elementos nativos a su panoplia, sin mencionar los voluminosos contingentes de
“indios amigos”, que quedan por fuera de los alcances de esta investigación.
8. Es en la figura del indiano donde encontramos condensada nuestra propuesta
reconstructiva, pues parte del sujeto medieval trasterrado, que busca la fortuna,
conquista mediante, en las Indias, territorio inventado e imaginado por Europa. Es en
las Indias donde la realidad material de la periferia y de la frontera, entendida en los
términos del siglo XVI, obliga al cruzado, al conquistador, a transformarse en algo más
que un hispano segundón, sin por ello dejar de perder su esencia. El indiano es el
conquistador europeo imaginándose a si mismo, en la inventada realidad americana.

22
CAPÍTULO I
SOBRE LAS ARMAS DE LOS CONQUISTADORES

Resulta paradójico pensar que, sobre un tema tan crucial como el de las armas, exista en
realidad poquísima bibliografía al respecto. No quiere decir esta afirmación qué sobre La
Conquista, en el sentido amplio del término, no hayan corrido raudales de tinta, sino que esta
voluminosa corteza historiográfica esconde el bajo interés por investigar profundamente un
tema como el del armamento indiano.

Dentro de las excepciones que confirman la regla, acaso realmente la única excepción,
encontramos el libro Las armas de la conquista, de Alberto Mario Salas, un extenso estudio
de 1950 que aún hoy no ha sido igualado. A pesar de su importancia es desconocido por la
mayoría de los investigadores; el libro no se restringe a la toma de Tenochtitlan y da cuenta
de prácticamente todo el periodo colonial a lo largo y ancho del continente americano. El libro
de Salas es, como hemos señalado, el único libro realmente especializado del tema y hay
que poner sobre la mesa que es tan raro de encontrar en nuestro país que únicamente es
posible localizarlo en fotocopias de baja calidad en el Colegio de México. El ejemplar que
supuestamente debiera estar en la Biblioteca Nacional de la UNAM ha sido robado tiempo
atrás y para consultarlo título tuvimos que, en primer lugar, recurrir a fotocopiar las fotocopias,
y más adelante importar un ejemplar desde Argentina.
Peripecias aparte, la investigación de Salas aporta en su estudio detalles relevantes
que no han sido recuperados en trabajos posteriores, entre los que resaltan la indagación
de pesos, calibres, denominaciones y desarrollos de ballestas y armas de fuego. 14
Caracteriza a la tropa hispánica como un «ejército heterogéneo, casi siempre levantisco e
indisciplinado», en la que «ninguna disposición existía acerca del armamento y equipo de
cada uno de los soldados. Cada cual marchaba con lo que tenía o conseguía del jefe [...]
Desde el capitán hasta el último de los soldados, todos partían empobrecidos y llenos de
deudas».15
Sus fuentes van desde las crónicas clásicas, la bernaldina y la cortesiana por ejemplo,
a escritos de la época tanto americanos como europeos, entre los que destacan tratados
14 Salas, Las armas. pp. 199-236.
15 Ibid. pp. 324-325.

23
militares y el Lienzo de Tlaxcala, sin embargo no hace indagaciones archivísticas. A pesar
de sus muchas aportaciones su principal defecto -y el de casi todos los que le prosiguen-
es “empujar hacia adelante” la tecnología bélica, dejando los antecedentes como meros
referentes de una imparable y contundente evolución militar europea. Salas
continuamente evita tomar posiciones, dado que la suya es una «simple exposición de las
armas que empleó el conquistador para lograr el vencimiento de los pueblos americanos y
las que usó el indio para defenderse», pero constantemente señala la disparidad cultural
que existía entre europeos, a los que «les asistían, como un fondo luminoso, toda gloria y
la grandeza de la cultura de Occidente», y americanos, en los que «objetivamente
quedaba evidenciada una inferioridad». 16 El autor concluye su extenso análisis
compartiendo que aunque «el bando hispánico sale favorecido», lo dicho sobre las armas
europeas «no puede ni pretende ser una explicación de la Conquista. Apenas si la
exposición de uno de los factores de un suceso colorido e intenso». 17

Otro caso poco reseñado para el estudio de las Armas en la Conquista corresponde a La
herencia medieval de México del miembro de la Academia Mexicana de la Historia, Luis
Weckmann, en el cual presenta una revolucionaria visión sobre la colonia. Apareció por
primera vez 34 años después de Las armas de la conquista, no ha visto una nueva edición
en 20 años y su última reimpresión es de 1996. El espíritu general de la obra es, justamente,
recopilar la enorme herencia medieval que llegó a América con la colonia de 1571 a 1650. No
se propone responder a la pregunta clásica ¿por qué ganaron los españoles? por lo que no
encontraremos en su obra dicha discusión.
Aunque en términos generales el libro no es especializado en el tema de las armas, ya
hemos dicho que fuera del de Salas ningún libro así existe, sí es de interés particular para
esta tesis el capítulo VII “Las huestes novohispánicas y su panoplia medieval”. 18 En este
apartado Weckmann recopila distintos pasajes de obras medievales como el Cantar del
Mío Cid, trabajos académicos sobre feudalística europea, crónicas, entre las que destaca
la de Bernal, otros documentos como ordenanzas y cartas, y a diferencia de otros autores
no hace referencia a códices. El autor remarca una serie de actitudes militares

16 Ibid. pp. 3-6


17 Ibid. pp. 417-418.
18 Weckmann, La herencia. pp. 95-113.

24
medievales presentes en la hueste indiana como el albazo, el alarde, un pase de lista de
la hueste, y el regocijo, un ejercicio ecuestre. Para hablar del armamento es citado
continuamente Alberto Mario Salas y Weckmann declara que Salas «es la principal
autoridad en materia de amas de la conquista de América». 19
Las reflexiones de Luis Weckmann han sido pasadas por alto en los estudios sobre la
conquista y son tan importantes que ayudan a transformar la visión que tenemos del
periodo y de los conquistadores mismos. Ejemplo de esto es la declaración de Hugh
Thomas sobre la batalla de Centla, en la que según el británico

Cortés hizo tres cortes en la hermosa ceiba de la plaza donde tuvieron lugar todos
esos acontecimientos [de la batalla]. Seguramente los que habían acompañado a
Pedrarias [...] le explicaron que el Galán [apodo de Pedrarias] había hecho lo mismo al
llegar a Castilla del Oro con el mismo fin: ritual que no se alejaba mucho de las
prácticas mayas.20

Al respecto Weckmann señala que era práctica común entre los españoles

el acto de toma de posesión de la tierra que en el feudalismo consistía, por ejemplo,


en cortar la rama de un árbol o en darle de estocadas [...] Los descubridores y los
conquistadores observaron fielmente esta práctica por doquier, misma que reflejaba el
antiguo ceremonial godo y la cual era registrada por un notario si había uno a la mano.
[...] Ya en 1498 los tenientes de Colón cortaban ramas de árboles en las Antillas en
señal de dominio [...] En 1519, Cortés había dado tres cuchilladas de posesión a una
ceiba en Tabasco, jurando rodela en brazo y espada en mano defender por el rey esa
tierra al que se la disputase, de todo lo cual dio testimonio un escribano.21

Para el autor la discusión, tan presente entre los autores de la doxa, sobre el
«renacentismo» o la «medievalidad» de Cortés y su hueste «no tiene realmente mucho
sentido». Para él toda España «estaba todavía fuertemente influida por los conceptos del

19 Ibid.
20 Thomas, La conquista. p. 203.
21 Weckmann, La herencia. pp. 88-89. Las cursivas son nuestras.

25
Medievo y fincada en instituciones de esa época». 22 Weckmann, seguidor de Zavala, es
tajante al señalar que la irrupción europea no sólo implicó el trasplante de instituciones
feudales, sino que significó «en algunas ocasiones el renacer de estas». 23 En nuestro
estudio la institución que resulta más importante es la milicia, configurada por la relación
medieval del señor con su vasallo, y que consiste en la prestación de servicio militar del
encomendero (y encomendados) al rey.
Weckman señala que en lugar de ejército «más propio sería llamar huestes a las
bandas de conquistadores», debido a «que fueron un fiel reflejo de las fuerzas armadas
así llamadas que participaron en la Reconquista española, con su elemento aventurero de
segundones e hijosdalgo [...] y con una participación convenida de antemano en el
botín»,24 y según profundizaremos su armamento respondió a esta característica.

Un tercer texto a reseñar es el de la danesa Ada Bruhn de Hoffmeyer, cofundadora de la


revista de estudios militares Gladius, la cual publicó en 1986, dos años después de La
herencia de Weckmann, un artículo titulado “Las armas de los conquistadores. Las armas de
los aztecas”. A pesar de la poca distancia que los separa, de usar prácticamente las mismas
fuentes e incluso de tener el libro de Alberto Mario Salas como base, ambos investigadores
presentan conclusiones divergentes. Bruhn, además de las fuentes tradicionales, se
complementa con representaciones de batallas europea en forma de tapices y relieves.
Bruhn de Hoffmeyer insiste en señalar que los conquistadores pertenecieron a una
época «de transición, que sale de la Edad Media y entra en otra gran época, el
Renacimiento español».25 Habla por un lado de los adelantos en la técnica militar pero por
otro, a lo largo de su exposición, se ve obligada a señalar que los europeos en América
«tuvieron a veces que volver al armamento de la época medieval de los siglos XIII y
XIV»26 y que frecuentemente, debido a las diferencias con sus primitivos y prehistóricos
oponentes, se vieron obligados a recuperar formas «utilizadas en la época medieval en
España»27 y que «tuvieron a modificar y cambiar armamento y táctica de una manera casi
22 Ibid. p. 146
23 Ibid. p. 29
24 Ibid. pp. 95-96. Cursivas en el original.
25 Bruhn de Hoffmeyer, “Las armas”.
26 Ibid. p. 14.
27 Ibid. p. 6.

26
fundamental»28 para regresar siglos atrás a estrategias antiguas más cercanas a la
realidad americana, «separada cultural y técnicamente por milenios».
La investigadora advierte la importancia psicológica de ballestas y de «los arcabuces
de mecha, armas que Cortés, en sus cartas, llama escopetas». 29 Paradójicamente con
respecto a los cañones, determinantes para la transición a la modernidad europea, la
investigadora reconoce que los del extremeño tienen una deuda de más de medio siglo:
«Si comparamos la artillería de Cortés con las representaciones de la ya mencionada
muestra del armamento [...portugués] en 1471, es notable que la de los portugueses es
mejor y más variada»30. Incluso la autora va más allá al señalar que si los españoles
tuvieron que abandonar sus piezas más grandes y poderosas fue debido a las dificultades
de los indígenas para transportarlas por el terreno mesoamericano. 31
Bajo esta explicación Ada Bruhm de Hoffmeyer no tiene más que reconocer que, aun
teniendo mucho en contra, las hazañas cortesianas fueron «en verdad heroicas». Si
seguimos su lógica realmente lo fueron: sólo un genio lograría “involucionar” uno, dos y
hasta tres siglos en armamento, tácticas y estrategias para conseguir la victoria. Así
Hoffmeyer nos presenta a los más grandes estrategas que quizá ha habido en la Historia;
los conquistadores españoles no sólo son conocedores de cientos de años guerras
feudales, sino que son realmente capaces y conscientes de renunciar a su transitiva
modernidad para traer a su presente la medievalidad y transminarla para combatir
efectivamente a los prehistóricos indígenas.

¿No será que dicho armamento simplemente no se ubicaba en ningún tránsito, sino que era
plenamente medieval y retrogrado con respecto al de los verdaderos ejércitos europeos?
Caracterizarlo de tal manera es la principal aportación del experto en armas antiguas Nicolás
José Borja Pérez en “Importancia de las armas de fuego portátiles en la Conquista de
Méjico”, el siguiente texto que comentaremos, pues con base a las descripciones de las
mismas fuentes que Ada Bruhm y en general de todos los autores que hemos reseñado, a
las que agrega un arma del propio Cortés en el Museo del Ejército de Madrid, concluye que la

28 Ibid. p. 5.
29 Ibid. p. 11.
30 Ibid. p. 31
31 Ibid. p. 29.

27
mayoría de las 93 «escopetas» de los españoles carecieron de sistemas de ignición,32 lo que
las coloca tipológicamente más cerca de las armas del siglo XIV y anteriores, que de los
mosquetes del XVI con que suelen ser comparados en la historiografía tradicional.
Aunque no duda en calificar de medieval la panoplia hispana y aunque para el autor las
armas de fuego no representaron ninguna ventaja técnica, la «efectividad de ellas
quedaría más bien limitada a los efectos mágicos de su tronante rugido y diabólico aliento
(lo que para los aztecas pudo suponer, en principio, que sus dioses volcánicos —
Popocatepele e Iztazihualt [sic]— se habían aliado con los temidos y odiados (teules)». 33
Pese a su contribución estamos, de cualquier manera, frente a la misma explicación
modernidad versus tradición que hemos advertido constantemente. Es una lástima que la
reseña de Borja Pérez sea tan breve y que a pesar de ser publicada en Militaria. Revista
de Cultura Militar, de la Universidad Complutence de Madrid, carezca de aparato crítico.
El autor cierra su participación con la siguiente declaración:

Si el armamento ofensivo de fuego de los españoles hubiera sido la clave de su éxito,


en Otumba, después del desastre de la Noche Triste en que se perdieron gran parte
de los efectivos, entre ellos la pólvora y la artillería Cortés no hubiera salido victorioso.
Las razones de su increíble epopeya hay que buscarlas en su inteligencia para
aprovecharse de las disensiones entre los pueblos de Méjico, en su genial talento
táctico y estratégico y en el valor desesperado de sus hombres, conocedores de que
su única salida era la huida hacia delante. 34

Sintetizando el anterior recorrido podemos señalar que: En primer lugar, las armas en
general, y las de fuego en particular, no representaron una contribución técnica fundamental
a la victoria española. En segundo lugar, las armas de fuego son, por los aspectos
psicológicos, un factor de modernidad frente a una primitiva horda india. Y en tercer y último
lugar, La Conquista española se logró por el genio militar -táctico y estratégico- de Hernán
Cortés.

32 Borja Pérez, “Importancia”.. p. 114.


33 Ibid. p. 110. Se copió el texto tal cual está en la referencia.
34 Ibid. p. 115.

28
La culminación de tal visión, aunque alejada del tema conciso de las armas y más bien
reseñando a los combatientes, podemos encontrarla en las opiniones del General de División
del Ejército Español Francisco Castrillo Mazeres, director de Militaria. Revista de Cultura
Militar, y autor de El Soldado de la conquista, de 1992. Para el militar no hay duda que el
conquistador español, el «hombre de armas», es un verdadero soldado, aunque esta
denominación exija un salario «y realmente no cobraban sueldo del Rey, pero sí en cierto
modo de los capitanes que los contrataban».35 El miliciano es para Castrillo un miles, colono-
militar romano que cumple las funciones de civilizador. Las fuentes que usa son catálogos de
pasajeros, índices de pobladores y estudios sobre la conformación social de la hueste,
también se nutre de la Historia verdadera de Bernal. Apoyándose en opiniones de otros
autores asegura que la mayoría «o la mejor» (?) parte de la hueste era de veteranos de las
guerras europeas, y es por esa razón que

A los efectos de nuestro trabajo, la institución social que debemos considerar


especialmente es el Ejército. De cómo era entonces puede darnos la idea la cita de
Ballesteros: «es indudable que la hegemonía lograda por España en el siglo XVI
estaba fundamentada en el poderío militar. En aquella centuria, nuestros ejércitos
alcanzaron fama de invencibles». En efecto, con el Gran Capitán [Gonzalo Fernández
de Córdoba] y su táctica de utilización del arcabuz frente a la entonces todopoderosa
caballería revestida de armadura, la caballería de la «gente de armas», «de punta en
blanco» y «lanza al riste», cuyo prototipo pudiera ser la caballería francesa de la
época, llega a la cima de nuestra historia el arte militar español. Maquiavelo afirma
entonces que la infantería hispana es la mejor de Europa. Y precisamente esta nuestra
hegemonía militar nace a fines del siglo XV y perdura hasta el siglo XVII. No es casual
que coincida esta hegemonía militar, basada en el infante, con la conquista de
América.36

Es por esa razón que para caracterizar a su “ejército” americano recopila la historia de su
par en Europa, siendo la conformación de los tercios la más importante para el éxito
hispánico, en cuyas “compañías de piqueros, dos tercios eran de picas y uno de
arcabuces”. Por la misma razón, al presentar sus consideraciones generales, se acota a

35 Castrillo, El soldado. p. 17.


36 Ibid. p. 50.

29
señalar las similitudes y diferencias no entre hueste indiana y ejército europeo, sino entre
“la sociedad española y el resto de las europeas”, como la francesa o inglesa. Para
Castrillo Mazeres «El hombre de la época [el conquistador], producto del Renacimiento,
en “trayectoria vital ascendente” es un hombre inquieto, ácido de descubrimientos,
aventurero, formado en la dura vida de la época, capaz de soportarlo todo». 37

Siguiendo por los mismos derroteros encontramos, en fechas un poco más más reciente el
estudio “Las Indias y la tratadística militar hispana de los siglos XVI y XVII” de Antonio López
Espino, publicado en 2000 en el Anuario de Estudios Americanos de la Universidad
Autónoma de Barcelona. El artículo se propone

demostrar cómo el nuevo modelo de escuadrón, puesto en práctica en las guerras de


Italia por Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, por primera vez, se impuso
entre las huestes indianas. A nuestro juicio, fue este factor, y no tanto el uso de las
armas de fuego o de la caballería, el que marcó la diferencia sobre las tácticas indias
durante sus enfrentamientos.38

Espino López hace una lectura literal de las crónicas americanas, una vez más la
bernaldina, y complementa con tratadistas y cronistas militares como Antonio Solís, quien
en 1684 escribió Historia de la conquista de México. Al igual que Ada Bruhm, Borja Pérez
y Francisco Castrillo, para Espino López no cabe duda que fue la superioridad estratégica
de los españoles lo que aseguró la victoria. Como este es justamente el tema central de
su texto, llega a límites inverosímiles cuando intenta demostrarlo:

Solís relata las medidas de H. Cortés en Tabasco; siguiendo el modelo literario


utilizado por Tito Livio, Tácito o César, el autor se centra en la figura del personaje más
importante y describe su forma de actuar: Cortés, tras animar a sus hombres —pues
debían enfrentarse a 40.000 indios—, los colocó tras una altura, para que les cubriera
las espaldas, situó la artillería en un lugar desde donde barriese al contrario, cosa fácil

37 Ibid. p. 59.
38 Espino López, “Las Indias”. p. 295.

30
al acercarse éste apelotonado, y dispuso a su caballería —tan sólo quince caballos—
para que embistiese de través al enemigo39

Pasajes como este conforman los intentos de Antonio Espino López para sustentar que
la disciplinada formación de la tropa fue avasallante frente a una horda inconsciente, una
«masa de indios, que peleaban sin temor a las bajas que les causaban». 40 El autor insiste
constantemente en esto y reafirma: «Pero, con todo, era el extraordinario número de sus
guerreros su principal baza y su mentalidad bélica, más cercana a hacer prisioneros que a
destruir al enemigo, su principal inconveniente». Defendidos en formación cerrada los
españoles son capaces de derrotar cinco columnas de hasta 40,000 indios y «aunque la
caballería y los ballesteros hicieron estragos, queda clara la ventaja que suponía luchar
en forma de escuadrón moderno».41

La aceptación del carácter renacentista del armamento español sin mayor indagación abre un
abismo, un hoyo negro ominoso en donde la historia de la Conquista no es producto de la
investigación sino de un cúmulo de prejuicios que esgrimen argumentos de superioridad,
deformando la visión que tenemos del periodo. En palabras del historiador Benjamin Keen
«Los españoles eran hombres renacentistas, con una visión del mundo esencialmente laica,
mientras que los indios tenían una cosmovisión mucho más arcaica, en la que el ritual y la
magia desempeñaban una función importante».42
Desde esta visión, la hueste de segundones españoles se convierte en un ejército
profesional al servicio de Carlos V, completamente moderno en composición, mentalidad y
armamento, que se impone aplastando a unos primitivos y supersticiosos indios, que ya
habían sido derrotados de antemano por el pesimismo que les provocaron los funestos
presagios y que son rematados por el pavor que les provocan las armas de fuego y los
conquistadores a caballo, centauros metálicos mitad hombre mitad bestia. «Se establece
por tanto una contraposición entre una civilización progresista y otra tradicional. Por muy
complejo que parezca el razonamiento el tropo de la civilización contra la barbarie

39 Ibid. p. 299.
40 Ibid. p. 303.
41 Ibid. p. 306.
42 Citado en Restall, Los siete mitos. p. 195

31
subyace en el fondo».43 De esta manera la “calidad” de la discusión académica sobre la
modernidad española, en obras de gran renombre, lleva el anacronismo a lugares tan
ridículos como señalar que los españoles portaban lo equivalente a «armas atómicas». 44

Usos y abusos de las “fuentes” de la Conquista

Una de las cosas que resulta más interesante es que todos los autores arriba reseñados
usan, con algunas particularidades, el mismo conjunto de “fuentes”, entre las cuales se
encuentran La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del
Castillo,45 el libro Doce de la Historia general de la Nueva España de fray Bernardino de
Sahagún,46 y su correspondencia en el Códice Florentino, el Lienzo de Tlaxcala, muy usado
por que en sus láminas se ilustra el armamento español e indígena 47 y las Cartas de
Relación de Hernán Cortés.48 A pesar de su aparente diversidad estas las fuentes se
presentan en su mayoría como corpus autoreferenciales, restringiendo el universo de
documentos para el análisis de las armas en la Conquista.

Luego de esta semblanza, es importante mostrar bajo que lógicas argumentales y retóricas
operan los estudios tradicionales, aún los que se presentan como más vanguardistas. Hay
que señalar claramente que estas investigaciones recurren a un esquema de análisis
descriptivo e intuitivo, pocas veces señalando el guión metodológico a usar, se respaldan
entonces en el formato neopositivista en donde la “fuente” es portadora de una verdad que
puede retomarse fotográficamente, siempre sin reseñar el contexto historiográfico del cual
emanan.
En El Armamento entre los Mexicas del Arqueólogo Marco Antonio Cervera Obregón 49
encontramos desarrollado ejemplarmente este neopositivismo de tal manera que sus

43 Ibid.
44 Martínez, Hernán Cortés. p. 28
45 Díaz del Castillo, Historia, 1982.
46 Sahagún, Historia general.
47 El lienzo.
48 Cortés, Cartas y documentos.
49 Cervera Obregón, El armamento.

32
resultados son una caricatura del soldado de conquista. Tomando de referencia al general
Francisco Castrillo y su Soldado de La Conquista, Cervera Obregón hace propias las
opiniones del militar con respecto al Conquistador Hispano y señala, sin explorar otra
posibilidad, que este se configura en el Sistema de Tercios, del cual dice, siempre
parafraseando a Castrillo, que «El desarrollo de este novedosos sistema se dio desde
principios del siglo XVI, lo que implica que muy probablemente los soldados españoles
que Cortés llevó a tierras mesoamericanas presumiblemente tenían conocimientos de la
existencia de este tipo de formación bélica». 50
A continuación procede a reseñar, empezando por las espadas, el sistema de
armamento usado por los españoles durante la Conquista. De estas señala lo siguiente

La gran variedad de espadas que se habían desarrollado durante toda la historia


militar europea permitía al soldado español utilizar diversas técnicas de combate [...]
Los españoles, durante el siglo XVI y en el momento de la intervención de
Tenochtitlan, contaban con diversos tipos de espadas producidas en los talleres
españoles [...] y este era el caso de montantes, alfanjes, cuchillos de monte, estoques
de ristre, espadas de mano y media, dos espadas en una, puñales y dagas ... Este tipo
particular de artefactos son estudiados de acuerdo a su función (guerra, caza, civil,
gala, etc.), según el tipo de hoja (estoque, verdugo, calada, flamígera, etc.), y
conforme a su guarnición (de cruz, lazo, concha, taza, etc.).51

Más adelante Cervera refiere que, según Germán Dueñas, un experto en espadas que
cita, la más comúnmente representada en códices es la «espada cruciforme de guerra»
(¿?) y concluye que basados únicamente en la iconografía novohispana no se puede
saber qué tipo de espada están siendo representadas, dado que son simples espadas
que parecen cruces, sin que de esto pueda concluir algo más que su evidente
descripción. Posteriormente agrega que estas «representan estoques», espadas que no
sirven para cortar sino para punzar dado que eran «muy comunes en el siglo XVI», las
cuales son «estoques de hoja muy estrecha y que tienen como finalidad herir de punta».
En seguida Cervera Obregón nos refiere a existencia de montantes, también conocidos

50 Ibid. p. 157.
51 Ibid.

33
como mandobles: «Espadas de a dos manos [que] podían llegar a medir 1,30 metros y
pesar hasta 2,3 kilos» pero que en manos expertas se hacían tan «poderosas y ligeras
que permitían ofensivas y defensas eficientes». Líneas después refiere que gracias a los
registros en crónicas y códices es que «se sabe que los españoles emplearon este tipo de
arma en contra de los mexicas»52 y señala la lámina 73 del Lienzo de Tlaxcala, en la cual
se observa en segundo plano un caballero español blandiendo una espada que él juzga
de dimensiones considerables, y por tanto un mandoble.

Consideramos que el esfuerzo de Marco Antonio Cervera Obregón es desafortunado,


ya que, en primer lugar, este tipo de representaciones no están retratando las
proporciones o las medidas de manera cmo la concebimos actualmente, son justo
representaciones, por lo cual es muy común que en el Lienzo los aliados Tlaxcaltecas se
52 Ibid. p. 158

34
dibujen a ellos mismos más grandes que los españoles, para señalar su protagonismo, o
hagan uso de la simplificación en diversos momentos. En segundo lugar hay que
comentar que por un lado el mandoble no es usado a caballo, y por otro el mandoble
tampoco se usa a una mano. Recordemos que «El término “Mandoble”, como su propio
nombre indica, “Mano doble”, [...] precisa para su uso de las dos manos [...y es] para uso
exclusivo del soldado de a pie».53 Nos decantamos entonces por referir que su
interpretación de los documentos coloniales carece de rigor metodológico y no permite
una adecuada reconstrucción de la panoplia hispana.

Un contrapunte metodológico

Como se ha visto existe un reiterado intento por demostrar el abismo que separa la
modernidad europea de la prehistoria americana, ya sea con retóricas maniqueas de “armas
nucleares” contra “paleolíticas”, “cristal” contra “acero” o “ejército español” contra “masa
india”. La homologación que se hace en la historiografía hegemónica sobre armas y técnicas
militares entre la hueste indiana y el ejército español es una legitimación de la violencia
occidental en distintos niveles y plataformas académicas, además de imposible de probar a la
luz de la crítica de fuentes y la investigación arqueológica e histórica.
Desde la perspectiva del Análisis del sistema-mundo que propone Immanuel
Wallerstein, existió una diferencia contundente entre el centro (Europa) y la periferia
(América) manifestada principalmente por el tipo de trabajo que ahí se desarrolló.
Mientras que en el centro el trabajo libre era cada vez común, en la periferia el capitalismo
no sólo convivió formas feudales, también cimentó modos más primitivos como el
esclavismo.54 Dicho de otra forma, si es que hay señales “retrógradas” en el proceso de
conquista, estas se deben a la implantación del régimen colonial, no al “estadío” de los
americanos prehispánicos, pues llamar primitivas, atrasadas o paleolíticas a las
sociedades prehispánicas con respecto a las europeas es forzar un cotejo sólo posible
mediante el evolucionismo más recalcitrante.

