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EL EVANGELIO DE LUCAS

INTRODUCCIÓN

El Autor. La belleza superior de este libro es anuncio del atractivo personal de su autor y de la
dignidad e importancia del tema que desarrolla. Lo escribió Lucas, "el médico amado", y trata de
la vida y obra salvadora de nuestro Señor. La frase que describe al escritor como "el médico
amado", está llena de significado. La escribió Pablo, cuando estaba preso en Roma, a sus amigos
de la lejana Colosas. Indica que Lucas fue un hombre culto y con preparación científica y que el
encanto de su modo de ser era tan conspicuo que era conocido de las iglesias cristianas de
Europa y Asia. La conexión en la que se presenta la frase indica que Lucas no era judío sino
gentil de nacimiento, y además, que era compañero íntimo de Pablo.
A la pluma de Lucas se atribuye no sólo este tercer Evangelio sino también el libro de los
Hechos. Fue un hombre tan modesto que nunca mencionó su propio nombre ni siquiera al relatar
episodios en los que desempeñó un papel prominente. Sin embargo se da a conocer en cada
página de sus escritos y fue sin duda alguna un hombre que gozó de muchas simpatías,
observador agudo, historiador cuidadoso, y amigo fiel.
La historia de su íntima relación con Pablo comienza en el relato del segundo viaje
apostólico del apóstol cuando estaba a punto de zarpar de Troas para el memorable viaje que iba
a producir el establecimiento del cristianismo en un nuevo continente. Los dos amigos viajaron
juntos hasta Filipos, donde fue fundada una vigorosa iglesia; y cuando Pablo siguió viaje por
Macedonia y Grecia, Lucas se quedó, posiblemente para cuidar de los recién convertidos. Siete
años después, cuando Pablo se hallaba en el tercer recorrido misionero, parece que encontró a
Lucas en Filipos y que se hizo acompañar de él a Jerusalén. Cuando Pablo fue arrestado y
confinado por dos años a Cesárea, Lucas lo acompañó. Más tarde compartieron los peligros del
viaje a Roma y el naufragio que durante el mismo tuvo lugar, y el encarcelamiento en la ciudad
imperial. Parece que Pablo fue libertado y vuelto a encarcelar; y cuando escribió la última carta,
ya ante la perspectiva del próximo martirio, el único amigo que le permaneció fiel y que lo
consoló en su soledad fue Lucas.

El Evangelio. Como era de esperar, las características del relato compuesto por un autor así bon
(1) belleza literaria excepcional; estamos ante un fruto inconfundible de la cultura griega. El
Espíritu divino escogió y habilitó un instrumento único en la personalidad poética y refinada de
Lucas, y por medio del mismo dio al mundo esa versión del relato evangélico de estilo más
exquisito y de forma más acabada.
Sin embargo Lucas no fue sólo un hombre culto; fue también un médico cristiano y por
consiguiente hombre de amplia y tierna compasión; por esto su relato se caracteriza por (2) un
cautivante interés humano. Es una historia de la vida tal cual es; empapada de emoción, llena de
alegrías y pesares, de cánticos y lágrimas; se expresa con alabanzas y oraciones.
Es el evangelio de la infancia. Con sus tiernos relatos del nacimiento de Juan el Bautista y
de Jesús, coloca una aureola inmarcesible de gloria en la frente de la infancia, y sólo él nos ha
conservado el cuadro precioso de la niñez de nuestro Señor. Es el evangelio de la feminidad. Nos
dibuja el grupo inmortal de mujeres asociadas a la vida de Jesús. Vemos a Elizabet y a la virgen
madre y a la anciana Ana, a la viuda de Naín, a las hermanas de Betania, y a la pecadora
arrepentida, a la enferma encorvada por Satanás y a la extranjera que felicita a María. Al grupo
que sirve a Jesús en sus viajes y a las "hijas de Jerusalén" llorando en el camino que lleva a la

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cruz.
Es el evangelio del hogar. Nos ofrece rasgos de la vida familiar de Nazaret, del episodio
en la casa de Simón, de la hospitalidad de Marta y María, de la cena con los dos discípulos en
Emaús y el ambiente en las parábolas del amigo importuno de medianoche, de la mujer que
busca por toda la casa la moneda perdida y del pródigo que regresa a la casa de su padre.
Es el evangelio del pobre y el humilde; nos pone en guardia contra los peligros de la
riqueza y manifiesta simpatía y esperanza por quienes están oprimidos por la pobreza y la
necesidad. Esta simpatía resuena en el cántico de María, en el primer sermón del Salvador, en la
primera Bienaventuranza, "Bienaventurados vosotros los pobres". Lucas menciona también las
parábolas del rico insensato y la del hombre rico y Lázaro, y pinta, al igual que Marcos, el
cuadro de la viuda que ofrece al Señor sus dos blancas.
Es también el evangelio de la alabanza y la oración, expresiones de las convicciones y
anhelos más profundos del corazón humano. El Evangelio se inicia con una escena en el Templo
a la hora del incienso y con el "Magnificat" de María y los cánticos de Zacarías y de los ángeles.
Concluye con la bendición del Señor que asciende y la acción de gracias de los discípulos
gozosos.
Lucas, sin embargo, no sólo fue un hombre culto y el "médico amado"; fue también
compañero de Pablo y recorrió con el apóstol una gran parte del mundo romano; por esta razón
escribió lógicamente un evangelio que se caracteriza por (3) su interés universal.
En él no se dan prejuicios estrechos de los que dividen a las razas; uno de aquellos
samaritanos despreciados se ofrece como ejemplo supremo de amor al prójimo, los ángeles
cantan acerca de la paz entre los hombres, y el anciano Simeón dice de Jesús que será "luz para
revelación a los gentiles" además de ser "gloria de tu pueblo Israel". Sólo Lucas ofrece los
elementos históricos que vinculan la historia sagrada del mundo a la historia secular. Su
perspectiva es ilimitada. Considera que las buenas nuevas concernientes a Cristo son un mensaje
vital para el bienestar y redención de todo el género humano.

El retrato de Jesús. 1. El hombre ideal. Estos aspectos de su Evangelio combinan con el retrato
de Jesús que Lucas dibuja. La índole de Jesús es tan sutil y compleja que desafía todo intento de
análisis exacto, y sin embargo, es evidente que algunos de sus rasgos, aunque comunes a todos,
los evangelistas los subrayan más unos que otros. Mateo pinta su majestad, Marcos su fortaleza y
Juan su sublimidad; Lucas en cambio descubre su belleza, y pinta el cuadro del Hombre ideal, el
Salvador del mundo.
Posiblemente no habría dos personas que coincidiesen en cuanto a los elementos
primordiales de la condición humana perfecta; sin embargo nadie negaría que tal fuera la
humanidad de Jesús, y nadie pondría en tela de juicio que hay dos o tres cualidades morales que
manifestó en grado superlativo, cualidades en las que Lucas hace mucho hincapié.
Ante todo Jesús manifestó una valentía sin par. Para algunos intérpretes esta intrepidez
constituyó la esencia misma de la "humanidad de Cristo". No fue un predicador de justicia,
impotente y sin nervio, sino un hombre de fortaleza, de resolución intrépida, de acción valiente.
El populacho ansiaba destruirlo apenas comenzada su obra en Nazaret, pero sus enemigos se
acobardaron ante su presencia majestuosa: "mas él pasó por medio de ellos, y se fue". Le
aconsejan que salga del territorio de Herodes pero él lanza un desafío al rey, comenzando su
mensaje con las palabras, "Id, y decid a aquella zorra". La sección de este Evangelio, que
comprende diez capítulos, y que narra los últimos viajes de nuestro Señor, se inicia con una frase
profundamente significativa, "afirmó su rostro para ir a Jerusalén". Antes de esto sólo hay cinco

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capítulos dedicados a su ministerio, y sólo cinco siguen. Durante todo el largo período descrito
en los capítulos de en medio, Jesús prevé claramente su próximo rechazo, su sufrimiento y
muerte venideros, pero con intrepidez y paso resuelto se encamina hacia la cruz. Esta valentía
incomparable de Cristo empequeñecen hasta la insignificancia todos los heroísmos de la historia.
Más obvia todavía es la compasión tierna e ilimitada de este Hombre ideal. En su primer
discurso declara haber venido "para dar buenas nuevas a los pobres ... a pregonar libertad a los
cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos"; y al seguir sus pisadas vemos
hasta qué extremo su tierno corazón se compadecía de todos los que sufrían y andaban afligidos ;
secaba las lágrimas de dolor; mostraba piedad por los proscritos e impuros; recibía a los
pecadores y los publícanos lo agasajaban; alababa a los samaritanos y confortaba al ladrón
agonizante. Este mundo no posee otro cuadro como éste de una compasión, ternura y amor tan
perfectos; y esto es esencial para poder hablar de una auténtica condición humana.
Más misteriosa, aunque no menos real, fue su fe inquebrantable. Vivió una vida de unión
constante con Dios. La primera frase suya que se menciona, afirma "en los negocios de mi Padre
es necesario estar". Y al término de su vida entregó el espíritu en la cruz con las palabras, "Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu". Todos los días de su vida y todo su ministerio se vieron
colmados de una oración incesante. En por lo menos siete ocasiones se afirma que estaba orando:
en su bautismo, cap. 3: 21; después de sanar al leproso, cap. 5:16; antes de la elección de los
discípulos, cap. 6:12; antes de la gran confesión de Pedro, cap. 9:18; en su transfiguración, cap.
9:29; antes de enseñar a sus discípulos a orar, cap. 11:1; en las primeras agonías de la
crucifixión, cap. 23: 34. Y también enseñó a sus discípulos a ser importunos en la oración, cap.
11:5-10, a orar con perseverancia, cap 18:1-7, y con penitencia, cap 18:9-14. Tal confianza en
Dios, tal compasión, tal valentía, son sin duda los elementos más prominentes entre los muchos
que forman la trama de este retrato del Hombre ideal.

2. El Salvador del Mundo. Sin embargo, Lucas ha escrito una versión del Evangelio y por
consiguiente ha producido mucho más que un cuadro de perfección humana o la historia de una
vida ideal. El Evangelio es las "buenas nuevas" de salvación que nuestro Señor nos ha
garantizado; y en la narración de Lucas contemplamos a Uno que no sólo fue extraordinario en
su condición humana sino también el Salvador del mundo. En la realización de esta obra
redentora fue que reveló tal valentía y afirmó en tal modo su rostro para ir a Jerusalén. La
salvación que nos procuró es inseparable de la cruz.
Fue una salvación ofrecida a todos, su compasión no conoció fronteras sino que se
extendió hasta el último y más humilde de los hombres — al publicano despreciado, al pecador
proscrito, al samaritano odiado, al ladrón crucificado.
Pero también, del mismo modo que siempre confió en su Padre, así la salvación que nos
consiguió depende de la fe en él como Redentor y Señor, una fe que comparta arrepentimiento,
confianza, sometimiento y sacrificio. Uno debe estar dispuesto a considerar el precio, a
abandonar todo lo que se interpone entre uno mismo y el Maestro. Esta salvación, sin embargo,
es totalmente de gracia, inmerecida, gratuita, que el Padre ofrece a todos los que se entregan al
cuidado amoroso de su Hijo.
Esta salvación debía proclamarse a todas las naciones. Aquellos que la conocieron, y que
la aceptaron, debían convertirse en testigos de la verdad transformadora. Para ese testimonio
necesitarían valentía, compasión ilimitada y fe inquebrantable, y en esta valentía, compasión y fe
serían como su Maestro quien a través de tales cualidades se manifestó como el Hombre ideal al
mismo tiempo que era el divino Salvador del mundo.

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ESQUEMA
I
PREÁMBULO DEL EVANGELIO. Lucas 1:1-4

II
NACIMIENTO E INFANCIA DE JESÚS. Caps. 1:5 al 2:52 24
A. Anuncio del nacimiento de Juan. Cap. 1: 5-25
B. La anunciación a María. Cap. 1: 26-38
C. El "Magníficat". Cap. 1:39-56
D. El nacimiento de Juan, y el "Benedictus". Cap. 1:57-80
E. El nacimiento de Jesús. Cap. 2:1-20
F. La presentación de Jesús, y el "Nunc Dimittis". Cap. 2:21-40
G. El Niño Jesús en Jerusalén. Cap. 2:41-52

III
LA PREPARACIÓN. Caps. 3: 1 al 4: 13
A. La predicación de Juan. Cap. 3:1-20
B. El bautismo de Jesús. Cap. 3:21, 22
C. La genealogía de Jesús. Cap. 3:23-38
D. La tentación de Jesús. Cap. 4:1-13

IV
EL MINISTERIO EN GALILEA. Caps. 4: 14 al 9:50
A. Primer Período. Cap. 4:14-44
1. Jesús predica en Nazaret. Cap. 4:14-30
2. Jesús realiza milagros en Capernaum. Cap. 4:31-44

V
LOS VIAJES HACIA JERUSALÉN. Caps. 9:51 al 19:28
A. Primeras Etapas. Caps. 9:51 al 13:21
1. Los samaritanos inhospitalarios. Cap. 9:51-56
2. Jesús censura la precipitación, la insinceridad y la indecisión. Cap. 9: 57-62
3. Misión de los setenta. Cap. 10:1-24
4. El buen samaritano. Cap. 10:25-37
5. Marta y María. Cap. 10:38-42
6. Jesús y la oración. Cap. 11:1-13
7. Jesús censura la blasfemia y la incredulidad. Cap. 11:14-36
8. El fariseísmo desenmascarado y atacado. Cap. 11:37-54
9. Estimulo a un testimonio fiel. Cap. 12:1-12
10. Advertencia contra la codicia. Cap. 12:13-21
11. Remedio para la ansiedad. Cap. 12:22-34
12. Exhortación a la vigilancia. Cap. 12:35-48
13. Jesús, causa de división. Cap. 12:49-59
14. Llamamiento al arrepentimiento. Cap. 13:1-9
15. Curación en Sábado. Cap. 13:10-21

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B. Segundas Etapas. Caps. 13:22 al 17:10
1. La puerta estrecha. Cap. 13:22-30
2. Mensaje a Herodes y lamento sobre Jerusalén. Cap. 13:31-35
3. Jesús, huésped en Sábado. Cap. 14:1-24
4. Considerar el precio. Cap. 14: 25-35
5. El hijo pródigo. Cap. 15
6. El mayordomo infiel. Cap. 16:1-13
7. El rico y Lázaro. Cap. 16:14-31
8. Advertencias a los discípulos. Cap. 17:1-10
C. Últimas Etapas. Caps. 17: 11 al 19:28
1. El leproso samaritano. Cap. 17:11-19
2. La venida del reino. Cap. 17:20-37
3. El juez injusto. Cap. 18:1-8
4. El fariseo y el publicano. Cap. 18:9-14
5. Jesús recibe a los niños. Cap. 18:15-17
6. El joven rico. Cap. 18:18-30
7. Jesús vuelve a predecir su muerte. Cap. 18:31-34
8. El ciego de Jericó. Cap. 18:35-43
9. La conversión de Zaqueo. Cap. 19:1-10
10. Parábola de las minas. Cap. 19:11-28

VI
EL MINISTERIO FINAL. Caps. 19: 29 al 21:38
A. La entrada triunfal. Cap. 19:29-48
B. Pregunta en cuanto a la autoridad. Cap. 20:1-8
C. Parábola de los labradores. Cap. 20:9-18
D. La cuestión del tributo. Cap. 20:19-26
E. Pregunta sobre la resurrección. Cap. 20:27-40
F. La pregunta de Jesús. Cap. 20:41-44
G. Advertencia contra los escribas. Cap. 20: 45-47
H. La ofrenda de la viuda. Cap. 21:1-4
I. La destrucción de Jerusalén y la venida de Cristo. Cap. 21: 5-38
1. La era actual. Cap. 21:5-19
2. La destrucción de Jerusalén. Cap. 21:20-24
3. La venida de Cristo. Cap. 21:25-28
4. Aliento a la esperanza y a la vigilancia. Cap. 21:29-36
5. Afirmación histórica. Cap. 21: 37, 38

VII
LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN. Caps. 22 al 24
A. La traición de Judas. Cap. 22:1-6
B. La última cena. Cap. 22:7-38
C. La agonía en Getsemaní. Cap. 22:39-46
D. Arresto de Jesús. Cap. 22:47-53
E. Negación de Pedro. Cap. 22:54-62
F. Jesús ante los dirigentes judíos. Cap. 22:63-71

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G. Jesús ante Pilato. Cap. 23:1-25
H. La crucifixión. Cap. 23:26-38
I. El ladrón arrepentido. Cap. 23:39-43
J. Muerte y sepultura. Cap. 23:44-56
K. El sepulcro vacío. Cap. 24:1-12
L. La caminata a Emaús. Cap. 24:13-35
M. Jesús se aparece a los apóstoles. Cap. 24:36-43
N. Las palabras finales. Cap. 24:44-49
O. La ascensión. Cap. 24:50-53

I
PREÁMBULO DEL EVANGELIO
Lucas 1:1-4

1 Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre
nosotros han sido ciertísimas, 2 tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron
con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, 3 me ha parecido también a mí, después de haber
investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh
excelentísimo Teófilo, 4 para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido
instruido.

