Está en la página 1de 240

El TATUAJE DEL AMOR

JUDITH PRIAY
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema
informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico,
mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de la
autora.

Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios. Cualquier semejanza con
personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

Copyright © 2019 Judith P. A.


Todos los derechos reservados.
DEDICATORIA

A ti Juan Carlos, en nuestro quinceavo aniversario de boda. Gracias por más cosas de las que
puedo expresar con palabras.
Te amo.
TABLA DE CONTENIDO

DEDICATORIA
TABLA DE CONTENIDO
PRÓLOGO
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
NATE
VIOLETA
EPÍLOGO
ACERCA DE JUDITH PRIAY
AGRADECIMIENTOS
OTROS TÍTULOS DE LA AUTORA
PRÓLOGO

«Después de unos primeros años de infancia complicados, el destino me compensó con los
dos mejores amigos que podía desear: Nate y Tommy. Creo que las relaciones de amor no
funcionan a largo plazo, pero la amistad es eterna. Por ello hace años firmé un pacto con ellos:
solo seríamos amigos, sin complicaciones amorosas. El problema es que, aunque mi cerebro me
ordene una cosa, la combustión espontánea en la que entro cada vez que estoy con uno de ellos
amenaza con arder no solo mi cuerpo sino también mi planificada vida. Y, ahora que el pasado ha
vuelto a mí trastocándolo todo, no sé cuánto tiempo voy a resistir sin que mi corazón nuble mi
juicio por completo.»
VIOLETA

«He estado con muchas chicas, pero ninguna de ellas como Violeta. Ella me conoce como
nadie, lee en mi interior y ve todo lo que escondo detrás de mi fachada, de mis tatuajes y de mi
fama de rompecorazones. Es inteligente y hermosa, se mete bajo mi piel y yo recorrería el infierno
para conseguir mucho más que su amistad. El problema es que Tommy, mi hermano y mi mejor
amigo, también lo haría. Pero mi vida no tiene sentido sin Violeta, y me pregunto si estoy decidido
a arriesgarlo todo por estar con ella, incluso si eso significa enfrentarme a mi propio hermano.»

NATE
VIOLETA

8 años antes

La noche ha caído sobre Nueva York y la luz de los edificios se torna penumbra en la azotea
de este viejo edificio, mi lugar favorito. Un ligero viento avisa de que el calor veraniego
desaparece con una rapidez que me provoca nostalgia de noches largas de charlas interminables
con mis dos mejores amigos. El cielo está despejado y, aunque las estrellas permanecen ocultas
por la contaminación, la luna brilla con fuerza. La observo. Si estuviera sola, jugaría como cuando
era pequeña a alzar los brazos e intentar alcanzarla. Pero no lo estoy, así que solo la sigo mirando
absorta en mis pensamientos hasta que Nate se recuesta sobre la pared y comenta:
—Mañana comenzáis octavo grado. ¿No estáis emocionados? Por fin dejarán de trataros como
niños.
Me encojo de hombros, no estoy muy segura de cómo responderle. Es un cambio y eso siempre
me da miedo. Finalmente, confieso:
—No lo sé. Ahora todo será más complicado.
—No lo será para vosotros, no lo es para mí.
Intercambio una mirada cómplice con Tommy. Nate y él son mis mejores amigos desde que
llegué a la ciudad y descubrimos nuestro interés común por pasar la mayor parte del tiempo en la
azotea de nuestro edificio, lejos de la vigilancia de sus padres y, en mi caso, de mi abuela. Pero,
aunque no podría escoger a uno de ellos, con Tommy tengo mayor conexión en muchos temas, ya
que es mucho más parecido a mí. Nate, con catorce años, un año mayor que nosotros, está hecho
para destacar, nosotros para pasar desapercibidos. Por ejemplo, este verano los chicos mayores
del barrio le han invitado varias veces a salir con ellos mientras a nosotros nos ignoran. Y las
chicas le miran como si fuera comestible. No es que no miren a Tommy, también es muy guapo, no
en vano son hermanos. Ambos tienen unos increíbles ojos azules, los de Nate son profundos como
el océano y los de Tommy tan claros que a veces parecen cristalinos. Sus facciones son similares,
pero no iguales, las de Nate son más duras y las de Tommy más dulces. Además, ambos las
potencian, Nate con un corte muy moderno, Tommy dejando que las oscuras ondas naturales caigan
sobre su rostro. Pero, aunque Tommy reciba una atención similar de las chicas, no reacciona de la
misma forma, quizá porque donde el carácter de Nate es todo fuego, el de Tommy es pura
serenidad.
Nate intercepta nuestra mirada y tuerce el gesto, no le gusta que tengamos esa conexión, pero
no es algo que podamos evitar, aunque Tommy lo advierte y se ve obligado a decir:
—Seguro que estará bien.
—Sí —me sumo a su respuesta, sin mirar a los ojos a ninguno de los dos para que no detecten
la mentira en mi rostro.
Se hace un incómodo silencio y pasados unos segundos Tommy me pregunta:
—¿Has pensado qué te pondrás mañana? Escuché a mi madre comentar que en la tienda las
chicas no hablaban de otra cosa que renovarse el vestuario y de lo que llevarían el primer día de
clase.
Tuerzo el gesto y mascullo:
—Lo que me quepa del año pasado. No tengo dinero para más.
—¿Tu abuela sigue siendo tan tacaña contigo? —pregunta Nate con voz preocupada.
—Sí —admito con frustración—. Si algo me ha repetido mi abuela hasta la saciedad desde
que murió mi madre es que considera cada centavo gastado en mí una pérdida innecesaria. Al fin y
al cabo, para ella solo soy la nieta que nunca quiso de la hija que solo le trajo problemas.
Trago saliva, no me gusta recordar a mi madre, es demasiado doloroso. Tommy intuye lo que
pasa por mi mente y susurra:
—Olvida a tu abuela. En cuanto termines el instituto podrás librarte de ella.
—Igual que nosotros de mi madre y del imbécil de su marido —se suma Nate, quién junto con
Tommy arrastra su propia historia de desarraigo familiar. Su padre murió cuando eran pequeños y
su madre volvió a casarse con un tipo que nunca les ha aceptado y que, como también hace mi
abuela conmigo, les dice a todas horas que no sirven para nada.
Tommy hace una mueca. Al igual que Nate lleva muy mal que su madre y su padre adoptivo no
sean lo que él desearía o necesita. Cuando no están trabajando, les critican por todo lo que hacen,
como si nunca fueran lo bastante buenos para ellos. Supongo que por eso estamos tan unidos: tres
almas que encontraron como aliviar su soledad en una vieja azotea a través de la amistad. Un
pensamiento pasa por mi mente y susurro:
—Algún día nos alejaremos de aquí. Y tendremos dinero para comprar lo que queramos,
incluida ropa nueva. Estoy harta de ir tan mal vestida.
Digo esto último con rabia. Tommy me observa y, nuevamente, parece leer mis pensamientos
porque hace un comentario que pretende ser tranquilizador pero que consigue el efecto opuesto:
—Violeta, no importa la ropa que lleves, eres muy guapa.
—Es verdad —se suma Nate.
Arqueo una ceja, sorprendida. No soy ciega y por eso no puedo decir que soy fea. Pero,
simplemente, soy… normal. Con mis kilos de más y mis facciones todavía aniñadas. Ellos, en
cambio, son la clase de chicos que en breve atraerán mucho más que miradas. Por eso me
sorprende que piensen que yo también soy… linda. Pero, ahora que me doy cuenta, aunque la
mirada de Tommy hacia mí sigue siendo pausada, en la de Nate ha habido destellos de un fuego
extraño al sumarse al cumplido. Y quizá las miradas de reojo a mis piernas cuando llevo pantalón
corto o a mi pecho que ya tiene una talla mayor de la que desearía, captan su atención de un modo
en el que no había reparado. Creía que solo se fijaban en mis obvios cambios físicos como yo he
hecho con los suyos sin nada más allá de la curiosidad natural. Y aunque debería sentirme
halagada de que me vean atractiva cuando yo no lo hago, si esa atracción se convirtiera en un
sentimiento… Una punzada de miedo toma mi corazón y encoge mi estómago. Después de lo
sucedido con mis padres y con lo que veo alrededor de mí, lo único en lo que puedo confiar es en
la amistad. Si alguna vez ellos se fijaran en mí de otra manera, o yo en alguno de ellos, los
perdería. Y no puedo consentirlo. Los quiero, de hecho, son las únicas personas que me importan
y han sido una constante de amor en mi vida desde que me mudé aquí. De mi madre solo tengo
malos recuerdos, mi padre está muerto para mí y mi abuela solo es alguien que me atormenta. Pero
Nate y Tommy son mi familia, mi todo, y decido que jamás permitiré que ningún estúpido escarceo
amoroso que seguro que terminará mal estropee lo que tenemos. Trago saliva y, antes de pensar
más en ello, les digo:
—Tenemos que hablar.
Nate me malinterpreta e incide:
—Violeta, no te preocupes, habrá cambios, pero estoy seguro que será para mejor. Tendremos
más posibilidades de pasarlo bien, seguro.
—Además, seguiremos juntos los tres.
La frase de Tommy retumba en mis oídos. Sí, eso es lo que quiero y necesito. Que los tres
sigamos siendo como hermanos. Salvo por la independencia económica y de mi abuela que
conllevará con el tiempo, no estoy a gusto con la idea de hacerme mayor, de que ninguno de los
tres lo hagamos. Soy una chica que cada noche se escapa por la escalera de incendios para hablar
con dos chicos de cualquier cosa. Hasta ahora nada de eso ha sido un inconveniente, pero temo
que todo cambie en breve. Si no fuera por ellos, hubiera crecido sin nadie a quién le importara,
que no me considerara un error, que me quisiera. No puedo perderlos a ellos también y quedarme
sola de nuevo. Por ello propongo:
—Necesitamos un pacto.
Ambos me miran, extrañados. Tommy inquiere:
—¿Qué clase de pacto?
—Uno sobre nosotros tres. No quiero que nada nos separe —explico con la voz titubeante.
—Nada va a separarnos —garantiza Nate, apretando los puños, en un gesto característico en
él cuando hablamos de algo serio—. Deja de preocuparte tanto.
—Muchas cosas pueden separarnos —le contradigo—. No podemos controlar todas, pero sí
una de ellas. Y por eso necesitamos un pacto.
Ambos me interrogan con la mirada. Tommy, consciente de que no lo diría si no estuviera muy
inquieta, pregunta:
—¿Qué clase de pacto?
Respiro hondo y tomo fuerzas para contestar:
—Hemos de prometer que jamás habrá nada romántico entre nosotros.
—¿De qué estás hablando?
Por el tono y la mirada de Nate deduzco que cree que me he vuelto loca, pero no cambiaré de
idea. Tommy permanece en silencio, sopesando lo que he dicho antes de opinar. Yo respiro de
nuevo y explico:
—Estoy hablando de que somos como hermanos y no quiero que eso cambie, con ninguno de
los dos, nunca —recalco con fuerza estas últimas palabras antes de añadir—: Por eso hemos de
hacer un juramento de que seremos siempre solo amigos como hasta ahora
—Eso es ridículo —masculla Nate, irritado.
Me muerdo el labio, frustrada, y se hace un silencio, que Tommy rompe pasados unos
segundos con un susurro:
—No es tan mala idea.
Nate nos mira a los dos, exasperado, y protesta:
—Tommy, ¿alguna vez te pondrás de mi parte?
—Estoy de parte de los dos —se defiende—. Y Violeta tiene razón, si queremos mantener
nuestra amistad no podemos vernos de otro modo. Hasta ahora ha sido fácil, pero todo puede
cambiar, estamos creciendo, es inútil negarlo.
—Eso es ridículo —replica Nate.
Tommy no dice nada más, pero yo tomo la mano de Nate y le obligo a mirarme.
—Nate, ¿cuál es el problema? ¿Acaso no quieres que seamos siempre amigos? ¿Estar juntos
pase lo que pase? Eso no lo tendremos si nos enrollamos. Nada volvería a ser igual. ¿Perderías mi
amistad por un estúpido arrebato?
Su mano tiembla y desvía la mirada hacia Tommy, que asiente, dándome la razón. Nate suelta
mi mano, se la pasa por los cabellos e incide con la voz ronca y una sinceridad que duele:
—¿Y si no fuera un arrebato? ¿Y si te enamoraras de uno de nosotros y te correspondiéramos?
¿Es eso lo que te da miedo o que ambos queramos estar contigo y tengas que elegir entre uno de
los dos?
El aire se torna irrespirable. Mi corazón palpita con tanta fuerza que creo que va a salir de mi
pecho. Nos miramos los tres varios segundos en silencio hasta que declaro con una contundencia
que no admite debate:
—Jamás podría elegir entre uno de vosotros. Y aunque lo hiciera, os terminaría perdiendo a
los dos. A uno, porque habría elegido al otro y eso haría imposible nuestra amistad; y con el que
saliera, porque todas las relaciones terminan rompiéndose y no habría vuelta atrás. Y quizá
vuestra relación de hermanos se resentiría. Nos quedaríamos sin nada, los tres.
Nate suspira con profundidad, me mira con desesperación y luego a Tommy. Creo que ninguno
de nosotros estaba preparado para esta conversación, pero es el momento de tenerla, antes de que
suceda algo que lo estropee todo. El silencio se hace ensordecedor y esta vez dura varios minutos
hasta que Tommy confirma:
—Por mí está bien. No quiero estropear lo que tenemos ni perder a ninguno de los dos, nunca.
Sonrío victoriosa y los dos miramos a Nate, visiblemente abrumado. Aprieta los puños con
nerviosismo y yo vuelvo a tomar su mano.
—Es lo mejor para los tres. ¿Pacto?
Su mirada se clava en la mía de nuevo. Sé que no le gusta, pero también que no quiere
llevarnos la contraria a los dos y arriesgarse a una discusión que pueda separarnos. Por ello,
asiente; y él y Tommy dicen al unísono.
—¡Pacto!
Nate suena poco convincente a mis oídos, pero no quiero pensar en ello, sino en que todos
seremos capaces de mantener esta simple regla. Nos miramos nerviosos y Tommy propone para
rebajar la tensión del ambiente:
—Es tarde, deberíamos ir a dormir. ¿Quedamos mañana en la puerta para ir a clase juntos?
—Claro.
Nate asiente. Por su rostro leo que está sopesando si ha hecho bien aceptando el pacto con
tanta facilidad. También intuyo que, aunque Tommy no ha puesto inconveniente, hay algo que le
preocupa. Sin embargo, ya lo hemos hecho y voy a luchar para que los tres lo mantengamos.
Porque, si no funciona, perderé a las dos únicas personas que me quieren tal y como soy; y a las
que yo he sido capaz de abrir mi corazón. Las relaciones de amor son esporádicas, pero la
amistad es eterna, y jamás haré nada que pueda poner en peligro la nuestra.
NATE

En la actualidad

El bar está lleno de gente y se escucha buena música. Mi plan es tranquilo: un poco de charla
con mis amigos. Otro sábado cualquiera mi objetivo hubiera sido mucho más ambicioso e
incluiría terminar la noche con alguna chica guapa, pero mañana tengo que hacer un tatuaje
especial y debo tener mis sentidos al cien por cien, lo que implica nada de trasnochar. Una chica a
la que conocí el fin de semana pasado se acerca contoneándose y Tommy, mi hermano y mejor
amigo, se aleja de mí para ir a la barra a hablar con Violeta, nuestra amiga común. Supone que me
hace un favor al dejarme a solas con la chica, pero es todo lo contrario. A los cinco minutos de
estar con ella mi cabeza martillea, pero no por el alcohol, ya que no he bebido nada, sino porque
no sé cómo voy a conseguir que la chica con la que me acosté la otra noche acepte que hoy no voy
a irme a casa con ella de nuevo. Respiro hondo. La chica sigue hablando incesantemente, abre los
ojos, aletea las pestañas y vuelve a decirme que pasó una buena noche conmigo y que quiere
repetirla. De lo primero me alegro, de lo segundo… no, gracias. No me interesa repetir ni
mantener el contacto con una chica que solo me llama la atención por su físico. Quiero más, mucho
más, a una chica que es muy diferente a esta y, aunque no sepa cómo conseguirla, eso no hará que
cambie de idea. Respiro hondo, tomo fuerza y le digo:
—Es tarde, debo marcharme.
—¿Sin mí?
Hay cierta acusación en su voz y me paso la mano por el cabello como siempre que estoy
nervioso.
—Tengo cosas que hacer mañana.
—Es domingo.
—Sí, pero tengo trabajo.
—¿Dónde? Quizá quede cerca de mi casa.
Maldigo en mi interior por su insistencia. No es de las que me lo va a poner fácil.
—Me tengo que ir, es tarde —insisto.
Piensa unos segundos y después insiste:
—En ese caso, podemos quedar mañana cuando termines.
—No es buena idea.
—¿Por qué no?
Trato de balbucear una respuesta, pero mis ojos facilitan que capte lo que estoy pensando.
—¡Eres un capullo!
Sus palabras me irritan.
—No te prometí nada. Y tampoco recuerdo que tú lo pidieras.
—Porque se suponía que ibas a despertarte conmigo. Pero te fuiste sin darme tu número, suerte
que hemos coincidido hoy aquí.
En mi mente se cuela la imagen de mí huyendo de ella en cuanto me desperté en su
apartamento. No fue nada personal, lo hago siempre que despierto con una desconocida en la cama
después de haber tomado varias copas de más.
—Tenía prisa —me excuso.
—¿Al menos hoy vas a pedirme el teléfono?
Aprieto la mandíbula, odio rechazarla tan abiertamente, pero prefiero no crearle expectativas
que sé que no voy a cumplir. Sus ojos vuelven a centellear y comprendo que ha pasado de enojada
a furiosa. Esto empeora por momentos. Me limito a denegar con la cabeza y sus ojos escupen
fuego mientras me lanza toda una serie de improperios. Nada que no haya escuchado antes y que
preferiría no tener que escuchar. Este sería un buen momento para estar solo, pero en cuanto me
acerco a mi hermano y a Violeta, leo en sus ojos que me están esperando con algún comentario
irónico. Me lo merezco. Paso la mano de nuevo la mano por mi cabello y suspiro pesadamente.
Los tres hemos sido los mejores amigos desde que éramos niños y vivíamos en el mismo edificio.
Al emanciparnos en cuanto terminamos el instituto, decidimos compartir apartamento. Tommy y yo
estábamos hartos de aguantar los malos tratos de nuestro padrastro, pero siempre hemos tenido
claro que queríamos seguir viviendo juntos y que Violeta formara parte de nuestras vidas. Con
cualquier otra chica me hubiera resultado raro convivir, pero entre Violeta y yo hay tanta confianza
que todo es muy fácil. Salvo por un pequeño detalle: a pesar del tiempo que llevamos
compartiendo espacio, sigo sin ser inmune a la visión de ella con ese mini conjunto de pantalón y
camiseta al que ella llama pijama. O cuando sale de la ducha con el largo cabello negro suelto
sobre su espalda y sus curvas latinas envueltas en una toalla que deja gran parte de su anatomía a
la vista. Desde el primer día Violeta nos dejó claro que, dado que íbamos a compartir
apartamento, no era práctico que nos cubriéramos cuando salimos de las habitaciones como si
estuviéramos en un colegio religioso. Lo cual finjo que es una buena idea, pero no lo es porque
cada vez que la veo con poca ropa y el cabello largo y negro suelto sobre su espalda, mi cuerpo
arde con más intensidad que con cualquiera de mis desconocidas compañeras de cama.
Violeta se gira hacia mí y sus oscuros ojos almendrados se clavan en los míos. Me pregunto
cuántos corazones habrá roto con una de esas miradas felinas. Algo imposible de saber porque lo
único que parece interesarle es su trabajo como auxiliar de enfermera en un hospital de la ciudad.
Suspiro con pesar. Detesto que ella esté presente cuando cualquiera de mis conquistas se enfada
conmigo. En gran parte, porque Violeta es la chica que quiero. Y, aun así, no puedo intentar nada
porque si algo me dejó claro no solo con aquel pacto sino en los años que vinieron después, es
que jamás saldrá conmigo. Y se supone que lo acepto porque no quiero perderla, pero a veces me
resulta difícil contenerme. Supongo que debo estar agradecido a esas desconocidas que pasan por
mi cama. No sirven para olvidar lo que anhelo, pero sí para enterrarlo en un lugar en el que no
pueda afectar a mi amistad con Violeta.
Respiro hondo y Tommy me guiña el ojo. Ambos están acostumbrados a las escenas que
montan las chicas con las que me enrollo y permanecen impasibles con una cerveza en la mano.
Violeta me ofrece una, que rechazo, y leo en su sonrisa que está a punto de decir alguna ironía. No
me defrauda y declara:
—Vas perdiendo facultades, cada vez son menos guapas.
—¿No debería darte pena en lugar de criticarla?
—Se fue contigo sin conocerte, cuando era obvio que estabas muy borracho y que hubieras
podido estar con cualquier otra chica del bar que te hubiera dicho que sí. No sé qué esperaba,
pero podía predecir lo que iba a obtener de ti. Así que guardaré mi pena para los pacientes que he
atendido esta mañana.
Arqueo una ceja. Violeta no suele ser tan cáustica con las otras chicas.
—¿Ha pasado algo malo hoy?
—Es un hospital, siempre pasan cosas malas —susurra.
Yo la miro, intentado descifrar lo que se esconde detrás de sus palabras, pero Violeta recupera
rápido la compostura y vuelve a bromear. Siempre hace lo mismo y no puedo dejar de pensar lo
que daría por estar, aunque fuera solo unos minutos, en el interior de su mente. No obstante, antes
de que pueda preguntarle nada más, Violeta distingue entre la multitud a Adara, una de sus
compañeras del trabajo, y se acerca a hablar con ella. Tommy, que se está preparando para volver
a la barra, observa mi semblante preocupado e inquiere:
—¿Cuál es el drama?
—Chicas que no entienden la palabra “no”.
—¿Eso es lo único que te inquieta?
—No uses tus dotes adivinatorias conmigo… —ironizo. Si algo caracteriza a Tommy es que,
por su carácter sereno y observador, suele saber lo que pasa por la cabeza de todos, lo cual es un
inconveniente en algunas ocasiones. Por no hablar de que tenemos una conexión muy especial y
conmigo todavía le resulta más fácil adivinar mis estados de ánimo y mis pensamientos. Como
hoy, cuando mis ojos se desvían involuntariamente y él se apresura a decir:
—No deberías mirarla así.
—No miro a Adara, es la amiga de Violeta y no quiero problemas con ella.
Su tono se vuelve más severo.
—No me refería a Adara y lo sabes. Veo como miras a Violeta últimamente y acabará mal.
—No he hecho nada —protesto.
—Bien, pues no lo hagas.
Su tono me exaspera.
—¿Y por qué se supone que debo hacerte caso?
—Porque hicimos un pacto.
Suspiro con frustración y le recuerdo:
—Éramos casi unos niños cuando lo hicimos y ni siquiera estaba de acuerdo entonces.
—Pero Violeta y yo sí, y funciona.
Me muerdo el labio varios segundos y luego insinúo:
—Eso no es cierto. Tú también la miras cuando crees que no me doy cuenta.
—No lo hago.
Su voz tiembla, como siempre que dice una mentira. Yo arqueo la ceja con incredulidad
—¿Seguro?
—Puede que a veces lo haga —recula—, pero lo importante es que los tres sigamos siendo
amigos. Así que olvida cualquier cosa que estés pensando. Ella no puede ser otra chica de las que
olvidas a la mañana siguiente.
Bajo los ojos. Ya he tenido bastante con la chica de la otra noche como para aguantar un
sermón de Tommy. Técnicamente yo soy el hermano mayor, pero el noventa y nueve por ciento de
las veces parece que me lleve bastantes años de madurez y sabiduría, algo que resulta sumamente
irritante. Por ello incido:
—Nunca he dicho que quiera que lo sea.
—No está preparada para nada más. Ni lo desea. Además, las chicas no se te dan bien y lo
sabes —replica con una honestidad que me fastidia.
—Quizá no he encontrado la adecuada —remarco.
—Pues no es Violeta. No quiere salir con ninguno de nosotros. Nos lo ha repetido por activa y
por pasiva.
—Puede que cambie de idea —replico, cansado.
—No lo hará.
—¿Por qué estás tan seguro?
Tommy se muerde el labio, lo que me hace pensar que él también tiene dudas al respecto. Pero
es Tommy y no traicionará la confianza de Violeta ni la promesa que hicimos. También estoy
seguro de que nunca intentaría nada con ella, no se arriesgaría a estropear lo que tenemos y, a
veces, creo que teme que no le elegiría a él; algo de lo que yo no estoy tan seguro. Puede que
Violeta nos haya repetido por activa y por pasiva que solo quiere que seamos amigos, pero las
miradas de Tommy no son las únicas que he detectado. El problema es que no solo me las dirige a
mí, sino también a él, algo que me duele cada día un poco más, como si tuviera una herida que no
puedo o no quiero curar. Aprieto la mandíbula y él pone su mano en mi hombro, conciliador
—Nate, sigamos siendo solo compañeros de apartamento y amigos los tres y todo estará bien.
Somos felices así, no lo estropeemos. ¿Tienes idea de lo difícil que es mantener una amistad
tantos años? Como dice Violeta, somos como hermanos.
—Ni tú ni yo la vemos como a una hermana, deja de mentirte a ti mismo —incido de nuevo.
—Puede —acepta, malhumorado por mi comentario—, pero al menos podemos intentar
tratarla como si lo fuera. Es lo que ella quiere y lo que hará que todo siga igual entre nosotros.
—Tienes tanto miedo a los cambios como ella —le recrimino.
—No es eso. Es que no quiero perderla. Ni tú tampoco. Y los dos lo haremos si comenzamos a
pensar en ella de ese modo y a actuar en consecuencia. Sigue con esas chicas que conoces en los
bares y olvida a Violeta. Ella es terreno vedado, ¿de acuerdo?
Asiento, pero no puedo dejar de pensar que hace demasiados años que me siento atado a un
estúpido pacto que no comprendo y que me aleja de la única chica que me ha importado en mi
vida. Es mi amiga, siempre lo será, pero eso no es suficiente para mí.
Tommy, que parece adivinar mis pensamientos, palmea mi espalda con cariño. Siempre lo
hace cuando estoy nervioso, y en ese momento vuelvo a sentir a mi hermano, el que siempre ha
estado a mi lado en los malos momentos, que han sido muchos; y también en los buenos, que
muchas veces han sucedido gracias a él. Eso hace que rebaje mi enfado por lo que me ha dicho, sé
que solo lo hace porque está preocupado. Violeta regresa de hablar con su compañera y observa
nuestros rostros. Aunque Tommy ha retomado su semblante tranquilo, lo mío no es fingir y Violeta
me conoce demasiado bien como para saber que algo me ha alterado.
—¿Todo bien, chicos? —se interesa.
Dudo unos segundos, pero finalmente decido no comentar nada y por ello respondo con fingida
naturalidad:
—Sí, pero me voy a casa. Necesito dormir. ¿Me acompañas?
—No, me quedaré a esperar a que Tommy termine su turno.
Una sombra de decepción asoma a mis ojos y este explica:
—Le he prometido un “Tequila Amanecer” si me espera.
—Todo por esa bebida —ríe Violeta—. De hecho, después del día que he tenido me merezco
dos.
—Dos entonces —acepta Tommy con una sonrisa. Alguna vez me encantaría ver cómo le niega
algo, pero después de años de verle decirte a todo que sí, comienzo a perder la esperanza. No
debería enfadarme por ello, pero al final el único con el que Violeta discute es conmigo, porque
no está en mi naturaleza decir que sí a lo que no estoy de acuerdo. Lo hice una vez con aquel
maldito pacto y todavía estoy arrepintiéndome de lo que derivó de él. Respiro hondo y me
despido de ellos. Antes de salir del local, observo que Tommy ha vuelto a la barra al terminar su
descanso y Violeta se ha sentado en un rincón cerca de donde prepara las bebidas, supongo que
para poder ir hablando mientras trabaja. De nuevo, una oleada de celos me invade y salgo del
local con la eterna sensación de una frustración que nunca termino de quitarme del todo. Maldigo
para mis adentros y comienzo a arrepentirme de haberme comprometido a trabajar mañana, en
estos momentos lo único que podría calmarme es tomarme un par de cervezas y buscar una chica
complaciente con la que olvidarme de Violeta. Pero jamás fallaría a Will, mi jefe y, agobiado, me
voy al apartamento donde, a pesar de mis buenos propósitos, me cuesta mucho conciliar el sueño.
No se supone que deba estar celoso de mi propio hermano, pero lo que le he dicho es cierto, si
algo tengo claro es que no soy el único que sueña con nuestra mejor amiga y compañera de
apartamento.
VIOLETA

7 años antes

Es oficial. Odio a las chicas que coquetean con Nate delante de mis narices. Para ser justas,
solo soy su amiga y tienen todo el derecho a hacerlo. Pero eso no hace que me moleste menos. Y
por eso no debería estar en esta fiesta que han organizado unos amigos de Nate del instituto, donde
veo lo que no quiero ver. Tommy me saca de mis cavilaciones, aunque la música está tan alta que
tiene que gritarme para preguntar:
—¿Quieres tomar algo?
—¿Habrá alguna bebida sin alcohol?
—Lo intentaré, aunque parece difícil.
—Chicos, tomaros una cerveza, no pasará nada por un día —incide Nate.
—No, gracias —rechazo, lo que provoca las risas de sus admiradoras.
Tommy observa que me he puesto nerviosa y propone:
—¿Salimos fuera y de camino intentamos encontrar algún refresco?
Asiento y le sigo, ignorando a Nate y a las chicas que están pegadas a él. Cuando llegamos a la
terraza me siento en el suelo y abro el refresco que Tommy ha conseguido.
—Hace una noche estupenda. Deberíamos habernos quedado en nuestra azotea.
Tommy sonríe, se sienta a mi lado y propone:
—Si quieres, podemos irnos.
—Me apetece irme, pero tú puedes quedarte.
—No, claro que no. Si tú te vas, yo también.
—¿Estáis bien?
Nate se acerca a nosotros dándole tragos a su cerveza. Respiro hondo. Le agradezco que se
haya librado de su horda de admiradoras, aunque sea un momento, pero a la vez me enfada estar
tan pendiente de él y de lo que hace. Sale con un montón de chicas desde hace más tiempo del que
recuerdo, eso ya no debería afectarme. Trato de parecer casual y comento:
—Sí, solo quería tomar un poco de aire fresco.
—Estamos pensando en irnos —explica Tommy.
—¿Adónde?
—A la azotea.
La mirada de Nate se hace más oscura.
—¿No podéis estar con más gente ni una sola noche?
Un resorte salta en mi interior. ¿Ese tono de voz es de celos? Tommy también parece
sorprendido, pero contesta con calma:
—No nos gustan mucho las fiestas, ya lo sabes.
Nate vuelve a mirarnos y el mismo destello que no sé interpretar surge de sus ojos.
—¿Os estoy interrumpiendo?
—No —contesta con demasiada rapidez Tommy, no le gusta contrariar a su hermano.
Nate centra su mirada en mí y yo corroboro:
—Claro que no. Aunque tu horda de admiradoras te echará de menos.
Ahora soy yo la que parezco celosa y un silencio incómodo se adueña de los tres. Tommy
propone, conciliador:
—Podemos quedarnos aquí, será como estar en la azotea y así Nate puede acompañarnos
cuando quiera.
Asiento con la cabeza, pero Nate sigue tenso, lo sé por la forma como aprieta la mandíbula, en
un gesto que hace desde que éramos niños.
—Me quedaré con vosotros.
—¡De eso nada! Hay un juego de bebida que no puedes perderte…
La voz de Samantha, una de sus admiradoras, se escucha acercarse a nosotros. Tengo que
reconocer que es muy guapa, lo que no ayuda a que me caiga mejor. Detrás de ella va uno de los
chicos de la pandilla de Nate, que repite:
—¿Dónde te metes? Te estamos esperando para el juego.
Nate nos mira y yo ironizo:
—Deberías ir, el juego de la bebida te espera.
—Podéis venir —ofrece Samantha.
Respiro hondo. Aunque el ofrecimiento de Samantha ha sonado condescendiente, también lo ha
dicho porque Nate no es el único que capta su atención. Y por eso, en un gesto estúpido e infantil,
dejo caer descuidadamente mi mano sobre el muslo de Tommy y deniego:
—Estamos bien aquí afuera.
Samantha se encoge de hombros y Nate se limita a decir, en un tono que parece más una
amenaza que una información:
—Iré saliendo a ver cómo estáis.
Cuando nos quedamos a solas, retiro la mano del muslo de Tommy, algo avergonzada. Él
sonríe y finge que no ha pasado nada. Tampoco debería estar celosa de las chicas que se acercan a
él, pero lo estoy. Puede que Nate pase mucho tiempo lejos de mí, pero no estoy preparada para
que Tommy haga lo mismo. Tomo otra bocanada de aire fresco y un trago de mi bebida; y no pasa
mucho tiempo antes de que Nate salga a vernos o controlarnos, no lo tengo muy claro. Hace algún
comentario irónico que yo replico y Tommy ríe:
—Un día contaré cuanto tiempo sois capaces de estar sin discutir.
—El mundo sería muy aburrido si nadie discutiera, hermanito.
—O muy tranquilo —le contradigo, aunque, para ser sincera, me gusta que Nate me rete en
nuestras conversaciones.
Tommy vuelve a reír e incide:
—No puedo cambiar mi carácter, “hermanito”.
—Soy tu hermano mayor, no puedes llamarme “hermanito”.
—Solo un año —replica.
—Ahora si me estás discutiendo.
—Más bien exponiendo un hecho.
Los dos hermanos se retan con la mirada unos segundos y pronto estamos riendo los tres. No
estoy seguro de cuándo dejaré de discutir con Nate y si comenzaré a hacerlo con Tommy alguna
vez; pero sí que me encanta conversar con ellos. Y por eso el resto de la noche lo pasamos en la
terraza, con Nate y Tommy turnándose para ir a buscar bebida y, para mi sorpresa y la de las otras
chicas, sin mostrar más interés en ninguna de ellas que en mí. No soy especial, pero ellos
consiguen que me sienta así y eso me hace feliz.
NATE

7 años antes

Violeta y Tommy son inseparables. Y eso es lógico, supongo. Son los mejores amigos,
comparten clase y todos los momentos de ocio que pueden. Y yo soy un año mayor y voy a fiestas,
me enrollo con chicas y bebo alcohol. Pero cada vez que estoy con ellos dos a solas siento que
Violeta se aleja de mí y se acerca más a él. Hicimos un pacto, pero soy el primero que nunca he
creído en él y, aunque Tommy jamás me ha comentado nada al respecto, a veces creo que solo está
esperando una señal de Violeta para dar el paso. Pero, ¿qué señal será? Y, lo más importante,
¿puedo evitarla antes de que suceda cuando están tan unidos? Ni siquiera discuten como Violeta
hace conmigo, ya que él nunca le lleva la contraria. Pero también sé que a Violeta le gustan
nuestros juegos dialécticos y rebatir lo que digo. Aunque nunca llega a demasiado, básicamente
porque ninguno de los dos quiere una pelea que nos aleje y, además, tenemos a Tommy de árbitro.
La observo. Tommy se ha ido dentro a buscar unos refrescos y ambos permanecemos en
silencio. El teléfono de Violeta vibra y, cuando lo abre, es de una tienda de modas.
—¿Eligiendo un vestido? —me intereso.
—Más bien encontrando la forma de poder convertir algo de lo que tengo en un vestido para el
baile de invierno. Me he suscrito a varias páginas de internet y voy recibiendo nuevos modelos
para inspirarme.
—¿Ahora te gusta la costura? —pregunto, extrañado.
—No, pero no tengo dinero, así que he aprendido —refunfuña—. Lo peor de todo es que a mi
abuela le gusta.
—¿Y qué tiene eso de malo?
—Que intentará convertirlo en mi profesión o en una forma de ganar dinero. Y lo aborrezco.
En cuanto termine el vestido, dejo la costura hasta el próximo baile.
—Creía que no te gustaban las fiestas.
—No me gustan. Pero va toda la clase, no puedo saltármelo.
—Seguro que estarás guapísima.
Violeta se sonroja. Nunca se sonroja con Tommy, incluso cuando él la toma de la mano o la
cintura. Algo que yo nunca hago, quizá porque si lo hiciera no podría controlar que fuera a más.
Mi cariño hacia ella solo se lo transmito en la mirada, aunque ahora mismo no puedo evitar que
esté salpicado de deseo al pensar en ella en un vestido de fiesta. Violeta baja los ojos y me
pregunta:
—¿Tú vas a ir?
—Sí, claro. Soy el rey de las fiestas. —Violeta sonríe y una idea asoma a mi mente. Hicimos
un pacto, pero eso no significa que no pueda… Las palabras surgen rápido de mi boca—:
¿Quieres venir conmigo?
Su mirada se clava en la mía y su voz titubea al contestar:
—No puedo, voy con Tommy.
—¿Es tu pareja?
Mi tono es acusador y ella responde con una suavidad fingida:
—Sí, no es la primera vez. Además, mientras ninguno de los dos tenga pareja es una forma
más de divertirnos…
Me acerco un poco más. Este sería un buen momento para recordar el pacto, pero cuando
Violeta está cerca cualquier trato que hiciéramos de ser solo amigos se difumina con demasiada
rapidez. Violeta aprieta los labios, nerviosa, lo cual no es buena idea porque concentro mi mirada
en ellos y en cuánto me gustaría besarla. La mera idea me deja sin respiración y, cuando me
recupero, susurro:
—Si has ido a los otros con él, ¿por qué no vienes a este baile conmigo?
—Ni siquiera eres de mi curso.
—Eso no importa.
—Pero Tommy sí. No puedo dejarlo plantado.
—¿Pero querrías? Me refiero a ir conmigo.
Traga saliva.
—Preferiría que fuéramos los tres. Pero todo el mundo lo vería raro.
—E irás con Tommy…
—Él me lo pidió primero. Además, es solo un baile.
Maldigo en mi interior que no se me ocurriera proponérselo antes. Y también que su idea del
baile perfecto sea ir con nosotros dos, sobre todo porque sé que no miente. Puede que yo dude del
pacto abiertamente y que Tommy lo haga en secreto, pero si algo tengo claro es que Violeta nunca
escogerá entre nosotros. Lo cual me frustra y me recuerda por qué nunca tengo este tipo de
conversaciones con ella. Trato de serenarme y comento:
—Tienes razón. Aunque, ¿bailarás conmigo?
—No sé bailar.
—Todo el mundo sabe bailar.
—Yo no. Solo las lentas y porque son cómo un abrazo.
—¿Y planeas bailar lentas con muchos chicos? —mascullo.
—No creo que nadie me lo pida. Voy con Tommy…
La idea de ellos dos bailando una lenta tras otra me golpea con fuerza. Supongo que controlar
mis celos no se me da bien, porque solo puedo pensar en mi hermano con las manos en su cintura
bailando pegado a ella. Por ello repito:
—Yo lo haré. Y muchas veces.
Se muerde el labio, pero acepta:
—Entonces bailaré contigo.
—Genial
—Pero no puedes criticarme si te piso, ya sabes que soy una patosa… —advierte.
Esbozo una sonrisa.
—No lo haré.
Ella me la devuelve y en ese momento Tommy vuelve con unos refrescos.
—¿De qué hablabais?
—Del baile. Haréis una bonita pareja, aunque Violeta me ha prometido unos bailes.
Tommy traga saliva y me observa unos segundos con atención. A pesar de que somos hermanos
y los mejores amigos, ambos mantenemos una coraza en la que no dejamos pasar al otro, y es
sobre lo que sentimos por Violeta. Supongo que lo hacemos inconscientemente, temerosos de que
si nos sinceramos demasiado abriremos la puerta a un montón de problemas entre nosotros.
Aunque a Tommy se le da mejor que a mí mantener oculto lo que piensa en realidad, como ahora
que comenta con fingida naturalidad:
—Claro que sí, nos lo pasaremos bien.
Mientras lo dice me acerca mi cerveza sin mirarme a los ojos, como si temiera que si lo hace
yo vislumbraría más allá de sus palabras.
Él, como Violeta, sigue con su refresco, y me pregunto si lo hace solo por imitación de ella.
Doy un sorbo y observo de reojo a Violeta, que ha cambiado de tema. Intento seguirla, pero en mi
mente solo puedo tener la imagen de nosotros bailando juntos, con mis manos comenzando en su
cintura, pero deslizándolas por sus caderas para sentir cada centímetro de las pronunciadas curvas
de su cuerpo. Ese baile será mi única forma de poder acercarme a ella de un modo que tengo
prohibido en nuestra relación de día a día. Y por ello voy a estar anhelando que llegue el momento
con todas mis fuerzas. El fuego me quema y, aunque sea con unos bailes, necesito estar cerca de
ella y alejarla de Tommy.
VIOLETA

En la actualidad

Me despierto más cansada de lo que me acosté si cabe a causa de las malditas pesadillas. Me
desperezo con lentitud, me arrastro hasta el baño y allí me miro en el espejo. La imagen que me
devuelve es la de una chica mayor de lo que soy, como si hubiera vivido demasiado en muy poco
tiempo. Creí que lo tenía todo controlado, pero últimamente la presión me está llevando al límite,
y sé que, si lo cruzo, puede que la ilusión que he creado de quién soy se desmorone en pedazos.
Suspiro y salgo de la habitación. Escucho a Nate hablar con Tommy en la cocina y pienso en la
chica que anoche quería irse con él. No es nada a lo que no esté acostumbrada, suele repetirse
cuando sale los fines de semanas. Una parte de mí las comprende por dejarse llevar con un chico
tan sexy como él, pero la otra, la que siente estúpidos celos de ellas, me hace criticarlas como
anoche. Patético, pero el menos si me río de la situación me molesta menos. Agradezco que ni
Nate ni Tommy traigan jamás a nuestro apartamento a ninguna de sus ligues. Me da igual si de
noche son exuberantes y sexys; también si por la mañana se convierten solo en chicas con el
maquillaje corrido, el pelo despeinado y, la mayor parte de las veces, furiosas porque no quieren
saber nada más de ellas. Pero no podría soportar que durmieran con ellos y se quedaran a
desayunar con nosotros lanzándoles miradas acarameladas. Ya me cuesta cuando salimos juntos y
observo como se les acercan con una mirada de deseo y atracción. Y eso es algo que me preocupa,
porque está empeorando los últimos meses. No puedo tener celos de esas chicas, no debo. Pero
con ambos estoy siempre en la cuerda floja, un descuido haría que con mucha facilidad pudiera
enamorarme de uno de ellos y estropearlo todo. Debo recordarme que todas las decisiones que he
tomado hasta la fecha han sido para mantenerlos a mi lado, y por ello ambos están fuera de mis
límites. Una vez cometí un error que estuvo a punto de costarme todo, pero eso no volverá a pasar.
No estoy dispuesta a que me rompan el corazón ni a perder a ninguno de mis mejores amigos.
Debo concentrarme en que he conseguido que nuestra amistad siga intacta y que ahora incluso
vivamos juntos. Además, la convivencia funciona muy bien entre nosotros. Nate es un artista
caótico, pero Tommy es como yo: nos gusta tener todo bien ordenado, en su sitio, mantener el
control; y entre los dos hemos conseguido que Nate mantenga nuestras reglas de orden en las zonas
comunes de la casa. Su habitación es otra historia, pero tampoco es que convenga mucho a mi
coraza entrar en ella, así que es algo que evito siempre que puedo. Vivir con ellos es un sueño
hecho realidad, con el único problema de que ambos son demasiado guapos y están demasiado
cerca de mi corazón para mi propio bien. Sacudo con fuerza la cabeza. Esta es la clase de
pensamientos que no debo tener. En silencio y enfadada conmigo misma, entro en la cocina.
Tommy me ofrece un café y me saca de mis cavilaciones al sugerir:
—¿Quieres que vayamos a tomar el brunch?
—Sí, aunque estoy muy cansada, necesitaré dosis extra de cafeína —respondo con una sonrisa.
—Si quieres, puedes dormir un poco más y vamos en una hora.
—Perfecto. Te apuntas, ¿Nate?
—Tengo trabajo extra con Will, un cliente que no puede venir entre semana.
—Lo que explica por qué rechazaste anoche a la pesada del bar….
—La rechacé porque no me interesa —replica.
Trato de pensar un comentario irónico con el que responder, ya que ambos tenemos como
mutua afición lanzarnos comentarios sarcásticos, pero antes de pueda pensar en nada suena mi
teléfono. Miro quién es, respondo con cierta brusquedad y en menos de un minuto lo he
despachado con un “No, gracias, ya tengo planes. Te dejo, estoy muy ocupada.”
Tommy y Nate intercambian una mirada cómplice y este se burla:
—¿Otro admirador al que rechazas sin miramientos?
—Al menos lo hago antes de acostarme con ellos —contesto con toda la ironía que puedo.
—No creo que les molestara en absoluto que lo hicieras después —puntualiza Nate con un
brillo travieso en los ojos.
—Muy gracioso… Y Tommy, no le sigas el juego riéndote… —protesto.
Él se encoge de hombros.
—Lo siento, pero Nate tiene razón. En el bar mis compañeros están locos por ti y estoy seguro
de que en el hospital también…
—No tengo tiempo para chicos, dan más problemas de lo que valen la pena —explico.
—Si fuera el chico adecuado sacarías tiempo para él —incide Nate guiándome el ojo.
Yo le lanzo una mirada de advertencia. Cuando salen estos temas siempre temo que diga algo
que afecte a nuestra amistad. No quiero insinuaciones por su parte. Con Tommy siempre he podido
contar para que respete el pacto, pero Nate es como un fuego que a veces amenaza con querer
devorarme. Por ello replico con rapidez:
—No hay hombres adecuados. Además, ¿el chico de las incontables desconocidas que han
pasado por su cama me va a dar lecciones de amor?
—Que no lo haya vivido no quiere decir que no crea que existe.
Tuerzo el gesto y mascullo:
—A alguien con tu aspecto de chico duro no le pega ir de romántico. Por no hablar que eres el
único que…
—Tommy también lo cree… —me interrumpe con rapidez.
—No me metáis en medio —protesta este riendo—. No puedo mantener conversaciones
trascendentales a estas horas de la mañana.
—Además, tendrías que llevarle la contraria a Violeta y eso sería imposible —ironiza Nate.
Tommy se encoge los hombros por toda respuesta y yo añado:
—Muy gracioso…
—Solo realista —incide encogiéndose de hombros.
Protestaría, pero sé que tiene razón. A Tommy le resulta tan fácil darme la razón como a Nate
discutir conmigo por tonterías. Uno me relaja y el otro me reta; y entre los dos tengo un punto
intermedio perfecto. Tommy nos observa e intercede:
—Nate, llegarás tarde al trabajo…
—Sí, papá —se burla Nate con cariño—. Te recuerdo que soy el hermano mayor.
—Se nota muchísimo —se burla Tommy en el mismo tono.
Reímos los tres y Nate comenta:
—Será mejor que vaya a ducharme o llegaré tarde.
Se dirige al baño y yo a mi habitación para cambiarme de ropa. Escucho a Nate entrar en el
baño y pronto el agua correr sobre su cuerpo, el mismo que las desconocidas acarician, que
disfrutan como yo anhelo hacer. Soy consciente de que pensar en él en esos términos es una idea
terrible, pero mis hormonas no escuchan a mi cerebro. Nate es una tentación envuelta en bellos
tatuajes y piercings. Aunque sería todo más fácil si pudiera decir que es solo un chico guapo con
unos abdominales perfectos. Pero es mucho más que un cuerpo. Igual que Tommy. Él también es
muy guapo, con una belleza menos salvaje pero igual de atractiva. Y su cuerpo es delgado, fibroso
y también tiene unos abdominales demasiado marcados para no fijarse en ellos. Pero no es lo que
más me atrae de ambos, sino su interior. Y eso es lo más difícil de obviar. Y aunque de ambos
solo quiera su amistad, que nada cambie, me resulta inevitable que mi mente a veces se deje llevar
por lo que no puede ser con ninguno de los dos. Tomo aire y respiro hondo. Quizá debería
buscarme una distracción, salir con alguien que me hiciera olvidar lo que ellos me provocan, pero
estoy bloqueada con el tema.
Me tumbo en la cama. Debería tratar de dormir un rato, pero el agotamiento a veces me genera
el efecto contrario y me cuesta conciliar el sueño, sobre todo después de un día como el de ayer.
No debería impresionarme con tanta facilidad, pero cada vez que entra en la sala de urgencias
alguien que me recuerda a ella, la parte de mi corazón que quedó maltrecha para siempre sangra
una gota más. Por no hablar que comienzo a tener pánico a mis pesadillas. De día puedo controlar
lo que me inquieta, de noche mi subconsciente lo saca todo a relucir y no sé cómo evitarlo.
Nerviosa, me levanto de la cama y me encuentro con Nate, que sale de la ducha. Solo está cubierto
con una toalla y gotas de agua resbalan tentadoramente por sus abdominales. Otra cosa a la que
estoy acostumbrada, pero en la que no puedo evitar fijarme. Él me observa y me pregunta:
―¿No te ibas a dormir?
—No puedo conciliar el sueño. Me iré al brunch antes con Tommy.
—Si no tuviera trabajo iría con vosotros.
Acompaña su propuesta de una sonrisa que no sé descifrar. De alguna manera, y eso es algo en
lo que tampoco quiero pensar, últimamente a Nate parece molestarle que Tommy yo estemos tanto
tiempo a solas. Trato de parecer casual y comento:
—Si terminas pronto, llámanos, podremos hacer algo los tres como ir al cine.
—Lo haré, pero, ¿estás bien? Pareces agotada.
—Sí —miento—, solo algo estresada. Mis horarios son una locura.
—¿Estás segura?
—Completamente. Y ahora vete a vestirte, no quiero que llegues tarde al trabajo por mi culpa.
Asiente y se dirige a su habitación. Tommy, que ha escuchado nuestra conversación, indaga:
—¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?
—¿Puedes pedir a mi jefe que me dé mejores turnos? —ironizo guiñándole el ojo.
—Ojalá pudiera hacerlo. Pero me refería a que anoche volví a escucharte gritar. Sé que no
quieres que vaya a tu habitación cuando tienes una pesadilla, pero…
—Ya te he dicho que nunca recuerdo que es y que prefiero estar sola en esos momentos —le
interrumpo.
Sus ojos escudriñan los míos e intuyo que no está convencido. Desde que le conocí comprendí
que Tommy es capaz de ver lo que los demás tratamos de esconder. Y eso en mi caso es un grave
peligro. Primero, porque si descubre uno de mis secretos me odiará para siempre. Y, segundo,
porque no quiero que nadie lea en mí el torbellino que hay en mi mente, ni siquiera él o Nate. Lo
que ha pasado en los últimos meses no es algo que quiera que ninguno de ellos sepa. Aunque
reconozco que una vez estuve tentada de confesárselo, no me atreví. Ellos creen que soy una mujer
fuerte y no quiero que sepan que esa imagen la creé de la nada y que en realidad solo tengo miedo.
Además, si no hablo de ello puede que tarde o temprano lo olvide; pero si se lo comento, entonces
querrán ayudarme, opinarán y todo será más real de lo que puedo soportar. Por eso no les dejo
venir a mi habitación cuando tengo una pesadilla. En esos momentos soy demasiado vulnerable y
podría confesarlo todo. Pero tampoco quiero ser brusca o desagradecida, menos con Tommy, no se
lo merece cuando siempre ha estado a mi lado apoyándome sin condiciones. Por ello susurro:
—Igualmente, te lo agradezco. Solo que es mejor así, de verdad.
Él suspira con frustración y entrelaza sus dedos con los míos. Lo hace con mucha frecuencia,
en un gesto más de pareja que de amigos al que me he acostumbrado con los años. Nate no lo
hace, hay demasiado fuego en su forma de ser como para ser tan cariñoso y no ir un paso más allá.
Con Tommy no debo temer por eso, confío plenamente en que valora tanto mi amistad que no se
arriesgaría a perderla por nada. Por eso no me importan esos gestos, de hecho, son gratificantes,
alivian mi soledad y a la vez no me dan miedo.
Tommy me observa varios segundos y, finalmente, acepta:
—Está bien, como prefieras. Pero puedes contarme lo que quieras. Y si estás cansada, en lugar
del brunch podemos quedarnos en el apartamento.
—No, me apetece salir y estoy muerta de hambre.
—Bien, en ese caso en cuanto Nate termine me daré una ducha y así podremos ir antes.
Asiento y vuelvo a mi habitación. Yo también voy a necesitar una ducha, que temo no será
capaz de borrar lo que altera mi mente.
NATE

En la actualidad

Ser amigo de Violeta es vivir al borde del precipicio, temer que algún día encontraré mi
propio límite y no podré seguir escondiendo mis sentimientos. Aunque lo que más me preocupa
últimamente es que se comporta de un modo extraño y no quiere explicármelo. Ella es muy fuerte,
y eso es una de las cosas que más me gusta de ella. Pero en los últimos tiempos parece que un
velo de vulnerabilidad se haya instalado en sus ojos. Y eso me hace sentir incómodo, porque no
quiere contarme los motivos de ese estado. Pasa tiempo conmigo con la misma frecuencia de
siempre, pero a veces percibo que está ausente y, cuando hablamos, controla lo que me explica,
como si tuviera miedo de que cualquier error le haga confesarme algo que no quiere que sepa. La
obsesión de Violeta siempre ha sido sentirse segura, pero ahora esto se hace más palpable. He
intentado sonsacarle si es por el trabajo, pero solo obtengo evasivas. Y como sé que si la presiono
demasiado corro el riesgo de alejarla, no lo hago. Lo mismo le sucede a Tommy, por eso organiza
actividades como el brunch, visitas a los museos que le gustan, ir al cine… Le resulta fácil, los
dos tienen gustos muy similares, otra cosa que me hace arder de celos. Yo también haría lo que
fuera con tal de verla siempre sonreír, pero no se me da tan bien como a él conseguirlo. Quiero
que Violeta sea feliz y que sepa que estaré a su lado pase lo que pase, pero no sé cómo
demostrárselo, se me dan mejor los juegos de ironías que las palabras cariñosas. Pero cada vez
que observo que una mirada ausente ha vuelto a su rostro, siento que estoy fallando una vez más.
Y, lo peor, que cada vez estoy cediendo más terreno a Tommy, quién, por mucho que lo niegue,
está tan interesado en Violeta como lo estoy yo.
Respiro hondo, antes de entrar a la tienda debo sacar esos pensamientos y centrarme en el
trabajo. Will ya está dentro y me ofrece un café. Lo tomo con avidez y él se interesa:
—¿Cómo fue anoche?
—No tengo resaca si es lo que quieres saber. Nunca bebo si tenemos que trabajar.
—Si no lo supiera, no trabajarías para mí —incide. Sonrío. Will se ha convertido en mucho
más que mi jefe, es un buen amigo. Él añade—: ¿Y cómo estaba la chica?
—No hubo chica.
—Si tuviera tu edad y tu cuerpo habría cada fin de semana una chica diferente.
Río.
—Las chicas tampoco casan bien cuando quiero concentrarme a la mañana siguiente.
Demasiado drama cuando despiertan.
—En eso tienes razón, hijo.
Sonrío, me gusta cuando me llama así, me hace sentir protegido, mucho más que con mi madre
o mi padrastro. Will es tan diferente a ellos... Él nunca me juzga. Además, le admiro mucho.
Cuando regresó del ejército, trabajó incansablemente en diferentes sitios hasta que por fin reunió
el dinero suficiente para abrir la tienda. No es muy grande, pero sí tenemos una amplia y fiel
clientela gracias a nuestros artísticos diseños. Para mí contar con Will de maestro es una
oportunidad única. Siempre me ha dicho que tengo talento natural para el dibujo, pero es él quién
me ha enseñado a plasmarlo sobre la piel y ha mejorado mi arte. Preparo varios utensilios y
pregunto:
—¿Cuál es el plan de hoy?
—Terminaremos de trabajar la espalda que comenzamos la semana pasada. Disculpa que te
haga trabajar en domingo, pero es el único día que el cliente tenía disponible.
—No hay problema —le garantizo—. Me encanta como está quedando ese tatuaje, tengo ganas
de verlo finalizado.
—Igualmente, te lo agradezco. Por cierto, cuando hayamos terminado, hay alguien a quién
quiero presentarte. Es un viejo amigo del ejército.
Arqueo una ceja.
—¿Ha venido de visita?
Will carraspea, como siempre que algo le preocupa.
—No exactamente. Mi amigo Jay está pasando un mal momento. Él significa mucho para mí.
Me salvó la vida en aquel ataque que te expliqué, pero el coste para él fue una lesión en el brazo
de la que nunca ha terminado de recuperarse del todo. Aun así, continuó en el ejército, es más
joven que yo y se negaba a retirarse. Sin embargo, en su última misión su estado empeoró. Le
operaron y ha estado en rehabilitación física. Ha tenido que dejar el ejército y eso le ha
destrozado. Pero debe encontrar la forma de reinsertarse en la sociedad, como hice yo; y quiero
ayudarle, es lo mínimo después de lo que hizo por mí.
Su voz tiembla y comento:
—Es lógico, pero, ¿por qué me das tanta información de él?
—No se te escapa una, Nate. Te explico todo esto porque le he ofrecido que trabaje con
nosotros.
Su comentario me sorprende. La tienda va bien, pero no sé si lo suficiente como para
incorporar más personal, aunque así podríamos atender más clientes. Interesado, pregunto:
—¿Tiene experiencia tatuando?
—No, ninguna. Aunque es una de los mejores dibujantes que he visto. Lo cual tiene mérito
porque lo ha hecho sin que nadie le haya enseñado, es autodidacta.
—Eso es genial. Podemos enseñarle a tatuar y…
—Me temo que de momento es mejor que solo se encargue de recibir a los clientes y quizá
más adelante pueda ayudarme con la contabilidad.
Vuelve a carraspear e insisto:
—Me parece bien lo que decidas, Will, pero, ¿por qué me lo dices con ese tono tan
preocupado? ¿Y por qué no aprovechar su talento?
Su suspiro es profundo, tanto por el dolor que leo en sus ojos como cuando me explica:
—Porque Jay tiene un problema más allá de que haya tenido que dejar el ejército por
obligación. Su regreso ha sido muy duro porque mientras estuvo fuera perdió a su familia y eso le
ha llevado a tener problemas con la bebida.
Sacudo la cabeza. Alcoholismo y clientes no es algo que pueda funcionar bien.
—¿Y no te da miedo que eso pueda afectar al negocio?
—Si te soy sincero, mucho. Pero, como he dicho, me salvó la vida y quiero ayudarle a que
salga de ese inmenso agujero en el que está metido. Y, por experiencia, sé que lo primero que
necesita es sentirse seguro. Vivirá en mi casa mientras no tenga suficiente dinero. Dado que Rose
está cuidando de su madre en Pensilvania, Jay se sentirá cómodo a solas conmigo.
—Tiene lógica. Por cierto, ¿cómo está tu suegra?
—No muy bien. De momento Rose continuará viviendo con ella y yo las iré a visitar siempre
que pueda. Gracias por preguntar. Pero, volviendo a Jay, le conozco, es un hombre acostumbrado
a la acción. Si le doy un trabajo, se sentirá útil y eso le ayudará en su rehabilitación. Aunque
obviamente tendré que tenerle controlado, pero no puedo hacerlo solo. ¿Puedo contar contigo? Te
pido mucho, no es asunto tuyo, pero…
—Es tu amigo —le interrumpo—. Y si te salvó la vida, comprendo que quieras ayudarle. Si le
pasara algo similar a Tommy haría cualquier cosa por él. Cuenta conmigo para lo que necesites.
Will respira aliviado y me palmea la espalda.
—Muchas gracias, sabía que podía contar contigo.
—¿Cuándo empieza?
—Mañana. Aunque le he dicho que se pase cuando terminemos para que se familiarice con el
lugar. Podemos ir a comer y así le conoces. Solo si no has hecho planes con tus amigos, no quiero
estropearte el resto del fin de semana.
Dudo. Una parte de mí odia la idea de Tommy y Violeta solos todo el día, pero no quiero
fallarle a Will y acepto.
—No te preocupes, estoy libre.
—Bien. Estoy seguro de que os llevareis bien. Solo tienes que tener un poco de paciencia. Y
no le nombres lo que te he comentado de su talento. Desde que volvió está bloqueado con el tema
y no ha sido capaz de dibujar. Sé que es duro para él y no quiero darle ningún motivo para ponerle
más nervioso.
—Por supuesto, pero, ¿estás seguro de que encajará aquí? No con nosotros, sino con los
clientes.
Will aprieta los puños y responde con tristeza:
—Puede que al principio sea algo complicado, pero está tratando de averiguar qué hacer con
el resto de su vida y no puede hacerlo solo. Me necesita, y a este trabajo. Tiene más problemas
además de haber tenido que dejar el ejército, pero es un buen hombre y amigo. No le tendría en mi
casa ni aquí si no pensara eso.
Un escalofrío recorre mi espina dorsal.
—Tiene que ser difícil olvidar la guerra.
Suspira.
—Nunca se olvida, solo tratas de que sus demonios no te alcancen como para destrozar tu
vida.
Asiento con tristeza y, antes de poder decir nada más, el cliente llama a la puerta. Will le abre
y yo me dirijo a la cabina a prepararlo todo, intrigado por cómo será Jay y cómo afectará a
nuestro trabajo. No estoy convencido de que vaya a funcionar, pero es importante para Will y voy
a ayudarle como él ha hecho conmigo en tantas otras situaciones. Mucha gente me juzga por mi
aspecto y yo he aprendido a no hacerlo con nadie sin conocerlos. Si Will dice que Jay se merece
una oportunidad, yo se la daré.
VIOLETA

En la actualidad

Estamos en el brunch y, por primera vez desde que ayer salí del hospital, sonrío de verdad. Es
el don de Tommy, hacerme sentir relajada en cuanto estamos juntos. Comento con dulzura:
—Muchas gracias por este día, necesitaba salir.
—No me des las gracias, yo también quería disfrutar de mi día libre contigo.
Lo dice con suavidad, pero mi corazón aletea de una forma que no debería. Antes no me
sucedía, pero los años pasan y esconderme bajo la amistad se va complicando. Aun así, y por
suerte, no llega a ser la tormenta que a veces provoca Nate en mi interior, la misma que hizo que
me equivocara, que podría haber hecho que los perdiera a ambos por un desliz. Suspiro y trato de
centrarme. Quiero disfrutar del brunch y de pasar el día con Tommy. Soy consciente de que un día
tendrá novia y todos estos momentos que a veces parecen una cita terminarán un día, por eso ahora
debo aprovechar al máximo mi tiempo con él.

Hablamos y reímos durante largo rato. Muchas chicas se le acercan en el bar para hablar con
él por esa risa, la suya propia y la que refleja en las otras personas cuando están con él. Es parte
de su atractivo, como una luz que ilumina a lo que le rodea y sobre todo a mí, que tengo más
sombras de las que me gustaría. Su teléfono vibra, pero no responde. Tampoco lo hago yo cuando
sucede con el mío, tenemos un pacto tácito de que estos momentos son para nosotros, lo demás se
queda fuera, aunque sea por unas horas.
Con avidez, como otro trozo de pastel y Tommy bromea:
—Nunca he conocido a una chica que disfrute con la comida como tú. Normalmente son todo
contar calorías y pedir platos ligeros, y acabo muerto de hambre. Y eso nunca me pasa contigo,
quizá por eso eres con la única que repito.
Estallo en carcajadas y explico:
—Soy latina y mis curvas no van a marcharse. Aceptar eso me facilita disfrutar de la comida.
—Tus curvas son preciosas, sigue manteniéndolas. ¿Otro trozo de pastel?
Río de nuevo, algo enrojecida por el comentario, y me levanto para rellenar el plato en el
buffet. Observo la mirada reprobadora de dos escuálidas chicas, pero no me molesta. Hace años
decidí encontrarme bien conmigo misma y mi cuerpo y lo que dos extrañas piensen de mí no va a
alterarme. Vuelvo a la mesa y Tommy, que también ha rellenado su plato, comenta:
—Es una lástima que Nate haya tenido que trabajar. Le encantaría el pastel de carne que han
puesto hoy.
—Sí, aunque podemos compensarle pidiendo esta noche su pizza favorita —propongo.
—Buena idea, también es mi favorita.
—Es la única cosa es la que siempre habéis estado de acuerdo —ironizo.
Tommy da un sorbo a su bebida y comenta:
—Tienes razón. Mucha gente se sorprende de lo diferentes que somos. Tú eres la única que no
lo hace. O que no le molesta…
Dejo escapar un suspiro.
—Me gusta que seáis diferentes, sois como un complemento el uno del otro. Eso os hace más
especiales a los dos.
Me detengo un momento y una mezcla de emociones se apodera de mí. Aunque no lo diría en
voz alta, esas diferencias que comenta Tommy son las que me han hecho sentir desde el principio
que jamás podría elegir a uno de ellos y por ello es mejor ser solo amiga de ambos. Por no hablar
de que, a diferencia de otras chicas de mi edad, no vivo en un mundo de fantasía, he tenido
demasiada realidad para eso. Incluso si en algún momento pudiera sentirme atraída más por uno
que por el otro, perdería al que no escogiera, pero también a la larga con el que me quedara. En
cambio, nuestro pacto garantiza que no tenga que escoger. Mi rostro se enturbia, como siempre que
pienso en el tema, y Tommy me pregunta:
—¿Sucede algo?
—No, solo que temas del trabajo se colaron por mi mente por un momento —miento. No es la
primera vez. A veces me pregunto si él o Nate también tienen este tipo de pensamientos secretos
sobre mí. A los tres nos gusta aparentar que la nuestra amistad es fácil, pero al menos en mi caso
siempre hay un lado secreto que no puedo mostrarles, que solo puedo conocer yo. Quizás es mejor
así, mantener esa pequeña parcela en la que refugiarme, en la que sentir sin miedo a estropearlo
todo.
—Tu trabajo es agotador… —incide Tommy, que por suerte se ha creído mi mentira.
—Es cierto, pero tiene su parte buena. Y me gusta.
—Deberías seguir estudiando para mejorar tu categoría.
No es la primera vez que me lo dice, tampoco la primera que le doy la misma respuesta:
—Cuando ahorre dinero.
—¿Por qué no ahora? Nate y yo podemos pagar tu parte del alquiler mientras estudias y…
Alzo una ceja, sorprendida de su ofrecimiento, pero rechazo con rapidez:
—Te lo agradezco mucho, pero no sería justo.
—¿Por qué no? Somos amigos. Y solo serían unos meses, mientras estudias y…
—No —deniego con rotundidad—. No se trata solo del alquiler, también hay más gastos como
la comida y lo demás. No quiero que ni tú ni Nate me mantengáis.
Arquea una ceja, buscando una solución, y finalmente ofrece:
—¿Y si fuera un préstamo?
Sonrío con ternura y entrelazo mi mano con la de él. Tommy siempre me ha apoyado a que
cumpla mis sueños y habla en serio cuando me ofrece el dinero. Pero no es algo que vaya a
aceptar. Me gusta solucionar mis propios problemas. Y aunque a Tommy le gusta protegerme, debo
cuidarme sola. Por ello rechazo con suavidad, para no molestarle:
—Tommy, sé que lo dices por mi bien, pero me gusta valerme por mí misma. Cuando haya
ahorrado lo suficiente dejaré mi trabajo por un tiempo y estudiaré un grado superior. Pero ahora
debo seguir trabajando.
Sus ojos escudriñan los míos e intuyo que no está convencido.
—¿Ni siquiera vas a pensarlo?
—No, porque mi respuesta va a ser la misma —respondo con sinceridad. Su rostro se
entristece y añado—: Cambiemos de tema, ¿quieres que te cuente que me han ofrecido?
—¡Claro! ¿De qué se trata?
—Es un voluntariado, una vez a la semana con Adara. Se trata de un grupo de apoyo para
madres adolescentes.
—Como tu madre… —adivina él.
—Sí. Mi madre vivió un infierno cuando se quedó embarazada de mí. Tenía quince años y no
tenía el apoyo ni de su madre ni de mi padre. Perdió toda esperanza. Dejó la escuela, no quería
enfrentarse al juicio de nadie sobre su embarazo —respiro hondo. Es un tema incómodo del que
no me gusta hablar, pero quiero que Tommy sepa lo del voluntariado, que me apoye con ello. Por
eso continúo—: Se sentía sola y llena de ira, y cuando yo nací todo fue peor para ella. Me gustaría
haber cambiado su mundo para bien, pero solo lo empeoré. No sé si fue entonces o más tarde,
pero el único recuerdo que tengo de ella es que siempre estaba borracha o deprimida, o las dos
cosas. Nunca la vi nunca sonreír, nunca. Y aunque al principio me enfadaba con ella por eso, creo
que simplemente era una pobre chica aterrada.
—No me extraña que lo estuviera —incide Tommy—. Era muy joven.
—Por eso me interesó el grupo en cuanto Adara me hablo de él. Esas madres adolescentes
pasan por situaciones similares, y quiero ayudarlas a tener opciones y a enfrentarse a lo que
sucede de la mejor manera posible.
—Es muy generoso que quieras hacer algo así.
—No lo es —contesto, no quiero palmadas en la espalda por algo que considero necesario—.
Solo quiero aportar mi granito de arena. Que esas chicas tengan las opciones que no tuvo mi
madre. O al menos, que sepan que no están solas en los momentos difíciles.
—Me parece una idea genial y cuenta conmigo para lo que necesites.
Sonrío, agradecida, y Tommy inquiere después de sopesarlo varios segundos:
—¿Puedo hacerte una pregunta personal?
—La que quieras, ya lo sabes.
—¿Y tu padre? Se me hace tan extraño que, aunque os abandonara entonces, no haya intentado
jamás un acercamiento ahora que eres mayor. O que tú no hayas intentado buscarlo…
Mi corazón da un vuelco. Es una pregunta inocente, pero se acerca demasiado a la verdad para
no preocuparme.
—No tengo padre, lo decidió él cuando nos abandonó y no quiero saber nada de él bajo
ningún concepto.
—Pero es tu padre…
—No lo es. Tommy, todo el mundo juzgó a mi madre y fueron crueles con ella, como si solo
fuera culpa suya. Incluso él. La dejó como si yo fuera solo su problema porque ella era la mujer.
Por mucho que a veces haya podido sentir ira por cómo se comportó mi madre, nada se iguala a la
que siento por lo que hizo él. Se marchó sin mirar atrás. Aunque mi abuela siempre dijo que era lo
mejor que podía haber hecho, que nuestra familia hubiera estado peor con él formando parte de
ella.
El rostro de Tommy se tuerce.
—No sé si tu abuela es un buen ejemplo a escuchar…
—Tienes razón, me odiaba —mascullo con amargura.
—No quería decir eso.
—No, pero es la verdad.
Se hace un silencio, tras el cual Tommy susurra:
—Violeta, no importa el pasado. Has conseguido crear tu propio camino en la vida. Y ahora
quieres ayudar a esas chicas a hacer lo mismo. Deberías estar orgullosa.
Me encojo de hombros.
—No tiene mérito, solo hago lo que es necesario para sobrevivir. Igual que todos, supongo.
—Puede, pero no todos lo hacen con una sonrisa tan dulce como la tuya.
Mi rostro se ilumina por el cumplido. Tommy siempre consigue arrancarme ese gesto después
de una conversación difícil. Tomo un sorbo de mi copa y pregunto, cambiando de tema:
—¿Qué quieres hacer el resto del día?
—Lo que tú quieras.
—Si elijo yo de nuevo, Nate tendrá razón en que soy una mandona —ironizo.
—No eres una mandona, solo una mujer con carácter —me corrige—. Y hoy prefiero que
decidas tú.
Sonrío y sugiero:
—Pues, va a parecerte extraño, pero me gustaría dar un paseo y luego volver a casa pronto.
Esta semana me ha dejado exhausta. ¿Te apetece que nos tomemos unas cervezas en casa mientras
hacemos un maratón de películas el resto de la tarde?
—Suena genial, yo también estoy cansado.
Sonreímos los dos y comento:
—Perfecto, pero antes… ¿repetimos una última vez? Estos bollos están riquísimos… No
puedo resistirme a ellos.
—Por supuesto. Dame tu plato, yo te los traigo.
Sonrío por su amabilidad y, cuando me quedo sola, el par de chicas delgadas de la mesa de al
lado y que no han dejado de mirarme me preguntan con avidez:
—Oye, ¿ese chico es tu amigo?
Suspiro, frustrada. A muchas chicas que se ajustan más que yo a los cánones de la moda les
resulta increíble pensar que un chico tan guapo como Tommy esté conmigo, así que no es la
primera vez que se me acercan para preguntarme por él. Supongo que es una forma más de ligar,
pero me fastidia y me pone celosa a partes iguales, aunque esto último no es algo en lo que me
guste pensar. Pero si algo tengo claro es que si Tommy tiene algo con chicas no seré yo la que lo
propicie, y menos con esas dos que han juzgado mi peso y lo que como en cuanto me han visto.
Con el tono más frío que puedo contesto:
—Es mi novio.
Las chicas parecen defraudadas e incrédulas y, cuando Tommy regresa, le tomo de la mano y
sonrío para mis adentros pensando en las maldiciones mentales que me deben estar lanzando. Otra
mentira más de las mías, pero al menos esta es menos dañina que otras.

