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Detrás de buena parte del debate sobre los límites del concepto de cultura,
está la aceptación de sus múltiples dimensiones. Mientras que el término
«cultura» se confundía con el de «alta cultura», el valor y el uso social que se
daba a la misma dificultaba la aceptación social generalizada de la cultura
tradicional o de la cultura de masas. La primera no adquiere un valor colectivo
hasta que el romanticismo, y sus artistas y académicos institucionalizados, no
reclaman su valor identitario y creativo seminal. La segunda lo tendrá más
difícil, para la Escuela de Frankfurt, la reproducción masiva y la difusión a
través de los medios de comunicación transforman la propia esencia de la
manifestación cultural, banalizándola.
De todas formas, no es fácil conocer los límites de cada uno de estos ámbitos,
pues en Occidente, la cultura de masas bebe tanto de la alta cultura europea
como de las culturas tradicionales del viejo continente y del resto del mundo, al
mismo tiempo que evoluciona y sé híbrida. El propio avance tecnológico es
responsable de la desaparición de muchas fronteras geográficas y sectoriales.
No obstante, para algunos autores próximos a los paradigmas de la Escuela de
Frankfurt, la esencia de la cultura desaparece. Más allá de esta crítica
esencialista, es evidente que sobre las industrias culturales inciden
especialmente las estrategias de los sectores publicitarios, los medios de
comunicación y las industrias electrónicas de apoyo, con sus duras lógicas
mercantiles.
Junto a esta tríada de dimensiones, existe una cultura artística, una cultura
científica y una cultura humanista que se enlazan e interrelacionan. La
confusión entre arte y cultura, muy común aun hoy en el mundo anglosajón,
han marginado a la cultura humanista, y sobre todo, a la dimensión científico
técnica de la cultura. Esta marginación (tradicionalmente han sido más
valorados simbólicamente los museos de arte que los museos de ciencia y la
técnica) contrasta con la importancia de la ciencia para el desarrollo del mundo
contemporáneo.
Por otro lado, en toda manifestación creativa existe una dimensión espiritual
(mística, religiosa o profana) junto a las dimensiones intelectuales y
sensoriales, tanto por parte del creador como de los distintos usuarios o
consumidores del hecho cultural. Finalmente, frente al componente original o
identitario de toda cultura, existe una tendencia homogeneizadora y una
tendencia mestiza o híbrida. Todas ellas pueden subsistir al mismo tiempo en
una obra artística o en el consumo de una comunidad, pero mientras la primera
bebe fundamentalmente de la tradición y de las propias fuentes culturales, las
otras dos muestran procesos muy distintos de aproximar culturas: en el híbrido,
es posible identificar y subsisten los sustratos culturales de origen, en la obra
homogénea desaparecen para crear algo nuevo.
1.3. El proceso de mercantilización de la cultura.
Dr. Lluís Bonet Agustí Profesor de economía aplicada y Director de los Cursos
de Postgrado en Gestión Cultural de la Universidad de Barcelona.
Bibliografía