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Andrenacci - Del Desarrollismo Al Inclusionismo
Andrenacci - Del Desarrollismo Al Inclusionismo
Luciano Andrenacci2
Resumen
Abstract
The paper analyzes the amelioration in life conditions of Latin American population,
during the first decade of the XXIst century from the point of view of the Welfare
Regimes category. It suggests a way of conceptualizing Latin American welfare regimes
with the help of both related literature and availiable evidence; and it assesses the
importance of recent changes in the historical structure of these regimes. It concludes
stressing the existence of sufficient elements to identify a transformation process, but
which dimension and depth depend on the present “inclusionist” trend to acquire more
definite universalist traits.
1
Por favor citar como “From Developmentalism to Inclusionism: On the Transformation of Latin
American Welfare Regimes in the Early 21st Century”; en Journal of Development Studies, Volume 28,
N° 1; Centrum für Internationale Entwicklung, Vienna, 2012.
2
Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM); Buenos
Aires, Argentina; y Programa de Desarrollo Humano de la Facultad Latinoamericana de Ciencias
Sociales (FLACSO), Sede Argentina.
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Introducción
La región latinoamericana atravesó, en los primeros años del siglo XXI, un proceso
económico, político y social muy diferente al de su pasado inmediato. En las últimas
décadas del siglo XX democracias inestables con fiscos endebles sobrevivían con
dificultad a las consecuencias económicas, políticas y sociales de las transformaciones
que habían inducido frente al agotamiento de las etapas “desarrollistas”. En el siglo XXI
democracias consolidadas, con fiscos relativamente sólidos y gastos sociales
crecientes, sostienen estrategias “inclusionistas” afrontando (aunque con éxito
discutido) las estructuras históricas de la desigualdad material de la región.
En la primera década del siglo XXI, luego de una larga crisis, una trabajosa
estabilización financiera y una relativa consolidación de la institucionalidad
democrática, importantes cambios de políticas públicas y una economía global
progresivamente favorable permitieron tasas de crecimiento razonablemente altas y
estables, así como mejoras visibles en las condiciones de vida de la población. En
medidas no dramáticas pero notables, las cifras de pobreza de la región tendieron a
descender y, en muchos países, a superar los logros del “desarrollismo”. A diferencia
de otras etapas, además, la desigualdad de ingresos tendió también a mostrar indicios
de baja que, tan moderados como puedan resultar, marcan potencialmente un cambio
de época (CEPAL, 2009 y 2010; PNUD, 2009).
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¿Se trata de cambios pasajeros, atribuibles a una coyuntura económica y política global
beneficiosa para la región, o hay indicios de cambios estructurales en este
“inclusionismo”, capaces de afectar la matriz histórica de relaciones políticas,
económicas y sociales de América Latina?
Desde los primeros años del siglo XXI las economías latinoamericanas han venido
generando más empleo (mayores oportunidades de inserción de la población en
circuitos de salarización o de trabajo por cuenta propia) y, argumentablemente, mayor
calidad de las actividades económicas (ingresos monetarios mayores y más estables).
Paralelamente se pueden observar cambios graduales pero importantes de políticas
públicas, especialmente de política social (Cecchini y Martínez, 2011). En este sector,
un descrédito importante del “neoliberalismo” se combinó con un renovado esfuerzo de
reducción de la pobreza y la desigualdad, asentado en una perspectiva
ideológicamente difusa pero claramente orientada a la “inclusión”, que (al igual que el
“neoliberalismo” de los '90) fueron adoptadas por regímenes políticos de signo
partidario e ideológico diverso. A falta de síntesis conceptuales definitivas, se le llama a
esto inclusionismo.
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ingresos monetarios de los hogares, muestran una importante tendencia a la baja en
proporción (aunque no tan decididamente en cantidad) que se releva con facilidad tanto
a nivel regional como por países. Del 44% de pobreza total y 19% de pobreza extrema
en 1999, a fines de la primera década del siglo XXI la reducción es bastante clara, con
cifras de 32% y 13%, respectivamente en las proyecciones para 2010.
