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ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin
permiso previo del editor.

Primera edición, 1997


Segunda edición, 1999 HUMO DE TRENES

ILUSTRACIONES DE
CARLOS ROJAS MAFFIOLETTI

© POLI DÉLANO

Derechos exclusivos
© EDITORIAL ANDRÉS BELLO
Av. Ricardo Lyon 946, Santiago de Chile

Registro de Propiedad lntelectual


Inscripción N" 98.885, año 1996
Se tenninó de imprimir esta segunda edición
de 2.000 ejemplares en el mes de octubre de 1999
IMPRESORES: Salesianos S. A.
EDITORIAL ANDRÉS BELLO
IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE
Barcelona • Buenos Aires • Méxíco D.F. • Santiago de Chile
ISBN 956-13-1461-4
UNO

Después de acomodar la pequeña


valija, el es tuche con su clarinete y
el chaquetón de lana sobre la reji­
lla, bajaron nuevamente al andén.
-Cuídate niucho -repitió la mamá.
Gabriel asintió sin decir nada.
i�1-¡ =-- ..:
� :. 1: ¿; -No olvides que hay gente mala por
b :.S:(," , ahí; abundan los pícaros y los en1-
baucadores. El viaje es largo.
Gabriel tragó saliva. La verdad es que sentía poco
miedo, aunque se trataba de su primer gran viaje solo.
Pero sí terúa que reconocer cierto cosquilleo nervio­
so que le daba vueltas Por la · sangre. Tanteó los
billetes en el bolsillo derecho de su casaca, asegura­
dos por un grueso alfiler de gancho que mamá le
había prendido a manera de cie1re. Ningún ladrón
podría meter ahí la mano, se dijo. Miró el reloj: fal­
taban unos minutos para la par tida. Luego miró hacia
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las grandes puertas de la estación y vio que a paso El tie1npo pasa de otra manera an·iba de un tren,
muy rápido venía ganando terreno su padre. se dijo Gabriel. Comenzaba a caer la tarde, ya no le
-Toma, hijo -balbuceó jadeante al juntárse­ quedaba novela y su vecina de asiento, una señora
les-. Un salame para el viaje, y un pan negro. parecida a la tía Sonia, de moño y muy tiesa, era
-Le entregó el paquete, sacando del bolsillo una bastante aburrida; sólo una vez le dirigió la palabra
cajita larga y angosta que también le pasó-. Y esto, con una sonrisa más o menos agradable para pre­
para que puedas rebanarlo cuando tengas hambre. QUntarle si acaso creía en fantasmas. Recordó al viejo
o
A Gabriel se le iluminaron los ojos al abrirla: era del escaño. Tenía una barba larga y blanca, un pe-
el cortaplumas más fenomenal que alguien pudiera rro bastante feo, y era bueno para n1eter conversa.
imaginarse. La cacha de color burdeos y distintas hojas
por a1nbos lados.
-Fantástica --dijo sin quitarle los ojos. Un Subaru estacionó y Gabriel saltó del esca­
Sonaron los pitazos anunciando el momento de ño, listo y preciso para decirle al conductor: "¿Se lo
subir al tren. Un par de fuertes abrazos y el último cuido?" El tipo le hizo una venia y le dirigió una
adiós lo gritó agitando la mano desde la ventanilla, sonrisa aprobatoria. Pero la otra sonrisa que regis­
mientras sus padres'' iban quedando atrás y hacién­ traron sus ojos, le pareció más bien de amenaza, algo
dose n1ás y más pequeños. así como ''lárgate, es la últin1a que te aguanto". El
Fuera ya de los suburbios, Gabriel abrió la novela Negro Aníbal, hijo de la Benita.
que estaba leyendo y se encontró con la lista de reco­ Según había escuchado a Benita conversar con
mendaciones que le había entregado su 1nadre al salir su madre cuando iba los jueves a planchar, Aníbal
de casa. Algo así como los Diez Mandamientos, nu­ tuvo que dejar la escuela y conseguirse un trabajo
merados y todo. No exponerse mucho tiempo al sol. por las mañanas, como "junior" de una firma. En las
Estudiar clarinete una hora al día. No pelear con las tardes ideaba diferentes tareas para ayudar a levan­
primas. Qué lata: mejor volver a zambullirse en el má­ tar la olla en casa. En el supermercado esperaba a
gico mundo de Jim Hawkins buscando la isla del tesoro. alguna señora sin auto para cargarle las bolsas; en
caso de lluvia, podía hacer lo mismo con su para­
guas y escoltar a la dama hasta su guarida. A la hora
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del cine eran los autos de la plaza. Cualquier cosa


para ganarse una propina.
Gabriel ignoró la sonrisita de Aníbal y dio me­
dia vuelta. Tenía un buen auto a su cargo y desde
el escaño podía controlarlo perfectamente.
El viejo barbudo y harapiento que se había aco­
modado en un extremo del banco, comía pan y le
daba miguitas a un perro que movía incesantemen­
te la cola, recibiéndolas con deleite.
-¿Cómo se llama? -preguntó él, chasqueán­
dole los dedos.
-Sultán -dijo el viejo-. Tiene diez años. Más
o menos como tú.
-Yo cumplí doce.
-Bueno, cualquiera puede equivocarse. ¿Y qué
piensas hacer con el dinero?
-¿Cuál dinero?
-El que te den por los autos.
-Estoy juntando para comprarme un Atari. Va-
len treinta mil.
-¿Un qué?
-Atari. Un juego para la tele.
-Ah, ya. Yo pensé que ayudabas a tu familia.
--Claro que les ayudaría, pero mi papá es mú-
sico y por ahora tiene un buen trabajo.
El viejo se atragantó con el pan. Luego masticó
en silencio, risueño ante las palomas que rondaban
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espiando a Sultán por s.i se le escapaba alguna miga. te a él. Si quieres, podemos hacer la prueba con
Gabr iel recordó los buitres de una película. Era en Sultán.
un campo de batalla donde habían caído muchos El perro movi ó la cola y paró las orejas al es-
soldados de un escuadrón. Prin1ero se vio a un ejér­ cuchar su nombre. Gabriel lo miró, como dándole
cito de hormigas avanzando muy disciplinadas hacia vueltas a las palabras del viejo.
la sangre derramada, y luego a tres o cuatro buitres -¿Desde cuándo vienes a cui dar autos?
que sobrevolaban ese espacio de la selva. Al pare­ -Desde que terminaron las clases.
cer, para un solo trozo de comida, s iempre había -¿Así que vas al colegio?
más de una boca. -Pasé a cuarto.
-¡Un Atari ! -volvió a dec ir el viejo. -Bueno, ese ch ico viene desde antes que tú.
Gabriel hubi era quer ido tener en sus brazos la Lo han visto muchas veces estos ojos. Rondo mu­
metralleta de Rambo para acribillar a ese vago que cho por esta plaza.
se burlaba de sus deseos. Tatatá. Hormigas, buitres. -¿Y eso qué tiene?
Sultán, palomas. -Que a lo mejor él se siente como un perro
Aníbal caminaba lento al borde de la acera, y con hueso, y entonces defiende lo suyo.
en un 1nomento se detuvo frente al Suban1, sentán­ -¿Y no puede haber lugar para dos?
dose luego sobre la capota. Gabriel se levantó de -Quién sabe.
un salto y pattía como decid ido a defender su pre­ -Yo también tengo que defender "mi hueso".
sa cuando lo detuvo la voz tranquila del vi ejo. Ese auto 1ne lo encargaron a mí.
-No vale la pena. Desde la capota del Subaru, Aníbal miraba a
-El auto me lo encargaron a mí. ¿Por qué me Gabr iel y al viejo como midiendo distancias y espe­
molesta ese id iota? rando el momento del ataque.
-No será por molestarte. Quizás es su manera -Bueno, niño, tengo que ir andando. Trae un
de defenderse. hueso un día de éstos, y te enseñaré algo.
-Si yo no le hice nada. Gabr iel permaneció pensativo y al cabo de un
-¿Nunca viste a un perro con un hueso en el rato se levantó del escaño y cam inó con lentitud ha­
hocico? Cuando veas uno, haz la prueba y acérca- cia el auto, las 1nanos en los bolsillos, tenso. Cuando
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llegó frente a Aníbal, lo saludó. El contendor, sin sal­ Cerró los ojos, pero no llegaba el sueño. Lo que
tar a tierra, lo miró con la expresión de alguien que llegaba, en cambio, era el recuerdo.
no tiene intención alguna de moverse del lugar don­
de está.
-Oye -dijo Gabriel después del saludo no res­ Las cosas empezaron aquel día en que el curso
pondido-. Tengo que ir andando: ¿podrías hacerte fue al estadio para practicar atletismo. Ahí se dio
cargo del Subaru? cuenta por primera vez de que Sibila tenía muy lin­
Lástima que el viejo ya hubiera partido, pensó. das piernas. No sólo era chispeante y activa en
clases, luminosa de ojos y sonrisa, grácil de movi­
mientos: también tenía lindas piernas.
Dos asientos más adelante, al otro lado del pa­ Después de ese día, empezó a pensar en ella
sillo, cuatro muchachos un poco más grandes que mucho más que antes y a veces, por las noches, le
él habían acomodado una valija a manera de mesa resultaba difícil quedarse dormido, imaginando las
y, a pesar· del traqueteo del vagón, se las arregla­ cosas que le iba a decir a la mañana siguiente en el
ban para jugar a las cartas. Se divertían de lo lindo. recreo y que después nunca le decía. Una vez has­
Dos de ellos llevaban gorras de tela con visera lar­ ta le llevó un chocolate envuelto en papel plateado
ga y fumaban descaradamente. y a la hora de los "quiubos", un nudo en la gargan­
Bastante monótono el paisaje. Poca vegetación, ta le impidió dárselo, por lo cual se derritió en pleno
mucho monte pelado. Han transcurrido varias ho­ bolsillo.
ras y no hay nada en qué pasar el tiempo. Ya no Pero una tarde la decisión de abordarla venció
queda lectura, nada que hacer; engullirse de rato en todas las timideces y el milagro se produjo.
rato unas rebanadas de salame, tomar algún refres­ Sibila cruzaba el patio hacia las rejas y Gabriel
co cuando pasa el vendedor con su canasta, bajarse la siguió apurando el paso hasta alcanzarla.
en las estaciones a estirar las piernas, violando uno -Sibila -dijo, un poco jadeante.
de los "mandamientos", y recordar de cuando en -Hola, Gabriel. -Ella lo desarmó con su son-
cuando a Sibila, con un nudo en la garganta y cier­ risa y esa mirada verde, potente y húmeda que
ta dosis de rabia. disparaban sus ojos.
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-Sibila, mañana es sábado. ¿Quieres ir a pati­ noche, al dejarla en su puerta, se atrevió por pri­
nar conmigo? me ra vez a darle un beso. Ella lo recibió con
-Qué rico, me encantatia, pero no sé si me den ca utelosa calidez y algo de ternura. Gabriel sintió
per1niso. ¿Me puedes llamar esta noche? que ya no cabía en su pellejo y partió de regreso,
Su felicidad creció como las volutas de humo y casi como si volara, a pesar de que venía el maldi­
más, como los anillos que forma una piedra al caer to domingo.
en agua mansa. Porque ahora, aunque ella no pu­ Las cosas cambiaron de color y se pusieron feas
diera ir a patinar, al menos tenía su teléfono. Y para de la noche a la mañana, cuando apareció el Billy.
qué decir hasta dónde se elevó esa felicidad, igual Una tarde a la salida de clases, Sibila le presen­
que un helicóptero al despegar, cuando por la no­ tó al Billy. La había venido a buscar y se iba a ir
che ella le respondió que sí le habían dado permiso. con él. El Billy tenía unos quince años y hablaba
Fueron a la cancha del Parque Mayor y casi todo como si viniera de otro país.
el tie1npo patinaron tomados de la 1nano. Más tar­ Gabriel quedó desconcertado y triste, pero pre­
de, antes de aco1npañarla hasta su casa, Gabriel la firió no darle mucha importancia al asunto y, juntando
invitó a un refresco y en la cafetería pudieron con­ coraje se obligó a no llamar a Sibila esa noche.
versar un poco más sobre los compañeros, los A la tarde siguiente, sin que hubieran hablado
profesores, las matemáticas, la geografía. en los recreos, se reanudó la rutina y partieron ca­
Después de esa tarde, cuando tenninaban las minando juntos.
clases salían caminando juntos y él le llevaba los li­ -¿Y quién es el Billy? -preguntó él.
bros. Por suerte eran hartas cuadras hasta su casa. -Un amigo del barrio -dijo Sibila-. A veces
Un sábado él le preguntó tímidamente si que- me va a ver a la casa. Sus padres conocen a los míos.
� . .
ria 1r a un concier to, tocaba su papá, clarinetista. -¿Y ce gusta?
Lo de "tímidamente", porque sabía que no a toda Ella no contestó.
la gente le gustan los conciertos. Pero resultó que -¿Te gusta? -insistió.
Sibila era aficionada a la música y hasta conocía Ella le soltó la mano y le dijo:
bastante debido a que estudiaba piano. La felici­ -No me molestes. ¿Qué te importa si me gus­
dad siempre dando saltos más arriba. Y esa misma ta o no?
POLI DÉLANO HUMO DE TRENES
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-¡Lo dices porque te gusta! -¿Cuándo?


