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MÓDULO II
“El Debate Epistemológico En Las
Ciencias De La Educación. Su Incidencia
En El Nivel Superior”
UNIDAD II
Corrientes pedagógicas contemporáneas
Descripción de la unidad…………………………………………129
Competencia a desarrollar……………………………………..…129
Objetivo a seguir………………………………………………....130
Introducción…………………………………………………...…131
Módulo II. Pág. 3
I. El paradigma de “La escuela nueva”……………………………135
II. El paradigma de “La pedagogía liberadora”……………………136
III. El paradigma del “Enfoque cognitivo”…………………...……138
IV. El paradigma del “Enfoque constructivista”……………...…...141
V. El paradigma de “La teoría sociohistórica”………………...…..144
Referencias Bibliográficas……………………...………………….147
UNIDAD III
El debate epistemológico en el campo de la didáctica
Descripción de la unidad…………………………………….……149
Competencia a desarrollar………………………………………...149
Objetivo a seguir……………………………………………….…149
Lugar del saber para la ciencia, la didáctica y el sujeto en la propuesta
epistemológica de Chevallard...........................................................150
4.1. Introducción...............................................................................150
4.2. El saber en la ciencia y en la didáctica......................................150
4.3. Saber, cronogénesis y topogénesis en la relación de enseñanza158
Thomas Kuhn y la educación científica...........................................165
5.1. Introducción..............................................................................165
5.2. Las revoluciones científicas: cambio de mundo y reorganización
de la experiencia..............................................................................166
5.3. La educación de los científicos normales: deshistorización y
deformación ideológica...................................................................168
Módulo II. Pág. 4
5.4. Dogmatismo y progreso...........................................................169
5.5. Más allá de la ideología y el dogma.........................................170
5.6. Conclusión................................................................................173
UNIDAD IV
Aportación de la psicología educativa en el ejercicio eficiente de la
función docente en el nivel superior
Descripción de la unidad…………………….…………….………176
Competencia a desarrollar……………….……………….………..176
Objetivo a seguir……………………..………………….…………176
Introducción………………..……………………………….…...…177
TEMA: 1………………………………………………………......179
El docente………………………………...………………………..179
1.1 Función central del docente……………………………..…179
1.2 Un profesor constructivista……………………..…….…....182
Representación y pensamiento didáctico…………………..….…...183
TEMA: 2………………………………………………………..…185
Formación del docente……………………………………………..185
2.1 El docente como profesional autónomo……………...………..185
2.2 Principios constructivistas para la formación docente………...187
TEMA: 3…………………………………………………...…….. 188
Concepto Actual De Educador………………………...……….….188
1. Descripción de la unidad
La Filosofía de la Educación pretende una comprensión
fundamental, sistemática y crítica del hecho educativo. Este
carácter específicamente filosófico de la unidad, distinto del
que ofrece una Teoría General de la Educación, debe despertar
en el estudiante un claro asombro investigador, una perplejidad
activa y una reflexión en profundidad que permitan conocer el
hecho educativo desde sus presupuestos antropológicos y
filosóficos. Tarea no fácil, pero tarea posiblemente gratificante
y necesaria. Filosofía de la Educación; es la disciplina que
estudia el comportamiento de la educación a la luz de las leyes
que regulan el desarrollo de la sociedad humana, desde que el
hombre apareció en la tierra, hasta el momento actual y de las
que gobierna cada formación económica-intermedio social en
particular; disciplina que además, estudia las diferentes
concepciones del mundo y la formas como ellas conciben el
hecho educativo, en sus elementos y movimientos
fundamentales.
3. Objetivo a seguir
Determinar la esencia y significado de la educación
Determinar los fines de la educación en función de la
vida
1. LA TRADICIÓ N ALEMANA
El término pedagogía tal como es empleado en la tradición
filosófica alemana de fines del S.XVIII y S.XIX, propia del
idealismo neo-kantiano, denota la relación inseparable entre
filosofía y educación.
2Así lo señala, entre otros, Jean Houssaye -que desde 1982 tiene en la Facultad
de Ciencias de la Educación de la Universidad de Ginebra, la cátedra de Filosofía
de la educación- aldecir: “A pesar de su declarada pretensión, la RévueFrançaise
de Pédagogie, no es una revista de pedagogía. Por otra parte, jamás lo hasido.
No sería conveniente que el acto simbólico que consiste en celebrarsu aniversario
mediante un número especial acerca de la pedagogía, lleve a engaño en lamate-
ria; pues hacer investigaciones sobre la pedagogía no convierte, sin embargo,
tales investigaciones en “pedagógicas”. A este respecto laRevueFrançaisedePé-
dagogie no hace más que reforzar la negación de la pedagogía al omitir tomar en
cuenta la especificidad de ésta” (Houssaye, 1997, p.83).
3. LA TRADICIÓ N ANGLÓ FO NA
En Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia la reflexión
sobre la educación asume la denominación de filosofía de la
educación, que es usada por primera vez por Monroe a principios
de este siglo en su Cyclopedia of Education (1911) y a partir de allí
ha sido un asunto recurrente la definición y re-definición de su
campo y el tipo de relación que guarda con la filosofía general y su
profesionalización.
4
I. Scheffler nació en 1923 y enseñó en Harvard entre 1952 y 1992. En esos
cuarenta años constituyó una verdadera tradición analítica, no sólo en Estados
Unidos sino en Inglaterra y Australia, a través de la influencia que su cátedray
obras tuvieron en diversos autores de esos países. En 1954 publicó Toward an
analytic Philosophy of education (SCHEFFLER, 1954) donde concebía a esta
disciplina como “el riguroso análisis lógico de conceptos clavesrelacionados
con la práctica de la educación” (Siegel, 1997).
En su obra, ya clásica, The language of education, Scheffler (1960) abordaba el
análisis de los slogans en educación, las metáforas y las definiciones
educacionales. En su concepción, el fin de la educación es el desarrollo de la
racionalidad, del pensamiento crítico entendido como la búsqueda de razones,
la justificación de afirmaciones.
H. Siegel (1997) sintetiza las cuatro contribuciones centrales de Scheffler a la
filosofía de la educación: 1) Introducción de métodos de análisis lógico.2)Uso
de estos métodos para desarrollar los conceptos centrales en educación. 3)
Desarrollo de concepciones específicas en educación. 4) Relación estrechaentre
filosofía de la educación y filosofía general.
Módulo II. Pág. 27
discurso con exigencia de universalidad excluye las diferencias, las
notas idiosincráticas (ya sea de grupos minoritarios, de sectores
culturales, etc.) y por lo tanto es discriminador. Por su parte Siegel
defiende la tesis de que la inclusión no es un criterio epistemológico
sino una condición moral del discurso:
[...] La inclusión no es una virtud epistémica, las teorías
inclusivas no tienen mayor probabilidad de verdad que
las exclusivas [...] la inclusión es una virtud moral, no
es garantía de ciencia, como la exclusión tampoco lo es
de mala ciencia (Siegel, 1995, 4-5).
Su argumentación en contra de las posiciones contextualistas
tiene siempre la misma base: la reducción al absurdo, el principio
de no contradicción. En efecto, los que sostienen que la legitimidad
epistémica de los juicios está sesgada por la perspectiva del
esquema desde el que se hacen dichos juicios y por eso mismo los
critican por discriminatorios - Por ejemplo porque responden a
posiciones racistas, heterosexistas, occidentales, etc.-, están
afirmando que hay por lo menos un criterio independiente de esos
esquemas, que es justamente el que ellos llaman criterio de
inclusión.
Aquellos que abogan por el criterio de inclusión, rechazan los
criterios de racionalidad, validez, lógica, etc. por tildarlos de
masculinos, y asumen otros, por ejemplo los propios de la condición
femenina. Pero, entonces, señala H. Siegel, no podemos,
coherentemente, adoptar el ideal de la inclusión y, al mismo tiempo,
rechazar totalmente, los criterios“(1995, 11), porque la inclusión es,
precisamente, un criterio. Pero para adoptarlo, sigue diciendo H.
Siegel, hay que tener en cuenta que, aunque respecto de algunas
formas de discurso, -por ejemplo los que se refieren a las prácticas
y valores sociales y políticos- todo hombre está cualificado (en
términos amplios, por lo menos, cabría acotar); hay otros tipos de
discursos (de argumentaciones) que requieren una cualificación
específica. Es decir que la exclusión es perfectamente legítima
cuando falta el dominio del tema, propio del experto; de modo
8
J. Dewey define “la filosofía como una forma de pensamiento que, como todo
pensamiento halla su origen en lo que hay de incierto en la experiencia, cuyo
objetivo es ubicar la naturaleza de la perplejidad y plantear hipótesis quehan de
ser probadas en la acción [...] esas incertidumbres se hallan en aspiraciones y
condiciones sociales muy extensas que consisten en un conflicto entreintereses
organizados y aspiraciones institucionales [...] la filosofía constituye una
formulación explícita de los divers os intereses de la vida y una propuesta de
métodos para equilibrar los intereses ya que la educación es el proceso por el
que puede llevarse a cabo la necesaria transformación y no permanezca como
mera hipótesis de lo deseable; se alcanza así la justificac ión de la afirmación:la
filosofía es la teoría de la educación como práctica deliberadamente conducida”
(Dewey, 1916, p.340).
9
En su libro, P.McLaren (1986) presenta la noción de “teoría” como la “categoría
mayor” de la pedagogía crítica. La teoría de la educación se inicia cuando se
advierte que el conocimiento es “socialmente construido” y porello es producto
de particulares relaciones sociales y el mismo puede servir para “reproducir”las
condiciones sociales (en la escuela) o para emancipar. Desarrolla un esquema
conceptual dialéctico que sostiene la relación entre conocimiento,podery cultura
dominante. Analiza las prácticas escolares como formas en que el grupo
dominante mantiene el poder y el curriculum como una forma de política
cultural, ambos apoyados por prácticas discursivas que los legitiman.
Módulo II. Pág. 39
Así concebida la naturaleza del conocer, se torna lógica la
consecuencia metodológica de la investigación caracterizada como
investigación-acción: no es posible saber nada si no se es a la vez
protagonista, como tampoco es posible saber si no se promueven
previamente dinámicas que hagan aparecer los conflictos10.
La posición de Giarelli respecto del status epistemológico de
la filosofía de la educación es una de las más vigentes en el contexto
contemporáneo, sigue siendo sostenida e implica la reducción de
la filosofía de la educación a sociología, con una metodología que
no es auténticamente descriptiva sino que construye los hechos que
tematiza, a partir de un paradigma elegido el cual, a su vez, sólo
podría legitimarse a partir de un análisis filosófico, negado por
principio11.
objetivo
resultado
subjetivo
15
Si bien lo gnoseológico pertenece al plano psíquico, aquí lo explícito para
destacar el momento cognoscitivo real que tienen los procesos, aspecto queen
ciertas posiciones psicológicas contemporáneas heredadas del inmanentismo,
resulta dejado de lado. Esto tiene incidencia inmediata en los planteos pedagó-
gicos que formulan los objetivos de los procesos sin tener en cuenta el objeto
propio de cada una de las capacidades, es decir, el modo de actuar de la naturaleza
humana.
18
Como ejemplos de este primer enfoque, pueden citarse dos obras ya clásicas:
A. Pacios, (1974) Ontología de la educación; A. González Alvarez, (1952)
Filosofía de la educación. El segundo de los autores citados dicetextualmente:
“La filosofía de la educación es fundamentalmente metafísica de la educación [...]
de un ente particular [...] con presencia efectiva en el hombre...” (Introducción).
Módulo II. Pág. 52
3. FILO SO FÍA DE LA EDUCACIÓ N Y TEO RÍA DE LA EDUCACIÓ N
Entre Filosofía de la Educación y Teoría de la Educación no
se puede hablar de una distinción objetiva, pues no hay diversidad
de objeto formal. La diferencia es más bien terminológica y
obedece a una diferencia de enfoque epistemológico, pues cuando
se habla de teoría, se asume -explícita o implícitamente- que no es
posible un conocimiento filosófico universal y cierto, porque en el
punto de partida no es posible hallar principios evidentes. La teoría,
a diferencia de la filosofía, parte de principios que son o bien
hipotéticos -en este caso explica, o interpreta una serie de hechos
conexos por medio de un modelo-, o bien son el resultado de
demostraciones positivo-experimentales. En este último caso la
teoría de la educación depende de ciencias positivas, ya sea la
biología, la psicología experimental, la sociología. No parte,
entonces, de la experiencia inmediata ni procede feno-
menológicamente ni busca una reducción a principios evidentes,
sino que parte de las conclusiones de aquellas ciencias.
El término teoría, señala H. Bokelmann, puede entenderse,
en sentido amplio, como hipótesis o conjunto de enunciados aún
no comprobados, puede designar también un conjunto sistemático
de hipótesis y tesis a partir de conocimientos ya fundados
(Bokelmann, 1981 620). El mismo autor distingue, en la pedagogía
actual tres tipos de teorías:
a) Tipo hermenéutico-especulativo:
Se inscribe dentro de la tradición filosófica alemana,
abordada en el punto anterior, en la cual la pedagogía se ubica
dentro de las Ciencias del Espíritu. Luego de W. Dilthey, los
representantes más conocidos en esta línea son H. Nohl y W. Flitner.
La metodología de la hermenéutica, aplicada a la pedagogía,
se propone comprender la educación en su contexto histórico-
cultural del cual se parte para llegar al deber ser del proceso
educativo. La hermenéutica no describe ni explica, sino que
comprende e interpreta, por eso no se queda en el fenómeno tal
b) Teoría fenomenológico-descriptiva
Es un enfoque intermedio entre el inspirado en las Ciencias
del Espíritu y el positivista, que surge como aplicación al campo
pedagógico de la filosofía de Husserl y de M. Scheler. Entre sus
representantes se halla O. Bollnow.
Su punto de partida es la realidad de la educación, desde cuya
descripción se pretende llegar a lo que es esencial. El hecho del que
se parte está dado tanto a la experiencia externa cuanto a la interna
(análisis de la conciencia).
Las variantes pueden distinguirse según la manera como se
conciba el “dato” de la realidad educacional: Si se parte princi-
palmente de la experiencia externa de la acción educativa concreta
y se trata de describir y de clasificar sus notas características, esto
se aproxima a la descripción empírica inductiva. En cambio, si los
representantes de esta corriente se refieren preferentemente a las
experiencia interna y, mediante un análisis de los conceptos en el
aspecto de su “sentido intencional” (Husserl), quieren captar la “e-
sencia” de la educación, entonces el procedimiento se aproxima a
la fenomenología apriorística, tal como, p. ej. Max Scheler la aplicó
en su “teoría de la formación” (Scheler) (Bokelman, 1981,626)
c) Teoría empírico-positivista
Es la línea que nace del empirismo y del positivismo lógico.
En este caso se procede desde resultados experimentales,
55
El currículum se centra en los contenidos
desde el sujeto
pero
hacia el fin
56
Si se explicita este esquema en términos de causalidades, se
puede decir que el sujeto es a la vez la causa material -en cuanto son
sus capacidades las que resultan perfeccionadas- y la causa eficiente
-porque esas capacidades son principios activos-. En virtud de esta
coincidencia de ambas causalidades la educación no puede
reducirse a un proceso técnico, porque el sujeto no es receptor
pasivo, sino conciente y libre y por eso el mismo proceso no tiene
siempre idéntico resultado. De allí que el punto de partida en el
planteo de la filosofía de la educación es la concepción del sujeto
de la educación: del hombre considerado en su naturaleza y en las
dimensiones propias, que se siguen de esa naturaleza. A su vez, ya
que la filosofía de la educación es filosofía práctica, debe tomar al
sujeto en su condición existencial, tal como esa naturaleza existe
en concreto, por eso aludimos a la necesaria apertura a lo que la
Revelación aporta al conocimiento del hombre. Esto no implica el
dejar de distinguir los planos epistemológicos, a saber, el
conocimiento propio de la razón natural y el conocimiento que parte
de la Fe.
La apertura a que se alude lleva a plantear una teología de la
educación, donde tendrán su lugar propio la dimensión sobrenatural
del sujeto y la consideración del fin de la educación desde los datos
de la Revelación. Por eso en el cuadro se mencionan esos
elementos, con la finalidad de mostrar la estructura temática en su
proyección integral.
La finalidad última -la causa final- es el desarrollo inmanente
de ese sujeto que opera y su proyección, transitiva, en el actuar y en
los resultados objetivos de ese actuar (en los ámbitos de lo social,
lo cultural, lo religioso, según se consideren las direcciones y
términos posibles de lo transitivo). A partir de la determinación del
fin deberán plantearse los objetivos de la educación en tanto éstos
son fines intermedios.
La fuente para la determinación de estos objetivos es doble:
el sujeto, en sus diversas dimensiones educables y la realidad en
57
sus múltiples formalidades, que dan lugar a la constitución de
diversas ciencias.
Lo que, visto desde el proceso, se considera causa final,
coincide, en su logro, con la causa formal: la cualidad estable
accidental que actualiza la naturaleza a través de la actualización de
las capacidades. Al desarrollar el tema del fin de la educación
explicitaremos que esta formalidad puede definirse a partir del
concepto de personalidad, como estructura de hábitos.
A su vez, el desarrollo de las capacidades remite al tema de
los contenidos, que no son nunca neutros y se hallan en el ámbito
de la naturaleza o de la cultura.
Así, se plantea el tema de la cultura como causa formal
extrínseca y la relación entre educación y cultura en relación con la
cuestión antropológica de los objetos propios de las capacidades. En
efecto, en la medida en que las capacidades se definen por su
ordenación trascendental a objetos propios, que son aspectos o
dimensiones de la realidad que actualizan las capacidades humanas,
esto configura el primer criterio de selección y ordenamiento
jerárquico de contenidos educativos, que son, precisamente aquéllos
que van a desarrollar al sujeto en la línea de sus fines connaturales
y perfectivos.
2. EL SUJETO DE LA EDUCACIÓ N
58
operaciones propias. Otras veces se llama natural, por extensión,
no sólo a lo que procede del principio intrínseco sino a aquello que,
viniendo desde afuera, encuentra en el sujeto la inclinación a
recibirlo.
La naturaleza es la expresión dinámica de la forma esencial
y como tal, es un triple principio: a) principio de especificidad: la
forma da especie, hace que algo sea lo que es, permite identificar
algo en sí mismo y distinguirlo de otras realidades. Este es el
fundamento óntico del principio lógico y epistemológico de no
contradicción; b) principio de unidad: la forma constituye a cada
ser como un uno, en la multiplicidad de sus componentes, y c)
principio de finalidad: en los principios esenciales, que determinan
lo que cada ser es, se hallan contenidos los fines, que se expresan
dinámicamente como tendencias, cuya elaboración cognoscitiva es
el fundamento de la motivación.
En esta triple dimensión del principio esencial de cada ser se
hallan contenidas múltiples consecuencias para un planteo
pedagógico; de allí la necesidad de explicitarlo, como el punto de
partida en filosofía de la educación, ya que la naturaleza del sujeto
es la norma primera del quehacer pedagógico, el criterio de juicio
y determinación de objetivos, contenidos, metodologías.
Cuando se niega el principio natural, se lo reemplaza por
sucedáneos, como sucede contemporáneamente, ya sea por el
concepto de rol -y por su correlato, la función- o por el consenso
social. Y, a la vez, con la negación de la naturaleza se niega la
mencionada triple dimensión. Así, por ejemplo, en el caso de la
gestación de la personalidad, se niegan: la unidad, el sello distintivo,
las metas o fines, como orientaciones dinámico-normativas de la
configuración personal, se lucha contra las distinciones netas y se
confunde la equidad social con la igualdad metafísica, porque se
concibe toda distinción como una negación. Subyace aquí el ya
mencionado principio spinoziano -omnis determinatio est negatio-
y por eso, frente a las diferencias ónticas -que son expresión de la
riqueza del ser participado- se promueven las oposiciones propias
59
del análisis dialéctico, en vez del reconocimiento de esa riqueza,
que llevaría a la plenitud de desarrollo y en el orden social, a la
complementariedad en orden al bien común19.
El principio de la naturaleza no es un principio hipotético,
sino que se muestra en los seres inmediatamente a través del actuar.
En el hombre se pueden distinguir genéricamente dos tipos de actos:
el advertir qué es algo y el ir hacia ese algo en busca de su posesión
real; es decir el conocer y el tender, en los cuales, a su vez, la simple
observación pone de manifiesto diferencias cualitativas, no
meramente de grado. En efecto, no es lo mismo ver algo, tocarlo,
oírlo, que tener una idea de ello. Y del mismo modo se pueden
distinguir diversos tipos de tendencias, ya ligadas al orden sensible,
de las necesidades primarias, ya en un plano que supera al sensible.
Esta pluralidad de dimensiones en el hombre y su irreduc-
tibilidad, es una evidencia que en un planteo pedagógico es el
fundamento inmediato de la motivación; tantas serán las moti-
vaciones y su ordenamiento, cuantos sean los dinamismos naturales
y sus relaciones.
Las diversas formas de reduccionismo, tales como las
concepciones del hombre biológico, reducido a las llamadas
necesidades básicas; del hombre técnico, definido por su capacidad
de fabricar; del hombre-razón, en cuanto divorciada de la
sensibilidad, dan lugar a diversas concepciones, reduccionistas, en
el tema de la motivación. Este tema, sobre el que se volverá
después, debe apoyarse, por una parte, en el polo subjetivo de la
multiplicidad de dimensiones en el hombre y su principio de
19
Piénsese en tantos ejemplos del mundo contemporáneo. Así, porejemplo: por
un lado, las modas “unisex” que borran la diferencia y por otro lado, las múltiples
manifestaciones del feminismo, que afirman la diferencia por oposición caside
contradicción; se presentan como dos caras, o consecuencias del mismo
principio. También la debatida cuestión del multiculturalismo, al poner toda
diferencia como contradictoria, como negación de lo otro, en el plano teórico se
autocontradice y en el plano práctico niega toda posibilidad de jerarquizar las
realidades culturales.
60
unidad, y por otra, en el polo objetivo de la axiología (las
dimensiones valiosas de lo real).
En referencia a las dos direcciones fundamentales del actuar,
cabe señalar que ellas dan lugar a lo que llamamos la secuencia del
operar humano, en el sentido de que se presentan con un orden
determinado, orden que se hace evidente a la experiencia, pero que
constituye, sin embargo, un punto de divergencia en diversas
posiciones filosóficas y que, a su vez, incide decisivamente en el
planteo e interpretación de la conducta humana, en las escuelas de
psicología.
La tesis del realismo -a cuya prueba la filosofía accede desde
la descripción fenomenológica del obrar (Fabro, 1955) - es que la
primera de las funciones psíquicas es el conocer, la aprehensión de
un algo diverso del sujeto, aprehensión que se diversifica en un
momento sensible y un momento intelectual. Ese conocimiento,
que nunca es neutro, genera en el sujeto una afección de la que nace
la respuesta tendencial que lleva a la acción.
En el pensamiento moderno esta secuencia se modifica y ello
incide en la psicología. El fundamento y el trayecto histórico de
esta modificación exigen un desarrollo que será abordado al tratar
el tema de la educación afectivo-tendencial. Señalo aquí,
simplemente, que, en principio se separan el momento afectivo y el
tendencial y luego llega a anteponerse lo tendencial al
conocimiento, bajo la influencia de las tesis antropológicas
idealistas Una huella importante de esta influencia se encuentra en
el planteo del circuito funcional de la vivencia de Ph. Lersch (1962).
El conocimiento humano comienza en la experiencia, es decir
en la advertencia de un algo distinto del sujeto que advierte,
advertencia que requiere en el sujeto la presencia de todas sus
capacidades, y en el objeto un operar en el cual va a manifestar
aquello que es, cualquier acto de conocimiento abre al hombre a la
vez a sí mismo: le permite conocerse en el conocer, más aún cuando
el objeto es el hombre mismo.
61
La captación sensible, como acto, es la percepción. Ella
remite a los sentidos externos 20, cuyo funcionamiento exige un
objeto propio -como cualquier capacidad, que se especifica por su
objeto- llamado por la psicología racional cualidad sensible propia
(Sto. Tomás, Suma teológica, I, q. 17. A.2). Cualidad, porque es
una dimensión que pertenece realmente al objeto; sensible propia,
porque es captado por un solo sentido. Pero el acto de percepción
es más complejo, no se explica totalmente por la sensibilidad
externa; la formación de la imagen -con su doble dimensión de
forma y significado- su conservación, uso, por ser funciones
específicamente distintas, descubren principios de operación
distintos. Más aún, en la misma percepción humana es posible
advertir elementos no meramente sensibles, sino significados
concretos, que manifiestan una función más alta en el sujeto, y una
multiplicidad de dimensiones en el objeto21. Esto justifica que se
hable de los sentidos internos.
A su vez, el carácter peculiar de la percepción humana
permite el paso a las operaciones propias del intelecto, que asume
el conocimiento sensible y a partir de él universaliza para luego
retornar a lo concreto.
En el orden de la tendencia, ligada al conocimiento como a su
antecedente necesario, se da también este pasaje de planos, que el
hombre puede advertir en su propia experiencia, aún más fácilmente
que en el caso del conocer. En el ejercicio de la tendencia el hombre
se advierte queriendo diversos bienes particulares y advierte a la
vez -en la insatisfacción o satisfacción parcial- un bien de otro
orden.
20
Se entiende por sentido externo, el órgano más la capacidad operativa del
mismo (el ojo y el ver constituyen el sentido de la visión) que se distinguen
realmente en cuanto sibien no se da la capacidad sin el órgano, éste es condición
necesaria pero no suficiente, pues su existencia no explica totalmente el acto.
21 Fabro, (1961, 1962) distingue en la percepción los planos objetivos y las
62
Los actos, entonces, a través de sus objetos, revelan los
principios de operación, potencias, capacidades o facultades
(expresiones con distinto matiz de significación pero que en esta
descripción pueden ponerse como sinónimos) y éstas remiten a
niveles ontológicos y, en última instancia, a un sujeto de atribución,
cuyo estudio es objeto de la Antropología Filosófica.
Se puede esquematizar lo dicho hasta aquí, del siguiente
modo:
62
Se trata de un esquema clásico, que se presenta aquí
simplificado y permite anotar algunas ideas que son base para un
planteo pedagógico integral:
A partir de los actos se presenta una unidad en el operar que
manifiesta la unidad en el ser y fundamenta la presencia de todo el
sujeto en cada acto. Respecto a la unidad en el operar cabe la
distinción entre el plano esencial y el existencial, que se hace más
adelante.
Se advierte en la simple experiencia que no hay en el hombre
actos puramente sensibles ni puramente espirituales y por ello no
hay dimensiones a-morales en el hombre; no hay actos moralmen-
te neutros, dirá la filosofía moral; de aquí el primer sentido de
educación integral: la que se dirige a todas las dimensiones del
sujeto y busca intencionalmente su integración en primer lugar por
la formalización ética de lo psicológico. Para poder desarrollar esta
idea, es preciso establecer en primer lugar qué se entiende por
psicológico.
En su sentido primero, etimológico, se aplica el adjetivo
psicológico a la vida provista de una forma cualquiera de
conocimiento y tendencias que se siguen de éste (Tonquedec, 1962).
En esta noción está supuesta la analogía entre el animal y el
hombre (ni identidad ni diversidad total), a la vez que la no
identificación de vida psíquica con conciencia de sí, al modo
racionalista, ya que el origen de la vida psíquica se halla más bien
la conciencia de algo otro, distinto del que percibe. Un segundo
momento se da por la advertencia del acto de percepción, que es un
acto de reflexión impropia. Para que se dé la reflexión propia -
vuelta de una capacidad sobre sí misma, que es sólo posible para el
intelecto- son una condición previa necesaria estos dos momentos,
es decir que es necesaria la experiencia sensible y la advertencia de
ella. De aquí que en un sentido estricto se habla de lo psicológico
como de algo propio del hombre, resultado de interacción de
capacidades de distinto nivel, que se va a manifestar sobre todo en
el conocimiento sensible y en la afectividad, las dos actividades
64
donde es más evidente que no hay en el hombre acciones puramente
materiales ni puramente espirituales.
En virtud del carácter intencional22 de cada capacidad y de
esta dinámica integral, resulta que cada objeto, cada contenido del
proceso educativo, es propuesto no sólo al conocimiento sino a la
tendencia, a la libertad del que se educa. Esos objetos no son nunca
neutros, se presentan siempre en concreto con determinado grado de
valor, dado por sus cualidades objetivas a la vez que por la
referencia que ellas hagan a todas las dimensiones del sujeto.
Las temáticas de los objetos propios y de la unidad del sujeto
son el criterio primero para jerarquizar contenidos, determinar
objetivos y actividades, y es por eso imprescindible una visión clara
de las mismas, frente a la tarea de elaborar un curriculum. La
cuestión lleva, a su vez, a plantear el tema del hábito, entendido
como la especificación duradera de la potencia por su objeto, en
virtud de la cual se da una inclinación estable, disposición
inmediata a obrar de un modo.
Hasta aquí una presentación global del tema, con la finalidad
de destacar la importancia del concepto de naturaleza humana como
punto de partida de un planteo pedagógico. Pero como éste no es
puramente teórico, sino teórico-práctico, se requiere tener en cuenta
no sólo las dimensiones esenciales sino la situación existencial de
esas dimensiones. En los capítulos dedicados a la educación
cognoscitiva y afectivo-tendencial, se abordará de modo paralelo y
sintético esa relación, de la que se derivarán algunas considera-
ciones pedagógicas.
22
Se entiende aquí por intencionalidad la característica de las potencias detener
una “dirección hacia”, es decir de no poder prescindir de un objeto propio, el que
-a través del acto- especifica la capacidad, la actualiza con sello propio.
65
3. FIN DE LA EDUCACIÓ N
66
crítica de razones en todos los dominios de estudio
(Scheffler, 1973, 72)
La racionalidad, según Scheffler, está íntimamente ligada a
la objetividad. Esta significa que los juicios deben ser sometidos a
la prueba de criterios independientes e imparciales, con el
consiguiente reconocimiento de que la fuente de un argumento es
irrelevante para su validez (Van Haaften, 1997, 20).
En este sentido, asigna a la escuela una función relativamente
autónoma con respecto a los fines de resolución de problemas
sociales. Notemos, en este aspecto, una diferencia importante con
las restantes líneas críticas a que hacemos referencia en los puntos
subsiguientes. En efecto, para Scheffler:
La función de la educación en una democracia es más
bien liberar la mente, fortalecer sus poderes críticos,
informarla con conocimientos y capacidad para la
investigación independiente [...] e iluminar sus
elecciones prácticas y morales (Scheffler, 1985, 124).
El autor refiere el concepto de racionalidad no sólo al ámbito
del conocimiento, sino que lo extiende a lo moral y al concepto de
dignidad humana, en el sentido kantiano, es decir, en cuanto ésta se
funda en la capacidad del hombre de darse a sí mismo la ley moral.
Como en el resto de las líneas a que hacemos referencia más
adelante, puede advertirse la presencia dominante del pensamiento
kantiano y en particular de su concepción de la primacía de la razón
práctica y la consecuente oposición entre naturaleza y libertad. Esta
herencia kantiana de Scheffler está presente también en su concepto
de emociones cognitivas (Sheffler, 1991), inspirado, a su vez, en lo
que Peters llama pasiones racionales; entre las que menciona el
amor a la verdad, el desprecio por la mentira, la repugnancia por el
error, el respeto por los argumentos ajenos.
