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En el último cuarto del siglo XVIII, la Corona española creó el virreinato del Río de la
Plata. La colonia había progresado: crecía su población, crecían las estancias que
producían sebo, cueros y ahora también tasajo, todos productos exportables, y se
desarrollaban los cultivos. Concolorcorvo, un funcionario español que recorrió el país y
publicó su descripción en 1773 con el título de El lazarillo de ciegos caminantes, había
señalado en las colonias rioplatenses, antes tan apagadas en relación con el brillo de
México o Perú, nuevas posibilidades de desarrollo, porque a la luz de las ideas
económicas de la fisiocracia, ahora en apogeo, la tierra constituía el fundamento de la
riqueza. Esas consideraciones y la necesidad de resolver el problema de la Colonia del
Sacramento aconsejaban la creación de un gobierno autónomo en Buenos Aires. Una
Real Cédula del 1° de agosto de 1776 creó el virreinato y designó virrey a Pedro de
Cevallos. Las gobernaciones del Río de la Plata, del Paraguay y del Tucumán, y los
territorios de Cuyo, Potosí, Santa Cruz de la Sierra y Charcas quedaron unidos bajo la
autoridad virreinal, y así se dibujó el primer mapa de lo que sería el territorio argentino.
Cevallos logró pronto derrotar a los portugueses y recuperar la Colonia del Sacramento.
Pero suprimida esta puerta de escape del comercio porteño, Cevallos trató de remediar la
situación dictando el 6 de noviembre de 1777 un "Auto de libre internación" en virtud del
cual quedó autorizado el comercio de Buenos Aires con Perú y Chile. Esta medida
resistida por los peruanos como la creación misma del virreinato, revelaba una nueva
política económica y fue completada poco después con otra que ampliaba el comercio la
península. Se advirtió entonces un florecimiento en la vida de la colonia, tanto en las
pequeñas ciudades del interior como en Buenos Aires, hacia la que empezaban ahora a
mirar las que antes se orientaban hacia el Perú y Chile. El tráfico de carretas se hizo más
intenso y las relaciones entre las diversas partes del virreinato más estrechas. Y la
actividad creció más aún cuando, en 1791, se autorizó a las naves extranjeras que traían
esclavos a que pudieran llevar de retorno frutos del país. En su aduana, creada en 1778,
Buenos Aires comenzó a recoger los beneficios que ese tráfico dejaba al fisco. Vértiz,
designado virrey en 1777, impulsó vigorosamente ese progreso y, naturalmente, suscitó
tanto encono como adhesión. La pequeña aldea, cuya actividad económica crecía con
nuevo ritmo, comenzó a agitarse y su población a dividirse según diversos intereses y
distintas ideas. Los comerciantes que usufructuaban el antiguo monopolio comercial se
lanzaron a la defensa de sus intereses amenazados por la nueva política económica, de
la cual esperaban otros grupos obtener ventaja; y este conflicto se entrecruzó con el
enfrentamiento ideológico de partidarios y enemigos de la expulsión de los jesuitas, de
progresistas y tradicionalistas.

La creación del virreinato coincidió con el desencadenamiento de la revolución industrial


en Inglaterra. Treinta y cuatro años después, España perdía gran parte de sus colonias
americanas, precisamente cuando ese profundo cambio que se había operado en el
sistema de la producción comenzaba a dar frutos maduros. Inevitablemente, las nuevas
naciones que surgieron del desvanecido imperio español -y la Argentina entre ellas- se
incorporaron en alguna medida al área económica de Inglaterra, que dominaba las rutas
marítimas desde mucho antes y que ahora buscaba nuevos mercados para sus pujantes
industrias.

2-El estancamiento en el área sembrada se ha considerado como un indicio de que ya no


había posibilidad de desarrollarse dedicando la mayoría de sus recursos al sector
agropecuario, de hecho los años 20 muestran que la atracción para las nuevas
inversiones no venían tanto del sector rural como industrial, pero la producción primaria
siguió siendo la actividad clave gracias a precios de exportación favorables además los
terratenientes no se mostraron propensos a involucrarse en actividades industriales. Esta
idea de demora en la transformación económica a una economía más industrial lleva
implícita una crítica de porqué los gobiernos siguieron depositando las esperanzas en un
esplendor rural que comenzaba a ser un recuerdo. El desarrollo de actividades
manufactureras durante la primera década de entreguerras ge bastante importante. Las
ventajas comparativas de la Argentina estaban cambiando a favor de la industria y el
gobierno debía actuar en consecuencia. Un primer desafío a la teoría de la demora
consiste en discutir que la política económica fue librecambista, por el contrario afirmar
que fueron antiindustrialistas es exagerado, pero lo más acertado es que la industria
recibió apoyo oficial en la época radical. Es que, además de los interese privados
afectados por la política económica estaban en juego las convicciones acerca de que un
mercado librado a su propio arbitrio es capaz de organizar la producción de la mejor
manera.