-¡Bueno, ya, me gusta, y que. /1 -Mañana.
Siguieron caminando callados, y al llegar a la -No puedo, tengo mucho que estudiar. ¿Olvi-
puerta él quiso darle un beso. das que el lunes hay examen?
-No, no -dijo Sibila rechazándolo con las -¿Es sólo por eso?
manos. -No.
-¿Por qué? -Ya sé. Seguro que te comprometiste con Billy.
-Mi mamá dice que no hay que besarse en la -Sí...
boca, es antihigiénico. -Pero a mí no me importa. De todas maneras
Así se pusieron las cosas por causa del famoso tengo que hablar contigo. Por favor.
Billy. Sin beso, sin hablar casi en los recreos y sin te­ -Bueno, ya... Lo voy a arreglar. ¿Pasas por mí?
léfono porque rara vez ella quería contestarle. Como -A las tres, como siempre. Oye ... Te quiero.
si su aparición hubiera levantado entre los dos una -¡Córtala, Gabriel!
montaña que sólo él estaba dispuesto a escalar. Pero -Hasta mañana.
venían las vacaciones y era preciso tomar una decisión, ''Y mañana será otro día", había pensado, des­
hacer algo y no quedarse de brazos cruzados. ¿Por qué parramando su cuerpo en el sofá de la sala.
dejar que le quitaran lo suyo, que lo hicieran a un lado? Otro día de todas maneras, terminara como ter­
A la mañana siguiente, entonces, después de minara. Si ella lo aceptaba, sería el comienzo de un
una mala noche de mucho pensar y darse vueltas, buen verano, con mucho patín y mucha piscina, ca­
Gabriel, secándose la transpiración y levantándose minata por los parques, toda la felicidad. Si no, el
de su cama, fue derecho al teléfono. Por suerte con­ verano vendría malo y solitario. Y así es cómo aho­
testó ella misma. ra iba en ese tren mirando al norte: las cosas con
-¿Sibila? Sibila terminaron mal y había que seguir viviendo.
-Hola, Gabriel. Dos días y dos noches de viaje, debiera haberse traí­
-¿Quieres ir a patinar conmigo? do la biblioteca entera.
-No sé ... -Así que no crees en los fantasmas -dijo la
-Es que quiero que conversemos. vecina.
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Tacataca tacataca tacataca... El sol está cayendo conversan y ríen, pasándose de uno a otro la botella.
a la izquierda, al final de ese campo árido y pedre­ Felipe se sube al asiento, en1pina los pies y baja des­
goso que con los minutos va cambiando de colores. de la rejilla una mochila. Saca emparedados y ofrece.
Uno de los gorrudos lo llama con una señal. Gabriel no sabe si aceptar.
-¿Quieres jugar? -dice. -Tengo salame y pan negro -dice.
Gabriel se levanta y se acerca al asiento de los -Está bien. Guárdalo para mañana. Toma uno
muchachos. de éstos.
-Hola -dice uno-. Me llamo Felipe. De un termo, Jaime sirve café con leche. Ga­
-Soy Gabriel. briel se siente cómodo entre esos a1nigos.
-Jaime. -¿Van a Las Animas? -pregunta.
-Hola, hola. -Un poco más al norte -diceJaime.
-¿No quieres jugar? -Vamos a jugar fútbol.
-Es que no sé. -¿Son de un equipo?
-Yo te enseño, es refácil. Estamos jugando a -Sí. La juvenil de los "Ratones".
la Veintiuna Real. -Yo también he jugado fútbol -dice Gabriel
El juego le pareció bastante entretenido y lo con cierta timidez-. Pero ahora me gusta 1nucho
aprendió rápido, pero lo mejor de todo era que en­ el básquet.
tre las cartas, los chistes y algunas historias que se Qué tipos formidables, piensa. Y piensa que es
contaban, las horas pasarían más rápidas. curioso cómo se hacen los amigos, y también cómo
-Pago a veinte. -Gabriel pierde. a veces se pierden para siempre, por ejemplo, a cau­
-Pago a dieciocho. -Gabriel gana. sa de una -apuesta, o de una pequeña traición.
-Veintiuna real. -Gabriel pierde.
-Me pasé. -Gabriel gana.
Después de frotarse las manos con saliva, Car­
los volvió a hacer lo mismo: dio vueltas en el aire
Es ya de noche y la iluminación del carro ha ba­ con el lazo y lo lanzó l1acia el otro extremo de su
jado. Algunos pasajeros se preparan para dormir. Otros pieza de juegos. Esta vez acertó por fin; ya era hora.
20 POLIDÉLANO

Blacky, su perrito lanudo, gn1ñó dos o tres veces y


trató de zafarse de esa áspera soga que le apretaba
el cuello.
-¡Hurra, bravo! -gritaba Carlos con entusias­
mo. Era su séptimo tiro, pero había acertado y
seguro que ganaría la apuesta. Apoyando una rodi­
lla en el suelo, como en las películas de vaqueros,
jaló y jaló, sacando pecho, hasta tener al animal a
su lado. Entonces, con aire de triunfo, le quitó el
lazo y Blacky se alejó con la cola entre las piernas
y expresión de disgusto. Ahora le tocaba a Gabriel.
A Carlos le gustaba jugar con él, porque prefería a
los niños un poco más chicos.
El sombrero de Gabriel, de color verde y copa
alta, se parecía a los de Roy Rogers, pero ni remota­
mente era como el de Carlos, buen fieltro, auténtico,
de copa baja y hormada, las alas un tanto dobladas
hacia arriba, igual a los que usa el Llanero Solitario.
Tampoco en las botas había competencia. Las de Ga­
briel eran de goma, para la lluvia, y no de cuero de
dos colores y taco medio, como las que presumía
Carlos. Los yines sí eran· muy parecidos, de mezclilla
gastada por el uso y los lavados. Pero realmente en
la camisa es donde más se notaba la diferencia. La
que llevaba Gabriel era de franela a cuadros rojos y
negros. La de Carlos tenía una pechera de gabardina
beige, con unos agregados verdes que formaban bol-
HUMO DE TRENES
22 POLI DÉL,\NO 23

