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Modelo de planificación del agua como un bien ecosocial de múltiples usos

Por Eduardo Carrera

Si deseamos la continuidad de la vida como la conocemos, es necesaria la creación de una nueva cultura que reconozca y respete el valor del
agua. De esta nueva cultura dependerá la supervivencia de las futuras generaciones y especies del planeta.
LYNN MARGULIS

Durante los últimos años, las características que posee el agua han hecho que se le considere como un
recurso básico para el bienestar y, por lo tanto, debe administrarse eficientemente: es fundamental para la
existencia de todos los seres vivos y para la armonía de los ecosistemas, no está repartida equitativamente en toda
la Tierra, representa menos del 3% del agua disponible, participa en la mayoría de las actividades humanas y las
condiciones ambientales agudizan su disponibilidad. Por lo tanto, una política de agua efectiva y responsable es
imprescindible si se desea el bienestar de la población en el largo plazo, dentro de la cual debe considerarse al
agua como un bien ecosocial y no una simple mercancía; esto significa que es un bien económico, ecológico y
social pues pertenece a la sociedad, facilita un estilo de vida determinado, forma parte de la riqueza de un país y
proporciona un conjunto de funciones ambientales que, en definitiva, permiten el mantenimiento de la vida
(Aguilera, 1998).
Actualmente algunos dicen que existe una escasez de agua, pero coincido con otros científicos y
estudiosos en que el problema no es la falta de agua sino una incoherente gestión del recurso. Al respecto, el
Informe sobre el Desarrollo Humano 2006 indica: “Para algunos, la crisis mundial del agua tiene que ver con
situaciones de escasez absoluta del suministro físico. El Informe rechaza dicha opinión y sostiene que las causas
de la crisis del agua radica en la pobreza, la desigualdad y las relaciones desiguales de poder, así como las
políticas erradas de gestión del agua que agravan la escasez”. (Informe sobre el Desarrollo Humano, 2006).
Debido este importante papel desempeñado por el agua para todos los procesos en los que se vincula y la
crisis en que se encuentra este recurso en la Tierra, el plan de aguas de una región debe ser concebido y diseñado
de manera minuciosa y tomando en cuenta la mayor cantidad de factores posibles. Al respecto, en la misma línea
de la Declaración de Dublín, algunos estudiosos indican bajo qué rasgos esenciales debe regirse la planificación
hídrica. Por ejemplo, Tate (1991) señala: a) la eficiencia en el uso del agua incluye cualquier medida que reduzca
la cantidad por unidad, b) la cantidad de atención prestada a la eficiencia del uso del agua es directamente
proporcional a los precios cobrados por el servicio. El alza de los precios conduce a un aumento en la atención, c)
la eficiencia en el uso del agua es en parte una respuesta a los derechos de propiedad que prevalecen en la
sociedad, d) la calidad y cantidad del agua están estrechamente entrelazadas. Por su parte, Visscher (1999) y
Sánchez (2003) señalan que: a) el uso eficiente representa un recurso de agua en sí mismo, b) Hacer más con
menos agua, poniendo en práctica conceptos de eficiencia: esto indica prevención de la contaminación y gestión
racional del recurso, c) conceptos integrados y procesos eficientes: están vinculados con los dos anteriores y
relacionados a la prevención de la contaminación, recuperación y re-uso del recurso en ambientes urbanos y
rurales.
No obstante, el aprovechamiento sustentable del agua impone un trabajo sumamente arduo, debido a la
gran cantidad de aspectos que deben ser tomados en cuenta: un conjunto de factores generales como los descritos
por Tate, Visscher y Sánchez; la disponibilidad de agua, por lo cual se realizan inventario del recurso, inventario
del recurso tierra y se estudia el binomio agua–energía; luego se analiza la demanda de agua (usos consuntivos,
usos no consuntivos, usos ecológicos), entre otros. (Fernández-Jáuregui, 2006)

Características de un Plan de Aprovechamiento de Recursos Hídricos


En primera instancia, debe reconocerse que un Plan de Aprovechamiento de Recursos Hídricos
necesariamente se plantea con una visión holística e integradora de manera de abarcar la mayor cantidad de
realidades y factores ligados al uso del agua. Por otra parte, este debe poseer los rasgos antes mencionados, es
decir, implica incentivar la eficiencia y uso racional. Sánchez y Sánchez (2004) indican que:
Considerando los principios desarrollados, los programas de uso eficiente requieren un enfoque integrado, en el cual se
considere un análisis multidimensional, orientándose hacia acciones que tiendan a reducir la cantidad de agua empleada en
las diferentes actividades de los sistemas de agua (desde la microcuenca hasta su descarga final en la naturaleza), en la
perspectiva de su sostenibilidad. La definición de uso eficiente del agua implica toda actividad que esté relacionada con
utilizar el recurso de una mejor manera, hacer más o lo mismo con menos cantidad y por eso frecuentemente esto es una
“fuente de agua” por sí misma. Por lo tanto, se deben tomar medidas que permitan usar menos agua en cualquier proceso o
actividad para la conservación y el mejoramiento de los recursos hídricos. (Sánchez y Sánchez, 2004)
En relación a ello, Sánchez (2004) plantea el siguiente diagrama sobre el uso eficiente del agua en el ciclo
antrópico:

Figura 1. Uso eficiente del agua en el ciclo antrópico. Fuente: Sánchez et. al, 2003

A primera vista lo más resaltante de este diagrama es que representa un circuito cerrado, lo que implica el
reciclaje y tratamiento del agua ya sea para devolverla a las fuentes de agua potable o para reusarla. Por otra parte,
un plan de aguas que opere bajo estas premisas no sólo garantizaría un ahorro de recursos hídricos y su uso
eficiente en cada fase de la gestión, también lleva implícito un ahorro de recursos económicos y un menor
impacto ambiental. En esta misma línea, Dickinson señala que: “El uso eficiente del agua trae consigo múltiples
beneficios para los diferentes sectores usuarios del agua. Entre estos se destacan: ahorro de dinero por inversiones
o por pago de consumo, ahorros en el desarrollo y construcción de nueva infraestructura y un mejor manejo de
sequías y cortes de suministro” (Dickinson, 2003).
Ahora, debe hacerse una diferencia importante en cuanto al uso del agua, específicamente en la demanda
del recurso: usos consuntivos y usos no consuntivos. Como indica Gabaldón (2010), los primeros no se devuelven
inmediatamente al ciclo del agua (como en el caso de los usos dados a la agricultura), mientras que los segundos
sí lo hacen, como es el caso de las plantas hidroeléctricas. Además, existe una demanda ecológica o uso
ecológico, el cual es la cantidad de agua necesaria para garantizar el equilibrio ecológico en un ecosistema dado.
Estas demandas deben estudiarse y priorizarse en el plan de aguas, ya que, como puede observarse, dependiendo
del uso dado al agua se puede disponer inmediatamente o no del recurso.
No obstante, más allá de la demanda y de los usos que se les dé al recurso, el balance es una variable
bastante importante a la hora de estudiar un modelo para la gestión del agua. Azpúrua y Gabaldón (1976) indican
que: “El estudio y análisis de los balances proporcionan la información fundamental para formular estrategias y
directricer que conforman una política para el aprovechamiento futuro de los recursos hidráulicos nacionales, de
manera que todas las demandas de agua sean satisfechas oportunamente” (Gabaldón, 214).
Asimismo, no sólo se debe prestar atención a las características técnicas e infraestructurales ligadas a la
red de suministro para que un plan de aguas sea eficiente, también es necesario el diseño de un marco
institucional y legal lo suficientemente sólido y adaptado al conjunto de características de la población como para
estimular el ahorro del recurso. Por otra parte, se requiere diseñar un conjunto de estrategias educativas que
permitan sensibilizar a la población para que así adopten buenas prácticas y comportamientos favorables ante el
uso eficiente del agua. Esto debe ir de la mano con mecanismos que permitan cuantificar el uso del recurso y así
lograr emprender acciones en contra del derroche.
Además de lo anterior, la medición del consumo y del suministro es un parámetro básico para una
determinada acción, ya sea en cuanto a modificaciones en la red, creación de nuevos proyectos, cambio en la
normativa establecida, entre otros. Sánchez (2004) señala que la correcta medición permite inducir la reducción
del consumo y hacer más justo el cobro. Esto puede resultar costoso desde la etapa de instalación hasta la de
mantenimiento, por lo que conviene planear con mucho cuidado la administración de la medición. En caso de que
ésta no exista y quiera implementarse, deberá concertarse con la comunidad, para lo cual debe existir un proceso
previo de educación.
Se entiende que las tarifas son un medio fundamental para garantizar el sustento de la propia red de
suministro. Según Grisham y Flemming (1989), citado por Sánchez y Sánchez (2004), las tarifas pueden ayudar a
ahorrar agua si en su estructura se observan las siguientes condiciones: que reflejen el costo real, que estén
relacionadas con los consumos, que los incrementos diferenciales sean grandes para que puedan inducir a ahorrar
agua, y que los cambios de tarifas estén acompañados de programas de comunicación y educación. Ahora, a mi
parecer, estos programas de comunicación y educación deben estar en constante sinergia con el plan de aguas, de
manera de garantizar que la mayoría de los usuarios estén al tanto los cambios hechos en las tarifas, sustentados
en las modificaciones hechas en la red de suministro o en factores externos no controlables.
En otro contexto, cabe señalar los conflictos inherentes al aprovechamiento de los recursos hídricos, los
cuales deben tomarse en cuenta en toda gestión de agua ya que inciden directamente en la disponibilidad o no del
recurso. Por un lado están las inundaciones, planteando un caso particular que debe gestionarse con características
propias, debido a que pueden ser beneficiosas (como en el caso de la agricultura) o perjudicial (al inundarse zonas
habitadas), por lo que se necesita prestar especial interés a las poblaciones afectadas por este evento. En relación a
ello, Azpúrua y Gabaldón (1976) indican que: “El Plan debe señalar dónde y cuándo deben estudiarse las
soluciones de este tipo de conflictos, teniendo como estrategia fundamental prevenir las inundaciones como parte
del plan de aprovechamiento armonioso de los recursos humanos, edáficos, hidráulicos y de todo orden, ubicados