***

Llegamos al apartamento dos horas más tarde. Me ha sentado genial esta salida y agradezco a
Tommy que lo haya propuesto. Voy a mi habitación y me pongo unos pantalones de deporte y una
camiseta. Tommy también se pone más cómodo y cuando voy al salón ya está abriendo las
cervezas. Me tiende una y, al cogerla, nuestros dedos se rozan. Es algo habitual, de hecho, nos
hemos tomado un par de veces la mano en el restaurante. Pero quizá porque aún recuerdo los celos
que las chicas de la mesa de al lado me han hecho sentir, algo se remueve en mi interior. Mi
corazón acelera el ritmo y, al mirarle a los ojos, sé por su expresión que no soy la única que ha
sentido algo diferente. Respiro hondo y alejo mi mano de la suya, pero su mirada sigue clavada en
mí. Susurro:
—Gracias por el brunch, lo he pasado muy bien.
—Yo también.
Sonríe y se sienta a mi lado en el sofá, más cerca que de costumbre. Con otro chico, sería
emocionante; con Tommy es aterrador. Normalmente es Nate quién me pone más nerviosa, pero es
porque es todo fuego y a veces me mira como si sintiera un hambre que no puede controlar. Pero
Tommy es diferente, del tipo que lleva flores a una chica y solo la besa cuando es el momento
oportuno. Y obviamente no a mí, su amiga. Me horrorizo cuando me pasa por la cabeza que a
veces me gustaría que se dejara llevar como lo hizo Nate, aunque lo haya maldecido mil veces por
eso. Debo estar loca, porque lo que más me aterra es también lo que más anhelo. Tommy advierte
mi nerviosismo y me toma de la mano:
—¿Sucede algo?
—No, solo que…
Mis palabras se interrumpen, al igual que nuestra conexión, cuando escuchamos el ruido de la
puerta. Nate entra y nos observa de una forma que me inquieta. En estos breves segundos Tommy y
yo nos hemos permitido sentir algo más que nuestra fachada de amistad, y es como si ese
sentimiento siguiera palpable en la habitación y Nate fuera capaz de captarlo. Tommy suelta mi
mano y Nate saluda:
—Hola chicos. ¿Todo bien?
Parece una pregunta sencilla, pero leo en sus ojos que no lo es.
—Sí, acabamos de regresar del brunch —contesta Tommy.
Su voz suena insegura, lo cual acentúa la mirada interrogativa de Nate. Respiro hondo. No
quiero que el día termine en una confrontación y con Nate nunca se sabe, así que trato de parecer
casual:
—¿Has terminado el tatuaje?
—Sí, y he conocido a un nuevo compañero de trabajo, es un antiguo amigo de Will.
Su voz sigue sonando rara, y Tommy se levanta y le ofrece una cerveza:
—Vamos a hacer un maratón de películas. ¿Te apuntas?
Suspira. Un día hará preguntas que no estoy preparada a responder, pero hoy no es ese día. Se
le ve cansado y también algo preocupado. Va a su habitación, se pone algo más cómodo y cuando
regresa toma la cerveza, se hace un hueco entre nosotros dos y pregunta:
—¿Qué película vamos a ver?
Tommy se la muestra y Nate se burla:
—Elegida por Violeta. Nunca me defraudas, Tommy.
—La siguiente la escogerá él —me defiendo. Mi dulzura se ha esfumado a la misma velocidad
que Nate ha vuelto a insinuar que soy una mandona.
—Si llegamos a una tercera puedes hacerlo tú —propone Tommy, conciliador.
—Tres películas, hoy estáis salvajes —bromea.
—En la segunda encargaremos tu pizza favorita —le explica su hermano—. ¿Te sirve?
Nate echa la cabeza hacia atrás y contesta:
—Me sirve. Pero voy a necesitar más de una cerveza para ver la película que ha elegido
Violeta sin dormirme.
—En ese caso, puedes encargarte tú de ir trayéndolas de la nevera, porque yo no pienso
perderme nada de ella —incido.
Nate ríe y clava su mirada en la mía, guiñándome el ojo.
—Lo haré.
Podría parecer un gesto amable, pero como le conozco sé que lo que insinúa es que eso suele
hacerlo Tommy, no yo. En un gesto estúpidamente infantil pero efectivo le saco la lengua y le doy
al botón de inicio. Cuando la película comienza, trato de no pensar en el momento que he tenido
con Tommy, y menos todavía en que el hecho de que Nate se haya colocado tan cerca de mí me
pone nerviosa. Siempre me pasa, desde aquella noche, e intuyo que a Nate también, porque no
suele hacerlo. Pero hoy está casi piel con piel, y estoy convencida que ha sospechado algo.
Respiro hondo y trato de pensar que solo somos tres amigos viendo una película. Y eso es
suficiente para mí. El momento con Tommy cuando hemos llegado al apartamento debe irse al
mismo lugar en el que está cualquier hecho similar que haya pasado con Nate, incluso de nuestros
inconvenientes y a la vez inolvidables encuentros secretos a lo largo de estos años.
NATE

6 años antes

Es de noche, tarde, pero aun así subo por la escalera de incendios con rapidez. Hace frío, pero
apenas lo noto, estoy demasiado preocupado. Cuando llego a la azotea, detecto una sombra al
fondo. Es Violeta, que está sentada apoyada en la pared de la barandilla. Avanzo hasta ella, que se
interesa:
—¿Cómo se encuentra Tommy?
Meto las manos en los bolsillos de mis pantalones y me acerco más a ella, hasta sentarme a su
lado.
—Tiene mucha fiebre, pero se ha tomado la medicina y se ha quedado dormido.
—Pobre…. Mañana pasaré a verlo y le llevaré los apuntes. No quiero que pierda el trimestre.
—Al menos tú puedes hacer algo por él. Yo me siento impotente —confieso.
—Eso no es cierto —me contradice—, le estás cuidando muy bien. Tommy me contó ayer que
te encargas de cambiarle las toallas durante la noche y de darle tus medicinas. Y no lo dudo a
juzgar por las ojeras que tienes.
Suspiro. Mi madre y mi padrastro se han desentendido de la enfermedad de Tommy, están
demasiado ocupados con sus respectivos trabajos, o quizás es que no les importa demasiado. Yo,
en cambio, por mucho que haga no me quito de la cabeza que mi hermano está sufriendo y que me
gustaría que la medicación hiciera efecto más rápido. Maldigo en susurros y Violeta, intuyendo lo
que estoy pensando, me asegura con una sonrisa:
—Se pondrá bien muy pronto.
Respiro hondo. Violeta quiere ser médico, aunque como ella misma teme, con sus recursos no
puede aspirar a estudiar mucho más que auxiliar de enfermería. Pero tiene un instinto innato para
mantener una actitud relajada cuando alguien está enfermo. Yo, en cambio, me desquicio al ver a
Tommy con esas fiebres que no cesan desde hace una semana por una infección. Está recibiendo
un buen tratamiento, pero hasta ahora nunca había enfermado así, y por lo que nos han dicho puede
que todavía tenga que estar un par de semanas más. Tiemblo y Violeta apoya su mano sobre la mía.
Para alguien como yo, acostumbrado a las caricias de las chicas, no debería significar nada, solo
un gesto normal como tantos otros que recibo. Pero no lo es, porque se trata de Violeta. La
observo de reojo. En el instituto pasa desapercibida por decisión propia. Al igual que a Tommy le
gusta pasar inadvertida y centrarse en sus estudios. Tommy… Me doy cuenta que he subido a ver a
Violeta y ni siquiera se lo he comentado, lo cual me hace sentir culpable, porque una parte de mí,
la que no piensa en Tommy enfermo, se alegra de tenerla solo para mí. Por ello sugiero con
brusquedad:
—Debería volver con él.
Espero que Violeta me diga que es lo correcto, pero su respuesta me confunde.
—Has dicho que está dormido… Quédate un rato más conmigo. Hablemos.
Sus ojos chocolate se clavan en los míos y me estremezco. Siempre es lo mismo con Violeta,
una duda continúa en mi cabeza sobre lo que escucho y lo que ella quiere decirme.
—De acuerdo —acepto—. ¿De qué quieres hablar?
—No lo sé —confiesa—. Pero en el instituto nos vemos poco y me gustaría que me contaras
algo.
—¿Cómo qué?
Violeta respira hondo y deduzco que está tratando de encontrar las palabras adecuadas.
Finalmente, se explica:
—Desde que comenzamos el nuevo curso vas con gente diferente y aunque nos veamos aquí,
en la azotea, siempre estoy más con Tommy que contigo y he pensado que podrías explicarme
cómo te va todo.
Me muerdo el labio. No soy el único que se ha dado cuenta de que, aunque los tres seamos
amigos, es con Tommy con quién pasa más tiempo y con quién se abre más. Lo que no hubiera
imaginado es que ella también estuviera interesada en averiguar qué pasa cuando no estamos
juntos, como me sucede a mí con ella. Lo malo es que lo que hago en esos momentos no es nada
que quiera que ella sepa, y miento:
—No hay mucho que contar. Odio las clases, aunque eso ya lo sabes, así que me las salto y me
voy con la pandilla al parque a escuchar música y beber algo.
—¿Y las fiestas a las que acudes? —su voz tiembla y comienzo a pensar que lo que en
realidad quiere preguntarme es muy diferente.
—Momentos de diversión. Siempre os he dicho que Tommy y tú podéis acompañarme cuando
queráis.
—No es nuestro ambiente —aclara.
Esbozo una sonrisa irónica. No es necesario que lo haga. Ni mi hermano se parece a mí, ni
Violeta lo hace a ninguna de las chicas que frecuentan esas fiestas. Por ello comento:
—Lo sé, pero al menos todavía nos quedan estas charlas en la azotea.
Ella sonríe, pero confiesa:
—A veces me cuesta entender que sigas subiendo aquí tantas noches.
Arqueo una ceja:
—¿A qué te refieres?
—Hay muchas chicas llamando tu atención, comprendo que prefieras pasar esos momentos con
ellas y no aquí con Tommy y conmigo.
Respiro hondo. Me parece surrealista hablar con la única que me importa de verdad de otras
chicas que solo me interesan para pasar el rato. Por ello aclaro.
—Me gusta estar aquí, con mi hermano y también contigo. Ninguna de esas chicas es
importante para mí, tú si lo eres.
—Y eso es algo que nunca entenderé —confiesa.
—¿No entiendes que seas importante para mí? —pregunto, extrañado de que a estas alturas
dude sobre ello.
—Eres un rey en el instituto, pero te tomas la molestia de encontrar espacio para mí. No soy la
única que lo piensa, lo leo en el rostro de tus amigos.
—No son mis amigos, solo mi pandilla, y eso incluye a las chicas a las que frecuento. Tú y
Tommy sois los únicos que me importáis, el resto son solo gente con la que pasar un rato
divertido.
Sonríe, azorada, y susurra:
—A mí me pasa lo mismo con vosotros.
—Aunque Tommy te importa más que yo…
Las palabras se escapan de mis labios, y Violeta protesta:
—Eso no es cierto, solo es diferente. Pero no te hubiera pedido que te quedaras hoy si lo
pensara.
Mientras lo dice, tiembla por el frío, me quito la cazadora y le ofrezco:
—Acércate más.
Hace lo que le pido y nos cubro con ella a los dos. Se hace un silencio y nos miramos por un
segundo a los ojos. Enseguida debo desviarla. Su mirada me atrae con un imán, tanto como ella y
el hecho de que esté tan cerca de mí ahora mismo es un peligro para mi cordura. Violeta, que
parece ser ajena a lo que me provoca, comenta:
—Gracias por tu cazadora. Olvidé subir la mía y temo que si bajo mi abuela me descubra.
—No hay problema, podemos compartirla. Y, respecto a tu abuela, ¿sigue tratándote tan mal?
—Como siempre.
Su labio tiembla y lamento haber sacado el tema. De nuevo, me dejo llevar por el hecho de
que estemos a solas y hago un gesto que solo hace Tommy con ella: le acaricio la mejilla. Entre
ellos parece natural, pero cuando lo hago yo se despiertan en mi interior sensaciones que
desconocía que podía tener, que ni siquiera me han surgido cuando me he acostado con alguna
chica. Ella cierra los ojos, pero enseguida los abre, quizá temerosa de sus propios sentimientos
como me pasa a mí. Algo abrumado, dejo de acariciarla y pregunto sin rodeos:
—¿Alguna vez piensas en el pacto que hicimos?
—¿A qué te refieres?
—A si tenía algún sentido.
Se aparta un poco de mí y mira a los edificios de enfrente para esquivar mis ojos.
—Claro que lo tiene. Estamos en el instituto, tenemos quince años y seguimos siendo amigos.
Como ves, no me equivocaba.
—Sí, pero a veces se hace raro… Eres la única chica a la que no puedo mirar como tal.
Se muerde el labio, nerviosa.
—No deberíamos estar hablando de eso.
—Has dicho que podía hablar de cualquier cosa.
—El pacto es con Tommy, si alguna vez lo hablamos tiene que estar él delante —replica con
fuerza.
Aprieto los puños.
—Lo dices porque él siempre te da la razón.
Sacude la cabeza, desconcertada, y clava su mirada en la mía.
—Nate, ¿qué te pasa? Tommy me dio la razón porque era lo correcto y tú también aceptaste,
no viene a cuento hablar de ello ahora y menos cuando está funcionando.
No digo nada, pero lee en mi expresión algo que la inquieta y hace ademán de marcharse. La
retengo por el brazo y le pido:
—No te vayas.
—¿Vas a seguir hablando de eso?
—No si no quieres. Pero Violeta, si quieres huir es porque sabes que tengo razón y ese
estúpido pacto solo funciona porque fingimos. ¿O vas negarme que has sentido algo cuando te he
acariciado?
—Tu nunca me acaricias, me ha sorprendido, simplemente —se defiende.
—Entonces, si volviera a hacerlo, ¿tampoco sentirías nada?
Traga saliva y aparta la mirada, pero tomo con suavidad su barbilla con una mano y la obligo
a mirarme. Con mi mano libre vuelvo a acariciar su mejilla y ella protesta:
—Suéltame.
—Violeta, me conoces y yo te conozco a ti. Si quisieras irte lo habrías hecho, si te quedas aquí
es por voluntad propia.
Mi caricia desciende a su cuello y ella retrocede, perpleja.
—Nate, ¿qué te pasa hoy? Deja de comportarte así. No lo entiendo…
—Sí lo haces, pero finges que no.
Sus ojos se clavan en los míos y, sin pensarlo, me inclino hacia ella y la beso con suavidad.
Violeta se queda petrificada unos segundos, pero después cierra los ojos, se deja llevar y
entreabre los labios. El calor estalla en mi pecho y la beso con más pasión de la nunca he
experimentado con nadie. El beso es tan intenso que, cuando nos separamos, ambos estamos
temblando.
—Por qué me haces esto… —susurra
Violeta deja caer la cabeza sobre sus rodillas y, aunque sus largos cabellos ocultan su rostro,
intuyo que se siente avergonzada. Con ternura, la obligo a alzar la cabeza para mirarla a los ojos.
—¿Qué te pasa?
Se hace otro incómodo silencio, que ella rompe:
—No puedo hacer esto contigo. No quiero romper nuestra amistad ni hacer daño a ...
—Tommy —completo su frase con una voz cargada de celos—. Si ese el problema yo mismo
se lo diré.
—No, ni hablar. No dejaré que se lo cuentes —prohíbe, furiosa.
Su expresión denota algo más que enfado, también miedo. Y entonces, vuelvo a la realidad y
me doy cuenta que es de mi hermano de quién estoy hablando. Mi hermano que está enfermo y al
que debería estar velando en su descanso en lugar de tratar de seducir a Violeta. Mis ojos brillan
por la rabia contra mí mismo y aclaro:
—No te preocupes, no lo haré, a menos que tú me lo pidas en algún momento.
—No lo haré. Y tú no te atreverás a decírselo, porque, si lo haces, dejaremos de ser amigos
por un simple beso.
—¿Un simple beso? —protesto—. ¿Estás segura de que solo ha sido eso?
Se aparta de mí.
—Sí. Nadie me había besado nunca, solo me ha sorprendido.
Arqueo una ceja, incrédulo.
—¿Ha sido tu primer beso? Tienes quince años…
Su rostro se altera.
—Sí. A diferencia de ti no me paso la vida tonteando con el sexo opuesto —se defiende, al
parecer mi comentario le ha resultado humillante.
Una idea asoma a mi cabeza:
—¿Y Tommy? Os pasáis el día juntos…
—Sí, pero él entiende el pacto. Y sabe mantener su palabra, no como nosotros —replica con
amargura.
Paso la mano por mi cabello, sintiéndome muy vulnerable. El beso ha sido increíble, pero de
pronto comprendo que Violeta no solo está enfadada conmigo sino también consigo misma porque
siente que ha traicionado a Tommy. Y es culpa mía.
—Violeta, yo… —trato de explicar.
—Déjalo —me suplica—. Hagamos como si no hubiera sucedido. Será más fácil.
—No puedes pedirme eso.
—Si puedo —me corrige con voz firme—, somos amigos, y los amigos se piden cualquier
cosa para mantener su amistad.
Mis ojos relampaguean y protesto:
—No sé si soy capaz.
—Lo serás si mi amistad significa para ti lo mismo que para mí la tuya. Y si piensas en
Tommy. Es algo más que tu hermano. Él siempre dice que tú eres su mitad.
Su comentario se clava en mi pecho. Aprieto los puños de nuevo y me levanto, dándole la
espalda. No voy a ganar esta conversación y quedarme a su lado discutiendo solo nos hace daño a
los dos, así que susurro:
—Será mejor que vaya a ver como se encuentra Tommy.
Bajo por la escalera de incendios con los pasos vacilantes y el corazón latiéndome con fuerza.
Cuando entro por la ventana en la habitación que comparto con Tommy, veo que él sigue dormido.
Las palabras de Violeta recordándome que Tommy es mi mitad resuenan en mi mente y, a pesar de
que he anhelado desde hace años besarla, siento que es un momento robado a Tommy, que está
enfermo. Me siento en mi cama y observo a mi hermano. Siempre he sospechado que a pesar de lo
que ambos decían, en algún momento de los que pasaban a solas se habrían al menos besado, por
eso me he atrevido a hacerlo yo. Y ahora resulta que no solo no había sucedido, sino que Violeta
jamás se había besado con nadie. Me pregunto que estará pensando, si alguna vez también ha
soñado en besarme y por eso ha cedido con tanta facilidad; o quizá anhelaba en secreto que
Tommy fuera el primero. Sea como sea, he perdido, porque sigo estando en el mismo lugar que
antes, con Violeta convencida de que solo podemos ser amigos. Tommy lanza un gemido en sueños
y me acerco a él. Coloco mi mano en su frente, sigue ardiendo. Le traigo una toalla fría, se la
coloco en la cabeza y susurro:
—Lo siento, hermano.
Sé que él no me oye, también que si lo hiciera no se lo habría podido decir. Pero necesitaba
escucharlo en mis labios, para recordar lo que no puedo volver a repetir. Violeta ha sido clara al
respecto, pero no es lo único en lo que pienso. Vuelvo a mi cama y apoyo la cabeza en mi
almohada, pero me cuesta conciliar el sueño. En mis labios y en mi corazón está la huella del beso
que le he dado a Violeta, que ha colmado todas las expectativas que podía tener sobre él. El
problema es que también ha dejado otra huella, la de haber traicionado la confianza de mi
hermano y del pacto que hicimos; y el miedo a que nunca pueda evitar sentirme como lo hago
cuando estoy con ella. Confuso, me coloco en una posición que me de visibilidad de Tommy para
controlar si su estado empeora y trato, sin conseguirlo, serenar mi corazón.
VIOLETA

6 años antes

Me acomodo en la azotea. Una lágrima se desliza por mi mejilla y la enjuago con rapidez con
el dorso de la mano, como si eso pudiera evitar los recuerdos. Hoy es el aniversario de la muerte
de mi madre. Lo cual me pone tensa, triste y hace que discuta con mi abuela. Y hoy he tenido que
añadir un cuarto elemento: Nate. Desde nuestro beso en la azotea y mi posterior rechazo no ha
hecho ningún conato de volver a acercarse a mí de ese modo. Lo cual debería alegrarme porque se
supone que es lo que quiero. Pero esta mañana, en el instituto, le he visto enrollarse en el pasillo
con una de las chicas de su curso. No es la primera vez que le veo besarse con alguna, pero hoy
Samantha le ha tomado de la mano y le ha arrastrado entre besos al baño de las chicas. Tampoco
será la primera vez que lo hace, pero sí de la que yo soy testigo. Hubiera querido que eso no me
importara, pero la imagen de ellos entrando en el baño y lo que deduzco que van a hacer ha hecho
que mi estómago se revuelva hasta provocarme náuseas. Si no hubiese sido por la campana, puede
que no hubiera reaccionado y me hubiera quedado allí, esperando como una idiota quién sabe qué.
Y ahora me siento estúpida por estar celosa, porque mi corazón sienta lo que mi mente le prohíbe.
Respiro hondo y trato de sacarme esos pensamientos de la cabeza, pero entonces la imagen de
mi madre vuelve a aparecerse ante mí. Parece que no hay paz para mí hoy, hasta que Tommy llega
sonriente y se sienta a mi lado. Me observa unos segundos y después pregunta:
—¿Cómo estás?
Mi mirada se clava en el cielo. No puedo hablarle de Nate, pero sí de mi madre, de hecho,
necesito hacerlo.
—Hoy es el aniversario de su muerte.
—Lo sé, por eso he subido, he supuesto que estarías aquí.
Una corriente de agradecimiento se extiende por todo mi cuerpo. Siempre puedo contar con él.
Con ternura susurro:
—Nunca lo olvidas.
—Claro que no. Es importante para ti y por tanto también para mí.
Me dejo caer sobre su pecho, buscando como otras veces un poco de consuelo.
—Gracias —susurro.
Él no dice nada, solo me abraza. Podría quedarme así durante horas, de hecho, es con la única
persona que podría hacerlo. Desde nuestro beso no se me ocurriría acercarme de este modo a
Nate, y no hay nadie tan cerca de mí como para compartir un momento así de ternura. Las lágrimas
amenazan con volver a mis ojos, pero no las dejo salir y respiro hondo para dominarlas. Me
separo un poco y, cuando Tommy advierte mi mirada vidriosa, me pregunta de nuevo:
—¿Cómo estás?
—Se me pasará en cuando acabe este día, no te preocupes.
—Si quieres podemos quedarnos hasta que se termine, a las doce de la noche.
—Eso suena genial, pero, ¿no te dará problemas?
—Mi madre no viene nunca a mi habitación ni mucho menos mi padrastro. Y tu abuela estará
durmiendo…
—Sí, en cuanto se toma su pastilla cae rendida.
—Bien, en ese caso me quedaré contigo y cuidaré de ti. En mi bolsa hay unos refrescos, he
pensado que te apetecería tomar algo. —Mis ojos se humedecen y él me pregunta—: ¿He dicho
algo malo?
—No, claro que no, solo que hoy estoy muy emotiva y me encanta como me cuidas. Siempre lo
haces.
—Siempre lo haré.
Su mirada se clava en la mía y es tan intensa que tengo que rehuirla, porque de golpe no solo
he sentido agradecimiento y ternura, sino algo mucho más prohibido, un calor que usualmente solo
siento cuando estoy cerca de Nate. Lo cual me recuerda mi beso con él y la culpabilidad hace de
nuevo mella en mí. Con tristeza mascullo:
—Eres demasiado bueno conmigo
—No digas tonterías. Eres mi mejor amiga.
Su voz se entrecorta y no sé si es porque quiere decirme algo más. Lo cual me intriga y a la
vez me pone nerviosa. No importa el tiempo que pasamos juntos, Tommy siempre ha tenido claro
su papel de solo mejor amigo. Pero desde hace unos días algo está cambiando. Y una cosa es que
yo me descontrole y otra que lo haga él. Es mi faro, necesito que mantenga los límites por los dos.
Sobre todo, porque nada volverá a ser igual desde mi beso con Nate. Y eso me recuerda la escena
del baño de esta mañana y pregunto:
—¿Dónde está Nate?
Leo decepción y un conato de celos en sus cristalinos ojos.
—Ha quedado con sus amigos. ¿Te molesta que no esté aquí?
—No, solo es curiosidad —miento. Le debo lealtad a Tommy, y eso incluye no contarle lo que
pasa con su hermano. Como mis estúpidos celos cuando se ha metido en el lavabo con Samantha.
—Si quieres, puedo llamarle —ofrece.
Le retengo con suavidad.
—No hace falta, estamos bien. Y te agradezco que estés a mi lado hoy.
—Gracias a ti por permitírmelo.
Una idea pasa por mi mente.
—Es una noche preciosa. Deberías estar con alguna de tus guapas admiradoras como hace
Nate.
—Tú eres más guapa que ellas. ¿Nunca te lo he dicho?
Respiro hondo. Sí lo ha hecho alguna vez, pero sin que su mirada sea tan intensa. Como tantas
otras veces, Tommy comienza a entrelazar sus dedos con los míos, como en un juego, solo que
ahora no parece tal. Una sonrisa temblorosa asoma a mi rostro.
—Me encanta cuando me tomas de la mano. Me hace sentir segura.
No debería haber dicho eso. Lo sé en cuanto Tommy libera una de las manos y comienza a
acariciar mi mejilla con suavidad. Tarda varios segundos en atrever a preguntarme:
—Y esto, ¿te hace sentir segura?
—No es la palabra que utilizaría —confieso con nerviosismo.
Se acerca más a mí y su otra mano va también a mi mejilla. Su caricia se hace más intensa, lo
mismo que su mirada. Estoy perdiendo el control. Una cosa es que seamos cariñosos el uno con el
otro, pero esto es un paso más. Pero no deseo que pare. No sé quién de los dos se acerca antes,
pero sus labios atrapan los míos con una dulzura teñida de pasión. Es un beso largo, que no quiero
que termine, que me hace gemir en su boca y que podría cambiarlo todo. Y en cuanto pienso eso
me separo de él. Tommy, todavía con la respiración agitada, mantiene sus manos en mis mejillas,
su mirada en la mía.
—Violeta, yo…
—Por favor, no digas nada.
—En ese caso, volveré a besarte.
Respiro hondo y antes de que pueda decir algo coherente, sus labios vuelven a estar encima de
los míos. Cierro los ojos, aturdida. Quiero estar aquí, rogarle que no se detenga y a la vez salir
huyendo. Tommy continúa besándome y sus manos, las mismas que tantas veces he acariciado con
familiaridad, ahora me transmiten pasión. Me estremezco y yo también le acaricio. A Nate le
detuve con solo un beso, pero después de haberle visto enrollándose con esa chica quiero sentir lo
mismo. Tommy continúa estremeciéndome con sus caricias. No hablamos, solo nos miramos en
silencio entre beso y beso. De golpe, escucho ruidos en la escalera de incendios y me aparto con
rapidez. Tommy también lo hace, aunque a un ritmo más lento, todavía asimilando lo que acaba de
suceder. Nate nos observa a los dos con el ceño fruncido, escudriñando nuestra mirada culpable.
Se acerca a nosotros y susurra:
—Recordé que hoy era el aniversario de la muerte de tu madre y he pensado en hacerte
compañía.
—Gracias.
—Estás temblando —incide él.
—Es una noche complicada para mí —reconozco. Al menos, en esto no estoy mintiendo.
Acabo de besar a Tommy y quién sabe a dónde podríamos haber llegado si no hubiera aparecido
Nate. Quizá “complicado” es un adjetivo suave para lo que mi corazón siente, pero espero que me
sirva para librarme de la mirada interrogativa de Nate. Quién, por cierto, tampoco debería estar
celoso porque esté con su hermano, teniendo en cuenta su escenita de esta mañana enrollándose
con esa chica en el instituto donde cualquiera puede verlos. Si él puede tener a todas las chicas
que quiere yo puedo permitirme un momento de debilidad con Tommy, me digo.
Nate continúa observándonos unos segundos y después propone:
—No he cenado, bajaré a buscar algo de comida y la subiré aquí. ¿Os traigo algo?
Denegamos los dos con la cabeza. Tommy no ha hablado todavía, está más en shock que yo.
Nate desaparece por la escalera de incendios y, cuando me aseguro que estamos a solas, comienzo
a decir:
—Tommy, yo…
—No lo hagas.
—¿El qué?
—Violeta, te conozco. En cuanto has visto a Nate has recordado el pacto y yo también. Pero no
quiero que me digas que el beso no ha significado nada.
—No iba a decir eso —le contradigo—. Significa algo, solo que no quiero…
—Que nos separe —termina mi frase. Me mira con profunda ternura y añade—: No te
imaginas cuantas veces he imaginado como sería besarte. Aunque no pensé que me atrevería a
hacerlo…
Al escucharlo, me dejo llevar y acuno su rostro en mis manos. Clavo mi mirada en la suya y
ahora soy yo la que posa mis labios sobre los suyos. Me entrego el beso con intensidad, pero
cuando me doy cuenta que Nate puede subir y lo que significaría, me separo de él.
—Lo siento mucho.
—Yo no.
—No puedo hacer esto. No puedo —repito.
Tommy suspira con resignación. Acaricia con suavidad mi mano, sopesando las palabras. Tras
un largo silencio me dice:
—Violeta, he besado a otras chicas. Con ninguna de ellas he temblado como lo he hecho hoy
contigo. Y podría besarte durante el resto de esta noche y de todos los días de mi vida, pero si
insistir en eso ahora va a hacer que te pierda, no lo haré.
—Tommy, yo…
—Violeta —me interrumpe—, eres mi mejor amiga, mi mitad. Si besarte va a hacer que
perdamos eso, acepto volver a ceñirnos al pacto.
Trago saliva. Las palabras se amontonan en mi garganta, pero no sé si dejarlas salir, si ser
esclava de ellas como lo soy del pacto. Me dejo caer sobre su pecho, escucho el latir apresurado
de su corazón y me disculpo de nuevo:
—Lo siento, Tommy.
—No lo hagas. Ha sido un beso genial.
Mis ojos se humedecen y levanto mis ojos hacia él.
—Sí, lo ha sido. Pero…
—Ahora fingiremos que no ha pasado si es lo que quieres. Pero no te alejes de mí.
—No lo haré —le prometo.
Nos miramos fijamente, pero ya no hay más besos, solo un silencio incómodo hasta que Nate
vuelve. Nos entrega las bolsas de comida y Tommy abre los refrescos que ha traído.
—¿Seguro que estás bien? —me pregunta Nate.
—Lo estaré —contesto porque ahora mismo no tengo energía para mentir.
—Bien.
Nate me sonríe, también lo hace Tommy. Todavía noto su aliento cálido en mi boca, el
cosquilleo en mi cuerpo, mi piel siendo acariciada por él. Pero ahora no quiero pensar en ello, ni
tampoco en el beso que me dio Nate. Son solo dos besos, me repito, que no volverán a repetirse.
Eso sería estúpido. Los quiero en mi vida todos los días, no una noche de pasión. Y por eso los
escucho y dejo que me hagan reír, que me hablen del futuro, de nuestros planes de compartir
apartamento y que eso me suene a una amistad que nunca termine. Una amistad en la que no hay
lugar para los celos ni el deseo, aunque siga sintiendo en mi estómago unas mariposas volando
que no sé si algún día se irán.
NATE

En la actualidad

Me encanta trabajar en la tienda de tatuajes. O debería puntualizar que me encantaba. A


diferencia de lo que Will predijo, Jay y yo no nos llevamos bien. Detesto que mi compañero de
trabajo se pase el día con el ceño fruncido, disparando miradas de odio por cualquier cosa. Will
trata de mantener la calma con él, pero para a mí me resulta agotador convivir con alguien que
exuda insatisfacción por todos sus poros. Está claro que sus adicciones le han llevado a tener un
temperamento inestable, y lo peor es que Will no se enfrenta a él. Si no lo conociera, diría que le
teme, pero sus intentos de aplacarle obedecen a que para él siempre será el héroe guerra, un buen
hombre que solo está lidiando con sus traumas. Lo comprendo, le salvó la vida, pero para mí no
es tan fácil entablar una relación mínimamente correcta con alguien que solo protesta en cualquier
conversación. Se siente miserable, pero eso no le da derecho a hacer que el resto del mundo lo
sea. Suspiro y trato de recordar que no llevo la peor parte. Will convive con él y no puedo
imaginarme dos personas más diferentes bajo el mismo techo. Aunque físicamente ambos se
parezcan por su fortaleza física y sus tatuajes, Will es tranquilo, positivo, relajado; y Jay es todo
pesimismo. Y ahora mismo solo tengo esto último, ya que Will ha tenido que salir de la ciudad un
par de días por un tema familiar y me ha dejado solo con Jay.
Me pierdo en mis reflexiones hasta que Víctor y Jenny entran en la tienda haciendo sonar las
campañillas de la tienda. Víctor y yo estudiamos juntos y, como viven cerca de aquí, suelen pasar
a visitarme. Van de la mano, tan acaramelados como siempre. Contra todo pronóstico, Víctor ha
hecho un compromiso real y duradero con Jenny. Una parte de mí anhela encontrar ese tipo de
conexión con alguien, y la imagen de Violeta se cuela en mi cabeza, pero la rechazo antes de
hacerme ideas equivocada sobre lo que no puedo tener. Hablo un rato con ellos, bajo la mirada
sombría de Jay. Cuando se despiden, comento para tratar de sacar a Jay de su ostracismo:
—Forman un apareja envidiable, ¿no te parece?
Hace una mueca.
—No existe tal cosa. Terminarán destruyéndose el uno al otro.
Arqueo una ceja.
—No lo harán. Soy felices y van a seguir siéndolo —le contradigo.
Una risa amarga precede a sus palabras.
—Eres joven, no sabes cómo funciona el mundo real. Todo es fácil cuando tu vida es ir de
fiesta en fiesta y ser un par de caras bonitas como esos amigos tuyos. Sobre todo ella, la típica
princesa de instituto.
Aprieto los puños y mi mirada se clava en la de él.
—¿Qué has dicho? ¿Cómo te atreves a hablar de Jenny sin siquiera conocerla?
—Calo bien a la gente —se defiende en ese tono que me enerva.
—No, no lo haces —el volumen de mi voz es duro, frío, alto. Se acabó la paciencia—. Esa
chica a la que juzgas alegremente es la persona más valiente que he conocido. ¿Sabes cómo se
conocieron? Ella estaba tratándose de un cáncer muy agresivo y Víctor era celador en el hospital
en el que estaba ingresada. Fue un milagro que se curara y todavía arrastra secuelas de la
enfermedad. Y ahora que lo sabes, ¿quieres repetirme que solo es una cara bonita con una vida
fácil?
Sus ojos se abren como platos y balbucea:
—Yo no…
—¿Tú no qué? Sé que lo has pasado mal, que eres un héroe de guerra, y por eso te admiro.
Pero desde que te conozco solo has hecho que quejarte o beber, o las dos cosas. ¿No podrías
tratar de seguir el ejemplo de Jenny y luchar y avanzar en lugar de quedarte en ese sitio donde solo
hay oscuridad para ti y para todos los que te rodean? Porque claramente tienes un gran sentido del
deber y del honor; y si Will te aprecia tanto es porque eres un buen amigo. Así que deja de
estropearlo todo aún más.
Termino mi discurso avergonzado de mi propio arrebato. No suelo hablar así, pero me cuesta
ser empático con alguien que se empeña en autodestruirse. Hago ademán de ir a disculparme, pero
Jay clava su mirada en mí, más intensa y rota que nunca, y sale corriendo de la tienda. Estoy
tentado de correr tras de él, pero entran dos clientes y no puedo dejar el local solo. Tomo aire, me
sereno y comienzo a atenderles esperando que Jay vuelva pronto y podamos seguir esta
conversación de una forma menos alterada.

***

Es de noche. He necesitado dos horas de llamadas para que por fin Jay se haya dignado a
cogerme el teléfono y decirme donde está. Debería haberlo dejado correr al primer intento de
contactar con él, pero Will me encomendó que le mantuviera vigilado y si ha salido corriendo de
la tienda ha sido por mi culpa.
El bar en el que está es diferente a los que yo frecuento. Es oscuro, como si nadie quisiera que
le vieran aquí, un lugar donde ocultar las miserias, las penas. Observo alrededor de mí, hay
algunos hombres que necesitan un buen afeitado y una ducha. La música es antigua y los ojos que
me miran son tan sombríos como el de Jay. Me siento a su lado y él, visiblemente borracho,
masculla:
—Ya que has venido hasta aquí, tráeme una cerveza.
—Ya has bebido demasiado.
Frunce el ceño.
—No sé qué te dijo Will, pero no necesito canguro. Y quiero esa cerveza. Ahora.
—Está bien, pero solo una —acepto, básicamente porque le necesito proactivo para que me
deje llevarle a casa. Aviso a la camarera, una mujer con tanto maquillaje que es difícil descubrir
que se esconde detrás de él. Debe tener unos cincuenta años y aunque quizá en su juventud tenía
buena figura, ahora sus carnes se desbordan sobre la ropa de dos tallas menos de la que
necesitaría. Me obsequia con una sonrisa torcida a la que no respondo y me guiña el ojo, supongo
que no es habitual que chicos de mi edad entren aquí. Centro mi atención en Jay, que tampoco ha
prestado atención a las miradas de la camarera ni a su pronunciado escote.
Jay bebe un sorbo de su cerveza con avidez, me escudriña con la mirada y me pregunta:
—¿Por qué estás aquí?
—Estaba preocupado por ti.
Arquea una ceja.
—Eres un chico curioso, Nate. Primero me gritas y luego te preocupas por mí.
Me encojo de hombros.
—Lamento lo primero. No puedo evitar lo segundo.
Una sonrisa amarga tironea de sus labios.
—Tenías razón. No tenía derecho a criticar a esa chica sin conocerla. Es solo que estoy
frustrado y lo pago con los que me recuerdan lo que no puedo tener. Incluida tu bonita amiga.
Sus ojos se pierden en algún lugar de ese pasado que parece hundirle más cada día y decido
que quiero conocerle un poco mejor. Por ello me intereso:
—¿Vienes mucho por aquí?
—Solo cuando necesito aclarar mis ideas.
—Eso no sucederá en una botella —incido.
—¿Tú nunca bebes? —ironiza.
—Sí, los fines de semana. A veces demasiado —reconozco—. Pero Will me dijo que tú tenías
problemas con eso.
—Parece que Will no dejó nada en el tintero.
Su voz suena a que se siente traicionado, y aclaro:
—Me lo dijo para protegerte y que yo tuviera más paciencia contigo. Aunque no he sido muy
bueno con eso.
Sonreímos los dos y él explica en tono ebrio:
—Como he dicho, me lo merecía. Igual que esta cerveza.
Da un trago largo y me atrevo a preguntar:
—¿Puedo ayudarte en algo?
Deniega con la cabeza, vuelve a mirar hacia el infinito y responde:
—Hubo un momento en mi vida en lo que todo se solucionaba con acción. Eso me hacía
olvidar muchas cosas. Ahora lo único que tengo es el alcohol.
Respiro hondo. Una parte de mí entiende a lo que se refiere. Odia su vida y se siente un
extraño en ella, como si no encajara en ningún sitio. Un pensamiento pasa por mi mente. Quizá si
no fuera porque me dedico a tatuar, que es mi pasión, y a que tengo en Tommy y Violeta mi faro; yo
también podría sentirme así. Al fin y al cabo, ¿estamos alguna vez completamente seguros de que
no vamos a caer? Suspiro hondo y comprendo que Will, que tanto le debe a Jay, quiere que este
encuentre también un lugar en el que se sienta seguro, un faro que le guíe en el camino correcto del
que está tan alejado. Y por eso continúo preguntando, con la esperanza de poder ser de ayuda:
—¿Qué hacías en el ejército?
Traga saliva.
—Estaba en las fuerzas especiales. No es un sitio al que pudiera volver con mis heridas y sus
secuelas.
—¿Y fuera del servicio activo?
—No puedo. Estar allí sin estarlo. Se hace difícil de explicar a alguien que no sea un soldado.
Además, ahora ya es demasiado tarde. Me detuvieron por conducir borracho, por peleas… ¿Will
no te lo ha contado?
—No, claro que no. Como te he dicho, solo me dijo lo de tus problemas con la bebida para
que fuera paciente contigo.
Sus ojos se nublan todavía más y comenta con amargura:
—¿Puedes creerte que no probé una gota de alcohol mientras estuve en el ejército?
—Se me hace difícil —reconozco—. Suponiendo que te crea, ¿por qué entonces hacerlo al
volver? ¿Fue por las heridas?
Asiente y se remueve en el asiento. Incluso con el alcohol haciéndole hablar, es evidente que
esta conversación le pone incómodo.
—Ojalá fuera tan fácil como eso. Pero es mucho más difícil. En parte sí, pero también es por
ella, no quiere tener nada que ver conmigo.
Su voz se rompe y advierto que en su estado no se da cuenta que no sé a qué chica se refiere.
Aun así, me intereso:
—¿Ella te lo dijo?
—Sí. Al dejar el ejército la busqué desesperadamente. Pero cuando la encontré me dijo que no
quería saber nada de mí, que era demasiado tarde. Había tanto odio en sus ojos… No tuve el valor
de insistir. Ella tenía razón, era demasiado tarde para hablar y disculparme por haberla
abandonado. Para hacer que comprendiera mis motivos, reconocerle mis errores y ganarme su
perdón. He ahogado el recuerdo de esa mirada cada noche en el alcohol, pero cada mañana vuelve
a aparecerse una y otra vez ante mí, y no lo soporto.
Toma otro trago como si lo necesitara para respirar y mi corazón da un vuelco, apiadándose de
él. Recuerdo la única vez que tuve miedo de perder a Violeta por lo que había sucedido. Sentí que
faltaba una parte de mí, que nunca podría volver a respirar con la misma intensidad si ella no
formaba parte de mi vida. Fue horrible y si pienso en Jay, que además ha de lidiar con haber
tenido que salir del ejército y el dolor de sus heridas, la compasión me hace insistir:
—¿Por qué no la buscas de nuevo ahora?
—Porque solo soy un ex soldado borracho que se queja todo el día, como tú siempre dices.
Mi conciencia se remueve y le contradigo.
—También eres un héroe y eso siempre gusta a las chicas. Hazme caso, búscala y habla con
ella, tal vez ahora esté más receptiva a escucharte. Si la abandonaste es lógico que esté enfadada,
pero quizá no es demasiado tarde para ganarte su perdón. Y, si te rechaza, al menos ya tendrás un
punto de partida para iniciar una nueva vida.
—No puedo hacerlo.
—Claro que sí, piensa en Jenny, la chica que vino esta tarde a la tienda. Si ella pudo
enfrentarse a un agresivo cáncer, alguien tan valiente como tú puede hacerlo a una conversación,
por difícil que esta sea.
Sus ojos se clavan en los míos, vidriosos, pero con un tinte de esperanza.
—Eso es lo que Will siempre me dice que haga.
Sonrío, tengo muchos puntos comunes de pensamiento con mi jefe, de hecho, más de los que he
tenido con nadie, incluido Tommy. Respiro hondo, clavo mi mirada en la de Jay e insisto:
—Dos contra uno. Estoy con Will, búscala y trata de averiguar qué sucede. Será más fácil que
vivir en medio de la borrachera y la resaca intentando olvidarla.
—Me temo que hoy ya es tarde para eso —ironiza dando un último trago a su cerveza —. He
bebido más de lo que te he dicho.
—Lo imagino. Por eso te llevaré a casa de Will para que descanses. No puedes conducir en tu
estado.
Aunque a regañadientes, acepta y le ayudo a levantarse. Se tambalea un poco por el alcohol,
pero pronto se estabiliza, está claro que está acostumbrado a beber. Caminamos hasta mi coche y
conduzco en silencio hasta el apartamento de Will. Me aseguro de que llegue hasta él y luego hasta
su habitación. Se le ve muy afectado, y pregunto:
—¿Quieres que me quede?
—No, estoy bien. Y gracias por esta noche
—No tienes por qué darlas. Somos compañeros.
Él esboza una media sonrisa, cierra los ojos y deja caer la cabeza sobre la almohada. Yo le
cubro con una manta y murmuro, aunque no sé si me escucha:
—Salvaste a Will y a otros compañeros. Quizás esa chica sí que quiera hablar contigo.
No me contesta y salgo de la habitación. De camino a mi casa, me pregunto quién será su chica
misteriosa, si estaban juntos antes de que el marchara al ejército o si la conoció allí o en algún
permiso. Sea como sea, su sufrimiento se ha hecho más palpable, y también su miedo. No sé si
debería haberme inmiscuido tanto, pero me alegro de haberlo hecho. Hasta esta noche solo era un
extraño con el que compartía mi espacio laboral, pero de sus palabras y de su mirada he
comprendido que hay una historia muy fuerte detrás, de la que me gustaría conocer algo más. No
solo porque despierta mi curiosidad, sino porque salvó la vida a Will y me gustaría conocer al
hombre que era entonces en lugar del quejarme del que es ahora. Supongo que, en el fondo, soy un
artista y los artistas nos nutrimos de entender a las almas atormentadas, incluso aunque
objetivamente nos digamos a nosotros mismos que deberíamos mantenernos alejados de ellas.
VIOLETA

En la actualidad

Mi habitación parece una leonera cuando me despierto y camino entre las sábanas
desperdigadas después de una noche de extremo calor en la ciudad que ha agudizado mi insomnio
y mis pesadillas. Estoy agotada y no solo físicamente. Desde hace demasiados días tengo un
torbellino de sentimientos en mi cabeza y en mi corazón. Lo cual es muy poco práctico cuando
tengo que ir al hospital para hacer una guardia. Me doy una ducha fría, recojo la habitación con
rapidez, me visto y salgo sin hacer ruido del apartamento para no despertar a Nate o Tommy. Me
paro en una cafetería, tomo un café, lo único que me entra a estas horas de sueño y calor, y
conduzco hasta el hospital, donde me cambio de ropa con parsimonia. Llego a mi puesto y maldigo
cuando veo que me toca ser ayudante del doctor Kerrington, uno de los médicos más prestigiosos
del hospital y, porque no decirlo, también uno de los más insufribles. Fuerzo una sonrisa y esbozo
un quedo saludo. Él me observa, se fija en mis ojeras y pregunta:
—¿Estás bien?
—Solo un poco cansada.
Me escudriña, supongo que esperaba una respuesta menos general, pero mis problemas de
insomnio que se han agudizado no es algo que quiera comentar nadie en general ni con él en
particular. Pasan unos segundos antes de que me ofrezca:
—Puedo invitarte a un café en el descanso.
—No, gracias, ya he tomado uno de camino hacia aquí —deniego como todas y cada una de
las veces que me ha propuesto algo similar.
Él me observa de nuevo, pero no dice nada, y comenzamos la rutina por las habitaciones.
Después de dos horas comenta:
—Es curioso verte trabajar.
Arqueo una ceja, inquieta. Puede que no me agrade, pero no quiero malos informes sobre mi
labor, no puedo permitirme que me despidan.
—¿He hecho algo mal?
Una sonrisa asoma a su rostro:
—No, pero se nota que quieres ayudar a todo el mundo.
—¿Y qué tiene eso de malo? —pregunto, algo más aliviada, ya que al menos no tiene nada que
ver con mi capacidad profesional.
Su sonrisa se hace más paternalista, con un toque de superioridad:
—Vivirías más tranquila si te tomaras esto como el inicio de una prometedora carrera. Si
estudias y te centras en lo importante puedes subir de categoría y ganar mucho dinero.
—¿Curar a los pacientes no es lo importante? —ironizo.
—Sí, como ideal. Pero yo prefiero el dinero, el prestigio y tener una buena casa.
—Quiero seguridad económica, pero también disfrutar con mi trabajo. Eso es más importante
que el dinero —le aseguro.
Ríe, no como lo hacen Nate o Tommy, que arrancan una en mí, sino de una forma que me saca
de mis casillas. Más cuando apoya su mano sobre mi hombro y susurra:
—Es tierno cuando todavía estáis empezando y os queda compasión y empatía por los
pacientes.
Me aparto de él y le contradigo:
—No me gustaría que eso terminara.
Se encoje de hombros.
—Lo hará, tarde o temprano, mejor más pronto que tarde. Por tu propio bien, inmunízate. Todo
será más fácil.
—Quizá me guste lo complicado —incido con voz fuerte.
Se acerca a mí de nuevo de un modo que me hace poner la piel de gallina. No me gusta que
invada mi espacio personal, me hace sentir incómoda y un gesto de repulsión se asoma a mi
rostro. Respiro hondo y me aparto un poco. No quiero montar una escena, pero me ofende la forma
que me trata, como si fuera una niña estúpida. Lo peor es que él no parece ser consciente de mi
desagradado, es demasiado engreído para ello. Mantengo la distancia y me contengo para no decir
ninguna de mis ironías contra él. Continuamos con la ronda de visitas, él olvidándose de cada
paciente en cuanto sale de la habitación, yo pensando en cada uno de ellos como si los conociera
personalmente. Para él solo existen historiales médicos y posibles soluciones, yo veo el drama
humano que se esconde detrás de cada uno de ellos. Y no me importa si eso me hace sufrir, no
quiero inmunizarme, nunca.

***

Es la hora de comer. El doctor Kerrington me ofrece con el tono de confianza del que sabe que
no va recibir nunca una negativa:
—Lo has hecho bien, te invito a comer.
Su frase me enerva, es de esa clase de personas que piensa y actúa como tuviera derecho
sobre todo el mundo. Por ello deniego:
—Gracias, pero no es necesario.
Arquea una ceja, no está acostumbrado a que le rechacen, e insiste:
—Somos colegas, ¿por qué no comer juntos después de la mañana que llevamos de duro
trabajo?
Suspiro. Se me ocurren muchos motivos y también unas cuantas respuestas irónicas, pero si lo
pienso fríamente no quiero enemistarme con alguien con tanto poder como él en el hospital.
Además, me convenzo, no es una cita, solo una comida en la cafetería del hospital con un colega.
Con desgana respondo:
—Está bien, pero tendrá que ser rápido, todavía tengo mucho trabajo pendiente.
Vuelve a reírse, como si hubiera dicho un chiste y comienzo a arrepentirme de haber aceptado,
pero él camina a la cafetería y yo le sigo tratando de que mi agobio interno no pase a mi
expresión.

Media hora más tarde, mis buenos propósitos de mantener una conversación educada se han
esfumado. El doctor Kerrington no ha defraudado mis malas expectativas y todos sus temas de
conversación giran en torno a lo mismo: él. Parece ser que es un gran fan de sí mismo y por eso
solo habla de sus logros o sus expectativas de fama y gloria. Ni una sola vez me pregunta por nada
personal mío, ni tampoco habla de ninguno de sus pacientes. Definitivamente, empatía y
compasión por los demás no parecen estar en su vocabulario. Desconecto de lo que me está
diciendo y me centro en la comida y en repasar mentalmente mi agenda de la tarde. Es la ventaja
de estar con alguien tan egocéntrico, no espera que yo diga nada, solo que finja escucharle. Estoy
tan abstraída que casi no escucho el teléfono sonando. Lo leo, es un mensaje de Nate. Una sonrisa
asoma a mi rostro y eso capta la atención del doctor, que me mira con fastidio. Supongo que para
alguien tan engreído como él no debe ser agradable que mi única sonrisa durante la comida haya
sido por el mensaje de otra persona.
—¿Sucede algo?
—Tengo que ausentarme.
—¿No vas a tomarte el café conmigo?
—No tengo tiempo, lo lamento.
Hago además de irme, pero él me retiene tomándome de la mano. La aparto enseguida, pero él
comenta:
—Si tienes que irte, podemos continuar esta conversación después del trabajo. ¿Te apetece
venir a cenar a mi casa?
Respiro hondo. No deja de resultarme curioso que quiera pasar conmigo más tiempo teniendo
en cuenta que he estado callada desde que entramos en el comedor. Quizás eso es lo que busca,
una chica joven que aguante su monótono discurso. En cualquier caso, deniego:
—No, gracias, estoy ocupada.
—Creía que no tenías novio, me dijeron que…
—No tengo novio —le interrumpo—, pero no quiero citas con compañeros de trabajo. Y
ahora debo irme.
Su rostro se desencaja, pero me alejo de él lo suficientemente rápido para no darle tiempo a
hacer ningún otro comentario. Me dirijo a mi taquilla, tomo un par de sobres y voy hacia la
entrada del hospital, donde Nate me espera. Cuando le veo, mi corazón late con fuerza y esa
atracción me sirve de ejemplo de por qué no puedo aceptar una cita con alguien como el doctor
Kerrington, que no me inspira nada por muy apuesto o buen partido económico que sea. Nate me
saluda con un beso y pregunta:
—¿Todo bien?
Me aclaro la garganta y contesto con sinceridad:
—Me ha tocado acompañar a un médico que detesto toda la mañana. Incluso me ha pedido una
estúpida cita.
Sus ojos relampaguean.
—¿Te ha molestado?
Sonrío e incido:
—Ya no estamos en el instituto, Nate, sé cuidarme sola. Y, de hecho, en el instituto también
podía, aunque tú pensaras lo contrario —ironizo.
Nate clava su mirada traviesa en mí y susurra:
—Ya tuvimos esta pelea entonces y la gané yo. ¿De verdad quieres volver a discutir sobre
ello?
—Según tú soy “mandona” y tengo mal genio cuando me enfado, puedo discutir tantas veces
como quiera —me burlo.
—Eres mandona y tienes mal genio… Pero las chicas sumisas son un rollo. Aunque si discutes
conmigo sobre ese tema volveré a ganar…
—Porque también eres mandón y tienes mal genio cuando te enfadas —incido guiñándole el
ojo. Reímos los dos y comento—: No hay nada de lo que protegerme, sé decir no.
Se muerde el labio y repite con sorna:
—Como he dicho, esto no es negociable. Sigo estando aquí para protegerte.
Sacudo la cabeza. No puedo creerme que después de tantos años sigamos repitiendo los
mismos patrones que cuando estábamos en el instituto. Pero discutir no sirve de nada porque sé
cómo va a terminar y, además, una parte de mi arde cuando Nate se pone en plan hombre protector.
Suspiro y cambio de tema:
—¿Tienes tiempo para tomar un café?
—Me temo que no, estoy con un tatuaje especial y tengo que volver con rapidez a la tienda.
La decepción surca mi rostro.
—Está bien. Aquí tienes tus analíticas
—Muchas gracias, me haces un gran favor.
Sonrío. A causa de su trabajo con los tatuajes debe hacerse análisis de sangre periódicamente,
y una compañera del hospital que trabaja en el laboratorio me los hace gratis.
—No es nada. Además, estás perfecto, como la última vez.
—Lo sé, todas me lo dicen —incide guiñándome el ojo.
—No seas creído —protesto golpeándole el pecho—. Y, por cierto, dale a Tommy su
analítica. Él también está “perfecto”.
—¿Le convenciste de hacerse una analítica solo para poder decir que él también es
“perfecto”? —ironiza.
Sacudo la cabeza, Nate no pierde nunca la ocasión de sacar a la luz mi supuesta predilección
por Tommy, y yo aclaro:
—Nunca se había hecho ninguna y me pareció una buena prevención. ¿Contento?
—Solo si me permites que te recoja esta tarde y te invite a algo en agradecimiento por los
análisis.
—No tienes por qué hacer eso…
—Pero quiero…
Sacudo la cabeza. Rechazar a dos hombres el mismo día es demasiado para mi cabeza
somnolienta, sobre todo porque a Nate siempre le diría que sí, incluso cuando no me conviene.
—¿Qué propones? He madrugado mucho, estoy deseando llegar a casa y dormir.
—¿Y si te preparo la cena y tomamos una cerveza en el bar con Tommy? Hoy tiene turno y con
este calor y el aire acondicionado roto no creo que puedas dormir…
Sopeso la idea unos segundos y sé que tiene razón, pero al aceptar no puedo evitar burlarme
un poco:
—De acuerdo. Pero, ¿por hacerme la cena te refieres a pedir comida a domicilio?
—Ya sabes la respuesta a eso. Si quieres comida casera habla con Tommy. —Reímos los dos
y Nate añade—: Por cierto, ¿te importa si le dijo a mi nuevo compañero que se encuentre con
nosotros en el bar? Will no está y él está muy agobiado, quizá le iría bien salir un poco y no a los
antros deprimentes que suele frecuentar.
Le escudriño con la mirada. Nate no me ha hablado mucho de su nuevo compañero, pero no
parece muy contento con él. Solo sé que es amigo de su jefe. Pero si está deprimido, soy la
primera que no me gusta pensar en nadie solo, por lo que acepto:
—No hay problema.
—Perfecto, te recojo a la salida, luego te escribo.
Asiento y él se aleja con los sobres en la mano. No puedo evitar fijarme en su caminar seguro,
que hace que algunas enfermeras se vuelvan para observarle. No las culpo, es imposible no mirar
a alguien como él, que parece más un modelo que un chico normal de la calle. Por desgracia,
alguien más se fija, y es mi compañera Adara. Normalmente nos llevamos bien y es lo más
parecido a una amiga que tengo, pero tenemos una idea muy diferente de lo que esperamos de
nuestro trabajo de auxiliares de enfermeras. Para mí es el inicio de una carrera en la medicina,
para ella un puente para encontrar un apuesto y rico doctor que le ofrezca la vida que anhela. Por
ello, se acerca a mí y masculla:
—No lo entiendo.
Sé a lo que se refiere, pero finjo que no para fastidiarla.
—¿Qué has de entender?
—Tú y ese chico.
—¿Eres de las que opina que porque lleve tatuajes es un delincuente? —protesto—. Porque es
una estupidez. Nate es un buen chico y uno de mis mejores amigos.
Adara suspira con agobio, ofendida.
—Claro que no opino eso. Pero, ¿por qué perder el tiempo con él en lugar de salir con algún
guapo, adinerado y exitoso médico?
—Ninguno es tan guapo como Nate —respondo con ironía.
—Puede, pero no tiene éxito ni dinero. Vamos, Violeta, sé objetiva. Un médico sería mucho
más adecuado para ti. Eres demasiado guapa y lista como para durar demasiado con un tipo que
solo sabe tatuar la piel.
—Nate hace mucho más que eso. Es un artista, aunque no espero que lo entiendas, tú solo
buscas a alguien con mucho dinero que te retire.
Sus ojos centellean dolidos.
—¿Ahora vas a atacarme?
—Es lo que has hecho tú con Nate
—Solo lo hago porque me preocupo por ti. Puedes tener a quién quieras. De hecho, el doctor
Miles me ha pedido una cita, puedo pedirle que venga con el doctor Kerrington, siempre pregunta
por ti y es guapísimo.
—Es guapo, pero también inaguantable… Más hoy que he pasado toda la mañana con él y
hemos comido juntos.
Su mirada se clava en mí, traviesa:
—¿Has estado con el doctor Kerrington toda la mañana y has comido con él?
—No lo digas como si fuera afortunada. Es un engreído.
—Un engreído que te mira como si fueras comestible —incide, en tono de voz divertido
—Lo hace con todas las enfermeras, y que siempre le rechace aumenta su interés.
—Pero, Violeta, imagínate que no sea solo porque le rechazas, sino porque le gustas. ¿Te
imaginas el tipo de vida que podría darte alguien como él?
Respiro hondo. Sí, puedo imaginarlo, pero no hay nada en ese hombre que pueda resultarme
atractivo, y jamás estaré con nadie solo porque sea guapo o tenga dinero. De hecho, no sé si
llegaré a estar con nadie. Me cuesta conectar con la gente, solo lo hago con Nate y Tommy, que
son los únicos en los que confío lo suficiente para dejarme ir y ser yo misma, o al menos tanto
como me es posible. Pero no puedo relajarme con alguien como el doctor Kerrington, cuya
superioridad me saca de quicio tanto como la deshumanización que muestra con los pacientes. Y
es algo que quiero que mi compañera entienda.
—Adara, no sé si soy su tipo, pero definitivamente él no es el mío. Y, de hecho, me ha
propuesto una cita hoy y se la he denegado, así que no hablemos más de él, por favor.
Sacude la cabeza con fuerza.
—Está bien, como quieras. Pero deberías venir a esa cita de cuatro y comprender que hay más
mundo además de tus dos amigos, nunca te veo con nadie que no sea ellos.
Suspiro con furia. Querría tratar de corregir sus palabras, pero no espero que entienda la
profunda relación que me une a Nate y Tommy, por lo que me limito a rechazar su propuesta:
—Mi respuesta sigue siendo no, pero gracias. Que te diviertas en tu cena.
—Como quieras —acepta, visiblemente molesta—, pero te aseguro que te arrepentirás.
Nuestro sueldo es una basura, la única forma de subir es la escala social a través de un médico. Se
supone que eres lista, deberías darte cuenta de ello.
Se marcha frustrada. En otro momento, la seguiría y trataría de hacer las paces, pero no hoy;
en este tema no vamos a ponernos nunca de acuerdo. Aunque Adara no lo entienda, el doctor
Kerrington puede ser digno de protagonizar una serie sobre médicos con su belleza y acento
sureño que cautiva a todas las enfermeras, pero no me gusta su forma dura de tratar a los pacientes
y de pasearse por el hospital como si fuera el dueño de él. Puede parecer perfecto, pero veo la
banalidad que se esconde bajo su aparente brillo y lo último que quiero es tener nada parecido a
una cita con él. He sido pobre toda mi vida, si mi destino es que lo siga siendo, así será, pero no
traicionaré lo que quiero por un puñado de dólares.
NATE

6 años antes

Es la hora del recreo. Aunque Tommy, Violeta y yo acudimos cada día juntos al instituto,
últimamente yo suelo juntarme con otros alumnos mientras que ellos van por libre. A una parte de
mí le molesta que sean tan íntimos, la otra acepta que soy yo el que se aleja de ellos. La vida
académica me aburre soberanamente y lo único que quiero del instituto es la diversión que pueda
darme. Y eso implica estar en grupos de gente que busca lo mismo que yo. No obstante, hoy es
diferente. Tommy se ha quedado en casa porque tiene la gripe y no quiero que Violeta se sienta
sola, así que la busco con la mirada por el patio, ya que, al estar en cursos diferente, no
coincidimos en clase. Recuerdo que ella y Tommy suelen colocarse en un lugar apartado y
tranquilo, y comienzo a caminar hacia él. Cuando estoy llegando, mi sangre se hiela y la furia se
apodera de mí. Rizzo, un compañero de clase, tiene las manos en la cintura de ella, intentándola
atraerla hacia él. No sé si lo hace en broma o en serio, pero si algo tengo claro por la expresión y
protestas de Violeta es que no es algo que ella quiera. Mi cuerpo entero se tensa y me acerco a
ellos gritando:
—¡Suéltala!
Violeta me mira, entre agradecida por mi intervención y temerosa al advertir que mis ojos
centellean. Rizzo hace lo que le pido y se echa a reír.
—Solo la estaba entreteniendo… Estaba sola…
—¿Y eso te da derecho a molestarla?
—Solo me estaba divirtiendo un poco, ¿cuál es el problema?
—Que yo no me estaba divirtiendo —contesta Violeta con furia.
Rizzo la mira con desprecio, intuyo lo que opina de su queja, y remarco:
—Violeta es intocable. No importa si Tommy o yo no estamos a su lado, Violeta es intocable
siempre. ¿Lo entiendes?
—Lo único que entiendo es que eres un idiota que busca pelea. Yo hago lo que quiero cuando
quiero, incluido jugar con tu amiguita si me apetece.
Mi cuerpo entero se tensa y detecto por su postura y su mirada que a él le pasa lo mismo.
Violeta susurra:
—Nate, déjalo ir, estoy bien —dice mi nombre con suavidad para calmarme, pero eso no hará
que mi enfado disminuya.
—Lo ves, ella está encantada, nos has interrumpido, pero ya la pillaré otro día.
—Eso ni lo sueñes.
Su puño se acerca a mí y lo evito con facilidad, pero el mío se estrella contra su rostro. Se
tambalea hacia atrás, la sangre corriendo por su nariz, y carga de nuevo contra mía. Terminamos
los dos por el suelo y, aunque no me gusta empezar una pelea, sé terminarlas. Cuando acabo con él
y me levanto, una multitud nos rodea. Me giro hacia ellos y los susurros que se escuchaban se
tornan silencio.
—Nadie se mete, molesta o toca a Violeta. ¡Nadie! ¿Entendido?
La multitud se aleja de mí, pero el hecho de que nadie ayude a Rizzo significa que van a
respetar mi palabra. De algún modo, la sangrienta cara de Rizzo ha sido suficiente para atemorizar
al resto por lo que puede sucederles si se meten con ella. Violeta me mira incrédula, como si no
supiera qué decir. Me acerco hacia ella, con los gemidos de dolor de Rizzo de fondo, y le digo:
—Bastará con un simple gracias. —Sus ojos se clavan en los míos y sale corriendo, pero
pronto la alcanzo. Violeta toma una bocanada de aire y las lágrimas que deduzco que ha estado
reteniendo caen por sus mejillas. Se las seco con ternura y susurro—: Ahora estás a salvo, nadie
te molestará más.
—¡Le has dado una paliza! Podrían expulsarte —protesta.
—Se la merecía, y la expulsión valdría la pena solo por garantizar tu seguridad.
—Eso puedo hacerlo yo sola.
—No es lo que yo he visto —la contradigo—: ¿Y qué pasa si no estoy allí cuando te atacan?
¿O si llego demasiado tarde? Prefiero que todos sepan que no pueden acercarse a ti.
—Hablas como si fuera de tu propiedad —me recrimina.
—Hablo como si fueras la chica que más me importa en este mundo y estuviera dispuesto a
todo por defenderte.
Violeta respira hondo y observa mis nudillos llenos de sangre y el golpe que comienza a
inflarse en la parte superior de mi mejilla. Antes de que yo pueda decir nada, masculla:
—Ni se te ocurra bromear con que Rizzo está peor.
—Pero lo está… —incido.
—Vamos al baño a quitarte esa sangre. No soporto verla.
—No puedes entrar en el baño conmigo —le recuerdo.
—Cada día lo hace alguna pareja para enrollarse, no pasará nada porque hoy lo hagamos
nosotros para curarte —me corrige.
Suspiro y la dejo acompañarme porque no quiero que se enfade más conmigo. Entramos en el
baño de las chicas y ella me limpia las heridas con suavidad.
—Deberíamos desinfectarte con alcohol. Si vas a la enfermería…
—Ni Rizzo ni yo iremos a la enfermería, darían parte al director —la interrumpo.
—Pero le has pegado…
—Sí, porque es un capullo. Pero no significa que sea un chivato. No dirá nada, así es como
funciona esto.
—¿Bajo la ley de la selva? —ironizo.
—Yo no hago las reglas, Violeta, solo las sigo. Y ahora podrás andar por cualquier sitio del
instituto sin temor.
Sacude la cabeza. No le gusta que me haya peleado por ella y, no es que a mí me agrade
pegarme con nadie, pero yo lo veo diferente. En el barrio y en el instituto hay que marcar terreno,
ganarse el respeto, y yo acabo de hacerlo. Y si para que Violeta esté a salvo lo he de hacer a
golpes, por mí no hay problema. Ella toma un poco más de agua y continúa limpiando mis nudillos
con cuidado y ternura, lo cual provoca un calor en mi interior. Hay algo sexy en verla curándome,
algo prohibido que no puedo nombrar. Me pregunto si ella también lo siente, porque evita mirarme
a los ojos y puedo notar en su respiración que su pulso está acelerado. Cuando termina de
limpiarme, comento:
—Me temo que te has perdido una clase por mi culpa
—No importa.
—¿De verdad?
—Me molesta más que te hayas peleado por mí.
—¿Otra vez vas a volver a eso? Deberías estar contenta de que te haya vengado.
—Quiero ser capaz de librar mis propias batallas —declara.
—De acuerdo, pero si no puedes sola, tienes que dejarme que yo interfiera en lugar de
quejarte por ello.
Respira hondo.
—Nate, ¿qué quieres que te diga?
—Que está bien, que te parece bien.
—No sé si eso es lo correcto.
—Lo correcto es que tú estés a salvo.
—Lo había estado hasta hoy —maldice.
—Porque siempre estás con Tommy y todos saben que es mi hermano —le recuerdo.
—¿Mi seguridad depende del chico con el que esté? —masculla.
—Tu seguridad depende de que te respeten. Y ahora lo hacen, no importa el motivo.
Su semblante denota un profundo enfado.
—Deberían respetarme por mí misma.
—Lo sé, pero si no lo hacen, yo marcaré el terreno. No estás sola, me tienes a mí, siempre.
Un silencio se hace entre nosotros, hasta que ella lo interrumpe:
—Nate, odio la idea de ti peleándote por mi culpa.
—Y yo la tuya sufriendo. Violeta, permites que Tommy te ayude con los deberes y los estudios,
¿no es así?
—Claro, pero, ¿qué tiene eso que ver con lo que ha pasado hoy? —responde sin comprender.
—Yo jamás podré ayudarte con nada de eso, pero se me da bien protegerte. Y ahora nadie te
molestará. Si dejas que Tommy te ayude también me lo has de permitir a mí, forma parte de
nuestro pacto.
—No estoy segura de que sea lo mismo —vacila.
—Lo es. Tommy y yo somos diferentes, pero los dos te ayudamos de la forma que sabemos,
igual que tú a nosotros. ¿Comprendido?
Se toma unos segundos, pero finalmente asiente. Yo sonrío, vencedor, le doy un rápido beso en
la mejilla y susurro
—Vamos a clase, Tommy no me perdonará si faltas a dos clases seguidas. Y por hoy ya me he
peleado bastante.
Una sonrisa irónica asoma a su rostro y, sin decir palabra, me sigue de vuelta a las clases.
Puede que no la haya convencido del todo, pero mientras me deje protegerla, estaré feliz.
Caminamos juntos hasta que ella me detiene, me toma de la mano y me dice:
—Nate, ¿podemos hablar? Aunque eso signifique perderme otra clase…
—Por supuesto… —respondo, sorprendido.
—Siento si he sido antipática o desagradecida contigo. Odio la idea de ser débil y por eso me
he puesto tan gruñona.
—Tú no eres débil —la contradigo—. Solo que, a veces, todos necesitamos la ayuda de otros.
Alza la cabeza hacia mí y sus expresivos ojos se clavan en los míos.
—Tú no me necesitas.
—¡Claro que te necesito! —la contradigo.
—¿En qué?
No sé qué decir, quizá porque la verdad es demasiado intensa. Finalmente confieso:
—Violeta, soy diferente cuando estoy contigo, una mejor versión de mí mismo. Ya deberías
saberlo —susurro.
—Pero tú...
—A veces no estoy tan cerca de ti como Tommy, pero eso no significa que no piense en ti o
que no me importes.
Nos miramos fijamente varios segundos, y entonces la abrazo, primero de forma delicada,
como a una amiga, después con una fuerza más pasional. Cuando nos separamos, ella está
ligeramente ruborizada.
—Eso ha sido intenso —susurra.
—Yo soy intenso. —Violeta respira hondo y detecto el miedo en su interior. No a mí, sino a lo
que se despierta cuando estamos juntos, a solas, sin Tommy. Trato de controlarme y sugiero—:
Volvamos a clase, te sentirás mejor entonces.
Ella asiente y declara, esta vez con calidez:
—Gracias por ayudarme.
Le sonrío a mi vez.
—No ha sido nada. Me gusta cuidar de ti.
Ella vuelve a ruborizarse y algo se remueve en mi interior. La frase que aparece en mi mente
es “me gusta cuidar de mi chica”, pero no puedo decírsela porque eso va en contra de nuestro
maldito pacto, el mismo que no quería hacer. Porque lo único que quiero es abrazarla de nuevo,
con más fuerza, y besarla y decirle que nunca voy a dejar que le hagan daño. Pero han pasado
demasiadas cosas entre nosotros. Es tan mía como de Tommy, los tres hemos vivido demasiados
aventuras, alegrías y sufrimientos juntos como para intentar nada que no sea la amistad. Y aunque
mi sangre me pida una cosa, debo recordar que no puedo dejarme llevar por las emociones que
ella me transmite, sino por la cordura. Tommy es mi hermano, está enfermo y no me perdonaría
que hiciera nada que pusiera en peligro nuestra amistad. No puedo borrar todo de un plumazo,
debo limitarme a lo pactado. Vuelvo a mirarla y mi corazón estalla en llamas. Mi cuerpo me pide
que diga algo que me acerque a ella, mi cerebro que me aleje. Mis emociones me llevarían a
besarla con pasión hasta dejarla sin aliento y que, además del resto del instituto, ella también
supiera que es mía. Pero no puedo y, en lugar de susurrarle las palabras de amor al oído que
querría, hago acopio de fuerza de voluntad y le digo:
—Es tarde, vayamos a clase.
Su mirada brillante se clava en la mía y me pregunto, una vez más, si alguna vez ella se siente
como yo o piensa lo mismo. Y, una vez más, solo obtengo el eco como respuesta.
VIOLETA

En la actualidad

El resto de mi día ha sido una locura y he tenido que anular mi cena con Nate. Una de las
auxiliares de enfermería de urgencias no ha podido venir y me han pedido que haga también su
turno. Allí he visto un accidente múltiple de coche y tres adolescentes lesionados, entre muchos
otros. Por suerte, al final todo ha terminado para los implicados con poco más que puntos de
sutura o una escayola. Aunque me encantaría que todos pudieran marcharse con un simple “está
usted bien”, dentro de las lesiones y sus secuelas que se suelen dar en urgencias, se pueden
considerar afortunados. Cuando acaba mi turno, voy al vestuario. Estoy agotada. Me ducho en el
hospital, donde por suerte siempre tengo un vestido limpio, y después de pararme a tomar una
hamburguesa rápida voy al bar de Tommy, donde Nate me espera. Llego al aparcamiento, salgo
del coche y camino distraída hacia la puerta del bar, pero antes de llegar tropiezo con alguien.
Retrocedo, balbuceando una disculpa y, cuando alzo los ojos, mi mundo se desmorona. Es él, de
nuevo es él. Su aliento huele a alcohol y sus ojos denotan que ha estado bebiendo demasiado.
Estoy a punto de caerme de la impresión y, cuando él hace ademán de sostenerme, le aparto con
brusquedad:
—¡No me toques!
Mi voz suena hostil, herida. Él busca mis ojos y detesto su mirada perdida por el alcohol y la
tristeza:
―¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo me has encontrado? ¿Me estás acosando?
―No, claro que no, estaba con un compañero de trabajo. No sabía que venías a este bar, es la
primera vez que vengo.
―Y al parecer te has bebido media barra ―acuso con acritud.
―Estoy pasando una mala racha ―se defiende.
Ladeo la cabeza y correcto con desprecio:
―Siempre tienes una excusa para todo, ¿verdad?
Baja la vista, avergonzado, y masculla:
―Violeta, lamento que me veas así. Yo… estoy empezando una nueva vida. Tengo trabajo, si
pudieras darme una segunda oportunidad podríamos quedar mañana y….
Deniego con la cabeza. Mi corazón late con fuerza y mis palabras duelen al decirlas tanto
como a él escucharlas.
―¿Segunda vida? ¿Cuántas van ya? ¿A quién has dejado ahora en el camino de tu cambio?
Permanece uno segundos en silencio, hasta que se atreve a decir:
―Violeta, por favor, lo siento, solo quiero hablar contigo.
―No.
Trato de alejarme y él suplica de nuevo.
―Por favor… He cambiado.
―La gente como tú no cambia, lo demuestra el hecho de que estés borracho. Me da igual las
mentiras que te cuentes a ti mismo. No quiero verte ni hablarte, sal de mi camino y deja que entre
en el bar, me están esperando.
Vuelvo a alejarme, pero él me barra el paso:
―Eres demasiado buena para mí. Sé que no te merezco, pero dame otra oportunidad. Si me
escuchas…
Mi corazón tiembla. No soy demasiado buena para él, simplemente no soy nada, nunca lo fui y
ahora es demasiado tarde. Con la voz rota afirmo:
―Nada de lo que digas cambiará lo que pienso de ti o de nosotros. Por última vez, déjame
pasar.
Su mirada se torna más desesperada:
―No me alejes otra vez, por favor, al menos anota mi número de teléfono…
―No quiero tu número de teléfono ni nada que tenga que ver contigo. ¿Tan difícil es de
entender? ¡Déjame en paz! ―grito.
Mi voz alerta al guardia de seguridad, que se acerca a nosotros. Él me suplica con la mirada y
trata de tomarme de la mano.
―Te lo ruego…
―¡No me toques!
Mi voz se eleva, estoy tan furiosa que podría golpearle. El guardia me pregunta:
―¿Algún problema?
―No, ya se iba.
―Violeta, no voy a irme ―me contradice.
Nos retamos con la mirada y en ese momento Nate, al que le había avisado de mi llegada con
un mensaje de teléfono, sale a buscarme y nos observa sorprendido:
―¿Qué sucede?
―Nada ―mascullo con dureza.
―Jay, ¿qué haces molestando a Violeta?
Ahora soy yo la sorprendida. ¿Se conocen? Pero, antes de que pueda averiguar nada más, Jay
comenta:
―No la estoy molestando, yo solo…
―¿Llamo a la policía? ―le interrumpe el guardia de seguridad.
―No, como he dicho ya se va.
Mis ojos centellean y Nate pregunta, curioso a su vez:
―¿De qué os conocéis?
―De nada, absolutamente de nada ―miento.
Jay clava su mirada rota en mí e insiste:
―Violeta, por favor…
―Voy a entrar en el bar ―le interrumpo sin miramientos―. Si cuando salga estás aquí,
llamaré a la policía.
Entro sin vacilar y Nate me sigue. No quiero hablar con él, pero parece difícil no hacerlo. Me
siento en la mesa más alejada que encuentro y llevo mis manos a mi cabeza.
―¿Qué ha pasado ahí fuera?
―Un borracho molestándome.
―Si vas a mentirme, prefiero que no me contestes ―protesta.
―Bien, pues no te contesto. Y ahora déjame que pida un combinado y me olvide de esto.
―Violeta, no puedes olvidarte de esto. Ese hombre trabaja conmigo. A pesar de sus
problemas no parece la clase de persona que acosa a las chicas jóvenes, pero, si te estaba
molestando, puedo acompañarte a denunciarlo.
―No, gracias. Es solo un borracho estúpido.
Nate aprieta los puños:
―Violeta, deja de tratarme como si fuera idiota. Jay es un borracho, pero te conoce de algo,
solo quiero saber de qué.
―Como he dicho antes, si no quieres que te mienta, deja de hacerme preguntas.
―Trato de ayudarte ―insiste.
―Entonces dile a Tommy que me prepare el combinado más fuerte que tenga. Eso seguro que
me ayuda.
Noto que aprieta la mandíbula y que esta conversación no ha terminado, pero se levanta y va
hasta la barra. Si no fuera porque quiero mantener la compostura, me echaría a llorar. Le dije que
no quería saber nada de él, pero el destino ha encontrado la forma de volver a traerlo a mi vida.
Un nudo de furia y rencor se arma en mi corazón y tengo que usar toda mi voluntad para no salir
corriendo.
NATE

En la actualidad

Me arrastro hasta la barra, donde Tommy me está esperando. Me interroga con la mirada y yo
le explico lo sucedido. En esa escena había más tensión de la que he visto en nadie y necesito
saber el porqué. Tommy me pregunta:
―Pero, ¿quién es? ¿Crees que pueda ser algún ligue?
―No lo sé, Violeta no nos habla nunca de ese tema ―respondo, celoso ante la idea de ella en
brazos de alguien.
―¿Y qué vamos a hacer?
Tenso las manos. Mil ideas pasan por mi mente. Está claro que la diferencia de edad es
notable, pero no me pasa desapercibido que Jay es el tipo de hombre por el que las mujeres
pierden la cabeza. Es guapo, alto, musculoso e, incluso con sus problemas con la bebida, se las ha
arreglado para mantener un físico envidiable. El cabello corto apenas tiene canas y las irregulares
cicatrices de sus brazos y en su cuello están cubiertas por tatuajes. ¿Podría ser que Violeta hubiera
estado con él en algún momento sin decírnoslo? Respiro hondo. Supongo que es estúpido por mi
parte pensar que, si Tommy y yo tenemos citas, ella no las tenga también. El problema es que me
enloquece la mera idea de alguien que no sea yo tocándola. Mi vista se dirige hacia Violeta, que
tiene el rictus severo profundamente marcado, y afirmo:
―Necesito saber qué es lo que ha pasado ahí fuera. Violeta se ha comportado de una forma
muy extraña. Y Jay también. Iré a hablar con él, algo me dice que no se habrá marchado.
—Te acompaño.
—Será mejor que vaya solo —deniego—. No voy a amenazarle ni intimidarle, trabajo con él.
Solo quiero saber que está pasando.
Nos miramos a los ojos varios segundos y Tommy finalmente acepta:
—Está bien, pero si no vuelves en cinco minutos saldré a buscarte.
—Me parece bien. Pero si Violeta pregunta, no le digas donde estoy. Llévale una copa y
distráela hasta que yo entre de nuevo, ¿de acuerdo?
Asiente con la cabeza y yo salgo del local. Como suponía, Jay está apoyado en su
desvencijado coche. Meto las manos en los bolsillos, evalúo lo que puede haber entre él y
Violeta, y un nuevo ramalazo de celos surge en mi interior al pensar en lo que puede haber
sucedido entre ellos, ya que si hubiera sido una noche sin importancia no estaría tan afectada. Me
acerco más y me sorprendo cuando veo que Jay rezuma una tristeza infinita. Me mira con fastidio y
me recrimina:
—Me has interrumpido. No tenías ningún derecho a inmiscuirte en nuestra conversación.
Arqueo las cejas, incrédulo.
—Estabas molestando a Violeta. No podía permanecer ajeno a eso.
—Solo quería hablar con ella —me corrige.
—Puede, pero ella no quiere hablar contigo.
—Tiene que hacerlo. Nate, no te imaginas para mí lo que ha supuesto volver a verla.
Su voz suena desesperada. Toma otro sorbo de la botella y sugiero:
—¿Por qué no te vas a casa de Will? Estás borracho.
—No estoy borracho. Y no te metas en mis asuntos —me grita.
Debería intimidarme, pero, a pesar de los celos y de mi preocupación por Violeta, tiene un
halo de tristeza en su interior que me conmueve. Will tiene razón. Jay sufre demasiado y por ello
insisto:
—Vete a casa. Mañana estarás mejor.
Sus ojos se clavan en los míos, ebrios de alcohol y dolor.
—Necesito hablar con Violeta. Tiene que escucharme…
Suspiro. Por mucha lástima que me dé, Violeta va primero siempre, sin excepción.
—No puedo permitirlo.
Su rostro se nubla por la ira y me toma de la camisa:
—Haré lo que sea necesario.
Coloco mis manos sobre las suyas.
—No, no lo harás. No sé qué pasó entre vosotros, pero está claro que para ella es pasado, así
que déjala tranquila.
—No puedes impedirme que hable con ella.
—Puedo intentarlo.
—No, no puedes. Nate no está solo —incide Tommy, que ha aparecido detrás de nosotros—.
Déjala en paz y lárgate antes de que nos metamos en una pelea que ninguno desea.
Jay me suelta. Hace ademán de decir algo, pero pronto se arrepiente. Sin decir nada camina
hacia su coche y una idea asoma a mi mente.
—Espera, no puedes conducir en ese estado. Toma un taxi.
—Puedo conducir perfectamente.
Intercambio una mirada con Tommy. Jay es amigo de Will y este no querría que le dejara
marchar en este estado.
—Jay, no puedo dejar que vayas solo. Si no quieres coger un taxi, yo te llevo.
—Eres tan pesado como Will —protesta apuntándome con el dedo acusadoramente, como un
niño pequeño, pero acepta con un gesto.
Tommy me pregunta, inquieto:
—¿Os acompaño? Puedo hablar con mi jefe y…
—No, está todo controlado. Tú ocúpate de Violeta. Y si pregunta por mí…
—Le diré la verdad —termina mi frase.
—Está bien. —acepto—. Supongo que la tranquilizaré saber que me lo llevo de aquí.
—Te llamo luego.
Asiento, me giro hacia Jay y le pido:
—Sube a mi coche.
Este me lanza una mirada furiosa, pero me sigue hasta mi coche bajo la atenta mirada de
Tommy. Le guiño el ojo para tranquilizarlo, es evidente que no le gusta que suba al coche con Jay
en su estado. Pero le prometí a Will que le ayudaría con su mejor amigo y voy a cumplir mi
promesa. Aunque también me hago otra a mí mismo y es que no voy a consentir que se acerque a
Violeta. Es mi amiga y voy a protegerla cueste lo que cueste.

