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Microhistoria: introducción a una historiografía polémica

Conference Paper · November 2018

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Mario Roberto Cancel-Sepúlveda


University of Puerto Rico at Mayagüez
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Microhistoria: introducción a una historiografía
polémica.
Conferencia inaugural en el “II Simposio de Microhistoria: una
mirada al suroeste”. Recinto Universitario de Mayagüez (UPR)

Mario R. Cancel Sepúlveda


Catedrático de Historia (RUM-UPR)

El debate sobre la microhistoria es un tema clásico en la historiografía europeo-

americana. Desde la década de 1970, cuando llamó la atención de un grupo selecto de

profesionales, hasta mediados de la década de 1990 cuando se anunció su crisis, la microhistoria

revolucionó la disciplina. Ya ha pasado casi medio siglo de ello y una parte significativa de la

escritura historiográfica de alta calidad de las décadas del 1970 y el 1980 se redactó en el marco

de la microhistoria. La propuesta fue la contestación de la intelectualidad de una época a una

praxis que entonces se consideraba agotada: la historia social y económica. Me parece que a la

altura de 2016, estamos en posición de volver sobre aquel tema que tantas implicaciones tuvo en

el desenvolvimiento de este campo de estudio.

Puerto Rico no estuvo ajeno al debate. La historiografía profesional puertorriqueña se

desarrolló en el espacio universitario en el marco de la segunda pos-guerra y la Guerra Fría.

Aquel fue una atmósfera contradictoria en la cual convergió la modernización material y la

profundización de la dependencia política. La discusión sobre la microhistoria social y

económica de la década de 1970 en el país se expresó como un contrapunto de la historiografía

del 1950. Los ribetes políticos de aquellas eventualidades en el marco colonial eran muchos. A

principios de la década de 1990 también se anunció su derrumbe en nombre de otras

perspectivas. Mirar hacia aquel fenómeno hoy es, por lo tanto, más que meritorio.
Microhistoria: herencias

El pasado de la microhistoria ha sido vinculado a varias tradiciones intelectuales del siglo

20 surgidas en el periodo entreguerras. Desde la Paz de Versalles hasta la Gran Depresión y la

Segunda Guerra Mundial, los cimientos de la civilización occidental se conmocionaron y, con

ello, la forma convencional de historizarlos fue puesta en entredicho. La explicación me parece

meritoria. La microhistoria ha sido reconocida como una reacción crítica lo mismo ante la New

History estadounidense, la historia total y la nueva historia social francesa e incluso el

materialismo histórico.

No todos lo microhistoriadores que se han planteado el problema de sus orígenes lo ven

del mismo modo. Algunos han buscado fuentes más remotas para explicar su metodología. Voy

a plantear dos posibles alternativas que derivan de mi experiencia académica. Cada vez que dicto

un curso de historiografía y hablo de Giambattista Vico me topo con una pista interesante. La

reflexión de ese jurista y retórico italiano en su tratado “La Ciencia Nueva…” publicado en

1725, distinguía entre la historia ideal, la particular y la concreta. En el concepto de la “historia

concreta” se podrían apoyar los microhistoriadores en su búsqueda de un antecedente. El asunto

traería soluciones pero crearía nuevos problemas. Vico contradiría a los microhistoriadores

porque lo que este pensador cristiano buscaba en la historia concreta era el reflejo o la

continuidad de la ideal. Los microhistoriadores italianos no aceptarían esa premisa. Para ellos la

impugnación de la mirada macro tendría un valor análogo o incluso más relevante que su

validación. A lo sumo, utilizarían ese diálogo contencioso entre lo concreto o micro y lo ideal o

macro, con el fin de apuntar la discontinuidad entre una y otra esfera.


De igual manera, cada vez que en un curso de pensamiento social converso sobre la

epistemología kantiana encuentro otra pista. La fenomenología kantiana admite que todo

conocimiento es “para sí” o perspectivo, sin que ello conduzca necesariamente al relativismo

absoluto porque el “imperativo categórico” lo impediría. El papel del que mira es tan o más

relevante que lo mirado. La microhistoria expresa una actitud análoga. El hecho de que

Ginzburg, uno de precursores de la microhistoria italiana del 1970, encuentre en la

microsociología de George Simmel y en el presentismo de Benedetto Croce1 antecedentes

legítimos para su práctica, me dice que estoy lejos de equivocarme. Simmel y Croce fueron

consustanciales al impulso neokantiano que invadió la historiografía, las ciencias sociales y la

literatura durante la primera parte del siglo 20.