53 Bernalte Sánchez, “Mandobles”.


54 Wallerstein, El moderno I. p. 93-186.

35
Si seguimos a Wallerstein, y si hacemos caso a Jaques Le Goff y su propuesta del
mantenimiento de lo feudal hasta 1800, 55 podremos acceder a un esquema conceptual
que nos ayude a entender la medievalidad americana. Es bien sabido que esta forma, la
medieval, implica una relación señor-vasallo, caballero-rey, como la que sí recupera
Weckmann, y que esta implica a su vez una estructura defensiva muy particular: la milicia,
es decir, el servicio de armas que prestan los señores al rey (o virrey). 56 Mientras que, por
un lado, con el aumento de las necesidades de la guerra, en el centro se vivió un

cambio tecnológico en el arte de la guerra, del arco al cañón y las pistolas, de la


guerra de caballería a una guerra en la que cargaba la infantería, y en la que, por lo
tanto, se precisaba mayor disciplina y un mayor grado de entrenamiento [...]. se iba
haciendo cada vez más clara la conveniencia de un ejército regular sobre formaciones
ad hoc. Dados estos nuevos requerimientos, ni los señores feudales individualmente,
ni las ciudades-Estado podían en realidad sostener o reclutar la fuerza humana
necesaria especialmente en una era de despoblación.57

Por otro lado, en la periferia la enorme cantidad de gente aglutinada en los primeros años
de la colonia posibilitó, como bien señala Ruggiero Romano, el uso intensivo de mano de
obra no-libre, aunque ahora incorporadas al naciente mercado capitalista del centro
europeo.58 La relación medieval de vasallaje, que en la Nueva España se denominó
encomienda, implica, a la vez que un orden económico-laboral, un orden miliciano.
Para Wallerstein «la creación de aparatos de Estado relativamente fuertes [como el
ejército] en lo que posteriormente se convertirá en Estados del centro de esa economía-
mundo capitalista» es un paso fundamental para la consolidación del capitalismo y
«donde Europa juega el papel central», 59 todo esto siempre unido a la revolución que
implicó la aparición de armas de fuego.

55 Le Goff, Una larga.


56 Ruiz Ibáñez, Las milicias.
57 Wallerstein, El moderno I. p. 48.
58 Romano, Mecanismos. pp. 35-78.
59 Wallerstein, El moderno I. p. 54.

36
La guerra en el centro capitalista era tan importante que Perry Anderson refiere que «a
mediados del siglo XVI el 80 por 100 de las rentas del Estado Español se destinaban a
gastos militares».60 Para Anderson la conformación de un ejército profesional es una de
las características primordiales del Estado Absolutista que a partir de ese mismo siglo
dominaría los escenarios europeos. Anderson comparte las advertencias sobre el “cambio
tecnológico” referido por Wallerstein: «El desarrollo de los cañones de bronce convirtió a
la pólvora, por vez primera, en el arma de guerra decisiva, y redujo a puro anacronismo
las defensas de los castillos señoriales».61
Bajo los entendidos anteriores podemos señalar y explicar que si hubo un país que se
catapultó gracias a la nueva tecnología militar y la creación de un ejército profesional fue,
efectivamente, España. La pólvora al servicio de la infantería de Carlos V transformó
totalmente los campos de batalla europeos. A finales del siglo XV Gonzalo de Córdoba
inició la reconfiguración del ejército imperial, dotándolo de más armas de fuego. En 1525
Carlos V aplastó a las fuerzas francesas en Pavía, el arcabuz se consagró a partir de
entonces como un arma determinante, infalible frente a la caballería pesada y que
combinado con la pica62 conformaría una década después una de las formaciones
militares más exitosas y legendarias: el tercio español.
A la par de la infantería armada con arcabuces, la combinación de cañones y barcos de
vela forjaría otra leyenda: La armada invencible. Para el investigador Carlo Cipolla «El
barco armado de cañones impulsado por la Europa atlántica en el curso de los siglos XIV
y XV fue el instrumento que hizo posible la saga europea». 63 La guerra naval es tan
importante para España que Braudel estima que «de 1534 a 1573, los armamentos
marítimos se han triplicado. En el momento de Lepanto hay entre 500 y 600 galeras
activas en el Mediterráneo (entre cristianas y musulmanas), es decir [...] de 150,000 a
200,000 hombres entre remeros, marinos y soldados». 64

60 Anderson, El Estado. p. 27.


61 Ibid. p. 16.
62 Keen, “Armas”. p. 364-366.
63 Cipolla, Cañones. p. 137.
64 Braudel, El Mediterráneo. p. 253.

37
Sin embargo esta discusión oculta algo muy importante: se está hablando en todo momento
del centro de la economía-mundo, no de la periferia. Francisco Castrillo Mazeres señala que
en 1534, cuando se conforman los tercios españoles «su fuerza era de 3.000 hombres en 12
compañías de 250. De las 12 compañías, 10 eran de piqueros y 2 de arcabuceros. En las
compañías de piqueros, dos tercios eran de picas y uno de arcabuces», 65 es decir en total
más de 1,300 arcabuceros, cien veces más, y hemos de suponer mejor dotados, que la
hueste de Cortés. Ni siquiera a la llegada de refuerzos con Pánfilo de Narvaez se alcanzó la
proporción de los tercios.
Para Weckmann «El nombramiento de un virrey (en 1535) fue prueba entre otras cosas
del deseo de la Corona de poner fin a un feudalismo anacrónico que iba echando raíces
en la Nueva España».66 Dentro de la historiografía dominante es posible pensar a la
hueste indiana con el carácter de ejército, dotándola de la disciplina y uniformidad de
dicha institución. El dilema encomenderos versus virreyes fue uno de los mayores
conflictos de la América Colonial, especialmente en sus primeros años, llegando al
asesinato del enviado del rey en Perú. No puede en ningún sentido verse la disciplina en
la hueste, el mismo Cortés se subleva al Gobernador de Cuba y gana a los hombres de
Narvaez -su enviado- sin combatir, corrompiéndoles. Son constantes las muestras de
indisciplina de la hueste cortesiana: ante la ausencia del extremeño Pedro de Alvarado
masacra a la nobleza indígena en el Templo Mayor, lo que pone fin a la paz entre
Tenochcas y Castellanos.

Para concluir este capítulo y proseguir con el análisis documental, tenemos que señalar que
es necesario abordar a la guerra como un fenómeno social complejo y altamente dinámico,
un espacio de interacción de distintos grupos sociales, pueblos indígenas y autoridades
españolas, en donde la guerra, a la vez que estructura y organiza, transforma a las
sociedades involucradas y no se restringe únicamente a una sucesión de batallas. Pues
además, según proponemos, la guerra sólo es posible a partir de las condiciones materiales
de la sociedad en donde se inserta, por lo cual abordar la dimensión tecnológico-material del
sustrato indiano es crucial para atestiguar la especificidad del fenómeno.

65 Castrillo, El soldado. p. 58.


66 Weckmann, La herencia. p. 88.

38
Podemos abordar esto desde lo general a lo particular, sirviéndonos del ordenamiento
centro-periferia propuesto por Wallerstein en El moderno sistema mundial, de esta
manera es posible pensar a la naciente Nueva España como sociedad periférica, es decir
de frontera. Hay que agregar que como concepto colonial la frontera es, entendida en los
términos de la época como una «zona de guerra, de límite variable». 67 Esta particularidad
«fronteriza» es, como bien señala el historiador norteamericano Clarence Haring,
producto de la expansión castellana al término de la reconquista, por lo cual la periferia se
amplió hacia América, el Nuevo Mundo:

De hecho, esta nueva frontera se impuso a los castellanos precisamente en el


momento en que la frontera mora desaparecía por completo de la península, con la
captura de Granada por parte de los ejércitos de Fernando e Isabel en 1492. La
distante frontera americana, entonces, requería ser establecida y defendida; estaba
expuesta a peligros de los infieles como lo había sido la frontera cristiana en la Castilla
Medieval.68

Al ser una sociedad de frontera, la novohispana es, por tanto, una sociedad
fundamentalmente guerrera. Esta otra característica de la sociedad novohispana, el
aspecto miliciano, debe enmarcarse en el conjunto de instituciones y tradiciones
medievales que autores como Clarence Haring, Luis Weckmann o Silvio Zavala señalaron
desde hace varias décadas. Es decir que si bien Europa vivió por estas mismas fechas
transformaciones profundas que culminaron en el establecimiento de ejércitos
profesionales, en nuestro continente las instituciones medievales lejos de desaparecer
fueron fortalecidas.
Además, La Nueva España fue, a la par de una sociedad periférica, una sociedad
medieval. En este sentido es importante declarar que la medievalidad, como orden social,
implica formas específicas de hacer la guerra basadas en corporaciones armadas de
vecinos que prestan servicio de defensa a la Corona y a la Ciudad, esta particular
conformación se denominó de forma genérica milicia, y permaneció operante a lo largo de
los tres siglos coloniales. 69 Esta institución americana ha sido estudiada en varios
67 Gago-Jover, Vocabulario militar. Entrada para “frontera”.
68 Haring, El imperio. 37-38.
69 Ruiz Ibáñez, “Introducción”.

39
capítulos del libro compilado por José Javier Ruiz Ibañez Las milicias del rey de España:
sociedad, política e identidad en las monarquías ibéricas, 70 en el cual se remarca el papel
de las participaciones de particulares en la defensa del imperio Ibérico especialmente en
sus fronteras. Su aportación es importante ya que desvela la potencialidad política de los
vasallos del Rey al momento de tomar las armas, de esta forma se comenta en sus
capítulos, existía una constante negociación entre el Estado-Real y las bases
corporativas, que según el caso entraban de lleno o no en la guerra para defender el reino
y su ciudad.
No obstante esta aparente autonomía miliciana la Nueva España era una entidad
política fuertemente dependiente del rey, pues este «tenía no sólo los derechos soberanos
[sobre América], sino también los derechos de propiedad; era el propietario absoluto, la
única cabeza política, de sus dominios americanos [...] cada privilegio y posición,
económica, política o religiosa, emanaba de él». 71 El mecanismo por el cual se articuló el
Nuevo Mundo a la metrópoli dependió de las relaciones de vasallaje propias del
feudalismo, pues «al exportar su modelo urbano, los españoles también trasladaron el
sentido de los vecinos de pleno derecho como defensores de la tierra a las otras
fronteras72 es decir que correspondía a los colonos de los territorios de frontera ejercer la
defensa de su territorio.
Continuando con estas particularidades hay que señalar que, como refiere Susan
Schroeder, La Guerra de Conquista en Mesoamérica implicó la articulación de las
poblaciones originarias en las campañas militares. 73 Entender que el proceso de
Conquista de estas tierras fue obra no sólo de un puñado de españoles medievales que
combatían en la frontera, sino además de numerosos ejércitos indígenas aliados, es un
punto que, aunque importantísimo para la guerra americana, queda por fuera de los
intereses de esta investigación. Sin embargo hay que reiterar que la característica
esencial de la medievalidad es el vasallaje, relación económica de la que se desprende
una forma particular de hacer la guerra: la milicia. Si la Guerra de Conquista es una forma

70 Ruiz Ibáñez, Las milicias.


71 Haring, El imperio. p. 16.
72 Ruiz Ibáñez, “Introducción”. p. 31.
73 Schroeder, “Introduction”. p. 5.

40
específica de guerra medieval, en la Guerra de Conquista Mesoamericana el fenómeno
de las milicias indígenas es una sus peculiaridades.

Con lo arriba mencionado queremos recalcar que la posibilidad miliciana de la hueste


indiana, requirió de una base material, tecnológica, económica y logística en las cuales
transcurrieron las batallas: El armamento. Dependiente la sociedad novohispana, como
colonia que era, del abasto monopólico de la metrópoli, y siendo la tecnología indígena
sustrato desde donde se inserta, debe ponerse especial atención en este aspecto “nativo” de
la capacidad material de hacer la guerra y en los orígenes y disponibilidad de armamento
enviado desde Europa. Debemos además caracterizar a esta forma específica de hacer la
guerra para lo cual usaremos el adjetivo “indiano”, siguiendo a Zavala, entendiéndolo como la
manifestación específica de los conquistadores españoles en las Indias y lo diferenciaremos
de los contingentes “indio-cristianos”, al referirnos a las tropas de “indios amigos”, que
acompañaron a la hueste europea.

41
CAPÍTULO II
TRIBUTACIÓN INDÍGENA PARA EL ABASTECIMIENTO DEL ARMAMENTO INDIANO

Si por un lado tenemos “retratado” al conquistador europeo en la historiografía tradicional,


documentada durante las páginas precedentes, por otro, diversos documentos jurídico-
administrativos nos ayudan a revelar una imagen completamente distinta de este mismo
sujeto. Para alcanzar a reconstruir esta nueva imagen hemos de seguir las
recomendaciones metodológicas de Zavala, Contamine y Oudijk que esbozamos en la
introducción. A estas tendríamos que agregarles las aportaciones de los historiadores
norteamericanos Richard y Shirley Flint, cuyos planteamientos sobre los documentos
coloniales han sido soportes fundamentales para este ejercicio de investigación. 74
Si es justamente la imagen del guerrero forrado de metal la más frecuentemente
asociada al conquistador español, nos parece apropiado, por tal motivo, iniciar nuestra
exposición señalando qué es lo que podemos indagar al respecto a través de la
metodología propuesta. Uno de los documentos más reveladores para esta investigación
es el Alarde, o pase de lista, realizado en 1540 en Nueva Galicia, con motivo de la partida
de la expedición de Francisco Vázquez de Coronado hacia la “Tierra Nueva”, en el
suroeste de Estados Unidos. 75 En dicho alarde se tomaron anotaciones de los armas,
ofensivas y defensivas, de los europeos que participaron en dicha conquista. Al respecto
retomamos a Flint y Flint cuando, comentando el alarde de la expedición de Coronado,
concluyen que aunque

La imagen prevaleciente de la apariencia de la expedición de Coronado es la de una


tropa de caballeros acorazados, de apariencia medieval. El alarde manuscrito ofrece
abundante evidencia de lo contrario. Desde luego que los indios mexicanos que
conformaron el grueso de la expedición no lucían como caballeros europeos, pero ¿y
qué hay de los miembros europeos? De los 285 hombres registrados en el alarde sólo
61 declararon tener armadura de estilo europeo. En casi todos los casos esta era de
cota de malla. Apenas un puñado de hombres tenía algo parecido a una armadura
completa. Sólo 45 hombres poseían cascos estilo europeo y muchos de ellos eran

74 Flint, “What’s missing”.


75 AGI, Guadalajara, 5, R.1, N.7, Flint y Flint, Documents. pp. 152-163.

43
hombres quienes también tenían armadura para el cuerpo. Algunas otras pocas piezas
de armadura europea fueron llevadas a la expedición […] pero la mayoría de los
hombres listados en el alarde no tenía armadura europea alguna.76

Los sorprendentes resultados de esta investigación, en la cual se señala que


únicamente el 10% de los hombres presentaba armaduras de metal, nos hace
cuestionarnos desde ya la imagen tradicional del Conquistador. Es factible pensar
entonces en que, siguiendo a Guy Rozat, realmente casi ninguno de los «caballeros
españoles de los primeros tiempos de la Conquista fueron revestidos de este aspecto
terrible y brillante de las armaduras de hierro». Y que si en realidad hubo algún
equipamiento de este tipo «Las vistieron sólo algunos años después de la Conquista,
cuando, con el oro rescatado, los principales conquistadores pudieron importar o mandar
hacer estas preciosas armaduras que lucían en los desfiles», 77 y como bien advierten los
Flint, «aparte de la docena de miembros de élite de la expedición, la mayoría de los
miembros de la expedición no tenían ninguna», 78 es decir que efectivamente, sólo los
miembros más adinerados de la hueste conquistadora podían adquirir piezas de este
estilo, y estos eran una minoría, aun considerando que para 1540 el proceso de conquista
ya se hallaba consolidado.

Pero los altos precios del hierro y su rareza no son sino una generalidad, según hemos
podido constatar, de una impresionante falta de elementos de metal de todo tipo, que se
debió a diversos factores, algunos muy distintos entre sí, pero que pueden ser entendidos a
partir de la condición periférica, colonial y medieval de la Nueva España y su interacción con
el centro. El primero y quizá más importante de estos factores es el miedo latente, y real, que
los representantes de la Corona tenían con respecto al desvío de fondos que sus súbditos
encomenderos podían hacer de los impuestos al oro.
Silvio Zavala refiere como una de las primeras medidas para evitar los fraudes fue la
promulgación de una real cédula en 1526, ratificada por el cabildo novohispano un año
después, la cual «prohibió la existencia de plateros en la Nueva España». Dicha medida

76 Ibid. pp. 137-138. Traducción nuestra.


77 Rozat Dupeyron, Indios imaginarios. p. 290.
78 Flint y Flint, Documents. p. 665, n. 10. Traducción nuestra.

44
«tenía por objeto evitar que hubiese fuelles e instrumentos de fundir fuera de las
fundiciones reales, y obedecía a los avisos que se recibían sobre la existencia de
fraudes».79 La falta crónica de moneda metálica durante la primera etapa colonial, incluso
en la etapa antillana, generó que los españoles recurrieran a pagar el “peso” equivalente
de las monedas en oro sin acuñar. De esta manera una moneda imaginaria, el abstracto
peso, se convirtió en real, producto de la necesidad de intercambio mercantil en las
colonias. Además en la periferia el dinero representaba unas equivalencias distintas a las
de la metrópoli, por ejemplo, el castellano, que en España valía 485 maravedíes, en las
colonias valían 500.80
Esta prohibición impactó a todo el espectro metálico, incluyendo desde luego al hierro y
a las armas. Es por este motivo que los españoles en sus inventarios son tan minuciosos
que cuentan cada clavo, cada aguja y en general cada valioso instrumento de hierro que
es cargado en sus naves. Los documentos reflejan además que el acero era aún mucho
más escaso que el hierro. 81 Es sabido que entre los bienes más preciados al inicio de la
Colonia se encontraban los caballos, porque estos, al igual que el hierro, debía ser
importado desde la Península. Es por eso que un caballo podía costar 300 pesos de oro,
el doble que un esclavo,82 pero las piezas realmente costosas eran las fraguas, llegando a
un valor de 600 pesos de oro, 83 considerando que el precio de una nave de la armada de
Cristobal de Olid oscilaba entre 1000 y 700 pesos. 84 Este encarecimiento de hierro
explica, en parte, por qué sólo los conquistadores más adinerados podían permitirse
adquirir armaduras de Castilla.
Pero la prohibición era sólo un parte del problema, pues si los europeos en América
deseaban adquirir bienes metálicos tenían que importarlos directamente desde Europa,
dado el monopolio mercantil que se ejercía en las colonias, al grado que «La importación
de artículos de hierro fue uno de los renglones duraderos del comercio con la
metrópoli».85 Todavía en 1586, un periodo muy alejado de nuestro estudio, un documento
79 Zavala, El servicio. p. 178
80 Orozco y Berra, Moneda. pp. 2-5.
81 Martínez, Documentos III. p. 116-133.
82 Martínez, Documentos I. p. 491 n. 1.
83 Ibid. p. 501
84 Ibid. p. 320
85 Zavala, El servicio. p. 174.

45
del Archivo General de Indias da cuenta de la necesidad de importar las armas de hierro
desde las herrerías en Vizcaya.86

Antes de continuar analizando cómo es que, ante tal panorama, los españoles resolvían la
carencia crónica de bienes de metal, es necesario hacer un paréntesis para profundizar en la
paradójica y compleja historia de los metales americanos. Una advertencia primordial es que
no todos los metales son iguales, y que estos pueden ser diferenciados por su valor
intrínseco, tomando el polo de metales preciosos el oro, la plata y disminuyendo su valor
hacia el cobre, hierro, estaño, plomo. Pero a pesar de algunas diferencias, los metales
comparten características físico-químicas que los hacen únicos. Entre sus principales
atributos se encuentran que, aunque son resistentes, también son maleables, aunque son
sólidos pueden ser fundidos, aunque ya estén forjados se pueden recuperar y refundir y
también pueden unirse en aleaciones.
Estas características comunes de los metales nos señalan una segunda advertencia, y
es que el punto de fusión del oro y del hierro, se hallan también en polos opuestos, de
modo que difícilmente se puede fundir hierro en el taller del orfebre o del platero, pero sí
se puede fundir oro, sin ninguna complicación, en la fragua del herrero. Estas
convergencias y divergencias llevaron, en el periodo colonial temprano, a un círculo
vicioso del metal americano, pues no se podía fundir moneda porque no había
fundiciones, porque la corona tenía miedo de fraudes, entonces no se podía fabricar
moneda... De la misma manera no se podían importan fraguas para fabricar armas a
España, porque la corona tenía miedo de fraudes, entonces no había monedas ni armas
por que no había fraguas, etcétera.
La única salida aparente de la autoridad colonial a este bucle fue la regulación de las
fundiciones al crear una Casa de Moneda que centralizaba el proceso, de modo que sólo
ahí pudiese fundirse metal y tener un mayor control del mismo, otro punto fue la
consolidación del monopolio del hierro, de modo que para adquirir bienes metálicos estos
se tuvieran que comprar en España, reduciendo el riesgo así de tener fraguas en las que
se pudiera fundir, además de hierro, oro. En cambio en la fundición de la Casa de
Moneda, por principios técnicos, sólo se podía fundir oro, más no hierro. Un último punto

86 AGI, Indiferente, 741, N.71.

46
que ya hemos señalado fue la prohibición del oficio de platería, pues se corría el riesgo de
que se fundiera metal “por la libre”. Este caos metálico, aunque aparentemente
metropolitano impulsa la conformación de dos esferas muy diferentes, la “de Castilla” y la
“de la tierra”, es decir la nativa, por nombrarlas usando términos muy comunes en los
documentos del siglo XVI.
Dentro de la primera esfera se ha señalado como la falta de moneda era constante.
Los españoles lidiaron con este problema partiendo fracciones del metal en pasta en
“pesos”, como ya hemos referido, pero además, como comenta Zavala, esta carencia
orilló a los españoles a acuñar rústicamente sus propias monedas, toscas y martilladas,
conocidas con el nombre de Macuinas, muchas de la cuales se fabricaban sin el
consentimiento real.87 En el plano jurídico ya desde 1525 se solicitaba a la Corona la
creación de una Casa de Moneda, una de las razones que los europeos argumentaban,
para la creación de la casa, es que los indígenas novohispanos se beneficiarían de «la
moneda por que las que usan son mantas, cacao, maíz, y para llevarlas de un mercado a
otro emplean muchos esclavos que todos tienen, y sentirían gran bien en poder cada uno
llevar en su bolsa lo que en cien indios no llevarían». 88
Sin embargo, el bienintencionado deseo de los españoles nunca se cumplió, aun
cuando en 1535, una década después de solicitada, sí se fundó una Casa de Moneda. En
la real cédula que ordena su apertura se especificaba que se debía acuñar moneda
fraccionaria, es decir de baja denominación, pero esta acuñación de moneda de bajo
valor no tuvo el éxito esperado y dejó existir a los pocos años. Esta introducción de
moneda “menuda” lejos de representar, como pretendían los europeos, un beneficio para
los indígenas, constituyó su consagración al sistema feudal de vasallaje y servicio
personal, pues como bien señala Zavala los españoles pronto argumentaron que los
indios no debían poseer moneda, pues la moneda de bajo valor

perjudicará a las rentas reales y a todos los conquistadores y pobladores que tienen
pueblos encomienda y a todo el común; si se acuña, los pueblos que dan tributos de
cacao, mantas, algodón, maíz, no rentarán nada, ya que los indios en sus tratos no
querrán esos frutos, sino dineros, por que son codiciosos y haraganes. Se perderán

87 Zavala, El servicio. p. 180.


88 Ibid. pp. 175-176.

47
los cacahuatales, algodonales, y nadie querrá criar [ganado], pues habiendo moneda
no ha de valer cosa alguna; desaparecerán las contrataciones de los españoles del
cacao y mantas, que sustentan a mucha gente.89

Finalmente el cabildo pidió al Virrey Mendoza, en 1550, que

cómo la moneda que se ha hecho en esta ciudad de plata y cobre se quite, pues está
visto por experiencia el gran daño que de haberla hay en toda Nueva España, por
haber sido y ser causa de toda la soberbia y codicia que los naturales tienen, y de se
haber dado al oficio y mercancía de tal manera que han dejado de cultivar la tierra y
usar los oficios mecánicos en que se ejercitaban y ganaban de comer y tenían
próspera república y reino, y así de todo hay tanta penuria que no hay república más
perdida que ésta en todo el mundo, faltándole como le faltan los bastimentos de trigo y
maíz y todas las cosas de comer y servicio necesario, de tal manera que si en esto no
se da orden y se pone concierto y asiento, no se pueda sufrir ni permanecer en esta
ciudad y vecinos della, y de ser así lo que está dicho esta ciudad se ofrece a probarlo90

Ruggiero Romano, basado en Zavala y en el acta arriba referida, señala que este texto
explica bien la voluntad política de la Nueva España: «se comprendió rápidamente que si
se quería guardar el control de los indios como fuerza de producción [servil] había que
excluirlos de la economía monetaria, y el único acceso a la monetarización lo constituía
sólo la pequeña moneda». Romano continúa declarando que «El verdadero problema no
es la “soberbia y codicia” de los indios, sino otro. Es falso que los indios ya no trabajen la
tierra y ya no se apliquen a los “oficios mecánicos”», sino que radicaba en que de esa
manera pasaban de ser vasallos obligados a la servidumbre a trabajadores libres,
«transformándose en agentes económicos, autónomos gracias a la pequeña moneda,
pues esta constituye la pasarela a través de la cual una población llega a la “mercancía” –
es decir, a la economía monetaria–».91
De esa manera se consagraron dos grandes esferas económicas novohispanas: La de
Castilla, capitalista, ligada a la metrópoli, propia de los españoles, en donde existen las

89 Ibid. p. 272.
90 Ibid.
91 Romano, Moneda. p. 135.

48
mercancías, el trabajo libre y las transacciones se realizan con moneda metálica y la “de
la tierra”, feudal, periférica, tributaria, propia de los indígenas, donde impera el servicio
personal y el vasallaje y donde el pago se hace por truque de mantas, algodón o cacao.
Pero lo que vuelve realmente compleja a esta trama es que los indígenas novohispanos
contaban, desde épocas prehispánicas, con su propio conocimiento metalúrgico, con
«metal de la tierra» como señalan los documentos.