En realidad, cabría señalar que éstas son respuestas afectivo-
espirituales consecuentes al conocimiento intelectual, cuyo último
fundamento es la unión sustancial cuerpo-alma, que permite, por
67
una parte, distinguir intelecto y voluntad como principios operativos
diversos, cada uno con sus objetos propios que los especifican y,
por otra, dar cuenta del mutuo influjo de las capacidades humanas
en su ejercicio concreto. Este fundamento antropológico permitiría
señalar que sería más propio, en vez de la expresión emociones
cognitivas, hablar de una dimensión afectivo-tendencial espiritual.
Sobre este punto se volverá más adelante al tratar el tema de la
educación afectivo-moral. Aquí aludo al concepto para señalar que
la filosofía analítica, aunque centra el fin de la educación en el
desarrollo de la racionalidad crítica, no puede prescindir del dato de
que en cada acto están presentes todas las dimensiones de la
naturaleza humana, con sus objetos propios.
Sin embargo, Scheffler prefiere no acentuar el contenido del
acto racional, sino su forma. De allí que al caracterizar el acto de
enseñar dice que:
Al enseñar, el maestro revela sus razones y
conclusiones, invitando así al juicio, con independencia
de su carácter persuasivo [...] La palabra razón no
refiere a una facultad mental sino al mutuo intercam-
bio de razones, que es el elemento central del acto de
enseñar (Sheffler, 1973, 2-3).
Enseñar es, pues, una iniciación a la discusión racional
abierta.
Se podría anotar que dicha iniciación más que un fin es un
medio, por cierto necesario, pero no suficiente, para alcanzar el fin
de la educación intelectual, que es la recta ordenación del intelecto
a su objeto -la verdad- a través de los hábitos que la ordenan
establemente hacia dicho objeto.
68
R.S. Peters, R.C. Barrow, quienes, más allá de las diferencias que
pueden anotarse en el desarrollo de sus trabajos, coinciden en:
a) Sostener el valor de la llamada educación general (Katz,
2009), que se contrapone a la educación vocacional, en cuanto la
primera tiene como centro la iniciación en conocimientos valiosos
en sí mismos, más allá de su aplicabilidad, en tanto que la segunda
implica la preparación para formas específicas de desempeño en
diversos contextos sociales. La discusión acerca de estas dos
orientaciones tuvo su punto máximo en la segunda post-guerra.
b) Poner como objetivo o fin supremo de la educación el ideal
de la autonomía, que se identifica con la libertad, en sentido
kantiano.
Así, por ejemplo, R.S. Peters (1981) pone como conclusión
de su obra dedicada a la educación moral el ideal del desarrollo del
hombre libre y analiza la libertad a través de tres distinciones: La
libertad como principio social; el hombre como sujeto que elige y
la autonomía.
Con el concepto de libertad como principio social, Peters se
refiere al ejercicio de la libertad en el contexto de un sistema general
de regulaciones sociales cuyo fin sería garantizar el ejercicio de la
libertad de cada uno.
La segunda distinción -el hombre como sujeto que elige- se
hace en relación con la primera y se relaciona con el concepto de
autoridad: una persona puede conservar su posibilidad de elegir
cuando consiente a las reglas de la vida social. Dicha capacidad se
halla relacionada con las normas de racionalidad. Aquí introduce
Peters el concepto de autonomía, que define como la aceptación o
elaboración de normas por sí mismo, cuya condición básica es la
reflexión y crítica acerca de los principios que rigen la acción. Dice
el autor:
Esta es la concepción kantiana de la autonomía, donde
se someten las máximas subjetivas del individuo al
examen crítico a la luz de principios tales como los de
69
la imparcialidad y el respeto por las personas (Peters,
1981, 157)
Como se advierte, la autonomía es un principio formal, en el
sentido de que no implica criterio objetivo de bien moral, sino una
gradación de condiciones, desde la autenticidad a la reflexión
racional sobre las reglas de conducta y la fuerza de la voluntad.
La autonomía se constituye en el ideal o fin de la educación
y en su aplicación concreta, Peters coincide en lo fundamental con
las concepciones de J. Piaget y L. Kohlberg.
En relación con la concepción del fin de la educación en la
línea de los analíticos liberales debe citarse también a R. Woods y
R. Barrow (1975), quienes ponen en un lugar central los conceptos
de racionalidad y autodeterminación.
La definición de racionalidad, según los autores, excluye
explícitamente la referencia al contenido de lo que se afirma o
concluye y se refiere sólo al proceso de argumentación en su validez
o corrección formal. Alguien es racional cuando da razones
pertinentes. La autodeterminación tiene como condición el
pensamiento reflexivo y consiste en la ausencia de presiones tanto
internas cuanto externas. Dicen los autores:
[...] la autodeterminación es un ideal nada alentador, a
menos que esté combinado con la racionalidad. Esa
combinación es esencialmente lo que está implícito en
el concepto de “autonomía” que ahora está mucho más
en boga entre los filósofos de la educación. No hay
nada especialmente convincente en el ideal de un
mundo en el que nadie responde por nada ni ante nadie,
salvo ante sí mismo. Mientras que sí hay algo muy
convincente en el ideal de un mundo en el cual la gente
se preocupa de responder sólo a las exigencias de la ra-
cionalidad. El objetivo de hacer que los niños se hagan
preguntas y piensen por sí mismos (siempre que sus
preguntas y pensamientos estén informados y
70
hábilmente realizados, y no sean cuestión de vano
capricho) es seguramente el que deberíamos abrazar.
Pero, como se ha indicado anteriormente, no es
probable que este objetivo sea satisfecho a menos que
los maestros hagan un deliberado y conciente intento
por hacerlo realidad. (Woods y Barrow, 1975,109-110)
Este ideal de la autonomía sigue teniendo fuerte presencia en
la bibliografía actual. Como ejemplo de ello podemos referir la
frecuencia de esta temática en el Journal of Philosophy of
Education, que es el órgano oficial de la Sociedad de filosofía de la
educación de Gran Bretaña. En un trabajo de esta publicación, R.
Jonathan señala que el objetivo supremo de la educación liberal es
el desarrollo de la máxima autonomía individual de cada uno para
el eventual beneficio social de todos (Jonathan, 1995, 93-94)
La autora sostiene que esto se constituye en un artículo de fe
para el liberalismo moderno, que se sustenta en una convicción
implícita acerca de las relaciones entre razón, libertad y moralidad,
como alternativa entre dos alternativas dilemáticas: la imposición
ilegítima de valores y el relativismo incoherente.
El problema insoluble -en teoría y en la práctica- es que el
liberalismo sostiene la neutralidad de los criterios ónticos y éticos
para determinar objetivamente en qué consiste el bien del individuo
y de la sociedad y por eso no puede conciliar libertad y equidad.
Como se tratará más adelante, en esta dificultad se cae también
desde la posición, aparentemente opuesta, de la pedagogía crítica,
en este caso porque al negar un criterio universal de verdad y
sostener el derecho de los distintos grupos socio-culturales a
defender diversos criterios; logra, como resultado indeseado,
reproducir las diferencias que impiden la verdadera libertad.
En la tradición inglesa la educación liberal se planteó como
ideal de educación general entendida como cultivo intelectual
desinteresado de intereses prácticos inmediatos, en cambio en
EE.UU. en el movimiento de la post-guerra, más puntualmente a
partir del Informe del Comité Harvard -llamado Educación general
71
en una sociedad libre- se reformuló el concepto de educación liberal
unificando dos tendencias opuestas: la de educación especializada
-o entrenamiento laboral- y la educación centrada en el desarrollo
intelectual. El informe señalaba:
Afirmamos que la educación mira a todo el hombre y
no sólo a su razón, mantenemos, sin embargo, que el
hombre total se logra si su vida está presidida por la ra-
zón (Informe Comisión Harvard, 1945, 176).
Es decir que el cultivo intelectual seguía siendo el objetivo
principal pero éste era visto como un medio para el dominio de la
propia vida. Así ambas líneas se unían en una finalidad común:
formar en un pensamiento efectivo para una sociedad democrática.
La reunión de educación general y educación vocacional tiene
su traducción práctica en las reformas curriculares que dedicaban
entre un sexto y un tercio del currículum de nivel medio a la
educación vocacional (o especializada). Por otra parte la misma
educación vocacional será sometida a profundas críticas en EE.UU.
a partir del fenómeno de la carrera espacial. En este momento
histórico de aceleración de los avances científicos y técnicos, se
hace más evidente que en otros períodos, que la preparación que
daba la “educación vocacional” quedaba rápidamente desactua-
lizada y lo que en realidad se necesitaba era una educación que
capacitara para el dominio de los principios científico-técnicos y
de ese modo hiciera posible la flexible adecuación a los avances
antedichos.
P. Hirst, discípulo de R. Peters, reformula el ideal liberal del
hombre educado, reuniendo el ideal del conocimiento desinteresado
con los intereses sociales. Según Hirst, el conocimiento como fin de
la educación es lo que constituye en el hombre una visión integral
de la realidad y se traduce en su actuar; el conocimiento valioso
que contribuye al desarrollo de la razón. A su vez hay una intrínseca
relación entre esta forma del conocimiento y la organización
política de la democracia, pues a juicio de R. Peters la democracia
es la mejor aproximación a la forma social en la que aparece la
72
razón pues aquélla exige un modo de discusión basada en la
imparcialidad y el respeto de la libertad de los demás.
P. Hirst (1992) -vicepresidente honorario de la Sociedad de
Filosofía de la Educación de Gran Bretaña- presenta una síntesis
de su posición respecto del concepto de educación y de sus
objetivos. Aunque el autor señala su cercanía y deuda intelectual
con actuales desarrollos del aristotelismo, considero que muchos
de sus conceptos fundamentales responden más bien a la tradición
kantiana y a algunas reformulaciones neo-kantianas de la escuela de
Frankfurt.
En el texto citado, el autor traza un panorama de la filosofía
de la educación en las últimas décadas, señalando que los años ‘60
y ‘70, con los desarrollos de la filosofía analítica marcaron una
cumbre luego de la cual la filosofía de la educación decayó. Los
años ‘90 marcan una revitalización y un cambio en el concepto de
educación, primero centrado en el conocimiento, luego en las
personas y en la actualidad en las prácticas sociales. En los años
‘60 la prioridad en los objetivos educacionales estaba puesta en la
adquisición de conocimientos y la concepción de la persona cen-
trada en el desarrollo cognoscitivo. A su vez el lenguaje era visto
como el instrumento para el desarrollo de la vida racional, en cuanto
sólo a través de esquemas conceptuales compartidos son posibles
los juicios objetivos y el ordenamiento social.
Esta posición, señala Hirst, es tributaria del iluminismo liberal
y del análisis lógico y su consecuencia pedagógica fue un planteo
de los objetivos educacionales ordenados a desarrollar el conoci-
miento y la comprensión como fundamento del desarrollo de los
demás aspectos de la vida personal y social. La educación liberal,
entendida como iniciación a las formas de conocimiento, se carac-
terizó por un núcleo curricular lógicamente estructurado (a partir
de la estructura lógica de cada tipo de conocimiento). El ideal era
el de la vida racional.
A esta fuerte tradición se le opuso otra, basada en los presu-
puestos utilitarios llamado por el autor utilitarismo que considera el
73
desarrollo racional como medio para satisfacer necesidades. La
educación, en este enfoque, se centra en el desarrollo de habilidades
de inmediata utilidad. La razón es de naturaleza práctica. Ambos
enfoques consideran la razón como instancia separada del contexto
(social, vital...) y son superados por el enfoque contemporáneo de
la persona como construcción social. A su vez la educación, según
Hirst, debe ser vista como una práctica social desde la cual se
construye el buen vivir.
Hirst ve como limitadas, tanto la posición racionalista de la
educación liberal, como la utilitaria, pues ambas son individualis-
tas y dualistas. En su posición actual, el autor insiste en un enfoque
que haga justicia a una razón considerada en sus relaciones con el
resto de las capacidades humanas: una razón que en su ejercicio
depende de las fuerzas motivantes de otras esferas y es, por eso,
esencialmente práctica, cuyos principios son prácticos y originan lo
que llamamos conocimiento teórico.
Sostiene Hirst que la sociedad es una red de individuos so-
cialmente construidos que, dentro de esa red, tienen capacidades
para elegir la formación y modificación de los patrones de vida so-
cial (Hirst, 1992, 50).
Es decir que la racionalidad sigue siendo el núcleo de su plan-
teo antropológico y pedagógico, pero no es ya un atributo anterior
a la vida social sino, al menos en cierto sentido, un resultado de ella
y por eso la educación no puede proponerse en primer lugar el
desarrollo racional sino la iniciación en ciertas prácticas sociales
sustantivas que comprenden “juicios, criterios de éxito, valores,
habilidades, disposiciones, virtudes, sentimientos (Ibid), en las
distingue tres niveles: el primer nivel corresponde al contexto
cotidiano y está determinado desde fuera del individuo, el segundo
es el de las prácticas elegidas por el individuo. El tercer nivel es el
de la reflexión crítica sobre los otros dos, que pueden así ser
asumidos o modificados. De esta concepción desprende una
propuesta curricular centrada no en el saber disciplinar sino en las
prácticas vitales.
74
3.1.3 Pedagogía crítica y teoría crítica
Se incluyen en esta línea dos posiciones que tienen significa-
tivas diferencias, pero una raíz común, denotada por el uso del
adjetivo crítico en su denominación. Esta raíz la hemos hecho
presente, por otra parte, al hablar de las aplicaciones de la filosofía
analítica a la filosofía de la educación, a propósito de las propuestas
de dos objetivos centrales: el desarrollo del pensamiento crítico y
la autonomía.
Como se advierte, la filosofía crítica es un denominador
común en diversas propuestas pedagógicas contemporáneas, todas
las cuales remiten, de modo más o menos directo a la tradición
kantiana y en particular a su concepción de la razón. Me he referido
ya a este tema en Vázquez (1994) La teoría del curriculum en la
actualidad. Por ello en este punto me limitaré a los aspectos que
remiten al tema del fin de la educación.
En la bibliografía pedagógica contemporánea la línea de la
filosofía crítica hoy consiste en una relectura de Kant a la luz del
neo-marxismo y en particular de la Escuela de Frankfurt, que da
por resultado dos formas fundamentales en teoría de la educación:
● La pedagogía crítica o radical, de orientación socio-política,
cuyos representantes más conocidos son H. Giroux (1985,
1988, 1989, 1992, 1994) y P. McLaren (1991, 1992, 1994,
1995).
● La teoría crítica de la educación; con elementos más
filosóficos, inspirada principalmente en los trabajos de
J.Habermas. En esta línea es relevante el trabajo de W. Carr
y St. Kemmis (1986), referido al ideal crítico en la formación
de los alumnos, traducido al castellano y ampliamente usado
en nuestro medio.
En la primera línea el docente es conceptuado como un inte-
lectual público cuya principal tarea, y por tanto el fin de la educa-
ción, es llevar a sus alumnos a situarse activamente en el contexto
socio-político, como agentes de una praxis transformadora del dis-
75
curso de reproducción de las estructuras de poder que se pretende
desde el curriculum vigente. El educador, en esta concepción, tiene
como fin operar la crítica para la transformación social.
Cabe aquí una distinción fundamental: en realidad, el docente
tiene como fin inmediato la educación de la persona, es decir, el
destinatario inmediato de su acción es el sujeto, porque la persona
es el único todo sustantivo y sólo mediatamente la acción del
docente tiene una función social, e incluso sociopolítica. La distin-
ción no parece ociosa porque al docente no le toca inmediatamente
la praxis transformadora del medio social o sociopolítico sino
ayudar a la gestación del recto orden socio-político-cultural a través
de su tarea de guía del autodesarrollo personal de los alumnos.
La educación siempre es autoeducación; en la medida en que
el hombre es libre, asume o no asume la dirección, la finalidad de
su formación, y el docente, inmediatamente, tiene como tarea
ayudar al desarrollo de ese organismo interior que es la
personalidad psicológico-moral. Así, la acción que él vaya a tener
en el medio sociopolítico es por desborde, por redundancia, en
cuanto esas personas formadas van a obrar en el medio y van a
constituir un recto orden social. Cabe recalcar también lo que hay
de verdadero en esa expresión citada de Giroux -porque no existen
los errores absolutos-. En este contexto de la pedagogía crítica, el
educador se concibe como un operador crítico de la transformación
social.
El término crítico, que hoy se ha convertido en polisémico,
remite, como se señaló, a Kant y en general a la tradición filosófica
del Idealismo. Kant llama razón crítica a la razón que antes de
empezar a conocer, analiza su propia posibilidad, es decir se
autocuestiona y, como resultado de ese análisis, concluye afirmando
la imposibilidad del conocimiento metafísico. Ya Hegel va a objetar
ese desdoblamiento de la razón y a la vez va a hacer culminar la
crítica del conocimiento en la afirmación de la conciencia como
única realidad, de allí que la reflexión (autoconciencia) se
constituya, para el Idealismo, en el verdadero principio del saber.
76
Entonces, cuando hoy se propone la formación de un sujeto
crítico-reflexivo, en sentido estricto se está afirmando que la
educación intelectual consiste en el cuestionamiento de lo que se da
espontáneamente a la aprehensión primera de la conciencia, en el
ejercicio del poder negativo del pensamiento, que debe llegar a
descubrir, a partir del análisis de situaciones conflictivas, que no
hay realidad en sí, sino que toda realidad es proyección de la
conciencia.
Hoy, este sujeto trascendental del idealismo se ha con-
textualizado, es un sujeto histórico-social, cuasi-colectivo y, en
consecuencia, la realidad ha devenido una construcción social, en
gran parte a través del lenguaje, entre otras mediaciones simbólicas,
muchas de las cuales, se afirma, son de carácter inconciente.
De allí que el docente, como operador crítico, deba promover
la toma de conciencia de conflictos y contradicciones sociales,
como parte de una praxis transformadora.
La segunda línea, o sea, la teoría crítica de la educación
comparte el objetivo antes señalado, pero acentúa una instancia
teórico-crítica, a saber, promover la reflexión. Podría asumirse el
carácter reflexivo en sentido amplio, como la propiedad de un actuar
precedido por el discernimiento intelectual y valorativo de fines y
medios. Pero el concepto de reflexión se toma aquí en sentido
idealista: la reflexión como acto de la conciencia que vuelve sobre
sí antes de ir a la realidad. Evidentemente esto es imposible; como
ya decía C. Fabro (1969), la conciencia idealista es un gesto
imposible, pues la conciencia es potencia que requiere el ser de lo
real para actualizarse. Dicho de modo más simple, lo primero es
conocer la realidad distinta del sujeto, la reflexión es un momento
segundo y fundado en el conocimiento directo.
¿Qué sería la reflexión en esta posición crítico idealista?: la
toma de conciencia de elementos, en general ideológicos (el tema
de la distorsión ideológica es un tema muy habermasiano)
implícitos en la conciencia ideológica ingenua y, en el caso del
docente, en la práctica docente. Esto es lo que se conoce por teoría
77
de la práctica reflexiva23, es decir: se concibe el docente como aquel
que lleva al aula una síntesis de, por un lado, los llamados
conocimientos previos, muchas veces (dice esta teoría) introducidos
de manera no consciente, (creencias, etc.), y por otra el saber
académico. Entonces una tarea fundamental sería promover la
reflexión crítica del docente, la autoconciencia crítica acerca de los
conflictos y contradicciones que anidan en esa síntesis y en su
praxis docente. Y a partir de allí sería posible promover la
autoconciencia crítica del alumno.
Por su parte, la teoría de la educación inspirada en Habermas,
señala como objetivos fundamentales de la educación la ilustración
y la emancipación, (dos términos típicamente idealistas, racionalis-
tas). El momento de la ilustración no consiste en el conocimiento
de la realidad de aquello que es, del ser de lo real, que actualiza al
sujeto, que desarrolla sus dimensiones potenciales, sino en advertir
cuáles son los condicionamientos, los supuestos por los cuales ese
sujeto piensa como piensa acerca de la realidad, y entonces luego
viene la emancipación. El término “emancipación” es también neta-
mente idealista; no es lo mismo libertad que emancipación, en la
emancipación lo que está muy fuertemente subrayado, es la
ausencia de vínculo. Es un concepto que, en su origen remite al
ámbito jurídico y se refiere al estado de la mayoría de edad y al
ejercicio de derechos y deberes consecuentes. La libertad, en
cambio, es un atributo esencial de la persona, más allá de y anterior
a su pertenencia a una comunidad jurídicamente organizada. Es una
23Cfr., por ejemplo, D. Beckett, (1995) Professional practice for educators: the
getting of wisdom?, Educational Philosophy and Theory, 27, 2, pp.15-34; D.
CARR, (1995) Is Understanding the Professional Knowledge of Teachers a
Theory-Practice Problem?, Journal of Philosophy of Education, 29, 3, pp.311-
331; R.W. Smith, (1994) Reflection -A means of critically evaluating prior school
experience, Educational Foundation, 8, 3, pp.17-32; P. Silcock, (1994) The
Process of Reflective Teaching, British Journal of Educational Studies, 42,3,
pp.273-285; J. ELLIOTT, (1993) El cambio educativo desde la investigación -
acción, Madrid, Morata; N. Boggino, (1993) Un analizador de la práctica
educativa, Aula Ab., 2, 12, pp.1012.
78
propiedad de la voluntad por la cual el hombre es dueño y
responsable de sus decisiones, acciones y consecuencias de las
mismas; y cuya educación implica, como pre-requisito, la
formación en el discernimiento y valoración de la verdad -del
verdadero bien- que ha de ser encarnada por la acción.
Ambas líneas, ya mencionadas, parten del tratamiento de la
razón como autocuestionadora, o sea, la razón que se cuestiona a sí
misma como lo proponía Kant en la Crítica de la razón pura.
En conformidad con esta tradición kantiana de la que venimos
hablando, se reformula la razón ante todo como una razón práctica
-ya que la razón teórica perdió su función de acceso al ser de lo
real- a la que se adscriben funciones propias de la voluntad. De allí
que, por ejemplo, algunas propuestas pedagógicas, a la luz del
pensamiento habermasiano con su teoría de la racionalidad, definen
el acto educativo como acto social y como tal, un acto
comunicativo, una especie de la comunicación; lo que no es falso
pero sí reductivo –puesto que a comunicación es uno de los medios
de la educación, no es su fin ni su nota esencial-, y por eso se le
aplican los criterios de la llamada racionalidad comunicativa. Para
que una comunicación sea racional tiene que cumplir ciertas reglas
fundamentales: que haya simetría, es decir que los que participan en
la comunicación tengan igual oportunidad de hablar, que haya
mutua confianza, es decir, que el que habla pueda hablar con
libertad por una parte y que sepa que el otro lo escucha, y que el que
escucha confíe en que el otro no lo engaña. Podemos acordar en
que esto es importantísimo, pero son condiciones éticas, o sea, todos
estamos de acuerdo en que una comunicación, un discurso comu-
nicativo tiene que tener estas condiciones pero eso no garantiza la
racionalidad ni la verdad del discurso. Es decir, no es lo mismo la
razón teórica que la razón práctica, y no es lo mismo la razón
práctica que la voluntad. Pero en un mundo, en una cultura que ha
heredado ese pensamiento kantiano, que renunció a la posibilidad
del conocimiento teórico de un orden metafísico, de un orden de
valores absolutos y luego quiso recuperar de alguna manera ese
79
orden metafísico a través de la razón práctica, pero sólo como
postulado regulativo24 la razón práctica convertida en voluntad,
sustituye a la razón teórica.
Un ejemplo paradigmático de las consecuencias de esta
conversión lo constituye el fundamento de los llamados temas
transversales, que se introdujeron en las propuestas curriculares a
partir de las reformas educativas iniciadas en los años ´90- acerca
de los cuales podemos estar de acuerdo en que expresan cuestiones
de particular urgencia en el mundo contemporáneo (la educación
ambiental, la educación para el consumidor, la educación para la
sexualidad, etc.). Pero el punto clave es que el fundamento desde el
que se plantean no es el del ser de lo real, lo que se busca no es la
verdad de fondo en las cuestiones. Así por ejemplo: en vez de
educación ambiental, ¿por qué no decir educación para el orden
natural? Análogamente ¿qué es la educación para el consumidor?,
radicalmente hablando, implica formar en las virtudes, fundamen-
talmente, en la virtud de la templanza.
Los temas transversales parecen ocupan el lugar de la
educación ética, en el contexto del mundo actual, en el cual, según
señala C. Nanni
Han caído las grandes visiones [...] y en el que el
encuentro entre culturas diversas parece marchar en el
sentido de la anulación recíproca de los cuadros de
referencia, [en ese contexto aparecen] los nuevos
valores: el desarrollo, la ecología, los derechos
humanos, la mundialidad, la internacionalidad, la
cooperación, la solidaridad, la paz [...] como un cuadro
80
común sobre el cual basar la convivencia democrática
y la moral pública, en un contexto de pluralismo,
complejidad y cambio sociocultural (Nanni, 1992, 79).
Estos valores tendrían la ventaja de permitir una convergencia
práctica dentro de un pluralismo de justificaciones teóricas. Pero
esto no es posible, sin entrar en contradicción, salvo que se cambien
las reglas mismas de la razón, que es justamente lo que sucede en
el discurso de la contemporaneidad (Vázquez, 1994).
El primer movimiento referido, el de la pedagogía crítica, es
un movimiento que opera desde el presupuesto del descrédito de la
razón moderna, esa razón cartesiana, incluso kantiana que afirmaba
la capacidad de un conocimiento universal y una visión unitaria de
lo real. En cambio este movimiento rechaza sobre todo esta capa-
cidad de una visión unitaria.
El segundo, en cambio, o sea la forma habermasiana, quiere
recuperar de alguna manera una razón sustantiva. Pero como el
fundamento teórico está caído, entonces, dónde se va a apoyar esta
razón sustantiva? En los criterios de lo que Habermas (Ewert, 1991)
llamó una comunidad ideal. O sea, en definitiva, en uno y otro caso,
el criterio de verdad es el consenso. Pero en un caso el consenso es
netamente contextual: esta situación, un ahora y aquí muy concreto
y en el otro caso el contexto se pretende que sea un poco más
amplio. Es lo que se llama: la búsqueda de la comunidad normativa:
unas condiciones ideales de una comunidad, pero siempre el
horizonte que vendría a validar el juicio (o sea el criterio de verdad)
es este acuerdo que podrá ser más contextual o podrá ser un acuerdo
basado en las reglas de una comunidad ideal utópica.
81
A propósito de este carácter implícito del fin, O. Reboul
(1984) hace una interesante reflexión, como corolario a una obra
que conserva gran actualidad, dedicado al análisis de los tipos de
discurso pedagógico y en particular a la ambigüedad y al uso de
slogans en el léxico pedagógico.
En el último capítulo considera como evidente la existencia
de un fin en la actividad de educar.
No puede haber educación sin un fin. La actividad de
enseñar no se explica tanto por un “por qué” cuanto por
un “para qué” (un fin) [...] Una actividad no es educa-
tiva sino por su fin, ya sea implícito o explícito (Reboul,
1984, 110).
Sin embargo, aunque necesario, el fin no siempre aparece con
claridad, con plena advertencia, ni siquiera para aquellos que
educan. Con ello parece darse una contradicción, pues el concepto
de fin implica que algo es propuesto, que se tiene la intención de
realizarlo. Esta paradoja, dice Reboul, podría resolverse acudiendo
al concepto de fin implícito, del cual se toma conciencia sólo
cuando se ve amenazado o negado.
Pero, antes de aludir a las formas en que el fin aparece como
exigencia latente, conviene hacer una distinción: podemos hablar
del fin en un sentido objetivo, es decir haciendo referencia a lo que
se intenta en la acción, el objeto que es per se meta del obrar, o bien
en referencia a la intención que desata y guía la acción.
Ambas formalidades pueden coincidir o no y esto es un hecho
de experiencia, que ya la filosofía clásica distinguió25. Su
importancia es clave, sobre todo cuando se trata de hacer un análisis
ético de la acción, pero también en el campo técnico, cultural y en
particular en el educativo. Otra distinción más cabe hacer, entre fin
25Así, por ejemplo Santo Tomás habla del finis operis y del finis operantis(Suma
Teológica, II-II, q. 141, art.6 ad 1) poniendo el ejemplo de la construcción cuyo
fin propio es la casa, aunque el que construye puede apuntar en primer lugar al
lucro que esa actividad le reportará.
82
y objetivo; este último es un fin intermedio, una meta valiosa en sí
-por eso no es un puro medio- pero que se ordena a un fin ulterior.
En la bibliografía contemporánea de lengua inglesa se usa
con frecuencia aim, que se traduce como propósito o intención;
otras veces se usa goal, que tiene el significado de objeto o meta,
pero en general no se hace la distinción arriba citada y por ello los
planteos pueden caer en ambigüedades.
Así, por ejemplo, Bárbara Arnstine (1991) al referirse a la
formación docente y a sus objetivos fundamentales, los menciona
con dos sustantivos abstractos -porque se derivan de dos adjetivos
usados para cualificar la conducta ideal que se pretende lograr en el
docente- : racionalidad y solicitud (caring). La autora los llama
objetivos -aims- disposicionales o disposiciones, que se constituyen
en metas valiosas de la educación (worthwhile goals) tomando este
concepto de H. Siegel, quien explica que esos objetivos son
“disposicionales” porque “persisten en situaciones nuevas pero no
pueden ser identificados como simples repertorios de conducta”
(Siegel, 1991) y los caracteriza como inestables, pues requieren un
ambiente favorable para manifestarse y permanecer.
El concepto intenta superar el marco teórico conductista
poniendo el acento en la no total previsibilidad de las conductas,
en cuanto estas disposiciones no son condicionamientos mecánicos,
sino fruto de deliberación y voluntariedad:
El uso de un término disposicional es una predicción
que ordinariamente implica un entorno particular en el
cual una persona actuará intencional, selectiva y
deliberadamente...voluntariamente y no con una
respuesta automática (Siegel, 1991, 5).
En esta caracterización aparece con toda evidencia, a mi
juicio, una exigencia implícita, que es el último fundamento de un
actuar así cualificado: la persona como ser espiritual y por ello
inteligente y libre. Esto permitiría traducir disposiciones como
hábitos, concepto que se rechaza por considerarlos como un
83
resultado del condicionamiento. Sin embargo el hábito humano es
una cualificación de las capacidades que inclina a obrar
connaturalmente y por ello con una libertad en acto que permite
disponer de sí. Entiendo que aquí se resuelve lo que se quiere
apuntar con la calificación operativa de inestable que se da a la
disposición y que la distingue del hábito.
B. Arnstine señala como condiciones para el cultivo de las
disposiciones: a) que el alumno las perciba como algo valioso,
significativo para su acción en el mundo, b) que advierta las
consecuencias del ejercicio bueno o malo de la disposición.
En este contexto hace una crítica a la corriente del
pensamiento crítico (critical thinking) por considerarlo vacío de
significado y reducido al desarrollo de habilidades de lógica
proposicional; mediante un análisis que testifica una tendencia muy
actual hacia la superación del conductismo y del formalismo,
aunque dicha superación no se cumple totalmente porque no se
llega hasta las últimas consecuencias, al fundamento óntico de lo
que se describe operativamente.
En síntesis, la exigencia latente es la de la naturaleza humana,
de la cual se advierten sus manifestaciones claves: acciones
inteligentes y libres.
Ello aparece también en las dos disposiciones que se ponen
como objetivos centrales: la racionalidad -ser apropiadamente
movido por razones- y la solicitud por el otro.
Todo ello está exigiendo una discusión explícita acerca de la
naturaleza humana26 y sus exigencias específicas, tanto como de las
realidades exteriores al hombre y su valor, el que fundamenta su
aptitud para motivar el dinamismo de las capacidades y
plenificarlas.