Este prefacio es una joya perfecta de arte griego; incluso en su versión española, si pierde
algo de su encanto literario, es muy poco. Como prólogo se lo considera insuperable por su
brevedad, modestia y dignidad. Sin embargo, la valía del mismo no está en la belleza que posee
sino en lo que tiene de testimonio en cuanto a la veracidad del autor y en cuanto al valor
histórico y a la absoluta credibilidad del relato evangélico. El hecho de la inspiración no debería
ofuscarnos con respecto a los medios humanos por medio de los cuales el Espíritu Santo se
aseguró una absoluta exactitud en la comunicación de la verdad y en la composición de las
Sagradas Escrituras.
En este caso se nos abren las puertas al estudio de un gran historiador. Averiguamos
cuáles fueron sus herramientas y cuáles los materiales que utilizó; se nos dicen cuáles fueron sus
motivos y cuáles los métodos que siguió en su trabajo; y se nos habla de su idoneidad para esa
gran tarea. Ante todo, tiene ante sí muchos relatos escritos acerca del ministerio de Jesús. No los
repudia por inexactos pero considera que ninguno de ellos es adecuado. Los compara y los
combina, y con ello se procura unos esquemas valiosos para su propio relato, más completo.
Luego, también, insinúa que está viviendo y escribiendo en los mismos escenarios de los
sucesos que menciona, en su mismo ambiente: tal como lo indica la frase "las cosas que entre
nosotros han sido ciertísimas", lo que relata había ocurrido hacia muy poco. Tiene, pues, acceso
al testimonio de hombres que fueron testigos oculares de estos acontecimientos y que han
enseñado públicamente el evangelio.
Más aún, nos da garantías en cuanto al absoluto esmero con que ha investigado los
incidentes de ¡a vida y del ministerio de Cristo, incluso de los primerísimos episodios. Ha
examinado el material recogido, ha sopesado las pruebas, y sólo va a relatar los hechos
comprobados.
Estos hechos los va a relatar "por orden", es decir, en una secuencia temporal, y, más

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todavía, cuidando con esmero el equilibrio y la integridad, tal como conviene a una composición
científica, histórica.
Dedica el libro a Teófilo cuyo calificativo, "excelentísimo", indica que se trata de alguien
de un cierto rango, que ocupa una posición oficial, alguien a quien un autor no se arriesgaría a
ofrecer una obra prematura, imperfecta e inexacta, sobre todo si aquel a quien está dedicada
posee ya información acerca del asunto tratado.
Así pues, este preámbulo muestra que el propósito último de Lucas fue confirmar la fe de
Teófilo, quien parece ser su protector y amigo, y ahondar su convicción en cuanto a la veracidad
del relato evangélico Una introducción así no habrá de dejar de recordar al lector que nuestra fe
cristiana se basa en el fundamento indiscutible de los hechos históricos.

II
NACIMIENTO E INFANCIA DE JESÚS
Caps. 1:5 al 2:52

A. ANUNCIO PEL NACIMIENTO DE JUAN


Cap. 1: 5-25

5 Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase
de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elizabet. 6 Ambos eran justos delante
de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. 7 Pero no
tenían hijo, porque Elizabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada.
8 Aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su
clase, 9 conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando
en el santuario del Señor. 10 Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del
incienso. 11 Y se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del
incienso. 12 Y se turbó Zacarías al verle, y le sobrecogió temor.
13 Pero el ángel le dijo: Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer
Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan. 14 Y tendrás gozo y alegría, y muchos
se regocijarán de su nacimiento; 15 porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni
sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. 16 Y hará que muchos de
los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. 17 E irá delante de él con el espíritu y el
poder de Elias, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la
prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto. 18 Dijo Zacarías al
ángel: ¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada. 19
Respondiendo el ángel, le dijo: Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios; y he sido enviado a
hablarte, y darte estas buenas nuevas. 20 Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el
día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo.
21 Y el pueblo estaba esperando a Zacarías, y se extrañaba de que él se demorase en el
santuario. 22 Pero cuando salió, no les podía hablar; y comprendieron que había visto visión en
el santuario. Él les hablaba por señas, y permaneció mudo. 23 Y cumplidos los días de su minis-
terio, se fue a su casa.
24 Después de aquellos días concibió su mujer Elizabet, y se recluyó en casa por cinco
meses, diciendo: 25 Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta
entre los hombres.

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Lucas es el evangelio del gozo, de la alabanza, y de la oración, de simpatías tiernas y
humanas, y de la gracia celestial. Es adecuado, pues, este comienzo del relato con una escena en
el Templo a la hora del incienso durante la cual se recibe una promesa divina que llena el
corazón de un gozo extasiante. Esta promesa se refiere al nacimiento de uno que preparará el
camino para el ministerio de Cristo, ministerio que constituye la quintaesencia y la sustancia del
relato evangélico.
Fue "en los días de Herodes", llamado "el Grande", un monstruo de crueldad, vasallo de
Roma, que gobernó a los judíos con una tiranía salvaje. Pero la esclavitud política del pueblo era
menos lamentable que su decadencia espiritual, ya que la religión había venido a parar en
formalismos vacíos, en un sistema de ceremonias y ritos. Sin embargo, Dios nunca carece de
quienes den testimonio de él ni de verdaderos adoradores Entre estos se contaba "un sacerdote
llamado Zacarías" y su esposa Elizabet, quienes vivían en la región montañosa de Judea, al sur
de Jerusalén "Ambos eran justos delante de Dios", no impecables, pero sí irreprensibles, fieles
observantes de los requisitos morales y rituales de la ley. La santidad, empero, no es una garantía
contra los pesares o la frustración de las esperanzas humanas, y estas almas piadosas vivían ape-
sadumbradas porque en su hogar no había hijos Esta prueba era especialmente gravosa en un
pueblo que consideraba la falta de hijos como una señal de desagrado divino; y era todavía
mucho más angustiante para los corazones de los judíos fieles que anhelaban el nacimiento del
Mesías prometido.
Dos veces al año iba Zacarías a Jerusalén para desempeñar sus sagrados deberes por una
semana. Por fin le cupo el privilegio que sólo una vez en la vida podía un sacerdote disfrutar;
recayó sobre él la "suerte", y por ello fue escogido para entrar en el Santuario a la hora de la
oración para allí ofrecer el incienso sobre el altar de oro, frente al velo, en la presencia misma de
Dios. Era el momento supremo de su vida.
Cuando la nube de incienso comenzaba a elevarse, símbolo de que las peticiones eran
aceptadas, apareció un ángel y le confirmó al sobresaltado sacerdote que sus súplicas habían sido
escuchadas. ¿Qué había estado pidiendo Zacarías, un hijo, o la salvación de su pueblo? ¿Acaso
no fueron incluidas ambas peticiones en su súplica? Como representante de la nación, es difícil
imaginar que el sacerdote hubiese limitado su petición a algo puramente privado y personal. Sin
embargo, al suplicar por la venida del Mesías, debió de surgir en su alma el anhelo secreto de
toda una vida, el recuerdo de esa esperanza abandonada que, en su pensamiento, se había
acostumbrado a asociar con la salvación de Israel. Muchos ministros de Cristo pasan por
experiencias similares; en el mismo momento de desempeñar sus funciones públicas permanece
viva en su alma la sombra consciente de alguna aflicción personal.
El ángel afirmó que la oración por la salvación del pueblo había sido oída, y paso a paso
puso en claro el contenido de la promesa divina; estaba a punto de aparecer el Mesías, y
anunciaría su venida un hijo que le iba a nacer al anciano sacerdote. El ángel habló con gran
precisión: el niño se llamaría Juan; muchos se alegrarían de su nacimiento; sería nazareo, y en
consecuencia se abstendría completamente de beber vino y se consagraría del todo a Dios; como
resultado de su dedicación sería lleno del Espíritu Santo y esto lo capacitaría para llevar al
pueblo al arrepentimiento. Actuaría con el espíritu y poder de Elías, invitando a los hombres a
que viviesen en justicia y de acuerdo con los afectos naturales, preparándolos así para la salva-
ción que Cristo traería.
Un mensaje tan sorprendente era demasiado para que el asombrado sacerdote lo creyese
de inmediato. Había dejado de esperar que el anhelo de su corazón pudiese verse cumplido. Por

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esta causa pide una señal que le garantice que la promesa era verdad. El ángel responde con una
afirmación de su propio poder y de la gloria de su misión, y le otorga un signo a Zacarías. Esta
señal era un reproche y una bendición al mismo tiempo. Censuró la incredulidad del anciano
sacerdote, aunque también le robusteció la fe. Fue castigado con la mudez que iba a durarle hasta
que la promesa del ángel se cumpliese. Zacarías no aceptó la palabra del Señor, y por ello
tampoco podría cantar sus alabanzas por la bondad y gracia manifestadas. Su lengua
permanecería en silencio y no podría hablar hasta que por fin sus labios se abriesen en una
gozosa acción de gracias. La incredulidad nunca es gozosa; la infidelidad carece de cánticos.
Sin embargo, la señal indica un poder sobrenatural. La fe de Zacarías, y también la de
Elizabet, se vería robustecida con ese mismo silencio en la casa. Así, cuando el pueblo, que
estaba esperando la salida del sacerdote en el patio del Templo, lo vio aparecer y comprobó que
no les daba la bendición acostumbrada, cayó en la cuenta de que se había quedado mudo, y sacó
la conclusión de que había tenido una visión, y Zacarías mismo se convenció de que el
mensajero procedía de Dios. A su debido tiempo la promesa se cumplió; un nuevo ser vino a la
vida. Mientras tanto, hasta tanto que pudiese comprobar que el "baldón" por su esterilidad había
desaparecido, Elizabet vivió en estricto aislamiento. No podía permitir que otros, al verla,
pensasen que era objeto de divino desagrado precisamente cuando sabía que era un receptáculo
muy especial de la gracia divina. Era celosa de la gloria de Dios; se complacía en la intimidad
oculta que tenía con él. Los grandes profetas del Señor han seguido surgiendo de los hogares de
sacerdotes que saben orar, de corazones que saben confiar.

B. LA ANUNCIACIÓN A MARÍA
Cap. 1:26-38

26 Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado pot Dios a una ciudad de Galilea, llamada
Nazaret, 27 a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa, de David; y el
nombre de la virgen era María. 28 Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy
favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. 29 Mas ella, cuando le vio, se
turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta. 30 Entonces el ángel le dijo: María,
no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. 31 Y ahora, concebirás en tu vientre, y
darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. 32 Este será grande, y será llamado Hijo del
Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; 33 y reinará sobre la casa de
Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. 34 Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será
esto? pues no conozco varón. 35 Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre
ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá,
será llamado Hijo de Dios. 36 Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en
su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril; 37 porque nada hay imposible
para Dios. 38 Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu
palabra. Y el ángel se fue de su presencia.

La predicción del nacimiento de Jesús hecha a María, la relata Lucas con notable
dignidad, delicadeza y reserva. Es un relato importante. Esta predicción es la culminación de
todas las profecías y revela el misterio supremo de la fe cristiana, a saber, la índole de nuestro
Señor, humana y divina a la vez, como la nube de gloria había descendido sobre el tabernáculo
de Israel y en consecuencia el niño que iba a nacer sería en realidad, y sería llamado "Hijo de
Dios" El ángel ofreció, como señal y prueba de la verdad de la promesa, el hecho sorprendente

9
de que Elizabet, la anciana parienta de María, pronto iba a ser bendecida con un hijo. Esto
ocurrió en cumplimiento de una promesa que el mismo mensajero celestial había hecho, y lo
maravilloso del caso de Elizabet sería para María garantía del cumplimiento de la promesa,
graciosa y más sorprendente todavía, que se le había hecho. La respuesta de María
probablemente no tiene par en toda la historia como expresión de una fe perfecta, "He aquí la
sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra". De este modo manifestó fe en la
palabra de Dios y sumisión a la voluntad de Dios. No había duda alguna en su mente en cuanto a
la verdad de la divina promesa por mucho que contuviese de milagroso y misterioso; ni había de
parte suya evasión alguna de lo que el cumplimiento de esta promesa posiblemente implicaría de
sospecha, vergüenza, baldón, sufrimiento, e incluso muerte. Quienes con más firmeza creen en
las promesas de Dios, con más paciencia se someten a su providencia; ven la gloria que con toda
seguridad seguirá a las tinieblas. María iba a convertirse en la madre del Mesías, del Hijo del
hombre, del Salvador del mundo.

C. EL "MAGNÍFICAT"
Cap. 1:39-56

39 En aquellos días, levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de


Judá; 40 y entró en casa de Zacarías, y saludó a Elizabet. 41 Y aconteció que cuando oyó
Elizabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; y Elizabet fue llena del
Espíritu Santo, 42 y exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto
de tu vientre. 43 ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?
44 Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de
alegría en mi vientre. 45 Y bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho
de parte del Señor. 46 Entonces María dijo:
Engrandece mi alma al Señor;
47 Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.
48 Porque ha mirado la bajeza de su sierva; Pues he aquí, desde ahora me dirán
bienaventurada todas las generaciones.
49 Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre,
50 Y su misericordia es de generación en generación A los que le temen.
51 Hizo proezas con su brazo;
Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones.
52 Quitó de los tronos a los poderosos, Y exaltó a los humildes.
53 A los hambrientos colmó de bienes, Y a los ricos envió vacíos.
54 Socorrió a Israel su siervo, Acordándose de la misericordia
55 De la cual habló a nuestros padres,
Para con Abraham y su descendencia para siempre.
56 Y se quedó María con ella como tres meses; después se volvió a su casa.
El Magníficat, el poema encantador que brota de los labios de María, lo ha cantado
durante siglos y siglos la iglesia cristiana, como uno de sus principales cánticos. La ocasión del
mismo fue una visita que María le hizo a su parienta, Elizabet, poco después de haber recibido la
promesa del nacimiento de un hijo. Elizabet, al oír la salutación de María, se dirigió a ella con
palabras salidas de su éxtasis espiritual; le manifestó que por el Hijo que le nacería era
especialmente bendita, y se maravilló ante el honor que le cupo esa visita de la madre de su
Señor, expresión con la que quiere significar la madre del Mesías. Hay que observar que la

10
Biblia no contiene la frase "Madre de Dios". Elizabet felicitó a María por su fe y le ratificó que la
promesa de la cual María dependía iba a cumplirse.
El título del cántico que María cantó en esa ocasión, Magníficat, proviene de la primera
palabra de la versión latina, Magníficat anima mea Dominum. Sigue la pauta del antiguo himno
que Ana había cantado cuando su corazón, como el de María, se regocijó ante el don de un hijo
que se prometía. Los versos constituyen un perfecto mosaico de citas del Antiguo Testamento. El
himno no fue dirigido a Elizabet o al Señor; es más bien una meditación acerca de la
misericordia y de la gracia de Dios.
De acuerdo con la división común el cántico se compone de cuatro estrofas cada una de
las cuales consta de cuatro versos, excepto la tercera estrofa que contiene seis. El pensamiento
expresado parece moverse de la bondad de Dios para con María como persona, hacia la bondad
subsiguiente para con Israel como nación.
La primera estrofa (vs. 46-48) ilustra, al igual que las siguientes, una de las características
principales de la poesía hebrea, a saber, la expresión, en versos sucesivos, de pensamientos que
son paralelos o en íntima vinculación. En su "alma" o "espíritu" o ser más íntimo, María alaba o
engrandece al Señor y se regocija en él como Salvador suyo Esta salvación no es sólo para su
pueblo, sino que es para ella en un modo particular; es político, pero también espiritual. La
producirá el don que Dios le hace a María. Él la ha escogido, doncella de un pueblo oscuro
desposada con un pobre carpintero, y le ha otorgado un honor tal que todas las generaciones la
llamarán "bienaventurada". Al caer en la cuenta del honor, trata en forma preponderante de su
propia indignidad, y aunque ve lo que le va a costar, declara su sometimiento al Señor como
verdadera sierva o esclava suya. No se puede imaginar una humildad y fe más sublimes.
La segunda estrofa (vs. 49, 50) centra el pensamiento en la naturaleza de Dios tal como se
revela en su gratuito don. Su poder, su santidad, su misericordia son alabadas. En la bondad
manifestada a María ha mostrado su poder, aunque de acuerdo con la perfección moral de su
naturaleza y para atraer bendiciones sobre incontables generaciones que confiarán en él y lo
reverenciarán.
En la tercera estrofa (vs 51-53) tenemos la ilustración de otra característica de la poesía
hebrea; no sólo hay un marcado paralelismo, sino que se usan tiempos pasados para describir
sucesos futuros. Los resultados de la venida del Mesías se formulan como ya conseguidos. En
contraste con la bienaventuranza de quienes temen al Señor, "los soberbios", los rebeldes e incré-
dulos se describen como "esparcidos" como las huestes de un ejército en derrota; los oprimidos
son exaltados al igual que los tiranos son destronados; los hambrientos son saciados y a los ricos
se los despide "vacíos". Estas consecuencias han de considerarse tanto físicas como espirituales.
Estos trastrocamientos ocurren siempre que Cristo es aceptado, y quienes reciben bendiciones de
él son los humildes que están conscientes de sus necesidades.
La última estrofa (vs. 54, 55) subraya la fidelidad de Dios a sus antiguas promesas que
María ve cumplida en el nacimiento de su Hijo. En esta ayuda salvadora que da a Israel, Dios
muestra que no ha olvidado la misericordia "para con Abraham y su descendencia" prometida a
los antiguos "padres". Sólo en Cristo Jesús se pueden realizar todas las promesas a Israel, todas
las esperanzas de todas las edades.

D. EL NACIMIENTO DE JUAN, Y EL "BENEDICTUS"


Cap. 1. 57-80

57 Cuando a Elizabet se le cumplió el tiempo de su alumbramiento, dio a luz un hijo. 58

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Y cuando oyeron los vecinos y los parientes que Dios había engrandecido para con ella su
misericordia, se regocijaron con ella. 59 Aconteció que al octavo día vinieron para circuncidar
al niño; y le llamaban con el nombre de su padre, Zacarías; 60 Pero respondiendo su madre,
dijo: No; se llamará Juan. 61 Le dijeron: ¿Por qué? No hay nadie en tu parentela que se llame
con ese nombre. 62 Entonces preguntaron por señas a su padre, cómo le quería llamar. 63 Y
pidiendo una tablilla, escribió, diciendo: Juan es su nombre. Y todos se maravillaron. 64 Al
momento fue abierta su boca y suelta su lengua, y habló bendiciendo a Dios. 65 Y se llenaron de
temor todos sus vecinos; y en todas las montañas de Judea se divulgaron todas estas cosas. 66 Y
todos los que las oían las guardaban en su corazón, diciendo: ¿Quién, pues, será este niño? Y la
mano del Señor estaba con él.
67 Y Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó, diciendo:68 Bendito el
Señor Dios de Israel,
Que ha visitado y redimido a su pueblo,
69 Y nos levantó un poderoso Salvador En la casa de David su siervo,
70 Como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio;
71 Salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron;
72 Para hacer misericordia con nuestros padres, Y acordarse de su santo pacto;
73 Del juramento que hizo a Abraham nuestro padre, Que nos había de conceder
74 Que, librados de nuestros enemigos, Sin temor les serviríamos
75 En santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días.
76 Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; Porque irás delante de la presencia
del Señor, para preparar sus caminos;
77 Para dar conocimiento de salvación a su pueblo, Para perdón de sus pecados,
78 Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, Con que nos visitó desde lo alto la
aurora,
79 Para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; Para encaminar
nuestros pies por camino de paz.
80 Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día
de su manifestación a Israel.