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Entre 1940 y 1943 se adoptaron un sinnúmero de medidas industrialistas, algunas de las


cuales estaban inspiradas en el plan pinedo, mientras otras iniciaban una marcha hacia el
mercadointernismo. A las ya comentadas disposiciones cambiarias de promoción de las
exportaciones industriales y a la creación de la corporación para la promoción del
intercambio deben agregarse: la fundación de un comité de exportación y estimulo
industrial y comercial (1940), la creación de la flota mercante del estado (1941), la ley de
fabricaciones militares (1944) y finalmente la insistencia del PEN en un proyecto de
crédito industrial que se legalizo en 1943. La creciente preponderancia de las ideas
industriales se encarnaron también en el presidente Castillo: “Mi gran aspiración aparte de
mantener la posición internacional del país, es la de iniciar antes de la expiración de mi
mandato la explotación minera en gran escala y el fomento de las industrias extractivas”.
Las ideas de Castillo eran idénticas a las utilizadas por los militares para cuestionar una
estrategia de tipo pinedista. Los proyectos que culminaron en la creación de un sistema
de crédito industrial en 1943 (posteriormente transformado en 1944 en el banco de crédito
industrial) recogían las ideas financieras del Plan de 1940, pero las aplicaban a un
objetivo diferente: el proyecto de 1941 se referia a la implantación de nuevas industrias y
mantenía la preferencia a las materias primas nacionales. Al modificarlo, la comisión de
presupuesto y hacienda de diputados decidio otorgar preeminencia a la implantación y el
desenvolvimiento de las industrias que extrajeran o manufacturaran materias primas
nacionales, pero haciendo también mención de la prioridad que debía otorgarse a las
firmas argentinas y a las orientadas al mercado interno: era la primera aparición oficial del
mercadointernismo industrial. Las políticas finalmente adoptadas, recién concretadas a
partir de 1943, mostraron desde un comienzo los cambios ocurridos en el control del
Estado. Ya en el sistema de crédito industrial anunciado en 1943 se enfatizaba la
necesidad de sustituir importaciones, sin hacer referencia alguna a las exportaciones
industriales o a las industrias artificiales. En el decreto de 1944 sobre fomento y defensa
de la industria nacional se defendían como industrias de interés nacional: 1) Las que
emplearan materias primas nacionales y estuviesen orientadas al mercado interno 2) Las
que empleando total o parcialmente materias primas importadas, produjesen artículos de
primera necesidad o de interés para la defensa nacional. Los mismos criterios adopto
para su política crediticia el Banco de Credito Industrial, creado en 1944.

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Los unitarios defendían una ideología liberal, que estaba influenciada por el liberalismo
británico de principios del siglo XIX.
Este grupo estaba liderado por intelectuales, comerciantes y militares porteños y por
algunos miembros de las élites de las provincias del interior del país.
En el terreno político, los unitarios defendían la instauración de un gobierno central con
amplios poderes, que pudiera imponer su autoridad sobre las provincias. En el campo
económico, defendían la propiedad privada, el libre comercio y la llegada de
inversiones extranjeras.
Características de los unitarios
Entre las principales características de los unitarios se encuentran:

 Su impulsor fue Bernardino Rivadavia, que el primer presidente argentino,


entre 1826 y 1827. Otros líderes destacados fueron el general Juan Lavalle, el
general José María Paz y el general Gregorio Aráoz de Lamadrid.
 Tomaban como modelo a Gran Bretaña y a la Francia napoleónica.
 Promovían el centralismo político y el liberalismo económico.
 Rechazaban la autonomía de las provincias. Sostenían que estas debían
someterse a la autoridad del gobierno nacional.
 En líneas generales, sus líderes eran miembros de las élites intelectuales,
políticas y económicas, con poco arraigo en los sectores populares.
 Impulsaron la sanción de las constituciones de 1819 y 1826, que fueron
rechazadas por la mayoría de las provincias.
 Utilizaban el azul celeste y el blanco como colores que identificaban a sus
uniformes y banderas.

¿Quiénes fueron los federales?


Los federales defendían una forma de organización política que asegurara
la coexistencia entre provincias autónomas y un gobierno central con facultades
limitadas. Tomaban como modelo el federalismo de los Estados Unidos de América.
El impulsor de este grupo fue el caudillo oriental José Gervasio Artigas, quien en 1815
fundó la Liga Federal o de los Pueblos Libres, que se enfrentó al Directorio porteño.
Entre sus lugartenientes estaban los gobernadores de Entre Ríos, Francisco Ramírez, y
de Santa Fe, Estanislao López.
Luego de la derrota de Artigas a manos de los portugueses, López y Ramírez
encabezaron la lucha contra el centralismo porteño y derrocaron al Directorio tras
la batalla de Cepeda, en 1820.
La posterior firma del Tratado del Pilar consagró la paz entre Santa Fe, Entre Ríos y
Buenos Aires, y el compromiso de adoptar la forma federal de gobierno.
Características de los federales
Los rasgos que caracterizaban a los federales eran los siguientes:

 Sus principales impulsores fueron Artigas, Manuel Dorrego, Juan Manuel de


Rosas, Facundo Quiroga y Justo José de Urquiza.
 La mayoría de ellos defendían el establecimiento de una forma de
gobierno republicana, representativa y federal. Otros, Rosas entre ellos,
preferían el modelo de la Confederación de los Estados Unidos que estuvo
vigente entre 1781 y 1789. La Confederación era una forma de unión laxa entre
Estados autónomos en la que no había ni autoridades ni leyes nacionales.
 Promovían un proteccionismo económico, que limitara el ingreso de
mercaderías extranjeras y que protegiera las producciones locales mediante la
imposición de aranceles a las importaciones.
 Sus líderes eran caudillos locales carismáticos que tenían gran arraigo y
prestigio entre los sectores populares rurales, integrados por peones de
estancias, gauchos libres y libertos. Estos jefes federales defendían la idea de
que cada provincia debía tener gobierno, leyes y estilo de vida propios.
 Salvo Rosas, defendían la libre navegación de los ríos interiores por buques
extranjeros.
 Impulsaron la firma del Tratado del Pilar, el Tratado del Cuadrilátero y
el Pacto Federal que, junto con el Acuerdo de San Nicolás, fueron los
principales antecedentes de la Constitución Nacional, sancionada en 1853.
 Utilizaban el color rojo en sus banderas, escudos y en prendas de vestir.

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El gobierno radical se propuso consolidar y expandir la economía primaria exportadora,


pero también modificar la distribución de la riqueza que esa organización económica
producía en favor de los grupos de profesionales y de los trabajadores urbanos. La
concreción de este propósito se vio dificultada por la situación económica internacional
que originó el desarrollo de la Primera Guerra Mundial y que afectó a la Argentina. Entre
1913 y 1917, la economía argentina vivió una depresión originada por la interrupción de
las exportaciones y una disminución de las importaciones. Durante esos años, el
desempleo se generalizó entre los sectores obreros vinculados con el sector exportador.
Luego, a partir de 1918 y hasta 1921, cuando comenzó un período de auge originado por
la creciente demanda de los productos de exportación argentinos, rápidamente se
generalizó la inflación. Como había sucedido antes, la inflación benefició a los
terratenientes exportadores por el mayor precio que recibían por sus productos y
perjudicó a los trabajadores asalariados urbanos. Entre 1914 y 1918, el costo de vida
urbano aumentó alrededor del 65%, el costo de los alimentos aumentó en promedio un
40%, el de los alquileres, un 15%, y el de ciertos rubros específicos de consumo (como
las confecciones, que eran importadas o cuya producción dependía de materias primas
europeas) casi un 300%. También se perjudicaron los arrendatarios, ya que a causa de la
expansión de las exportaciones el precio de los arrendamientos aumentó constantemente
hasta 1921.

La Primera Guerra Mundial había perjudicado a las industrias relacionadas con el capital
extranjero, en particular a los ferrocarriles y otros servicios, como así también a las
actividades productivas artesanales. Al mismo tiempo, había originado un proceso de
concentración entre las industrias que fabricaban productos que sustituían los bienes que
se importaban para el consumo local. Después de la guerra, el desarrollo industrial no fue
homogéneo y cambió el peso relativo de las distintas ramas productivas. Las industrias
relacionadas con el sector exportador, especialmente los frigoríficos, experimentaron un
veloz crecimiento. El desarrollo de la industria frigorífica profundizó la relación de
dependencia entre las actividades productivas y los puertos, ya que los nuevos
establecimientos se situaron en los alrededores de Buenos Aires, La Plata, San Nicolás y
Campana. En consecuencia, la producción en la provincia de Buenos Aires estuvo cada
vez más orientada hacia el mercado externo. En contraposición, la producción de
alimentos y bebidas para el mercado interno se expandió a un ritmo más lento. Por otra
parte, la industria metalúrgica creció rápidamente como resultado de la decisión de
empresarios importadores de productos europeos de invertir capital para comenzar a
producir en el país. Y el desarrollo de la industria textil permaneció relativamente
constante hasta 1926, cuando el gobierno aumentó los derechos que se debían pagar por
las importaciones del rubro.

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Rosas no es aún, en su primer gobierno, el hombre nacional que será luego. Es


todavía hombre de Bs. As. Y a ello se debe la política económica de su provincia, aquella
que enfrentará a su delegado José María Roxas y Patrón con el delegado por
Corrientes Pedro Ferré. A Bs. As. Le conviene la libertad de comercio, porque la Aduana
constituye el gran recurso de su presupuesto y las exportaciones pecuarias la base de su
economía; para el Interior, en cambio, el sistema de 1809 significaba el aniquilamiento de
sus posibilidades industriales.
En el marco presentado por las delegaciones de las provincias federadas, reunidas en
Santa Fe, la postura del delegado correntino fue la siguiente:

1)      El que Buenos aires no perciba derechos por los efectos extranjeros que se
introducen a las provincias litorales del Paraná, y por consiguiente a las del Interior.

2)      El que se prohiban o impongan altos derechos a aquellos efectos extranjeros que se
producen por la industria rural o fabril del país.[1]
Roxas y Patrón se opuso argumentando, principalmente con la necesidad que tenía el
gobierno de mantener el sistema para afrontar las obligaciones nacionales (deudas de
guerra, empréstito Baring, sostenimiento de las relaciones exteriores) que pesaban sobre
Buenos Aires y que esta debía pagar, con lo producido por la Aduana. También defendió
la libertad de comercio por las siguientes razones:

1)      Que si se practicaba el proteccionismo, restringiría el comercio exterior, produciendo


la disminución de la riqueza ganadera, la mayor del país y la preponderante en las
provincias litorales federadas.