26
Este mismo reclamo lo hace F. Dunlop (1991), quien al hacer la recensión de
una obra colectiva dirigida por N. Entwistle y R. Jonathan (1990), considera
dicha obra como una vidriera del actual pensamiento en filosofía de laeducación
de Gran Bretaña. El autor subraya la uniformidad de las contribuciones y la
84
Al presentar el esquema de las temáticas básicas de la
filosofía de la educación y en particular a propósito del tratamiento
del concepto de la educación como concepto análogo; se ha seña-
lado27 que el elemento más formal de la reflexión filosófica sobre la
educación es el fin. En efecto, ya que la Filosofía de la Educación
es filosofía práctica, subordinada a la Ética, toma su principio del
fin; por ello su objeto formal es el fin de la educación, por referencia
al cual han de pensarse el resto de los temas teóricos y prácticos de
la pedagogía.
A su vez, ya que la educación es entendida como acción y
resultado, siempre respecto del hombre, resulta claro que la
determinación del fin exige partir del concepto de naturaleza
humana, naturaleza finita, potencial, en un tiempo y espacio, una
circunstancia que no es siempre la misma y de la cual el sujeto se
nutre para el desarrollo de sus potencialidades, motivo por el cual
fue necesario hacer referencia al concepto de naturaleza humana y
a la situación existencial en que se encuentra esa naturaleza.
De esa doble consideración -esencial y circunstancial-, se
puede sacar una más precisa determinación del sentido de
educación:
● como acción: la educación es una influencia, una ayuda
intencional para el desarrollo recto de esas dimensiones naturales,
acción que se vale de lo dado natural y culturalmente.
Inmanente
Dimensiones
individual Absoluto : religioso
del fin
trascendente
o transitivo cultural
relativo
social
87
Cabe hacer notar que se habla de dimensiones del fin y no de
fines, en plural, justamente para subrayar la unicidad del fin; pues
estamos hablando del fin último de la educación y este no puede
ser sino uno.
Se distingue una dimensión que llamamos individual por
contraposición a la dimensión social, ambas integradas en la
realidad una de la persona.
88
Se entiende por fin último personal inmanente el logro de la
personalidad psicológico-moral28.
Cabe hacer notar que nos situamos aquí en un plano diná-
mico, el del operar, por eso hablamos de personalidad, que es un
resultado de dicho operar. En cambio, en el plano óntico hablamos
de la persona, como la realidad del sujeto singular, en acto primero,
que sustenta y es fuente del operar.
Se cualifica a la personalidad como psicológico-moral, pues
en todo acto el sujeto se define éticamente, a partir del objeto de su
acto. Definimos a la personalidad como una configuración estable
de todas las capacidades en torno a un fin que opera como valor
unitivo interior y de conducta y por eso jerarquiza esas
capacidades y da al sujeto y a su actuar un perfil singular y una
eficacia real.
En esta definición hay elementos que asumen la función de
materia, en sentido filosófico, como principio determinable: las
capacidades del sujeto. Su correlato es el principio determinante, o
formal, que está dado por el fin, en cuanto asumido, como más
adelante se analiza. La primera parte de la definición explicita los
elementos esenciales; la segunda enuncia como notas propias de la
personalidad, tres consecuencias que se desprenden necesariamente
del principio formal: unidad, sello propio, eficacia.
El primer elemento es la actualización de las capacidades, el
desarrollo de cada potencia con su objeto propio. Esta ordenación
de cada capacidad a su objeto propio, que es un dato del análisis
antropológico, es lo que permite utilizar el concepto de personalidad
no sólo en el campo psicológico sino, trascendiendo éste, en el de
la ética; pues el objeto propio cualifica y define la capacidad,
haciendo posible que su desarrollo pueda ser calificado como bueno
(o malo). Dicho desarrollo debe cumplir con las condiciones de ser
integral, jerárquico y unitario:
28
El concepto y los elementos para la definición están tomados del Cgo. L.M.
Etcheverry Boneo, (1948) Curso de Pedagogía, promanuscrito, Bs.As.
89
● integral: de todas y cada una de las capacidades,
● jerárquico: con una jerarquía que viene dada por la ubicación
ontológica del objeto y por la naturaleza de cada potencia que
determina una subordinación entre esas potencias de modo
que algunas de ellas resultan instrumentales respecto de la
operación de las otras, como se explicitará al hablar de los
hábitos,
● unitario: porque no es el desarrollo de una suma de capa-
cidades sino de un sujeto.
Esta nota de unidad está considerada en algunos sistemas de
psicología, como el elemento esencial de la personalidad. Aquí lo
tomamos, sin embargo, como una consecuencia, en razón de que la
estructura (configuración o gestalt) de una personalidad no es ni
meramente formal, ni estática: no es formal porque la unidad se
gesta a partir de un contenido fundamental: el fin del operar29. Y por
ello mismo no es estática; dado que la estructura está constituida
por potencias operativas, la unidad está dada por el fin, que es, por
una parte, captado, concebido intelectualmente como verdad de la
propia vida y, por otra, propuesto a la voluntad como meta. Así, el
fin en cuanto conocido, recibido afectivamente y asumido por la
voluntad, se convierte en un valor configurador de la personalidad.
Se insiste en el carácter interior de este elemento
configurador, para indicar que la constitución de la personalidad no
depende de lo exterior - Como podría resultar en concepciones
como el Conductismo, el Funcionalismo y en general las diversas
formas de sociologismo-, no es una función del ambiente, sino de
la libertad, de su acto radical de decisión frente al fin. Por último se
habla del perfil singular y de la eficacia, como consecuencias de esa
estructura estable interior y no como lo que define la personalidad.
La singularidad de la personalidad tiene como fundamento
29En el capítulo dedicado a la educación afectivo -tendencial se hace referencia
al rol central que las teorías cognitivistas de la motivación asignan a las metas,
que funcionan como criterios de evaluación de la acción y como principios -
motivos en el curso de dicha acción.
90
psicológico las diferencias individuales, que, a su vez, son
expresión de la unicidad del acto de ser de cada sujeto, que realiza
participadamente la naturaleza común de la especie.
La eficacia es resultado inmediato de la unidad: en cuanto
todas las fuerzas, todos los dinamismos operativos tienden en la
misma dirección, se evita el conflicto, se multiplica la potencia
operativa.
La relación entre fin, unidad y eficacia puede ser ilustrada
mediante una analogía con el concepto de polígono de fuerzas,
propio de la física, ya que la personalidad es un sistema dinámico,
compuesto por potencias, dinamismos operativos que tienen un
punto de aplicación, una dirección, un sentido y una intensidad. En
la medida en que todas las capacidades del sujeto tienden al mismo
fin, van en la misma dirección y sentido; la intensidad de cada una
de ellas no sólo se suma -como en los sistemas de fuerzas físicas-
sino que se potencia: un fin discernido por la inteligencia como
verdadero, que es a la vez elegido libremente por la voluntad, tiene
poder de incidir positivamente en el mundo afectivo de las
emociones y sentimientos y desde allí generar temples vitales, es
decir actitudes permanentes que van comunicándose al resto de las
capacidades (imaginación, memoria, apetitos sensibles, etc.) y por
esa vía se va gestando la unidad interior y de conducta.
La analogía no es identidad: el punto clave de distinción es
que en el caso de la personalidad las fuerzas son dinamismos
humanos: no se mueven por inercia ni desde el exterior sino desde
la conciencia y libertad, que es el origen último de las fuerzas.
Esta analogía que hemos introducido obliga a hacer una
referencia a las llamadas teorías homeostáticas de la personalidad,
en las cuales
El dinamismo psíquico del hombre se considera
frecuentemente como una tendencia al equilibrio y al
reposo. Es la ruptura del equilibrio lo que provoca la
tensión y la actividad; esa actividad tiene por objeto
91
restablecer el equilibrio. En otras palabras, la ruptura
del equilibrio provoca un estado de desplacer; la
actividad se desencadena por la fuerza que tiende a
restablecer el equilibrio y a hacer que cese el estado de
tensión desagradable. El hombre tendería
esencialmente hacia el estado de reposo y de equilibrio
dinámico (Nuttin, 1972, 227).
El modelo homeostático tiene como idea subyacente un
reduccionismo biológico en la concepción del hombre. En efecto,
en el nivel biológico, toda una serie de procesos y dinamismos
tienen lugar como respuesta a desequilibrios y por lo tanto son
formas de restablecer las condiciones del medio interno. Sin
embargo, como señala J. Nuttin
Si se considera, por el contrario, el dinamismo humano
en su conjunto, impresiona más bien otro aspecto. El
dinamismo no consiste solamente en reducir la tensión
creada por la ruptura del equilibrio orgánico; “el rasgo
más impresionante de él es que hay en el hombre un
impulso constructivo que tiende a lograr nuevas realiza-
ciones, rompiendo así el estado de reposo o de
equilibrio tan pronto como se lo ha logrado. No se trata
aquí de una ruptura automática del equilibrio biológico;
es la fuerza constructiva de que hemos hablado ya, la
que propone siempre nuevos ideales a la expansión
humana. No es, pues, únicamente el mecanismo de la
reducción de la tensión y de la necesidad lo que reclama
nuestra atención en el estudio del dinamismo humano;
la propiedad más característica de éste es la imposibili-
dad de resignarse al `reposo’: la potencialidad activa de
construcción `personal’ y de realización de sí mismo
[...] (Nuttin, 1972, 228)
Esto nos lleva a considerar la tesis central de la concepción
del desarrollo de la personalidad de J. Nuttin, que relaciona el
desarrollo constructivo con la tensión interna y el yo ideal.
92
Es un hecho de experiencia que el dinamismo psicológico
humano no es unidireccional: en la medida en que hay más de un
nivel de necesidades que responden a la complejidad de estratos
ónticos en la naturaleza humana, el conflicto forma parte del
desarrollo normal y es expresión del impulso a la superación que,
por una parte, está íntimamente vinculado a la función cognosci-
tiva y, por otra, se halla dirigido por la imagen ideal que cada
hombre construye de sí mismo, en el curso de ese desarrollo y como
resultado del encuentro o interacción entre aspiraciones y
valoraciones de origen endógeno y modelos sociales y culturales.
El concepto nuttiniano de yo ideal se inspira en el de super-
ego freudiano, pero a la vez se distingue de éste. Nuttin lo define
como el proyecto ideal que el hombre elabora para sí, y en cuya
gestación tiene un lugar, en las etapas tempranas, el proceso de
identificación con las figuras parentales, pero este proceso no
necesariamente está ligado con la represión, sino que se trata de un
proceso en virtud del cual el individuo hace `suyo’ lo que descubre
como valor [...] Efectivamente, el niño, en su esfuerzo por identi-
ficarse con el padre ideal, actualiza ciertas potencialidades
superiores que existen en sí mismo (Nuttin, 1972, 146).
Es decir que esta tendencia constructiva que rompe el
equilibrio brota de un dinamismo que expresa, por una parte, la
complejidad de niveles de la naturaleza humana y, por otra, su no-
necesaria convergencia, por lo menos en el punto de partida.
En ese proceso juega un papel importante la función
cognitiva, que va permitiendo la presencia de contenidos nuevos, no
sólo ligados al pasado ni a la figura paterna, sino referidos a
distintos planos de la realidad natural social incluso de orden
metafísico, como la idea de Dios, la obligación moral, etc.
La distancia entre el yo real y el yo ideal es una fuente del
conflicto normal, que nace de la tendencia constructiva del
desarrollo psicológico del hombre, ya mencionada.
El conflicto puede también tener su origen, como se dijo, en
dinamismos cuyos objetos son divergentes y, por lo tanto, la
93
satisfacción de uno exige posponer la satisfacción, por lo menos
inmediata, de otros. En este caso la tensión que se genera exige
opciones y, correlativamente, renuncias, que son las formas
específicamente humanas de resolver el conflicto.
Nuttin no excluye aquí el mecanismo de la represión, pero sí
excluye que éste sea la única explicación. Por otra parte señala una
diferencia fundamental entre represión y desarrollo constructivo.
En el primer caso la necesidad no pierde su dinamismo y pugna por
hallar una vía de escape, bajo diversos sucedáneos; en cambio, en
el segundo caso, se produce una canalización que lleva a la
integración de las líneas divergentes en el desarrollo.
El concepto nuttiniano de integración coincide con lo que
hemos designado antes como gestación de la unidad de la perso-
nalidad.
En el curso de ese proceso de desarrollo integrador el
hombre tiene en cada instante una elección que hacer.
Tiene que elegir entre la satisfacción de ciertas nece-
sidades en una u otra línea de dichas potencialidades.
Casi siempre se ve precisado a renunciar a esto para
conseguir aquello, tiene que combatir contra algo para
obtener otra cosa. [...] Por el reiterado consentimiento
a satisfacer determinadas necesidades y por la no
satisfacción de algunas otras, se desarrolla casi siempre
el dinamismo humano en ciertas direcciones privilegia-
das. Unas potencialidades presentes en la personalidad
son explotadas en tanto que otras quedan sin
aprovechar. Se buscan concientemente ciertos objetos,
haciendo ellos surgir nuevas orientaciones dinámicas,
en tanto que no se otorga satisfacción a otros deseos.
Por eso, muchas potencialidades llegan a perder gran
parte de su vigor inicial, mientras que otras se
desarrollan con fuerza. Es decir, se realiza una
canalización de las necesidades y de las potencialidades
activas. En virtud de esa canalización el comporta-
94
miento humano se desarrolla en determinadas direc-
ciones, quedando otros senderos casi sin frecuentar. Así
ciertas posibilidades reales de desarrollo desaparecen o
se atrofian progresivamente, porque no dan lugar a una
actividad que corone el éxito, es decir, a una actividad
en la línea de las aspiraciones del sujeto. (Nuttin, 1972,
150-151).
En la explicación de este proceso, Nuttin reformula en
términos de su cognitivismo humanista, la ley del efecto, de origen
conductista. Según esta ley, todo organismo tiende a fijar las
respuestas que tienen éxito y a eliminar las que llevan al fracaso.
Las conductas que llevan a resultados satisfactorios, al fijarse,
constituyen canales para las necesidades. De esta manera:
[...] la necesidad se transforma en un modo de
comportamiento dinámico. Así, ese modo de
comportamiento queda incorporado a la orientación
dinámica de la personalidad; y es precisamente esa
incorporación de un sistema dinámico lo que, como
acabamos de decirlo, se muestra como responsable de
la integración al psiquismo de ese modo de conducta. El
desarrollo de la personalidad está constituido por esa
integración de formas dinámicas de acción, es decir
esas orientaciones concretas que adopta su actividad
global al contacto con la realidad. (Nuttin, 1972, 152-
153)
En el centro de este proceso se halla el concepto de yo ideal,
que coincide con lo que en nuestra definición llamamos fin asumido
y que otros autores identifican como fin existencial, proyecto de
vida, etc. Nuttin lo define diciendo que
[...] ese Yo-ideal no es más que la personalidad humana
misma en cuanto trasciende al individuo animal, cuyo
contenido se constituye naturalmente, con los valores
que encarnan originariamente los padres.”(Nuttin,
95
1972, 146). Esta imagen ideal dirige el desarrollo de la
personalidad hacia la integración de los dinamismos de
los que surge la conducta, incorporando contenidos
nuevos -más allá de la imagen paterna de la primera
infancia- mediante las funciones cognitivas y
conativas30.
El desarrollo será normal con la condición de que dicha
imagen ideal constituya lo que Nuttin llama un yo ideal realista,
que se da cuando éste es compatible con las verdaderas
posibilidades del sujeto y de su realización en el medio social
concreto en que éste se desarrolla. Por contraposición, señala Nuttin
que
Al lado del ideal realista existe un ideal ilusorio del Yo,
un proyecto idealizado de sí mismo, que no es más que
una forma patológica de escapar al yo verdadero y a la
vida real. En otras palabras la concepción idealista del
yo en el neurótico es una manera `irreal’ de resolver sus
conflictos.”(Nuttin, 1972, 142).
Por otra parte la constitución de un Yo-ideal realista exige
tomar en cuenta todas las dimensiones de la naturaleza humana, y
aquí tiene un lugar importante el educador, que debe ir haciendo
posible su reconocimiento y expresión, mediante la adecuada
presentación del objeto propio de cada una de las capacidades y
dimensiones de dicha naturaleza. Al respecto, Nuttin hace una
importante observación:
Hay que tomar en cuenta también que bajo la influencia
de determinadas aspiraciones personales o bajo la
acción del medio educativo, muchas personas se
asignan un ideal de personalidad que no toma
97
dimensión moral, en el sentido de que requiere tanto la advertencia
de sí mismo cuanto la toma de posición valorativa de los
dinamismos psíquicos y de sus direcciones de valor. Dice al
respecto Nuttin:
Llegar de ese modo a ser `uno mismo’, hasta en lo más
profundo de su propia personalidad íntima, puede exigir
un esfuerzo extraordinario de sinceridad y de sencillez
en determinadas personas. A fuerza de querer `mirar’ o
reconocer ciertos sentimientos íntimos, la distancia y la
tensión entre la forma íntima y la forma ideal de la
personalidad de acentúan. En virtud de esa distancia
sostenida, la forma ideal de la personalidad se
desarrolla en una determinada esfera de hipocresía
psíquica -no decimos moral- que no es raro encontrar en
ciertas categorías de personas `virtuosas’, pero
psicológicamente menos bien integradas. (Ibíd., p.168).
Estas tres fases pueden ser consideradas como tres objetivos
fundamentales para el educador, que debe guiar, por una parte, el
autoconocimiento psicológico y moral del educando que le permita
descubrir su singularidad, que es la base de su misión personal y
asumir su libertad en relación a ese fin último personal. Por otra
parte, el educador debe favorecer el desarrollo de hábitos que lleven
a la conducción autónoma en el proceso de integración personal.
Estos objetivos contribuirán a que el educando pueda ir
desarrollando nuevas formas de aspiración que concreticen la
propia imagen ideal y la actualización de la misma.
101
1. El carácter social del hombre no es adquirido en la vida
social sino que es una nota propia de su naturaleza.
2. Si ello es así, la sociabilidad del hombre implica exigencias
intrínsecas, cuyo cumplimiento (o no) inciden en el desarrollo
pleno.
3. Esto implica un deber ser, un carácter ético en el modo en
que se desarrolla la sociabilidad: virtudes o vicios sociales.
En cuanto al carácter natural de la sociabilidad humana, hay
un punto de partida evidente que es la tendencia natural del hombre
a vivir en comunidad. Es una evidencia histórica, sociológica y
psicológica.
La experiencia histórica señala el hecho de la existencia de
comunidades humanas, en principio la familia y luego las distintas
formas de comunidad hasta llegar a la sociedad civil y política;
hecho que tiene en su raíz una doble base: la carencia (indigencia)
del hombre y una estructura de inclinaciones (necesidades) ínsitas,
es decir connaturales, que se orientan al logro de fines propios de
cada hombre y a la vez comunes a todos, que exigen la cooperación,
la interacción.
¿Cuáles son esas necesidades, e inclinaciones consecuentes,
que hallamos en el hombre y para cuya satisfacción no se basta a sí
mismo?
Tanto la experiencia, cuanto la reflexión filosófica 32 señalan
como las fundamentales:
● Dejar tras de sí a otro (necesidad de procreación)
● Dar y recibir afecto
● Comunicar, tanto lo que se conoce, cuanto lo que se valora y,
en general, el propio mundo interior
32Así, por ejemplo, ya Aristóteles indicaba tres razones fundamentales de la
sociabilidad natural del hombre: la procreación, la presencia del lenguaje en el
hombre y la amistad (como inclinación afectiva). Puede verse el desarrollo de
este tema, así como los textos fundamentales de Aristóteles en L.E. Corso, (1992)
102
● Obtener los bienes necesarios para la vida cotidiana
● Conocer y transformar el medio natural
Cada una de ellas nos permite fundamentar la necesaria
existencia de diferentes sociedades: familiar, civil y dentro de éstas
las diversas sociedades intermedias de naturaleza cultural,
educativa, económica, artística, deportiva, etc.
En el análisis filosófico, Santo Tomás33 parte de la inclinación
espontánea del hombre a la vida social, viendo su primera
manifestación en el comunicar: ideas, sentimientos, auxilio. Y al
buscar el fundamento, lo encuentra en lo que el hombre es, más que
en aquello de que carece.
El primer elemento de la sociabilidad es esa inclinación
espontánea a la vida social, a la comunicación, no sólo de lo
material sino -y principalmente- de ideas y afectos. Santo Tomás
señala citando a Aristóteles, que el hombre es naturalmente amigo
del hombre”y pone como un signo de corrupción de la salud en el
orden apetitivo sensible-espiritual, el alejamiento del afecto humano
(Suma teológica, II-II, 157, 3 ad 3)
Esa inclinación se manifiesta entonces en el ejercicio del
afecto, no como un puro recibir, sino como dar y recibir
recíprocamente, y en el lenguaje que constituye así el segundo
elemento del carácter social. Ambos tienen su fundamento en el
intelecto y particularmente en su acto más propio que es el
conocimiento del fin, al cual sigue la tendencia.
Dice Santo Tomás que mientras el animal está dotado de
instrumentos innatos para lograr lo que necesita -garras, cuernos,
etc.-, el hombre carece de éstos, y debe prepararlos por medio del
uso de la inteligencia. A su vez, para ello no basta el esfuerzo
individual, sino que necesita el hombre del saber y la experiencia de
otros hombres. Aquí tiene su lugar el lenguaje, cuya primera
33
Los textos fundamentales de Santo Tomás acerca de este tema se hallan
transcriptos en el Apéndice I de la Etica social de A.F. Utz, (1965) Tomo I.
103
función es comunicar ese conocimiento y experiencia que se eleva
desde las necesidades inmediatas hasta las verdades y bienes más
altos. La comunidad en relación a estos bienes, que está fundada
en el orden espiritual, constituye la sociedad:
Sólo el hombre, sobre todos los otros animales, tiene
lenguaje [...] El lenguaje humano significa lo que es útil
o nocivo. De aquí se sigue que signifique lo justo y lo
injusto [...]. La palabra está ordenada a que los hombres
se comuniquen unos a otros en lo útil y nocivo, justo e
injusto. La comunicación en estas cosas constituye la
casa (hogar) y el Estado (domus et civitas) [...], (I Polit.,
Lect.1).
Destaquemos que diversos planteos acerca del carácter social
en al ámbito de la antropología cultural, , a menudo han invertido
la relación haciendo surgir la inteligencia -entendida como una
capacidad puramente práctica, sin dimensión teórica- de las
necesidades primarias y la lucha con el medio natural y con los
otros hombres, para satisfacer esas necesidades, de donde se sigue
la concepción del lenguaje como sistema de significación de los
objetos de esas necesidades y, en fin, de la vida social como una
organización al servicio de las satisfacciones biológicas. Pensamos
aquí, por ejemplo, en el conductismo ortodoxo y en el instrumen-
talismo skinneriano Vázquez y Canali, 1979), pero también en el
estructuralismo de Levy Strauss (1968) que considera la agrupación
social como un modo organizado de comunicarse el alimento y las
mujeres. Una concepción similar se encuentra en los representantes
de la corriente culturalista (M. Mead, entre otros).
En ninguna de estas posiciones se manifiesta una concepción
del bien común, el cual no puede concebirse si se niega el orden
espiritual.
Otro elemento que funda el carácter social del hombre, en una
concepción realista, es la indigencia. Esta no se refiere
exclusivamente a lo material -ya que la naturaleza del hombre no es
sólo material- sino que se expresa en una triple dimensión:
104
1) La insuficiencia más inmediata es física y material y se
refiere a la vida biológica, su conservación y desarrollo. A este
respecto el hombre aparece más desprotegido que el resto de los
seres vivos, hecho que ha sido interpretado de diversos modos, y
que el positivismo y materialismo, en general, han visto como una
prueba de la inferioridad de la especie humana.
Santo Tomás interpreta esta insuficiencia en relación con la
capacidad del intelecto y su apertura a lo universal, llamando a la
mano del hombre órgano de los órganos y por eso lo que se hace
con ella tiene valor universal (Suma teológica, III, q.83, a.5 ad 1).
De este modo, más que una insuficiencia es una indeterminación,
propia de un ser que no es pura materia.
Utz señala que esta dependencia material no se limita al
sustento imprescindible, sino que apela al esfuerzo de todos para
alcanzar un nivel de bienestar.
2) La segunda insuficiencia es en el orden intelectual y moral.
El hombre necesita del auxilio de otros para llegar a conocimiento
certero, y necesita también del auxilio y ejemplo para alcanzar el fin
propio.
En este sentido, señala Santo Tomás en La Suma contra
Gentiles (L.III, caps. 117 y 128) que el mutuo amor es natural y es
el mejor modo de ayudar a otro a alcanzar su fin, en cuanto inclina
a socorrer y a apartar del camino equivocado y hace de todo hombre
un familiar y amigo. Ese amor supone la ayuda en el conocimiento
y aquí tiene su lugar la educación como un modo especial de ese
auxilio para llegar al fin. Conocimiento y amor -anteriores a la ley-
son la base del orden social, el cual consiste en un adecuado modo
de dirigirse al fin común.
Con estos elementos se ve clara la distinción entre el orden
social humano y el carácter gregario del animal.
3) En tercer lugar, hay necesidades que van más allá de las
cotidianas, de las cuales surge la exigencia de la sociedad civil.
105
Pero, como señalamos antes, la dependencia no es el único
elemento definitorio de la naturaleza social del hombre. Esta se
apoya también en el carácter espiritual, que hace conocer y tender
hacia una misión común, con lo cual lo social se inscribe en el orden
ético. Utz ve esa misión común tanto en la prosperidad material,
cuanto en la labor cultural y en última instancia en el per-
feccionamiento moral. Es decir que anota una responsabilidad
social del bien moral de cada uno.
La naturaleza racional es la que permite tomar conciencia del
fin y a la vez de las limitaciones, y la esfera emocional humana -no
reductible al apetito animal, porque informada por el espíritu-
expresa la tendencia social bajo la forma del amor de amistad que
busca el dar tanto como el recibir. La inclinación social resulta así
con una estructura óntica y ética, en cuanto es natural y a la vez
conlleva un deber.
Toda esta doctrina es rica en consecuencias pedagógicas.
Señalemos, simplemente, que a partir de ella es posible hablar de un
desarrollo social del la inteligencia, consistente en hacer captar esa
misión común; y de la voluntad, que debe encarar la interacción
como una cooperación que no se agota en la relación entre sujetos
sino que funda ésta en el objeto común. Es decir que se trata de que
cada hombre coopere con los otros en razón del fin y no de la pura
interacción. Hay, por último, como causa y consecuencia de lo
anterior, una educación social de la afectividad, que consiste en el
desarrollo del amor de amistad, de benevolencia y de beneficencia,
es decir de querer el bien del otro y procurarlo efectivamente.
En este sentido, dice Santo Tomás que el amor es anterior a
la ley. Se trata, desde ya de un amor propiamente humano, abierto
a la universalidad del espíritu, porque sólo en ese plano se puede
buscar el bien del otro sin renunciar al propio. Así, vuelve a recaer
el fundamento de lo social en lo espiritual, pero en cuanto
encarnado.
El esclarecimiento de la naturaleza de lo social no es sólo
imprescindible para el que va a hacer una filosofía de lo social, sino
106
para cada uno de los que cotidianamente desarrollan su tarea en el
aula y tienen que orientar, modelar, esa dimensión del sujeto,
guiándolo desde su recta inserción en la familia, hasta su progresiva
participación en los diversos tipos de sociedades, lo cual se da de
hecho espontáneamente, pero es también campo de un deber ser.
Toca al educador ir haciendo concretos cada uno de los modos del
deber ser social, según edades, grupos, diversas circunstancias, etc.
Y para ello, necesita también conocer las desviaciones en la
conceptuación de lo social, las cuales pasan, casi insensiblemente,
del plano teórico al práctico.
107
Para no pocos autores, sociedad y cultura no sólo se implican,
sino que se identifican, lo cual se entiende mejor si recordamos que
en esta concepción lo social es interacción, y ésta constituye al
hombre como tal. Es decir que la acción es el dato primero, todo
hacer es cultura y el sujeto de la cultura es, él mismo, un resultado
socio-cultural.
En un sentido amplio, se dice que cultura es todo lo que hace
el hombre y con frecuencia se va más allá de esa primera
aproximación válida, concluyendo -con una falsa inferencia- que
todo lo que el hombre hace tiene el mismo valor cultural, desde el
utensilio del primitivo hasta la más alta obra del espíritu. Tal
inferencia tiene su raíz en concepciones ambientalistas o
evolucionistas que llegan incluso hasta afirmar que el paso del
animal al hombre se da precisamente por el hacer cultura. De este
modo se invierte la relación, en cuanto la cultura ya no resulta
fundada en la capacidad espiritual, sino que esta capacidad deriva
del quehacer transformador de la naturaleza.
El ambientalismo, por su parte, identifica cultura con
sociedad, definiendo la cultura como el conjunto de hechos, usos y
costumbres sociales (Skinner, 1969), acentúa los procesos de inte-
racción más que su fuente originaria o sus productos objetivos. De
aquí resulta inmediatamente el relativismo, pues en el puro proceso
no se halla un criterio de jerarquía ni un deber ser: donde nada tiene
valor por sí mismo, todo tiene el mismo valor.
W. Dilthey (1958), en su Historia de la Pedagogía, considera
que la cultura es una estructura, una totalidad que se expresa en:
● los conceptos científicos,
● las costumbres e instituciones,
● los fines prácticos e ideales de la vida,
● la elaboración de estos elementos por la religión, el arte y la
filosofía.
108
Este es el aspecto estático-objetivo de la cultura. En la
dinámica de la cultura tiene un papel fundamental la educación,
cuya misión es hacer posible la entrada plena del individuo en el
mundo de la cultura, en primer lugar como receptor y luego como
recreador. La tarea educativa está, en su concepción, condicionada
por el estado cultural de cada generación.
E. Spranger, perteneciente también al historicismo alemán,
sin definir explícitamente su concepto de cultura, la ve como causa
y consecuencia de la educación; entendiendo por cultura el
quehacer que procede específicamente del espíritu. La cultura es
auténtica cuando es plasmación de valores vivenciados.
Esa relación entre cultura y valores, que en el historicismo es
relativa a cada época, en el sociologismo -más vigente hoy en las
posiciones pedagógicas- se reduce a pautas engendradas por los
usos sociales. Concordantemente, en esta concepción de la cultura,
la educación es entendida como proceso de inculturación o
socialización, es decir de introyección y automatización de
esquemas y modelos, por medio de los cuales se logra la perso-
nalidad. La cultura es ahora el repertorio de modelos de
comportamiento cognoscitivo-emocional, repertorio que constituye
un molde común cuya función es mantener la cohesión social.
Así, sociedad, cultura y educación son meros procesos sin
apoyo en la naturaleza y sin finalidad real; definidos según una
síntesis de conductismo, psicoanálisis y, en definitiva, materialismo,
ya que esos procesos son automáticos y en gran parte inconcientes.
Las definiciones contemporáneas de cultura tienen su origen
inmediato en la definición de Taylor:
La cultura o civilización, entendida en su sentido
amplio etnográfico, es el conjunto complejo que
incluye el conocimiento, creencias, arte, moral,
derecho, costumbres y cualquier otra capacidad y
hábito adquirido por el hombre como miembro de una
sociedad (Taylor, 1981).
109
Es decir que la raíz del hacer cultural está, para este autor, en
la vida social, no en el carácter espiritual del hombre; de allí resulta
que la cultura no es una totalidad estructurada, sino un conjunto,
una suma de elementos donde no hay un principio formal que
permita dar razón y ordenar. Esta definición de Taylor se ha hecho
ya clásica y muchos autores la consideran como el comienzo del
enfoque científico de la cultura, entendiendo con este adjetivo la no
referencia a los valores.