Cuando el anciano sacerdote Zacarías hubo recibido de un ángel la promesa de que se le


iba a dar un hijo que se llamaría Juan y sería el heraldo de Cristo, y cuando hubo pedido una
señal que garantizase la verdad de la predicción, fue castigado con la mudez como reproche por
su incredulidad y como estímulo para su fe Incluso una vez que la promesa se cumplió, la señal
no fue quitada y no pudo hablar hasta que hubo dado testimonio escrito de su confianza en Dios.
Este interesante incidente ocurrió en el octavo día después del nacimiento de Juan, cuando en
presencia de amigos gozosos los padres fueron a dar nombre al hijo. Muchos supusieron que
escogerían el nombre del padre. La madre, sin embargo, indicó que el nombre sería "Juan". Al
consultárselo al padre Zacarías, "pidiendo una tablilla, escribió,. . . Juan es su nombre". No hubo
en su mente ni vacilación, ni incertidumbre, ni perplejidad, porque el ángel había predicho este
nombre, y Zacarías con su decisión y firmeza demostró que creía absolutamente en el
cumplimiento de todo lo que el ángel había prometido con respecto a la misión de su hijo, a
quien los demás hombres iban a considerar como un don de la gracia divina y como un profeta
enviado por Dios. A menudo ocurre que una confesión pública de fe produce un gozo nuevo y un
testimonio más amplio Así sucedió en el caso de Zacarías: "Al momento fue abierta su boca ... y
habló bendiciendo a Dios". Esta acción de gracias tomó la forma de himno, el cual ha sido

12
cantado diariamente durante siglos en el culto cristiano. Es en verdad un himno cristiano y un
himno de la natividad; porque aunque la ocasión del mismo fue el nacimiento de Juan, sólo una
estrofa se refiere a este suceso; el tema constante de la acción de gracias es el próximo
nacimiento de Jesús y la salvación que comportará.
Este himno se suele llamar el Benedictus por la primera palabra de la versión latina. Es
una expresión extática de gratitud a Dios por su bondad ilimitada. El poema podría dividirse en
cinco estrofas cada una de cuatro versos; pero hay una división evidente después de la tercera de
estas estrofas cuando el pensamiento se vuelve de la obra de Cristo a la misión específica de
Juan.
La primera estrofa (vs. 68, 69) habla de la redención de Israel como ya realizada en el
don de Cristo que está a punto de nacer, el cual es descrito como "un poderoso Salvador", es
decir, una manifestación de poder salvífico. Aparecerá como hijo y heredero de David el rey.
La Segunda estrofa (vs. 70-72) indica que la salvación de todos los enemigos es en
cumplimiento de las promesas hechas por medio de los profetas, que los antiguos patriarcas
habían acariciado y se había sensibilizado en el pacto santo hecho con el antiguo Israel.
La tercera estrofa (vs. 73-75) describe la naturaleza de esta salvación que el juramento
hecho a Abraham había garantizado; será una liberación tal de toda opresión política que le hará
posible a Israel un servicio verdadero y sacerdotal, como nación santa y justa ante él.
En la cuarta estrofa (vs. 76, 77) el cantor comienza a dirigirse a su propio hijo cuyo
nacimiento ha dado pie al cántico. Afirma que Juan será reconocido como profeta de Dios y que
su misión será anunciar y definir la salvación prometida que en su esencia será una redención no
política sino espiritual consistente en la remisión de los pecados. Juan no iba a ser un revolu-
cionario sino un reformador. Iba a llamar a toda la nación a arrepentimiento de modo que
quienes obedeciesen a su mensaje pudiesen estar preparados para recibir la salvación de Cristo
Esta misión de Juan se vincula a la de Cristo en la estrofa final (vs. 78, 79), al llegar a su punto
culminante la descripción de la de éste último. La fuente de todas las bendiciones que Cristo
traerá se halla en "la entrañable misericordia de nuestro Dios"; su esencia es que "desde lo alto la
aurora" nos visitará, cuando el Sol de justicia ilumine a los que vengan, desesperanzados y
temerosos, en la noche, a los que están sentados "en sombra de muerte"; el resultado será
"encaminar nuestros pies por camino de paz".
Este es el himno de Zacarías, himno de fe, de esperanza, de gratitud, cántico de la
salvación que nos ha otorgado el amor de Dios en Jesucristo nuestro Señor.

E. EL NACIMIENTO DE JESÚS
Cap. 2:1-20

1 Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que
todo el mundo fuese empadronado. 2 Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de
Siria. 3 E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad. 4 Y José subió de Galilea,
de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la
casa y familia de David; 5 para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual
estaba encinta. 6 Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento.
7 Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque
no había lugar para ellos en el mesón.
8 Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche
sobre su rebaño. 9 Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó

13
de resplandor; y tuvieron gran temor. 10 Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os
doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: 11 que os ha nacido hoy, en la ciudad de
David, un Salvador que es Cristo el Señor. 12 Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño
envuelto en pañales, acostado en un pesebre. 13 Y repentinamente apareció con el ángel una
multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían:
14 ¡Gloria a Dios en las alturas,
Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!
15 Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron
unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha
manifestado. 16 Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño
acostado en el pesebre. 17 Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño.
18 Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían. 19 Pero María
guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. 20 Y volvieron los pastores
glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había
dicho.

El relato del nacimiento de Jesús tal como lo presenta Mateo está en marcado contraste
con el de Lucas. Mateo describe a Jesús como a un Rey y por su nacimiento Herodes, entonces
en el poder, tiembla en su trono y los magos lo adoran y le ofrecen dones regios. Lucas presenta
a Jesús como el Hombre ideal, y el relato está lleno de interés humano. Describe a dos oscuros
aldeanos de viaje desde Nazaret, en el norte, hasta Belén donde, no aceptados en el mesón,
colocan en un pesebre a su hijo recién nacido, quien recibe como primeros visitantes a unos
humildes pastores de la región vecina. Los intereses humanos, sin embargo, no son meramente
terrenales; la escena se llena de melodías celestiales y está entrelazada con mensajes de
significado y gracia divinos.
Es obra de la investigación más reciente la rehabilitación del relato de Lucas como
históricamente exacto en su conexión del suceso con el decreto de Augusto y con el
empadronamiento bajo Cirenio. Sin embargo, Lucas menciona estos hechos no tanto para fijar la
fecha del nacimiento de Cristo como para explicar por qué tuvo lugar en Belén siendo así que el
hogar paterno estaba en Nazaret. Sólo una necesidad legal pudo hacerles emprender un viaje así
en tales circunstancias, pero de este modo se ve cómo el emperador del mundo estuvo
inconscientemente relacionado con el cumplimiento de la profecía divina concerniente al
Salvador del mundo. De acuerdo con el decreto imperial, José salió de Nazaret y con María, con
quien según Mateo estaba no sólo "desposado" sino casado, se trasladó a Belén, ocho kilómetros
al sur de Jerusalén, para ser empadronado en la ciudad de sus antepasados. Ahí nace el Hijo
prometido. La exclusión del mesón no fue debida a falta de hospitalidad, sino a la aglomeración
existente en la ciudad. Sin embargo, nos habla de la humildad, incomodidad y pobreza de José y
de María.
Si se tiene en cuenta la evidente estimación de la importancia extraordinaria que para
Lucas tiene el nacimiento de Jesús, su relato casi sorprende por lo que tiene de breve y sencillo.
Sin embargo, con arte consumado, después de afirmar brevemente el hecho, introduce a
mensajeros divinos para que den la interpretación del suceso y manifiesten su significado. Estos
mensajeros fueron ángeles. Se aparecieron a un grupo de pastores que "velaban y guardaban las
vigilias de la noche sobre su rebaño". De un resplandor de gloria celestial salieron las nuevas de
gran gozo para Israel, "os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el
Señor". El ángel en esta ocasión no les descubrió la verdad más profunda de que este Cristo iba a

14
ser el redentor de todos los hombres o que era el Señor divino. Sin embargo, se les dio una señal
por la que pudieran identificar al niño y tener garantía de que era el Cristo: "Hallaréis al niño
envuelto en pañales, acostado en un pesebre". Fue en verdad una señal extraña; pero para
nosotros se ha convertido en un símbolo lleno de significado; un Redentor que tuvo por cuna un
pesebre ha conocido el sabor de la pobreza, del sufrimiento y del olvido, y ahora puede
compadecerse del humilde y angustiado del mismo modo que es sobreabundantemente capaz de
salvarlo.
Una vez dadas las buenas nuevas, de repente apareció un coro de ángeles cantando ese
gran himno de la natividad que posteriormente el culto cristiano propagó y que lleva el nombre
de Gloria in Excelsis por la versión latina. Tal como lo cantaron los ángeles consta de dos versos,
cada uno de ellos con tres elementos correlativos, "gloria" y "paz", "en las alturas" (cielo) y "en
la tierra", "Dios" y "hombres". Es un himno de alabanza a Dios quien en el don de un Salvador
manifiesta en los cielos su excelsitud y revela en la tierra su gracia para con los hombres, quienes
son los receptores de su benevolencia. El resultado de esto es la "paz". Sólo en Cristo hay
garantía de paz — paz con Dios, paz para el corazón humano, paz entre los hombres, paz para el
mundo.
Los sorprendidos pastores se apresuran a ir a comprobar las buenas nuevas y en un
sentido real se convierten en los primeros testigos de Cristo ya que "dieron a conocer lo que se
les había dicho acerca del niño". No es extraño que todos los que oyeron se maravillasen, o que
María guardase en su corazón los mensajes celestiales, o que los pastores regresasen a sus
ocupaciones con gratitud y alabanza, porque persistió en su recuerdo un cántico que sigue
expresando la esperanza de todo el género humano.

F. LA PRESENTACIÓN DE JESÚS, Y EL
"NUNC DIMITTIS"
Cap. 2:21-40

21 Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre JESÚS, el
cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido.
22 Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de
Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor 23 (como está escrito en la ley del
Señor: Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor), 24 y para ofrecer
conforme a lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas o dos palominos. 25 Y he aquí
había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la
consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. 26 Y le había sido revelado por
el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. 27 Y movido
por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para
hacer por él conforme al rito de la ley, 28 él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo:
29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra;
30 Porque han visto mis ojos tu salvación,
31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;
32 Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel.
33 Y José y su madre estaban maravillados de todo lo que decía de él. 34 Y los bendijo Simeón, y
dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en
Israel, y para señal que será contradicha 35 (y una espada traspasará tu misma alma), para que
sean revelados los pensamientos de muchos corazones.36 Estaba también allí Ana, profetisa,

15
hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido
siete años desde su virginidad, 37 y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del
templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones.38 Esta, presentándose en la misma
hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en
Jerusalén. 39 Después de haber cumplido con todo lo prescrito en la ley del Señor, volvieron a
Galilea, a su ciudad de Nazaret.
40 Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era
sobre él.

Los incidentes de la infancia de Jesús que Lucas menciona no sólo añaden interés
humano al relato sino que interpretan la futura misión y la obra salvadora de nuestro Señor. Así
pues, cuando al octavo día se le puso por nombre "Jesús", nombre que a menudo se daba a los
niños judíos, fue porque estaba destinado a realizar todo lo que el nombre implica, ya que iba a
ser la "Salvación del Señor". Y también, cuando cinco semanas más tarde fue presentado en el
Templo, cuando su madre ofreció por sí misma un sacrificio que indicaba carencia de riqueza
pero no pobreza abyecta, las expresiones proféticas de los santos Simeón y Ana son las que
explican el verdadero significado de la escena. La primera de esas declaraciones fue el cántico de
Simeón, llamado el Nunc Dimittis por la forma latina de sus primeras palabras. Le había sido
revelado a esta alma consagrada que no moriría hasta que hubiese visto al Mesías, "al Ungido del
Señor". El Espíritu lo condujo al Templo mientras los padres de Jesús se encontraban allá para
presentar su Hijo al Señor, tomó al niño en brazos y cantó el más dulce y solemne de los cánticos
de la natividad, el cual, a diferencia del Magníficat y del Benedictus, promete redención no sólo
a Israel sino a todo el mundo.
"Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz"; la metáfora está pletórica de belleza; es la
expresión del vigilante fiel que acoge con gozo la hora de su remoción, porque ha percibido al
que ha de venir; ahora está ya a punto de ser despedido en la paz de la tarea realizada, en la paz
de la esperanza colmada; porque sus ojos han visto al Salvador de acuerdo con la promesa del
Señor. La redención que el Mesías trae, sigue el cántico, es para todos los pueblos; es luz para
revelar el camino de salvación a los gentiles; será la gloria verdadera del pueblo escogido, Israel.
Aunque la salvación se les concede a todos, no todos la aceptarán. A la sorprendida madre,
Simeón dirige unas palabras proféticas tenebrosas. El ministerio de Jesús será ocasión de caída y
de levantamiento de muchos. La actitud que tomen frente a él revelará su índole moral; algunos
lo rechazarán, con lo que se condenarán a sí mismos; otros hablarán en contra de él, aun cuando
él es la prenda misma y el instrumento de la divina salvación; esta oposición llegará a su punto
culminante en la cruz, y entonces una zozobra cruelísima atravesará el alma de María. Jesús será
la piedra de toque para la índole de los hombres; dondequiera sea conocido, los hombres
descubrirán lo que son según lo acepten o lo rechacen; "los pensamientos de muchos corazones"
serán "revelados".
María y José estaban todavía llenos de asombro ante tan sublimes palabras cuando he
aquí que se presentó una anciana profetisa que había pasado los largos años de su viudez en
continuo servicio a Dios; ella también alabó a Dios por la salvación que el Niño llevaría a cabo y
siguió hablando de él a todos los que como ella "esperaban la redención en Jerusalén".
María y José, sin embargo, regresaron a su casa en Nazaret donde Jesús iba a pasar la
niñez. Durante esos años de oscuridad su desarrollo fue normal; "crecía y se fortalecía" en el
cuerpo, pero su crecimiento era igualmente mental y espiritual; "se llenaba de sabiduría ; y la
gracia de Dios era sobre él". El Salvador del mundo iba a ser el Hombre ideal.

16
G. EL NIÑO JESÚS EN JERUSALÉN
Cap. 2:41-52

41 Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua; 42 y cuando tuvo
doce años subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta. 43 Al regresar ellos,
acabada la fiesta, se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo supiese José y su madre. 44 Y
pensando que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los
parientes y los conocidos; 45 pero como no le hallaron, volvieron a Jerusalén buscándole. 46 Y
aconteció que tres días después le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores de la
ley, oyéndoles y preguntándoles. 47 Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y
de sus respuestas. 48 Cuando le vieron, se sorprendieron; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos
has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia. 49 Entonces él les dijo:
¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? 50
Mas ellos no entendieron las palabras que les habló. 51 Y descendió con ellos, y volvió a
Nazaret, y estaba sujeto a ellos. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón.
52 Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres.

Se ha dicho que la infancia de Jesús es como un jardín tapiado del cual sólo una flor se
nos ha dado; pero esta flor es tan fragante que llena nuestros corazones de ansias de entrar en ese
coto secreto. Sólo un episodio de su infancia tenemos; Lucas es el único que nos lo relata; se
trata de una visita que Jesús hizo a Jerusalén a los doce años. A esa edad aproximadamente el
muchacho judío se convertía en "hijo de la ley" y comenzaba a cumplir sus requisitos, entre los
cuales se contaba el peregrinar a la ciudad santa para observar las fiestas sagradas. En esta
primera visita a Jerusalén, sus padres, al iniciar el regreso hacia Nazaret, lo dejaron sin querer en
la ciudad santa. Al concluir el primer día de ruta no pudieron hallarlo en la larga caravana que
procedía en dirección norte hacia Galilea. Al día siguiente, María y José regresaron a Jerusalén, y
al tercer día hallaron a Jesús en el Templo en medio de los rabinos, maravillados ante su cono-
cimiento de las Escrituras sagradas. En las palabras de María, "Hijo, ¿por qué nos has hecho así?
He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia", hay un reproche implícito. En la
respuesta de Jesús hay una mezcla de sorpresa y de reprobación, aunque en el fondo resuena el
amor, la visión espiritual, la determinación solemne: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que
en los negocios de mi Padre me es necesario estar?”
Estas son las primeras palabras de Jesús que se mencionan y son índice y explicación de
su misión toda; Lucas relata este episodio para conservárnoslas. Si contienen un reproche para
María, debe de haber sido hecho en tono respetuoso y afectuoso; ¿y no implican quizá un
delicado cumplido? Jesús no reprocha a sus padres que lo hayan buscado, sino el que no lo hayan
buscado ante todo en el Templo; ¿y no parece acaso que insinúa que sus padres le habían
enseñado a amar la casa de Dios y a deleitarse en la ley de Dios? Lo que en realidad decía era:
¿Por qué me buscabais así? ¿Cómo no recordáis que el Templo es el único lugar donde se me
podría encontrar?"
Estas palabras son, pues, revelación de la vida en el hogar de Nazaret. Que Jesús a los
doce años fuese maestro en el dominio de las Escrituras, y que hubiese aprendido a reverenciar y
a adorar todo lo que con ellas se relacionaba y con el culto a Dios no se debía a un milagro ni a
ningún atributo divino, sino a la enseñanza recibida de sus piadosos padres. ¿No es posible que
los padres de hoy despierten en los corazones de sus hijos amor por la casa de Dios, por su
Palabra y su voluntad?

17
Estas palabras, además, fueron una revelación de la conciencia que tenía de su divina
filiación. Jesús ya se daba cuenta de que Dios era su Padre en sentido del todo único, que era la
fuente verdadera de su existencia. Inmediatamente corrigió las palabras de María, "tu padre", que
se referían a José, con sus propias palabras "mi Padre", que se referían a Dios Jesús presenta a
Jesús como el Hombre ideal, aunque siempre consciente de ser el Hijo de Dios.
Nuestros hijos deberían aprender a considerar a Dios como Padre, no en el sentido único
empleado por Jesús como Hijo eterno, ni tampoco en el sentido que se puede aplicar a todos los
seres creados, sino en cuanto a la relación íntima con Dios que les es posible alcanzar a los
creyentes por medio de Jesucristo nuestro Señor.
Lo más importante de todo es que estas palabras revelan una decisión firme, un gran
propósito que lo moldeaba todo; Jesús comprendía que su deber era estar en la casa de su Padre
— no en el Templo material, sino en la esfera de vida y actividad de las que el Templo era
expresión, símbolo y señal. Es decir, había decidido consagrar todo su pensar, todas sus energías
y capacidades al servicio de Dios. ¿No están acaso la mayoría de los muchachos a los doce años
suficientemente maduros para hacer un propósito en cierto modo parecido y para reconocer en el
servicio de Dios el deber supremo y absoluto de toda vida?
Con este ideal concreto en mente Jesús regresó a Nazaret y siguió viviendo sometido a
sus padres, trabajando por dieciocho años como carpintero en el tranquilo aislamiento de un
oscuro pueblo, preparándose para su misión pública, lo cual hubiera sido imposible en medio de
los formalismos y distracciones de Jerusalén. Su desarrollo fue natural y perfecto; "crecía en
sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres". Su crecimiento corporal y
mental no era mayor que su atractivo siempre creciente y su poder espiritual. Este desarrollo es
posible en el más humilde de los ambientes para aquellos que someten sus vidas a la voluntad de
Dios.