2)      Que si se interrumpía la importación de productos, los sustitutos locales serían


malos y caros, no satisfaciendo “necesidades que hacen parte ya de la vida”.

3)      Que la consecuencia sería una competencia industrial entre las distintas provincias
de la Confederación.

Ferré,contestarápuntoporpuntoelalegatodelrepresentantedeBuenosAires,manifestando:
1)      Que las provincias cuyas producciones hace tiempo dejaron de ser lucrativas,
forman la mayoría del país.

2)      Que tal vez “un corto número de hombres de fortuna padecerán porque se privarán
de tomar en su mesa vinos y licores exquisitos”, que tampoco “se pondrán nuestros
paisanos ponchos ingleses, no llevarán bolas y lazos hechos en Inglaterra, no
revestiremos ropa hecha en extranjería y demás, renglones que podemos proporcionar,
pero en cambio comenzará a ser menos desgraciada la condición de pueblos enteros de
argentinos y no nos perseguirá la idea de la espantosa miseria y sus consecuencias a que
hoy son condenados”.

3)      Que nada puede hacer suponer que se produzca una guerra industrial entre las
provincias, porque cada una de ellas tiene diferentes especializaciones.
Roxas y Patrón afirmaba que Santa Fe no admitiría las maderas, algodón y lienzo de
Corrientes , que esta provincia a su vez se negaría a recibir los aguardientes de San Juan
y Mendoza y los frutos del Paraguay. Buenos Aires también, porque al sur, en los nuevos
territorios estarán sus bodegas con el tiempo. Ferré contesta así: “no estando más
adelantada la industria en Corrientes que en Santa Fe, no ganarán nada los correntinos
en traer a santa Fe lienzos, algodones y maderas, de las que Santa Fe produzca, ni las
traerán. No habría por tanto necesidad de prohibición. Los aguardientes de San Juan y
Mendoza buscarán otro mercado… todo estará en el orden natural”.

La oposición de Buenos Aires desarticulará el generoso proyecto correntino. Lo que no se


cumplió entonces se haría luego, cuando las circunstancias políticas variaran y la
incipiente unión provincial del pacto de 1831 se consolidara en la confederación de 1835.

Veintiseis años de liberalismo económico habían producido variados efectos. En 1825,


época de Rivadavia, las exportaciones (cueros, carne salada, sebo) totalizaban cinco
millones de pesos fuertes, mientras que las importaciones (tejidos, alcoholes, harinas),
pasaban de ocho, la mitad provenientes de Gran Bretaña.

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A mediados del siglo XIX, el desarrollo de la industrialización en Gran Bretaña y en el


continente europeo definió una nueva división internacional del trabajo. Los países
industrializados, o centros capitalistas, comenzaron a demandar de los países
productores de materias primas, o periferias capitalistas, insumos para sus industrias y
alimentos para su población. La economía argentina comenzó comenzó a organizarse
como complemento de las economías industriales europeas, particularmente de la
inglesa. En las últimas décadas del siglo XIX, las exportaciones de cereales y carnes se
convirtieron en el factor dinámico del desarrollo económico y la economía argentina
adquirió un claro perfil de economía primaria exportadora, es decir, estuvo centrada en la
producción de productos primarios para la exportación, especialmente alimentos, antes
que en la elaboración de manufacturas industriales destinadas al consumo del mercado
interno. El afianzamiento de este modelo de desarrollo económico “hacia afuera” fortaleció
el dominio sobre el conjunto de la sociedad del grupo de los capitalistas agrarios. Este
grupo estaba integrado por los latifundistas exportadores y por sus socios extranjeros
dedicados a la elaboración y la comercialización de los productos primarios. Este dominio
se manifestó, además, en el establecimiento de un régimen político fuertemente restrictivo
y en el control del gobierno por parte de una elite política representante de los intereses
de los grupos de mayor poder económico y social.

La decisión de los terratenientes pampeanos de orientar sus producciones económicas


hacia la satisfacción de la creciente demanda de alimentos por parte de los países
industriales, se correspondió con una sostenida expansión, durante varias décadas, de las
exportaciones de cereales y carnes. A la vez, esta expansión estuvo profundamente
relacionada con el impacto de la revolución tecnológica sobre la navegación y el costo de
los transportes y, en el caso particular de la Argentina, también sobre la industria
frigorífica que permitió la conservación de productos perecederos, como las carnes. Pero
la nueva integración de la economía argentina al mercado internacional no se efectivizó
solamente por medio de la expansión del comercio. Otros dos aspectos de ese proceso
fueron, además, las grandes corrientes migratorias y los movimientos internacionales de
capitales que se registraron entre 1875 y 1914. Hacia 1860, la escasez de la mano de
obra en la zona pampeana planteaba un serio obstáculo para iniciar la explotación de las
tierras. El problema no podía resolverse esperando el crecimiento vegetativo de la
población existente, y la población de otras regiones del país también era escasa y se
caracterizaba por su inmovilidad. Esta dificultad fue superada a partir de la incorporación
de fuertes contingentes migratorios provenientes del exterior. Entre 1857 y 1914, el saldo
inmigratorio neto fue de 3.300.000 personas. De ese total, el 90% se radicó en la región
pampeana, pero solo una cuarta parte —alrededor de 800.000— permaneció en las zonas
rurales. Los capitales extranjeros llegaron principalmente desde Gran Bretaña: en los
primeros años del siglo XX, los capitales ingleses representaban el 81% del total de las
inversiones extranjeras en el país. Entre 1885 y 1890, el período en el que se registró el
ingreso del mayor flujo de capitales británicos, los principales destinos de las inversiones
fueron préstamos al gobierno (35%), ferrocarriles (32%) y compañías colonizadoras de
tierras (24%). Después de 1890 se notó una disminución sustancial del flujo de capitales
hasta los primeros años del siglo XX. A partir de entonces y hasta 1914, entre las nuevas
inversiones disminuyeron los préstamos al Estado, se mantuvieron las colocaciones en
ferrocarriles y en compañías de tierras y se registró un notable incremento de las
inversiones en el sector bancario y en frigoríficos.