De un modo u otro, la microhistoria se mueve entre la historia concreta viciana y el

conocimiento “para sí” kantiano aunque muchos microhistoriadores no estén conscientes o de

acuerdo con ello. La crítica historiográfica y los microhistoriadores de las décadas del 1970 al

1990, prefirieron buscar legitimidad en el pasado mediato. Por eso eligieron proyectarse como

una consecuencia comprensible de la experiencia de tres vertientes interpretativas específicas del

siglo 20: la nueva historia social francesa, la historia desde abajo y la etnología y la antropología.

Un consenso en torno a la genealogía de la microhistoria, reconocía que la tendencia

representaba una protesta contra la historia total, sociologista y estructuralista que se impuso en

la década de 1920 desde Francia a través de la revista Annales. Se asumía que la misma había

ido llegando a sus límites y se desgastaba. Lo que se ponía en duda era su capacidad para reflejar

la complejidad de la realidad por medio de los procedimientos cuantitativos y la serialización de

datos que se había impuesto en la tendencia. La crítica microhistoriográfica asumía una “nueva

complejidad” en la cual el individuo readquiría la importancia que había perdido para la


1
Ginzburg (1994) : 34, 35.
interpretación. La historia total, sociologista y estructuralista, alegaban, se había transmutado en

una propuesta aplanadora que no veía la excepcionalidad en el acontecer sino solo lo que se

repite. La naturaleza de las redes sociales ameritaba una elucidación que solo la mirada

microhistórica podría suplir. En el fondo los argumentos tenían que ver con la concepción de la

idea de la libertad humana ante el asunto del historicismo y se apoyaban en argumentos que

recordaban las intempestivas de Federico Nietzsche.

Por ello, en primer lugar, la microhistoria fue explicada como una revisión de la nueva

historia social francesa. Se cuestionaba la validez de la cuantificación y las series mientras se

invocaban la interpretación de Fernand Braudel del tiempo histórico y las duraciones con el fin

de mirar en otra dirección.2 Llamo la atención sobre un hecho. Las duraciones larga, media y

corta braudelianas, tienen mucho en común con la historia ideal, particular y concreta de Vico.

La dirección en la cual miraba la microhistoria era la corta duración, el acontecimiento que

constituía su materia prima. El problema era que Braudel y la nueva historia social francesa,

habían surgido como una protesta contra el protagonismo de la corta duración y el

acontecimiento por la predilección que la historiografía positivista tradicional o del siglo 19

había manifestado por el estudio de los personajes excepcionales o las figuras proceras. La

actitud de los microhistoriadores parecía un retorno al pasado. Es cierto que la microhistoria

retornaba al acontecimiento o la corta duración pero lo hacía de forma innovadora. La

innovación radicaba en que, si bien no se negaría a trabajar con el personaje excepcional, estaría

en mejor posición de trabajar con el personaje secundario.3

En segundo lugar, no solo se trataba de volver al acontecimiento, objeto que la historia

social y económica francesa había obviado por considerarlo anodino. También se proponían

2
Braudel (1970): 64 ss.
3
Ginzburg (1994): 4.
observar desde la cercanía. La empatía con lo observado se convertía en un componente del

proceso investigativo, asunto que Marc Bloch había señalado en su memoria histórica poco antes

de morir en 1942.4 La afinidad de la microhistoria con la intención de Edward P. Thompson, un

historiador inglés de tradición materialista de producir una historia desde el abajo social, era

también invocada por los microhistoriadores.5 El efecto de ubicarse abajo para estudiar el abajo

cambiaba por completo el producto historiográfico. A Thompson le preocupaba más la

formación de la clase obrera inglesa que ajustar el fenómeno o el objeto de estudio a una pre-

concepción acorde con las posturas materialistas históricas que representaba. Los

microhistoriadores, de modo análogo, aspiraban darle prioridad a la revisión de los procesos y

dinámicas que lo micro develaba, y no a la apariencia final de los mismos. Los espacios de la

vida ordinaria que la macrohistoria invisibilizaba adquirían un lugar de privilegio en la

historiografía. La microhistoria, como la historia desde abajo, se sentía atraída por los márgenes

y su discursividad y llamaba la atención sobre la diferencia, la discontinuidad y sus valores,

contrario a la macrohistoria o a la macrosociología.