Llegamos a casa de Will con rapidez, acompaño a Jay hasta la puerta y abro por él. Le preparo
un café y él se va al baño a refrescarse. Cuando después de un rato está más más sobrio, pregunto:
—¿Qué ha pasado entre tú y Violeta? ¿Por qué la estabas molestando?
—No la molestaba, nos hemos encontrado por casualidad y solo quería hablar con ella. ¿Es tu
amiga?
Respiro hondo.
—Sí.
—Entonces habla con ella, dile que me escuche.
—No. Violeta ha dejado claro que no te quiere cerca y no voy a contradecirla. Y si la acosas
la ayudaré a denunciarte.
—¿Vas a denunciarme porque intento hablar con ella? Tú mismo me dijiste que lo hiciera.
Estaba intentando armarme de valor para hacerlo, pero cuando la vi esta noche me pareció que era
cosa del destino.
Sacudo con fuerza la cabeza.
—¿Ella es la chica de la que me hablaste?
—Sí. Deseaba tanto volver a verla… Pero no fue un buen momento, había bebido, me puse
nervioso y…
Paseo alterado por la habitación. No puedo creerme que Violeta haya estado con él, y por la
profundidad de sentimientos que destilan sus palabras debió ser algo muy intenso. Trato de pensar
con rapidez y propongo:
—Olvida lo que te dije el otro día. Mantente sobrio, sal y busca otra chica. Eres un héroe, eso
les encanta a las mujeres. Distráete.
Deniega con la cabeza.
—Nate, en los últimos años he visto cosas que me despertarán en pesadillas el resto de mi
vida. He enterrado a amigos y me he despedido de mi batallón por una maldita herida. No busco
una mujer bonita para pasar la noche y menos aún para una relación cuando no estoy preparado ni
para afrontar mi propia vida. Lo único que quiero es que Violeta hable conmigo y me perdone.
La ira por los celos hierve en mi interior.
—No vas a acercarte a ella.
—¿Disculpa?
—No sé por qué Violeta estuvo liada contigo antes, pero estoy seguro de que no quiere volver
a hacerlo ahora, así que déjala tranquila.
—¿Liada? —Su tono es de profunda repugnancia —¿Qué te ha dicho Violeta exactamente de
mí?
—Nada, salvo que no quiere tener nada que ver contigo. Y eso me sirve. No se obliga a una
chica a estar contigo.
—No es solo una chica —susurra Jay.
—No, tienes razón. Es una chica maravillosa a la que no dejaré que hagas daño.
—Nate, te estás equivocando —incide Jay.
—¿De qué hablas? ¿Qué tipo de relación tenéis que todo es tan enigmático?
—Está claro que Violeta no quiere que lo haga, sino te lo habría dicho ella. No quiero darle un
motivo más para que me odie —deniega Jay.
—Violeta puede ser complicada, pero es mi mejor amiga y terminará explicándomelo, pero
preferiría que tú me contaras la verdad ahora.
Jay lo medita unos segundos, respira hondo y me explica:
—Está bien, supongo que te lo debo después de que me hayas acompañado. Violeta es mi hija.
—¿Quéééé?
Jay toma de nuevo aire, se apoya en el mostrador y comienza a contarme:
—Tenía quince años cuando dejé embarazada a Marlene, la madre de Violeta. Ella tenía mi
misma edad. Ninguno de los dos estábamos preparados para ser adultos, menos para cuidar de
nadie. Lo intentamos, pero no funcionó. Discutíamos a todas horas y llegó un momento en que no
podía soportarme a mí mismo hiriéndola porque no sabía o no podía ser lo que necesitaba. Ella
tenía un problema con sus estados emocionales, era incapaz de controlarse. Aquello era un
infierno y Violeta no se merecía eso. Le propuse a Marlene que la diéramos en adopción a una
pareja que pudiera criarla como ella merecía. Marlene se negó y yo volví a intentarlo, pero no
pude resistirlo mucho más tiempo y me alisté. Como te expliqué, cuando salí del ejército la
localicé e intenté hablar con ella, pero se negó.
Me llevo las manos a la cabeza. No puedo creer que Violeta me escondiera que su padre se
había puesto en contacto con ella, y dudo mucho que se lo haya explicado a Tommy, él no me
ocultaría algo así.
—No sé qué decir —comento con sinceridad.
—Ojalá no hubiera estado bebido cuando nos hemos encontrado. Lo he estropeado todo.
—No creo que hubiera cambiado mucho tu sobriedad. Violeta te…
—Odia —termina la frase por mí.
Su dolor me traspasa. Entiendo a Violeta, llevo años escuchando cómo le ha afectó el
abandono de su padre, pero Jay está roto y algo en mi interior me hace decir:
—No quería decir eso. Jay, esto me supera y a ti también. ¿Por qué no te acuestas, yo vuelvo
con Violeta y mañana intentamos hablar de todo esto con más calma?
Sus ojos me escudriñan.
—¿Vas a ayudarme?
—Sí, pero tienes que entender que la prioridad para mí en esto va a ser Violeta. Es mi mejor
amiga y nada ni nadie va a pasar por delante de eso —aclaro con firmeza
—Me parece bien.
Su mirada se pierde en el vacío y me dirijo a la puerta, pero antes incido:
—Jay, intentaré que Violeta hable contigo, pero te necesito sobrio para eso. No más alcohol
esta noche, ¿entendido?
Asiente y cierro la puerta tras de mí, a sabiendas de que los problemas no han hecho más que
comenzar.
VIOLETA

En la actualidad

Normalmente estar en el bar en el que trabaja Tommy es mi momento de relajación del día. Sin
embargo, hoy los nervios me están jugando una mala pasada y ni siquiera he probado la bebida
que Tommy me ha preparado. Me levanto y voy al baño a refrescarme. Me siento como si mi
cerebro hubiera sufrido un corto circuito. ¿Qué hace él aquí? ¿Cómo me ha encontrado? Y, lo más
importante, ¿cómo puedo lograr no volver a verle si trabaja con Nate? Alargo mi estancia en el
baño hasta que logro tranquilizarme y, cuando salgo, Tommy me está esperando. Me acompaña a
la mesa y se sienta a mi lado, supongo que está en su rato de descanso. Advierte mi tensión y
coloca su mano con suavidad sobre la mía:
―¿Estás bien?
―Sí —miento.
―No lo parece. Te acompañaré a casa.
―No es necesario, he traído mi coche y has dicho que Nate se lo ha llevado, no me molestará.
Tommy ladea la cabeza e insiste:
―¿Quieres que vayamos a tomar un café?
―No te preocupes, no hay nada de qué hablar ―deniego.
―Pero ese hombre…
―Tranquila, encontraré la manera de que no se acerque a mí más.
―Si lo hace, me encargaré de él ―promete Tommy, visiblemente preocupado.
―No te preocupes, no quiere hacerme daño. ―O al menos no físicamente, pienso.
Psicológicamente hace tiempo que me rompió―. Me ocuparé de él.
Tommy alza las manos, exasperado.
—Violeta, ¿qué está pasando? ¿Quién es ese tipo?
—Nadie importante.
—Te conozco. No te pones así por nada…
—Tommy, te agradezco tu ayuda, pero, ¿puedes dejar de tomártelo como algo personal? No es
asunto tuyo.
—Te estaba molestando y eres mi amiga, es asunto mío. —No contesto y él insiste—: Soy yo,
puedes contarme cualquier cosa. Si ese tipo y tú habéis estado juntos en algún momento…
Sus palabras me dan arcadas y le interrumpo:
—No entiendes nada y no quiero que lo hagas. Solo deja el tema.
Se pasa la mano por el cabello y me observo con tristeza.
—¿Por qué no puedes confiar en mí?
—Solo déjalo, de verdad, no quiero hablar de eso.
Tommy suspira y retuerce las manos.
—No puedo ayudarte si no me lo permites.
Una sonrisa amarga asoma a mis labios.
—No necesito tu ayuda, estoy bien. Y ahora será mejor que me vaya a casa.
Tommy sopesa la idea unos segundos y después acepta:
―Está bien, pero si necesitas algo, llámame y estaré en el apartamento en un momento.
Se lo agradezco con un beso en la mejilla. Está preocupado, pero no puedo darle más
información. No sin abrir la caja de Pandora de mi pasado, de un pasado que dejé atrás y que no
quiero recordar. Me acompaña a mi coche y nos despedimos. Cuando llego al apartamento, abro
una cerveza y me la bebo lentamente. No hago nada más, simplemente me quedo en el taburete,
sentada, mirando por la ventana, a oscuras. No sé cuánto tiempo pasa, pero en un momento dado
Nate entra y se sorprende al verme así. No enciende la luz, pero toma una cerveza de la nevera,
me tiende otra y, por su forma de mirarme, sabe la verdad. Respira hondo antes de preguntarme:
―¿Por qué no me lo dijiste?
—¿Qué te ha dicho?
—Que es tu padre.
Aunque lo imaginaba, escuchar la palabra en sus labios duele como si una daga se clavara en
mi corazón.
—Mi padre está muerto para mí, ya deberías saberlo.
—Violeta, no puedes…
Suspiro con frustración. Esta situación está a punto de explotarme en las manos y no sé cómo
arreglarlo. Estoy acostumbrada a mantener mis mecanismos de defensa activados, pero esto es
demasiado y por eso le interrumpo:
—Ni se te ocurra decirme lo que tengo que hacer con esto, Nate.
—Solo quiero…
—Lo que importa es lo que yo quiero. Ese hombre no es mi padre, no tengo padre desde el
momento que decidió abandonarme. Punto.
Nate esboza una mirada de fastidio entremezclada con preocupación, pero no insiste. Dejo la
cerveza a medias y me voy a mi habitación, pero intuyo que no podré conciliar el sueño. Suspiro.
Tommy y Nate me apoyarían en lo que les pida, pero es una carga que debo llevar sola. Es la
única forma de poder ocultarla en algún lugar de mi mente donde no me despierte en pesadillas.
Puede que me cueste, pero he superado muchas cosas. Y ahora quiero olvidar que Jay está en la
ciudad y trabaja con Nate. Lo único que siempre me ha funcionado es mirar hacia delante, no
hacia atrás. Y eso es exactamente lo que voy a hacer ahora.
NATE

En la actualidad

Will ha vuelto esta mañana, lo hizo en cuanto le llamé para comentarle lo que había sucedido.
Algo de lo que estoy profundamente agradecido, porque desde anoche Jay está peor que nunca.
Aprovecho que está recogiendo una de las cabinas para comentar:
—¿Por qué Jay siempre es tan intenso?
—Luchar durante tanto tiempo deja marcas, más allá de las cicatrices visibles —contesta Will
con tristeza—. Y él además ha estado en guerra consigo mismo. A veces eso es demasiado para
cualquiera. Pero sigo creyendo que puede mejorar, también gracias a ti. Estás haciendo mucho más
de lo que te pedí. Si no hubieras intervenido con el tema de Violeta se le hubiera ido de las manos.
Me gustaría tanto que ella le diera la oportunidad de explicarse… Pero por lo que me has contado
parece imposible.
Dudo unos segundos y finalmente confieso:
—Yo también creo que Violeta necesita hablar con él y reconciliarse. Hace meses que está
extraña y coincide con el momento en el que él volvió a su vida. Pero ni siquiera nos lo quiso
contar a mí o a Tommy, es como si hubiera creído que si no hablaba de él desaparecería el
problema. Ni tampoco quiso hablar conmigo anoche. Está completamente cerrada con el tema.
—Debe ser difícil para ella dar una oportunidad a alguien de quién desconfía tanto. Lo que es
una lástima, porque tanto yo como mi equipo podíamos confiar en Jay sin dudarlo nuestras vidas.
—Pero a ella le fallé.
Nos giramos, la voz de Jay tomada por la rabia consigo mismo se escucha desde la puerta. Se
acerca a nosotros y se disculpa:
—Lo siento. Cuando vi a Violeta me descontrolé y lamento haberos involucrado en esto.
—Queremos estar involucrados. Yo porque soy tu amigo y Nate porque lo es de Violeta —
afirma Will.
Jay me escudriña con la mirada y me pregunta:
—¿Tú y ella estáis juntos?
Aprieto las manos, nervioso. No hablo con nadie de lo que siento por Violeta y lo que menos
me apetece es hacerlo con su recién aparecido, problemático y alcohólico padre.
—Somos amigos y compartimos apartamento. Y no nos desviemos del tema.
—La abandoné. Cuidarla debería haber sido mi prioridad, pero la abandoné. Solo quiero
enmendar lo que hice.
—Y yo te dije que era una buena idea —intercede Will—. Pero no sé si es el momento
adecuado. Ya es bastante duro asentarte en la vida civil como para enfrentarte a su rechazo o sus
reproches ahora mismo, ¿no te parece?
—No puedo detenerme ahora. No puedo avanzar si no me reconcilio con ella —insiste con
fuerza Jay.
—No voy a dejar que le hagas daño.
Mi tono es más duro del que debería, pero es el que me sale del corazón. Entiendo que Jay
quiera arreglar su pasado, pero para mí lo más importante es Violeta. Él no parece enfadado por
mi arrebato. Me lanza una mirada de lástima y recalca
—No lo haré. Pero necesito recomponer nuestra relación.
—Pues no lo conseguirás si la acosas —remarco.
Baja la cabeza, apesadumbrado, y Will interviene:
—Lo que Nate quiere decir es que no la conoces ni ella a ti. Necesitas tiempo, paciencia, y
vamos a ayudarte con eso.
—¿Tú también?
Jay me mira directamente a mí, y tardo unos segundos en responder.
—Solo si eso no la perjudica.
Will palmea mi espalda y corrobora:
—Yo también me aseguraré de eso. Y por ello Jay tienes que dejar de actuar solo.
Él respira hondo y no tengo mucha esperanza de que eso sea fácil para él, al menos en un
futuro inmediato. Lo que me recuerda que debo volver a mi apartamento.
—Es tarde, me voy a casa, quizá Violeta hoy si quiera hablar conmigo —me despido.
—Espera —me retiene Jay—. Tú la conoces. ¿Cuánto tiempo crees que tomará que quiera
hablar conmigo?
Suspiro, no quiero ser cruel pero tampoco mentir:
—No lo sé.
—El que sea necesario —añade Will.
—Eso suena muy vago… —protesta Jay.
—Es la realidad. Pero estaremos aquí para ti. Y ahora deberías ir a descansar un poco. Me
reuniré contigo en casa después.
Jay asiente no muy convencido y se marcha. Will palmea mi espalda y yo le explico:
—Violeta le odia… Ella siempre dice que desde el momento en que la abandonó dejó de ser
su padre. ¿Cómo vamos a solucionar esto?
—No lo sé, pero encontraremos la forma. Jay salió de un infierno y cometió graves errores,
pero merece que su hija al menos lo escuche. Y respecto a tu amiga, si yo fuera ella me gustaría
conocer a mi padre y no al recuerdo de un abandono, ¿no te parece?
Esbozo una mueca irónica.
—Deberías montar una consulta de psicología.
—Es lo que hago con los clientes, solo que mientras les escucho les hago tatuajes. Lo mismo
que tú.
Sonreímos los dos y propongo:
—Te ayudaré con el último cliente y así podrás ir antes con Jay. Algo me dice que contra
menos tiempo pase a solas mejor.
—Te lo agradezco, una vez más.
Palmea mi espalda y de algún modo, aunque sea por un instante, eso consigue tranquilizarme.
VIOLETA

En la actualidad

Ya es definitivo. No puedo esquivar a Jay. Ha conseguido mi teléfono. Nate jura que no se lo


dio así que supongo que lo debió copiar de su móvil cuando estaba trabajando. Podría cambiarme
de número, pero sería muy complicado, por lo que le he bloqueado, aunque no puedo evitar ver la
lista de sus llamadas perdidas una vez al día. Nate me dijo que Will le hizo prometer a Jay que no
vendría a verme hasta que yo lo aceptara, y aunque lo ha mantenido, sé que solo lo hace porque
espera que cambie de idea, algo que no voy a hacer. Y eso a pesar de que Nate está empecinado
en que lo haga. Al menos con Tommy no he de preocuparme. Tuve que explicarle la verdad, dado
que Nate lo sabía, pero a diferencia de este se ha puesto de mi parte. Lo cual hace que todavía
esté más enfadada con Nate. Soy su mejor amiga, pero apoya a Jay a quién apenas conoce. Por eso
le saludo con desgana cuando entra en el apartamento. Deja sus llaves y me observa en silencio
antes de decir:
—Violeta, ¿por qué no has respondido a mis llamadas?
—He tenido un día muy ocupado.
Lo que digo es cierto, pero también que le he ignorado deliberadamente. Cada vez que
hablamos sale el tema de Jay y estoy harta. Y si hubiera sido un problema de él, Tommy me lo
habría dicho, así que he decidido un día libre de drama familiar. Pero al parecer no lo he
conseguido, porque Nate ironiza:
—¿También vas a bloquear mis llamadas?
Mis ojos centellean.
—Eres injusto. Tengo todo el derecho a bloquearle y él ninguno a llamarme.
Nate suspira con frustración.
—Jay es un hombre persistente. Le he dicho que no le responderías, pero me ha dicho que
seguirá intentándolo.
Cierro los ojos y apoyo la frente en mis manos. Toda mi vida he acumulado rencor e incluso
odio hacia mi padre por abandonarme. Pero era algo que podía mantener apartado de mi mente.
Pero ahora que está tan cerca soy consciente de la magnitud de mis sentimientos hacia él y de
cómo afectan a todas las facetas de mi vida.
—Es una pesadilla.
—Es tu padre.
Sacudo la cabeza.
—Dejó de serlo cuando nos abandonó a mi madre y a mí.
—Dice que se arrepiente.
—Su arrepentimiento llega tarde. Nate, sé que Will te ha pedido que le ayudes porque es su
amigo. Pero tú eres el mío y tienes que posicionarte.
—Lo estoy haciendo…
—Sí, a favor de Jay. ¿Te parece normal que mi mejor amigo trate de meter en mi vida a un
alcohólico que nunca me quiso?
Mi voz se endurece y puedo sentir la tensión en el ambiente. No quiero discutir con él, pero no
puedo soportar la idea que me insista en que perdone a ese hombre que se hace llamar mi padre.
Nate permanece en silencio unos segundos, pero luego confiesa:
—Me ha pedido que no te lo dijera, pero creo que tienes que saberlo. Anoche Jay tuvo un
accidente.
Me yergo tan rápido que me golpeo la rodilla con la mesa. Me froto el golpe y pregunto
apresuradamente.
—¿Qué? ¿Está bien?
—Se cayó. Por suerte solo tiene algunas heridas leves, aunque deberá estar en observación un
par de días porque se golpeó la cabeza.
Una idea asoma por mi cabeza.
—¿Estaba borracho?
—Violeta, no creo que eso…
—¿Lo estaba o no? —Nate asiente y mascullo—: ¡Maldito idiota!
—Decirle eso no ayudará a su rehabilitación.
—No voy a ir a verle, así que no te preocupes, no se lo diré.
—Me temo que no puedes evitarlo. Le han ingresado en el hospital en el que trabajas.
Me llevo la mano a la cabeza:
—¿Me estás diciendo que cuando mañana vaya a trabajar me lo voy a encontrar?
—Eso me temo.
—¡Maldita sea!
—Violeta, hablemos…
—No —deniego con rotundidad.
—Sé que es duro, pero uno de estos días vas a tener que hablar en serio con él. Y ahora que
está en el hospital…
—Nate, no puedo, de verdad.
Me alejo de él, huyendo no solo de su conversación sino de todos mis recuerdos del pasado,
pero Nate me sigue hasta mi habitación.
—Lo siento, no quería presionarte. Solo quiero que estés bien.
Lo miro de soslayo, en silencio. Comprendo que intenta ayudarme, pero cada vez que habla de
Jay empeora mi estado. Por ello me sincero:
—No puedo hablar con Jay, sería como traicionar a mi madre y también a mí misma. Y no
quiero discutir contigo sobre eso cada día. Ya es demasiado equipaje para mí y no lo quiero entre
nosotros. ¿Puedes entenderlo?
—Pero….
—Por favor, no insistas.
Aprieta la mandíbula, pero acepta:
—Está bien. Pero no te encierres en tu habitación. ¿Y si hacemos algo en lo que no tengas que
pensar?
Sopeso la idea, no me apetece mucho quedarme en el apartamento donde no dejaré de pensar
en Jay, y propongo:
—Podemos ir a ver a Tommy, tiene turno.
Su rostro muestra una ligera decepción.
—¿No prefieres hacer otra cosa?
—Es el mejor plan. Buena música, copas gratis y la mejor compañía.
—¿Eso lo dices por mí o por Tommy?
No puedo evitar sacudir la cabeza con ironía como cada vez que noto un deje de celos en su
voz:
—Por los dos. Pero si no quieres ir…
—Hoy eliges tú.
—Si me das la razón comienzas a parecerte a Tommy —bromeo.
—Lo dudo, seguro que de aquí a que lleguemos al bar encontramos algo en lo que no estamos
de acuerdo para discutir.
Reímos los dos por lo sincero y realista que suena eso y salimos hacia el bar. Cuando
llegamos, Tommy nos está esperando y deduzco por su actitud que Nate le ha avisado de lo
sucedido con Jay. Cuando me ve, extiende la mano, entrelaza sus dedos con los míos y susurra:
—No estés triste. Todo mejorará.
Tiemblo
—No estoy tan segura.
—Claro que sí. Pero no quiero verte así.
Levanto la cabeza y sus ojos se clavan en los míos.
—Te preocupas demasiado por mí.
Deslizo su pulgar por mi mejilla y confiesa:
—Siempre.
Un cliente le llama y rompe nuestro momento. Cuando me giro, Nate está mirándome con
rabia.
—¿Y ahora qué pasa?
—¿De qué iba esa escenita? Yo también me preocupo por ti. Pero tú solo te enfadas cuando lo
hago.
—Porque no te preocupas solo por mí, sino también por Jay. Tommy solo está de mi bando.
—Porque es incapaz de llevarte la contraria. Eso no significa que tenga razón —protesta con
furia.
—Nate, te lo he dicho por activa y por pasiva. No quiero a Jay en mi vida, y se supone que
hemos venido aquí a olvidar todo por una noche. ¿Puedes hacer eso?
—Sí, claro que puedo. Aunque me gustaría que tú fueras capaz de hacer lo mismo sin Tommy.
Sus palabras son como una bofetada, pero antes de que pueda contestarle Tommy vuelve
trayendo nuestras bebidas favoritas. Tomo la mía, doy un sorbo y me concentro en la conversación
de Tommy y no en la mirada posesiva y frustrada de Nate sobre mí.
NATE

5 años antes

El dolor al golpearme el tobillo contra la escalera de incendios es abrumador. Ahogo el grito


para que nadie se asome por la ventana y me descubra. Supongo que subir por esa escalera
confuso y mareado no es la mejor de las ideas, pero no quiero ir a casa hasta que se me pase la
borrachera. No es la primera vez que abuso del alcohol y, como siempre que lo hago, prefiero no
arriesgarme a que mi madre y mi padrastro me vean así. No se fijan nunca en la hora a la que
llego, pero si me ven en este estado habrá problemas.
Cojeando, termino de subir por la escalera y llego a la azotea, que está sumida en la
penumbra. Observo una sombra y creo que es producto de mi imaginación hasta que la voz dulce
de Violeta me pregunta:
—¿Nate? ¿Estás bien?
—¿Qué haces aquí arriba tan tarde?
—No podía dormir y he subido a tomar el aire. He avisado a Tommy con un mensaje, pero no
me ha contestado, supongo que ya estará durmiendo.
Me acerco a ella y respiro su perfume, ese floral que siempre me dan ganas de besarla en el
cuello y quitárselo a lametazos. Sacudo la cabeza. Alcohol y Violeta a solas no es una buena
ecuación. Me siento a su lado y trato de controlarme. Ella me observa con preocupación:
—¿Cuánto has bebido?
Me encojo de hombros.
—Más de lo que quiero contarte.
Ella sonríe maternalmente.
—¿Puedo hacer algo para que te encuentres mejor?
—Dame conversación hasta que se me pase.
—Eso puedo hacerlo.
Me mueve y al hacerlo esbozo un gesto de dolor.
—¿Qué te ha pasado en el tobillo?
—La escalera me atacó.
—Déjame verlo.
Sus manos suaves y cálidas se acercan a mi tobillo, y me provocan un mar de sensación.
Cuando he llegado al edificio estaba agotado, pero el toque de Violeta me provoca que me
despierte por completo.
—No te preocupes, ya casi no me duele —miento, porque si normalmente soy un adolescente
con poco control de mis hormonas, bebido y al lado de la chica de mis sueños soy un peligro.
Ella me suelta y me observa:
—No deberías beber tanto.
—¿Vas a sermonearme?
—No, paso de ser la amiga aburrida —sonríe—. Pero ten más cuidado la próxima vez.
—Lo intentaré. Pero no prometo nada porque en cuanto salgo me transformo… Deberías venir
conmigo y controlarme.
—Muy gracioso. Pero ya sabes que prefiero la tranquilidad de la azotea.
—¿Y qué hacéis Tommy y tú tantas horas aquí arriba?
Violeta frunce el ceño, supongo que mi tono ha sonado más acusador de lo que quería.
—Hablar. Escuchar música. Hacer los deberes…
Ladeo la cabeza. O mi hermano es muy diferente a mí o no sé cómo puede pasar tanto tiempo
con ella a solas y no intentar nada. O quizá si lo hace, pero Violeta no quiere contármelo. Celoso,
insisto:
—¿Y nada más?
—Nate, ¿vas a seguir preguntando tonterías? Lo digo porque estoy por irme a mi casa y dejar
que se te pase la borrachera solo.
Hace ademán de levantarse, pero la retengo con la mano.
—No te vayas, no más preguntas.
Ella se suelta y juguetea con su cabello, como siempre que está nerviosa.
—Está bien.
—Lo siento, preferiría que no me vieras así.
—No importa, solo no digas tonterías, ¿de acuerdo?
Asiento y la observo. El gesto que hace con su cabello, que para ella es un tic de la infancia,
despierta en mí un sinfín de emociones. Las chicas guapas me atraen, pero Violeta hace algo más,
consigue inspirarme una ternura diferente.
—¿Y si no hablamos? —propongo.
—Te quedarás dormido… Y quizá yo también.
—Solo es dormir, no hay nada malo en eso.
Ella mira al cielo unos segundos y después hacia mí.
—¿Por qué tengo la sensación de que contigo nunca nada es tan sencillo?
Me incorporo y me acerco más a ella.
—Sí lo es. Eres mi mejor amiga. Te necesito y me gusta pasar tiempo contigo. Y ahora no
quiero estar solo, sino aquí, contigo.
Acaricio su mejilla, pero ella se aparta.
—Nate, no hagas eso.
—¿Por qué no? Tommy te acaricia constantemente.
—Porque la última vez a que lo hiciste terminamos besándonos —balbucea.
—Eso fue hace mucho tiempo.
—Ya, supongo que lo has olvidado entre tantas chicas con las que sales.
—No lo he hecho. Es el único beso que recuerdo. Los demás son solo momentos borrosos de
placer rápido.
Traga saliva.
—Tengo que marcharme.
—No lo hagas. No te tocaré, pero no te vayas.
Entrecierra los ojos y luego acepta:
—Está bien, solo un rato.
Se acomoda de nuevo a mi lado. Aprieto la mandíbula. Todo mi cuerpo me pide que atraerla
contra mi pecho, abrazarla y…. Respiro hondo y trato de serenarme. Comienzo a hablar de
cualquier cosa con tal de olvidar lo que me hace sentir, pero es muy difícil. De nuevo pienso en
Tommy, si es solo su amigo o también piensa en desnudarla y estar con ella como hago yo.
—Nate, ¿me estás escuchando?
—Sí, solo me he distraído un momento.
—¿Y de qué hablaba?
—Decías algo de Tommy.
—¿Y puedes definir ese “algo”?
—La verdad es que no.
—Lo dicho, no me estabas escuchando —protesta haciendo un mohín.
—Mis neuronas están empapadas de alcohol. ¿Puedes tener un poco de consideración?
Además, siempre hablas de Tommy, no es ninguna novedad.
De nuevo, mi tono suena celoso. Violeta arquea una ceja y me pregunta:
—¿Y eso por qué te molesta? Es tu hermano.
—No te va a gustar la respuesta.
—Aun así, quiero saberla.
—Porque me pregunto si existe la posibilidad de que pase algo entre vosotros.
—¿De qué hablas? Somos amigos.
—Sí, pero conectáis de un modo especial. Y siempre estáis juntos, como satélites uno del otro.
A veces siento que no hablo vuestro idioma —confieso.
Violeta tarda unos segundos en responder.
—Es cierto, pero eso no significa que vaya a pasar nada. Y habíamos quedado en no hablar de
esto.
Tiene razón, pero no puedo evitar que la idea de ellos dos juntos siempre se cuele en mi
mente. Tommy se lleva mucho mejor con ella que yo. La entiende, comparte sus gustos, estudia el
mismo curso… Es como si fuera perfecto para ella. Pero luego estoy yo, nuestro estúpido pacto y
el alcohol que me hace abrirme más de lo que debería.
—Lo siento, es que a veces parecéis la pareja perfecta.
—No existen las parejas perfectas. Nate, ya me conoces. No tengo el sueño de estar casada y
vivir en una casa adosada rodeada de niños y un bonito perro. Soy yo… Ya deberías saber lo que
pienso.
—¿Y si te equivocas? O cambias de idea…
—No lo haré. Y ahora es hora de marcharme, está claro que hoy estás demasiado reflexivo
para mí. ¿Vienes?
—No, me quedaré un rato, necesito que me del aire un poco más.
—Está bien. Pero no tardes en bajar. Te meterás en problemas si te quedas dormido aquí
arriba.
Sonrío.
—¿Te quedarías más tranquila si bajo contigo?
—Sí —confirma con una sonrisa.
—Entonces, vamos.
La sigo hasta la escalera, donde esta vez extremo el cuidado para no volver a golpearme. Me
despido de ella y entro en mi habitación, donde Tommy se despierta. Somnoliento me pregunta:
—¿Qué hora es?
—Tarde.
—¿Dónde estabas?
—He venido de una fiesta —contesto, omitiendo sin saber por qué la parte de Violeta.
—¿Está bien?
—Sí, solo necesito dormir un poco.
—Bien, hasta mañana Nate.
Su sonrisa cálida me hace sentir culpable por el interrogatorio a Violeta, como si no me fiara
de él. No lo hago a propósito, pero tienen una unión diferente a la que yo comparto con Violeta.
Ella siempre dice que los tres somos amigos, pero confía mucho más en él que en mí. Y supongo
que tiene razón en eso, porque yo soy un maldito desastre la mayor parte del tiempo. Fastidiado,
me meto en la cama, cierro los ojos y susurro:
—Buenas noches.
VIOLETA

En la actualidad

Estoy en el hospital, trabajando, y el momento que he estado temiendo ha llegado. Entro en la


habitación de Jay y me acerco a él como haría con cualquier otro paciente. Me acerco a él para
arreglar su cama y él esboza un gemido de dolor cuando trata de levantar su cuerpo magullado.
Respiro hondo y pregunto:
—¿Cómo estás?
Baja los ojos y reconoce:
—Avergonzado. No quiero que me veas así.
—Soy auxiliar de enfermería en este hospital.
—Lo sé, pero no quiero que seas la mía —insista.
—Estás en mi zona de turno, no puedo negarme a atenderte. Además, llevas días quejándote a
Nate porque no hablo contigo y ahora quieres que me vaya.
—Solo trato de evitarte una situación incómoda. Sé que no quieres atenderme y mucho menos
que nadie sepa que el borracho que se cayó la otra noche es tu padre.
Sacudo la cabeza con furia.
—¿Crees que soy una remilgada que solo pienso en las apariencias?
—No, solo que eres tan terca como yo y dudo que vayas a cambiar de idea sobre lo de darme
una oportunidad.
Se hace un silencio tan eterno que duele y, finalmente, le digo lo que llevo tantos días
callando:
—¿Qué quieres que te diga? ¿Quieres que te cuente que pasé años de tristeza y dolor porque tú
me habías abandonado? ¿Quieres escucharme confesar que mi corazón se rompía cada día cuando
veía a mi madre ahogarse más y más en el pozo de la depresión, de la bebida y las drogas?
¿Realmente quieres conocerme? Eso solo haría que volvieras a salir corriendo.
Mi voz suena tan amarga como mi corazón en estos momentos. Jay me mira con una lástima
que no quiero recibir de él y me dice:
—Solo quiero conocer a mi hija y eso incluye conocer lo que has sufrido por mi causa. He
estado viviendo todos estos años una mentira y solo quiero que nos conozcamos. ¿Qué tipo de
padre sería si no lo intentara?
—El tipo de padre que siempre has sido. Me abandonaste. Abandonaste a mi madre. ¿Qué
estás haciendo aquí ahora? —le recrimino.
—Ya te lo he dicho, solo quiero conocerte.
—Pues yo no quiero que lo hagas.
—Al menos escúchame.
Mi mirada se dirige perdida hacia la ventana y susurro:
—Cuando era pequeña soñaba con tener dinero para que mi madre y yo nos mudáramos a un
apartamento agradable, un lugar luminoso, limpio y ordenado en el que ella se sintiera en paz, a
gusto. En aquel entonces todavía creía que sus problemas podían solucionarse desde fuera. La
veía tan destrozada como la casa en la que vivíamos y pensaba que si solucionaba lo que la
rodeaba ella cambiaría. Odiaba verla así. Yo quería la madre que salía en las fotografías vestida
de animadora, la chica feliz que tenía una sonrisa en todas las tomas. No recordaba la última vez
que había sonreído —trago saliva, es la primera vez que digo esto en voz alta, pero quiero que él
lo sepa, que entienda por qué no puedo perdonarle—. Tú le robaste la vitalidad, la juventud y la
convertiste en una sombra andante.
Mis palabras deslizan rabia con una fuerza que hace centellear mis ojos, al mismo tiempo que
la tristeza toma los suyos con más fuerza. Finalmente, susurra:
—Era apenas un crío y fui un egoísta. Pude hacerlo mejor, debí hacerlo mejor. Lo que hice me
carcome todos los días, te lo aseguro.
Mi labio inferior tiembla. No puedo perdonarle, las raíces del odio están profundamente
clavadas en mi corazón, y cuanto antes sea consciente de ello mejor para ambos. Tomo fuerzas y
declaro:
—Lo siento, no puedo hacer esto. Nada que digamos cambiará nuestra relación, es demasiado
tarde.
—No lo es.
Nos miramos el uno al otro con sentimientos encontrados. Son los ojos que me hubiera gustado
encontrar cuando era una niña, en los que habría podido refugiarme, sentirme segura, protegida.
Lo único que siempre quise fue una familia, pero ahora es tarde. Sacrifiqué mucho cuando él
estuvo ausente y ahora que he creado mi propio camino, mi propia vida, él no tiene cabida en ella.
Jay se pasa la mano por la nuca y, antes de que pueda decir nada más, incido:
—En algo tienes razón, no puedo atenderte, le pediré a una compañera que me sustituya en esta
habitación.
Salgo de la habitación, hablo con mi supervisora para pedirle un descanso y me dirijo hacia la
azotea del edificio. Sentir el sol en mi rostro y la brisa del aire siempre me calma, pero no hoy, la
visión de Jay sigue colándose en mi cabeza con demasiada intensidad. Adara se ha ofrecido a
acompañarme y que otra compañera me sustituyera, pero prefiero estar sola. Cuando escondes
tantas cosas de tu pasado, necesitas encontrar huecos en los que respirar. Respiro hondo. Cuando
mi abuela murió creí que al quemar sus cenizas podría hacerlo con los malos recuerdos. Que no
tenía familia y podía olvidarlos. Me equivocaba. Siguieron conmigo y me pregunto si alguna vez
se irán, sobre todo porque Jay parece muy determinado a seguir aquí a pesar de mi rechazo. Las
lágrimas pugnan por salir a mis ojos y marco el teléfono para llamar a Tommy, el único que me
apoya en mi decisión. Y, una vez más, no puedo dejar de pensar que, si supiera la verdad de mí, no
estaría a mi lado como lo hace.

***

Han pasado tres horas desde mi encuentro con Jay. Es la hora de la comida. No es que tenga
mucha hambre, la mirada dolida y culpable de Jay se ha clavado en mi retina y me ha provocado
un nudo en la garganta. Elijo un poco de sopa y me siento con desgana en una de las mesas más
alejadas, pero pronto Adara se une a mí. Tamborileo los dedos sobre la mesa y deduzco de lo que
quiere hablarme, pero antes de hacerlo intenta romper el hielo explicándome:
—¿Sabes lo que me ha dicho la bruja de Jenny?
Esbozo una sonrisa irónica.
—¿Algo de las calorías de tu menú?
—Sí. No sé qué parte no ha entendido de que no pienso pasarme el día muerta de hambre
como hace ella para entrar en la talla más pequeña de la tienda.
—Sí, es insoportable, a mí también me lo hace siempre. Sobre todo, cuando me ve con algo de
bollería… Aunque hoy no tendría nada que objetar de mi sopa.
—¿Solo vas a comer eso? Por favor, no me digas que te has vuelto del club de Jenny o me
dará algo…
—No, claro que no. Es solo que no tengo hambre.
—¿Es por el militar guapo? El que me has pedido que atienda en tu lugar. ¿Te ha molestado?
Conmigo ha sido amable, pero si te ha dicho algo….
—No, claro que no me ha molestado —me apresuro a decir—. No te hubiera pedido que lo
atendieras tú si fuera así.
—Entonces, ¿cuál es el problema? —Mi mano tiembla y ella me malinterpreta—: ¿Lo
conocías de antes?
—Más o menos.
—¿Quieres decir que pasó algo entre vosotros? —Un gesto de horror cruza mi rostro y ella se
apresura a añadir—: No me malinterpretes, no me parece mal, es un hombre muy sexy. Debe
machacarse en el gimnasio para haber quemado todo el alcohol que según el informe ingirió,
porque ese musculado cuerpo no se mantiene solo—. Sacudo la cabeza. Escuchar hablar a Adara
del cuerpo de Jay es una pesadilla, más cuando añade—: ¿Te he contado alguna vez que nunca he
conocido a ningún militar? Bueno, no es que no los haya conocido, pero nunca he llegado a…
—Adara, podría ser tu padre —la interrumpo escandalizada.
—No seas exagerada. He visto su informe, tiene treinta y seis años.
Respiro hondo y la miro fijamente. Había pensado en mantenerlo en secreto, pero no quiero
mentir a Adara, y confieso:
—Es el mío. El que me abandonó.
Adara abre la boca, consternada.
—¿Tu padre? ¿Por qué no me lo has dicho antes?
—Porque como me has oído alguna vez en el grupo de ayuda, él no es mi tema favorito. De
hecho, trato de pensar que no existe, pero cuesta bastante cuando se lesiona y termina en el mismo
hospital en el que trabajo.
Respira hondo y Adara apoya su mano sobre la mía. Es un gesto que repite una y otra vez
cuando alguna de las chicas del grupo hace una confesión dolorosa.
—Está bien, yo me ocuparé de él. Y lamento haber expresado, ya sabes, mi interés…
—No pasa nada, olvídalo. Solo que ha sido raro oírte hablar de él como si fuera guapo o
sexy…
—Es guapo y sexy, pero a partir de ahora no me fijaré —matiza guiñándome el ojo.
No puedo evitar esbozar una sonrisa.
—Eres incorregible.
—Y lo dice la chica que comparte apartamento con dos chicos que parecen sacados de un
anuncio de ropa interior.
—Son mis amigos.
—Lo sé. Pero eso no impide que les eches una miradita de vez en cuando, ¿me equivoco?
—No voy a contestar a eso —protesto.
A ambas se nos escapa una carcajada. Pasado unos minutos, observo mi reloj:
—¿Volvemos al trabajo? No quiero salir tarde.
—Buena idea, yo tampoco.
—Adara —la retengo unos segundos—. No le digas a Jay que te he contado quién es.
—No, claro que no. Pero, ¿quieres que te diga si mejora?
—Solo avísame de cuando le hayan dado el alta, me hará sentir mejor saber que no está por
aquí.
Adara respira hondo y me asegura con calidez:
—Lo haré. Y, si quieres hablar, solo tienes que decírmelo.
—Gracias.
Dejamos la bandeja y la sigo hasta nuestra planta. Va a la habitación de Jay, supongo que a
revisar su vendaje. Yo entro en otra de las habitaciones y trato de concentrarme, porque si sigo
pensando en Jay me volveré loca y haré algo tan estúpido como volver a hablar con él.
NATE

En la actualidad

Hace un mes que Jay salió del hospital. Y ahora contengo la respiración mientras los
paramédicos hacen su trabajo. Jay está a mi lado, y su mano tiembla. Es él quien me ha avisado
cuando Will ha comenzado a sentir un fuerte dolor en el pecho que parece un ataque al corazón.
Resulta angustioso ver a ese hombre tan fuerte sobre la camilla. Aunque solo pasan unos minutos
hasta que lo estabilizan para llevarlo al hospital, a mí me parece una eternidad. Un paramédico
trata de decirnos que todo irá bien, pero ni Jay ni yo le creemos. Cuando se lo llevan en la
ambulancia, Jay susurra:
—No puede morir, no puede…
Le observo. Tiembla más que antes y deduzco que está reviviendo los soldados que murieron
frente a él en la batalla. Apoyo mi mano en su hombro y le garantizo.
—No lo hará, está en buenas manos.
No contesta, pero su pecho se mueve de arriba abajo y su respiración es entrecortada. No
puedo dejar que tenga un ataque él también, así que la presión de mi mano se hace más fuerte y le
obligo a mirarme a los ojos. Jay emite un quejido:
—¿Cómo ha podido pasarle? Es un hombre fuerte y sano…
—No lo sé, será mejor que cerremos la tienda y vayamos con él al hospital.
Llegamos al hospital con rapidez. Violeta nos está esperando y nos recibe con una sonrisa
amable, incluso a Jay. Si hay algo que la caracteriza cuando trabaja es su genuina amabilidad, y
sabe lo importante que Will es para mí.
—Deberíais ir a tomar un respiro —propone—. Os avisaré en cuanto sepa algo.
―Preferimos quedarnos en la sala de espera.
—Lo que sea mejor para vosotros.
Sonríe y se dirige a continuar su ronda. Jay suspira y me dice:
—Es una gran auxiliar de enfermera. Lo sé porque escuché a otros pacientes hablar de ella
cuando estuve ingresado. Estoy orgulloso de ella.
Leo la vulnerabilidad en sus ojos y aclaro:
—Algún día ella lo apreciará.
—Lo dudo. Me desprecia, y no puedo culparla por eso. No confía en mí, ni siquiera me quiere
cerca.
—Hoy ha sido amable contigo.
—Porque Will está enfermo. Solo es lástima, y eso hace que me preocupe todavía más por él.
—Sí, yo también.
Permanecemos en silencio unos segundos y, media hora más tarde, Violeta vuelve con nosotros
y propone:
—¿Me acompañáis? Tengo un rato de descanso, podemos ir a tomar un café.
Su rostro no me deja descifrar si son buenas noticias, pero sí leo en sus ojos la compasión que
mencionó Jay. Este y yo intercambiamos una mirada cómplice y la seguimos hasta la cafetería. No
puedo evitar pensar que, si alguien me ha de dar malas noticias, quiero que sea ella, porque al
menos lo hará de una forma que pueda soportar. Pedimos los cafés y la interrogo con la mirada.
Ella se explica:
—¿Sabíais que Will tenía problemas de corazón?
Los dos negamos con la cabeza, y puedo intuir que Jay se siente tan perdido como yo. Mi
corazón ruge con fuerza cuando él comenta:
—Siempre fue un hombre muy fuerte. Si estaba enfermo, yo no lo supe ver.
Su voz es tan rasgada que Violeta se conmueve aún más y su tono es dulce, muy dulce.
—El médico hablará ahora con vosotros, pero puedo adelantaros ha tenido un infarto. Tendrá
que guardar reposo, tomar medicación y hacer cambios importantes en su alimentación, pero se
pondrá bien. Aunque deberá permanecer en el hospital hasta su recuperación.
Tanto Jay como yo respiramos aliviados y pregunto con rapidez:
—¿Podemos verlo?
—Lo intentaré. Quedaos aquí, yo os avisaré, es más cómodo que la sala de estar.
Vuelve una hora más tarde y nos dice:
—Está despierto y quiere hablar con los dos.
La seguimos consternados hasta la habitación de Will. Me cuesta pensar en Will, mi modelo a
seguir, quien tanto me ha dado y ha confiado en mí, como alguien enfermo, en peligro. Ella se
queda en la puerta y nos indica:
—No hay tiempo fijado, pero procurad que no se canse demasiado.
Los dos asentimos y abrimos la puerta. El sol de la tarde apenas se filtra ya por la ventana, y
una tenue luz ilumina con suavidad la cama. Will levanta los párpados. Se le ve cansado, pero
sonríe como siempre. Yo susurro:
—Me asusté como nunca, jefe.
—Lo sé. Lo siento, hijo. Jay, ¿cómo estás?
—Eso debería preguntártelo yo a ti…
—Solo es un pequeño problema de corazón.
—¿Por qué no nos lo dijiste?
Trato que mi voz no suene acusadora, pero igualmente Will entorna los ojos.
—No me gusta hablar de enfermedades. Y no creí que terminaría en el hospital tan pronto.
—Esta vez será mejor que te lo tomes en serio —incide Jay—. Pensé que estabas muerto
cuando caíste al suelo.
Su voz suena rota y Will le mira con lástima.
—Lo lamento amigo, intuyo lo que eso te provocó.
—No te preocupes por mí ahora.
—Ahora y siempre, amigo. Por ti, por Nate y por la tienda. Es por eso que quería hablar con
los dos.
—Haremos lo que necesites —le garantizo.
—No puedo permitirme cerrar la tienda. Afectaría a mi seguro médico y a vuestros sueldos.
Necesito que vosotros dos la llevéis adelante mientras estoy aquí
—No sé si estamos capacitados —contesto con sinceridad.
—Claro que sí. Nate, ¿crees que habría estado tanto tiempo formándote si no fuera porque sé
que puedo confiar plenamente en ti cuando no estoy? Y Jay, estás aprendiendo bien a llevar la
contabilidad y a tratar a los clientes. Nate también te ayudará con eso.
—Will, todavía no estoy preparado para…
—Jay, conozco tus problemas mejor que nadie. Pero te necesito, amigo. Y podrás hacerlo.
Confío en ti.
—No estoy tan seguro de que pueda hacerlo… Will, yo…. Necesito tiempo… —balbucea Jay,
visiblemente superado por la situación.
Will lo observa con preocupación y, tras unos segundos de pensarlo, sugiere:
—Ve a descansar, Nate se quedará conmigo. Podemos hablarlo en otro momento.
—Lo siento —se disculpa Jay.
—No lo hagas.
Ambos se estrechan la mano. Cuando nos quedamos a solas la voz de Will se hace más baja y
noto la tensión en cada sílaba.
—Nate, tienes que cuidar de él.
—Eres tú el que está en el hospital.
—Atendido por grandes profesionales. Pero Jay apenas está comenzando a recuperarse. En
estos momentos yo soy su faro, y ahora estoy en este hospital donde no puedo controlarlo. ¿Lo
harás por mí?
—Lo intentaré.
—Gracias, hijo, gracias.
—¿Hay algo más que pueda hacer por ti?
—Si haces lo que te he pedido ya será más de lo que pueda agradecerte en mucho tiempo. Y
ahora, vete tú también. Pareces cansado.
—No, me quedaré contigo hasta que Violeta acabe su turno o hasta que me echen los médicos.
—Eres un gran chico. Y si vas a quedarte, no quiero hablar más de mi enfermedad, sino de mis
clientes para que puedas atenderles. ¿Te parece bien?
—Sí, pero si te notas cansado…
—Como he dicho, nada de hablar de enfermedad, solo de trabajo —contesta guiñándome el
ojo—. Odio los hospitales y mientras esté aquí necesitaré estar distraído. Además, le he pedido a
Rose que no venga. La situación está controlada y su madre sigue necesitándola más que yo. Así
que, si voy a estar aquí unos cuantos días, ¿me traerás mi cuaderno de dibujos?
—Por supuesto. Y también el mío cada día para que lo valides como lo haces en la tienda.
—Nate, solo te pido que me los muestres porque me encanta que me enseñes tus dibujos, no
porque necesites validación. Haz lo que creas más conveniente, tienes mi plena confianza.
La emoción se ahoga en mi garganta. Daría lo que fuera porque mi madre me hubiera dicho eso
alguna vez. Pero Will ha hecho por la confianza en mí mismo y por mi capacidad de vivir mi
talento más de lo que ella podría siquiera imaginar. Y eso es algo que, aunque no quiera pensar
demasiado en ello, que me duele en lo más profundo de mi corazón. Nunca seré lo bastante bueno
para ella ni menos aún para su marido, pero, al menos, lo soy para Will, Violeta y Tommy. Y eso
hace que vuelva a sonreír y que le hable a mi jefe de todo aquello que le haga olvidar un poco el
ataque que ha sufrido.
VIOLETA

En la actualidad

Sé que para muchos de mis compañeros me involucro emocionalmente con mis pacientes más
de lo que debería. Con Will es peor, porque no se trata de un desconocido, sino de alguien que
afecta mucho a Nate y, aunque me cueste reconocerlo, a Jay. No puedo evitar sentirme inquieta por
cómo les está afectando la enfermedad de su amigo. Para Nate es su mentor, para Jay, su mejor
amigo. He hablado con Will cada día desde que está ingresado y comprendo la admiración que
siente Nate por él. Me gusta su carácter, fuerte y amable a la vez; y quiero ayudarle en su
recuperación. Y por eso he decidido a hablar con Jay. Desde que ingresaron a Will solo contesta
las llamadas de Nate y no va a la tienda ni al hospital. Y puedo imaginar por qué. No es asunto
mío, me repito, no lo considero mi padre, pero aun así en mi interior hay un sentimiento reprimido
de amor filial que me imposibilita dejarle caer. Sería más fácil si pudiera odiarlo como hacía
antes, pero cuando le veo e intuyo su sufrimiento, todos mis propósitos de mantenerme alejada de
él se esfuman como por arte de magia.
Llego al apartamento de Will con retraso a causa del tráfico. He quedado allí con Nate, esto
no es algo que quiera o pueda hacer sola. Al descender del coche allí, todas las inseguridades de
cuando era una niña que quería que su padre la amara aparecen. En el fondo, temo mucho más que
ser capaz de perdonarle: hacerlo y que él vuelva a abandonarme, a decepcionarme, porque eso
significaría que rompería de nuevo mi corazón. No puedo arriesgarme, no quiero. Pero al menos
tengo que hacer esto por él. Soy fuerte, no debo olvidarlo. Si soy capaz de lidiar con la muerte y
las enfermedades a diario, puedo manejar esto sin que se me vaya de las manos, sin que se
acerque mucho a mí ni yo a él. Solo ayudarle para que esté algo mejor y vuelva a visitar a Will.
Puedo intuir que este está preocupado por su amigo, que teme como yo que no pueda mantenerse
alejado de la bebida si está solo.
Nate llama a la puerta varias veces, pero no recibimos respuesta. Levanto mi mano para
intentarlo yo cuando la puerta se abre y Jay aparece delante de nosotros. Su estado es lamentable.
Está claramente borracho y su aspecto es sucio y desaliñado. A juzgar por las botellas vacías que
se acumulan entre restos de comida, lo único que ha hecho desde que salió del hospital es beber y
revolcarse en la autocompasión. Nos mira alternativamente varios segundos hasta que pregunta:
—¿Qué hacéis aquí?
—Queríamos saber si estabas bien —responde Nate con suavidad.
—¿Los dos?
Su mirada se clava en la mía, que la desvío. Él se tambalea unos pasos hacia atrás y Nate le
ayuda a volver a sentarse en el sofá en el que, por su el hueco marcado con su forma, deduzco ha
pasado los últimos días. Me veo obligada a decir algo, y comento:
—Will está preocupado por ti. Deberías hablar con él.
—Es mi mejor amigo y no me di cuenta de que estaba enfermo…
—No es culpa tuya, yo tampoco lo advertí —incide Nate.
—No había señales claras —incide Violeta—. En cualquier caso, beber hasta caerte no
servirá de nada ni a ti ni a Will.
—Tampoco si no lo hago. No sirvo para nada.
—Eso no es cierto —le contradigo—. Salvaste mucha gente en ejército, incluido a Will. Deja
de ser tan duro contigo mismo.
Ladea la cabeza, no parece convencido.
—Solo he sido un problema para él.
Toma un sorbo de una botella cercana y me duele la forma como necesita ese trago y todos los
que haya tomado antes, los que seguramente tomará después. La tensión se palpa en el ambiente.
Nate se acerca a él y hace lo que yo no puedo. Le pone una mano en el hombro para apoyarle. Se
hace un largo silencio y luego Nate interviene:
—Jay, supongo que todo esto te trae recuerdos de los compañeros que perdiste, Will me lo ha
dicho. Pero está enfermo y te necesita sobrio y a su lado en el hospital. Todo irá bien, es muy
fuerte y lo será más si nos tiene a su lado.
—No podría verle morir, a él no.
Su mirada está en el infinito, intuyo que piensa en la guerra.
—Si eso pasara, te arrepentirías de no haber estado con él —incido.
Jay toma otro sorbo. Debería estar enfadada por verle beber, pero solo puedo pensar que está
asustado y que me da mucha lástima. Sus ojos brillan por las lágrimas retenidas.
―Violeta, he estado pensando. Sé que no tiene sentido para ti, pero he visto a mi amigo a
punto de morir y, si me pasara lo mismo, querría que al menos supierais que te quiero.
―Has bebido…
―Eso no cambia lo que siento. Eres mi familia, mi todo…
―Yo, no puedo…
Salgo corriendo del apartamento de Will. Me detengo en la calle donde las lágrimas asoman
con fuerza a mis mejillas. Nate, que me ha seguido, me pregunta:
―¿Estás bien?
―No lo sé. No esperaba eso de Jay. Es incómodo y a la vez es lo que siempre quise que mi
padre me dijera. Solo que no le veo como mi padre, no puedo. Me parece incorrecto con todo lo
que nos hizo a mi madre y a mí. No debí haber venido. Él no es mi problema.
—Es tu…
—No lo digas, yo no lo veo así. Con lo que pasé por su culpa no merece tener nada que ver
conmigo.
—Puede, pero te conozco y vas a seguir preocupándote por él, y yo también. Se lo debo a Will
y a ti. No estás sola. La llegada de Jay ha sido una pesada carga, pero si lo hacemos juntos será
más llevadera, ¿no te parece?
La ternura se instala en mi pecho.
—Eres un cielo.
Sus ojos se iluminan y me toma con suavidad de la mano. Cuando por fin me suelta, acaricia
mi mejilla y susurra:
—Es la primera vez que me dices algo así.
Sonrío. Nate parece un chico duro por su aspecto, pero tiene un lado dulce y tierno que me
envuelve y baja mis defensas. Aun así, no sé conversar con él si no es con ironías y replico:
—Eso es porque normalmente estamos discutiendo.
—Lo sé. Pero, aun así, me gusta que me llames así.
—No sé si voy a repetirlo.
—Ha vuelto la chica dura —ironiza.
—Es parte de mi encanto —bromeo.
—Y que lo digas…
Reímos los dos y Nate propone:
—Subiré a asegurarme que Jay está bien y después podemos ir a casa. ¿Te parece bien?
Asiento y me siento en uno de los escalones del edificio. No podría volver a enfrentarme a Jay
hoy, así que agradezco mucho a Nate que lo haga por mí. Sí que es un cielo de chico, aunque por
mi bien y el de nuestra amistad, será mejor que no vuelva a decírselo.
NATE

En la actualidad

Me siento en la barra del bar, todavía pensando en lo que ha sucedido hoy en casa de Jay. Sé
que ha sido complicado para Violeta y me hubiera gustado poder estar más con ella, pero esta
noche tenía turno. Sus palabras cariñosas todavía retumban en mi cabeza y hacen que piense en lo
que no debo con más intensidad. Tommy se acerca a mí, me sirve una copa y bromea:
—¿Qué pasa hoy que no estás rodeado de chicas?
—Hay muchos días que solo estoy con Violeta. Pero no te fijas porque solo la miras a ella.
Además, Violeta siempre está en la barra esperando a hablar contigo, prefiere tu conversación a la
mía —recrimino.
Arquea una ceja. Desde la otra conversación en el bar sobre Violeta, no hemos vuelto a hablar
de lo que sentimos por ella, y supongo que no esperaba que sacara el tema ahora. Respira hondo y
me pregunta:
—¿Eso son celos?
Aprieto los puños. Violeta ha sido cariñosa conmigo, pero el problema es que siempre lo es
con Tommy y por eso pregunto:
—¿Debería tenerlos?
Nos miramos fijamente, pero no obtengo respuesta porque Tommy sacude la cabeza y va a
servir en la otra punta de la barra. No me gusta enfadarle y debería separar lo que me pasa con
Violeta de él, pero no puedo. Ellos dos están unidos por un hilo inquebrantable que es mucho más
fuerte que el mío con Violeta, y eso me afecta cada día más. Tomo la copa y me la termino con
rapidez. Tommy, que me ha estado observando, vuelve y me ofrece otra copa:
—Bébetela, pareces ofuscado.
—Solo estaba pensando…
—Tú eres más de acción que de pensar —incide.
—¿Y eso es malo por…?
—No es malo, es bueno, de hecho… —duda unos segundos—, no me importaría ser más como
tú.
—¿En serio? Ambos sabemos quién ganaría de entre los dos el concurso del mejor chico.
Me escudriña con la mirada.
—Si lo hubiera, ese concurso sería una estupidez. Nate, ¿qué te pasa hoy?
—No lo sé, tengo un día tonto —reconozco.
—Yo tengo bastante de esos.
—¿Y qué haces para que se te pase?
—Hablar con Violeta.
Se muerde el labio en cuanto lo dice, pero ya es demasiado tarde.
—Si tengo un mal día y hablo con Violeta lo más probable es que terminemos discutiendo los
dos —ironizo.
—En eso tienes razón. Pero puedes contarme a mí lo que quieras, hoy no tengo muchos
clientes.
Esbozo una sonrisa. Ese es mi hermano. Incluso cuando he empezado atacándole, busca la
forma de ayudarme. Respiro hondo. No puedo contarle lo que siento por Violeta, pero sí otras
cosas que me preocupan, y confieso:
—No es nada en concreto. Solo que, con Will en enfermo, Jay deprimido y alcoholizado, y
Violeta traumatizada por su vuelta todo se ha complicado mucho y no sé cómo sacarme el drama
de la cabeza.
Tommy palmea mi espalda, comprensivo, y propone:
—La pelirroja del fondo de la barra no para de mirarte. Si le envío una copa de tu parte es
toda tuya para ayudarte a olvidar.
Suspiro con pesar. No es una mala oferta, el problema es que cada vez que me acuesto con una
desconocida siento que me miento a mí mismo. En lugar de superar lo que siento por Violeta lo
único que hago es ocultarlo bajo sexo ocasional con chicas que no me importan.
—No sé si estoy de humor hoy —reconozco.
—Ahora sí que me preocupo.
Sonrío. Tommy me ha visto con más chicas de las que ambos podemos recordar, sobre todo
desde aquel verano que pasamos juntos en California. Ojalá hubiera sentido a alguna cerca, pero
nunca ha sucedido. Sacudo la cabeza y doy un sorbo a mi copa. ¿Qué me pasa? ¿Por qué no paro
de pensar estupideces? Tommy me observa con curiosidad y acepto:
—Tienes razón, envíale esa copa.
Tommy hace lo que le pido y pronto la pelirroja se acerca a mí. No puedo evitar pensar en lo
que una vez me dijo Violeta acerca de que le costaba hablar con desconocidos. A diferencia de
ella, puedo hablar con cualquiera, más si es una chica receptiva como esta. Una idea asoma a mi
mente. Soy abierto con ellas porque son fáciles, se entregan a mí y, o no me piden nada porque
también buscan solo una aventura, o me habré ido lo bastante rápido por la mañana para no dar
explicaciones. Pero sí me protejo de Violeta. Ella no confía en el mundo que le rodea, yo confío
en todo menos en ella, la única que puede romperme el corazón. Los dos tenemos miedo, solo que
lo expresamos de forma diferente.
La mano de la chica en mi muslo me saca de mis cavilaciones.
—Perdona, ¿me decías algo?
—Sí querías tomarte la última copa en mi casa, vivo cerca de aquí.
Esbozo una sonrisa irónica. Tommy tiene buena vista, esto ha sido rápido. Pero sigo sin estar
convencido. Aun así, acepto. Lo único que me espera en casa es meterme en mi cama y pensar en
Violeta, al menos con esta chica podré olvidarme de todo por una noche. Me despido de Tommy y
la sigo hasta su apartamento. En cuanto entramos en él me sirve una copa y pronto está
desnudándose. Apenas me fijo en ella y, cuando se sienta a horcajadas sobre mí, cierro los ojos y
me dejo llevar por esos momentos de placer que nunca vuelvo a recordar, solo a repetir con otras
chicas sin rostro.
VIOLETA

En la actualidad

Estoy agotada, pero me tenso en cuanto veo a su conocida figura esperándome en la puerta de
la entrada. Si no fuera porque ya me ha visto, daría la vuelta y buscaría otra salida. Le agradezco
que por fin se haya decidido a venir a visitar a Will, lo ha hecho cada día durante la última
semana. Su rostro todavía denota la falta de sueño y el exceso de alcohol acumulado. Me siento
idiota por haber ido a su casa e involucrarme, porque ahora le he dado la errónea imagen de que
quiero estrechar lazos. Respiro hondo y me dirijo hacia él. Una enfermera que también termina el
turno sisea:
—¿Tu novio no era el guaperas tatuado?
—Es solo un amigo.
—¿Y por qué el de la entrada te mira con tanto interés? También es bastante guapo, aunque
algo mayor para ti.
Aprieto los puños. Que todo el mundo confunda sistemáticamente a Jay con un posible novio
me saca de quicio, pero tampoco quiero explicar a nadie del hospital quién es. Me encojo de
hombros y mascullo:
—Solo es alguien que conozco.
La enfermera no parece convencida de mi respuesta, pero su novio aparece por la puerta y se
olvida con rapidez de mí. Yo me acerco a Jay y pregunto:
—¿Qué estás haciendo aquí abajo? Ya no es hora de visitas.
—Te he esperado, pensaba que podríamos tomar algo y hablar.
—No, eso no es posible.
Observo una mueca de dolor en sus ojos, pero me recuerdo a mí misma que no puedo sentirme
mal por ello. No le quiero cerca de mí más de lo indispensable, y eso excluye quedar a solas
después del trabajo.
—Entonces, hablemos solo un momento.
Suspiro. Mi madre siempre me habló de él como el ogro malvado que nos abandonó. Pero, si
olvido sus palabras, solo veo a un hombre hundido que me ruega un poco de atención. Y eso
provoca un efecto que no anhelo, pero que no puedo evitar. Puedo repetirme las veces que quiera
que voy a mantener la distancia, pero es difícil hacerlo.
—Acompáñame al coche. Te llevaré a casa.
—Puedo coger el autobús.
—Lo sé, pero prefiero asegurarme que llegues allí y no…
—Me detenga en un bar —termina mi frase con amargura.
Me muerdo el labio y le indico que me siga, tratando de calmarme. Caminamos en silencio
hacia el coche y, una vez dentro, susurra:
—Estoy muy asustado por Will. Desde que le conozco nunca ha estado enfermo.
—El equipo que le lleva es muy bueno, confía en él.
—Es lo que me ha dicho Will. Se supone que yo debo tranquilizarle, pero él es quién me
serena a mí. No valgo ni siquiera para eso.
Su tono es tan sombrío que me duele, sobre todo cuando traga saliva como si quisiera eliminar
la ansiedad que le ahoga. Si no fuera por mi autocontrol, pondría mi mano sobre la suya para
calmarle, pero no quiero ese grado de intimidad.
—La culpabilidad no sirve de mucho. Tú solo sigue viniéndolo a ver, le alegra mucho cuando
lo haces.
—Siento lo que pasó en casa de Will. Lo de que me vieras borracho y todo eso.
—No es la primera vez que te veo borracho y no creo que sea la última.
—Lo intento, pero es difícil.
—Lo sé.
—Violeta, no soy quién esperabas, pero quiero que sepas que te agradezco mucho que vinieras
a verme. Fuiste muy amable, más de lo que merezco.
—No voy a tratarte mal, independientemente de lo que pasó cuando era pequeña. Solo que no
puedo estar cerca…
—Entiendo que mi vida es complicada y que mi vuelta es difícil de aceptar. Solo te pido
paciencia y que no me alejes del todo.
Mi voz tiembla.
—Trabajas con mi mejor amigo y ahora el tuyo está ingresado en el hospital donde trabajo, no
puedo alejarte del todo. Pero no me gusta que esperes a que termine mi turno.
—No te esperaré más, pero si algún día quieres hablar, o preguntarme lo que sea, solo hazlo,
¿de acuerdo? No quiero hacerte sentir incómoda, pero tampoco alejarme demasiado.
Se baja del coche sin decir nada más. Yo aprieto mis manos sobre el volante y hago una
respiración profunda. Mi corazón late con fuerza. Odio que sea tan amable tanto como me
reconforta. Además, no logro quitarme la sensación de que me oculta algo, se le veía muy
preocupado e intuyo que por algo más que lo de Will. Mi teléfono suena sacándome de mis
cavilaciones, es Tommy. Respondo y su dulce voz me calma:
—¡Hola! ¿Has terminado tu turno?
—Sí.
—¿Estás bien?
—He acompañado a Jay a casa.
Se hace un silencio, en el que deduzco Tommy está trazando un plan. Finalmente, propone:
—Nate me ha dicho que estaba terminando un tatuaje. Podemos tomar algo en casa y cuando él
vuelva pedir unas pizzas.
—Eso sería genial.
—Bien, te espero.
Cuelgo con una media sonrisa y conduzco hacia casa lo más rápido que puedo. Cuando llego,
Tommy me ofrece una cerveza y me pregunta:
—¿Cómo ha ido el trabajo?
—Complicado, pero mejor que otros días.
—Me alegro, pareces cansada y necesitas turnos más tranquilos.
—“Estar cansada” es mi modo de vida.
—¿Seguro que no puedes reducir algún turno del hospital?
—No, demasiadas facturas.
—Deberías repensarte mi propuesta…
—No voy a aceptar tu dinero.
—Pero yo quiero que lo hagas si eso te hace estar mejor.
Sonrío. Una de las virtudes de Tommy es que es honesto y directo cuando se preocupa por mí.
—Te agradezco que me lo ofrezcas, pero no voy a aceptarlo. Ya lo sabes.
Tommy sacude la cabeza, no muy convencido, pero cambia de tema.
—¿Cómo fue con Jay?
—Lo está pasando mal y cuando estoy a su lado me irrito y siento lástima por él a partes
iguales.
—No puedes ser inmune a él.
—No, pero me gustaría.
Tommy ladea su cabeza hacia mí.
—No estoy tan seguro de eso. Violeta, eres una chica increíble. No creo que quieras estar
enfadada para siempre con él. Solo necesitas tiempo.
—Si solo pudiera escapar de ese drama por un día… Pero con Jay trabajando con Nate y
visitando a Will en el hospital…
Tommy coloca una mano con cariño sobre mi hombro:
—Lo supongo. Pero encontrarás la forma de lidiar con esto. Como siempre digo, eres muy
fuerte.
—Gracias, significa mucho viviendo de ti.
Lo abrazo. Como siempre, Tommy me entiende mejor que nadie. Estamos largo rato así, hasta
que recibe una notificación de teléfono.
—Es Nate, llegará en veinte minutos. Podemos ir pidiendo las pizzas.
—Perfecto, estoy muerta de hambre. Y, Tommy, gracias, no sé qué haría sin nuestras
conversaciones y tu apoyo.
Su rostro se ilumina.
—Yo tampoco Violeta, yo tampoco.
Nos miramos unos segundos y nos fundimos en otro abrazo. Esta vez solo dura un instante,
pero calma mi maltrecho corazón durante un largo rato.

***

Estoy en casa, sola. Después de cenar Tommy se ha marchado al bar y Nate ha quedado con un
antiguo amigo del instituto que está pasando unos días en la ciudad. Tommy me ha ofrecido que le
acompañara, pero estoy demasiado cansada. Quería leer el último libro que me he comprado y
todavía no he tenido tiempo de comenzar, pero los ojos se me cierran por la falta de sueño
acumulada. Trato de concentrarme cuando mi teléfono suena con insistencia, es Tommy. Su voz
nerviosa se escucha a través del teléfono y del ruido de fondo de los clientes del bar:
—¿Violeta?
—Sí, ¿qué sucede?
—Se trata de tu padre.
Un escalofrío de aprensión se deslizó por mi columna vertebral. Odio que la gente le
identifique así, y más aún porque si Tommy me llama no es por nada bueno. Frustrada, comento:
—¿Le ha pasado algo a Jay?
Remarco el nombre para destacar que no quiero tratarlo como a mi padre, y Tommy se
explica:
—Está borracho. He tratado de localizar a Nate, pero está sin cobertura.
Mascullo entre dientes. Borracho y dejándome en evidencia en el bar que frecuento y en el que
trabaja mi mejor amigo. Y luego hay quién me pregunta por qué no quiero hablar con el padre que
me abandonó más allá de lo imprescindible por la situación con Nate y Will.
—Mételo en un taxi y envíalo a casa de Will.
Se oye una respiración profunda.
—Violeta, cuando llegó al bar parecía muy afectado. A la cuarta copa le dijo a una de las
camareras que hoy era el aniversario del día que dejó el ejército. Y con lo de Will supongo que le
ha afectado todavía más. Está mal y no creo que le convenga estar solo. Es peligroso. Puede tener
un accidente de tráfico o meterse en alguna pelea. Deberías venir. Le acompañaría yo mismo, pero
hoy ha fallado un compañero y no puedo dejar el bar hasta que termine mi turno, y algo me dice
que será demasiado tarde al ritmo de bebida que va.
Maldigo entre dientes. Tommy es demasiado buena persona como para dejar a un veterano
borracho solo en un día tan significativo. Y yo tampoco puedo. No sé por qué no me lo ha dicho en
el hospital o cuando le he llevado a casa, pero ahora entiendo el motivo de que estuviera tan
disgustado. Aprieto los labios y mascullo:
—Está bien, iré a buscarlo.
Cuando llego al bar, tengo que reconocer que Tommy tenía razón. Jay está sentado en el suelo
de la trastienda, vigilado por Tommy. Se le ve terrible, borracho, con las pupilas dilatadas, el
rostro pálido y las profundas ojeras. Es un hombre apuesto y en cambio esta noche parece un
fantasma. Tommy me da un beso en la mejilla y comenta:
—Gracias por venir.
—Gracias por avisarme.
Jay alza la vista al escuchar mi voz y una sonrisa asoma a sus labios.
—Hola, hija.
En otro momento, protestaría por la palabra, pero discutir con alguien borracho nunca
funciona, lo sé por mi dilatada experiencia con mi madre. Tommy nos observa preocupado y me
pregunta:
—¿Qué vas a hacer con él?
—Lo llevaré a casa de Will.
—Ha perdido las llaves. Es lo primero que le he preguntado.
Me llevo las manos en la cabeza. Esto empeora por momentos y sugiero con desgana:
—Entonces le llevaré a nuestro apartamento.
—Buena idea, estará mejor contigo. Te ayudaré a llevarlo al coche.
Acostumbrado a tratar con borrachos, Tommy lo alza. A pesar de su estado Jay aguanta el
equilibrio, lo que me permite tener las manos libres para abrir la puerta y ayudar a Tommy a
colocarle en el asiento. Cuando terminamos, me giro hacia Tommy y le doy una palmada en el
antebrazo.
—Gracias por ayudarle.
—A veces es duro recordar. Lo sé por otros clientes que han estado en el ejército. Ten
paciencia.
—Él no la tuvo conmigo cuando era pequeña.
Mi queja sale de mi boca demasiado rápida. Normalmente no hablo a nadie de esto, pero
Tommy es mi mejor amigo y la clase de persona a la que puedo confiar mi dolor. Una mirada
comprensiva asoma a su rostro.
—Lo sé. Pero tú eres mejor que eso. Y ahora él te necesita. Solo por esta noche. Y, en cuanto
termine mi turno, iré con vosotros.
Esbozo una sonrisa triste y me meto en el taxi. Jay ha cerrado los ojos, lo agradezco, lo último
que quiero ahora es hablar con él.