La definición de Kroeber ilustra las posiciones rígidamente
conductistasambientalistas:
La cultura es la masa de reacciones motoras aprendidas
y transmitidas, de hábitos, técnicas, ideas y valores, y el
comportamiento que éstas inducen. Es el producto es-
pecial y exclusivo de los hombres, su cualidad distin-
tiva en el cosmos, es al mismo tiempo la totalidad de los
productos de los hombres, como miembros de la socie-
dad, y una fuerza enorme que resguarda todos los hom-
bres, individual y socialmente (Kroeber, 1972, 86-87).
Hay en este autor una distinción entre el aspecto dinámico y
el estático de la cultura, pero ambos remiten al hombre como ser
puramente biológico y gregario. El fin de la cultura es la
supervivencia del individuo y en última instancia de la especie. Y
así coincide, básicamente con la definición skinneriana de cultura
como amplio repertorio de costumbres y hábitos adquiridos por
refuerzo del grupo (Skinner, 1949, 383). Para Skinner la cultura se
compone de todas las variables que afectan la conducta humanay
corresponde al psicólogo hacer un análisis funcional del juego de
esas variables, que permita, en un paso ulterior planificar la cultura,
puesto que de hecho existen diversos sistemas para controlar la
ocurrencia de las conductas en grupo: el lenguaje, la educación, la
aceptación social, la ley, la religión, etc.
No hay, en su concepción, principios ni valores absolutos para
juzgar una cultura, aunque esa función la cumple el criterio de
posibilidad de supervivencia.
110
En Lévi-Strauss la cultura se define por su carácter de regla
social: relativa y particular. El concepto de cultura se divorcia de
todo concepto de naturaleza y a fortiori de naturaleza humana:
Donde se manifieste la regla, sabemos con certeza que
estamos en el plano de la cultura. Simétricamente, es
fácil reconocer en la universalidad el criterio de la
naturaleza. En efecto, todo aquello que es constante en
todos los hombres, escapa, por necesidad, al dominio
de las costumbres, de las técnicas y de las instituciones
que diferencian y oponen a los grupos [...]. El doble
criterio de la norma y de la universalidad provee el
principio de un análisis ideal que, al menos en ciertos
casos y dentro de ciertos límites, puede permitir
diferenciar los elementos naturales de los elementos
culturales que intervienen en la síntesis de orden más
complejo. Pongamos, por tanto, que todo aquello que es
universal, en el hombre, pertenece al orden de la
naturaleza y está caracterizado por la espontaneidad y
que todo aquello que está sujeto a una norma pertenece
a la cultura y presenta los atributos de lo relativo y de
lo particular (Lévi Strauss, 1969, 46-47)
Luego de haber establecido esta distinción-oposición, el autor
no puede resolver, sin caer en contradicción, el caso de la
prohibición del incesto, considerada pura ley cultural y sin embargo
hallada como universal. El dilema se resolvería definiendo la
cultura a partir del concepto de naturaleza humana, como, se verá
más adelante, hace el realismo filosófico.
Se puede advertir en las definiciones más comunes de cultura
ciertas notas comunes: el vacío sistemático de todo concepto de
naturaleza; la nivelación de las expresiones culturales; a menudo
también la instrumentalización de un método dialéctico-estructural
para justificar el llamado concepto científico de cultura, científico
en cuanto prescinde de juicios de valor.
111
Estos diversos conceptos de cultura, o sus criterios, no quedan
limitados, en su vigencia, a los ámbitos teóricos, sino que llegan
hasta los libros de texto, no ya universitarios, sino secundarios y
aún primarios, a través de diversas adaptaciones. De allí la
importancia de esclarecer para el docente el concepto de cultura,
pues a partir del mismo van a ser presentados de uno u otro modo,
diversos temas del curriculum.
Frente a la pluralidad de definiciones, pero sobre todo frente
a la confusión de criterios que orienten esas definiciones, vamos a
tomar aquí un análisis filosófico que hace el Cardenal Wojtyla en un
artículo del año 1977, que nos permitirá desarrollar la primera tesis
señalada al comienzo de este punto, referida a la dimensión cultural
como propiedad de la naturaleza humana; así como las otras dos
tesis, que son consecuencia de la primera.
Su punto de partida es el análisis de la praxis humana, más
específicamente del acto humano, considerado a la vez como
transitivo e inmanente: Como transitivo el acto va más allá del
sujeto, produce un efecto objetivo en el mundo externo; como
inmanente permanece en el sujeto, determina su cualidad y valor,
establece su fieri esencialmente humano.
La clásica distinción tomista de ambas dimensiones en el acto
humano, permite al autor hacer la afirmación radical de que el
hombre se constituye, deviene sí mismo, por el obrar. Claro está,
no se trata de ciertas concepciones existencialistas para las cuales
no existe un hombre con una naturaleza propia antes del actuar ni
del concepto marxista de que el hombre se hace tal por el trabajo.
Para entender bien esto, es preciso referirse a la prioridad del
hombre como sujeto de la acción, prioridad que es una evidencia y
un punto de partida metafísico: la prioridad del acto sobre la
potencia, del acto de ser sobre cualquier acto segundo, hecho
posible, sustentado por aquél.
El hombre debe existir para actuar, pero ese actuar permite
captar el sujeto en su ser, porque el acto, con las dos dimensiones
de inmanente y transitivo, actualiza lo que en el hombre es potencial
112
y lo pone así de manifiesto, a la vez que hace más humana la
realidad externa.
La praxis así entendida da el fundamento para considerar la
cultura como connatural al hombre.
Lo que es intransitivo en el operar del hombre condiciona su
propio valor y al mismo tiempo constituye la cualidad ‘humana’ de
su operar (Wojtyla, 1977, 6). Lo intransitivo es más importante que
la objetivización del acto en productos y así resulta que la
transformación del mundo es el sustrato, el elemento material de la
cultura. Lo esencial es la cualidad humana proyectada en el mundo.
Se puede aquí hacer la relación con el concepto de cultura
citado al comienzo, según el cual cultura es todo quehacer
transformador de la naturaleza, concepto que pone el acento en el
producto y termina con una inferencia relativista: todo quehacer del
hombre tiene el mismo valor cultural.
En el análisis que se viene considerando, se da, en cambio,
una relación dialéctica, sí, entre hombre y cultura, pero el elemento
formal, lo que especifica la relación es el carácter espiritual que el
hombre proyecta en la transformación; lo decisivo es que la cultura
es resultado del acto del hombre y a la vez sólo así, por este medio,
el hombre es más hombre. Es decir que la cultura se constituye por
el trabajo del hombre sólo si la transformación del mundo
corresponde a la inteligencia humana y a la vez a un orden objetivo.
De este modo la obra de la cultura se inscribe en el orden de la
naturaleza, ambas devienen una unidad orgánica, lejos de ser dos
términos contrapuestos, como, por ejemplo, lo son en el estructura-
lismo y también en la tradición idealista, a partir de Kant.
En todo el análisis se puede advertir como criterio
fundamental el concepto de naturaleza: si la obra responde a la
naturaleza del que obra y de aquello sobre lo que se obra, es
realmente cultural y sólo así perfecciona al sujeto y al mundo. Este
es un criterio que sirve también para la ordenación jerárquica de
los sectores y bienes culturales y es por tanto inmediatamente
113
aplicable para la selección de contenidos curriculares; es un criterio
real, ontológico, que entra en juego -explícita o implícitamente- en
cualquiera de los temas de las llamadas Ciencias Sociales que el
docente, desde la escuela primaria, debe desarrollar en su clase.
Esta intrínseca correspondencia de naturaleza y cultura tiene
un fundamento metafísico, si se comprende a la naturaleza como
manifestación de su causa primera, no sólo como efecto -con una
relación meramente extrínseca- sino como vestigio, despliegue
participado y por tanto manifestación de los atributos de esa causa
primera.
El camino metafísico que muestra estas participación es el
que C. Fabro (1963) llama abstracción intensiva, en virtud del cual
distingue en la estructura del ente finito ciertas perfecciones
llamadas mixtas, ligadas al orden de la especie y por tanto limitadas,
como la misma esencia y otras perfecciones, llamadas puras (ser -
vida - conocer), que trascienden el ámbito cerrado de la esencia y
expresan en el acto de ser finito de cada ser, su participación
trascendental -dependencia causal por participación que reúne la
causalidad eficiente con la formal y la ejemplar- al Ser Absoluto.
Así, cada ente manifiesta parcialmente la perfección de su fuente,
no es el Ser pero participa de éste su acto de ser y a través de él su
modo de ser (esencia) y es por ello que cada ente está relacionado
con el resto de los entes, es semejante y diferente a la vez: es
análogo.
Ese hilo conductor de la participación permite advertir grados
en el tener las perfecciones puras y por tanto jerarquías ontológicas
(por ejemplo: vida vegetativa, vida sensible, vida racional).
La cultura, entonces, como actividad que modifica la
naturaleza; debe fundarse en esta estructura de participación, lo que
significa que, en primer lugar debe desarrollar la naturaleza de
modo que ésta manifieste plenamente esa participación. De este
modo, la unidad orgánica de naturaleza y cultura es posible, de parte
del hombre por el espíritu y de parte de la naturaleza porque en ella
hay espera de la actividad del hombre y disposición de darse al
114
servicio del hombre, de servir a sus deseos, absorber en sí una
escala de fines, superiores respecto de la naturaleza, entrar en
cierto modo en las dimensiones del hombre y coparticipar de su
existencia en el mundo (Wojtyla, 1977, 8).
Al hablar de una escala de fines superiores, que se da un paso
más respecto de lo señalado en relación con el fundamento
metafísico, pues por la obra de cultura la naturaleza incorpora, por
así decir, finalidades que no se hallan estrictamente es su esencia,
aunque no la contradicen. En este sentido, puede decirse que la obra
de cultura humaniza la naturaleza, con la condición de que la praxis
esté precedida por un conocimiento contemplativo, es decir por un
ejercicio del intelecto que descubre el orden objetivo. Por la
precedencia de la dimensión inmanente del acto, por su íntima
unión con la verdad, el bien, lo bello -fuente de la cultura-, se
asegura a estas categorías el derecho de ciudadanía en el mundo y
así se justifica el quehacer cultural: Donde falta la capacidad de
sentirse fascinado, falta también la cultura [...] y se halla en grave
peligro la praxis humana Wojtyla, 1977, 9).
Es evidente la consecuencia pedagógica profunda de este
concepto de cultura, frente a las pedagogías de la pura acción, del
primado de la praxis, de las tecnologías educativas y también de
las posiciones actuales del constructivismo social centradas en la
eficacia, en el logro de habilidades formales. En efecto, el desarrollo
cultural del sujeto de la educación debe comenzar por hacer posible
un modo de conocer que lleve a advertir todas las dimensiones de
cada realidad, la unidad, distinción y jerarquía de estas dimensiones,
lo que implica recorrer un camino que, desde el conocimiento
vulgar lleve al científico y desde éste al metafísico.
Veámoslo con un ejemplo: cuando en la escuela se aborda el
tema de los recursos naturales de una región, se está mirando un
aspecto del medio geográfico. Esta abstracción es una mirada válida
y necesaria, pues cada ciencia tiene su objeto propio, pero ello no
debe hacer olvidar la totalidad real desde la que se hace la
abstracción. Por ello debe favorecerse la mirada integral, es decir el
115
reconocimiento, distinción e integración del resto de los aspectos;
pues el quedarse sólo en el concepto de recurso ubica en una
perspectiva -la económico-productiva- que, si se parcializa, hace
que la mirada se quede en el aspecto utilitario, que, en realidad debe
estar precedido por la mirada teórica, el aspecto de verdad que tiene
esa realidad, y complementada por la advertencia de los aspectos
estéticos (la dimensión de belleza del paisaje) sociales (ese medio
geográfico como lugar de trabajo del hombre, medio de
convivencia, cooperación, comunicación, etc.) y aún el aspecto
metafísico y religioso, en cuanto el advertir todas esas dimensiones
en lo que tienen de perfección y a la vez en su limitación, puede
permitir al sujeto que las conoce, remitirlas a su causa última.
Por otra parte, según el análisis del autor que estamos
siguiendo, la cultura tiene una dimensión social -evidente, por otra
parte, ya que se trata del producto de un ser esencialmente social-.
En efecto, la cultura crea en la sociedad un perfil espiritual y es un
particular fundamento de su identidad, en cuanto por la cultura el
hombre no sólo se crea a sí mismo sino que crea con otros. Es por
eso ante todo un bien común de la nación Juan Pablo II, 1979) que
la distingue porque la identifica.
Se comprende, entonces, que el quehacer pedagógico tras-
ciende la acción sobre el individuo y se convierte en un punto clave
para la configuración de una nación. De allí la necesidad de una
política educativo-cultural y no meramente de una tecnología
pedagógica.
Un paso más da el autor al relacionar acto y tiempo: el acto
transitivo sugiere ya el pasar, la muerte, y si se pone el acento sólo
en los productos, se tiene una civilización de la muerte del hombre.
En cambio lo intransitivo es en cierto sentido lo inmortal, en la
cultura lo que permanece parece testimoniar la inmortalidad
personal del hombre. En este sentido fuerte, el quehacer cultural
auténtico se opone al pesimismo existencialista y halla su sentido
pleno en la perspectiva de una gnoseología y metafísica realista y
en la perspectiva existencial de una visión del hombre que no sólo
116
es ser espiritual, capaz de conocer y valorar la Verdad, el Bien, sino
que también se halla potenciado en la raíz misma de su actuar por
una fuerza que lo proyecta a lo Absoluto, lo hace capaz de ir más
allá de sus posibilidades naturales, las que el hombre experimenta
con frecuencia como heridas, debilitadas. Es decir, no sólo en el
plano del actuar moral individual, sino también en el quehacer
cultural, con su formalidad moral, se pone fuertemente de
manifiesto que no es suficiente el planteo de una recta antropología
natural, que la naturaleza del hombre tiende más allá de sí y por
otra parte, se halla dificultada aún en su ejercicio natural.
La reflexión pedagógica, que busca reglas para orientar ese
actuar individual y socio-cultural debe tomar en cuenta este hecho,
si no quiere caer en un planteo esencialista, irreal. De allí la
posibilidad y necesidad de coronar la Filosofía de la Educación con
una Teología de la Educación.
De acuerdo con el análisis precedente, puede concluirse que
la dimensión cultural del hombre implica la dimensión moral, en
cuanto el actuar cultural recto es actuar de acuerdo con la naturaleza
de las realidades sobre las que se obra y de acuerdo con la propia
naturaleza, racional y libre, del que obra: El hombre como ser
cultural, debe modificar la naturaleza atendiendo a los fines
objetivos de ésta y a los fines del propio sujeto, de desarrollo recto
de sus capacidades.
Estos elementos nos permiten considerar ciertos criterios para
juzgar los bienes culturales, criterios cuyo desarrollo se convierte en
objetivo de la educación cultural:
Más perfecta es la obra de cultura que mejor desarrolla en
todas sus dimensiones, en todos sus fines implícitos la realidad
natural; la obra que expresa valores más altos y así permite al propio
autor y a los que contemplan o usan esa obra, desarrollar todas sus
dimensiones personales.
En este sentido, se puede aún hablar de la posibilidad de un
juicio ético de la cultura: la obra cultural es más perfecta cuanto
117
más hace posible que el hombre se acerque a su fin último. Esto no
implica caer en una discriminación o etnocentrismo cultural, pues
en cuanto las culturas en general, no son homogéneas ni
monolíticas, este juicio se diversificará en los distintos aspectos de
las distintas culturas.
La cultura así concebida es una dimensión del fin de la
educación, en cuanto ésta debe preparar al hombre para un recto
quehacer cultural, que ponga en juego los criterios explicitados.
118
existencial y de integración universal, más allá del orden biológico
y social que se manifiesta como pregunta por el sentido de su
existencia y como aspiración a afirmarse y conservarse más allá de
los límites temporales, lo que da lugar tanto a respuestas filosóficas
cuanto a concepciones e ideales religiosos. Dice al respecto que
La necesidad religiosa -fenómeno tan universal en la
humanidad que se consigue reemplazar por otras formas
de contacto trascendente, pero que rara vez se extingue-
nos suministra una de las manifestaciones más impre-
sionantes de la necesidad de buscar una interacción y un
contacto más allá del dato físico y social. Esa necesidad
puede manifestarse bajo las formas más femeninas de
una `demanda’ de sostén y de apoyo en el nivel abso-
luto; o también en manifestaciones más viriles de una
tendencia a estar en regla con su conciencia o con Dios.
Efectivamente, no estar en regla con su conciencia o con
Dios no significa más que la ruptura vivida con un
orden trascendente y absoluto (Nuttin, 1972, 213).
En el mismo texto, explicita el autor, en una nota:
En ciertas personas la necesidad de estar bien con Dios
o con su conciencia debe considerarse también como
la manifestación de un deseo de perfección egoísta sin
tacha. Esas personas no desean ser deudoras respecto
de nadie; quieren arreglar sus `asuntos‘ a la perfección.
Trasponen al nivel absoluto de sus relaciones con Dios
la mentalidad del contador minucioso. Desean lo que
Dios ha prometido que les dará. Tratan así de no
`quedar debajo’ y afirmarse ellos mismos, o ponerse a
cubierto. Esta actitud espiritual respecto de Dios y de la
religión ha sido sugestivamente descrita por Mauriac
en su novela La pharisienne, París, Grasset, 1941. Esto
muestra una vez más la `confusión’ de varias tendencias
en un mismo comportamiento humano. (Nuttin, 1972,
213)
119
En el actuar humano, como se señaló en los puntos anteriores,
la dimensión transitiva se anuncia ya en la apertura de la tendencia
social, por la que el hombre busca perpetuarse en los demás
hombres, en la procreación, en la transmisión de ideas y valores por
el quehacer pedagógico y en el quehacer cultural que testimonia su
proyección en el tiempo y espacio
Pero todo esto no basta al hombre, pues es siempre, en
definitiva, un trascender horizontal, temporal. Hay en el hombre
una conciencia profunda de indigencia, una necesidad de amor total,
advertido sobre todo cuando el hombre se experimenta a sí mismo
como ser libre, singular, tal como Kierkegaard lo ha descripto en su
Diario, desde el plano psicológico-fenomenológico al metafísico y
teológico.
El hombre que se abre por su inteligencia a una realidad
múltiple, ordenada, finita, se reconoce a la vez en sus actos como
ser espiritual, cuya plena realización no se satisface en un horizonte
puramente temporal, histórico-cultural. Reconoce una trascendencia
que no se agota en la relación social ni en el quehacer cultural -por
los que se proyecta y perdura más allá de sí mismo y de su tiempo-
, reconoce con su inteligencia un fundamento objetivo absoluto de
lo real: Dios creador. Y a la vez sólo en un Dios personal se
reconoce plenamente como ser espiritual.
Esta temática ha sido desarrollada de diversos modos en la
filosofía. S. Kierkegaard lo presenta con una particular fuerza
existencial, cuando caracteriza al yo como relación de la relación,
es decir un ser esencialmente relativo, porque finito, de donde la
primera relación es la dependencia metafísica, en su ser. Sólo el
hombre puede advertir esta dependencia, por el acto de la
inteligencia que es a la vez capaz de la vuelta sobre sí misma, la
reflexión, que es autoconciencia. La originalidad de Kierkegaard
en este punto, esta en que subordina la posibilidad de la
comprensión de sí mismo como sujeto espiritual a la advertencia
de su primera relación fundante con el Ser Absoluto (Fabro, 1983).
A su vez, al captarse como sujeto espiritual y finito, capta en su
120
tendencia una aspiración que no se satisface con nada finito y allí
se inicia la dialéctica de la libertad, pues esa desproporción entre su
tendencia y su realidad finita es la raíz de la angustia, de la cual el
hombre sale por la elección fundamental, la que define su vida: por
lo finito o por lo Infinito. Si elige lo finito, se finitiza y así
autocontradice su naturaleza, que es aspiración infinita y cae en la
desesperación. Si elige lo Infinito, cumple con su aspiración y
mantiene su libertad, en cuanto no se cierra a lo finito -pues éste es
su campo de elección- sino que lo elige en cuanto conduce a lo
Infinito, como medio y no como fin.
Pero el yo finito es un yo en el tiempo, por lo cual esa
elección fundamental debe hacerla en relación con un Absoluto que
ha entrado en el tiempo y es allí donde Kierkegaard introduce el
paso al dato teológico de un Dios que se revela como encarnado,
que ha entrado en la historia del hombre.
La conciencia de esa doble dimensión de finitud y apertura a
lo Absoluto es el fundamento de la religión natural.
Esto indica en el hombre una dimensión trascendente
absoluta y no sólo relativa y horizontal, como la social y cultural,
y pone la exigencia de dejar el planteo pedagógico abierto a un
orden de realidad y conocimiento que sobrepasa el plano natural
científico y aún metafísico; lo que es lógico porque la Pedagogía
es un saber teórico-práctico y por lo tanto debe asumir su objeto en
su condición existencial. Entra así, de derecho la dimensión
religiosa en la estructura del saber y quehacer pedagógico, exigida
por la estructura de la naturaleza humana. Esa dimensión religiosa
se sigue, en el orden del descubrimiento, de la dimensión social, si
bien en un orden ontológico es la relación del hombre con lo
Absoluto la que fundamenta y por eso permite comprender
acabadamente el carácter social del hombre.
Hay elementos de la circunstancia contemporánea que pueden
oscurecer esa conciencia, tales como: el ejercicio puramente formal
del intelecto, al cual no se le presenta la verdad como objeto; la
voluntad inmovilizada por la falta de Bien o por la presentación
121
oscurecida del mismo, que produce en el hombre los estados de
saciedad, aburrimiento; el predominio de la cultura material. Pero
en esos mismos elementos se halla, a su vez, un motivo
existencialmente más fuerte para mover la voluntad, en cuanto ellos
ponen al hombre frente a la experiencia de su indigencia profunda,
de su estado de búsqueda que no halla satisfacción en los bienes
finitos.
Es pues en esta situación existencial que el educador puede
encontrar punto de partida para el desarrollo de la dimensión
trascendente, sin la cual no hay educación integral.
Es evidente que aquí hay que hacer distinciones según se trate
de la educación de adolescentes y jóvenes o de niños, pero hay
elementos comunes, por ejemplo en la presentación de ideales de
proyección que pueden darse a través de la historia, la literatura o
la historia de la ciencia, en la posibilidad de guiar al que se educa,
para que descubra el gozo del ejercicio del intelecto y de la
voluntad, que llevan en definitiva, a una realidad positivamente
trascendente al mundo y al hombre, a un Ser Personal capaz de
saciar esa profunda tendencia de la voluntad, tendencia a lo absoluto
y a la intimidad profunda, a la vez.
Para que el desarrollo de la dimensión religiosa, exigida por
una educación integral, sea efectivamente posible, se requiere una
vigencia real del
Principio de la libertad de enseñanza que tiene su
fundamento en la naturaleza y dignidad de la persona
humana. Por ser ésta una realidad anterior a toda
organización social -si bien está destinada a insertarse
en ella-, tiene derecho a autodeterminar su desarrollo y
a disponer de los medios necesarios, sin que dicha capa-
cidad de autodeterminación se vea limitada por
imposiciones arbitrarias de fuera. La educación para
que sea un progreso verdadero de adquisición y
maduración, debe caracterizarse por esta libertad, signo
eminente de la imagen divina del hombre (Gaudium et
122
spes, 17), y que es esencial en la persona. Sin libertad,
la persona se vería desposeída de su autonomía en la
formación de sí misma y en la elección de las
motivaciones y valores que deben inspirar su conducta
de acuerdo con sus convicciones más profundas,
especialmente con las que conciernen al significado
total de su existencia (Juan Pablo II, 1982, 17-18).
Esta libertad excluye tanto la neutralidad en materia religiosa,
cuanto el respeto a la conciencia de cada hombre, pues la dimensión
religiosa se hace concreta en una opción, que no es la misma para
todos, en la sociedad plural contemporánea, pero
La convivencia pacífica y respetuosa de todos los
grupos humanos en el seno de una sociedad pluralista,
no significa que se deba adoptar el neutralismo
filosófico y religioso en la escuela, pues ello equivaldría
a imponer arbitrariamente a los alumnos una visión
agnóstica o evasiva del mundo, y a impedirles dar un
sentido unitario y armónico a sus conocimientos (Juan
Pablo II, 1982, 17-18).
La dimensión religiosa de la naturaleza humana es, pues, una
propiedad, un accidente propio, que brota necesariamente de la
esencia y cuyo desarrollo exige que su objeto propio -lo Absoluto
como fundamento del ser finito y como término de las capacidades
específicamente humanas- sea presentado en concreto al intelecto
y a la voluntad libre. Una educación integral debe hacer posible el
desarrollo de esta dimensión y su expresión sensible y social, pues
el hombre es realidad corpóreo-espiritual, y a la vez la dimensión
religiosa se actualiza mediante una opción, por lo que exige no sólo
la libertad de conciencia, sino de ejercicio social.
La religiosidad es abordada teóricamente en el pensamiento
contemporáneo, desde la dimensión relacional de la persona; tal el
caso del personalismo.
Sin negar la parte de verdad que hay en este camino, es
preciso distinguir persona y personalidad. El primero es un
123
concepto óntico, alude a la realidad sustantiva, a la consistencia y
subsistencia del acto de ser del ente finito, que, a la vez que exige
la relación fundante, permite toda otra relación horizontal. La
verdad del personalismo se halla en el plano dinámico, en el de la
personalidad psicológico-moral, cuyo desarrollo pleno exige la
triple relación: con los demás hombres, consigo mismo (como
reflexión e interioridad) y con Dios, como fundamento de las dos
anteriores.
Así lo señala, entre otros, E. Coreth:
El hombre es trascendencia; por eso se encuentra a sí
mismo y se realiza tanto mejor cuanto más sale de sí,
cuanto más se olvida de sí y se entrega a los demás.
Cuanto más se trasciende, tanto más actualiza su propio
ser. Otra de las consecuencias es que el espiritual estar-
en-sí no está cerrado de modo inmanente, sino que ha
de cumplirse y realizarse con el estar-en-el-otro.
Cuanto más profundo es el estar-en-sí, tanto mayor es
la posibilidad de estar en el otro, cuanto más estoy en el
otro -en el otro hombre y, en definitiva, en Dios- de un
modo espiritual personal, tanto más estoy en mí mismo
y realizo mi propia mismidad, esencialmente
trascendente. (Coreth, 1982, 225-226).
El mismo autor analiza la trascendencia como un elemento
esencial de la existencia humana, que funda la conducta religiosa,
definida como relación explícita con Dios. Expone tres
explicaciones históricas del fenómeno religioso:
a) El racionalismo pone la esencia de la religión en el
conocimiento racional de Dios (Spinoza).
b) Para el voluntarismo la religión es ante todo un querer y obrar
moral (Kant).
c) El irracionalismo, como reacción, pone la esencia de la
religión en el sentimiento religioso. Las tres posiciones tienen
en común el naturalismo, y en la última se subraya además el
124
carácter inmanentista de la explicación, al no referir la
religiosidad a ninguna realidad externa a la vida psicológico-
afectiva del hombre.
Cada una de esas tres posiciones son reduccionistas en cuanto
absolutizan aspectos que, de suyo integran el desarrollo de la
dimensión religiosa. En efecto, el elemento cognoscitivo es punto
de partida de la respuesta religiosa del hombre, por lo menos en su
dimensión natural, pero su núcleo se halla en la adhesión libre, que
implica también el orden afectivo. La educación religiosa es la
culminación de la educación afectivo-moral.
125
Conclusiones
126
Referencias Bibliográficas:
127
UNIDAD II
Corrientes pedagógicas contemporáneas
128
2. Corrientes pedagógicas contemporáneas.
1. Descripción de la unidad
La presente unidad tiene como objetivo identificar los
principales Corrientes Pedagógicas Contemporáneas que se han
presentado en el desarrollo de la actividad pedagógica en los
últimos tiempos. Estas Corrientes Pedagógicas a través de los
periodos de tiempo en su aparición, tratan de describir, explicar,
y facilitar la comprensión de la actividad pedagógica ante las
exigencias de nuevos contextos y pasan a ser referentes por los
aportes que brindan al desarrollo de la pedagogía actual.
Las corrientes que se consideran son las desarrolladas a partir
de los aportes de J.J. Rousseau como antecedente de la Escuela
Nueva, J. Dewey, M. Montessori, O. Decroly, A. Makarenko,
C. Freinet, Skinner, Neil (Summerhill), C. Rogers, J. Piaget, L.
Vigostsky, P. Freire, I. Illich y los recientes teóricos de
psicología educativa y pedagogía actual (Ausubel, Vigotsky).
2. Competencia a desarrollar
Establece semejanzas y diferencias entre las corrientes
pedagógicas contemporáneas y su incidencia en la
generalización de aprendizajes en la universidad.
129
3. Objetivo a seguir
Consolidar una fundamentación pedagógica coherente
y consistente que permita una práctica docente de
calidad.
Identificar las ideas básicas que postulan los principios
pedagógicos contemporáneos.
Reconocer la influencia de cada corriente pedagógica en
los modelos educativos puestos en marcha.
Analizar las distintas expresiones de desarrollo
educativo a la luz del pensamiento pedagógico que le
sirve de base.
130
INTRODUCCIÓN
Durante los últimos años, la escuela y sus principales actores se han
visto irremediablemente involucrados en una serie de críticas
pedagógicas, sociales, políticas, culturales y administrativas que para
beneficio de todos han reorientado la actividad formadora de docentes,
estudiantes y padres de familia. Si bien, hoy nos queda claro que las
fallas de la escuela van desde el autoritarismo, el centralismo y la idea
obtusa de que su principal función es transmitir conocimientos,
preguntas y respuestas correctas, más que asegurar la comprensión y
aplicación o uso activo del conocimiento, también es cierto que
discretamente ha crecido de modo desmedido una tendencia de los
educadores a sobrevalorar el fenómeno del aprendizaje, y ello ha
provocado una serie de problemáticas, tanto en la actualización de los
recursos docentes, como en la metodología didáctica a implementar en
las aulas escolares. El concepto de aprendizaje se genera desde la raíz
del ideal educativo, lo obvio necesita ser reiterado: No puede haber
educación sin aprendizaje. Aprendizaje es la condición necesaria,
empero tal vez no suficiente, de todo proceso educativo.
Dada la profusa producción pedagógica actual, la conformación y
delimitación de las "corrientes pedagógicas contemporáneas", resulta
urgente e imprescindible para poder incorporarlas al discurso y practica
de los educadores. Tal hecho, permitirá la construcción de un dominio
autónomo para la pedagogía, que la dote de un conjunto coherente de
planteamientos desde donde se explique en forma sistemática, los
procesos de información, enseñanza, aprendizaje y educación. En este
sentido, y siguiendo la tradición socrática que sugiere definir los
términos involucrados antes de iniciar cualquier discusión, es necesario
establecer las diferencias y límites entre los conceptos de
"pensamiento", "corriente", tanto "educativa" como "pedagógica", y de
la respectiva aclaración del término "contemporáneo", que funcione
como un marco referencial básico no con el propósito de rastrear su
desarrollo o de analizar a detalle los principales conceptos del saber
131
pedagógico que ahora nos interesa interpretar y no meramente definir,
sino para identificar el o los paradigmas que los sustentan actualmente
o que los sustentaron en su momento, es decir tener bien claras las
cuestiones esenciales de las corrientes pedagógicas contemporáneas,
tales como por ejemplo; ¿cuáles son los fundamentos filosóficos,
epistemológicos y psicológicos que las sostienen?, ¿qué tipo de
interrelaciones establecen?, ¿por qué apoyarnos en uno u otro
paradigma?, ¿bajo qué criterios un paradigma se considera
"tradicional" o “caduco”?, y ¿qué factores han constatado la
ineficiencia o caducidad del anterior modelo?.