Aportaciones de la metalurgia indígena al bastimento española

La metalurgia mesoamericana es uno de esos bastiones poco recuperados por la


arqueología, todavía hoy la obra clásica de este tema, Métallurgie précolombienne, publicada
en 1946 por Paul Rivet y Henri Arsandaux, no ha sido traducida al español. Sin embargo no
es difícil traer a la memoria las diversas piezas de joyería del periodo posclásico
mesoamericano y sobre el tema debemos decir que fueron los tarascos de Michoacán los
principales impulsores de la tecnología del cobre y bronce mesoamericano, metal que
llegaron a fabricar de diversas aleaciones. En el plano de la orfebrería fueron los mixtecos,
influyentes en toda la zona oaxaqueña, quienes desarrollaron con gran maestría diferentes
técnicas, entre las cuales la más famosa es el modelado en cera perdida que les permitió
recrear joyas de oro, cobre y plata de gran belleza y complejidad.92
Este conocimiento metalúrgico se engarzaría, según proponemos, con las una de las
dos esferas referidas en los párrafos anteriores, situándose el cobre y el oro
mesoamericanos, los llamados metales de la tierra, en el plano periférico y otros metales
como el hierro y el plomo, los de Castilla, en el orbe metropolitano. Esto último no quiere
decir que el oro o el cobre no puedan co-existir en su contra parte europea, pero como se
comentó antes y como se profundizará adelante, las diferencias técnicas, y aún los
aspectos económico-mercantiles, para la fundición y trabajo del oro, cobre o plata
polarizaron el espectro metálico, diferenciándolo del trabajo del hierro.
De esta manera una de las estrategias que utilizaron los conquistadores para suplir la
falta de moneda, y de metal en general, fue utilizar aleaciones nativas, conocidas como
monedas de oro tepuzque, el nombre nahuatl para los metales en general. Este oro de

92 Horcasitas de Barros, Una artesanía.

49
tepuzque contenía mayores o menores grados de aleación con cobre, una combinación
muy usada en tiempos prehispánicos y que arqueológicamente recibe el nombre de
tumbaga o guanín. Dicha mezcla, que podía incluir también plata, creaba diversas
posibilidades que hacían más fácil de trabajar el metal: al agregar al cobre una pequeña
cantidad de oro se baja su punto de fusión, pero al martillarlo, se aumenta su dureza. 93
También, durante el breve periodo de acuñación de moneda de cobre no sólo utilizó
metal extraído por los indios en encomienda, sino que monedas de este metal fueron
acuñadas por los mismos michoacanos, expertos hasta el día de hoy en el trabajo con
cobre.94 Este conocimiento mesoamericano del trabajo del oro también fue aprovechado
por Hernán Cortés, quien ante la falta, y prohibición de plateros, fundió oro en secreto,
«sin pagar los impuestos, con los indios plateros de Culoacán». 95
Aunque los casos más sorprendentes, sobresalientes e importantes para este estudio
son aquellos en que fueron los indígenas mesoamericanos los que abastecieron a las
tropas hispanas de metales para sus armas.

Este sistema, fruto en parte de la escasez y altos precios de bienes de hierro, resultó mucho
más provechoso para los españoles, debido a la abundancia de cobre nativo y a que en
realidad no tenían que pagar por este metal, pues formaba parte de los tributos que los
indígenas hicieron, desde fechas muy tempranas, a la hueste conquistadora. A lo largo de
nuestra investigación hemos podido recuperar varios casos en los que esto sucedió, dos de
los episodios más tempranos están narrado por el mismo Bernal Díaz del Castillo, el cual
describe como en la región de la Chinantla ordenó a unos indios amigos que hicieran unas
lanzas con “hierros”, es decir puntas, de cobre para hacer frente a los hombres de Pánfilo de
Narváez.

Ansí como Cortés tuvo noticia de la armada que traía Narváez, luego despachó un
soldado que había estado en Italia, bien diestro de todas armas y más de jugar de una
pica, y le envió a una provincia que se dice los Chinantecas, junto a donde estaban
núestros soldados los que fueron a buscar minas porque aquellos de aquella provincia

93 Hosler, Los sonidos.


94 Zavala, El servicio; Horcasitas de Barros, Una artesanía.
95 Zavala, El servicio. p. 178.

50
eran muy enemigos de los mejicanos, e pocos días había que tomaron nuestra
amistad, e usaban por armas muy grandes lanzas, mayores que las nuestras de
Castilla, con dos brazas de pedernal e navajas, y envióles a rogar que luego le
trujesen a doquiera que estuviese trecientas dellas e que les quitasen las navajas, e
que pues tenían mucho cobre, que les hiciesen a cada una dos hierros; y llevó el
soldado la manera que habían de ser los hierros. E como luego de presto buscaron las
lanzas e hicieron los hierros, porque en toda la provincia a aquella sazón eran cuatro o
cinco pueblos, sin muchas estancias, las recogieron e hicieron los hierros muy más
perfectamente que se los enviamos a mandar. […] Pues venido nuestro soldado Tobilla
con las lanzas, eran muy extremadas de buenas, e allí se daba orden y nos imponía el
soldado e amostraba a jugar con ellas, e cómo nos habíamos de haber con los de a
caballo.96

Más adelante y ya en vísperas de la toma de Tenochtitlán, Bernal vuelve a describir


como, ante la falta de munición para las ballestas

Cortés mandó a todos los pueblos nuestros amigos questaban […] cerca de Tezcuco
que en cada pueblo hiciesen ocho mili casquillos de cobre, que fuesen buenos, según
otros que les llevaron por muestra, que eran de Castilla; y ansimismo les mandó que
en cada pueblo le labrasen y desbastasen otras ocho mili saetas de una madera muy
buena, que también les llevaron muestra, y les dio de plazo ocho días para que las
trujesen, ansí las saetas como los casquillos, a nuestro real, lo cual trujeron para el
tiempo que se los mandó, que fueron más de cincuenta mili casquillos y otras tantas
mili saetas, y los casquillos fueron mejores que los de Castilla. Y luego mandó Cortés
a Pedro Barba, que en aquella sazón era capitán de ballesteros, que los repartiese,
ansí saetas como casquillos, entre todos los ballesteros, e que les mandase que
siempre desbastasen almacén y las emplumasen con engrudo, que pega mejor que lo
de Castilla, que se hace de unas como raíces que se dice zacotle.97

En 1524, como parte de los gastos de la Armada de Cristobal de Olid, enviado de


Cortés a las Hibueras, se anotaron «doce mil casquillos de ballesta» los cuales resultan
interesante por que se les diferencia de los «sesenta dados de hierro» anotados a

96 Díaz del Castillo, Historia, 1982. pp. 283-284. Cursivas nuestras.


97 Ibid. p. 405.

51
continuación.98 Creemos que esta distinción se debe a que los casquillos eran de un metal
diferente, muy probablemente cobre. Más adelante en 1525, un periodo de caos
provocado por la ausencia de Hernán Cortés que partió a combatir a Olid, el contador
Rodrigo de Albornoz se quejaría ante el emperador de como los indios «vivos de ingenio»
y por encargo de los españoles, hacen picas de metal, suponemos de oro tepuzque, para
armar a los mismos españoles que se encontraban sumidos en conflictos internos,
escandalizando a Albornoz por el mal ejemplo que se daba a los indígenas de la
convivencia entre «cristianos» y poniendo en duda a la autoridad colonial.

[los indios] saben hacer picas con oro que dan á los cristianos ; porque en las
diferencias que en estas partes ha habido y hay entre los vasallos que han venido ,
para señorear unos á otros y gobernar , hanse valido de los Indios y ayúdanse dellos
unos cristianos contra otros , y así demás de ser una cosa muy mal hecha y digna que
V. M. la mande muy reciamente castigar , muestran á los Indios á pelear , para que un
dia que les esté bien ó tengan aparejo no dejen cristiano con nuestras mismas
armadas y ardides ; y puede V. M. creer que si no lo manda luego remediar ,
castigando á los cristianos que han sacado y valídose de Indios contra otros
cristianos , y dádoles armas , y prohibiendo so grabes penas que ninguno sea osado
de lo hacer , so pena de muerte y perdimiento de bienes ,que esta tierra antes de
mucho tiempo se perderá.99

Aunque alejado de nuestro estudio vale la pena referir, muy someramente, una
situación muy similar sucedida en el contexto de las luchas entre almagristas y pizarristas
en Perú, en donde a falta de acero los expertos metalurgistas andinos fundieron, a pedido
de los españoles, lanza, picas, coseletes y otras piezas de armaduras de bronce y plata,
«con tal maestría que […] parecían salidos de Milán». 100
Retomando nuestro estudio, cerca de 1530, diez años después de la toma de
Tenochtitlán y cinco del incidente relatado por Albornoz, el conquistador Nuño de
Guzmán, al igual que Cortés con los texcocanos y chinantecos, se valdría del servicio de

98 Martínez, Documentos I. p. 322.


99 Albornoz, “Albornoz ‘Carta...’” pp. 504-505.
100 Salas, Las armas. p. 243 y notas 20-21 en p. 261

52
sus aliados purépechas en Michoacán, para encomendarles la fabricación de cientos de
«flechas de casquillos de metal» en su futura conquista de Jalisco. 101
Encoramos después otro caso muy similar de esas mismas fechas. Gracias a los
documentos emanados del pleito entre Hernán Cortés, el pueblo de Huexotzingo y la
Primera Audiencia presidida por Nuño de Guzmán, es que podemos saber que este último
solicitó en tributación diversos bastimentos para su tropa, entre ellos «4.000 arquillos de
saeta de tepuzque y metal de la tierra» (fig. 1). 102 Este impuesto en especie se encuentra
representado también en el llamado Códice Huexotzingo.
Es un hecho notable que uno de los mayores indicadores arqueológicos de la
presencia hispana del colonial temprano sean justamente los casquillos de saetas. No
debería sorprendernos, frente al panorama antes documentado, que la mayoría de estos
casquillos arqueológicos sean de cobre. Inclusive, como lo señala la arqueóloga Diane
Lee Rhodes los casquillos de saeta descubiertos en Nuevo México, pertenecientes a la
expedición de Coronado, eran diferentes a los la encontrados en Florida de la expedición
de Hernando de Soto, también alrededor de 1540, pues aunque similares en su forma
mientras que los casquillos de la expedición de Soto, que partió de Cuba, son de hierro,
los de Coronado, que salió de México, fueron hechos de cobre. Rhodes considera que
«esa diferencia puede ser resultado de su manufactura novohispana o con materiales y
tecnologías de la Nueva España» y señala que su método de fabricación fue diferente al
que se usaba en Europa en esa época.103 Para el caso de la Guerra del Mixtón, la
arqueóloga Angélica Medrano Enriquez también pudo localizar algunos casquillos de
bronce.104
Sabemos, por distintos documentos, que la producción de «metal de la tierra» continuó
a lo largo de las primeras décadas de la Conquista. Entre los objetos para el rescate de
diversos bienes que fueron llevados para la armada que envío Hernán Cortés a las
Molucas, en 1527, encontramos «doscientas hachas de cobre», famoso instrumento de
truque indígena, «seis arrobas de metal de Mechuachan rico», «rodelas de Mechuacan»,

101 Alcalá, Relación. f. 54v y 56v.


102 “Tributos a Hernán Cortés y a la corona, servicios de indios a miembros de la Primera Audiencia,
pueblo de Guaxucingo, 1531” citado en Zavala, Tributos. p. 59.
103 Rhodes, “Coronado Fought”. p. 49.
104 Medrano Enríquez, Arqueología. p. 125.

53
«cien diademas del mismo metal y cien brazaletes» y «cinco arrobas cinco granos de
cascabeles de la tierra de metal».105 También, cerca de 1550, tenemos los registros de un
mercado de Coyoacán donde se vendía tepuzque. 106
Este tipo de evidencia, contrastada con las listas de productos de Castilla, en donde
prácticamente la totalidad de las importaciones son de hierro, algunas poquísimas de
acero, y ninguna de cobre, quizá con excepción de instrumentos para procesar caña y
alcohol,107 nos hace pensar que muy probable todos los bienes de cobre e incluso bronce
de los españoles, especialmente los casquillos de las saetas para ballestas, hayan sido
de manufactura indígena, sobre todo durante la parte inicial del periodo colonial.
En las páginas anteriores hemos descrito cómo el modelo colonial operaba para el
bastimento de ciertas armas de metal. También, al inicio de esa exposición, señalamos
que las armaduras castellanas eran pocas y caras, situación que se agravaba por la
condición periférica de la Conquista en América. Además referimos que, tomando de
ejemplo la expedición de Coronado, sólo el 10% de los españoles enlistados contaban
con armaduras de estilo europeo y sin embargo no hemos respondido cómo es que se
armaron entonces el restante 90%. Ha llegado pues el momento de aclarar tal duda.

Con las armas de la tierra

De la misma manera que los conquistadores distinguían entre «gallinas de Castilla» y


«gallinas de la tierra», es decir los guajolotes, de igual modo que separaban el «metal de
la tierra», es decir el tepuzque, del metal vizcaíno, los conquistadores europeos, en
diversos documentos, dan cuenta de la diferencia entre «armas de castilla» y «armas de
la tierra». Fue justamente con estas «armas de la tierra» con las que se armaron el 90%
de los hombres de la expedición de Coronado en 1540. La importancia de estas «armas
de la tierra», llamadas ichcahuipilli en nahuatl, fue tan grande que incluso el Diccionario
de la Real Academia de la Lengua acepta el nahualismo escaupil, que define como «Sayo

105 Martínez, Documentos I. pp. 492-493, 495-496.


106 Anderson, Berdan, y Lockhart, Beyond. p. 138.
107 Martínez, Documentos III. p. 120.

54
de armas acolchado con algodón, que usaban los antiguos mexicanos y que los
conquistadores adoptaron para defenderse de las flechas». 108
Las razones de la amplia difusión del ichcahuipilli entre los indianos se debe a diversos
factores, entre los que encontramos lógicamente la poca disponibilidad de hierro, el
menor costo de las armaduras indígenas, debido a que se entregaban como tributo a los
encomenderos, la relativamente sencilla fácil fabricación y su fácil mantenimiento, pues al
ser en mayor parte de tela no se oxidaban y podían ser costurados sin grandes
complicaciones. Los escaupiles no sólo fueron usados por los conquistadores más
pobres, al combinar las características de menor mantenimiento, menor costo y mayor
eficiencia, también resultaron útiles por los conquistadores más adinerados. Así
encontramos en el inventario de los bienes de Cortés, luego de su muerte en 1547,
«cuatro piezas de colchas para hacer escaupiles para la guerra» y «nueve cosetes
escaupiles de la misma suerte».109
Tal parece ser que fue en 1514, durante la conquista del Darien y Castilla del Oro, que
los españoles tuvieron un primer acercamiento con los escaupiles. 110 Aunque fue luego de
la muerte de la mitad de los exploradores de la expedición de Hernández de Córdoba, en
1517, que los españoles adoptarían sistemáticamente el ichcahuipilli. En la nueva flota, de
1518, al mando de Juan de Grijalva, los conquistadores, con el algodón de La Habana,
fabricaron «armas muy bien colchadas, porque son buenas para entre indios, porque es
mucha la vara y flecha y lanzadas que daban». 111 De esta manera, como señala Alberto
Mario Salas «La adopción estaba realizada. Por fin había hallado el conquistador un arma
que lo defendiera eficazmente de las flechas sin ofrecer los grandes inconvenientes e
imposibilidades de la cabal armadura de acero», 112 una armadura, el escaupil, que en
términos tecnológicos es muy parecida al moderno chaleco antibalas de Kevlar, pues su
mayor propiedad radica en no confiar en la dureza del material para detener el golpe de
un proyectil, como los petos de metal, sino en distribuir la fuerza del impacto, aminorando
así el daño causado.

108 Diccionario de la lengua. Entrada para “escaupil”.


109 Martínez, Documentos IV. p. 386.
110 Salas, Las armas. p. 251.
111 Díaz del Castillo, Historia, 1982. p. 59.
112 Salas, Las armas. p. 251.

55
Como hemos comentado la adopción del este sayo de armas de la tierra fue
sistemática, no sólo la encontramos entre las expediciones de 1518 y 1519, también entre
los gastos de la armada que Cortés envió a las Molucas, en 1527, se contemplan «mil e
doscientas piezas de ropa, entre ella cuatrocientas colchas», 113 que pudieron servir para
fabricar escaupiles, como se observó en los bienes de Cortés de 1547, posteriormente en
1529 Nuño de Guzmán solicitó al Calzontzin de Michoacán la fabricación de 400 «jubones
de algodón».114 Philip Powel también incluye «piezas de algodón acojinadas» entre las
armaduras comunes de los soldados de la Guerra Chichimeca 115 y Alberto Mario Salas
señala que en Brasil el escaupil «aún era usado en las luchas con los indios de la primera
mitad del siglo XIX» y que

Se vistió el escaupil en la conquista de México, de la Florida, el Darién, toda la Tierra


Firme, Nuevo Reino de Granada, Perú y Tucumán. Lo usaron los soldados de
Coronado cuando por el Nuevo México buscaron las siete fantásticas ciudades de
Cibola, y los de Gonzálo Pizarro cuando entran en el corazón boscoso de América en
busca de la Canela, y Orellana se llega al mar siguiendo el curso del Amazonas. Se le
llama por entonces escaupil, sayo estofado, armas de la tierra o simplemente armas, y
Aguado, con audacia de vanguardista llega a decirle metal al algodón.116

Por lo anterior expuesto, es importante rematar que las opiniones de Mario Salas son
paralelas a las advertencias que Flint y Rozat han emitido con respecto a la ausencia de
armaduras de metal. Fue tan amplia la adopción del ichcahuipilli que Salas concluye que
«podríamos afirmar, en términos generales, considerando la gran dispersión de estas
armas de algodón, que la iconografía de la conquista es un engaño», 117 pues en ningún
documento pictórico de la época se representa a los españoles protegiendo sus cuerpos
con esta armadura indígena.

113 Martínez, Documentos I. p, 497.


114 Alcalá, Relación. f. 56v.
115 Powell, La Guerra. p.137.
116 Salas, Las armas. p. 255.
117 Ibid. p. 252.

56
Sin embargo el «jubón de algodón» no fue la única adopción de los indianos a su panoplia.
Aunque esta apreciación está dificultada por la naturaleza misma de las fuentes, muchas
veces ambiguas o poco claras, por que algunos de los equipamientos que usaron los
españoles no siempre estaban acompañados del sufijo que aclarara su procedencia, y por
que frecuentemente hacen uso de homónimos que dificultan su caracterización.
Un caso muy significativo de lo anterior son las rodelas, los tradicionales escudos
circulares de los conquistadores; Entre los inventarios de la armería particular de Hernán
Cortés encontramos «veintiocho rodelas negras, de las que se hacen en Teguantepeque,
según dijeron, con las manijas de venado», 118 y que apoyándonos en las investigaciones
de la restauradora María Olvido Guzmán en escudos suntuarios prehispánicos, creemos
que estas pudieron haber sido construidas de cuero y carrizo entretejido. 119 Es curioso
señalar que entre las armas listadas no se encuentra ninguna otra rodela o “rodela de
Castilla”, y que las que sí hay, no estén acompañadas de la típica frase “de la tierra”, sino
únicamente comentado su lugar de origen en este caso Tehuantepec, Oaxaca.
Además de Sayos de algodón y rodelas de manufactura nativa con materiales nativos,
los indianos también usaron diferentes tipos de protecciones para la cabeza como
«caperuzas» o «morriones» de algodón y cuero. 120 De hecho fue el cuero un material muy
apreciado por su versatilidad durante toda la saga europea, ya que su uso en el viejo
continente por largos siglos dotó a los talabarteros y curtidores de una maestría que podía
transformarlo en duras corazas o flexibles correas. Parece ser que Europa vivía, desde
hace varios siglos, una verdadera «edad del cuero». Aunque no podemos asegurar una
abundante disposición de cuero vacuno en las primeras décadas de la colonia, el cuero
era fácilmente obtenido de venados, como el usado en las rodelas de Cortés, y también
de manatíes o tapires, en las zonas más sureñas y selváticas. Es un hecho relevante que
el tapir haya sido llamado por los españoles «anta» (o «ante»), nombre que recibía
originalmente el alce en Europa, y que, proponemos, fue rebautizado así debido a la
calidad del cuero de este mamífero americano. De esta manera es muy común encontrar
útiles «de anta», también referidos como «dobladuras», entre la panoplia indiana,
especialmente las llamadas «cueras de anta» que eran armaduras para el cuerpo.

118 Martínez, Documentos IV. p. 385.


119 Moreno Guzán, “Defensa”.
120 Flint y Flint, Documents; pp. 326-327 y Salas, Las armas. p. 247.

57
Otro caso interesante, aunque no comprenden propiamente a sistemas de armamentos, son
las encomiendas a los indígenas de imágenes, estandartes y banderas para el orden de
guerra de las tropas indianas (fig. 1). Quizá el más conocido de estos sea la petición de Nuño
de Guzmán a los indígenas de Huexotzingo, en cuyo pleito se señala

que Nuño ni los licenciados nunca les pidieron otro oro, ni ropa, ni plumas, excepto
que cuando Nuño quiso ir a la guerra les pidió al señor y principales que les diesen
una imagen de Santa María hecha de oro para llevarla consigo a la guerra, por que
este testigo lo vio, y que desde a ciertos días, los dichos señor y principales, a causa
de no tener oro para hacer la imagen, y para haber las plumas o plumajes que en ella
se habían de poner, vendieron a indios mercaderes 20 esclavos, por los cuales les
dieron tres tejuelos de oro y nueve plumajes verdes grandes; y los dichos tejuelos
buenos y bordos, no sabe qué podrían pesar, y que de los dichos tres tejuelos se
había hecho la imagen de Santa María, y se hizo tan ancha y tan grande de más de
media braza, y que los nueve plumajes eran 180 plumas ricas y grandes de las que los
indios tienen en mucho, las cuales le pusieron todo alrededor de la imagen a manera
de cercadura; y que así hecha de esta manera, el señor y principales del pueblo y este
testigo con ellos, la trajeron a Nuño de Guzmán con el calpisque Gibaja y la dieron a
Nuño presente este testigo, el cual [Nuño] la recibió; y que asimismo al tiempo que les
pidió la imagen el dicho Nuño, les pidió diez banderas pintadas para llevar a la guerra,
las cuales dieron.121

Por último debemos mencionar el calzado indiano pues, aunque de igual manera no estemos
hablando propiamente del armamento, es bien sabido que el calzado es parte fundamental
de la vida del guerrero, pudiendo suceder que haya más bajas por afecciones en los pies que
por las balas enemigas.
Lejos del imaginario del español con botas puntiagudas, de esta característica se
originaría la palabra gachupín según la creencia popular, la mayor parte de la tropa
indiana usó un calzado sencillo denominado genéricamente alpargatas o alpargates, el
cual es una especie de sandalia baja que se define como «Calzado de lona con suela de

121 Citado en Zavala, Tributos. p. 56.

58
esparto o cáñamo, que se asegura por simple ajuste o con cintas». 122 En diversos pasajes
Bernal Díaz del Castillo señala como, ante la inminencia de un ataque, los conquistadores
dormían armados, vestidos y «calzados nuestros alpargates, que en aquella sazón era
nuestro calzado».123 Aunque el mismo Bernal nombra como «cotaras» al calzado
indígena, diversas evidencias nos hacen pensar que muchos de estos «alpargates»
usados por los españoles eran en realidad sandalias de manufactura nativa. Este es un
caso en donde la sinonímia no permite establecer diferencias entre un calzado «de
Castilla» y otro «de la tierra».

Fig. 1 Lámina 1 del Códice Huexotzingo de 1531, en <wdl.org>.

122 Diccionario de la lengua. Entrada para “Alpargata”


123 Díaz del Castillo, Historia, 1982. p. 229.

59
Fray Bartolomé de las Casas define esta pieza como «Cotaras que son su calzado
para los pies, como alpargates, hechos de diversas y lindas maneras» y además «sólo
suelen tener suela hecha de cierto hilo y con ciertas agujetas o lazos de muy bien
adobado cuero con que se las atan, y son muy bien hechas. En la lengua de esta isla
Española se llaman “cotaras” y “cacles” en la de México.» 124 En ambas descripciones es
posible observar que cotaras y alpargatas compartían características: tenían la suela de
fibras vegetales y se sujetaban con cintas o agujetas, aunque podían ser de cuero.
La fusión del nombre se hace presente en 1548 en un listado de tributos del Cacique
Don Hernando la parcialidad de Nicoya, al extremo sur de Mesoamérica. Ahí se registran
como tributo para los europeos «500 pares de alpargatas» y más adelante otros «250
pares de alpargatas». 125 También queda evidenciada esta sinonimia entre las
encomiendas que Nuño de Guzmán hizo en Michoacán, pues a la par de jubones de
algodón, casquillos de cobre, el conquistador solicita «muchos alpargates e cotaras». 126
La petición se repite en Huexotzingo, donde requirió «1.600 pares de cotaras» (fig. 1). 127
Ropa y alpargatas eran tributos comúnmente solicitados por los conquistadores en sus
empresas de conquista, de esta misma manera entre los bastimentos para la armada de
Olid de 1525 encontramos «seis pares de alpargatas». 128
Tal parece ser que, al igual que sucedió con los escaupiles, los cacles, cotaras o
alpargatas, constituían el calzado de la hueste indiana como vemos referenciado en
Bernal y en un auto sobre los bienes de un tal Juan Jiménez, que participó en la
expedición de Coronado y murió en Tiguex, Nuevo México, el cual revela que, además de
«unos çapatos viejos», el único calzado del difunto Jimenez eran «unos alpargates». 129

Finalmente debemos mencionar que aunque algunas piezas del armamento indiano fueran
totalmente elaboradas en América, algunas otras seguían siendo traídas de España,

124 Las Casas, Apologética 1; p. 357 y Las Casas, Apologética 2. p. 204. Cfr. Díaz del Castillo, Historia,
2005. Entrada para “cotara” p. 319.
125 Solórzano Fonseca y Quirós Vargas, Costa Rica. p. 157.
126 Alcalá, Relación. f. 54v.
127 Zavala, Tributos. p. 59.
128 Martínez, Documentos I. p. 322.
129 AGI, Contratación, 5575, N.24. Trasncrito en Flint y Flint, Documents. p. 359.

60
especialmente los ya mencionados los bienes de hierro. Pero aún entre estos artículos se
presenta una particularidad ya que, en la petición de armas de 1586 se hace patente que,
con excepción de algunos mosquetes y arcabuces que se piden «con sus aderezos», es
decir equipados, todas las otras armas: «ciento y diez cañones de arcabuz», «seiscientas
astas de picas [...] y cinquenta hojas de espadas», 130 están incompletas y sólo se envían las
partes de hierro, imposibles de fabricar en la Colonia. Según deducimos, el resto de las
partes; cuerno de vaca para los pomos de las espadas, madera para los vástagos de las
picas y cuerpo de los arcabuces, se finalizarían en la Nueva España. Debido a que a lo largo
de esta investigación no logramos dar cuenta de la existencia de armeros españoles, cabe
también preguntarnos si ¿estas armas serían completadas sólo con materiales “de la tierra” o
también con manufactura indígena? Aunque por ahora esta última cuestión excede a los
alcances de esta tesis.

El paradigmático caso de Juan Jiménez, descrito anteriormente, nos sirve para hacer zoom
en cómo estaban equipados los conquistadores del periodo colonial temprano, pues en el
alarde de 1540, a «Ximenez», jinete de la expedición a Tierra Nueva a la orden de Coronado,
sólo se le enlistan «dos cavallos y armas de la tierra Una cuera de anta». 131 Sin embargo sus
bienes se describen mejor en el listado que dejó al morir. En estos se documentan

• «un cavallo quartalvo endrino con una lista en la frente con su freno e silla vieja»
• «otro caballo castaño calçado de los pies con una lista en la frente»
• «un sayo de armas de la tierra»
• «dos costales uno de quero e otro de lana»
• «Una quera de vaca vieja»
• «una espada»
• «un jubon con unas mangas de quero»
• «un quero de vaca de pelo»
• «una caperuza de armas de la tierra»
• «un sombrero viejo»
• «onze herraduras de cavallo nuevas y trezientos clavos»

130 AGI, Indiferente, 741, N.71.


131 AGI, Guadalajara, 5 R.1, N.7, f. 6v, transcrito en Flint y Flint, Documents. p. 159.

61
• «un hierro de lança»
• «unos alpargates»
• «un albardon»
• «un pecho de cavallo»
• «unos çapatos viejos»
• «unas espuelas chicas»
• «un machete quebrado»
• «un martillo e unas tenazas e un pujavante»132

En la fig. 2 podemos notar como Jiménez está representado con alpargatas de estilo
indígena, escaupil y una «caperuza de armas de la tierra», la cual Flint ha identificado
como el copilli que podemos observar en códices prehispánicos cubriendo la cabeza de
los guerreros indígenas. Flint se tomó la libertad de armar con rodela a Juan Jiménez, a
pesar de que, como él mismo reconoce, en sus documentos no enlista ninguna, pero la
incluye por que «la rodela debía haber sido una protección común para un
espadachín».133 Resulta significativo señalar cómo, en el inventario arriba transcrito, sólo
se consigna «una espada», mientras que en el correspondiente listado de los bienes de
Jiménez que se vendieron entre los supervivientes de la expedición, la misma se describe
como «una espada con un talabarte de cuero».
Antes de concluir esta exposición debemos hacer tres advertencias. Por un lado a
pesar de lo aparentemente detallados de los registros españoles, vemos como sus
documentos transcurren en una serie de complejas capas y ordenamientos jurídicos, por
lo cual algunas cosas son obviadas, cambiadas o detalladas según los informes lo
requieran. La investigadora María del Carmen Mena García, para el caso de Castilla del
Oro, ha hecho interesantes señalamientos sobre como

Es evidente –tal y como nos muestran los libros de cuentas de la armada y algunos
documentos de la época– que algunas de las partidas […] fueron luego modificadas –

132 AGI, Contratación, 5575, N.24. ff. 7r-7v. Transcrito en Ibid. p. 358-359.
133 Flint, “What’s missing”; Flint y Flint, Documents. p. 327, fig, 27.1. Traducción nuestra.