sillos en semicírculo, adornados por una corrida de -Mala suerte, te los pago después -dijo Car­
botoncitos rojos. Tenía también un cuello de punta los, pensando que en la esquina podía comprarse
larga bordeado por un fino cordón de plata. un par de revistas de historietas para tener suelto y
-Papá 1ne la encargó a una tienda de ropa para darle a Gabriel sus quinientos.
vaqueros --dijo Carlos. Los ojos tristes de Gabriel se habían vuelto ojos
Gabriel se preparaba para su lanzamiento. Pa­ n1ás bien de rabia.
recía estudiar con seriedad la distancia. Tiró el lazo -Soy mejor vaquero que tú -le dijo.
en su propio estilo y acertó a la primera. Blacky lan­ Y dijo también que la camisa ésa que le habían
zó otro gn1ñido. encargado a la tienda de vaqueros era de las que ha­
-¡Gané, gané! Me debes quinientos pesos -gri­ cen para jugar, con10 disfraz, que nunca un vaquero
tó Gabriel. de verdad se había puesto una camisa así, mientras
Era verdad. Lacear al perro con menos tiros era que la suya era auténtica, de las que a diario usan
la apuesta. Desde la ventana, Carlos miró los árbo­ los vaqueros para lacear, arrear el ganado y hasta en
les del parque, apretando los dientes y empuñando los duelos de pistola. Así le había dicho su 1namá.
las manos con fuerza. Al cabo de unos minutos sacó Carlos estaba de buen humor ese día y había
de su bolsillo un billete de a mil. tolerado que Gabriel le ganara la competencia; pero
-'foma --dijo pasándole el billete-, ¿tienes no podía rebajarse a tolerar estos insultos. Caminó
can1bio? hasta quedar frente a Gabriel y le pegó un bofetón
Gabriel lo miró con ojos tristes, con esos ojos y luego otro y otro más.
que sentía poner cuando a veces en la calle el frío -¡Mándate a cambiar, mocoso! -gritó con la
de j1llio le calaba hasta los huesos. A veces el clari­ cara congestionada-. ¡Qué te has creído! ¡Cuándo
nete andaba de 1nalas, decía el papá, y no había los vaqueros van a usar botas de goma y mugres
trabajo. También solía poner esos ojos cuando ser­ como ésa!
vían la comida de los domingos. No fue preciso Gabriel pa1tió con la cabeza gacha y el labio
responder que no tenía can1bio, no tenía nada, esos sangrándole. Al llegar a la puerta se detuvo y con
quinientos pesos que había ganado eran lo primero una voz que apenas se oía y los ojos llorosos, dijo:
que iba a tener en la semana. -¿Y mis quinientos?
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Carlos le tiró un latigazo en la cara con el lazo Abrió su libro -Las aventuras de Tom Sawyer-­
y Blacky corrió ladrando hasta la puerta. Gabriel al­ y no pudo concentrarse en la lectura, aunque le pa­
canzó a salir antes de que la fierecita le mordiera recía que Tom era un tipo formidable: ingenioso,
los tobillos. Una vez fuera, se alejó por el corredor audaz y valiente. Quiso entonces escuchar música
hacia los ascensores, pensando que no se iba a que­ y ... de pronto se fijó en el canto de varios pájaros
dar así, sin los quinientos pesos que había ganado que adivinó revoloteando por las ramas del ciruelo,
en buena ley, y pensando también que no se podía al otro lado de su ventana. "Qué bonito cantan", pen­
ser amigo de niños como Carlos. só, y luego se preguntó si acaso realmente sería
canto. Después de todo, uno no conocía demasia­
do bien a los pájaros. A lo mejor esas melodías que
Pero ahora piensa que estos tipos sí que son for­ sonaban tan gratas al oído no eran otra cosa que
midables, siente orgullo y decide volver a su asiento, gritos de disgusto, de tristeza, o de guerra. ¿Quién
porque sabe que ya lo va derrotando el sueño. podía decirlo?
Viene el sueño, viene y se va. Viene y se va. En todo esto pensaba cuando su mamá entró a
Gabriel cierra los ojos y se deja llevar por el traque­ la habitación. Venía con la bata rosada y una gran
teo rítmico del tren. Como muchas noches, recuerda sonrisa, agitando el termómetro.
las que tuvo que pasar para cumplir aquel compro­ -A ver, abre la boca, pequeño rufián -le dijo
miso de honor sin fallarles a sus amigos. después de pasarlo por un algodón humedecido.
Gabriel apretó los labios en torno a ese miste­
rioso tubito de vidrio que anunciaba enfermedades
Esa mañana despertó con las primeras horas del Y lo mantenía en cama. También cruzó los dedos
día, cuando empieza el sol a levantarse, y decidió de ambas manos como en un ruego para que la fie­
permanecer dentro de su cama. Más bien, no es que bre se hubiera mudado de su cuerpo.
lo decidiera, sino que la tos y los estornudos toda­ Lo de "pequeño rufián" no era porque fuese en
vía estaban ahí, molestándolo, impidiéndole cumplir realidad un pequeño rufián. Su madre se lo decía
ese mismo día con un compromiso que considera­ con cariño, estaba seguro, aunque también con cierto
ba muy importante. reproche por eso de haberse bañado en el río cuan-
POLI DtLANO 111JMO OF. TRENES 2i
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do ya las tardes estaban refrescando mucho con el leche para la merienda, dos o tres de los matonci­
otoño. Pero él no había podido evitarlo. De haber­ tos salieron persiguiéndolo y vociferando amenazas.
se negado a ir con los muchachos, lo más probable De manera que los de la calle Valencia -junto con
es que lo estuvieran considerando como un gallina cuatro más ele la manzana- decidieron organizarse
y que se quedara fuera del gn1po, y que esta mis­ y planificar muy seriamente los combates que reali­
ma tarde ni siquiera lo dejaran participar en la pelea, zarían para recuperar el ten·eno perdido. La primera
a pesar de su buena puntería. Por eso, como todos batalla iba a ser justo esta tarde y él no podía faltar.
ellos -Paul, Tomás o Gilberto-, se quitó las ropas No podía faltar porque en los entrena1nientos se ha­
detrás del roquerío y "al agua patos", nadar un poco bía mostrado como el mejor artillero, el de más fina
aunque fuese otoño y demostrar que el miedo no puntería con la honda, y su papel consistía precisa­
tenía cabida en su alma ni en su cuerpo. mente en encender la chispa tirando la prirnera
Lo de la pelea iba a ser precisamente esta tar­ piedra al cuerpo del capitán de la pandilla de ma­
de y él, con gripe o sin gripe, con fiebre o sin fiebre, tones. Tenía que ir. Tom Sawyer lo habría hecho.
no podía faltar. Los muchachos de la calle Granada La mamá le retiró el termómetro de la boca y
habían llegado al terreno baldío donde todos los estuvo mirándolo contra la luz de la ventana.
días su gn1po -los de la calle Valencia- jugaba fút­ -Treinta y siete con dos rayitas -dijo-. Te ha
bol, y habían empezado a tirarles bolas de lodo y bajado bastante. Pero será mejor que te quedes hoy
pequeños guijarros con sus hondas. Como los ene­ en cama. Las recaídas son lo peor.
migos eran más y estaban armados, ellos habían -En la tarde tengo que ir a estudiar a casa de
tenido que escapar a todo lo que les daban las pier­ Paul -dijo Gabriel. No le gustaba mentir, pero a
nas, humillados por las risotadas y los burlones veces era más que necesario.
hurras de los "granadinos". Se habían apoderado por -Pues ni lo pienses.
la fuerza del terreno y ahora, tarde a tarde, patea­ -Es que vamos a tener una prueba ...
ban la pelota en un lugar que no les pertenecía. -No importa, prefiero que te saques mala nota
Cuando Tomás pasó por la calle que da al baldío, antes que se empeore la gripe. Ni hablar.
camino a su casa, recibió dos pedradas que lo hi­ Gabriel se dio cuenta de que el can1ino legal
cieron apurar el paso. Cuando Paul fue a comprar estaba cerrado, su n1amá no le iba a dar permiso ni
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aunque se lo rogara de rodillas. Además, pensó, si Lo primero fue sacar del closet algunas ropas y
insistía mucho, hasta podía hacerse sospechoso. colocarlas dentro de la cama de rnodo que parecie­
Nunca nadie insiste tanto para encerrarse toda una ran un niño durmiendo, completamente tapado. Lo
tarde a estudiar. Bueno, nada que hacer. Habría que segundo fue vestirse. Prefirió las botas y no las za­
buscar otro camino. patillas, por si era necesario dar patadas. No le
La cita era a las tres y media. Tenían que jun­ gustaba lo de las patadas, pero si los "granadinos"
tarse en la glorieta de la plaza para afinar los últimos empezaban, no quedaría más remedio. Calcetines
detalles. Por ese motivo, a las tres, cuando su mamá gruesos, para que los golpes no fueran tan duros.
entró a buscar los platos del almuerzo encontró a Los yines, dos camisetas de franela, un suéter de cue­
Gabriel bastante "decaído" con un brazo cayendo la­ llo alto y la casaca.
cio por el borde de la cama, la boca semiabierta, Por suerte a esa hora su mamá veía como tres
los ojos cerrados. telenovelas y eso sería una gran ayuda para que ni
-¿Te sientes mal? su hermana ni Sara, la empleada, lo escucharan al
-Un poco --dijo Gabriel, con la voz arrastra- cruzar el patio y abrir el portón.
da, como si le costara mucho trabajo hablar-. Tengo Lo último que se puso fue la gorra de lana. Des­
sueño. Y me duele la cabeza. pués metió en un bolsillo la honda, y en otro, la
La mamá le puso la mano en la frente y lue­ bolsa llena de bolitas de vidrio. No eran tan baratas
go, con los dedos, le peinó un poco el cabello como una simple piedra, pero la redondez ayudaba
greñudo. a la puntería, y no deseaba errar ni un solo tiro.
-Te voy a cerrar la cortina --dijo-. Trata de Ya perfectamente listo, entreabrió la cortina, sacó
dormir. Eso te hará bien. -Le dio un beso en la el pasador de la ventana y empujó. Perfecto. Para
mejilla y salió de la habitación, llevándose la ban­ colgarse de la rama gruesa del ciruelo bastaba con
deja y cerrando con suavidad la puerta. sentarse en el borde de la ventana y estirar los bra­
Gabriel se levantó de un salto y pegó la oreja a zos. Lo demás era fácil también, hasta llegar a tierra.
la puerta. Los pasos de su madre se detuvieron en Pensó que quizás le resultaría más difícil entrar
el extremo del pasillo y comenzaron a descender las que salir. Pero eso no importaba mucho porque si
escaleras. Entonces, se puso en acción. no podía trepar, simplemente tocaba el timbre. Ven-
30 POLI DÉi.ANO HüMO DE TRENJ',S 31

drían las retadas y los castigos, pero todo eso no y enemigos que se sobaban las piernas por la parte
era ünportante si ya la tarea estaba cumplida. Total, del hueso. Gabriel vio venir a dos "granadinos" ha­
su conciencia la tenía lünpia, pues ahora no se tra­ cia el kiosco, a toda carrera. Hizo un disparo que
taba de hacer una maldad, sino de cumplir un no dio en su blanco y en lo que tarda un suspiro
compromiso, y cualquier castigo que se aplicara a estaba ya defendiéndose del aguacero de golpes y
alguien por habercun1plido un compromiso, tendría patadas con que los dos enemigos castigaban su bue­
que ser injusto. na puntería. Sintió un golpe en el vientre y cayó al
El descenso fue fácil; la marcha hasta el por­ suelo sin respiración, con la boca babeante y espu­
tón, rápida y segura. Gabriel estaba por fin afuera, mosa. En el centro del campo de batalla ya no se
libre, respirando a pleno pulmón. Echó a caminar co1nbatía. Parecía haber llegado el momento del diá­
hacia la plaza. logo y mientras los muchachones llevaban a Gabriel
a la rastra hacia donde estaban los otros, se escu­
chaban voces exaltadas y se veían gesticulaciones
En el momento en que se escuchó un chiflido nerviosas. Cuando llegaron, Paul dialogaba con el
largo y agudo, el muchachón que las hacía de ar­ arquero del otro bando.
quero recibió una pedrada que lo hizo recoger una -Éste era nuestro campo ·_· decía-, y ustedes
pierna y lanzar un grito quejumbroso. También en nos corrieron.
ese momento, desde los cuatro costados del baldío, -Porque no teníamos dónde jugar.
grupos de dos y tres muchachos corrieron hacia el -Pues ahora tampoco tienen, porque todas las
centro del improvisado campo de fútbol, iniciando tardes va a pasar esto mismo, hasta que se larguen.
una batahola de gritos, carreras y trompadas. Des­ No los vamos a dejar ni respirar.
de tras un kiosquito abandonado, el artillero hacía -Traeremos cortaplumas, y a ver si jugamos
disparos bastante precisos, siempre a las piernas, dis­ o no.
paros que eran seguidos de lamentaciones y que . -También nosotros podemos traer cuchillos -dijo
iban poniendo al enemigo fuera de combate. Antes Tomás.
de diez minutos se veían por el terreno caras en­ -Y además -siguió Gabriel, con la voz entre­
sangrentadas, luchadores debatiéndose en el suelo, cortada-, yo soy el de la honda: tengo buena
HUMO DE TRENES 33