Ahora bien, con la pretensión de rediseñar las prácticas pedagógicas y
la naturaleza del proceso enseñanza - aprendizaje, se han fortalecido
enérgicamente varias tendencias contemporáneas del área pedagógica.
Estas son consideradas por Contreras y cols, (1996) como: "Los
campos, corrientes o discursos que expresan, a nuestro entender, líneas
de fuerza en el pensamiento y/o en la práctica educativa" (p. 10). Es
decir. Las "corrientes pedagógicas contemporáneas" se refieren a los
movimientos y/o teorías que se caracterizan por tener una línea del
pensamiento e investigación definida sobre la cual se realizan aportes
permanentemente, y que les dan coherencia, solidez y presencia en el
tiempo a los discursos que la constituyen. Estas "corrientes" describen,
explican, conducen y permiten la comprensión de lo pedagógico ante
las exigencias del contexto y pasan a ser referentes que modifican los
contextos sociales y pedagógicos de la escuela y las líneas de discurso
o de la práctica en que se definen diversas pedagogías.
Estas corrientes constituyen los discursos actuales, aquí y ahora, sobre
el problema de la formación del hombre, objeto central de la acción
pedagógica. La formación, según la perspectiva de Flórez (1994), "es
el proceso de humanización que va caracterizando el desarrollo
individual, según las propias posibilidades; la formación es la misión
de la educación y de la enseñanza, facilitar la realización personal,
cualificar lo que cada uno tiene de humano y personal, potenciarse
como ser racional, autónomo y solidario" (p. 108).
132
Las corrientes pedagógicas contemporáneas responden al reclamo
social de una formación que les permita a los sujetos resolver
problemas de diferente índole de forma autónoma, esto significa, poder
enfrentar la búsqueda de soluciones, encontrar una respuesta y tener
algún control sobre ésta, dado que en la mayoría de los casos, los
problemas que se presentan implican encontrar respuestas nuevas a
preguntas también nuevas. Por ejemplo, en la educación tradicional, las
viejas soluciones responden de manera simplista o mecánica a las
demandas sociales: a mayor número de solicitudes de ingreso de
estudiantes, más instalaciones construidas y, por ende, más burocracia.
Con esta lógica se sigue reproduciendo un modelo que ha mostrado su
insuficiencia al concebir la enseñanza más para sí misma que para
apoyar los requerimientos de formación de la sociedad, en lo general,
y de cada una de las personas.
Los paradigmas educativos no han tenido un desarrollo sencillo, de
hecho su tránsito entre los actores educativos ha sido en cierto sentido
tortuoso por las posturas polares siempre presentes en el campo
pedagógico. Por una parte, se encuentran las instituciones escolares,
que siguen observando hacia el pasado y que se erigen como defensoras
de las tradiciones, con una manera segura y aceptada de hacer las cosas,
y por otra, surgen precisamente estas corrientes innovadoras en
diversos campos, direcciones y visiones, no obstante las prácticas y la
investigación educativa no necesariamente avanzan a la par.
Las repercusiones de las corrientes pedagógicas contemporáneas van
más allá de lo convencional, quizás su mayor aporte, y a riesgo de
cometer una sobresimplificación, la pregunta más importante que han
planteado estas tendencias es considerar ¿si la educación debe
dedicarse a transmitir los saberes científicos establecidos?, o bien
¿debe preocuparse por desarrollar una nueva forma de concebir y
representar el mundo, más allá de la forma en que inicialmente los
alumnos lo ven?.
Tenemos ahora una nueva cultura pedagógica, un nuevo consenso en
torno a la idea superada en el sentido de una pedagogía de corte
133
burocrático, instrumental, procedimental y meramente técnica o
simplemente didáctica. Se han abierto otras nuevas formas de pensar
referente a la pedagogía. Nos hemos contagiado de postmodernidad y
hemos asumido el reto de pensar en la pedagogía desde la pedagogía,
La bienvenida de las corrientes pedagógicas contemporáneas han
obtenido acuse de recibido, en tanto no se hace un planteamiento crítico
o se fomenta la investigación pedagógica autónoma a esta recepción
inicial. Las tendencias pedagógicas resultan descontextualizadas de su
original marco de referencia o peor aún, reducidas a meros
componentes didácticos, inventarios decisionales o diseños
instruccionales que a toda costa se pretenden aplicar en los campos de
enseñanza. En consecuencia con las dificultades anteriores, podemos
afirmar que la pedagogía aún no posee un territorio suficientemente
diferenciado de las demás ciencias sociales y/o humanas, cuyo objeto
es también el hombre cultural, aunque no puede excluir sus relaciones
con el hombre natural.
Ahora bien, respecto a las principales corrientes pedagógicas
contemporáneas, iniciemos su descripción básica y brevemente.
134
I. El paradigma de “La escuela nueva”
135
A pesar de que sus principales representantes mantenían diferencias sustantivas, tanto en
sus concepciones sobre la educación, sobre el niño, sobre la naturaleza social de la
institución escolar, como en el contexto político y sociológico en que se desarrollaron
cada una de las escuelas pertenecientes al movimiento, existen correspondencias
significativas entre ellos. Entre los representantes más destacados de esta nueva corriente
pedagógica se encuentran: Rousseau, Pestalozzi, Tolstoi, Dewey, Montessori, Ferrieri,
Cousinet, Freinet, Piaget. Claparede y Decroly (Palacios, 1999).
Respecto a la pedagogía liberadora resulta una obligación ineludible comentar que fue en
los años setenta cuando el pedagogo Paulo Reglus Neves Freire, conocido mundialmente
como Paulo Freire, marco un avance cualitativo en las ciencias de la educación al
proponer una nueva mirada sobre cómo trabaja la cultura dominante para legitimar ciertas
relaciones sociales. La propuesta liberadora parte de una mirada dialéctica de la cultura,
según la cual, ésta no solo contiene una forma de dominación, sino además las bases para
que los oprimidos puedan interpretar la realidad y transformarla según sus propios
intereses. Los fundamentos de su propuesta pedagógica se basan en que el proceso
educativo ha de estar centrado en el entorno de los alumnos. Freire supone que los
educandos tienen que entender su propia realidad como parte de su actividad de
aprendizaje. No basta con suponer, por ejemplo, que un estudiante sabe leer la frase
“Mario ha sembrado fríjol en el campo”. El estudiante debe aprender a “Mario” en su
contexto social, descubrir quién ha trabajado para producir la siembra y quién se ha
beneficiado de este trabajo. Ese “sistema” le valió el exilio en 1964, tras haber pasado
setenta y cinco días en prisión, acusado de ser un revolucionario y un ignorante. Su
publicación más conocida; Pedagogía del oprimido (1999), está dedicada a los que
trabajan la tierra y a los que se identifican con los pobres, sufren con ellos y luchan por
ellos.
Para tales fines, Freire (1999) tuvo que recurrir a ciertas nociones básicas y hasta entonces
escasamente utilizadas en el lenguaje de la pedagogía, como es el caso del poder, la
deshumanización, conscientización, ideología, emancipación, oprimido, opresor,
dialogicidad. antidialogicidad, concepción bancaria de la educación, educación
problematizadora, radicalización, sociedad cerrada, sociedad en transición,
democratización, conciencia intransitiva, conciencia ingenua o mágica, conciencia
crítica, educación liberadora, alfabetización y otros muchos que han contribuido a criticar
los mecanismos más usualmente utilizados en política de alfabetización, en tanto reducen
los procesos de lectura, escritura y pensamiento a meras técnicas alienantes que no solo
ignoran la cultura del oprimido, sino que además contribuyen a fortalecer las ideologías
dominantes. En tal sentido, numerosas experiencias populares de educación en todo el
mundo han basado su método en los aportes de Freire. De todos los términos mencionados
anteriormente valdría la pena recuperar al menos cuatro de su principal obra: Pedagogía
del oprimido (1999), que orientan y clarifican el análisis de la corriente pedagógica
liberadora de Freire que, sin duda, se constituye como entre los últimos pedagogos que
han analizado la problemática educativa desde un punto de vista integral. Estos conceptos
son:
136
a. Deshumanización: Freire señala la “deshumanización” como consecuencia de la
opresión. Esta, afecta no solamente a los oprimidos sino también a aquellos que oprimen.
b. Educación Bancaria: En la educación bancaria la contradicción es mantenida y
estimulada ya que no existe liberación superadora posible. El educando, sólo un objeto
en el proceso, padece pasivamente la acción de su educador, el saber es como un depósito.
c. Educación Problematizadora: La propuesta de Freire niega el sistema unidireccional
propuesto por la “Educación bancaria” ya que da existencia a una comunicación de ida y
vuelta constituyéndose un diálogo liberador.
d. La dialogicidad: El diálogo es este encuentro de los hombres, mediatizados por el
mundo, para pronunciarlo no agotándose, por lo tanto, en la mera relación yo-tú, es la
esencia de la educación como práctica de libertad.
En el período en que Freire escribe, contempla los traumas y dificultades por los que
atraviesa la gran mayoría de los campesinos del norte de Brasil, producto de una
educación alienante que lleva al pueblo a vivir su condición de miseria y explotación con
una gran pasividad y silencio. El pueblo pobre es tratado como ignorante y es convencido
de ello, lo que produce y explica la pasividad con que se soporta la situación de esclavitud
en que se vive. Ante esta realidad, Freire plantea que el hombre debe ser partícipe de la
transformación del mundo por medio de una nueva educación que le ayude a ser crítico
de su realidad y lo lleve a valorar su vivencia como algo lleno de valor real.
Esta situación descrita no es una casualidad, Brasil es un país que a lo largo de toda su
historia ha estado sometido bajo influencias de otras culturas. El hombre no había
desarrollado una capacidad de crítica que le permitiera liberarse de su sometimiento
cultural. En Brasil, la colonización tuvo características marcadamente depredadoras, lo
que produjo una fuerte explotación convirtiéndola en una gran "empresa comercial",
donde el poder de los señores dueños de las tierras sometía a la gran masa campesina y
nativa del lugar, otorgándoles trato de esclavos. La educación de los colonizadores
pretendía mostrar a los aborígenes la indignidad de su cultura y la necesidad de aplicar
un sistema educativo cultural ajeno, que mantuviera esta situación de explotación e
indignidad humana. Quizás el punto más álgido y de despegue de la propuesta de Freire
se genera cuando busca hacer efectiva una aspiración nacional que se encuentra presente
en todos los discursos políticos del Brasil desde 1920: la alfabetización del pueblo
brasileño y la ampliación democrática de la participación popular.
137
educando. No obstante, la radicalidad democrática de sus postulados ha desenmascarado
también la distancia que todavía existe entre la concepción teórica y la praxis diaria que
tiene lugar en nuestras salas de clase. La obra de Paulo Freire surge, pues, como toma de
conciencia de las fuerzas socioculturales de su época y como intento explícito por indagar,
desde el campo pedagógico, sobre las causas que frenaban la transformación de su
sociedad. Freire (1999) partía de un presupuesto fundamental: “No pienso auténticamente
si los otros tampoco piensan. Simplemente, no puedo pensar por los otros ni para los
otros, ni sin los otros. La investigación del pensar del pueblo no puede ser hecha sin el
pueblo, sino con él, como sujeto de su pensar” (p. 120). Al centrar su atención en los
sistemas educativos, descubre que el elemento común que los caracteriza es que se trata
de “una educación para la domesticación”. Es decir, el educando no es el sujeto de su
educación. La caracterización que logra Freire (1998) de los sistemas de educación de su
época suena por desgracia todavía muy familiar en nuestros días: “La educación se torna
un acto de depositar, en que los educandos son depositarios y el educador el depositante.
En lugar de comunicarse, el educador hace comunicados y depósitos que los educandos,
meras incidencias u objetos, reciben pacientemente, memorizan y repiten. He ahí la
concepción bancaria de la educación, en la que el único margen de acción que se ofrece
a los educandos es el de recibir los depósitos, guardarlos y archivarlos” (p. 63).
Finalmente, en esta corriente pedagógica se hace patente la deuda que tenemos con Freire
en el sentido de haber concebido y experimentado un sistema de educación, así como una
filosofía educativa, que se centró en las posibilidades humanas de creatividad y libertad
en medio de estructuras político-económicas y culturales opresivas. Su objetivo es
descubrir y aplicar soluciones liberadoras por medio de la interacción y la transformación
social, gracias al proceso de “concientización”. Es importante mencionar como colofón a
esta corriente pedagógica, la posibilidad de precisar más a fondo la cuestión de si se puede
llevar a cabo una labor radical de educación popular en el marco de instituciones estatales
o de proyectos financiados por el Estado.
138
asociándolos con procedimientos computacionales (CRUM= Computacional
Representational Understanding of Mind).
Desde otro punto de vista el cognitivismo intentó oponerse al conductismo, más que
revivir las ideas funcionalistas. No era simplemente un rechazo del conductismo sino una
integración de este en un nuevo esquema teórico de referencia. Las reglas de
reforzamiento fueron puestas dentro de la mente del individuo y se les llamó reglas de
representación simbólica de un problema. El comportamiento visible del organismo en
sus procesos de aprendizaje fue reemplazados por procesos internos de pensamiento
llamados en forma genérica resolución de un problema. En términos filosóficos el
cognitivismo cambió el énfasis empírico por un énfasis racionalista. Sin embargo, el
cognitivismo reclamaba también su estatus científico y su aspecto experimental, se
extendió hacia el estudio de problemas que no podían ser observados visual o
externamente como depósito de información en la memoria, representación del
conocimiento, metacognición y otros.
El desarrollo de la tecnología creó otro pilar de apoyo a las nuevas teorías cognitivas. La
computadora creó un asombroso modelo de funcionamiento mental que
eventualmente habría de ser rechazado en las teorías sociohistóricas. En efecto la
computadora podía recibir y organizar información, operar con ella, transformarla y hasta
resolver cierto tipo de problemas. Esto era para muchos el principio del estudio de la
cognición humana teniendo un modelo concreto que solo necesitaba ser mejorado en sus
capacidades y funciones para lograr una fiel replica del aprendizaje humano.
Eventualmente esta analogía no pudo sostener el peso de tan ambiciosa tarea y la
computadora representa hoy en día un extraordinario instrumento de ayuda a la cognición
humana más que una replica de este. Aunque expertos en el campo de la computación
pregonan que el potencial de la computadora es mayor que el del cerebro humano y que
eventualmente incluirá todo aquello que es humano y mucho más.
Los inicios del cognitivismo como corriente pedagógica contemporánea pueden situarse
en los trabajos de Jean Piaget (En Ginsburg, 1977) quién propuso una teoría racionalista
frente a las tesis empiristas de la tabula rasa. En otras palabras, el conocimiento era una
interpretación activa de los datos de la experiencia por medio de unas estructuras o
esquemas previos. Consideró estas estructuras no como algo fijo e invariable, sino como
algo que evolucionaba a partir de las funciones básicas de la asimilación y la
acomodación. La filosofía racionalista, la biología evolucionista y el pragmatismo
funcionalista, constituyen las principales coordenadas de su pensamiento. Este diluvio de
139
ideas nuevas continuó desatándose gracias a las capacidades analíticas de otra gran figura
intelectual del siglo XX, Noam Chomsky (1975). Como lingüista, Chomsky trato de
entender el aprendizaje de una lengua en términos de los postulados conductistas y se
encontró continuamente con contradicciones teóricas. En sus propias palabras Chomsky
(1975, p. 30) explica esto con precisión:
Al mismo tiempo que Chomsky lanzaba sus devastadoras críticas al conductismo como
Lingüista, Bruner (1960) tomaba una posición igualmente crítica como psicólogo con
estudios que directamente aplicaban a la educación. Otro teórico que nutrió el comienzo
del cognitivismo fue Herbert Simon (1976), quién siendo uno de los pioneros del campo
de la inteligencia artificial, trato de formalizar los modelos cognitivos de resolución de
problemas por medio de simulación en la computadora. Su pregunta clave fue siempre
qué clase de representación de un problema hace una persona cuando resuelve problemas
y cuáles son las diferencias representacionales entre un experto y un aprendiz. Su
conclusión más importante fue que la resolución de problemas en la mente humana era
simulación y prueba de hipótesis que permitieran alcanzar ciertas metas. En términos
fundamentales no había diferencia entre la resolución de problemas de una rata en un
laberinto y un humano en el laboratorio. Los dos lograban sus metas por medio del
método de prueba y error. La diferencia con los conductistas era que el comportamiento
externo de la rata era llevado al cabo internamente en el pensamiento del científico. El
intento de Simon fue ambicioso. Él creía que toda la cognición humana tenía una
naturaleza pragmática que se manifestaba en la resolución de problemas.
140
Es interesante observar cómo el pensamiento científico y filosófico puede tomar la
misma fuente y producir ideas que se oponen las unas a las otras. Es como tener una
colección de piedras, dividirla en dos y darle una parte a cada arquitecto. Con el mismo
material uno de ellos se propone construir una torre y el otro se propone construir un
pozo.
Recientemente hemos estado observando cómo un vocablo aparece, cada vez con más
frecuencia en el discurso de los educadores. Esta corriente pedagógica contemporánea
denominada "constructivismo", es ofrecida como "un nuevo paradigma educativo”. La
idea subyacente de manera muy sintética, es que, ahora, el estudiante no es visto como
un ente pasivo sino, al contrario, como un ente activo, responsable de su propio
aprendizaje, el cual él debe construir por si mismo. Como todo aquello que se divulga con
la intención de que sea masivamente "consumido", se corre el riesgo de usar la expresión
"constructivismo" de manera superficial y no considerar las implicaciones ontológicas,
epistemológicas y metodológicas que derivarían de sustentar un diseño del proceso
enseñanza-aprendizaje sobre bases constructivistas. Al respecto, Eggen y Kauchak (En
Gonzáles y Flores, 1998) indican que las discusiones sobre la mejor manera de enseñar
han absorbido las energías de los educadores desde el comienzo de la educación formal;
tan es así que han existido diversas controversias y disputas al intentar responder esta
pregunta. En la actualidad, existe la creencia, en muchos profesores, de que el modelo
constructivista es la panacea para los problemas de la educación.
141
que impone nuevo conocimiento en forma separada de lo que el alumno ya sabe y de ahí
crea simplemente aprendizaje reproductivo en los educandos y los priva del uso completo
de su capacidad cognitiva más importante; aquella de transformar su propio
conocimiento.
El constructivismo, en un plano más humilde, vino al mundo para hacernos ver que
nuestro conocimiento es construido imperfectamente desde bloques que solo pueden
catalogarse como reflejos o creencias. En el constructivismo no hay ideas “puras”. La
cognición humana no es el edificio perfecto de ideas básicas que se combinan con lógica
impecable para formar ideas más complejas. Todo lo que pasa en nuestras cabezas es en
esencia un mundo personal que sorpresivamente se adapta al mundo exterior. Todo lo que
se genera en la cognición humana es producto de una combinación de sentimientos,
prejuicios y juicios, procesos inductivos y deductivos, esquemas y asociaciones,
representaciones mentales que juntos nos dan elementos para resolver nuestros
problemas. Este “juntar” es construir estructuras de significado y la manera de 'juntar' es
altamente personal, algo que realmente no se puede enseñar sino que se tiene que dejar al
individuo a que lo construya y una vez que ha construido monitorear si esta clase de
construcción tiene paralelo en el mundo real.
142
constructivismo aparece como metáfora del conocimiento en un mundo donde la
explosión del conocimiento rebasa con mucho la capacidad del cerebro humano. El
maestro tiene que humildemente tomar su lugar de sargento en la batalla del conocimiento
y dejar vacío el lugar del general. Hombro con hombro hay que ir con los alumnos al
campo de batalla y humildemente reconocer que el docente está expuesto a los mismos
peligros que los alumnos en el campo del error, la diferencia es que, como todo sargento,
simplemente ha peleado más batallas.
Muchas cosas “románticas” se han dicho acerca del constructivismo que ajustan a
la imagen que queremos ver en el hombre moderno. Se piensa mucho en la libertad del
individuo para construir su propio conocimiento, y esto suena melodioso a los oídos
postmodernistas. Es cierto que construimos nuestro propio conocimiento pero no en
esa libertad completa que la imagen casi publicitaria del constructivismo alguna vez
conlleva. Construimos destruyendo, cambiando y acomodando aquellas estructuras
de conocimiento que se nos han impuesto en nuestras actividades de aprendizaje.
No construimos de la nada, construimos con los fragmentos de aquello que nos fue
impuesto. Construimos no como queremos sino en las condiciones dictadas por las
imposiciones de nuestro propio proceso de aprendizaje. En los más fantásticos logros
cognitivos, en la estructura magnífica creada para las explicaciones de un problema
científico, podemos encontrar los ladrillos de estructuras impuestas que fueron en algún
momento destruidas o transformadas, pero al mismo tiempo proveyeron el material para
levantar un nuevo edificio. En cierta forma todo aprendiz que intente lograr estas altas
metas educativas es en esencia un iconoclasta. Todo aprendiz tiene que destruir para
construir, pero no destruye como quiere, este es un punto muy importante, destruye las
estructuras que le han dado. Aquí el maestro tiene una misión que es tan difícil como es
sublime… tiene que fomentar el análisis crítico de las ideas con el mismo fervor que las
construye y las impone en los alumnos.
143
con sus propios ejemplos y sean capaces de proveer su propia teoría del aprendizaje
constructivista, entonces el dogmatismo desaparece y una meta educativa de gran valor
se manifiesta, la construcción del conocimiento.
“No man is an island, entire of itself, everyone is a part of the continent a piece of the
main”: En efecto ninguno de nosotros somos islas autosuficientes en el océano social.
Dependemos de aquel “otro generalizado” para nuestro desarrollo físico, mental y
espiritual. El conocimiento y el aprendizaje no están localizados en los recovecos neurales
de la corteza cerebral sino en los encuentros sociales que incansablemente enriquecen,
atemorizan, oprimen y liberan nuestra existencia.
Sin temor a cometer un error fácilmente, puede considerarse que ningún pensador ha dado
más fundamento teórico a nuestra profesión pedagógica como lo ha hecho Vygotsky. La
educación más que ser un derivado de la psicología educativa como ha sido hasta ahora,
muy pronto ha de ocupar un lugar independiente en las ciencias sociales como la
antropología, la sociología y la psicología. En un futuro tal vez lejano aquellos que tienen
como función estudiar la enseñanza y el aprendizaje no serán llamados maestros sino
‘educólogos’. Si el psicólogo ha de hablar de la mente, el ‘educólogo’ ha de hablar de la
mente y de la sociedad como unión inseparable.
El cognitivismo descrito con anterioridad, aun con todas sus virtudes y descubrimientos
en la estructura de la mente, la memoria, la representación mental y la psicolingüística
144
siempre padeció de una gran limitación. Todos sus resultados fueron obtenidos
observando a los sujetos en situaciones ideales de laboratorio. Cuando toda esta
revolución cognitiva estaba sucediendo, educadores, sociólogos y antropólogos se
preocupaban con problemas de aprendizaje en el mundo real de las fábricas, las oficinas
y las escuelas de Norteamérica. Observaban que, por ejemplo, los niños hispanos en los
Estados Unidos se comportaban inteligentemente en un ambiente hispano pero parecían
casi retrasados mentales en el ámbito escolar típicamente anglo de norteamérica. Los
niños negros consistentemente obtenían puntajes bajos en exámenes de inteligencia, hasta
que un psicólogo negro elaboró un examen de inteligencia culturalmente sesgado con
expresiones particulares de la cultura negra, y demostró que en estos exámenes la
población anglo-sajona era la que consistentemente obtenía puntajes bajos. Este y otros
eventos propiciaron que gradualmente creciera un descontento general acerca del
cognitivismo, no por sus métodos o sus descubrimientos sino por la limitación puramente
cognitiva intrínseca a todos sus estudios. En las batallas teóricas desarrolladas en este
siglo entre las corrientes pedagógicas contemporáneas, podemos decir que el
cognitivismo rechazó al conductismo porque negaba la posibilidad del pensamiento
constructivista y auto regulado. La teoría Socio-Histórica no rechazó al cognitivismo sino
que lo incorporó dentro de ella y lanzó devastadoras críticas en sus limitaciones. Este fue
un paso decisivo en la historia de la pedagogía.
Todo esto queda encapsulado en otra célebre frase de Vygotsky (1978): “a través de
otros llegamos a ser nosotros mismos.” Otra contribución importante de Vygotsky en el
desarrollo de esta corriente pedagógica fue el estudio de la zona de desarrollo próximo, a
la cual Vygotsky (1980) definió de esta manera:
145
Notemos de nuevo la incesante influencia funcionalista en todos estos paradigmas.
William James escribió: [La zona de los procesos formativos] “es el cinturón dinámico
de temblorosa incertidumbre, la línea donde el pasado y el futuro se encuentran. Es el
teatro de todo aquello que no podemos tomar por evidente, y puede ser potencialmente
capturado, es el escenario del drama palpitante de la vida.” (1980, p.258).
Así que de acuerdo a Vygotsky (1980) se puede hacer una distinción importante:
“aprendizaje auténtico” es solo aquel que promueve desarrollo cognitivo, mientras que
‘aprendizaje’ es simplemente incorporación de hechos en la memoria permanente. Desde
el punto de vista constructivista el primero es la integración de nueva información en una
estructura previamente construida, mientras que el segundo es información nueva pero
desconectada de la estructura.
Así como es el manzano es el aprendizaje humano. Semilla buena, tierra fértil, estabilidad
ambiental son metáforas para capturar la esencia de una idea poderosa que se ha cultivado
durante toda la historia de la humanidad, y que nadie como Vygotsky le dió forma más
concreta: el aprendizaje de todo individuo está determinado por la escabrosa intersección
de la genética, la sociedad y la historia.
146
Referencias Bibliográficas:
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Educativas? Revista Cuadernos de Pedagogía, 253. 8-11.
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España: Anagrama Editores.
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York: Arcos Edition
5. Ginsburg, K. (1977). Piaget y la teoría del desarrollo intelectual. Madrid, España:
Prentice Hall
6. Ferriere, A. (1982) La escuela activa. Barcelona, España: Herder.
7. Freire, P. (1999). Pedagogía del Oprimido, México, D.F: Editorial Siglo
Veintiuno.
8. Freire, P. (1998). La educación como práctica de la libertad. México, D.F:
Editorial Siglo Veintiuno.
9. Freire, P. (1999). La importancia de leer y el proceso de liberación, México, D.F:
Editorial Siglo Veintiuno.
10. Flórez, R. (1999). Evaluación Pedagógica y Cognición. Bogotá, Colombia:
McGraw- Hill Interamericana.
11. González, O. Flores, M. (1998) El trabajo docente. Enfoques innovadores para el
diseño de un curso. México, DF: Trillas.
12. James, W. (1980). Talks to Teachers on Psychology and to Students on Some of
Life's Ideals. Nueva York: Henry Holt.
13. Monereo, C. Pozo, J. (2001). ¿En qué siglo vive la escuela?: El reto de la nueva
cultura educativa” Cuadernos de Pedagogía, 298, 50-55.
14. Palacios, J. (1999). La cuestión escolar: críticas y alternativas. México, D.F:
Fontamara Colección.
15. Pozo, J. (2001). Aprendices y maestros: La nueva cultura del aprendizaje. Madrid,
España: Alianza Editorial.
16. Simon, H. (1976). Administrative Behaviour, New York: Mcmillan Publishing.
17. Thagard, P. (1996). Mind: Introduction to Cognitive Science, Cambridge MA:
MIT Press.
18. Vygotsky, L. (1978). Mind in society: The development of higher psychological
processes. Cambridge, MA: Harvard University Press.
19. Vygotsky, L. (1980). Pensamiento y Lenguaje. Buenos Aires, Argentina: Lantaro.
147
UNIDAD III
148
El debate epistemológico en el campo de la didáctica.
1. Descripción de la unidad
La Didáctica ha sido una de las ramas del saber que más ha estado sujeta a
cuestionamientos y opiniones diversas en torno a su objeto de estudio, carácter de
ciencia, relaciones con la Pedagogía y otras Ciencias de la Educación, siendo
calificada como ciencia, arte, tecnología, ingeniería… Varias han sido las causas
que, a nuestro juicio, han influido en esta polémica. Una de ellas está relacionada
con la naturaleza y alcance de la educación como fenómeno social: la
universalidad del acto de transmisión de saberes; pues no existe una actividad
humana que se dé al margen de la transmisión de la cultura.
Otra razón a considerar es la singular relación que se da entre la Didáctica, la
Filosofía y la Sociología, regida por el carácter clasista de la educación. De
manera que las metas y retos de la Didáctica representan expectativas de grupos
sociales, clases, partidos políticos, gobiernos, e incluso, de bloques regionales.
2. Competencia a desarrollar
Analiza el debate epistemológico en su relación con la didáctica.
3. Objetivo a seguir
Desarrollar las diferentes conceptualizaciones indistintamente: teoría de la
enseñanza, proceso docente – educativo (de excelencia, holístico y
configuracional), proceso de enseñanza – aprendizaje (desarrollador,
formativo), proceso de enseñanza, o proceso pedagógico.
149
I. Lugar del saber para la ciencia, la didáctica y el sujeto en la propuesta
epistemológica de Chevallard
Ana María Fernández
4.1. Introducción
Chevallard introduce el tema de la «transposición didáctica» en la comunidad francesa de
los didactas de las matemáticas en los inicios de los años 1980. Este tema había emergido
después de algunos años en diversos trabajos realizados por el equipo de investigación
que dirigía en la IREM d’AixMarseille. Dichos trabajos colectivos fueron condensados
más tarde en su libro más conocido: La transposición didáctica. Del saber sabio al saber
enseñado (Chevallard, 1991; al respecto ver también Chevallard, 1994).
En este libro, Chevallard (1991), propone una epistemología de la didáctica desde el
concepto de «transposición didáctica». Allí, se desprende la necesidad de definir para la
didáctica una teoría en el campo del saber de la ciencia con una determinación
materialista.
Esa ciencia denominada didáctica contiene un objeto que se instala entre el objeto real y
el objeto de conocimiento. Se trata de un objeto diferente al de las ciencias de la
naturaleza. Del texto se desprenden dos grandes conceptos de saber: el «saber sabio» (el
saber de la ciencia) y el «saber enseñado», que luego serán articulados con un tercer saber:
el saber de los sujetos enseñante y enseñado. Además, introduce otro recorte de saber a
través de los conceptos de «cronogénesis» y de «topogénesis» y, asociados a estos, los de
«preconstrucción» y «posterioridad».
En relación con los lugares que ocupan el enseñante y enseñado, el autor plantea una
manera innovadora de describir aquello que sucede en la relación de enseñanza: el
enseñante deberá ocupar el lugar de «supuesto saber» («supuesto anticipar»). Esta
diferenciación de lugares (topogénesis) le permite conducir el tiempo (cronogénesis) del
saber.
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la problemática del elemento de saber puesto en correspondencia con el saber enseñado—
hará surgir inevitablemente. (Chevallard, 1991: 23).
Para el autor el saber enseñado es reproducción de saber y el saber sabio es producción
del saber, de allí se desprenden objetos de saber: lo didáctico y la didáctica.