El capitalismo se expandió en el sector agrario porque logró resolver, con cierto grado de
efi ciencia, cinco problemas simultáneamente: impuso la generalización de relaciones
mercantiles en un nuevo mercado estructurado para satisfacer, fundamentalmente, los
requerimientos del intercambio con el exterior; impuso, a través de la importación de
manufacturas industriales, la adopción de nuevos criterios tecnológicos y la introducción
de bienes de capital; logró eliminar algunos de los obstáculos sociales que el régimen de
tenencia de la tierra oponía a la libre inversión del capital; creó condiciones propicias para
disolver o subordinar ciertas formas de producción no capitalista e integrar a otras que, a
pesar de mantenerse como tales, fueron puestas al servicio del proceso de valorización
del capital; creó y controló un nuevo tipo de mercado de trabajo, estacional y permanente,
destinado a proveer de mano de obra asalariada a las empresas capitalistas en proceso
de consolidación.

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La base del proyecto de Perón para reorganizar la sociedad argentina era el desarrollo de
la industria nacional en el marco de la armonía entre las clases sociales. Con el propósito
de lograr la conciliación entre el capital y el trabajo, Perón buscó alianzas con los
sindicatos obreros y con las organizaciones de empresarios y, también, con los dirigentes
de los principales partidos políticos. Sus contactos más frecuentes fueron con los sectores
intransigentes del radicalismo, como el liderado por el Dr. Amadeo Sabattini.
La decisión de Ramírez, ante la presión diplomática de los Estados Unidos e Inglaterra de
romper relaciones con el Eje, provocó una crisis política entre los distintos sectores del
Ejército. Como consecuencia de ello, en febrero de 1944, Ramírez fue forzado a renunciar
y el sector nacionalista y neutralista del Ejército logró imponer como presidente al general
Edelmiro J. Farrell. La movida política aceleró el ascenso de Perón, quien pasó a ocupar
el cargo de ministro de Guerra, conservando el de secretario de Trabajo y Previsión y,
unos meses después, la vicepresidencia de la Nación. Al mismo tiempo que ganaba
espacio en las instituciones del Estado y crecía
su prestigio entre los oficiales más jóvenes, Perón procuraba ampliar los apoyos
necesarios en el ámbito de la sociedad civil.
Seguro de la adhesión de un gran número de trabajadores, intentó procurarse el apoyo de
los sectores capitalistas, en particular el de los empresarios industriales. En abril de 1944
fue creado el Banco de Crédito Industrial. Se trataba del primer banco estatal dedicado a
la promoción de la industria. También se organizó la Secretaría de Industria y Comercio.
El 25 de agosto del mismo año, en un discurso pronunciado en la Bolsa de Comercio —
que provocó muy variadas interpretaciones por parte de los historiadores—, Perón afirmó:
“Señores capitalistas, no se asusten de mi sindicalismo, nunca mejor que ahora estará
seguro el capitalismo, ya que yo también lo
soy, porque tengo estancia, y en ella operarios. Lo que quiero es organizar estatalmente a
los trabajadores, para que el Estado los dirija y les marque rumbos y de esta manera se
neutralizarán en su seno las corrientes ideológicas y revolucionarias que puedan poner en
peligro nuestra sociedad capitalista en la posguerra”.

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Desde 1930, los hacendados invernadores presionaron para que la Argentina firmara con
Gran Bretaña un acuerdo para asegurar la cuota de exportación de carnes al mercado
inglés en los niveles anteriores a la crisis.
El 2 de mayo de 1933, el representante del gobierno argentino, el vicepresidente Julio A.
Roca (hijo) y el ministro de Comercio de la Corona británica, Walter Runciman, firmaron
un acuerdo que fue conocido como el “Pacto Roca-Runciman”. Además de asegurar
cuotas de exportación para las carnes argentinas, este acuerdo reafirmó la relación
comercial con Gran Bretaña. Guillermo Leguizamón, abogado de los ferrocarriles ingleses
e influyente figura en las relaciones argentino-británicas de la época, calificó el pacto
como “el acontecimiento más importante en nuestra historia”. Los principales partidos de
la oposición —demócrata-progresistas, socialistas y
comunistas— calificaron al pacto como un acto de sometimiento frente al imperialismo
inglés.
Las cláusulas más importantes del acuerdo comercial fueron las siguientes: la Argentina
se aseguraba una cuota de importación no inferior a 390.000 toneladas de carne enfriada,
aunque Gran Bretaña se reservaba el derecho de restringir sus compras cuando lo
creyera conveniente. El 85% de las exportaciones de nuestro país debía realizarse a
través de frigoríficos extranjeros. El 15% restante sería exportado por empresas
argentinas, pero siempre que fuera colocado en el mercado mediante buques y
comerciantes británicos.
La Argentina se comprometía a mantener libres de derechos (sin impuestos) el carbón y
otros productos de origen británico. El gobierno también se comprometía a no reducir las
tarifas de los ferrocarriles británicos.
Además, debía brindar a las empresas británicas de servicios públicos un “tratamiento
benévolo y de protección de sus intereses”.
El vicepresidente Roca resumió en una frase el pensamiento de la delegación
negociadora del gobierno del general Justo: “por su importancia económica, la Argentina
se parece a un gran dominio británico”.