Gabriel estaba nuevamente dentro de su cama '


con las manos bajo la nuca, pensando en todo esto,
recordando los golpes, el dolor, la sangre. Y pen­
sando en el terreno que habían perdido y que
no lograron recuperar del todo. Y pensando en las
posibles soluciones. Quizás él votaría por eso de
compartir el baldío, un día los granadinos, un día
los valencianos. Se disminuía el juego a la mitad,
pero al menos se evitaba la guerra y eso ya era ga­
nancia. Los magullones dolían, no era cosa de
broma.
Entró su mamá, puso el vaso de leche sobre el
velador y agitó el termómetro.
-Te vine a ver hace una hora -le dijo con cier­
ta risita mientras le introducía el termómetro entre
los labios-. Parece que estabas muy dormido.
Gabriel sintió que se ponía rojo, que se le in­
cendiaban las mejillas. Por suerte tenía esa porquería
en la boca y no podía hablar.
-¿Te está subiendo la fiebre? Pareces un poco
más agitado que en la mañana. -Se acercó-. ¿Qué
tienes en la frente? ... Un chichón. -Le sacó el ter­
mómetro y lo examinó contra el foco de una lámpara.
Treinta y siete nueve -dijo-. Estás peor. No podrás
lev antarte mañana.
Gabriel la miró a los ojos y notó esa sonrisita
burlona.
34 POLI DÉLANO

-Antes de comer, subiré con tu padre, para que


conversemos algunas cosas.
Gabriel asintió. Ahí estaba, pues, la sonrisita.
Al quedar otra vez solo, se notó muy cansado,
y también muy feliz. Tuvo ganas de lanzar una gran
carcajada que trepara las paredes y se metiera por
todas partes; pero no tuvo las fuerzas. De seguro lo
iban a reprender, pensó. Pero había cumplido bien DOS
su compromiso y la certera puntería de su honda
ayudó bastante a poner las cosas en el buen lugar Gabriel se frotó los ojos, sonrió recor­
donde ahora estaban. dando la figura de Sibila, y bostezó.
Recordando nuevamente a Tom Sawyer, abrió Qué flojera, qué frío. Subió la cortina
los ojos sonriendo, miró a sus nuevos amigos fut­ de la ventanilla para notar que aún no
bolistas y volvió a cerrarlos, ahora sí derrotado por amanecía, aunque ya cierta luz del alba
el sueño. se anunciaba lejana. El tren estaba de­
tenido y algunos pasajeros bajaban a
caminar por un andén largo y sin pa­
vimento, descubierto.
-Vamos, Gabriel -lo llamó Felipe en sordina,
como para no despertar a los pasajeros que aún dor­
mían.
Bajaron a tierra, sumándose al número de ca­
minantes que desentumecían brazos y piernas.
Pueblo Hundido, anunciaba un letrero de madera y
pintura desteñida.
-Dormí como tronco -dijo Gabriel, restregán­
dose los ojos-. Toda la noche.
POLI DÉLANO HUMO DE TRENES 37
36

-Suerte. A mí me cuesta, en trenes y auto­ -Queremos pedirle que lo mate -terminó Ga­
buses. briel-. Está sufriendo mucho.
Al llegar al final del andén, vieron al perro. El hombre los miró con seriedad y simpatía,
Era grande, de raza desconocida, pelaje míni­ meditando. Al cabo de unos instantes, dijo:
mo y sucio, cafesoso, parecido a Sultán. Se hallaba -Hm ... Ustedes tienen mucha razón, pero yo
de pie, inmóvil, lanzando unos lastimeros y débiles estoy impedido. Tengo revólver con carga comple­
gemidos. Su pata derecha, recogida, colgaba sujeta ta, para casos extremos, para defensa, y debo dar
tan sólo de dos tiras de su propia piel, y bajo ella cuenta de cada tiro que se dispare.
se iba empozando sangre de la herida. -¿Y qué podemos hacer?
-Pobrecito -dijo Gabriel, atontado. -Es inhumano. Además, el tren lo atropelló.
-No te acerques. -Bueno, ¿por qué no van al Cuartel de Poli-
-Lo habrá pescado el tren ... cía? Está a dos cuadras, por esta misma calle.
-Seguro. -¿ Y si nos deja el tren?
-Debe estar sufriendo mucho. -Descuiden. La locomotora tiene un desperfec-
El perro seguía inmóvil, gimiendo y derraman­ to y pasará un tiempo largo antes de que pueda
do sangre. Sus ojos aullaban dolor. seguir viaje. Vayan tranquilos. Díganle al sargento
-¿No será mejor que lo maten? Orellana que yo los mando.
-Quizás. Quizás eso sería lo mejor. Perro vago,
sin dueño, ¿cómo podrá luchar por la vida así, cojo?
Volvieron caminando por el andén entre otros Al cuartel llegaron también con Jaime y los otros
pasajeros que también iban y venían. Se comentaba dos futbolistas. Era de tablas oscuras, igual que todo
que el tren estaría detenido bastante rato. el pueblo, y estaba construido como en un hoyo de
-Tenemos que hablar con el Jefe de Estación, la tierra. Amanecía y la temperatura era baja.
Felipe. Es inhumano dejar así a ese perro. Envuelto en una áspera bufanda, el Comisario,
El jefe los recibió en su mínima oficina de ma­ de grueso bigote y un poco rechoncho, los miró pi­
dera y entre Felipe y Gabriel le informaron acerca diendo explicaciones.
de la situación. -¿En qué puedo servirles, jovencitos?
38 POLI DÉLANO HUMO DE TRENES 39

Le relataron la situación y, tras algunos balbu­ daba mal, movió la cabeza de lado a lado, como
ceos, lo que solicitaban fue bien acogido. En pocos queriendo quizás saber si eran amigos quienes lo
minutos salían de ahí con un policía armado y una acompañaban en este paseo. Sonó el disparo. Ga­
carretilla de mano, de esas que usan los albañiles. briel cerró los ojos. Al abrirlos nuevamente, el perro
Llegaron a la estación y nuevamente hasta el había saltado de la carretilla. Alcanzó a cojear dos
extremo del andén. Ahí seguía el perro, como una o tres metros y luego cayó al polvo temblando y
estatua, tal vez más aturdido por el dolor. derramando sangre, ahora por el hocico, al mismo
-Hay que subirlo en la carretilla -dijo el po- tiempo que daba sus últimos estertores.
licía.
-¿Cuando esté muerto? -preguntó Jaime.
-No. Ahora mismo. No lo podemos matar aquí. El tren permaneció varias horas en la estación
Hay que sacarlo de la estación. A ver, tú ten la ca­ de Pueblo Hundido mientras reparaban su avería.
rretilla y tú, niño, ayúdame con el animal. Cuando por fin, lentamente se fue internando en
Gabriel tragó saliva y sintió como si se le para­ la pampa, el sol ya golpeaba muy duro. Era nota­
lizara la sangre cuando el policía y Felipe levantaron ble la diferencia entre el día y la noche en esas
al asombrado perro y lo depositaron sobre la carre­ regiones.
tilla, de pie, igual que como estaba en tierra, con -Comamos algo antes de jugar -dijo Felipe.
su pata colgando. Gabriel bajó el paquete de salame con pan ne­
Salieron de nuevo a las calles polvorientas, que gro, abrió una hoja de su flamante cortaplumas y
aún no lograban despertar de la húmeda noche. entregó todo a los compañeros de viaje.
-¿Vamos al cuartel? -preguntó Felipe. -¿Y tú?
-No -dijo el policía-. Por aquí hay un bal- -No puedo -dijo-. Se me quitó el apetito.
dío. Eso será mejor. Quizás más tarde.
Llegaron a una especie de peladero lleno de Perro con hueso, recordó. Después de todo, qué
basuras y el cabo desenfundó su revólver y enfren­ bueno haberse hecho amigos con el Arubal. Tres días
tó al perro. Apuntó el cañón justo entren1edio de anduvo buscando al viejo por la plaza, para contar­
los ojos. El animal, acaso presintiendo que algo an- le. Hasta que una tarde lo vio sentado en su escaño
40 POLI DÉLANO

preferido comiéndose una marraqueta mientras Sul­


tán, a sus pies, agitaba la cola. Gabriel llevaba en
su mano el libro que los padres le regalaron la no­
che de Pascua y que ya está leyendo por segunda
vez: Las aventuras de Huckleberry Finn. Si To1n
Sawyer es inteligente, audaz, corajudo, Huck es todo
eso y hasta más, porque descubre solito las cosas y
pone en práctica sin rodeos lo que la vida le va en­
señando durante su viaje en balsa a lo largo de ese
formidable río. Tal vez si él fuera corno Huck, Sibi­
la lo habría preferido a Billy y ahora no estaría tan
solo.
-Hola, cabrito -dijo el viejo-. ¿Te acordaste
de traer un hueso?
Sentado ya en la esquina del banco, Gabriel de­
cide que tiene algo que contar, aunque se trate de
algo que no le ocurrió precisamente a él.
-No -responde-. Ya no es necesario, por­
que entendí bien todo lo del hueso.
-¿Seguro?
-Claro. Lo entendí ese mismo día del auto. Y
ahora somos amigos, Aníbal y yo. Me cuenta cosas.
Yo también le cuento.
-¿Amigos, con ese "negro"?
-¿No me cree? Escuche la historia que le voy
a contar.
El viejo dibujó una sonrisa y le arrojó una miga
42 POU DÉLA1'ló
HUMO DE TRENES 43

a Sultán, que la cazó en el aire de un sonoro hoci­ El día que a mí me maten,


cazo. que sea de cinco balazos...
-Está bien, cabrito. Tenemos tiempo y una bo­
nita tarde. La voz era muy ronca y se le escapó un gallo.
-Bueno, lo primero es que con eso de cuidar Sintió que los pasajeros lo miraban con burla.
autos, al Aníbal le iba harto mal. Mucha espera y -¡Bájate, cabro! -volvió a gritar el chofer-.
poco molido; así que tuvo que buscar otros cami­ No sirves ni para vender cebollas.
nos, ya que en su familia las cosas estaban feas. Su Hasta ahí llegó su canto. La micro se había con­
papá no había podido encontrar trabajo, y con el vertido en una sola carcajada. Un tipo le apretó el
lavado de ropa que hacía la mamá, no se alcanzaba brazo, diciéndole que ya estaba "guailón", que fue­
a parar la olla. Les habían cortado la luz, y velas ra a buscar trabajo como se debe y no les quitara
iban quedando pocas. Por eso, una noche dijo que el lugar a sus hermanos chicos.
tomaba el toro por las astas y decidió hacer lo que Aníbal se bajó y echó a caminar con mucho ar­
había visto hacer a otros niños y también a muchos dor en las orejas. Sin necesidad de volverse, supo
grandes. que desde las ventanillas lo miraban riendo. Qué dia­
blos, bueno, seguir buscando entonces.

