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17/1/22 20:17 Fallo Castilla y activismo judicial

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Fallo Castilla y activismo judicial


"... Queda lanzada la pregunta de si acaso el fallo Castilla no puede más bien interpretarse
como uno de simple activismo judicial; esto es, que una hipótesis plausible para explicar el
resultado del mismo, debe encontrarse más bien en la persecución de ciertos fines
extralegales sobre la base de meras preferencias ideológicas de los jueces..."
Miércoles, 12 de septiembre de 2012 a las 10:03

José Francisco García

El fallo Castilla será, sin lugar a dudas, la sentencia de la Corte Suprema más
destacada de 2012. Lo demuestra, por lo demás, el copioso debate entre
expertos de diversas disciplinas que se ha generado. Y si bien buena parte del
debate ha estado más bien focalizado en el impacto de la sentencia en
términos de la matriz energética del país, de costos del sistema, y en la
incertidumbre para la industria de invertir en proyectos de gran escala como
éste —donde el cumplimiento de la ley y los estándares regulatorios
José Francisco García parecieran no ser suficientes—, desde la perspectiva estrictamente jurídica, el
debate también ha sido rico en contenidos. 
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Así, por ejemplo, en Libertad y Desarrollo hemos examinado críticamente la


sentencia concluyendo que (i) la Corte Suprema (CS) reconoce que la Ley de Bases del Medio Ambiente no
obliga al titular de un proyecto que se relacione con otro a presentarlos conjuntamente, con lo cual la
Corte se transforma en regulador, estableciendo su propio estándar al exigir la presentación conjunta del
proyecto; (ii) se atribuye la calidad de experto técnico —realizando una evaluación directa y determinando
la forma en que se debe realizar la gestión o evaluación de los proyectos, transformándose así en un
gestor de política pública— cuando su función es resolver las controversias entre las partes; y (iii) las
normas de emisión no son el único parámetro que contempla la calificación industrial prevista en la
regulación urbana, por lo que, aunque se hayan considerado los factores contemplados en las normas de
emisiones como estándar de objetividad para el cambio de contaminante a molesta, al no ser el único
elemento considerado, es necesario aplicar el principio precautorio que evitaría un eventual daño
ambiental.

A lo anterior, podríamos sumar la falta de idoneidad del recurso de protección como sede para discutir el
asunto; la falta de evaluación costo-beneficio de una decisión como ésta —esto es, consideraciones
consecuencialistas o de proporcionalidad, que se sumen a las propias de la ponderación de derechos
fundamentales—;  o en la incertidumbre respecto de cómo actuaran los tribunales superiores de justicia en
casos como éste cuando hayan sido los tribunales ambientales los que se hayan pronunciado. 

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Sería llegar demasiado lejos plantear el que existe un consenso en torno a que la Corte Suprema llegó
demasiado lejos en este caso; mal que mal, se trató de un fallo unánime de la tercera sala. Sin embargo,
de manera transversal los expertos han destacado que ha existido un cambio de criterio evidente y que la
incertidumbre jurídica ahora es alta. 

Una manera de salir del paso es mediante una reforma legislativa: que el Ejecutivo, mediante una ley
corta, genere una discusión en el Congreso respecto de aquellos perfeccionamientos a la legislación
medioambiental que se estime puedan cubrir el diferencial entre los estándares legales y aquellos nuevos
exigidos por la Corte Suprema. Se tratará, por lo demás, de un ejercicio prospectivo respecto de nuevos
proyectos “Castilla”. Y ya no estaríamos frente a legislación ambigua bajo la cual los tribunales superiores
de justicia puedan parapetarse y exigir estándares superiores al establecido en la ley. El Congreso habrá
hablado claro; el sentido natural y obvio de las normas —más la historia fidedigna de la ley— no darán
lugar a interpretaciones maleables.    

La segunda alternativa es una distinta. Implica reconocer que en determinados casos, los ministros de la
Corte Suprema —así como los del Tribunal Constitucional—, dejarán de ser los monumentos a la
 imparcialidad  que la sociedad espera, y estarán bajo el efecto de las mismas pasiones, miserias,
incentivos, que el resto de los mortales.  El destacado académico norteamericano Arthur Schlesinger Jr.
introdujo el término “activismo judicial” al debate en 1947. Por éste, y en su uso corriente actual en el
debate jurídico americano, se trata de identificar una sentencia que ha sido dictada basando en las
creencias o preferencias políticas, religiosas, culturales, etc. de los jueces, más que en la norma legal o en
los elementos de interpretación auxiliares a ella. 

En este sentido, queda lanzada la pregunta de si acaso el fallo Castilla no puede más bien interpretarse
como uno de simple activismo judicial; esto es, que una hipótesis plausible para explicar el resultado del
mismo, debe encontrarse más bien en la persecución de ciertos fines extralegales sobre la base de meras
preferencias ideológicas de los jueces (la protección de un medio ambiente libre de contaminación a
cualquier costo, la creencia de que el país debe aumentar la presencia de energías renovables no
convencionales en la matriz energética, oponerse al capitalismo, etc.). En otras palabras, un  juez o un
grupo de ellos deja de interpretar el arreglo social existente —materializado en la legislación o regulación
administrativa aplicable—  para resolver una controversia, y se transforma en un reformador social, un
agente de cambio ante reglas que no se condicen con sus propias preferencias en la materia en cuestión.

Frente al activismo judicial surge la filosofía de la auto-restricción judicial (judicial self restraint), que en
Estados Unidos suele vincularse a los sectores conservadores —surge frente al activismo judicial de la
Corte Warren—, y bajo la cual los jueces desarrollan su tarea maximizando el uso de las reglas legales
disponibles para la solución de la controversia jurídica concreta a la que se están avocando, y minimizado
la injerencia de su decisión en el proceso político y en la definición de políticas públicas y regulaciones, las
que están en manos de los representantes del pueblo, electos y responsables ante el pueblo. 

Bajo este contexto, bastante más sensata habría sido que la tercera sala de la Corte Suprema adoptará
una filosofía de la auto-restricción judicial, estando todos los elementos para ello (e.g., deferencia experto)
o ni siquiera habiendo entrado al fondo (sostener que se trata de una controversia para un juicio de lato
conocimiento); filosofía que debiera más bien inspirar a todo tipo de jueces. En todo caso, este
minimalismo judicial, para que sea coherente, debe ser extendido a las más diversas materias. Porque tan

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activismo judicial puede ser Castilla, como lo han sido casos como “píldora del día después” o “Isapre” del
Tribunal Constitucional, donde los sectores que suelen defender esta forma de minimalismo judicial han
aplaudido a rabiar los mismos.

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