En tercer lugar, esa misma obsesión con lo microscópico, el acontecimiento, el abajo

social y la cultura subalterna o popular, los condujo hacia los espacios de lo privado, la

cotidianidad y su historización. La microhistoria fue un “análisis con lupa”6 o un modo de

acercamiento microscópico o close up 7 que sancionó la observación historiográfica sobre lo

cotidiano y los actos que ejecutamos por hábito, pero también sobre lo extraordinario o las

transgresiones que refutan el orden, acontecer que, de otro modo, hubiese sido reducido a la

4
Bloch (1949/1970):108 ss.
5
Revel (1995) :132.
6
Fernández García (2014): 108.
7
Ginzburg (1994): 32-33.
condición de lo trivial y la paradoja.8 La historia de Menocchio el molinero de Friuli del siglo 16

escrita por Ginzburg en 1976 es el mejor modelo de ello pero no es la única.9 La lógica de que lo

cotidiano y lo extraordinario informan sobre la naturaleza de la historia forzó una revisión de la

relación de los historiadores con la etnología y la antropología, asunto que confluiría con Michel

de Certeau en su reflexión sobre lo cotidiano en 1980.10 El sueño de una historia total ya no

miraría hacia las estructuras sociales y su poder coercitivo sobre la individualidad: imaginar un

ser humano más libre, con un margen de acción más amplio que el que hipotéticamente le

reconocen las estructuras sociales fue un logro común de aquel esfuerzo.

En cuarto lugar, el retorno al acontecimiento forzó a una revisión de la escritura histórica

y la forma de textualizarla. La historia social y económica francesa habían rechazado la

narración por su relación con la corta duración y los acontecimientos.11 La microhistoria la

redime y la revisa llamando la atención sobre la relación entre la narración ficcional moderna por

excelencia, la novela, y la narración realista por excelencia, la histórica. Aquella era una forma

agresiva de romper con el prejuicio volteriano de la oposición entre literatura e historia.12

Percibir la narración como una forma de conceptualizar o explicar la realidad, requería articular

un retorno a las fuentes literarias que la historiografía apenas había dejado atrás en el periodo

entreguerras de modo que historiar y narrar volvieron a ser considerados procesos

consustanciales13 con lo que el debate sobre el lugar de la historiografía entre las ciencias

sociales y las humanidades volvió a colocarse en el horizonte. Peter Burke, el historiador cultural

inglés, llamaba la atención en 1991 sobre las posibilidades de lo que llamaba la micronarración,

8
Hering Torres y Rojas (2015)
9
Ginzburg (1976/2000)
10
Certeau (1980/2000)
11
Ginzburg (1994): 35.
12
Voltaire (2010). URL “Voltaire y la Historia”
13
Chartier (2000): 62-63.
un concepto inventado sobre la base de la microhistoria, como medio para exponer problemas

históricos. Su definición de micronarración no podía ser más clara: “la exposición de un relato

sobre gente corriente en un escenario local.”14

En una reflexión de 1994, cuando la microhistoria atravesaba por su crisis de madurez,

Ginzburg insistía en la genealogía literaria de su proyecto microhistoriográfico. En la misma

apuntaba el impacto de la lectura de las novelas naturalistas franco-rusas en especial La guerra y

la paz de Lev Tolstoi, de Henry Beyle alias Stendhal, de Raymond Queneau e Italo Calvino,

entre otros, cuando redactaba su obra maestra El queso y los gusanos. Burke también había

insistido en ese punto en su texto de 1991. El retorno de la narración, otra de las revoluciones de

la historiografía de fines del siglo 20, y la re-vinculación de la historia y la literatura, tuvieron en

la rebelión de la microhistoria un papel determinante.

La cita indirecta que Ginzburg hace de Tolstoi mientras lee una crítica de Isaiah Berlin,

sobre el autor ruso me parece emblemática: “un fenómeno histórico puede ser comprensible

solamente mediante la reconstrucción de la actividad de todas las personas que han formado

parte de él.”15 La microhistoria, como ejercicio de narración representó por lo tanto una

revolución análoga a la de novela experimental y fenomenológica del periodo entreguerras y la

anti-novela francesa de 1960 y 1970, pero en efecto más tardía. La microhistoria equivalía a la

apropiación creativa de la historia ficcional de Ulrich, el “hombre sin atributos” de Robert Musil

en su ciclo novelesco de 1930 a 1942.16 Aquí debo hacer un comentario de profesor de historia.