Se subió a la micro por la puerta trasera, con


mucha gente a esa hora. Le castañeteaban los dien­ -A veces la vida puede ponerse muy perra --dijo
tes, temblaba entero y le vinieron unas insoportables el viejo.
ganas de ir al baño, pero decidió que ni por nada -Lo que no entiendo es por qué algunos tie­
del mundo se iba a echar atrás. nen tanto y otros tan poco.
-¡Bájate, niño, o paga! -gritó el chofer, que -Es un problema difícil, pero es la realidad.
por el espejo retrovisor controlaba que no viajaran -Lo que sigue es lo que más me gusta, no se
pasajeros sin pagar su boleto. pierda el próximo capítulo.
Era el momento de dar el salto mortal al abis­
mo de lo desconocido. Aníbal empezó a cantar:
44 POLI DllLANO HUMO DE TRENES 45

Al bajarse de la micro, Arubal se dijo "seguir bus­ desesperado, a todo lo que daban sus piernas, hasta
cando" y caminó sin rumbo fijo, pero sí en busca llegar a la esquina y perderse.
de mejor suerte. Pero corría sin el bolso, sin los cuatro o cinco
Aunque no era muy tarde, la calle estaba des­ billetes de a mil. Sólo llevaba un gran susto. Ella lo
poblada. Al menos las veredas, ya que los automóviles había mirado muda, como llena de un terror frío,
pasaban pegados uno a otro como en un desfile de de un gran espanto que sólo podía expresarse a tra­
hormigas. Metros más adelante, iba una mujer sola, vés del silencio de los ojos.
¿vieja, joven? Un poco gorda. De su brazo derecho
colgaba una buena cartera. Aníbal fijó sus ojos en ella.
En las ca1teras podía haber mucho, cuatro, cinco mil -Una gran suerte, ¿no crees? -dijo el viejo-.
pesos y hasta más. Miró hacia atrás, hacia adelante, Que le haya salido mal. Aunque la verdad es que
hacia la acera de enfrente. Ni un carabinero, ni una le salió bien. Y que tampoco fue una suerte, sino
sola persona. Apuró el paso. De más cerca el bolso una decisión.
· adquiría nuevas dimensiones, se agrandaba, se infla­ -En qué líos pudo haberse metido. Pero no
ba, reventando en miles de billetes que volaban por echó pie atrás. En su casa la situación andaba mal
el aire y caían como una lenta -lluvia de hojas. Aníbal y siguió buscando.
danzaba recogiéndolos. Ese bolso se había conve1ti­
do en el fruto del pecado y era casi imposible
resistirlo. Siguió apurando el paso y ya eran pocos Gabriel miraba fijo las arenas tan áridas del de­
los metros. Miró de nuevo hacia todos lados: nada, sierto, preguntándose cómo podía el tren avanzar
nadie. Ella y él, solos en la noche. Era cosa de colo­ tan despacio. Seguro que si se bajaba, podría esti­
carse a su lado, empujarla contra la pared, quitarle rar las piernas trotando junto a su propia ventanilla.
el bolso y echar a correr. Se aproximaban a la esqui­ Los amigos comían pan con salame. La vecina dor­
na, podía doblar y desaparecer por otra calle. Una mitaba. Sibila estaba tan lejos y todavía quedaba
vez más se aseguró de que no hubiera testigos. En­ bastante viaje.
tonces dio un trotecito, atracó a la mujer contra la
muralla de una casa y luego echó a correr como un
TRES

-Mira, chico -dijo la vecina-,


queda mucho viaje, muchas horas,
mucho calor todavía queda hoy, y en
la noche tendremos otra vez mucho
frío. ¿Por qué no acortarnos el tiem­
po? Yo te cuento algo, tú me cuentas
algo. Puedo empezar, si quieres, y
mi historia (tan cierta como que tú
y yo vamos viajando en un vagón de tren rumbo al
norte) quiero que la conozcas por dos razones. Pri­
mero, porque también, de algún modo, es una
historia de trenes. Segundo, porque tú eres un mu­
chachito necio que no cree en fantasmas. Y no vayas
a pensar que invento, Dios me libre. Lo que vas a
escuchar le ocurrió a un joven dibujante que es mi
propio sobrino, el hijo menor de mi hermano Nico.
Para que te convenzas, te mostraré unas fotos.
48 POLI DÉLA,'10 HUMO DE 'rRENES 49

Aquella tarde, el oscuro vagón 'del expre­ -Justo donde yo voy. Vengo desde Puer­
so a Valparaíso llevaba pocos pasajeros, tal vez to Montt, ¿conoces?
debido a que el nuevo túnel de carretera que -Estuve una vez. Un amigo me llevó a comer
perforaba la 1nontaña favorecía el viaje en au­ ostras a Angelmó -se le llenaron los ojos de dul­
tobús. Decidido a captar ese campo en todos zura-. ¿Nos habremos conocido durante ese viaje?
sus colores, luces y sombras, Renato, con la -Puede ser. Yo me dedico al dibujo. Y a
frente apoyada en la ventanilla, luchaba duro la pintura, pero más al dibujo.
contra el sueño; pero pasando ya la estación -Qué envidia. Cómo me gustaría saber di-
de Calera, su resistencia cedió y se le cerraron bujar.
solos los ojos, al tiempo que sus sentidos se -Y por eso voy a Valparaíso. Me pidieron
perdían en un espeso bosque de vaivenes y ca­ que ilustre un libro de cuentos con bocetos del
beceos. puerto. Los cerros, la gente, los bares, las... chi­
Al partir el tren con sus bufidos de la esta­ cas de la noche.
ción de Quillota, el joven pintor volvió de sus Renato la miró a los ojos. Grandes y de lu­
sueños para deslumbrarse de pronto al enfocar minoso verde, movedizos. Tenía también una
frente a su asiento a una muchacha que lo ob­ nariz casi perfecta y labios húmedos, ligeramen­
servaba atenta, con una mezcla de curiosidad y te teñidos, llenos de vivacidad y gracia. El cuello
silnpatía. era terso y delicado, con un discreto lunar a la
-Disculpa -dijo, enderezándose y pasan­ derecha. No había detalle que a él se le pudie­
do los dedos por la cabellera desgreñada-. Me ra escapar. Cuando un lugar o una persona le
anduve quedando dormido. atraían, ponerle la vista encima era igual a es­
-No te preocupes -dijo ella-. Te mira­ tarlo ya dibujando, como si en lugar de ver con
ba porque tengo la sensación de que nos los ojos, viera con el lápiz o con el carboncillo.
conocimos antes. De cuerpo, la muchacha parecía más bien del­
-A mí también me parece conocerte -dijo gada. Unos yins curiosamente pasados de moda
Renato, quizás por gentileza-. ¿De dónde eres? impidieron a Renato completar la imagen de su
-Valparaíso ... Playa Ancha. figura apreciando la forma de las piernas .
POLI DÉLANO HUMO DE TRENF.S
50 51

-¿Me harías un retrato? -preguntó ella. Don Gaspar y la señora Isolina le enseña­
-Te lo estoy haciendo ya ... Claro que sí, ron a Renato su habitación en el segundo piso
te lo haría volando. de la antigua casona de Playa Ancha. Una me­
-¿Y crees que podrías dibujarme de me­ sita de noche, una cama y una ventana mirando
moria? al mar, ahora agitado por un ventarrón que les
Él la recorrió entera de otra mirada, tratando sacaba gemidos a las ramas de los árboles de
de medir, determinar si esa encarnación del en­ un pequeño cementerio enfrente. Le enseñaron
canto no sería demasiado desafío para su pulso. su baño y le sugirieron que descansara un rato.
-¡Sí! -respondió después del examen, que Dentro de poco lo llamarían para la cena y de
ella soportó risueña y segura de sí misma-. seguro tendrían muchas preguntas que hacerle
Podría. Definitivamente si podría. Pero por su­ acerca de Nico y Sofía, a quienes llevaban por
puesto prefiero hacer el dibujo con la modelo lo menos diez años sin ver.
al frente. Cuando la pareja salió del cuarto, Renato
Luego conversaron como viejos amigos, del se tendió sobre la cama y nuevamente lo an­
mar, los mariscos, las caletas, los funiculares, el duvo derrotando el sueño, hasta que entre
viento, los barcos, cada una de las cosas que sibilantes lamentos de las arboledas y la furia
hacían de Valparaíso, según ella, uno de los de las olas, un grito desde abajo se abrió paso.
mejores puertos del planeta. "¡A comer, a comer!", decía la señora Isolina.
El tren cruzó más rápido que nunca las re­ Frente al espejo, mientras la peineta orde­
giones nubladas y el joven pintor se atoró con naba sus cabellos, el joven pintor tuvo la
la idea de que ya estaban llegando. sensación de que todo iba n:iuy bien y sonrió.
Al despedirse en el andén, entre risueña y Bajando él y subiendo ella las crujientes es­
misteriosa, ella le dijo: caleras de tabla, se detuvieron al cruzarse,
-No pasará mucho tiempo sin que nos vol­ mirándose a los ojos, él sin poder más de asom­
vamos a encontrar. bro, ella con su mohín de burla.
-Ojalá -dijo Renato, mientras la chica se -¿No te dije que nos veríamos pronto? ¿Por
esfumaba ya a paso rápido rumbo a la salida. qué te asombras tanto?
52 POLI DÉLANO

-Nunca pensé que pudiera ser tan ... tan


pronto. Ni tampoco se me ocurrió que pudiera
ser aquí. Lo bueno es que ya no tendré que di­
bujarte de memoria.
Ella sonrió y siguió su camino escaleras arriba.
Renato se sorprendió al ver sólo tres pues­
tos en la mesa, pero por prudencia prefirió no
hacer preguntas. Con apetito y placer fue sa­
boreando las delicias de un "caldo marinero",
y respondiendo las preguntas acerca de sus pa­
dres, relatando sus planes y mirando con mucha
frecuencia hacia la puerta del comedor.
-Pareces preocupado -dijo la señora Iso­
lina.
-Sólo me preguntaba si la señorita que
está arriba no bajaría a comer.
-¿La señorita? -dijo la señora Isolina.
-La que está arriba.
-¿La que está arriba? -dijo don Gaspar-.
Oiga, Renato, usted bromea. Arriba no hay nin­
guna señorita. A menos que la haya traído usted
mismo en la maleta. -Rió de su propio chiste
y repitió-: ¡A menos que usted mismo la haya
traído en la maleta!
-Pero si nos acabamos de cruzar en la es­
calera -dijo Renato-. Tal vez ustedes no la
sintieron llegar.
54 POLl DÉLANO HUMO DE TREN'ES 55