Cuando llegamos a mi apartamento, despierto a Jay con suavidad y sus ojos se clavan en los
míos, poniéndome muy nerviosa. Trato de serenarme y le pido:
—No puedo con tu peso, vas a tener que ayudarme.
—¿Dónde estamos?
—Te he traído a mi apartamento. Necesitas descansar.
Una sonrisa agradecida toma su rostro, pero eso no cambia mi gesto. Aunque esté preocupada
por él no quiero admitirlo, necesito mantenerme fría. Cuando era niña soñaba con tener un padre
que me quisiera, él rompió esos sueños y no hay forma de que yo ahora lo olvide. Le ayudo a salir
del coche, por suerte estoy acostumbrada a mover pacientes y consigo que no se golpee con nada.
Se apoya en mí y nos quedamos mirándonos unos segundos a los ojos. Desvío la mirada y le guío
hasta el apartamento. Una vez allí le ayudo a tumbarse en el sofá. El esfuerzo de mantener el
equilibrio parece haber terminado con él, porque vuelve a cerrar los ojos. Estoy tentada de
dejarle tal y como está, ya me ha costado bastante lidiar con rescatarle borracho del bar, pero no
puedo hacerlo porque tumbado de esa forma en el sofá parece muy desvalido. Con suavidad para
no despertarlo, le quito las botas y le cubro con una sábana. Y, entonces, le miro como no puedo
hacer normalmente porque entonces él lo interpretaría como que quiero hablar. Pero ahora que
está inconsciente puedo fijarme en todos los pequeños detalles. Tengo que reconocer que es el
tipo de hombre que vuelve locas a las mujeres, como salido de una portada de novela romántica,
todo músculo y rasgos varoniles. Pero no es eso en lo que me fijo, sino en las cicatrices que
marcan su piel, algunas cubiertas por tatuajes, otras demasiado abiertas todavía. Son las cicatrices
que me hablan del hombre que no conozco, del héroe de guerra, del buen amigo, del buen
compañero. Siempre que pensaba en él lo hacía como en alguien lejano, solo una imagen en una
fotografía vieja, sin más características que haberme abandonado. Pero desde que llegó recibo
esbozos de su vida que trastocan mis recuerdos y mis sentimientos de una forma que me perturba
demasiado; por lo que salgo corriendo del salón y me refugio en mi habitación, deseando que
Tommy vuelva pronto de su turno y no sienta que estoy sola con Jay.

Han pasado un par de horas cuando me despiertan sus gritos. Corro al salón. Jay está sudando
y temblando, y cuando abre los ojos no me mira a mí sino a algún lugar muy lejano.
—¿Qué ha pasado?
—Nada, solo era una pesadilla. ¿Qué hago aquí?
—Te recogí en el bar. Estabas borracho.
Mi tono es acusador y veo la vergüenza en sus ojos.
—Lo lamento.
Respiro hondo. Una parte de mí quiere irse y no quedarse aquí, donde todo es demasiado
íntimo. Sin embargo, he leído mucho miedo en sus ojos y no puedo dejarlo pasar. Por ello me
siento en una silla cercana y comento sin tapujos:
—Tommy me dijo que hoy era el día del aniversario del día que dejaste el ejército.
—Siempre hablo de más cuando bebo —maldice.
—Entonces deberías plantearte no beber tanto —ironizo, porque es lo único que sé hacer
cuando estoy con él.
—No es tan fácil.
Sus ojos se clavan en los míos y el horror que leo en sus ojos me conmueve. Salgo de la
habitación y vuelvo poco después con un vaso de agua. Se lo ofrezco y comento:
—Te irá bien después de la pesadilla.
Él lo toma e ironiza:
—Una copa iría mejor para calmarme.
—Pensé que estabas intentando dejarlo.
—Intentando no es lo mismo que consiguiéndolo —se defiende.
—No voy a darte una copa.
—Lo sé.
En su tono hay tanta protesta como agradecimiento. Ahora que me fijo, sus ojos tienen la
misma forma de crisparse a la vez que su boca se frunce igual que lo hace la mía. Tiemblo.
Aunque odio que nos parezcamos, una parte de mí también lo desea, como si en ese desconocido
pudiera encontrar a mi padre. Me siento a su lado y me intereso:
—¿Por qué has gritado?
—Ya te lo he dicho, era una pesadilla.
Suspiro. Sería un buen momento para dejarlo correr, pero algo se remueve en mi interior y me
incita a preguntarle:
—¿Quieres explicármelo?
—No es agradable.
—Eso ya lo supongo. Pero quiero saberlo de todos modos.
Me mira sorprendido, toma aire y aprieta las manos con fuerza antes de comenzar a hablar.
—Es la última batalla. Siempre se repiten las mismas imágenes, como en una película que no
puedo borrar.
—¿Fue la batalla en la que te hirieron?
—Sí, pero no sueño con eso, sino con mis compañeros. En sus cuerpos destrozados sobre la
arena del desierto. —Mi boca se abre, pero enmudezco, y él se disculpa—: Lo lamento, no he
debido contártelo.
—Como he dicho, he sido yo la que quería saberlo. ¿Murieron muchos?
—Demasiados.
—¿Eran amigos tuyos? —tartamudeo.
—Eran mi familia —contesta en un sonido casi inaudible, con la voz quebrada que se clava en
mi corazón—. Y no dejo de pensar por qué yo me salvé y ellos no. Algunos de ellos tenían quién
les esperara en casa y eran mucho mejores personas que yo. Pero el fuego de las bombas les
desgarró mientras yo solo sufría una herida de bala.
—Estuviste muy grave —le contradigo—. No deberías sentirte culpable por haber
sobrevivido.
—Pues lo hago, cada día, cada noche, y no sé cómo evitarlo. Lo que más recuerdo es la arena.
Cubría mis ojos en una neblina que me impedía a mis compañeros. Solo podía escuchar sus gritos
entre el zumbido que la bomba había dejado en mis oídos. Quería moverme, hacer algo, pero no
podía, no tenía fuerzas. Había sangre en mi rostro, en mi cuerpo, y la mayoría no era mía, sino de
mi compañero, mi amigo. Él estaba con el cuerpo destrozado muy cerca de mí, pero cuando traté
de alargar la mano mi brazo no respondía y mis piernas no me permitían levantarme. No sé cuánto
tiempo estuve allí, en mitad de aquella nube de devastación de arena, sangre y sudor. Cuando los
gritos cesaron supe que estaba solo, que no había más supervivientes. No los veía, pero lo
presentía. En algún momento cerré los ojos, cuando volví a abrirlos, para mí habían pasado solos
unos minutos, pero había estado tres días inconsciente. Me dijeron que era afortunado, que otro
comando me había rescatado, que era el único de mi unidad que había sobrevivido. También
hablaron de mis lesiones y de que iban a trasladarme. No los escuché, mi mente seguía en mis
compañeros, muertos a mi lado sin que pudiera hacer nada por ellos. Durante días me dieron
medicación para calmar mi dolor, pero yo sabía que algo se había roto dentro de mí además de las
heridas físicas. Me dijeron que era afortunado por haber sobrevivido, pero yo solo sentía que
seguía en aquel desierto, rodeado por la sangre de mis compañeros. Hubo operaciones, reposo, y
luego me licencié. De nuevo, me dijeron que era afortunado, que la cirugía había funcionado y que
podía empezar una nueva vida. Pero yo seguía atrapado en aquel desierto. Por la noche me
despertaba por las pesadillas, de día no podía concentrarme en nada que no fuera la explosión.
Era como si me estuviera ahogándome en todos aquellos recuerdos y sufrimiento. Visité a las
familias de mis compañeros, pero eso solo me hizo sentir mucho peor. Ellos tenían quién les
esperara, lo justo era que hubieran sobrevivido y no yo. Después de la última visita terminé de
romperme. Paré en un bar, pedí una cerveza, y luego otra, y luego me pasé al whisky. Y por
primera vez desde que había dejado el ejército encontré algo de paz. Pero no era real, porque a la
mañana siguiente volví a sentirme mal. Y volví al bar, y luego a otro, hasta que Will me encontró y
me dijo que tenía que parar. Pero es difícil, muy difícil.
Sus ojos se humedecen y coloca la cabeza entre las manos, como si estuviera a punto de
echarse a llorar. Le miro impotente y comprendo cómo se debió sentir salvándose mientras otros
no lo hacían. Por unos segundos puedo imaginar la sangre sobre los cuerpos de sus amigos, de la
gente que él consideraba su familia. El dolor recorre mi cuerpo y hace que ardan mis pulmones,
ahogándome. Entonces, por primera vez y antes de poder pensar en la trascendencia de ella, apoyo
mi mano sobre su hombro y susurro:
—Lo lamento mucho.
Él no me mira, pero apoya su mano sobre la mía y musita:
—Gracias.
Permanecemos así, conmocionados los dos, varios minutos. Después le suelto lentamente y
sugiero:
—Deberías tratar de dormir un poco. Estaré en mi habitación si me necesitas, es la primera a
la derecha en el pasillo.
—No voy a beber —afirma.
—Esconderé el alcohol por si acaso, aunque solo tenemos cerveza —incido.
—Eso no me hubiera detenido en otra ocasión. Hubiera ido a buscarlo a cualquier sitio —
reconoce—. Pero como has dicho, tengo que intentarlo con más fuerza.
Me muerdo el labio. No sé si creérmelo, pero no voy a discutir la noche que está destrozado y
con el alcohol todavía afectándole, por lo que me limito a despedirme:
—Buenas noches, Jay.
—Buenas noches, Violeta.
Me arrastro a mi habitación y echo de menos la presencia de Tommy en ella, ya que su abrazo
me relajaría. El dolor de Jay se ha extendido hacia mí y no sé cómo puedo quitarme esta
sensación. Me repito que no quiero cuidarle ni estar para él porque él no lo hizo por mí cuando
era pequeña, pero es difícil de aplicarlo cuando le veo tan conmocionado por sus recuerdos de la
guerra. Froto mis ojos cansados y trato de conciliar el sueño, pero no puedo porque no dejo de
hacerme muchas preguntas. Jay me daría las respuestas, por eso vino a buscarme, pero no sé si
estoy preparada para ello. Las necesito desesperadamente tanto como protegerme. Me costó
mucho tiempo encontrar el equilibrio y no sé si puedo arriesgarme a perderlo. Respiro hondo. No
voy a poder ignorar esto mucho tiempo, pero antes de tomar cualquier decisión debo asegurarme
de que no me hunda por el camino. Porque, aunque esta noche me dé lástima, sigue siendo el padre
alcohólico que me abandonó sin mirar atrás. Entonces recuerdo que le he dicho que escondería el
alcohol, me levanto y me dirijo a la nevera. Oculto todas las latas sin hacer ruido y regreso a mi
habitación, aunque dudo mucho que pueda conciliar el sueño.
NATE

En la actualidad

Llego a casa nervioso. Abro con cuidado la puerta y observo a Jay, que está durmiendo en el
sofá. Parece que está bien, pero él no es el único que me preocupa y no puedo evitar la tentación
de acercarme a la habitación de Violeta para ver cómo se encuentra. Su puerta está abierta y
observo que está sentada, mirando al infinito con el gesto de estar sumida en una profunda
reflexión. Me apoyo en el marco de la puerta hasta que Violeta advierte mi presencia y susurra:
—Nate, ¿qué haces aquí? Es muy temprano…
—Tommy me llamó. Lamento no haber escuchado antes los mensajes, estaba sin cobertura.
Violeta entrecierra los ojos.
—No importa, ya está solucionado, al menos por esta noche. No hacía falta que vinieras…
—Que Jay esté bien en el sofá podía imaginarlo, pero no como estabas tú, por eso tenía que
venir —aclaro. Violeta suspira hondo y yo señalo la cama—: ¿Puedo?
—Claro.
Me siento a su lado y trato de buscar las palabras adecuadas, pero al final solo soy capaz de
preguntar:
—¿Cómo estás?
Se encoje de hombros.
—Bien.
—¿Seguro?
Aprieta los puños.
—Ha sido una mala noche, eso es todo.
—Mañana puedo hablar con Jay —propongo.
—¿Y qué vas a decirle? ¿Qué deje de beber en general y en el bar donde trabaja Tommy en
particular? No te hará caso…
—Podría intentar que fuera a terapia, lo hablaré con Will. Seguro que conoce más compañeros
combatientes con el mismo problema.
—Tu jefe solo ve en Jay al héroe que le salvó, no le pedirá que vaya a terapia —mascullo.
—Eso no es justo, nadie ve mejor que Will el alcoholismo de Jay o sus defectos. Pero es
lógico que le esté agradecido. Te guste o no, le salvó la vida.
Violeta sacude con fuerza la cabeza.
—¿Por qué siempre defiendes a Jay?
La observo en silencio varios segundos, entre sorprendido y preocupado por la rabia que a
veces reflejan sus ojos, no solo contra su padre sino contra mí. Intento tomarla de la mano, pero
ella se aparta. La miro más atentamente y deduzco por su mirada brillante que ha estado llorando.
De nuevo intento tomarla de la mano y esta vez no me rechaza.
—Violeta, no te enfades conmigo, solo intento hacer lo que considero correcto, pero tú
siempre eres mi prioridad. Solo que es difícil para mí odiar a Jay porque convivo a diario en el
trabajo con él y Will me contado lo mucho que ha sufrido.
Violeta clava su mirada en la mía. Parpadea para retener las lágrimas que de nuevo quieren
volver a salir y susurra:
—Lo sé, pero es difícil. Solo querría que se fuera y poder intentar olvidar, no tener que pensar
más en ello.
Su dolor me provoca un nudo en la garganta, pero finalmente incido con la verdad:
—Me temo que eso no va a suceder. Tendremos que encontrar la forma de…
—No quiero hablar de ello —me interrumpe.
Suspiro, exasperado. Desde que Jay volvió tiene las defensas alzadas y no sé cómo hacerlas
caer y llegar a ella. Por ello insisto:
—¿No confías en mí?
—Claro que confío en ti. Es solo que…
—Prefieres hablarlo con Tommy.
Violeta suspira con frustración:
—¿Por qué siempre tienes que hacer de todo lo que pasa en nuestra vida una competición con
tu hermano?
Bajo la cabeza, avergonzado. A veces, solo a veces, no veo en Tommy a mi hermano y mi
mejor amigo, sino a quién que me separa de Violeta. O quizá no es así e incluso si él no estuviera
ella tampoco querría una relación conmigo o con nadie. Sea como sea, Violeta no comprende lo
que implica para mí compartirla con mi hermano en una amistad que nunca termina de saciar el
fuego de mi interior. Y por ello he vuelto en cuanto he recibido el mensaje de Tommy, no quiero
que sea él quien la apoye en eso, quiero ser yo. Puedo conseguir seducirla, pero pierdo el poder
ante Tommy cuando se trata de llegar a lo que oculta en su mente y su corazón. Y estoy harto de
eso, pero no me la ganaré peleando y me disculpo:
—Lo siento…
—No pasa nada. Solo que no tengo ganas de hablar. Ni tampoco me parece justo inmiscuirte
en mis problemas con Jay.
—No me importa y, además, quiero ayudar —digo atrayéndola hacia mí. Ella deja caer su
rostro sobre mi hombro y abrazo con suavidad su espalda. Puedo sentirla temblar ligeramente y
llorar en silencio con lágrimas que solo detecto cuando mojan mi camiseta. La dejo desahogarse y,
cuando está más calmada, añado—: Tú solo dime cómo puedo hacerlo.
—No lo sé —reconoce—. No quiero a Jay en mi vida, pero él insiste en ello.
—¿Y estás segura de que no quieres darle una oportunidad, aunque solo sea de explicarse?
Sacude la cabeza, confusa.
—Nuestra relación padre-hija no puede funcionar, han pasado demasiados años y me ha hecho
demasiado daño.
Su voz se quiebra y le aclaro:
—En ese caso, intentaré alejarle de ti, odio que algo o alguien te haga daño.
—Es imposible, como tú has dicho trabaja contigo y es el mejor amigo de tu jefe.
Las palabras brotan con rapidez de mis labios.
—Puedo cambiar de trabajo…
Me mira atónita.
—¡No puedes hacer eso! Te encanta trabajar ahí.
—Sí —reconozco—, pero prefiero que tú estés bien.
Suspira, confundida.
—¿Por qué siempre eres tan protector conmigo?
—Ya lo sabes.
No dice nada y, una vez más, me siento vulnerable y me pregunto si Violeta se da cuenta de
mis sentimientos y finge que no lo hace para no volver a hablar del pacto. Y, si ella lo hace, quizá
también Tommy también lo advierte. Aprieto la mandíbula. A veces soy yo el que temo que Tommy
adivinará lo que sucedió entre nosotros y que no fui capaz de hacer lo que él esperaba que yo
hiciera. Y no sé si eso me preocupa tanto como el hecho de que Violeta no me lo perdonaría si
sucediera. La idea me provoca un escalofrío en la espina dorsal y propongo:
—Deberías tratar de dormir un poco. ¿Quieres que te prepare algo caliente para beber?
—No quiero nada, pero tienes razón, trataré de dormir, estoy agotada.
—¿Quieres que me quede contigo un rato más?
Duda unos segundos, pero finalmente responde como me temía:
—Será mejor que no. Nos vemos mañana.
—Como prefieras. Mañana me encargaré de Jay, si quieres no tienes ni que verlo.
—No, yo lo he traído y yo le llevaré a casa de Will. Así podré dejarle claro que no quiero que
esto se repita.
—Puedo acompañarte…
—No, esto tengo que hacerlo sola.
—¿Estás segura?
—Sí, pero gracias por ofrecerte.
—Si cambias de idea, dímelo, ¿de acuerdo?
Asiente con la cabeza y me levanto de la cama. Me gustaría abrazarla, pero en su lugar le doy
un suave beso en la frente y salgo de la habitación, más frustrado de lo que estaba antes de entrar
por no haber podido ayudarla.
VIOLETA

En la actualidad

Me levanto pronto después de haber dormido poco y mal. Me dirijo al salón, donde Jay sigue
dormido. También lo están Nate y Tommy. Con cuidado, cierro las puertas de sus habitaciones
para que no se despierten y me dirijo al baño. Cuando la ducha consigue despertar mis aletargados
sentidos, me seco, vuelvo a mi dormitorio y elijo un vestido cómodo. Me dirijo al salón de nuevo
y esta vez Jay ya está despierto. Se levanta en cuanto me ve. Sin acercarme mucho pregunto:
—¿Cómo te encuentras?
—Con resaca. Y con la mente echa en un borrón de gran parte de lo que pasó anoche. Nada
que no me tenga merecido. Lamento mucho que tuvieras que recogerme en ese estado —confiesa.
Sacudo la cabeza, no quiero pensar en él borracho en el bar. Trato de centrarme en lo que
haría si fuera uno de mis pacientes y propongo:
—Te daré algo para el dolor.
—Gracias. Y también por venir anoche cuando tuve la pesadilla. Fuiste muy amable. Siempre
bebo después de una de ellas, pero hablar contigo hizo que no lo necesitara.
Maldigo en mi interior que eso no lo haya olvidado. No quiero que me vea como su salvadora,
ni recordar la intimidad que se creó anoche. A la luz del sol todo es más complicado, demasiado
complicado.
—Te prepararé algo de desayunar y luego te llevaré a casa de Will.
—No tengo hambre, pero puedo esperar a…
—Yo tampoco tengo hambre. Cogeré las llaves del coche. Y, por cierto, necesitas recuperar tu
teléfono.
—Está en casa de Will. No quería que nadie me localizara y me lo dejé allí expresamente.
Estoy a punto de decirle que, si eso es cierto, no debería haber ido al bar en el que trabaja mi
mejor amigo, y entonces me doy cuenta que sí quería ser localizado, pero solo por mí. Me
pregunto si lo hizo para manipularme, pero leo en sus ojos que simplemente estaba desesperado y
quería verme. Y aunque yo no quiera verle a él ni ser la respuesta a sus problemas, no puedo
evitar preguntar:
—¿Te encuentras mejor hoy?
Mis ojos se clavan en los suyos y él contesta con una triste sinceridad y la mirada perdida:
—No demasiado, pero te prometo que no recibirás ninguna llamada más para recogerme
porque esté borracho.
Mi corazón se aprieta.
—Jay, no soy una experta, pero en el hospital a veces pasan ex combatientes. Comprendo que
el nivel de estrés que acumulas después de haber estado tanto tiempo en guerra es elevado, pero
deberías dejar de sentirte culpable por eso.
—No es lo único por lo que me siento culpable. Y acerca de eso… Violeta, yo…
Suspiro. Esta es la parte de conversación a la que no quiero llegar, y por eso le interrumpo con
la voz rota, explicándole lo que he estado dando vueltas desde que me he despertado:
—Jay, anoche te ayudé, pero vamos a dejar las cosas como estaban. Hasta hace poco ni
siquiera creía que pudiera volver a verte y ahora no puedo estar para ti, para resolver tus miedos
o tu confusión. Comprendo que lo que te sucedió en el ejército fue muy difícil, que has pasado por
cosas horribles y eso te ha llevado a tu estado actual. Pero yo no puedo ser la que te ayude en lo
que sea que te sucede. Lo siento, pero me pasé años tratando de ayudar a mi madre y no funcionó,
no puedo volver a pasar por eso y menos contigo. No puedo…
Traga saliva y su mirada se vuelve más oscura.
—Lamento haberte dejado sola con tu madre y, tienes razón, es injusto que te involucre. No
volveré a hacerlo y me disculpo de nuevo por haber ido al bar de tu amigo.
Se hace un silencio eterno y finalmente aclaro:
—Independiente de lo que haya o no haya entre nosotros, odio ver a cualquier persona
autodestruyéndose. Hay muchos otros que han pasado por experiencias similares. Deberías buscar
ayuda en ellos y no tratar de ahogar tus problemas en una botella.
Sus ojos me escudriñan:
—¿Quieres que vaya a Alcohólicos Anónimos? ¿Te gustaría eso?
—Quiero que hagas lo que sea que necesites. Pero no por mí, sino por ti. Porque incluso
aunque te rehabilites, dudo que podamos formar parte el uno de la vida del otro.
—Comprendo…
Tiembla y sus ojos brillan como si quisiera echarse a llorar. Mi corazón se parte, pero es la
verdad. No puedo hacerle promesas cuando ni siquiera sé lo que quiero. Incapaz de soportarlo,
susurro:
—Deberíamos salir. Iré a por mi bolso.
—Está bien. Te espero.
No nos miramos y me dirijo a mi habitación con el corazón palpitando de dolor. Cuando
regreso, Jay está esperándome. Ha doblado la sábana con la que lo cubrí y me dice:
—Gracias.
No contesto, su agradecimiento constante después de lo que le he dicho es otra de las cosas
que me pone nerviosa. Tomo la sábana, la llevo al cesto de la ropa sucia y, cuando regreso al
salón, le indico que me siga. Una vez en el coche, no enciendo la música para que la cabeza no le
duela más y realizamos el viaje en silencio. Cuando llegamos al apartamento de Will apago el
motor y observo como sale del coche después de darme nuevamente las gracias. Camina cabizbajo
y temo que de nuevo vuelva a buscar consuelo en la botella. Porque, aunque no pueda decírselo,
una parte de mí se sentiría culpable por ello.
NATE

En la actualidad

He pasado todo el día preocupado por Jay, hasta que he recibido un mensaje suyo para que me
reúna con él en un bar. Cuando llego, su mirada anhelante destaca entre la multitud. Me acerco a él
y lo primero que observo es que no tiene su acostumbrada cerveza en la mesa, sino un refresco.
No comento nada y me siento a su lado, algo inquieto por lo que pueda decirme. Pido otro
refresco y le dejo que comience a hablar primero.
—¿Te ha contado Violeta lo que sucedió anoche?
Asiento y me muerdo el labio inferior. Estar entre ellos dos no es algo que me resulte fácil,
pero no dejaré a Violeta sola en esto. Y tampoco quiero hacerlo con Jay. Hubo un tiempo que creí
que tras él solo había resentimiento y mal humor, pero ahora veo mucho más. Por ello confieso:
—Está preocupada por ti.
Jay exhala con lentitud, toma un sorbo de su bebida, espera que la camarera me sirva la mía y
comenta:
—No debería estarlo. Ni tampoco protegerme como hizo anoche. Se supone que eso me
corresponde a mí.
—Ahora mismo eres tú el que necesita ayuda.
—Violeta me ha dicho lo mismo esta mañana. Es una chica tan increíble… Todavía más
porque ni su madre ni yo ayudamos en nada a que lo fuera, más bien al contrario. Por eso, cuando
estoy con ella quiero ser el padre que debí ser, darle mi mejor “yo” posible. No al que tiene que
recoger borracho en un bar. Se supone que debería estar convenciéndola de que me dé una
oportunidad, pero solo lo estropeo más cada día que pasa.
—¿Y me has llamado porque crees que yo puedo ayudarte con eso?
—En parte, sí. —Jay me mira y su voz entremezcla la súplica y amargura al pedirme—:
Tienes que hablar con ella.
—No sé si es buena idea —deniego—. Desde que llegaste Violeta está mal, no puedo
consentir que la sigas haciendo infeliz.
—Si me escuchara, todo podría cambiar —insiste.
—¿Estás seguro de eso?
Jay maldice entre dientes y algo me dice que no será la última vez que mantengamos esta
discusión.
—Sí. Si me perdona, podré demostrarle que he cambiado y empezar de cero.
Sonrío con tristeza.
—El problema es que no lo has hecho. Violeta vivió un infierno a causa del alcoholismo de su
madre y anoche tuvo que recogerte a ti borracho de un bar. ¿Y aun así hablas de cambio?
Arquea una ceja.
—Creí que querías que me diera una oportunidad.
—Sí, pero anoche cuando llegué al apartamento y hablé con ella me di cuenta que eso solo os
causará dolor a ambos. —Su rostro se quiebra. Sé que sus sentimientos por Violeta son sinceros,
pero no puedo quitarme de la cabeza la imagen de ella llorando anoche, y añado—: Jay, estoy
seguro de que tienes buena intención, pero no estás preparado para acercarte a ella y yo no puedo
ayudarte si creo que le harás daño.
—La quieres mucho, ¿verdad?
Su afirmación me descoloca.
—Es mi mejor amiga.
—Entonces la conoces mucho mejor que yo. Supongo que tienes razón, nunca he sido lo
bastante bueno para ella y nunca lo seré.
Su tristeza me conmueve y trato de suavizar la situación:
—No es eso. Es solo que Violeta está dolida y no creo que olvide fácilmente. Ha pasado
muchos años sin padre…
—Sí, y siempre me recordará que fue mi elección. Pero era joven y estaba asustado. Creí que
huir solucionaría mis problemas, que en el ejército me haría un tipo duro que sabría cómo
enfrentar todo. Me equivoqué.
Se hace un tenso silencio. Finalmente, me atrevo a decir:
—¿Puedo decirte algo en confianza?
—Sí, claro.
—No voy a juzgar lo que hiciste entonces, pero sí que ahora cada vez que algo no sale como
esperas vayas en busca de una botella. Cada copa te aleja más de Violeta, ¿entiendes eso?
—Lo hago, por eso te he hecho venir, además de para pedirte que hablaras con ella.
Nos miramos en silencio durante un largo momento antes de me atreva a preguntarle:
—¿Qué es lo que quieres?
En lugar de responderme, me muestra un folleto. Yo lo estudio unos segundos.
—¿Estás seguro?
—Me lo dio Will cuando comencé a vivir con él. Lo he pensado muchas veces, pero siempre
me decía a mí mismo que no lo necesitaba. Después de lo de anoche, está claro que sí. No voy a
volver a hacer pasar a Violeta por lo mismo.
Respiro aliviado. El primer paso para recuperarse es reconocerlo y parece que Jay ya ha
llegado a ese punto. Una idea asoma a mi mente:
—¿Quieres que te acompañe a la reunión?
—Sí. Si estuviera Will, se lo pediría a él. Pero eres al único al que le tengo confianza aparte
de él. Es injusto que te lo pida, pero estoy desesperado. Sé distinguir un buen chico cuando lo veo
y tú lo eres, por eso te lo suplico. Nate, me gustaría decirte que puedo hacerlo solo. Pero me es
más fácil liderar una batalla con un arma en la mano que ir a esas reuniones. Al menos, la primera
vez, para asegurarme que paso de la puerta.
Su súplica me conmueve, también la profundidad de su mirada. Por ello le aseguro:
—Iré contigo y no solo a una reunión. Nadie debería enfrentarse solo a sus demonios. Me
aseguraré de que entras y te esperaré a la salida.
Una sonrisa asoma a su rostro.
—Como he dicho, eres un buen chico. Me alegra que Violeta te tenga como amigo.
Al nombrar a Violeta su voz tiembla y sugiero:
—Si estás sobrio, será más fácil para ella aceptar que has cambiado y darte esa oportunidad.
—Lo sé. Además, lo necesito. Estoy agotado. No duermo bien, las pesadillas me enloquecen y,
cada vez que siento que he ahogado algo del dolor en el alcohol, a la mañana siguiente me siento
peor. Ya no reconozco al hombre que miro en el espejo.
Aprieta los puños, que tiemblan, y yo cubro mi mano sobre uno de ellos.
—No conozco al hombre que eras antes. Pero puedes volver a serlo, o incluso mejor.
—Necesito encontrarme. Si yo dejo de ser un extraño para mí mismo, quizá lo sea para
Violeta.
La lástima se apodera de mí.
—Está dolida. Fueron muchos años difíciles. Pero las cosas pueden cambiar y las personas
verse bajo un prisma diferente. Quiero que Violeta tenga un padre y voy a ayudarte a conseguirlo.
Lidiaste con muchas cosas en la guerra, pero no lo hiciste solo. Tenías a tu batallón. Ahora yo
lucharé a tu lado.
La emoción se traba en mi garganta y permanecemos en silencio largo rato, hasta que él
susurra:
—Tu padre debe estar muy orgulloso de ti.
—Murió cuando yo era pequeño —susurro.
—Lo lamento.
—Gracias, pero fue hace mucho tiempo.
Respiro hondo. Hablar de mi padre no es uno de mis temas favoritos, me lleva a pensar en mi
madre y mi padrastro; y no es algo que me apetezca comentar con Jay, él ya tiene bastantes
problemas como para sumarle los míos. Jay parece darse cuenta de ello por mi expresión y
comenta:
—Hoy hay una reunión.
—Entonces, estaremos allí.
—No se lo digas a Violeta —me pide.
—Tengo que hacerlo —le contradigo—. No puedo ocultarle algo así. No es la forma en la que
funciona nuestra amistad.
Jay se retuerce en la silla, con una mirada culpable en sus ojos.
—Tienes razón. Solo es que tengo miedo que…
—Violeta jamás me prohibiría que fuera contigo. Lo que pasó con su madre y contigo le
rompió el corazón y ahora tiene miedo. Pero estoy seguro de que estará contenta de tu decisión y
de que yo esté involucrado.
—Tiene mucha suerte de contar contigo.
—Yo soy el afortunado. A veces me aterroriza perderla.
Mi confesión me sorprende por lo rápida que se me ha escapado de mi boca, sin embargo, Jay
parece comprenderlo y confiesa a su vez:
—A mí me aterroriza no llegar a estar nunca en su vida.
Intercambiamos una sonrisa cómplice y propongo:
—Será mejor que salgamos. Quedamos en casa de Will media hora antes de que empiece. ¿Te
parece bien?
—Sí, perfecto, muchas gracias.
Sonrió y palmeo su espalda:
—Está bien. Ahora volveré al apartamento y hablaré con Violeta. Nos vemos después.
Él asiente y dejo el local, preocupado por si podrá cumplir su promesa y si estará en el
apartamento cuando pase a buscarle. Pero he visto en su mirada que lo que sucedió anoche con
Violeta le ha afectado y quizá ha sido lo que necesitaba para comenzar el camino correcto.
Respiro hondo y me pongo a pensar cómo voy a explicárselo a Violeta.
VIOLETA

En la actualidad

Normalmente, me gusta cuando Tommy o Nate llegan a casa. No soy una fan de la soledad,
quizá porque ya tuve mucho de ella en mi infancia o aquel verano que ellos se marcharon. Pero he
tenido un día difícil en el trabajo y, cuando Nate entra en el apartamento y alzo la mirada, intuyo
que todo va a complicarse más. Se acerca a mí y se sienta a mi lado en el sofá en el que he estado
leyendo.
—¿Podemos hablar?
—Claro. ¿Qué sucede?
Nate respira hondo y toma mi mano, lo cual significa que es importante. Él sabe que entre
nosotros hay demasiado fuego para el contacto, incluso solo por cariño, y por eso lo evita. Pero
hoy desdibuja las barreras y su voz es ronca cuando comienza a explicarme lo sucedido con Jay. A
cada palabra, una mezcla extraña de sentimientos se apodera de mí. Dolor, celos, enfado. Mi vida
está llena de recuerdos malos que Jay provocó, decisiones que tomó que nos distanciaron para
siempre. Y ahora Nate está de su parte. Respiro hondo pero las palabras se ahogan en mi garganta
durante largo rato, hasta que por fin logro decir en un susurro:
—¿Cómo puedes hacerme esto?
—¿Estás enfadada conmigo porque voy a acompañar a Jay?
—Sí, claro que sí. ¿Cómo puedes ayudarle?
Nate frunce el ceño y permanece en silencio un largo rato hasta que responde:
—Porque es lo correcto.
—¿Lo correcto? ¿Y qué es eso? Él me abandonó, ¿fue eso correcto?
—Violeta…
—No —le interrumpo—. Nate, si solo pienso en Jay como un héroe de guerra enfrentándose a
su alcoholismo, yo misma le acompañaría. Pero es mucho más. Mi madre se quedó rota cuando él
la abandonó. Y el resto ya lo sabes. Por eso no entiendo por qué tienes que convertir su problema
en el tuyo. Por mucho que Will te pidiera que le ayudaras…
—No es por Will. —Lo interrogo con la mirada y él confiesa—: Lo fue, al principio. Pero
ahora es mucho más. Me da lástima y además creo que, si él está bien, te ayudará a que tú puedas
estarlo también.
—¿De qué estás hablando?
—De que yo daría lo que fuera porque mi madre recapacitara sobre Tommy y yo.
—Nuestras situaciones son muy diferentes.
—¿Lo son? Es cierto, ella no nos abandonó, pero desde que se casó con ese capullo nos dejó
de lado. Por eso estábamos todas las noches en esa azotea, huíamos de él como tú de tu abuela.
Violeta, ya conoces nuestra historia, me he pasado media vida queriendo estampar mi puño en el
estúpido rostro de mi padrastro. Y también preguntarle a mi madre cómo pudo dejar que nos
maltratara. Todos y cada uno de los días de nuestra infancia y adolescencia transcurrieron bajo sus
ojos desaprobadores, sus gritos, a veces sus golpes. Ni siquiera el hecho de que Tommy jamás se
metiera en problemas como hacía yo era suficiente para él y, por tanto, para ella. Nos sentíamos
tratados como una carga, no como hijos. Y cuando nos fuimos de casa, ella siguió eligiéndole a él.
Se supone que las madres aman incondicionalmente a sus hijos, la nuestra solo tenía ojos para su
nuevo marido. Y los sigue teniendo. No nos llama, no nos visita ni nos invita a su casa y, si ya
éramos casi extraños cuando vivíamos con ella, ahora lo somos completamente.
Me remuevo en el asiento, incómoda.
—Lo sé, y eso me entristece mucho por vosotros, pero no entiendo qué tiene que ver con Jay.
—Porque daría lo que fuera porque ella se diera cuenta de su error y nos llamara para pedir
perdón y decirnos que quiere estar en nuestras vidas.
Sacudo con fuerza la cabeza.
—¿Y ya está? ¿Eso borraría todos los años que pasasteis mal por culpa de ella y de vuestro
padrastro?
Deniega lentamente con la cabeza.
—Nada borra el pasado. Pero podría mejorar el futuro.
Se hace un largo silencio.
—No puedo pensar en un futuro con Jay cuando anoche tuve que recogerlo borracho del bar.
—Por eso debe ir a las reuniones de Alcohólicos Anónimos.
Mi corazón se aprieta y suplico de nuevo:
—Nate, por favor… Encuentra a alguien que lo haga en tu lugar. Eres mi mejor amigo, si estás
tan involucrado en su vida, él lo estará más en la mía y no sé si puedo afrontarlo.
Leo la decepción en sus ojos, lo cual hace que todavía duela más.
—No hay nadie más. Will está en el hospital y no conoce a nadie más aquí. Lo siento, no
puedo dejarle. Y creí que lo entenderías. Violeta, deberías ver esto con más perspectiva. Tu padre
tomó malas decisiones, pero no todo lo que le pasó a tu madre fue culpa de él. Ella tomó la
elección de no ser capaz de seguir sin él, de tomar el camino de las drogas y el alcohol. No es tu
responsabilidad. Ni debería alejarte de tu padre para el resto de tu vida.
Sus palabras se clavan en mi corazón como un cuchillo. Lo que dice de mi madre es cierto,
pero asumirlo y enfrentarme a lo que eso supone es diferente.
—Era mi madre.
—Lo sé. Y lamento mucho que no pudiera sobreponerse a que Jay la abandonara. Estoy seguro
de que estaría orgullosa de todo lo que has conseguido tú sola. Jay lo está. Deberías escuchar
cómo le habla de ti a los clientes. Cree que eres inteligente, brillante y nunca vi a un hombre más
arrepentido por algo de lo que está él. Y, créeme que he visto a muchos hombres arrepentidos
pasar por la tienda.
—El arrepentimiento no es suficiente.
Nate sacude la cabeza, entre enfadado y apesadumbrado.
—No te entiendo, Violeta. Eres mi amiga y odio decepcionarte. Pero tengo que acompañarle a
esa reunión, es lo correcto.
Las lágrimas quieren salir a mis ojos, pero las reprimo. Me siento mal y sus palabras
empeoran mi culpabilidad. Le lanzo una mirada de reproche por hacerme sentir así y él trata de
acariciar mi mejilla, pero no se lo permito.
—Vete si quieres, pero no esperes que lo apruebe —susurra.
—Violeta, por favor… Haría cualquier cosa por ti, pero…
Inhaló profundamente.
—Nunca te pido nada. Pero esto sí. Por favor, quédate conmigo, no vayas a esa reunión. No le
metas más en mi vida.
—Lo siento. No sabes cuánto. Porque no puedo dejar a Jay solo en esto y estoy seguro de que
en cuanto se te pase el enfado me darás la razón.
—No lo haré.
—No quiero discutir contigo sobre esto…
—Y yo no le quiero a él en mi vida.
—Estás siendo irracional.
Cierro los ojos con fuerza. Necesito serenarme, pero no lo consigo y, finalmente, le grito:
—¡Vete si tanto lo deseas!
—Escúchame…
—¡He dicho que te vayas! —grito.
Nate me observa unos segundos, visiblemente enfadado también, pero ya no dice nada más ni
intenta volver a acariciarme. Solo se levanta y se marcha del apartamento, sin girarse ni darse
cuenta que gruesos lagrimones caen por mis mejillas.

***

He perdido la noción del tiempo que llevo en la azotea cuando escucho unos pasos. Son de
Tommy y deduzco por su mirada que ha hablado con Nate. Le miro cohibida, temiendo que él
también me haga sentir lo mala que soy por no querer ocuparme de Jay. Pero su tono es suave al
decir:
—Te he llamado, pero no me has contestado y he imaginado que te encontraría aquí.
Su mano se posa sobre la mía y siento que podría deshacerme bajo su suave toque.
—Violeta, deja esa botella y ven conmigo al apartamento.
No quiero, porque intentará animarme y solo quiero autodestruirme. Pero es Tommy y, cuando
clava su mirada en la mía, no puedo resistirme y aparto la botella, pero susurro:
—¿Podemos quedarnos aquí?
—Claro. ¿Cuánto has bebido?
—No lo suficiente.
—Tú nunca te emborrachas.
—Mis dos padres eran alcohólicos y seguro que me concibieron estando borrachos. Es mi
destino —mascullo con ironía.
—Dices eso porque estás enfadada y frustrada, no porque lo pienses. No eres alcohólica y no
vas a serlo porque tus padres lo sean.
No tengo ganas de discutir, pero deniego con la cabeza. Tommy me mira con una dulzura que
no merezco y acaricia mi mejilla. Me siento echa un desastre por estar algo bebida, con los ojos
llenos de lágrimas, y su gesto tan tierno hace que me estremezca. Dejo caer mi cabeza sobre su
pecho y sus manos acarician mi cabello y me relajan.
—No quería que Nate acompañara a Jay a una reunión de Alcohólicos Anónimos. He sido muy
cruel.
—Y por eso estás bebiendo… Te sientes mal contigo misma, pero no tienes por qué. Jay sabe
que necesitas tiempo. Y si beber no funciona para él, para ti tampoco.
Trago saliva y susurro:
—Soy patética. Y una mala persona.
—No eres nada de eso —me contradice.
—Si has venido a decirme que Nate tenía razón en nuestra pelea, ya lo sé.
—Nate me ha contado vuestra pelea, pero lo que yo creo es que ambos tenéis parte de razón
en lo que respecta a tu padre.
—Te agradeceré que le llames Jay como hago yo. Ya tengo bastante con que Nate se haya
aliado con él.
—Solo trata de ayudarte.
—Lo haría mejor si no interfiriera —replico.
Tommy me escudriña varios segundos antes de preguntar:
—¿Por qué estás tan tensa con él?
—No estoy tensa.
—Si lo estás. Nate intenta que hagas un acercamiento a tu padre, quiero decir, a Jay. Y no
deberías estar enfadada con él por eso, lo hace con buena intención.
Respiro hondo y bajo la voz para confesar:
—No estoy enfadada con él, sino conmigo. Me siento como una mala persona que está
censurando y desaprobando a un héroe de guerra. Pero es que yo solo puedo verlo como…
—Al padre que te abandonó —termina mi frase.
—Sí…
—Violeta, lo comprendo.
—Nate dice que vosotros daríais lo que fuerais si vuestra madre os pidiera perdón.
Suspira.
—Seguramente sí, pero nada es tan fácil, son muchos años de desencuentros.
—Tu padrastro es horrible —recuerdo.
—Sí, pero es peor que mi madre lo consintiera. Y todo empezó con nuestros nombres.
Arqueo una ceja y él se explica con amargura:
—Mi madre nos llamaba por nuestros diminutivos hasta después de la boda. Entonces
pasamos a ser Nathaniel y Thomas, como él quería. Ridículo, ¿no te parece?
—Jamás se me ocurriría llamaros así, no os pega nada. Es demasiado severo, más para unos
niños.
—Sí, desde luego. Supongo que era el preludio de todos los maltratos que vinieron después.
Nos miramos unos segundos y finalmente comento:
—Es un milagro que hayamos salido tan normales con los padres que hemos tenido, ¿no te
parece?
—Supongo que nos teníamos los unos a los otros y eso sirvió.
Entrelazo mi mano con la suya y corroboro:
—Tienes razón, no sé qué hubiera hecho sin vosotros.
Se hace un largo silencio, que Tommy rompe al decir:
—Jay no tiene intención de marcharse. Si vas a enfrentarlo no tienes por qué hacerlo sola.
—Claro que se marchará. Es lo único que sabe hacer.
Miro al infinito y dejo que mi frente caiga sobre su pecho. Él acaricia la parte superior de su
cabeza y susurra:
—Te ayudaré, no sé cómo, pero lo haré. Y deja de torturarte a ti misma, estoy orgulloso de ti.
Alzo mi mirada hacia él y confieso:
—Nunca he entendido por qué. Siempre has encontrado más valor en mí del que merezco.
—Eso es porque no te ves con mis ojos.
—A veces tengo miedo de decepcionarte —reconozco.
Esboza una tierna sonrisa.
—Eso es imposible. Violeta, es normal que no estés preparada para enfrentarte a Jay. Nate se
ha equivocado presionándote. —Se detiene, entre nosotros nunca nos criticamos, y enseguida
añade—: aunque lo ha hecho con la mejor intención. Solo busca que estés bien, los dos lo
hacemos.
El odio a mí misma aumenta. Tommy no es capaz ni siquiera de criticar a Nate, pero una vez
Nate y yo le traicionamos y ni siquiera tuvimos el valor de decírselo. Mi mentira me da náuseas,
sobre todo porque soy incapaz de confesarla, sé que no me lo perdonaría. Puedo afrontar muchas
cosas, pero no decepcionar a Tommy. Y no porque necesite su reconocimiento, sino porque quiero
ser la persona que él ve en mí. La que no miente, la que es fiel a sus propias reglas. El tipo de
chica que no se parece a sus padres o a su abuela. Que es buena. Pero no lo soy, aunque eso es
algo que Tommy no puede saber nunca. Él me ha dado su amistad, su apoyo, su cariño. Ha estado
orgulloso de mis logros y me ha animado a obtenerlos. Pero, ¿podría seguir haciendo todo eso si
supiera que en el fondo soy una mentirosa? ¿O me sacaría de su vida sin contemplaciones? ¿Se
quedaría conmigo si supiera como soy en realidad? Tiemblo, hoy no puedo lidiar con esto, ya
tengo bastante con lo de Jay.
Respiro hondo y tomo fuerzas para reconocerle:
—No saber cómo era mi padre siempre ha hecho que me cuestione quién soy yo. Y cuando le
veo, eso me hace preguntarme si soy cómo él. O como mi madre. Por eso quería emborracharme,
para olvidar como harían ellos.
—Violeta, eso no tiene sentido. Tú eres quién eres por ti misma. Si no quieres conocer a Jay,
no lo hagas, pero que no sea por miedo. Porque no importa qué clase de persona es él, o tu madre,
nada cambiará quién eres tú: una mujer maravillosa.
Mi corazón tiembla. Debería haber sabido que, si dejaba que Tommy me consolara con sus
ojos serenos como el mar y su voz protectora, mi coraza comenzaría a hacerse pedazos. No es la
primera vez. Siempre he sabido que es peligroso dejarle que se acerque demasiado. Con Nate
siempre ha habido un fuego físico que controlar, con Tommy es mucho peor, porque tiene una
forma de comprender y llegar a mi alma que trastoca todo. A veces, cuando estoy tan triste como
hoy, anhelo eliminar mis sentimientos reprimidos, dejar de repetirme que solo podemos ser
amigos porque el amor nunca dura. Estoy atrapada en un bucle en el que lucho por mantener mis
sentimientos bajo control. Pero Tommy no me lo pone fácil cuando el mismo chico que quiero
evitar que toque mi corazón es el que toma mis manos con una delicadeza que me hace querer
perderme en sus brazos y olvidarlo todo excepto a él durante mucho, mucho tiempo.
NATE

En la actualidad

Llego a la azotea justo para ver que el pulgar de Tommy está en la mejilla de Violeta y ambos
se están mirando de una forma que me asusta. Lo más inteligente sería fingir que no lo he visto,
pero esa no es la opción que quiero ahora mismo. Necesito parar esto.
—Hola…
Tommy reacciona con rapidez y aleja su mano del rostro de Violeta, pero esta todavía
mantiene unos segundos su mano entrelazada a la de él, como si no hubiera esperado ni mi
aparición ni su propia reacción a la caricia de Tommy.
—¿Podemos hablar un momento a solas, Violeta?
El tono duro de mi voz despierta a Violeta de su aparente trance y suelta a Tommy. Este me
mira tratando de mantener la calma. No obstante, leo en sus ojos que me oculta algo y eso me pone
aún más nervioso. Tommy se interesa con fingida naturalidad:
—¿Todo bien con Jay?
—Sí, pero quiero comentar algo con Violeta en privado.
—Puedes hacerlo delante de Tommy —se apresura a decir ella.
—Prefiero que no.
Los ojos de Violeta se clavan en los míos, suplicantes, pero no voy a dejar pasar esto y ella lo
sabe, aunque finja que no. Lleva años tratando de evitar un enfrentamiento entre Tommy y yo por
ella, y dudo mucho que hoy lo permita.
—¿Sucede algo, Nate? —me pregunta mi hermano, intrigado. No obstante, mantiene la calma.
Algunas veces, me gustaría estar en su mente, porque la mía es un hervidero continuo de ebullición
y la suya en cambio parece todo lo contrario.
—No —miento—, pero he pensado en poner al corriente a Violeta mientras tú esperas al
repartidor de pizzas. Ya he hecho el pedido, no tardará.
Como siempre, Tommy mira a Violeta antes de tomar ninguna decisión y ella comenta con
fingida naturalidad:
—Claro, buena idea, enseguida bajamos.
—De acuerdo, os espero.
En silencio, le observamos marcharse. Violeta se toca el cabello, como siempre que está
preocupada; pero hasta que no estamos a solas no se atreve a preguntarme:
—¿Qué es lo que quieres contarme de Jay que no quieres que escuche Tommy?
—Sabes perfectamente de lo que quiero hablarte y no es de Jay.
Respira hondo, la farsa se ha marchado de su rostro y susurra:
—¿Qué crees haber visto?
—A ti y a mi hermano a punto de traicionar el maldito pacto del que siempre habláis.
—Solo estábamos hablando —incide.
—No, te estaba acariciando, te tenía abrazada y os mirabais embobados —la corrijo.
—Estás exagerando. Solo era una charla entre amigos.
—Lo dudo mucho. Aunque hubiera sido un detalle que os hubierais limitado a ello, dadas las
circunstancias.
Se muerde el labio, nerviosa, y pregunta:
—¿Por qué estás tan agresivo?
—Porque, Violeta, soy yo el que se ha encargado de tu padre y la forma de agradecérmelo no
es tontear con Tommy cómo lo estabas haciendo.
—No estaba tonteando con él.
Leo la mentira en su rostro, también que va a buscar cómo salirse de esto indemne
—Sé lo que he visto.
—Además, no te he dicho que ayudaras a Jay, de hecho, te he pedido expresamente que no lo
hicieras.
—Tu padre —le corrijo.
—Lo que sea, para mí solo es un tipo llamado Jay —recalca—. No puedes pedirme nada a
cambio de eso.
—¿Y Tommy si puede?
—Tommy no me ha pedido nada. ¡Maldita sea! ¿Qué te pasa esta noche, Nate?
La miro con desconfianza y me acerco a ella lo suficiente para percibir su embriagador
perfume y que los celos me abrasen con más fuerza.
—¿Acaso no estabais a punto de besaros?
Violeta entrecierra los ojos, señal de que no voy desencaminado, y susurra:
—No voy a traicionar el pacto. Solo estoy nerviosa y confundida, y Tommy me estaba
tranquilizando.
—No es lo que yo he visto.
Se muerde el labio por enésima vez y masculla:
—Me he cansado. Esta noche no tengo paciencia para esto.
Hace ademán de irse, pero la retengo por el brazo:
—Eres tú la que no debe poner a prueba mi paciencia.
Violeta se gira hacia mí y alza la cabeza para mirarme directamente a los ojos.
—¿Qué es lo que quieres, Nate?
—Ser el único que te consuela.
—¿Cómo has dicho?
—Nada de tanto abrazo y cariño con Tommy. Estoy harto.
Violeta se aparta de mí con un suspiro exasperado.
—No puedes pedirme eso.
—A estas alturas, puedo.
La tomo del brazo y la atraigo hacia mí.
—Tú pusiste las reglas, yo solo sigo tu juego.
Me mira con rabia.
—Conozco las reglas, pero eso no significa que no pueda ser cariñosa con Tommy o que le
abrace cuando lo necesito. Deja de comportarte como si fueras mi novio.
Sus palabras me hieren en lo más profundo y, sin pensarlo si quiera, la beso con furia. Y como
las otras veces, Violeta en lugar de abofetearme o salir corriendo se deja llevar por mí y
profundiza el beso, fusionando su boca con la mía hasta que los dos nos sentimos mareados.
Cuando la suelto, ambos estamos vibrando. No es la primera vez que nos dejamos llevar, pero
cada vez se está convirtiendo en algo más difícil de obviar. Necesito sus besos como una droga y
cada rendición al deseo mutuo dificulta volver a cualquier presunta normalidad que tengamos. Sin
embargo, Violeta se aparta de mí y vuelve a mirarme. Ojalá lo hiciera furiosa, pero leo la culpa y
el arrepentimiento en su expresión y sus ojos, algo que detesto. Furioso, le espeto:
—¿Cómo quieres que confíe en ti con Tommy si cuando estamos solos pasa esto?
La idea me golpea en cuanto la digo en voz alta. Me atormenta pensar en mi hermano besando
a Violeta, mucho más acariciando su cuerpo, estando con ella… Los recuerdos vuelven a mi mente
y sé que también a la de Violeta, porque se aleja más, se apoya sobre la barandilla y cierra los
ojos. Sus únicas palabras son como una daga fría.
—¡Vete!
—Violeta…
—No soy tuya, Nate. No voy a darte explicaciones de traiciones que solo existen en tu mente y
cuando eres el que se acerca a mí de la forma que me prometimos no hacer.
—No soy el único que me dejo llevar —me defiendo.
—No, pero eres el que siempre empieza —replica, furiosa.
—Puede, pero si cada vez que lo hago te dejas llevar igual deberías replantearte todo,
incluido el maldito pacto.
Sacude la cabeza con fuerza.
—Eres increíble. Te has puesto furioso solo porque Tommy me ha abrazado, y después me has
besado y echado en cara que no te haya rechazado. ¿Qué quieres que diga, Nate? ¿Cómo quieres
que me sienta, a parte de la peor amiga del mundo con Tommy y de comportarme como una
estúpida contigo?
Se gira y me da la espalda para que no la vea llorar. Pero la conozco y sé que le he hecho
daño. Acerco mis manos a su cintura para abrazarla y consolarla, pero ella se aparta, adivinando
mi gesto.
—No me toques.
—Violeta, lo siento…
Lentamente, se gira hacia mí.
—No eres el dueño de mi vida. No puedes decirme lo que debo hacer.
—No pretendo eso, o al menos no conscientemente. Violeta, no puedo controlarme cuando te
veo de ese modo con Tommy y temo que…. —mi voz se rompe y tardo un poco en preguntar con
amargura—: Dime, ¿qué quieres que haga?
Nos miramos y la tristeza se impregna del ambiente.
—Ya lo sabes —susurra, y una vez más no sé si eso es lo que dice su corazón o su mente, si
debo hacer caso de la Violeta que me aleja o la que antes ha correspondido a mi beso.
Suspiro y acaricio su mejilla con la mano. No es la primera vez que lo he hecho para
consolarla, pero sí la primera en la que seco sus lágrimas por algo que he hecho yo. Y por ello no
la juzgo cuando aparta el rostro, aunque el hecho de que no quiera que la toque ni en una simple
caricia me duele como si me clavaran una daga en el corazón. Una idea asoma a mi mente.
—Esto se nos está yendo de las manos. Deberíamos hablar con Tommy y contarle la verdad,
comenzando por la noche que pasamos juntos.
El miedo toma su expresión y su tono es casi histérico al increparme:
—¿De qué estás hablando? Jamás puedes contarle a Tommy nada de lo que pasó entre
nosotros.
El dolor me impregna, como cada vez que ella es tan considerada con los sentimientos de
Tommy e ignora los míos. No vuelvo a tomar su rostro con las manos, pero la miro fijamente y
pregunto:
—¿Por qué siempre te preocupas más por él que por mí?
—Eso no es cierto, me preocupo por los dos. Pero si Tommy descubre lo que pasó, le
destrozaría.
—Si se supone que los tres somos solo amigos debería asumir que fue una noche…
—¿Una noche? ¿También quieres contarle que me diste mi primer beso o lo que acaba de
pasar?
—¿Tan horrible sería decir la verdad?
—Rompería el pacto y no quiero eso, no sé cuántas veces tengo que decírtelo. Así que deja de
jugar conmigo, Nate.
La ira sube por fuerza por mi garganta.
—No juegues tú conmigo. ¿Quieres que el maldito pacto siga vigente y Tommy no sepa la
verdad?
—Sí, claro que sí.
—En ese caso, no vuelvas a acercarte a él de ese modo.
—No puedes…
—Puedo y lo hago. Violeta, fuiste tú la que dijiste que no podía haber nada entre nosotros, la
que estropeó la mejor noche de mi vida y la que nos mantiene a los dos en un maldito limbo en el
que ni siquiera puedo besarte sin que te arrepientas a los dos segundos de separar nuestros labios.
Lo único que te pido es que, si vamos a ser solo amigos, Tommy no se acerque a ti como si fuera
tu novio porque no respondo.
Me alejo unos pasos, y ella protesta de nuevo:
—No quiero que seas posesivo conmigo.
—Lo lamento, eso es algo que no vas a poder evitar. Estoy cansado, Violeta. He estado
cuidando de tu padre, aguantando que estés furiosa conmigo por ello y también que tontees con
Tommy. Si solo me dejas ser tu amigo, a Tommy también. El pacto es con los tres o no hay pacto.
Vuelvo a acercarme a ella. Está temblando, mi mano también cuando me atrevo a volver a
acariciar su mejilla. Esta vez no se aparta, pero leo en su mirada que está enfada o herida, y
probablemente las dos cosas. Traga saliva y responde con firmeza:
—No haré nada que pueda molestarte, pero tú no puedes decirle nada a Tommy. Prométemelo
otra vez.
Aparto mi mano de su mejilla y bajo mi frente hasta la suya, unos segundos. Después me
separo y mientras me alejo declaro con dureza impregnada de tristeza:
—No voy a prometer nada más. Lo siento, pero estoy harto. No hablaré, pero solo si tu
respetas tu parte del trato.
VIOLETA

3 años antes

Los tres hemos terminado el instituto juntos, ya que Nate repitió uno de los cursos. El momento
que parecía que nunca llegaría está aquí. Y voy a ir a una fiesta para celebrarlo, lo cual es poco
habitual en mí. La mayoría de mis noches libres las he pasado escondida hablando en la azotea
con Nate, Tommy o los dos. Sobre todo, con este último. A Nate lo invitaban a muchas fiestas y,
aunque podría haber ido con él, no me llama la atención beber ni salir con chicos. Tampoco es que
haya tenido muchas opciones. Descarté a Nate y Tommy, y para el resto soy invisible, lo cual es
perfecto para mi carácter tímido. Además, los pasillos del instituto nunca han sido una tortura para
mí, porque Nate y Tommy siempre han estado allí por si surgía algún problema. Incluso teníamos
los casilleros contiguos, por lo que oficialmente tenía dos protectores con los que ningún chico
quería pelea. Nadie me piropeaba, pero tampoco se burlaban de mí, así que la situación ha sido
sostenible e incluso agradable. Y ahora se ha terminado y se avecina un cambio, otro de esos
muchos que me dan miedo. Comenzando porque Nate y Tommy van a pasar el verano en
California. El dueño de una de las tiendas de tatuaje del barrio le ha ofrecido a Nate que, si
trabaja en verano en la de un amigo y aprende el oficio, además de sacarse los títulos necesarios,
le contratará en septiembre. Y, respecto a Tommy, dado que por motivos económicos no va a
continuar sus estudios y quiere trabajar de camarero, ha decidido acompañarle y trabajar en un bar
en la playa donde den buenas propinas. A su vuelta queremos independizarnos los tres y compartir
apartamento, por tanto, todos necesitamos dinero. Yo no puedo acompañarlos y seguiré trabajando
en una tienda del barrio mientras espero comenzar mis estudios de auxiliar de enfermería. Mi
abuela se ha puesto muy enferma y, aunque nunca nos hemos llevado bien, siento que se lo debo y
que no puedo dejarla sola en las que el médico ha dicho que serán sus últimas semanas de vida.
Se me hace muy duro afrontar la muerte de mi abuela y estar este verano sin ellos, les echo de
menos antes incluso de que se hayan ido y eso me hace sentir vulnerable. Tampoco ayuda que
Tommy, por un tema de vuelos, haya tenido que salir de viaje un día antes que su hermano y se
hayan torcido nuestros planes de salir juntos los tres una última vez. Para animarme, Nate me ha
propuesto que fuéramos a la fiesta a la que le han invitado, y parecía una buena idea hasta que le
veo en la escalera y sus ojos brillan al verme de una forma que juraría que mi corazón se detiene
unos segundos. No puedo decir que sea la primera vez que me ha pasado. En sus ojos hay algo que
desnuda mi alma al mirarme y que provoca en mí una sensación que debo evitar. Por ello, como
hago siempre, bromeo y finjo que todo es normal, que solo somos dos amigos yendo juntos a una
fiesta. Pero hay algo más. No soy idiota. Incluso aunque yo solo soy una chica normal, con más
curvas de las que me gustaría, soy consciente de que los dos hermanos me ven atractiva. Y aunque
eso es bueno para mejorar mi autoestima, representa un peligro para nuestro pacto. Sobre todo,
cuando Nate se comporta de una forma sutilmente diferente, como si el hecho de que fuera a
marcharse o de que estemos solos los dos le permita abrirse más. Me repito a mí misma que soy
una chica inteligente que no quiere perder a su mejor amigo. Sin embargo, cuando llegamos a la
fiesta y todas esas chicas guapas parecen desmayarse a su paso, pero él prefiere quedarse
conmigo, un peligroso sentimiento de felicidad y excitación recorre mi cuerpo y nubla mi mente.
Nate es tan atractivo… De una forma diferente a la de Tommy. Con este tengo una conexión más
espiritual, más tranquila. En cambio, Nate es fuego y esta noche sus llamas están contagiando a mi
normalmente sereno corazón. Respiro hondo. No me siento demasiado cómoda en la fiesta. A
pesar de que me he arreglado con mi mejor vestido sigo sintiéndome una ballena en mitad de un
mar plagado de sirenas. Mi corazón comienza a palpitar con fuerza. ¿Y si Nate piensa de mí lo
mismo que yo? Las comparaciones con esas chicas son odiosas, demasiado odiosas. Estoy tentada
a poner una excusa y volver a mi casa, pero es la última noche de Nate y no quiero perder la
oportunidad de estar con él. Tomo aire para coger fuerzas y nos metemos entre la multitud,
dejándonos llevar por el caos de la música, los bailes desenfrenados, las conversaciones a gritos
y los contactos más que evidentes entre las parejas que se van formando. Miro a Nate y siento de
nuevo que no encajo aquí. Nate debería haber venido solo, estar con alguna de esas chicas y yo
haberme quedado leyendo en la azotea. Me muerdo el labio y él me escudriña con la mirada:
—¿Estás bien?
—Sí, solo…
—Si quieres marcharte solo tienes que decirlo.
Mientras lo dice juega con mi cabello. No es la primera vez que lo hace, pero esta vez no
termina alborotándolo en broma, sino entresortijando sus dedos en él, lo que provoca que un
profundo calor suba por mi cuello.
—Deberías quedarte tú.
—¿Por qué iba a hacer algo así? Es nuestra última oportunidad de estar juntos en mucho
tiempo. Y, ahora que lo pienso, aquí hay demasiado ruido y gente para que pueda disfrutar de
hablar contigo. Ha sido un error venir.
—Tal vez haya alguna chica de la que quieras despedirte.
Él hace una mueca. No es un secreto que ha estado con muchas de las presentes, también que
las ha ignorado a todas después de enrollarse con ellas. Vuelve a jugar con mi cabello y contesta:
—Tú eres la única chica que me importa. —Trago saliva y él añade—: Te propongo una cosa.
Robemos una de esas botellas y tengamos nuestra propia fiesta en la azotea. ¿Qué me dices?
—¿Te refieres a nuestra azotea?
—Sí, es perfecta, ¿no te parece? Tú y yo solos hablando hasta el amanecer. Suena perfecto.
Me sonríe y yo hago lo mismo. No me he sentido tan halagada en toda mi vida. Nate, el chico
que podía tener a cualquiera en la fiesta, me elige a mí porque ve mi interior y lo prefiere al físico
más bonito de otras chicas. Estoy segura de que si alguien lo hubiera escuchado no podrían creer
que el chico duro quiere escaparse para hablar conmigo. Yo no puedo creerlo. Y eso me pone
nerviosa y me hace decir:
—Es una lástima que Tommy ya se haya marchado. Podríamos haber ido los tres juntos.
Nate arruga la frente.
—Pues yo me alegro.
Lo miro, incrédula:
—¿Por qué? ¿No preferirías viajar con tu hermano?
—Sí, pero quiero estar a solas contigo una noche, siempre pasas más tiempo con él que
conmigo —me recrimina.
—Eso es porque tu vida social es más activa que la nuestra —le recuerdo.
—Sí, pero porque no os gustan las fiestas. Yo siempre os digo que me acompañéis cuando me
invitan.
—Lo sé, pero como has visto no es mi ambiente y tampoco el de Tommy. Por eso pasamos más
tiempo juntos. No porque no queramos que estés tú —aclaro.
—Está bien, lo comprendo, pero, ¿puedes darme esta noche? Solo nosotros. Por una vez. Por
favor… No vamos a vernos en mucho tiempo y ya te echo de menos…
Tiemblo al advertir que estamos entrando en un terrero peligroso. Mi corazón late
apresuradamente y Nate me mira diferente, no solo como a su amiga. No es que no le haya pillado
miradas de reojo antes, pero desde nuestro primer beso siempre han sido disimuladas. Pero ahora
sus pupilas brillan con intensidad y la temperatura vuelve a subirme. Mis manos comienzan a
temblar, pero si él lo nota no dice nada porque con una mano toma una botella, la cubre con una
bolsa de cartón, y con la otra me insta a que le siga
Recorremos con rapidez el camino a casa y cuando llegamos a la azotea, noto algo diferente en
el ambiente, una tensión que no experimento cuando estoy a solas con Tommy. Nate abre la botella
y, después de que ambos hayamos dado algunos tragos, me toma por los hombros y me acerca a él
hasta que nuestros rostros casi se rozan y su aliento se confunde con el mío.
—A veces tengo envidia de Tommy —reconoce.
—¿Por qué?
—Porque está más cerca de ti que yo, no solo porque paséis más tiempo juntos en el instituto o
aquí, sino por cómo actuáis cuando estáis juntos, como si fuerais satélites el uno del otro.
—Los dos sois mis amigos por igual —le contradigo con cierto nerviosismo—. Además, yo
jamás te he dicho nada de todas las chicas con las que sales.
Arquea una ceja.
—¿Significa eso que tienes celos cuando me ves con otras chicas?
—Nate, por favor, no me hagas ese tipo de preguntas.
—¿Eso significa que sí?
—Está bien —concedo—. A veces envidio a esas chicas con las que vas, que son deseadas
por ti.
Su mirada se hace más intensa y profunda.
—¿Y si te dijera que no deseo a ninguna como a ti?
Cierro los ojos. Una parte de mí siempre ha querido que Nate me dijera algo así. La otra sabe
que no puedo dejarme llevar… ¿Qué pasaría si me entrego a él? Perdería su amistad y quizá
también la Tommy, y eso no podría soportarlo. Tengo miedo, demasiado miedo.
—No soy como ellas.
—No quiero que seas como ellas, quiero que seas tú.
Este sería un buen momento para irme, pero Nate siempre ha sido como un imán del que me
resulta difícil alejarme. Y por eso, igual que cuando me dio mi primer beso, me quedo aquí, a
sabiendas de lo que está a punto de suceder. Nate se acerca a mí y sus labios se posan sobre los
míos con suavidad, pero aun así siento que el suelo desaparece de mis pies por la emoción.
Cuando me separo, todavía algo mareada, susurro:
—Debería irme.
—No lo hagas, quédate conmigo.
El tono de su voz y su mirada son tan intensos que me dejan sin aliento, y comprendo que me
está pidiendo mucho más que me quede a seguir hablando con él o que compartamos algunos
besos. Y entonces me hago la pregunta. Una noche. ¿Puedo dejar atrás una sola noche mis miedos,
mi sentido común y de proteger nuestra amistad por encima de todo? No he encontrado respuesta a
la pregunta cuando Nate pasa su mano por mi cintura con cierta vacilación y me besa de nuevo.
Dejo escapar un jadeo ahogado y su beso se hace más apremiante, lo mismo que sus caricias, que
han comenzado a recorrer mi espalda. Cada contacto es como si me abrasara la piel y siento el
deseo de hacer lo mismo con él. Cuando comienzo a pasar mi mano por debajo de su camiseta es
él quien jadea, y ese sonido hace que el anhelo prime por encima de cualquier temor por lo que
pasará después. Todo lo que no somos nosotros y nuestros corazones latiendo al unísono
desaparece. Vuelve a besarme con más intensidad y, aunque quiero estar con él, recuerdo que no
sabe algo muy importante de mí y susurro:
—Nate, necesito que sepas algo. Yo nunca...
No parece sorprendido, solo algo preocupado. Detiene sus caricias un momento y me
pregunta:
—¿Quieres que pare?
—Quiero estar contigo —confieso.
Una sonrisa toma su rostro y acoge mi rostro entre sus manos para besarme con fuerza. En
algún lugar de mi mente sé que me arrepentiré de esto, pero ahora mismo solo quiero que
continúe.
—He deseado esto tanto tiempo…
Tiemblo. Las miradas que creía interceptar eran reales y aquel beso solo fue el preludio de
todo lo que podría haber pasado entre nosotros. Nate vuelve a besarme con intensidad y ardo al
pensar en lo que va a pasar. Sus manos se deslizan por mi espalda hasta llegar al trasero, donde
comienza a subirme el vestido. Su cuerpo cálido pegado el mío me estremece con más fuerza, y él
lo nota y hace que apremie sus caricias. Desliza sus labios hasta mi pecho dejando un reguero de
besos, y abre con suavidad el vestido. Me observa unos segundos y me desabotona el sujetador
para poder tomar mi pecho con su boca. Me arqueo, excitada, y comienzo a acariciarle y a quitarle
su camiseta. Estamos hambrientos el uno del otro, desesperados. Entre nosotros siempre ha habido
una tensión sexual que no he querido reconocer, ahora me dejo llevar por ella. Recorro sus
abdominales con las manos, dibujando con las yemas de los dedos la uve que desciende hasta sus
pantalones, al final de su estómago. Su boca abandona mi pecho y alza su rostro hacia mí. Nos
miramos en silencio, como si el tiempo se hubiera congelado. Puedo escuchar mi corazón latir tan
fuerte como el de él y, cuando mi mano se entrelaza con la suya, sé que ha llegado el momento. Su
boca vuelve a apoderarse de la mía y sus manos recorren mis muslos hasta que encuentran el
borde mi ropa interior. Me la quita con delicadeza y yo permanezco palpitando por el nerviosismo
y la pasión mientras hace lo mismo con la suya. Su boca se acerca a la mía de nuevo y su cuerpo
cubre el mío. Noto su dureza presionada entre mis piernas y las abro para que pueda acercarse
más. Nate deja de besarme y me mira a los ojos para garantizarme:
—Voy a ir con mucho cuidado.
Sonrío. Su mirada ha calmado mis miedos, ahora solo siento la excitación dominarme. Asiento
y él entierra su cabeza en mi cuello unos segundos antes de volver a mi boca y comenzar a
introducirse dentro de mí. Lentamente. De una forma que me enloquece hasta que el dolor hace que
se quede quieto dentro de mí. Me observa con ternura hasta que el dolor remite y susurro:
—Sigue…
Y él lo hace con delicadeza, pero también con una forma de encajar su cadera en la mía que
me hace temblar. Todo se vuelve confuso y solo siento sus besos, sus caricias y nuestros gemidos
al unísono. Me aferro a sus hombros y ahogo mis gritos para que no nos escuche nadie, pero no
puedo evitar los jadeos con cada embiste hasta que explotamos juntos en una larga sacudida que
nos deja sin respiración. Sale de mí y me abraza, y yo le sujeto con fuerza porque quiero
quedarme aquí, donde no hay pensamientos, solo el recuerdo de un placer increíble que ha hecho
que me abandone por completo a él.
NATE

3 años antes

He hecho el amor con Violeta. Y ahora sé que el sexo nunca será lo mismo para mí porque lo
que he sentido ha sido increíble, algo que no podía ni pensar en experimentar. Hemos encajado a
la perfección, como si hubiéramos llevado años haciendo esto, como si no fuera nuestra primera
vez juntos, como si estuviéramos destinados para fusionar nuestros cuerpos tanto como nuestros
corazones. Cuando hemos terminado nos hemos quedado abrazados largo rato, los dos todavía
jadeando por la falta de aire, los cuerpos estremeciéndose, sintiendo las piernas débiles y al
mismo tiempo una necesidad brutal de repetirlo. Por primera vez en mi vida soy completamente
feliz, hasta que alza su rostro y su expresión ha cambiado y no sé por qué. Trago saliva, inquieto.
Todo ha sido muy fácil, pero ahora me siento inseguro y nervioso y necesito saber que le sucede.
Entrelazo mi mano con la suya.
—¿Estás bien?
—Sí…
La conozco. Está mintiendo. El pánico se apodera de mí. Me incorporo y ella hace lo mismo.
Se separa de mí y comienza a vestirse. Hago lo mismo y, cuando terminamos, me atrevo a
preguntar:
—¿No te ha gustado? ¿Te he hecho daño?
—No es eso, ha sido maravilloso —se apresura a decir, pero sin mirarme a los ojos.
—¿Entonces qué sucede?
Se muerde el labio y, después de unos segundos que se me hacen eternos, contesta:
—Ya lo sabes…
—¡Violeta, no me hables ahora del estúpido pacto! —protesto, incrédulo—. No cuando acabo
de hacer el amor contigo. ¿Es que no te das cuenta de que quiero…?
—No lo digas —le interrumpí—. No hagas que sea real.
—Ya es real —insisto, exasperado.
Violeta me mira, respira hondo y me explica, angustiada.
—Quería estar contigo. Y eso ha borrado cualquier otro pensamiento. No he pensado en las
consecuencias.
—Violeta, quiero estar contigo. No me importa el trabajo en California ni cualquier otra chica
que haya conocido, si eso es lo que te preocupa. Quiero estar contigo, solo contigo.
Sus ojos se llenan de lágrimas. No es la reacción que esperaba a mi declaración, menos
cuando susurra:
—Yo no quiero.
—¿Quééé?
Entrelaza su mano con la mía y puedo sentir como tiembla, pero ya no de deseo como antes,
sino de miedo.
—No quiero perderte y tú y yo nunca funcionaríamos como pareja. Y tampoco quiero perder a
Tommy, él no me perdonaría lo que ha pasado después de tantos años de mantener el pacto.
Sacudo la cabeza, incrédulo.
—¿Cómo puedes hablar así?
—Porque es la verdad.
—Eso no lo sabes.
—Sí lo sé. Y no voy a perderte —insiste.
—¿Y entonces por qué has estado conmigo? —susurro con la voz ronca por el nudo que me
oprime la garganta.
Su voz se quiebra.
—No lo sé. Supongo que mi primera vez solo podía ser contigo o…
—O Tommy —termino su frase con amargura.
Su silencio, que confirma lo que he dicho, me hace tanto daño que apenas puedo respirar. Ella
lo intuye y suplica:
—¿Podemos hablar?
Niego con la cabeza.
—No, no quiero oír que podrías estar aquí con Tommy.
—No es eso. Solo trato de…
—Sé lo que tratas. Quieres decirme que ha sido un error. Y como no quiero escucharlo voy a
irme y a esperar que cambies de idea y…
—No cambiaré de idea. Nate, lo olvidaremos. Cuando pase el verano esto solo será una
anécdota.
La miro. Estoy perdiendo el control. Mi corazón palpita con tanta fuerza que parece que vaya a
salirse de mi pecho. La observo. Hay dolor y miedo en ella, cuando debería haber solo felicidad.
—¿Estás segura de eso?
—Sí, ya lo sabes.
—No, no lo sé porque hace un momento has hecho el amor conmigo, en tu primera vez. No lo
sé porque dejaste que te diera tu primer beso. Y tampoco sé nunca lo que estás pensando cuando
estamos juntos —confieso.
—Lo único en lo que pienso a todas horas es en que no quiero perderte —grita.
Tomo su mano y trato de encontrar las palabras exactas para explicarle lo que siento. Pero no
lo consigo y me limito a suplicar:
—Entonces no me alejes.
—Tengo que hacerlo.
Mi corazón se rompe y una llamarada de celos se adueña de mí.
—Porque estás pensando en Tommy….
—Estoy pensando en los tres —me contradice—. En que prometimos compartir apartamento y
comenzar una nueva etapa, juntos.
Sus palabras me enfurecen todavía más, pero aún tardo unos segundos en decir:
—Violeta, sé razonable. No podemos seguir jugando a “amigos los tres” después de lo que ha
pasado.
—No es un juego. Es lo que quiero.
—Hace un momento querías estar conmigo.
—Me equivoqué. Quiero decir, lo quería, pero aún quiero más que los tres seamos amigos y
sigamos el plan inicial.
—Esto es de locos —protesto.
—¿Por qué? Nate, te has acostado con un montón de chicas, esto no debería ser diferente.
—Esas chicas no eran tú y no te atrevas a decidir por mí.
Violeta se lleva la mano al pecho y cierra los ojos, en un intento por retener las lágrimas.
Cuando los vuelve a abrir, mantiene la mirada fija en mí y me pregunta:
—¿Me odias?
Toda ella desprende vulnerabilidad y yo contesto en un susurro:
—No, claro que no. Pero no te entiendo.
—Yo tampoco me entiendo a mí misma, pero es lo que quiero, lo que necesito…
La tensión flota con tanta fuerza en el ambiente que podría cortarse con un cuchillo.
Finalmente, trato de controlar mi respiración y declaro:
—Violeta, si necesitas que guarde mis sentimientos bajo llave, no puedo hacerlo.
—Yo tampoco, no ahora. Pero estaremos separados todo el verano y eso hará más fácil
olvidar.
—¿De verdad quieres que me vaya?
—Sí. Hasta que todo sea más fácil.
Aprieto la mandíbula. No creo que las cosas vayan a ser fáciles entre nosotros nunca, pero no
tengo fuerzas para seguir discutiendo cuando aún estoy recuperándome de lo que he sentido al
hacer el amor con ella. Acuno sus mejillas y le sostengo el rostro con las manos sin apartar mis
ojos de los suyos, como si quisiera grabarlos en mi retira. Hace poco eran ojos que irradiaban
deseo, ahora solo leo miedo. Y, por ello, acepto:
—Está bien, lo intentaré. Pero no me digas adiós, no nos despidamos. No lo soportaría.
Asiente y me da un suave abrazo que me gustaría que durara horas. Y después se va sin decir
nada y yo me quedo solo en la azotea, reteniendo las lágrimas. Cuando me tranquilizo, bajo a mi
apartamento, me acuesto en la cama y trato de recuperarme de la impresión de lo que ha pasado
esta noche. No consigo pegar ojo, reviviendo una y otra vez cada caricia, cada beso, pero también
cada frase de rechazo. La echo de menos y ni siquiera me he marchado, más porque no he tenido
fuerzas ni para despedirme de ella ni sé lo que pasará cuando volvamos a encontrarnos. Maldigo
entre dientes. ¿Por qué todo tiene que ser tan difícil con ella? La quiero, la necesito y no sé cómo
voy a hacer para olvidar la mejor noche de mi vida ni que la chica de mis sueños se me ha vuelto
a escapar, quién sabe si para siempre.
VIOLETA