El pacto incluyó cláusulas secretas que fueron las bases de acuerdos comerciales y
financieros entre nuestro país y Gran Bretaña. En esas cláusulas, el gobierno argentino se
comprometía a la creación del Banco Central y de la Corporación de Transportes.
El Banco Central se constituyó como una sociedad mixta, integrada por bancos oficiales y
capitales extranjeros. La oposición señaló que la creación de esta nueva institución
significaba la delegación
en los capitales extranjeros del manejo de las finanzas del país, ya que la mayoría de los
accionistas y directores del Banco Central eran representantes de los capitalistas
extranjeros que no estaban bajo el control del Estado nacional.
En 1935, una ley del Congreso Nacional aprobó la creación de la Corporación de
Transportes. La ley concedía a empresas de capital británico el monopolio, por 56 años,
del transporte urbano de Buenos Aires. La nueva empresa tenía la exclusividad de los
transportes de la Capital Federal y podía exigir a los dueños de colectivos privados su
ingreso en la Corporación. Con el tiempo, los pequeños propietarios de transportes
urbanos, ante el riesgo de quebrar, debieron aceptar incorporarse a la empresa británica.

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Desde mediados de la década de 1880, los problemas financieros que afectaron el nivel
de ingresos de todos los grupos sociales pusieron en crisis la estabilidad del gobierno y
favorecieron la organización de la oposición política sobre nuevas bases.

Por un complejo conjunto de causas, desde 1885 comenzó un proceso de pérdida de


valor del peso argentino frente al oro, que era el medio de pago internacional. Uno de los
resultados de este proceso fue la inflación, que modificó los precios internos de la
economía argentina; otro fue la pérdida del valor adquisitivo de los ingresos de los
asalariados y productores que recibían sus ingresos en pesos, ya que cada vez eran
necesarios más pesos para comprar la misma cantidad de unidades de un producto. Esta
inflación resultaba beneficiosa para los sectores de la población vinculados con el negocio
de la exportación, particularmente para los terratenientes exportadores —que recibían oro
como pago por sus exportaciones— y también para los colonos, los comerciantes y los
transportistas. Pero perjudicaba a los sectores que dependían de ingresos fijos, como los
empleados en las empresas y comercios privados y en la administración pública, y los
obreros, cuyos salarios no crecían con la misma rapidez con que se acentuaba la
desvalorización del peso. Entre 1887 y 1889, en Buenos Aires y Rosario, tuvo lugar el
primer movimiento huelguístico de importancia en el país, protagonizado por obreros
ferroviarios —extendido más tarde entre zapateros, albañiles y carpinteros— que exigían
cobrar su salario en oro. Ante estas manifestaciones de descontento social, la oposición
política ganó confianza e inició una revolución con el objetivo de derrocar al gobierno.

A principios de 1889 la perspectiva de una cosecha pobre preocupó a los especuladores