Cierto es que las mejoras en la pobreza no son suficiente indicio de cambio estructural,
porque la circunstancia históricamente más notable de la región han sido sus altos
niveles de desigualdad. Pero por primera vez en más de tres décadas los indicadores
más usuales de concentración del ingreso monetario muestran mejoras; y la medición
de brechas de ingreso (distancia entre grupos que perciben más y menos ingreso
monetario) muestra una tendencia no muy marcada pero efectiva hacia una distancia
menor entre sectores más pobres y más ricos.
La medición del gasto público social, además, a diferencia de los años ’90, muestra
aumentos más sustantivos e impactos más positivos en la desigualdad de ingresos. En
la primera década del siglo XXI el gasto público total y el social aumentaron junto con el
producto bruto y en proporción al mismo. Mientras que el gasto público total se
recuperó y superó levemente a los niveles de 1990, el gasto público social se duplicó
en promedio. A pesar de que el gasto público social latinoamericano ha tenido
históricamente un impacto leve sobre pobreza y desigualdad, es posible también
detectar un tímido pero persistente proceso de cambio positivo.
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Cierto es que, si en muchos países hay evidencia de que los mayores ingresos
monetarios provienen de la expansión de la salarización formal, en la mayoría la
evidencia más fuerte es la del crecimiento en el número de individuos ocupados que
registran los hogares pobres. La mirada por categorías de la población, asimismo,
muestra niveles de pobreza estables o incluso crecientes en por lo menos tres sectores
específicos: los niños, los adultos mayores, y las mujeres y los individuos que se
asumen explícitamente como indígenas. La mejora en la actividad económica, el
empleo y el gasto público social no necesariamente se traduce en una mejora estable e
igualitaria de las condiciones de vida de toda la población.
Suponiendo, sin embargo, que hay motivos suficientes para el optimismo, resta
preguntarse si estas transformaciones positivas, con todos sus matices, son evidencia
suficiente de un cambio de época en la estructura y la lógica de las desigualdades
sociales históricas que atraviesan a América Latina. Planteo aquí que algunos indicios
de esto pueden encontrarse llevando la discusión al plano de los “regímenes de
bienestar”.
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términos de estratificación social y en las asimetrías de las relaciones sociales en
general.
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Entre estos fundamentos diferentes aparecen las particulares estructuraciones del
capitalismo respecto de las economías de subsistencia, los capitalismos de enclave y
los “predatorios”; la naturaleza informal, precaria, opresiva y/o esclavizante de las
relaciones laborales; la naturaleza más o menos poliárquica de los sistemas políticos;
la fortaleza relativa del Estado; y la existencia parcial, fragmentaria, caótica y/o
inexistencia de esquemas de políticas sociales.
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recaer los arreglos de bienestar en las relaciones comunitarias y/o familiares de
manera casi exclusiva. Pero el contexto de opciones económicas de dichas
organizaciones sociales es inestable, contingente, e incluso violento. Las opciones van
desde la economía de subsistencia, pasando por la vinculación precaria con economías
capitalistas restringidas, hasta las economías negras del tráfico ilegal. El resultado es
una situación de sistemático subconsumo y exclusión grave de servicios sociales
básicos.
Por una parte, creó las condiciones de posibilidad de una gran desigualdad de
situaciones materiales, agudizada por la propia fragmentación económica, asunto que
la CEPAL históricamente tematizara como el problema de la “heterogeneidad
estructural” (Pinto, 2008). Mientras que un conjunto reducido de sectores de la
población gozó históricamente de estándares de vida altos, a partir de iniciativas
empresariales y/o salarización formal combinadas con protección estatal y seguridad
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social; una parte masiva de la población realiza actividades económicas no (o muy
parcialmente) reguladas por la ley; que producen ingresos bajos e inestables; carece
de protección social y sobrevive al borde de condiciones de subconsumo extremo. A
este fenómeno, contracara inseparable de la desigualdad, se lo discutió históricamente
en asociación con la idea de “marginalidad” (Nun, 1969 y 2001), más recientemente
bajo la categoría de “exclusión” (Wood, 2005).
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Las tres esferas del régimen de bienestar latinoamericano, en la práctica, funcionaron
así como garantes de desigualdad. El mercado siempre estuvo fuertemente
fragmentado entre un sector formal integrado “ordenadamente” al mercado global y un
sector informal extenso, inestable y de muy bajos ingresos. La salarización fordista
ocupó, asimismo, un lugar singular. No fue un estatus masivo, modo predominante de
la integración social, a la manera europea occidental o norteamericana, sino un estatus
privilegiado, ventana de acceso ocasional o limitada a una protección elitista.