3 años antes

El verano está a punto de terminar. Muy pronto Nate y Tommy volverán a Nueva York, y estoy
feliz y angustiada a la vez. Todo ha cambiado desde que se fueron y todavía lo hará más. Y para
alguien que odia los cambios es todo un reto, que se suma al que he arrastrado desde que se
fueron.
Después de acostarme con Nate me sentí fatal conmigo misma. Había roto mi propio pacto y,
si no lo arreglaba, pagaría las consecuencias. Necesitaba una vía de escape que me salvara de
perder no solo a él, sino también a Tommy. Y esa vía vino en forma de este verano, que ha puesto
la cantidad de espacio y tiempo entre Nate y yo para que todo se tranquilice.
Al principio me centré en ocuparme de mi abuela, que pronto tuvo que quedarse en el hospital
ingresada. Cuando regresaba a casa, sola y triste, subía a la azotea y me quedaba allí, dejando que
el resplandor de la luna me iluminara. Hablaba mucho con Tommy por teléfono, algunas veces con
Nate. Con el primero ahogaba mi vergüenza por no decirle la verdad, con el segundo fingía que no
había sucedido nada. Me costaba dormir y el día lo pasaba en el hospital con mi abuela. Nunca
fuimos íntimas, ni siquiera me trató bien, pero sin ella hubiera terminado en el orfanato o una casa
de acogida y no hubiera conocido a Nate y Tommy. Se lo debía y por eso no me separé de su lado
hasta el día que murió, hace tres semanas. No avisé a Nate y Tommy hasta que el entierro pasó. Si
lo hubiera hecho, ambos hubieran tomado el primer avión para estar conmigo, pero necesitan ese
dinero para su vuelta. El funeral fue una ceremonia íntima, solo algunas vecinas y amigas del
barrio y yo. El primer día después de este me derrumbé. Al segundo, lloré y traté de recordar no
los malos momentos, sino las cosas buenas que vivir con ella me habían traído. Al tercero saqué
mi lado más objetivo y comencé a organizarlo todo. Y hoy, cinco días después de la muerte de mi
abuela, tengo una cita con su casero. Mi abuela vivió aquí toda su vida y nunca le creó problemas,
así que siempre le mantuvo un buen precio y se ocupó de los desperfectos que surgían. Yo apenas
he hablado con él, en parte porque mi abuela se avergonzaba de mí y mis orígenes y siempre que
pudo me mantuvo apartada de todos los que la conocían. Por ello, cuando suena el timbre y el
hombre que usualmente se mostraba afable y sonriente tiene el ceño fruncido, sé cuáles son sus
intenciones.
—Buenas tardes, pase, por favor. ¿Quiere tomar algo?
—No me quedaré mucho tiempo, tengo prisa.
—De acuerdo, sentémonos.
Observa a su alrededor, no sé si porque cree que es los cinco días que llevo sola me habrá
dado tiempo a destrozar el apartamento. Respiro hondo y él comenta:
—Lamento su pérdida.
—Muchas gracias.
—Como comprenderá, la muerte de su abuela termina con el contrato de alquiler. Usted ni
siquiera constaba en él y es mayor de edad.
Arqueo una ceja. No es que no lo esperara, pero podría haber sido más sutil. Aun así, dado
que soy la primera que no quiere perder el tiempo, aclaro:
—Por supuesto. Además, no deseo quedarme aquí.
—¿No?
Parece descolocado e intuyo que su intención no era que yo abandonara el apartamento, sino
incrementarme la renta.
—Voy a mudarme con unos amigos.
—Podrían venir aquí. Obviamente la renta se incrementaría, pero siendo varias personas… Y
siempre podríamos llegar a un acuerdo.
—No quiero vivir aquí.
Ahora soy yo la que hablo sin sutilezas. Lo único bueno que recordaré de este apartamento es
cuando me escapaba de él para ir a la azotea. Y ni Nate ni Tommy desean tampoco vivir en el
mismo edificio que su madre y su padrastro. Sin embargo, nada de esto es incumbencia del casero,
que me pregunta, extrañado:
—¿Por qué no?
—Necesitamos un apartamento de tres habitaciones y este solo tiene dos —contesto dejando
parte de la verdad escondida.
—¿Y cuándo quieres marcharte? Tengo que buscar nuevos inquilinos y…
—En dos semanas estaré fuera.
El casero se seca el sudor de la frente. Supongo que después de tantos años con la misma
inquilina ahora no le guste enfrentarse a una nueva búsqueda. Me daría pena si no fuera porque en
lo primero que ha pensado es en subirme la renta.
—Bien, si es lo que quieres. Pasaré en dos semanas para recoger las llaves y hacer el
papeleo.
—Por supuesto.
Se levanta con pesadez y le acompaño a la salida. Cuando vuelvo al salón, me dejo caer sobre
el sofá. Establecer esa fecha ha sido muy audaz. Coincide con el regreso de Nate y Tommy y,
como ninguno de los dos quiere volver a casa de su madre, hemos quedado que yo me encargaría
de encontrar un apartamento. Aunque con el tema de mi abuela no he tenido demasiado tiempo
para hacerlo y sé que no va a ser fácil. Los precios son muy elevados y vamos a tener que hacer
malabarismos con el dinero para poder emanciparnos. Pero vale la pena, me repito.
Los siguientes días me los paso organizando todo lo que hay en el apartamento. Vendo lo que
no voy a usar, reciclo lo que sí y doy a beneficencia cosas como la ropa de mi abuela. Se me
antoja curioso y a la vez lamentable que apenas haya objetos personales como fotografías
familiares. Todo lo que había en el apartamento es frío e impersonal, como lo fue nuestra relación.
Ni siquiera en mi pequeña habitación, que mi abuela nunca quiso que decorara con algo acorde a
mi edad. Orden, control, severidad. Nunca un beso de buenas noches, una palabra tierna. Hemos
vivido juntas muchos años sin llegar a formar nunca un hogar, algo que espero cambiar cuando
viva con Tommy y Nate, por lo que voy a esmerarme en encontrar el apartamento adecuado a un
precio decente. Es algo que me hubiera gustado hacer con ellos, pero no hay tiempo.
Los días pasan y todos los apartamentos que visito son una pesadilla o están fuera de nuestro
presupuesto. Recorro tantas calles que tengo los pies destrozados, visito tantas inmobiliarias que
termino odiando a sus agentes de por vida y llamo a tantos números de apartamentos que he
mirado por Internet que agoto mi saldo del teléfono.
Siempre he tenido pesadillas en las que mis miedos salen a la luz, aunque normalmente tienen
que ver con mi madre. Ahora sueño con apartamentos terribles y que Tommy, Nate y yo dormimos
en la calle porque no he sido capaz de encontrar un lugar apropiado para vivir. Me siento
presionada y agobiada. Para evitar bloquearme sigo buscando y, cuando estoy por darme por
vencida, doy con él. No es perfecto, si lo fuera no podríamos pagarlo. Requerirá que pintemos y
actualicemos algunas cosas, pero tiene luz natural, uno de los principales requisitos que pedíamos.
Está en nuestro mismo barrio y tiene buena conexión con el transporte público, ideal para los tres.
Es pequeño, pero tiene tres habitaciones y ninguno de nosotros tenemos demasiadas pertenencias.
El casero debe creer que estoy loca cuando le pregunto si tiene azotea, pero, después de años de
subir noche tras noche a ella, no concibo vivir en un sitio en el que esta no sea accesible. Supongo
que, dada mi aversión a los cambios, incluso cuando me apetecen tanto como este, me da
estabilidad que algo sea igual a lo que teníamos antes. No voy a engañarme, me siento algo
insegura. Nate, Tommy y yo somos los mejores amigos, pero temo que la convivencia no sea fácil.
También a Nate y que lo que nos condujo a aquella noche de pasión en la azotea vuelva a
repetirse. Pero vivir con ellos es lo que siempre he querido y por eso firmo el contrato de alquiler
con una gran sonrisa y me paso los últimos días antes de que lleguen tratando de hacer que el
apartamento sea lo más confortable posible.
NATE

3 años antes

Ya estamos de vuelta en Nueva York. Tommy se ha quedado abajo pagando el taxi, yo he


subido rápido con las maletas. Las dejo en la puerta del que será nuestro nuevo apartamento, con
el corazón golpeándome mi pecho con brusquedad. Mi respiración es entrecortada, pero no por la
subida o el peso de las maletas, sino porque voy a ver a Violeta. Cuando abre, tengo que respirar
profundamente y acordarme de respirar. Apoyo la mano en la puerta y la miro. He pensado tanto
en ella y recreado su imagen, su figura, su cuerpo junto al mío… Debería contenerme, pero mis
ojos la recorren sin poder evitarlo. Ella también me mira y susurra con voz ronca:
—Hola.
Aprieto mis manos con nerviosismo. Creí que el verano me habría hecho olvidar, pero ahora
que está ante mí solo puedo recordar sus caricias, sus besos, nuestro momento de piel con piel, de
corazón con corazón. Abro la boca, pero la cierro porque no puedo pensar con claridad. Violeta
baja la mirada e intuyo que se siente igual que yo.
—¡Violeta!
Me giro al escuchar la voz entusiasta de mi hermano que, a diferencia de mí, la abraza con
fuerza. Permanezco en silencio. La culpabilidad viene en oleadas tanto como el deseo que aquella
noche sentí por Violeta, que todavía arde dentro de mí. He mentido a mi hermano todo el verano y
ahora tendré que seguir haciéndolo, algo que odio. Creí que me había curado, pero la herida que
sentí cuando ella me rechazó ha vuelto a sangrar en cuanto la he visto.
Violeta alarga el abrazo con Tommy más de lo que me gustaría y, cuando se separa, nos indica:
—¡Pasad!
Hacemos lo que nos dice y entramos en un pequeño comedor con cocina americana. Ella nos
mira expectante y Tommy comenta:
—El apartamento es mejor que en las fotografías. ¡Vamos a vivir juntos los tres! Es perfecto.
Violeta se mueve nerviosa y se disculpa:
—Todavía queda mucho trabajo.
—No hay problema, lo haremos juntos. Es lo justo. Ya has hecho mucho sola —incido.
Violeta se gira hacia mí y me sonríe, pero ninguno de los dos hace ademán de buscar contacto
físico. No sé a ella, pero a mí me tiemblan las rodillas. Me gustaría decirle que está preciosa,
pero de nuevo permanezco en silencio mientras Tommy comenta:
—¡Estás muy guapa!
—Buscar apartamento ha sido un fortalecedor perfecto —bromea ella.
—Te debemos una…
—Todavía no lo habéis visto entero.
—Lo has elegido tú, seguro que estará bien.
Violeta ríe. Siempre es así con Tommy, él consigue que se relaje. Me gustaría hacer lo mismo,
pero estoy demasiado nervioso procesando que vuelvo a estar con ella. Durante el vuelo traté de
reflexionar sobre qué le diría o cómo actuaría, pero ahora mi mente está en blanco.
La observo en silencio. Sus curvas lucen más tonificadas, lo cual es inconveniente porque ya
antes me volvían loco. Su cabello ha crecido y se ha dejado un flequillo que le sienta genial, como
ahora que mueve la cabeza y comenta:
—Los dos tenéis un aspecto genial. ¿Habéis tomado mucho el sol?
—Todo el que hemos podido. Algún día tenemos que volver los tres, te encantaría el mar —
propone Tommy.
De pronto, me doy cuenta que Violeta nunca ha salido de Nueva York, también recuerdo el
motivo de que no nos acompañara.
—Te lo dijimos por teléfono, pero igualmente lamentamos mucho lo de tu abuela.
—Lo sé. Pero no quiero hablar de ello ahora. Forma parte de mi otra vida, ahora empezamos
una nueva.
Su voz suena ronca, como cuando algo la entristece y quiere ocultarlo. Tommy también lo
advierte y propone:
—¿Nos enseñas el apartamento?
—¡Claro!
La seguimos por el pasillo y ambos estamos de acuerdo que ha conseguido un buen sitio
calidad-precio. Cuando llegamos a la ventana que da acceso a la escalera de incendios, una
sonrisa traviesa asoma a sus labios.
—¡Seguidme!
Subimos la escalera con rapidez y soy el primero en comentar:
—Esta azotea es genial.
—Puede sonar ridículo porque ahora no hemos de huir de nuestras casas para vernos, pero me
gusta la idea de poder subir aquí los tres.
Trago saliva. He pensado en ella infinidad de veces durante el verano y ahora me doy cuenta
que ella también ha sentido la misma nostalgia, por eso ha buscado un lugar con azotea. Clavo mi
mirada en la suya, pero apenas unos segundos, porque pronto Tommy propone:
—¿Bajamos y brindamos por el apartamento? Lo has hecho genial, Violeta.
—Lo mismo digo —añado.
Bajamos las escaleras y Violeta saca unas cervezas de la nevera. Nos da una a cada uno, toma
una para ella y brinda:
—Por nosotros. Espero que nos vaya muy bien viviendo juntos.
—¡Claro que nos irá bien! —incide Tommy—. Somos nosotros y llevamos años queriendo
esto.
Yo respiro hondo. A veces me gustaría ser tan optimista como mi hermano, pero todavía estoy
tratando de recordar que debo olvidar mi noche con Violeta como para valorar si nos irá bien a
los tres juntos.
Observo alrededor de mí. Aunque queda trabajo, como la pintura, Violeta se ha encargado de
ordenar todo lo básico, como los utensilios de cocina. También de que nos envíen las cajas que
dejamos preparadas en casa de nuestra madre con nuestras pertenencias. Hay algunos muebles de
casa de su abuela y algunas fotografías de los tres. Cuando las miro, algo se remueve dentro de mí.
Esto es lo que quiere Violeta. Un hogar para los tres, mejor que el que teníamos separados. Y yo
voy a intentarlo. Por mi hermano, por mí y sobre todo por ella. Quiero que sea feliz y algo me dice
que aquí puede serlo.

Bebemos la cerveza y nos sentamos en el sofá que Violeta trajo de casa de su abuela, todavía
lo suficientemente confortable y mullido. Abrimos otras latas y comento:
—Ha pasado mucho tiempo. Necesitaremos un rato para ponernos al corriente.
Violeta tamborilea nerviosa con los dedos sobre el sofá.
—No te preocupes. Tommy me ha mantenido al día de todo lo importante.
Su frase es como un puñetazo en mi estómago. No es que Tommy me haya ocultado que la ha
estado llamando, pero a juzgar por su comentario ha sido con mucha más frecuencia de lo que me
dio a suponer. De pronto, es como volver a estar en el instituto. Ellos dos unidos, yo confundido
porque no sé qué hacer con mis sentimientos. Por ello finjo sonreír y comento:
—Y tú, ¿alguna novedad?
—No, ha sido un verano dedicado a trabajar, cuidar de mi abuela y buscar apartamento.
Aunque el lunes comienzo mi curso de auxiliar de enfermera.
—Es una gran noticia.
Me mira de reojo e intuyo que no quiere demasiadas preguntas, quizá porque tampoco me las
quiere hacer a mí. Puede deducir a lo que he dedicado mi verano a parte de trabajar: tratar de
olvidarla con todas las chicas que he podido. Nada que me avergüence, fue su decisión que lo
nuestro terminara la misma noche que comenzó, pero tampoco quiero comentárselo en nuestro
primer encuentro, o tal vez nunca.
El teléfono de Tommy comienza a vibrar. Responde, mantiene una rápida conversación y, al
colgar, comenta entusiasmado:
—Era el primo del dueño del bar en el que estuve trabajando. Tiene un bar de copas cerca de
aquí. Mi ex jefe le dio referencias mías y le ha llamado. Uno de sus empleados ha fallado y quiere
hacerme una prueba hoy mismo.
—Pero estás agotado del viaje —protesta Violeta.
—Sí, pero parece un buen trabajo. Me ha dicho que me pase en una hora. Me da tiempo a
ducharme y cambiarme de ropa. Deshacer la maleta tendrá que esperar a mañana.
—Puedo hacerlo yo —se ofrece Violeta—. Tengo toda la tarde libre.
—No hace falta.
—Será un momento. Y si te dan el trabajo me lo compensas con una copa gratis.
—Las que quieras.
Vuelven a sonreírse de esa forma que detesto. Tommy se dirige a la que hemos acordado será
su habitación y luego al baño. Violeta da un trago a su cerveza y permanece en silencio hasta que
Tommy sale de la ducha, se cambia y se despide de nosotros. Pero, en cuanto se cierra la puerta,
susurra:
—Gracias…
Sé a lo que se refiere: a que haya guardado el secreto de lo que pasó. Furioso replico:
—No me las des por algo que odio.
—Es lo mejor.
—Puede. Pero no me gusta mentir a mi hermano.
—No es una mentira, solo una omisión —me corrige.
—Un matiz interesante. ¿Hay algo que me hayas omitido a mí?
Su rostro se entristece y una sombra de fragilidad asoma a su mirada.
—¿Quieres discutir conmigo en nuestro primer día de compañeros de apartamento?
—Yo, no…, lo lamento. No quería ser desagradable, es que al verte he recordado todo lo que
pasó aquella noche.
Violeta se muerde el labio con tanta fuerza que temo que lo haga sangrar.
—Yo también lo he hecho. Pero ha pasado un tiempo. Olvidaremos, por el bien de los tres.
—Te he llamado pocas veces, pero…
—No sabías qué decirme —termina mi frase frotándose las manos con nerviosismo—. Yo
tampoco. Pero ahora será diferente
—¿Estás segura de eso?
—Sí, ahora aquella noche quedó atrás. Nate, no podemos permitirnos el lujo de recordar y
buscar explicaciones. Es pasado y lo que importa ahora es lo que hemos decidido que sea nuestro
presente.
Estoy tentando de decirle que lo ha decidido ella, no yo, pero no soporto verla tan nerviosa y
acepto:
—Está bien, si es lo que quieres, lo haremos así. Será mejor que vaya a ocuparme de mi
maleta.
—¿Necesitas ayuda?
—Ya se la has ofrecido a Tommy —replico.
—Puedo ayudaros a los dos. Y ordenar ropa siempre me ha relajado.
—Lo cual siempre me ha parecido un poco raro.
—Soy rara, ya lo sabes.
—Sí, pero es parte de tu encanto.
Reímos los dos.
—Deja que te ayude y luego me encargo de la de Tommy.
—Está bien, pero yo también te ayudaré con la de Tommy.
—Tu idea de ordenar es tirar todo en un cajón —incide.
—Yo lo tiro y tú lo doblas al estilo chino.
—Japonés —protesta con una sonrisa.
—Lo que sea.
Pasamos el resto de la tarde organizando las habitaciones de Tommy y la mía. Odio ordenar,
pero hacerlo con ella me relaja, como si ese gesto doméstico consiguiera darme una sensación
reconfortante de estar en casa. Y aunque soy consciente de que el orden que crea en mi habitación
saltará por los aires en cuanto lleve instalado tres días en ella, al menos el que aplicamos en la
habitación de Tommy valdrá la pena, porque es igual de ordenado que ella. Otra cosa más en la
que son cómplices. Lo que me lleva de nuevo a pensar por qué me dio su primer beso y su primera
vez si es con él con quién parece compartirlo todo. Está fuera de toda lógica, al igual que nuestra
relación a tres. Volvemos al salón y propongo:
—¿Pido unas pizzas? Es nuestra primera noche en nuestra casa. Hagamos que sea especial.
Podemos subir a la azotea después de la cena para celebrarlo, ¿qué te parece?
—Yo…
Se la ve nerviosa, y lo último que quiero es asustarla, que crea que quiero repetir lo que pasó
la última noche, y aclaro:
—Tommy me ha escrito, volverá para cenar, le han dado el trabajo. Será una doble
celebración
Suspira aliviada, lo cual me duele.
—Eso suena genial.
—Bien, escribiré a Tommy y pediré las pizzas.
—¿Desde cuándo te has vuelto tan eficiente? —bromea.
—Llevo horas viéndote ordenar todo “a lo japonés”. Algo se me habrá contagiado.
Reímos los dos y voy a hacer las llamadas. No ha cambiado nada: Violeta no aceptará que
intente nada con ella. Pero esta tarde me he dado cuenta de algo: sea como sea, quiero retenerla a
mi lado. Y, si no es como mi pareja, será como mi amiga. Y para conseguir eso debo conseguir
que vuelva a confiar que puedo ser su amigo, estar para ella como lo está Tommy. No soy el tipo
de chico que se rinde con facilidad. Puedo ceder ante su negativa de estar conmigo porque sé lo
que la motivó, pero valoro demasiado su amistad para perderla. Estoy aquí, comenzando una vida
compartiendo apartamento y no pienso estropearlo de nuevo. Violeta es parte de mí y es lo único
que debe importarme.
VIOLETA

3 años antes

Me acurruco entre las sábanas y alargo todo lo que puedo salir de ellas, porque sé lo que me
espera cuando lo haga. A Nate y Tommy en la cocina, esperándome para desayunar. Ya es oficial,
nuestro sueño de vivir juntos se ha cumplido. Y estoy feliz, pero no puedo olvidar que cuando
cruzaron el umbral de la puerta y se hizo real, mi corazón dio un vuelco y, por unos segundos, me
quedé sin respiración. Después todo fue más fácil, y ahora he de acomodarme a vivir con ellos sin
tensión, sobre todo con Nate. Respiro hondo, me levanto y voy al baño a refrescarme la cara. Y,
después, todavía en pijama, voy a la cocina. Ambos están tomando un café, los dos con camisetas
y pantalón de deporte. Me acerco a ellos.
—Buenos días.
—Buenos días —responden al unísono.
—¿Habéis dormido bien?
—Sí, la cama que has elegido es muy cómoda —comenta Nate.
—Lo mismo digo —se suma Tommy—. ¿Quieres café?
Asiento y me prepara una taza. Comenzamos a hablar y pienso en cómo les he echado de
menos todo el verano. Me he sentido muy sola, y ahora que están de nuevo a mi lado y
compartimos conversaciones y risas todo parece mucho mejor.
Después de un largo rato, Nate comenta:
—Tengo que darme prisa, no quiero llegar tarde el primer día.
—Yo también comienzo hoy, pero por la noche. Podéis venir a verme y os invito a copas
gratis.
—¡Eso suena genial!
—De acuerdo, os veo en unas horas —comenta Nate—. ¿Qué haréis vosotros?
—Terminaremos de arreglar el apartamento —propongo.
—Puedo ayudaros cuando acabe de trabajar… —se ofrece Nate.
—No falta mucho, tú céntrate en hacer alguna obra de arte —repone Tommy.
Nate sonríe. A Tommy le encantan los tatuajes que su hermano diseña y este le ha hecho
algunos impresionantes. A mí me encanta verlos en ambos, pero nunca me he decidido a hacerme
ninguno. Demasiado permanente para alguien que vive tan al día como yo.
Nate va a su habitación, se cambia de ropa y, cuando sale, comento:
—Que tengas un buen día. —Y después añado mirando a los dos—: Me alegra mucho que
hayáis vuelto, os echaba de menos.
Nate sonríe y Tommy me pasa la mano por el hombro, lo que borra la sonrisa del primero unos
segundos, aunque enseguida responde:
—Nosotros también. Os veo luego.
Me quedo a solas con Tommy, que me ofrece una tortita. Sonrío, relajada. No importa la
distancia del verano, que se ha hecho más corta con las llamadas casi diarias. Cuando estoy con él
siento una sensación de estar en casa, de hogar, de paz. Aunque eso se torna en un cosquilleo
cuando, después de desayunar, vamos a su habitación a terminar de montar algunas cosas. Al igual
que me pasó ayer en la habitación de Nate, siento mariposas en el estómago por estar con él en el
mismo lugar en el que duerme. Me siento en su cama y trato de actuar con normalidad, pero
finalmente confieso:
—Con la de años que somos amigos y nunca había estado en tu habitación.
—Mi madre era una bruja con eso…
—Pero teníamos la azotea —le recuerdo, y en cuanto lo digo tengo que rehuir su mirada
porque la noche con Nate aparece en mi mente con más intensidad de la que debiera.
—Y ahora tenemos otra, aunque puedes venir aquí cuando quieras. Y gracias por ayudarme
con la ropa ayer.
—Nate también lo hizo.
—Dudo que él ordenara todo a lo japonés.
—Ayudó con los montones —ironizo.
Reímos los dos y Tommy añade:
—Nate es caótico, pero este verano conseguí que la zona común estuviera presentable. Pero si
no quieres que te de un ataque no entres su habitación o verás el caos en su máxima expresión.
—Tomo nota.
Reímos de nuevo y seguimos trabajando. Al final vuelvo a sentir la familiaridad habitual, lo
cual es de agradecer. Porque ayer, cuando estuve en la habitación de Nate la electricidad flotaba
con demasiada intensidad en el ambiente. Nada que no haya pasado antes, pero que se hace más
intenso en la intimidad de su cuarto, por lo que me prometo que intentaré evitarlo. Suspiro y
Tommy se sienta a mi lado:
—¿Todo bien?
—Sí —me apresuro a decir—. Solo se me ha ido la mente por unos segundos.
—Siempre me he preguntado en qué piensas cuando te quedas así…
Respiro hondo. Su tono es dulce y, si no fuera porque es lo único que no puedo contarle, le
diría la verdad. Es el único secreto que tengo con él. Al fin y al cabo, es mi mejor amigo.
—No es nada importante.
—Está bien —accede—. Pero si alguna vez quieres hablar de lo que sea, solo tienes que
decírmelo. Puedes decirme cualquier cosa. Lo que sea.
—Lo sé. Lo mismo digo.
Se hace un tenso silencio. Tommy se levanta y se dirige a la puerta. Apoya el cuerpo en el
marco de la puerta de la habitación y sugiere en tono cálido:
—¿Quieres que vayamos a escoger la pintura? Así podremos avanzar más.
—¿A Nate le parecerá bien?
—Podemos enviarle fotografías con los colores y que opine.
—Buena idea. Voy a cambiarme.

***

Tommy y yo hemos pasado el día juntos. Hemos terminado de ordenar y también hemos
elegido la pintura. Y ahora estamos junto con Nate en el bar donde Tommy ha comenzado a
trabajar. En un gran sitio, donde estaría muy a gusto si no fuera porque las chicas miran a Tommy y
Nate y coquetean con ellos sin cesar. Supongo que es lo que ha sucedido todo el verano. No estoy
celosa, me digo. Son mis amigos. No es que antes no hayan estado con chicas, solo que ahora que
sucede delante de mí me impacta más de lo que había previsto. Y también hace que me compare y
me sienta mal por ello. No soy ni la mitad de guapa que la mayoría de las chicas que se les
acercan y estoy lejos de sus bonitos físicos. Yo tengo más curvas y redondeces que ellas, algo en
lo que no suelo pensar hasta que verlas en esos escuetos vestidos que a mí no me cabrían me hace
sentir vulnerable. Sacudo la cabeza. ¿Qué más da lo delgadas que esas chicas estén? Lo
importante es que soy inteligente y disfruto siendo quién soy. Es una estupidez y una pérdida de
tiempo compararme, y me prometo no hacerlo más.
Pasa un buen rato antes de que Tommy deje la barra y se acerque a mí. Nate ha encontrado a
unos conocidos y está hablando con ellos. Tommy me pregunta:
—¿Te lo pasas bien?
—Sí, este sitio es precioso, me alegra que hayas conseguido el contrato.
—Gracias, tu opinión cuenta mucho para mí.
Sonrío y él me toma de la mano y entrelaza sus dedos con los míos como tantas veces
hacíamos en el instituto cuando hablábamos. Su voz es tierna cuando me pregunta:
—¿Seguro que estás bien? Hace un rato tenías una expresión extraña…
Respiro hondo, pocas cosas se le escapan a Tommy.
—No es nada —balbuceo para finalmente confesar—: Nunca había visto tantas chicas
pendientes de ti.
Una sonrisa asoma a sus labios.
—Va en el puesto de camarero, buscan copas gratis.
—Algunas son muy guapas.
—No tanto como tú —responde con una rapidez abrumadora.
Juguetea con mi mano y yo me suelto. He sido yo la que he iniciado la conversación y me
encanta ser cariñosa con Tommy de un modo que no puedo hacer con Nate, pero su toque, ligado
al piropo, ha prendido un fuego dentro de mí que debo apagar con rapidez. Me he prometido a mí
misma que nada de tensión sexual y eso es lo que voy a hacer.
—¿Te tomas una copa conmigo mientras descansas? Así celebramos tu primer día —comento
con fingida despreocupación.
—Claro, avisaré a Nate y así celebramos también el suyo.
Asiento y le hace un gesto. Este se acerca y no dudo que ha dejado a más de una chica
suspirando de las del grupo con el que estaba. Tommy prepara tres combinados y yo le explico:
—Vamos a brindar por vuestros primeros días de trabajo.
Hacemos chocar las copas y hablamos durante un rato hasta que Tommy tiene que volver a la
barra. Cuando me quedo a solas con Nate ironizo:
—Vuelve con el grupo ese que estabas, estoy bien aquí esperando a Tommy.
Nate aprieta los labios, como siempre que está pensando en lo que decirme.
—Ya he hablado bastante por hoy con ellos. Y no quiero que estés sola.
—No quiero estropearte el plan con nadie…
Sus ojos me escudriñan y, aunque he pretendido ser casual, ha deducido que estoy celosa.
—No hay plan con nadie hoy. Solo pasarlo bien los tres. Aunque si tú tienes alguno…
Sacudo la cabeza.
—¿De qué estás hablando?
—De si te interesa algún chico del bar.
—No, claro que no.
—¿Y de fuera del bar? El verano ha sido largo…
Suspiro hondo.
—He estado ocupada. Y hablar de chicos no es mi tema favorito contigo —reconozco.
—Bien, porque hablar de chicas tampoco lo es para mí contigo.
Cruzamos una mirada durante unos segundos y sé lo que me está diciendo. Nada de preguntas
sobre lo que hacemos si queremos que esto funcione. Protestaría, pero tiene razón, y por ello
permanezco en silencio y doy un largo sorbo a mi copa. Fui yo la que no quiso hablar de aquella
noche en la que todo pudo cambiar para los tres. Ahora no tiene sentido que hablemos de otras
parejas, otros encuentros. Si solo fuéramos amigos le explicaría que no estoy preparada para estar
con nadie, que solo he sentido ese fuego con él y con Tommy, aunque no llegara a suceder nada
nunca con este. Pero no puedo decírselo, porque eso ahondaría una herida que yo abrí y
aumentaría mi culpabilidad. Desde hoy las chicas con las que Nate se acueste son cosa suya. Y
respecto a mí, dudo mucho que en un largo tiempo esté preparada para estar con nadie. En mi
mente y mi corazón solo hay lugar para él y para Tommy, y todavía no he encontrado la cura para
ello ni sé si lo haré.
NATE

3 años antes

Hace seis meses que Tommy y yo volvimos y comenzamos a vivir con Violeta. Esta ya está
trabajando en el hospital, con unos turnos tan complicados que tengo que mirar el cuadrante que
tiene en la nevera. Solo coincidimos las noches que vamos al bar de Tommy. Casi lo prefiero.
Todavía me pongo algo nervioso si estamos a solas. Cuando no está puedo fingir como en verano
que solo soy un chico que disfruta de su trabajo y de ir de chica en chica. Pero si la tengo cerca, si
por un segundo bajo la guardia, el dolor vuelve. No tan intenso como aquella noche, pero sí de una
forma que no sé si terminará de borrarse. Y por eso es mala idea que, al llegar a casa, ella me
proponga:
—Estoy cansada para ir al bar. ¿Te apetece cenar algo en casa?
—¿Vas a hacerme cocinar?
—No.
—Entonces me parece bien
—¿Cómo va todo?
—Sin novedades.
La miro de reojo. Es el tono que utiliza cuando me oculta algo.
—¿Segura? ¿Has hecho algún amigo en el hospital?
—No se me da bien hacer amigos, ya lo sabes.
—No es verdad. Te hiciste amiga de Tommy y de mí muy con rapidez.
—Esa fue la regla que rompió mi excepción.
—No confías en la gente.
No es una pregunta. Violeta siempre ha tenido miedo a abrirse a los demás. Su vida no ha sido
fácil y supongo que cree que contra menos gente deje entrar en ella más a salvo está.
—No es lo más inteligente.
—Pero a veces es necesario. No todo el mundo tiene malas intenciones.
Violeta tensa las manos.
—Eso ya lo sé. Solo digo que es difícil encontrar gente con la que estar bien. O al menos para
mí. Ya sé que para ti es muy fácil.
Noto un deje de ironía y aclaro:
—Si te refieres a las chicas con las que voy, me resulta muy fácil encontrarlas para una noche,
pero no para una relación. Además, habíamos quedado que no hablaríamos de nuestros rollos…
—Has empezado tú.
—Solo te he preguntado si tenías amigos.
—¿Y eso es lo único que querías saber?
—No, la verdad es que no.
Nos miramos fijamente.
—Se supone que esto era una velada fácil. Solo una cena y un poco de diversión —incide.
—Tienes razón. Hablamos de otra cosa. Will me ha presentado a su mujer hoy. Es
encantadora. Hacen una buena pareja.
—¿A eso le llamas cambiar de tema? —ironiza.
—No se me ha ocurrido otra cosa. Además, no debería ser un problema para ti hablar de gente
que le va bien. Ya sabes, que están juntos y encuentran estabilidad.
—Comienzo a arrepentirme de no haber ido al bar con Tommy —masculla.
—De acuerdo, nada de hablar de parejas. Elige otro tema.
—Me he cansado de hablar. Lo del bar iba en serio. Ya hemos terminado de cenar. ¿Te apetece
que vayamos y nos tomamos una copa los tres?
Maldigo en silencio. Ha pasado mucho tiempo desde que estuvimos a solas y lo he estropeado.
Algo que Tommy no haría. Pero no se me ocurre como arreglarlo, así que asiento y ambos nos
cambiamos para ir al bar. Cuando llegamos, este está bastante vacío y Tommy se acerca para
tomarse una copa con nosotros. Se la ofrece a Violeta y comenta:
—El rubio de la esquina quería invitarte. Le he dicho que ya lo hacía yo. Espero que no te
moleste…
Una sonrisa asoma a mis labios:
—Parece que no soy el único con el mismo tema hoy.
Violeta me golpea ligeramente la mano y Tommy nos interroga con la mirada. Ella le explica:
—Nate tenía curiosidad hoy sobre mi vida en general y, si no lo hubiera detenido, amorosa en
particular.
—Interesante. ¿Y qué le has contado?
—Le he propuesto venir aquí para cambiar de tema.
Reímos los tres y Tommy incide:
—¿Eso significa que he hecho bien en no dejar que el chico ese te invite?
—Claro. Ya sabes que no me gusta hablar con desconocidos.
—Todo lo contrario que Nate —se burla.
Mis ojos se clavan en él. Puede que, delante de Violeta, Tommy sea el chico perfecto, pero no
soy el único que la olvida en brazos de otras.
—¿De verdad quieres jugar a quién se liga a más desconocidas, “hermanito”?
—Chicos, si seguís comportándoos como si estuviéramos en el instituto estaré tentada de
aceptar la copa de ese tipo.
—Está bien, nada de tonterías —prometo.
—Yo también lo prometo, pero tengo que volver a la barra, aunque enseguida estoy con
vosotros de nuevo.
Violeta le sonríe y yo me intereso:
—No me hables de tus compañeros si no quieres, pero al menos dime si estás contenta con tu
trabajo. Desde fuera parecen muchas horas mal pagadas.
Juguetea con la servilleta.
—Son muchas horas mal pagadas, pero me lo tomo como un escalón. Más adelante estudiaré
enfermería. Y no es que esté mal con la gente. Simplemente, me cuesta mostrarme como soy. Solo
lo consigo con vosotros.
—¿Con nosotros o con Tommy?
Ladea la cabeza, fastidiada.
—¿De verdad vas a hacerme esa pregunta?
—No, disculpa.
Se hace un silencio. Violeta toma un sorbo de su copa y supongo que perdona mi conato de
celos porque me pregunta:
—¿Qué me dices de tu trabajo? Se te ve feliz.
—Soy feliz. Me encanta la tienda de tatuajes. Puede parecer simple, pero no tengo mayor
expectativa que quedarme en ella mucho tiempo.
—Me alegro por ti, te lo mereces.
Sonreímos y propongo:
—¿Quieres bailar?
—Yo no bailo…
—Solo una lenta. Y prometo no quejarme si me pisas.
—Está bien…
La conduzco a la zona de baile. Cuando nuestros dedos se entrelazan y coloco mi mano libre
en su cintura, comienzo a temblar. Diría que no es nada, pero no puedo engañarme a mí mismo. No
importan las chicas con las que esté, tocar a Violeta incluso en un simple baile desborda mis
sentimientos como nada podría hacer. Y por eso no debería haberla invitado a bailar, porque
remueve lo que no debo, la tentación que debo evitar.
Una chica a la que conocí la otra noche se acerca a nosotros y me sonríe con descaro. Violeta
deja de bailar.
—¿Quieres bailar con ella?
—Estoy bailando contigo.
—Se me da fatal. Además, Tommy vuelve a esta libre —me indica señalándolo—. Baila con
ella.
Hago lo que me pide. La chica se acerca a mí mucho más que Violeta, pero no consigue
excitarme como lo hace ella. Por su forma de mirarme podría ser una fácil distracción de una
noche, pero no hoy. He venido con Violeta y no quiero dejar de hablar con ella por esta chica que
no me importa nada. Me disculpo con suavidad y vuelvo con Violeta y mi hermano.
—¿Ya te has cansado de ella?
—He venido contigo. Prefiero seguir hablando. Tommy, ¿me invitas a otra copa?
—Claro, pero, ¿vais a conducir?
—Tranquilo, hemos cogido un taxi —interviene Violeta.
—Entonces, una copa para cada uno.
—¿Te enseñamos los carnets falsos? —ironiza ella.
—Solo si viene la policía a hacer una redada.
Reímos los tres y, cuando nos quedamos a solas, la conversación comienza a fluir como me
gustaría que fuera siempre, sin ninguno a la defensiva. En un momento dado, Violeta apoya su
mano sobre mi muslo. Solo es un instante y se lo he visto hacer muchas veces con Tommy. El
problema es que en mi caso provoca un vuelco en mi corazón. La miro y le propongo:
—¿Quieres que vayamos al apartamento?
No sé por qué digo eso, pero debería haber previsto lo que provoco. Violeta respira hondo y
finge normalidad, pero contesta con un deje de nerviosismo:
—Esperemos a Tommy y volvamos los tres juntos. Hoy sale pronto…
—Pensé que estabas cansada…
—Sí, pero ya se me ha pasado.
Intercambiamos una mirada y sé que miente. Lo que en realidad quiere decir es que, aunque
haya sido solo un segundo, ha leído en mis ojos lo que su contacto ha provocado. Y eso hará que
no vuelva al apartamento conmigo a solas y que, probablemente, me evite unos días. Se equivocó
una vez, no volverá a hacerlo. Aprieto la mandíbula y miro de reojo a la chica con la que antes he
bailado. Necesitaré una distracción como ella muy pronto. Es lo único que puede mantenerme
lejos de Violeta.
VIOLETA

En la actualidad

Si alguien me preguntara los grandes momentos que marcaron el curso de lo mi vida, mi


respuesta sería rápida: tres. El primero, cuando mi padre me abandonó. El segundo, cuando mi
madre se murió y tuve que ir a vivir con mi abuela. Y el tercero, cuando conocí a Nate y Tommy.
Nada hubiera sido igual si mis padres hubieran estado juntos, o si mi madre siguiera viva o si no
me hubiera trasladado a vivir al lado de Nate y Tommy y su amistad no se hubiera convertido en
todo para mí. Estoy donde estoy por esos momentos, pero también por lo que pasó con Nate y que
jamás podría confesar a Tommy. Aquello cambiaría por completo lo que piensa de mí si lo
descubre. Aquella noche, la última en la que me dejé llevar, rompí mis propias reglas y estuve a
punto de destruir mi amistad con los dos hermanos. Tuve suerte, supongo, de que aquel solitario
verano me permitiera reconstruir mi coraza antes de comenzar a compartir apartamento con ellos.
Nate siguió de chica en chica, y Tommy también salió con algunas. Y yo traté de convencerme que
Nate lo había olvidado todo, pero cuando esta tarde hemos hablado en la azotea he comprendido
que aquella noche sigue en su mente con demasiada intensidad. Nate es fuego, una llama en la que
ya me he quemado una vez por el deseo, y no puedo permitir que eso suceda de nuevo. Si lo hago
no solo destruiría mi amistad con él sino con Tommy, con el que tantas cosas comparto y a quién
tanto necesito.
Respiro hondo. Los recuerdos han hecho que las lágrimas vuelvan a mis mejillas años después
por el mismo motivo. No, no es el mismo, me corrijo. Hoy Nate ha mostrada un rostro posesivo y
celoso que no hace presagiar nada bueno. Y Tommy una vez más ha sido mi faro en la tormenta, a
quién me mataría decepcionar. Son mis dos mejores amigos, pero lo que siento por ellos puede
terminar destruyéndonos a los tres. Y por eso debo arreglar las cosas y subo a la azotea. Nate está
en el mismo lugar donde ayer nos discutimos. Lo contemplo en silencio. No me ha dicho nada,
pero sabe que estoy aquí. Pero desde anoche apenas si nos hemos dirigido la palabra. Y por eso
Nate ha subido aquí, sabe que tarde o temprano subiré a buscarlo para hacer las paces, nunca
hemos sido capaces de estar enfadados demasiado tiempo. Se gira a mí, apenado, ninguno de los
dos podemos con el sentimiento de culpa cuando nos discutimos. No dice nada y supongo que,
como yo, no sabe por dónde empezar. O quién debe empezar. Finalmente, decido hacerlo yo. Me
acerco a su lado y trato de controlar mi corazón acelerado. Quiero reconciliarme, pero no hacer
nada que nos lleve a otro arrebato de pasión como el de anoche.
—¿Cómo ha ido el día? —pregunto para romper el hielo.
—Bien, ¿y el tuyo?
Volvemos a mirarnos y sonreímos los dos con ironía.
—Esto se nos da fatal —comento.
—Sí… Violeta, lo siento. Me volví un poco loco de celos…
Me estremezco.
—No me gusta que te pongas celoso.
—¿Y si no puedo evitarlo?
No respondo, solo me quedo mirándolo hasta que lo que leo en sus ojos es demasiado intenso.
Después de un largo rato, me atrevo a decir:
—Nate, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás tan extraño conmigo últimamente?
Respira hondo y me obliga a mirarlo:
—No lo sé.
—¿Es por algo que he hecho yo? Dímelo y cambiaré. Odio verte así… Que nos discutamos…
—Siempre te ha gustado discutir conmigo —me contradice.
—Sí, pero sobre tonterías. No en serio, como anoche. Temo que eso nos lleve a decir o hacer
cosas de las que nos arrepintamos.
—Temes perderme —termina mi frase—. Igual que te pasa con Tommy.
Asiento con suavidad, aunque no sé si la mención de su hermano es buena idea después de lo
que sucedió anoche.
—Sé que tengo un miedo patológico a perderos, pero es porque sois lo único que me importa.
—Ven…
Me tira hacia él y apoyo mi cabeza sobre su pecho. Nate acaricia mi cabello y le abrazo con
fuerza.
—Lo siento —susurro.
—Yo también. Violeta, daría lo que fuera por poder entenderte, pero a veces me resulta difícil.
—Soy difícil, ya lo sabes —reconozco.
—Nunca dije que me gustara lo fácil —ironiza.
—Eso es cierto —sonrío.
Se hace un silencio, que finalmente él rompe:
—Siento molestarte ayudando a Jay, pero tengo que hacerlo.
Me separo de él con suavidad.
—Lo sé. He estado pensando. Detesto ver sufrir a Jay, aunque siga enfadada con él y esté llena
de sentimientos confusos. Y, aunque no necesitas mi aprobación, me parece bien que le ayudes,
comprendo que es lo justo.
—Puede que no necesite tu aprobación, pero me gusta tenerla. No siempre puedo ser el chico
duro.
Me echo a reír y comento:
—Nunca te he visto de ese modo.
—¿Cómo qué no? Gracias a mí no te molestó nadie en todo el instituto. Me temían…
—O te deseaban en el caso de las chicas —incido—. Pero yo siempre he visto mucho más que
eso.
—Lo sé, por eso soy tan vulnerable contigo.
Me aparto un poco. No es el único que es vulnerable. Cuando estoy con él siento una gran
confusión de sentimientos: amistad, amor, dudas, temor… Y a veces me siento perdida, presa de
un pacto entre mis dos mejores amigos. Pero no es algo que quiera confesarle a él. Trato de
parecer distante y sugiero:
—¿Y si bajamos? Podemos pedir algo de cena antes de que Tommy vaya al bar.
—Un momento…
Se acerca a mí y vuelve a mirarme con una intensidad que me hace temblar.
—¿Qué quieres?
—Dame un beso.
Sacudo la cabeza, incrédula, y le reprocho:
—¿A qué viene eso?
—A que cada vez que nos hemos besado…
—Solo han sido tres —le interrumpo.
—Recuerdo una noche en la que hubo muchos más.
La impaciencia toma mi voz.
—No voy a hablar de eso ahora. Se supone que he venido a que nos reconciliemos, no a
empezar una nueva pelea.
—No quiero pelear, solo que me des un beso.
—¿Así porque sí?
—Trato de demostrar una teoría —lo interrogo con la mirada y él se explica—: Siempre me
has dicho que un beso es solo un beso, que no significa nada, o al menos no tanto como nuestra
amistad. Pero yo no estoy de acuerdo con eso.
Mi corazón da un vuelco, enrojeciendo por la vergüenza, no solo porque todos los besos que
nos hemos dado han significado para mí mucho más de lo que querría, sino también porque
recuerdo lo que hice ayer y debo confesar para terminar esta conversación. Tomo aire para coger
fuerza y susurro con rapidez, antes de darme tiempo a arrepentirme:
—Ayer tenías razón, estuve a punto de besarme con Tommy cuando llegaste a la azotea.
—¿Quééée? Dijiste que solo habíais estado hablando. ¡Me mentiste!
—No fue nada. Estaba triste y frustrada y nos acercamos demasiado…
La ira toma su rostro con fuerza.
—Por lo que veo mi perfecto hermano tampoco cumple tu estúpido pacto.
—No es culpa de él.
—¿También lo es mía? Violeta, ¿quieres volverme loco?
—No, claro que no, es culpa mía. Estaba muy alterada y me descontrolé un poco.
—Y le hubieras besado si yo no hubiera llegado —me reprocha.
—Sí —respondo con rotundidad, no negaré lo evidente.
Sus ojos centellean con furia.
—¿Y también te hubieras acostado con él?
—Nate, por favor…
—Lo hiciste conmigo —me acusa.
Maldigo en mi interior que aquella noche siempre salga a relucir en nuestras conversaciones,
cuando lo único que quiero es olvidarla. Por ello incido:
—Solo fue una vez, hace tres años.
—¿Y has estado con alguien más desde entonces?
—No tienes derecho a preguntarme eso —respondo temblando, aunque lo único que hago al
hacerlo es confirmar sus sospechas.
Su tono se hace más suave al preguntar:
—¿No puedes o no quieres estar con otros chicos?
Tomo aire. Es la conversación que he estado evitando. Yo no les pregunto por sus chicas de
una noche y ellos no me preguntan por mis relaciones. Pero es obvio que al menos Nate ha
pensado bastante en el tema. Valoro mis opciones y finalmente opto por la verdad.
—No es que no pueda, es que ya sabes lo que opino de las relaciones. Y tampoco se me dan
bien los ligues de una noche.
—Y si se tratara de Tommy…, ¿o de mí?
—Sigo pensando lo mismo —respondo con amargura, hastiada de darle vueltas al mismo tema
—: Nate, me equivoqué anoche al besarte y me hubiera equivocado besando a Tommy. Eso solo
me lleva a perderos. Pero a veces me siento triste y sola y estoy harta de controlarme y…
Las lágrimas asoman a mis ojos. Él me toma con delicadeza la barbilla y me pregunta:
—¿Y si no te controlaras?
Mi corazón vuelto a latir apresuradamente, eso es lo único que no debo hacer. En tono severo
le recuerdo:
—No puedo elegir entre los dos, no podría nunca. O somos amigos los tres u os pierdo a los
dos.
Su mano abandona mi mejilla y se la pasa por el cabello, nervioso, y declara:
—Eso nos lleva de vuelta al maldito pacto.
—Nate, ha funcionado estos años. Volvamos a como estábamos hace poco. Sal con chicas,
olvidemos esto.
Sacudo la cabeza, incrédulo:
—¿Eso es lo que quieres? ¿Qué esté con otras chicas? Porque cuando estoy con ellas solo
pienso en ti. Y estoy seguro de que a Tommy le pasa igual.
Respiro hondo, comprendiendo lo que su confesión entraña. Permanezco durante varios
minutos en silencio, asimilándolo. Finalmente, susurro:
—Solo quiero que seas feliz, que los tres lo seamos. Lo hicimos una vez, intentémoslo de
nuevo.
Nate suspira.
—Antes todo parecía más fácil.
—Es cierto, pero podemos intentar que vuelva a serlo.
Clava su mirada en la mía.
—¿Estás segura de que es lo que quieres?
—Sí —respondo sin titubeos, aunque mi corazón parezca que vaya a estallar indicando lo
contrario.
Sopesa la idea unos segundos y después acepta:
—De acuerdo, pero en ese caso tendrás que decirle lo mismo a Tommy.
—Ya lo sabe. Y lo entiende.
—O finge hacerlo como hago yo porque no tenemos otra opción.
Me estremezco.
—Lo siento Nate, ojalá se me ocurriera algo mejor. Pero no sé qué hacer. A veces mi instinto
me dice que debería marcharme, alejarme de los dos; pero luego…
—Ni se te ocurra decirlo —me interrumpe con rapidez—. Violeta, si tengo que escoger entre
perderte o ser solo tu amigo, me quedo con esto último. Siento si te lo he puesto difícil estos
últimos días.
—Y yo siento si a veces soy insoportable.
—Eres tú, y eso está bien. Violeta, siempre nos dices que somos todo lo que tienes; pero tú
eres, junto a Tommy, todo lo que yo tengo. No quiero perderte y, si para ello he de seguir tus
reglas, aunque no las comparta, lo haré.
La emoción se hace más intensa, más insoportable y lo abrazo con fuerza. Algo me dice que
con el tiempo esto será más fácil. Que volveremos a los días en los que él vuelve de estar con una
chica de la que no recuerda el nombre; en los que yo no me dejo llevar, en los que Tommy es mi
refugio. Aunque, por esta noche, mi corazón late con tanta fuerza y rapidez que temo que no pueda
recuperar nunca su ritmo normal.
***

Ha pasado un mes desde que mi conversación con Nate en la azotea. Y del casi beso con
Tommy. Y el resultado de ambas cosas es que los tres nos hemos comportado como si no hubiera
pasado nada, pero nos hemos distanciado, lo que hace que me sienta sola y estúpida porque esta
situación la he provocado yo. No dejo de pensar que me gustaría ser como esas chicas perfectas
que siempre saben hacer lo correcto, mientras que yo solo sé navegar contra la corriente y
meterme en un embrollo tras otro. Quiero sentirme a gusto en el apartamento con ellos y no echar
de menos a ninguno. Pero lo hago. A Nate porque ha vuelto a desaparecer noches enteras y sé que
está cumpliendo lo mismo que yo le pedí: que saliera con otras chicas. Lo cual me pone muy
celosa, aunque no tiene sentido porque fue mi decisión, pero así soy yo.
Y luego está Tommy. Él no ha pasado ninguna noche fuera de casa, pero tampoco hemos tenido
ninguna de nuestras largas conversaciones o salidas juntos. Lo cual es culpa mía, y me temo que
esta situación se va a alargar hasta que le veo aparecer en el hospital justo cuando estoy
terminando mi turno. Detecto las miradas de algunas enfermeras que no dudo luego me preguntarán
por él, pero yo solo soy capaz de decir:
―¡Qué sorpresa!
―¿Agradable? ―bromea.
Su tono consigue arrancarme una sonrisa, porque es del mismo Tommy con el que he
compartido tantos momentos de amistad, y eso es justo lo que necesito para volver a la
normalidad.
―Siempre. ¿Qué haces por aquí?
―Apenas te veo y se me ha ocurrido pasar a buscarte.
Sonrío y reconozco:
―Lamento haberte tenido tan abandonado últimamente. Hace días que casi no hablamos.
―Sí, tu ritmo laboral es frenético.
―Aceptar más turnos me permite ahorrar más y adelantar mi objetivo de estudiar.
Tommy asiente, pero sé que intuye que solo es uno de los motivos por los que lo hago. La
actividad me ayuda a no pensar en nuestro casi beso y tampoco en Jay. Y, aunque esto Tommy no
lo imaginaría, en Nate y nuestra conversación de la azotea y su consecuente vuelta al mercado de
ligues de una noche. Tommy observa mi semblante preocupado y comenta:
―Entiendo que necesitas el dinero, pero tienes que distraerte. Y he pensado que, dado que hoy
no trabajas por la tarde, podemos hacer algo juntos. Además, esta noche hay una fiesta temática en
el bar y, aunque tengo que trabajar, podrías venir y te prepararía tus combinados favoritos.
―Eso suena muy bien, pero primero tengo que ocuparme de mi parte de las tareas de la casa.
No he limpiado ni he ido a comprar en toda la semana ―susurro haciendo un mohín.
Una sonrisa asoma a sus labios.
―No te preocupes, ayer limpié tu parte y he hecho la compra antes de venir, no queda nada
pendiente.
―No tienes que hacer eso ―protesto―. Todos tenemos nuestros turnos.
―Sí, pero tú estás agotada y te mereces unas horas libres.
Suspiro. No es la primera vez que Tommy hace algo de este estilo por mí, pero sí desde que
estuvimos a punto de besarnos. No obstante, le añoro, y tiene razón en lo de que necesito
desconectar.
―Está bien, muchas gracias. Tiempo libre, música y copas gratis. Es el plan perfecto. Cuenta
conmigo.
―Bien. Y hasta la fiesta, ¿qué te apetece hacer?
―No sé, ¿qué sugieres?
―Tengo que comprarme ropa. Podríamos ir juntos de tiendas, si también quieres comprar
algo; luego ir a casa a cambiarnos, cenamos y después vamos a la fiesta. ¿Qué te parece?
―Perfecto. ¿Me cambio de ropa y nos vamos? Tengo ganas de comenzar el plan… ¿Te
parecería bien si comenzamos por unas tiendas vintage de ropa económica que me ha comentado
una compañera del hospital?
―“Vintage” y “buenos precios” en la misma frase. Me encanta.
Una sonrisa asoma a mis labios. Hace mucho tiempo que no compro nada. Tampoco necesito
demasiado, a excepción del uniforme del trabajo solo uso cómodos vaqueros, camisetas y algún
sencillo vestido. Pero hoy vamos a salir y me apetece verme diferente, guapa. Además, a Tommy
también le encanta la ropa vintage como a mí, por lo que estoy segura de que lo pasaremos bien.
―Dame diez minutos y estoy contigo ―propongo.
―De acuerdo, te esperaré en la cafetería de enfrente del hospital.
Le observo marcharse, con rapidez termino de atender a mi último paciente y corro hacia el
vestuario para ducharme y cambiarme. Cuando llego a la cafetería, Tommy me pregunta:
―¿Quieres tomar algo?
―No, prefiero ir directamente de tiendas.
―Tú mandas…
―Por favor, no repitas esa frase delante de Nate… ―se me escapa.
Tommy ríe y me asegura:
―No lo haré. Por cierto, le he comentado que se pase por la fiesta, me ha dicho que lo hará.
Asiento y simulo una sonrisa, pero se me ocurre que Nate puede ir a la fiesta con una chica o
conocer a alguna con la que irse esta noche. Sacudo la cabeza, me repito que no puedo pensar así
y me prometo que esta tarde voy a tratar de concentrarme en una tarde de amigos con Tommy y
nada más. Además, este vuelve a mostrar su semblante tranquilo habitual, así que deduzco que ha
dado nuestro amago de beso por olvidado y que quiere retomar nuestra amistad con normalidad.
Se lo agradezco, aunque, si soy sincera, algo me dice que desde aquella noche algo cambió en mi
interior y me resulta más difícil obviar lo que me provoca.
Tommy paga su cuenta y salimos del local para tomar el metro. Las tiendas que me
recomendaron no nos defraudan y, después de probarnos muchos modelos solo por diversión,
Tommy se compra una preciosa cazadora de cuero a conjunto con unos pantalones también de
cuero negro, y yo un vestido de los años cincuenta de segunda mano a juego con zapatos y bolso.
Cuando Tommy me ve con él comenta con admiración:
―Pareces una pin-up.
Río.
―Sí, nací en la época equivocada, entonces mis curvas serían muy apreciadas.
―También lo son ahora. Estás preciosa.
Un destello de admiración de sus ojos me hace saltar las alarmas, porque de nuevo me siento
halagada y preocupada a partes iguales. Por no hablar de que él enfundado en cuero es algo que
funde gran parte de mi resistencia. Por suerte, sin hacer más comentarios, dejamos la tienda para
ir al apartamento y cambiarnos de ropa. Aprovecho que Tommy tiene que cortarse el pelo para ir a
una peluquería mixta donde me peinan y maquillan a juego con el vestido. No suelo darme estos
caprichos, todos mis ahorros van para mis estudios, pero decido que por un día puedo premiarme
a mí misma por mis esfuerzos. Además, saltarme la rutina está sacando cosas de mí que había
olvidado. Me apetece no pensar en nada importante, solo hablar y reírme con Tommy, y tratar de
no pensar en nada de lo que me abruma. Por una noche, quiero dejar las responsabilidades y los
miedos y ser una chica más.
Tommy está entregado a que me distraiga y me lleva al restaurante griego que hace tiempo se
convirtió en nuestro favorito cuando descubrimos que la comida era excelente y el precio
ajustado. Disfruto tanto que, en un momento dado, se me pasa por la mente que estuve a punto de
estropearlo todo, incluso estas veladas. Tommy me observa y comenta:
―¿Estás bien?
―Sí, solo que hace tiempo que no salíamos así. Lo siento…
―No te disculpes por trabajar, necesitas ese dinero para lograr tu sueño. Solo disfrutemos
esta noche… Aunque ahora me temo que toca ir al bar, pronto comenzará mi turno.
Me entristezco momentáneamente. Doy un sorbo para terminar mi copa de vino y me recuerdo
a mí misma que, aunque me gustaría disfrutar de la compañía de Tommy sin interferencias esta
noche, tengo que respetar su trabajo como él hace con el mío.
―Por supuesto.
Pagamos la cuenta y nos dirigimos al bar. Me siento en un taburete y, después de un rato, oteo
a mi alrededor y comento:
―No veo a Nate…
Tommy arquea una ceja.
―No me dijo a qué hora vendría, solo que se pasaría. ¿Te aburres?
―No, claro que no. Es solo que dijiste que vendría y me lo he preguntado.
Las palabras salen demasiado deprisa de mi boca, como siempre que miento, pero Tommy da
mi explicación por válida. Doy un sorbo a mi copa y distingo a Adara entre la multitud. Se acerca
a mí y le pregunto:
―¿Qué haces aquí?
―Es mi bar favorito…
―Creí que tu bar favorito sería al que vayan médicos ―ironizo.
―Que quiera casarme con un médico no implica que no pueda divertirme con otro tipo de
chicos mientras lo consigo ―contesta guiñándome un ojo.
Yo sonrío. Aunque desde mi negativa a salir con el doctor Kerrington nuestra relación ha sido
algo tensa, lo cierto es que es lo más parecido a una amiga que tengo. Además, no es justo que la
juzgue por querer casarse con un médico, porque tampoco sería cierto decir que solo piensa en lo
económico. Busca seguridad, pero la idea del voluntariado con las madres adolescentes fue suya.
Supongo que es de ese tipo de chicas que, si alguna vez consigue su sueño de casarse con alguien
con dinero, utilizará gran parte de su tiempo libre para obras de beneficencia. Además, sería
hipócrita juzgarla porque quiera seguridad económica cuando yo me aferro como lo hago a la
seguridad emocional que me brindan Tommy, Nate y nuestro pacto. Por eso comento, arrepentida
de lo que he dicho:
―Tienes razón, ¿me aceptas la disculpa si te contigo una copa gratis?
―Por supuesto. ¿Se la vas a pedir a tu guapo amigo camarero? ―contesta guiñándome el ojo.
―Sí, pero no le llames así.
―¿Por qué no? Es guapo y es camarero.
―Lo que tú digas.
―¿A ti no te parece guapo?
Sacudo la cabeza y doy un sorbo a mi copa, no me apetece que Adara lance elucubraciones de
las que no quiero hablar. Aviso a Tommy y pronto nos trae un par de combinados. Adara le sonríe
agradecida y me pregunta:
―¿Y dónde está el otro?
―¿Qué otro?
―Ya sabes, el hermano tatuado…
―Tommy me ha dicho que se pasaría.
―¿Y tú quieres que lo haga?
Suspiro con resignación.
―Adara, ¿qué es lo que quieres preguntarme en realidad?
―Si sigues siendo solo amiga de los dos.
―Sí, como todas las veces que me lo has preguntado.
―¿Y por qué solo te veo con ellos siempre?
―Porque me gusta pasar tiempo con mis amigos.
―Puede, pero tienes que reconocerme que cuando estáis juntos hay algo extraño…
—No hay nada extraño —la interrumpo.
―Pero sí diferente ―corrige―. No actúas con ellos ni los miras como a los demás chicos.
Aunque, si me preguntas, te diré que te veo más con el camarero, a pesar de que el otro día en el
hospital parecía que te decantabas por el hermano tatuado…
―No estoy enamorada de ninguno de los dos y no voy a estarlo. ―La interrumpo de nuevo―.
Y, respecto a Nate, me gustan sus tatuajes y sus dibujos por una cuestión meramente artística.
Una sonrisa asoma a sus labios y sé que no la he engañado, pero necesito recordármelo a mí
misma. No importa cuán ardiente sean Nate o Tommy, llevo demasiado tiempo construyendo la
vida que quiero, no puedo tirarlo por la borda por una noche como casi estuve a punto de hacer
hace tres años. No soy una chica salvaje, soy responsable y tranquila, me convenzo. Y para
reafirmarlo y no pensar, mi gran idea es aceptar no solo las copas de Tommy sino de alguno de los
chicos del bar que conocen a Adara. Y eso hace que, dos horas después, esté más ebria de lo que
me gustaría cuando Nate aparece y, algo descontrolada, mi mirada se desvía hacia él. Lo cual es
muy peligroso porque, aunque siempre luce sexy y despierta mis hormonas, mi cerebro las tiene a
raya. Pero esta noche el alcohol embota mis sentidos y, con lo que he bebido hoy, lo último que
puedo hacer es pensar y mis promesas de mantener a la chica salvaje encerrada se han ahogado en
la última copa. Lo malo es que mis hormonas no son lo único que se revolucionan cuando observo
que no está solo, sino que una rubia está a su lado y, por la forma de sujetarle de la cintura,
deduzco que es su ligue de esta noche. La miro con odio por atreverse a manosearle delante de mí,
aunque ni siquiera sepa quién soy yo. Ella no se queda atrás y se arrima más a él para
demostrarme que es suyo. Me dan ganas de gritarle que para Nate no es más que otro pedazo de
carne que olvidará mañana, pero en lugar de eso tomo un sorbo de mi copa con rapidez. Nate se
acerca a mí, me observa y una sonrisa irónica asoma a su cara.
―¿Cuánto has bebido?
―¿Vas a controlarme? Yo no lo hago contigo…
―Solo me preocupo porque parece que te cuesta mantener el equilibrio.
―Muchos chicos guapos me han invitado a copas. Ha sido divertido.
Mi voz debería haber soñado orgullosa y seductora, pero el tono confirma que estoy borracha.
Nate incide:
―No lo dudo, y ese el motivo por el que es hora de ir a casa.
―¡No puedes marcharte, acabamos de llegar! ―protesta la rubia y hace ademán de darle un
beso, que Nate rechaza.
―¿Puedes dejarnos un momento a solas?
La rubia hace un mohín de protesta, pero se dirige al baño. Tommy se acerca a nosotros y Nate
le reclama:
―¿Se puede saber en qué estabas pensando para darle tantas copas? Está borracha.
―Controlo las que le sirvo yo, no a las que le invitan, estoy trabajando ―incide Tommy,
enfadado.
―Pues entonces no la invites tú.
―¿Podéis dejar de hablar como si yo no estuviera? ―protesto―. Además, estoy con Adara.
―Yo me retiro, estoy agotada. Te veo mañana por la tarde en el hospital.
Desaparece guiñándome el ojo como es habitual en ella y Tommy se disculpa:
―Me llaman de la otra parte de la barra, vuelvo enseguida.
Cuando nos quedamos a solas, Nate insiste:
―Has bebido demasiado, te llevaré a casa.
―¿Tú y la rubia? ¿Así escucharé vuestros gritos en la cama toda la noche?
―Nunca llevo chicas al apartamento, ya lo sabes ―incide, furioso.
―No, pero la has traído aquí ―le recrimino.
―No había ningún motivo para no hacerlo. La he conocido en otro bar en el que he estado
antes con un cliente y me ha apetecido estar acompañado. ¿Algún problema?
Su chulería me molesta y me quejo:
―¿Te has enrollado con ella?
Nate sacude la cabeza, incrédulo:
―Violeta, ¿me estás montando una escena de celos porque estoy con una chica cuando tú
misma me pediste que lo hiciera?
Le reto con la mirada.
―¿Y si lo hago? Tú me las montas continuamente cuando me acerco a Tommy.
―Eso es diferente, yo…
―Tú siempre puedes hacer lo que quieres, pero yo no. Y estoy harta ―le interrumpo.
―Violeta, no voy a seguir discutiendo contigo. Te llevaré a casa.
Su tono condescendiente vuelve a ponerme furiosa.
―Puedo coger un taxi. Sé cuidarme sola.
―Lo sé, pero quiero llevarte igualmente. Además, sigo pensando que has bebido demasiado.
―Estás acostumbrado a chicas bebidas ―le recuerdo con ironía.
―Sí, pero no a verte a ti así ―responde con sinceridad―. Y por eso voy a asegurarme de que
llegues bien a casa.
Su mirada se clava en la mía y un estremecimiento me recorre de la cabeza a los pies. Pero en
ese momento la rubia vuelve y se pega a él como una lapa.
―No pienso ir a ningún lado contigo. Si has venido con esa rubia quédate con ella.
—No puedes ir a casa sola en taxi en tu estado.
Bufo por toda protesta. Tiene razón, pero mientras tenga a la rubia enredada a su lado y yo
intuya que ya han comenzado a enrollarse y que terminarán en la cama, no aceptaré irme con él y
contesto con frialdad:
―En ese caso, esperaré a que Tommy termine su turno.
―Es una buena idea ―se escucha a Tommy detrás de nosotros.
Me giro agradecida, pero Nate clava su mirada enfadada en mí y se encara a su hermano:
―¿Vas a dejar que pase más tiempo amarrada a una copa?
―¿Puedes no hablar así de mí? ―protesto.
―Violeta tiene razón. Solo ha tomado un par de copas de más, no hace falta que la trates así
―me defiende Tommy.
Nate aprieta los puños e ironiza:
―Y de nuevo de su parte, aunque no tenga razón. Pues nada, es toda tuya, yo me voy a divertir
con la chica que he conocido.
―¡Nate!
Tommy le llama furioso, pero Nate no se vuelve y lo último que veo de él es su mano sobre el
trasero de la rubia, en lo que no dudo es un gesto para fastidiarme. Apesadumbrada, me giro hacia
Tommy y me disculpo:
―Lo siento mucho. No quería que discutieras con él por mi culpa ni estropearte la noche.
―Es Nate, se le pasará. Y no estás estropeando nada, te lo garantizo. Me alegro mucho que
hayas venido.
Espontánea, entro un momento por detrás de la barra y abrazo a Tommy, susurrándole:
―Gracias, me lo he pasado genial.
―Gracias a ti ―responde con otro abrazo.
Diego, el responsable del bar, se acerca a nosotros y Tommy le explica ante su mirada
interrogativa:
―Violeta no se encuentra muy bien. ¿Te iría muy mal si salgo un poco antes y la acompaña a
casa?
―No hace falta… ―comienzo a decir
―Tranquila, Violeta ―me interrumpe Diego―. Es tarde y pronto esto se quedará vacío. Iros
ya.
―¿Estás seguro? ―pregunta Tommy.
―Por supuesto ―contesta Diego guiñándole el ojo, lo que por la expresión de Tommy no le
gusta demasiado.
En silencio, salgo de detrás de la barra y espero a que Tommy recoja sus cosas. Estoy furiosa.
En primer lugar, conmigo misma por haber bebido demasiado cuando recriminé a Jay haberlo
hecho. Pero, sobre todo, estoy indignada porque Nate estará en algún lugar del bar manoseándose
con la rubia y aunque no debería ponerme celosa, lo hago.
Tommy sale enseguida y me toma de la mano para que no pierda el equilibrio. Lo cual no es
buena idea porque, cuando lo hace, me fijo en que luce sexy y espectacular y me doy cuenta de
que, a pesar de que durante la noche ha recibido un montón de miradas de las chicas que nos
rodean, solo ha estado pendiente de mí; a diferencia de Nate. Este siempre consigue captar mi
atención, como un fuego que me devora; pero saber que está con la rubia me hace valorar más que
Tommy esté a mi lado pase lo que pase. Le observo de nuevo y la mezcla de hormonas y alcohol
agudizan mi interés por él. Trato de concentrarme en cualquier otra cosa y de mantener a raya mis
sentimientos, pero, cuando su cálida mano se separa de la mía y me la pasa por la cintura para
ayudarme a caminar mejor, toda yo tiemblo de una forma que hacía tiempo que no experimentaba.
Me he estado alejando voluntariamente de los chicos en general y de él en particular durante
mucho tiempo, pero no sé si estoy lista para hacerlo hoy. La chica salvaje que existe en mi interior
se está despertando a ritmos forzados y no sé si quiero hacerla desaparecer.