III
LA PREPARACIÓN
Caps. 3:1 al 4:13

A. LA PREDICACIÓN DE JUAN
Cap. 3:1-20

1 En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César,, siendo gobernador de Judea


Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la
provincia de Traconite,, y Lisanias tetrarca de Abilinia, 2 y siendo sumos sacerdotes Anas y
Caifas, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. 3 Y él fue por toda la
región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados,
4 como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías, que dice:
Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; Enderezad sus sendas. 5 Todo
valle se rellenará, Y se bajará todo monte y collado; Los caminos torcidos serán enderezados, Y
los caminos ásperos allanados; 6 Y verá toda carne la salvación de Dios.
7 Y decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de
víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? 8 Haced, pues, frutos dignos de
arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por
padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. 9 Y ya
también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto

18
se corta y se echa en el fuego. 10 Y la gente le preguntaba, diciendo: Entonces, ¿qué haremos?
11 Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué
comer, haga lo mismo. 12 Vinieron también unos publícanos para ser bautizados, y le dijeron:
Maestro, ¿qué haremos? 13 Él les dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado. 14 También
le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les dijo: No hagáis
extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario.
15 Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso
Juan sería el Cristo, 16 respondió Juan, diciendo a todos: Yo a la verdad os bautizo en agua;
pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado;
él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 17 Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y
recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.
18 Con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba las buenas nuevas al pueblo. 19
Entonces Herodes el tetrarca, siendo reprendido por Juan a causa de Herodías, mujer de Felipe
su hermano, y de todas las maldades que Herodes había hecho, 20 sobre todas ellas, añadió
además esta: encerró a Juan en la cárcel.

Juan el Bautista fue el primer profeta que rompió el silencio de los siglos que habían
transcurrido desde los días de Malaquías. La importancia de su ministerio la insinúa Lucas con la
precisión exacta con que señala la fecha. Con la enumeración de los dirigentes civiles y
religiosos precisa el tiempo en seis modos; y también armoniza con el aspecto universal de su
Evangelio y con la habilidad de Lucas como historiador el relacionar el relato con sucesos
seculares. Como es natural menciona primero al emperador remante, Tiberio César; luego
nombra a Pilato, el gobernador de Judea que consiguió una inmortalidad vergonzosa con la
condenación de Jesús a la cruz; Herodes Antipas, seductor y asesino, hijo de Herodes el Grande,
se menciona como gobernante de Galilea; de Felipe y de Lisanias se dice que gobernaban las
provincias vecinas; como dirigentes eclesiásticos se mencionan Anas y Caifas; aunque el primero
había sido depuesto unos años antes, segura compartiendo con su yerno los deberes del sumo sa-
cerdocio, al igual que compartió la infamia en la que sus nombres aparecen unidos. Una lista así
de dirigentes indica la absoluta degeneración moral y religiosa de los tiempos y la necesidad de
que alguien hiciese un llamamiento a Israel para que volviese al servicio y adoración de Dios.
Este mensajero apareció en la persona de Juan el Bautista, quien después de una larga
disciplina en el desierto llegó con un mensaje concreto de Dios y atrajo grandes multitudes al
Valle del Jordán para oír su predicación y para aceptar el bautismo como señal y sello de
arrepentimiento. Se dice que su ministerio fue cumplimiento de la predicación de Isaías que
describió una "voz del que clama en el desierto" a un enviado de Dios para preparar el camino
para la venida de Cristo. Esta preparación se describe con fantasía oriental. Cuando un monarca
estaba a punto de iniciar un viaje, se enviaba a un servidor por delante para preparar el camino.
Se debían rellenar los valles, rebajar las colinas, enderezar los caminos torcidos, allanar los
ásperos Así también, antes de que los hombres pudiesen estar dispuestos para recibir a Cristo,
debían eliminarse los obstáculos morales; los hombres debían arrepentirse de sus pecados y
apartarse de ellos. Lucas cierra la cita de Isaías con el versículo, "Y verá toda carne la salvación
de Dios", lo cual concuerda con el carácter universal de su Evangelio.
El estribillo del mensaje que Juan predicaba era el que en todas las edades ha despertado
un eco en los corazones de los hombres: predicó el pecado y el juicio, el arrepentimiento y el
perdón. El tono del mensaje, tal como Lucas lo relata, era muy severo; se dice que se dirigió a las
multitudes como "generación de víboras" y que les preguntó por qué pretendían haber oído una

19
advertencia de la ira venidera. La razón de tal rigor fue que, aunque el pueblo deseaba escapar
del juicio inminente, no estaban dispuestos a dejar sus pecados. Consideraron el bautismo de
Juan como un rito mágico que podía hacer que los impenitentes se salvasen a la hora del juicio.
Juan les invita a que demuestren el arrepentimiento en sus obras y que no confíen en el hecho de
ser descendientes de Abraham como garantía de salvación. Afirmó que el juicio estaba ya a las
puertas; el hacha ya estaba puesta a la raíz de los árboles y el estéril "se corta y se echa en el
fuego".
Ante una pregunta del pueblo Juan hizo ver claramente que al hablar de arrepentimiento
no se refería a algo formal o ritual, y que la palabra no era un simple término teológico; lo que
pedía era sencillo y práctico, que todo hombre debía dejar su pecado dominante y debía mostrar
amor a los demás hombres. A los necesitados se les debía dar vestido y comida, porque
arrepentimiento significaba dejar el pecado de egoísmo. Los publícanos y recaudadores de
impuestos, detestados en todas partes a causa de su deshonestidad y codicia, no debían exigir
otro tributo más que el señalado y justo. A unos soldados, o mejor "hombres en servicio militar",
posiblemente en funciones de policía local, les dijo que no exigiesen dinero con extorsiones y
que no persiguiesen a nadie con calumnias, y que se contentasen con sus salarios. Todos los que,
en cualquier época, quieran recibir a Cristo, deben apartarse del pecado. El arrepentimiento no es
una experiencia mística; es clara, sencilla y práctica. Consiste en apartarse de la codicia y
deshonestidad, de la dureza de corazón, de la violencia y disconformidad, y de todo lo que es
contrario a la voluntad revelada de Dios.
Juan predijo con toda precisión la venida de Cristo. Si bien algunos creían que el profeta
mismo era el Mesías, Juan declaró que la misión de Cristo era tan superior a la suya que era
como un esclavo, indigno de desatar el lazo de sus zapatos. Mientras que Juan bautizaba con
agua, Cristo bautizaría con el Espíritu Santo y con fuego. El agua era un elemento material, y
sólo simbolizaba un cambio interior; Jesús en cambio los conduciría a intimidad con una Persona
divina, y ejercería sobre sus almas un poder purificador y transformador. Vendría, sin embargo,
para castigar al impenitente; separaría el trigo de la paja; aquel lo guardará en su granero, pero
ésta la quemará en fuego imperecedero.
El término de la carrera de Juan lo presenta Lucas en este punto de su narración para
introducir el relato del ministerio de Cristo. En realidad sólo un tiempo después de que Jesús
hubo comenzado su ministerio Herodes el tetrarca arrestó a Juan y lo encarceló porque había
censurado al libertino rey su impureza y pecado. Juan había sido un mensajero fiel de Dios,55
pero el mundo no honra a sus profetas; suele encarcelarlos, decapitarlos, quemarlos,
crucificarlos.

B. EL BAUTISMO DE JESÚS
Cap. 3:21, 22

21 Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y
orando, el cielo se abrió, 22 y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como
paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.

¿Por qué el Hombre ideal, el Hijo de Dios, se sometió al bautismo de Juan, bautismo de
arrepentimiento? Sin duda que no fue para confesar ningún pecado propio; sino que ante todo fue
para poner el sello de su aprobación a la obra de Juan y para confirmar el mensaje que afirmaba
que el arrepentimiento y la confesión del pecado son absolutamente necesarios para todos los que

20
quieran compartir la salvación de Cristo.
También, con su bautismo Jesús se identificó con su pueblo, no como pecador, sino
haciendo lo que estaba mandado y compartiendo con ellos el odio al pecado, el dolor que
produce, y la esperanza y expectación de ayuda. Sólo los que se compadecen pueden servir y
salvar.
El bautismo indicaba también que el penitente había roto con el pasado para comenzar
una vida nueva de santidad y obediencia. As-' también Jesús en su bautismo concluía sus
tranquilos años de preparación en Nazaret e iniciaba el ministerio de servicio y sacrificio que iba
a llevar a cabo en obediencia a la voluntad de su Padre. Por esta razón Lucas, con la habilidad de
historiador consumado, primero termina la historia de Juan, el gran precursor, antes de
mencionar el que en realidad fue el incidente supremo de la carrera de Juan —el bautizar a Jesús.
Ese incidente introduce a Jesús en su ministerio público, y ese ministerio iba a constituir la
sustancia misma del Evangelio.
Que el incidente es meramente una introducción a su narración es evidente también por la
manera en que Lucas menciona el bautismo. No describe el suceso. Sólo lo menciona para
indicar cuándo Jesús vio al Espíritu que descendía y oyó la voz del cielo. Lo primero fue una
indicación simbólica del poder en el que la obra de Jesús se iba a realizar; lo segundo fue una
declaración de que era el Cristo, sobre quien estaba la aprobación de Dios.
No podemos suponer que Jesús careciese antes de la presencia del Espíritu, ni que en ese
momento asumiese una nueva relación para con su Padre, sino que, así como en el bautismo se
había sometido al servicio que le había sido asignado, así ahora se le acreditaba para dicha
misión; así como por humildad se había identificado con los hijos de los hombres, así también se
le volvía a garantizar que era el Hijo de Dios; al igual que había demostrado compasión por los
pecadores penitentes, así ahora se declaraba que era el Impecable en quien Dios se complacía.
Así ocurre también en el caso de los seguidores de Cristo. Aunque todos gozan de la
presencia permanente del Espíritu, sin embargo, cuando renuevan su entrega a su servicio, se
llenan de nuevo con su poder, reciben fortaleza para su misión, y una nueva seguridad de su
filiación y aceptación por parte de Dios les aviva el ánimo. Sólo Lucas menciona que esta
experiencia la tuvo Jesús mientras oraba. Se dio cuenta de que era un momento decisivo. La
oración suele ser la condición necesaria para tener esas visiones celestiales y experiencias
espirituales que nos preparan para las tareas de nuestra vida.

C. LA GENEALOGÍA DE JESÚS
Cap. 3: 23-38

23 Jesús mismo al comenzar su ministerio era como de treinta años, hijo, según se creía,
de José, hijo de Eli, 24 hijo de Matat, hijo de Leví, hijo de Melqui, hijo de Jana, hijo de José, 25
hijo de Matatías, hijo de Amos, hijo de Nahum, hijo de Esli, hijo de Nagai, 26 hijo de Maat, hijo
de Matatías, hijo de Semei, hijo de José, hijo de Judá, 27 hijo de Joana, hijo de Resa, hijo de
Zorobabel, hijo de Salatiel, hijo de Neri, 28 hijo de Melqui, hijo de Adi, hijo de Cosam, hijo de
Elmo-dam, hijo de Er, 29 hijo de Josué,, hijo de Eliezer, hijo de Jorim, hijo de Matat, 30 hijo de
Leví, hijo de Simeón, hijo de Judá, hijo de José, hijo de Jonán, hijo de Eliaquim, 31 hijo de
Melca, hijo de Mainán,. hijo de Matata, hijo de Natán, 32 hijo de David, hijo de Isaí, hijo de
Obed, hijo de Booz, hijo ide Salmón, hijo de Naasón, 33 hijo de Aminadab, hijo de Aram» hijo
de Esrom, hijo de Fares, hijo de Judá, 34 hijo de Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham, hijo de
Taré, hijo de Nacor, 35 hijo de Serug, hijo de Ragau, hijo de Peleg, hijo de Heber, hijo de Sala,

21
36 hijo de Cainán, hijo de Arfaxad, hijo de Sem, hijo de Noé, hijo de Lamec, 37 hijo de
Matusalén, hijo de Enoc, hijo de Jared, hijo de Mahalaleel, hijo de Cainán, 38 hijo de Enós, hijo
de Set, hijo de Adán, hijo de Dios.

La genealogía de Jesús que Lucas presenta contiene diferencias notorias con respecto a la
de Mateo. Posiblemente algunas de ellas pueden explicarse y sean de verdadera importancia.

1. Ante todo, la genealogía se halla en otra parte del Evangelio. En Mateo, abre el relato;
en Lucas concluye el capítulo tercero. Esto no es una simple casualidad.
Mateo intenta demostrar que Jesús es el Cristo, el Mesías que, como Rey de Israel,
cumple todas las profecías del Antiguo Testamento. Es de suma importancia que se vea que
Jesús es el Hijo de David y de Abraham y que la genealogía oficial que contiene esa constancia
esté al inicio del relato, precediendo incluso a la natividad.
Lucas, en cambio, ha ofrecido ya el significativo relato del nacimiento, infancia y carrera
del gran precursor, Juan, a causa de la luz que todo ello arroja sobre el ministerio de Jesús. Así
pues, una vez que la carrera de Juan ha sido relatada, cuando va a iniciarse la mención del
ministerio de Jesús, Lucas intercala la genealogía para subrayar el hecho de que la narración
concerniente a Juan ha concluido y que la historia del ministerio de Jesús va a iniciarse. La
genealogía es pues un artístico interludio, o también una introducción importante. Sugiere el
verdadero propósito del escritor y señala la transición del ministerio que llamaba a los hombres a
arrepentimiento a la obra salvadora que asegura la salvación del pecado. El Evangelio no es un
buen consejo sino las buenas nuevas No somos seguidores de Juan sino de Jesús.
2. Luego, la genealogía en Mateo sigue un orden descendiente. Lucas, por el contrario, va
ascendiendo de hijo a padre. Aquella es una genealogía de un registro oficial; se mencionan las
personas a medida que nacen; ésta es la genealogía de un documento privado compilado de los
registros públicos con el fin de fijar la atención sobre la persona concreta cuyo nombre encabeza
la lista. Esto está perfectamente de acuerdo con la habilidad literaria de Lucas, quien desea en
este punto de la narración centrar el pensamiento en la importancia suprema de Jesús, el
Salvador, de cuya obra redentora va a escribir.
3. En tercer lugar, en tanto que los nombres que Lucas da desde Abraham a David
corresponden con los que ofrece Mateo, los nombres desde David a Jesús difieren. Algunos han
tratado de explicar las diferencias diciendo que Mateo da la genealogía de José mientras que
Lucas da la de María. Probablemente es más atinado concluir que ambos dan la genealogía de
José, aunque Mateo sigue la línea de sucesión real para demostrar que Jesús es el heredero de
David, en tanto que Lucas ofrece la verdadera ascendencia Esto concuerda sin duda con el
propósito de Mateo que siempre presenta a Jesús como el Rey, y también con el de Lucas que
nos pinta a Jesús como el Hombre verdadero e ideal
4 Más aún, la genealogía en Mateo comienza con Abraham, mientras que Lucas sigue la
línea hasta Adán. Aquella demuestra que Jesús es judío, hijo verdadero de Abraham, en quien
el pacto se cumple Esta nos recuerda que Jesús pertenece a la raza humana. Nos hace mirar más
allá de todo nacionalismo y recuerda que este Hombre ideal en quien Lucas nos hace fijar el
pensamiento es el Salvador del género humano.
5 Finalmente, con la afirmación, a modo de conclusión de la genealogía, de que Adán era
"hijo de Dios", se nos indica que Jesús perteneció a la gran hermandad humana, y que, como
todos los hombres, debía su origen a Dios; esto, empero, no quiere decir que se niegue que
también tuvo con Dios una relación absolutamente única. La genealogía se abre con la

22
afirmación de que se creía que Jesús era hijo de José; era descendiente legal de José y por ello el
prometido Hijo de David debido al matrimonio de José con María; pero no era verdadero hijo
de José; era el "Hijo unigénito" de Dios.

D. LA TENTACIÓN DE JESÚS
Cap. 4:1-13

1 Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al
desierto 2 por cuarenta días, y era tentado por el diablo. Y no comió nada en aquellos días,
pasados los cuales, tuvo hambre. 3 Entonces el diablo le dijo: Si eres Hijo de Dios, di a esta
piedra que se convierta en pan. 4 Jesús, respondiéndole, dijo: Escrito está: No sólo de pan
vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios. 5 Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró
en un momento todos los reinos de la tierra. 6 Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad,
y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. 7 Si tú postrado
me adorares, todos serán tuyos. 8 Respondiendo Jesús, le dijo: Vete de mí, Satanás, porque
escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás. 9 Y le llevó a Jerusalén, y le puso
sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo; 10 porque
escrito está:
A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden; "y En las manos te sostendrán,
Para que no tropieces con tu pie en piedra. 12 Respondiendo Jesús, le dijo: Dicho está: No
tentarás al Señor tu Dios. 13 Y cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se apartó de él
por un tiempo.