La señora Isolina miró a don Gaspar con a abrirlos empezó a rayar sin retrocesos, a tra­
una sospechosa expresión de complicidad y zo firme, hasta que fueron emergiendo nítidas
ambos obsetvaron luego al joven pintor más o y en su lugar las facciones de esa misteriosa
menos como si su cabeza anduviera fallando. compañera de viaje, sus ojos risueños, la expre­
-Nos encontramos en el tren -dijo él-, sión ligeramente irónica de su boca, su mentón
y conversa1nos durante buena parte del viaje. oval partido al medio, la delicadeza de su cue­
Sólo que en la estación nos separamos, ya que llo y hasta el pequeño lunar.
los dos ignorábamos que veníamos al mismo -¡Dios mío, es Shenda! -gritó la señora
lugar. Ahora está en el piso de arriba. Isolina, desmoronándose sobre la alfombra.
Los ojos de la señora Isolina parecieron po­ -Sí -dijo don Gaspar, después de acomo­
blarse de sombras. Don Gaspar y ella se miraron dar a su esposa en el sofá-. Es Shenda. -Se
con la respiración entrecortada y él le tomó de­ había puesto muy serio, pálido, y el temor es­
licadamente la mano. Los árboles del cementerio capaba a raudales de sus pupilas-. La hija
seguían aullando al paso del vendaval marino. menor que se nos fue hace justamente cinco
-Aquí no vive nadie más, Renato -dijo años, de un ataque, cuando regresaba de San­
don Gaspar-. La vieja y yo, nadie más. tiago en el expreso. Había viajado a ver a su
-Oiga, don Gaspar, no estoy loco. Voy a novio.
subir a buscarla. El joven pintor miró con tristeza el dibujo
-Espera -dijo la señora Isolina-. ¿Como que sus manos y su amor acababan de crear y
qué edad tendría esa joven? dijo en voz muy baja, como sólo para sí:
-Unos veinte años. -Hola, Shenda.
-¿Podrías dibujar su rostro? Los ojos y los labios de ella se unían en
Sin pensarlo por segunda vez, Renato res­ una sola burla incrustada de ternura.
pondió que sí, categórico y sonriente. Sacó del
bolsillo su lápiz y la inseparable libreta de bos­
quejos, sonrió con mucha felicidad, cerró los Gabriel tenía una sonrisa encantada y se vio obli­
ojos, apretándolos con fuerza, y cuando volvió gado a admitir ante su vecina que de ahí en adelante
56 POLI DÉLANO

creería en fantasmas a pie juntillas. Pero se negó ter­


minante1nente a pagar la historia con otra historia.
-Es tu turno -le había dicho la señora-. Nada
de trampas.
-No puedo. Nunca sería capaz de contarle algo
tan bonito.
Pensó por un momento en narrarle la historia
de Sibila, pero no se animó. ¿Y la de la tarde en
que se hizo valiente?
-Fue un acuerdo, niño, tienes que cumplir.
-Hagamos un trato: le cambio la historia por
un solo de clarinete.
-Quiero una historia -dijo ella.
-Bueno le voy a contar cómo me hice valiente.
-Así me gusta. Y después, si quieres, el clari-
nete.

-Oye, mariquita --escucha Gabriel que le di­


cen cuando va a pasar por donde se encuentra el
grupo de niños que se reúne siempre frente a los
juegos electrónicos. No es primera vez que se lo di­
cen y él sabe que tarde o temprano tendrá que
pelear, porque ya lleva dos años en la ciudad, y sabe
también que ésta es una ciudad de duelos. Piensa
que tal vez ahora sea el momento, pero otra cosa
que aprendió, porque su papá a diario se la ense-
HUMO DE TRENES 57

ña, es que todo hay que planearlo, que si se pelea


es para ganar y no para perder. Varias veces se ha
tenido que tragar la humillación y una tarde su pa­
dre hasta le dijo que no fuera tan "gallina", que se
defendiera, que nunca se dejara insultar.
-Mira, Pepe, qué divertido camina -dice otro
del grupo-. ¿No te parece que camina divertido?
-Sí -dice Pepe- y qué· bien luce su flaman­
te chaqueta de cuero, ¿verdad?
-Sí, de veras luce muy bien. ¿Para dónde vas,
"rubiecita"?, ¿no me quieres dar un beso?
Los niños se ríen y ahora sí Gabriel decide que
es el momento preciso y da un salto hacia el lado,
cayendo sobre el pequeño cabecilla del grupo. Se
golpean duro, los golpes llueven a lado y lado, se
trenzan en una lucha sin cuartel, mientras los de­
más hacen ronda y lanzan rugidos entusiastas
diciendo: "Mátalo, Pepe, mándalo de una vez al in­
fierno, pártesela, Pepe, sácale la mugre". Pero
Gabriel a pesar de la espuma en la boca y del su­
dor que lo quema, va poco a poco sintiéndose lleno
de júbilo triunfante, porque en verdad es él quien
se la está sacando a Pepe. Con Gabriel no se jue­
ga, chicos. A Gabriel nadie le va a andar diciendo
"mariquita".
Por algo tiene un padre que se las sabe de to­
das todas y que cada domingo le enseña a pelear, a
58 POLI OÉLANO HUMO t)E TRENES
59

defenderse, a dar golpes como se debe y a esqui­ un apretón. La derecha la tiene envuelta en un pa­
varlos cuando vienen. ñuelo e1npapado de rojo. Después se despide de los
Gabriel, que ya sabe pelear y que va con cha­ otros y sigue su camino. Va adolorido, sudoroso,
queta de cuero, tiene al "campeón" Pepe arrinconado agotado. Pero va también contento, triunfante. Po­
contra el tronco áspero de un árbol y está retirando drá decirle al papá que ahora sí la supo hacer y se
su brazo dispuesto a descargar con toda su alma el hizo hombre, que vea ese puño pelado hasta el hue­
golpe definitivo para que termine ya la pelea. Los so, que escuche la historia de una pelea. Y el viejo
otros chicos siguen gritando "¡ dale, dale!" cuando se tendrá que sentirse orgulloso esta vez.
produce la descarga, pero Pepe retira oportunamente -Muy bien -dice la señora-. Cumpliste y tu
la cabeza, y los nudillos de Gabriel se hacen trizas historia 1ne gustó.
en la corteza, salpicándola de sangre. Vuelven a tren­
zarse en un choque seco y pesado que los hace caer
al suelo y rodar hasta el medio de la calle, donde
un automóvil alcanza a frenar antes de arrollarlos.
-¡Chiquillos de mierda! -grita el conductor
cuando arranca de nuevo.
Gabriel está montado sobre Pepe y en ese mo­
mento se levanta, y se levanta también Pepe y los
dos alcanzan la acera, jadeando.
-¡Se la diste buena, Pepe! -exclaman los de­
más niños.
-No -dice Pepe-· , eso no es justo. La ver-
dad es que él me la dio buena a mí.
Le estira la mano a Gabriel para indicarle que
ya es uno de ellos, que puede entrar al grupo, que
es el mejor, que no le dirán más "mariquita" ni esas
cosas. Gabriel le pasa la mano izquierda y se dan
CUA1RO

El viejo de la barba blanca pareció


alegrarse cuando vio llegar a Gabriel
al mismo escaño donde otras tardes
se habían encontrado.
-Vamos, vamos, cabrito, bienveni­
do a esta plaza llena de hojas secas
y caca de palomas; estaba ya por
creer que te habías perdido para
siempre en alguna trampa de este mundo.
-Es que fui al norte, de vacaciones ... En tren.
-¿Y cómo lo pasaste? Hay cosas lindas allá en
el norte: los colores del desierto, las formas de las
play as. Y los trenes, para qué decir, un universo ro­
dante. Tuviste suerte de viajar en tren.
-Lo pasé muy bien. Claro que en los viajes
siempre ocurren cosas. Usted debe saberlo.
Primero le contó en una buena hora de con­
versa todos los pormenores de su jornada, sus primas
62 POLI PÉLANO
HUMO DE TRENES 63
en Las Ánimas y cómo un clavo saca a otro clavo, -Mira: primero el tren arrolló al perro, pero
el dinero que perdió jugando a las cartas con los contra toda lógica, lo dejó vivo. Luego entras tú en
futbolistas, el perro cojo al que por humanidad hi­ escena y te las arreglas para que lo que no pudo el
cieron matar, la imagen lejana de Sibila n1irando el eren, ocurra de todas maneras. He visto en varias
mar haciéndose preguntas, y la señora de los fan­ ocasiones perros vagos que han sobrevivido a la ca­
tasmas que se deslumbró hasta las lágrimas cuando tástrofe y se las han arreglado de lo más bien con
él ' venciendo bn1tales temores, sacó su clarinete del sólo tres patas. La vida puede resultarles un poco o
estuche, en pleno viaje, y empezó a tocar esa de bastante más difícil, de acuerdo. ¿Pero qué hubie­
que When somehody laves you, it's no good unless ran preferido ellos mismos?, ¿morir o seguir adelante
be !oves you all the way. Y luego, Gabriel preguntó con la nueva dificultad? ¿Acaso nunca has visto hom­
al viejo qué pensaba de todo. bres cojos a los que falta una pierna?
-Bueno, está muy bien, chico, muy bien. Como Gabriel recordó al siniestro Capitán Silver con
dices con mucha sabiduría, en los viajes pasan co­ su pata de palo y sintió un fuerte vacío en el estó­
sas. -Se quedó pensando y luego agregó-: hasta mago.
pasan cosas que no pasan. -Hice mal, ¿verdad?
Gabriel lo miró con interrogación. Luego asin­ -Bueno, a lo mejor de todos modos había so-
tió moviendo la cabeza. nado la hora del perro. ¿Y eso quién lo puede alterar?
-Sí -dijo-, ·de veras: hasta cosas que no pa­ Escucha esta historia que hace años me contaron.
san ... Oiga, le apuesto a que adivino cuál de mis Casi como un chiste.
historias le gustó más.
-¿Seguro?
-La del perro. Dígame que no. De traje azul marino, camisa rayada y cor­
-Tienes razón, hijo. -Rascó la cabeza de Sul- bata de seda color burdeos, igual que casi
tán, echado a sus pies-. Me dejó turulato eso del siempre, el señor Mardones, reclinado sobre el
perro, y me está dando qué pensar. ¿Es que nunca escritorio de su amplia oficina, tras cuyo venta­
se podrá engañar al destino? nal se veía el oriente de la ciudad, revisaba una
-¿Qué quiere decir? serie de documentos acumulados en espera de
64 POLI OÉlANO
HUMO DE TRENES 65
su firma. Había sido un día largo, nutrido de -He venido a buscarlo, señor Mardones.
problemas, pero por suerte faltaban ya pocos Por mi nombre, no se preocupe. Me llaman de
minutos para retirarse a buscar en casita el an­ distintas formas. En algunas partes la "Pelona",
helado descanso. Se sorprendió al escuchar dos en otras la "Implacable". La "Calaca" también.
golpes secos en la puerta, ya que había dicho Pero soy la Muerte, ¿me comprende? Y he ve­
a las secretarias que se fueran, y no era tampo­ nido por usted. Llegó su hora. Tengo que
co hora de entrevistas. llevármelo.
-Adelante -dijo mecánicamente, sin qui- Como si a través de un fluido invisible se
tar la vista de sus papeles. le hubiera filtrado la noción de que no se trata­
La dama que entró impresionaba por su ex- ba exactamente de una broma, Rodolf o
trema flacura. Un traje sastre color marengo, de Mardones se puso pálido. Trató de atisbar el ros­
falda larga, cubría sus huesos, y un rebozo tam­ tro de la dama, pero ella se las arreglaba muy
bién oscuro impedía ver su rostro. bien para no mostrarse.
-Buenas tardes, señor Mardones -dijo en -Señora... ¿Y cómo puedo saber si me está