Al respecto, Behares (2004a: 13) plantea la siguiente diferenciación:
...podemos ensayar una distinción que parece obvia: por un lado, la didáctica, como
corpus prescriptivo con una larga historia y con una importante variedad de formatos y
formulaciones; y, por otro, lo didáctico, fenómeno empírico que observamos en la
actividad interpersonal del enseñar y del aprender fuera o dentro de instituciones
acondicionadas para ese fin. (Behares, 2004a: 13).
En el planteo de Chevallard en el «sistema didáctico» hay tres lugares: docente, alumno
y saber. De esta forma el autor se aparta de las didácticas psicologistas centradas en la
relación enseñanza-aprendizaje en detrimento del saber.22 Se propone definir el objeto
de estudio de dicha disciplina. Ese objeto será conceptualizado a partir de la
diferenciación entre el «saber a enseñar» y el «saber enseñado». Será la transposición
didáctica la que remita a dicha diferenciación. Herramienta que para Chevallard se
convierte en esencial para que el didacta tome la distancia necesaria ante la familiaridad
engañosa de su objeto de estudio («vigilancia epistemológica»).
Su epistemología aparece esbozada a través de la conceptualización de la transposición
didáctica. Dice el autor:
Toda ciencia debe asumir, como primera condición, pretenderse ciencia de un objeto, de
un objeto real, cuya existencia es independiente de la mirada que lo transformará en un
objeto de conocimiento. Es la posición materialista mínima. En ese mismo movimiento,
es preciso suponer en ese objeto un determinismo propio, ‘una necesidad que la ciencia
querrá descubrir’. Pero eso,—que vale tanto para el psicoanálisis, por ejemplo, como para
la física— no es obvio cuando nos encontramos con ese ‘objeto’ que pretendemos tan
particular, como el sistema didáctico o, más ampliamente, el sistema de enseñanza.
(Chevallard, 1991: 12).
Entiende que, desde una situación precientífica hasta la «investigaciónacción» en la
didáctica «se instala, enmascarada, toda una epistemología, o mejor dicho, toda una
ideología de conocimiento» (Chevallard, 1991: 14).
Señala que en la didáctica existe un objeto independiente dotado de un determinismo
propio, «un objeto por lo tanto cognoscible, en el sentido en el que la actividad científica,
en todas las áreas en que se ha desplegado hasta ahora, pretende conocer el mundo»
(Chevallard, 1991: 14).
Ahora bien, ¿en qué concepción de ciencia se apoya el autor para dar cuenta de su
propuesta? De acuerdo con Milner (1989: 23), por ciencia se puede entender «una
configuración discursiva que tomó forma con Galileo y que no ha cesado de funcionar
desde entonces». Y, siguiendo a Koyré,23 es posible caracterizarla «por la combinación
de dos rasgos: (I) la matematización de lo empírico [...] y (II) el establecimiento de una
relación con la técnica, de modo que la técnica se defina como la aplicación práctica de
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la ciencia [...] y que la ciencia se defina como la teoría de la técnica [...]» (Milner, 1989:
23).
Además, para pertenecer a la ciencia, una configuración discursiva debe emitir
proposiciones falsables. No obstante, esta caracterización popperiana, es necesaria pero
no suficiente desde el momento en que la ciencia no tiene el monopolio de las
proposiciones falsables:
El método de la ciencia consiste en buscar aquellos hechos que pueden refutar la teoría.
Esto es lo que llamamos verificación de una teoría. (Popper, 1966: 438). Este es el modelo
a seguir desde las ciencias de la naturaleza. Pero, ¿cuál es el modelo posible de ser
considerado en la didáctica? Cuando se trata del «hombre» las ciencias mismas proponen
la oposición, por un lado, entre ciencias duras y ciencias blandas24 (o humanas, o
sociales, etc.), y, por otro lado, de acuerdo con los objetos, entre naturaleza y cultura (con
sus múltiples variantes).
Esto da lugar a que «ciertos objetos formen un reino distinto y requieran un tratamiento
particular, que siempre podremos bautizar como ciencia, pero en un sentido por completo
diferente de las ciencias de la naturaleza» (Milner, 1989: 187).
Además, desde el conjunto de las denominadas ciencias humanas, su propia noción
supone un cambio «frente a las ciencias de la naturaleza, dominadas por el galileísmo,
retornar a Euclides y a las validaciones estrictamente internas. Retorno, es verdad,
desconocido e inconsciente» (Milner, 1989: 38).
Ahora bien, una «ciencia normal»25 es aquella que, más allá de llevar el nombre de
ciencia, no implicaría diferencia entre ciencias natural, conjetural, humana. Aquello que
hay en la ciencia normal es estable, transpersonal, matematizable. Dice Milner:
Se impone una alternativa insoslayable: o bien las ciencias humanas son ciencias, y
entonces lo son en el mismo sentido que lo son las ciencias de la naturaleza y
corresponden a la misma epistemología [...] o bien son efectivamente humanas (o
sociales, u otra cosa), y entonces no son ciencias y no tienen epistemología. Esta
alternativa se les impone a todas ellas. (Milner, 1989: 12).
Otra posibilidad es la que postula Lacan, quien retoma el programa de la Ciencia Una a
través de una relectura de la ciencia a partir de Koyré (Milner, 1989). En La cosa freudiana
o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis, Lacan (1955) dice, respecto de la práctica
y la investigación del psicoanálisis, que este «no puede sostenerse sino por una
comunicación constante con disciplinas que se definirían como ciencias de la
intersubjetividad, o también por el término de ciencias conjeturales, término con el cual
indico el orden de las investigaciones que están haciendo virar la implicación de las
ciencias humanas» (Lacan, 1955: 418).
Para Lacan las «ciencias conjeturales» son la rectificación que se necesita introducir
respecto de la concepción de ciencias humanas, a partir del saber desarrollado por el
psicoanálisis. Rechaza que haya ciencias humanas desde el momento en que entiende que
«el hombre» no se puede convertir en objeto de estudio de investigación de la ciencia.
Para ello propone que las «ciencias del hombre» (antropología, sociología, historia,
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psicología, lingüística, psicoanálisis etc.) se denominen «ciencias de la intersubjetividad
o conjeturales».
Aunque la distinción entre las ciencias humanas y ciencias naturales quedó establecida a
fines del siglo XIX, para Lacan, en lugar de hablar de ciencias humanas y ciencias
naturales, se debe hablar de «ciencias conjeturales» y «ciencias exactas». Mientras que
las ciencias exactas tienen que ver con el campo de los fenómenos en el que no hay nadie
que use un significante, las ciencias conjeturales son fundamentalmente distintas, porque
se refieren a seres que habitan el orden simbólico.
Como indica Ginzburg (1980 y 1986) desde los griegos, el saber conjetural consistía en
«juzgar por signos» (tekmor, tekmairesthai). Hay un saber que es indirecto, basado en
signos y vestigios de indicios, que es conjetural. (Ginzburg, 1986: 131).
Entre los siglos XVIII y XIX, con la aparición de las ciencias humanas, la constelación
de «disciplinas indiciarias» cambió profundamente. Las ciencias humanas acabaron por
adoptar cada vez más «el paradigma indiciario de la semiótica».
Es más: Este territorio personificado por la diosa Metis que personificaba la adivinación
mediante el agua y que queda relacionada a Atenea, diosa de la sabiduría [...] estaba
delimitado por términos como conjetura, ‘juzgar por signos’. Pero ese paradigma
semiótico quedó meramente implícito y quedó eclipsado por completo por la teoría
platónica del conocimiento, que dominaba en círculos de mayor influencia y tenía más
prestigio. (Ginzburg, 1986: 129).
En su libro Le fil et le traces. Vrai faux fictif, Ginzburg (2006: 7) comienza diciendo que:
Los griegos cuentan que Ariadna ofreció un hilo a Teseo. Gracias a ese hilo, Teseo se
orienta en el laberinto, encuentra al Minotauro y lo mata. En cuanto a las huellas que
Teseo deja vagando en el laberinto, el mito no dice nada.
Entre los siglos XVIII y XIX, con la aparición de las ciencias humanas, la constelación
de disciplinas indiciarias cambió profundamente. Las ciencias humanas acabaron por
adoptar cada vez más el paradigma indiciario de la semiótica. Ginzburg (1986) señala que
la tríada más singular de dicho paradigma lo constituyeron Morelli-Freud-Conan Doyle.
Jean Allouch (1984, 211) en su libro Letra por letra. Traducir, transcribir, transliterar
rescata el «paradigma del indicio», que permitió reagrupar en una misma familia «que
representaría a cierto modo de racionalidad, a Freud, a Morelli, pero también a muchos
otros, entre los que Arthur Conan Doyle no es el menos conocido» para mostrar un modo
de lectura: La lectura, para ellos, es inevitablemente el desciframiento; pero el
desciframiento consiste en hacer valer, sobre lo que la lógica dominante desecharía, una
racionalidad susceptible de interrogar, en una curiosa vuelta de las cosas, a la ciencia
misma. (Allouch, 1984: 211).
Más adelante, Lacan (1966) en La ciencia y la verdad y en el Seminario El objeto del
psicoanálisis (Lacan, 1965-66) problematizó la distinción entre ciencias exactas y
ciencias conjeturales. Plantea que dicha oposición no puede seguir sosteniéndose desde
el momento en que «la conjetura es susceptible de un cálculo exacto (probabilidad) y en
que la exactitud no se funda sino en un formalismo que separa axiomas y leyes de
agrupación de los símbolos» (Lacan, 1965-66: 840).
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Ahora bien, ¿cuál sería el objeto de la didáctica? Del texto de Chevallard se desprende la
necesidad de definir para la didáctica una teoría en el campo del saber de la ciencia con
una determinación materialista. La didáctica no es del mismo orden que lo didáctico. De
ahí que, para construir una teórica que permita capturar la materialidad de la didáctica el
autor propone quedarse con el elemento saber y crear el concepto de transposición
didáctica.
En el artículo Les processus de transposition didactique et leur theorisation (1994) señala
que exponer la teoría de un objeto, culturalmente, es «dar un espectáculo»:
Espectáculo de discurso, que se muda a veces, cuando los dioses están con nosotros, en
una fiesta del espíritu. De esa fiesta discursiva, los lectores, entonces, se hacen theôros -
espectadores.
Toda una lógica cultural encuentra allí su punto de partida y su lugar de cristalización.
Un espectáculo se aprecia o puede irritarlos. Se discute, se lo comenta. Gusta o no gusta.
Seguramente algunos se apasionan, se hacen actores y de espectadores se hacen actores
(El esquema propuesto abastece una materia que, en diversas enseñanzas, hace el objeto
de puestas en escenas renovadas).
Otros, incluso, se instituyen críticos, hacen la teoría de la teoría, construyen un
espectáculo sobre el espectáculo. En la acepción científica del término, una teoría, sin
embargo, es otra cosa que un espectáculo. Sin duda, como todo objeto que se ofrece en la
transmisión, se da a escuchar, a leer, a ‘ver’. (Chevallard, 1994: 1; la traducción es de los
autores).
La didáctica contiene un objeto que se instala entre el «objeto real» y el «objeto de
conocimiento». Ese objeto «cognoscible», ese objeto «tecnocultural» es diferente al
objeto de las ciencias de la naturaleza y su materialidad es producto de su propia historia
(Chevallard, 1991: 14). De ahí que, para salirse de un lugar precientífico, como primer
paso, se hace necesaria la distinción entre episteme y techné que empantanan cualquier
acceso a la cuestión del saber.
La teoría de la transposición didáctica nos habla de un objeto: los fenómenos de la
transposición didáctica. Juega desde el inicio, en su sitio, su simple rol de teoría: ella no
nos habla, repitámoslo, más que para permitirnos ‘reconocerlos’, explicarlos, producir
conocimientos en relación con ellos. Nada de original en eso. El único defecto,
repitámoslo nuevamente, es que, muy a menudo, uno no se haya interesado en ella más
que como un objeto, olvidando que este objeto es desde principio, por naturalmente,
herramienta. Herramienta de trabajo del investigador se entiende. (Chevallard, 1994: 2).
Para comenzar a delimitar ese objeto de saber, Chevallard (1991) plantea el «sistema
didáctico» en tanto que relación ternaria, conformada por tres lugares (diagrama o
triángulo de Chevallard): P-enseñantes, E-alumnos y S-saber enseñado (en francés:
professeur, élève, savoir). Dicho sistema puede concebirse como un «sistema topológico»
desde el momento en que los diferentes elementos representados por cada una de las
«letras» (S, P, E) mantienen entre sí relaciones de lugar, independientemente de las
formas, las distancias y las dimensiones involucradas en el sistema.
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Además, se puede decir que dicho sistema se encuentra «algebrizado» o
«matematizado»,31 ya que las letras empleadas son genéricas. Desde ese diagrama se
puede extraer el objeto de saber que le corresponde a la didáctica. Como señala Behares,
la cuestión del saber «se instaura así en el texto en dos planos diferentes: 1) en el plano
del saber en ciencia, tomando como ejercicio científico la posibilidad de constituir una
teoría de un objeto: el didáctico; 2) en el plano del fenómeno, donde se pueden focalizar
saberes circulantes de la ciencia a enseñar y en la dinámica propia de su enseñanza»
(Behares, 2003b: s/p).
Ahora bien, de ese saber se desprenden al menos dos: el saber sabio y el saber enseñado.
Será la transposición didáctica la que remita al pasaje deMun saber a otro.
En el artículo La transposition didactique et l’avenir de l’École, Chevallard (1996) se hace
la siguiente pregunta: ¿qué es la transposición de los saberes? Y, sobre todo: ¿por qué hay
transposición de los saberes?
Entiende que la respuesta es muy simple y la explicita en tres puntos: Primer punto: los
saberes nacen y crecen en ciertos ‘lugares’ determinados de la sociedad. (La producción
de saberes es un asunto complejo, que supone una ‘ecología’ particular). Segundo punto:
las necesidades sociales hacen que los saberes producidos deben vivir también en otros
lugares de la sociedad. (La cosa es posiblemente más compleja y más oscura todavía: así
casi cada objeto de uso cotidiano ‘contiene’ hoy, de manera invisible al usarlo,
matemáticas ‘cristalizadas’, y una infinidad de otros saberes incluso).
Tercer punto: a fin de poder vivir ‘lejos’ de sus lugares de producción, los saberes sufren
transformaciones que los adaptan a las ecologías ‘locales’ correspondientes. (Así, los
objetos matemáticos que manipula el ingeniero, el economista o el geógrafo deben vivir
‘en asociación’ con otros objetos, que el matemático ignora, y que culturalmente al
menos, aparecen como propios de esos dominios específicos de la práctica social).
(Chevallard, 1996: 1; la traducción es de los autores).
El esquema precedente define los procesos sociales de transposición. Se habla al respecto
de transposición «institucional» de saberes. Porque los ‘lugares’ mencionados más arriba
son instituciones: tal saber, vive en tales instituciones, es transpuesto en tal otra
institución. Cuando un saber es transpuesto en una institución en vista de ser estudiado,
se habla de transposición didáctica. (El adjetivo didáctica responde aquí al sustantivo
estudio). El ejemplo de la escuela es, en este caso, fundamental (incluso si bien no es el
único). Porque ni la matemática, ni la gramática por ejemplo no han sido ‘producidas’
por los niños. Esos saberes viven sin embargo — más o menos, y más o menos bien— en
la escuela de hoy. Que ellos estén presentes, que se los estudie supone una transposición,
que supuso ella misma un inmenso trabajo transpositivo. (Chevallard, 1996: 1, la
traducción es de los autores).
Ahora bien, para que el saber sea apto para ser enseñado requiere que sufra ciertas
modificaciones. Además, agrega que esa brecha que se establece entre ambos tipos de
saber debe ser negada y excluida como problema, «ficción» necesaria para que el saber
que produce la transposición didáctica sea un saber «exiliado de sus orígenes y separado
de su producción histórica en la esfera del saber sabio», de esa manera se legitima «en
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tanto que saber enseñado, como algo que no es de ningún tiempo ni de ningún lugar»
(Chevallard, 1991: 18).
Entiende que ese tercer término (del triángulo didáctico) ha sido olvidado (negado,
forcluído)33 y se ha construido toda una teorización de la didáctica en tanto que relación
enseñante-enseñado. Para el didacta resulta esencial, por un lado, la introducción de ese
saber en la descripción del fenómeno de la enseñanza y, por otro lado, el análisis de la
transposición como materialidad. Esto permitirá desmantelar «la ficción de identidad»,
en tanto que acto denegativo del origen del saber a enseñar y el saber enseñado.
Ese distanciamiento del saber sabio es una ilusión «imaginaria»34 necesaria. Ilusión que
lleva a hacer signo entre ambos saberes. Sin embargo, cuando se le adjudica el lugar
preciso al saber sabio en el proceso de transposición, se detecta que «es precisamente el
concepto de transposición didáctica lo que permite la articulación del análisis
epistemológico con el análisis didáctico, y se convierte entonces en guía del buen uso de
la epistemología para la didáctica.
De este modo los epistemólogos nos aportan el concepto de problemática» (Chevallard,
1991: 23).
En el artículo ya citado de 1994, Chevallard plantea que toda ciencia pretende esclarecer
el real: Pero ninguna ciencia consigue extraer sin rodeos previos, e indefinidamente
retomado, una interferencia del real. Para decirlo de otra manera: todo proyecto de ciencia
es indisociablemente la tentativa continua de problematizar el real; de hacerlo aparecer
como problemático, yo diría como planteando problemas. Toda ciencia se inscribe en
falso contra la ilusión de transparencia que impregna nuestra relación cultural con el
mundo. (Chevallard, 1994: 2, la traducción es de los autores).
Hay un elemento que permanece constante en el pasaje de un saber al otro, esa invariante
es el significante (simbólico) que proviene del saber científico. Si bien esta ilusión de
unidad es necesaria para que el objeto a enseñar pueda ser transmitido, no implica que
deje de existir la invariante entre ambos objetos. Y esto es lo que entiende Chevallard que
debe tener presente el didacta desde la «vigilancia epistemológica».
Para que exista un campo propio de ciencia autónoma, la didáctica deberá reflexionar en
qué lugar se encuentra, cuál es el símil de la «academia ciencia» en la «academia
educación»: «el funcionamiento didáctico del saber es distinto del funcionamiento
académico [...] hay dos regímenes de saber, interrelacionados pero no superponibles»
(Chevallard, 1991: 25).
Hay flujos de saber que van del entorno hacia el sistema de enseñanza, para que la
enseñanza sea posible (Chevallard, 1991: 29). Es decir, hay momentos en los que el saber
enseñando entra en crisis. Es la «noosfera» la que procederá a seleccionar los elementos
del saber sabio y someterlos a la transposición. Así, «la noósfera es el centro operacional
del proceso de transposición, que traduciría en los hechos la respuesta al desequilibrio
creado y comprobado» (Chevallard, 1991: 34).
El contenido de saber que ha sido designado como saber a enseñar sufre una serie de
modificaciones para ocupar un lugar entre los objetos de enseñanza. El estudio científico
del proceso de transposición didáctica «supone tener en cuenta la transposición didáctica
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sensu lato [...] que implica el pasaje de lo implícito a lo explícito, de la práctica a la teoría»
(Chevallard, 1991: 45-46).
Es el principio de «vigilancia epistemológica» el que hace posible dar cuenta de la
diferencia entre el objeto de enseñanza y el objeto a enseñar. Para el autor el ejercicio del
principio de vigilancia en la transposición didáctica es una de las condiciones que
determinan la posibilidad de un «análisis científico del sistema didáctico».
El saber sabio es incómodo ya que implica trabajar con la «falta» (desde el «no saber»),
en cambio el enseñante trabaja con el saber que se presenta como una totalidad en sí: «el
proceso de enseñanza difiere del proceso de investigación: en el primero, los problemas
no son el motor de la progresión.
Esta está constituida por una cierta contradicción antiguo/nuevo. Antes bien, en el
segundo, son los problemas aquellos que llevan al progreso científico» (Chevallard, 1991:
76).
El «significante que falta» (en el álgebra lacaniana), «el problema» (en Chevallard) es
aquello que la ciencia trata de tematizar. Es desde allí que trabaja el científico, intentando
capturar algo de lo real y llevarlo a lo simbólico.
Ahora bien, una vez agregado un significante a esa cadena de significantes pertenecientes
a la formación discursiva de la que se trate, aparecerá otra falta. Una vez capturado el
objeto, el significante, metonímicamente se desplazará a otro. El «ideal de la ciencia»
consiste en el «deseo de ser ciencia». Dice Milner:
Se trata, efectivamente, de un punto ideal35 —exterior o infinitamente distante— hacia
el que tienden las rectas del plano y que, al mismo tiempo, les pertenece a todas y en el
que nunca se encuentran. (Milner, 1995: 37). A diferencia de la anterior, la «ciencia
ideal»: [...] ‘encarna’ de manera variable, el ideal de la ciencia: determinación
estrictamente imaginaria, requerida para que las representaciones sean posibles. (Milner,
1995: 37).
La disyunción-conjunción del ideal de la ciencia con la ciencia ideal fue introducida por
Lacan en los Cahiers pour l´Analyse, n.º 9. Como plantea Milner, se deduce fácilmente
los efectos de espejismo que opera el nombre de ciencia. Estos «existen, deben ser
disipados, pero la ciencia no se reduce a ellos» (Milner, 1995: 73).
Con respecto a la expresión «deseo de ser una ciencia», Milner (1989) deja entrever
aquello esencial del «deseo» según Lacan: ...el deseo es siempre el deseo de alguna otra
cosa puesto que es imposible desear lo que uno ya tiene. El objeto de deseo es
continuamente pospuesto, por lo cual el deseo es una metonimia.
Además surge siempre en el campo de Otro, es decir, en el inconsciente. De lo que se
desprende que el deseo es un producto social. Hay un solo objeto de deseo, el objeto a
representado por una variedad de objetos parciales. El objeto a no es el objeto hacia el
que tiende el deseo, sino la causa del deseo. Una de las formulaciones más reiteradas de
Lacan es que «el deseo humano es el deseo del Otro». (Lacan, 1964: 235).
Dicha formulación puede entenderse en Lacan siguiendo a Hegel vía Kojéve, quien dice:
El deseo es humano solamente si uno desea, no el cuerpo, sino el deseo del otro. En otras
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palabras todo deseo humano, antropogénico [...] es como en última instancia una función
del deseo de reconocimiento. (Kojéve, 1947: 12).
Lacan agrega que «el objeto de deseo humano [...] es esencialmente un objeto deseado
por algún otro» (Lacan, 1964: 211). Podemos entonces suponer que el «deseo de ser
ciencia» implica, por un lado, las representaciones posibles de la ciencia ideal (ilusión
imaginaria) y lo que debe ser una ciencia según los rasgos de una ciencia ya constituida
en el momento en que se habla y, por otro lado, que el objeto de deseo será siempre
pospuesto, es parcial y social. La causa de ese deseo está en relación con la falta y nunca
puede alcanzarse. Su estatuto tiene connotaciones de lo real sin perder nunca su estatuto
imaginario y además es ese resto el remanente que deja detrás de él la introducción de lo
simbólico en lo real. El desplazamiento ha respondido siempre a una abstracción
epistémica y dicho desplazamiento consiste en la satisfacción de ese deseo de ser ciencia.
Además, la ciencia se caracteriza por una particular relación con el saber, en cuanto tiene
como fundamento la exclusión de cualquier acceso a ese saber por medio de la intuición.
Por lo tanto, exige que toda búsqueda de saber siga solo el camino de la razón.
Pero, como argumenta Lacan: ...el saber es un enigma. Ese enigma no es presentificado
por el inconsciente tal como se reveló en el discurso analítico. Se enuncia así: para el ser
que habla, el saber es lo que se articula. [...] Solo hay una cosa clara: el lenguaje no es
más que lo que el discurso científico elabora para dar cuenta de lo que yo llamo la lengua.
(Lacan, 1972-73: 166).
Por otra parte, Lacan sostiene que la ciencia se caracteriza por una relación particular con
la verdad.36 Por un lado, la ciencia trata de monopolizar la verdad como su propiedad
exclusiva, por otro lado, la ciencia se basa en realidad en una forclusión del concepto de
la verdad como causa (Lacan, 1966).
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momento histórico, el currículum, ‘se mueve’; si, regularmente, absorbe los flujos de
saber venidos del exterior (y entonces la integración aprobada se acompaña
frecuentemente de la creación endógena de objetos de saber ‘secundarios’ y de
interrelaciones específicas constitutivas de asociaciones inéditas), es que entre el saber
enseñado y el saber ‘laico’ que se reclama, conviene que la distancia sea bastante corta.
Conviene, en otros términos, que el saber enseñado y el saber al que le sirve, de alguna
manera, de garantía epistemológica a la mirada de la sociedad, se parezca bastante. Una
primera pregunta puede venir al espíritu: ¿por qué esa distancia debe ser tan pequeña? La
respuesta se condensa en una fórmula lapidaria: porque ningún saber enseñado se sabría
autorizarse por él mismo. (Chevallard, 1994: 7, la traducción es de los autores).
En el sistema didáctico existe la creación de un texto de saber y la programación de un
tiempo didáctico. Para desarrollar el programa de adquisición del saber se hace necesaria
la exclusión de los orígenes que dan lugar a ese texto:
La creación de un texto del saber implica la desincretización y la despersonalización. Por
otra parte requiere programar la adquisición del saber (tiempo didáctico). (Chevallard,
1991: 75).
La relación que se establece entre el saber y la duración es un elemento central del proceso
didáctico. Para el autor, dicho proceso existe como interacción de un texto y una duración.
Sostiene que: Al definir el tiempo de la enseñanza en su estructura propia, la dialéctica
entre lo antiguo y lo nuevo, trabajando sobre los saberes textualizados, organiza una
duración didáctica que llegará a ser un modelo de temporalidad dominante en la
representación de las temporalidades (sin embargo) diferentes que coexisten y se
compenetran sin igualarse jamás completamente, en el sistema didáctico. Es el modelo
legalista de una duración progresiva, acumulativa e irreversible. (Chevallard, 1991: 79).
Existe un tiempo diferente al de la enseñanza: el «tiempo de aprendizaje»: El efecto de
esta duración didáctica así instituida no es la creación de un tiempo del aprendizaje
‘isomorfo’ que sería una duplicación subjetiva de cada alumno. (Chevallard, 1991: 79).
En la programación de la adquisición del saber también se produce una exclusión: la de
cada sujeto didáctico y por lo tanto del tiempo subjetivo. Ahora bien, para que se produzca
un «acontecimiento de enseñanza» se requiere que algo de ese saber (enseñado) interpele
al sujeto desde un «tiempo lógico». Pero, ¿cuál es la concepción de sujeto que está
presente dentro de esta teorización?, ¿de qué idea de tiempo se trata? Si bien en el texto
de Chevallard no aparece claramente explicitado, se extrae de la lectura de su trabajo la
influencia del sujeto y del tiempo tal como han sido postulados por el psicoanálisis
(freudiano y lacaniano). Cuando Chevallard propone que:
El tiempo ‘legal’ de la enseñanza tiene como efecto fundamental el de interpelar a cada
‘enseñando concreto’ como ‘sujeto didáctico’. Frente a ese tiempo que se le impone, el
sujeto didáctico postula su subjetividad y su ‘historia’ personal; es interpelado y debe, en
cierto sentido, responder según la estructura de una temporalidad subjetiva particular que
se define en el marco progresivo del tiempo de la enseñanza, sin identificarse de todos
modos con este. (Chevallard, 1991: 79-80).
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Está dando cuenta en forma explícita del sujeto que postula el psicoanálisis. Es decir, no
refiere al sujeto del yo propio de las teorías psicológicas (y por lo tanto de las teorías
didácticas psicologistas).
Este planteamiento es coherente con la línea de trabajo de Chevallard: por una parte,
sostiene una materialidad para la didáctica y lo didáctico dentro del campo del saber y,
por otra parte, requiere —para salirse claramente de las teorías didácticas psicologistas—
alinearse a una concepción fuerte del sujeto, el planteado por el psicoanálisis.
Siguiendo dentro de la misma línea, el autor desarrolla una diferenciación entre el tiempo
de enseñanza y el tiempo de aprendizaje. Entre estos tiempos media la «anticipación».
Además, la diferencia entre el sujeto enseñante y sujeto enseñado está en relación,
precisamente, con el tiempo de saber. En efecto:
La distinción del enseñante y del enseñado se afirma por lo tanto específicamente, no en
relación con el saber sino en relación con el tiempo como tiempo del saber: el despliegue
temporal del saber en el proceso didáctico ubica como tales a enseñante y enseñados, en
un mismo movimiento, en sus posiciones respectivas y sus relaciones específicas con
respecto al antes y al después (con respecto a la anticipación). Ya incluso en ese sentido
se distingue el tiempo de la enseñanza, en el que es esencial la anticipación, y el tiempo
del aprendizaje, en el que se operan ciertos tipos de retroacciones, dado que manifiestan
distintas relaciones con la duración. (Chevallard, 1991: 83).
El tiempo didáctico se instituye por la cronogénesis y es una ficción, dado que el tiempo
de aprendizaje generalmente desmiente ese tiempo didáctico. Esa ficción es necesaria
para el proceso didáctico a un nivel funcional. Así: ...el tiempo de la enseñanza (aparece)
como una ficción que prohíbe desvíos en la duración, tanto si se trata de avances como
de retrasos.
Esta instancia designa una norma dinámica que define el ritmo del avance didáctico y en
la relación con la cual, como ocurre con toda norma, los desvíos (temporales) son
percibidos como simples faltas (retrasos) o son, más radicalmente, escotomizados.
(Chevallard: 1991: 97).
Ahora bien, para dar cuenta del tiempo del enseñado en su estructura particular es
necesario tener presente la topogénesis. Hay «dos regímenes del saber», articulados en
sincronía para permitir el tiempo didáctico legal.
El tiempo de aprendizaje no es simplemente acumulativo, progresivo. Para desarrollar
una idea diferente de entender la temporalidad Chevallard hace uso, en forma explícita,
del concepto freudiano de «posterioridad» y, en forma implícita, de la concepción
temporal desarrollada por Lacan.
El abordaje lacaniano en la cuestión de la temporalidad se caracteriza al menos por tres
innovaciones: «los tiempos lógicos», el énfasis en el «aprèscoup» (retroacción) y en la
«anticipación». Plantea que el tiempo lógico tiene una estructura tripartita que puede
formularse en términos matemáticos, cuyos momentos son: «el instante de la mirada»,
«el tiempo para comprender» y «el momento de concluir». Estos tiempos están
construidos en una lógica basada en una tensión entre aguardar y precipitarse, entre la
160
vacilación y entre la urgencia. El tiempo lógico es: «el tiempo intersubjetivo que
estructura la acción humana» (Lacan, 1945: 75).
En el texto El tiempo lógico y la aserción de certidumbre anticipada, Lacan (1945)
«demostró cómo, en la ingeniosa resolución de una adivinanza, el tiempo podría
incorporarse como una variable lógica más, a la vez que exponía el modo en que los
sujetos son capaces de emprender ciertas acciones que se adelantan a las certezas que
debería ser fundamentos. Más importante que esto último, y con fuertes implicaciones
para cualquier teoría de la enseñanza que se arriesgue a incluir la noción de tiempo lógico
como modelo epistémico, es la confirmación de que un sujeto puede, mediante una
dialéctica entre lo que sabe y lo que no sabe, reconocer algo de sí mismo que le está
vedado, a lo que no puede acceder con los sentidos o que no es directamente deducible
de lo evidente» (Golfarini, 2008: 110-111).