Siempre he lamentado que las referencias que hago en mis clases a narraciones literarias de todo

tipo no conduzcan a mis estudiantes a leer más novelas. La manía de considerarlas una mera

14
Burke (1999): 299.
15
Ginzburg (1994): 31.
16
Musil (1940/1973)
fuente secundaria de la historia y no otra forma de exponer una imagen de mundo válida,

prejuicio producto de Voltaire, todavía está allí.

Una definición y muchos nombres

Claro que la tradición europea fue determinante para el fenómeno y el debate de la

microhistoria. Pero no fue la única. Los parámetros de una actividad como la de hoy no me

permiten comentar la tradición estadounidense ni la hispanoamericana. En todo caso los debates

fueron menos intensos, ambas vertientes se desarrollaron alrededor de la praxis y dieron menos

relevancia a las disputas epistemológicas y filosóficas que los microhistoriadores europeos.

George R. Stewart, un investigador de Berkeley y su microhistoria de la batalla de Gettysburg

publicada en 1959 ha sido invocada como un antecedente incuestionable. Unas 15 horas de

combate y un cañoneo final de 45 minutos producían el efecto de la lentificación, la cámara lenta

y la concentración del espacio que alguna microhistoria bien escrita genera.17

El libro de Luis González y González, Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de

Gracia publicado en 1968, revisa por otro lado 400 años de historia en un pueblo pequeño e

“ignorado” por la macrohistoria mexicana desde una perspectiva cualitativa y empática. La

Invitación a la microhistoria difundida por González en 1973, demuestra que esta vertiente

ofrecía y ofrece un campo amplio para la experimentación con el manejo del tiempo, el espacio,

el ritmo narrativo e incluso con la justificación de lo que se investiga: González y González

había nacido en San José de Gracia por lo que el vínculo emocional con el tema, una apostasía

desde la perspectiva de la historiografía positivista, cumplía en su caso un papel decisivo.

17
Ginzburg (1994): 35.
La microhistoria, el micro-análisis como le denominó Revel,18 la historia local como en

algún momento la bautizó González y González,19 la historiografía indiciaria, la historia a escala,

la historia del acercamiento o el close-up, como la nominó Ginzburg sobre la base de una

observación del teórico y cineasta Siegfried Krakauer, o la tercera vía entre el positivismo

crítico y la historia social y económica estructural, ha renovado la historiografía hasta el

presente. El interés en mantenerla distante de lo que Nietzsche motejaba como el objeto de los

“meticulosos micrólogos” de la “historia anticuaria y arqueológica”, de la historia petite o

pequeña que se nutre de lo pintoresco y alimenta el orgullo de las elites locales, siempre ha sido

una preocupación de los microhistoriadores profesionales. Los choques que produjo esta

experiencia seguían sin resolverse a la altura del año 2000. Se trataba de varios asuntos centrales

que no tengo tiempo de discutir con profundidad en este foro y que solo resumiré de manera

breve.

El primero era si la microhistoria representaba una profundización de las concepciones

modernas de la historia o una propuesta posmoderna. El segundo tenía que ver con la relación de

la microhistoria con el materialismo histórico aspecto en el cual Ginzburg y Eric Hobsbawm, el

historiador marxista inglés, discutieron en algún momento. El tercero trataba de resolver si la

microhistoria continuaba la historia social y económica en un nuevo nivel o si la dilapidaba.

Todos emanaban de la conciencia de la crisis de los paradigmas o presunciones que habían

sostenido la cultura moderna desde el siglo 18 hasta la crisis de la década de 1970.

Definir el fenómeno de la microhistoria ya no es tan complejo. Esos 50 años de praxis

nos han educado para tomar con pinzas los argumentos de sus acólitos y de sus enemigos. Los

rasgos más significativos se derivan de las afirmaciones de aquellos que la fundaron. En 2013 un

18
Revel (1995)
19
Arias (2006) y González y González (1973)
especialista en el asunto pasó revista sobre el tema y señaló tres ejes que definen la naturaleza de

la microhistoria.20

El prime eje es el constructivismo ideológico, postura que presume que el conocimiento

es el resultado tentativo de la relación entre el sujeto cognoscente y el objeto por conocer a partir

de los instrumentos cognitivos del primero, el microhistoriador en este caso. La proximidad de

ello con el conocimiento “para sí” kantiano y su relación fronteriza con el relativismo absolutos

seguían presentes.