tono aspero. diciendo la verdad?
-Buenas tardes, señora. Por favor, tome -Lo cierto es que importa poco que me
asiento y dígame en qué puedo servirla, qué se crea o no, aunque, desde luego, prefiero que
le ofrece. la partida sea fácil. Mire ...
La dama se dejó caer en un sillón de cue- Abrió un poco la cortina que formaban los
ro, frente al ejecutivo. dos extremos de su rebozo, dejando a Mardo­
-¡Se me ofrece usted! --exclamó categó- nes boquiabierto y petrificado.
rica, estirando sus largas piernas. La dama se sintió conmovida cuando Mar­
-¿Cómo dice? dones apoyó su rostro en ambas manos y
-Usted es lo que deseo. Eso dije. comenzó a sollozar.
-Discúlpeme, señora, es un poco tarde Y -Tengo tantos problemas sin resolver
no estoy de humor para bromas. ¿Con quién ten- -dijo cuando se hubo calmado un poco el llan-
go el gusto ... ? to-. La deuda por la hipoteca de mis casas ...
66 POLI DÉLANO

Las últimas cuotas del yate ... La enfermedad de


mi madre ... La carrera de mi hijo... Tantas, tan­
tas cosas. Pequeñas cosas que cerrar... No creo
que me hiciera falta más de una semana para
poder irme tranquilo.
La Muerte lo miró con lástima y se levantó
del sillón.
-Señor Mardones, señor Mardones, no llo­
re, por favor. Le ayudaré, pero, por favor, no
llore. Escuche: en una semana exacta volveré
por usted. Tendrá tiempo suficiente para arre­
glar todos sus asuntos. Espéreme aquí listo para
la partida. No habrá más prórrogas. Una sema­
na, a esta misma hora.
A la mañana siguiente, tras una noche agi­
tada de su espíritu, Rodolfo Mardones se despi­
dió de Clara y de los hijos igual que todos los
días, como si nada. Sin embargo, para apurar la
historia, ellos no lo volvieron a ver, porque en
el maletín de trabajo no llevaba papeles ni do­
cumentos, sino una muda de ropa y su pasapor­
te; y porque al salir de casa, sus pasos no se
dirigieron como siempre a la oficina, sino direc­
tamente al aeropuerto internacional.
Había pensado bien las cosas y su decisión
definitiva parecía lo mejor. Primero era preciso
cambiar de apariencia; y segundo, debía irse le-
68 POll DÉi.ANO HUMO DE TRENES

jos, ojalá al rincón más oculto y apartado de de cabeza investigando el asunto. Decepciona­
toda la tierra. da y ridícula se sintió, además, porque el señor
Se hizo afeitar el grueso bigote que desde Mardones la había engañado y ella había caído
muchacho le había dado carácter a su rostro, y ingenuamente en la trampa. Pero lo buscaría.
cortar el pelo a cero, quedando su cabeza como Por cielo, mar y tierra lo buscaría, hasta encon­
una blanca y lustrosa bola de billar. Cambió tam­ trarlo y ajustar cuentas . Y tal vez decidiera
bién la sobriedad del sempiterno traje oscuro incluso no hacerle el tránsito demasiado fácil.
por una vistosa indumentaria deportiva. Pero sin Así las cosas, la Muerte se dedicó a reco­
dudas el toque maestro consistió en simular la rrer ciudades y campos, <;:aletas, islas, casas,
falta de un ojo, cubriéndoselo con un parche oficinas, hospitales, haciendas. En ninguna par­
negro sujeto a la cabeza mediante una liga. Ni te se hallaba el señor Mardones. Como si la
su propia esposa, pensó, hubiera sido capaz de tierra se lo hubiese tragado, o como si se hu­
reconocerlo. biera esfumado en el aire.
Para lo de irse lejos, optó por una remotísi­ Después de escudriñar meticulosamente to­
ma localidad carbonífera en el norte de Pakistán. dos los lugares, los cinco continentes, revisando
Allí tendría que producirse el más drástico de acuciosamente el mapa, advirtió que una sola
los cambios: reemplazar su cómodo sillón de región le faltaba, en las zonas meridionales de
gerente por una plaza de trabajo en las minas Asia.
de carbón. Las cosas iban a ser distintas para él, Hacia allá encaminó sus pasos. Ciudad por
difíciles y duras. Pero al menos, con esta nueva ciudad, campo por campo, y tampoco encon­
situación, tendría la posibilidad de vivir. Y eso, traba a Mardones en parte alguna.
pensaba, era lo más importante. Con un gran cansancio sobre sus huesos y
Decepcionada se sintió la Muerte cuando mucha rabia en el alma, la Muerte llegó por fin
el día convenido y a la hora señalada, la secre­ al único sitio que aún no revisaba, una peque­
taria le comunicó que su jefe había desaparecido ña localidad minera en las cercanías de Bengala.
misteriosamente una semana antes, que nadie Era de noche y en una larga y angosta barraca
podía explicárselo, y que la policía se hallaba de madera, los carboneros dormían echados so-
70 POLI DÉLANO HUMO DE TRENES
71

bre unas esteras vegetales, con los cuerpos su­ -¿Conoce la historia?
dorosos y tiznados. La dama recorrió hombre -¿No me crees? Escucha.
por hombre, rostro por rostro. Era definitivo:
Rodolfo Mardones no estaba. "Qué fiasco", se
dijo, apretando mucho los dientes. "El maldito El amanecer de aquella noche pilló a Aní­
bribón logró ·engañarme y no hay nada que ha­ bal cerca del Mercado Central. Había descubierto
cer, sólo queda resignarse y aceptar, ser buena el lugar unos meses antes, un buen sitio. La p1i­
perdedora." Pero de todas maneras, ya que es­ mera puerta de entrada quedaba junta por las
taba ahí y para no perder el viaje ni volver a noches; la segunda, tras el umbral, estaba bien
casa con las manos vacías, decidió llevarse a un cerrada y entre ambas Aníbal halló buen dor­
tuerto que roncaba mucho. mitorio, resguardado de la helada nocturna.
Otros niños no tenían la misma suerte. Dormían
arrinconados contra un kiosco, dos o tres muy
Gabriel se quedó serio un rato, y de pronto echó juntos para hacerle pelea al frío.
a reir. Se estiró y bostezó en silencio. Sin meter
-¿Entendiste? -preguntó el viejo. ruido, dio un paso a la calle y echó a caminar
--Creo que sí. Buen cuento. Casi como un chiste. hacia el mercado. Tenía hambre y necesidad de
-¿Como un chiste? ¿Qué quieres decir? algo caliente. Ojalá tuviera mejor suerte que
-Usted lo dijo. otras veces. Descargar un camión era trabajo
El viejo se rascó la cabeza. pesado, pero se ganaban buenos pesos.
-Ah, sí, claro. Como un chiste... Como un chis­ Ya en la zona del mercado, enfiló hacia una
te.. . Pero tiene una enseñanza, muchachito: no se bodega donde por lo general había descarga.
le puede torcer la mano al destino. Dos hombres estaban sentados en la cuneta. Se
-¿Y qué es el destino? detuvo y los miró. Cada uno comía un pan con
-Mejor te cuento lo que pasó con Arubal unos días algo adentro.
después del atraco a la señora. También yo conozco la -¿Qué andas buscando? -preguntó el más
historia. Algo así como la virtud recompensada. viejo.
72 POLJ OÉLANO HUMO DE TRENES 73

-Pega --contestó Aníbal-. Algún camión. Luego cogió él las maletas y se llevó la pro­
-Para es o estam os nosotros -dij o el se- pina.
gunder-. Som os dos y llega n apen as d os ca­ Tod o el p arque se veí a ve rde y florecido .
miones. L os chiquillos jugaban y corrí an, vigilad os por
Aníb al se .sintió desamparado . Sabía que lo sus niñeras. Estab a conden ad o. Era com o una
mejor era no insistir. Esos tip os eran cesantes, maldición: con nada podría ayudar a los su­
como su padre. yos.
-¿Y más tarde? -se aventuró. Al cruzar l a avenida g rande empezaba l a
-Ya te dijimos. feria libre, toda l a calle tom ada p or carretas,
Aníb al dio media vuelta y echó a andar, ca- puestos de verdur as y frag antes frutas, mujeres
bizbajo. comprando, llenand o bien sus canastos. Aníbal
-Oye, "negro". se metió por el medio. Una señora muy gorda,
Se volvió. sentada sobre un cajón y voceando el dulzor
-Toma. de sus duraznos, le alargó dos plátanos un poco
Se acercó nuevamente a los hombr es y re­ pasados. Gr acias, amiga, pensó, si todas las per­
cibió del más viejo l a mit ad de su sandwich. sonas fuer an como usted ... Siguió abriéndose
-Gracias. paso entre coles, lechugas, melones, cuando sin­
Menos mal que l a Est ación M apoch o esta­ tió unos golpecit os en el hombro y pensó si
ba ahí no más, cruzando la calle. Llegaba n los acaso habría llega do l a ho ra de su suerte.
trenes del norte y algo podía resultar. -Oye, niño. . . ¿me puedes ayudar con l as
-¿Le llevo las maleta s, señor? bolsas? Están un poco pesadas p ara mí. Son cua­
El homb re se detuvo en la mitad del an­ tro cu adras. Te daré mil pesos.
dén y dejó sus valijas en el suelo. Aníbal se
disponía a tomarl as, cuando un viejo de gorra
colorada y expresión de pocos amigos le dio -Ése fue el co mienzo -dij o el viejer-. Ahora
un puntapié en el traser o y le dijo: tu amigo Aníbal hace trabajos para esa señora por
-¡Que no te va ya a ver otra vez por aquí! las tardes. ¿Quieres que te cuente?
74 POLI DÉi.ANO
EL AUTOR
-Claro -dijo Gabriel-. Pero en otra ocasión.
Tengo que ir a estudiar clarinete.
Después de despedirse del viejo, can1inó hasta
el otro lado de la plaza y atravesó la calle, hacia su
casa. Justo en el momento en que pasaba frente a
la puerta de la heladería, como una aparición salió
Sibila y se detuvo frente a él, sonriente, chupando
la cre1na rosada ele su barquillo. Poli Délano, hijo del escritor Luis Enrique Délano, nació
-¡Sibila! -Gabriel sintió que se le encendían en Madrid, en 1936. Debido a que su padre ocupó el car­
las mejillas y se le aceleraba la sangre. go de cónsul de Chile en México, vivió su niñez y su
-Voy a la casa, ¿1ne acompañas? adolescencia en ese país. Ahí aprendió a leer y a escribir y
-Eh ... Claro, claro que sí -se decidió Gabriel, de ahí también fueron sus primeros amigos.
En 1961, en Chile, Poli Délano obtuvo el Prenúo Mu­
pensando en su clarinete y en eso que llamaban des­
nicipal con Gente solitaria y en 1962 ganó el concurso
tino, y ojalá, como había dicho el viejo, que no se Alerce con Amaneció nublado. A estas dos se1ies de cuen­
le pudiera torcer la mano. tos siguieron muchas otras obras, tanto novelas co1no
cuentos, entre ésas Cuadrilátero, Cero a la izquierda, Cam­
balache, y muchas más. Luego obtendría el Premio Casa
de las Américas ' de Cuba , con su libro Cambio de másca-
ras.
Nuevamente en México, donde residió durante once
años, continuó su carrera literaria publicando sus novelas
En este lugar sagrado, Piano-bar de solitarios y Muerte de
una ninfómana y tres volúmenes de cuentos: Dos lagartos
en una botella Sin morir del todo y La misma esquina del
J
,