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una mezcla de desigualdad con segmentación que, en muchos países, cristaliza en lisa
y llana dualidad social.
Se pueden rastrear estos efectos perversos y/o limitaciones en las tres esferas de los
regímenes de bienestar latinoamericanos. El carácter problemático del empleo
producido por las economías latinoamericanas, en primer lugar, como nos ha mostrado
Víctor Tokman, generó históricamente una tendencia a la existencia de niveles
relativamente altos de precariedad, inestabilidad, bajos ingresos reales, informalidad e
ilegalidad. La dificultad de obtener ingresos monetarios por medio de la actividad
económica afecta a gran parte de la población rural autónoma minifundista y a los
“asalariados” en producciones latifundistas. Históricamente, esta relativa incapacidad
de generación de empleo capitalista incluyente en el campo estuvo en la base tanto de
la persistencia histórica de las economías rurales de subsistencia, como de las
migraciones hacia las áreas urbanas de la región. El empleo disponible en áreas
urbanas, por su parte, no es menos problemático, y es igualmente limitado como vector
de inclusión. Las ciudades se caracterizan por su extensa precariedad y por la
habilitación de ingresos que sólo permiten a grandes mayorías de la población
situaciones de subconsumo, enormes obstáculos a la acumulación y barreras a
menudo infranqueables a la movilidad social ascendente. Por las características de
estos procesos, además, el carácter problemático de la sobrevivencia se concentró en
las mayorías rurales y periurbanas y, específicamente, en las franjas poblacionales de
niños, jóvenes y mujeres; y en las minorías étnicas.
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y las asignaciones familiares son menos comunes. En algunos países la seguridad
social existente tiene una calidad razonable pero una cobertura limitada, mientras que
en otros la seguridad social se expandió en cobertura, pero el nivel de calidad de sus
prestaciones está restringido o se vio sujeto a un proceso de debilitamiento con las
reformas de los años ’90. En todos los casos, la seguridad social no cumple con un rol
de protección general frente a los riesgos de la vida activa, y se presenta más bien
como un privilegio de acceso limitado y carácter parcial.
Esta presión difícil de satisfacer es abordada, de otra manera, a través del carácter
contingente, poco sistemático, parcial y de bajo impacto relativo de la política
asistencial. La política asistencial latinoamericana, conjunto de intervenciones sociales
del Estado sobre grupos considerados en riesgo de sobrevivencia, es en general
bastante selectiva, su criterio de selección es errático, y su modalidad de “entrega” es
notablemente clientelista, tanto en su modalidad clásica no sistemática como en su
versión “tecnificada” contemporánea. Los programas de alivio a la pobreza suelen
identificar los atributos de la población en situación de pobreza e intervenir (de manera
bastante fragmentaria y parcial) sobre cada uno de ellos (salud materno-infantil,
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escolarización de niños y jefes de hogar, precariedad de las vivienda, indigencia, etc.),
como si actuar sobre el atributo pudiera afectar decididamente la dinámica de una
trayectoria procesual.
Como se sabe, la familia nuclear clásica funciona en todos los niveles sociales
subordinando a la mujer a su función biológica de reproducción y a su función social de
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organización doméstica. En los sectores de altos ingresos la mujer “compra” su
libertad, pero cuando la familia deviene mecanismo de sobrevivencia, estas funciones
de subordinación se intensifican, agravadas por las prácticas culturales y religiosas
dominantes, transformando a la mujer en una suerte de sub-ciudadano al servicio de la
sobrevivencia material de su esposo y/o de sus hijos.
Como se señaló, la primera década del siglo XXI presenció una generalizada tendencia
a cambios de gobierno favorables a partidos y coaliciones de centro-izquierda, o
incluso, cuando estos partidos y coaliciones son de centro o centro-derecha, a la
presencia de un discurso sensible a la pobreza y la desigualdad y a la necesidad de
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cambios estratégicos en el funcionamiento de la economía y de la política social. Le he
llamado a esto “inclusionismo”.