El segundo eje deriva del primero y del hecho de que ese tipo de conocimiento tentativo

informa más sobre las forma de apropiar un problema que sobre una verdad definitiva y final.

Giovanni Levi insistía en que de lo que se trataba era de ver el conflicto a la luz de sus procesos

y no de su resultado.21 El tratamiento que la microhistoria da a los hechos históricos es

experimental, por lo que las puertas siempre quedan abiertas para que otros miren esos hechos

con una mirada fresca sin que ello tenga que ser interpretado como una afirmación de que “todo

vale”. El carácter experimental se relacionaba con la revolución en la forma de enfrentar el

documento y la metodología: el microhistoriador debía intensificar el interrogatorio y dejar que

las preguntas surgieran del mismo documento. Ello equivalía a una invitación a ir a la fuente sin

una preconcepción o hipótesis. Debo decir que el reconocimiento de la ambigüedad de los

documentos no era un asunto nuevo. Jacques Le Goff había afirmado que “todo documento es

mentira” y “cualquier documento es al mismo tiempo verdadero.”22 La inusual relación entre el

microhistoriador y el documento ya estaba clara en ese aserto.

El tercer eje se relaciona con la relevancia que le da el microhistoriador al discurso, a las

formas argumentativas, descriptivas y narrativas con el fin de explicitar los hechos históricos. El

20
Man (2013): 168-169.
21
Levi (1994) : 18.
22
Le Goff (1991) : 238-239.
recurso de la cita directa y la recurrencia a las metáforas para producir un efecto en el lector

“literaturiza” la discursividad dándole un tono distinto al texto que lo acerca a la narrativa

ficcional sin llenar los vacíos con mentiras como asumiría Voltaire.

Los tres índices tienen que ver con la reducción de la escala de la mirada y el apetito por

conocer la densidad de lo real. Pero la microhistoria no fue el único mecanismo para adelantar el

micro-análisis: allí estaba la monografía positivista crítica o la que producía la historia social y

económica francesa, la historia oral y la historia local. Los microhistoriadores aspiraban superar

la monografía porque asumían que aquella se manejaba como un proceso de “verificación de

reglas macrohistóricas generales”23 y la microhistoria no. Microhistoria y monografía se oponían

por diversas vías. Por un lado, el formalismo de la monografía ponía límites al constructivismo,

al experimentalismo y al protagonismo del discurso en la investigación. La monografía seguía

sirviendo a un concepto de ciencia que se rechazaba y la microhistoria se movía en el espacio del

las artes. Por otro lado, si la monografía se elaboraba con el fin premeditado de verificar la

macrohistoria la microhistoria en muchas ocasiones la impugnaba.

Del mismo modo, la microhistoria quería dejar atrás la historia oral, metodología con la

cual Levi fue duro en extremo. En una entrevista de 1999 afirmaba que la microhistoria había

surgido específicamente de la crítica a la historia oral y “su aplicación muy simplista, muy

basurista” del testimonio y reiteraba su desconfianza en la “utilización de las fuentes orales

como fuente de información histórica…factual.”24 Para Levi la historia oral era “historia basura”,

afirmación grosera que le permitía hacer su visibilidad en el campo historiográfico internacional.

En cuanto a la historia local que en Hispanoamérica se asocia con González y González,

Levi era enfático: “yo me ofendería mucho si fuese considerado un historiador local” decía en

23
Man (2013) : 169.
24
Levi (1999) : 190.
otra entrevista de 1993.25 Levi rechazaba que la microhistoria italiana y la historia local

mexicana fueran la misma cosa por consideraciones epistemológicas y culturales que no vale la

pena discutir en este momento. Su base de apoyo era un comentario del antropólogo Clifford

Geertz quien afirmaba que “los antropólogos estudian en los pueblos, no estudian los pueblos”26

y concluía que el hecho de estar en un pueblo era un “accidente, no tiene ningún interés”: la

microhistoria estudia en pueblos, no a los pueblos.

En suma la microhistoria se imaginó como una forma renovadora de conocer el pasado o

como un nuevo tipo de historia distinta de las otras. El carácter polémico de la microhistoria, por

lo tanto, siempre ha estado allí. Las pugnas con el positivismo crítico, la nueva historia social y

económica, la modernidad, la monografía, la historia oral, la historia local, sólo se ha mitigado

porque han sido olvidadas.