La tentación de Jesús fue el último paso en la preparación para el ministerio público; para
muchos de sus seguidores la enseñanza última para el servicio la reciben en alguna prueba
semejante, el resultado de la cual es una decisión renovada de vivir no para sí sino para Dios.
La ocasión en que fue tentado está llena de significado. Fue precisamente después de que
Jesús había sido lleno con el Espíritu Santo y había recibido una seguridad nueva de su divina
filiación. Bajo la dirección del Espíritu fue al lugar de la prueba, y la tentación consistió, en gran
parte, en la insinuación de que usase para fines egoístas los poderes divinos de los que estaba
consciente, y de que olvidase la relación filial que lo unía a su Padre. Aunque Dios nunca nos
tienta, en el sentido de incitarnos al pecado, sí parece formar parte de su propósito de gracia el
permitir que seamos probados; estas experiencias nos vienen cuando estamos bajo la dirección
del Espíritu, y la esencia de dichas tentaciones suele consistir en una inclinación a buscar la
propia complacencia con olvido de nuestra verdadera relación con Dios. El lugar de la tentación
fue el desierto, y en un cierto sentido toda experiencia de lucha moral es una experiencia de
soledad intensa. Por otra parte, el vivir mismo en un verdadero desierto no lo libra a uno de la
solicitación al pecado. Dondequiera que uno esté, se puede tener la seguridad de la presencia y
compasión de Cristo; y la victoria es posible por la fe en él. Este parece ser el mensaje supremo
del episodio.
Tanto en Mateo como en Lucas las tentaciones son tres. Probablemente quieren ser
simbólicas e inclusivas; bajo una cualquiera de estas incitaciones al mal se pueden colocar todas
las pruebas morales de la humanidad. Hay que advertir, sin embargo, que el orden de las
tentaciones en Lucas difiere del de Mateo. En ambos relatos la primera tentación es la de
convertir la piedra en pan; pero Lucas menciona como segunda tentación lo que Mateo sitúa en
último lugar, la que ofrece a Jesús todos los reinos de la tierra. Esta era una culminación

23
adecuada de las tentaciones del Rey. Lucas, en cambio, menciona en último lugar la tentación de
arrojarse del pináculo del Templo y con ello tentar a Dios. Es la tentación de deseo intelectual
que se presenta bajo la forma sutil de confianza presuntuosa. Es una verdadera culminación en la
tentación del Hombre ideal. El orden en que procede Mateo lo sugiere el Apóstol Juan, quien
menciona "deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida". El orden de
Lucas nos conduce al relato del Edén y del primer pecado, que se debió a amor por lo que era
"bueno para comer" y "agradable a los ojos" y "codiciable para alcanzar la sabiduría". También
como en el Edén, la primera tentación es de duda de la bondad de Dios, la segunda, duda de su
poder, y la tercera, desconfianza de su sabiduría. La victoria de Jesús, sin embargo, se consiguió
gracias al triunfo de su fe, y la fe sigue siendo "la victoria que ha vencido al mundo".
La primera tentación, pues, fue en la esfera del apetito corporal; Satanás incitó a Jesús a
que transformase una piedra en pan. ¿Por qué no? Su apetito era bueno, inocente; y tenía el poder
para satisfacerlo. El pecado, empero, hubiera estado en usar su divino poder para saciar sus
necesidades humanas. Si su estilo de vida hubiese sido éste, no hubieran existido para él ni el
hambre, ni el dolor, ni la angustia, ni la cruz. Hubiera echado a perder el propósito mismo por el
que había venido al mundo; quienquiera que haga de la satisfacción de sus apetitos el propósito
supremo de la vida, la está desperdiciando. La esencia de la tentación, sin embargo, fue dudar de
la bondad de Dios, como aparece en la respuesta de Jesús, "No sólo de pan vivirá el hombre".
Citó el Antiguo Testamento; afirmó que, del mismo modo que Dios en otro tiempo había
preservado a. su pueblo con un milagro, así también ahora sustentaría la vida de su Hijo. Jesús no
podía ser arrastrado al temor. Creía que Dios satisfaría su necesidad y que, por intensa que fuese
la exigencia del apetito, la voluntad de Dios a su manera no dejaría de garantizar la satisfacción y
el gozo más auténtico de la vida.
La segunda tentación fue en la esfera de la ambición terrenal. Consistió en un
ofrecimiento de poder humano ilimitado. Satanás daría a Jesús todos los reinos de la tierra con la
condición de que se postrase ante él y lo adorase. La fuerza de la tentación radicaba en el hecho
de que Jesús esperaba gobernar un día al mundo. El Tentador sugirió que él poseía tal poder, y
que si Jesús se le sometía alcanzaría la meta deseada de gobernar al universo. Fue una tentación
de duda del poder de Dios y de deslealtad para con él, tal corno se ve por la respuesta de Jesús,
"Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás".
Este tipo de tentación es frecuente hoy día. El diablo no nos pide que renunciemos a
nuestros propósitos de ayuda a los demás y de servicio al mundo, sólo nos pide que transijamos
con el mal para conseguir lo que pretendemos; insiste en que el fin justificará los medios; insinúa
que en el mundo del comercio, de la política, que en el mundo social, los métodos malos están
tan en boga que sólo se puede triunfar en complicidad con el mal. Nos dice que éste es su mundo
y que sólo podemos destacar en la medida en que nos avengamos con él. Para Cristo el problema
no ofrecía dudas. Era someterse a Satanás o ser leal a Dios. Esto implicaría oposición al que
manda en este mundo y por tanto significaría conflictos, sufrimientos, lágrimas, y cruz; pero el
resultado final sería un gobierno universal. La misma elección se presenta ante los seguidores de
Cristo. La lealtad inquebrantable conduce a la cruz, pero también al triunfo.
La última tentación fue en la esfera de la curiosidad intelectual. Le sugirió a Jesús que
debería comprobar por sí mismo cuál sería la experiencia de uno que se arrojase de una gran
altura y que luego manos angélicas lo preservasen de todo daño. Es la tentación de colocarse sin
necesidad en situaciones de peligro moral y esperar que un poder milagroso de Dios lo librará.
Esto no es fe, sino presunción. Satanás sigue utilizando este recurso para destruir las almas.
Incita a los hombres a que comprueben por sí mismos, a que amplíen sus conocimientos por

24
medio de experiencias que ponen innecesariamente en peligro su reputación, su salud, y su
honor, a que se pongan en peligros morales, a que vivan más allá de sus recursos, a que
emprendan obras más allá de su fortaleza. Jesús replicó, "No tentarás al Señor tu Dios". En el
sendero del verdadero deber no se deben temer ni los peligros más amenazadores; pero quien se
coloca sin necesidad en peligro no debe esperar ayuda divina. A su debido tiempo y a su manera,
y siempre en el sendero del servicio que nos ha sido encomendado, Dios nos abrirá los ojos y nos
dará el conocimiento que necesitamos. Buscar con presunción ese conocimiento, poniendo con
ello en peligro el alma, es dudar de la sabiduría de Dios. La confianza verdadera nos guarda de
toda presunción pecaminosa.
El relato concluye con la afirmación de que, una vez hubo Jesús conseguido el triunfo, el
diablo "se apartó de él por un tiempo". La vida de fe es una vida de conflictos morales
constantes, pero la victoria es segura para quienes confíen en la bondad, el poder y la sabiduría
de Dios.

IV
EL MINISTERIO EN GALILEA
Caps. 4:14 al 9:50

A. PRIMER PERÍODO
Cap. 4:14-44

1. Jesús predica en Nazaret


Cap. 4:14-30

14 Y Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió su fama por toda la
tierra de alrededor. 15 Y enseñaba en las sinagogas de ellos, y era glorificado por todos.
16 Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga,
conforme a su costumbre, y se levantó a leer. 17 Y se le dio el libro del profeta Isaías; y
habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: 18 El Espíritu del Señor está
sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a
sanar a los quebrantados de corazón;
A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los
oprimidos; 19 A predicar el año agradable del Señor.
20 Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga
estaban fijos en él.
21 Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros. 22 Y
todos daban buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían
de su boca, y decían: ¿No es éste el hijo de José? 23 Él les dijo: Sin duda me diréis este refrán:
Médico, cúrate a ti mismo; de tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaum, haz
también aquí en tu tierra. 24 Y añadió: De cierto os digo, que ningún profeta es acepto en su
propia tierra. 25 Y en verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías,
cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en toda la
tierra; 26 pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de
Sidón. 27 Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Elíseo; pero ninguno de ellos
fue limpiado, sino Naamán el sirio. 28 Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de
ira; 29 y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del

25
monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle. 30 Mas él pasó por en
medio de ellos, y se fue.

Después del bautismo y tentación, Jesús permaneció por un tiempo en Jerusalén y en


Judea y luego regresó a Galilea donde comenzó ese ministerio al que Lucas dedica los seis
capítulos siguientes de su Evangelio. De este ministerio menciona tres características: primera,
fue realizado en el poder del Espíritu Santo; segunda, su fama se extendió por todo el país; y
tercera, su esencia consistió en una enseñanza pública impresionante y grandiosa.
El primer sermón de Jesús que se menciona lo predicó en la sinagoga de Nazaret, la
ciudad en la que había transcurrido la juventud y los primeros años de adulto. Lucas sitúa este
sermón en el comienzo mismo de este relato del ministerio público de Jesús, probablemente
porque consideraba que contenía el programa de dicho ministerio, o que constituía la
proclamación de la obra salvadora de nuestro Señor.
Era sábado. El lugar de culto estaba lleno de parientes, amigos y conciudadanos de Jesús.
Todos ansiaban oír a quien tan bien conocían y que había alcanzado un renombre tan rápido. Ya
fuese a petición de Jesús mismo, ya providencialmente, recibió el libro de Isaías para dirigir la
lectura de la Escritura. Buscó el pasaje de la profecía en la que el escritor, con expresión gozosa,
describe la alegría de quienes han de regresar de su largo cautiverio en Babilonia. Una vez
concluida la lectura Jesús se sentó, adoptando con ello la actitud de un maestro público. Las
miradas de todos se concentraron en él; y comenzó a exponer cómo la profecía se iba a cumplir
en su propia persona, con lo cual vino a decir de sí mismo que era el Mesías prometido. La frase
misma con que comienza la profecía, "El Espíritu del Señor está sobre mí", indica, al aplicársela
a sí mismo, que había sido ungido, no con óleo como un profeta o un sacerdote o un rey, sino
con el Espíritu Santo como el Ungido, o el Cristo de Dios. Como tal, iba a dar "buenas nuevas a
los pobres", es decir, a los que sufrían de pobreza tanto física como espiritual. Iba a pregonar
liberación para los esclavizados por el pecado y a dejar sentados principios que conducirían a la
libertad política para el género humano. Iba a "poner en libertad a los oprimidos", o sea, a
eliminar las consecuencias y las crueldades del egoísmo y el crimen.
Iba a proclamar la era de bendición universal que sería la consecuencia de su reino
perfecto. Así pues, con estas palabras, en las que se entremezclan las imágenes de la liberación
de la cautividad con las de la alegría de un jubileo, Jesús expresó la naturaleza graciosa y
bienhechora de su ministerio.
Sus oyentes escuchaban sorprendidos, incapaces de resistir al encanto de sus palabras o
de negar la belleza fascinante de las mismas, pero incapaces también de aceptar sus
afirmaciones; recibieron sus predicciones con incredulidad obstinada. Tanto la incredulidad
como la explicación de la misma la manifestaron con la pregunta que formularon, "¿No es éste el
hijo de José?" Lo que querían decir era: "¿Acaso este hombre no es nuestro vecino, el carpintero,
a quien tan bien conocemos? ¿Y acaso no conocemos también a su familia? Es imposible que sea
el Mesías".
La respuesta de Jesús les hizo ver que el no querer aceptarlo era debido en parte al hecho
de que no hubiese obrado entre ellos los milagros que acompañaban su ministerio en otros
lugares. Esto quiso decir con la cita del refrán, "Médico, cúrate a ti mismo", es decir, "Demuestra
tus derechos aquí como lo has hecho en otras partes, si esperas ser aceptado como el Cristo".
Jesús citó también otro refrán para explicar en forma más plena sus celosas dudas: "Ningún
profeta es acepto en su propia tierra". Los que de más familiaridad gozan con los grandes
hombres suelen ser menos capaces de valorar su grandeza; "la familiaridad engendra el des-

26
precio", porque los hombres suelen juzgar mucho por criterios falsos y por lo que es accesorio y
externo, y porque muy a menudo a quienes menos conocen son aquellos a quienes creen conocer
mejor. Esta misma estúpida falta de capacidad estimativa oscurece la vida humana de nuestros
tiempos, y nos hace fallar en el aprecio del valor de nuestro»; amigos y el valor de nuestras
oportunidades, hasta que ya es demasiado tarde. Incluso tiene una proyección trágica sobre el
ministerio actual de Cristo; algunos lo rechazan por razones del todo superficiales y estúpidas,
pensando que lo conocen a la perfección porque por mucho tiempo han estado familiarizados con
su nombre, cuando en realidad no llegan a comprender la verdadera belleza de su persona ni el
poder transformador de su gracia.
La incredulidad de sus oyentes se convirtió en odio furioso al darles Jesús dos ejemplos
del Antiguo Testamento, los cuales indicaban que sus conciudadanos, que eran quienes mejor lo
conocían, eran menos dignos de su ministerio salvador que incluso los de naciones paganas. Se
comparó a sí mismo con Elías y Eliseo y afirmó que del mismo modo que el primero le llevó una
gran bendición a una persona que vivía en Sidón y el segundo a un príncipe de Siria, en tanto que
el pueblo de Israel sufría a causa de su incredulidad, así también las naciones del mundo
aceptarían la bendición salvadora de Cristo en tanto que los que lo conocían mejor sufrirían a
causa de su incredulidad. Tanto enfureció a sus oyentes este severo reproche, que lo condujeron
fuera de la ciudad y trataron de quitarle la vida, pero él, con calma majestuosa y divina fortaleza,
"pasó por en medio de ellos, y se fue".
Sigue siendo verdad que los que han tenido las mejores oportunidades para conocer a
Jesús a menudo lo rechazan; pero, donde hay fe, los corazones angustiados son curados como en
el caso de Elías y los leprosos son sanados como lo fue Naamán por la palabra de Elíseo. Así
pues, en este episodio en la sinagoga de Nazaret, Jesús mostró no sólo la gracia de su ministerio
sino también su poder universal. Vino para aliviar todas las necesidades del género humano y del
mundo todo.

2. Jesús realiza milagros en Capernaum

31 Descendió Jesús a Capernaum, ciudad de Galilea; y les enseñaba en los días de


reposo. 32 Y se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad.
33 Estaba en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu de demonio inmundo, el
cual exclamó a gran voz,
34 diciendo: Déjanos; ¿qué tienes con nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para
destruirnos? Yo te conozco quién eres, el Santo de Dios. 35 Y Jesús le reprendió, diciendo:
Cállate, y sal de él. Entonces el demonio, derribándole en medio de ellos, salió de él, y no le
hizo daño alguno. 36 Y estaban todos maravillados, y hablaban unos a otros, diciendo: ¿Qué
palabra es esta, que con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos, y salen? 37 Y su
fama se difundía por todos los lugares de los contornos.
38 Entonces Jesús se levantó y salió de la sinagoga, y entró en casa de Simón. La suegra
de Simón tenía una gran fiebre; y le rogaron por ella. 39 E inclinándose hacia ella, reprendió a
la fiebre; y la fiebre la dejó, y levantándose ella al instante, les servía.
40 Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades los traían a
él; y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba. 41 También salían demonios de
muchos* dando voces y diciendo: Tú eres el Hijo de Dios. Pero él los reprendía y no les dejaba
hablar, porque sabían que él era el Cristo.
42 Cuando ya era de día, salió y se fue a un lugar desierto; y la gente le buscaba, y

27
llegando a donde estaba, le detenían para que no se fuera de ellos. 43 Pero él les dijo: Es
necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para
esto he sido enviado. 44 Y predicaba en las sinagogas «le Galilea.

Lucas sitúa en un repentino contraste entre el sábado transcurrido en Capernaum y el


sábado que Jesús pasó en Nazaret. En este, al inicial se el relato, rodeaban a Jesús sus amigos y
conciudadanos; al concluirse, se habían convertido en una turba enfurecida que trató de matarlo.
En aquel, al comienzo del episodio, un demonio se enfrenta a Jesús; pero al final del mismo, lo
rodeaba una multitud admirada, deseosa de que permaneciese con ellos.
Jesús vuelve a estar en una sinagoga, y lo que les enseñaba despertaba su admiración. A
diferencia de los maestros de ese tiempo, hablaba con autoridad al explicar las Escrituras en
lugar de citar "autoridades" conocidas. De repente interrumpió el culto un hombre poseído de un
espíritu inmundo, que lanzaba grandes voces. Jesús reprendió al demonio y le mandó que saliese
del hombre. No se puede dudar de que el espíritu malo que Jesús dominó de este modo era un
verdadero ser maligno que gobernaba al pobre enfermo; sin embargo ese "espíritu de demonio
inmundo" es símbolo del poder demoníaco de la envidia, lujuria e ira, y de toda la hueste de
pasiones envilecedoras de las que sólo Cristo puede aliviar.
El segundo episodio de ese sábado memorable ocurre en la casa de Simón Pedro; con una
sola palabra Jesús socorrió a la enferma que sufría de una gran fiebre La curación fue tan
instantánea que la mujer que había estado enferma "levantándose . . al instante, les servía". Es
probable que en muchas casas haya quienes, aunque no estén bajo el poder de pasiones malas,
sufren no obstante de preocupaciones, ansiedades, inquietudes o intranquilidades, y por ello son
incapaces de prestar a otros el servicio cordial que podrían llevar a cabo con sólo que oyesen la
voz tranquilizadora de Cristo y sintiesen el poder suavizante de su contacto.
El tercer episodio posee una belleza peculiar A la puesta del sol, una gran multitud se
reunió alrededor de la casa de Pedro, atraída por el relato del milagro realizado en la sinagoga
Llevaron con ellos muchos enfermos o poseídos de demonios y Jesús los sanó a todos Este es un
cuadro que hoy día se reproduce de verdad. El Salvador se yergue entre las sombras y misterios
del sufrimiento y el dolor; alrededor de él están reunidos aquellos a quienes el pecado ha herido
con su enfermedad, los tristes, los desamparados, los agobiados por la soledad, los tentados, los
desesperados, los perdidos. Su contacto sigue teniendo el poder de siempre. En su misericordia
los sana a todos, y llenos de gozo se alejan.
El último episodio de la serie sucede al amanecer, a la mañana siguiente. Jesús se había
retirado "a un lugar desierto", pero las multitudes anhelantes lo habían hallado y lo detenían para
que no se fuera Él les recordó, sin embargo, que había otras ciudades que necesitaban oír "el
evangelio del reino de Dios" ¿Tenemos todos los que hemos percibido el contacto sanador de
Cristo algo de su compasión por quienes todavía no han oído las buenas nuevas de su gracia?