de la Bolsa y el precio del oro comenzó a subir rápidamente. El ministro de Hacienda
prohibió la venta de oro en la Bolsa, pero esta medida nada resolvió y el funcionario
ordenó el cierre del Mercado de Valores. El ministro entonces comenzó a utilizar los
fondos de reservas de los Bancos Garantidos y, al mismo tiempo, intentó hallar nuevos
acreedores que prestaran dinero a un interés más bajo y exigieran una suma menor de
amortización anual. Finalmente, frente al fracaso de las gestiones, el ministro renunció. En
septiembre de ese mismo año, el gobierno propuso pagar en papel moneda el empréstito
de 1872 que correspondía amortizar por entonces. La noticia conmovió a los inversores.
Con el fin de evitar una catástrofe que los afectaría también a ellos, aseguradores y
suscriptores, como Baring Brothers, intervinieron como intermediarios entre el gobierno y
los inversores individuales. El gobierno no vaciló en rechazar las propuestas de los
banqueros extranjeros. Entonces, los bancos del país se vieron obligados a restringir los
créditos y el oro comenzó a huir hacia el extranjero. Hubo un principio de pánico. Era tal el
nerviosismo que los valores inmobiliarios fluctuaban de un día para otro. En todos los
órdenes de la vida económica ocurría lo mismo. La tierra, los bonos del empréstito, las
acciones ferroviarias, el valor del trigo, de la lana y de los cueros, todo experimentó una
caída vertical. Hacia fin de año, los pagos por amortizaciones, intereses y gastos
excedían el monto de los fondos obtenidos en el exterior. La banca internacional
suspendió el crédito y colocó al país al borde de la bancarrota. Comenzaron las corridas,
los bancos cerraron sus puertas, la circulación se contrajo aún más, se ahondó la crisis y
se detuvo bruscamente el ritmo del desarrollo económico.
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La política social impulsada por Perón fue produciendo el reagrupamiento político de los
distintos sectores que conformaban la sociedad argentina.
Los trabajadores y los sectores sociales que se beneficiaban directamente con la política
de Perón se agruparon en torno a la Secretaría de Trabajo y Previsión. Allí se reunían los
dirigentes sindicales
con Perón y definían las acciones a seguir y también de allí provenían los fondos y
recursos necesarios para organizar una fuerza política nueva, que no contaba con
ninguna estructura partidaria propia. Poco a poco, la Secretaría se transformó en un
referente político
de relevancia y la defensa de su accionar constituyó una de las principales banderas de
vastos sectores del movimiento obrero.
Los sectores que por distintos motivos eran opositores activos a Perón —organizaciones
empresarias, estudiantes universitarios, diversos núcleos de los sectores medios y la casi
totalidad de los partidos políticos— se fueron agrupando en una alianza social y política
alrededor de otra institución del Estado: la Corte Suprema de Justicia.
Esta polarización entre una institución que encarnaba la justicia social y otra que
representaba la legalidad constitucional ponía de manifiesto la lucha entre una y otra
alianza social para imponer su
dirección al conjunto de la sociedad y de las instituciones del Estado.
También creció la oposición a Perón entre los militares, en particular entre los núcleos de
oficiales nacionalistas y católicos más conservadores. Este sector recelaba del poder que
Perón acumulaba
(como vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión), de su
política obrera (que se había apartado de los objetivos iniciales de los golpistas de junio) y
le reprochaban no haberse opuesto a la ruptura de relaciones con Berlín.
La oposición política identificaba al gobierno y a Perón como “fascistas”, y reclamaba
elecciones para restituir la legalidad constitucional. El Partido Socialista, por ejemplo,
planteaba que, transitoriamente, se le entregara el poder a la Corte Suprema de Justicia.

12-

En enero de 1919, una huelga realizada por los obreros de los Talleres Metalúrgicos
Vasena en demanda de una jornada laboral de ocho horas y el pago de horas extra, se
extendió a otras fábricas de la Capital Federal. Presionado por los empresarios
metalúrgicos, el gobierno decidió imponer el orden enviando primero a la policía y
después al ejército, que reprimieron a los trabajadores. Los enfrentamientos se
sucedieron durante varios días y hubo alrededor de cien muertos. Estos hechos fueron
recordados como la “Semana Trágica”.

Durante la “Semana Trágica” surgió la “Liga Patriótica”, una organización integrada por
miembros de la elite que declaraban defender el orden social y la “nacionalidad más pura
del país”. En grupos armados, recorrían las calles de la ciudad en sus autos, protegían a
los rompehuelgas y fueron muy activos en la represión de las huelgas.

1-

Durante su segunda presidencia, Perón se propuso realizar cambios en la orientación


económica, con el objetivo de atenuar los efectos de la crisis. Se dejaron de lado algunos
aspectos de la política iniciada en 1946 y se dio paso a un programa de estabilización y
de mayor austeridad.
Los cambios ya habían comenzado en 1949, cuando Miguel Miranda, representante de la
burguesía orientada hacia el mercado interno, debió alejarse de su cargo como titular del
IAPI, y se profundizaron en 1953, con la puesta en marcha del Segundo Plan Quinquenal.
Se trató de un plan de ajuste, que intentó detener la inflación y aumentar la producción
por medio de la reducción del
consumo popular, el congelamiento de precios y salarios —prolongando por dos años los
convenios colectivos entre trabajadores y empresarios—, el recorte de los gastos del
Estado, los incentivos a
la producción y la exportación agropecuaria, la apertura a la entrada de capitales
extranjeros y la disminución de la presencia del Estado como empresario.
Los efectos de esta política tuvieron rápidos resultados: la inflación disminuyó, la actividad
agropecuaria mejoró y, en general, la producción recuperó los niveles anteriores a la
crisis. Contribuyeron a revertir la tendencia negativa el apoyo de los sindicatos al plan del
gobierno (aceptaron firmar convenios colectivos de más largo plazo) y la buena cosecha
de 1952-53.
Sin embargo la tensión social se reavivó en 1954. Ya superada la fase recesiva y
concluida la tregua salarial, los sindicatos reiniciaron la lucha por la distribución del
ingreso desplegando una intensa ola de huelgas.

2-

Apenas asumió la presidencia, Frondizi tomó dos decisiones relacionadas con las
promesas preelectorales: decretó u n aumento de salarios del 60%, que, en realidad, era
u n porcentaje casi equivalente al nivel de aumento ya registrado de los precios, e impulsó
una ley de amnistía que fue aprobada por el Congreso. Aunque esta ley no dejó definida
la situación legal del peronismo, permitió a sus adherentes usar públicamente sus
símbolos y legalizar sus organizaciones y actividades.