Se agrega, además, que el tiempo puede actuar en sentido inverso, por «retroacción» y
«anticipación». Los acontecimientos presentes afectan al sujeto a posteriori (après-coup)
a los pasados, puesto que el pasado solo existe como un conjunto de recuerdos
constantemente reelaborados. Por su parte la anticipación designa el modo en que el
futuro afecta el presente.
Aquello que sucede en cada sujeto como aprendizaje implica tener presente «la asunción
del problema de la articulación entre muchas temporalidades no isomorfas». La
reelaboración es una necesidad que permite la «construcción misma del saber, más
exactamente a lo que hemos llamado su preconstrucción» (Chevallard, 1991: 102-103).
El estado de preconstrucción existe tanto en la «construcción científica de lo real» como
en la «construcción didáctica del saber y desempeña un papel esencial y específico en la
economía del sistema didáctico» (Chevallard, 1991: 103).
Es más: Mientras que el saber científico […] se traduce tanto en aserciones como en
negaciones. […] lo preconstruido se aleja por lo tanto del saber científico porque depende
absolutamente del contexto, porque es absolutamente no descontextualizable. En la otra
cara de la moneda, a la preconstrucción se opone la algoritmización (como reducción del
saber a algoritmos): en este último caso se produce una ruptura entre enunciados y
situaciones. [...] Entre esas dos figuras extremas del saber (preconstrucción,
algoritmización), el saber científico se plantea como dominio de la dialéctica entre
enunciados y situaciones (dialéctica que supone a su vez la independización de los
enunciados en relación con las situaciones, lo que la opone al estatuto de la
preconstrucción, y el establecimiento de relación pertinente de los enunciados y de las
situaciones, lo que la opone a la algoritmización). Pero es preciso insistir de todos modos
sobre el hecho esencial de que, en un momento dado, cualquier saber científico funciona
sobre un estatuto profundo de preconstrucción. (Chevallard, 1991: 106-107).
El saber tratado en «preconstrucción» es un saber frágil porque depende del contexto de
situación, no tolera la variación. Chevallard entiende que, para acceder a un estatuto que
le permita ser parte de una actividad teórica en la que pueda ser puesto en discusión, será
necesario que el saber sea retomado, refundado, construido, sin que por ello lo
preconstruido deje de existir en nuestro saber.
161
El autor argumenta: Lo preconstruido es la manifestación —eventualmente arcaizante—
del pasado (de nuestro saber pasado) en el seno del presente. La estructura necesaria del
saber desmiente la ficción de una duración simplemente progresiva del tiempo de la
construcción del saber. (Chevallard, 1991: 110).
Finalmente, ¿cuáles son los lugares que ocupan el enseñante y el enseñado? Chevallard
señala que:
Si aceptamos, provisionalmente, la idea de que la grieta temporal del retraso, siempre
ahondada, tiende siempre a ser rellenada y que, en lo que respecta a conocimientos
anteriormente enseñados, el alumno puede saber tanto como el maestro (que, por
definición, posee un saber adicional en espera de ser enseñado), el maestro se distingue
igualmente del alumno en cuanto al eje temporal de la relación didáctica, porque es capaz
de anticipar: el alumno puede dominar perfectamente el pasado —admitámoslo, al menos
por un instante— pero solo el maestro puede dominar el futuro. El enseñado puede
aprender; el enseñante puede saber lo que el enseñado puede aprender. Cuando se
establece una relación de enseñanza, el profesor no solo se constituye en un ‘supuesto
saber’ sino también en un ‘supuesto anticipar’. (Chevallard, 1991: 82).
Plantea una manera innovadora de describir aquello que sucede en la relación de
enseñanza. Como condición para que se produzca un acontecimiento de enseñanza38 el
enseñante deberá ocupar el lugar de «supuesto saber»39 («supuesto anticipar»). Vale
decir que es necesario que el enseñante mantenga siempre el «lugar del que sabe antes,
del que ya sabe, del que sabe más», es quien debe sorprender constantemente al enseñado.
Esta diferenciación de lugares (topogénesis) le permite conducir la cronogénesis del
saber.
La situación de avance cronológico está constantemente destruida por el aprendizaje y
reconstruida por la enseñanza:
Enseñante y enseñado ocupan distintas posiciones en relación con la dinámica de la
duración didáctica: difieren en sus relaciones respectivas con la diacronía del sistema
didáctico, con lo que podemos denominar la cronogénesis. Pero también difieren según
otras modalidades: según sus lugares respectivos en relación con el saber en construcción,
en relación con lo que podemos llamar la topogénesis del saber, en la sincronía del sistema
didáctico. (Chevallard, 1991: 83).
Situar al saber que está en juego como elemento tercero ordena lugares, a la vez que se
presenta en su dimensión de objeto. Esta radical asimetría de posiciones implica
relaciones entre esos tres elementos. Es ese aspecto de la enseñanza que tiene que ver con
el lugar del que enseña como lugar transferencial y surge de la relación que se instaura
entre los sujetos con el saber.
Para que se produzca algún saber resulta necesario dar lugar a una falta en saber, a que el
sujeto enseñado sea interpelado en su subjetividad desde un tiempo lógico. Para el sujeto
no hay posibilidad de colmar la falta y dicha falta es la que anima el deseo. Lacan (1960-
61) en el Seminario La transferencia subraya la relación de la angustia con el deseo. La
angustia es un modo de sostener el deseo cuando el objeto está ausente y, a la inversa, el
deseo es un remedio para la angustia, algo más fácil de soportar que la angustia misma.
En el Seminario sobre La angustia (Lacan, 1962-63) planea que esta es un afecto y que
162
además es el único afecto que está más allá de toda duda, es un afecto que no engaña.
Sostiene que la angustia no es sin objeto. De hecho, involucra un tipo distinto de objeto,
un objeto que no puede simbolizarse del mismo modo que todos los otros. Este objeto es
el objeto causa de deseo.
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164
Thomas Kuhn y la educación científica
Pablo Melogno
5.1. Introducción
La obra de Thomas Kuhn en filosofía de la ciencia es sobradamente conocida a partir de
la publicación, en 1962, de La estructura de las revoluciones científicas (ERC). Su
impacto ha sido significativo dentro y fuera de los estudios disciplinares sobre la ciencia,
al punto que Kuhn puede ser considerado uno de los pensadores más relevantes del siglo
pasado, prolongando hasta hoy su influencia. Esto no deja de resultar curioso, ya que su
obra no solo es una indagación restringida al conocimiento científico, sino en cuanto se
centra casi totalmente en las ciencias naturales y, específicamente, en algunos episodios
clásicos de su historia, como la revolución copernicana, la revolución newtoniana, el
surgimiento de la química moderna o el advenimiento de la mecánica cuántica. En lo que
hace a sus aspectos más bien filosóficos, puede decirse que el pensamiento de Kuhn se
orientó hacia problemas de ontología, racionalidad, relativismo y filosofía del lenguaje,
trasuntados en la formulación de la tesis de la inconmensurabilidad y que, exceptuando
algunas conexiones con la lingüística, remiten en todos los casos a problemas específicos
del campo de la filosofía.
Sin embargo, con el transcurrir de la segunda mitad del siglo XX la popularidad de la
figura filosófica de Kuhn fue aumentando exponencialmente, de modo que conceptos
como paradigma, inconmensurabilidad o revolución científica comenzaron a ser
trasladados desde el marco kuhniano hacia otros ámbitos para los que no habían sido
concebidos originalmente: desde la sociología, el psicoanálisis, la antropología, la historia
del arte, la lingüística y hasta el marxismo, cada vez se hizo más frecuente la tendencia a
considerar los enfrentamientos entre corrientes teóricas o sus procesos de definición en
términos de paradigmas y revoluciones científicas. Puede decirse que el marco kuhniano
resultó, a ojos de los científicos sociales, más prometedor que sus antecesores
neopositivistas y popperianos (Gómez Rodríguez, 1997).
El ámbito de las ciencias de la educación, con sus características específicas de campo en
construcción, atravesado por interrelaciones contingentes y a veces difusas con
disciplinas aledañas, no escapó a este fuerte proceso de kuhnificación experimentado
quizás en la mayoría de las ciencias sociales.La elucidación de las relaciones entre la obra
de Kuhn y el campo de las ciencias de la educación puede analizarse en dos niveles
categoriales diferentes, que, aunque están relacionados, mantienen cierta independencia.
Por un lado, a nivel teórico, resulta pertinente indagar qué es lo que puede decirse acerca
de la educación desde la perspectiva kuhniana. Esto en cuanto la filosofía de la ciencia
desarrollada por Kuhn incluye una concepción definida acerca de las características
fundamentales de la educación científica. Segundo, y a nivel metateórico o de filosofía
de la ciencia, resulta legítimo indagar qué puede decirse acerca de las ciencias de la
educación como disciplina o campo disciplinar desde la perspectiva de Kuhn, en cuanto
si bien la filosofía kuhniana está originariamente diseñada para conceptualizar sistemas
de ciencias naturales, el mismo Kuhn proporciona en su obra indicios para el tratamiento
de teorías de ciencias sociales. La presente contribución se enfocará en el primero de estos
dos aspectos, en principio porque la caracterización kuhniana de la educación científica
165
conforma una dimensión por demás interesante para discutir a Kuhn en el ámbito de las
ciencias de la educación y, en segundo término, porque se buscará mostrar cómo su visión
acerca de la educación científica desempeña en su obra un papel más importante del que
usualmente se le ha atribuido.
166
Este proceso de reorganización perceptual lleva a Kuhn a sostener que luego de ocurrido
un cambio de paradigma los científicos trabajan en un nuevo mundo. No se trata de que
quienes trabajan en paradigmas rivales interpretan los mismos datos y objetos desde
perspectivas diferentes, sino que difieren en las formas de recolectar y organizar los datos
que consideran relevantes, por lo que a fin de cuentas difieren respecto a qué objetos
existen en el mundo. Así es como cada paradigma da forma a un mundo conjuntamente
determinada por la naturaleza y por el paradigma (Kuhn, 1962: 196).
El hecho de que cada paradigma conlleva un modo propio de organización de la
experiencia, sumado a la idea de que los cambios conceptuales en ciencia pueden
explicarse como cambios de organización gestáltica, llevó a Kuhn a pensar que el ingreso
y la pertenencia a una comunidad científica se basan en un sostenido proceso de
adiestramiento de la percepción, por lo que asignará a la educación científica un papel
fundamental en esta función adiestradora. Y esto se hace necesario en cuanto el proceso
de compaginación de un paradigma con la naturaleza no es automático ni espontáneo,
sino que está severamente restringido al encuadre ontológico —qué objetos existen en el
mundo— y metodológico —mediante qué procedimientos se accede a su conocimiento—
involucrado en el paradigma.
Dice Kuhn: La ciencia no se ocupa de todas las manipulaciones posibles de laboratorio.
En lugar de ello, selecciona las pertinentes para la yuxtaposición de un paradigma con la
experiencia inmediata que parcialmente ha determinado el paradigma. (Kuhn, 1962: 198).
En cada paradigma se opera un proceso de discriminación de datos, aparatos, operaciones
e instancias de laboratorio que tienen por objetivo sistematizar el proceso de
familiarización del científico con el paradigma. En función de esto cabe preguntarse,
¿cuál es el tipo de educación más funcional a esta imagen de la ciencia?, ¿cómo debe
organizarse la instrucción científica si su objetivo es una inserción funcional al
paradigma? Las consideraciones de Kuhn sobre la educación científica responden en
buena medida a la interrogante acerca de cómo aprende un científico a ver el mundo desde
un paradigma determinado y, en esta línea, señala que el científico no estructura su
percepción analíticamente, sino que lo hace de modo holístico estableciendo
interrelaciones que configuran una visión global de su campo disciplinar: «los seguidores
de Copérnico que le negaban al Sol su título tradicional de ‘planeta’, no meramente
estaban aprendiendo el significado del término ‘planeta’ o lo qué era el Sol, sino que en
lugar de ello, estaban cambiando el significado de ‘planeta’ para poder continuar haciendo
distinciones útiles en un mundo en el que todos los cuerpos celestes, no solo el Sol,
estaban siendo vistos de manera diferente a como se veían antes» (Kuhn, 1962: 201).
Cabe pensar que esta caracterización de los procesos formativos de los científicos resulta
estratégica para una postura como la de Kuhn, ya que solo una explicación satisfactoria
de los procesos de socialización del conocimiento dados a la interna de las comunidades
científicas permite explicar el apego de los científicos a sus paradigmas y la forma
irrestricta en que el marco paradigmático determina los límites de la experiencia.
167
5.3. La educación de los científicos normales: deshistorización y deformación
ideológica
Mediante la tesis de la invisibilidad de las revoluciones científicas, Kuhn establece que al
culminar una revolución se genera una narración imaginaria del proceso histórico de
construcción e imposición del paradigma triunfante. Esta narración es imaginaria en
cuanto no refleja la práctica científica real, siendo sus principales vehículos de difusión e
inculcación los libros científicos de texto, las obras de divulgación científica y las teorías
filosóficas de la ciencia (Kuhn, 1962: 213). En estos tres niveles —enseñanza,
divulgación, teoría filosófica—, se registran los resultados de las revoluciones pasadas
que permanecen aceptados bajo los paradigmas actuales y se los presenta como las bases
sobre las que estos fueron construidos. Es hasta cierto punto inevitable que luego de una
revolución los libros de texto se reescriban en función de las reglas del nuevo paradigma;
pero lo interesante es que para Kuhn este proceso de reescritura se lleva a cabo —tanto
en aspectos conceptuales como históricos—con un significativo monto de deformación
de contenidos.
Para especificar esto Kuhn señala que una de las principales funciones de los textos es la
deshistorización de los contenidos. En principio, los libros de texto se encargan de ocultar
los aspectos del pasado de la disciplina no compatibles con la ciencia actual. Un
estudiante de astronomía puede tener una imagen vivaz de Copérnico como
revolucionario impulsor del sistema heliocéntrico, pero seguramente no tenga presente
que para Copérnico las órbitas de los planetas tenían forma circular y el universo era una
esfera finita que tenía su límite último algo más allá de la órbita de Saturno. Ambas
hipótesis no están dentro de los aportes de Copérnico a la ciencia actual, por lo que quedan
excluidas de la reconstrucción imaginaria de su figura histórica.
Asimismo, los libros de texto incluyen una introducción histórica a la disciplina y sus
héroes, despertando en los aspirantes y en los miembros de la comunidad el sentimiento
de pertenencia a una tradición prolongada en el tiempo. Pero Kuhn es terminante en
cuanto a que «la tradición derivada de los libros de texto, en la que los científicos llegan
a sentirse participantes, nunca existió efectivamente» (Kuhn, 1962, 215). Este doble
movimiento de selección y distorsión operado en la literatura instala en el científico
normal —el que trabaja dentro de un paradigma— el espejismo de una continuidad
conceptual y metodológica entre la ciencia del presente y la del pasado, generando la
ilusión de que los científicos de antaño trabajaron en el mismo campo de problemas, con
el mismo lenguaje y los mismos procedimientos que los actuales; de este modo ocurre el
proceso de invisibilización de la revolución.
Si desde la perspectiva presente, el desarrollo de la ciencia es un seguro avance hacia la
obtención de conocimiento cada vez más fiable, que suprime errores a medida que la
tradición se perfecciona, lo más elevado de la ciencia son los resultados que ha obtenido
y no lo que hubo que dejar atrás para obtenerlos. La instrucción del hipotético estudiante
de astronomía debería incluir las leyes de Kepler en el marco newtoniano en el que las
aceptamos actualmente, pero debe excluir de modo intransigente el misticismo pitagórico
de Kepler o su habilidad para las predicciones astrológicas. Esto porque: La depreciación
de los hechos históricos se encuentra incluida, profunda y es probable que también
168
funcionalmente, en la ideología de la profesión científica, la misma profesión que atribuye
el más elevado de todos los valores a detalles fácticos de otros tipos. (Kuhn, 1962: 216).
En estos términos, sería muy contraintuitivo y acaso poco fértil para la formación de un
científico el descubrir que los problemas relevantes para los paradigmas del pasado fueron
abandonados mucho tiempo atrás, del mismo modo que los problemas relevantes para los
paradigmas actuales lo son desde la generalmente reciente época posrevolucionaria. Lo
que muestra la historia de la práctica científica real es que las teorías no se van ajustando
a hechos que les preexisten, sino que surgen abruptamente de modo simultáneo con los
hechos que las respaldan (Kuhn, 1962: 218-219).
169
científica. En primer término, no abren discusión sobre la clase de problemas que se le
presentan al estudiante, sino que estos le son presentados como los problemas de su
campo por definición (Kuhn, 1963: 351). Para ilustrar este punto puede ser interesante
comparar las ciencias sociales con las naturales. En estas, ciencias maduras para Kuhn,
no tiene sentido ni para los estudiantes ni para los científicos formados, una pregunta del
estilo ¿por qué tratar de resolver estos problemas y no otros? En las ciencias sociales, en
estado aún protocientífico (Kuhn, 1970), la cuestión es diferente, en cuanto el desarrollo
histórico insuficiente del campo habilita el regreso hacia el cuestionamiento de los
problemas a tratar, las herramientas a utilizar, los fundamentos teóricos y una amplia serie
de discusiones sobre temas que exigen la atención y la energía de los científicos sociales,
mientras los científicos naturales los pueden dar por sentados.
En segundo término, los textos cancelan la discusión sobre la variedad de técnicas que se
disponen para solucionar los problemas que se presentan. Incluso cuando hay más de una
técnica de eficacia probada, los libros tienden a seleccionar una o una serie ligada de
técnicas estándar, que dan contenido al aprendizaje.41 La función de los libros de texto
es presentar pares ligados de problemas y soluciones, que proporcionan modelos de cómo
trabajar en la profesión. De este modo, la educación científica resulta dogmática en
cuanto, por una parte, inculca en el estudiante una visión del mundo que es constitutiva
del conocimiento de ese mismo mundo y en esa medida se vuelve incuestionable; y, en
segundo lugar, en cuanto el proceso de inculcación escapa completamente a las
posibilidades de evaluación y escrutinio crítico del estudiante (Kuhn, 1963: 351).
Mientras el estudiante está aprendiendo el paradigma, sus componentes le resultan
esotéricos, en cuanto no está lo suficientemente familiarizado con ellos. Por esta razón
está incapacitado para evaluar lo que solo comprende parcialmente. Pero cuando ha
logrado asimilar completamente el paradigma, los compromisos ontológicos y
metodológicos que lo componen conforman de modo incoercible su visión del mundo y
pautan los términos en que evalúa la legitimidad de un problema o la validez de una
solución. Por esto, luego de que ha aprendido a trabajar en un paradigma, tampoco está
al alcance del científico evaluarlo. La postura kuhniana acerca de la historia de la ciencia
se compromete fuertemente con la idea de que solo en ciertos momentos históricos muy
específicos, como las épocas de crisis y revolución, se dan las condiciones para que los
científicos cuestionen sus códigos y herramientas profesionales de trabajo. Por esto, el
carácter dogmático de la educación científica no es una limitante, sino una condición de
supervivencia y de adaptación funcional de las comunidades a las circunstancias
históricas.
170
En principio no resulta difícil acompañar a Kuhn en la constatación de que los científicos
suelen sentirse partícipes de tradiciones de larga data, identificándose como
pertenecientes a un campo compartido con nombres que a veces se remontan a épocas tan
lejanas como las de Euclides o Galeno. Tampoco es difícil conceder que la pertenencia a
la tradición resulta constitutiva de la identidad comunitaria; la cuestión es bajo qué
condiciones este sentimiento puede ser especificado como ideológico o imaginario. Una
vez que el proceso de deshistorización de los libros de texto proviene según Kuhn, de la
necesidad de generar en el científico un sentimiento de continuidad donde no la hay, el
carácter ideológico y deformante de la educación científica solo es tal si se acepta que la
ruptura de los paradigmas actuales con los pasados es total y que, por lo tanto, el sentido
de pertenencia a una tradición solo puede ser mantenido a través de la deformación
ideológica. Es decir, que la particular función y el alcance que Kuhn le otorga a la
educación científica solo pueden ser aceptados si se admite en todos sus términos la
caracterización kuhniana de las revoluciones científicas y, en última instancia, si se acepta
que las revoluciones constituyen transiciones entre inconmensurables.
En una perspectiva diferente, puede pensarse que el desarrollo de la historia de la ciencia
no es una acumulación lineal de descubrimientos, pero que tampoco es una serie de
rupturas insalvables entre paradigmas que no comparten ningún elemento. De esta forma
puede afirmarse que cuando ocurre un cambio de teoría se descartan grandes porciones
de conocimiento previamente aceptado, sin que por ello se rompa totalmente con
tradiciones preestablecidas o con otros conocimientos previos. A lo largo de la revolución
copernicana la geometría de Euclides permaneció incuestionada, tanto en sus contenidos
como en el estilo de presentación axiomático-deductivo que les es característico.
Copérnico, Galileo o Kepler podían verse justificadamente a sí mismos como
revolucionarios frente a los defensores de la física de Aristóteles o la astronomía de
Ptolomeo, pero igual de justificados estaban en verse como pertenecientes a la misma
tradición de Euclides, Pitágoras o Arquímedes.
Pero si se considera que la ruptura con las tradiciones anteriores no es total, entonces la
necesidad de inculcación ideológica no es tan intensa, ni tampoco lo es el efecto de
deformación ejercido. Por lo que la sensación de pertenencia a una tradición que se
prolonga hacia atrás en el tiempo no es totalmente producto de la deformación ideológica
como pretende Kuhn.
Esto no implica que el sentido de pertenencia a la tradición por parte de los científicos
esté exento de influencia ideológica: muchos matemáticos pueden considerarse
pertenecientes a la misma tradición que Euclides o Pitágoras, no como resultado de un
conocimiento genuino de sus obras, sino de una inculcación imaginaria de sus figuras
heroicas dada a través de la educación científica. Lo que esto implica es que el sentido de
pertenencia a la tradición por parte de los científicos no está completamente desligado de
la práctica científica real, es decir que no es totalmente imaginario si los cambios entre
teorías no suponen rupturas totales.
Asimismo, otro frente de discusión puede abrirse revisando los supuestos y consecuencias
que se derivan de la posición kuhniana frente al funcionamiento de las comunidades
científicas; frente que ha sido abierto en los últimos años de un modo polémico y
sugestivo por Steve Fuller. Fuller postula que la obra de Kuhn reduce la función de la
171
filosofía de la ciencia a la clarificación de las bases conceptuales de los paradigmas
dominantes y su defensa de los ataques provenientes desde el exterior. Una vez que lo
que es buena o mala ciencia y lo que es o no progreso, dependen de un juicio interno de
la comunidad científica que no tiene que rendir cuentas más que a los propios criterios
impuestos desde el paradigma prevalente, se sigue una consecuencia seria: los juicios de
los científicos resultan inapelables (Fuller, 2002).
Así, del mismo modo que las tradiciones educativas no están sujetas al escrutinio crítico
del aprendiz que está expuesto a ellas, la tradición científica en su totalidad tampoco está
sujeta al escrutinio crítico del filósofo, como sí lo estaba —y ampliamente— bajo los
marcos neopositivista y popperiano.
Pero una vez que la filosofía kuhniana de la ciencia asume como premisa metodológica
el no poner en cuestión las actuaciones y decisiones de los científicos, la explicación del
desarrollo histórico de la ciencia termina oficiando como una suerte de legitimación
conceptual a posteriori de las decisiones concretas de las élites científicas. Tal propósito
reconstructivo es una de las principales motivaciones de Kuhn al presentar como
incuestionables los juicios y las estrategias de inculcación educativa de la comunidad
durante la etapa de ciencia normal. Este trabajo de clarificación filosófica, como lo
entiende Fuller, no consiste en otra cosa que en ofrecer justificaciones de las decisiones
tomadas por los científicos de élite al momento de preferir una teoría o de privilegiar el
desarrollo de una línea de investigación por sobre otras. En estos términos, la obra de
Kuhn y su imagen de la educación ofician como una suerte de guardia conceptual del
conservadurismo científico.
Agrega Fuller que para un enfoque como el de Kuhn, si los científicos eligen una teoría
o deciden desarrollar una determinada línea de investigación, compete al filósofo
describir y justificar el devenir histórico de sus decisiones, pero no cuestionarlas.
Cuestionar las decisiones de los científicos implicaría —por parte de la filosofía de la
ciencia— la pretensión de imponer un ideal de ciencia ajeno a los códigos legitimados
por la comunidad científica. La filosofía de la ciencia solo debe poner en cuestión los
fundamentos de la ciencia de su época si posee respaldo histórico para hacerlo: es decir
si —y solo si— se encuentra en una época en la que el debate ya ha sido abierto por los
científicos.
Para Fuller la filosofía kuhniana resulta nociva en cuanto no le asigna a la ciencia otros
fines que los estipulados en la interna de cada paradigma. En su renuncia a establecer la
búsqueda de la verdad como fin de la ciencia, Kuhn sitúa en primer plano la resolución
de rompecabezas considerados significativos dentro del paradigma como objetivo
regulador de la práctica científica (Fuller, 2000). Pero solo sería viable plantear la
cuestión en estos términos si las comunidades científicas pudieran efectivamente
autodeterminarse; si se encontraran totalmente aisladas de elementos políticos,
financieros, industriales, empresariales, militares, etc. Es decir, si el proceso de resolución
de rompecabezas —tanto en lo que concierne a los métodos que se consideran legítimos
para la resolución, como a los rompecabezas que se consideran importantes— estuviera
enteramente en manos de la comunidad y despejado de interferencias extracientíficas.
Lo que se puede entrever justamente a partir de la propuesta de Fuller, es que la forma de
hacer filosofía de la ciencia y de concebir la educación científica desarrollada a partir de
172
Kuhn, implica la asunción de que los juicios y actuaciones de los científicos no están
interferidos por ningún tipo de factor extracientífico, y solo en esa medida resulta
inteligible el carácter inevaluable del proceso de educación científica. Pero si, por el
contrario, se parte de la premisa de que tanto la construcción de las tradiciones científicas
como la orientación de sus contenidos metodológicos y conceptuales no están totalmente
desligadas de factores extracientíficos, puede pensarse que los diferentes aspectos de la
producción de la ciencia no solo no son impasibles de escrutinio crítico, sino que tampoco
deben serlo.
5.6. Conclusión
La caracterización kuhniana de la educación resulta no poco controversial, en cuanto
reivindica el dogmatismo, la reproducción de las tradiciones y la inculcación de un cierto
sentido acrítico a través del entrenamiento educativo. Como se ha esbozado a lo largo de
este trabajo, una postura tal puede ser objetable en alto grado, pero más allá de los
argumentos que puedan presentarse, es prioritario tomar cuenta de que la visión kuhniana
de la educación está sólidamente ensamblada a los conceptos de ciencia normal,
inconmensurabilidad y paradigma expuestos en la ERC, al punto de aparecer por
momentos como una consecuencia inevitable de la caracterización del progreso científico
ofrecida por Kuhn.
Señalar esto resulta de relieve en cuanto el proceso de asimilación del marco teórico
kuhniano a las ciencias de la educación implica visualizar que la obra de Kuhn se
compone de varias dimensiones fuertemente integradas entre sí y nada fáciles de aislar.
Por esto, quien se comprometa con los conceptos de paradigma, inconmensurabilidad o
progreso presentados en la ERC, seguramente deberá comprometerse también con el tipo
de educación conservadora y dogmática que propugna Kuhn o emprender la no fácil tarea
de elucidar bajo qué condiciones conceptuales es posible tomar una parte y renunciar a la
otra.
173
Referencias bibliográficas
BIRD, A. (2000): Thomas Kuhn. Madrid: Tecnos.
CHALMERS, A. (1976): ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Buenos Aires: Siglo
XXI, 1988.
ECHEVERRÍA, J. (1999): Introducción a la metodología de la ciencia. Madrid:
Cátedra.
ENGELS, F. (1876): «Introducción a «La dialéctica de la naturaleza». En Marx, K.;
Engels, F. (1974): Obras escogidas, T. III. Moscú, Progreso, pp. 39-56.
FEYERABEND, P. (1975): «Cómo defender a la sociedad contra la ciencia». En
Hacking, I. (comp.) (1981): Revoluciones científicas. México: FCE, pp. 294-314.
FOUCAULT, M. (1966): Las palabras y las cosas. Buenos Aires: Siglo XXI, 1968.
FULLER, S. (2000): Thomas Kuhn. A philosophical History for our times. Chicago:
The University of Chicago Press.
(2002): Kuhn vs. Popper. The struggle for the soul of science. Australia: Icon.
GÓMEZ RODRÍGUEZ, A. (1997): «Kuhn y las ciencias sociales». Endoxa, 9, pp.
139-166.
174
UNIDAD IV
175
Aportación de la psicología educativa en el ejercicio eficiente de la función docente
en el nivel superior.
1. Descripción de la unidad
Las Ciencias de la Pedagogía se entrelazan para la formación y mejoría de un
sistema de educación eficiente a través de todo el mundo. Entre sus diversas
ciencias está la Psicología Educativa, que viene en auxilio para el estudio de la
pedagogía y su efecto en los estudiantes como seres humanos con el fin de lograr
experiencias de enseñanza-aprendizaje duraderas. Entre las diversas áreas que
estudia la Psicología Educativa en esta unidad encontrarán una descripción del
aporte de la Psicología Educativa en la clasificación e implementación de los
métodos de enseñanza.
La Psicología Educativa divide los métodos de enseñanza en cuatro métodos
lógicos: inductivo, deductivo, analítico y sintético, delimitando también las
estrategias más comunes en cada uno de estos.
2. Competencia a desarrollar
Conoce los cambios que tienen lugar en la psicología educativa y los
desafíos que estos tienen para él, ejercicio de la docencia en el nivel
superior
3. Objetivo a seguir
Formar un criterio más amplio de la función del docente.
Determinar con exactitud el papel del docente y su relación en la
formación de profesionales.
Enseñar a enseñar.
176
INTRODUCCION
Distintas corrientes han dado definiciones diferentes a lo que es la psicología educativa,
para resumir la corriente que en la actualidad recibe mayor aceptación supone que la
Psicología Educativa es una disciplina distinta con sus propias teorías, métodos de
investigación, problemas y técnicas. La Psicología Educativa difiere de las otras ramas
de la Psicología porque tiene como meta principal la comprensión y el mejoramiento de
la educación.
Los psicólogos educativos estudian lo que la gente piensa y hace al enseñar o aprender
un currículo particular en un ambiente especial en el que se pretende que tengan lugar la
educación y capacitación.
Sin embargo es necesario que usted haga esta reflexión antes de iniciar el estudio del
presente capítulo: ¿sirve o no la intervención del conocimiento psicológico en la
educación? Después de todo el aprender y enseñar es de sentido común.
Producto a la investigación psicológica se descubren sistemáticamente nuevas facetas de
lo psíquico y se hace ostensible la multiplicidad y diversidad de sus fenómenos, en cada
una de las esferas de la psicología se recopilan datos especiales que no es posible obtener
en otras esferas.
Por otra parte la psicología cumple una función ideológica, lo que fundamenta su lugar
prominente entre las ciencias que definen la posición ideológica del hombre. Además de
la importancia de la psicología como base de la teoría del conocimiento y de la dialéctica,
hay que señalar el papel significativo que tiene en la formación de valores, sentimientos,
convicciones y de una concepción científica del mundo, así como su papel en la formación
y desarrollo del carácter, de las capacidades y de la personalidad en sentido general.
Es conveniente significar la importancia de la investigación psicológica en la solución de
problemas del modo de vida, por otra parte también capacita para la creación de un clima
adecuado de los distintos colectivos sociales, con la finalidad de poseer un entendimiento
mejor de la vida activa social, la preparación académica permite avanzar en el convivir
humano, si se forma convenientemente al estudiante, cual quiera que sea su condición,
este responderá en forma más efectiva y en parte como resultado de la formación de sus
profesores.