B. SEGUNDO PERÍODO
Caps. 5: 1 al 6:11

1. Llamamiento de los primeros discípulos


Cap. 5: 1-11

1 Aconteció que estando Jesús junto al lago de Genesaret, el gentío se agolpaba sobre él
para oír la palabra de Dios. 2 Y vio 4os barcas que estaban cerca de la orilla del lago; y los

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pescadores, habiendo descendido de ellas, lavaban sus redes. 3 Y entrando en una de aquellas
barcas, la cual era de Simón, le rogó que la apartase de tierra un poco; y sentándose, enseñaba
desde la barca a la multitud. 4 Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Boga mar adentro, y
echad vuestras redes para pescar. 5 Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos
estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red. 6 Y habiéndolo
hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía. 7 Entonces hicieron señas a los
compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron
ambas barcas, de tal manera que se hundían. 8 Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante
Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. 9 Porque por la pesca que
habían hecho, el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él, 10 y
asimismo de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a
Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres. 11 Y cuando trajeron a tierra las
barcas, dejándolo todo, le siguieron.

Muchos consideran el llamamiento de sus primeros discípulos como el comienzo de un


nuevo período en el ministerio público de Jesús Su obra iba a asumir una forma más estable. La
creciente popularidad de su predicación indicaba que el evangelio era para el mundo entero. Para
una proclamación de esta índole era necesario preparar un grupo concreto de obreros. El creci-
miento del cristianismo siempre depende de que se consigan hombres que quieran confesar y
seguir públicamente a Cristo.
El escenario de este llamamiento fue el "lago de Genesaret". Esta encantadora extensión
de agua trae a la memoria tantas escenas de la vida de nuestro Señor que ha merecido ser llamada
"quinto Evangelio". En las riberas occidental y septentrional se hallaban las ciudades en las que
se llevó a cabo la mayor parte del trabajo de Jesús; la parte oriental estaba deshabitada y ahí se
retiraba Jesús para descansar.
Los hombres a los que Jesús llamó eran pescadores, vigorosos, independientes, valientes.
No les era extraño Jesús ni habían quedado indiferentes ante las verdades espirituales que
proclamaba. Habían escuchado la predicación del Bautista y habían llegado a considerar a Jesús
como el Mesías, pero ahora se les invitaba a que dejasen sus casas y ocupaciones y a que se
convirtiesen en compañeros y discípulos constantes.
En esta ocasión Jesús había pedido prestada la barca que pertenecía a uno de ellos para
utilizarla como pulpito desde el cual dirigirse a las multitudes. Una vez finalizado el discurso,
dio a los cuatro hombres a los que iba a llamar una impresionante lección en cuanto a la índole
de su obra y al éxito grande que acompañaría su ministerio si lo dejaban todo y lo seguían.
Realizó un milagro, impresionante en alto grado, ya que fue en el ámbito de su oficio diario y en
un momento y lugar que estaban seguros eran inadecuados para pescar. Bajo la dirección de
Jesús la redada de peces fue tan grande que las redes se rompían y las barcas casi zozobraron
bajo tal carga. Fue una manifestación tan evidente de poder sobrenatural que Pedro sintió que
estaba en presencia de un Ser divino y manifestó el temor que todos nosotros hubiéramos experi-
mentado de haber estado frente a frente a Dios. Jesús pronunció palabras que no sólo quitaron el
temor de Pedro sino que dieron a él y a sus compañeros valor para el tiempo futuro, "No temas;
desde ahora serás pescador de hombres".
Jesús sigue llamando del mismo modo hoy día a hombres para que sean sus discípulos.
Obedecer puede comportar sacrificios, pero por otra parte es seguro que conduce a la salvación
de almas.

29
2. Jesús sana a un leproso
Cap. 5: 12-16

12 Sucedió que estando él en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra,
el cual, viendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le rogó, diciendo: Señor, si quieres,
puedes limpiarme. 13 Entonces, extendiendo él la mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y
al instante la lepra se fue de él.
14 Y él le mandó que no lo dijese a nadie; sino ve, le dijo, muéstrate al sacerdote, y
ofrece por tu purificación, según mandó Moisés, para testimonio a ellos.
15 Pero su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírle, y para que
les sanase de sus enfermedades. 16 Más él se apartaba a lugares desiertos, y oraba.

La lepra se consideraba como la más asquerosa y terrible de las enfermedades. Se daba en


varias formas pero su rasgo invariable era una suciedad pestilente. El leproso era un paria; se le
obligaba a vivir alejado de toda vivienda humana. Se le exigía llevar cubierta la boca y advertir
su proximidad con el grito "¡Impuro! ¡Impuro!" Como se consideraba que no tenían esperanza,
se les tenía como muertos. Por lo que tiene de asqueroso, de solapado, de corruptor, de
penetrante, de aislante, de contaminante ritual y físicamente, duda que la lepra es un símbolo
adecuado del pecado; y este relato tan gráfico ofrece una parábola del poder que Cristo tiene para
limpiar, sanar y restaurar. El cuadro que Lucas ofrece está lleno de vida; la confianza humilde
del pobre enfermo, su grito lastimoso, el contacto compasivo de Jesús, la palabra de mando y la
curación instantánea. Aunque Jesús le prohibió al hombre que excitase los ánimos con el relato
de su curación, también le ordenó que se presentase al sacerdote, a fin de que las autoridades
religiosas supremas tuviesen un testimonio indiscutible del poder divino de Cristo, y también a
fin de que el hombre llevase ofrendas que la Ley exigía y con ello le expresase a Dios su
gratitud. Nuestro Maestro sigue esperando que todos los que han sentido su contacto sanador den
testimonio de su gracia y demuestren su gratitud ofreciéndole el servicio de sus vidas.
Milagros así no se pueden mantener ocultos Las multitudes se agolparon de tal modo en
torno a Jesús que se vio obligado a retirarse al desierto para descansar ; y al concluir la escena el
que había maravillado a las multitudes con la manifestación de su poder divino, se quedó solo
buscando la ayuda de Dios en oración.

3 Jesús perdona pecados


Cap. 5: 17-26
17 Aconteció un día, que él estaba enseñando, y estaban sentados los fariseos y doctores
de la ley, los cuales habían venido de todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén; y el
poder del Señor estaba con él para sanar. 18 Y sucedió que unos hombres que traían en un lecho
a un hombre que estaba paralítico, procuraban llevarlo adentro y ponerle delante de él. 19 Pero
no hallando cómo hacerlo a causa de la multitud, subieron encima de la casa, y por el tejado le
bajaron con el lecho, poniéndole en medio, delante de Jesús. 20 Al ver él la fe de ellos, le dijo:
Hombre, tus pecados te son perdonados. 21 Entonces los escribas y los fariseos comenzaron a
cavilar, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino
sólo Dios? 22 Jesús entonces, conociendo los pensamientos de ellos, respondiendo les dijo:
¿Qué caviláis en vuestros corazones? 23 ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son
perdonados, o decir: Levántate y anda? 24 Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene
potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu

30
lecho, y vete a tu casa. 25 Al instante, levantándose en presencia de ellos, y tomando el lecho en
que estaba acostado, se fue a su casa, glorificando a Dios. 26 Y todos, sobrecogidos de asom-
bro, glorificaban a Dios; y llenos de temor, decían: Hoy hemos visto maravillas.

Si la lepra era el símbolo de la suciedad del pecado, la parálisis lo era de la impotencia y


dolor del mismo. Con ocasión de la curación de un paralítico, Jesús, empero, hizo algo más
sorprendente: perdonó pecados. Al pobre enfermo lo habían llevado cuatro amigos a quienes
ningún obstáculo desalentó. Al no poder entrar por la puerta en la casa donde Jesús estaba,
debido a las multitudes que en torno a ella estaban apiñadas, se subieron al tejado y por entre las
tejas lo bajaron a la presencia de Jesús. Su ahínco es un reproche para nosotros los que hacemos
tan pocos esfuerzos para llevar a nuestros compañeros dentro de la esfera de la influencia
sanadora de Jesús.
Jesús vio la fe tanto del hombre como de sus amigos y respondió con una aserción que
produjo en sus oyentes más sorpresa que el mismo abrir el tejado, "hombre, tus pecados te son
perdonados". No se le había pedido tal perdón, pero Jesús leyó el corazón. Vio el anhelo que el
enfermo tenía de ser curado no sólo en el cuerpo sino también en el alma. Comprendió su pesar
por el pecado que había causado la enfermedad que lo agobiaba, y la angustia del remordimiento,
y de inmediato pronunció la palabra de perdón y de paz. De este modo Jesús proclamó el
mensaje que el mundo parece reluctante en aceptar. Afirmó que las enfermedades físicas y los
males sociales son menos graves que las perturbaciones morales y espirituales de las que son
síntomas y consecuencia al mismo tiempo Más aún, expresó su pretensión de poder divino para
pronunciar el perdón y para quitar la culpa.
Esta pretensión suscitó de inmediato el agudo enojo de los escribas y fariseos allí
presentes y empezaron a cavilar: "¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar
pecados sino sólo Dios?" El razonamiento era correcto Jesús era un blasfemo merecedor de la
muerte, a no ser que fuese divino
Como demostración de su divinidad Jesús propuso una comprobación inmediata: "¿Qué
es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?" Desde luego que
ninguna de las dos cosas era fácil; cualquiera de ellas requería poder divino. Por tanto, cuando
tras la orden de Jesús el hombre se levantó y se fue para su casa "glorificando a Dios", no es
extraño que "todos, sobrecogidos de asombro, glorificaban a Dios"
Así pues, los milagros de Jesús eran pruebas verdaderas de su divinidad al igual que eran
expresiones de su amor; eran además parábolas de su habilidad y deseo de liberar al hombre de
la culpa y el poder del pecado.

4. Llamamiento de Leví
Cap. 5: 27-32

27 Después de estas cosas salió, y vio a un publicarlo llamado Leví, sentado al banco de
los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. 28 Y dejándolo todo, se levantó y le siguió.
29 Y Leví le hizo gran banquete en su casa; y había mucha compañía de publícanos y de
otros que estaban a la mesa con ellos. 30 Y los escribas y los fariseos murmuraban contra los
discípulos, diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con publícanos y pecadores? 31 Respondiendo
Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. 32 No he
venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.

31
Nada podía poner más de relieve la compasión de Jesús que llamar a un publicano para
que fuese compañero y amigo suyo íntimo. Estos recaudadores de tributos en todas partes eran
despreciados por su deshonestidad, extorsiones y codicia; pero Jesús escogió a uno llamado Leví,
o Mateo, y lo transformó en apóstol, evangelista y santo.
Debió de haber algo de admirable en la índole del hombre; por lo menos hubo algo de
inspirador en su ejemplo, porque tan pronto como oyó el claro llamamiento del Maestro,
"dejándolo todo, se levantó y le siguió".
Probablemente tuvo que dejar mucho más que cualquiera de los doce hombres que se
convirtieron en apóstoles de Cristo Sin duda que era rico. Por lo menos, así que se convirtió,
"hizo gran banquete en su casa" e invitó a "mucha compañía de publícanos y de otros". Fue
valiente en sus convicciones; no se avergonzó de su nuevo Maestro. Ansiaba poder presentar a
Jesús a sus viejos amigos.
Con ocasión de este banquete los fariseos criticaron a Jesús por comer y beber con
publícanos y pecadores. Su respuesta fue muy significativa, "Los que están sanos no tienen
necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al
arrepentimiento". Con esta afirmación Jesús subrayó y justificó su conducta y definió su misión.
El médico entra en la habitación del enfermo, no porque le agrade la enfermedad o porque se
alegre del sufrimiento ajeno, sino porque desea aliviar y curar; así también Jesús se juntaba con
pecadores no porque aprobase el pecado o porque le gustase la compañía de los depravados, sino
porque, como sanador de almas, deseaba ir donde más se le necesitaba y actuar donde los
estragos del pecado fuesen más graves. Vino al mundo para salvar a los pecadores. Su conducta
lo afligía y sus pecados lo apenaban; pero para llevar a cabo su misión los buscaba y les
demostraba su compasión con su presencia y con su poder sanador.
¿Hay alguien que no necesite la curación espiritual que él puede realizar? ¿Hay alguno
"sano"; hay algunos que no sean "pecadores"? Cada uno debe contestarse estas preguntas para sí.
Probablemente que los que corren un peligro mayor son los que, como los fariseos, no están
conscientes de su enfermedad. Pero también, ¿hay quienes, conocedores del poder del Maestro,
quieren como él ir con el Evangelio donde la necesidad es mayor?

5 La pregunta sobre el ayuno


Cap. 5: 33-39

33 Entonces ellos le dijeron: ¿Por qué los discípulos de Juan ayunan muchas veces y
hacen oraciones, y asimismo los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben? 34 Él les dijo:
¿Podéis acaso hacer que los que están de bodas ayunen, entre tanto que el esposo está con
ellos? 35 Más vendrán días cuando el esposo les será quitado; entonces, en aquellos días
ayunarán. 36 Les dijo también una parábola: Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo
pone en un vestido viejo; pues si lo hace, no solamente rompe el nuevo, sino que el remiendo
sacado de él no armoniza con el viejo. 37 Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra
manera, el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán. 38 Mas el
vino nuevo en odres nuevos se ha de echar; y lo uno y lo otro se conservan. 39 Y ninguno que
beba del añejo, quiere luego el nuevo; porque dice: El añejo es mejor.

A los fariseos les perturbó la actitud de Jesús para con los pecadores. Pero mucho más los
afligió su actitud frente a las formalidades y ceremonias que para ellos constituían la esencia
misma de la religión. Esta actitud Jesús la había manifestado con no exigir a sus discípulos la

32
observancia de los ayunos que habían llegado a ocupar un lugar tan prominente en el sistema
legalista que los líderes religiosos de los judíos enseñaban. La Ley de Moisés no prescribía
ayunos. Los rabinos los habían multiplicado hasta tal punto que un fariseo pudo jactarse de
ayunar dos veces por semana. A los discípulos de Juan el Bautista se les enseñó a ayunar a
menudo, no por formalismo vacuo, sino para expresar el carácter solemne del ministerio de Juan,
quien había llegado predicando "arrepentimiento para perdón de pecados". No es extraño, pues,
que los enemigos de Jesús fueran a él con quejas y con una pregunta, "¿Por qué los discípulos de
Juan ayunan muchas veces y hacen oraciones, y asimismo los de los fariseos, pero los tuyos
comen y beben?"
En su respuesta Jesús estableció en forma clara el criterio que sus seguidores deben
asumir, no sólo en cuanto al ayuno sino con respecto a todos los formalismos religiosos:
"¿Podéis acaso hacer que los que están de bodas ayunen, entre tanto que el esposo está con ellos?
Mas vendrán días cuando el esposo les será quitado, entonces, en aquellos días ayunarán". El
ayunar es una expresión de pesar ¡Qué absurdo sería, pues, que los seguidores de Jesús ayunasen
mientras el Esposo celestial estaba con ellos! Sí podrían en cambio manifestar su aflicción
cuando les fuese quitado. Con ello Jesús declaró que el ayunar, al igual que los demás ritos
religiosos, es adecuado si es una expresión auténtica de sentimiento religioso, pero si es una
cuestión de formalismo, de regla establecida, de exigencia exterior, si se tiene como fuente de
mérito, en ese caso es un absurdo y una impertinencia
Jesús agregó una parábola que aclaró más su actitud con respecto a los ritos y ceremonias
en los que los fariseos se complacían tanto. Afirmó que no había venido para reglamentar los
ayunos y las fiestas ni para rectificar el ritual judío. Esto hubiera sido como remendar un vestido
viejo. Esta religión ceremonial había cumplido su propósito. Pero Jesús había venido con algo
nuevo y mejor. La vida de libertad y gozo que ofrecía no cabía dentro de los formalismos estre-
chos y de los ritos del judaísmo El vino nuevo no se puede echar en odres viejos.
El cristianismo no cabe en ningún sistema de ritos y ceremonias. No debe interpretarse
como un conjunto de normas y exigencias; no se debe confundir con ritual alguno. Gobierna a
los hombres, no con reglas, sino con motivos. Su símbolo no es un ayuno sino un banquete, dado
su penetrante espíritu de gozo.
Según el relato de Lucas, Jesús añadió una frase muy peculiar, indicadora de su tierna
compasión, "Y ninguno que beba del añejo, quiere luego el nuevo • porque dice: El añejo es
mejor". Los que por largo tiempo se han acostumbrado a una religión de formalismo encuentran
difícil contentarse con la religión de fe. Debemos tener paciencia con ellos. No les es fácil
renunciar a las prácticas aprendidas en la infancia y les lleva tiempo aprender el gozo y la
libertad de ia madurez espiritual que Jesús ofrece a sus seguidores.

6 Controversia acerca del Sábado


Cap. 6:1-11

1 Aconteció en un día de reposo, que pasando Jesús por los sembrados, sus discípulos
arrancaban espigas y comían, restregándolas con las manos. 2 Y algunos de los fariseos les
dijeron: ¿Por qué hacéis lo que no es lícito hacer en los días de reposo? 3 Respondiendo Jesús,
les dijo: ¿Ni aun esto habéis leído, lo que hizo David cuando tuvo hambre él, y los que con él
estaban; 4 cómo entró en la casa de Dios,, y tomó los panes de la proposición, de los cuales no
es lícito comer sino sólo a los sacerdotes, y comió, y dio también a los que estaban con él? 5 Y
les decía: El Hijo del hombre es Señor aun del día de reposo.

33
6 Aconteció también en otro día de reposo, que él entró en la sinagoga y enseñaba; y
estaba allí un hombre que tenía seca la mano derecha. 7 Y le acechaban los escribas y los
fariseos, para ver si en el día de reposo lo sanaría, a fin de hallar de qué acusarle. 8 Mas él
conocía los pensamientos de ellos; y dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate, y ponte
en medio. Y él, levantándose, se puso en pie. 9 Entonces Jesús les dijo: Os preguntaré una cosa:
¿Es lícito en día de reposo hacer bien, o hacer mal? ¿Salvar la vida, o quitarla? 10 Y
mirándolos a todos alrededor, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él lo hizo así, y su mano fue
restaurada. 11 Y ellos se llenaron de furor, y hablaban entre sí qué podrían hacer contra Jesús.

