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COVIDIOTEZ inversa

(o las neo dictaduras de la salud)

Hace meses que repica la condena social tal y como se había hecho
a mediados de los 80: quien lleva a cabo una “conducta de riesgo” merece
aquello que le ocurra.
Y como siempre, si algo tiene la historia es su recurrencia sobre todo
si no se trabaja demasiado, me atreví a contestarle a un supuesto
imaginario que de por sí existe casi como una media estadística dentro de
cada quien, siempre canalizado por un teclado, una red social o una ironía
al oído, un susurro procaz de quien esgrime el pleno derecho a ejercer su
propia forma dictatorial de la salud.
Si esa voz pusiera en cuestión nuestra labor como agentes de
prevención de salud, entonces debiéramos en primer lugar hacer callar la
nuestra propia, que a veces se asienta en nuestra propia percepción de
esas contradicciones tan genuinas y posmodernas: “¿ ustedes
promueven la salud y andan en fiestas donde nadie usa cubrebocas?”

NO SOMOS POLICÍAS DEL BUEN COMPORTAMIENTO

Mientras en nuestra conducta visible no seamos la expresión de la


contradicción social en torno al cuidado de la salud, estamos a salvo de esa
primera crítica. Nuestra función no es decirle a la gente lo que debe
hacer, sino darle las herramientas (cognitivas, afectivas y reales) para que
el propio sujeto construya su estrategia de prevención y evalúe el riesgo. Es
lógico que luego de tantos años de educación positivista la demanda sea
precisamente mandar a la esquina del salón al “niño mal portado”.

NO ES VÁLIDO COMPARAR, PERO…

“Claro, se quieren cuidar del SIDA, pero ¿y del COVID?”


Ante la férrea insistencia de los/as dictadores/as domésticos/as de la
salud, la innecesaria comparación se vuelve posible:

1.- El VIH es MORTAL si no se trata. Acá no hay “grupos de riesgo” en


término de condiciones previas, si no se trata no hay chances.
2.- El VIH empezó diferente que el COVID, porque conllevó a la
discriminación y segregación de todo un colectivo que hasta hoy día sigue
marcado por el empeño de los colectivos mayoritarios de endilgar las
“buenas prácticas sexuales” tales como la “abstinencia” como forma de
disciplinar y castigar en el mayor sentido foucaultiano. Con el COVID se ha
resguardado hasta el Papa, incluso se ha escuchado decir “cuidemos a
nuestros abuelos”. En los inicios de la pandemia del VIH imaginémonos lo
que hubiera significado escuchar “cuidemos a nuestros gays”. Lo
verdaderamente triste, es que suena ridículo.
3.- El COVID, tiene VACUNA. Para el VIH hay alguna probabilidad (no
terapéutica) y tenemos la PrEP. Pero en sí, no la hay.
4.- El tratamiento para el VIH es de POR VIDA. Para el COVID hay
tratamiento paliativo pero en caso de no haber mayores complicaciones
en pocos días se puede volver a la vida normal.
5.- El VIH se mantiene ASINTOMÁTICO por años antes de manifestar los
estragos al sistema inmune y ahí radica su mayor peligrosidad en términos
epidemiológicos e individuales, porque la detección temprana es esencial,
ya sea para cortar la cadena de infecciones, ya sea para contar con el
tratamiento adecuado que permita tener una vida normal.
6.- El CONDÓN, es el CUBREBOCAS en términos preventivos, con la
salvedad que ambos no están asociados a los mismos contextos. Ir al
supermercado, subir a un camión o entrar a un restaurante no se
encuentran estigmatizados o invisibilizados como un encuentro sexual. A
menudo la cultura pone un velo y el silencio conspira con todas las ITS
para que puedan mantenerse incluso en la vida adulta.
7.- El COVID no supone una marginación social, puesto que recuperarse
del tránsito de la fase aguda no conlleva a la pérdida de un trabajo, por
ejemplo . No pasa lo mismo con la infección por VIH: en la primera al
sobreviviente se lo acoge, en la segunda se lo segrega, se le teme.
8.- El COVID se percibe como una amenaza colectiva, general, le puede
pasar a cualquiera. El VIH, en cambio, es remarcado por la asociación
directa con la realización de una conducta plausible de ser sancionada
moralmente.
9.- Por último, y en relación a este último punto, no existe en relación al
COVID una institución que se apropie de un discurso hegemónico en
torno a una práctica en lo específico (salvo el mercado, pero es elemento
de otra discusión); las prácticas sexuales siempre han sido disputadas por
las religiones y los patrones morales culturales.

MISIÓN, VISIÓN

Como vimos anteriormente, nuestra “misión” no es ser “policías del


buen comportamiento”, sino agentes de prevención de salud sexual.
Nuestra presencia no avala, legitima ni sostiene ninguna conducta social o
privada, sólo abrimos un espacio de salud para poder intervenir con
nuestros recursos (reales y simbólicos) donde la comunidad se
desenvuelve y se expresa. (mismo cuestionamiento podrían realizarle a los
“Cascos Azules de la ONU” o a “Médicos sin fronteras”).
Quienes tomamos el riesgo de ponernos en contacto, lo hacemos
integrándonos no como un recordatorio de “aquello que está bien”, sino
como un “par” que te acompaña y no tiene reparos al escucharte porque
no está allí para juzgarte.
Siempre habrá alguien quien no entienda, ya sea por ser víctima de
sus propios límites o por una animosidad previa. Lo importante es que la
única respuesta posible, es la pedagogía. Dar información sin hacernos
cargo de la frustración y el enojo (siempre válido) en el otro. Brindar los
elementos para que el otro construya su experiencia de autocuidado y que
el cambio conductual sea a partir de la introyección y el insight de nueva
información, no de la imposición vertical de un saber autoritario.

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