A pesar de estas razones, todas atendibles, afirmaré que los grandes ejes de nuestros
regímenes de bienestar -la inclusión problemática en la economía, la subordinación
negativa en la política social y la sobredependencia perversa de los arreglos
comunitarios y familiares- han entrado en las agendas nacionales de política pública
como problema por resolver.
Respecto del primer eje, porque los gobiernos de la región sometieron a escrutinio
crítico el rol del Estado en la generación de oportunidades económicas y las pautas de
generación de empleo de sus respectivas economías. Dos grandes procesos han sido
identificados por los investigadores del tema (Cornia, 2010). Por una parte, una mayor
preocupación por la pauta de empleo de las economías nacionales condujo a
búsquedas de regulación estatal más “fina” de la economía a través de mecanismos de
formalización del empleo, de mecanismos de generación de empleabilidad y de
mecanismos de regulación del comercio y del consumo favorables al sostén o la
reducción del costo de vida. Por otra parte, es posible identificar un Estado más activo
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en la regulación del ciclo macroeconómico con mecanismos financieros y cambiarios, e
incluso capaz de intervenir directamente en esferas estratégicas de la economía
nacional promoviendo el desarrollo de sectores, la integración vertical de cadenas
productivas, o incluso con estatizaciones parciales o totales.
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subordinación de género. En la “familia” se unen curiosamente los pensamientos
conservadores y populistas, con las mujeres pobres como víctimas predilectas de un
neomoralismo sorprendentemente amplio.
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ámbito de regulación e intermediación del conflicto de un modo difícil de encontrar en la
historia pasada de la región.
A manera de conclusión
Pese a que se necesita una perspectiva histórica de más largo plazo para identificar
tendencias capaces de transformar sustantivamente los regímenes de bienestar
latinoamericanos, el efecto combinado de la crisis socioeconómica de las '80, las
reformas neoliberales de los '90 y las contrarreformas “inclusionistas” de la primera
década del siglo XXI parecen haber abierto y profundizado un proceso de cambio de
dimensiones estructurales.
Ésa es, sin embargo, la única afirmación taxativa que la falta de perspectiva histórica
puede admitir. Estos cambios son aún susceptibles de lecturas muy divergentes entre
sí. Una mirada optimista insistiría en la presencia de intentos serios de alterar las
secuelas históricas de la desigualdad por medio de cambios estratégicos en nuestros
regímenes de bienestar. Una mirada pesimista, por su parte, se detendría con cautela
en la rearticulación de mecanismos económicos, políticos y culturales clásicos de
desigualdad en prácticas de política pública y moldes ideológicos sólo aparentemente
modernos.
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Al mismo tiempo, deben sugerirnos cautela muchos aspectos del financiamiento y de la
gestión de estos procesos. Estructuras fiscales regresivas o de presión baja sobre las
clases más pudientes hacen que el gasto social tenga un efecto distributivo tenue y la
desigualdad de ingresos siga siendo brutal. Por otra parte, las tensiones que estas
estrategias generan respecto de burocracias públicas con fuertes dificultades de
planificación, estilos patrimoniales y clientelares, y déficits de efectividad nos llaman la
atención sobre la necesidad de aumentar la capacidad estatal (conclusión a la que,
sintomáticamente, también había llegado el diagnóstico neoliberal en los '90).
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eficiencia sistémica de la “focalización boba” de los años ’90. La generalización de las
transferencias condicionadas de ingreso representó un avance en forma de
reconocimiento de una suerte de derecho al consumo que, en economías capitalistas,
es bastante más horizontal y democrático que el derecho a la asistencia social. El
surgimiento de iniciativas tendientes a vincular la asistencia social a la restauración o la
promoción de la autonomía económica de los sujetos, como la economía social o el
microcrédito, si bien de alcance naturalmente limitado, son también manifestaciones de
comprensión de la pobreza como un conjunto de situaciones y procesos, alejando las
utopías tecnicistas que asocian el combate a la pobreza con la identificación y la
neutralización de los atributos individuales de los pobres. Es necesario recordar, sin
embargo, que la política asistencial, en sociedades capitalistas y en su mejor versión,
sólo puede ser un sustituto de la integración por el mercado.
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