Jesús había provocado la ira de los fariseos al arrogarse el derecho de perdonar pecados.
Los había enfurecido más con su modo de tratar a los pecadores. Pero su odio llegó a un punto
extremo de furia ante la actitud que tomó frente a la observancia del sábado. De entonces en
adelante buscaron cómo destruirlo.
La cuestión del sábado nunca ha perdido su interés. Los seguidores de Cristo deben
atenerse con firmeza a los principios que su Señor estableció. Son pocos pero fundamentales: El
sábado es un día para el culto a Dios y para el descanso y sólo se puede conculcar esta ley para
obras necesarias y de misericordia.
La primera de estas excepciones al descanso exigido la ilustró el caso de los discípulos a
quienes los fariseos acusaron de haber quebrantado el sábado porque, al caminar por los campos,
habían recogido espigas maduras y por ello, según la interpretación de sus enemigos, se habían
hecho culpables de haber trabajado en sábado. Nuestro Señor no negó que la ley del sábado
había sido conculcada. Simplemente recordó a sus enemigos el caso de David y de sus
acompañantes quienes, acosados por el hambre, quebrantaron la Ley Mosaica al entrar en el
tabernáculo y comer "los panes de la proposición". Jesús arguyó que, dada la necesidad de aliviar
el hambre, sus seguidores estuvieron justificados en prescindir de la ley del descanso.
La ilustración de la segunda excepción a la ley del descanso absoluto la dio Jesús "en otro
día de reposo" cuando en la sinagoga sanó a un hombre cuya mano derecha estaba "seca". Los
fariseos consideraron esta acción de Jesús como otra violación de la ley sabática. Jesús defendió
lo hecho basado en que el motivo había sido la misericordia y en que una obra que era de ayuda
al sufriente estaba permitida en sábado. Contestó a sus enemigos con una pregunta escrutadora,
partiendo del principio de que dejar de ayudar es lo mismo que causar daño. Les preguntó si
consideraban la naturaleza del día de descanso tal que convirtiese en bueno lo que, hecho en
otros días, era malo: "Os preguntaré una cosa: ¿ Es lícito en día de reposo hacer bien, o hacer
mal? ¿Salvar la vida, o quitarla?"
Si bien Jesús enseñó que la ley del descanso podía quebrantarse si ello era necesario para
poder satisfacer las necesidades del hombre o bien para mostrar misericordia a los necesitados o
angustiados, no abrogó el sábado en forma alguna. Afirmó, sin embargo, que "el Hijo del hombre
es Señor aun del día de reposo", con lo cual quiso decir que como representante de los hombres
tenía derecho a interpretar la Ley de modo que resultase un bien superior para el hombre. Tuvo
razón en aligerar el sábado de las observancias estrechas y agobiantes con que los fariseos lo
habían cargado y en devolvérselo al género humano como un día gozoso de descanso, de
refrigerio y de intimidad con Dios.

34
C. TERCER PERÍODO
Caps. 6:12 al 8:56

1. Elección de los doce


Cap. 6:12-19

12 En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. 13 Y cuando
era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó
apóstoles: 14 a Simón, a quien también llamó Pedro, a Andrés su hermano, Jacobo y Juan,
Felipe y Bartolomé, 15 Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Simón llamado Zelote, 16
Jadas hermano de Jacobo, y Judas Iscariote, que llegó a ser el traidor. 17 Y descendió con ellos,
y se detuvo en un lugar llano, en compañía de sus discípulos y de una gran multitud de gente de
toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón, que había venido para oírle, y para
ser sanados de sus enfermedades; 18 y los que habían sido atormentados de espíritus inmundos
eran sanados. 19 Y toda la gente procuraba tocarle, porque poder salía de él y sanaba a todos.

La elección de los doce apóstoles señala un período nuevo y muy importante en el


ministerio público de nuestro Señor. El significado profundo del hecho lo indica Lucas al
mencionar que Jesús pasó toda la noche precedente en oración a Dios. Una razón para tal
elección pudo haber sido el odio furioso de los fariseos, cuya ira había llegado ya a una
intensidad criminal. Para darle a su obra una estabilidad mayor Jesús vio la necesidad de
organizar a sus seguidores. Una multitud de discípulos lo había acompañado, algunos de ellos en
forma constante, pero ahora decidió nombrar asistentes suyos que actuarían como líderes
preparados, y quienes serían sus mensajeros oficiales, provistos de poderes milagrosos.
En los cuatro lugares del Nuevo Testamento en los que hallamos los nombres de estos
doce apóstoles, se encuentran divididos en tres grupos fijos, posiblemente según el grado de
intimidad con Jesús y el verdadero servicio que le prestaron. En todas las épocas ha habido este
tipo de círculos concéntricos entre sus seguidores, grupos íntimos bendecidos con una intimidad
peculiar con su Señor, no por una elección caprichosa del mismo, sino debido a las capacidades
especiales de cada uno para el amor, la obediencia y la fe.
Los seis primeros que Lucas menciona eran hombres que bajo la influencia de Juan el
Bautista se había convertido en los primeros seguidores de Cristo. En paridad de circunstancias,
los que han conocido a Cristo por más tiempo son los que mejor lo pueden servir.
En el primer grupo siempre se le asigna el lugar principal a Pedro, el hombre audaz,
impulsivo, voluble, aunque poseedor de las cualidades características del líder que lo calificaron
para ser el primero entre los apóstoles de nuestro Señor.
Junto a él Lucas nombra a su hermano Andrés, posiblemente hombre de menos habilidad
y fortaleza, pero al que siempre se recordará como el que condujo a Pedro hasta Jesús. Nadie
podrá jamás decir qué parte tendrá en la recompensa de un obrero famoso aquel obrero más
oscuro a quien el líder debe su vida cristiana.
Luego se nombran Jacobo y Juan, los "hijos del trueno", los compañeros valientes,
amables y fieles quienes con Pedro forman el círculo íntimo de los seguidores de Cristo. Jacobo
fue el primero que sufrió martirio por el Maestro, en tanto que Juan fue el que más vivió de todo
el grupo de apóstoles, dando testimonio de aquel que lo había escogido como su amigo más
íntimo, y esperando su regreso.
En el segundo grupo de cuatro, los primeros que se mencionan son Felipe y Bartolomé; se

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supone que éste es el mismo que Natanael, el israelita sin engaño a quien Felipe ganó para el
discipulado de Cristo.
Los siguientes son Mateo y Tomás. Aquel había sido el publicano despreciado; su
preparación, sin embargo, lo había capacitado para convertirse en un cuidadoso registrador de
hechos, de modo que después de la intimidad que tuvo con Cristo llegó a ser uno de sus
biógrafos y a escribir el que se llama primer evangelio. Tomás se había ganado la reputación de
ser el discípulo de las dudas. Sin duda que era pesimista e incrédulo por naturaleza. Sin embargo,
el hecho de que un hombre así llegase a convencerse de la resurrección de Cristo tan pronto
después de que ocurrió es uno de los testimonios más importantes de la realidad del hecho
fundamental de nuestra fe cristiana.
En cuanto al último grupo, nada sabemos de Jacobo, el hijo de Alfeo, a quien de ordinario
se le llama "Santiago el Menor" en contraposición a Jacobo, el hermano de Juan. Pero es un error
identificarlo con Jacobo el hermano de nuestro Señor que llegó a ser la cabeza de la iglesia de
Jerusalén y quien escribió la Epístola que lleva su nombre. "Simón llamado Zelote" se distinguía
de Simón Pedro por este nombre. Si la interpretación de este título es acertada, había pertenecido
con anterioridad al grupo fanático de judíos que promovían y apoyaban la rebelión contra Roma,
que vino a acabar en la destrucción de Jerusalén.
A Judas, hermano de Jacobo, se le distingue con cuidado del traidor cuyo infame nombre
siempre figura en el último lugar de la lista y que nunca se menciona en la Escritura sin algún
título de ignominia y vergüenza. Por qué fue escogido como apóstol nadie lo puede explicar
suficientemente, pero tuvo que poseer algunas características buenas. Sin duda que en él se dio la
posibilidad de llegar a una vida útil y santa, pero en tanto que acompañaba a Jesús trató de
fomentar el espíritu de codicia, y la reacción inevitable fue tan violenta y rápida que muy pronto
se convirtió en ladrón y traidor. Su destino sirve de advertencia para todos los seguidores de
Cristo y el testimonio que dio en cuanto a Jesús se ha repetido a través de todas las edades,
"Inocente soy de la sangre de este justo".
Todos ellos eran hombres de recursos moderados y de posición social humilde. Sus
habilidades eran corrientes, y muchos de ellos siguen siendo casi desconocidos; sin embargo
fueron los primeros líderes y los verdaderos organizadores de la sociedad más importante que el
mundo ha conocido, y sus nombres serán esculpidos en los fundamentos de la ciudad santa, cuya
luz llenará de gloria la tierra.

2. El Gran Sermón
Cap. 6: 20-49

20 Y alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados vosotros los pobres,
porque vuestro es el reino de Dios. 21 Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque
seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. 22 Bienaventurados
seréis cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os aparten de sí, y os vituperen, y desechen
vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. 23 Gozaos en aquel día, y alegraos,
porque he aquí vuestro galardón es grande en los cielos; porque así hacían sus padres con los
profetas. 24 Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo. 25 ¡Ay de vosotros,
los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre. [ Ay de vosotros, los que ahora reís!
porque lamentaréis y lloraréis. 26 ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablan bien de
vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas.
27 Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que

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os aborrecen; 28 bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. 29 Al que te
hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa» ni aun la túnica le
niegues. 30 A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo
devuelva. 31 Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros
con ellos.
32 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los
pecadores aman a los que los aman. 33 Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito
tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. 34 Y si prestáis a aquellos de quienes
esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores,
para recibir otro tanto. 35 Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no
esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es
benigno para con los ingratos y malos. 36 Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro
Padre es misericordioso. 37 No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis
condenados; perdonad, y seréis perdonados. 38 Dad, y se os dará; medida buena, apretada,
remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís,, os
volverán a medir.
39 Y les decía una parábola: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán
ambos en el hoyo?
40 El discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será
como su maestro.
41 ¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga
que está en tu propio ojo? 42 ¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la
paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el ojo tuyo? Hipócrita, saca primero la
viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano.
43 No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto. 44 Porque cada
árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se
vendimian uvas. 45 El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre
malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la
boca.
46 ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? 47 Todo aquel que
viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante. 48 Semejante es al
hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando
vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque
estaba fundada sobre la roca. 49 Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó
su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue
grande la ruina de aquella casa.

Podría parecer difícil demostrar que el Sermón del Monte es el mismo que este discurso
al que algunos han llamado el Sermón de la Llanura. La relación exacta entre el Sermón que
Mateo refiere y éste que Lucas relata ha sido por mucho tiempo objeto de debate. Es muy
probable, sin embargo, que sean idénticos. Después de que Jesús hubo escogido a los doce
apóstoles en la cima del monte en el que había pasado la noche, descendió a un lugar llano en la
misma ladera, se encontró con la muchedumbre y pronunció el sermón que ocupa el primer lugar
entre todos los discursos que jamás se hayan pronunciado.
Si esta alocución es la misma que el Sermón del Monte, hay que darse cuenta de que
ambos relatos comienzan con las bienaventuranzas y concluyen con una advertencia, en tanto

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que el cuerpo del discurso difiere tan sólo en cuanto al aspecto que cada uno de los escritores
subraya. En Mateo se describe como la esencia de la vida cristiana la verdadera justicia en
contraposición al formalismo de los fariseos. En Lucas la esencia de la justicia se halla en el
amor. Mateo escribía teniendo presentes a los judío cristianos. El Evangelio de Lucas estaba
destinado para el mundo y muchos de sus lectores no hubieran sido capaces de valorar la
distinción que Mateo ponía de relieve. La palabra que describiría el sermón tal como la relata
Mateo es espiritualidad, en tanto que la sustancia de la vida cristiana tal como Lucas la indica es
caridad.
Las Bienaventuranzas que aquí se mencionan son cuatro, en tanto que Mateo contiene
ocho o nueve; pero Lucas añade cuatro ayes, cada uno de los cuales está en marcado contraste
con la Bienaventuranza correspondiente (vs. 20-26). El sermón comienza, por tanto, con
bendiciones para los seguidores de Cristo, contrastadas con ayes para los que lo rechacen. Se
llama bienaventurados a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran y a los que son
aborrecidos; los ayes son para los ricos, los saciados, los que ríen, y los que son alabados. Se
supone, desde luego, que en estos términos se contienen implicaciones espirituales. La pobreza,
el hambre, la tristeza, el oprobio, no son meritorios en sí mismos y conducen a la
bienaventuranza presente y futura sólo si van acompañados de la humildad, la confianza, la
paciencia, y si se soportan por amor a Cristo. E igualmente nada de malo hay en la riqueza, la
satisfacción, la alegría y la alabanza a no ser que vayan acompañadas de egoísmo, codicia, frivo-
lidad e indignidad con los que tan a menudo se identifican. Con estas bendiciones y ayes el
Maestro indicó cuál es la índole verdadera de sus auténticos discípulos así como la
bienaventuranza permanente de los mismos.
El cuerpo del discurso (vs. 27-45) establece que la vida cristiana es en esencia una vida
de amor. Serían complementos adecuados de este sermón acerca del amor el "himno al amor"
que Pablo compuso (1Cor.13), y la "lección escriturística" acerca del amor que Juan escribió
(1Jn. 4:7-21).
En primer lugar pues, en lugar de la venganza (vs. 27-30), Jesús promulga la Regla de
Oro: "Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con
ellos", (v. 31). Luego, en contraste con el interés propio y el deseo de recompensa, que tan a
menudo los hombres consideran como caridad (vs. 32-34), señala el ejemplo perfecto de Dios e
indica que su misericordia debe llevarnos a juzgar con benignidad a nuestros hermanos,
garantizándonos la liberalidad ilimitada con la que nuestro Padre recompensará nuestro amor
desprendido (vs. 35-38).
La segunda parte del tema principal (vs. 39-45) trata en forma aún más concreta de la
falta de juzgar con dureza a la que Jesús se acababa de referir y que constituye una infracción tan
común a la ley del amor. Quien es duro en sus críticas y no se da cuenta de sus propias faltas no
puede ayudar a los demás; es como un ciego que trata de guiar a otro ciego, como el que tiene
una viga en el ojo y trata de ayudar a uno que sólo tiene una pajita. Del mismo modo que el fruto
bueno sólo lo producen los árboles buenos, así también sólo de corazones llenos de amor puede
proceder el servicio verdadero.
Para poner sobre aviso a los hombres en contra del llamarse cristianos a pesar de no
observar la ley del amor, y para estimular a sus discípulos a que cumplan fielmente sus
mandamientos, Jesús concluyó este sermón con la conocida comparación de las dos casas, una
construida sobre arena y la otra sobre roca. De entre las tempestades, tormentas e inundaciones
del tiempo del juicio, sólo la segunda saldrá sin daños y en pie.

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3. El centurión de Capernaum
Cap. 7:1-10

1Después que hubo terminado todas sus palabras al pueblo que le oía, entró en
Capernaum.
2 Y el siervo de un centurión, a quien éste quería mucho, estaba enfermo y a punto de
morir. 3Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos,
rogándole que viniese y sanase a su siervo. 4 Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud,
diciéndole: Es digno de que le concedas esto; 5 porque ama a nuestra nación, y nos edificó
una sinagoga. 6 Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión
envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo
mi techo; 7 por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero di la palabra, y mi siervo será
sano. 8 Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis
órdenes; y digo a éste: Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. 9 Al
oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun
en Israel he hallado tanta fe. 10 Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron
sano al siervo que había estado enfermo.

No se puede hallar un cuadro más perfecto de fe que el que Lucas describe en la escena
del centurión de Capernaum quien mandó a pedir a Jesús que curase a su siervo favorito que
estaba a las puertas de la muerte. Este jefe militar, pagano de nacimiento, era evidentemente un
hombre de la misma naturaleza noble que el Nuevo Testamento atribuye a. todos los soldados del
mismo rango. Puede ser útil advertir algunos rasgos de esta fe tan grande que hasta el Señor "se
maravilló de él". Ante todo, el centurión confiaba en que Jesús sanaría a su siervo, a causa de
todo lo que había oído concerniente a nuestro Señor. Esta es la esencia de la fe, a saber, creencia
que se apoya en pruebas. La fe no es credulidad, imaginación o capricho; es un ejercicio
puramente racional de la mente; es razonar basado en relatos de testigos creíbles. El centurión
había oído lo suficiente acerca del poder y bondad de Jesús como para estar convencido de su
capacidad para sanar. La incredulidad frente a las pruebas es estupidez o pecado.
Además, el centurión reveló la sinceridad de la verdadera fe. Había aceptado la luz en
todo lo que de ella se había revelado. Se había sentido atraído por el culto puro del judaísmo y
había mostrado su simpatía hacia sus adherentes construyéndoles una sinagoga. Cuando uno vive
de acuerdo con la luz que ha recibido, es seguro que vendrá más luz
También reveló la humildad de la fe. Se consideraba indigno de llegarse a la presencia de
Jesús para presentarle su petición; y cuando Jesús se ofreció a ir a su casa, le hizo decir que no
era digno de que el Maestro entrase bajo su techo.
Con máxima claridad expresó la confianza en Cristo y la dependencia de su poder que
caracterizan la verdadera fe. Dijo que no era necesario que Jesús fuese hasta su casa; por ser
soldado y oficial sabía lo que se podía conseguir con una sola palabra de mandato; sabía qué era
obedecer y ser obedecido, y confiaba tanto en el poder de Jesús sobre las fuerzas invisibles de la
enfermedad que le envió un mensaje sorprendente, "Pero di la palabra, y mi siervo será sano".
Este aspecto de su fe fue lo que tanto impresionó a nuestro Señor, quien sigue mirando
favorablemente esa confianza humilde y sin duda, la recompensará No es extraño que "al
regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo",
o que Lucas se alegrase de poder contar este episodio que revela fe en Cristo por parte de uno
que no pertenecía a Israel, una fe que profetizaba las bendiciones que la fe iba a llevar a los

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hombres de todas las naciones del mundo.

4 Jesús resucita al hijo de la viuda


Cap. 7:11-17

11 Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama Naín, e iban con él muchos de
sus discípulos, y una gran multitud. 12 Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí
que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; y había con ella
mucha gente de la ciudad. 13 Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No
llores. 14 Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, a ti
te digo, levántate. 15 Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a
su madre. 16 Y todos tuvieron miedo, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha
levantado entre nosotros; y: Dios ha visitado a su pueblo. 17 Y se extendió la fama de él por
toda Judea, y por toda la región de alrededor.