62
aumentando o disminuyendo su cuantía– y otras suprimidas de un plumazo al
desestimarse su interés para la conquista del Darién.134

Fig. 2 Recreación basada en los documentos


de Juan Jiménez realizado por Richard Flint,
colores de Mario E. Fuente Cid.

Por otro lado también remarcamos que Juan Jiménez no era un en realidad un
espadachín, es decir un hombre de a pie, sino un jinete, por lo cual si contaba con algún
escudo para su defensa no se trataría de una rodela como supone Flint, sino de una
adarga, escudo de cuero con forma de corazón, aunque resulta significativo que ningún
jinete se enliste con alguna, situación que profundizaremos adelante. Por último se tiene
que señalar que entre varios miembros de a pie de la expedición sí encontramos rodelas,

134 Mena García, Sevilla y la flota. p. 105.

63
aunque no es un hecho generalizado, por lo cual se nos hace aventurado pensar que,
efectivamente, el difunto Juan Jiménez haya llevado escudo a su viaje a Cíbola.

En este capítulo hemos demostrado como la tropa indiana se valió del modelo de
tributación y servicio personal de la Colonia para suplir los requerimientos de armas que,
de otro modo, le hubieran sido casi imposibles conseguir, y como esto conformó una
imagen muy alejada de la que tradicionalmente se ha expuesto del Conquistador Metálico
en armaduras y vestimentas de Estilo Europeo. Vemos como, en realidad, si bien el
guerrero indiano sí incorporaba algunos elementos de la guerra europea estos eran solo
una parte de la panoplia que en muchos casos se valió de tecnología indígena para la
guerra de Conquista.

64
CAPÍTULO III
ARMAS EUROPEAS EN LOS DOCUMENTOS JURÍDICO-ADMINISTRATIVOS

Como se ha observado a lo largo de esta exposición, los documentos españoles suelen ser
muy ambiguos en su exposición. Una descripción típica de la hueste indiana se desarrolla así

le torné a rehacer al dicho Pedro de Albarado, y le despaché desta ciudad a 6 días del
mes de diciembre de 1523 años; y llevó ciento y veinte de a caballo, en que, con las
dobladuras que lleva, lleva ciento y sesenta caballos y trescientos peones, en que son
los ciento y treinta ballesteros y escopeteros; lleva cuatro tiros de artillería con mucha
pólvora y munición, y lleva algunas personas principales.135

En los documentos también puede observarse que impera el orden caballeresco, pues
los hombres de armas se cuentan siempre en hombres de a caballo, sus peones, y
hombres de a pie.136 En en esta ambigüedad; tantos de a caballo, tantos peones, tantos
de a pie y tantos tiros, algunos han querido ver la uniformidad del contingente
conquistador. Pocas veces podemos contar con registros “tan detallados” como los
alardes o los documentos jurídico-administrativos. Aun así estos contienen omisiones
importantes. Richard Flint, para el caso de Coronado, ha señalado que no todos los
hombres listados son los que participaron en la expedición, y que los números de esta, y
en general de cualquier otra conquista, cambian según el documento que se consulte. 137
También se observa que, en el alarde de 1540, algunos cuantos hombres llevan más
armas e incluso varios caballos, aunque algunas veces consignan que son para sus
peones o familiares cercanos, como el Capitán Tristán de Arellano quien lleva «ocho
caballos una cuera mangas y çaraguelles de malla armas de la tierra unas platas una
çelada un barbote un arcabuz dos ballestas una espada de dos manos tres espadas e
otras armas para sy e para sus criados»,138 otras veces no son tan específicos,

135 Citado en Escalante Arce, Los tlaxcaltecas. p. 17.


136 Cfr. AGI, Guadalajara, 5 R.1, N.7, transcrito en Flint y Flint, Documents. pp. 152-163. y AGI, Patronato,
181, R.19, transcrito en esta investigación en Anexo I.
137 Flint, “What’s missing”.
138 AGI, Guadalajara, 5 R.1, N.7, f. 4r. En Flint y Flint, Documents.p. 155

65
dejándonos con la duda de si se trata de meros repuestos o eran acompañados por
alguien más que simplemente no fue listado.
Una de las cosas más importantes que este tipo de documentos nos permiten ver es
que, como bien señaló Alberto Mario Salas, «la conquista de América no fue realizada por
un ejército regular, que por ese entonces aún era una novedad en Europa. Los hombres
acudían a esta guerra con lo que poseían, constituyendo pequeños ejércitos
heterogéneos y coloridos».139 Pocas veces podemos tener accesos como los bienes de
difuntos, trátese del afamado Cortés o del anónimo Juan Jiménez, que nos permiten
hacer close up a los protagonistas directos del conflicto. Si bien hasta ahora nos hemos
dedicado a explorar como operaba la órbita local, que nombramos “de la tierra”, ha
quedado pendiente señalar los elementos típicamente castellanos que se conformaban la
panoplia conquistadora. En este capítulo nos adentraremos a este tema y siempre que
nos sea posible, debido a que estas armas participan en la esfera económica capitalista,
consignaremos el precio que guardan en algunos documentos.

Armas ofensivas

Armas blancas

Debido a que las espadas son uno de los elementos más representativos de la Conquista,
consideramos pertinente empezar con este género de armas blancas, propias del combate
cuerpo a cuerpo. Su precio en los documentos, como el de la Armada de Olid, se ubica en los
ocho pesos de oro,140 sin embargo pocas veces podemos saber de que tipos de espadas se
trata. Así encontramos 300 espadas embarcadas en la Gran Armada de Castilla de Oro, que
en su momento fue la flota más grande que partió hacia las indias y que, caso realmente
excepcional, contó, al menos en parte, con el patrocinio real.141
Entre las armas blancas de los bienes de Cortés se consignan unos ocho alfanjes, más
referidos como «bracamartes», los cuales se encontraban «viejos […] sin vainas,

139 Salas, Las armas. p. 238.


140 Martínez, Documentos I. p. 321.
141 AGI, Panamá. 223 en Mena García, Sevilla y la flota. p. 105.

66
maltratados».142 Es notable mencionar que, fuera de los «alfanjes o bracamartes», no
encontramos ningún otro tipo de espada en el listado. Según las autoridades de armas, el
alfanje es una «espada corta y corva de un solo corte, usada por la gente de la plebe
desde el siglo XIV».143 Se trata de una especie de sable o cimitarra, cuya introducción en
España se debió a la presencia árabe en la península, como la etimología lo delata. Es
interesante también notar como el investigador hispanista Germán Dueñas Beraiz intenta
matizar el peso musulmán sobre este tipo de armas, a la vez que marca su diferencia con
las espadas «cristianas», y comenta

tenemos que decir que pese a su origen musulmán, tuvo una fuerte presencia en la
península ibérica, más allá de la presencia musulmana en el territorio hispano. Estas
armas tenían las hojas más cortas y anchas que las cristianas, y servían sólo para
jugar de tajo tal y como Lope de vega nos dice: “cortos los alfanjes son y no hieren de
estocada”144

Efectivamente como vemos el alfanje llegó incluso a América. Por la robustez con la
que se le describe, su característica plebeya, su presencia como única arma entre los
bienes de Cortés, por las descripciones de Bernal Díaz del Castillo, en las cuales habla
generalmente del «cortar de nuestras espadas», 145 y el tipo de heridas cortantes
encontradas entre víctimas indígenas de un cementerio del periodo colonial temprano, 146
proponemos que el alfanje fue un arma muy usada en la Conquista, más de lo que los
documentos nos permiten ver. Debido a que son precisamente los sables las armas
comúnmente empleadas por la caballería nos preguntamos ¿pudiera ser también este
tipo de espada, o algún sable similar, la más común entre los jinetes indianos?

142 Martínez, Documentos IV. p. 386.


143 Leguina, Glosario. Entrada para “Alfange”, p. 48.
144 Dueñas Beraiz, “Introducción”. p. 219.
145 Díaz del Castillo, Historia, 1982. p. 520.
146 Bullock y Cadena, “Perspectivas bioarqueológicas”.

67
Fig. 3: Alfanje italiano (1559). Museo Lázaro Galdiano, España, en <ceres.mcu.es>.

Desafortunadamente entre los documentos para la expedición de Coronado no se hace


ninguna descripción de las diferencias entre las espadas, ni de jinetes ni de infantería, con
la única excepción del mandoble o espada de dos manos, de los cuales entre los casi
trescientos hombres de Coronado, sólo hallamos descritos dos ejemplares de esta pieza.
El primero de ellos es el antes referido capitán Tristán de Arellano, el cual, a juzgar por su
equipamiento, era un hombre adinerado. 147 El otro, un soldado de a pie llamado Francisco
López, cuenta simplemente con «una cuera de anta un montante epada e un puñal». 148
Hay que notar también que López es descrito sin rodela, la cual sería imposible de
manejar en conjunto al mandoble. Pero a pesar de la presencia de este tipo de espadas,
la cantidad que representan en la hueste, menos del 1%, nos lleva a pensar que se trata
de casos excepcionales.

147 AGI, Guadalajara, 5 R.1, N.7, f. 4r. en Flint y Flint, Documents. p. 155.
148 Ibid. p. 161

68
De la misma manera que sucede con los escaupiles, es inútil buscar entre la
iconografía de la Conquista algo parecido a un alfanje o a un mandoble, a no ser que se
incurra en los desatinos metodológicos señalados en el capítulo I. Es importante también
decir que estos dos tipos de espadas sirven sobre todo para el corte, lo cual rompería la
creencia errónea entre algunos investigadores que las espadas hispanas eran sobre todo
armas de estoque, es decir, que hieren punzando.

Otro género de armas blancas, menos común que la espada pero igualmente recurrente, son
los puñales. Entre los gastos de la armada de Olid se registran «treinta e seis puñales
barnizados que costaron 140» pesos de oro,149 es decir 3 8/9 pesos cada uno. Un jinete y
doce de los 65 hombres de a pie de la expedición de Coronado, como el mismo Francisco
López, el del montante, llevaban puñales además de sus otras armas. Para la flota de Castilla
de Oro también se embarcaron «doscientos puñalazos de Villa Real con sus vainas» y
«doscientos vitorianos con sus vainas».150 Es curioso que Bernal también refiera diversos
pasajes en donde los hispanos se equiparon con puñales, aunque estos están limitados a la
lucha contra Pánfilo de Narváes.151 En todos los casos queda constatado que el puñal era un
arma complementaria al resto del equipo.

Para cerrar a las armas blancas, tenemos la lanza, el arma de uso general de la caballería,
debido al estilo de monta jineta heredada de los árabes. En el inventario de Cortés se anotan
«treinta e cinco lanzas»152 y aunque en el pase de lista de los más de doscientos hombres de
a caballo de Coronado sólo se contabilicen dos lanzas, una anotación al finalizar el recuento
aclara que «esta dicha gente de cavallo llevavan sus lancas e espadas de mas de las dichas
armas declaradas e otras armas».153 Es decir que todos y cada uno de los jinetes estarían
armados con lanzas. No sucede así con los miembros de a pie, entre los cuales no se
encuentra ninguna lanza, o su equivalente de infantería, la famosa pica. Parece ser entonces
que durante el periodo colonial temprano la lanza, complementada por la espada, fue el arma

149 Martínez, Documentos I. p.322.


150 AGI, Panamá, 233, en Mena García, Sevilla y la flota. p. 105.
151 Díaz del Castillo, Historia, 1982. p. 688.
152 Martínez, Documentos IV. p. 385
153 Flint y Flint, Documents. p. 162.

69
“reglamentaria” de la caballería y que la pica era prácticamente inexistente, sólo en la flota de
Castilla de Oro es que encontramos «doscientas picas» anotadas, 154 aunque cabe recordar
los excepcionales y curiosos episodios narrados por Bernal Díaz del Castillo o por el contador
Albornoz, sobre la fabricación de picas indígenas, con sus puntas de metal, para las luchas
entre españoles. Además en el documento de 1586, que queda por fuera de nuestro estudio,
se solicitan, como ya se comentó, varias picas «de veintitrés a veinticinco palmos».
Fuera de estas informaciones poco más podemos agregar a este apartado, pero
parece ser que, una vez más, estamos frente aun panorama muy distinto al descrito en
las crónicas, como las famosas alabardas relatadas por Sahagún, que, según él, los
indígenas llamaron «murciélagos», y que a la luz de este estudio no pudimos localizar.

Armas a distancia

Más importante que la pica fue la ballesta, un arma medieval por excelencia y que durante el
periodo colonial temprano tuvo un último resurgimiento. La ballesta fue el arma a distancia
más usada en todas las Conquistas de este periodo, llegando a veces a ser la única, pues los
arcabuces eran muy escasos. El único tipo de ballesta que pudimos localizar fue la ballesta
de «gafas», llamado en inglés goat's-foot (pie de cabra), que era un mecanismo de carga que
consistía en dos ganchos que ayudaban a hacer palanca y cargar el arma, por lo que
dejamos fuera las barrocas y ociosas descripciones que suelen hacerse sobre diversos
mecanismos de carga de las ballestas y que, tal parece, en su mayoría eran inexistentes
entre la hueste (fig. 4).155 Encontramos ballestas de gafas entre las Armadas de Olid y la que
parte a las Molucas,156 también entre los bienes de Cortés se nombran «cuatro ballestas con
tres carcaxes razonables, con sus gafas» y en seguida «veintidós ballestas, otras viejas con
sus gafas maltratadas».157 En la tropa de Coronado hay tres ballestas entre los jinetes y 16
entre los hombres de a pie, más como hemos señalado pudiesen tratarse, en los de a
caballo, de complementos para la peonada.

154 AGI, Panamá, 233, en Mena García, Sevilla y la flota. p. 105.


155 v. gr. Salas, Las armas; pp. 200-201, Bruhn de Hoffmeyer, “Las armas” pp. 25-27 y Cervera Obregón,
El armamento. pp. 162-163.
156 Martínez, Documentos I. pp. 322,492.
157 Martínez, Documentos IV. p. 386.

70
Fig. 4 Ballesta militar de gafas. Payne-Gallwey, The Book, p. 90.

Por la diferencia de precios entre dos compras de diferentes ballestas en la armada de


Olid, unas costaron 10 pesos y otras 8, creemos que pudieran tratarse de armas de
diferente tamaño, o al menos de diferente calidad. Además de la referencia de los tres
carcaxes de Cortés no pudimos localizar mayor evidencia de presencia de estas bolsas
especiales donde se guardaban las saetas. No dudamos que fueron un accesorio común
pero su ausencia en las compras, que sí dan cuenta de otros útiles que detallaremos
adelante, nos hacen pensar que o no eran tan comunes, o cada ballestero era el
encargado de proveerse uno, posibilidad que nos parece más remota debido al relativo
alto grado de detalle de los listados.
Al ser un arma con un mecanismo más o menos complejo y al disparar saetas, las
ballestas necesitaron, además del arma en sí misma, diferentes aditamentos para su

71
correcto funcionamiento. Una de las piezas de recambio más descritas es el hilo de la
ballesta, pues al ser de fibras vegetales se rompía con frecuencia debido al desgaste.
Durante la conquista de Cuzcatlán, el actual Salvador, Pedro de Alvarado sufrió una
emboscada donde señala que los enemigos «me tomaron mucha parte del fardaje y todo
el hilado de las ballestas».158 En la flota de Predrarias Dávila a Castilla de Oro se
embarcaron «cincuenta vergas de ballesta. Seiscientas docenas de saetas de buena
tuerza para ballesteros. Veinte arrobas de hilo de ballesta» y «Cien quintales de hierro
para dardos y otras cosas». 159 También en los listados de Olid y de la armada de las
Molucas se registra cientos de «ovillos de hilo de ballesta» con un valor de un peso de
oro. Entre las armas de los bienes de Hernán Cortés, que se encuentren en muy mal
estado, hay «ciento e veinte ovillos de hilo de ballesta, podrido e muy mal
acondicionado». Hemos de suponer que, como muchos bienes textiles europeos de la
época, el hilo de ballesta era de cáñamo. Aunque entre los documentos tributarios del
cacique de Nicoya encontramos también varios ovillos de algodón, 160 no es probable
pensar que este se pueda intercambiar con el cáñamo, debido a sus diferentes
resistencias. Bernal Díaz del Castillo parece confirmar esta suposición, pues refiere que

ansimismo mandó al Pedro Barba que cada ballestero tuviese dos cuerdas bien
pulidas y aderezadas para sus ballestas, y otras tantas nueces, para que si se
quebrase alguna cuerda o saltase la nuez, que luego se pusiese otra, e que siempre
tirasen al terreno e viesen a qué pasos llegaba la fuga de su ballesta, y para ello se les
dio mucho hilo de Valencia para las cuerdas; porque en el navio que he dicho que vino
pocos días hacía de Castilla, y que era de Joan de Burgos, trujo mucho hilo y gran
cantidad de pólvora y ballestas, y otras muchas armas y herraje y escopetas.161

Sobre las antedichas nueces, el mecanismo de sujeción de la cuerda que se suelta al


disparar la saeta, no hemos podido encontrar referencias. Se supone que estas serían
fabricadas de huesos y que, a juzgar por los comentarios de Bernal, también correrían el
riesgo de perderse. Además del hilo, las piezas que más se necesitaría para el completo
158 Alvarado, García de Palacio, y Ciudad-Real, Cartas. p. 28.
159 AGI, Panamá, 233, en Mena García, Sevilla y la flota. p. 105.
160 Solórzano Fonseca y Quirós Vargas, Costa Rica. p. 157.
161 Díaz del Castillo, Historia, 1982. pp. 405-406.

72
funcionamiento de estas armas medievales son, lógicamente, los proyectiles. No es raro
entonces el panorama mostrado por los diversos documentos en donde las saetas se
cuentan por millares, hallándose en la casa de Cortés en Cuernavaca dos cajas de estos
proyectiles y como ya hemos descrito, en el primer capítulo, eran los indígenas los
encargados de abastecer de saetas a la hueste indiana.

Otras armas a distancia, quizá las más famosas de la Conquista, fueron las primitivas armas
de fuego que entre la hueste recibieron los nombres de escopeta o arcabuz, dominaciones
más o menos indistintas y que han generado diversas confusiones. Estas armas, junto con la
pólvora, fueron introducidas en Europa por los musulmanes. Al inicio de la Conquista las
escopetas o arcabuces eran poco o nada frecuentes y al finalizar el periodo colonial
temprano ya superaban en número a las ballestas. Al igual que estas últimas armas, las
escopetas requerían de distintos «aderezos» para su correcto funcionamiento. Es común
encontrar listados estos útiles, como las «nueve escopetas con sus frascos» de la armada de
Olid, o las «veinte e tres escopetas con sus frascos y rascadores y cebadores» para la
armada de las Molucas, y que costaron diez pesos de oro cada una, en ambas
expediciones.162
Es una idea errónea, pero ampliamente difundida, la que supone que los escopeteros
cargaban una especie de canana con medidas de pólvora listas para la recarga, que se
llamaron entre los tercios europeos «los doce apóstoles». A pesar de la difusión de este
imaginario, no encontramos ninguna evidencia que respalde tal creencia, y muy por el
contrario, entre las informaciones de Hernán Cortés, se hace patente que los siete
arcabuces, tienen cada uno, un «frasco» y un «frasquillo» solamente (fig. 5).

162 Martínez, Documentos I. pp. 322,492

73
Fig. 5 Frasco de pólvora, s. XVI, Hierro y Cuero. Museo Arqueológico
Nacional, España, en <ceres.mcu.es>.
Entre las armas del marqués también se hallan «dieciséis cañones de arcabuces y
escopetas viejos» y entre los de Coronado hay un total de 24 arcabuces, algo menos del
10% del total de la hueste enlistada, y aunque la descripción se limite a referir esta arma
sin mayor descripción, se debieron de encontrar en el inventario personal de la hueste
frascos para pólvora, la pólvora misma, «pelotas» de plomo o incluso plomo en pasta para
fundirlo en algunos «moldes de piedra para pelotas», alguna «cuchara de hierro, para
hacer pelotas» o en los «moldes para pelotas de arcabuz», como se da cuenta de esto en
el inventario de Cortés. En los gastos de la armada de Olid también se incluyen «dos
moldes para hacer pelotas de escopetas» de cinco pesos de oro cada uno. Este tipo de
munición, las «pelotas» de plomo, fueron también recuperadas en el campo de Batalla del

74
Peñol de Nochixtlán por la arqueóloga Medrando Enríquez. 163 Un estudio sobre armas del
periodo, citado en el primer capítulo, concluyó que, en lo general, la mayor parte de las
más de 90 «escopetas» de la hueste de Cortés no contaba con sistema de ignición, 164 por
lo cual los escopeteros debían cargar con su mecha alistada para el disparo.
En este panorama documental puede verse que, más o menos, cada escopeta o
arcabuz bien aderezado debía contar con rascador, para limpiar el cañón y apretar la
pólvora, cebador o frasco para cargar la pólvora, munición de plomo o lo necesario para
fabricarla, cuerda para la mecha y la pólvora misma, no se hallaron evidencias de las
horquillas con las que suelen ser representados los escopeteros.
A lo largo de esta investigación tampoco pudimos obtener mayores registros que nos
aclararan cual era la diferencia entre escopetas y arcabuces, tal parece ser que no habría
una mayor distinción, aunque Alberto Mario Salas cree, erróneamente, que esta diferencia
se debió a que las escopetas eran de retrocarga y los arcabuces de carga frontal, 165
hecho que quedaría desmentido por que los estudios del tema no han dado cuenta de
este fenómeno, por que las armas de retrocarga son bastante tardías y por que, además,
para las escopetas de la armada de las Molucas estas se piden con sus cebadores y
rascadores, típicos de la carga frontal.
Es posible que esta diferencia entre escopetas y arcabuces se deba al sistema de
ignición, ausente en la muy primitiva escopeta y presente en la “inovadora” llave de
mecha el arcabuz, al menos diferentes evidencias así parecen indicarlo. Si las
informaciones de Borja-Pérez son correctas; respecto a que la mayoría de las armas de
fuego de Cortés no tienen sistema de ignición y unas pocas sí, esta sería una diferencia a
considerar. La investigadora Ada Bruhn de Hoffmeyer llega a una conclusión similar,
señalando que las primitivísimas culebrinas de mano fueron sucedidas por las escopetas
y estas a su vez dieron paso al arcabuz de mecha, 166 recorrido que puede constatarse en
los documentos, apareciendo más frecuentemente las escopetas en las primeras décadas
de la Conquista y desapareciendo en las últimas, en donde sólo encontramos el arcabuz.

163 Medrano Enríquez, Arqueología. p. 124.


164 Borja Pérez, “Importancia”. p. 114.
165 Salas, Las armas. p. 213.
166 Bruhn de Hoffmeyer, “Las armas”. p. 28.

75
La cuestión se complica cuando se añaden las llamadas espingardas. Es sabido que
con Pánfilo de Narvaez llegaron unos noventa hombres con armas de fuego, a los que
Bernal se refiere como «espingarderos, porque espingardas se llamaban en aquel
tiempo».167 Por tal afirmación hemos de suponer que se trata de una denominación en
desuso de la escopeta o de alguna variante antigua de la misma, por que luego ya no
encontramos más espingardas en la Conquista. Bruhn de Hoffmeyer señala que

Así, el mismo Colón, en su segundo viaje, en 1493, trajo en total unas cien de las
llamadas espingardas, armas imperfectas y poco prácticas. Según Jorge Vigón, se
parecían a las llamadas culebrinas de mano, documentadas desde 1449 en Toledo,
pero ya fuera de uso en la Península. En el Museo del Ejército de Madrid se expone la
caña de una culebrina de mano (número 1.926), usada por Cortés (según las fuentes)
en la fortificación de Segura de la Frontera en 1519, a su llegada a Méjico. Es de
hierro forjado y de 16 mm. de calibre, 96 cm. de largo y pesa 7,59 kg.168

En la Gran Armada de Pedrarías Dávila a Castilla de Oro se cuentan, además de «treinta


y cinco arcabuces de metal», «doscientas espingardas de metal, con sus aderezos de
lanzas cortas», mismas que serían cargadas al sueldo de los expedicionarios. 169 La
investigadora Maria del Carmen Mena García describe estas espingardas como
«antecesoras inmediatas del arcabuz y por eso más rudas e imperfectas». 170 Por todas
estas informaciones nos parece plausible que las espingardas hayan sido también las
escopetas, que tanta confusión han generado entre los investigadores del periodo, al
grado que muchas veces son omitidas por estos mismos y homologadas todas como
arcabuces, sin entrar en mayor indagación (fig. 6).

167 Díaz del Castillo, Historia, 1982. p. 737.


168 Bruhn de Hoffmeyer, “Las armas”. p. 28. Cursivas en el original.
169 AGI, Panamá, 233, en Mena García, Sevilla y la flota. p. 105.
170 AGI, Contratación, 3253, f. 122. en Ibid. p. 107.