La psicología al estudiar las vías concretas para penetrar en el mundo interior de los
escolares, dota a los pedagogos de un método de estudio del nivel y carácter del sistema
de influencias educativas, ayuda a los profesores a conocer las diferencias individuales
indicándole el camino a seguir en el proceso de formación y desarrollo de la personalidad,
por lo que todo maestro debe estudiar las leyes, principios y regularidades de los
fenómenos psíquicos que quiere dirigir, para actuar de acuerdo con esas leyes y lograr su
objetivo final la formación y desarrollo de la personalidad
El presente texto, tiene como propósito enunciar herramientas pedagógicas que faciliten
la comprensión de enseñanza en estudiantes adultos, no es una materia determinada en la
preparación del profesor o maestro de ninguna de las áreas.
177
Tampoco corresponde a la formación curricular como materia específica del psicólogo,
es más bien la fusión de muchos conocimientos en el área de psicología aplicada la
educación, incentivado por la intención positiva de aportar en algo la compleja formación
que implica ser maestro.
Siendo así los temas considerados han sido estructurados tomando en cuenta las aristas
de reforzamiento necesarias para impartir una mejor enseñanza, sin perder de vista las
diferentes experiencias que el lector como maestro adquiere en sus clases diarias. Las
fuentes de información por considerarlas importantes, algunas son transcritas
textualmente de los diferentes textos de referencia, o de las páginas de Internet que tratan
estos temas, otros son criterios personales en base a mi experiencia, y considerando en
todo siempre la perspectiva psicológica
Posiblemente muchos de los conceptos aquí enunciados sean ya de conocimiento de los
lectores, no se trata de recordar lo adquirido, sino a la sazón desde un punto de vista
holístico, entender de mejor manera nuestra función como instructores y nuestra
responsabilidad como formadores de futuros profesionales:
En el desarrollo del texto se verá temas que permitan al docente crear conceptos
más amplios de su papel como instructor.
Formularse inquietudes de cambios en la actitud de enseñanza y aprendizaje.
Conocer distintas tendencias de enseñanza de acuerdo a métodos actuales.
178
1. TEMA:
EL DOCENTE:
179
4. Control estrategias enseñanza que faciliten el aprendizaje del alumno y lo hagan
emotivamente.
5. Conocimiento personal práctico sobre la enseñanza.
En una línea de pensamiento similar, Gil Carrascosa, Furio y Martínez-Torregrosa (1991)
consideran que la actividad docente, y los procesos mismos de formación del profesorado,
deben plantearse con la intención de generar un conocimiento didáctico o saber
integrador, el cual trascienda el análisis crítico y teórico para llegar a propuestas concretas
y realizables que permitan una trasformación positiva de la actividad docente. El hilo
conductor de este proceso de cambio didáctico es la problemática que genera la práctica
docente y las propias concepciones espontáneas sobre la docencia. Siendo fieles a los
postulados constructivistas en su práctica cotidiana es la plataforma para construir el
conocimiento didáctico integrador al que se hizo referencia anteriormente. En su
propuesta de formación para docentes de ciencias a nivel medio, estos autores parten de
pregunta ¿qué conocimientos deben tener los profesores y qué hacer?, a la cual responden
con los siguientes planteamientos didácticos:
1. Conocer la materia que han de enseñar.
2. Conocer y cuestionar el pensamiento docente espontáneo.
3. Adquirir conocimientos sobre el aprendizaje de las ciencias.
4. Hacer una crítica fundamentada de la enseñanza habitual.
5. Saber preparar actividades.
6. Saber dirigir la actividad de los alumnos.
7. Saber evaluar.
8. Utilizar la investigación e innovación en el campo.
Por lo anterior, es evidente que, tal como opina Maruny (1989), enseñar no es sólo
proporcionar información, sino ayudar a aprender, y para ello el docente debe tener un
buen conocimiento de sus alumnos: cuáles son sus ideas previas, qué son capaces de
aprender en un momento determinado, su estilo de aprendizaje, los motivos intrínsecos y
que los animan o desalientan, sus hábitos de trabajo, las actitudes y valores que
manifiestan frente al estudio concreto de cada tema, etcétera. La clase no puede ser ya
una situación unidireccional, sino interactiva, donde el manejo de la relación con el
alumno y de los alumnos entre sí forme parte de la calidad de la docencia misma (Barrios,
1992)
La metáfora del andamiaje (scaffolding) propuesta por Bruner en los setenta nos permite
explicar la función tutorial que debe cubrir el profesor. Pero la administración y ajuste de
la ayuda pedagógica de parte del docente no es sencilla, no es solo un cambio en la
cantidad de ayuda, sino en su calificación. En ocasiones podrá apoyar los procesos de
atención o de memoria del alumno, en otras intervendrá en la esfera motivacional y
afectiva, o incluso inducirá en el alumno estrategias o procedimientos para un manejo
eficiente de la información.
180
Para que dicho ajuste de la ayuda pedagógica sea eficaz, es necesario que se cubran dos
características (Onrubia, 1993)
a) que el profesor tome en cuenta el conocimiento de partida del alumno,
b) que provoque desafíos y retos abordables que cuestionen y modifiquen dicho
conocimiento. Finalmente, una meta central de la actividad docente es incrementar
competencia, la comprensión y la actuación autónoma de los alumnos.
Cabe señalar que no se puede proporcionar el mismo tipo de ayuda ni intervenir de manera
homogénea e idéntica con todos los alumnos, puesto que una misma intervención del
profesor puede servir de ayuda ajustada en unos casos y en otros no. Es por ello que
Onrubia propone como eje central de la tarea docente una actuación diversificada y
plástica, que acompañe de una reflexión constante de y sobre lo que ocurre en el aula, y
que a la vez se apoye en una planificación CUIDADOSA de la enseñanza.
La función central del docente consiste en orientar y guiar la actividad mental constructiva
de sus alumnos, a quienes proporcionará una ayuda pedagógica ajustada a su
competencia.
Aunque es innegable que el propósito central de la intervención educativa es que los
alumnos se conviertan en aprendices, así como en pensadores críticos y planificadores
activos de su propio aprendizaje, la realidad es que esto sólo será posible si lo permite el
tipo de experiencia interpersonal en que se vea INMERSO EL ALUMNO. Según
Belmont (1989) uno de los roles mas importantes que cubre el Docente es favorecer en el
educando el desarrollo y mantenimiento de una serie de estrategias cognitivas a través de
situaciones de experiencia interpersonal institucional.
No existe una vía única para promover el aprendizaje, es necesario que el docente,
mediante un proceso de reflexión sobre el contexto y características de su clase, decida
que es conveniente hacer en cada caso, considerando:
181
1.2 UN PROFESOR CONSTRUCTIVISTA:
1. Es un mediador entre el conocimiento y el aprendizaje de sus alumnos: comparte
experiencias y saberes en un proceso de negociación o construcción conjunta del
conocimiento.
2. Es un profesional reflexivo que piensa críticamente su práctica, toma decisiones y
soluciona problemas pertinentes al contexto de su clase.
3. Toma conciencia y analiza críticamente sus propias ideas y creencias acerca de la
enseñanza y el aprendizaje, y está dispuesto al cambio.
4. Promueve aprendizajes significativos, que tengan sentido y sean funcionales para los
alumnos.
5. Presta una ayuda pedagógica ajustada a la diversidad de necesidades, intereses y
situaciones en que se involucran sus alumnos.
6. Establece como meta la autonomía y auto dirección del alumno, la cual apoya en un
proceso gradual de transferencia de la responsabilidad y del control de aprendizajes.
7. Se plantea la posibilidad siempre de mantener Feedback de los conocimientos
impartidos.
182
REPRESENTACIÓN Y PENSAMIENTO DIDÁCTICO.
Tomaremos para un enfoque concreto de este tema el pensamiento de Coll y Miras al
respecto:
Si queremos comprender por qué el profesor y los alumnos interactúan de una manera
determinada y se comportan como lo hacen en sus intercambios comunicativos, hemos
de atender no solo a sus manifiestos y observables, sino también a las cogniciones
asociadas a los mismos.
Algunas preguntas cruciales en este sentido son. ¿Cómo concibe el docente el
conocimiento que enseña? ¿Qué papel se concede a sí mismo en relación a la experiencia
del que aprende? ¿Asume siempre el control de aprendizajes o lo deposita gradualmente
en los estudiantes?
En estudios realizados de investigación se obtuvieron resultados no satisfactorios, por
cuanto muchos de los profesores no comienzan o guían su trabajo en función de objetivos
específicos, sino más bien en función del contenido que enseñarán y el lugar donde la
tarea docente se realizará. Así su unidad de planificación es la actividad y no el objetivo.
La formación de un profesor se puede observar desde diferentes puntos de vista, según
algunos autores como Gil, Carrascosa, Furió, Martínez, Torregosa 1991 se articula en:
Los profesores tienen ideas, comportamientos y actitudes sobre los que hay que
conectar cualquier actividad de formación.
Un buen número de dichas creencias y comportamientos sobre la enseñanza son
acríticos, y conforman una docencia de sentido común que al presentar una
resistencia fuerte al cambio se convierte en un obstáculo para renovar la
enseñanza.
Dicha problemática es superable, si se realiza un trabajo docente colectivo,
reflexivo e innovador.
Se manejan muchos aspectos de carácter personal por parte del profesor, apreciaciones
de etnia, cultura y coeficiente intelectual de sus alumnos, en forma antojadiza o criterios
formados en medio de prejuicios establecidos probablemente en base a la nada, para
cambiar el pensamiento concreto de educación debemos empezar por cambiar nuestra
percepción de transmisión de criterios, pensamientos, fortalecer los métodos de
enseñanza, para que por consecuencia tengamos un método propio para impartir nuevos
conocimientos, en miras a objetivos no solo a cumplir con un currículum escolar.
La existencia y relevancia del pensamiento y comportamiento espontáneo del docente de
ciencias encuentran ampliamente documentadas en la literatura psicológica, y ésta es una
cuestión que ha sido tratada por autores tan importantes como Piaget,
Ausubel, Driver, Shuell, Hewson, Esnick,Novak,Gil, entre otros. Algunas de las ideas
espontáneas del docente o docencia del sentido común que revisten interés son:
183
Reducen el aprendizaje de las ciencias a ciertos conocimientos y, a lo sumo,
algunas destrezas, y olvidan aspectos históricos y sociales. Se sienten obligados a
cubrir el programa, pero no a profundizar en los temas.
Consideran que es algo “natural” el fracaso de los estudiantes en las materias
científicas, por una visión fija o prejuicio de las capacidades intelectuales, el sexo
de los alumnos o su extracción social.
Suelen atribuir las actitudes negativas de los estudiantes hacia el conocimiento a
causas externas, ignorando su propio papes.
Paradójicamente, tienen la idea de que enseñar es fácil, cuestión de personalidad,
de sentido común o de encontrar la receta adecuada, y son poco conscientes de la
necesidad de un buen conocimiento de cómo se aprende.
Las ideas que acompañan dicha “docencia del sentido común” no son privativas de los
profesores de ciencias, pues creemos que implican representaciones compartidas por
profesores de las demás áreas curriculares.
Un tema polémico ubicado en este ámbito es el de la representación mutua profesor-
alumno y sus eventuales repercusiones en el proceso de enseñanza –aprendizaje. El
estudio de las llamadas profecías de auto cumplimiento efecto Pigmalión “ (véase las
investigaciones de Rosenthal t Jacobson, en coll y miras, 1990) ha puesto de manifiesto
que las expectativas de los profesores sobre el rendimiento de los alumnos llegan a afectar
de manera significativa o negativamente) el rendimiento académico de éstos.
Aunque tal efecto no es lineal, e intervienen mecanismos complejos y múltiples variables
mediadoras, cuando más motivados, inteligentes, atentos, autónomos, etcétera perciben
los profesores a los alumnos, más esperan de su rendimiento, y consecuencia, a su
actuación como docentes se orientará a conseguir resultados académicos más positivos.
La situación inversa también es factible: cuanto menos capaces, poco inteligentes,
culturalmente desfavorecidos o físicamente limitados perciben los docentes a sus
estudiantes esperarán menos de su rendimiento, o lamentablemente por desgracia en no
pocos casos; se guían por la apariencia física; y esto influirá en la manera en que
conduzcan su labor docente.
Es importante el concepto con el cual el profesor defina al alumno, es tal su influencia
que en ocasiones determina la autoestima del estudiante. El reto actual es como conducir
al profesor a tomar conciencia de dichos aspectos, para que pueda cuestionarlos,
manejarlos propositivamente, y generar alternativas en su práctica profesional.
184
TEMA 2
FORMACIÓN DEL DOCENTE:
Muchos criterios y hasta hipótesis se han vertido en lo que significa la enseñanza eficaz
o eficacia docente. Asimismo se observa que se han abordado principalmente dos
cuestiones: las características personales de los profesores que los hacen eficaces y de la
delimitación de los métodos de enseñanza eficaces.
Se supone que es suficiente entrenar a los profesores en métodos de enseñanza puntuales
o en la adquisición de ciertas conductas y habilidades discretas para cambiar su forma de
enseñar. Sin embargo, en la práctica real la formación de profesores, esta aproximación
presenta varios problemas.
Los principales problemas tanto teóricos como metodológicos que han enfrentado son:
presuponer una estabilidad de rasgos de personalidad con independencia del contexto que
se manifiestan, la multidimensionalidad de los métodos de enseñanza y las dificultades
en su operacionalización; la falta de control de las variables en el escenario natural; la
imposibilidad de conformar grupos de experimentación equivalentes, entre otras (Coll y
Solé, 1990).
En ese sentido resulta prácticamente imposible consensuar, con base a la investigación
educativa, una definición ampliamente aceptada de lo que caracteriza a un buen profesor,
si es que dicha definición se quiere plantear a partir de un listado de conductas, rasgos o
habilidades inconexas.
Los buenos profesores son necesariamente autónomos en la emisión de juicios
profesionales….saben que las ideas y las personas no son de mucha utilidad real hasta
que son dirigidas y convertidas en parte sustancial del propio juicio de los profesores
(Stenhouse, 1975)
Los argumentos anteriores han conducido a una revaloración de lo que ocurre
efectivamente en el salón de clases – “la vida en las aulas”
– como objeto de investigación en el campo de la interacción educativa, de forma
que constituya el punto de partida de todo intento por aportar al profesorado mas
elementos para realizar su tarea docente.
Por lo mismo cuando se entiende la tarea de formar al docente como una cuestión de
dotarlo de teorías psicológicas o pedagógicas, también se incurre en una corriente
reduccionista. De hecho, si en algo a cambiado el campo de formación de profesores en
las últimas décadas, es haber logrado comprender para que los docentes puedan
internalizar las teorías pedagógicas, estas deben ser aprendidas en el contexto donde se
espera que puedan aplicarlas, es decir en el contexto de su clase y en relación con sus
principales tareas como docentes.
185
Diferentes considerandos son puestos en juego en relación de este tema, incluyendo
aquellos que solamente observan al profesor como un técnico de la educación, reduciendo
su campo por lo tanto al simple papel de conocer su materia. A. Díaz Barriga dice: el
profesor deja de ser no solo el centro de la actividad educativa, sino fundamentalmente el
intelectual responsable de la misma, para visualizarlo como un operativo en la línea de
producción escolar.
El rol del profesor en el caso de ente reflexivo no es el de un operario o técnico que aplica
sin más los planes, programas o metodologías pensadas por otros, sino que se convierte
en un profesional reflexivo que rescata su autonomía intelectual.
Pero en realidad también es importante la visión que tenemos de las profesiones, incluida
la profesión de la docencia. Desde una visión sociocultural, una profesión no se define
únicamente por las disciplinas académicas en que se apoya, y el ejercicio de la misma –
en este caso la profesión docente – no se restringe a una aplicación rutinaria de teorías
científicas o de técnicas específicas. Por el contrario una profesión constituye una cultura
o comunidad de practicantes o profesionales de un ámbito particular, quienes comparten
no solo un conocimiento de orden científico, metodológico, técnico, sino creencias,
lenguajes, actitudes, valores, formas prácticas o artesanales de hacer las cosas y, por
supuesto, intereses gremiales determinados. Trasladando lo anterior al campo de la
docencia, podemos decir que un docente experto no es solamente quien sabe mucho de
su disciplina o ha estudiado las teorías educativas o instruccionales en boga, o se ha
entrenado en tecnología educativa. Así el docente experto no es el que sabe más, sino
quien organiza y maneja mejor cualitativamente mejor dicho conocimiento.
Tomado de estrategias docentes para un aprendizaje significativo: Frida Diaz-Barriga
Existen cuatro constantes en la práctica reflexiva propuesta por Schön que hay que tomar
en cuenta al examinar la acción de los profesionales (en este caso de los docentes)
– Los medios, lenguajes y repertorios que emplean los docentes para escribir la
realidad y realizar determinadas acciones.
– Los sistemas de apreciación que emplean para centrar los problemas para la
evaluación y para la conversión reflexiva.
– Las teorías generales que aplican los fenómenos de interés.
– Los roles que sitúan sus tareas a través de los cuales delimitan su medio
institucional.
La reflexión sobre la problemática docente debe estar orientada la generación de un
conocimiento didáctico integrador y de una propuesta para la acción que trascienda el
análisis crítico y teórico.
La interacción docente - alumno se manifiesta en la reflexión de la acción recíproca, pues
el alumno reflexiona acerca de lo que oye decir y ve hacer al docente, así como sobre su
propia ejecución. A su vez el docente se pregunta lo que el estudiante revela en cuanto a
sus conocimientos o dificultades en el aprendizaje, y piensa en las respuestas más
apropiadas para ayudarle mejor. Así el alumno intenta construir y verificar los
significados de lo que ve y oye, ejecuta las prescripciones del docente mediante la
imitación reflexiva, debido al modelado del maestro. El alumno introduce en su ejecución
los principios fundamentales que el docente a demostrado para determinado conocimiento
186
(sea este declarativo, procedimental o valorativo) y en múltiples ocasiones realiza
actividades que le permiten verificar lo que el docente trata de comunicarle.
De este modo la calidad del aprendizaje depende en gran medida de la habilidad del
docente para adaptar su demostración y su descripción a las necesidades cambiantes del
alumno. Para lograr lo anterior se requiere motivar de forma conveniente al alumno y
ofrecerle experiencias educativas pertinentes, estableciéndose una relación de enseñanza
recíproca dinámica y autorreguladora.
De acuerdo con el modelo de formación del práctico reflexivo, si los educadores se
proponen pueden llegar a sistematizar el conocimiento en la acción, y a desarrollar nuevas
formas de comprensión cuando ellos mismos contribuyen a formular interrogantes sobre
la práctica, y recogen sus propios datos para darles respuesta.
187
TEMA 3
CONCEPTO ACTUAL DE EDUCADOR
188
deficientes, etc., y que precisan de preparación específica para realizar una actividad que,
sin duda, es de tipo educativo. Y todo ello por sólo hablar del sistema escolar, porque
luego está todo el mundo de la educación no formal, donde también aparecen
profesionales de la educación. Así podemos denominar como profesionales de la
educación, siguiendo a Touriñan (1990) a aquellos cuya tarea es “intervenir, realizando
las funciones pedagógicas para las que se ha habilitado.
¿Cuál es la diferencia entre un educador profesional y otro que no lo es? La respuesta no
es tan simple como pudiera parecer, pero podríamos afirmar de manera general que por
profesional entendemos aquella persona capaz de realizar unas determinadas tareas,
aplicando conocimientos científicos y técnicos, con las cuales se pueden obtener unos
beneficios económicos.
Cuando se pretende aplicar una serie de características muy específicas para determinar
la profesionalidad en un ámbito concreto, de inmediato surgen los problemas de
definición, especialmente si tales características se vinculan con la profesionalidad
liberal. No obstante, hay una serie de características que definen la profesionalidad en
general y que, con algunas matizaciones, son aplicables al profesorado.
Estas características son (Sarramona, 1998, Noguera y Vera, 1998) 1.- delimitación de un
ámbito propio de actuación.
2.- preparación específica.
3.- compromiso de actualización. 4.- unos ciertos derechos sociales. 5.- autonomía en la
acción.
6.- compromiso deontológico.
189
3.3. AMBIENTE PROPIO DE ACTUACIÓN
Toda profesión acota un determinado campo de actuación en el cual los profesionales se
muestran habilidosos para resolver los problemas allí surgidos. Y aquí ya nos aparece una
primera dificultad de delimitación, puesto que la actuación sobre el ámbito educativo no
es tan fácil de delimitar como en otros terrenos y sobre él confluyen otras instancias y
personas, como ya se ha indicado.
Los fenómenos educativos no son simples, sino complejos; por ello no todos resultan
susceptibles de ser resueltos mediante una actuación técnica. Los profesionales de la
educación resuelven problemas que le son propios mediante sus conocimientos y
habilidades técnicas, pero también han de enfrentarse a dilemas, ante los cuales han de
hacer uso de sus criterios ideológicos y de compromiso social.
Se consideran.
a) Ambitos en que la actuación profesional es preferente, como podría ser la
culturalización básica de los educandos y la evaluación del proceso y de los resultados
educativos logrados en el marco escolar. Se dice “preferente” y no “exclusiva” porque
incluso aquí se necesita la colaboración activa de la familia y del contexto social.
b. Actuaciones en que la responsabilidad es compartida con otras instancias, tal sería el
caso de cuanto hace referencia al terreno de las actitudes y a la toma de decisiones que
afectan al futuro personal de los educandos.
c. Actuaciones donde la responsabilidad es sólo complementaria, porque la intervención
de la escuela como institución educativa es menor y se entra en el terreno de las opciones
más libremente personales: creencias religiosas, organizaciones de tiempo libre,
preferencias, artísticas, o opciones sexuales, etc.
190
Dentro de esa formación específica que caracteriza a toda profesión no se puede olvidar
el tratamiento de las características personales de los candidatos, que en nuestro caso
toman un especial relieve, dada la naturaleza propia de la actividad educativa. Este es un
tema no resuelto en la práctica, puesto que no suele existir ningún sistema de selección
del profesorado en razón de aptitudes personales, aunque no hay duda de la importancia
que éstas tienen en la actuación pedagógica.
La diferencia se macaría desde el inicio en la formación de los educandos, si tan solo se
consideraría el perfil idóneo de los profesores, que a más de sus conocimientos
específicos de la materia que van a impartir, tengan cimientos de crecimiento personal y
trasmisión de valores.
191
3.6. AUTONOMÍA EN LA ACCIÓN
La autonomía de acción para los profesionales se vincula con la tradición de las
profesiones liberales y significa la capacidad para organizar su actividad según los
propios criterios. Esta autonomía, sin embargo, queda seriamente afectada cuando el
profesional es un asalariado que sigue directrices de quien depende de forma contractual.
El docente es celoso de este principio de autonomía, puesto que ve su actividad como
exclusivamente propia, de modo que “una intromisión” ya sea de la burocracia cultural,
de la opinión pública local o de los padres de familia le parece algo ajeno a la materia, tal
como señala Luhmann (1993, p.65), y este mismo autor añada que “incluso las reformas
curriculares actualmente parecen caer en esa zona de rechazo, este glacis de la autonomía
profesional” (ibidem).
Sin duda la profesión de educador precisa de autonomía de acción, entre otras razones
por la naturaleza misma de la actividad de que se trata, puesto que los conocimientos y
habilidades no son únicos y cabe optar en cada caso por la mejor estrategia de acción en
función de las circunstancias.
Dentro de este marco legal y de respeto a los derechos de los restantes integrantes de la
comunidad educativa, la necesaria libertad de acción que la práctica organizativa le
reconoce al profesorado tendrá como límite la propia deontología profesional y el estado
del desarrollo científico y técnico de la profesión, además de la experiencia y reflexión
personales.
192
general de las tareas que corresponden al profesorado son las de un profesional de la
educación que actúa sobre un grupo de alumnos en el marco de la institución escolar, la
cual a su vez interactúa con el medio social que lo envuelve. La diferencia básica entre el
profesorado y otros colectivos de profesionales de la educación es que tiene
responsabilidad directa en la instrucción cultural de sus alumnos, lo que comporta ejercer
las tareas docentes; pero volvemos a insistir en que la docencia, la tarea de enseñar, es
solo una de las necesarias para conseguir la educación integral de los educandos.
Las funciones más propiamente didácticas se inician con la planificación curricular, esto
es, la anticipación de las actividades que se llevarán a cabo con los alumnos en razón a
las prescripciones administrativas del currículo, más las adaptaciones que el propio
docente deberá llevar a cabo en razón de los alumnos concretos y el contexto social que
envuelve al centro. Se considera la realidad del propio centro y se debe realizar su
aplicación como siguiente paso.
Aunque la moderna pedagogía insiste en el papel activo que corresponde al alumno en el
aprendizaje escolar, rechazando que deba limitarse a escuchar y asimilar cuanto le viene
dado, no hay duda de al importancia decisiva que para el aprendizaje tiene el rol del
docente, a quien sigue correspondiendo la tarea fundamental de planificación y diseño de
las situaciones de aprendizaje, sin olvidar la ayuda especial a quienes tienen dificultades.
Dentro de la planificación y actuación didácticas merece una actuación específica la
evaluación. Gracias a la evaluación se podrá reconducir el proceso siempre que convenga,
y se identificará las posibles dificultades que encuentran los alumnos para luego ser
atendidas.
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TEMA 4
APRENDIZAJE EN ADULTOS
Cuando escuchamos la palabra aprendizaje casi todos pensamos en estudiar, en la escuela
y en las materias o destrezas que queremos dominar, como inglés, química, electrónica o
karate. Pero no solo aprendemos en la escuela, sino que lo hacemos cada día en nuestra
vida.
Casi todos en las diferentes etapas aprendemos lo que necesitamos, y cada cierto tiempo
aprendemos cosas nuevas que nos permitan compartir los momentos actuales con nueva
tecnología, y estar a la moda, las nuevas tendencias obligan a repetir acciones y las
ordenes repetidas en un ejercicio lo perfeccionan.
Por lo tanto cabe preguntarnos: ¿en qué consiste el poderoso proceso del aprendizaje?
194
4.2 EL CONDICIONAMIENTO CLÁSICO: ¿SE APLICA EN LA
EDUCACIÓN?
El condicionamiento clásico se concentra en el aprendizaje de respuestas fisiológicas o
emocionales involuntarias, como el temor, el incremento del ritmo cardíaco, la salivación
o la sudoración, que también se denominan respondientes porque son respuestas
automáticas a ciertos estímulos. Gracias al proceso de condicionamiento clásico es
posible entrenar a seres humanos y animales para reaccionar involuntariamente ante un
estímulo que no tenía efecto en ellos o que si lo tenía, era muy diferente, el estímulo llega
a provocar la respuesta de manera automática.
El condicionamiento clásico fue descubierto en la década de los veinte por el fisiólogo
ruso Iván Pavlov. En su laboratorio Pavlov se hallaba fastidiado por una serie de
contrariedades en sus experimentos sobre el sistema digestivo de los perros. Quería
determinar cuánto le tomaba al perro secretar jugos digestivos después de haber sido
alimentado, pero los intervalos seguían cambiando. Al principio los perros salivaban de
la manera esperada ser alimentados, luego empezaban a salivar en cuanto veían la comida,
y al final lo hacían en cuanto veían al científico entrar en la habitación. Las batas blancas
de los experimentadores y el ruido de sus pasos provocaban la salivación. Pavlov decidió
hacer un cambio en sus experimentos originales para examinar esas interferencias
inesperadas.
En uno de sus primeros experimentos, Pavlov comenzó por hacer sonar un diapasón y
registrar la respuesta del perro. Tal como esperaba, no había salivación, lo que indicaba
que en este punto del experimento el sonido del diapasón era un estímulo neutral.
Enseguida alimento al perro, que respondió salivando, la comida era un estímulo
incondicionado, porque no fue necesario ningún entrenamiento o “condicionamiento”
para establecer la condición natural entre el alimento y la salivación, que era a su vez una
respuesta incondicionada que ocurría automáticamente, sin necesidad de
condicionamiento.
Con estos tres elementos, la comida, la salivación y el diapasón Pavlov demostró que es
posible condicionar a un perro a la salivación con el sonido del diapasón. Lo logró por el
apareamiento contiguo del sonido con la comida. El sonido se había convertido en
estímulo condicionado que podía producir por si mismo la salivación, que ahora era una
respuesta condicionada.
A continuación considere estos términos en su estudio:
– Estímulo condicionado: estímulo que después del condicionamiento provoca una
respuesta emocional o fisiológica.
– Respuesta condicionada. Respuesta aprendida ante un estímulo originalmente
neutral.
– Generalización. Acto de responder de la misma manera a estímulos similares.
– Discriminación. Acto de responder diferencialmente a estímulos parecidos pero
no idénticos.
– Extinción. Desaparición gradual de una respuesta aprendida.
– Operantes. Conductas voluntarias y por lo general dirigidas a metas exhibidas por
una persona o un animal.
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– Condicionamiento operante. Aprendizaje en que una conducta voluntaria es
fortalecida o debilitada por sus consecuencias o antecedentes.
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- Aprender para ser. Alcanzar un adecuado desarrollo personal.
- Aprender para vivir en comunidad. Adquirir una educación cívico- social suficiente para
su actuación social.
- Aprender para hacer. Disponer de una formación técnico- profesional que le permita su
integración y desarrollo laboral
ESCOLARES ADULTOS
- Grupo homogéneo en edad, intereses y - Grupo heterogéneo en edad,
expectativas.
intereses y aspiraciones
- Motivación para el estudio - Motivación para el estudio intensa,
débil, incentivada e intermitente espontánea y persistente.
- Cierta indiferencia por los resultados. - Mucha preocupación por los resultados.
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- Cierta irresponsabilidad, necesidad de - Autorresponsabilidad y sentimientos de
sanción externa. culpa.
- Pocas exigencias del medio social. - Altas exigencias del medio social y
Protección de la familia. laboral. Necesidad de satisfacer gran
número de expectativas.
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Referencias Bibliográficas:
1. ESTRATEGIAS DOCENTES PARA UN APRENDIZAJE SIGNIFICATIVO.
2. Frida Díaz- Barriga Arceo, Gerardo Hernández Rojas. Editorial Mc Graw Hill
2da edición.
3. PSICOLOGÍA EDUCATIVA: Anita Woolfolk . Editorial Pearson Prentice Hall.
Séptima edición.
4. TEORIA DE LA EDUCACIÓN: REFLEXION Y NORMATIVA PEDAGÓGICA
5. Juan Sarramona, Editorial Ariel Educación- Barcelona. Primera edición
6. ORIENTACIÓN EDUCATIVA E INTERVENCIÓN PSICOPEDAGÓGICA:
7. Santana Vega Lidia E. Editorial Psicología Pirámide. Segunda edic ión.
8. COMO ENSEÑAR A PENSAR: Raths L. E. y otros. Editorial Paidos Studio.
Décima reimpresión.
9. Bruner, J., Acción, pensamiento y lenguaje, Alianza, Madrid, 1986.
10. AUSUBEL-NOVAK-HANESIAN (1983)
11. Psicología Educativa: Un punto de vista cognoscitivo .2° Ed.TRILLAS México
12. AHUAMADA GUERRA Waldo (1983)
13. Mapas Conceptuales Como Instrumento para Investigar a Estructura Cognitiva
en Física. Disertación de Maestría Inédita.Instituto de Física Universidad federal
de Río Grande Do Sul Sao Paulo
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