Unas conclusiones parciales y una invitación

Un balance de la cuestión de la microhistoria nos deja con la sensación de que, en algún

momento, las aguas llegaron a su lugar. Las disputas intelectuales entre los defensores del

materialismo histórico, la nueva historia social y económica francesa y los microhistoriadores en

el marco del reto al paradigma de la modernidad fueron sin duda agresivas, pero la sangre nunca

llego al río. Los historiadores parecen poco dados a la sangre, después de todo. Para los

microhistoriadores se trataba de dos adversarios enormes y difíciles de ignorar por el significado

que ambos habían tenido en el desarrollo de la historiografía del siglo 20. Además la

institucionalización de un estilo siempre tiene un efecto moderador.

25
Levi (1993): 17.
26
Levi (1993): 18.
La crítica de la microhistoria desde el materialismo histórico, por ejemplo, estuvo

encabezada por Eric Hobsbawm.27 En el 2004 este historiador marxista inglés la acusaba de lo

obvio, de abandonar la meta de la historia total, de poner en duda la capacidad de la historia de

producir un saber confiable o verdadero y, por ello, de desviarse hacia el campo abierto de la

ficción literaria, de ser descriptiva y cultural. Detrás de aquellas acusaciones estaban los mismos

argumentos de Voltaire vueltos a formular, y la poca voluntad del materialismo histórico a

renunciar a ellas, aspecto en el cual coincidía con la historia social y económica francesa.

El micro-analista Revel enfrentó en 1995 la crítica de la historia social y económica con

un argumento interesante. Ante la acusación de que la microhistoria disolvía la aspiración a una

historia total sostenía que “en el fondo (la microhistoria expresaba)...el viejo sueño de la historia

total” de un modo creativo.28 La noción de lo total en los microhistoriadores posee un carácter

diferente. La totalidad de la nueva historia social y económica francesa o del materialismo

histórico, se buscaban a partir de la universalidad de las estructuras que se asumía establecían las

posibilidades y las limitaciones de la acción humana. La totalidad de la microhistoria se buscaba

en la base material y a diferente escala. El interés de los microhistoriadores por los procesos y el

experimentalismo se constituía en una “reconstrucción de lo vivido”. La expresión metáforica de

Revel vuelve a recordarme el vitalismo nietzscheano y su concepción de la oposición de la

historia y la vida.

La microhistoria aspiraba demostrar que no había un corte real entre lo local y lo

universal. Lo local, decía Revel, era una “modulación particular de lo global.”29 Una modulación

es una variación o una inflexión, no un reflejo o una réplica. En la medida en que puede chocar

con lo general y se resiste a su hegemonía, deja el saber histórico en el territorio de la

27
Hobsbawm (2014)
28
Revel (1995) : 130.
29
Revel (1995) : 135.
incertidumbre e invita a revisar las interpretaciones deterministas mecánicas que emanan del

estructuralismo. El saber incierto y la identidad que juega en los intersticios de un proceso que

no es predecible o previsible, nos deja con una “nueva cartografía social”, un nuevo mapa en

donde lo excepcional y lo normal, los materiales fundamentales de la mirada micro, poseen un

valor incalculable.

Un último comentario. La microhistoria no pretendía huir de la macrohistoria o de los

macrotemas de la historiografía positivista crítica, el materialismo histórico y la nueva historia

social francesa. La guerra, la revolución social o cultural, la lucha de clases, la clase obrera, una

figura procera, no desaparecían del panorama. Levi insistía en que “se puede hacer microhistoria

de Galileo Galilei o de Piero de la Francesca”30 porque la reducción de la escala no es solo útil

para el lugar o el escenario. Se puede volver a la guerra mirando hacia los soldados en las

trincheras y no a los generales o los movimientos tácticos estratégicos, o a la revolución

buscando respuestas en los actos de los militantes y no de los cuadros revolucionarios y los

líderes. O se puede estudiar a Ramón E. Betances Alacán escudriñando sus días como médico

titular en la ciudad de Mayagüez o las circunstancias concretas de alguno de sus llamados

destierros. Ninguno de esos acercamientos censura los temas estudiados de la historia total que

se asume. Por el contrario, permitirán al historiador a regresar a las generalizaciones con

información fresca.