76
Fig. 6 Escopeta sin sistema de ignición. En el cinturón del escopetero
se puede ver el frasco de pólvora. Hendrick Goltzius, grabado (1587),
Rijksmuseum Amsterdam, en <data.collectienederland.nl>.
Otra arma de bajo calibre comúnmente citada, a medio camino entre la artillería y las armas
portátiles son las famosas culebrinas, como la arriba referida, pero en nuestra investigación
no pudimos dar cuenta significativa de la presencia de estas ¿Los cuatro ribadoquinies de
metal embarcados hacia Castilla de Oro, que Mena García describe como de pequeño
calibre, pudieron ser un equivalente a las culebrinas?
Pero de entre todas, la pieza de artillería más usada fue probablemente el llamado
falconete, un “tiro” pequeño de hierro, usualmente para la armada de las flotas. En la flota
de Pedrarias a Castilla del Oro se consignan dos de estas armas. En el viaje a las
Molucas se llevaron «veinte e tres tiros fauletes de hierro que van en dichos navíos», de
20 pesos casa uno, el doble que una escopeta o una ballesta. 171 En los bienes de Cortés

171 Martínez, Documentos I. p. 492.

77
también hay «un tiro de metal verso, chiquito, digo falconete» y adelante «seis tiros de
hierro viejos, pequeños», se incluyen también «ciento e setenta e siete pelotas de plomo
de tamaño de un huevo», y «dos tiros de bronce con sus carretones, de ocho palmos en
largo, que cabe por ellos una pelota de tamaño de huevo de gallina, buenos e muy bien
acondicionados».172

De las piezas de artillería más grandes, denominadas simplemente como “tiros”, poco
podemos decir, según las crónicas siempre que era posible se llevaban en las
expediciones, pero desconocemos sus características particulares o que efectividad
habrían tenido contra enemigos dispersos, pequeñas aldeas, ambientes muy boscosos o
selváticos. Fuera de las escopetas en la armada de Olid no encontramos más armas de
fuego, ¿debido a que se supondría que Alvarado ya las llevaba? Pero en la mejor
patrocinada flota a las Molucas hay tres tiros de bronce, material predilecto para los
cañones de mayor calibre, los cuales costaron el llamado «Santiago» 1700, el llamado
«San Francisco» 1500 y 400 pesos el llamado «Juan Ponce». Los tres tiros se cargaron
con sus aderezos, entre ellos «cuarenta y cuatro pelotas de metal» para el Santiago y
«cincuenta pelotas» para cada uno de los otros dos tiros, además cada uno contaba
indistintamente con «un cargador y limpiador y dos pernos y una clavija». Es notable que
debido a su rareza y a su costo, tenían un nombre propio. Tan sólo en estos tiros costaron
3600 pesos, mientras que el gasto total de los tres barcos de Olid fue de 2700. 173
Un último punto a reseñar, pero no por ello menos importante es la pólvora, la cual
debía comprarse desde Europa y muchas veces se cargaba en las expediciones ya
compuesta o separada en sus elementos como el azufre o el salitre, de modo que el
carbón, mucho más fácil de conseguir, se adquiriera durante la travesía. 174 Pero aún con
estas previsiones podía suceder que la pólvora o se agotara o se perdiera en batalla, para
lo cual los españoles tenían que esperar a ser reabastecidos o contar con la suerte, muy
poco común, de encontrarse en zonas donde hubiera yacimientos de este mineral,
generalmente el eje neo-volcánico trasversal, recordar el multicitado ascenso al
Popocatepetl durante la guerra con Tenochtitlan, o la zona centroamericana, abundante

172 Martínez, Documentos IV. pp. 386-387.


173 Martínez, Documentos I. p. 493.
174 Ibid.; p. 492. Mena García, Sevilla y la flota. pp. 105-107.

78
en volcanes desde Chiapas hasta Sudamérica. Pedro de Alvarado narra como, durante la
conquista de Cuzcatlán, encontró «una sierra de […] azufre el mejor que hasta hoy se ha
visto, que con un pedazo que me trajeron sin afinar ni sin otra cosa, hice media arroba de
pólvora muy buena».175 De cualquier forma, los conquistadores utilizarían el «almirez» un
mortero de metal para la pólvora y cuya etimología es árabe. 176
Lo que las diferentes disposiciones sobre las armas de fuego revelan es que estas, en
el momento de la Conquista, se encontraban en un momento de cambio e innovación,
pudiendo convivir las primitivas espingardas con los “más modernos” arcabuces. Las
innovaciones que harían del arma de fuego la hegemónica en los campos de batalla
tardaron todavía mucho tiempo en desarrollarse. A inicios del siglo XVI no se habían
inventado los sistemas de retrocarga de las armas contemporáneas, no existían los
cartuchos, la pólvora era de diferentes calidades, los cañones no estaban estriados, lo
cual restaba precisión al disparo, y las balas eran redondas, irregulares y generalmente
más pequeñas que el cañón, lo cual restaba eficiencia al escaparse los gases de la
pólvora por los lados y no ser al no ser aerodinámica viajaba menos distancia. Además, la
innovación definitiva de las armas de fuego, la capacidad de disparar varias balas sin
recargar una por una las rondas, tardaría algunos siglos en aparecer. Aun así es
interesante notar el empeño que pusieron los conquistadores en su uso y el terreno que
poco a poco ocuparon las armas de fuego durante el periodo colonial temprano.

Armas defensivas

Descritas las armas ofensivas que los españoles usaron durante la Conquista es momento
de pasar a su complemento defensivo. Iniciaremos esta exposición con los escudos,
especialmente las denominadas rodelas, los escudos redondos tan característicos de la
hueste (fig. 7). Estas defensas usualmente son retomadas en la iconografía como fabricadas
de metal, sin embargo, un acercamiento a diversos informes nos mostrará que estas eran de
madera e incluso de corcho. En la Gran Armada de Pedrarias Dávila a Castilla del Oro se
solicitaron inicialmente 400 rodelas de corcho, según Alberto Mario Salas quien sigue a

175 Alvarado, García de Palacio, y Ciudad-Real, Cartas. p. 23.


176 Martínez, Documentos IV. p. 387.

79
Herrera.177 Pero Mena García, basada en los informes del Archivo General de Indias, señala
que las informaciones de Salas no son tan precisas, y que aunque efectivamente la primera
orden era de esta cantidad de rodelas, «al final se consideró más conveniente que todos los
escudos se ajustasen a la modalidad conocida como tablachinas, aumentando su cuantía
hasta un total de 1.000», que según recupera la investigadora Mena García, se encargaron
en las Islas Canarias, las dichas «1.000 tablachinas de drago, especie de rodelas realizadas
con la madera del famoso árbol canario», originalmente estas se habrían solicitado a Italia
pero más tarde el rey «anuló su encargo cuando supo que las de Canarias eran de mejor
calidad» ya que se consideraba que los escudos fabricados con la madera de drago tenían
«excelentes cualidades para soportar los embates de las flechas de los caribes [ya que]
fueron muy elogiadas por alguien que conocía muy de cerca los asuntos de las indias».178
Al lado de estas tablachinas de madera y rodelas de corcho habría que colocar las de
carrizo, encontradas en los bienes de Cortés, y que, según esta descripción, eran de
fabricación nativa. Finalmente tenemos que agregar que entre los de la expedición de
Coronado sólo 21 de los 62 hombres de a pie cuentan con rodela. Es curioso notar como
a inicios del periodo colonial temprano se intentó armar con escudos a la mayor parte de
los 1,500 integrantes de la flota de Pedrarias, y como en la de Coronado, a finales de este
mismo periodo, ya sólo la tercera parte de los de a pie cuenta con rodela.

177 Salas, Las armas. p. 248.


178 Mena García, Sevilla y la flota. pp. 113-114.

80
Fig. 7 Rodela morisca de madera, ca. 1571, Real Armería de Madrid, en
<bdh-rd.bne.es>.

Otra protección que parece haber entrado en desuso a finales de nuestro periodo de escudo
son las famosas adargas, escudo de cuero ovalado o en forma de corazón, ampliamente
representado en el lienzo de Tlaxcala, y que también es de origen árabe. Se supone que la
adarga, la lanza y sobre todo la monta ligera, «de gran movilidad y ligereza […] utilizando
estribos cortos, [y] una silla bastante baja» se adoptaron en España del mundo musulmán y

81
conforman un estilo de cabalgadura conocida como “jineta”. 179 En el alarde de 1540 entre las
descripciones del mismo Coronado encontramos «veynte e tres cavallos e tres o cuatro
adereços de armas de la brida y de la gineta». Sin embargo más allá de esta mención ningún
hombre de a caballo refiere contar con adarga, incluso como ya referimos ni entre los bienes
del difunto Juan Jiménez se encuentra escudo alguno. La única mención que pudimos
encontrar en nuestra investigación fueron las «ocho adargas, viejas algunas de ellas,
desbaratadas tres dellas» en los bienes de Cortés.180
Tal parece que la adopción del escaupil suplió, en América, a la defensa que
proporcionaba la adarga o la rodela. A juzgar por la total presencia de este jubón entre la
tropa indiana y la disminución del uso de escudos defensivos creemos que así fue. En las
informaciones del alarde de Coronado se lee que los de «ynfanteria son sesenta e dos
hombres con las dichas armas de la tierra que se les dio». 181 Mario Salas parece
confirmar este fenómeno al comentar que «A fines del siglo XVI [Vargas] Machuca se
manifiesta adverso al uso de adargas, puesto que según dice resultan inconvenientes al
adargarse y guiar el caballo a la vez, además de que, no siempre se ve venir la flecha;
aconseja, en cambio, el uso de buenos sayos de algodón». 182 Aunque como hemos
reseñado, ya para 1540 se encontraban en desuso. Fuera de las adargas, rodelas o
tablachinas, ningún otro tipo de escudo pudo ser localizado durante el trascurso de esta
investigación.

En el primer capítulo de El Ingenioso Hidalgo de Don Quijote de la Mancha, Alonso Quijano,


luego de quedar embriagado por las novelas de caballería, decidió, él mismo, «hacerse
caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras»
para que de esta manera «cobrase eterno nombre y fama»;

Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que,
tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y
olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vio que tenían

179 Contamine, La guerra. p. 73.


180 Martínez, Documentos I. p. 388.
181 Flint y Flint, Documents. p. 162.
182 Salas, Las armas. p. 250.

82
una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto
suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada que, encajada
con el morrión, hacían una apariencia de celada entera

Así, con retazos de armaduras viejas, el pobre hidalgo, se equipó más de fantasías que
de certezas y emprendió el viaje que, debido a las múltiples desventuras, lo consagrarían
a la inmortalidad de las letras hispánicas. Pero cien años antes que el Quijote, miles de
hijosdalgos, empobrecidos y segundones, gastarían los ahorros de su vida comprando
piezas sueltas de armaduras que, según ellos, les protegerían contra la vara y la flecha de
las indias, y, cargados también de fantasías, embriagados por los mismos libros que el
Quijote, como bien reseñó Irving Leonard en su famosa obra. Ellos iniciarían un viaje que,
a pesar de las tragedias y desventuras, sólo pagó con el anonimato a las decenas de
miles de hombres devorados por las selvas de Castilla del Oro, a los muertos de
escorbuto del viaje a las Molucas o a los que, luego de una caminata de dos años,
morirían en el desierto dejando poco más de lo que llevaban puesto en la Tierra Nueva, el
Nuevo México que Colorado prometió a los que le siguieron. Las indias fueron, como lo
escribió el autor del Quijote, la última esperanza para el peninsular empobrecido;

No ha muchos años que de un lugar de Estremadura salió un hidalgo, nacido de


padres nobles, el cual, como un otro Pródigo, por diversas partes de España, Italia y
Flandes anduvo gastando así los años como la hacienda; y, al fin de muchas
peregrinaciones, muertos ya sus padres y gastado su patrimonio, vino a parar a la
gran ciudad de Sevilla, donde halló ocasión muy bastante para acabar de consumir lo
poco que le quedaba. Viéndose, pues, tan falto de dineros, y aun no con muchos
amigos, se acogió al remedio a que otros muchos perdidos en aquella ciudad se
acogen, que es el pasarse a las Indias, refugio y amparo de los desesperados de
España, iglesia de los alzados, salvoconduto de los homicidas, pala y cubierta de los
jugadores (a quien llaman ciertos los peritos en el arte), añagaza general de mujeres
libres, engaño común de muchos y remedio particular de pocos.183

A lo largo de esta exposición puede observarse que una de las principales


características de la hueste indiana es la heterogeneidad de su armamento, comprado «a
183 Cervantes Saavedra, El celoso extremeño. f. 137v-138r.

83
su costa e misión» como se decía en la época. Sin embargo, en donde este fenómeno
caótico es más visible es en las piezas de armaduras que los españoles trajeron a
América. Entre los bienes del también extremeño Hernán Cortés, caído en desgracia
hacía tiempo, nos encontramos un escenario más parecido al del Quijote que al del
glorioso conquistador que fue en otra época. Se enlistan entre sus bienes «cuarenta e
tres piezas de coseletes chicos e grandes, viejos, desbaratados», «cuatro cascos de
hierro, maltratados» y «un almete [especie de casco] viejo e mal acondicionado». 184 Aún
en sus mejores tiempos, cuando armó a su primo Álvaro de Saavedra Cerón para la
conquista de las Molucas, encontramos únicamente «treinta coseletes con sus celadas y
barbotes», que costaron «veinte pesos cada uno» y que servirían para armar sólo a la
tercera parte de sus hombres. Entre la tropa de Coronado, expedición guiada por él pero
promovida por el mismísimo virrey Mendoza, sólo se declaran cinco coseletes, que es la
armadura más completa que puede encontrarse entre la hueste indiana y que consistía en
diversas piezas de que cubrían los brazos, el cuello, el torso y los muslos. Diversas piezas
de armaduras sueltas también son registradas, como alguna «manopla» sin su par o
«corazas» eventuales. El coselete es una armadura que resulta vistosa, por la que fue la
predilecta para los retratos de los conquistadores, imitando la moda de aquella época (fig.
8).
Pero la armadura de metal más común entre la hueste no fue el coselete, sino la cota
de malla. Esta armadura usada desde tiempos anteriores al medievo está nulamente
representada en la iconografía del periodo, pero entre la tropa de Coronado se enlistan
más de 50 de este estilo, algunas cubriendo sólo partes del cuerpo y no el torso; como los
zaragüelles de malla (calzones) o mangas de mallas. 185 Es interesante notar que un arma
que a nivel europeo ya estaría en desuso, por la introducción de armas de fuego, vio un
pequeño renacer en la hueste indiana. Algunas anillas de cota de malla han sido
recuperados arqueológicamente en Estados Unidos, asociados a la expedición de
Coronado y en Nochistlán, escenario de una batalla en la Guerra del Mixtón (1541-
1542).186 Fuera de la información aquí brindada poco más se puede agregar al respecto.

184 Martínez, Documentos IV. p. 386.


185 AGI, Guadalajara, 5, R.1, N.7, en Flint y Flint, Documents. pp.152-163.
186 Medrano Enríquez, Arqueología. p. 128.

84
La cota de malla era frecuentemente usada junto a piezas de cuero, llamadas en los
documentos «cueras de anta» o «ante», las cuales ya nos referimos en el capítulo
anterior. Estas piezas también se podían usar solas o en combinación con las «armas de
la tierra», según se aprecia en el multicitado alarde de Coronado, donde se cuentan casi
70 cueras. Igual que los escaupiles o las cotas, estas armaduras no están representadas
en las imágenes del periodo, ni en las recreaciones posteriores.

Los diversos cascos para la protección de la cabeza se encuentran entre las partes de
armadura que más variación presentan. Como en muchos casos los registros suelen dar
pocas pistas del tipo de protección que se trata, describiendo solamente «casco» o «arma
para la cabeza». María del Carmen Mena García señala que «Para la expedición de
Padrarias fueron adquiridos 732 “casquetes con sus aloncicos”. O sea cascos de acero con
pequeños alones o crestas levantadas hacia arriba».187 Entre los bienes de Cortés, ya
mencionados, encontramos «un almete viejo e mal acondicionado», una especie de yelmo
cerrado, y otros que se describieron simplemente como «cuatro cascos de hierro,
maltratados».188 En la hueste de Coronado se contabilizan diversas cantidades de «caxcos»,
«armas de la cabeza», «celadas» y «barbotes»,189 siendo las más comunes las «celadas» y
las genéricas «armas de la cabeza». Por las diferentes descripciones creemos que es posible
que varias de las casi 20 «armas de la cabeza» sean de cuero o de algodón, aunque en
algunos casos encontramos registros que señalan el material de fabricación, como el de un
tal Juan de Villegas, de «armaduras […] de la cabeça dobladas», denominación común para
las fabricadas con cuero, o el de Juan Jiménez, cuyo inventario de bienes permite ver más
allá de la opacidad del alarde. En cualquier de los casos, como bien señalan Richard y
Shirley Flint, «sólo 45 hombres poseían cascos de estilo europeo, y la mayoría de ellos eran
hombres que también tenían armadura [europea]».190

187 Mena García, Sevilla y la flota. p. 113.


188 Martínez, Documentos IV. p. 386.
189 AGI, Guadalajara, 5, R.1, N.7, en Flint y Flint, Documents. pp.152-163.
190 Ibid. p. 138.

85
Fig. 8 Carlos V, con coselete y celada (abajo, derecha). Tiziano Vecellio
(ca. 1550), Kunsthistorisches Museum Vienna, en <habsburger.net>.

Es un hecho interesante que los conquistadores comúnmente se representen con un


morrión, al grado que este ha llegado a ser casi un ícono de la hueste. Por lo que
pudimos advertir durante nuestra investigación este casco, que parece ser común en los
tercios españoles, no estuvo presente en el periodo que estudiamos. Ignoramos como es
que este mito histórico fue conformado pero ya se le puede observar en una romántica
representación de la exploración de Coronado, pintada por Frederic Remington a finales
del siglo XIX o inicios del XX (fig. 9).

Cuadros como el anterior han conformado un guerrero español imaginario, que se muestra,
como hemos reiterado, imbatible desde el primer momento. Amparado por la Santa Madre
Iglesia y la fe de Cristo, portador de armas poderosas, cubierto con impenetrables armaduras
de acero, el “soldado” hispano tuvo muchos enemigos, pero ninguno pudo detener su
implacable gesta civilizatoria. Sin embargo, como nos aclara el investigador Bernard
Grunberg, «es poco conocido que cerca del 60 por ciento de los españoles conquistadores

86
murieron durante el sitio a México Tenochtitlan». 191 A lo largo de esta investigación,
especialmente en los capítulos dos y tres, hemos reseñado como, lejos de la romántica visión
presentada por Remington, el soldado común de la tropa de Coronado lucía mucho, pero
mucho muy diferente, a como el artista lo representó en su obra.

Fig. 9 Coronado sets out to the north, Frederic Remington (ca. 1900), en
<frederic-remington.org>.

Es igualmente desconocido para la gran mayoría de investigadores, he aquí el motivo


de esta tesis, que la hueste indiana se valió de diversas tecnologías indígenas, el escaupil
ejemplarmente, para sobrevivir en la tierra de guerra que era América. El conquistador
hispano, según hemos reseñado, era un hombre que combatía en una conformación
típicamente medieval, pero adaptándose a su contexto periférico.
Los hombres de a caballo, llamados en español jinetes por la influencia de este tipo de
monta, estaban casi siempre armados con lanza y, según proponemos, un sable. A lo
largo de los estudios documentales pudimos constatar también que la conocida adarga,

191 Grunberg, “The Origins”. p. 261, traducción nuestra.

87
que debió formar parte de su «monta gineta», desapareció hacia 1540, debido a la
implementación de los escaupiles indígenas como protección.
La infantería, los hombres de a pie, que durante las primeras etapas de la conquista
fueron la mayoría, gradualmente fueron aminorando su número. Así de los 13 jinetes y
cerca de 500 hombres de a pie de la hueste de Cortés, pasamos dos décadas después a
los mas de 200 jinetes y 60 de infantería en la de Coronado, y en alarde de 1551 se
cuentan sólo 240 de a pie frente a 1853 de a caballo, reportándose en algunas ciudades,
como la de México, únicamente jinetes. En el ámbito de lo general, estos infantes
estuvieron armados, al inicio del periodo colonial, con espada o alfanje y, si el bolsillo lo
permitía, rodela, además del casi obligado escaupil, única protección de la gran mayoría
de la hueste indiana. Los escopeteros y ballesteros fueron, todavía en 1540, una fracción
menor de la tropa de infantería. En cualquier caso el panorama mostrado aquí no es sino
un repaso que en ninguna circunstancia debe tomarse como una regla general, pues si
algo se ha señalado es la tremenda heterogeneidad, tanto de armas defensivas como de
armas ofensivas, que presentó la hueste.

En los documentos se aclara el origen o composición de los bienes listados: La gran mayoría
de ellos son de hierro, incluidas las armas, armaduras y tiros pequeños. Otros más son de
cobre, sobre el cual ya hemos hecho los comentarios pertinentes. Sólo son de bronce los
tiros más grandes y en todos los casos que investigamos el acero es prácticamente
inexistente, sólo se le encuentra y muy rara vez, en forma de algunas herramientas o como
metal en pasta.

Una última pero importante advertencia: Hay que señalar que la mejor arma de los
conquistadores no fue ni la espada, ni el arcabuz, ni la ballesta, y que su mejor defensa no
fue ni la cuera doblada, ni el coselete, ni el escaupil, la mejor arma y defensa de la hueste
indiana fueron los miles de indios amigos que incorporaron a sus expediciones y que casi
nunca son reseñados, a no ser como una masa anónima que seguía ciegamente las órdenes
de las autoridades coloniales. Este contingente, siempre el más voluminoso en todas las
expediciones, aportó no solo miles de guerreros flecheros, también proporcionó la comida y
los bastimentos necesarios para la tropa, cargó con ellos y se encargó de la manutención y

88
preparación de los alimentos durante las expediciones. Muchos de ellos corrieron la misma
suerte que sus encomenderos, los que partieron al Nuevo México quedaron enterrados por
las tormentas del desierto, los que siguieron a Pedro de Alvarado al Perú murieron
congelados en las nieves andinas, los que fueron a la Mar del Sur sufrieron los mismos
embates metabólicos que los españoles, y quedando sepultados, sus nombres y sus vidas,
para siempre en las fronteras del imperio español.
De la misma manera que tanto el estrato nativo está invisibilizado, tanto en tropas
como en aportaciones a la panoplia indiana, durante el desarrollo de esta investigación
pudimos constatar que diversas armas de los españoles son de origen árabe; la monta
jineta, los alfanjes, las adargas, incluso las armas de fuego. Es un error común de los
investigadores “virar” a la europea a los conquistadores españoles, proyectarlos hacia las
victorias de los tercios de Flandes o Pavia, y no remontarlos al mundo árabe-musulmán
que conforma su pasado inmediato
Pero los árabes no sólo fueron los introductores de diversas armas que continuaron
durante la Conquista, también son de este origen instituciones guerreras importantes
como el famoso quinto real o la mejor paga a los jinetes, instituciones siempre presentes
en América a través de los españoles, pero que ya desde el siglo XII estaban formuladas
en palabras del sabio árabe Averroes, durante la larga presencia musulmana en la
península.192 Luis Weckman también señala que el requerimiento, aquel trágicamente
célebre documento legal que debía ser leído antes de empezar la guerra, tiene sus
orígenes «en una escuela jurídica islámica llamada malakita (por su fundador Malik ben
Abbas), cuyo pensamiento tuvo gran difusión en la España árabe». 193
La caña de azúcar también fue introducida por el mundo musulmán a la península
ibérica; los sistemas de procesamiento de azúcar, etimología de origen árabe, y de
destilación de alcohol, palabra también de origen árabe. La caña, parafraseando al
investigador Germán Dueñas Beraiz, «pese a su origen musulmán, tuvo una fuerte
presencia en la península ibérica, más allá de la presencia musulmana en el territorio
hispano»194 e incluso pasaron al “Nuevo Mundo” con la invasión europea. Aunque este
tema está por fuera de los intereses de nuestro estudio, durante el desarrollo del mismo

192 Averroes, El libro.


193 Weckmann, La herencia. p. 327.
194 Dueñas Beraiz, “Introducción”. p. 154.

89
pudimos constatar que los únicos bienes de cobre que pasaban desde Europa a América
eran justamente los relacionados con la extracción de caña de azúcar y la destilación de
alcohol. Todavía hoy se cultiva la caña de azúcar en Morelos y en diversas destilerías en
Oaxaca utilizan el método árabe del alambique, otra palabra árabe, para producir mezcal
y aguardientes, ambos introducidos por Hernán Cortés durante su marquesado. 195

Con esta conclusión cerramos esta parte de nuestra investigación, en donde hicimos un
recorrido documental que nos permitió hacer una reconstrucción de la hueste indiana muy
distinta a la planteada desde la iconografía de la época y la doxa historiográfica. Sin
embargo, frente a estas dos imágenes de la Conquista queda aún pendiente la pregunta
¿Por qué son tan diferentes? ¿Qué están representando las imágenes del siglo XVI, aquellas
que muestran a un soldado de brillante armadura? Tales respuestas se desarrollan en el
capítulo siguiente.

195 Cfr. Martínez, Documentos III; p. 131 y Martínez, Documentos IV. pp. 383,391-393.

90
CAPÍTULO IV
LAS ARMAS EUROPEAS EN LA ICONOGRAFÍA COLONIAL

Los documentos que utilizamos para la presente tesis tienden a clasificar en géneros
comunes las cosas que enlistan; ocupando las armas y sus aderezos una parte, otra la
comida, otra las herramientas, otra los instrumentos «de marear», etcétera. Debido a esto
dejamos fuera de nuestro estudio diversas armas que por su ubicación en los inventarios
correspondían más a bienes suntuarios que a equipamiento de la hueste. En la armada a las
Molucas se cargaron varios bienes que, se supuso, servirían para el “rescate” de especias y
otros insumos de valor, la mayoría de estos declaran ser de fabricación nativa. Agrupados en
este rubro encontramos «dos coseletes pintados», «tres rodelas ricas» y «ciento veinte y dos
rodelas de [metal de] Mechuacan».196 Por las glosas en la Matrícula de Tributos y por las
informaciones de Huexotzingo sabemos que estas «rodelas ricas» eran de plumas verdes de
quetzal, que se diferenciaban de las de papagayo rojas las cuales se denominaban
«baladíes».197
Entre los bienes de la casa de Cuernavaca de Hernán Cortés hay un caso similar. Las
armas que usamos para nuestro estudio se listan en un apartado especial, pero en una
recámara hallamos «una adarga nueva, con su funda de encerrado», «un bracamarte con
su vaina de cuero, de un filo» y «otro bracamarte alfanje, esmaltado de verde e azul, la
guarnición e vaina con la contonera, del mismo esmalte e un cinto en él, por una parte
tejillo dorado, e por la otra de seda colorada e azul, e con dos borlas grandes de seda de
granada e guarnecidas con hilo de oro», al lado se lista «una cama de de tafetán azul». 198
Es evidente que estas armas se encuentran en mejor estado y mucho más adornadas
que las que hemos utilizado para nuestro estudio, sin duda estas correspondían más a
decoraciones que a instrumentos que pudieran ser llevados al campo de batalla. Estos
casos nos resultan importantes por dos sentidos. Primero por que señala que, en el caso
de las «rodelas ricas» la producción de armamento indígena suntuario, o plumario,
continuó varios años después de la caída de Tenochtitlan, también señala el lugar
especial que ocupaban los alfanjes de entre todos los otros tipos de espadas y el atributo

196 Martínez, Documentos I.


197 Zavala, Tributos; p. 36. Castillo Farreras, “Matrícula de tributos”.
198 Martínez, Documentos IV. p. 378.

91
nostálgico de las adargas como antiguos escudos de los jinetes de los primeros años de
la Conquista.
Y en segundo lugar por que, tanto el caso de las «rodelas ricas» como el del lujoso
alfanje, muestran que las armas adquieren un lugar que las escinde de la lucha “real” y
las carga de un significado simbólico, aunque el origen de este significado, y la
importancia que ocupan como bienes suntuarios, se derive del uso guerrero. En las
glosas de la Matrícula de Tributos, o en su contraparte el Códice Mendocino, esto se hace
evidente pues las rodelas tributadas son llamadas también «insignias» o «divisas». No
estamos refiriéndonos simplemente a las armas que, por su valor histórico, son portadas
por cuerpos honorarios o en ceremonias “de gala”, pero que los ejércitos modernos hace
siglos no utilizarían hoy en día en los combates; como las adargas de la guardia del
Vaticano o los sables de los cadetes del Colegio Militar. Estamos refiriéndonos al lugar
semántico y semiótico que ocupan las armas, es decir que las armas representan algo
más de lo que de por sí son, y esta representación, este simbolismo, está cargada de un
significado construido histórica y culturalmente, más allá de si esa arma “exista” o no en
un plano material.
El caso de los escudos, por ejemplo las «rodelas ricas», es especialmente revelador en
este sentido, por que queda claro que estas «insignias» prehispánicas no estaban
fabricadas para la guerra, sino ostentar significados, de ahí que se detalle su lugar como
«divisa». En el mundo occidental los escudos también guardan un valor profundamente
simbólico, he ahí el papel de los llamados “escudos de armas”, en donde las “armas” de
ese escudo corresponden a los “blasones”, es decir, a los símbolos que en él están
inscritos, y el lugar que ocupaban los escudos como armas defensivas en los conflictos
bélicos ha superado el plano puramente pragmático o funcional y ha trascendido a un
nivel de significación, o de ostentación de significados, tan complejo que en el campo de
la heráldica “arma”, “escudo” y “blasón” guarden una relación tautológica, o sinonímica, en
cuanto a sus significados, es decir que pese a aparentar significar algo distinto, terminan
significando lo mismo.199
Pero en el caso de los escudos no es el único en donde las “armas” son convertidas en
símbolos. Como veremos en este capítulo, las armas al momento de pasar al plano de la