En el plano económico, el gobierno se propuso ejecutar el plan desarrollista, elaborado


con el aporte de Rogelio Frigerio, quien asumió como secretario de Relaciones
Económicas, y u n equipo-de empresarios y técnicos. El motor de la propuesta
desarrollista era impulsar el desarrollo de la llamada “industria pesada” — metalurgia,
siderurgia y petroquímica— con inversiones de capital y tecnología extranjeros.
Relacionado con esta m eta estaba el objetivo de modernizar el campo, mejorando la
mecanización de las tareas rurales:
así, se proponía aumentar la producción del sector agropecuario, lo que produciría u n
aumento de los saldos exportables y u n mejoramiento en el saldo de la balanza
comercial. Al mismo tiempo, se incrementaba la demanda para las nuevas máquinas-
herramienta producidas ahora en el país.

La aplicación del plan originó u n importante crecimiento de las inversiones extranjeras y u


n notable aumento en las producciones de acero, petróleo y automóviles. Sin embargo, el
gobierno no pudo evitar u n proceso de fuerte inflación y serias dificultades en la balanza
de pagos. Para resolver estos problemas, Frondizi convocó como ministro de Economía a
Álvaro Alsogaray — representante del liberalismo económico más ortodoxo— y avaló la
aplicación de u n “plan de estabilización”. Los elementos centrales de este plan eran el
congelamiento de salarios y la eliminación de las medidas regulatorias del Estado. Su
aplicación generó disminución de los salarios de los trabajadores, desocupación y
agudización de los conflictos sociales.
3-

El gobierno de Guido estuvo completamente subordinado al poder de las Fuerzas


Armadas. Sus jefes y los militares que, en distintas oportunidades, se sublevaron con el
objetivo de hacerse del m ando
eran quienes determinaban las políticas nacionales. El presidente Guido solo cumplía la
función de representar una fachada de legalidad democrática. Entre marzo de 1962 y
marzo de 1963, juraron
cincuenta ministros y secretarios de Estado, según contabilizaba el diario La Prensa.
Luego de cada enfrentamiento entre facciones de las Fuerzas Armadas, el bando ganador
ponía en escena u n nuevo
elenco gubernamental. Esta inestabilidad de funcionarios se correspondió con una
profunda inestabilidad en las políticas públicas, lo que agudizó las crisis económica, social
y política.

4-

En diciembre de 1966, Ongania reemplazó a su primer ministro de Economía, Néstor


Salimei —un empresario católico de la industria alimentaria local sin conexiones con el
capital transnacional— por Adalbert Krieger Vasena, un técnico vinculado con los centros
financieros internacionales. El nuevo ministro de Economía era de orientación neoliberal,
pero sus propuestas se caracterizaron por un pragmatismo que le permitió combinar
estrategias de diferente orientación doctrinaria.
Krieger Vasena anunció su plan el 13 de marzo de 1967. La medida de mayor impacto fue
la devaluación del 40% del peso moneda nacional. Según el ministro, esta sería la última
devaluación: explicó que como se trataba de una “devaluación anticipada” (el porcentaje
era mayor que el necesario para equiparar el peso al dólar), esperaba “reducir
paulatinamente las presiones inflacionarias y especulativas contra nuestra moneda”, lo
que contribuiría a la reactivación de la economía del país.
El plan estableció, además, retenciones a las exportaciones agropecuarias y disminuyó
los aranceles a las importaciones. Desde el punto de vista del ministro, estas medidas
buscaban no solo beneficiar al sector industrial sino también limitar el impacto de la
devaluación sobre el poder adquisitivo de los salarios. La disminución, a través de la
devaluación, de los precios de la carne y los derivados
del trigo — que eran los productos agropecuarios exportables— y la disminución de los
productos importados contribuyeron a mantener el valor del salario real.
Días después, Krieger Vasena decretó la suspensión de las convenciones colectivas de
trabajo — que permitían a los trabajadores discutir con los patrones aumentos de salarios
por rama de actividad— y otorgó un aumento de salarios del 15% a los trabajadores de
los sectores privado y estatal, anunciando que sería el último hasta diciembre de 1968. Al
mismo tiempo, firmó un acuerdo voluntario de precios con 85 empresas industriales
líderes productoras de bienes de mayor consumo en el mercado interno. A cambio de su
compromiso de no aumentar los precios, les ofreció ventajas especiales en materia de
créditos bancarios.

5-

La estrategia política de Perón consistió en la consolidación del orden institucional y en la


búsqueda de un “pacto social”. De este modo se proponía, en un contexto de intensa
conflictividad política y social, reasumir plenamente su liderazgo e impulsar una política de
reformas.
Para asegurar el funcionamiento de las instituciones políticas, Perón propuso un acuerdo
con los partidos de oposición, en particular con la UCR.
A diferencia de lo ocurrido entre 1946 y 1955, el peronismo en el gobierno aceptó el
Parlamento como un ámbito de discusión y negociación en la que el peronismo y el
radicalismo se reconocían como interlocutores legítimos.
En el plano social, Perón impulsó una tregua en la lucha por la distribución de la riqueza,
procurando un acuerdo entre la CGT y la CGE. El llamado pacto social proponía
disciplinar las relaciones entre trabajadores y empresarios con el objetivo de construir un
marco adecuado en el cual implementar un plan de reformas económicas.

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