Mientras caminamos hacia la salida una pelirroja espectacular que me suena de haber visto
otras veces por el local le lanza una mirada insinuante nada discreta. Tommy la observa solo unos
segundos, pero un inusitado arranque de celos me hace decir:
—¿Quieres ir a hablar con ella?
—No, claro que no —deniega con rapidez—. He pedido salir antes para llevarte a casa.
—No quiero ser una molestia. Puedes hacer lo mismo que ha hecho Nate.
Mi voz suena más amarga de lo que me gustaría, pero lo que hace Tommy me hace olvidar mi
tono de voz e incluso que mi cabeza dé vueltas. Me suelta la cintura, me toma con las dos manos
las mejillas y susurra mirándome a los ojos:
—No quiero estar con nadie que no seas tú. ¿Me dejas llevarte a casa? No por pena, sino
porque es lo que quiero hacer.
Un escalofrío de placer recorre mi espina dorsal y susurro:
—Sí, gracias, significa mucho para mí.
Tommy sonríe, acaricia con suavidad mi cabello unos segundos y vuelve a tomarme de la
cintura para llevarme fuera del bar e ir en busca de su coche. Percibo que mis hormonas están
descontroladas y que el alcohol está nublando mi buen juicio, por lo que decido que es mejor
quedarme callada y seguir a Tommy hasta el apartamento antes de decir alguna tontería de la que
luego me arrepienta. El problema es que, cuando llegamos allí, no quiero que termine la noche, le
observo con detenimiento y trato de descifrar que es lo que está pensando. Tommy, que no es ajeno
a mi escrutinio, pregunta:
—¿Estás bien?
—Sí, más que eso. No estaba tan relajada desde hace mucho tiempo —confieso—. ¿Quieres
que nos tomemos una última copa?
Sus ojos se ciñen sobre los míos y deniega en voz baja y suave:
—No es buena idea.
Yo suspiro. Sería el momento de comportarme como la buena chica responsable y adulta que
soy, irme a mi habitación y dejarme caer sobre la cama hasta que se me pase la euforia por el
alcohol. También debería pensar en la tarde tan agradable que he pasado con Tommy y que nos
lleva de nuevo al buen cauce de la amistad. Pero en lugar, de eso, susurro:
—Pues yo creo que sí. ¿Me la preparas?
―No, ya te he dicho que no.
―En ese caso lo haré yo ―le desafío.
Tommy esboza una mueca de hastío y me toma de la mano.
―No, te llevaré a tu habitación.
―¿Para dormir conmigo? ―ironizo.
―Para asegurarme que lo hagas tú.
Mi ego se me lastimado y pienso de nuevo en la rubia y en Nate. Con suavidad, acaricio la
mejilla de Tommy y susurro:
―Estás muy guapo esta noche.
―Violeta…
―¿Por qué no puedo decirte que estás guapo? Tú me lo has dicho antes en la tienda…
―Pero yo no estaba borracho.
Hago un mohín de protesta. Tommy siempre es cálido y amable conmigo y no comprendo por
qué de pronto está tenso, en guardia, y mascullo:
―Comienzas a recordarme a tu hermano. Vosotros podéis hacer lo que queréis, pero yo no…
―Eso no es justo, yo no hago lo que quiero ―protesta.
―¿Seguro?
―Sí, porque si lo hiciera ahora mismo te estaría besando en lugar de discutir tonterías
contigo.
Me doy cuenta de que las palabras han salido de su boca sin que las haya pensado, pero ya es
tarde. Un resorte surge en mi interior y la mezcla de alcohol y hormonas desatadas terminan de
dominar mi mente y pregunto sensualmente:
―¿Tú quieres besarme?
Sus ojos se clavan en los míos con la misma intensidad que lo hizo la noche de la azotea y
susurra:
―Siempre.
Su afirmación hace que mi corazón palpite con tanta fuerza que parece que vaya a salirse de
mi pecho y declaro:
―Bien, porque yo también quiero besarte.
Y, uniendo la acción a la palabra, dejo atrás mi cerebro, permito que mi cuerpo tome el control
y poso mis labios sobre los suyos con fiereza. A pesar del alcohol me las he arreglado para
denegar todas peticiones que recibí en la discoteca de otros chicos, pero ahora que estoy con
Tommy solo puedo pensar en estar en sus brazos y sentirme mejor, aunque sea por una noche. Yo
creé el pacto, pero con mi mente nublada por el alcohol no puedo ni quiero pensar ahora en él. Sin
embargo, parece que no es lo que quiere Tommy, que me aleja con suavidad.
―¿Qué sucede? Has dicho que querías besarme… ―pregunto, sorprendida de su rechazo.
―Sí, y sería un sueño hecho realidad sino fuera porque estás borracha y no sabes lo que
haces.
Sus palabras me hieren y protesto:
―No te gusto…
―Violeta, no hay nadie en el mundo que me pueda gustar más que tú ―me interrumpe―. Pero
no voy a aprovecharme de ti. Pónmelo fácil y permíteme que te lleve a dormir.
―No quiero dormir. Quiero estar contigo ―insisto.
Una sombra domina sus ojos.
―Nunca has querido estar conmigo.
―Sí lo he hecho ―le contradigo―. Pero no quería…
Las palabras se atragantan en mi boca y él termina la frase por mí:
―Estropear el pacto.
―¿Por qué hablamos de esto? ―protesto de nuevo―. No quiero pensar en nada ahora mismo.
Tommy respira hondo, como si esta conversación le estuviera costando mucho, e incide:
―Lo sé, y por eso soy yo el que tiene que pensar por los dos.
Deniego con la cabeza.
―¿Y si no pensamos ninguno de los dos?
Uno la acción a la palabra, rodeo su cuello con mis manos y vuelvo a besarle. Tommy hace
ademán de alejarse de nuevo, pero, cuando insisto, su boca se abre más y me permite profundizar
el beso. Cuando eso sucede, todo lo demás se desvanece y la pasión me domina por completo. No
hay preocupaciones ni argumentos sobre nuestra amistad, solo la necesidad extrema de estar con
él. Tommy parece contagiarse de la intensidad de mi beso porque desliza su mano por mis caderas
y me eleva de forma que le envuelvo con mis piernas. He sentido muchas cosas por Tommy desde
que le conocí. Es guapo, inteligente, calmado y divertido. Pero nunca pensé que pudiera ser tan
pasional. A diferencia de Nate, siempre ha parecido en él normal mantener la compostura, pero
ahora se está dejando llevar como lo hago yo. Eso hace que le siga besando con fuerza, hasta que
en un momento dado él se aparta de mí de nuevo y me deposita con suavidad en el suelo.
―No puedo ―me dice con la voz rota―. Lo deseo más que nada, pero no puedo.
―¿Por qué?
―Porque estás borracha y no podría soportar que mañana me odiaras por esto.
―No lo haré ―le aseguro.
―Sí lo harás, te conozco mejor que nadie.
Por mi mente pasa la noche que pasé con Nate y que le oculté a Tommy. Él cree que soy una
buena chica, pero lo cierto es que pude estar una noche con su hermano y ocultárselo, así que nada
me impide hacer lo mismo hoy con él. Por ello susurro:
―No me conoces del todo, solo la parte buena. ¿Quieres conocer a la oscura Violeta?
Mientras lo digo comienzo a caminar por el pasillo quitándome la ropa, que voy dejando caer
al suelo de forma tentadora, aprovechando que mi equilibrio ha vuelto. Tommy me sigue y, durante
unos segundos se pierde en la visión de mí en ropa interior: un tanga negro de encaje y un
sujetador a conjunto que deja gran parte de mi anatomía a la vista. Puede que no tenga aventuras,
pero por suerte la ropa interior de encaje siempre ha sido una de mis pasiones. Tommy se acerca a
mí y susurra:
―Eres perfecta. Me pregunto cómo voy a poder hacer lo correcto cuando solo puedo fijar la
vista en ti…
Sonrío victoriosa y mis manos se acercan a su cinturón. Él desliza sus manos sobre mis
hombros, empujando las cintas del sujetador fuera de los hombros. Sus labios se acercan a los
míos y sus manos comienzan a acariciarme.
—Tommy…
Mi voz es ronca y destila deseo, pero no consigue el efecto deseado, porque se separa de mí
de nuevo, acaricia mi mejilla con el pulgar y susurra con el mismo tono de dolor que antes:
―No puedo, Violeta. Quiero hacer el amor contigo y no simplemente pasar una noche sin
sentido. Lo siento. ―Mi boca se abre sorprendida y, cuando comienza a caminar hacia la puerta,
Tommy declara con tristeza―: Lo quiero demasiado para que sea de este modo.
En silencio, sale de la habitación y cierra la puerta tras de sí. Quiero llamarlo para que
regrese, pero no soy capaz, algo me dice que ya lo he estropeado bastante todo por una noche.
Como siempre. Desesperada, me tumbo en la cama y lloro hasta que no me quedan lágrimas y el
sueño me vence.
NATE

En la actualidad

Llego a casa y Tommy está en la habitación de Violeta. Ella está dormida, cubierta por una
sábana, y él sentado en la cama, a su lado, con la mirada perdida. Ardo de celos.
—¿Qué demonios está pasando, Tommy?
—No pasa nada.
Hay dolor en su voz y no sé si continuar la conversación empeorará la situación, pero tengo
que hablar con él. Es mi hermano y mi mejor amigo, no quiero que nada se interponga entre
nosotros.
—Ven al salón y hablemos —propongo.
—No quiero dejarla sola. Lo he hecho un rato, pero después he pensado que es mejor que me
quede con ella y me asegure de que está bien —confiesa.
Le observo y trato de leer entre líneas, pero no lo consigo e insisto:
—Ven conmigo y deja la puerta abierta, así la escucharemos si pide algo o se levanta.
Tommy asiente, aunque con cara de fastidio, y se levanta de la cama. Deja la puerta
entreabierta y me sigue hasta el salón. Yo me dirijo hacia la nevera, cojo un par de cervezas y le
ofrezco una. Él ironiza:
—Criticas a Violeta por beber y nosotros hacemos lo mismo.
—Ninguno de los dos está borracho ahora y una cerveza no nos hará nada. Y yo necesito una.
—Ya somos dos —acepta.
Se hace otro largo silencio, hasta que me atrevo a decir:
—Nunca había visto a Violeta bebida y no es algo que quiera volver a ver.
—Como ella misma ha dicho, nos ha visto así más de una vez y no ha dicho nada.
—Eso no es mi problema. ¿De verdad te gusta que apenas esté manteniendo el equilibrio en el
taburete mientras un montón de chicos se le acercan y la invitan a copas?
—En el bar estaba con Adara. Y la prueba de que no pasa nada es que yo la traje. —Respira
hondo antes de continuar—: Nate, trata de ponerte en su lugar. Con lo de su padre lo ha pasado
muy mal y encima está agotada de todos esos turnos. Necesitaba distraerse. Y sí que se ha pasado
un poco, pero no la agobies mañana con el tema, ¿de acuerdo?
Su petición me saca de quicio.
—¿Por qué siempre haces eso?
—¿El qué?
—Ponerte de su parte. Incluso cuando no tiene razón. Es exasperante.
Tommy da un lago sorbo a su cerveza antes de declarar:
—La mayor parte del tiempo sí la tiene. Y me gusta hacerla feliz, ¿cuál es el problema?
No sé qué contestar. El problema es que yo le discuto todo, lo cual a la vez aviva el fuego que
siento en mi interior cuando estoy con ella. Me gusta que me rete, que ironice conmigo, que
juguemos. Pero no es algo que quiera contarle a Tommy y por eso comento:
—Estoy cansado, me voy a dormir.
—¿Te molesta si me quedo un rato más con ella vigilándola?
Aprieto los puños. Esa propuesta hace mucho más que molestarme y respondo con ironía:
—Haz lo que quieras, pero con dejar las puertas de las habitaciones abiertas bastará para
asegurarnos que todo está bien. Aunque si quieres una excusa para estar en su cama…
Su rostro se tuerce.
—¿A qué viene eso?
—Ya lo sabes.
Sacude la cabeza, pero no dice nada y, tras comprobar que Violeta está bien, deja la puerta
abierta y se dirige a su habitación, donde hace lo mismo con la suya. Yo voy al baño, me refresco
y cuando voy a mi dormitorio, me acuesto, aunque me va a costar conciliar el sueño. Conozco a
Tommy. Me oculta algo, y el problema es que tengo demasiada imaginación para mi propio bien.
Además, no me ha gustado que se quedara con ella en su cama cuidándola hasta que he llegado al
apartamento, sobre todo porque me muero por hacerlo yo, por tenerla en mis brazos de nuevo y
que esta vez supiera que no va a salir corriendo.
VIOLETA

En la actualidad

Me despierto agotada y con resaca. He dormido fatal, con sueños repletos de frustración
porque la única vez que me he atrevido a mostrar interés sexual en Tommy es porque estaba
borracha. Y eso es lo que pensará él. Había imaginado muchas veces como sería volver a besarlo,
pero la realidad superó a la fantasía. Y su forma de mirarme y de decirme que quería hacer el
amor conmigo, pero no una noche sin sentido, está grabada en mi corazón de una forma que no sé
si voy a poder borrar.
Me levanto con pereza y, sin hacer ruido, me dirijo al baño. No quiero que Tommy me vea
hasta quitarme el maquillaje corrido y los restos de resaca. Lo cual no resulta fácil y necesito
esmerarme para tener un aspecto medianamente presentable. He vivido con Tommy desde hace
tiempo y estoy acostumbrada a que me vea de cualquier forma, pero hoy dejo mis cabellos sueltos
y elijo un vestido favorecedor. Respiro hondo para tomar fuerzas y voy hasta la cocina, donde
Tommy está preparando el desayuno. Me acerco a él y le saludo con aparente normalidad. Nos
miramos fijamente el uno al otro en silencio durante un incómodo y tenso silencio. Tommy me
muestra su taza de café y me ofrece una. Yo acepto y paso la mano por mi cara. Esto es más difícil
de lo que pensaba. Y, aparentemente, también para Tommy por su forma esquiva de mirarme.
Antes de que pueda decir nada, Nate sale de la habitación.
—¿Qué haces aquí? —pregunto, sorprendida.
—Vivo aquí —ironiza.
—Has llegado muy pronto. ¿La rubia no te convenció?
Aprieta la mandíbula.
—He dormido aquí. Estaba preocupado por ti y llegué poco después que vosotros.
Trago saliva. O sea que al final sí dejó a la rubia para cuidarme. Lo cuál sería halagador sino
fuera porque, si Tommy no me hubiera rechazado, Nate nos habría encontrado… Elimino el
pensamiento con rapidez de mi cabeza, pero pronto otro igual de peligroso se forma. ¿Vio mi ropa
en el suelo? ¿Le contó algo Tommy? Tiemblo, miro hacia Tommy y, cuando este me ofrece una
tortita y su hermano no dice nada, me doy cuenta que puedo estar tranquila. Nate es puro fuego, si
Tommy le hubiera contado lo que hice no estaría desayunando con nosotros tranquilamente sino
montándome la escena de celos de mi vida como amenazó en la azotea. Un suspiro de alivio sale
de mis labios y aprovecho que estoy más serena para disculparme:
—Lo siento, las copas se me fueron de las manos.
—Ni que lo digas —incide Nate con tono acusador.
Tommy lo fulmina con la mirada y me dice con amabilidad:
—No pasa nada, lo pasamos bien igualmente. Fue muy agradable volver a tener tiempo para
estar juntos.
Ahora es Nate quién parece echar fuego por los ojos por el comentario, pero es justo lo que yo
quería escuchar. Nate da un sorbo a su café y masculla:
—Voy a darme una ducha.
Cuando nos quedamos a solas, Tommy advierte que vuelvo a estar preocupada y comenta:
—No le hagas caso, tiene mal despertar.
—Tommy, yo…
—Violeta, tranquila, no pasó nada. Y lo que he dicho es cierto, me gustó pasar tiempo contigo.
Su mirada se clava en la mía e intuyo que sabe que recuerdo lo que pasó, pero no dirá nada
para que no me sienta incómoda. Se lo agradezco, pero eso no hace que me sienta menos estúpida.
Anoche no me importaba nada que no fuera estar en sus brazos y olvidarme de todo. He trabajado
mucho para ser solo amiga de él, pero ahora presiento que voy a tener que esforzarme para no
volver a equivocarme. Aunque no sé cómo si los dos chicos que me desvelan duermen en las
habitaciones de al lado.

***

Me dejo caer en la silla de la cafetería del hospital. Ha terminado mi turno, pero no quiero ir
al apartamento. Tommy estará en el bar, pero Nate es posible que esté en casa y no tengo ganas de
verle ni comentar lo de anoche. Tomo un sorbo de mi café y la voz de Adara se escucha detrás de
mí:
—Si quieres tomar algo, se me ocurren sitios mejores que este. —No contesto y ella propone
—: ¿Quieres que vayamos a tomar una copa?
—No, he terminado con el alcohol por una larga temporada.
Adara se sienta a mi lado y me observa unos segundos. Después, propone:
—De acuerdo, nada de copas. Pero vayamos a tomar algo, estoy harta de estar aquí dentro, ¿tú
no?
—Sí, tienes razón.
Con una medio sonrisa la sigo hasta una cafetería cercana. Cuando nos han servido, Adara
pregunta sin rodeos:
—¿Qué te pasa? Llevas toda la tarde en las nubes. Y algo me dice que no solo es por la
resaca…
Respiro hondo. Adara es lo más parecido a una amiga que tengo, pero nunca he confiado mis
secretos a nadie que no fuera Tommy o Nate. Y por eso miento:
—Nada importante, solo estoy cansada.
Adara da un sorbo a su bebida e incide:
—Creía que éramos amigas.
—Y lo somos, solo que…
—No estás acostumbrada a tener amigas —termina mi frase.
—¿Por qué dices eso?
—Llevamos ya mucho tiempo trabajando juntas. Nunca me has dicho de quedar y, si nos
vemos fuera del hospital, es porque me gusta el bar donde trabaja tu amigo. Donde, por cierto,
solo estás con él o con su hermano. Tampoco sales con otras chicas del hospital ni tampoco hablas
de actividades con otras chicas.
—Está bien —acepto con desgana—. No se me da bien hacer amigas. Si te sirve, tú eres lo
más parecido a una que he tenido nunca.
Arquea una ceja, incrédula:
—¿No has tenido más amigas?
—No. En el instituto siempre estaba con Tommy o Nate, y después…, también.
—Eso es raro.
—Yo soy rara.
—Un poco —ríe—. No quieres salir con médicos que te darían una acomodada vida de lujos
y tampoco tienes más amigos que los dos guapos hermanos.
—Pero ellos son muy buenos amigos —incido.
—Sí, pero no sirven si lo que te preocupa está relacionado con ellos. ¿Me equivoco?
Suspiro hondo. Si algo me he dado cuenta de Adara en el grupo de ayuda a las chicas
embarazadas es que tiene un sexto sentido para averiguar lo que piensa la gente.
—No... —reconozco.
—¿Con cuál de los dos es el problema?
—Es difícil de decir, pero supongo que hoy el principal problema es con Tommy.
Sus ojos se abren, visiblemente interesados.
—¿Pasó algo entre vosotros anoche?
Trago saliva antes de confesar:
—Yo había bebido demasiado y estaba confundida. Y por confundida me refiero a quitarme la
ropa e intentar acostarme con él.
Adara estalla en suaves carcajadas.
—¡Vaya! No sabía que tuvieras esa vena salvaje.
—Ni yo… De todos modos, no pasó nada, me rechazó.
Me mira, atónita.
—¿Me estás diciendo que el chico que no te quita la vista de encima ni cuando está trabajando
te rechazó?
—Sí, me dijo que no quería estar conmigo estando borracha.
—Interesante respuesta. ¿Y qué ha pasado esta mañana?
—Hemos fingido que no había sucedido nada.
—Muy maduro por parte de los dos…
—Ninguno queríamos crear una situación incómoda —nos defiendo—. Además, Nate estaba
allí. Me ha contado que llegó poco después que nosotros al apartamento, estaba preocupado por
mí.
Sus ojos se abren como platos:
—¿Quieres decir que os podría haber encontrado en mitad de…?
—Sí, y eso hubiera sido un grave problema.
—¿Por qué? Él sale con chicas, anoche mismo estaba con una.
—Sí, pero igualmente es complicado.
—Violeta, te conozco, no eres el tipo de chica que se va con cualquiera porque haya bebido, si
lo fueras había muchos candidatos en el local. Pero quisiste que fuera con Tommy…
—Sí, pero no me quito de la cabeza que si hubiera sido Nate el que me hubiera acompañado
me hubiera pasado lo mismo con él.
Respiro hondo. Ya está: lo he dicho en voz alta. Y, aunque no lo hubiese adivinado jamás, me
siento aliviada, como si me hubiera quitado un peso de encima al reconocerlo. Adara me
escudriña unos segundos antes de preguntar:
—Lo que te dije es cierto, ¿verdad? Estás enamorada de los dos hermanos.
—No estoy enamorada —comienzo a decir, pero, ante lo obvio de la mentira incido—: no sé
lo que siento por ellos. Solo sé que no puedo estar lejos de ninguno de los dos y que los deseo
ambos. ¿Suena tan mal en mi cabeza como en la tuya?
—Suena, como tú has dicho antes, complicado. Pero si algo tengo claro es que un chico no
rechazaría a alguien como tú y menos si estás casi desnuda, salvo que le importes mucho. Incluso
dijo que quería estar contigo, pero no así. Lo cual dice mucho a su favor…
—Eso no soluciona mi problema.
—Que es que no puedes elegir entre los dos —intuye Adara.
—Así es. Y, como no quiero perder a ninguno de ellos, insisto en que seamos solo amigos.
—Pues lamento decirte que eso se fue por la ventana en el momento en que te desnudaste
delante de uno de ellos.
—No me estás ayudando…
—Sí lo hago. Violeta, lo sabes por el grupo. Si no te enfrentas a la realidad no encontrarás una
solución.
—No hay solución. Si estoy con uno, pierdo al otro.
—No necesariamente. Son hermanos, podrás seguir teniendo como amigo al otro.
—No es tan fácil y además hay algo más que no te he contado.
—No crees en las relaciones —adivina Adara.
—¿Tan obvio es?
—Escuché tu testimonio en el grupo de ayuda.
—El grupo… Algunas historias son devastadoras. También la fortaleza de esas chicas. Es
impactante cómo cada uno se enfrenta a que su familia sea un caos.
—¿Cómo lo hiciste tú? —tuerzo el gesto y ella se disculpa—. Lo siento, no he debido
preguntarlo.
—No te disculpes, está bien. Ya sabes lo básico, te contaré el resto. —Tomo aire, lo necesito
para explicarlo todo—: Cuando mi madre murió sentía que me ahogaba. Me había convertido en
una chica solitaria, sin poder hablar con nadie de lo que sucedía. Tampoco podía ayudar a mi
madre ni ella a mí, estábamos solas. No tenía amigos y parecía que era invisible para todo el
mundo. Mi madre solo pensaba en lo que ocurría en su mente, mi padre estaba desaparecido y mi
abuela no nos hablaba. Y entonces un día, al volver del colegio, me encontré a mi madre en el
suelo. Había mezclado pastillas con alcohol a causa de su depresión. Y en ese momento todo
cambió. Nunca había tenido una infancia normal, siempre estaba sola y triste. Y cuando fui a vivir
con mi abuela, que me odiaba, hubiera seguido la misma pauta si no hubiera sido porque conocí a
Nate y Tommy. Ambos tenían problemas con su madre y su padrastro, así que por las noches se
fugaban a la azotea. Y allí los encontré yo. Gracias a ellos fue pude quitarme parte de la
responsabilidad de mis hombros y sentirme querida por primera vez en mi vida.
Respira hondo.
—¿Y qué pasó cuando crecisteis?
—Hicimos un pacto, según el cual seríamos solo amigos los tres. Adara, sé que suena raro,
pero siempre he recordado a mi madre en el suelo con esas pastillas. Murió sola, convertida en
una sombra de lo que podía haber sido. Yo no quiero eso, vivir en ese letargo.
—Pero al solo ser amiga de los dos también vives en algo parecido a un letargo.
—Puedo, pero no estoy sola, y mientras sean mis amigos no lo estaré nunca.
—Entiendo lo que dices, pero si ves más allá de tus temores te darás cuenta de que la historia
de tus padres no tiene por qué repetirse contigo.
Resoplo.
—No estoy tan segura de eso. Por eso no quiero un novio, prefiero estar sola.
Adara permanece en silencio unos segundos y después me pregunta:
—¿Y qué esperas de Tommy?
—Que todo vuelva a la normalidad. Que seamos amigos.
—Pero no puedes evitar que te guste…
—No, porque es guapo, divertido, muy sexy y podría pasarme horas hablando con él. Pero sí
puedo evitar dejarme llevar.
—Sí tú lo dices. Pero parece difícil…
—Lo es. Pero quiero pensar que lo conseguiré.
—Si eso es lo que quieres, deberías replantearte lo de las citas. No hace falta que sea con el
doctor Kerrington o con ningún otro médico o compañero, pero te iría bien conocer otros chicos si
lo único que quieres con los hermanos es amistad.
Suspiro. La idea de tener citas no me seduce, cuando lo he intentado no he podido actuar con
normalidad como hago con… Vuelvo a suspirar. Todo parece empezar y terminar en Tommy y
Nate, como un círculo infinito. Quizá Adara tiene razón. Siempre he tenido dificultades para
conectar con la gente, excepto con ellos dos, y eso hace que, con los años, me sea más difícil
relajarme con otros chicos. De hecho, hablar con la libertad con la que lo estoy haciendo con
Adara me parecía casi imposible, pero ella ha encontrado el resorte en mi interior que lo hace
posible. Y, como quiero que me entienda, insisto:
—Ya te he dicho que no quiero salir con nadie. Estoy bien sola, me gusta mi trabajo, ahorro
para estudiar para ser enfermera y, en general, me gusta mi vida.
—Pero podría gustarte mucho más. Violeta, necesitas verte a ti misma y a lo que puedes tener
de una nueva forma, porque en el espejo en el que te miras hay demasiado miedo.
—Deberías haber ser psicóloga.
—No tengo paciencia para seguir estudiando. Ni dinero.
Reímos las dos. Si algo me atrae de Adara es su apabullante sinceridad. Con una sonrisa
comento:
—Muchas gracias por esto.
—No me las des. Solo sé mi amiga. Violeta, no voy juzgarte por nada. Ni por lo que sientas ni
por lo que hagas. Y puedes llamarme y nos tomamos una copa o lo que sea cuando lo necesites.
—Lamento mucho si yo te he juzgado alguna vez, a veces me comporto como una completa
idiota —me disculpo.
—Todos nos equivocamos alguna vez. Yo lo hice intentando presionarte con el doctor
Kerrington. Quise que mi camino fuera el tuyo.
Una idea asoma a mi mente.
—¿Puedo yo hacerte una pregunta personal?
—Claro.
—¿Por qué estás tan obsesionada con casarte con alguien con dinero? No me cuadra con todo
lo demás que haces. Los voluntariados, tu forma desinteresada de actuar, cómo siempre intentas
que todos los que te rodean y los pacientes se sientan mejor…
Respira con pesar.
—Porque quiero tener un futuro seguro. Viví demasiado tiempo en la cuerda floja. No te
imaginas lo pobre que era mi familia. Nunca sabía si tendríamos para pagar el alquiler de la
caravana o para las cosas básicas. Todos hacíamos malabarismos con trabajos mal pagados. Mis
padres se discutían porque no llegáramos a final de mes, culpándose el uno al otro. Mi hermano no
paraba de meterse en problemas. Era como vivir en una montaña rusa de la que no podía bajarme.
La gente que no valora el dinero es porque no le ha faltado. Yo no quiero volver a eso nunca más.
No quiero pasar frío porque no puedo pagar para calentarme. No quiero dormir en una
autocaravana ni acostarme sin haber cenado. Necesito estabilidad, es lo que siempre he querido.
Y no puedo concebir pasar el resto de mi vida con un sueldo como el que tenemos y un trabajo tan
agotador. Cuando veo a esos médicos y el estilo de vida que llevan, lo quiero también para mí. No
digo que vaya a casarme con alguien de quién no esté enamorada, solo que quiero que sea alguien
que me ayude a estar libre de preocupaciones económicas. Y por eso voy a seguir aceptando citas
con médicos hasta que encuentre a alguien adecuado. Sé que la idea no te gusta, pero…
—Hemos dicho que nada de juicios —la interrumpo—. Ambas buscamos estabilidad a nuestra
manera.
—Quizá por eso hemos conectado tan bien. Por cierto, ¿quieres dormir en mi casa hoy y
desconectar un poco de los hermanos?
La idea es tentadora, pero deniego:
—No, será mejor que me enfrente a lo que tenga que ser. Gracias de nuevo. Necesitaba esta
charla.
—De nada, amiga. Cuando quieras repetimos y, de momento, te veo mañana en nuestro turno.
Asiento, salimos juntas del local y, cuando nos separamos, me doy cuenta que hace tiempo que
necesitaba una amiga como ella. Aunque no me guste reconocerlo, no puedo hacerlo todo yo sola o
con Tommy y Nate.
NATE

En la actualidad

Suspiro con agobio tumbado en mi cama, boca arriba, mirando fijamente al techo. Desde la
otra noche estoy igual, en un estúpido estado del que no sé cómo salir. No sé si otro chico lo
llevaría de una forma más fácil, pero desde luego salir cada día de mi dormitorio, encontrarme
con la chica de mis sueños y tener que fingir que solo somos amigos no solo es incómodo, sino
que me está sacando de quicio. Por no hablar de que cada vez que suena su teléfono ya no me río
cuando es uno de sus pretendientes, sino que ruego porque les diga que no, porque la mera idea de
que esté en los brazos de otro me vuelve loco. Cada gesto rutinario se ha convertido en una
tortura, porque no puedo dejar de pensar en cuando llegué a casa y me encontré a Tommy en su
cama me hizo pensar que pasó algo que no me han contado y eso hace que esté a punto de perder
la maldita cordura.
La puerta de la entrada abriéndose me distrae de mis pensamientos y oigo pasos en el pasillo;
espero que no sea Violeta, no estoy de humor para fingir. Por suerte, se trata de Tommy, que se
asoma a mi habitación.
—Hola, ¿estás bien?
—Sí, ¿algún problema? —contesto incorporándome, sorprendido.
—No, al contrario. Mi jefe me ha invitado a una fiesta y se me ha ocurrido que te gustaría
venir. He intentado avisarte, pero tienes el móvil apagado.
—Me dejé el cargador en la tienda —explico, en otra prueba más de que estoy perdiendo la
cabeza.
—Entonces, ¿te apetece acompañarme?
—¿De verdad quieres aparecer en una fiesta de tu jefe súper pijo conmigo?
—Si me tienes que preguntar eso es que no somos amigos —replica con un deje de tristeza en
la voz.
—Tienes razón, disculpa. ¿Qué clase de fiesta será?
—No lo sé, aunque como dices, es en casa de mi jefe y supongo que habrá bastante lujo.
—¿Va a ir también Violeta?
—No, tiene trabajo. Pero he pensado que hace días que estás con cara de ido y que te iría bien
distraerte.
Sopeso la idea unos segundos. Ir a una fiesta, emborracharme, buscar una chica guapa y
perderme con ella en cuanto pueda puede ser la única forma de dejar de pensar en Violeta.
—¡Por supuesto! —respondo a la vez que me levanto—. ¿Algún código de vestimenta?
Tommy sonríe y contesta con naturalidad:
—Sé tú mismo. Además, esa camiseta te queda bien.
Observo mi apretada camiseta negra y propongo:
—¿Quieres que te regale una?
—No es mi estilo.
—Solo por curiosidad, ¿de qué sirve que tengas un cuerpo tan musculado si no lo marcas?
—Lo musculo porque me gusta el deporte, no porque quiera exhibirme más allá de cuando
estoy trabajando de camarero.
Río.
—Está bien, pero estoy seguro de que a muchas chicas les gustaría verte exhibirte.
—Y eso es algo de lo que no voy a hablar. ¿Nos vamos?
Asiento. Aunque la vida amorosa de Tommy es un misterio para mí del que me encantaría
conocer más, él siempre evita el tema y no creo que hoy haga una excepción. Supongo que se
limita a desconocidas nocturnas que, al igual que yo, nunca trae a casa, pero que no le gusta hablar
de eso, por lo que no insisto. Le sigo hasta la calle y Tommy propone:
—Vayamos en mi coche. Así podré traerte si bebes demasiado.
Esbozo una mueca irónica y resoplo.
—Nunca conduzco si he bebido. Además, con un poco de suerte habrá alguna chica que se
ofrecerá a llevarme a su casa.
—Ya, sobre eso… Tenemos que hablar.
—No se “habla” cuando se va de fiesta. Es la regla número uno.
—Regla que debiste crear tú mismo estando borracho. ¿Me equivoco?
—No, pero eso no le resta validez.
Tommy me mira paternalmente. Es algo que siempre me ha sorprendido e irritado de él. Yo soy
un año mayor que él, pero me dobla en madurez y sentido común. Trato de esquivar la
conversación abriendo la puerta del coche e instalándome en el asiento del copiloto. Tommy entra,
arranca el motor y repiqueteo mis dedos sobre los muslos como hago cuando estoy nervioso, en
uno de los escasos gestos que compartimos. Él permanece callado, por fortuna para mí una de sus
virtudes es que teme tanto distraerse al volante que no hablará mientras esté conduciendo. A veces
eso me saca de quicio, hoy es una bendición. Que dura poco porque en cuento llegamos a nuestro
destino y aparcamos, sé por su forma de mirarme que va a soltarme uno de sus sermones antes de
dejarme de salir del coche. Trato de zafarme:
—Creí que me habías traído para que me lo pasara bien. ¿Puedes dejar lo que sea que estés
pensando para mañana?
—¿Cómo sabes que lo que estoy pensando no te va a gustar?
—Porque tienes esa pose de abogado a punto de dar malas noticias a un cliente —respondo
con ironía.
—Muy gracioso, pero no son malas noticias, solo algo que quiero comentarte —incide.
—¿Y tiene que ser ahora?
—Sí.
Arrugo la frente, pero acepto:
—Está bien, dime.
Sus ojos se encuentran con los míos.
—¿Qué te está pasando? Desde la noche que Violeta se emborrachó, actúas de una forma
extraña.
Maldigo en voz baja.
—No quiero hablar de ello.
—Nate, te dije que no había pasado nada. Y solo tuvo una mala noche, no sé por qué estás
enfadado con ella por eso.
—No estoy enfadado —aclaro en tono sombrío—. Pero últimamente, con lo de Jay, todo se ha
vuelto más difícil… Pero se me pasará en cuento esta noche me ligue a alguna chica.
—Eso no es cierto y tú lo sabes.
Vuelvo a maldecir, pero esta vez en silencio. A veces daría lo que fuera porque Tommy no
fuera tan observador. Finalmente, comento:
—Necesitaré un par de fiestas más.
—Creo que necesitas mucho más que unas fiestas. Por no hablar que si Violeta no estuviera tan
distraída con lo de Jay se habría dado cuenta de que tu comportamiento ha cambiado desde esa
noche.
—No es verdad —protesto a la defensiva. No me siento cómodo con que Tommy lea tan
fácilmente en interior, tampoco que saque el tema justo ahora, cuando la fiesta me había abierto la
posibilidad de tratar de olvidar un poco. ¿Por qué no puede olvidarse del asunto? La situación ya
es bastante complicada como para tenerle a él comentándomela.
—Espías sus horarios para no coincidir con ella y, si lo haces, apenas hablas.
—De acuerdo, me has pillado. Pero, ¿de qué sirve que hablemos de ello?
—Solo quería decirte que si quieres hablar puedes contar conmigo. Sé que estar entre ella y
Jay te está costando.
Suspiro.
—Por eso me has traído a la fiesta. Para hablar en territorio neutral.
—Y también para que te distraigas, pero no marchándote con la primera chica fácil que veas.
Arqueo una ceja.
—¿Qué hay de malo en eso?
—Nada, pero no solucionará que te estés alejando de Violeta, a veces creo que incluso de mí.
—No puedo tener nada con Violeta, tú mismo lo dijiste.
Tuerce el gesto.
—Nate, te necesita como amigo y lo sabes.
Suspiro con pesadez antes de reconocer:
—Sí, pero no soy como tú. Mi forma de ser amigo de ella no es darle la razón en todo. Y
respecto a Jay no puedo dársela. Él lo está intentando y ella se niega a darle una oportunidad. Y su
forma de enfrentarse ello es beber, que es precisamente lo que critica de él.
—Como he dicho, lo de beber solo fue una noche —protesta Tommy, enfadado—. Y no digo
que no ayudes a Jay, ella misma te ha dicho que le parece bien, pero tu prioridad debería ser que
Violeta esté bien.
—¿Y cómo lo hago? Dímelo, tú que lo sabes todo.
—Nate, no la pagues conmigo —se defiende—. Todos pensáis que siempre tengo las
respuestas para todo, pero no es cierto. Solo trato de hacer lo mejor para todos en cada momento.
Aprieto mis manos con fuerza. Alzo mi tono para declarar con sarcasmo:
—Recuérdame que no vuelva a aceptar acompañarte a una fiesta.
Sonríe con amabilidad. Siempre lo hace. Quizá por eso nunca me duran mucho los enfados con
él. Apoya su mano sobre mi hombro y me asegura:
—Lo pasaremos bien.
—¿Y dejarás de sacarme temas serios de los que no quiero hablar?
—Está bien —acepta—. No más Violeta esta noche. Tengamos una noche de amigos, tú y yo.
No soy tan divertido como la gente con la que sueles ir de fiesta, pero intentaré que no te aburras.
—No digas tonterías, nunca me aburro contigo.
—¿Seguro?
—Sí. Y ahora, vayamos en busca de chicas guapas.
—No estoy de humor para ligues hoy.
Se hace un silencio y Tommy se dispone a salir, pero una idea asoma a mi mente, le tomo del
brazo y le pregunto:
—Tommy, ¿por qué no sales con nadie?
Sus ojos me miran con nerviosismo.
—¿A qué viene esa pregunta?
—Tú solo contéstame.
—Sí que salgo con chicas, solo que no en serio —responde encogiéndose de hombros.
Le observo. Tommy es tan experto es no hablar de su vida privada como en conseguir que los
demás nos abramos a él, pero hoy quiero saber más e insisto:
—Me refiero a una pareja. Eres la clase de chico que está hecho para pasear con la misma
chica de la mano toda su vida.
Sus ojos se desvían de los míos, para volver poco después. Suspira con pesar y, finalmente,
contesta:
—Puede, pero es más fácil encontrar a alguien con quién pasar una sola noche que a una
persona con la que quieras pasar todos tus días.
Me dejo caer sobre el asiento, fulminado por sus palabras.
—Buena respuesta, tienes razón. Aunque debo decirte que si pretendías animarme no lo estás
consiguiendo. Ahora estoy más deprimido que antes.
La sonrisa amable vuelve a sus labios y comenta:
—Me han dicho que en la fiesta habrá buenas bebidas gratis.
Río.
—En el instituto jamás te hubiera imaginado alentándome a beber alcohol.
—No te aliento, solo admito que ocasionalmente puede estar bien.
Vuelvo a reír.
—En ese caso, vayamos a divertirnos un rato, está claro que los dos lo necesitamos.
Asiente y salgo del coche. Observo a Tommy y pienso que, a pesar de que a veces siento celos
de él, no puedo olvidar que es mi mejor amigo además de mi hermano, que siempre puedo contar
con él. Es mi ancla, mi familia. Y eso hace que me sienta más culpable por las veces que no he
sido honesto con él. Sacudo mi cabeza. Hemos prometido divertirnos, y eso es lo único que quiero
hacer esta noche.
VIOLETA

En la actualidad

Hoy es el cumpleaños de Adara. Ha decidido celebrarlo en el bar donde trabaja Tommy y ha


invitado a muchos de nuestros compañeros. No me gustan especialmente las fiestas de
cumpleaños, pero ahora estoy feliz de estar aquí. Cuando está de fiesta, Adara tiene una
despreocupación natural que resulta contagiosa, lo cual es un bálsamo después de tanto tiempo
pisando el acelerador en todos los aspectos de mi vida. Tommy hoy no trabaja, pero Adara lo
invitó. También me dijo que podía decírselo a Nate, pero está en la despedida de soltero de uno
de sus amigos del instituto. Lo que supongo que significa noche de sexo con alguna desconocida,
algo en lo que no quiero pensar. Solo quiero bailar, reírme y disfrutar. En un momento dado,
cuando Tommy se va a la barra a por unas bebidas, Adara se acerca con una sonrisa divertida y
susurra:
—Estás mirando a Tommy…
Protestaría, pero ya me he dado cuenta de que soy transparente para Adara.
—Solo un poco —acepto—. Y no soy la única chica del local que lo hace.
—No, pero tú sí eres la única a la que él busca.
—¿De qué estás hablando?
—De que se asegura de que estés ahí, de que su rostro se contrae cuando te mira otro chico y
que se ilumina cuando advierte en tu expresión que no respondes a esa mirada. Está claro que te
desea y tú a él, así que no sé por qué los dos os empeñáis en estar lejos uno del otro
—Ya sabes por qué.
—Su hermano está en una despedida de soltero y, por lo que sé de él, estará disfrutando de la
compañía de alguna chica. Por tanto, trata de sacarlo de tu cabeza y céntrate en el que está aquí y
ahora.
—Somos amigos…
—Sí, pero, si quieres mi consejo, uno de los dos debería cambiar esa pauta de vuestra
relación.
Trago saliva y mi pulso se acelera. Sería estúpido negar la atracción que hay entre nosotros
últimamente, pero una cosa es aceptar la tensión sexual normal y la otra que Tommy se fije en mí
cuando estaremos solos todo el fin de semana.

A medida que la fiesta avanza, comprendo que Adara tiene razón, es difícil estar con Tommy
tanto tiempo. Los últimos días hemos estado conteniendo nuestras conversaciones y encuentros
como agua en una olla a presión que ahora está a punto de estallar. Se acerca a mí y un escalofrío
de placer recorre mi espina dorsal.
—¿Te apetece una cerveza?
—Sí, suena bien.
Él me la trae y la bebo en sorbos muy pequeños, porque la última vez que me pasé con el
alcohol terminé sacando a la chica salvaje y siendo rechazada. Él observa a Adara, radiante entre
unos cuantos compañeros del trabajo, y se interesa:
―¿Has pensado si este año quieres hacer algo por tu cumpleaños? Sé que lo odias, pero…
Su voz se interrumpe y yo suspiro. Tommy me conoce bien. Aunque nunca me pregunta nada
directamente de lo que no quiero contar, desde que nos conocemos nunca he querido celebrar mi
cumpleaños. Para lo que los demás es un motivo de celebración, para mí es un recordatorio de
todos los días importantes de mi vida en los que mi padre no estaba y mi madre se mostraba más
deprimida que de costumbre.
―Nada ha cambiado. Hablemos de otra cosa.
―De acuerdo, hoy es tu noche.
―En realidad es la de Adara ―le contradigo.
―Sí, pero hace tiempo que no te veía tan relajada.
Sonrío. Tommy siempre parece captar todos mis estados de ánimo. Y tiene razón. Desde que
Jay apareció en la ciudad, todo el dolor de mi abandono ha vuelto con la misma fuerza, haciendo
que la herida que nunca terminé de cerrar sangre de nuevo.
―Tienes razón. Es por Jay, no lo llevo muy bien.
―Date tiempo.
―No sé si el tiempo solucionará eso. Pero al menos hoy no estoy emborrachándome para
olvidar ―ironizo.
―Bien. Y ahora, ¿bailamos para que sigas sonriendo?
―Sí.
Me toma de la mano y me dirige a la zona de baile, donde Adara también ha comenzado a
bailar desatada.

Pasan las horas, en las que consigo olvidarme de todo sin pasarme con el alcohol, como me
había prometido. Cuando me despido de Adara, estoy agotada, pero feliz, sobre todo porque
Tommy ha estado toda la noche a mi lado, ignorando a sus muchas admiradoras, y ahora viene al
apartamento conmigo. Cuando llegamos allí, me ofrece:
―¿Te preparo un combinado? Apenas hemos bebido.
Sus palabras me recuerdan a cuándo rechazó prepararme uno la otra noche y algo se remueve
en mi interior. No hemos vuelto a hablar de lo que pasó, pero un resorte me hace decir:
―Tommy, has sido un cielo por no nombrar lo que hice la otra noche, pero quiero que sepas
que me acuerdo y que lo siento y que te doy las gracias por…
―Jamás deberías disculparte por besarme ―me interrumpe con la voz ronca―. Y para que
conste, solo te rechacé porque te respeto. Estabas borracha y, por muy excitante que seas cuando
te quitas la ropa, nada cambiará que no iba a utilizarte.
Trago saliva. Soy yo la que he sacado el tema, pero me estoy poniendo muy nerviosa. Tommy
lo advierte, me acaricia el cabello con las dos manos y yo me dejo llevar por su caricia, que
pronto llega hasta mi cuello y asciende hasta mis mejillas. Busca tranquilizarme, pero consigue
exactamente lo contrario. Debería irme, pero no quiero. Mi mente siempre puede sobre mi
corazón, pero hoy quiero actuar por instinto. Intercambiamos una intensa mirada llena de fuego.
Estoy preparada para muchas cosas, pero no para la forma con la que acaricia con suavidad la
curva de mi labio inferior, con una delicadeza que me invade y tengo que acordarme de respirar.
Debería decir algo o que él lo hiciera, pero en lugar de eso continuamos mirándonos durante
mucho tiempo, hasta que su boca se atreve a acercarse a la mía y se fusiona con la mía en algo que
sabe mucho más que un simple beso. Sabe a todo lo que hemos pasado desde que nos conocimos,
a amistad, confianza, intimidad y a deseo contenido. Sus brazos se ciernen sobre los míos y le
siento fuerte, sólido, y a la vez dulce y delicado. Mantener las llamas de mi cuerpo encerradas ya
es bastante difícil normalmente como para hacerlo sabiendo que él siente lo mismo. Mi sentido
común desaparece y lo único que queda es un deseo que late con fuerza desde mi corazón
expandiéndose por mi cuerpo, por mi piel, por mis manos que al igual que las suyas comienzan un
frenesí de caricias. Por primera vez en años, mi cerebro está apagado y solo puedo sentir. Su boca
sobre la mía es poderosa, con su lengua invadiendo cada rincón, cada lugar oculto. Nos besamos
hasta que casi pierdo el sentido y, cuando por fin nos separamos, nos miramos de nuevo. Leemos
el fuego en los ojos del otro y, en un acuerdo tácito, nos dejamos caer sobre el sofá. La ropa cae
con tanta rapidez como nosotros y por un momento me siento muy nerviosa. Solo he estado
desnuda delante de Nate, una vez en mi vida, y que ahora sea Tommy es algo que anhelo y temo a
la vez. Sus ojos recorren mi cuerpo, los míos el suyo. Me deleito en sus músculos, en la dureza de
su abdomen, en los hombros fuertes a los que anhelo agarrarme. A pesar de la tenue luz el
contraste de nuestra piel es muy marcado. La de él llena de tatuajes, la mía blanca e inmaculada. Y
eso me gusta. Acaricio embelesada los tatuajes. Él devuelve mis caricias y temblamos los dos,
embriagados, como si a pesar del fuego que nos consume quisiéramos deleitarnos en el mutuo
conocimiento de nuestros cuerpos. Todavía no hemos intercambiado una sola palabra, pero con las
miradas nos lo decimos todo. Algo pasa entre nosotros desde hace tiempo, por mucho que lo
hayamos negado, y ahora ninguno parece dispuesto a detenerse. Mi mano recorre su pecho y su
tenso estómago. Mi cordura hace tiempo que se ha perdido junto a mi ropa caía y ahora no quiero
aferrarme a nada que no sea su cuerpo. Y entonces él, mi amigo que está a punto de convertirse en
mi amante, levanta su mano, acaricia me mejilla y me mira expectante. Ese es Tommy. Me rechazó
porque iba borracha y ahora quiere saber si estoy segura. Y lo estoy. Con mis sentidos solo
embotados por la pasión y no por el alcohol, lo que quiero es a él. Asiento, pero eso no es
suficiente para él, porque me pregunta:
―¿Estás segura?
―Sí, totalmente. Solo que hay algo que quiero que sepas.
Arquea una ceja.
―¿Eres virgen?
Una sonrisa irónica asoma a mis labios:
―No, pero casi. Yo… solo he estado con un chico. Fue hace años, el verano que estuviste en
California.
Su gesto se tuerce.
―¿Puedo saber quién fue?
―No es importante ahora, solo fue una noche hace mucho tiempo…
―Es cierto. Lamento si…
―Tommy, no lamentes nada. Solo te lo cuento porque todo este tiempo no he sido capaz de
estar con nadie. No quería relaciones serias, tampoco ser una chica de una noche. He estado en un
bucle. Y el otro día, cuando había bebido, todo parecía fácil, pero hoy estoy nerviosa porque no
sé si…
―Yo también estoy nervioso ―confiesa―. No porque sea la primera vez o la segunda, lo
cierto es que perdí la cuenta en algún momento porque no me importaba. Estoy nervioso porque es
contigo, siempre quise que fuera contigo y ahora temo…
―No hables de temor, por favor, no esta noche. No quiero pensar, no quiero ser la Violeta que
siempre se aleja. Necesito ser libre.
―Yo también.
Nuestras miradas vuelven a cruzarse con intensidad y una sonrisa asoma a sus labios, que
pronto están sobre los míos. No es la primera vez que lo hacemos, pero hoy es diferente, como si
nuestros corazones estuvieran más cerca, más abiertos. Después de lo que parece una eternidad,
Tommy se separa un momento, me toma en brazos y susurra a mi oído:
―Quiero que sea en mi cama. Llevo años soñando contigo. ¿Te parece bien?
Asiento con una dulce sonrisa. Ese es Tommy, comprobando siempre que esté segura. Me
abraza con más intensidad y me lleva a su cama. Me deposita con una dulzura infinita y me
observa unos segundos antes de volver a besarme, para luego deslizarse por el cuello hasta llegar
a mis pechos. Estoy tan excitada que cualquier caricia o beso sobre mi piel lanza corrientes que
parecen descargas eléctricas. Siento su deseo crecer con la misma intensidad y su cuerpo cubre el
mío. No aparta la mirada de mí, no quiero que lo haga. Quiero que sus ojos estén clavados en los
míos mientras nos fusionamos y una marea de sensaciones rompen todo lo que pudiera haber
experimentado antes. Se desliza dentro y fuera de mí de una forma que me provoca unas sacudidas
de temblor y placer tan grandes que comienzo a pensar que he sido una idiota por perderme estas
sensaciones durante tantos años. Pero pronto mi mente ya no puede pensar, porque mientras se
adentra en mi con más intensidad Tommy no para de besarme y jadear de una forma en mis labios
que hace que mi respiración se entrecorte y se junte con la de él. Es tan fácil sentirle… Tan
excitante… El haber esperado tanto tiempo me vuelve aún más loca de deseo y solo quiero que
sus embestidas no terminen nunca. Cuando llegamos a la cumbre del placer mi cuerpo se arquea
junto al suyo hasta que nos quedamos saciados por completo. Feliz, deslizo mis manos alrededor
de su cuello y así, abrazados, permanecemos hasta mucho tiempo después de terminar, todavía con
miedo hablar y estropear este momento mágico. Que sucede justo cuando el pánico se adueña del
rostro de Tommy. Le miro, extrañada, y él me explica:
—Me acabo de dar cuenta que no he usado protección. Lo siento.
Sacudo la cabeza.
—A mí también se me ha olvidado. En realidad, se me ha olvidado todo. Pero estoy tomando
la píldora.
Suspira, aliviado, y comenta:
—No he estado con nadie desde que me hice los análisis de sangre. Además, hasta hoy
siempre lo había hecho con protección.
—En ese caso estamos bien —comento entrelazando sus dedos con los míos.
Nos miramos el uno al otro largo rato en silencio, hasta que se atreve a preguntarme:
—¿Quieres hablar’
Deniego con la cabeza.
—Hoy no. Soy feliz, no quiero estropearlo.
—De acuerdo, yo tampoco.
Sus labios se vuelven a unir a los míos y nos quedamos abrazados hasta quedarnos dormidos.

***

Ya ha amanecido. Tommy se acerca a mí con un café y una sonrisa, como si fuéramos una
pareja normal y anoche no hubiéramos puesto los cimientos de nuestra amistas patas arriba. Me
ofrece una de las tazas y susurra:
—Has madrugado mucho.
Lo miro y cruzo los brazos sobre mi pecho.
—Tenía cosas en las que pensar.
Él suspira con pesar.
—¿Tan mal fue anoche?
Sus ojos se clavan en los míos y mi coraza, la que he creado en cuanto me despertado desnuda
a su lado y he entrado en pánico, se comienza a resquebrajar.
—No, claro que no. Fue maravilloso. Pero no sé cómo afrontarlo. Se nos daba muy bien ser
solo amigos.
—Y anoche se nos dio muy bien ser amantes —puntualiza con una sonrisa irónica.
El miedo se apodera de mí.
—Tommy, no estoy preparada para una relación y lo sabes.
—Lo sé, pero quiero estar contigo, lo deseaba anoche y lo deseo ahora.
—Puedes estar con cualquier chica menos problemática…
—A estas alturas ya deberías saber que las chicas solo vienen y van, ninguna me llega,
ninguna me importa. Pero tú lo haces. Quiero estar contigo. Dame una oportunidad. No lo llames
relación si eso te pone nerviosa, pero no me alejes.
Acaricia mi mejilla con su pulgar y yo tiemblo, asustada porque todos mis miedos están a flor
de piel y porque debo tomar una decisión. Tommy podría haberme dicho que solo fue una noche,
pero quiere que esto continúe. Pero, aunque una parte de mí lo quiere, la otra no deja de pensar en
Nate y en que viví con él esta misma situación hace años y actué de la única forma que pensé que
podía hacerlo. Tomo aire y dejo salir una lenta exhalación.
—Tommy, no es tan fácil… Con lo que pasó con mis padres me siento rota emocionalmente —
confieso con una desgarradora honestidad.
—No me importa lo complicado. Y comprendo por lo que estás pasando. Pero no somos tus
padres, somos nosotros.
Nos quedamos en silencio mirándonos el uno al otro, hasta que susurro:
—¿Por qué eres tan bueno conmigo?
Su mano recorre mi hombro y juguetea con el tirante de mi pijama.
—Porque eres una chica a la que ningún hombre cuerdo dejaría escapar. Eres mi mejor amiga,
inteligente, me haces reír y me vuelves loco cada vez que te veo. ¿Te parecen bastantes motivos?
—Me parecen más de los que merezco —replico.
—Lo mereces todo y, si me lo permites, te lo demostraré cada día, momento a momento, sin
poner etiquetas, al ritmo que necesites. Hicimos un pacto, pero no puedo ni quiero seguir
ocultando lo que siento estando contigo.
Acerca sus labios a los míos. Su beso está exento de la desesperación ardorosa de la noche
anterior y tiene el poder de borrar momentáneamente mis miedos. Es un beso lleno de promesas,
pero también de liberación. Mis manos se ciñen a sus hombros y le atraigo hacia mí, olvidando
todo que no sea como me hace sentir. Después de tanto tiempo negando mis instintos, ahora quiero
volver a llevarme por el deseo que despierta en mí. Tommy me acaricia con lentitud, como si
tuviéramos todo el tiempo del mundo, y yo memorizo cada contacto, cada sentimiento. Y continúa
besándome como si fuera la única chica a la que quisiera besar para siempre, hasta que un ruido
en la puerta nos interrumpe. Nos separamos con rapidez y maldigo en mi interior cuando veo
aparecer a Nate. Parece cansado, pero se despierta en cuanto nos mira varios segundos y sé lo que
está pensando. Yo me separo todavía más de Tommy y este comenta:
—Creía que no volvías hasta mañana.
—¿Algún problema en que lo haya hecho?
Su tono me pone en alerta y contesto con suavidad:
—No, claro que no. ¿Quieres un café? Pareces cansado.
—No, me voy a dormir. Tuvimos que anular la despedida porque Luke se pasó con el alcohol
y terminó en urgencias. Me he pasado la noche en el hospital.
—Lo lamento mucho, ¿podemos ayudar? —se interesa Tommy.
—No, ya está controlado. ¿Cómo os fue a vosotros el cumpleaños de Adara?
—Bien.
Lo decimos al unísono y con un tono de culpabilidad que intuyo Nate detecta. Tengo que salir
de aquí y comento:
—Voy a cambiarme, tengo que ir al hospital. Os veo luego.
Uno la acción a la palabra y me voy a mi habitación. Escucho a Nate meterse en la suya y
pronto Tommy está en la mía.
—¿Qué ocurre?
—No habíamos terminado la conversación.
Suspiro. No lo hemos hecho, pero teniendo en cuenta que habíamos comenzado a besarnos
puedo intuir como acabaría: con otra situación que intentar arreglar. Respiro hondo y sugiero:
—¿Podemos terminarla luego? Cuando termine mi turno y antes de que entres a trabajar.
—Eso nos deja una ventana muy escasa de tiempo —protesta.
—No creo que quieras hablar de esto en el bar —le recuerdo.
—Es verdad. Pero tampoco esperar todo el día. ¿Te puedo acompañar?
—De acuerdo, ahora voy.
Me visto con rapidez, tomo mis pertenencias y salgo de la habitación. Sigo a Tommy hasta el
coche. Él espera que estemos sentados para preguntar:
—¿Todo bien?
—Más o menos.
—Hay algo de lo que quieras hablar?
Me encojo de hombros.
—No estoy segura.
Tommy sacude la cabeza y sé que no va a darse por vencido.
—Entonces, haré yo las preguntas. ¿Es por Nate? Has cambiado de rostro por completo desde
que entró en el apartamento.
—No quiero que sepa lo que pasó anoche.
—¿Por qué no?
—Ya sabes el por qué.
—¿Vas a volver a hablar del pacto después de lo que hemos hecho?
—No sé a lo que voy a volver o no, Tommy. Pero, mientras lo descubro, no quiero que le
digas nada a Nate. ¿Puedes prometerme eso?
Un gesto de dolor atraviesa su mirada.
—¿Tanto te importa lo que él piense?
—Me importa no perderos a ninguno de los dos —trato de explicarme.
—Lo sé, pero eso no significa que no pueda creer en un futuro juntos. Nate entendería.
Respiro hondo. Dudo mucho que eso sea posible. Por ello insisto:
—Prométemelo, por favor…
—De acuerdo, lo haremos a tu ritmo, pero no te alejes.
Esbozo una sonrisa. Ojalá yo pudiera ser como Tommy, ver las cosas con la facilidad que lo
está haciendo. Pero no sé cómo puedo hacer encajar una relación con él, no solo por mis miedos,
sino también porque Tommy desconoce partes de mí, las que no quiero que salgan a la luz, las que
tiene que ver con lo que pasó con Nate. Necesito seguridad y calma, y eso Tommy me lo da, pero
esa sensación desaparece en cuanto estoy con Nate y un torrente de emociones invade todo mi ser.
Si solo existiera Tommy quizá podría enfrentarme al miedo de una relación. Pero entre Nate y yo
hay fuego, y necesito controlarlo antes de poder enfrentarme a nada serio con Tommy porque, si
no, corro el riesgo de que terminemos quemados los tres.
NATE

En la actualidad

Estoy harto. Conozco lo suficiente a Violeta como para intuir que algo no va bien. Y Tommy lo
sabe, así que cuando nos quedamos a solas pregunto sin contemplaciones:
—¿Qué está pasando, Tommy? Sé que Violeta está lidiando con algo importante y no quiere
contármelo.
Se aclara la garganta.
—No puedo hablar de ello, lo siento.
—¿He hecho algo?
—Nate, por favor, no insistas.
—Pero tengo que hacerlo. Tommy, eres bueno guardando secretos y lo valoro, pero necesito
saber qué le pasa. Estos últimos días parece más una figura tallada en hielo que mi amiga
—Ya la conoces, cuando necesita tiempo para pensar se retrae.
—Pero no quiere pensar sobre Jay, es algo más, lo sé. ¿Y sí fuera que hay algún chico?
—¿Tan terrible sería eso? Tiene derecho a ser feliz.
Respiro hondo. Tommy tiene razón. Violeta se merece ser feliz, pero quiero que lo sea
conmigo. Y algo me dice que mi hermano también lo piensa, y por eso incido:
—¿Y eso te parecería bien?
Se encoje de hombros.
—Algún día sucederá.
—Me pediste que no intentara nunca nada porque no es lo que ella quiere. ¿Y ahora me dices
que estará más feliz con alguien?
—Lo que te dije es que te alejaras. No solo por el pacto, sino porque, Nate, seamos sinceros,
tú y ella no haríais nunca una buena pareja.
Sus palabras hacen que el cuchillo que llevaba clavado se hunda más a dentro y protesto:
—¿Por qué dices eso?
—Porque os conozco. Discutiríais todo el día, os quemaríais en vuestra propia intensidad. No
es lo que Violeta necesita.
—¿Y qué necesita? ¿A alguien como tú que siempre le da la razón y la trata como si fuera de
porcelana?
—Yo no hago eso, pero ahora que lo dices, nuestros caracteres son mucho más compatibles.
—¿Y qué significa eso exactamente, hermano?
Se encoge de hombros y repite:
—Nada de lo que vaya a hablar ahora. Nate, si tienes dudas de algo habla directamente con
Violeta, yo no voy a traicionar su confianza.
Mi corazón se aprieta y me respiración se entrecorta. Sería el momento de decir algo, pero
estoy demasiado paralizado por lo que ha dicho para pensar algo coherente. Permanecemos un
largo tiempo en silencio hasta que me atrevo a preguntar:
—Tommy, no soy idiota. Las miradas que os lanzáis últimamente no son de amigos. Y la forma
en que a veces se ríe cuando está contigo tampoco es la habitual de ella, sino mucho más relajada.
¿Hay algo que quieras contarme?
—Siempre estás preocupado por Violeta, ¿dónde está el problema en que esté feliz?
—En que quiero saber qué está pasando. Tienes razón, yo estoy raro, pero vosotros también y
a este paso lo único que vamos a hacer los tres es arruinar nuestra amistad y nuestra convivencia.
—Eres mi hermano, nada cambiara eso.
—¿Y eso qué significa?
—Que dejes de preocuparte tanto.
—Tommy, hay algo más. Intuyo que Violeta me oculta algo importante. Algo que necesito
saber.
—En ese caso, habla con ella.
—Ya la conoces, hablará cuando ella quiera, no cuándo tú se lo pidas. Es como tú.
—No sé si quiero esperar tanto.
—Entonces encuentra la forma de que se abra a ti.
—Eso es mucho más fácil de decir que de conseguir. ¿Por qué no me dices tú lo que sucede y
ya está?
—Porque nada es tan fácil y menos con Violeta, ya deberías saberlo.
—Creía que pensabas que no hacía nada mal… —ironizo.
—Lo que creo es que lo hace lo que mejor que puede. Y eso ya es más de lo que hace la
mayoría de las personas.
—Puede que tengas razón, pero a veces intuyo que hay una Violeta que ambos desconocemos
por completo. Una Violeta a la que ni tú consigues llegar.
Sacude la cabeza, como si el pensamiento le perturbara, pero la disculpa:
—Todos tenemos nuestra parcela de secretos e intimidad.
Le observo con detenimiento. A veces pienso que sabe más sobre Violeta y yo de lo que deja
entrever, pero entonces me convenzo de que si lo hiciera no actuaría con tanta normalidad
conmigo, al menos yo no podría hacerlo si fuera al revés. Por eso insisto:
—¿Y cómo llego a esa parte de Violeta?
—No lo sé, puede que ella no esté dispuesta. Y está en su derecho —la defiende.
Respiro con amargura y acepto.
—Supongo que tienes razón. Pero, dime la verdad. ¿A veces no tienes la sensación de que lo
que creamos los tres parecía perfecto, pero no es más que una ilusión? ¿Qué ella se desvanecerá
de nuestro lado en algún momento y esto no será más que un sueño?
—Sabía que eras un artista, no un poeta… —ironiza. Yo esbozo una mueca y él añade con un
deje de tristeza—: Violeta siempre será parte de nosotros, aunque no cómo lo preveíamos. Y,
hasta ese momento, no empeores las cosas.
Sacudo la cabeza. No estoy convencido, pero no sacaré nada más de Tommy. Es mi hermano,
pero a veces, solo a veces, me gustaría poder enfadarme con él y sacarle lo que sé que me oculta.
VIOLETA

En la actualidad

Estoy tumbada la cama, como siempre que quiero pensar y hace mal tiempo para subir a la
azotea. Aquí puedo, porque siento mía esta habitación. La que tenía en casa de mi abuela era una
extensión de una vivienda fría en la que nunca fui bienvenida. Esta, en cambio, está llena de
detalles que hablan de mí. Fotografías con Nate y Tommy, pequeños recuerdos que atesoro, no
porque sean valiosos sino porque me recuerdan algún momento feliz con ellos, mi diploma de
auxiliar de enfermera y los libros que más me han gustado y que guardo para releer en algún
momento. El color es de un amarillo muy suave, como el resto de la casa, donde los tres nos
pusimos de acuerdo con facilidad. Si todo lo demás fuera tan fácil… Tengo dudas, lo que me crea
una leve punzada de pánico. Y entonces, escucho el ruido de la puerta de la entrada. Por la hora,
sé que es Tommy volviendo del trabajo. A pesar de que tengo la luz encendida, golpea con
suavidad con los nudillos para captar mi atención. Se acerca a la cama y se sienta en el borde.
Supongo que solo quería darme las buenas noches, pero soy transparente para él y se interesa:
—¿Sucede algo? Pareces preocupada.
—¿Vas a decirme cuando te marchas? —pregunto a mi vez.
Sus ojos se abren al mismo tiempo que su boca.
—¿Cómo lo sabes?
—Fui a buscarte al bar. Tu compañero me dijo que estabas en la trastienda, me acerqué y te
escuché hablar con tu jefe.
—¿Y por qué no entraste?
—Porque necesitaba pensar.
—Violeta, normalmente no me importa cuando hablas en clave, pero estás muy rara…
—Soy rara.
—No, no lo eres. Solo no entiendo por qué no te quedaste a hablar conmigo.
—Porque deberías haberme dicho la propuesta que te habían hecho.
—Ni siquiera sé si voy a aceptar.
Me muerdo con fuerza el labio inferior. Este sería un buen momento para ser egoísta, pero no
puedo hacerlo, no cuando sé lo que desencadenaría.
—Claro que sí. Es una oportunidad única.
—También lo es estar contigo. Y ya es bastante complicado para añadirle la distancia. Quería
estar seguro antes de decir que sí, y también mirar opciones.
—¿Opciones?
—Sí, como que pidieras vacaciones y vinieras conmigo. Solo será por un mes. Mi jefe quiere
que ayude a su socio en los primeros días de su nuevo local. Por las noches estaré ocupado, pero
de día podríamos ir a la playa o visitar California. El tiempo es mucho mejor que aquí, te lo
aseguro. Además, van a pagarme muy bien y tengo el alojamiento y los gastos incluidos.
Me estremezco. El plan suena bien, pero no tanto mi respuesta.
—No puedo.
—¿No puedes o no quieres? Violeta, estás muy extraña estos días. Si no quieres venir
conmigo, simplemente dilo.
—Es complicado —admito—. Me gustaría ir, pero no es el momento adecuado.
—¿Por el trabajo?
Desvío la mirada.
—Por nosotros. Tommy, ya sabes lo que siento por ti.
—Saber eso es complicado, Violeta... Si estás arrepentida de lo que pasó, si no te gusto de ese
modo…
—¿Me estás preguntando si te deseo?
Su voz tiembla.
—Supongo que sí.
Asiento con suavidad y luego trato de explicarme:
—Ese no es el problema. Tommy, a estas alturas ya puedes imaginarte que hace tiempo que te
deseo. Pero hay más cosas en las que tengo que pensar, y por eso mantengo un espacio entre
nosotros y no puedo irme contigo.
—¿Tienes miedo de mí? —pregunto, confundido.
—Más bien de mí misma —reconozco—. De lo que me provocas cuando estamos cerca. Me
hace querer perder el control.
Sus ojos se iluminan y acaricia mi mejilla con suavidad:
—Eso no es malo.
Se acerca más a mí y mi corazón empieza a latir con fuerza. Y entonces me besa, con una
mezcla perfecta de intensidad, ternura y pasión. Cuando abro los ojos y recupero el aliento, mi
mirada se clava en la suya. Me muerdo el labio, dejo escapar un largo suspiro y sé que lo voy a
decir le va a destrozar antes de que mis palabras suenen en un susurro:
—Lo siento mucho, Tommy, pero no podemos continuar con esto. Es mejor que te vayas.
Me observa con detenimiento y supongo que trata de saber que está pasando por mi
complicada mente que lo aleja de mí. Desearía abrazarlo, confortarlo, pero eso solo empeoraría
las cosas.
—¿De qué estás hablando? Violeta, no hagas esto. No puedo obligarte a hablar conmigo, pero
te suplico que no levantes una muralla entre nosotros.
Leo por sus palabras que le he herido. Me siento mal, como si hubiera tomado el corazón de
mi mejor amigo y lo hubiera hecho pedazos. Pero funciono mal bajo presión y eso es lo que he
sentido desde que estuvimos juntos. Sé lo que espera de mí, pero no si puedo dárselo. Aun así,
trato de suavizar las cosas.
—Tommy, todo se nos ha descontrolado y necesito tomarme esto con más calma. Que te vayas
un mes es una buena oportunidad profesional para ti y también nos ayudará a pensar con calma en
lo que queremos —mi voz se corta.
—Yo ya sé lo que quiero —replica con rotundidad—. Si eso significa quedarme aquí, no
titubearé en rechazar esa oferta. Nada es tan importante como tú para mí.
—No digas eso.
—¿Por qué no? Sé que tienes miedo a las relaciones, pero no entiendo tu repentino deseo que
me vaya.
—Tommy, solo será un mes y nos servirá para pensar…
—Podríamos pensar juntos. Te he dicho que se vengas conmigo y ni siquiera has contemplado
esa opción —me interrumpe.
—Es más complicado que eso, ya te lo he dicho.
—Violeta, llevas días actuando de forma extraña. Pensé que estabas cansada y que acusabas
todo el tema de su padre; no que fuera yo el que quisieras que no estuviera…
—Tommy, no quiero que te vayas. Solo digo que es una oportunidad para ti y que nos irá bien.
Sacude la cabeza con fuerza.
—¿Sabes que es lo que yo creo? Tu padre te abandonó y tu madre fue un desastre contigo, eso
es una receta básica para querer huir cuando las cosas se ponen serias.
—No estoy huyendo.
—No, pero quieres que yo me marche.
—Solo un mes, por trabajo.
—¿De verdad es lo que quieres? —Asiento con algo de culpabilidad y él susurra—: En ese
caso, iré. Pero no quiero que este tiempo nos aleje.
—Nada me alejará nunca de ti —le contradigo, entrelazando mi mano con la suya—. Pero sí
necesito serenarme y pensar con calma. Lo siento, pero es la verdad.
Suspira con amargura, pero acepta:
—Está bien.
Su tristeza me conmueve y desciendo mis labios hasta nuestras manos unidas, besando con
suavidad sus nudillos.
—Gracias por ser tan comprensivo conmigo.
—Quiero que seas feliz
—Y yo que lo seas tú.
El dolor en sus ojos se entremezcla con el mío y me hace darme cuenta que lo amo y por eso
quiero dejarle ir. Después de la noche que pasamos juntos pensé que podía cambiar, pero sigo
sintiendo el mismo fuego por Nate y el mismo miedo de perderlos a los dos. No soy una buena
pareja para Tommy, hay demasiado caos en mi interior. Necesito alejarme de él, es la única forma
de que pueda volver atrás. Funcionó con Nate hace tres años, debería funcionar ahora. Como un
autómata insisto:
—Es lo mejor.
—No, no lo es. Tú eres lo mejor para mí, mejor que cualquier contrato u oportunidad laboral;
y no sé por qué piensas lo contrario. Pero si es lo que quieres o necesitas, me iré.
Se aleja de mí y me quedo temblando al pensar en lo que le he pedido. ¿Un solo mes hará que
pueda verlo solo como mi amigo o que me aclare? Respiro hondo y algo me dice que nada es tan
fácil como yo pretendo.
NATE

En la actualidad

Llego al apartamento. Violeta está sentada en el sofá viendo una película. Desde que Tommy
se marchó nos hemos instalado en una cómoda rutina de la que no me gustaría moverme. Echo de
menos a mi hermano, pero su partida me ha relajado. Necesito pasar un tiempo solo con Violeta
después de estos últimos meses de tensión para acercarme más a ella y conseguir la complicidad
que tiene con Tommy.
Cuando entro, me acerco al sofá, me siento a su lado y ella, al detectar la tensión en mis ojos,
pregunta:
—¿Un mal día?
Esbozo una mueca. Su tono de preocupación me gusta, me hace sentir protegido, pero a la vez
sé que voy a tener que hablar de cosas de las que no me apetece.
—Los he tenido mejores.
Mi voz debe estar más rota de lo que pretendía porque Violeta, en lugar de preguntarme nada
más, me abraza. Yo cierro los ojos, la abrazo también y una sensación de alivio recorre mi cuerpo.
No es la primera vez que discuto con mi madre y Violeta me consuela, pero hoy la intensidad con
la que lo hace es diferente, con una dulzura que normalmente reserva para Tommy. Somos fuego,
pero hoy este abrazo me parece más íntimo que cualquier contacto sexual. Cuando por fin nos
soltamos, me pregunta:
—¿Quieres contarme qué ha pasado?
Aprieto los puños.
—Mi madre y el imbécil de su marido vinieron a visitarme a la tienda. Estaban por la zona y
querían saber dónde trabajaba después de tanto tiempo. Y como no, fue tan decepcionante para
ellos como habían imaginado.
—El estudio de tatuajes es uno de los mejores de la ciudad —incide.
—No para ellos —mascullo.
Ella respira hondo y toma mi mano.
—Nate, te lo dice alguien del que nadie esperaba nada. Elegiste tu camino. No puedes
cambiarlo porque no le guste a tu familia.
—Es frustrante que mi madre piense que no valgo para nada.
—No digas eso. No puede pensar eso de ti.
—Créeme, lo hace.
Sacude la cabeza.
—En ese caso, entiendo que estés enojado y dolido, pero aun así no puedes hundirte por ello.
No le debes a tu madre vivir como ella anhela.
—Lo sé, pero eso no hace que duela menos —confieso.
—Las familias deberían ser más fáciles. Que pudiéramos escogerlas y todo eso —susurra.
—Sí, eso sería una buena idea —ironizo.
Sonreímos con amargura los dos y ella puntualiza:
—Aun así, podemos escoger en quién queremos convertirnos. Tú eres un artista increíble y te
apasiona tu trabajo, nunca dejes que nada ni nadie te aparte de él.
La observo unos segundos.
—Eres tan comprensiva…
Una sonrisa triste asoma a sus labios.
—Quizá porque espero que tú lo seas conmigo.
—¿Qué significa eso? —pregunto, inquieto.
—Que últimamente no me he comportado como te gustaría —contesta con pesar.
—Como tú misma has dicho, tú eliges tu camino y ni yo ni nadie ha de decirte lo que hacer.
Siento si he sido muy pesado con el tema de que aceptes a Jay.
Su sonrisa se hace más amarga.
—Estos últimos días he pensado mucho en él y en mi madre. Y en ti y Tommy. —Asiento, sin
saber a dónde quiere llegar a parar. Ella se aclara la garganta y continúa—: Creo que si no os
hubiera conocido habría terminado como ellos.
—¿A qué te refieres?
Deja escapar un suspiro e intuyo que su barrera está desapareciendo cuando comienza a
hablar.
—A que la estabilidad que encontré en vosotros me dio fuerzas para ser quién soy. La infancia
y adolescencia de mi madre fueron un infierno. Mi abuela siempre la criticaba, castigaba y
culpaba por todo. Y cuando se quedó embarazada comenzó una espiral de autodestrucción que ya
sabes cómo terminó—. Suspira hondo y sus ojos se humedecen—. Tomó malas decisiones, pero
también fue una víctima de la soledad y la incomprensión. Yo os tuve a vosotros y eso cambió mi
futuro.
Respiro hondo, y declaro con honestidad:
—Tú también nos cambiaste. Si no hubiera sido por ti, en el instituto solo hubiera pensado en
chicas y saltarme clases.
—Salías con muchas chicas y te saltabas un montón de clases —me corrige.
—Sí, y también iba con pandillas con las que podría haberme metido en muchos problemas.
Pero al final del día tú estabas esperándome en la azotea y eso me hacía querer ser mejor, como lo
era Tommy.
—Nunca he creído que Tommy sea mejor que tú —aclara—, solo diferente.
Entrelazamos las manos y susurro:
—Violeta, sé que no puedes olvidar por lo que pasó tu madre. Pero quizá podrías dejarla
apartada un tiempo de tu mente en algún lugar donde no te haga tanto daño su recuerdo.
Sacude la cabeza y aclaro:
—A veces temo ser débil como ella y perderlo todo
—No eres débil, eres fuerte y decidida y estoy orgulloso de cómo te has sobrepuesto a todo lo
que pasó con tus padres. Tienes un futuro brillante por delante y estoy segura de que nada te
apartará de él.
No responde, suspira con fuerza, cierra los ojos y sé que es su señal de que no quiere hablar
más por hoy. Me gustaría decirle que estoy emocionado de que se haya abierto a mí y que eso solo
ha hecho que esté todavía más enamorado de ella. Pero no lo hago porque no sé si está preparada
para que le diga que le da a mi vida un sentido que no imaginé antes y que no concibo estar con
nadie que no sea ella. La observo una última vez antes de ir a mi habitación y ruego para que un
día deje de estar asustada y yo pueda confesarle cómo me siento.
VIOLETA

En la actualidad

Recorremos el camino hasta el apartamento de los padres de Nate, que conduce visiblemente
nervioso. No es el único. Quiero acompañarle en esta visita, pero también tengo miedo de que
algo vaya mal, sobre todo teniendo en cuenta el historial de desencuentros de Nate con ellos. Pero,
después de la visita de su madre y su padrastro a la tienda de tatuajes, Nate estaba muy amargado
y decidió ir a verlos para suavizar las cosas. Supongo que al insistirme tanto en que de una
segunda oportunidad a Jay cree que él tiene que hacer lo mismo, aunque su madre no se la haya
pedido.
Cuando llegamos Nate me guía hacia la puerta principal. El edificio en el que se encuentra es
mejor que en el que vivían antes, aunque jamás he podido olvidar el encanto de la azotea de aquel.
Observo a Nate. Su mano está sobre mi espalda y noto su tensión e incomodidad. Llama al timbre
con solemnidad y su padrastro nos abre la puerta. Mira a Nate solo unos segundos y reserva su
escrutinio para mí. Nate saluda:
—Hola. ¿Te acuerdas de Violeta? Vivía en nuestro edificio.
No hay sorpresa en su rostro, Nate le avisó por teléfono de que hoy le acompañaría. No me
estrecha la mano y comenta con soberbia:
—Te recuerdo, eres la chica latina que vivía con su abuela.
—No tengo por costumbre identificar a mis amigos por sus orígenes —incide Nate.
Yo suspiro. No puedo evitar comparar al padrastro de Nate con Will, cuyos ojos siempre
chispean afabilidad. No me extraña que Nate lo prefiera como figura paterna, este me está
haciendo sentir mal por su forma de mirarme, como si no supiera qué hacer conmigo igual que no
sabe qué hacer con su hijastro.
—Gracias por invitarme —comento para rebajar el tono.
—Entrad, la comida ya está lista —propone con frialdad.
Nos conduce hasta el comedor, donde la mesa ya está dispuesta. Para mi gusto todo es
demasiado formal, prefiero las reuniones que hacemos en nuestro apartamento, donde el ambiente
es hogareño, relajado, divertido. Aquí se nota una calma tensa mientras tomamos asiento. Yo
esbozo una sonrisa para romper el hielo, pero la madre de Nate, que le ha observado con
reprobación desde que hemos llegado, comenta:
—¿En algún momento dejarás de utilizar esa imagen de delincuente? No quiero pensar que
habrán dicho los vecinos de tu aspecto.
Aprieto los labios para no explotar con algún comentario irónico y Nate replica:
—Son tatuajes y se quedarán conmigo el resto de mi vida. Y, francamente, me importa muy
poco lo que piensen tus vecinos de mí.
La madre de Nate frunce el ceño y mira a su marido, supongo que busca aprobación para
continuar. Según me ha contado Nate, ha visto variantes de ese reproche desde que comenzó a
tatuarse cuanto todavía estaba en el instituto y afirmó que no quería estudiar. Sus padres nunca han
entendido que es un ser libre e independiente, y por eso su padrastro insiste:
—¿Cuál es el objetivo de llenar tu piel de estúpidos dibujos?
—No son estúpidos dibujos, son arte y de los mejores de la ciudad —mi voz se escucha con
fuerza y la madre de Nate se levanta, ofendida.
—Bien, parece ser que no solo te conformas con venir a ofendernos, sino que traes a la
primera chica que encuentras para que también lo haga. Esto es inaceptable.
Leo en el rostro de Nate que la indignación le corroe por dentro y sale por todos los poros
para defenderme:
—Lo que es inaceptable es que ofendas a Violeta solo por decir la verdad.
—Eres increíble. ¿Cómo te atreves a hablarme a así?
La madre de Nate hace una salida furiosa del comedor, como si la ofendida fuera ella. Nate
aprieta los puños y su padrastro ordena:
—Ya que te has empeñado en venir a vernos, lo mínimo que puedes hacer es disculparte con tu
madre para que podamos comer con tranquilidad.
—No serviría de nada. No encajo en su molde ni el tuyo. Ha sido un error venir. Vámonos,
Violeta.
Sale de la habitación esperando que yo le siga. Sin embargo, en lugar de hacerlo, aprovecho
que la madre de Nate ha vuelto a entrar y le digo:
—Nate quería verla hoy, es una lástima que no puedan entenderse. Es un chico único y genial y
se lo va a perder si no cambia de actitud. Igual que a Tommy.
No me contesta y salgo frustrada del apartamento. Nate permanece en silencio mientras
bajamos las escaleras, pero en cuanto llegamos al coche se disculpa:
—Lamento lo que ha sucedido, odio utilizarte de mediadora.
—No importa lo que haya pasado, me alegra de haber venido.
—Eres una amiga increíble.
Sonrío.
—Tú me ayudas con mi padre y yo con el tuyo. Además, tu madre y tu padrastro necesitan
comprender que nunca serás como ellos quieren y que no tienes porqué serlo. Eres un artista y
tienes un talento increíble, eso es lo único que importa.
—Gracias, pero ya tienes bastante con tus propias disputas familiares como para lidiar con las
mías. No tenía que haberte traído, ha sido un error —maldice.
—Lo prefiero, así he podido ayudarte. Y además te repito que, si no son capaces de apreciar
todo lo que eres, no te merecen.
Sacude la cabeza con fuerza.
—Tommy tenía razón, era inútil intentarlo.
—Al menos ahora ya sabes la verdad. Me he dado cuenta de lo importante que es eso.
Una sonrisa amarga asoma a sus labios.
—Sí, tienes razón. No voy a volver a escuchar una retahíla de críticas sobre mí o Tommy. Que
Jay apareciera en tu vida me hizo pensar que mi madre también podía cambiar, pero está claro que
no.
Mi voz tiembla ligeramente al decir:
—No todo el mundo puede o está dispuesto a cambiar. Eso es algo que también he aprendido.
Además, tienes a Will. Para él eres como un hijo.
—Sí, tienes razón. Ojalá fuera mi padre.
—Ojalá también fuera el mío.
—De eso nada.
—¿Por qué? Es mejor que Jay, tienes que reconocerlo…
—Ya, pero la mera idea que fueras mi hermana es perturbadora —incide guiñándome un ojo.
—Si lo fuera no necesitaríamos un pacto —ironizo.
—En eso tienes razón.
Sonreímos los dos y, por unos segundos, nuestra mirada se entrelaza. Él propone:
—¿Vamos a comer a alguna parte?
—Sí. Estoy hambrienta.
—Elige tú.
—¿Para que puedas decir que soy una mandona? —ironizo.
—Te lo has ganado acompañándome —incide guiñándome el ojo.
—Ha sido un placer.
—Lo dudo mucho.
—Obviamente no discutir con tu madre y tu padrastro, pero me alegro que no hayas tenido que
pasar por eso solo.
Sonríe y volvemos a intercambiar una de esas miradas que me atraviesan. Enseguida la desvío
y me pongo a pensar un restaurante al que podamos ir. Eso será mucho mejor que seguir
concentrada en los ojos de Nate, en los que no debería perderme con la facilidad con la que lo
hago.