199 Cfr. Diccionario de la lengua; Sanz Lacorte, Glorario Heráldico. Entradas para “arma” o “escudo”

92
representación en la iconografía y en la retórica de la Conquista, adquieren justamente un
nivel semiótico más o menos complejo, que hace que su estudio merezca un apartado
especial, y que pueda situarlas en el contexto de producción historiográfica y en el
universo mental del cual surgieron.
Por esta razón dejamos por fuera de la exposición del capítulo II el caso de los
cascabeles. Son bien conocidas las referencias al «gran espanto» que causaban entre los
indígenas los ruidosos pretales de cascabeles en los caballos de los conquistadores:

Para incrementar el impacto de la caballería, desde la batalla de Centla en Tabasco,


Cortés manó poner a los caballos, además de un vistoso paramento, pretales de
cascabeles, cuyo tintineo causó espanto entre los indios; semejante estratagema se
repitió en la batalla con Xicoténcatl el Joven a las puertas de Tlaxcala. Los cascabeles
se siguieron usando en la época colonial (se creía que estimulaba a los caballos)
cuando, por ejemplo, se reprimían mediante una guasábara (especie de algarada; la
palabra es de origen árabe) los motines de indios o de esclavos negros.200

En el Lienzo de Tlaxcala los encontramos frecuentemente y Bernal también describe


como se adornaron los caballos de cascabeles para impresionar a los enviados de
Moctezuma durante los primeros encuentros. 201 Nuestra opinión es que este es uno de los
múltiples casos de una formula retórica, que transcurre en un plano explicativo aparte del
de los sucesos que pretenden narrar. Los cascabeles forman, junto a todo lo relacionado
con los españoles, un cuadro de novedad, de maravilla, frente al cual la mente primitiva
de los indígenas es tomada por sorpresa, causando terror y desorganización, entonces
«los españoles vencerán fácilmente».202
Pero resulta que los cascabeles no eran desconocidos para los indígenas, por el
contrario, desde el 600 d.C., a mediados de lo que se ha llamado el periodo clásico, los
cascabeles forman parte importante de los bienes producidos en América. De hecho los
cascabeles son el objeto metálico más numeroso hallado en las excavaciones
arqueológicas,203 y se les encuentra de varios tipos, incluso muy grandes:
200 Weckmann, La herencia. p. 110.
201 Díaz del Castillo, Historia, 1982. p. 77,90.
202 Rozat Dupeyron, Indios imaginarios. p. 47.
203 Cfr. “Catálogo del material de cobre existente en la sección de arqueología del Museo Nacional de

93
Por la gran cantidad de cascabeles prehispánicos que se han encontrado, se deduce
que fueron ampliamente utilizados en ceremonias rituales [...] Los grandes cascabeles
encontrados en la zona tarasca, que existen actualmente en el Museo de Morelia y
que miden alrededor de veinte a veinticinco centímetros en su eje longitudinal, deben
haber tenido una utilización distinta a la de los demás.204

Otro dato interesante, ya mencionado, es que la producción de cascabeles, y otros


metales indígenas continuó durante el Colonial temprano. 205 Lo más revelador de esto es
que los indígenas, casi siempre michoacanos, producían cascabeles para los españoles,
tan abundantemente que estos los contaban por peso y no por pieza. En el campo de
batalla del Peñol de Nochistlán la arqueóloga Medrano Enríquez localizó quince
cascabeles. Es notable que la autora los ubica en el periodo «posclásico
protohistórico».206 Por los antecedentes expuestos en capítulo I proponemos que estos
cascabeles, encontrados junto a material español, fueron parte de las encomiendas que
los españoles encargaban a los indígenas, y formaron parte de los pretales de cascabeles
con los que la hueste indiana adornaba a sus caballos, como los que encontramos
inventariados en la caballeriza de Hernán Cortés. 207 De cualquier manera, el punto que
queríamos remarcar aquí es que las poblaciones indígenas no eran, de ninguna manera,
ajenas a este tipo de instrumentos metálicos, y que por el contrario eran bien conocidos al
grado que los conquistadores se valieron de ello para solicitarlos en tributo.
Resulta paradójico que mientras las informaciones de Solís, y su comentarista moderno
Antonio López Espino, muestren una «masa de indios, que peleaban sin temor a las bajas
que les causaban»,208 los sucesos narrados por Sahagún, o incluso Guamán Poma de
Ayala en Perú, hablen de como bastaron unos cuantos cascabeles para aterrorizar a los
indígenas; De esta manera el mismísimo Santiago se aparecería en Cuzco cabalgando un
caballo blanco con su respectivo pretal de cascabeles:
Antropología. 1967”, en Horcasitas de Barros, Una artesanía. pp.67-72.
204 Ibid. p. 45.
205 Martínez, Documentos I. pp. 492-493, 495-496.
206 Medrano Enríquez, Arqueología. pp.135-137.
207 Martínez, Documentos IV. p. 389.
208 Espino López, “Las Indias”. p. 303.

94
Señor Santiago Mayor de Galicia, apóstol de Jesucristo, en esta ora que estaua
asercado los cristianos, hizo otro milagro Dios, muy grande, en la ciudad del Cuzco.

Dizen que lo uieron a uista de ojos, que auajó el señor Sanctiago con un trueno muy
grande. [...] Y como cayó en tierra se espantaron los yndios y digeron que abía caýdo
yllapa, trueno y rrayo del cielo, caccha, de los cristianos, fabor de cristianos. Y ancí
auajó el señor Sanctiago a defender a los cristianos.

Dizen que bino encima de un cauallo blanco, que trayýa el dicho caballo pluma, suri , y
mucho cascabel enxaesado y el sancto todo armado con su rrodela y su uandera y su
manta colorado y su espada desnuda y que uenía con gran destruyción y muerto muy
muchos yndios y desbarató todo el serco de los yndios a los cristianos que auía
ordenado Mango Ynga y que lleuaua el santo mucho rruydo y de ello se espantaron
los yndios209

Por largo tiempo estuvimos indagando en porqué los cascabeles representan un objeto
terrorífico para los indios, sin encontrar una explicación convincente, lejos del papel
psicologizante que se le otorgó. La pista que nos muestra Guamán Poma es crucial para
entender su significado, pues en su descripción queda establecido que los pretales de
cascabeles son parte de los atributos de Santiago Matamoros, patrón de los
conquistadores. Dichos pretales están presentes, desde el siglo XII, en una serie de
representaciones del Apostol Santiago en su advocación guerrera, situándose el origen de
esta figura en el Códice Calixtino, de 1160-1180, hoy resguardado en la Catedral de
Santiago de Compostela (fig. 10). Dicha representación se corresponde con sorprendente
precisión a la descripción de Felipe Guamán Poma de cinco siglos después, pues en esta
encontramos los mismos atributos, excepto la rodela, que se describen en la Nueva
corónica y buen gobierno: Están presentes el santo mismo, la bandera, la espada
desenvainada, el caballo blanco, el manto rojo y sobre todo los cascabeles enjaezados,
es decir, adornados en el pretal del pecho el caballo.
Pero podemos rastrear aún más estos cascabeles: En la Enciclopedia de la Biblia se
señala que los cascabeles, también llamados campanillas, servían para «Anunciar al
209 Guamán Poma de Ayala, Nueva corónica. “El capítulo de la conquista española y las guerras civiles”.

95
sumo sacerdote en su entrada al templo. El sonido de las campanillas del sacerdote debía
recordar al pueblo la importancia del acto litúrgico, al que había de unirse. En Babilonia se
creía que las campanillas mantenían a raya a los malos espíritus». 210 Hoy en día esta
tradición, tocar una campanilla en misa, sigue siendo parte del ceremonial católico.
Además los cascabeles dentro de la simbología cristiana se remontan a la época de la
destrucción del Primer Templo de Jerusalén: En el libro de Zacarías, versículo 14 párrafo
20, los pretales forman parte de la simbología escatológica que profetiza la recuperación
de la Sagrada Jerusalén, instaurando finalmente el Reino Universal de Dios.
A partir del siglo XII, tenemos diversas representaciones de caballeros con pretales. En
el documento medieval conocido como Tumbo a, se representa a Alfonso IX de León de
una manera similar a Matamoros; montado un caballo adornado con cascabeles. Durante
la Conquista estos elementos, no resultaron ninguna novedad para los conquistadores, no
fue ninguna táctica de guerra de la que se dieron cuenta durante el desarrollo de los
acontecimientos y de la cual aprendieron a sacar ventaja; en 1338 volvemos a encontrar
referencias de los pretales, 211 al momento de la Conquista ya estaba bien arraigado en el
imaginario español su atributo de arma en la guerra contra los infieles. Quedaba claro
entonces que esta, como la guerra contra los moros, era una guerra santa en la cual los
conquistadores eran meros instrumentos de la voluntad divina.

210 Enciclopedia de la Biblia. Entrada para “campanilla”.


211 Leguina, Glosario. p.217.

96
Fig. 10 Pendón de Santiago en el "Liber Sancti Iacobi” del Códice
Calixtino, ca. 1180. en <culturagalega.org>.

Ha llegado el momento de ocuparnos de la imagen global del conquistador. En los capítulos


anteriores hemos conformado, por una parte, una perspectiva novedosa del conquistador, al
utilizar documentos hasta ahora no contemplados para reconstruir su armamento, hemos
señalado que la gran mayoría de la hueste indiana no utilizaba armaduras de estilo europeo,

97
pues la mayoría estaban protegidos por escaupiles, usaban alpargatas como calzado y otras
piezas de manufactura india; el caso del difunto Juan Jiménez es paradigmático en este
sentido. Pero por otra parte seguimos teniendo al lado la imagen hegemónica y tradicional del
español. Esta representación, casi omnipresente, ha llegado a nosotros a través de las
descripciones de Sahagún, en las ilustraciones del Códice Florentino, en el Durán, en el
Lienzo de Tlaxcala o en las láminas finales del Azcatitlan (fig 11.). En ellas es usual ver a
caballeros europeos completamente investidos en armaduras metálicas, a veces a caballo, a
veces a pie. Tales imágenes responden a la idea de cruzada, de guerra santa y justa, que era
la Conquista, una guerra contra un enemigo diabólico, que acechaba a los cristianos a cada
paso y los esperaba en cada ciudad. Tales representaciones están firmemente ancladas en la
tradición occidental conformada a lo largo de varios siglos y forman una capa bastante densa
que intentaremos desentrañar en las siguientes páginas.

Acerca de la guerra justa el medievalista Jaques Le Goff recupera los tres criterios necesarios
para que una guerra pudiese ser realizada por un ejército cristiano, precisados por el
canonista Rufin en la Summa decretorum hacia 1157:

[La autoridad del rey] 1) «en función de quien la declara: que quien declare la guerra
efectivamente o la autorice tenga el poder ordinario de hacerlo»; [De los guerreros] 2)
«en función de quien la realice: que quien vaya a la guerra lo haga con un fervor
bondadose y sea persona que pueda batirse sin escándalo»; [De los enemigos] 3) «en
función del que será atormentado por la guerra: que merezca ser desgarrado por la
guerra o que al menos lo merezca de acuerdo a justas presunciones».212

La Conquista de América fue, precisamente, un llamado de los Reyes Católicos a


ocupar los lugares que la providencia había dado a España para la expansión de su reino.
Al enfrentarse a los salvajes indios, la guerra se hizo presente y los encomenderos fueron
llamados a la defensa de las tierras del Emperador. Luis Weckman señala como «la
principal obligación de los encomenderos», «consistía primordialmente en acudir a su
llamado de guerra [del rey]», tradición presente «desde la época visigoda en España». 213

212 Le Goff, Una larga. p. 80.


213 Weckmann, La herencia. p. 96.

98
En América los requisitos para emprender la guerra justa a los indios se conjugó en el
Requerimiento, documento especialmente importante durante el periodo colonial
temprano, el cual como comenta Weckman consistía en «la exhortación a los indios a que
aceptaran voluntariamente el bautismo y la soberanía española, bajo amenaza de guerra
en caso negativo», el cual estaba basado «en la idea medieval de la relación de los
cristianos con los infieles». Al respecto Weckman señala que el requerimiento

Llegó a constituir un mero formalismo (registrado por un notario si lo había), y ha sido


tachado de hipocresía por algunos autores, sobre todo cuando los naturales no
entendían, por falta de intérprete, lo que se les exigía y menos aún captaban el sentido
político de la admonición. […] Según los teólogos, era necesario leer los exhortos tres
veces antes de emprender una “justa guerra”. Palacio Rubios, jurista de Fernando el
Católico, redactó en 1512 el texto del requerimiento utilizado profusamente en la
conquista de las Indias a partir del año siguiente, cuando se llevó a cabo la expedición
de Pedrarias Dávila. Durante mucho tiempo se creyó que la versión del célebre jurista
era la primera elaboración de la fórmula, pero no es así, pues el requerimiento ya
había sido utilizado anteriormente, en 1480 en la conquista de las Canarias y aun
antes, en las guerras de Granada.214

Pero más que una guerra justa, la de Conquista fue considerada una verdadera
cruzada, la más justa guerra de la cristiandad, continuación inmediata de la guerra contra
los moros, la Reconquista, la cruzada interna que desde hacía siglos impulsaban los
reinos cristianos de la Península. De esta manera, entre los documentos del finado Juan
Jiménez, participante de la expedición de Coronado, donde también fue leído el
requerimiento correspondiente, se encuentra una solicitud de bula para el ánima del
difunto, por haber muerto, precisamente, en una santa cruzada. Richard y Shirley Flint
señalan al respecto de este pasaje:

Reveladora de las actitudes ampliamente aceptadas entre los expedicionarios y la


sociedad en general, sobre las empresas de conquista y reconocimiento, es la
solicitud en el testamento de Jiménez de que "sea otorgada una bula de indulgencias
como participante en la santa cruzada". Este es un señalamiento explícito de que la

214 Ibid. p. 327.

99
expedición de Coronado y las muchos otros emprendimientos en el Nuevo Mundo
fueron equiparadas con las santas cruzadas del Viejo mundo contra los infieles que
estuvieron en curso en España, África del Norte y Turquía.215

Fig. 11 Lámina del Códice Azcatitlán, siglo XVI, en <wdl.org>.

Pero el punto álgido de la cuestión radica en que no sólo la Conquista se desarrolló en


un orden homólogo al de las cruzadas, sino que, en términos estilísticos, estas tenían una
especial forma de narrarse y representarse, pues como señala el historiógrafo Alfonso
Mendiola «el acto de escribir en la sociedad medieval estaba regido por las normas de
estilo que determinan la retórica». De esta misma manera «según de lo que se esté
hablando o escribiendo hay modos o figuras que se deben seguir, había modelos que
prescribían cómo se debía contar una batalla, o cómo describir una ciudad». La aparición
de las armas de fuego supuso una «dificultad estilística con la que se enfrentó el escritor
medieval», debido a que «durante muchos años después de la invención de las armas de

215 Flint y Flint, Documents. p. 329. Traducción nuestra.

100
fuego ellos continuaban narrando las batallas bajo el modelo homérico, en el cual, por
supuesto, no había armas de fuego». 216 Una vez resuelta tal dificultad y establecido
nuevas normas narrativas los hombres de la Edad Media se enfrentaron al problema de
retomar a los clásicos, que ahora quedaban por fuera del nuevo canon, de tal manera
que, como nos señala el medievalista Phillippe Contamine,

Petrarca, debido a su reverencia a la civilización grecorromana, pensaba que los


antiguos no habían podido ignorar el empleo de la pólvora. Igual sentimiento
encontramos en el papa Pío II, cuando escribía al duque Federico de Urbino [siglo
XV]: “en Homero y en Virgilio podemos encontrar descripciones de todos los tipos de
armas utilizados en nuestra época”. Valturio, en su De re militari (1472), veía en
Arquímedes al inventor del cañón.217

Este presentismo alcanzó también a la iconografía de la época, estableciendo convenciones


de cómo debían mostrarse las imágenes. Por lo consiguiente los soldados que debían ser
romanos durante la pasión de Cristo, en los grabados europeos que llegaron a América para
la imprenta de Juan Pablos, son representados como soldados medievales. En uno de estos
grabados encontramos a «Jesucristo en la cruz en el momento de la agonía, […] Del lado
derecho, un soldado, que debería ser romano, pero que porta una armadura medieval, eleva
su mano derecha hacia el crucificado» (fig 12).218

216 Mendiola Mejía, Bernal Díaz. pp. 54-55, y n.7


217 Contamine, La guerra. p. 175.
218 Grañén Porrúa, Los grabados. p. 56

101
Fig. 12 Grabados medievales usados por Juan Pablos en Nueva España. Los soldados
romanos han sido representados a la usanza medieval, en Grañén Porrúa, Los grabados.

Además, producto de estas curiosas convenciones estilísticas es que podemos


encontrar representados algunos castillos medievales durante la conquista del Perú,
como el que hallamos en el frontispicio de la Verdadera relación de la conquista del Perú,
de Francisco de Xerez, publicada en 1534 en Sevilla o a Moctezuma montado en un carro

102
con ruedas en el Códice Durán. Por su parte Pablo Escalante Gonzalbo demostró que las
imágenes y descripciones del libro XI del Códice Florentino están “retomadas” de distintas
fuentes clásicas y medievales como Esopo, Aristóteles, Plinio, San Isidoro o de tratados
de historia natural como el Hortus sanitatis del siglo XV, escrito por el médico alemán
Johnn von Cube. Incluso Gonzalbo Escalante señala que de algunas representaciones no
existen antecedentes en la tradición prehispánica, siendo trasladadas, “copiadas”,
directamente de los tratados medievales.219
Lo que queremos remarcar con esta exposición es que los pintores de las láminas del
Durán, del Tlaxcala, del Florentino o del Azcatitlan no están haciendo un “retrato” o
“descripción” de la “realidad” de la manera en que ahora la comprendemos, los pintores
de estos códices no estaban usando su “libertad creativa” para plasmar a los soldados de
la Conquista ni formulando un reportaje periodístico. Muy por el contrario sus
representaciones se enmarcan en una serie de normas y cánones que marcan cómo es
que deben ser representadas las cosas. Un orden en el cual la Conquista debía ser
representada como una cruzada, y los conquistadores, a la mejor usanza medieval,
ocupan el lugar de los soldados de Cristo, los miles christi, los devotos soldados
encargados de recuperar el mundo a Cristo y arrebatárselo a los infieles, a los idólatras y
al mismísimo Diablo.

Más relevantes que las cosas que están representadas son las que están ausentes. Hemos
señalado, por ejemplo, que pese a que el escaupil fue la armadura más usada por la hueste
indiana, la cota de malla, propia de los ejércitos medievales, no cuenta con referentes en la
iconografía de la Conquista. Resulta interesante señalar que, además, en el Lienzo de
Tlaxcala no contamos con ninguna ilustración de ballestas, tan comunes durante el periodo
colonial temprano, y en todo el Lienzo sólo hay un arma de fuego dibujada, de la que
hablaremos más adelante. Al respecto de estas dos armas resulta por demás sorprendente
que, frente a la insistencia de su poder real o psicológico contra las hordas indias, en
realidad, son rarísimas las representadas de arcabuces o ballestas, en los antedichos
códices.

219 Escalante Gonzalbo, “Los animales”.

103
Queda de antemano descartada la esperanza de encontrar algún español vistiendo
escaupil o alpargatas, y sin embargo encontramos múltiples soldados con protegidos con
escudos. No sucede así con las espadas, las cuales representan cruces, el símbolo por
excelencia de la guerra santa, más que espadas. No se hallará pues, en ningún
documento pictográfico de la Conquista, ningún alfanje entre los conquistadores. La razón
de esto último es muy sencilla, dado que el alfanje es un arma de origen musulmán,
ligada a la cimitarra, es inconcebible que los soldados de Cristo se representen con las
armas de los infieles.
Como bien ha demostrado Guy Rozat en su obra América, Imperio del demonio, los
españoles, frailes y guerreros, creían encontrarse verdaderamente en tierras donde el
mismísimo diablo había situado su residencia. 220 Por ese motivo la representación del
conquistador más común en la iconografía; el soldado acorazado, con yelmo, escudo y
espada, corresponde más que a la panoplia que llevaron a la batalla, a los atributos de la
«Armadura de Dios» descrita en la Biblia, en el libro de Efesios versículo 6:

Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza. Revestíos con toda


la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo. Porque
nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades,
contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de
maldad en las regiones celestiales. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para
que podáis resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes. Estad, pues,
firmes, ceñida vuestra cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia, y
calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz; en todo, tomando el escudo
de la fe con el que podréis apagar todos los dardos encendidos del maligno. Tomad
también el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu que es la palabra de Dios.

El poder de este canon es tan grande que incluso en el Lienzo de Quahquechollan los
indios amigos, los conquistadores indígenas aliados de los españoles, se representan a sí
mismos armados con escudo y espada, más blancos que sus enemigos guatemaltecos e
incluso barbados, a la usanza española. El águila bicéfala de este lienzo, símbolo del
Sagrado Imperio, es retomada por los indios aliados y los famosos macuahutils, las

220 Rozat Dupeyron, América.

104
“espadas” indígenas, son homologadas a las espadas europeas. De esta misma manera
en el Lienzo de Tlaxcala o en los murales de Ixmiquilpan los indios amigos, sean
tlaxcaltecas u otomíes, se dibujarán a ellos mismos con los mismos macuahutil y chimalli,
contraparte cristiano-india de las espadas y escudos españoles. Muy lejos quedan las
descripciones de «indios flecheros» que sobre ellos hacen los europeos y que diversas
investigaciones corroboran.221 Los arcos y las flechas, asociados en la iconografía
cristiana al martirio de San Sebastian, serán reservados para los enemigos de la
verdadera Religión.
Mas las intenciones benévolas descritas en Efesios no deben confundirnos. La paz era
en la época colonial, un concepto jurídico que poco tiene que ver con las aspiraciones
modernas. De esta manera una vez leída «la palabra» del Requerimiento, los enemigos
de la cristiandad tenían dos opciones, o se evangelizaban o sufrían la guerra justa. Si aún
aceptando «la palabra de Dios» se rebelaban posteriormente, se recurría entonces a la
pacificación, un eufemismo para el exterminio; la guerra a sangre y fuego. De esta
manera la guerra Chichimeca, la guerra más larga y complicada que sostuvieron los
españoles en Nueva España, se llamó también la «pacificación» de los chichimecas. Jan
de Vos ha descrito con maestría erudita como los lacandones fueron exterminados luego
de que se rehusaran a aceptar «la paz de Dios», y entonces se les diera «la paz del
Rey», al grado que por largas décadas se consideró que la etnia que hoy lleva su nombre,
la cual arribo hace pocos siglos a la región, era la tribu lacandona original. 222
Si entre la iconografía de la Conquista encontramos pocas ballestas es por que, para el
caso, estas armas representan más bien poco en este conglomerado de símbolos
guerreros. Resultan muchísimo más importantes las espadas en cruz, las brillantes
armaduras, los imaginarios caballos, casi siempre blancos como el de Santiago y los
imaginarios perros.223 La ballesta, arma innoble y plebeya donde las hubiere, fue bastante
mal vista durante su reaparición hacia el siglo XII. Contamine refiere que los bizantinos le
atribuyeron un carácter diabólico y «el papado compartía esta opinión y por ello el
segundo Concilio ecuménico de Letrán (1139) castigó con anatema a quien utilizase la

221 Wright, Conquistadores; Matthew y Oudijk, Indian Conquistadors; Velazquez, “Los Indios”; Antochiw,
Milicia; Ruiz, “Sobrevivencia de armas”. Ver anexo II en esta tesis.
222 de Vos, La Paz.
223 Rozat Dupeyron, Indios imaginarios. pp.287-332.

105
ballesta (y también el arco) en las guerras entre cristianos. Ya en 1097-1099, Urbano II
había condenado la acción de los ballesteros y de los arqueros contra los cristianos». 224
Esta arma aparece sobre todo en las fojas 22v y 23r del Códice Florentino, intentando
ennoblecerla en una imaginaria formación de ballesteros a caballo que ni Cortés ni Bernal,
ni ningún cronista describió jamás, y que por supuesto los documentos del periodo tampoco
constatan.
Las escopetas tuvieron mejor suerte que las ballestas; aparecen esbozada en dos
láminas del Durán, la ballesta solo en una, siempre portadas por nobles guerreros
dibujados a la usanza medieval, mientras que en el Lienzo de Tlaxcala aparece una sola
vez (la ballesta ninguna), dibujada de una manera tan peculiar que resulta una verdadera
sorpresa que los investigadores del periodo, que gustan de usar el Lienzo como fuente
para “reconstruir” el armamento español, la hayan pasado por alto. La omisión podría
explicarse por que por un lado, a decir verdad sólo forma parte de manera muy
complementario del relato del Lienzo, lo principal son los aliados tlaxcaltecas, y por que,
por otro lado, su rústico y patético aspecto no empata con las descripciones de temibles
armas que eran capaces de aterrorizar a los indios con sólo ser disparadas. Esta imagen
es más parecida a los “truenos de mano”, las primitivas armas portátiles europeas, que a
los mosquetes con que siempre se insiste en compararla (fig. 13). En cambio las
escopetas el Florentino aparece en múltiples ocasiones entre soldados que disparan
largas lenguas de fuego y humo a los espantados indígenas. Alfonso Mendiola señala
adecuadamente que

Sobre el arma de fuego se dice que su eficacia contra un ejército que no guarda
posiciones fijas era mínima, y se insiste [En la Edad Media] en que su utilidad es para
asustar –por el ruido que produce al estallar– a los campesinos cuando se levantan en
contra de sus señores. La finalidad que las crónicas le dan a los arcabuces es la misma
que le daban en Europa a su uso contra los campesinos. La imagen que las crónicas
hacen del indio se derivan, en gran parte, de la que tenían en la sociedad aristocrática y
clerical del campesino europeo: la representación del pagano por antonomasia.225

224 Contamine, La guerra. p. 91


225 Mendiola Mejía, Bernal Díaz. pp. 139-140, n. 3.

106
Fig. 13 Der. Detalle de Handgonne en grabado alemán, Rudicum Novitiorum (1475), en:
<bridgemanimages.com>. Izq. Escopetero, detallle, Lienzo de Tlaxcala.

Las escopetas y otras armas del género, a lo largo de la historia medieval, pasaron de
ser instrumentos polémicos, a veces llamados diabólicos por sus detractores, 226 como las
ballestas, a símbolos de la lucha cristiana contra el mal, de civilización contra salvajismo.
Su posición como arma para combatir a los enemigos de la Religión se consagró a finales
del siglo XVII, en una escuela de pintura de Cuzco que retrataba los llamados ángeles
arcabuceros, ocupando este dispositivo guerrero el lugar que tenía la tradicional espada
en la lucha de los arcángeles contra el Demonio (fig. 14).

226 Contamine, La guerra. p. 175.

107
Fig. 14 Arcángel Eliel con arcabuz, Anónimo, Museo de Arte de Lima
(ca. 1690-1720), en <google.com/culturalinstitute>.

