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El deber de resolver los asuntos

Artículo 3º CCyCN. Deber de resolver. “El juez debe resolver los asuntos que sean sometidos a
su jurisdicción mediante una decisión razonablemente fundada.”

1. Introducción

El CCyC revaloriza el rol de los jueces en la resolución de conflictos judiciales. Se trata de


un texto que se interesa de manera especial por “Los casos que este Código rige...” (art. 1°
CCyC); casos, justamente, que deben ser resueltos por los jueces a quienes el propio Código
establece un deber preciso y elocuente: resolver mediante una decisión razonablemente
fundada.

No se trata entonces de que toda sentencia deba estar fundada, sino de la exigencia de
que tal fundamentación sea “razonable”. ¿En qué contexto se debe analizar la idea de
razonabilidad? En el marco general y básico que estructura el Título Preliminar, es decir, no
solo en el contexto de lo expresado en los dos primeros articulados referidos a las fuentes
del derecho, y a su aplicación e interpretación, sino en conformidad con lo que se dispone
en los artículos que siguen, en los que se explicitan varios de los principios generales del
derecho privado: la buena fe (art. 9° CCyC); el abuso del derecho (art. 10 CCyC); el abuso de
posición dominante (art. 11 CCyC); entre otros.

El principio de razonabilidad es lo contrario a la arbitrariedad, por lo cual, fácil se


advierte la importancia que tiene la obligación o el deber de que las sentencias sean
razonablemente fundadas.

2. Interpretación

Del artículo en análisis se puede observar una cuestión básica: fundar una sentencia y
que esta fundamentación sea razonable es una manda legal indelegable. Se trata de un
deber que emerge de un Estado constitucional convencional de derecho, en el que los jueces,
como integrantes de uno de los poderes del Estado, dan cuenta a la sociedad de sus actos.
En esta línea se encuentra la ley 26.856, que establece la publicación íntegra de
acordadas y resoluciones de la Corte Suprema y los Tribunales de Primera y Segunda
instancia.
Como bien se sostiene en la doctrina y jurisprudencia nacional, existe un derecho a una
sentencia motivada, cuya motivación debe ser razonable, adoptándose una necesaria visión
sistémica de todo el ordenamiento jurídico nacional e internacional. En esta línea, y desde
una mirada federal, cabe traer a colación lo expresado por el Superior Tribunal de Justicia
de Corrientes en un fallo de 2014: “El requisito constitucional y el natural principio de
transparencia del Estado de Derecho que impone auto abastecer la motivación de las
sentencias significa que no basta para la validez de los pronunciamientos jurisdiccionales que
tengan fundamentos, sino que es menester que los fundamentos expuestos como decisivos
estén a su vez fundados. Sin esta básica motivación no existe en puridad sentencia Resulta así
imprescindible que la sentencia explicite los argumentos de derecho o de hecho en los que
funda sus conclusiones decisivas, ya que, cabe reiterar, la falta de esta argumentación básica
de sus fundamentos decisivos priva a los justiciables del más elemental derecho de fiscalizar el
proceso reflexivo del sentenciador. (…) A la par que posibilita el control social difuso sobre el
ejercicio del poder por los jueces, ya que destinatarios de las resoluciones judiciales no son
solamente las partes de un litigio dado sino también y fundamentalmente, el pueblo, Juez de
los jueces”
La razonabilidad -o el término “razonablemente”, que utiliza el artículo en análisis-,
constituye un concepto jurídico indeterminado; de allí, la complejidad que observa. Como
expone Berizonce: “El Estado constitucional transformó los contenidos y la recíproca
relación entre la ley y la Constitución, dejando en claro que la legislación debe ser entendida
e interpretada a partir de los principios constitucionales y de los derechos fundamentales.
La apertura ‘principiológica’ provoca, de algún modo, la ruptura con el modelo
subsuntivo derivado de un derecho basado en simples reglas; y en ese escenario, el juez
pasa a ser observado como quien identifica los consensos básicos de la sociedad, el ethos
jurídico dominante, para erigirlos en sustento de sus decisiones; y con ello, la posibilidad,
por conducto de principios, de conectar la política con el derecho”. Así como Guzmán
sostiene que la motivación de la sentencia es una garantía estructural de una jurisdicción
democrática, de la independencia del juez y del proceso, del respeto por el principio de
defensa en juicio y del interés de la comunidad, el art. 3° esgrime los mismos argumentos
respecto del deber de que el juez alcance una “decisión razonablemente fundada”.

La CSJN se ha ocupado en tantísimas oportunidades de delinear tal principio o, como se


dice en el precedente que se pasa a sintetizar, el “control de razonabilidad”. En un fallo del
2012 lo ha hecho en los siguientes términos: “la tercera característica de los derechos
fundamentales que consagran obligaciones de hacer a cargo del Estado con operatividad
derivada, es que están sujetos al control de razonabilidad por parte del Poder Judicial. Lo
razonable en estos casos está relacionado con el principio que ‘manda desarrollar las
libertades y derechos individuales hasta el nivel más alto compatible con su igual distribución
entre todos los sujetos que conviven en una sociedad dada, así como introducir desigualdades
excepcionales con la finalidad de maximizar la porción que corresponde al grupo de los menos
favorecidos (Rawls, John, “A Theory of Justice’, 1971, Harvard College). La razonabilidad
significa entonces que, sin perjuicio de las decisiones políticas discrecionales, los poderes deben
atender a las garantía mínimas indispensables para que una persona sea considerada
como tal en situaciones de extrema vulnerabilidad”.

Como se ha destacado analizándose la larga trayectoria de la jurisprudencia


constitucional, la Corte Federal ha entendido que una resolución no es “razonablemente
fundada” cuando:

a) los fundamentos solo reflejan la voluntad de los jueces;


b) no se brinda razones suficientes para omitir elementos conducentes para la resolución
del litigio;
c) existe un error lógico;
d) existe tergiversación de las constancias de la causa;
e) se prescinde de dar un tratamiento adecuado a la controversia existente, de conformidad
con lo alegado y probado, y la normativa aplicable;
f) se carece de una derivación razonada del derecho vigente con referencia a las
circunstancias concretas de la causa;
g) falta fundamentación seria;
h) existen pautas de excesiva latitud;
i) establece fundamentación solo aparente;
j) se aparta de las reglas de la sana crítica;
k) se remite a pronunciamientos anteriores, sin referirse a cuestiones oportunamente
propuestas y conducentes a la solución del juicio;
l) se carece de un análisis razonado de problemas conducentes para la solución de la causa;
entre otras razones;
pudiéndose adicionar otras situaciones como omitir precedentes que forman parte del
bloque de la constitucionalidad federal y que, por lo tanto, son obligatorios para la
resolución del caso.
En suma, y nuevamente apelándose a la obligada perspectiva sistémica o “modo
coherente” como lo expresa el art. 2° CCyC, se entiende que este deber de fundar
razonablemente las sentencias se vincula con las fuentes del derecho y las pautas
interpretativas que se regulan en los artículos anteriores. Al respecto se dijo que las ahora
explicitadas pautas “la ‘finalidad’ del texto de la ley, ‘los tratados sobre derechos humanos’,
‘los valores jurídicos’ y el ‘modo coherente con todo el ordenamiento’ [es un] reservorio
[que] constituye diques de contención para que el fallo judicial sea una decisión
razonablemente fundada”.

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