***

Después de la comida con Nate he tenido que ir a cubrir unas horas a Adara, que se
encontraba enferma, por lo que estoy agotada cuando llego al apartamento. Entro en silencio y
aunque veo luz en la habitación de Nate, paso de largo, necesito refrescarme un poco antes de
llamar a su puerta. Voy al baño. Ya me he duchado y cambiado en el hospital, pero ahora cepillo
mi cabello y maldigo que las ojeras sean parte de mi rostro. Rebusco en mi neceser para buscar
una crema para suavizarlas y, mientras me la aplico, observo los objetos personales de Nate que
hay esparcidos por el baño. Su loción de afeitar, la cera para el cabello, su cepillo de dientes, el
champú... Que sus cosas estén entremezcladas con las mías me da una sensación de intimidad. Del
chico con el que podría pasar las noches si no fuera porque todavía pienso en su hermano, porque
no sé si alguna vez dejaré de pensar en uno de ellos como lo hago. Suspiro, este tipo de
pensamientos son los que trato de no tener pero que se cuelan cada día con más intensidad en mi
mente. Sacudo la cabeza y salgo del baño para dirigirme a su habitación. Llamo a la puerta y entro
en cuanto me da permiso. Mi respiración se entrecorta y mis ojos se deslizan por su pecho
desnudo. Me acerco con lentitud y me siento a su lado. Sus ojos se iluminan y toma mi mano:
—Pareces cansada.
—Lo estoy, mucho —confieso—. ¿Y tú? Creía que estarías ya durmiendo.
—No podía dormir.
—¿Has vuelto a pensar en tu madre? —pregunto, preocupada.
—Sí, pero lo he canalizado diseñando un nuevo tatuaje para mí. —Mis ojos se desvían a su
pecho tatuado. Él sonríe, halagado, y comenta—: Te gustan mis tatuajes…
—Ya sabes que sí, eres un artista increíble.
—Pero no quieres que te haga ninguno —incide.
—No, nada de cosas permanentes para mí —le recuerdo.
Esboza una mueca y me atrae hacia él, de forma que nos quedamos a escasos centímetros. Su
movimiento me sorprende, pero no me muevo, porque siento su aliento tentadoramente cerca del
mío y eso siempre me ha nublado la mente.
—¿Y no puedo convencerte de lo contrario?
—No…
Mi voz es un susurro que desaparece cuando sus dedos se acercan a mi nuca. Comienzo a
temblar. Lo que ha sucedido los últimos días nos ha unido, lo que haría de este un buen momento
para salir de su habitación. Pero hay algo en su mirada demasiado subyugante como para hacerlo.
Se acerca más a mí, y su boca es como las otras veces cálida, apasionada y me hace gemir, más
cuando sus labios descienden por el mentón hasta llegar a mi cuello. Hay algo en sus besos que
tiene un poder especial, el de que olvide todo lo que no sea él durante unos segundos, pero cuando
sus manos comienzan a acariciarme las mías se clavan en su espalda desnuda y susurro:
—Nate, no…
Sus ojos brillan entre traviesos y anhelantes.
—¿Por qué no?
Es una buena pregunta. Quizá porque me acosté con su hermano hace una semana y todavía
pienso en él. O porque pase lo que pase esta noche nada cambiará de lo que pienso de nosotros
como pareja. Mi rostro se tuerce, alzo la vista y él acaricia con suavidad mi cabello, pero yo me
separo y me levanto.
—No he debido entrar en tu habitación. Lo siento.
—Yo no, y en el fondo tú tampoco.
Nos miramos a los ojos varios segundos con tanta intensidad que parece que vayamos a
quemarnos, pero antes de que pueda decir nada más el teléfono de Nate suena con la canción
favorita de Tommy y su rostro aparece en la pantalla. Sin decir nada, salgo de la habitación y le
dejo hablando con su hermano. Cuando llego a cama, veo que también tengo una llamada perdida
de Tommy, pero no puedo hablar con él después de haberle dicho que tomaría este tiempo
separados para pensar y lo primero que he hecho es besar a Nate. Soy un desastre, por no hablar
que también una mentirosa. Frustrada y enfadada conmigo misma, duermo y sueño con estar en un
lugar en el que no trazo líneas, en el que me dejo llevar en algo más que lo físico, en el que las
palabras “para siempre” no dan tanto miedo.
NATE

En la actualidad

El día ha sido largo. Nuestra fama se está extendiendo y con ella la lista de clientes. Cuando
termino con el último, cierro la puerta y miro el reloj. Estoy a punto de cerrar cuando Will, que ha
estado toda la tarde haciendo gestiones con Jay, entra en la tienda. Arqueo una ceja.
—Creía que ya no volverías hoy.
—No iba a hacerlo, pero me dejé un par de cosas que quería mirar esta noche. Cierras tarde…
—Ha habido muchos clientes.
—Lamento haberte dejado solo.
—Tranquilo, he estado bien.
—¿Tienes plan para ahora? ¿Quieres que vayamos a tomar algo? Te invito.
—Sí, buena idea.
—Dame un minuto que recoja lo que he venido a buscar y nos vamos.
Will toma una carpeta con varios documentos y vamos a la cafetería de enfrente.
—¿Dónde está Jay?
—Le he dicho que fuera a casa, a descansar. Le avisaré de que tardaré un poco.
—Parece que está mejor.
—Sí, eso me parece a mí también. ¿Y Violeta? ¿Cómo está ella? —se interesa.
—Es difícil de decir. Adoro a Violeta, pero es complicada —confieso—. Lo que pasó con sus
padres la hace ser muy cautelosa. A veces la escucho y la observo durante horas y aun así no sé
descifrarla, saber qué es lo que quiere.
Una sonrisa asoma a los labios de Will.
—Eso es parte de su encanto. ¿No crees? Nos olvidamos muy rápido de las chicas fáciles,
pero las complicadas son un reto. Conocí a muchas chicas cuando volví del ejército, pero no fue
hasta encontré la adecuada que no senté la cabeza. Junto a ella superé mis problemas del pasado y
Violeta también lo hará.
Sacudo la cabeza por la insinuación.
—Nuestra situación es diferente. Violeta solo quiere que seamos amigos.
—No es lo que me transmite cuando está contigo —incide—. Y sé lo que sientes por ella,
aunque no me lo digas.
Trago saliva.
—Yo no…
—Nate, no hace falta que me expliques nada. Solo trato de evitar que cometas los mismos
errores que yo cometí con mi mujer. Desperdicié mucho tiempo cuando la conocí y, ahora que
estamos separados por obligación estos meses, te aseguro que me estoy volviendo loco.
Sonrío. Se hace extraño ver a alguien tan grande ponerse tan sentimental, pero lo comprendo.
Will ha sido lastimado por la vida demasiado, pero al menos ha extraído de ello no solo
experiencia sino también sabiduría.
—Espero que pronto podáis estar juntos de nuevo.
—Sí, yo también. Y, por cierto, eso me recuerda que, para celebrar que viene este fin de
semana, nos reuniremos algunos amigos y haremos una pequeña fiesta. ¿Te apuntas y de paso te
traes a Violeta?
—No estoy seguro. No le gusta mucho conocer gente nueva, es bastante retraída. En el instituto
apenas hablaba si no era con Tommy y en el hospital solo tiene una amiga. Además, estará Jay.
—Será un ambiente tranquilo, no te preocupes por eso, no se sentirá incómoda. Además, ahora
que Rose ha vuelto será el amortiguador perfecto entre ella y Jay.
Sopeso la idea unos segundos y finalmente asiento. No es mala idea. A veces creo que tengo
que presionar más a Violeta para que salga de su círculo de confort. Sobre todo, porque en él está
básicamente Tommy. No es que Violeta no sea una chica fuerte. Lo necesita para hacer su trabajo
en el hospital y ser tan buena como obviamente lo es. Pero fuera de él, a veces siento que lo que
pasó con sus padres no solo la hace vulnerable a las relaciones, sino también a las amistades.
Supongo que debería sentirme feliz de que le fuera tan fácil sentirse cómoda con Tommy y
conmigo, pero algo me dice que debe aprender a tener más gente cerca de ella. Y quizá ir a esa
fiesta sea una forma de que se relaje. Incluso con la comodidad que se ha instaurado entre
nosotros estos últimos días, cuando estamos juntos una parte de su mente no puede dejar de pensar
cuánto de sí misma puede darme sin correr riesgos. No es la única. A veces yo también trato de
descifrar cuánto cerca pueda estar de ella y no intentar algo. Me gustaría salir con ella y hacer
todas las locuras adolescentes que no pude hacer cuando íbamos al instituto. Enrollarnos cada vez
que podamos en algún lugar oscuro. Ir al cine y pasar más rato besándonos que viendo la película.
Salir a tomar algo, besarla, hacer cualquier cosa, besarla. Pero no puedo porque si lo intento y
fracaso puede que no haya vuelta atrás. Así que estoy a su lado y trato de aprovechar que la
ausencia temporal de Tommy para acercarme más a ella, pero sigo sin saber qué estoy haciendo
exactamente. Maldigo entre dientes. Nunca he pasado más de una noche con una chica, lo cual es
fácil, muy fácil. Pero no hay nada fácil en Violeta, quizá por eso lucho tanto por comenzar una
relación con ella. A veces creo que, al tratar de evitar que nos gustara con aquel pacto, lo único
que consiguió, al menos por mi parte, fue más atracción. Ella es mi pasión prohibida, lo que más
anhelo, la única chica que no he podido tener porque, cuando apenas he sentido que lo hacía, se ha
esfumado de mis manos. Suspiro. La zona gris de nuestra amistad es demasiado grande y comienza
a ser hora de que la definamos. Y esa fiesta puede ser un buen comienzo. Alzo la vista y pregunto
a Will, que ha vuelto a trabajar en un dibujo:
—¿Puedo hacerte una pregunta personal?
—Claro.
—¿Cuándo te diste cuenta que querías estar con Rose? Me refiero al matrimonio y todo eso.
Él tarda en contestar.
—Es difícil de decir. Primero pensaba que solo quería disfrutar de mi arte y de un montón de
chicas diferentes. Pero la conocí y no era cuestión de querer algo diferente, sino que necesitaba
estar con ella. Y todo cambió. Es lo que te pasa a ti, ¿necesitas estar con Violeta?
Suspiro con profundidad.
—No sé lo que necesito o a lo que puedo aspirar. Como te he dicho, todo es complicado con
ella. No puedo tener estabilidad con alguien que tiene tanto miedo a las relaciones. Y que además
está siempre con mi hermano.
—¿Salen juntos?
—No, pero su relación es también… complicada.
—Pero ahora Tommy no está.
—Solo por un mes.
—Quizá es el tiempo que necesitas para aclarar tu situación con Violeta.
Respiro hondo. Nunca me he atrevido a hablar con nadie de esto, pero necesito sacarlo de
dentro.
—Puede, pero es difícil. A veces los miro y me doy cuenta que hay algo que se me escapa. Su
conexión es muy fuerte. Suena ridículo, pero siento que echo de menos todo lo que no he vivido
con ella y Tommy sí. Siempre estaban juntos, yo tenía mi grupo de amigos, salía de fiestas,
conocía chicas… Y ellos se quedaban a solas y crearon una intimidad diferente.
Will me observa con detenimiento unos segundos.
—No se pueden comparar las relaciones, tal vez solo sea una gran amistad. Además, no se
trata de ser como tu hermano, sino tú mismo. Y ver qué pasa.
—Tienes razón —respondo, apesadumbrado.
Will palmea mi espalda y medita unos segundos antes de decir:
—Y Nate, ten algo en cuenta. Lo que sea que hagas, no puede separarte de tu hermano. Te
conozco, no lo soportarías.
—Lo sé.
Intercambiamos una mirada cómplice y propone:
—Será mejor que vaya a casa, no quiero dejar mucho tiempo solo a Jay.
Asiento y nos despedimos. Cuando llego al apartamento, encargo una pizza y comienzo a
dibujar, como hago siempre que quiero pensar. Y tomo una decisión Si hasta Will se ha dado
cuenta de lo que siento, debo hacer algo al respecto. Tommy no está. No quiero hacerle daño, pero
puede que esta sea una oportunidad única de entablar más intimidad con Violeta, de que ella no
huya de mí en cuanto me acerco porque Tommy está cerca. Y no voy a desaprovecharla.
VIOLETA

En la actualidad

Nunca he sido muy fan de las fiestas. Pero esta es tranquila y muy agradable. Will y su esposa
han dispuesto varias mesas con un comida y bebida, de forma que los invitados deambulan por las
habitaciones hablando entre risas y al son de la música. Nate observa a la pareja y comenta:
—Envidio la sólida unidad familiar de Will y Rose. Se aman y se apoyan de una forma…
—La excepción que confirma la regla —le interrumpo.
—¿Podrías no ser cáustica con las relaciones por una noche?
Me encojo de hombros.
—Podría, pero te estaría mintiendo.
Reímos los dos y Will se acerca a nosotros. Por suerte, no veo a Jay cerca. Necesito unos
minutos antes de hacerme a la idea de que vamos a estar en la misma fiesta. Will me da un beso en
la mejilla y me saluda:
—Hola, Violeta. ¿Cómo estás?
—Bien, muchas gracias por invitarme.
—No tienes por qué darlas. Espero que disfrutes. Jay no tardará en llegar, ha ido a buscar un
poco más de hielo. —Asiento con la cabeza, la idea me pone cada vez más nerviosa. Will lo
advierte y añade—: Violeta, siempre se me ha dado bien juzgar a la gente. Todos cometemos
errores, algunos más graves que otros, como Jay. Pero puedo asegurarte que te quiere y se
preocupa mucho por ti como cualquier padre haría.
—Lo sé. Pero con mi… —todavía no puedo identificarle como “mi padre”, y cambio la frase
—: Con Jay todo es complicado.
—Lo comprendo. Si necesitas algo, solo tienes que decírnoslo.
Asiento y la siguiente hora es bastante buena. Hablamos, comemos, reímos y, si no fuera
porque Jay me observa de reojo, podría hasta relajarme. Pero sé que lo que pretende, y por eso no
me sorprende cuando toma valor para acercarse a nosotros y me pregunta:
—Violeta, ¿puedo hablar unos minutos a solas contigo?
Trago saliva y Nate sale en mi defensa:
—No es buena idea, Jay.
El rostro de este se empaña por el dolor. Suspiro y respiro hondo. A pesar de todos mis
desplantes, Jay sigue insistiendo y no me veo capaz de ignorarle de nuevo. Por ello le contradigo:
—No te preocupes, Nate, me parece bien.
Este me observa extrañado, pero no dice nada y Jay me conduce hacia el balcón, cerrando la
puerta para asegurarse que nadie nos escuche. Cuando estamos a solas, trata de romper el hielo
con uno de mis temas menos favoritos.
—Nate es un gran chico. Tú y él estáis muy unidos. Hacéis una buena pareja.
—No somos pareja.
—Lo sé, pero pensaba que tú y él…
—Solo somos amigos. No estoy interesada en salir con nadie. ¿Cómo podré confiar nunca en
algún chico si tengo tan presente que saliste corriendo a la primera de cambio?
Aprieto los labios. Ya está, lo he vuelto a hacer en cuanto hemos comenzado a hablar. Le he
herido, pero no parece enfadado conmigo por ello, solo dolido.
—Tú no tienes nada que ver con tu madre y conmigo. Algún día encontrarás a alguien que te
haga feliz.
Una sonrisa amarga asoma a mis labios.
—Ya soy feliz. Y a mi madre no le funcionó demasiado estar en pareja para mejorar su vida,
¿no te parece?
—Lamento eso.
Sacudo la cabeza.
—No quiero que vuelvas a disculparte.
—Pero has aceptado hablar conmigo… Y yo necesito hacerlo.
Tiemblo. Me gustaría poder decirle que no me afecta, pero lo hace demasiado. Disculparse
por romper el corazón de mi madre y el mío no cambiará nada, y solo hace que el daño resurja a
la superficie. Me gustaría verlo de forma diferente, pero estoy atrapada. Él parece comprender lo
que estoy pensando porque se explica:
—Al menos deja que te explique algo. Después de la ruptura con tu madre, nuestra relación se
convirtió en un estado continuado de dramatismo que siempre terminaba con una llamada de
alguien a la policía, a emergencias o ambos. Si me encontraba en una tienda, rompía todo lo que
podía sin importarle que tú estuvieras en el cochecito de bebé. Yo pagaba por las cosas rotas,
porque una parte de mí creí a que merecía mi ira, pero a la vez estaba agotado. Llegó a golpearme.
Lo miro incrédula, pero una parte de mí adivina que no me está mintiendo, porque yo misma
viví episodios muy similares. Con la voz rota me atrevo a preguntar:
—¿La denunciaste?
—No, jamás hubiera presentado cargos de agresión contra ella. Puede que no la amara, pero
la respetaba y quería lo mejor para ella y para ti. Pero no podía vivir una mentira. Lo siento,
Violeta, esa es la verdad. Supuse que al marcharme ella pediría ayuda y le sería más fácil superar
que no quisiera casarme con ella. Si sirve de algo, sé que me equivoqué y que merecías un mejor
padre.
Respiro hondo y tomo fuerzas para decir:
—Nadie me dijo nunca nada de eso, lo lejos que había llegado. Y, aunque en cuanto tuve edad
para comprender supe que estaba fuera de control, pensé que había sido después de tu partida, no
antes.
Jay apretase los puños.
—Traté de hacer lo correcto, pero cuando la veía llorar a todas horas una parte de mí quería
consolarla y la otra estaba agobiada y frustrada. Aunque no podía quedarme con alguien que no
amaba, quería formar parte de tu vida.
Clavo mi mirada en la suya tan rota como la mía.
—Pero no lo hiciste.
—La situación me llevó a mi punto de quiebre. Me estaba volviendo loco. Necesitaba
respirar. Por eso me alisté. Creí que si me iba un tiempo luego todo sería más fácil. Pero en cada
permiso ella estaba peor y fui alargando mis visitas, hasta que dejé pasar tanto tiempo que tuve
miedo. En el ejército aprendí a sobrevivir, y cerca de tu madre sabía que no podría hacerlo.
Aprieto los puños.
—Fuiste un egoísta.
—Sí, lo sé. Debí hacerme responsable de ti, luchar por tu custodia. Supongo que lo único que
puedo decir es que las circunstancias me sobrepasaron, aunque eso no me exima de nada. Te hice
mucho daño con mi comportamiento y odio haberme perdido tantos años de tu vida
Lo miro como si en realidad nunca lo hubiera visto antes.
—¿Por qué no me dijiste antes todo esto?
—Lo intenté.
—No me refiero a desde que llegaste, sino cuando ella murió.
—Porque creí que no podrías mirarme a los ojos si te decía la verdad. Tampoco sabía cómo
enfrentarme a ello.
—¿Y ahora sí?
—No del todo, pero estoy luchando con fuerza contra mi alcoholismo. Beber fue mi estúpida
forma de tratar de superar todo esto. Y no es una excusa. Soy culpable, pero espero que algún día
puedas perdonarme y dejar que trate de compensarte.
Las lágrimas asoman a mis ojos. He guardado en mi interior mucha ira y recriminación,
incluso odio, pero mi corazón también llora cuando veo a Jay tan destrozado por la culpa. Con la
voz rota susurro:
—No puedo decirte que te perdono. Ni siquiera sé si lo haré nunca.
—Lo sé y lo comprendo —responde con tristeza.
—No obstante —añado—, quiero que sepas que me parece admirable lo que hiciste en el
ejército, las vidas que salvaste. Y no quiero que te destruyas con el alcohol por el remordimiento
de lo que pasó con mi madre o conmigo. No creo que esté bien. Me gustaría que consiguieras estar
sobrio, pero no por mí, sino por ti.
Sus ojos se abren como platos, claramente no esperaba ese alegato de mí.
—Gracias, hija. No sabes lo que esto significa para mí.
Nuestras miradas se cruzan unos segundos y comienzo a temblar.
—Deberíamos volver a la fiesta —propongo secando mis lágrimas.
Asiente, pero cuando me levanto me dice unas últimas palabras:
—No tengo derecho a darte consejos, pero quiero decirte algo. Lo último que quieres hacer es
echar la vista atrás y arrepentirte de haberle dejado escapar. Eso es peor que cualquier cosa, te lo
digo porque yo me despierto cada día pensando que hice eso contigo.
—¿Qué quieres decir con eso exactamente?
—Que seas feliz, y que no te de miedo amar porque no funcionara con tu madre y conmigo.
Sus palabras se clavan en mí, sé el motivo por el que me lo está diciendo. Puede que no me
haya hecho de padre desde que nací, pero es bastante obvio que no se le escapa lo que Nate me
hace sentir. Lo que no sabe es que no es tan fácil, porque, si lo fuera, ya lo habría solucionado
hace años en lugar de seguir con el corazón enredado entre él y Tommy.
NATE

En la actualidad

He estado nervioso durante toda la conversación entre Jay y Violeta en la terraza. Y ahora que
Violeta sale directa al baño, supongo que porque necesita refrescarse para no llorar, me dirijo a
Jay, que también tiene el rostro desencajado. Le observo y una arruga de enfado aparece en mi
ceño.
—¿Qué le has dicho a Violeta? Parece muy triste.
—Le he hablado de su madre y de mí —me explica, y comprendo que Violeta no es la única
afectada.
—Me prometiste que no la alterarías.
Jay aprieta los dientes con fuerza antes de decir.
—No quería hacerlo. Pero se merece saber la verdad.
—No sí eso la hace daño.
—Nate, no puedo acercarme a ella con mentiras ni negando mi pasado. Es lo que he aprendido
en mis sesiones. Debo ser responsable de mis actos, de lo que hice y de todo lo que pasó. Solo así
quizá ganaré su perdón.
Respiro hondo. No me gusta pelearme con Jay cuando sé el esfuerzo increíble que está
haciendo por recuperarse, pero me veo en la obligación de decir:
—Te entiendo, pero no quiero que ella sufra.
Jay baja la cabeza, culpable, y susurra:
—Yo tampoco. Lo siento. He sido un necio por…
—Hablaré con ella —le interrumpo, no soporto verlo con el semblante tan deprimido—.
Seguro que se le pasará, pero quizá será mejor que el resto de la noche te mantengas alejado.
—Sí, será lo mejor, tiene mucho que procesar —acepta.
Espero intranquilo a Violeta, que tarda varios minutos en salir del baño. Parece descompuesta,
y le pregunto:
—¿Estás bien?
—No. Quiero irme a casa.
—Jay me ha dicho que no hablará más contigo esta noche, si es lo que te preocupa.
Violeta sofoca un suspiro.
—No es eso. Estoy cansada y necesito estar en casa. Puedo coger un taxi y…
—De eso nada, nos vamos juntos.
—Pero Will te ha invitado y…
—Dadas las circunstancias, estará más que de acuerdo. ¿Quieres que me despida de él y de
Rose por ti?
—No, te acompaño.
Nos despedimos con rapidez de la pareja, que no hace preguntas, y recorremos el camino
hasta casa en silencio. Cuando llegamos al apartamento, tomo un par de cervezas y le ofrezco una.
No digo nada, espero que ella comience a hablar cuando esté preparada. Durante un largo rato
toma sorbos de su cerveza, hasta que finalmente me explica:
—Ya te he contado que mi madre estaba siempre enojada y su comportamiento era irracional.
Sé que lo pasaba mal, pero me volvía loca con sus llantos continuos y sus quejas desesperadas.
Tomaba antidepresivos, los combinaba con alcohol y el resultado era que siempre terminaba
colapsada y yo impotente por no saber ayudarla. Intentaba minimizar el daño que se auto infligía
todo lo que podía, pero era demasiado pequeña para eso. Además, a veces ella podía ser muy
cruel conmigo, como si me culpara de todos sus males.
—Siempre he pensado en lo angustioso que debía ser esa situación para ti.
—Lo era. Quise a mi madre muchísimo y comprendo su sufrimiento cuando Jay le rompió el
corazón, pero dejarse caer no solo le sirvió para perder su salud mental, también me dejó a mí
colgando de un hilo. No me gusta hacerlo, pero una parte de mí recrimina a mi madre que me
hiciera vivir día a día con ella siempre al borde del colapso.
Trago saliva.
—¿Qué sabes de Jay antes de que se fuera al ejército?
—Apenas nada. Mi madre quemó todas sus fotografías. Solo conseguí saber cómo era a través
de una fotografía que encontré años después en un libro. Quise quedármela, pero ella la vio y la
rompió en pedazos.
Sacudo la cabeza, incrédulo.
—¿En serio?
—Mi madre no quería recuerdos de él en casa. Puedo entender eso, pero cuando las quemó
estaba ebria y casi prendió fuego a la casa.
—¿Cómo permitió servicios sociales que se quedara con tu custodia?
Una sonrisa amarga asoma a sus labios.
—Un vecino la ayudó a apagar el fuego y no hizo falta llamar a los bomberos. Era un barrio
muy deteriorado y la gente no se metía en los problemas ajenos, ya tenían bastante con los
propios, que eran muy numerosos. Lo que es una lástima, porque si lo hubieran hecho se habrían
dado cuenta de que su comportamiento era una amenaza para sí misma. Estaba tan aterrorizada de
que tratara de lastimarse a sí misma... Y hoy me he dado cuenta que me preocupa que Jay vuelva a
beber y también esté en peligro.
—No es lo mismo —me apresuro a decir—. Jay puede salir de esto, aunque necesitará ayuda.
Piensas que no debería inmiscuirme, pero si no pienso en él como el padre que te abandonó sino
como el hombre que ha vivido un infierno, necesito hacerlo.
Violeta suspira con fuerza.
—Comprendo por qué lo haces, pero no soy capaz de hacer lo mismo. Tengo que tener
cuidado, Nate. No me recuperaría si le dejo entrar en mi vida y vuelve a abandonarme —confiesa.
Entrelazo mi mano con la suya y le garantizo:
—No lo hará. Me aseguraré de ello.
—No entiendo cómo pudo alejarse tan fácilmente de mí y le he odiado toda la vida por ello.
Pero ahora que le conozco, puedo aceptar que se equivocó y que quiere enmendarlo. No puedo
recibirle con los brazos abiertos, pero tampoco me gusta actuar de una forma lunática y resentida
cada vez que lo veo. Y luchar contra la fuerza que me impulsa a conocerle me agota. ¿Crees que
podré perdonarle alguna vez por destruir todo?
—Creo que puedes dejar atrás el pasado si eso te hace feliz. La traición duele, pero algo me
dice que Jay no quiere irse esta vez.
—Pero, ¿puedo confiar en un adicto?
—No lo sé —reconozco—, pero puedes confiar en que va a luchar por su sobriedad.
Respira con fuerza.
—Gracias por tu apoyo.
—No me las des. Puedo comprender lo devastador que fue no solo el abandono de tu padre
sino la sensación de vacío a causa del estado mental de tu madre.
Intercambiamos una mirada cómplice y lo en sus ojos el dolor de los recuerdos en el corazón.
Con amargura comenta:
—Deberías haber llevado a la fiesta a una chica sin tantos problemas. No es una conversación
para un sábado por la noche.
—Seguro que no sería tan guapa como tú.
—No tienes remedio…
—Lo sé. Pero algo me dice que no quieres que cambie. Igual que yo no quiero que cambies tú.
Sus ojos brillan y jadea un poco por la sorpresa cuando acuno su rostro.
—Nate, ¿qué haces?
—Te miro. ¿Te he dicho alguna vez lo hermosa que eres?
Su respiración se acelera y su pecho de mueve de una forma demasiado sexy. Una parte de mí
teme el rechazo, la otra vuelve a sentirse como si yo tuviera dieciocho años de nuevo y no pudiera
controlar mis hormonas. Violeta se aparta un poco e ironiza, como siempre que está nerviosa:
—¿Tu forma de ayudarme a superar la conversación con Jay es piropeándome?
Sonrío.
—Mi forma de ayudarte es la que tú quieras. No tienes que hacerte siempre la dura,
especialmente con lo de Jay. Además, algo me dice que terminará bien.
Sus ojos se hacen más oscuros.
—No quiero hablar de eso.
—Está bien.
Suspira con pesar y se apoya sobre mi pecho. Solo busca consuelo, pero no puedo evitar que
el calor comience a invadir mi cuerpo. Comienza como un juego, una de mis manos jugando con su
cabello. Pero entonces sus manos se cierran en mi espalda y alza su rostro hacia mí, su mirada que
mezcla tristeza, pasión y confusión. Mi pulso se acelera. No sé qué decir, teniendo en cuenta que
anoche me rechazó, pero antes de poder pensarlo sus manos recorren mi pecho. Quizá lo hace solo
para calmarse, pero entre mis virtudes no está el autocontrol con Violeta. Finalmente, consigo
articular:
—Si esta es tu idea de que me mantenga alejado, me lo estás poniendo difícil.
—Acariciarte me relaja —confiesa.
—¿Y si te acaricio yo?
Mi mano de desliza con suavidad por sus mejillas y susurra:
—También.
Respiro hondo. Tengo que hacer la pregunta o me volveré loco.
—Entonces, ¿quieres que me mantenga alejado o que continúe?
Su respiración se hace más agitada.
—Mi parte lógica me dice que nos mantengamos alejados, pero mi cuerpo dice todo lo
contrario.
—En ese caso, ¿a quién quieres escuchar?
No contesta. En su lugar desliza las manos hasta la cintura del pantalón y saca la camiseta de
ellos, de forma que pueda acariciar mis abdominales. Su mano se desliza por ellos descendiente
hasta mi pecho y sus ojos se clavan en los míos.
—Me haces enloquecer, Nate. Cuando estoy contigo puedo olvidarlo todo —reconoce—. Y
eso es algo a lo que no puedo resistirme, no esta noche. Solo anhelo esto…
Una alerta asoma a mi cabeza.
—Violeta, no puedes pedirme otra vez que solo tengamos una noche.
Las palabras salen de mi boca con rapidez, pero estoy seguro de ellas. Puede que nunca haya
salido con ninguna chica en serio y que mi relación con Violeta sea confusa y esté complicando
nuestra amistad. Pero quiero saber a dónde me lleva y no puedo hacerlo si solo nos centramos en
lo físico. Sin embargo, no puedo pensar mucho más ahora mismo, porque ella susurra:
—No te pido nada, solo te digo que ahora mismo en lo único en lo que puedo pensar es en
besarte.
Debería escuchar a mi instinto, el mismo que me grita que esto no terminará bien. Pero sus
palabras me desarman y sello su boca con la mía. Y cuando comienza a desabrochar mi pantalón
sé que he perdido cualquier posibilidad de seguir dialogando. Nos desvestimos con rapidez,
ávidos de volver a estar boca con boca, cuerpo con cuerpo. Nos dejamos caer sobre la cama,
enredados, perdidos el uno en el otro en caricias frenéticas. Puede que mañana me plantee a donde
vamos con todo esto, pero ahora mismo solo puedo pensar en estar dentro de ella. Y eso me
recuerda que debo usar protección. Me alejo lo suficiente para tomar un preservativo de la mesita
de noche, pero me doy cuenta de que no tengo ninguno. Sacudo la cabeza, incrédulo. Supongo que
podría ir a la habitación de Tommy, pero rebuscar entre sus cosas para buscar un preservativo con
el que acostarme con Violeta me parece demencial. La miro sin saber qué decir y ella adivina lo
que estoy pensando y comenta:
—Tomo la píldora. Dime que no has estado con nadie sin protección desde tu analítica de
sangre.
—Claro que no he estado con nadie sin protección. De hecho, nunca he estado con nadie sin
protección.
—En ese caso, por mí está bien.
Mientras lo dice algo pasa por su mente que no sé interpretar, porque frunce el ceño y le
pregunto:
—¿Estás segura?
Ella suspira. Intuyo que hay algo que le preocupa, pero de lo que no quiere hablar ahora, y yo
lo único que puedo pensar en seguir besándola. Se siente tan bien... Es cálida, ardiente; me vuelve
loco y hace que se bajen todas mis barreras: las físicas, pero también las mentales. Somos uno,
presos de un baile frenético. He estado con muchas chicas, pero nunca me he sentido tan
desesperado por estar con alguien, por fusionarme de un modo tan íntimo. Supongo que porque
ninguna era Violeta ni me importó como lo hace ella; y no querría estar en ningún otro lugar ni con
nadie que no sea ella.
VIOLETA

En la actualidad

Nate me está besando. Y de una forma que está haciendo que pierda el control, que le necesite
con urgencia, que todo mi cuerpo vibre seducido por él. Siento que la cabeza me da vueltas, hasta
que él aparta su boca de la mía y, sin dejar de mirarme, me quita el vestido y la mirada de
adoración y deseo que me lanza me derriten. Él mismo se quita sus pantalones y luego su ropa
interior y la mía saltan por los aires. Hay algo en su forma de acariciarme, de tocarme, que envía
escalofríos de placer por todo mi cuerpo. Como sucedió la primera noche que estuvimos juntos, el
deseo se ha adueñado totalmente de mí. Tiemblo de anticipación de volver a sentir lo que sentí
aquella noche, más cuando su boca comienza a recorrer mi cuerpo. No puedo evitar ironizar:
—Esto se me da mejor que hablar.
—No te librarás de eso mañana, pero hoy prefiero estar contigo —replica con una sonrisa
traviesa y sexy que le devuelvo, porque está claro que no voy a protestar por eso ni por nada de lo
que su lengua comienza a hacer sobre mi piel y mis zonas más sensibles. Me arqueo y su contacto
se hace más profundo, a la vez que mi respiración más entrecortada. Cuando su boca vuelve a la
mía, le beso hasta que no podemos respirar y las caricias se hacen más apremiantes. Nate continúa
besándome hasta que grito su nombre, está dentro de mí y nos fundimos el uno en el otro. Cuando
estoy lejos de él mi mente piensa en muchas cosas que nos alejan, pero a su lado solo puedo
pensar en que esto no termine nunca. No sé cómo, pero sabe cuándo y dónde tocarme para
llevarme al máximo y dejar en mí una marca que no sé si pueda o quiera borrar. Me sujeto a sus
anchos hombros y vuelvo a sentir que la magia nos domina, nos invade. Somos solo uno y quiero
que se quede aquí, conmigo, unidos sin pensar en nada más que no seamos nosotros.

Cuando terminamos, agotados, deslizo mi cabeza en su pecho y escucho su corazón todavía


latir agitado, por mí. Nos quedamos largo rato abrazados. Sus ojos brillan todavía más que
anoche, y no puedo apartar la vista de ellos. Nate susurra:
—Violeta, quiero estar contigo…
—Acabas de hacerlo.
Su rostro se tuerce.
—Ya sabes a lo que me refiero.
—¿No podemos hablar mañana?
—¿Y darte la oportunidad de salir corriendo?
Esbozo una mueca irónica. Le corregiría, pero tiene razón.
—Salir corriendo es lo mío.
—No tiene por qué serlo —me corrige.
—Nate, mi vida es caótica, yo soy caótica.
—Lo sé, porque eres mi mejor amiga. Pero te quiero tal y como eres, y nada de tu entorno
puede cambiar eso.
Sus palabras se clavan en mí y de nuevo nos miramos en silencio. Es increíble el poder que
tienen sus ojos en mí, provocan que me sienta como si fuéramos las dos únicas personas en el
mundo, como si no hubiera nada más allá de nosotros. Nada es comparable a la felicidad que
siento en cuando mi cuerpo, mi mente y mi corazón se fusionan de una forma emocional con él; y
eso provoca que mis miedos sean barridos por la atracción a seguir sintiendo eso. El problema es
que sí hay algo que él odiaría de mí y que no sé si podría perdonar: lo que pasó con Tommy y mis
sentimientos hacia él, diferentes, pero tan fuertes como los que siento por Nate. Me remuevo en la
cama, incómoda. Sus manos sujetan mi rostro y me dice clavando su mirada en la mía:
—Violeta, no te preocupes. Funcionará.
Sé que eso no es cierto, que estoy inmersa en un mar de mentiras con los dos chicos que quiero
y que eso hará imposible que funcione. Mi corazón me duele y lo único que se me ocurre para
evitarlo es descender mi mano por su abdomen y llevarnos de nuevo a un estado en el que todo
parece fácil, muy fácil.

***

Anoche me olvidé de todo con Nate. Hablar con Jay removió todo. Quería olvidar y, cuando
Nate se mostró tan comprensivo y cariñoso, solo pude dejarme llevar y hacer el amor con él hasta
perder el sentido y la cordura. Está claro que mi nivel de madurez está bajo cero, teniendo en
cuenta que hace poco tiempo hice lo mismo con Tommy. Y por eso he huido al hospital antes de
que se despertara, llegando incluso antes de tiempo a mi turno. Pero no ha servido de nada. Nate
ha debido comprobar mis horarios y está esperándome mientras termino de atender unos pacientes
antes de mi descanso. Cada vez que salgo de una habitación está allí, mirándome, y a la vez a él le
miran las otras enfermeras, lo que me provoca ganas de clavarles alguna de las jeringuillas de mi
carrito. Lo dicho, mi nivel de madurez está bajo cero.
Adara y yo entramos en el despacho de las enfermeras para reponer algunos utensilios del
carrito y, en cuanto cierro la puerta, me pregunta con ironía:
—¿Vas a contarme por qué asesinas con la mirada a todas las enfermeras que miran a Nate?
¿Acaso te molesta que se acerquen a tu chico…
—Nate no es mi chico… —protesta.
—¿Y por qué él te mira como si hubiera pasado algo entre vosotros?
—No voy a contestar a eso.
—En ese caso, sacaré mis propias conclusiones que seguro que se acercarán mucho a la
verdad.
Frunzo el ceño.
—¿Y si no sacas ninguna conclusión de nuestra relación?
—¿Estás reconociendo que tenéis una relación?
—¿Vas a jugar a la abogada conmigo?
—Solo si sigues sin sincerarte conmigo. Y saber si estás enredada o enamorada o las dos
cosas me interesa bastante. Somos amigas, ¿recuerdas?
Suspiro con frustración.
—Es posible que Nate me guste mucho.
—Dime algo que yo no sepa.
—Y es probable que anoche pasara algo.
Sus ojos se abren como platos.
—¿Y que habéis hablado al respecto?
—Nada, he salido corriendo en cuanto me he despertado.
—¡Muy maduro!
—Sí, eso mismo pienso yo.
—¿No es lo mismo que te pasó con Tommy el día que estabas borracha?
Suspiro, omito la parte en la que me acosté con él después de la fiesta de su cumpleaños y
respondo:
—Sí, pero Nate no es Tommy. Si está aquí es porque quiere hablar de ello y dudo mucho que
me permita dejarlo pasar.
Adara se encoge de hombros.
—Tiene sentido… No sé dónde está el problema. Hablar es lo que hacen los adultos.
—Gracias por ponerme más nerviosa…
—No era mi intención… Mi sinceridad a veces es un problema —reconoce— ¿Qué vas a
hacer?
—No lo sé. Primero me gustaría saber qué quiere Nate.
—Yo sé lo que quiere Nate. Y si yo lo sé, tú también.
—Si sabes tantas cosas, ¿qué creo yo?
—Que desde que tu padre apareció estás asustada porque recuerdas la relación fallida de tus
padres. Y también que te sentías perdida porque él te abandonó. Pero sea lo que sea que tengas
con Nate, deberías dejarlo fuera de tu relación con Jay. Son personas diferentes en contextos que
no tienen nada que ver.
Suspiro, tiene razón. Desde que Jay apareció mi serenidad se ha trastocado, pero debo dejar
eso de lado si quiero tener una conversación con Nate. El problema es que hay alguien más en
quién debo pensar cuando lo haga: Tommy.
—Lo intentaré —susurro—. Pero es complicado.
Adara arquea una ceja con ironía.
—Comienzo a pensar que a una parte de ti le gusta vivir en el drama.
—Muy graciosa… Y, por cierto, ¿con quién acabaste tú ayer?
Sacude la cabeza y responde con menos entusiasmo de que costumbre.
—Con un amigo. Nada de lo que quiera hablar.
—¿Por qué yo siempre termino contándote todo y tú nunca nada a mí?
—Porque ya tienes bastante con tus problemas. Y por eso, si quieres puedo ocuparme de
alguno de tus pacientes y así puedes hablar antes con tu “no” chico.
Esbozo una sonrisa.
—Eres un cielo, pero prefiero trabajar.
—O sea, huir un rato más.
—Yo no lo hubiera descrito mejor.
Reímos las dos, pero en cuanto salgo y me enfrento a la mirada de Nate de nuevo, cualquier
risa se ahoga en mi interior. Nate siempre ha sido un fuego que me quema. Y por eso tengo miedo.
Nunca me he comprometido con nadie ni quiero hacerlo, sobre todo si implica elegir entre él y su
hermano. Pero conozco a Nate. Después de anoche no sé si me será fácil convencerle que no estoy
preparada para nada en lo que esté pensando. Maldigo en mi interior que mi conversación con Jay
me desestabilizara tanto como para bajar la guardia. Y, aunque en mi actual situación, exponer mi
corazón no es una opción viable, si algo tengo claro es que anoche hubo mucho más que química.
Y Nate no huye ante los problemas, ni siquiera de los de Jay. Y no huirá de mí, por ello debo dejar
el miedo y buscar las respuestas que salgan de mi corazón y no de mi mente.

***

Mi turno ha terminado y también mis excusas. Me acerco a Nate y, antes de que pueda decir
nada, sugiero:
—Vayamos al apartamento. Allí podremos hablar.
Sonríe, victorioso, y nos vamos a casa. Mientras subimos las escaleras hasta nuestro
apartamento susurra en mi oído:
—No sé si debo decirte esto, pero en lugar de hablar ahora en lo único que pienso es en
llevarte a mí habitación.
Sacudo la cabeza.
—No.
—¿Segura?
Atrapa mis labios con los suyos y su mano se desliza por mi espalda. Comienzo a temblar
como hizo anoche y me dice:
—Necesito llegar al apartamento. Ya.
Asiento y me toma de la mano para subir con más rapidez las escaleras. Vuelve a besarme
mientras abro la puerta, pero, cuando estoy abriendo, el sonido de la música me hace pararme en
seco. Es Tommy. La voz de Nate resuena amarga en mis oídos:
—¿Tommy? ¿Qué haces aquí?
—Terminé antes de lo previsto.
Se acerca a Nate y palmea su espalda. Le sonríe e intuyo que Nate me busca con la mirada,
pero no me atrevo a mirarle a los ojos. Tommy se acerca a mí y me abraza. Le doy un cálido beso
en la mejilla y comento, tratando de serenar mi corazón.
—Bienvenido a casa.
—Quería darte una sorpresa, espero que no te importe que no te haya avisado.
—No, claro que no. Es genial. ¿Has tenido un buen viaje?
Estira los brazos y bosteza.
—Sí, pero estoy agotado, el vuelo tenía escalas. Pero ha valido la pena adelantarlo, tenía
muchas ganas de verte.
Me abraza con fuerza después de decirlo. Nate se congela a nuestro lado, pero no dice nada.
Toma una cerveza y masculla:
—Voy a la azotea, necesito tomar el aire. Luego nos ponemos al día, Tommy.
Yo trago saliva y Tommy espera a que nos quedemos a solas para preguntarme:
—¿Qué le pasa?
—Habrá tenido un día duro en el trabajo —miento.
Arquea una ceja.
—A Nate le encanta su trabajo, nunca viene enfadado de él. ¿Ha pasado algo?
Me encojo de hombros y vuelvo a mentir.
—No, que yo sepa.
—¿Estás segura? —Me escudriña con la mirada y parece adivinar algo porque me pregunta—:
¿Os habéis peleado?
—No —respondo, tajante.
Tommy esboza una mueca de preocupación.
—No pasaría nada si lo hubierais hecho, y quizá yo pueda ayudar.
Respiro hondo. Haberme acostado con Nate y ocultárselo a Tommy está mal. Mentirle ahora
está peor. Pero es lo único que puedo hacer, soy demasiado cobarde para decirle nada. Sobre
todo, ahora que está a mi lado y me mira con esa ternura que me hace latir el corazón de una forma
diferente. Entrelazo mi mano con la suya y le aseguro:
—No pasa nada. Deberías ir a descansar.
Me observa de nuevo, pero da por válida mi respuesta. Acaricia mi mejilla y me pregunta con
suavidad:
—¿Me has echado de menos?
—Claro que sí.
—¿Y has pensando en lo que hablamos?
El nudo en mi garganta se hace más fuerza. Tengo un límite en las veces que soy capaz de
mentir. No es que no le haya dado vueltas a lo que pasó, el problema es que ahora se suma lo que
sucedió anoche con Nate. Finalmente respondo con lo más parecido a la verdad:
—Es complicado. También porque hablé con Jay, te lo contaré mañana.
Tommy frunce el ceño y ladea la cabeza como cuando no está convencido de algo.
—Pero, ¿estás bien?
—Sí, pero tú no. Tienes que acostarte y descansar.
—Quizá primero debería subir a la azotea y hablar con Nate.
Deniego con la cabeza.
—No, lo haré yo, tú descansa y mañana hablamos de todo.
—¿Segura?
Asiento y él me da un cariñoso beso en la mejilla antes de ir a su habitación. Más de lo que me
merezco. La culpabilidad se instala en mi corazón, y también el miedo porque ahora tengo que
subir y hablar con Nate no solo de lo que sucedió entre nosotros sino de mi actitud hoy.
NATE

En la actualidad

Estoy desesperado. Es como si estuviera conduciendo sin frenos y nada pudiera amortiguar la
caída que vaticino. Tuve a Violeta una noche, pero no quiero que vuelva a pasar, no de ese modo.
Ha estado conmigo dos veces y las dos me dejó claro a la mañana siguiente que no quería una
relación. Y en parte es porque tiene miedo, pero también y esa es la que me destroza, porque
siente por Tommy algo muy parecido a lo que siente por mí. Y eso me hace tanto daño que no
puedo soportarlo. Por segunda vez, estar con Violeta ha sido mucho más que el mejor sexo de mi
vida. Se ha metido bajo mi piel y no sé cómo actuar ahora. Porque ya no puedo calmar el deseo,
no puedo dejar que sea una sola vez. Y está mi hermano. Debería fingir que estoy feliz de que esté
en casa, pero se me ha hecho casi imposible cuando ha abrazado a Violeta. Con intensidad,
demasiada, más de lo que puedo soportar. Y ella no le ha rechazado, incluso le ha besado en la
mejilla. Cuando ha hablado con él su tono trataba de parecer casual, pero he detectado que hay
algo en ella mucho peor que incomodidad. Está avergonzada. Ahora que Tommy ha regresado se
arrepiente de lo de anoche. Aprieto los puños y me doy cuenta que no puedo hacer esto. Estoy
agotado y siento enojo, frustración y celos. Llevo todo el día con su cuerpo grabado a fuego en el
mío y ahora no puedo fingir delante de mi hermano o de ella.
Pasa un largo y angustioso rato antes de que Violeta decida subir a la azotea. Se acerca a mí y
comenta:
—Tommy se ha ido a descansar. ¿Podemos hablar un momento?
—¿De cómo has abrazado a Tommy y te has asegurado que no le cuente nada? —le pregunto
con rabia.
—No quiero hacerle daño —responde con una voz apenas audible.
—Pero no te importa hacérmelo a mí —incido con amargura.
—Eso no es cierto.
—Violeta, ¿qué demonios quieres de mí?
Mi voz y movimiento demuestran lo alterado que estoy. Ella responde con tristeza:
—No lo sé. Me he hecho esta pregunta desde que estuvimos juntos la primera vez. Pero no he
encontrado una respuesta.
—Yo tengo una. ¿Te das cuenta que rechazas cualquier posibilidad entre nosotros en cuanto
ves a Tommy?
El aire se vuelve tan denso que podríamos cortarlo con un cuchillo. Nos miramos fijamente
hasta que no puedo más y la atraigo hacia mí. La estrecho entre mis brazos y la beso, primero en
los cabellos, después en la boca. Pretendo que sea un gesto suave, pero pronto pierdo el control
hasta que mis manos están recorriendo sus muslos y mis manos llegan al encaje de su ropa interior.
Tiemblo. Podría estar toda la noche acariciando las suaves y femeninas curvas de Violeta
atrapadas junto a mi cuerpo. Me siento como en un sueño, cumpliendo lo que estado deseando
durante tanto tiempo, y ahora no quiero despertar. Pero, irremediablemente, una vez más lo hago
cuando ella se separa de mí. Leo dolor en los suyos, como supongo que ella lee la desesperación
en los míos.
—Nate, yo…
—No puedo seguir con este juego entre tú, Tommy y yo —concluyo con voz áspera y
acusadora.
Hago ademán de marcharme, pero Violeta me detiene:
—¡Espera! ¡Nate, espera, por favor!
—¿Para qué? ¿Para volver a besarnos y rechazarme?
—¡Escúchame, por favor! —me ruega.
Permanezco de espaldas a ella, dubitativo, unos segundos. Después me giro. En el instituto mis
compañeros creían que era un chico duro que sabía ganar una pelea. Las chicas siguen pensando
que soy frío, el tipo que se va sin decir nada después de pasar la noche con ellas. Pero todo
cambia cuando se trata de Violeta. Porque delante de ella no hay coraza, solo un corazón que late
tan fuerte que parece que vaya a romperse. Ella respira hondo y, tras un momento interminable, se
disculpa:
—Lo siento, Nate. No quería hacerte daño. Pero tampoco quiero hacérselo a Tommy. Solo
dame tiempo, por favor….
Suspiro con pesar, esforzándome por mantener el control. Con la voz rota respondo:
—Está bien. Pero no sé cuánto tiempo podré aguantar esta situación. Y no se trata de una
amenaza, sino de la verdad. Estoy cansado de esto.
—Yo también —susurra con los ojos brillando por las lágrimas.
Respiro hondo.
—¿Recuerdas la primera vez que estuvimos juntos? Siempre he pensado que si volviera a
aquella noche lo haría todo diferente. Que fue un error dejarte marchar. Que si hubiera sido más
convincente te hubieras convertido en mi novia a la mañana siguiente en lugar de pasar ese verano
lejos de ti fingiendo que no había pasado nada entre nosotros. Ese pensamiento me ha quemado
todo este tiempo.
—No quería lastimarte.
—Lo sé. Y tampoco a Tommy. Por respeto a lo que me pediste guardé silencio. Pero siempre
me creí superior en tu corazón a él porque me habías elegido a mí. Pero a veces pienso que me
elegiste para tu primera vez porque de mí podías alejarte, pero no podrías haberlo hecho de
Tommy.
Sus ojos emanan tristeza.
—Eso no es cierto. Te llevo clavado en mi corazón y en mis pensamientos desde aquella
noche. He intentado evitarlo, pero no he podido, no puedo. El problema nunca fue ese, sino que…
—Hubiera podido ser Tommy y te hubieras sentido igual.
Violeta asiente con pesar y algo se rompe dentro de mí.
—Tienes que entenderme…
—Necesito saber algo —La interrumpo y me acerco a ella con el corazón latiéndome a
trompicones. Mis manos se posan sobre su cintura y acaricio la suave piel de su estómago y
espalda—. Tiemblas cuando yo te toco, me deseas cuando yo te deseo. Eso lo sé. Pero lo que
siempre me he preguntado es si te pasa lo mismo con Tommy. Si a mí también me mientes, si con
él también te besas, o incluso si has hecho lo mismo que conmigo.
Se separa de mí con rapidez, los ojos llenos de lágrimas. Y entonces intuyo la respuesta en sus
ojos y las náuseas se apoderan de mí. Si lo que pienso es cierto, la he compartido con mi hermano
y eso no es algo que pueda procesar. Me llevo las manos a la cabeza y susurro:
—Necesito estar un rato solo.
Asiente y propone con un hilo de voz.
—Bajaré al apartamento.
—No, me refiero a fuera de casa. Dormiré en casa de un amigo. Tengo mucho que pensar.
—Nate…
Sacudo la cabeza. No sé si dejarla a solas con Tommy es lo más inteligente, pero, por una
noche, mi corazón ya duele demasiado. No puedo retenerla, no puedo hacerla escoger. Y si no
salgo de aquí me volveré loco y entraré en la habitación de mi hermano para contárselo todo y
averiguar qué demonios está pasando entre ellos. He fingido otras veces, pero mi paciencia ha
rebosado todos los límites y lo único que puedo hacer ahora es marcharme hasta que pueda
asimilar o enfrentarme a lo que acabo de descubrir. Lo siento por Violeta, pero esta vez ha llegado
demasiado lejos
VIOLETA

En la actualidad

La primera semana de mi retraso fue solo el comienzo. Me zambullí en una frenética actividad.
Necesitaba mantenerme ocupada para no gritar de miedo y, sobre todo, para evitar a Nate y
Tommy y a posibles preguntas que no quería contestar. Con Nate fue fácil, desde la pelea en la
azotea, en la que intuyó que había estado con Tommy, se ha mantenido distante y pasa la mayor
parte de los días fuera de casa. Con Tommy es diferente, sigue en casa y está más pendiente de mí
que nunca. Siempre he exprimido mis días, ahora lo he hecho más que nunca. Quería convencerme
a mí misma de que era un simple retraso y que si permanecía hiperactiva me sería más fácil no
pensar en ello. La segunda semana mi capacidad de aguante se fue reduciendo. Mi período seguía
sin venir y mis miedos aumentaron, también mis ausencias de casa. Y la tercera semana llegó esta
mañana acompañada de náuseas y del convencimiento que tengo que hacer algo. Y por eso estoy
en casa de Adara. Estoy agotada. No importa lo que haga. En cualquiera de las dos opciones
terminaré sola y con el corazón roto. Y todo porque actué impulsivamente. Quería ser fuerte, pero
ahora estoy de nuevo en el mismo lugar en el que solo soy una chica asustada. Me siento agotada y
no sé cuánto tiempo pueda aguantar más la mentira.
Adara me observa preocupada.
—Violeta, ¿qué te pasa? Estás muy rara últimamente.
—Voy a marcharme.
—¿Por qué? Te encanta vivir en Nueva York. Y dudo mucho que quieras alejarte de los dos
hermanos… —Las lágrimas llegan con más fuerza y mi respiración es tan entrecortada que pienso
que voy a dejar de respirar en cualquier momento. Adara me escudriña con la mirada y adivina—:
A no ser que quieras huir de ellos…
—Es lo mejor.
No estoy segura de cuántas veces me lo he repetido a mi misma sin que me suene convincente,
tampoco cuando lo hago en voz alta. Adara me abraza con fuerza hasta que me calmo y después
pregunta con suavidad:
—¿Por qué es lo mejor? ¿Qué ha pasado?
Tomo aire antes de confesar:
—Creo que estoy embarazada.
Sus ojos se abren cómo platos.
—¿Es de Nate? La noche que me dijiste que había sucedido algo, ¿estuvisteis juntos?
Las lágrimas asoman a mis ojos, esas que aprendí a controlar hace años y que ahora las
hormonas liberan sin tapujos. Puedo sentirlas quemando en mi garganta, en mi corazón.
—Estuve con Nate, pero no sé si es de él.
Me escudriña con la mirada:
—¿Tommy?
—Puede….
Sacude la cabeza con fuerza.
—Violeta, ¿te estás acostando con los dos?
Entrecierro los ojos.
—Solo fue una vez con cada uno. Dos errores.
—¿Y no usaste protección con ninguno? —Mi rostro se tuerce, después de nuestra experiencia
en el grupo de madres adolescentes me siento avergonzada, y ella se apresura a añadir—: No te
estoy juzgando, solo me ha sorprendido.
—Ya somos dos —mascullo—. Fue por culpa del antibiótico.
—¿El que nos dieron en el hospital preventivamente después de atender a aquel paciente con
infección?
—Sí, es la única explicación que le encuentro a que fallaran las pastillas anticonceptivas.
Debí usar preservativo, pero… —mi voz se corta.
Adara me toma de la mano y me dice:
—Violeta, no me debes ninguna explicación. Lo que importa es que estás aquí. ¿Te has hecho
la prueba de embarazo?
—No, no quería hacerlo sola. Por eso lo he traído aquí. Espero que no te importe.
—Claro que no. Por cierto, ¿les has explicado tus dudas a los hermanos?
—No, por supuesto que no —deniego con rapidez—. De momento solo son sospechas, no diré
nada hasta saber el resultado e, incluso entonces, no tengo muy claro que hacer. Marcharme sería
la mejor opción.
—No adelantemos acontecimientos. Hagamos esa prueba de embarazo y luego ya decides qué
hacer.
Respiro hondo y voy al baño. Salgo con la prueba en la mano y ambas permanecemos de pie,
pálidas, mirando el palito del test con detenimiento. Pierdo la noción del tiempo, puede que sean
solo unos minutos, pero a mí se me hacen interminables hasta que las dos rayitas dicen lo
inevitable. Adara me toma de la mano y no sé si quiero gritar, llorar o las dos cosas a la vez, pero
en lugar de eso dejo que me lleve hasta el salón y me siento en el sofá con la mirada perdida.
Adara permanece en silencio, pero sigue sosteniendo mi mano. Miles de pensamientos acuden a
mi mente y finalmente susurro:
—Los hijos repiten los errores de los padres.
—Tú no eres un error —me contradice.
Mis ojos se humedecen.
—Gracias por hacer esto conmigo.
Ella respira hondo antes de atreverse a preguntar:
—¿Qué vas a hacer?
—Si mi madre, incluso con sus errores, fue capaz de tenerme con quince años, yo también
puedo con más años que ella. Voy a tenerlo, aunque no sé cómo voy a poder ser una buena madre
cuando no tengo ningún recuerdo de cómo se hace eso. Mi madre no me cantaba canciones de
cuna, ni me leía cuentos ni hacía nada de lo que otras madres hacen.
—Violeta, te construiste a ti misma de la nada a base de coraje y esfuerzo. Puede que ahora
mismo no sepas como hacerlo, pero algo me dice que te saldrá muy bien y sabrás darle a ese bebé
un buen hogar.
—Eso es lo que les dices siempre a las chicas del grupo.
—Porque es la verdad. Las mujeres somos más fuertes de lo que creemos o nos hacen creer.
Esbozo una suave sonrisa. Adara tiene una forma de decir las cosas que no parecen esperanzas
vanas sino una realidad viable. Permanezco un largo rato en silencio y, finalmente, le pregunto:
—¿Cómo voy a contárselo a ellos? Les engañé a ambos. Además, es mi culpa lo del
embarazo, les dije que tomaba pastillas, pero no recordé lo del antibiótico y…
—Violeta, no te quedaste embarazada sola ni tampoco decidiste tú sola no usar preservativo,
así que sea quién sea el padre, la responsabilidad es compartida. Y estoy segura de que ellos lo
verán así.
—No estoy tan segura. Por eso he querido hacerme la prueba contigo, no sé si puedo
decírselo…
—Sé que tratas de evitar ser herida, pero tienes que hablar con ellos. Además, vivís juntos,
pronto comenzará a notarse.
Me llevo la mano a la cabeza e ironizo:
—Siempre he pensado que los dos estaban metidos debajo de mi piel. Y ahora estoy
embarazada de uno de ellos y ni siquiera sé de quién. Temo que todo explote a mi alrededor como
le pasó a mi madre.
—Tú no eres tu madre. Te has hecho cargo de ti y de tu futuro. Puedes tener y cuidar ese bebé
sin nadie que te ayude, pero debes darles la oportunidad a ellos de saberlo. Violeta, por lo que me
has contado de ellos, te adoran. Sea quien sea el padre, se quedará contigo.
—Quizás al principio, pero puede cambiar de idea… —trago saliva, me cuesta respirar—.
Además, ¿cómo se sentirá el otro?
—Violeta, relájate.
—No puedo. Cuando ellos lo sepan, perderé el control de la situación —recalco.
—No, simplemente lo compartirás. Violeta, eres una maniática del control, pero a veces, no es
posible. —Deniego con la cabeza y ella insiste—: Estás confundida, estresada y eso hace que te
sientas vulnerable. Pero debes decírselo.
—Cuando esté preparada.
—De acuerdo, pero no es algo que puedas ocultar por mucho tiempo.
Esbozo una mueca irónica y confieso:
—Lo sé. Y también que debo ir a un médico hoy mismo. Me llevo muy bien con una de las
ginecólogas del hospital, le pediré el favor de que me haga una cita con discreción.
—¿Quieres que te acompañe?
—No, será más fácil pasar desapercibida si voy sola.
—De acuerdo, pero, ¿quieres quedar después
—Gracias, pero necesito un poco de tiempo a solas para procesar todo esto.
—Lo entiendo. Llámame si me necesitas, no hace falta que pases por esto sola —me dice con
ternura.
Una sonrisa asoma a mis labios.
—Lo sé, por eso te he llamado.
—Te llevaré al hospital. Y ten fe en que todo irá bien.
—Fe… Nadie me enseñó a tenerla.
—A veces hay que buscarla uno mismo.
Respiro hondo y no decimos nada más hasta Adara me lleva al hospital y se despide con un
abrazo.
—Llámame cuando hayas hablado con la ginecóloga y cuando quieras comentar cualquier
cosa, incluido lo de hablar con los dos.
Asiento y le devuelvo el abrazo. Mi parte lógica me incide a pedir la visita con la ginecóloga,
la emocional sabe que cuando haga eso no habrá marcha atrás. Pero, como Adara ha dicho, tengo
que recordar que soy una chica fuerte y voy a encontrar la forma de que esto no me supere. No por
mí, sino por mi bebé. No seré mi madre, yo le daré la estabilidad y el amor continuo que necesite.
Incluso si he de hacerlo sola.