Otro elemento recurrente en la iconografía del periodo es la lanza. Esta arma, como
hemos visto, es sobre todo propia de la caballería, pero en las representaciones se
encuentra entre infantes y jinetes por igual. La lanza tiene una gran conexión como
símbolo de la cristiandad; está presente desde la crucifixión de Jesús, cuando, según la
tradición, el soldado Longino, canonizado después, utilizó su lanza, conocida como la
lanza del destino, para atravesar el costado de Cristo. La lanza es un atributo común a los
santos cristianos que fueron soldados, como el mismo Longino, San Teodoro de Amasea,
algunas representaciones San Ignacio de Loyola o San Jorge, patrono de Aragón, quizá el
más famoso de todos, y que, aunque también era un soldado romano, muchas veces se

108
le representa como un caballero medieval. Además en el mundo “profano” la lanza
también está asociada a la caballería, y por tanto a la nobleza (fig. 15).

Fig. 15: Izq. San Mateo Evangelista, aguafuerte de Hendrik Goltzius, 1589, en:
<britishmuseum.org>. Der. San Jorge, xilograbado de Durero, ca. 1504, en:
<metmuseum.org>.

Una variante de esta arma es la alabarda, también muy común entre las imágenes de
la Conquista pero que, por la investigación documental que realizamos, parece no haber
estado presente entre la hueste indiana. Esta arma parece haberse popularizado
“tardíamente” al rededor del siglo XV, y está asociada sobre todo a las guardias reales, es
decir a la fidelidad y lealtad al rey. Es un hecho significativo que la alabarda sea un
combinación de hacha y lanza, y en algunas representaciones de santos intercambia
lugar con alguna de estas dos armas, como en el caso de San Mateo Evangelista, sobre
todo en las representaciones de la colección del British Museum, o San Judas Tadeo el
cual, según la tradición, fue decapitado con un hacha, por lo que en representación de su
martirio suele adjuntarse esta arma o un alabarda, como en el cuadro pintado por El

109
Greco. Consideramos que esta “comunión” de la alabarda sea una forma simbólica de
unir la lanza de la cristiandad y el hacha de combate, arma representativa de los francos.
El caso de las imágenes de los santos es ejemplar en cuanto a que, realmente no
importa en que estilo, técnica o tradición pictórica se representen, a pesar de las
divergencias mientras se mantengan las convenciones del lenguaje visual con el que
están constituidos, los atributos, se podrá decodificar correctamente el mensaje, llegando
a ser casi atemporales; de esa manera un caballero, en armadura, con lanza, matando un
dragón siempre será identificado con San Jorge, no importa la forma en la que es
dibujado el dragón, las facciones del rostro del jinete o el tipo de armadura que use.
Las mismas normas visuales alcanzan a la iconografía de la Conquista; existe un gran
consenso que permite identificar ciertos elementos gráficos que conforman a un
Conquistador como tal: Guerreros y jinetes a la usanza medieval, investidos en los
elementos de la armadura de Dios y, como elemento novedoso de las guerras europeas
de finales del siglo XV e inicios del XVI, portando armas de fuego. Todos estos elementos
virtuosos estarían incompletos y por si mismos podrían corresponder cualquier genérico
ejército cristiano de la Edad Media, si no es por que están contrastados por un elemento
que les da cohesión y sentido: los indios, el enemigo que dota de particularidad a la
Conquista.

Los indios se conforman como el espejo de los europeos, estamos hablando de los indios de
guerra, no de los amigos. En ellos se vuelcan las antípodas de la cristiandad: son flojos,
traicioneros, sodomitas, viciosos, idólatras, mentirosos, crueles, etcétera. Lejos de lo que
pudiera pensarse los indios no conforman un elemento de novedad, son «inventados» por los
conquistadores como sus enemigos ideales. Están guiados y pervertido por el demonio, todo
en ello es falso o desviado; los demonios que adoran, las misas que les dedican, incluso el
conjunto de armas que utilizan contra la cristiandad ha sido descrito de esta manera: nada
pueden hacer mil flechas indígenas lanzadas contra un solo escudo y una sola armadura de
la cristiandad. No se puede oponer el negro cristal de la obsidiana al brillante acero toledano.
Sus armas son pues armas falsas, condenadas a la inutilidad y a la derrota de las verdaderas
armas. En vano tratarán los aztecas de robar las espadas españolas y usarlas para combatir

110
a sus enemigos, siempre serán vencidos por la verdad. El investigador Manuel Gutierrez
Estevez reseña así este traslado:

En 1517, después de 21 días de navegación desde la Habana, los españoles llegan,


por vez primera, a la costa de Yucatán, "la cual tierra jamás se había descubierto ni se
había tenido noticia della hasta entonces". Sin desembarcar todavía "desde los navios
vimos un gran pueblo que, al parecer, estaría de la costa dos leguas, y viendo que era
gran poblazón y no habíamos visto en la isla de Cuba ni en la Española pueblo tan
grande, le pusimos por nombre el Gran Cairo"227. Así, la primera ciudad
mesoamericana vista, aunque desde lejos, por los españoles recibe un nombre
"moro".

No es infrecuente que, años más tarde, los españoles, al describir lo que ven durante
la ocupación y conquista del México antiguo, utilicen términos que hacen referencia a
rasgos característicos de la cultura musulmana de España. Se denominan así
"mezquitas" a los templos o pirámides; por ejemplo, Cortés que utiliza el término en
numerosas ocasiones, dice, refiriéndose a Cholula, en su segunda carta al Emperador:
"E certifico a vuestra alteza que yo conté desde una mezquita cuatrocientas y tantas
torres en la dicha ciudad, y todas son de mezquitas" 228. O también, en la primera carta
dice de los mayas de Yucatán que llevan "encima del cuerpo unas mantas muy
delgadas y pintadas a manera de alquizales moriscos", (Juan Díaz ya había escrito
antes que "cabe ellos había ciertas ropas labradas de seda a la morisca, de las que
llaman almaizares")229 y que los aposentos de sus casas son "pequeños y bajos, muy
amoriscados"230.231

Esta identificación con los enemigos de la cristiandad culminó cuando la religión


indígena fue declarada demoníaca. El arribo de la verdadera religión confirmaba la
falsedad de la antigua. En las láminas de la Descripción de la ciudad y provincia de
Tlaxcala de Muñoz Camargo pueden verse los diablos huyendo del templo “idolátrico”,

227 Díaz del Castillo, Historia, 1982. p. 20


228 Cortés, Cartas. p. 50
229 Díaz, “Itinerario”. p.49.
230 Cortés, Cartas. p. 29
231 Gutiérrez Estévez, “mayas”. Las citas fueron modificadas para adecuarlas al formato de esta tesis.

111
quemado por los frailes (fig. 16). Pero, como bien señala la investigadora Ursula Thiemer-
Sachse, «para los indígenas, el diablo, como la personificación de lo malo, era algo
nuevo» algo que difícilmente podía encontrar su contraparte en los sistemas de
pensamiento nativo. «Modificado por los misioneros cristianos, el dios perdió su carácter
ambivalente. Los monjes también vieron en Huitzilopochtli solamente al diablo en
persona. Como tal, esta figura entró en el concepto de los europeos». 232

Fig. 16 Quema de templos idolátricos, Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala.

De esta manera la figura del antiguo dios Huitzilopochtli, convertido en demonio, corrió
el mismo destino que tantos dioses paganos de la antigüedad: Baal, Astaroth, Baphomet,
Lucifer, Belcebú, etcétera. En la obra De Nieuwe en Onbekende Weereld de Amoldo
Montanus de 1671 encontramos consumada la transfiguración: Bajo el título “VitzIiputzIi
idolum Mexicanorum” sobre un pedestal se yergue un gigantesco y terrible ídolo de
Huichilobos, como se le llamó en las crónicas, representado con penacho y patas de
cabra, con una cara grotesca en lugar de estómago, armado a la diestra con un escudo y
a la siniestra con una especie de báculo, debajo del pedestal una serie de escudos de
tamaño humano y, como si no fuera suficientes los atributos anticristianas, numerosas
cimitarras arabescas. Para Ursula Thiemer-Sachse este grabado fue fundamental en la
incorporación al imaginario europeo de la concepción de Huitzilopochtli como un demonio

232 Thiemer-Sachse, “Huitzilopochtli-Vitzeputze”. p. 25.

112
en la cultura alemana. En su estudio, “Huitzilopochtli-Vitzeputze: cómo se convirtió el dios
guerrero mexica en una imagen diabólica en el uso del idioma alemán”, la investigadora
documenta como el demonio, nombrado Vizlibuzli, Virzlipurzli, Fitzliputzli, aparece en
numerosas obras de teatro y literarias alemanas ya completamente integrado al
imaginario como un demonio.

En estas páginas hemos avanzado hacia una contextuación de la producción historiográfica,


iconográfica sobre todo, de las armas de la conquista en las diversas Crónicas y Códices que
son usados tradicionalmente como “fuente” para la reconstrucción del Conquistador Español.
Ha quedado de manifiesto que las “fuentes” de la Conquista no fueron escritas para que los
investigadores, 500 años después, acudiéramos a ellas para conformar el retrato del suceso.
Antes de concluir esta investigación queda un último punto por aclarar. Se habrá observado
que la representación propia del siglo XVI del conquistador es la de un caballero medieval, y
que esta difiere de otras representaciones “modernas”, como la del cuadro de por Frederic
Remington, por ejemplo. Lo anterior nos lleva a la siguiente formulación ¿Cómo se ha
construido historiográficamente la imagen moderna del conquistador? La respuesta, y
nuestra valoración general del tema, se desarrollará en las Conclusiones de esta Tesis.

113
Fig. 17 Detalle del grabado VitzIiputzIi idolum Mexicanorum en De Nieuwe en Onbekende
Weereld, Amoldo Montanus (1671).

114
CONCLUSIONES

A lo largo de estas páginas hemos observado como la realidad americana fue moldeada a los
intereses conquistadores; si hay una diferencia tan grande entre las batallas descritas por los
códices y las de Solís es por que, responden cada uno a formulaciones retóricas distintas.
Las primeras trasladan al escenario americano las caballerescas y heroicas gestas de las
cruzadas y la Reconquista. Las de Solís homologa a la hueste conquistadora con aquellos
ejércitos, los famosos tercios españoles, que hacía poco tiempo habían dominado Europa.
Como bien señala Guy Rozat «entre las culturas precolombinas y nosotros está todo el
sondeable espesor de una enorme biblioteca americanista».233
De entre las últimas capas, las “más cercanas” a nosotros, debemos resaltar a Hugh
Thomas, el afamado renovador de la épica española. En diversos pasajes de su obra
podemos observar el lugar en que coloca el armamento, tanto hispano como nativo:

Al percatarse de que, para protegerse de las espadas, afiladas pero quebradizas, de


este tipo de enemigo, se precisaba únicamente la armadura de algodón acolchado al
estilo mexicano que ya había impresionado a Cortés cuando se hallaba todavía en
Cuba. A partir de entonces los españoles sólo emplearon las armaduras de metal por
su efecto psicológico, al igual que los naturales empleaban las plumas.234

Más adelante el historiador “reseña” las armas de ambos contingentes:

sacaron del fondo del lago numerosas espadas, empuñaduras de espadas,


ballestas, lanzas y arcabuces, saetas, flechas, puntas de flecha de acero, cascos,
cotas y corazas, petos y espaldares, gorgueras y escudos de madera, cuero y
hierro, sillas de montar y trozos de armadura y teseras para caballo, cuchillos, dagas
y alabardas, así como una o dos armaduras acanaladas tan de moda en Alemania
[...] Entre los cuerpos de los tlaxcaltecas y demás aliados indios se hallaban, por
supuesto, muchísimos tocados y mantas de plumas.235

233 Rozat Dupeyron, Indios imaginarios. p. 17.


234 Thomas, La conquista.
235 Ibid. p. 463.

115
Como vemos, las descripciones de Hugh Thomas resultan, por un lado, en una
caricaturización del guerrero indígena y por otro, la exaltación del europeo. La visión
planteada por Thomas, a pesar de la apariencia de exhaustividad que da su investigación,
revela como operan estas capas historiográficas en perjuicio de un conocimiento más
acertado de la Conquista. A lo largo de su libro el historiador insiste y recalca en las
plumas como elemento representativo de los indígenas, más delante reitera que los
tocados de plumas nativos eran la «burla de los castellanos» como sí él hubiera estado
realmente ahí para constatar tal situación. 236 De una manera similar Ada Bruhn de
Hoffmayer declara que

Las armas más temidas de los indios en las primeras épocas eran las ballestas y las
armas de fuego. En principio les despertaron su curiosidad, pero pronto,
especialmente, su horror [...] La ballesta desempeñó un gran papel al principio por ser
una cosa nueva, completamente desconocida e interesantísima.237

La forma de operar de Thomas y Burhn, además de que despoja al símbolo de todo su


significado, es posible por que existe una homologación entre el investigador y las fuentes
que él retoma. Operando bajo argumentos lógicos simplistas por un lado el investigador
es capaz de entender, de meterse en la psique de los indígenas y saber los efectos que
las armas españolas causaban en ellos, armas que debían resultar toda una novedad, no
solamente como dice Ada Bruhn, las ballestas o los arcabuces. Y por otro lado, su contra
efecto, es demostrar que es posible ir a la fuente y, sin mayor análisis, presentarla como
un suceso histórico. La doble densidad del suceso, en la cual los investigadores
entienden las fuentes y estas a su vez explican al indio, se triplica al establecer que el
moderno lector, dado que estamos en una época donde la racionalidad ha sido
plenamente establecida, puede leer a los investigadores y formarse una opinión racional o
lógica del suceso.
De esta manera es posible para un lector moderno creer que los indios podían
espantarse de las ballestas, arcabuces, o como dice Thomas, de las armaduras
castellanas, y que si los conquistadores no renunciaban a estas armas, a pesar de su

236 Ibid. p. 573.


237 Bruhn de Hoffmeyer, “Las armas”. p. 25.

116
ineficacia, es por que eran conscientes del daño mental que estas infligían a los
enemigos, entonces la conquista se explica por estos mecanismos racionales y
psicológicos, y la indagación sobre las armas no requiere mayor profundización, dado el
estado de atraso en que vivían los americanos.

De parte de las crónicas y códices de la conquista, ha quedado constatado que se


circunscriben el modelo de las cruzadas. Pero, aparentemente desde Solís, existiría una
segunda posición al respecto, la cual transcurre en el terreno de la historiografía positivista,
militarista, hispanista y franquista. Esta otra historiografía se preocuparía un poco menos por
el aspecto psicológico de las armas de la conquista y volcaría su análisis a demostrar la
grandeza y la superioridad de España en el campo de las artes militares. Como bien señala
Michel R. Oudijk y Matthew Restall

No nos debe sorprender que en el siglo XX la popularidad de las explicaciones


religiosas (la conquista como milagro) disminuyó en favor de razonamientos más
seculares (tecnologías militares relativas), y el énfasis en los grandes hombres fue
reemplazado por el de las estructuras y los patrones.238

Como es de suponerse, tomando en cuenta los últimos 80 años de historia española,


es el Ejército Español la institución pujante de esta corriente historiográfica, pero también
cierta historiografía anglosajona ha estado muy activa al respecto. Por parte del Ejército
Español, la figura más relevante se corresponde a Francisco Castrillo, General del
Ejército Español, formado durante la segunda mitad del Franquismo, presidente de la
Asociación de Amigos de los Museos Militares, editor de Militaria, Revista de Estudios
Militares de la Universidad Complutence de Madrid y autor de El soldado de la conquista,
publicada por Mapfre, una empresa patronal que, aunque tiene sus orígenes en la España
republicana, se formó como una respuesta de la burguesía a las nuevas leyes obreristas
promulgadas durante ese periodo. Por ser favorable al régimen franquista, Mapfre fue una
de las pocas empresas surgidas durante la II República que continuó operando a lo largo
de toda la dictadura militar.

238 Oudijk y Restall, Conquista. p. 10

117
El general Castrillo, en el libro que ya reseñamos en el capítulo I, equipara los triunfos
de la infantería arcabucera de las guerras de Italia con los triunfos de Cortés en América.
Para él, «El hombre de la época, producto del Renacimiento en “trayectoria vital
ascendente” es un hombre ... capaz de soportarlo todo» y considera al conquistador un
soldado, un militar profesional al servicio del Rey de España, equiparable a los tercios de
infantería.239 Siguiendo a Castrillo encontramos al también ya abordado Antonio Espino
López, el cual se basa en el franquista para equiparar a los conquistadores con la
infantería de la guerra de Italia. Basándose en tratadistas militares del siglo XVII pretende
demostrar que las técnicas italianas como la formación en escuadra fueron determinantes
frente a las hordas indias. 240 Finalmente, aunque menos relevante, esta escuela franquista
arriba a México vía del arqueólogo Marco Antonio Cervera Obregón, quien también
siguiendo a Castrillo, insiste en conformar al conquistador como un infante de los tercios
españoles.241

Retomando a Oudijk y a Restall, volvemos a constatar que Antonio de Solís y Rivadeneira, y


su obra publicada en 1684, fueron influencias notables en la historiografía de la Conquista,
«la cual se reforzó a través de la obra de William Prescott durante el XIX y a lo largo del siglo
XX».242 Tal parece que desde Prescott la historiografía hispanista anglosajona se avocó a
conformar su propia visión del suceso. Una de las proyecciones de esta historiografía
militarista la encontraríamos en el antes mencionado cuadro de Frederic Remington. Lo
relevante de este cuadro es que el conquistador retratado por el artista ya no es el caballero
cruzado en brillante armadura. Si no es por que la condición americana es delatada por la
presencia de un indígena, más parecido a un apache que a los indios mesoamericanos que
acompañaban la expedición, podríamos llegar a pensar que los personajes españoles ahí
mostrados forman parte de un tercio de infantería del escenario europeo.
Es viable pensar que desde Remington, o al menos durante su periodo, la imagen del
conquistador se bifurcó en una versión que la homologaba a la de las viejas glorias
europeas: Las toscas escopetas se transformaron en refinados mosquetes, con horquilla

239 Castrillo, El soldado. p. 43.


240 Espino López, “Las Indias”.
241 Cervera Obregón, El armamento. pp. 156.
242 Oudijk y Restall, Conquista. p. 10.

118
y los “doce apóstoles” de pólvora incluidos, la pesada armadura del cruzado se
transformó en algo muy parecido al uniforme militar de las campañas europeas y la
protección para la cabeza predilecta para representar al hispano pasó del yelmo
caballeresco al morrión de infantería, que ha llegado a convertirse en un verdadero icono
del soldado conquistador.
Podemos encontrar ilustrado este soldado de los imaginarios tercios en América en el
Libro The Conquistadores, un libro de historia militar ilustrada, 243 en un episodio, no
exento de polémica, llamado “Aztec Temple of Blood” de la serie documental Unsolved
History, transmitido por la cadena Discovery Channel,244 y en la portada del número
dedicado a la Conquista de la revista española de historia militar Desperta Ferro; la cual
retrata una especie de “encamisada”, táctica comando de los tercios, desarrollada en una
imaginaria selva azteca, usando armas que los españoles jamás usaron, como las
pistolas, y, por su puesto, portando el icónico morrión (fig. 18).
Es interesante notar como las representaciones más alegóricas de los conquistadores
se declinan por ilustrarlos en armadura de cruzado mientras que las que pretenden
hacerse pasar por realistas se decantan por el ágil aspecto del tercio de infantería. Esta
vertiente historiográfica se va construyendo conforme la misma España es inventada, es
decir, en el momento en que se asume que es un Imperio; que pasó de un conglomerado
de pequeños reinos de herencia goda, a conducir su propia cruzada, y finalmente a
conquistar el mundo, ya con Carlos V. Este imperio no sólo sería un imperio global, lo cual
es importante, sino sobre todo un imperio europeo, es decir, uno situado en y desde la
matriz cristiano-occidental. De esta forma el antecedente musulmán, que tantas herencias
legó a la inventada España, es expulsado del panorama, por que se antepone a las
pretensiones cristianas y europeas, forma no solo un obstáculo sino una fuerza contraria
a la misma. Es entonces cuando se requiere buscar, homologar, las hazañas europeas de
Pavia y Flandes en las gestas de los conquistadores en América. Las particularidades
americanas, indianas decimos nosotros, de esta historia, de manera similar al
componente árabe, la desmoronan y cuestionan, por eso tampoco se les incluye.
Por mejor presentada que esté la imagen del conquistador, mientras se siga
construyendo tautológicamente, las conclusiones son las mismas. Al final, por peor o
243 Wise y McBride, The Conquistadores.
244 Joshep, “Aztec Temple”.

119
mejor armado que esté el español, la respuesta que se da al problema termina siendo una
respuesta de competencias civilizatorias. Es decir la civilización cristiana-occidental, en
una faceta u otra, termina siendo superior al salvajismo y la barbarie americana.

Fig. 18: Revista Desperta Ferro Núm. 12, octubre-


noviembre 2014.

Frente a esta confusión para nuestra investigación resultó crucial retomar el camino iniciado
por Silvio Zavala y continuado por Luis Weckman. Una labor historiográfica de tintes
instituciones, documentos jurídico-administrativos de por medio, que pese a haber sido
formulada hace casi 80 años, también en la República Española, demuestra tener una
vigencia digna de retomarse. Aunque hay que decir que la propuesta Zavala-Weckman
presenta como una virtud caracterizar las instituciones jurídicas europeas trasladadas a
América, esta por si misma no permiten establecer las particularidades del suceso

120
americano, especialmente en el caso de Weckman, pues él se limita a describir los aspectos
medievales en nuestro continente, que si bien resulta un estudio novedoso, todos esos
elementos ya se encontraban en Europa. La caracterización que hace Wallerstein sobre el
centro y la periferia, en cuanto a las dimensiones específicas que las hacen diferentes y
sobre todo las advertencias de índole económico de Ruggiero Romano, también gran lector
de Zavala, volcadas al caso de las armas, permiten retomar la propuesta de análisis jurídico-
administrativo y generar una reconstrucción, y más importante, un modelo explicativo que
logra poner en operación los distintos elementos, europeos y americanos, de manera
satisfactoria.
Un hecho que constatamos durante el desarrollo de nuestra investigación es que la
mayoría de la evidencia documental proviene de pleitos o informes en los cuales, sobre
todo, existe una problemática de índole monetario, o que deriva en una disputa
económica. Los diversos pleitos cortesianos son ejemplos de esto. A pesar de las
posibilidades que este corpus brinda queda constatado que los documentos coloniales
presentan severas limitaciones. Por ejemplo el servicio y vasallaje que brindaron los
indios amigos a todas las expediciones de conquista hace que se fuguen de la enorme
mayoría de las referencias documentales. De la misma manera se advierte que, todavía
menos contempladas que los amigos, son las mujeres, pues ellas debieron estar ahí,
españolas o indias, para brindar los servicios de apoyo logístico, cocinar por ejemplo, a la
hueste indiana y las milicias flecheras.
Pese a que nuestra investigación no pretende resolver la pregunta ¿porqué ganaron
los españoles? Queda claro que la apropiación del trabajo servil indio, sea elaborando
armas, proveyendo comida, cargando bastimentos o participando como guerreros aliados,
fue un factor clave para la instauración exitosa de las colonias americanas. Las guerras
de Conquista no se ganaron sólo a costa de la vida de cientos de españoles, se hicieron
sobre todo con la sangre de miles, o decenas de miles, de indios amigos. Es un hecho
poco hablado, casi un secreto a voces, que fuera de las épicas de Cajamarca y
Tenochtitlan, en realidad, los españoles no obtuvieron grandes victorias. Los tres siglos de
presencia hegemónica en América pueden resumirse como una saga de derrotas. Para
fines de nuestra investigación ha sido importantísimo retomar esas otras expediciones
sobre las cuales, por algún motivo u otro, no se han tenido las fuerzas o las ganas de

121
incorporarlas a la historia mexicana. Para lograr una visión más integral del complejo
proceso que nos ocupa, es importante no sólo limitarnos a la épica cortesiana de 1519-
1521, dado que la historia no acaba abruptamente un día de agosto de 1521, sino que se
bifurca, se expande, se complejiza.
Como mero ejercicio especulativo proponemos que la presencia colonial en América
sólo se pudo mantener en los lugares en los que se logró un control efectivo de las
poblaciones nativas, mediante complicadas redes de articulación política, subalternidad,
negociación y represión. Si realmente los conquistadores eran aquellos hombres
imbatibles, desde el primer momento del desembarco de Cortés en Yucatán se hubiera
seguido, implacable, por todo el interior de la península hasta Tenochtitlán, Coronado
hubiera conquistado las planicies y de Soto no hubiera muerto en el Missisipi, los hidalgos
de la expedición de Pedrarias Dávila no hubieran desertado a Cuba y Ponce de León
hubiera conquistado Florida en el primer intento. Pero por su puesto esto nunca sucedió.
Lo más preciado de América nunca fue el oro, ni la plata, ni la grana, ni el añil, lo más
preciado de este continente, lo que enriqueció verdaderamente a las colonias fue la
población a la cual pudo esclavizar y repartir en encomienda. Los primeros lugares que
España pierde en favor de otras potencias fueron aquellos en los que la población
americana se extinguió rápidamente, como las Antillas menores, paradójicamente las
primeras zonas conquistadas por ellos mismos. Otro dato que parece corroborar la
hipótesis del control de poblaciones es que durante el periodo colonial temprano las
conquistas transcurrieron en las dinámicas del denominado territorio mesoamericano, y
en Oasisamérica, zona ligada por milenios a su contraparte sureña. El punto intermedio
del continente, Castilla del Oro, fue la plataforma común para la conquista
mesoamericana y la andina
Para construir una historia americana es necesario superar los nacionalismos y
entender la profunda carga histórica de nuestras propias disciplinas. El papel tradicional
del habitante de Mesoamérica ante la Conquista Española, ha sido el de un retrasado,
paciente e ingenuo espectador de su propia desgracia. Resignados caen cientos de
pueblos y reinos originarios. En la Historia general de México se lee: «Las masas
campesinas estaban acostumbradas a obedecer y pagar tributo [...] Mesoamérica, en las

122
condiciones del siglo XVI, era un país eminentemente conquistable para los europeos». 245
Hay una visión paralizante del mundo prehispánico, como si 30,000 años de humanidad
americana se hubieran fraguado para una gran y única conflagración. Líneas abajo se
comenta que los mesoamericanos no estaban «lo bastante avanzado[s] en la técnica
militar y la organización política para poder oponer una resistencia como la de los pueblos
del norte de África y del Oriente que en los mismos siglos hicieron fracasar los intentos de
conquista y colonización ibéricos». El texto reconoce la guerra interna que vivía esta
porción del continente desde hace tiempo, y también reconoce que no se trataba de una
entidad política unificada, pero la sitúa como la incubadora perfecta para embonarse en el
proyecto español.
Por muchos años se ha contado la historia del vencedor europeo que descubre, funda
y conquista como por verdadera gracia divina. No falla, busca y encuentra. Derrota
poderosos imperios a la primera y levanta en un parpadear virreinatos enteros. Los
indígenas americanos no tienen más que esperar ingenuamente a ser conquistados.
Sobre el redescubrimiendo de Yucatán en 1517-18, el afamado historiador Luis
González y González comenta: «El último episodio de la prehistoria mexicana es el
recorrido por las costas del golfo de México, del capitán Juan de Grijalva», 246 desatinada
visión del mundo en donde los “indios” vivos pertenecen a la antropología, y los muertos a
la arqueología. Por definición de González las sociedades prehispánicas del México
antiguo son «prehistóricas», son un monolito de mármol que espera ser esculpido por el
conquistador. En el mismo tenor no es difícil encontrar periodizaciones arqueológicas que,
justo antes de 1521 se proponen como “protohistóricas” y después de esa fecha se
realizan ya como “históricas”, dando por terminado el periodo mesoamericano en el
“posclásico” y empezando un nuevo, el periodo novohispano, como si, por un lado,
diversos sistemas indígenas no hubieran continuado durante este posclásico extendido,
aquí hemos dado varios ejemplos de ello, y por otro como si Mesoamérica fuera una
entidad política, capaz de ser la preforma de algo llamado Nueva España y luego
México.247 También en el terreno mismo de las ciencias arqueológicas se denomina así,