en las áreas inundables”. Asimismo, las erosiones y la contaminación se presentan como otro conflicto,
influyendo en la calidad de agua y, en consecuencia, provoca que se deba hacer un mayor tratamiento a la misma,
cuidado en los equipos y trabajos de limpieza en la red.
Existen otros conflictos ligados al manejo de los recursos hídricos, sin embargo, como indican Azpúrua y
Gabaldón (1976), lo más importante es determinar básicamente dos aspectos: a) las áreas de proyectos y las
medidas legales e institucionales requeridas para el armónico aprovechamiento de los recursos de agua y suelo
que debe señalar el plan; b) la magnitud de la incidencia de los conflictos desde el punto de vista del balance
demanda-disponibilidades. Estos factores serán los que incidan directamente en el diseño de la planificación del
agua.
Ahora, además de lo antes mencionado, un factor muy importante es el tiempo. El cálculo de la demanda
debe hacerse con mucho cuidado, de manera de incorporar tanto el consumo hecho por las aguas arriba como
aguas abajo y el impacto generado. Además, Azpúrua y Gabaldón (1976) señalan que se debe tomar en cuenta el
tiempo, de manera de estimar de la manera más precisa la demanda futura. No obstante, como también indican
estos autores, el tiempo no sólo influye en la estimación de la demanda, este se debe considerar a lo largo de la
gestión de los recursos hídricos ya que generalmente los proyectos ligados a esta área necesitan de varios años
para llevarse a cabo y su impacto es irreversible.
Como pudo observarse en la descripción hecha, un plan de aguas contemplando este recurso como un
bien ecosocial conlleva la necesidad de una profunda sensibilización por parte de la población y, más allá de eso,
implica cuestionar el concepto de desarrollo y bienestar. Una percepción reduccionista y desligada de los patrones
socioambientales, no tiene cabida en este esquema.
Retos a resolver para alcanzar un uso eficiente del agua
Como se ha dicho anteriormente, el agua juega un papel sumamente importante en todas las actividades
humanas y para a propia vida. Pese a las ineficiencias de la gestión del agua en extensas regiones, existen otras
experiencias que son indicios de una política de agua sostenible. Por ejemplo, Argentina es prueba de ello, y en
realación a esta experiencia, Ponchat indica que:
Lo que ha resultado evidente a la largo de los últimos años es que si bien la cuenca es una unidad física natural, su utilidad
es limitada si los criterios de decisión respecto de los recursos hídricos –sean ellos para cuencas o no- no racionalizan y
optimizan el rol del agua en la economía y la sociedad. Las estructuras organizacionales en el ámbito de cuencas deberían
así complementarse con pautas adecuadas para evaluar económica, ambiental y socialmente los proyectos que las afecten,
como una manera de efectivamente potenciar ese rol en el desarrollo sustentable de los países. (Pochat, 2005: 8)
La experiencia en Argentina es una clara evidencia de una gestión racional del agua, en la cual se han
intentado involucrar a la mayor cantidad de parámetros posibles en las polícas de agua, buscando así garantizar la
sostenibilidad y la calidad de vida. No obstante, a mi modo de ver, estos enfoques son tan recientes y, en la
práctica, tan poco extendidos que aún son necesarios otros cambios estructurales que permitan una visión más
acertada respecto a la realidad de los recursos hídricos y su vinculación con las actividades humanas. Así,
Sánchez (2004) señala que:
Cuando se implementan los programas de uso eficiente del agua, no se toman en cuenta los patrones culturales
relacionados con las prácticas tradicionales de uso y se consideran acciones puntuales y no procesos continuos a través del
tiempo. Además, no se definen indicadores de fácil verificación y seguimiento, en especial en los sistemas de agua
pequeños. La falta de información es un problema común y normalmente es el punto de partida cuando se implementan
acciones de uso eficiente. (Sánchez, 2004)

Por lo tanto, aún es necesario hacer énfasis en la educación de los usuarios, la investigación y desarrollo,
y la búsqueda de una información hídrica más confiable, con la intención de generar una sociedad comprometida
con los principios de la sustentabilidad. No obstante, no significa otra cosa que la profundización de los valores
democráticos, la participación ciudadana efectiva y, sobre todo, la creación de un modo de producción más
orgánico con la sociedad. Si bien hoy en día la incorporación de variables ecológicas enriquece el simplismo
característico del modelo económico neoclásico, como indica Galafassi (2005), el continuo apego al mercado y la
afiliación sistémica al mismo no permiten superar el positivismo y en consecuencia entender los complejos
sociales y socio-ecológicos de las sociedades modernas.
Como puede verse, la generación de modelos de planificación del agua como un bien ecosocial de
múltiples usos corresponde a todo un cambio de concepción de la realidad y de su correcta interpretación,
haciendo así que los modelos implementados sean más orgánicos con su entorno y permitan asegurar la
sustentabilidad de la vida en la Tierra.

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