Dos anécdotas breves para terminar. La primera tiene que ver con una historia de

Hormigueros que en 2012 me pidieron que escribiera. En la reunión inicial con los interesados

uno de ellos celebraba el proyecto porque el mismo llamaría la atención sobre los grandes

hacendados del pueblito cuyos apellidos todavía dominaban el panorama social y cultural de la

comunidad. Yo le dije que, aunque reconocía la legitimidad del proyecto, ese no era el tipo de
30
Levi (1993) : 17.
microhistoria que yo estaba en disposición de producirles porque mirar la historia de un pueblo a

la luz del papel de sus capitalistas y explotadores me parecía una simplificación poco

profesional. No quería hacer una historia petite o la labor de un “micrólogo” o anticuario. Yo iba

con la idea de mirar ciertos lugares dispersos en el tiempo y el espacio en el marco de la

comunidad, que luego ensamblaría a la luz de la hipótesis de una probable y cambiante identidad

local. Esos lugares eran un poco la arqueología, un culto legendario, los orígenes civiles de la

localidad en el pugilato entre Mayagüez y San Germán como signos de modernidad y tradición,

el antes y el después del 1898 y la imagen y autoimagen del pueblo en distintos niveles. Lo que

yo quería era poner a dialogar lo micro y lo macro. La historia de los hacendados, los

capitalistas, los explotadores, la institución del ayuntamiento, la reduje a un capítulo. Quería

hacer microhistoria social y cultural con los recursos de la crítica histórica y literaria.

La segunda anécdota tiene que ver con una visita que recibí en mi oficina en la

universidad a mediados de la década de 2000. Desde que empecé a escribir me interesaron las

figuras marginales, los seres que giraban alrededor de las grandes figuras, el papel de los seres

invisibles en medio de los grandes acontecimientos. También me llamaban la atención las zonas

oscuras de las vidas de esas grandes figuras, los momentos en que la contradicción aflora en sus

vidas y que las historiografías comprometidas, de izquierda o de derecha, no son capaces de ver

por su afán de uniformidad o verticalidad. Durante los años 1980 hablé mucho con Loida

Figueroa Mercado sobre la figura de Simplicia Jiménez Carlo, la segunda pareja de Betances.

Ambos escribimos algún suelto sobre aquella mujer olvidada cuando Loida trajo algunos papeles

de Cuba. Yo terminé por redactarle, no una monografía ni una microhistoria sino un cuento

surrealista. Poco después de ello recibí la visita de una dama que me aseguró que era la

reencarnación de Simplicia. Quería saber si yo podía asegurarle que se parecía a ella. Es posible
que este hecho no llame la atención de un historiador positivista, materialista o socioeconómico

pero sin duda, ambas Simplicias merecerían una buena y creativa microhistoria.

En Hormigueros, Puerto Rico, entre el 8 y el 11 de octubre de 2016.


Fuentes consultadas

Álvaro Acevedo Tarazona (2004) “Los retornos de la historiografía. La historia política y del
acontecimiento”

Carlos A. Aguirre Rojas (1999) “De la microhistoria local (mexicana) a la microhistoria de


escala (italiana)” en Prohistoria 3: 207-229.
Carlos A. Aguirre Rojas (2003) “Invitación a otra microhistoria: la microhistoria italiana” en
Histórica 17.2: 283-317.

Patricia Arias (2006) “Luis González. Microhistoria e historia regional” en Desacatos 21: 177-
186.

Darío Arnolfo, et. al. (1999) “Crisis y resignificación de la microhistoria. Una entrevista a
Giovanni Levi” en Protohistoria 3.

José Luis Betrán, et. al. (1993) “Antropología y microhistoria: conversación con Giovanni Levi”
en Manuscripts 11: 15-28.

Marc Bloch (1949/1982) Introducción a la historia. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica

Fernand Braudel (1970) La historia y las ciencias sociales. Madrid: Alianza Editorial.

Peter Burke (1999) Formas de hacer historia. Madrid: Alianza.


Peter Burke (2002) ¿Qué es historia cultural? Barcelona: Paidós.

Mario R. Cancel Sepúlveda (2010) “Microhistoria: Un marco historiográfico” en


Historiografía: la invención de la memoria
Mario R. Cancel Sepúlveda “Aproximaciones a la historiografía de Fernando Picó” en
Academia.edu
Mario R. Cancel Sepúlveda “La Microhistoria Cultural y la interpretación de la vida de las
comunidades: una reflexión” Academia.edu
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