***

Después de la visita con la ginecóloga, me voy al apartamento con la esperanza de que no haya
nadie allí. Pero está Tommy y, en cuanto le veo, mi corazón duele tanto que siento que por un
segundo que va a estallar. Él lo advierte y me pregunta:
—Violeta, ¿qué te pasa?
Me quedo petrificada y él se acerca a mí y me envuelve en un abrazo. Estallo en lágrimas y
Tommy, en lugar de hacerme preguntas, me besa los cabellos y me calma hasta que las lágrimas
cesan. Entonces me separo un poco de él y me pregunta de nuevo, preocupado:
—¿Qué te sucede?
Tiemblo. No puedo ocultárselo, soy incapaz de seguir en este bucle de mentiras.
—Estoy embarazada.
Las palabras se ahogan en mi garganta, pero a pesar de que son un susurro apenas
imperceptible, Tommy las escucha y me observa. No me extraña que le cueste reaccionar, todavía
yo lo estoy haciendo.
—¿Estás segura?
—Completamente.
Contengo mi aliento, esperando su reacción, que apenas tarda unos segundos.
—¿Y por qué estás tan triste? Quiero decir, es verdad que somos jóvenes, pero…
—No es por eso —le interrumpo.
Bajo los ojos, culpable y Tommy me malinterpreta.
—Crees que soy como tu padre. Has tomado tu decisión y no quieres que me vea obligado a
formar parte de ella. Pero yo quiero… Sé lo que piensas. Que ya te abandonaron una vez y que no
podrías soportarlo dos veces ni que nuestro hijo…
—Tommy, para, por favor —le interrumpo—. Lo que dices es cierto, pero no el motivo por el
que estoy así.
—¿Y cuál es?
Respiro hondo. Ha llegado la hora de sincerarme:
—Siento mucho hacerte daño, pero no sé si es tuyo. Yo… estuve una vez con…
—Nate —termina mi frase.
La amargura de su voz me rasga el corazón.
—Solo fue una vez, mientras estabas en California. Lo siento muchísimo —repito.
Trato con todas mis fuerzas de no echarme a llorar de nuevo. Tommy se aparta de mí y pasea
por la habitación, nervioso, durante unos minutos que se me hacen insoportables. Me dejo caer en
el sofá, y allí espero con el corazón en un puño y sin apenas poder respirar lo que va a decir.
Finalmente, Tommy se sienta de nuevo a mi lado y me pregunta:
—¿Lo sabe Nate?
—No, solo tú. Hace días que lo sospechaba, pero hasta hoy no me he hecho la prueba. Quería
asimilar la noticia antes de explicároslo.
—¿Y lo has hecho? ¿Asimilarlo?
Deniego con la cabeza.
—No, pero cuando te he visto no podía ocultártelo. Estoy muy asustada, y también
avergonzada por haberos engañado a los dos. Lo único que tengo claro es que quiero tenerlo,
pero…
—Tienes miedo de lo que pasará con nosotros tres.
—Lo he estropeado todo —maldigo.
—Los tres lo hemos hecho. Y no me has engañado, no estábamos saliendo juntos.
Mi corazón duele al observarle. Respirar profundamente se ha hecho difícil, como si aire de la
habitación estuviera desapareciendo.
—Aun así, te he mentido. Te he decepcionado y lo lamento tanto…
—Violeta, no quiero que te sigas disculpando y mucho menos que vuelvas a llorar. Ahora eso
es lo de menos.
Mi pecho duele aún más. Que sea tan comprensivo solo acentúa mi culpabilidad.
—Deberías estar enfadado.
—No puedo enfadarme contigo —titubea unos segundos—. Violeta, te metiste bajo mi piel en
cuanto te conocí, incluso cuando éramos solo unos niños. Recuerdo que te acercaste a nosotros y
nos saludaste con voz amable y suave, pero también algo asustada. Y luego descubrí que eras
inteligente y divertida, que te habías convertido en mi mejor amiga y me cautivaste como sabía
que ninguna otra chica podría hacerlo. Y lo que estoy tratando de decir es que te amo, Violeta y, si
tú quieres, estaré contigo y el bebé.
Me conmueve el inmenso amor que leo en su mirada.
—Tommy, confío en ti y sé que me quieres. Y una parte de mí se muere por estar contigo. Pero,
¿qué pasa si el bebé es de Nate?
—Seguiría queriendo estar contigo.
Sacudo la cabeza.
—No podría pedirte eso.
—No lo haces, te lo ofrezco yo. Violeta, quiero a mi hermano, pero sabes que puedo ser
mucho mejor padre y pareja que él. No le digas nada, confunde las fechas si hace falta. Si le
hacemos creer que es mío, nunca lo cuestionará. Y puede que durante un tiempo se aleje de
nosotros, pero volverá, lo conozco.
Niego con la cabeza.
—No puedo hacer eso, tengo que explicárselo también a él.
—¿Por qué? —Su tono se eleva—. Violeta, estoy dispuesto a aceptar al bebé, sea de Nate o
mío. De hecho, ni siquiera quiero saberlo si eso nos va a separar. Solo quiero que estemos juntos.
¿Cuál es el problema? —Mi mirada se clava en la suya y, tras un breve silencio, afirma—: Amas
a Nate…
—Sí —susurro entre lágrimas.
Su gesto se rompe y se lleva las manos a la cabeza.
—Siempre he temido que le escogieras a él. Por eso acepté el maldito pacto —confiesa con
amargura—. No quería perderte, y veía el modo en que las chicas miraban a mi hermano, en el que
tú podías comenzar a hacerlo. Tú y yo teníamos un vínculo especial, pero cuando estábamos juntos
sentía que lo elegías sobre mí. He estado celoso de eso toda mi vida, sobre todo cuando en los
últimos meses comencé a darme cuenta de que Nate te observaba del mismo modo que hacía yo,
como si te necesitara. Pero estuvimos juntos y creí que me habías elegido. Pero me pediste
espacio y, cuando me fui, tenía miedo todos los días y por eso volví antes, porque no soportaba la
idea de perderte.
Leo la intensidad del dolor en sus ojos y le interrumpo:
—¡Espera! No lo entiendes. Amo a Nate, pero también a ti, ese es mi problema, siempre lo ha
sido. Por eso me acosté con los dos. Fue mi irresponsable forma de deciros que os amaba. Me
resistí durante mucho tiempo, hasta que ya no pude hacerlo. Fui una egoísta porque os herí a los
dos. Te herí a ti.
Mi voz se quiebra. ¿Cómo puedo explicar mi confusión cuando ni yo misma me aclaro?
Tommy me abraza y yo dejo caer mi rostro sobre su hombro, mientras él acaricia con suavidad mis
cabellos, relajándome. Las lágrimas asoman con fuerza a mis ojos y las dejo salir con fuerza.
Tommy no presiona, solo me acaricia. Cuando me tranquilizo, alzo los ojos hacia él, que me
pregunta con suavidad:
—¿De verdad me amas?
—Sí, lo hago. Tommy, siento tanto no haber sido capaz de elegir entre los dos, de haber
llegado a esto…
—Yo también lo siento. Te prometí que sería solo tu amigo, pero no pude evitar enamorarme
de ti hace años.
Nos miramos a los ojos y leo en sus ojos un amor profundo, intenso y real como el que siento
yo, pero con la diferencia de que el mío está duplicado con el que siento por Nate. En un susurro
confieso:
—No sé qué hacer.
—Lo comprendo. Y por eso te pido que no le digas nada a Nate hasta que estés segura de lo
que quieras hacer. Le conoces, se volverá loco y no podrás pensar con serenidad.
Mi corazón se acelera. Tommy tiene razón, Nate hará que todo esto sea todavía más
complicado y no estoy preparada para ello.
—Está bien, aunque será difícil ocultárselo.
Se hace otro silencio eterno y Tommy susurra:
—Violeta, si al final decides decírselo a Nate, incluso elegirle a él, seguiré a tu lado. Quiero
que lo sepas.
Una mueca amarga asoma a mi rostro.
—No lo harás, es imposible.
—No hay nada ni nadie que pueda separarme de ti. Ni tampoco de mi hermano. Además, Nate
te ama, tanto como lo hago yo; y por eso no me interpondría este vosotros.
Lo interrogo con la mirada:
—¿Por qué me dices esto?
—Porque es lo justo. Quiero estar contigo, pero aún más que seas feliz. Creo que puedes serlo
conmigo y que, si lo ocultas a Nate, todo terminará bien para los tres. Pero si tú crees que serás
más feliz con él, te apoyaré en tu decisión.
Las lágrimas vuelven a mis ojos y le abrazo con fuerza.
—Eres increíble y no te merezco —susurro.
Él suspira con fuerza y profundiza el abrazo. Después de un largo rato, nos separamos y
Tommy me dice:
—Debo irme a trabajar. Pero llamaré para decir que no voy y…
—Prefiero que vayas —le interrumpo—. Necesito estar un rato a solas.
—¿Estás segura?
—Sí. Yo también tengo mucho que procesar. Me irá bien pensar un rato y descansar.
—De acuerdo, pero si necesitas algo o quieres que venga llámame, ¿de acuerdo?
Asiento y, cuando poco después se marcha, me pregunto si he hecho bien, ya que me siento
sola y nerviosa. Me levanto y me preparo una infusión. He herido a Tommy al rechazar su
propuesta y heriré a Nate si al final la acepto. Prometimos ser solo amigos, pero al final los tres
hemos caído en una espiral de amor y deseo que solo puede causarnos dolor. Si creyera que
marchándome se arreglaría, al menos para ellos, lo haría, pero solo empeoraría las cosas. Me
seguirían, lo sé. Llegados a este momento solo me queda enfrentarme a la responsabilidad de mis
actos y decidir, de una vez por todas, a quién pertenece mi corazón.
NATE

En la actualidad

Han pasado varias semanas desde que Violeta y yo discutimos en la azotea. Una parte de mí
quiere hablar con ella, pero la otra está demasiado celosa, insegura y furiosa para hacerlo. Odio
que Tommy esté pendiente de ella, que la toque, aunque sea con una caricia amigable, que le
sonría, que le hable. Y sobre todo odio que después de todos estos días Violeta no haya cambiado
de idea y no le haya contado que estuvimos juntos. Es increíble que vuelva a sentirme así, que
haya cometido el error de creer que esta vez sería diferente. A veces imagino que hubiera pasado
si Tommy no hubiera vuelto antes de tiempo. Si hubiera podido convencerla… Pero no sirve de
nada crear vidas alternativas porque la real es un desastre. Y algo me dice que nada va cambiar.
Violeta se aferra tanto a la falsa seguridad que ha creado con nosotros que no se arriesgará a
darme una oportunidad. Por ella, yo saltaría al vacío sin dudarlo, pero no puedo pedirle que haga
lo mismo porque sé la respuesta. No lo hace por mí, pero tampoco lo haría por Tommy. Y eso ya
ha dejado de ser un consuelo. Estoy ofuscado, pero Will me saca de mis cavilaciones
preguntando:
—¿Has terminado con los clientes?
Sacudo la cabeza, no me gusta estar tan despistado en el trabajo, no me parece profesional.
—Sí, ¿te ayudo en algo?
—No, pero siéntate, quiero hablar contigo.
—¿Está todo bien? —me preocupo.
—Muy bien. Has hecho un gran trabajo aquí. Lo has llevado tan bien como hubiera hecho yo.
—No lo he hecho solo, Jay me ha ayudado —aclaro.
Sonríe y coloca su mano paternalmente en mi hombro.
—Lo sé, pero también que él no hubiera sido capaz de aguantar la presión, ni tampoco hubiera
ido a las sesiones de Alcohólicos Anónimos si tú no le hubieras acompañado. Te has comportado
como si esta fuera tu tienda y él tu amigo.
—Es lo que me pediste. Y ahora Jay es mi amigo.
—Sí, Jay es tu amigo, y por eso creo que puedo confiar en vosotros, juntos. —Lo interrogo
con la mirada y él se explica—: Eres un buen chico, Nate, y también un artista increíble. Es hora
de que vueles solo.
Parpadeo, perplejo.
—¿Me estás despidiendo?
Una sonrisa enigmática asoma a su rostro y mi ansiedad aumenta, pero él me tranquiliza:
—Nate, después de estar por el ejército aprendí a fijarme mucho en las personas. En quienes
pensaban solo en sí mismos y en quienes están dispuestos a ayudar a los demás. Desde que te
contraté, he estado observándote. Hay muchos artistas, pero no siempre son personas tan sólidas
como tú. Te confíe mi taller y la sobriedad de Jay, y tú pusiste todo tu empeño para hacer ambas
cosas. Y por eso te has ganado este taller.
Me quedo mirándolo boquiabierto sin comprender nada.
—Will, no puedo comprarte el taller. Y no entiendo porque…
—Me han hecho una muy oferta para irme a California —me interrumpe—. La hermana de
Rose vive allí y facilitaría mucho las cosas con su madre. Es una buena oferta, el traspaso de un
taller en una de las mejores zonas. De hecho, me la habían hecho antes, pero me resistía por
muchos motivos, el principal el apego a este taller que cree de la nada. Pero desde mi infarto me
he dado cuenta que solo tenemos una vida y no quiero que Rose y yo estemos separados. La
enfermedad de su madre es crónica, requerirá siempre cuidados, y debemos encontrar la forma de
convivir con ello sin estar separados como hemos hecho hasta la fecha. Y, respecto al taller, si
está en tus manos estoy tranquilo. Sé que te encargarás de él como haría yo.
Dejo caer mis manos. Esto tiene que ser una broma.
—Will, ¿de verdad vas a marcharte?
—Sí, está decidido.
—Pero, aunque lo hagas, no puedo pagarte el taller. Tengo algo ahorrado, pero no es
suficiente.
—Hijo, no necesito decirte que el taller marcha muy bien. Te enseñaré todo y para cuando me
vaya en un par de meses, podrás encargarte de los gastos y a la vez tener dinero para ti.
—Pero no puedo pagarte el traspaso.
—No quiero que lo hagas.
—Will, este taller está en un buen sitio, y mucha gente estaría interesada.
—Gente a la que no conozco. Gente a la que no quiero como si fueran mi familia.
—Pero yo…
—Nate, puede que esto te parezca extraño, pero tengo la teoría de que en la vida tarde o
temprano todo se te devuelve. Jay me salvó la vida y ahora yo he tenido la oportunidad de
ayudarle a él. Y tú has sido como un hermano para mí, a veces pienso que hasta un hijo. Creo en
vosotros.
—No sé qué decir —reconozco.
—Te lo has ganado, así que solo di gracias.
—Will… No puedo….
—Claro que puedes y lo harás. Igual que Jay. Juntos podéis hacer que funcione. Dime que tú
también lo crees y es vuestro.
Balbuceo, pero no encuentro la forma de expresar mi profundo agradecimiento, estoy
demasiado abrumado. En ese momento, Jay aparece por la puerta. Tiene una sonrisa enigmática y
pregunta:
—¿Se lo has contado?
—Acabo de hacerlo.
—Bien, en ese caso, es el momento de que yo diga algo importante —dirige su mirada hacia
mí—: Nate, te mereces este taller y Will quiere que lo compartas conmigo, pero no quiero que sea
una imposición. Te has portado mejor conmigo de lo que mucha gente hubiera hecho y no
necesitas…
—Te necesito a ti —le interrumpo—. Formamos un buen equipo. Si lo acepto, será solo
contigo.
Sus ojos se emocionan.
—Gracias por confiar en mí.
Suspiro. Es cierto que gran parte de que quiera que Jay esté en la tienda es porque es muy
importante para su futuro. Necesita estabilidad, y yo voy a garantizársela. No solo porque es lo
que Will querría o por Violeta, sino porque se merece una segunda oportunidad. Por eso contesto
sin dudar:
—Tú sigue yendo al programa y yo seguiré confiando en ti.
—Lo haré —me promete—. Aunque, Will, no sé si seré capaz de estar a la altura.
—Yo tampoco. No sé cómo manejar todo esto sin ti —añado.
Su mano se cierra sobre nuestros hombros.
—Relajaos. Son muchas cosas a la vez, pero os conozco y podréis llevar el control de todo.
Os lo garantizo. Y cuando necesitéis ayuda o simplemente hablar, yo estaré allí para vosotros a
una llamada de teléfono. —Sonreímos los dos y Will añade—: Nate, ¿por qué no vas a casa a dar
la buena noticia a tu hermano y a Violeta? Jay y nos encargamos del cierre.
Se lo agradezco con la cabeza y me despido. Todavía me parece increíble la desinteresada
forma de actuar de Will. Conduzco a casa. He estado ausente mucho tiempo desde nuestra pelea en
la azotea, pero ahora quiero que Violeta lo sepa y, por la hora que es, Tommy ya se habrá
marchado al trabajo y estaremos solos. Debería haberme enfrentado a esto antes, pero no he tenido
valor hasta que la confianza que Will ha depositado en mí ha hecho que cambie mi perspectiva de
las cosas. Respiro hondo y subo las escaleras hasta el apartamento. Cuando abro la puerta Violeta
está sentada en el sofá leyendo. En cuanto me ve alza la vista y de nuevo no sé leer que esconden
sus ojos tristes. Me pregunto si mi corazón siempre latirá de ese modo cuando la vea. Me acerco a
ella y me siento a su lado, dejando algo de distancia después de tantos días sin apenas hablarnos,
y comento:
—Tengo algo que contarte.
Arquea una ceja.
—¿Bueno o malo?
—Bueno, muy bueno, aunque también asusta un poco.
Sus ojos se clavan en los míos en un claro signo de interrogación y yo le comento la propuesta
de Will. Ella permanece varios minutos en silencio, como siempre que quiere dar una respuesta
bien meditada y después me dice:
—Es perfecto. Me encanta ese taller.
—Pero Jay estará conmigo como socio del negocio.
—Me parece bien.
—¿Seguro?
—Sí. Salvó la vida de Will, es lógico que le ayude. Además, si trabaja contigo nos
aseguraremos de que no recaiga en la bebida.
—Gracias por ser tan comprensiva.
Su gesto se entristece de nuevo, pero repite:
—Me alegro mucho por ti, te lo mereces.
—Ha sido una noticia increíble y estoy muy contento, pero, ¿tú estás bien?
—Sí, no te preocupes, solo estoy algo cansada.
Detecto la mentira, pero no me atrevo a preguntar nada más. El muro de Violeta crece más
cada día y no sé cómo evitarlo. Pero sí algo tengo claro es que hoy no es un buen día para retomar
lo que hablamos en la azotea. Cuando lo hagamos, necesito que esté más receptiva y, aunque se ha
alegrado por lo del taller, algo la preocupa demasiado como para que pueda hablar con ella con
calma.
VIOLETA

En la actualidad

Observo la infusión que Adara me ha preparado con la mirada fija, como si pudiera leer las
respuestas en el líquido oscuro. No funciona, como no lo hará nada porque, aunque Adara me ha
dejado explayarme, por su expresión preocupada está claro que no va a ponerse de mi parte en
esto. Suspiro y comienzo pasear de un lado a otro en frente de ella.
—Quería mantenerme a salvo, proteger mi corazón, pero al final no lo he conseguido, ha
terminado roto igualmente.
Su suave tono de voz es como un bálsamo.
—Violeta, no tienes por qué estar sola. Tommy te ha dicho que quiere estar contigo,
independientemente de quién sea el padre de tu bebé. ¿Por qué ibas a perder a un chico
maravilloso que te ama y al que amas?
—¿Desde cuándo Tommy te parece maravilloso?
—Desde que te rechazó la primera vez porque estabas borracha y quiere estar contigo incluso
a pesar de lo que ha sucedido. Violeta, si alguien estuviera tan enamorado de mí, y yo le
correspondiera, no dudaría. Te mereces a alguien como Tommy en tu vida y tu bebé también.
—¿Incluso si también estuvieras enamorada de su hermano?
—Siempre habrá uno a quién ames más, que sea mejor para ti y para tu bebé. No querías
decidir, pero tienes que hacerlo porque la opción de que juguéis los tres a fingir ser solo amigos
ya nunca más será viable.
Suspiro.
—Hay algo que me preocupa mucho. Si algo he descubierto este tiempo es que Jay era un
chico asustado al que mi nacimiento robó sus sueños. No retendré a Tommy como hizo mi madre
para que luego él me odie por eso el resto de mi vida.
—No puedes juzgar a Tommy por lo que hizo tu padre. Y él está enamorado de ti.
—No creo en las relaciones.
—Pues yo sí. Creo en el amor. En que, si una persona es para otra, funcionará de un modo u
otro. Solo tienes que saber si puedes amarle más que a Nate y entonces tendrás la respuesta.
Me muevo incómoda en el asiento, porque una parte de mí sabe que tiene razón.
—Mi madre dependió de mi padre y cuando él le falló su mundo se desmoronó. No quiero que
eso me pase a mí. Seré fuerte por mí y por mi bebé.
Dejo escapar un suspiro y Adara repiquetea las uñas sobre la mesa.
—No dudo que seas capaz de hacerlo sola. Pero no entiendo por qué no le das la oportunidad
a Tommy de estar juntos.
Me estremezco al recordar su mirada cuando se ha marchado al bar.
—Estoy tratando de minimizar daños futuros —me defiendo.
—Lo que estás haciendo es huir porque tienes miedo. Y esa no es la Violeta fuerte de la que
me has hablado, la que superó tantas cosas y creó una vida que le gustaba, la que está dispuesta a
ser madre soltera. Soy tu amiga y siempre me tendrás para apoyarte en mí, pero jamás estaré de
acuerdo en que no estés con alguien a quién amas.
Sus palabras me llegan al fondo del corazón. Con la voz ahogada pregunto:
—¿Y qué pasa con Nate? Puede ser el padre.
—Lo primero que debes hacer es contárselo.
—Pero Tommy ha dicho…
—Sé lo que ha dicho, pero en eso no estoy de acuerdo con él. Se ha ofrecido a ocuparse del
bebé sea quién sea el padre, pero eso no significa que, si es de Nate, él no tenga derecho a saber
la verdad. No puedes dejarle en la ignorancia solo porque tengas miedo, no es justo para él ni
para el bebé.
Un pensamiento asoma a mi cabeza.
—¿Crees que debería quedarme con quién sea el padre?
—No —responde con rotundidad—, debes quedarte con quién ames más de los dos. Y si no es
el mismo que el padre, pues no seréis la primera pareja de la historia con un hijo en común que no
están juntos.
Dejo caer la cabeza sobre mis brazos.
—Esto es una locura.
Adara coloca su mano sobre la mía.
—Un poco. Pero en cuanto dejes de tener miedo sabrás que tengo razón y hablarás con Nate.
—No lo sé —dudo—. Si no se lo digo en parte le estoy protegiendo…
—No, te proteges a ti misma —me corrige.
Las lágrimas se hacen más fuertes y ella me abraza y susurra en mi oído.
—Protege a tu bebé, deja que su padre sepa que exista, sea quien sea de dos. Es lo mejor para
todos los involucrados.
Yo asiento y seco mis lágrimas.
—¿Puede ser mañana? Hoy no podría.
—Claro que sí. Ahora ve a descansar un poco, pediré tu comida favorita y veremos una
película.
Esbozo una sonrisa. Al menos tengo algo seguro y es que Adara no me dejará sola. Ha
ayudado a muchas chicas embarazadas y ahora soy yo la que va a necesitar su apoyo y su guía.
Cenamos sentadas en el sofá viendo una película y, cuando estamos a punto de acostarnos, le
tomo de la mano y confieso:
—Debería quedarme con Tommy, pero no sé cómo alejarme de Nate. Les necesito a los dos. Y
estoy aterrada de que cuando se lo cuente a Nate me odie el resto de su vida.
—No conozco a Nate, pero, como he dicho, dale la oportunidad de que sepa la verdad. Solo
cuando todos seáis conscientes de lo que pasa podrás tomar la decisión adecuada. Y, a diferencia
de lo que tú crees, tu elección te ayudará a dejar atrás el pasado definitivamente. No es fácil
cuando todo se ha complicado tanto, pero no te rindas.
—Solo sé que la relación de mis padres es como una losa de la que no me deshago. Supongo
que soy una cobarde.
—No, solo humana. Y el miedo es humano. También enfrentarse a él y tú tienes la fortaleza
para hacerlo.
Suspiro. Adara tiene razón. Estoy marcada por el pasado, pero debo dejar mis miedos atrás.
Una nueva lágrima se desliza por mi mejilla y Adara no dice nada más. Es hermosa la forma que
tiene Adara de ver las cosas, sin tanto drama como yo, pero eso no me hace más fácil tener
esperanzas en que todo se arregle para mí. Pero Adara tiene razón, no puedo engañar a Nate en
esto. Él siempre me ha dado honestidad y yo voy a devolvérsela me cueste lo que me cueste y a
pesar de lo que me ha pedido Tommy. Es hora de quitarnos las máscaras. Los tres.

***

Ha empezado a anochecer cuando Nate llega al apartamento. Tommy está trabajando en el bar,
he pensado que era mejor asegurarme que no nos interrumpiría. Estoy sentada en el sofá y, cuando
Nate entra, clavo mi mirada en la suya y entrelazo mis manos con nerviosismo. Él se acerca y me
pregunta, inquieto:
—¿Por qué me has llamado? ¿Estás bien?
—Necesito hablar contigo. Debería haberlo hecho hace días, pero no me veía capaz y me he
dado cuenta de que, si no lo hago ahora, no lo haré nunca.
Hago una pausa. Mi corazón late tan apresuradamente que no sé si voy a ser capaz de
continuar hablando.
—¿Qué sucede? Me estás asustando. Sé clara, hoy no puedo aceptar que no me des una
explicación.
—Está bien, voy a contártelo y necesito que me prometas que no vas a hablar hasta que
termine porque entonces no sé si seré capaz de hacerlo.
Asiente y me siento a su lado.
—Te prometo lo que sea con tal de que hables conmigo. Hace días que estás extraña…
Respiro hondo antes de confesar:
—Eso es porque estoy embarazada y no sabía cómo decírtelo.
—¿Tú..., nosotros..., vamos a tener un hijo? —Se interrumpe y me mira incrédulo. Yo no
puedo ni hablar y una idea asoma a su mente—: ¿Desde cuándo lo sabes?
—Unas semanas.
—¿Unas semanas? ¿Y por qué no me lo has dicho? —Me escudriña con la mirada antes de
añadir—: Violeta, ni se te ocurra decirme que no me lo dijiste porque creías que te iba a obligar a
abortar.
Su voz suena rota y me apresuro a decir:
—No, claro que no. Fue por otro motivo.
Su mirada se rompe.
—¿Es mío?
—No lo sé. Y por eso no te lo he dicho antes, no sabía cómo reaccionarías a la noticia. Puede
ser tuyo o de…
—Tommy —termina mi frase.
La amargura de su voz me rasga el corazón.
—Solo fue una vez. Lo siento muchísimo.
Sacude la cabeza, incrédulo.
—¿Te estás oyendo? ¡Solo fue una vez! Intuía que había pasado, pero no así. Te has acostado
con mi hermano y conmigo en apenas días y ahora no sabes de quién de los dos estás embarazada.
Es una locura.
—Lo sé. Y lo siento —repito, nerviosa—. No tenía derecho a haceros daño, pero pasó y ahora
no sé cómo solucionarlo.
Sacude la cabeza.
—Decidir con quién quieres estar sería una buena solución.
—No sé si puedo hacer eso. Solo puedo pensar en que no puedo perderos. Somos amigos y…
—Éramos amigos —matiza con dureza—. Pero desde que estuvimos juntos eso cambió. No
somos los mismos, no volveremos a serlo y menos ahora que estás embarazada.
Suspiro con frustración. ¿Cómo puedo hacerle entender que estoy demasiado asustada para
pensar con claridad? Las palabras se escapan de mi boca.
—Tommy tenía razón, no he debido decírtelo.
—¿Tommy te dijo que no me lo contaras?
La furia es patente en su mirada y aclaro:
—Solo para que yo pudiera pensar con tranquilidad. Y es difícil hacerlo sabiendo que me
odias.
—Violeta, no te odio, jamás podría hacerlo. Pero no soy Tommy, no puedo enfrentarme a esto
con calma. Nuestra amistad se nos ha ido de las manos. No puedo seguir así, ninguno de los tres
podemos. Tenemos una buena vida, pero no es plena porque ninguno de nosotros se siente
realizado. Los tres creamos una cadena que nuestra amistad sostenía, pero eso se ha roto. Han sido
unos años maravillosos, pero siempre me ha faltado algo: tú, como pareja. Y ahora no puedo estar
cerca de ti sin tenerte.
—No quiero perderte…
—Lo sé. Pero tampoco quieres perder a Tommy.
—Necesito pensar…
—De acuerdo. Pero Violeta, necesito que sepas que te amo, y que no quiero perderte, pero que
no podré quedarme a vuestro lado si le eliges a él.
Mis ojos se llenan de lágrimas.
—Tommy dice que podría…
Una sonrisa amarga asoma a sus labios y se pasa la mano por el cabello, desesperado.
—Tommy siempre te ha dicho lo que querías oír. Yo no puedo decirte lo que no pienso. Lo
siento, Violeta, todo esto me supera. Todavía estoy asimilando que estuvieras con mi hermano casi
a la vez que conmigo y que ahora estés embarazada de uno de los dos. No puedo pensar en nada
más. No soy Tommy, que seguro que supo decir lo correcto al momento. Yo… necesito un poco
más de tiempo.
Se marcha sin decir nada más. No hago ningún esfuerzo por detenerle, sería inútil. Me limito a
tumbarme y a agarrar mi teléfono con fuerza por si envía un mensaje o me llama, algo que no
sucede.
NATE

En la actualidad

Llevo todo el día pensando en Violeta. Y estoy agotado. No puedo volver a enfrentarme a ella,
pero sí he llamado a Tommy. Necesito hablar con él y por eso he quedado en el apartamento,
aprovechando que ella se ha marchado. Cuando entra, no me saluda con una sonrisa como de
costumbre, sino que se sienta a mi lado y permanece en silencio. Yo respiro hondo, tomo fuerzas y
declaro:
—Te he llamado porque quiero confesarte algo. La he amado desde hace años.
—Y yo también. Acepté aquel pacto porque no quería perderla y, exceptuando por un beso, te
juro que lo he mantenido todos estos años. Asumí que ella estaba fuera de mis límites, pero estas
últimas semanas…
—No me debes explicaciones, porque a mí me paso lo mismo. Pero, ¿qué vamos a hacer?
Ninguno de los va a dejar de amarla y tampoco podemos compartirla.
Un gesto de dolor asoma a los ojos de Tommy.
—Tiene miedo. Violeta nunca ha superado que su padre la abandonara, eso le rompió el
corazón. Y su plan era no enamorarse de nadie como le pasó a su madre, proteger su corazón. Pero
ahora nos ha dicho a los dos que nos ama. Y está embarazada de uno de nosotros.
—Todavía estoy asimilando eso.
Tommy mira al infinito.
—Ella tenía razón sobre el pacto. Al romperlo hemos destruido nuestra amistad.
—No podemos luchar contra lo que sentimos. Tommy, lo he intentado. Incluso creí que si iba
con todas esas chicas podría olvidarme de Violeta, de lo complejo que podría ser lo nuestro, de
las consecuencias para los tres. Pero no funcionó.
—A mí me pasó igual. Es fácil olvidar lo que no te importa o a esas chicas de una noche. Pero
alguien como Violeta se mete bajo la piel.
Se hace un silencio interminable y pregunto de nuevo:
—¿Y qué vamos a hacer? Porque no creo que ninguno de los dos quiera renunciar
voluntariamente a ella.
—Dejarla elegir.
—¿Y si no quiere elegir?
—Lo único que sé es que si la presionamos se alejará de los dos. Estamos hablando de
Violeta. No se quedará a ver cómo destruimos nuestra relación de amistad ni mucho menos de
hermanos.
Maldigo entre dientes. Tommy tiene razón.
—Es cierto, para ella eso siempre fue lo más importante.
—¿Siempre?
Sus ojos se clavan en los míos y sé que sabe lo que pasó cuando la sombra de la tristeza se
adueña de él.
—Tengo que preguntarte algo. ¿Fuiste tú su primera vez? Cuando estuvimos juntos me dijo que
solo había estado con un chico, el verano en el que yo estuve en California. Y tú estuviste muy
extraño aquel verano. Saliste con muchas chicas, pero había algo raro en ti. De hecho, sospeché
algo, pero temía que si tenía razón no podría estar al lado de Violeta como hasta entonces. Pero
ahora necesito saberlo. ¿Fuiste tú?
—Sí —confieso, porque estoy harto de mentiras—. Fue la noche antes de irme a California.
—Sabía que no debía confiar en ti —maldice.
—No fue premeditado. Y tampoco quise que fuera solo una noche, pero ella me dijo que no
quería que saliéramos juntos, sino que lo olvidáramos.
—¿Y por qué no me lo dijiste?
—Porque Violeta me hizo prometer que no lo haría. No quería hacerte daño ni alterar nuestra
amistad.
Me mira extrañado.
—¿Y tú aceptaste?
—Aunque se me da bien llevar la contraria a Violeta, no podía hacerlo en eso —contesto con
amargura—. Y tampoco quería hacerte daño a ti. Aquel verano tú y yo estuvimos juntos a diario.
Si te lo hubiera dicho me hubieras odiado y no podría soportarlo. Eres mi hermano y mi mejor
amigo.
Tuerce el gesto.
—Los dos creísteis que no era capaz de lidiar con ello…
—Fuimos nosotros los que no supimos lidiar con las consecuencias de lo que había sucedido.
Cuando volvimos y nos fuimos a vivir juntos, Violeta parecía que lo había olvidado y tú y yo
estábamos todavía más unidos.
Tommy aprieta los puños con fuerza y reconoce.
—Una parte de mí tiene ganas de golpearte.
—Lo entiendo. Me lo merezco.
—Solo por haberme mentido. —Su voz se quiebra—. Supongo que Violeta siempre fue tuya y
yo estuve demasiado ciego para verlo. Tenía miedo de perderla.
—Yo también. Y ella a nosotros.
—Nate, los tres hemos tratado de vivir la vida manteniendo nuestra amistad a flote y para eso
hemos escondido nuestros sentimientos. Y ahora me doy cuenta que ella te eligió ya hace años.
—No te equivoques, solo aquella noche.
—Su primera noche. Te eligió.
Aprieto los labios y los puños hasta confesar.
—No lo hizo. En lo primero que pensó cuando terminamos fue en ti. Tommy, no soy idiota. Si
hubieras estado en aquella azotea, tú hubieras sido su primera vez.
Sus ojos se clavan en los míos y aprieta los puños con fuerza.
—No estoy tan seguro de ello. Nate, creo que a ti te ama más que a mí, siempre lo he creído y
eso me tiene destrozado. Por eso le pedí que no te dijera lo del embarazo. Soy un egoísta.
—Tommy, yo…
—No puedo seguir hablando de esto. Necesito respirar… Voy a dar un paseo, llámame si
surge algo.
Asiento, pero cuando le observo marcharse por el pasillo corro tras él.
—Espera, Tommy.
Le tomo del brazo y él se vuelve hacia mí. Cuando su mirada se clava en la mía, me
estremezco de dolor al percibir el suyo. Es mi hermano y mi mejor amigo, y está sufriendo como
yo. Las palabras surgen de mi garganta atragantándome con ellas:
—¿Podrás perdonarme alguna vez lo que hice?
Esboza una mueca triste.
—¿Lo habrías hecho tú si hubiese sido al revés?
Yo suspiro, ha habido demasiadas mentiras entre nosotros y ahora le doy la verdad que
merece:
—Con el tiempo.
Tommy traga saliva y me toma de los hombros con los dos brazos y repite:
—Con el tiempo.
Le veo desaparecer. Sin un solo contacto físico, ni siquiera con la mirada. Y tengo miedo. Una
parte de mí siempre ha anhelado que Violeta me elija. Pero hay algo que falla en esta ecuación, y
es que mi corazón se rompe por el daño que eso le haría a mi hermano.
VIOLETA

En la actualidad

Hoy tengo turno en el hospital, pero todavía me queda un rato libre antes de entrar, por lo que
decido ir a la cafetería a la que suelo ir con Adara, muy cercana a este. La temperatura ha bajado
y mis dientes castañean, necesito tomar algo caliente. Apresuro el paso cuando comienza a llover,
lo último que puedo permitirme ahora es un constipado. Cuando llego a la cafetería, abro la puerta
y mi corazón se enfría tanto como lo está mi cuerpo. Adara está con Jay, en una de las mesas para
parejas, bajo la ventana. Tienen las manos entrelazadas y una mirada que no sé interpretar. La
escena es íntima y, si fueran otras dos personas, desviaría la mirada y los dejaría con ese
momento. Pero no son cualquier persona. Son mi padre y mi mejor amiga y no entiendo nada. La
frialdad da paso a la furia y me acerco a ellos.
—¿Qué demonios estáis haciendo aquí juntos?
Se sueltan de las manos y Adara me mira con sorpresa por mi expresión.
—Violeta…
—Déjalo, no quiero oírlo.
Giro sobre mis talones y corro hacia el hospital, sin importarme que la lluvia me empape.
Entro en el hospital, llego a la sala de enfermeras y doy un portazo muy poco profesional. Por
suerte, no hay nadie para verlo. Me siento en el taburete y a pesar de que los dientes me castañean,
estoy demasiado enfadada para pensar siquiera en cambiarme. Pasan varios minutos antes de que
Adara entre.
—Vete.
—No voy a irme. Quiero que me escuches.
Me levanto, furiosa.
—No voy a escuchar cómo me cuentas que te has liado con Jay. ¡Es mi padre! ¿Es que no
había otro chico disponible de tu edad?
—Violeta, tranquilízate.
—No voy a hacerlo —deniego con la rabia revolviéndose en mi estómago—. ¿Esto es tu idea
de amistad? ¿Se lo haces a todas tus amigas o solo a mí?
—Violeta, no estoy con Jay. Y vas a tener que escucharme porque me niego a pelearme contigo
sin que siquiera me dejes darte una explicación.
La fulmino con la mirada, pero sé que es tan cabezota como yo y mascullo:
—De acuerdo, cuéntame que hacías de la mano de Jay.
Suspira.
—Hemos quedado para tomar un café. Estaba triste y he puesto mi mano sobre la suya. Nada
que no haga con un montón de gente, incluida tú, cuando está mal.
Frunzo el ceño.
—¿Y por qué estabas con él?
Se sienta a mi lado.
—Es una larga historia.
—Has dicho que querías contármelo. Pero, por favor, no me digas que es porque te gustó el
día que te pedí que le atendieras.
Hace una mueca de agobio.
—Para empezar, cuando te conté eso no sabía que era tu padre. Y, por cierto, deberías
decidirte si lo consideras como tal o no, porque acabas de decirme que sí lo es.
—Biológicamente es mi padre —incido—. Pero no lo quiero en mi vida, aunque al parecer el
único que lo entiende es Tommy.
—Violeta, no puedes decirme con quién puedo o no hablar. Y menos cuando se trata de algo
como lo de Jay.
—¿A qué te refieres?
—No he quedado con él porque le conociera en el hospital, sino porque hace algunas semanas
estoy en su mismo grupo de Alcohólicos Anónimos.
—¿Quééé?
—Me lo pidió Camila, ella es voluntaria allí. Necesitaban ayuda y le dije que sí.
Arqueo una ceja.
—¿Por qué no me lo contaste?
—Porque estabas muy ofuscada con lo del embarazo y no quería preocuparte. Menos todavía
cuando vi que en el grupo estaba Jay. Le debo confidencialidad, y temí que si te lo contaba
querrías saber algo.
—Pero has quedado con él…
—Porque está sufriendo y me cae bien.
Sacudo la cabeza, incrédula.
—¿Te cae bien? ¡Me abandonó!
—Sí, y lleva años arrepintiéndose de eso. Violeta, no sé tú, pero yo disto muchísimo de ser
perfecta. Cometo errores, muchos, y creo que puedo cambiar y enmendarlos. Comprendo tu dolor.
Pero estaría bien que tú entendieras el de Jay alguna vez.
Tiemblo.
—¡Quieres que le perdone! ¡Tú no sabes nada! Te lo he explicado, pero aun así no tienes idea
de cómo afectó a mi vida que se marchara.
—Sí lo entiendo, lo único que digo es que no eres la única que has sufrido. Violeta, a la
mayoría de personas nos han hecho daño de un modo u otro. Y hay gente que no me merece
perdón, estoy de acuerdo. Pero, ¿qué pasa con las que intentan cambiar?
—No lo sé. Solo pienso en…
—Tu dolor —susurra con tristeza—. Amiga, no puedo contarte nada de lo que he escuchado en
esas sesiones, aunque puedes intuir lo que ha sufrido. Pero no quieres pensar en ello porque
tendrías que reconocer que sientes algo por él.
—¡No es cierto! Yo no…
—Sí lo haces, por eso le quieres lejos de tu vida y de la de tus amigos —me interrumpe—.
Tienes miedo de que, si le dejas acercarte, no podrás evitar sentir. Y eso me da mucha pena.
Sacudo la cabeza y me siento, derrotada.
—Cada vez que hablamos nos hacemos daño. No creo que podamos avanzar…
Adara inspira hondo y se sienta a mi lado:
—¿Qué es lo que quieres?
—No lo sé —respondo con sinceridad—. Ha sido un día muy difícil. Le he dicho a Nate que
estoy embarazada y se ha puesto furioso. Y te he visto con Jay y todo me ha dado vueltas.
Adara me abraza con fuerza varios minutos.
—Está bien, son muchas cosas a las que enfrentarte en un día. Siento que no haya ido bien con
Nate. Te propongo algo. Jay me está esperando en la cafetería. Le diré que me necesitas y quedaré
con él otro día. Después te acompañaré a tu casa y recogerás algo de ropa.
—¿Por qué?
—Porque necesitas alejarte de los dos hermanos unos días, así que vas a venirte a mi casa.
—¿Estás segura?
—Sí.
Se me hace un nudo en la garganta. Escuchar a Adara me ha hecho ser consciente de que estoy
actuando de un modo irracional, como una cría en lugar de como una mujer que va a ser madre.
—Pero has dicho que Jay estaba mal…
Una sonrisa asoma a sus labios. Tiene razón, no puedo evitar preocuparme por él, incluso
cuando me enfado porque se acerca a mi vida.
—Lo entenderá.
—No, hagamos algo diferente. Tú quédate con él y asegúrate que está bien. Yo pediré un
cambio de turno, iré a mi apartamento y por la noche nos vemos en tu casa.
Arquea una ceja.
—¿Estás segura que quieres estar sola? Pareces muy alterada.
—Sí, tengo mucho en lo que pensar —respondo con amargura.
Ella sopesa la idea unos segundos.
—Está bien. ¿Me permites que te de un consejo? —Asiento. Puede que no siempre me guste lo
que me dice, pero ha resultado ser una muy buena consejera emocional—: ¿Sabes algo que a mí
me ayuda cuando estoy enfadada? No pensar en mí como la única víctima. Si acepto que los
demás son falibles me es más fácil perdonar. Odiar a Jay no te hace bien, menos ahora que vas a
ser madre. Él te ha explicado lo que sucedió y por lo que ha pasado. Ahora te corresponde a ti
decidir si prefieres seguir odiándole a darle una mínima oportunidad de acercarse a ti y
demostrarte que ha cambiado.
Aprieto la mandíbula. Las lágrimas corren por mis ojos. Adara vuelve a abrazarme y me dice:
—No estás sola. Te espero en casa esta noche y hablaremos de lo que ha pasado con Nate y, si
quieres, también de Jay. Y, Violeta, soy tu amiga, nunca haría nada para lastimarte. No lo olvides.
Asiento y me seco las lágrimas. Adara me deja sola y permanezco hecha un ovillo en la silla
hasta que entra una enfermera. Sin darle ninguna explicación, me levanto y salgo del hospital. No
me paro a ver si Adara y Jay siguen en la cafetería, prefiero ir directamente al apartamento. Lo
cual resulta ser una pésima idea, porque cuando llego allí está Tommy esperándome. Lo miro
indecisa unos segundos, hasta que me decido a acercarme a él y abrazarlo, hundiendo mi cabeza
sobre su pecho.
—Lo siento mucho.
Tommy me abraza con fuerza y cuando se separa de mí me pregunta:
—¿Estás preocupada por tu conversación con Nate?
—Sí. Además, me he encontrado con Jay. Se ha hecho amigo de Adara. Ella es voluntaria en
sus sesiones de Alcohólicos Anónimos.
—Suena a demasiado drama por un día.
Esbozo una sonrisa amarga.
—Sí, lo es.
—Dime qué puedo hacer para mejorarlo.
Respiro hondo y tomo fuerzas.
—No enfadarte por lo que voy a hacer.
—Vas a marcharte —adivina.
—Solo unos días, a casa de Adara Necesito pensar y aquí no puedo hacerlo.
Se hace un silencio. Tommy acaricia mi mejilla con ternura y consigue tranquilizarme.
—Me parece una buena idea.
Arqueo una ceja, sorprendida.
—¿De verdad?
—Violeta, esta situación es difícil para todos y yo más que nadie sé que Nate es intenso y va a
necesitar algo más que unas horas para calmarse. Y tú necesitas reposo y paz. Si Adara puede
darte eso, por mí está bien.
Se me hace un nudo en la garganta.
—¿Por qué eres siempre tan bueno conmigo? No lo merezco.
—¿Por qué dices eso?
Bajo la cabeza, avergonzada.
—Han pasado tantas cosas… Ahora ya sabes que te he mentido sobre Nate y yo…
—Eso no es suficiente para que lo que siento por ti desaparezca. Al contrario. Violeta, ahora
lo conozco todo de ti. Antes solo era lo bueno, lo que quería ver. Ahora sé la verdad y lo mejor de
todo es que eso no ha hecho que te ame menos.
Mis ojos se llevan de lágrimas y Tommy vuelve a abrazarme. Me da un vuelco el estómago y
me pregunto si algún día dejará de tener ese sentimiento por mí, no solo de amor, sino también de
protección y de ser capaz de perdonarme todo y seguir estando a mi lado pase lo que pase. Me
separo con suavidad de él y declaro:
—No sé cómo agradecerte que estés así conmigo. Te prometo que voy a intentar hacer las
cosas bien a partir de ahora.
—Lo sé. Y ahora, deja de llorar porque si no terminaré haciéndolo yo. ¿Quieres que te ayude a
preparar tu equipaje?
—No, será mejor que lo haga sola.
—Está bien, me iré un rato. Pero Violeta, ¿puedo llamarte esta noche para saber si estás bien?
—Claro.
Sonríe con esa ternura que me conmueve y me da un beso en la mejilla antes de marcharse. Me
siento en la cama y comprendo que lo único que tengo claro es que estoy agotada de vivir
constantemente en esta montaña rusa de emociones. Necesito paz y mi bebé también.
NATE

En la actualidad

Cada día me parece más increíble que Will nos haya dejado esta tienda. Aunque me hubiera
gustado que hubiera sido en otro momento, en el que la preocupación por la situación con Violeta
no me tuviera tan alterado. Al menos, mi trabajo me permite desconectar. No es rutina, es mi
pasión, y concentrarme en que los tatuajes queden perfectos hace que mi mente esté ocupada en
ellos al menos durante unas horas. Aunque supongo que mi expresión es bastante translúcida
porque, cuando los últimos clientes se marchan, Jay me pregunta:
—¿Podemos hablar un momento?
Arqueo una ceja. Últimamente Jay parece esta mejor, pero temo una recaída.
—Sí, claro. ¿estás bien?
—En el camino de estarlo —responde con una sonrisa—. Pero a ti te veo angustiado. Solo te
relajas cuando tatúas.
Maldigo ser tan transparente.
—Mi vida se ha complicado un poco. Nada que deba preocuparte —miento.
Jay respira hondo y me dice:
—Adara me ha dicho que Violeta está en su casa.
—¿Conoces a Adara?
—Sí, del grupo de Alcohólicos Anónimos, es una de las voluntarias. Y también quedamos
algunas veces, me está ayudando mucho. Y al parecer también a Violeta.
Paseo nervioso por la tienda.
—¿Te ha contado por qué Violeta está con ella?
—No, pero por tu forma de actuar esta semana deduzco que tiene que ver contigo.
Esbozo una mueca amarga. No dudo que Adara es leal a Violeta, y no seré yo el que explique
lo del embarazo a Jay, por lo que respondo con resignación:
—Violeta necesita ordenar las ideas y estar con Adara puede ayudarla mejor que estar con
nosotros.
—Pero, ¿estáis enfadados?
—Digamos que es mejor que estemos un tiempo alejados.
Jay sacude la cabeza.
—Desde que te conocí, he contado contigo para que cuides de Violeta.
—Eso se le da mejor a Tommy. Yo tengo demasiado carácter —mascullo.
Jay se apoya en la mesa y suspira.
—Como ella. Lo sacó de mí. Nate, no tienes que contarme nada, pero soy observador. Y lo de
Violeta viviendo contigo y tu hermano no tenía aspecto de acabar bien. Sé lo que sientes por ella,
se te nota. Y por tu forma de actuar algo me dice que tu hermano también siente lo mismo. ¿Me
equivoco?
—No —confieso—. Y eso me está matando. A veces me dan ganas de marcharme.
—Quizás eso funcionaría. Podrías pedirle que te acompañara… Acabamos de empezar con la
tienda, pero si es eso lo que te retiene, yo…
Respiro hondo.
—No es eso. Ella no vendría conmigo.
Jay me observa con lástima.
—Por el bien de los tres, espero que encontréis una solución pronto a vuestro problema.
Sus palabras me conmueven. Comencé ayudándolo yo, pero ahora es él quien se preocupa por
mí. Dudo unos segundos y finalmente pregunto:
—¿Puedo pedirte un favor?
—Por supuesto. ¿De qué se trata?
—Tommy habla con ella a diario, pero yo no me atrevo a llamarla ni quiero pregúntale a mi
hermano sobre sus conversaciones. ¿Podrías hablar con Adara? Solo quiero saber si está bien.
Sopesa su respuesta.
—Claro, pero, si quieres mi consejo, deberías ir a hablar con ella.
—Ni siquiera ha ido Tommy.
—Nate, me has dicho que habla con ella por teléfono. Además, no tienes por qué imitar a tu
hermano, haz lo que creas que tengas que hacer. Y, si te sirve mi experiencia, huir no funciona
nunca.
—No tengo valor suficiente —confiesa.
—Lo tienes. Confía en mí, sé de distinguir a un chico valiente cuando le veo.
Esbozo una sonrisa.
—Está bien.
Jay me palmea la espalda y comenta, anotando algo en un papel:
—Yo me encargo de cerrar la tienda, tú ve antes de que te arrepientas. Esta es la dirección de
Adara.
Tomo el papel con una sonrisa de agradecimiento, me despido y salgo a la calle. El aire gélido
se filtra en mis pulmones, pero no me molesta, necesito respirar hondo para no perder el valor de
ir a casa de Adara. Dudo si avisar, pero decido que no. Violeta es como yo, si la llamo dudaremos
los dos y quiero hablar con ella antes de que sea demasiado tarde.

Cuando llego a casa de Adara, esta me mira sorprendida, pero me invita a pasar y comenta:
—¡Hola, Nate! ¿Todo bien?
—Me gustaría hablar con Violeta.
—Claro. Aprovecharé para ir a comprar unas cosas a la tienda de abajo, así os dejo solos.
—Gracias.
Sonríe y voy directo a la habitación que me señala. Violeta está en la cama, acurrucada. Me
acerco a ella. Está pálida, ojerosa, y parece tan destrozada como lo estoy yo. La culpabilidad y el
remordimiento me ahogan. Ella me pregunta;
—¿Qué haces aquí?
—No soportaba estar más tiempo enfadado contigo —confieso.
—Todo ha ido de mal en peor. Y ha sido culpa mía.
—No, los tres hicimos todo voluntariamente —la corrijo.
Querría decirle muchas cosas más, pero en lugar de eso la abrazo y, al hacerlo, al sentirla, la
idea de perderla se me hace insoportable.
—Debería haber tomado una decisión, pero… —su voz se trunca, angustiada.
—Soy la persona menos adecuada para decir esto, pero tómate el tiempo que necesites. Tienes
derecho a elegir, de hecho, debes elegir. Y entiendo que no sea fácil. No quiero renunciar a ti y
por eso te pido que no tengas en cuenta cualquier cosa que te dijera y te hiciera daño. Estaba
celoso porque habéis estado juntos y porque siempre he creído que terminarías con él.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Se te rompe el corazón sólo de pensar en hacerle daño. Nunca pasas un día sin hablar con
él, ni siquiera ahora o aquel verano, aunque con quien habías hecho el amor era conmigo. ¿Crees
que no me he dado cuenta todos estos años?
Suspira profundamente y confiesa.
—También me rompe el corazón hacerte daño a ti, Nate. Te necesito y, aunque tengo la cabeza
hecha un lío y sé que no es justo, no quiero que te alejes.
Trago saliva.
—No lo haré. Solo te daré el espacio que necesitas. Pero estoy aquí, para lo que necesites. O
el bebé… ¿Estás bien?
—Solo algunas náuseas, pero no te preocupes, Adara me cuida muy bien.
—No lo dudo.
Entrelazo mi mano con la suya. Ella me mira, confusa, y yo beso sus nudillos.
—Tengo que marcharme. Pero te llamaré mañana. ¿De acuerdo?
—Sí. Gracias por haber venido.
—Hasta mañana.
Camino hacia la puerta y ella me llama:
—¡Nate! —me giro. Sus ojos brillan y me pregunta, vacilante—: ¿Podrás perdonarme?
Mi corazón late con tanta fuerza que siento que se va a salir de mi pecho.
—¿Podrás perdonarme tú? Debería haber hecho muchas cosas de forma diferente y quizás
ahora no estaríamos en esta situación. Me has hecho daño, pero yo a ti también. Así, que, ¿me
perdonas?
Asiente y yo hago lo mismo. Nos miramos durante largo rato y al final me tengo que ir antes de
decir nada que estropee este momento en el que los dos, por fin, hemos bajado la guardia.
VIOLETA

En la actualidad

Estoy en el sofá de casa de Adara, acurrucada bajo la manta, con una infusión caliente y un
libro en el que no me puedo concentrar. Las náuseas me están afectando mucho, por lo que he
tenido que pedir unos días libres. El día no acompaña, esta mañana ha comenzado a llover y en la
última hora ha dado paso a una fuerte tormenta. Escucho el ulular del viento arreciando con furia y
eso me hace acurrucarme más bajo la manta. Permanezco así largo tiempo, hasta que escucho a
Adara entrar en el apartamento. Se quita las botas en la entrada, sacude sus cabellos, mojados a
pesar del sombrero y se acerca a mí con una abierta sonrisa. Otra persona entraría quejándose de
la lluvia y lo molesta que es, yo lo haría. Pero me he dado cuenta que Adara nunca se queja por
nimiedades, quizá por eso se le da tan bien ayudar a las personas con sus problemas, porque se
centra en lo importarte.
—Siento haber tardado. Estábamos hablando y el tiempo ha pasado volando.
Suspiro. La idea de Jay y Adara siendo amigos se me antoja extraña, pero he decidido pasar
página sobre ello y comento:
—Tranquila, ya te dije por teléfono que no pasaba nada. He estado descansando. ¿Cómo está
Jay?
Duda unos segundos.
—Me ha contado cosas de la guerra. Ha pasado por unas experiencias horribles.
Arqueo una ceja.
—¿Conseguiste que te lo contara? Nate me dijo que era reacio. Tienes un don para que la
gente confíe en ti. —Sonríe, halagada, y me intereso—: ¿Qué te ha dicho?
—No sé si él querría que te lo contara. Pero sí te diré que hubo un momento en que tuve que
fingir que tenía que ir al baño porque las lágrimas escocían en mis ojos. Esa experiencia tan
horrible, el dolor de los recuerdos, la forma en la que se aferró a la bebida para superarlo… Ya
me había contado cosas antes, pero no como hoy. Ha sido duro.
—Lo siento.
—Yo no. Estoy viendo cambios en él y le sienta bien hablar, le hace sentir integrado. Me
alegra que ya no te enfade que quedemos.
Tomo aire.
—No, al contrario. He estado pensando. Si Nate fue capaz de venir a hablar conmigo después
de lo que hice, yo debería hacer lo mismo con Jay.
Adara abre los ojos como platos, está claro que la he sorprendido.
—¿Lo dices en serio?
—Sí. Si voy a ser madre debo comenzar a comportarme como una adulta. No sé si la
conversación irá bien o no, pero tengo que intentarlo.
—¿Quién eres tú y qué has hecho con mi amiga? —reímos las dos, pero Adara se pone seria
para preguntarme—: ¿Todo bien con Nate?
Jugueteo con mis manos, en otro de mis tics cuando estoy nerviosa.
—Sí, me alegra que esté más tranquilo. También sé que Tommy lo está por nuestras
conversaciones de teléfono. Pero echo de menos nuestra normalidad… Suerte que estoy contigo,
en nuestro apartamento todo sería muy complicado. No me imagino a los tres juntos. Tendría que
controlar lo que dijera o hiciera para no dar celos a ninguno de los dos.
—Entiendo. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites. Y, antes de que cambies de
idea, ¿cuándo quieres que le diga a Jay que hable contigo?
Dudo unos segundos. Yo también tengo miedo de cambiar de idea, y por eso propongo:
—Mañana, si le va bien. ¿Te importa si es aquí? No quiero que nadie nos escuche.
—Me parece una buena idea, le diré que venga mientras hago mi turno, seguro que no hay
problema en que se ausente de la tienda un rato.
Asiento y pregunto, inquieta por la decisión que he tomado:
—¿Vas a darme algún súper consejo de los tuyos?
Me toma de la mano.
—Me gustaría decirte que todo va a estar bien, pero lo cierto es que nadie puede saberlo.
Tenéis que daros una oportunidad y ver a donde os lleva eso.
—Ojalá sea un buen lugar —susurro.
—Lo importante ahora es que el viaje sea bueno para ambos. Tenéis demasiado equipaje del
pasado, es hora de soltarlo.
Una lágrima asoma a mis ojos y ella me abraza con esa ternura suya tan particular, que me
envuelve y me hace sentir que he tomado la decisión correcta.

***

Jay y yo estamos en el apartamento de Adara. Le he ofrecido un té y ambos estamos sentados,


visiblemente incómodos. Una parte de mí huiría, pero esto fue idea mía y no me queda otro
remedio que seguir adelante con lo que me propuse ayer. Jay observa mi turbación y comenta:
—Violeta, quiero agradecerte que me hayas dado la oportunidad de venir a explicarme,
significa mucho para mí. —Permanezco en silencio, temo estropearlo, y él añade—: Lo que quiero
que sepas es que, aunque fui un cobarde al abandonarte, no volveré a serlo. Y voy a estar para ti,
siempre. Pase lo que pase.
Mi corazón da un vuelco. La súplica y la culpabilidad que emanan sus ojos me conmueven.
Nate tiene razón, puede que no sea el padre que yo quería, pero está siendo honesto conmigo y eso
tiene que tener algún valor.
—No quiero que vuelvas a verme nunca borracho—. Su voz es ronca y triste—. Voy a
continuar yendo a las sesiones y te prometo que no volveré a probar ni una gota. Y quizá con el
tiempo eso hará más fácil que quieras conocerme. No soy la misma persona que era cuando te
abandoné y tampoco voy a ser la persona en la que me convertí cuando dejé el ejército. Pelear mi
adicción al alcohol es mi forma de hacerlo con mi miedo al futuro y mis lamentos por el pasado.
Es como si nunca hubiera dejado de pelear.
—Ganarás esta pelea —le aseguro, conmovida—. Will dijo que eras el mejor soldado que ha
conocido. El alcohol no podrá contigo.
Esboza una medida sonrisa, pero su mirada es triste cuando pregunta:
—¿Y qué va a pasar ahora entre nosotros?
Dudo unos instantes y respiro hondo antes de confesar:
—No sé cómo encajarte como parte de mi familia cuando nunca formaste parte de ella.
Leo la decepción en sus ojos.
—Violeta, comprendo tus dudas, pero eres mi hija y eso no va a cambiar por lo que pasó
antes. No puedo pedirte que aceptes lo que hice, pero me gustarías que trataras de conocer al
hombre que soy ahora. No te pido que me perdones, porque yo todavía estoy trabajando en ello y
yo no lo he conseguido, solo que me permitas estar cerca. ¿Podrías hacer eso?
Me aclaro la garganta y tomo aire antes de aceptar:
—Podría intentarlo.
Una sonrisa tiñe su rostro y me garantiza:
—Quiero que tengas claro que siempre seré un alcohólico, pero estaré sobrio. Violeta, no
puedo soportar la idea de decepcionarte otra vez y no voy a hacerlo. No puedo prometerte que las
secuelas del estrés postraumático no sigan afectándome. Tampoco que de un día para el otro me
vaya a convertir el padre que mereces. Solo voy a garantizarte que voy a hacer todo lo que esté en
mi mano para conseguirlo.
Suspiro. Llevo tiempo resentida con Jay, pero ahora estoy agradecida de que no solo intente
arreglarlo sino de su preocupación por mí. Aún tengo muchas dudas, pero Nate tiene razón.
Durante años soñé con un padre que no existía. Pero Jay, con todos sus defectos y errores, me está
demostrando que tiene interés en conocerme. Y aunque me cueste aceptarlo, aunque no sea el
padre que yo quería, debo sentirme afortunada porque tengo una segunda oportunidad. Otros no
tienen tanta suerte. Por ello, le explico:
—Me basta con que te quedes. No necesito que seas perfecto, yo no lo soy. Tampoco puedo
prometerte que sepa comportarme como una hija, pero lo intentaré.
—Lo haremos juntos. Paso a paso, sin prisas. De la forma que te sientas cómoda. Y, respecto a
Adara, si te molesta que seamos amigos, yo…
—También es una buena amiga mía y no estarías aquí si no fuera por ella. Podemos
compartirla, así ya tenemos algo en común.
Sonríe de nuevo, agradecido, pero incide:
—Quiero que tengas algo claro. He hecho muchas cosas mal en mi vida. Adara no será una de
ellas. Es una gran chica y una buena amiga. Es lo único que busco, te lo garantizo.
Bajo los ojos.
—No tienes que darme explicaciones.
—Quiero hacerlo.
Doy un sorbo a mi infusión para disimular mi nerviosismo, pero Jay lo advierte y comenta:
—Adara me ha explicado que no te encuentras bien.
—No es nada importante —miento.
—Igualmente, será mejor que te deje descansar. Podemos quedar otro día, si te apetece.
—De acuerdo.
—Te llamaré.
Me observa unos segundos y duda, pero finalmente no hace ningún intento de despedirse con
un apretón de manos o un beso en la mejilla. Se lo agradezco, por hoy ya he derribado bastantes
muros.
NATE

En la actualidad

Han pasado unos días desde que hablé con Violeta en el apartamento de Adara. Que nos
pidiéramos perdón, que ahora sepa que ambos somos capaces de hacerlo lo cambió todo. La
relación con Tommy sigue tensa, ambos esperamos la decisión de Violeta, pero mi corazón se ha
serenado lo suficiente como para saber que, pase lo que pase, no quiero perder a mi hermano. Y,
aunque si elige a Tommy no sé cómo lo conseguiré, tampoco quiero perder a Violeta. Supongo que
el tiempo me dará las respuestas que busco y, de momento, solo puedo esperar a que ella decida y
aclare su corazón. Aprieto los puños en el volante, la tormenta me ha sacado de mis cavilaciones.
Estoy deseando llegar al apartamento. La lluvia cae con tanta fuerza que no puedo ver nada más
allá del vaivén del parabrisas sobre la cortina de agua. Aminoro la velocidad tanto como puedo y
fuerzo la vista para intentar encontrar un lugar en el que parar hasta que la tormenta haya cesado.
Paso delante del semáforo, cuyo color verde distingo de milagro, y aprieto las manos al volante.
Giro la calle con lentitud, con miedo a patinar con el coche. Sonrío aliviado cuando veo que estoy
llegando a mi calle, pero entonces distingo al otro coche. Desde luego, nadie con la más mínima
sensatez iría a semejante velocidad con este tiempo. Y menos todavía… No puedo creerlo. Ha
intentado adelantarme y a la velocidad que va, los neumáticos se deslizan sobre el asfalto y se
acerca a mí fuera de control. Trato de maniobrar para evitar el accidente, pero no puedo evitar
que el otro coche derrape y golpee con fuerza contra mi puerta. Mi coche patina por el fuerte
impacto y pierdo el control. El dolor en mi cuerpo se hace insoportable. Trato de recuperarme
para estabilizar el coche, pero no lo consigo, porque en cuestión de segundos mi mente se nubla y
no veo nada. No hay lluvia, ni calles, ni gente. Solo una densa oscuridad que crece dentro de mí y
lo inunda todo.
VIOLETA

En la actualidad

—Despierta, Nate —susurro, aun sabiendo que no puede escucharme—. Estoy aquí,
esperándote.
Desolada, me dejo caer en la silla de emergencias. Jay está sentado en la otra punta, no solo
no somos capaces de mitigar nuestro dolor, sino que tampoco sabemos hacerlo con el de los otros.
Con Tommy no es diferente, después de pasear por la sala como un tigre enjaulado se ha ido a dar
un paseo.
El tiempo se me pasa interminable y mi angustia crece. Si solo pudiera ayudarlo en algo…
Pero estoy aquí, impotente, más frustrada a cada minuto que pasa. Daría mi vida por él, pero aquí,
en el hospital, solo puedo esperar que otros le salven. Las lágrimas asoman a mis ojos y las seco,
no lo suficientemente rápido para que Jay no las vea. Se acerca a mí y se sienta a mi lado.
—¿Por qué no vas a casa a descansar poco? Debes de estar agotada.
Me vuelvo y le miro a los ojos.
—Igual que tú y que Tommy. Además, aunque me fuera no podría dormir o descansar.
—Yo tampoco, me siento tan impotente…
Se hace un silencio y Tommy vuelve.
—¿Hay novedades?
Deniego con la cabeza y Jay ofrece:
—Iré a buscar alguna bebida caliente a la máquina.
—Gracias —dice Tommy por los dos.
Cuando nos quedamos a solas, pregunto:
—¿Estás más tranquilo?
—No, pero al menos he calmado mi ansiedad tomando un poco de aire fresco.
Una sonrisa amarga asoma a mi rostro:
—Normalmente tú eres el que mantiene la calma por los dos.
—Me temo que hoy no va ser posible.
Respiro hondo y me acurruco en su pecho, donde su corazón late tan fuerte como el mío.
Después de un largo rato me separo de él y le pregunto:
—¿Crees que se pondrá bien?
—Tiene que hacerlo.
La angustia se apodera de los dos y ambos nos giramos para que el otro no vea las lágrimas en
los ojos, pero nuestras manos permanecen entrelazadas. Jay aparece poco después y nos ofrece un
chocolate a cada uno. Se sienta a nuestro lado y susurra:
—Sed fuertes, chicos, debemos tener fe.
—No sé tener fe —mascullo—. Solo puedo pensar en que alguien venga y nos diga que está
fuera de peligro.
—Violeta, te entiendo. Soy un soldado, me cuesta estar aquí sentado sin hacer nada. Soy un
hombre de acción, no de espera. Pero necesito creer que la misma fe que me sostiene para
mantenerme alejado del alcohol está ahora ayudando a Nate a curarse.
Intercambio una mirada cómplice con Tommy, a ninguno nos enseñaron a creer en nada que no
fuera lo que veían nuestros ojos, pero debemos tener fe, como dice Jay, o nos volveremos locos en
la espera.
—Gracias por quedarte —susurro.
—Al contrario, yo te doy las gracias por dejarme estar contigo en estos momentos.
Jay apoya su mano sobre mi hombro. Quiere tranquilizarme, pero mi cuerpo se estremece.
Nunca habíamos tenido contacto físico. De hecho, no suelo tenerlo con nadie excepto Tommy, Nate
y ahora Adara. Necesito confianza, familiaridad. Y no sé si tengo eso con Jay. Él lo advierte y me
suelta, pero entonces yo hago algo que me descoloca a mí misma: le abrazo. Solo unos segundos,
lo suficiente para compartir el dolor. Y resulta conmovedoramente reconfortante.

***

La noche ha sido larga. Ni Jay ni Adara, que se unió a nosotros al terminar su turno, han
querido marcharse. El agotamiento hace mella en mí y siento que en mi corazón solo hay tinieblas.
Apoyo la cabeza en el hombro de Tommy y de nuevo las lágrimas asoman a mis ojos. Tommy
siempre ha tenido el poder de calmarme, pero hoy siente el mismo dolor. Lo percibo en su abrazo,
en como besa con suavidad mi cabello, lo veo en sus ojos que se llenan también de lágrimas.
Cuando conseguimos calmarnos, seguimos esperando. Horas y horas en las mismas sillas,
sosteniéndonos a base de cafés y angustia. Y entonces aparece un médico, el doctor Jensen, y su
forma de mirarme hace que un escalofrío recorra mi espina dorsal. Quiero huir, marcharme, no
escuchar lo que va decirnos, porque no puedo aceptar que nada malo le pase a Nate. Pero me
quedo, temblando, con la mano entrelazada con la de Tommy, que está tan destrozado como yo. Se
acerca a nosotros y nos explica que la situación es grave. Que están haciendo todo lo posible,
pero que sus heridas internas son graves y ni siquiera saben si despertará del coma. Y yo solo
puedo llorar y pedir una vez más que despierte.
NATE

En la actualidad

Nunca me había parado a pensar en mi muerte. Soy joven para ello supongo. Pero aquí estoy.
Después de dos semanas en las que he pasado mucho tiempo entre la consciencia y el sueño,
sintiéndome cada día peor, he pedido sinceridad al médico y me la ha dado. Y ahora tengo muy
poco tiempo para hacer lo que quiero. Escucho un ruido en la puerta, es Tommy. En estos
momentos, cuando mi vida se termina, las palabras de Violeta diciéndome que también lo ama
resuenan en mi mente. Me dolió, pero siendo sincero siempre lo he sabido. Y ahora no importa si
le prefiere a mí o no, solo quiero que sea feliz. Es hora de dejarla marchar y de indicarles a
ambos el camino que a mí me hará feliz. Tommy entra en la habitación y posa su cálida mano
sobre la mía. Está pálido, demacrado después de tantos días en el hospital.
—Estoy aquí, todo va a ir bien —susurra.
—Tommy, el médico ya me ha dicho la verdad. Y estoy aterrado, pero no puedo dejarme
llevar por eso. Estos van a ser los minutos más importantes de mi vida y no puedo
desaprovecharlos. —Sus ojos se llenan de lágrimas. Los míos también, pero tengo que darme
prisa y susurro—: Tommy, quiero que me prometas algo.
—Lo que quieras.
—Cuida de Violeta y del bebé
—Lo haré. Y te prometo que si es hijo tuyo…
—Miente. Di que es tuyo —le interrumpo.
—No, jamás, hermano. Si es tu hijo le hablaré cada día de lo maravilloso que era su padre. Y,
si no, le explicaré que fuiste el mejor hermano del mundo, mi mitad.
—Y tú. Te quiero, Tommy. Y por eso necesito que me prometas otra cosa.
—La que quieras.
—Que serás feliz con Violeta.
—Todo menos eso. Es tu chica y lo respetaré siempre.
—No es mi chica, ni tuya. Pero nos ama a los dos. Y podéis ser felices juntos, es lo que
quiero.
—Yo, no…
—Tommy, no tengo mucho tiempo —le interrumpo. ¿Puedes decirle a Violeta que pase?
Necesito hablar con los dos.

Cuando Violeta entra en la habitación, cientos de imágenes aparecen en mi mente. Evoco


cuando la conocimos en la misma azotea en la que buscaba esconderse de la realidad como
hacíamos nosotros. Su dulce mirada, su sonrisa cálida y reconfortante, sus ironías que siempre
arrancaban un comentario igual en mí. Su fortaleza, pero también su ternura. Su pelo enredado en
mi mano, el primer beso que nos dimos, la primera vez que estuvimos juntos. Los desayunos entre
risas, las conversaciones interminables en la azotea o en nuestro apartamento. Nuestra última
discusión y que pude reconciliarme con ella cuando ambos nos pedimos perdón. Y ahora solo
quiero que ella recuerde los momentos felices, que lo sea. Y por eso declaro:
—Hace años los tres hicimos un pacto. Y aunque no funcionó como habíamos previsto,
seguimos aquí, juntos. Y por eso quiero otro pacto. Uno en el que me prometáis que seréis felices,
juntos.
Violeta me mira con los ojos llenos de lágrimas. No habla, solo acerca sus labios a los míos y
me besa con la intensidad del que sabe que es el último. Cuando nos separamos, susurra:
—Te amo.
—Y yo a ti.
—No puedo estar sin ti…
—Si puedes. ¿Confías en mí? —asiente, incapaz de hablar—. Entonces confía en que siempre
estaré contigo. Y yo confiaré en que tú estarás feliz, igual que tú, Tommy.
—Nate, no me dejes, quédate con nosotros, por favor, no me dejes —solloza Tommy.
—Te quiero, hermano —susurro.
La emoción me deja sin palabras. Violeta vuelve a besarme y daría lo que fuera por poder
eternizar este momento, pero una fuerza superior a mí me obliga a cerrar los ojos. La oscuridad se
apodera de mí, pero pronto se va tornando luz, que da vida a mi corazón roto. Lo último que siento
es el tacto de la mano de mi hermano y del amor de mi vida sobre mi rostro, pidiéndome que me
quede. Pero es demasiado tarde. Mi tiempo aquí ha terminado, mi amor por ellos, nunca.
VIOLETA

Dos meses más tarde

Han pasado dos meses desde que Nate murió. Tommy y yo seguimos viviendo juntos, como
amigos. Hemos aparcado todo lo que no fuera nuestro duelo. Ha sido muy difícil. Me he sentido
enferma, pero no por el embarazo, sino porque la muerte de Nate me ha dejado frágil. Si no
hubiese sido por Tommy me hubiera quedado atrapada en las mismas tinieblas que sentí aquella
noche. No hemos hablado de lo que Nate nos dijo, pero siempre ha habido algo flotando en el
aire, una sensación de que escondíamos nuestros sentimientos. Hasta hoy. Día a día la tensión ha
ido alejándose para devolvernos a la zona de confort que teníamos antes entre nosotros. Poco a
poco volvemos a estar relajados cuando hablamos o estamos juntos. Y supongo que, por eso,
después de la cena, Tommy se sienta a mi lado, más cerca de lo que ha hecho los últimos días y
me pregunta:
—¿En qué piensas, Violeta?
—En nada.
Es una mentira, que no sirve de nada, porque Tommy sigue teniendo la capacidad de percibir
todos mis estados de ánimos. Inspiro hondo y él susurra:
—Hoy hace dos meses.
—Sí. Es ridículo, pero sigo pensando que va a volver. Que todo esto es una pesadilla.
—A mí me sucede lo mismo. Supongo que todavía estamos en la primera fase del duelo.
—La negación…
—Sí. Cada vez que cojo el teléfono pienso en llamarle. Me pasa tantas veces al día que creo
que estoy loco. En cada acción que hago pienso en lo que él haría. En sus gestos, sus palabras…
Sueño con él y, cuando despierto, siento que mi corazón se para unos segundos porque no es una
pesadilla.
Me muerdo el labio con furia.
—A mí me pasa lo mismo. No puedo dejar de pensar que si hubiera estado en otro sitio ese
maldito coche no le hubiera arrollado.
—Violeta, la vida está llena de posibilidades y alternativas. No podemos vivirla pensando en
qué hubiera pasado.
—Eso es lo que me dice Adara. Que debo aceptar que fue un acto imprevisible y que tengo
que aceptarlo. Pero es tan difícil.
Tommy suspira con fuerza.
—Para mí también, pero hemos de ser fuertes. Si no por nosotros, por el bebé…
Una sonrisa triste asoma a mis labios y acaricio mi barriga.
—Tienes razón. Tommy, ¿qué pasará si…?
—Quiero que sea de él —me interrumpe.
—¿De qué hablas?
—No te imaginas como echo de menos a mi hermano. Necesito tener algo de él.
Mi cuerpo y mi voz tiemblan.
—¿Me odiarías si te digo que yo también?
—Nunca podría odiarte, Violeta. Y menos por echar de menos a Nate. Fuimos afortunados de
tenerlo en nuestras vidas. De hecho, es junto contigo lo mejor que me ha pasado. No concibo
haber tenido un hermano mejor. El me cuidaba y me protegía.
—A mí también. Aunque lo de protegerme nos trajo algunas discusiones —recuerdo con una
sonrisa triste.
—Discutíais. Eso no es malo. Lo importante es que Nate te adoraba y no quiero que te sientas
culpable. Tampoco por mí…
Alzo una ceja.
—¿A qué te refieres?
—He estado pensado mucho. No podemos ignorar lo que pasó ni lo que Nate nos dijo. Si estás
preparada, me gustaría hablar de ello, aclarar las cosas.
Me observa y su mirada es tan dulce que me provoca un nudo en la garganta por la emoción.
Respiro hondo para aclararla, pero solo sirve para que sienta que me ahogo todavía más. Llevo
días pensando en esta conversación y temiendo no ser capaz de explicarle como me siento.
Abrirme a Tommy es fácil en muchos aspectos, pero hoy es diferente. Debo contarle la verdad de
mis sentimientos y también averiguar qué quiere él. El momento de poner las cartas sobre la mesa
ha llegado. Comienzo a temblar y confirmo:
—Sí, ha llegado el momento.
Él respira hondo y comienza a decir:
—He estado sediento por tu amor toda mi vida. Y probablemente lo esté el resto de ella. Y
cuidaré de ti y del bebé como prometí a mi hermano, pero eso no significa que tengamos que vivir
juntos o que…
—Tommy, ¿de qué estás hablando?
—De si quieres que me aleje. Que viva en otro sitio, que…
Mi corazón se resquebraja ante la idea de perderle.
—Tommy, ¡no!
—Violeta, Nate ha muerto y le amabas.
Respiro hondo. El momento que he estado posponiendo ha llegado y debo mostrar mis
sentimientos.
—Sí, le amaba, pero también te amo a ti. Eso fue siempre el problema, que no podía escoger
entre vosotros porque os amaba a ambos. De una manera diferente, pero con la misma intensidad.
—Pero estos meses has estado diferente conmigo… Y entiendo que ahora que Nate no está
sientas que no puedes estar conmigo. De hecho, yo también lo pienso muchas veces…
Los siguientes segundos se hacen eternos. Finalmente, confieso en un susurro:
—Una parte de mí se siente culpable, pero no paro de pensar en que él nos dio su bendición.
Quería que fuéramos felices… Yo quiero ser feliz y, sobre todo, que mi bebé lo sea. Te amo
Tommy, siempre lo he hecho. No menos que a Nate, tampoco más. Y ahora él está muerto y no sé
si sería injusto para ti que yo estuviera contigo así…
—Era mi hermano. Y le añoro cada día de mi vida. Pienso en él a todas horas y sé lo que
sientes por él. Pero estamos vivos, tú y yo; y él no querría que estuviéramos separados.
Tiemblo. Nate querría que estuviéramos juntos. Nos conocía bien, sabía que separados nos
consumiríamos en la oscuridad. Solo nuestro amor puede rescatarnos del dolor que sentimos por
su pérdida.
—Lo sé.
Traga saliva.
—Violeta, ¿confías en mí?
—Nunca he confiado tanto en nadie.
—Te amo. Y también a tu bebé.
Me abraza y, por primera vez desde que Nate murió, me siento a salvo. Entierro mi cabeza en
su cuello y sé que es donde quiero estar. Con él, con el chico que amo. En un susurro reconozco:
—Yo también te amo.
—Pero tienes miedo —adivina.
—Un poco —reconozco.
—Yo también tengo miedo, pero juntos podemos dejar de tenerlo. No sé si seré lo
suficientemente bueno para ti, si te puedo ofrecer todo lo que mereces. Pero te amo y no voy a
dejarme llevar por el miedo. Ni quiero que lo hagas tú.
Trago saliva, las emociones me desbordan.
—Quiero intentarlo, dejar el miedo atrás.
—Lo harás. Entiendo tus miedos por lo que pasó con tus padres, pero no somos ellos. Te
prometo un para siempre y pienso mantener mi promesa. Porque te amo y voy a seguir haciéndolo.
—Yo también.
—Suena a un nuevo pacto.
Le sonrío a través de las lágrimas que caen en torrente por mi rostro.
—Me gustan los pactos.
Él me abraza durante largo tiempo, hasta que se separa con suavidad y me dice:
—Hay algo que quiero enseñarte.
Se quita la camiseta y me quedo boquiabierta. El tatuaje es pequeño, pero es pura filigrana,
formado por las iniciales de nuestros nombres y la de Nate entrelazados con el símbolo infinito.
—¿Quién lo ha dibujado?
—Jay, le expliqué lo que quería y supo plasmarlo a la perfección.
Me quedo sin palabras. No sé el motivo, pero, poco después de la muerte de Nate, Jay volvió
a dibujar. Fue una sorpresa para mí porque ni siquiera sabía que tenía ese talento. Es un artista
impresionante y gracias a eso ha podido mantener el taller abierto, ya que contrató a un tatuador y
ahora él también está aprendiendo el oficio. Paso mis manos con delicadeza sobre el tatuaje.
—Es precioso. ¿Por qué no me lo habías enseñado?
—No sabía si te gustaría.
Mi voz se rompe por la emoción.
—Es precioso.
—Quería que estuvieras para siempre en mi piel. Y también Nate.
Una idea asoma a mi mente.
—¿Sería posible que yo tuviera el mismo?
Tommy arquea una ceja, extrañado.
—No te gusta hacerte tatuajes.
—Este sí. Si te parece bien… —dudo.
Me toma el rostro con sus manos, su mirada clavada en la mía, y me asegura.
—Nunca te pediré que dejes de amar a Nate. Él es parte de mí y de ti, eso no ha cambiado. Y
me encantará que tengas ese tatuaje. Parte de nuestra felicidad, la que él nos pidió que tuviéramos,
es mantenerle vivo en nuestros recuerdos.
Sonrío y declaro:
—Vas a ser un novio increíble.
Sus ojos se iluminan, me toma con suavidad de la nuca y me acerca a él hasta que estamos
boca con boca, cuerpo con cuerpo, de una forma que me hace temblar y perder la noción del
tiempo. Cuando por fin me suelta, acaricia mi mejilla y susurra:
—Es la primera vez que dices que soy tu novio.
Sus palabras me emocionan. Hay algo en él dulce y tierno que me envuelve y baja mis
defensas como nunca lo había hecho antes.
—No soy mucho de etiquetas —explico.
—Lo sé. Pero mientras me ames, me parece bien.
Mi corazón late apresuradamente.
—Te amo. Siempre te amaré y no pondré etiquetas, pero creo que podemos hacer que
funcione.
—¿Y algún día te casarás conmigo?
Siento que me ahogo de la sorpresa y la emoción.
—¿Tú quieres casarte contigo?
—Sin ninguna duda.
—Bien, en ese caso, algún día me casaré contigo. Pero será de aquí mucho, mucho, tiempo.
—Si eso significa que estamos mucho, mucho tiempo juntos, me parece suficiente promesa.
Sonrío. Me ha costado mucho tiempo aceptarlo, el abandono de mi padre me ha hecho
desconfiar de los hombres, pero he comprendido que Tommy me ama incondicionalmente y tengo
la esperanza de que juntos conseguiremos que lo nuestro funcione y que nuestro hijo tenga la
infancia que nosotros no tuvimos. O, al menos, lo intentaremos unidos y eso me da una confianza
en el futuro que nunca tuve hasta la fecha. Ahora lo único que me importa es que, por duro que
pueda ser a veces, estaremos juntos.
EPÍLOGO

Un año más tarde

Tengo que darme prisa. Como muchas otras noches, Jay y Adara están a punto de venir a cenar,
lo cual me hace feliz. La relación con mi padre cada día se hace más prometedora. Al principio
estábamos en la cuerda floja, todo pendía de un hilo que podía romperse en cualquier momento,
pero poco a poco comenzamos a avanzar. Le pedí que no me pidiera más veces perdón, que
empezáramos de cero, porque es la única forma de que las heridas cicatricen. Y, aunque por su
forma de mirarme sé que todavía se siente culpable y eso le hace actuar con cautela, comienza a
confiar en que le he perdonado. No ha vuelto a beber y eso me hace estar orgullosa, porque sé lo
duro que ha sido para él. No lo hace solo, Adara se ha hecho más amiga de él y los cuatro
quedamos con frecuencia. Como hace con los miembros del grupo de terapia, Adara consigue que
esté tranquilo, esperanzado; y es uno de los pilares de su recuperación. Y también del mío, cuando
añoro a Nate y no quiero hablarlo con Tommy para no hacerle sufrir. Él también llora su ausencia,
lo busca en sus pesadillas. Pero tenemos a Ryan, que es nuestro rayo de sol, el que nos recuerda a
Nate, a lo que perdimos, pero también a la parte de él que siempre permanecerá con nosotros. Él,
Tommy yo estuvimos unidos por un hilo invisible desde que nos conocimos, un hilo que ahora
sigue con Ryan, el hijo de Nate al que criará Tommy. Respiro hondo. Amar tanto a alguien todavía
me asusta. A veces, de noche, me despierto y les observo a ambos dormir, agradecida de que estén
a mi lado. Y entonces trato de olvidar el miedo y centrarme en que estoy con Tommy y en que
estamos destinados a estar juntos, sin arrepentimientos ni huidas, junto con nuestro bebé.
Es un final triste, pero también esperanzador, porque ahora sé que mi capacidad de amar y
recibir amor es infinita y que, de un modo u otro, Tommy y Nate, junto a nuestro hijo, estarán
siempre conmigo. Y, por ello, con una sonrisa que a veces va acompañada de una lágrima, cada
día acaricio el que tatuaje con nuestros nombres, el tatuaje del amor.
ACERCA DE JUDITH PRIAY

Judith Priay nació en España. Está casada y es licenciada en Documentación y diplomada en


Biblioteconomía y Documentación.
Lectora empedernida, empezó a escribir desde muy joven, y a día de hoy ya tiene publicadas
numerosas novelas, con las que ha alcanzado los primeros puestos de las listas de los libros más
vendidos en diversos países.
Su actividad literaria se extiende a los relatos, que ha publicado tanto en papel como en
formato digital y con los que ha ganado varios premios; y a colaboraciones de radio con un
espacio literario.
Se puede contactar con la autora y obtener toda la información sobre su actividad a través de:

—Blog: http://judith-priay.blogspot.com.es/
—Instagram: https://instagram.com/judithpriay
—Twitter: https://twitter.com/JPriay
—Facebook: http://www.facebook.com/Judith.Priay
AGRADECIMIENTOS

A mi esposo Juan Carlos, no solo por leer el manuscrito original y participar en todo el
proceso de edición; sino también por escucharme y apoyarme siempre en mi carrera literaria.

Con mucho cariño y agradecimiento, a:


—Los lectores de mis novelas y relatos.
—Mis seguidores en las redes sociales.
—A todos los que reseñan y promocionan mi obra.
OTROS TÍTULOS DE LA AUTORA

Nota: todas las novelas independientes son autoconclusivas, y las bilogías y la saga están
finalizadas.

FICCIÓN CONTEMPORÁNEA
—La nueva reina del baile
—Las dos caras de la penumbra
—Bilogía "Regálame"
· Volumen 1: Regálame un día
· Volumen 2: Te regalaré todos mis días
New adult
—Corazones enredados
—El tatuaje del amor
—Tú eres mi vez
—Y te quedas a mi lado (spin-off de “Tú eres mi vez”)

FICCIÓN HISTÓRICA
—La casa de las brumas

FICCIÓN HISTÓRICA - LGTBI


—Las últimas cenizas de Auschwitz (Te esperaré todo el invierno)

FANTASÍA
—La lectora de almas
—Bilogía “Lunas”
· Volumen 1: Luna de exilio
· Volumen 2: Luna de regreso
—Saga “Hermandades”:
· Volumen 1: La mano de la hechicera
· Volumen 2: Hermandad de brujos
· Volumen 3: Una nueva Hermandad
· Volumen 4 (final de la saga): Hermandad de cambiantes

También podría gustarte