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Gracia a Vosotros :: desatando la verdad de Dios, un versículo a la vez

Hipocresía Y Traición
Scripture: Escrituras Seleccionadas
Code: GAV-B222706

Dios advierte fuertemente contra el divorcio en Deuteronomio 24:1-4, y a su vez, Él confirma su total
odio hacia el divorcio en Malaquías 2:13-16:

“Y esta otra vez haréis cubrir el altar de Jehová de lágrimas, de llanto, y de clamor; así que no
miraré más a la ofrenda, para aceptarla con gusto de vuestra mano. Mas diréis: ¿Por qué? Porque
Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella
tu compañera, y la mujer de tu pacto. ¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu? ¿Y
por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y
no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho
que él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo Jehová de los ejércitos.
Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales.”

El hombre que quiebra la promesa eterna que le hizo a su esposa hace lo que Dios odia. (Lo mismo
es cierto de una mujer que quiebra la promesa eterna que le hizo a su esposo). El que hace esto
“cubre su manto de violencia,” una imagen viva de un asesino manchado de la sangre de su víctima.
Ese es un concepto aleccionador de lo que el divorcio realmente le hace a uno y a aquel con quien
se comprometió para siempre delante de Dios y otros testigos. “¿Acaso el Único no hizo el cuerpo y
el espíritu de ella…?, un texto difícil en hebreo, está diciendo esencialmente que el Espíritu Santo de
Dios nunca es partidario del divorcio.

Mucha gente hoy dice ser guiada por el SEŇOR para divorciarse y tener la paz de él después que
dejan a sus cónyuges. Sin embargo, Dios continúa declarando: “…Yo aborrezco el divorcio…
Guardad, pues, vuestro espíritu y no traicionéis a la mujer de vuestra juventud”. No se engañe; no
trate de engañar a los demás. Una señora de la iglesia se me acercó y me dijo: “Mi esposo viene al
templo conmigo semana tras semana para mantener las apariencias, pero durante la semana vive
con otra mujer”. ¿Qué le parece a Dios la adoración de ese hombre? No le interesa para nada. ¿Por
qué? Porque ese hombre está actuando traicioneramente en contra de la mujer de su juventud, con
la que ha estado casado más de 30 años. A Dios no le interesa su adoración; es una burla. La
esposa de su juventud es su “compañera,” dice Malaquías 2:14, usando una hermosa palabra
hebrea que describe amigos cercanos en el Antiguo Testamento. Este es el único sitio en el que se
usa para una esposa, pero sí indica que su esposa debería ser su amiga más cercana. Si no lo es,
pregúntese qué puede hacer usted para cambiar eso. Comparta su vida con ella. No la excluya.

No se fomenta el divorcio

Sin excepción, el divorcio es producto del pecado, y Dios lo odia. Él nunca lo ordena, apoya o
bendice. Lejos de fomentar el divorcio, casi en todas las referencias al divorcio del Antiguo
Testamento le pone restricciones. Por ejemplo, Deuteronomio habla de un esposo que acusa
falsamente a su esposa de “conducta denigrante” que “le impondrían una multa de 100 siclos de
plata (lo cual darán al padre de la joven); y ella será su mujer. Él no podrá despedirla en toda su
vida” (22:14, 19). En el mismo capítulo leemos: “Si un hombre halla a una joven virgen que no esté
desposada, y la fuerza y se acuesta con ella, y son descubiertos, entonces el hombre que se acostó
con ella dará al padre de la joven 50 siclos de plata; y ella será su mujer. Porque él la violó, no la
podrá despedir en toda su vida” (vv. 28, 29).

Cuando Dios dio instrucciones a Moisés sobre la pureza de los sacerdotes, él tomó una medida
adicional para evitar que sus sacerdotes se manchasen aun remotamente con el divorcio. Esto es lo
que dijo acerca de las mujeres que reunían los requisitos necesarios para casarse con un
sacerdote: “No tomará una viuda, ni una divorciada, ni una mujer privada de su virginidad, ni una
prostituta. Más bien, tomará por esposa a una mujer virgen de su pueblo. Así no profanará su
descendencia en medio de su pueblo; porque yo soy el SENOR, el que lo santifico” (Levítico 21:14,
15). Los sacerdotes de Dios tenían permiso para casarse, pero solo en las circunstancias más
puras.

Dios ve la unión de un esposo y una esposa de la misma manera en que ve la unión de Él con los
creyentes. ¿No debería ser el camino de Dios el mismo para Su pueblo, el de amar, perdonar, dar
un paso atrás y tratar de restaurar a la pareja que está dispuesta a ser restaurada? ¿Queremos que
Dios nos eche a un lado cuando somos nosotros los que estamos pecando, que nos trate de una
manera en la que acaba con nosotros al menor movimiento falso, como lo hacen tantos matrimonios
ahora?

Amor que sustenta y valoriza

El amor comprensivo de Dios trata de mantener la unión. Así es como Cristo ama a Su iglesia, lo
cual es un modelo para todo esposo. Efesios 5 lo explica:

“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por
ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de
presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante,
sino que fuese santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus
mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su
propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia (vv. 25-29).

Las dos actitudes clave en un matrimonio exitoso son el negarse a uno mismo y darse a uno mismo;
ambas son contrarias a la naturaleza humana, pero fueron hechas posibles para aquellos que
confían en Dios por medio de Cristo.

Una verdad relacionada es la Regla de Oro que dio nuestro Señor en el Sermón del monte: “Todo lo
que queráis que hagan los hombres por vosotros, así también haced por ellos…” (Mateo 7:12).
Usted nunca tendrá una mejor oportunidad para hacer eso que en el matrimonio. En un matrimonio
debe haber un amor que perdona y una gracia que restaura. Tan solo eso hace que el matrimonio
sea un símbolo apropiado del amor de Dios que perdona y su gracia restauradora. Esa es la
magnificencia del matrimonio. Su permanencia simboliza la relación permanente de Dios con su
pueblo. Ir en pos del divorcio es perderse todo el mensaje de la dramatización de Dios en la historia
de Oseas y Gomer, todo el mensaje del amor de nuestro Señor por Su iglesia, y por lo tanto todo el
mensaje del matrimonio. Dios verdaderamente aborrece el divorcio.
(Adaptado de El dilema del divorcio)

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