mundo. Posteriormente, la Utúversidad Nacional Autono-


ma de México editó sus Cuentos &cogidos.
En 1996, otra vez en Chile, publicó una selección de
Cuentos mexicanos de autores actuales y ahora nos entre­
ga esta primera novela juvenil.
COMENTEMOS LA NOVELA
HUMO DE TRENES

EXPRESIÓN PERSONAL

1. Explica el título de la novela. Inventa otro.


2. ¿Recuerdas qué le lleva el padre de Gabriel a éste para
su viaje?
3. ¿Dónde se dirige Gabriel en su viaje y en qué época del
año se encuentra?
4. ¿Qué hobbies practica Gabriel?
5. ¿Con qué objetivo cuidó autos el protagonista? ¿Crees tú
que les quita el trabajo a los que realmente lo necesitan?
6. ¿Qué quiso enseñarle el viejo al niño con el ejemplo del
perro con un hueso?
7. ¿Quién era Sibila y qué representa para Gabriel?
8. ¿Crees que un niño de doce años puede enamorarse?
9. ¿Cuál fue el motivo de la pelea entre los chicos de la calle
Granada y los de la calle Valencia? ¿Qué solución le da­
rías tú a ese problema?
10. ¿Cómo se las arregló Gabriel para concurrir a la cita de
las 3.30 horas estando enfermo?
11. ¿Quiénes eran los "Ratones" y cómo los conoce el prota­
gonista?
COMENTEMOS LA NOVELA HUMO DE 1RENF.S
78 COMENTEMOS LA NOVELA HUMO Dli TRENES 79

12. Indica en qué situaciones Gabriel experimenta estos sen­ COMPLETACIÓN DE ORACIONES
timientos:
a) celos Completa las oraciones usando adecuadamente las palabras
b) compasión de esta lista:
c) ilusión a raudales desmoronándose entrecortada
13. Cuenta brevemente la historia de fantasmas ocurrida en vendaval monótono dosis
Val paraíso. coraJe baldío en sordina
14. ¿Cómo intentó el señor Mardones evitar su compromiso necio desgreñada mohín
con la muerte? ¿Lo logró finalmente?
turulato
15. ¿Crees que cada persona tiene un destino prefijado o pien­
sas que cada cual se hace su destino?
1. Don Gaspar y ella se miraron con la respiración ____
16. Explica el sentido de esta cita final del libro:
por la emoción.
" ... se decidió Gabriel, pensando en su clarinete y en eso
2. Gritó la señora lsolina, sobre la alfombra.
que llamaban destino, y ojalá, como había dicho el viejo,
que no se le pudiera torcer la mano". 3. Tomás pasó asustado por la calle que da al ----­
que estaban disputando.
4. Juntando se obligó a no llamar a Sibila esa
noche.
PERSONAJES
5. Bastante el paisaje, siempre igual, poca ve-
getación y mucho monte pel�do.
Indica el personaje que se corresponde con la característica
6. Necesitaba una gran de valor para hablarle
sabio Padre de Gabriel
ahora.
músico Shenda 7. Para no despertar a los pasajeros le habló _____
prudente lsolina 8. Trató de arreglarse la cabellera antes de salir.
esforzado Madre de Gabriel 9. La luz del amanecer entraba por la venta-
astuto Rodolfo Mardones nilla del tren.
triste El Viejo 10. Lo miró con un desafiante en su rostro.
misteriosa Aníbal
COMENTEMOS LA NOVELA HUMO DE TRENES 81
80 COMENTEMOS LA NOVELA HUMO DE TRENES

Inventa una oración usando estas palabras: SINÓNIMOS


jadeante rufián
reproche certera
Une cada palabra con su sinónimo:
1. desesperado letal
CRÍTICA DE LIBROS 2. perderse avería
3. terror estático
Imagina que eres un periodista que debe informar a sus lecto­
res sobre este libro en no más de diez líneas ni menos de siete. 4. ardor extraviarse
¿Cómo lo harías? 5. batahola bullicio
6. aprobatoria fiebre
ESCRITURA CREAT IVA 7. desperfecto pánico
8. inmóvil animosa
1. Escribe el final del libro, aclarando lo que sucederá entre
9. mortal inquieto
Gabriel y Sibila. ¿Se quedarán sólo como amigos? ¿Se ena­
morarán esta vez? 10. truco treta
De tu imaginación depende su destino, conque a escribir.
2. Gabriel recuerda las advertencias de su madre para su pri­
mer viaje solo. Inventa tú un Reglamento de Oro con siete VOCABULARIO, MODISMOS Y LENGUAJE COLOQUIAL
recomendaciones para viajar y disfrutar, evitando inconve­
nientes. Te proponemos aquí una serie de palabras y expresiones d�
3. En este viaje, Gabriel escuchó una emocionante historia uso habitual. Escoge algunas y explica lo que s� quiere decir
.
de fantasmas, de labios de su vecina de viaje. ¿Tú crees con ellas, defínelas o reemplázalas por otras s1n cambiar su
en fantasmas? significado.
Comenta con tus amigos algunas leyendas de fantasmas
y aparecidos y escriban la más interesante. -Alfiler de gancho
4. Si tuvieras la posibilidad de viajar solo, ¿adónde irías y en -Casaca
qué medio de locomoción te transportarías? ¿Por qué? - ¡Qué lata!
- ¡Lárgate, es la última que te aguanto!
5. ¿Qué ventajas tuvo para Gabriel viajar en tren? - Levantar la olla, parar la olla
6. Describe a Aníbal, considera sus cualidades y defectos. - Tomaba el toro por las astas
¿Puede afirmarse que Aníbal es un niño ejemplar? - A la hora de los "quiubos"
COMENTEMOS l.;\ NOVELA HUMO DE Ti<ENES
82 CO.MENTEMOS LA NOVELA IIUMO DE TRENES 83

- ¡Córtala, Gabriel! GEOGRAFIA


-Al agua, patos
-Las retadas En la novela aparecen diversos lugares geográficos de Chile.
-Se le incendiaban las mejillas Te nombramos algunos: Valparaíso, Puerto Montt, La Calera...
-Qué flojera Pero hay varios más. Especialmente en uno de ellos se detie­
- Dormí como tronco ne largamente el tren en que viaja Gabriel. Pero hace un tiempo,
-Se le escapó un gallo a este lugar se le cambió el nombre. Averigua de qué pueblo
-Guailón se trata y cuál es su nombre actual.
-Se subió a la micro
-¿Un retrato? Te lo haría volando
-Lo anduvo derrotando el sueño PUZZLE
-Le dijo que no fuera tan "gallina"
- Hacerle la pelea al frío Todas las definiciones que aparecen con asterisco están rela­
cionadas con la novela.

LOS PERSONAJES Horizontales

Trata de definir en pocas palabras, ojalá con una, los caracte­ 1. Edgar A.... escritor norteamericano. Con él, Gabriel juga­
res de: ba a los vaqueros*. 495.
2. Vocal. Medio de transporte*. Pronombre. Personaje impor­
Gabriel tante sin nombre*.
Aníbal 3. Del verbo ser. Personaje muy esforzado*. La primera. Le-
El viejo tra bailable.
Sibila 4. Bario. Remolcar. Nombre de letra doble. Cero. .
.
5. Repetido, localidad argentina cercana a Bariloche. V1a¡a a1
norte*.
LIT ERATURA 6. Escucharnos. Plantas de la selva, medio de transporte de
Tarzán.
En la novela se mencionan tres obras juveniles clásicas de 7. Muda. Madre de Aníbal*. El primero. 106.
la literatura universal. ¿Las recuerdas? ¿Quiénes son sus au­ 8. Utilizaciones. Te alimentabas.
r-
tores? 9. Abreviatura de nacional. Nombre americano. Voca 1 · 1 nve
tido, lo contrario de venida.
10. Habla.Rival de Gabriel*. Consonante.Pronombre.
11. Indefenso. Río italiano. Afirmación.
COMENTEMOS LA NOVELA HUMO DE TRENES 85
84 COMENTEMOS LA NOVELA NU'-10 Dli íRENES

12. 500. Vocales. Nunca. Plural.


13. Cero. Equipo intruso*. Uno.

Verticales

1. El tren se detiene ahí*.


2. Oxígeno. Fui afuera.Grasa de animal. Letra de gato.
3. Extraterrestre. Planta. Invertido, rae.
4. Equipo de fútbol que viajaba en el tren•. Residuo del pe­
tróleo.
5. Como de noche. En inglés, en. Héroe de la Isla del Teso­
ro. Consonante para incógnito.
6. Ave de plumaje negro, de América Central. Plata. Afirma-
ción. Aparta. separa.
7. Consonante ....sil, país. Regla. Cloro. Invertido, dona.
8. Descifre.Perro lanudo*. Posesivo.
9. Tienda de ollas. Cuarta vocal. Alimento de cada día.
1 O. Plural. Amarras. Paga atrasado.
11. Equipo del protagonista. Plural.
12. Divisé. Vocal.Aseados.
13. Abandono. Síes.
86 COMENTEMOS LA NOVELA !-JUMO DE TRENES

SOLUCION PUZZLE

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