245 Carrasco, “Cultura”. p. 233.


246 González, El encuentro. p. 54.
247 V. gr. López Austin y López Luján, “La periodización”.

123
“histórica” y no “arqueología colonial” o “del periodo colonial”, al estudio de la cultura
material para el periodo posterior a 1521.248
Para formular esta nueva historia de la colonia, que integre también los métodos y
técnicas de la arqueología, es necesario recuperar conceptos como lo indiano, que
caracterizan mejor a los sujetos que estamos abordando. Es necesario también repensar
historiográficamente los periodos comprendidos dentro de los largos siglos de dominación
hispana, aquí hemos desarrollado la propuesta del “periodo colonial temprano” (1500-
1550), en otros foros hemos propuesto también un posclásico extendido o una
Mesoamérica colonial para hablar de las continuidades, sobre todo materiales, que
hubieron durante las primeras décadas del periodo colonial y acabar así con la idea de la
decadencia de las sociedades mesoamericanas de inicios del siglo XVI. 249

Diversos detalles han quedado por fuera de los alcances de esta investigación, se habrá
notado que a pesar de los mejores esfuerzos hay sobre todo un abandono de la península
maya. Tampoco ha sido abordados, por que no era nuestro interés particular, los detalles
correspondientes a los pesos y medidas de las armas, es decir, sus características
específicas que permitan llevarlas al terreno de la arqueología experimental, una
desafortunada área que hasta ahora ha sido poco cercana a la investigación científica
exhaustiva. También hemos rehusado poner las armas en un esquema de operaciones
tácticas, es decir en el orden de batalla que debieron tener en el desenvolvimiento de los
combates.
El papel asignado tradicionalmente a diversas “armas” o tácticas de guerra como los
caballos, los perros o las epidemias también han quedado excluidos. Los dos primeros
han sido abordados con gran maestría por Guy Rozat en los capítulos correspondientes
de Indios Imaginarios y, dado su análisis, creemos que por el momento poco se puede
agregar a lo planteado por el investigador. 250 Sobre el papel de las epidemias como arma
de guerra nos parece arriesgado considerar que los españoles realmente hayan pensado
que estas eran un arma y la emplearan conscientemente como tal. Desde luego que no
negamos que hayan existido, pero según pudimos sondear, el papel que se les asigna,

248 Cfr, Fuente Cid, “Arqueología”.


249 Fuente Cid, “La guerra”.
250 Rozat Dupeyron, Indios imaginarios. pp. 287-332.

124
especialmente a las del periodo 1519-1521, es más el de un castigo divino, propio de la
escatología medieval, que el de agente biológico con que se les quiere presentar. Resulta
muy sospechoso que las epidemias sean una especie de enfermedad inteligente, que,
luego de la noche triste, castiga sobre todo a los mexicas y deja intactos los voluminosos
contingentes de indios amigos que combaten junto a los españoles a lo largo del colonial
temprano. Es por ello que proponemos que las epidemias deben ser estudiadas desde el
aspecto retórico, escatológico-medieval, que representan y no tanto desde el biológico
(fig. 19).
Lógicamente, por limitaciones operativas, grandes zonas del continente americano han
quedado más allá de esta tesis, los Andes, el Missisipi, la llamada Área Intermedia, el
Chaco, e incluso la lejana Filipinas están pendientes de futuros estudios. De la misma
manera aquellos que hayan sido superados por la temporalidad de nuestra investigación
se tienen como tarea pendiente, aunque por momentos hemos dado algunas pistas del
periodo siguiente (1550-1600) que pueden ayudar a los futuros investigadores; sabemos,
por ejemplo, que la ballesta fue dejada de lado durante este nuevo periodo, 251 que las
armaduras de cuero siguieron siendo muy empleadas, al igual que la cota y el escaupil, 252
que el arcabuz de llave de pedernal se estableció como el arma preferida, 253 y que las
milicias indígenas, de arco y la flecha, estuvieron presentes en todos los siglos
coloniales.254

251 Rhodes, “Coronado Fought”.


252 Rozat Dupeyron, América; p. 105 Powell, La Guerra. p. 136-137.
253 Powell, La Guerra. p. 136-137.
254 Antochiw, Milicia; Velazquez, “Los Indios”.

125
Fig. 19 Arriba. Ilustración del Códice Florentino. Abajo miniatura en Toggenburg-Bibel, Suiza,
(1411). En <commons.wikimedia.org>

Conforme se profundicen las investigaciones, el conocimiento y explicación de las


sociedades americanas, tanto las nativas como las coloniales, se irá construyendo una
nueva forma de hacer historia, de manera gradual pero consistente, una historia más
amplia, más humana y sobre todo, más urgente que nunca.

Cuicuilco, 4 de julio de 2017

126
ANEXO I

Relación de alardes y gente que salió a ellos Nueva España, Archivo General de Indias,
[1551]
PATRONATO, 181, R.19
(Grafías y ortografía actualizadas, las abreviaturas se muestran desarrolladas)

[f. 19r]
Relación de los alardes que se han
tomado en esta nueva españa y de
la gente que a ellos salió

Año de MDLI [1551]


De a pie De a caballo
En la ciudad de los
ángeles

Por el alarde que se tomo en la ciudad de los ángeles CCLIIII [254]


parece haber docientos e cincuenta y cuatro hombres de
a caballo
y Por el dicho alarde parece haber en la dicha ciudad
CIX [109] ciento y nueve hombres de a pie
y Parece haber así mismo entre ausentes y enfermos
que no salieron al alarde setenta y tres personas
En las minas de Tasco

Por el alarde que se tomo en las minas de Tasco parece C [100]


haber cien hombres de a caballo
Parece así mismo haber por el dicho alarde ochenta
LXXXIX
y nueve hombres de a pie
[89]
en las minas de Zultepec

Por el alarde que en las minas de Zultepeque se tomo C II [102]


parece haber ciento y dos hombres de a caballo

127
Parece así mismo haber en las dichas minas veinte
y ocho hombres a pie
XXVIII
[28]
en la villa de Colima

Parece por el alarde que se tomo en la villa de Colima


XC II [92]
haber noventa y dos hombres a caballo
CCXXVI DXLVIII [548]
[226]

[f. 19r]

De a pie De a caballo
CCXXVI DXLVIII [548]
[226]
La villa de la concepción de
la provincia de Zacatula

Parece haber en la dicha villa por el alarde que


XXVIII [28]
se tomo veinte y ocho hombres de a caballo
En el valle de Matalcingo

Parece por el alarde que LXXV [75]


se tomo en Toluca del
Valle de Matalcingo
setenta y cinco de a caballo
En las minas de Zumpango
Y Chila

Por el alarde que se tomo en las dichas minas


XLIII [43]
parece haber cuarenta y tres hombres de a caballo
En la Ciudad de Michoacan

Parece haber en la ciudad de Michoacan por


CXXIII [123]
el alarde que en ella se tomo ciento y veinte
y tres hombres de a caballo

128
Parece así mismo haber catorce hombres de a pie
XIIII [14]
En la Villa de Santo Ildellfonso

XXXV [35]
Parece así mismo haber en la villa de santo Il
fonso treinta e cinco hombres de a caballo
La Ciudad de Antequera
en Oaxaca

Parece por el alarde que se tomo en la ciudad de


CXXX [130]
antequera de la provincia de Oaxaca haber ciento
y treinta hombres de a caballo
CCXL DCCCCLXXX
[240] II [982]
En la Ciudad de México

Por el alarde que tomo el señor virrey parece


DCCCLXXI
haber DCCCLXXI [871] hombres de a caballo entre los
[871]
cuales hubo ciento y treinta hombres armados
a la ligera

¶DCCCLIII
[1,853]

129
ANEXO II

El Posclásico extendido y la mesoamérica novohispana: Continuidad de las armas


indígenas durante el periodo colonial temprano

Cuando este proyecto de tesis se inició originalmente versaría sobre las armas de los
contingentes de «indios amigos». Debido a múltiples dificultades de índole documental se
consideró que el proyecto era inviable. Estas dificultades, que ya hemos comentado en la
conclusión de esta tesis, se derivan sobre todo de la casi total ausencia de registros
detallados sobre estas milicias. Creemos, como también ya comentamos, que la principal
causa de esta ausencia es la condición servil de los indios encomendados, los cuales, en
su condición de peones, quedan por fuera del interés de los informes reales, orientados
sobre todo a asuntos monetarios. A lo largo de la construcción del proyecto de
investigación se llegó a la conclusión que el tema podía ser viable si se cambiaba de
sujeto, pues los registros españoles eran más abundantes. Durante esa etapa se acopió
alguna información sobre el posible armamento de la milicia indígena, pero la gran
mayoría de esta ya no se utilizó para la tesis antes presentada. En este anexo trataremos
de volcar toda aquella información que, si bien no era suficiente para conformar un
proyecto de investigación por sí mismo, resulta importante para el avance de los estudios
de la Conquista.

Debemos iniciar planteando algunas consideraciones de índole teórico. Como bien señala
la investigadora María Elena Ruiz Aguilar

Un problema arqueológico, que deberán completar la etnohistoria y la etnografía, es el


uso de objetos prehispánicos durante la época colonial, con la consiguiente duración y
adaptación a nuevas formas económicas, políticas, religiosas y sociales, introducidas
por los españoles […] falta documentar la aportación indígena a la Colonia, con el uso
de sus viejos instrumentos y artesanías. Falta saber qué perduró, qué se adaptó, y los
cambios sufridos en sus recursos naturales en función de los instrumentos de trabajo:
canteras, yacimientos de obsidiana, maderas, bancos de arcilla, etcétera.255

255 Ruiz Aguilar, “Sobrevivencia de armas”. p. 133.

131
Diversos autores, como Gibson, Lockhart o Powell han hecho referencia al tema de las
participaciones indígenas en la Conquista, 256 pero ha sido sólo a partir de la New
Conquest History (NCH),257 y otros estudios surgidos de manera paralela como
Conquistadores Otomíes en la Guerra Chichimeca, de David Charles Wright, que las
milicias indígenas han ocupado el lugar central de la discusión. Sin embargo ninguno
estudio ha profundizado en el caso particular de las armas que debieron llevar los miles
de indios amigos acompañantes de los españoles y que como refiere Ruiz Aguilar,
debieron de formar parte de las continuidades materiales indígenas a lo largo de los siglos
coloniales.

Creemos que, al igual que en el caso español, hay diversas barreras de orden teórico que
han impedido el correcto desarrollo de estos estudios arqueológicos para el periodo
colonial. Uno de ellos, el más grande quizá, es el uso de la categoría ideológica de
Mesoamérica para designar, en primer lugar, un área cultural, pero que, en segundo lugar,
ha sido “extendida” para abarcar una temporalidad, de esta manera la categoría
Mesoamérica, fuera de su propósito inicial, puede terminar un día de un año determinado:
el 13 de agosto de 1521 pues: «La historia de Mesoamérica concluye con la invasión de
los europeos, la conquista paulatina de su territorio y el inicio de la vida colonial», 258
desvelando además que la categoría Mesoamérica sirve de entidad política (¿Cómo
puede una categoría culturar convertirse por arte de los años en una entidad política?).
Así, de un plumazo, investigadores de la talla de Leonardo López Luján y Alfredo López
Austin, pero también otros como González y González, no sólo se terminan tajantemente
un proceso (Mesoamérica) para empezar otro (Nueva España), sino que además revelan
que puede existir una separación epistemológica entre las disciplinas que abordan cada
periodo, hay pues una escisión entre Arqueología e Historia. Recordemos las
afirmaciones del historiador Luis González y González: «El último episodio de la

256 Gibson, Los Aztecas, p. 81 ; Lockhart, Los nahuas, p. 163; Powell, La Guerra. pp. 129-148
257 Restall, Maya Conquistador; Matthew y Oudijk, Indian Conquistadors; Oudijk y Restall, La Conquista;
Oudijk y Restall, Conquista.
258 López Austin y López Luján, “La periodización”. p. 21

132
prehistoria mexicana es el recorrido por las costas del golfo de México, del capitán Juan
de Grijalva».259
Vemos pues cómo el problema de estudiar la cultura material de las milicias indígenas,
principalmente su armamento, transcurre en un orden teórico, epistemológico, pues, por
un lado, los historiadores tradicionales orientan la victoria conquistadora a la heroica
gesta de 500 españoles que se impusieron a sus enemigos, por otro lado los que sí han
investigado las milicias indias no se han ocupado de esta dimensión material. Y mientras
que del lado arqueológico la cuestión está cancelada dado que no se aborda el periodo
colonial desde esta disciplina. Para resolver la cuestión, ¿cómo fueron armados los
indígenas aliados que participaron masivamente en las guerras de Conquista?, tenemos
necesariamente que hacer un cambio de paradigma.

Evidencia documental

Por una parte una “relativamente” abundante evidencia documental nos indica que,
efectivamente, los indígenas aliados estaban armados y conformados en contingentes
para la guerra. Por referir uno de muchos ejemplos posibles, en un interesante pasaje de
Chimalpahin se nos permite ver que, diez años después de la derrota de Tenochtitlán, fue
hasta 1531 «cuando los Mexicas tenunchcas les abolieron sus rangos militares, sus
bravos y valentísimos guerreros que así tenían», más adelante se indica que este año
«quedaron abolidos los rangos de Tequihuacatzon [“capitanes de 40 soldados”], y de
Cuáchic [“soldados distinguidos”], que eran cargos militares de los Otomies. Con ello dio
termino la potencia militar que habían tenido». 260 El anterior dato es revelador pues señala
que las estructuras guerreras tenochcas permanecieron activas durante una década
después de su derrota, aunque tenemos conocimiento que estos siguieron participando
en diversas conquistas, pero quizá ya disgregados todos a las órdenes de sus respectivos
encomenderos.
María Elena Ruiz Aguilar, en su estudio “La sobrevivencia de armas tradicionales
nativas en la colonia, en una prohibición guatemalteca de que los indígenas porten armas,
1791”, da cuenta como a lo largo de todo el periodo colonial fueron promulgadas diversas
259 González, El encuentro. p. 54.
260 Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, Relaciones. pp. 252-253.

133
prohibiciones a los indígenas acerca de la portación de armas. Lo que las constantes
prohibiciones españolas reafirman es que los indios solían estar armados, y que, bajo
diversas circunstancias, cada cierto tiempo se les permitía o se les prohibía llevarlas,
según el clima político del momento. Dichos permisos estaban ligados a la necesidad de
la autoridad española de convocar a las milicias de amigos para las guerras de conquista
o defensa de las fronteras españolas, y las prohibiciones sobre todo funcionaban, según
hemos podido constatar, más para denunciar a un bando contrario frente a una autoridad
superior, que por la preocupación real de rebelión que solían argumentar. De esta manera
Jerónimo López escribe al Emperador Carlos V, cerca de 1541, para denunciar a
Mendoza pues

El visorey mandó por las provincias de Tascala, Cholula, Guaxucingo, Tepeaca e


Tescuco e las demás, que todos hiciesen armas para la dicha guerra, ofensivas y
defensivas, de las que ellos tenían para sus guerras, e dió licencia a los caciques e
prencipales que quisieran ir a caballo, que comprasen caballos, dió licencia a los
dichos caciques y principales que quisieran comprar armas de España, ofensivas e
defensivas, que las comprasen para la dicha guerra; y ansí me dicen que los alardes
de las provincias que se hicieron fueron muy vistosos e de gente lucida y muy bien
armada, y con muchas armas de España, como lanzas e lanzones, dalles (guadañas),
espadas, puñales, cascos, celadas e otras muchas armas en gran cantidad.261

La información sobre los caciques armados a la usanza española, aunque resulta


sorprendente, por el momento quedará de lado de la discusión. Pero aún ante esta
evidencia sigue estando vigente la pregunte ¿Cómo se armaron los indios amigos? En la
carta de Jerónimo López únicamente se refieren las armas ofensivas y defensivas, sin
especificar cuales son. Por las distintas informaciones recabadas durante el Capítulo II de
esta tesis, sabemos que en las armas defensivas se encontraban rodelas nativas y sobre
todo el escaupil. Sobre las armas ofensivas las constantes denominaciones de «indios
flecheros» que hacen las fuentes nos da la pista para caracterizar este armamento.
Ruiz Aguilar señala en su estudio que, efectivamente, fueron los arcos y las flechas las
armas más comunes de los indígenas a lo largo de todo el periodo colonial. Phillip Powel

261 Citado en López-Portillo y Weber, La rebelión. p. 142.

134
ya mostraba esa información en su famosa obra La Guerra Chichimeca,262 y la
investigación realizada por David Charles Wright sobre documentos coloniales otomíes,
permite apreciar a los indios aliados, equipados con escaupil, como arma defensiva, y
arco, flecha y carcaj como equipamiento ofensivo. 263 Bret Blosser documente
extensamente la participación desde mediados del siglo XVI hasta finales del XVIII de
contingentes flecheros en la parte norte de la Nueva España, entre los cuales se
encuentran tarascos, mexicas, tlaxcaltecas y otomíes. 264 Informaciones de Yucatán, en
1663, muestran también como las milicias de indios amigos, la mayoría mayas pero
también descendientes de nahuas, estaban equipados cada uno con un arco y cien
flechas para la defensa contra los piratas, aunque los capitanes de dichos contingentes
estaban armados con arcabuz. Los documentos yucatecos refieren además el uso de
canoas indias de guerra para patrullar las costas del caribe mexicano. 265 Finalmente,
como señala la historiadora María del Carmen Velázquez,

A fines del siglo XVIII todavía quedaban en Nueva España buen número de indios que
poseían arcos y flechas y se ejercitaban en su uso que Generalmente estos “indios
flecheros” formaban compañías de milicias que se habían creado, bien para pracaver
invasiones de enemigos al reino, como las de las costas del Mar del Sur, o bien para
defenderse de indios bravos, como las de la región de Colotlán en la Nueva Galicia, o
en Sonora y Coahuila.266

Evidencia arqueológica

Por otra parte, desde la Arqueología es bastante complicado corroborar las informaciones de
los documentos coloniales, por que las puntas de flechas encontradas pueden tomarse como
evidencia de periodos prehispánicos, o como armas de caza, lo cual dificultaría su
identificación como armas de guerra. Sin embargo existen unas pocas excepciones que vale
262 Powell, La Guerra. p. 167.
263 Wright, Conquistadores. p. 86.
264 Blosser, “"By the Force...”
265 Antochiw, Milicia. pp. 19 y ss.
266 Velazquez, “Los Indios”. p. 241.

135
la pena reseñar aquí, en las cuales puntas de flecha líticas, sobre todo de obsidiana, han sido
encontradas en contextos arqueológicos de periodos coloniales y en escenarios que parecen
indicar actividad bélica.
Unas pocas piezas de obsidiana han sido encontradas entre los restos de sitios
asociados a la expedición de Francisco Vazquéz de Coronado (1540-1542) en Oklahoma
y Nuevo México, identificándose minerológicamente el fragmento de navajilla prismática
de este sitio como originario de Pachuca, Hidalgo. Aunque es imposible asociarlas con
algún arma, pues navajillas prismáticas fueron herramientas multipropósitos entre los
indígenas, estos útiles son indicadores de la presencia de indígenas del centro de México
en las expediciones españolas. Richard Flint también refiere el hallazgo de puntas de
proyectil en sitios de Nuevo México y Texas, de un estilo identificado como texcocano. 267
Angélica María Medrano en su proyecto arqueológico en el campo de batalla de la
Guerra del Mixtón (1541-1542) localizó en el sitio de El Tuiche «una gran variedad de
puntas de proyectil fabricadas en obsidiana gris y verde, así como de pedernal» en
contextos arqueológicos novohispánicos. Medrano agrega que «el problema con estos
artefactos es que pudieron tener otro uso, como la caza y no están explícitamente ligados
a las actividades bélicas», y como bien señala la autora, son necesarios más estudios,
para caracterizar estas puntas de proyectil como armas de guerra. 268 Consideramos que,
tanto estos como los de Estados Unidos, pueden ser indicadores de las indios flecheros,
especialmente si se comprueba que el mineral de dichas puntas corresponde a zonas de
origen de milicias auxiliares. Finalmente en la Ciudad Vieja de El Salvador, ocupación
española fundada en 1528 y desocupada en 1545,

durante la temporada 1999 se encontró un total de 58 objetos de obsidiana (30 más


que durante la temporada 1998) de los cuales 56 son navajas o fragmentos de
navajas prismáticas y dos son puntas de flechas fabricados de navajas prismáticas. Es
interesante notar que durante las dos temporadas de campo no se han encontrado
núcleos que pudieran indicar producción local. También es importante notar que gran
parte de las navajas prismáticas han sido reusadas, lo que sugiere que este producto
no era fácil de obtener cerca del sitio.

267 Flint, “Armas de la Tierra”. pp. 64-69.


268 Medrano Enríquez, Arqueología. p. 127.

136
[…] Entre la obsidiana se encontraron dos fragmentos verdes provenientes del
yacimiento de Pachuca, Hidalgo, México. Indudablemente, estos fueron traídos por las
tropas indígenas auxiliares de los españoles. Uno de estos fragmentos pertenece a
una navaja prismática y el otro ha sido trabajado y pulido.269

Algunas conclusiones

Basados en la escasa información arqueológica y documental sobre elementos indígenas


mesoamericanos en contextos novohispanos nos arriesgaremos a sacar algunas
conclusiones: En primer lugar la obsidiana verde, en dos de los tres casos identificada como
de Pachuca, colocaría al centro de México como uno de los lugares de origen de los indios
auxiliares, como se describe en los registros documentales, situación que se corroboraría de
identificarse la correspondiente a El Tuiche como pachuqueña y la gris como de Otumba. En
segundo lugar el hallazgo de fragmentos de navajas prismáticas y puntas de flechas en El
Salvador guarda paralelismos al caso de Estados Unidos, podríamos extrapolar las
informaciones arqueológicas de este último sitio y situar a las navajillas prismáticas como
herramientas multipropósito, las cuales sería fáciles de transportar lejos de sitios disponibles
y, en caso de necesidad, reutilizarlas en puntas de proyectil. En tercer lugar, tomando en
cuenta las abundantes referencias documentales que hablan de las milicias flecheras, se
puede establecer que las puntas de flecha son las armas indígenas más comúnmente
localizadas en contextos coloniales.
En prácticamente todos los casos de representaciones de arcos y flechas en los
documentos coloniales, estos se encuentran o bien entre los enemigos de los indios
amigos, o bien en periodos “históricos” antiguos, asociados al origen chichimeca de
diversos grupos mesoamericanos, la única excepción serían los documentos trabajados
por Wright.270 De la misma manera que sucede con las representaciones de españoles en
la iconografía de la Conquista, las correspondientes imágenes de los contingentes
auxiliares indígenas corresponden más a alegorías que a una fuente histórica en la cual
podamos basar nuestras conclusiones. Debido a que en todos los casos documentados, a
lo largo y ancho de Nueva España y durante los tres siglos coloniales, las milicias

269 Fowler, Ciudad vieja. p. 110.


270 Wright, Conquistadores.

137
indígenas son nombradas como «flecheras» y a que los escasos datos arqueológicos
aquí mostrados parecen corroborar esa característica, nos parece arriesgado identificar a
los contingentes aliados con otro tipo de armamento; dejando a un lado los casos en
donde algunas armas de origen europeo fueron usadas por los caciques y principales de
las milicias de indios amigos.

El problema del Macuahuitl

Antes de concluir el presente anexo quisiéramos repasar someramente una cuestión


polémica sobre las armas de las milicias aliadas. Es un hecho poco conocido que
prácticamente la totalidad de las informaciones que se tienen sobre la famosa espada
indígena, referida en las crónicas como macana y conocida como macuahuitl en nahuatl,
provienen de la iconografía colonial. Arqueológicamente hablando esta arma es casi
inexistente, sólo ha sido posible recuperar un maquahuitl, sin obsidiana, de un sitio de
salvamento.271 Dada su constitución de madera, material perecedero, puede argumentarse
que sus escasos hallazgos se deben la dificultad de su conservación, pero considerando la
supuesta masiva difusión que tenía entre los “ejércitos” indígenas, debiese haber aparecido
algún otro ejemplar, incluso en piezas ceremoniales de cerámica o lítica. Otro hecho
igualmente desconocido es que, en la iconografía mexica, esta arma está representada
únicamente en el llamado tepetlacalli de los guerreros.272 Las exageradas menciones las
crónicas o códices, donde se señala que pueden amputar miembros o cortar de un tajo la
cabeza de un caballo, han sido desmentidas por la arqueología experimental, pues no se ha
comprobado que esta arma sea capaz de romper tejido óseo al grado de amputar un
miembro con un sólo golpe, quedando las navajillas dañadas al primer impacto,273 y
quedando inservible al ser impactada contra otra arma.274
La casi total inexistencia, iconográfica o arqueológica, de un arma que según las
fuentes coloniales fue ampliamente usada en los “ejércitos” indígenas, antes y después
de la conquista, nos lleva a pensar a que en realidad esta arma existió en un contexto

271 Moreno Hernández, “El Maquahuitl”.


272 Cervera Obregón, El armamento. p. 105.
273 Garduño Arzave, “El macuahuitl”; p. 114, Cervera Obregón, “El macuháhuitl”. pp. 65-66.
274 Joshep, “Aztec Temple”.

138
muchísimo más restringido del que se había pensado; su poca resistencia la descarta
como arma de guerra y la sitúa más en un contexto ritual.
Reiteramos que ni la críptica y casi heráldica iconografía mixteca, que el arqueólogo
Cervera Obregón erróneamente identifica como maya, 275 ni los guerreros otomíes de
Ixmiquilpan, que el mismo autor también equivocadamente refiere como «guerreros
nahuas»,276 pueden ser usados acríticamente para reconstruir el armamento indígena. La
presencia de guerreros centauros grutescos, pertenecientes a la tradición europea y un
intrincado conjunto pictórico de complejos simbolismos, bien documentada por David
Wright, ubica a los famosos murales de la iglesia de Ixmiquilpan en un contexto de
representaciones sacras más que en una evidencia de la presencia de esa arma en los
combates contra los chichimecas.277
En estas breves líneas hemos volcado toda la información que pudimos recabar para la
reconstrucción del armamento ofensivo de las milicias de indios amigos, esperamos que
en un futuro las técnicas de la arqueología sean retomadas con la profundidad
historiográfica que un tema tan complejo como el presente lo requiere. A lo largo de los
capítulos de la tesis hemos reseñado como tecnología de origen indígena fue usada por
la gran mayoría de los conquistadores españoles, especialmente en los casos de
alpargatas, rodelas y escaupiles, en este breve estudio se mencionó también que algunos
indígenas, sobre todo caciques, estaban provistos de armas europeas como arcabuces o
espadas, e incluso tuvieron por algunos momentos permiso para llevar caballos, esta es
una nueva imagen de la guerra de Conquista que señala las intrincadas tramas de su
desarrollo y la amplia posibilidad que brindan las nuevas investigaciones. Evidentemente
muchos más estudios son necesarios, sólo con un adecuado marco interpretativo es que
avanzaremos en la resolución de los enigmas, no sólo de la guerra de Conquista, sino de
la guerra americana en periodos prehispánicos.

275 Cervera Obregón, “The macuahuitl”. Figura 12 en p. 139.


276 Cervera Obregón, “El macuháhuitl”. p. 61.
277 Wright, “Sangre para el Sol”.

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