Si el propósito de Lucas fue imprimir en sus lectores la idea de la simpatía y ternura del
Hombre Jesucristo, es fácil comprender por qué es el único evangelista que menciona este
episodio conmovedor de la resurrección del hijo de la viuda de Naín. Ningún otro cuadro podría
estar más lleno de piedad y compasión que éste. No le pidieron a Jesús que realizase el milagro;
lo que lo movió fue la súplica silenciosa del dolor y la angustia humanos Al aproximarse a la
entrada de la pequeña ciudad, se encontró con la triste comitiva que se encaminaba hacia el lugar
de la sepultura Lo conmovieron las lágrimas de la madre que había perdido a su hijo único;
movido a profunda compasión le dirigió una palabra de esperanza, "No llores" Luego se acercó
al féretro, lo tocó Era una señal más elocuente que cualquier palabra. Luego vino la orden.
"Joven, a ti te digo, levántate. Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y
lo dio a su madre". Ante tales milagros, posiblemente nos fijamos en forma demasiado exclusiva
en la finalidad que encierran de autenticar la misión de Jesús o de probar lo divino de su
mensaje. Estos propósitos son verdaderos, pero no debemos olvidar que tales obras eran también
manifestaciones de la naturaleza del ministerio de Jesús y revelaciones del corazón mismo de
Dios Estos relatos secan las lágrimas de los que lloran, sanan los corazones atormentados y
llenan de esperanza eterna a los abatidos. Sin duda que Jesús es el Señor de la vida y seguirá
secando las lágrimas de los ojos de los que confían en él.

5. Jesús alaba a Juan


Cap 7. 18-35

18 Los discípulos de Juan le dieron las nuevas de todas estas cosas. Y llamó Juan a dos
de sus discípulos, 19 y los envió a Jesús, para preguntarle: ¿Eres tú el que había de venir, o
esperaremos a otro? 20 Cuando, pues, los hombres vinieron a él, dijeron: Juan el Bautista nos
ha enviado a ti, para preguntarte: ¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro? 21 En
esa misma hora sanó a muchos de enfermedades y plagas, y de espíritus malos, y a muchos
ciegos les dio la vista. 22 Y respondiendo Jesús, les dijo: Id, haced saber a Juan lo que habéis
visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados,, los sordos oyen, los
muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio; 23 y bienaventurado es aquel
que no halle tropiezo en mí.
24 Cuando se fueron los mensajeros de Juan, comenzó a decir de Juan a la gente: ¿Qué

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salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? 25 Más ¿qué salisteis a ver? ¿A
un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que tienen vestidura preciosa y viven
en deleites, en los palacios de los reyes están. 26 Más ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os
digo, y más que profeta. 27 Este es de quien está escrito:
He aquí, envío mi mensajero delante de tu faz, El cual preparará tu camino delante de ti.
28 Os digo que entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista; pero el
más pequeño en el reino de Dios es mayor que él. 29 Y todo el pueblo y los publícanos, cuando
lo oyeron, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan. 30 Mas los fariseos y los
intérpretes de la ley desecharon los designios de Dios respecto de sí mismos, no siendo
bautizados por Juan. 31 Y dijo el Señor: ¿A qué, pues, compararé los hombres de esta
generación, y a qué son semejantes? 32 Semejantes son a los muchachos sentados en la plaza,
que dan voces unos a otros y dicen: Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no
llorasteis. 33 Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y decís: Demonio
tiene. 34 Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: Este es un hombre comilón y
bebedor de vino, amigo de publícanos y de pecadores. 35 Mas la sabiduría es justificada por
todos sus hijos.

Debido a lo tenebroso de su mazmorra o a la larga espera de Jesús en colmar las


esperanzas que había alimentado, la mente de Juan el Bautista se turbó con dudas; por ello envió
mensajeros a Jesús para que le preguntasen si era en realidad el Mesías tal como Juan lo había
afirmado, "¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro?" Juan no había perdido la fe en
Dios ni en sus promesas; creía que si Jesús no era el Mesías, otro vendría que lo sería.
El Maestro, lleno de afecto, devolvió la seguridad a su gran precursor poniéndole al
corriente de las obras poderosas que llevaba a cabo. Juan ya estaba familiarizado con esta clase
de obras, pero el relato de las mismas debió de disipar sus temores. Jesús tiene compasión de
nosotros también en nuestras horas de tinieblas, pero su ayuda suele consistir en recordarnos
hechos que ya conocemos relacionados con su poder, su amor, su presencia y las verdades de su
palabra escrita.
Jesús, sin embargo, no nos alaba por nuestras dudas; le envió a Juan un reproche amable
y afectuoso "bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en mí". La misma bendición
pronuncia sobre todos los que, a pesar de las oscuridades, prisiones, demoras, y misterios, siguen
poniendo su confianza en él.
Precisamente en esta ocasión en que Juan parece haber fallado, Jesús pronuncia sobre él
una alaban/a incomparable, afirmando que "entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta
que Juan el Bautista". Justificó este juicio explicito y con ello mostró en qué radica la verdadera
grandeza. Habló primero de la índole moral de Juan y de su misión. Alabó al hombre y luego al
mensajero. Describió su grandeza moral y luego la profesional.
Lo que elijo acerca de la índole personal de Juan lo formuló en dos preguntas, a las que
desde luego hay que contestar negativamente: primero, "¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una
caña sacudida por el viento?" Sin duda que la verdadera grandeza no radica en la cobardía moral
que se dobla al primer soplo; muy al contrario, Juan era como una roca a la que ninguna
tempestad había podido mover.
Luego hubo una segunda pregunta: "¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de
vestiduras delicadas?" La grandeza no radica en la autocomplacencia y auto-satisfacción. Juan
soportó toda clase de privaciones y se olvidó de todos los placeres humanos porque vivía tan
consagrado a su divina tarea. Valor y dedicación —estos son los factores primordiales de la

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grandeza moral.
La verdadera grandeza de Juan consistió, sin embargo, en su misión. Jesús afirmó que
Juan fue el mensajero que Malaquías había predicho que prepararía el camino del Señor. Otros
profetas habían aparecido y habían predicho la venida del Mesías. A Juan le fue dado no sólo
anunciar la venida de Cristo sino también señalarlo con el dedo y decir, "He aquí el cordero de
Dios. . . éste es el Hijo de Dios". Jamás le había sido concedida una dignidad mayor a ningún
hombre; y ningún privilegio más elevado se puede disfrutar hoy día que el de dirigir los
pensamientos y corazones de los hombres hacia Jesucristo, el Salvador del mundo. Los
seguidores actuales de Cristo tienen un conocimiento de Cristo mayor que el que Juan tuvo. Les
lugares gloriosos que ocupen en el Reino ya perfecto de Cristo dependerá de la fidelidad relativa
con que sirvan a su Maestro.
La alabanza de Juan contrasta en forma marcada con la condenación de los fariseos que
Jesús pronunció a continuación. Afirmó que estos que se declaraban líderes eran como
muchachos que se sientan en una plaza pública y se quejan los unos de los otros porque no
quieren jugar a ninguna clase de juegos, ya que cuando Juan se presentó se negaron a seguirlo
porque tanto su aspecto como su mensaje eran demasiado severos, y cuando llegó Cristo lo
criticaron por ser demasiado cordial, "amigo de publícanos y de pecadores". Lo malo de los
fariseos era que tomaban como excusa el semblante de Juan y la conducta de Jesús para repudiar
lo que era esencial en la misión y mensaje de ambos. No estaban dispuestos a arrepentirse
siguiendo la exhortación de Juan ni a poner su confianza en Cristo en respuesta a su promesa de
gracia y vida. Del mismo modo algunos hombres siguen negándose a aceptar la salvación que se
les ofrece a causa de algo puramente externo del cristianismo, en tanto que no aciertan a captar
su verdadera esencia; pero tanto en el tiempo de Jesús como hoy en día hay también quienes
están dispuestos a aceptar el llamamiento al arrepentimiento y el ofrecimiento de vida, "mas la
sabiduría es justificada por todos sus hijos".

6. Perdón de una mujer pecadora


Cap. 7:36-50

36 Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del
fariseo, se sentó a la mesa. 37 Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que
Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; 38 y
estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba
con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume. 39 Cuando vio esto el fariseo
que le había convidado, dijo para sí: Este si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer
es la que le toca, que es pecadora. 40 Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa
tengo que decirte. Y él le dijo: Di, Maestro. 41 Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía
quinientos denarios, y el otro cincuenta; 42 y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos.
Di, pues, ¿cuál de ellos le amaba más? 43 Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien
perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado. 44 Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves
esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con
lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. 45 No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no
ha cesado de besar mis pies. 46 No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con
perfume mis pies. 47 Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó
mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. 48 Y a ella le dijo: Tus pecados te son
perdonados. 49 Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí:

42
¿Quién es éste, que también perdona pecados? 50 Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado,
vé en paz.

El Evangelio de Lucas pone en un relieve especial la gracia y el perdón que Jesús


manifestó. Sólo él menciona la compasión que mostró a la desconsolada viuda de Naín, y sólo él
también habla de la compasión que Jesús sintió por la mujer pecadora que ungió sus pies en la
casa de Simón el fariseo. Es un cuadro, sin embargo, no sólo de la misericordia afectuosa de
nuestro Señor, sino de la gratitud ilimitada que experimentó una persona que supo estimar el don
incalculable de su gracia que perdona.
Por un desafortunado error de interpretación esta mujer ha sido confundida con María de
Magdala o con María de Betania. Se trata, empero, de tres personas completamente distinta. Es
cierto que Jesús libró a la primera de ellas de la posesión diabólica, y que la segunda, al igual que
la mujer de este episodio, ungió sus pies con perfume, pero hay toda clase de razones para creer
que de las tres sólo la de este relato era tenida por pecadora. Parece que había encontrado a Jesús
en alguna ocasión anterior, que se había arrepentido de sus pecados, y que había oído de los
labios del Señor las palabras de perdón.
Su gratitud fue la que le dio ánimo para entrar sin ser invitada a la casa de Simón, donde
Jesús asistía a una comida en su honor. Había ido sólo para ungirle los pies, pero al
contemplarlo, le volvieron al recuerdo sus pecados y lágrimas ardientes de penitencia bañaron
los pies de su Señor. Se soltó apresuradamente el cabello con el que le secó los pies y luego
derramó sobre ellos un frasco de oloroso perfume. No le hubiera podido dar a su gratitud y
devoción apasionada una expresión más sincera. El hecho de que Jesús permitiese que una mujer
de fama tan notoria le manifestase su amor le hizo pensar a Simón que Jesús no podía ser
profeta, porque de haberlo sido hubiera sabido discernir la índole de una mujer tan depravada.
Con la respuesta que Jesús dio demostró su capacidad para descubrir incluso los
pensamientos secretos de su anfitrión. Las palabras de Jesús no sólo respondieron a la crítica
silenciosa de Simón sino que le reprocharon su propia impenitencia y falta de fe. Jesús le pro-
puso una parábola de dos deudores a quienes se les había perdonado la deuda, con lo que ilustró
el hecho de que la gratitud depende de la comprensión de lo que ha sido perdonado, y luego
aplicó este principio a Simón y a la mujer a quien Simón había mirado con desprecio. Jesús
mostró cuan profundamente había sentido la falta de amor que su anfitrión le había exhibido, y lo
contrastó con el afecto que la mujer demostró. Al entrar en la casa de Simón, éste había
descuidado el acostumbrado servicio del lavado de los pies; la mujer en cambio se los había
bañado con lágrimas. Simón le había negado el beso con el que el anfitrión solía dar la
bienvenida a sus invitados; la mujer en cambio había besado ardientemente sus pies. Simón no le
había ofrecido el perfume con el que era corriente ungir a un huésped respetado; la mujer, por el
contrario, había acudido a la casa con el propósito específico de ungir los pies de su Señor con
fragante perfume
La parábola aclara completamente el mensaje de Jesús, "Por lo cual te digo que sus
muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco,
poco ama". Jesús no quiso decir que la mujer no había recibido el perdón hasta ese momento, ni
tampoco que el perdón dependiese del amor de ella. Quiso decir que amaba porque había sido
perdonada, y sus palabras se han podido acertadamente interpretar así: "Te digo que sus muchos
pecados están perdonados, como puedes deducirlo por el amor que demuestra". El resto de la
frase iba dedicado a Simón, "mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama". Estas palabras no
indican que Simón ya había sido perdonado; más bien sugieren que su falta de amor era prueba

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de su falta de penitencia y por tanto de perdón. Jesús se volvió luego hacia la mujer con palabras
de bendición: "Tus pecados te son perdonados". Con esto le confirmó el perdón que le había
concedido con anterioridad, pero más aún la justificó a los ojos de los asistentes y los cercioró de
que la mujer había entrado ya en una vida nueva. Se maravillaron al oírlo pronunciar el perdón.
Esta función es divina; pero el Hombre ideal cuya compasión Lucas describe era también el Hijo
de Dios.
Por fin, Jesús se vuelve a la mujer con la palabra definitiva de bendición: "Tu fe te ha
salvado, vé en paz". Esta es una afirmación patente del hecho de que la fe había conseguido el
perdón, el perdón había despertado la gratitud, y la gratitud se había expresado en una acción de
amor entrañable. Un penitente así puede con todo derecho irse "en paz", es decir, a un gozo
siempre presente e ininterrumpido.

7. Las mujeres que sirven


Cap. 8:1-3

1 Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y
anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, 2 y algunas mujeres que habían
sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la
que habían salido siete demonios, 3 Juana, mujer de Chuza intendente de Heredes, y Susana, y
otras muchas que le servían de sus bienes.

Lucas escribe el evangelio de la feminidad. Sólo él menciona esos tiernos incidentes de


las vidas de Elizabet, María, y Ana con los que la infancia de Jesús está asociada; sólo él nos
habla de la viuda de Naín cuyo hijo Jesús devolvió a la vida; de la mujer agobiada por Satanás y
aliviada por Jesús; de la pecadora arrepentida que ungió sus pies; de la escena hogareña en la
casa de María y Marta; de la mujer que felicitó a la madre de Jesús; y de las mujeres que se
compadecieron de Jesús cuando iba camino de la cruz. Quizá lo más significativo cíe todo es la
afirmación de Lucas de que Jesús y sus apóstoles recorrían Galilea predicando el evangelio, y
que mientras tanto cuidaban de ellos un grupo de mujeres "que le servían de sus bienes".
De entre ellas Lucas menciona a "María, que se llamaba Magdalena", probablemente
llamada así por haber vivido en la ciudad de Magdala. Así se la distinguía de María la madre de
Jesús, de María de Betania, y de otras mujeres que llevaban el mismo nombre. Es un error cruel
confundirla con la mujer pecadora acerca de la cual Lucas acaba de escribir. María había sufrido
de posesión diabólica, tal como aquí se dice, pero nada hay en los Evangelios que indique que
hubiese sido mujer de vida pública.
Lucas menciona también a Juana, cuyo esposo, Chuza, tenía a su cargo el cuidado de los
bienes personales del rey Herodes, y que, por consiguiente, era mujer de una cierta posición
social; pero tanto de ella como de sus compañeras no se sabe más que este hecho importante, a
saber, que lo que las movía a servir al Maestro era la gratitud; "habían sido sanadas de espíritus
malos y de enfermedades".
Esta afirmación de Lucas es concisa pero esclarece-dora. Arroja luz a una pregunta muy
interesante a la que los evangelios no dan otra respuesta: ¿Cómo se sostenían económicamente
Jesús y sus seguidores durante los años del ministerio público? Evidentemente que los que
habían recibido de él ayuda espiritual le cubrían con gozo sus necesidades materiales y le pres-
taban todos los servicios que necesitaba. Así pues, este pasaje indica no sólo lo que Jesús hizo
por las mujeres, sino lo que las mujeres hicieron por él. Sugiere una pregunta: ¿Quién puede

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valorar hasta qué punto los dones y sacrificios de mujeres agradecidas han hecho posible, a lo
largo de los siglos, la predicación del evangelio por todo el mundo?

8. Parábola del sembrador


Cap. 8:4-18

4 Juntándose una gran multitud, y los que de cada ciudad venían a él, les dijo por
parábola: 5 El sembrador salió a sembrar su semilla; y mientras sembraba, una parte cayó
junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron. 6 Otra parte cayó sobre la
piedra; y nacida, se secó, porque no tenía humedad. 1 Otra parte cayó entre espinos, y los
espinos que nacieron juntamente con ella, la ahogaron. 8 Y otra parte cayó en buena tierra, y
nació y llevó fruto a ciento por uno. Hablando estas cosas, decía a gran voz: £1 que tiene oídos
para oír, oiga.
9 Y sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Qué significa esta parábola? 10 Y él dijo:
A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los otros por parábolas,
para que viendo no vean, y oyendo no entiendan. 11 Esta es, pues, la parábola: La semilla es la
palabra de Dios. 12 Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de
su corazón la palabra, para que no crean y se salven. 13 Los de sobre la piedra son los que
habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún
tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan. 14 La que cayó entre espinos, éstos son los que
oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no
llevan fruto. 15 Más la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto
retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.
16 Nadie que enciende una luz la cubre con una vasija, ni la pone debajo de la cama,
sino que la pone en un candelero para que los que entran vean la luz. 17 Porque nada hay
oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a
luz. 18 Mirad, pues, cómo oís; porque a todo el que tiene, se le dará; y a todo el que no tiene,
aun lo que piensa tener se le quitará.

A causa de su mayor extensión, de su hechura más elaborada y la mayor cantidad de


detalles que ofrece, este relato del sembrador se considera con razón corno la primera parábola
de nuestro Señor, aun cuando hubiese usado con anterioridad breves ilustraciones, llamadas
también parábolas. A partir de este punto las parábolas constituyen una parte destacada de su
enseñanza; que en este momento comienza un método algo nuevo de instrucción aparece con
claridad en el hecho de que los discípulos le piden que explique el significado de lo dicho (v. 9) y
del hecho de que dice el por qué del uso de parábolas. La razón es doble: estas ilustraciones
incomparables permitirían que los que estuviesen atentos y rectamente dispuestos en cuanto a él
recordasen con más facilidad las enseñanzas del Maestro, en tanto que a las mentes distraídas y
hostiles les quedaría oculto el significado (v. 10). Este propósito doble satisface las exigencias de
la crisis que había surgido, debido por una parte a la popularidad creciente de las enseñanzas de
Jesús y por otra al odio asesino y a las tenebrosas maquinaciones de escribas y fariseos.
La parábola del sembrador, pues, constituye una introducción adecuada a todas las
parábolas porque éstas son vehículos de la verdad, y nuestro Señor en este caso pone bien de
manifiesto que el que la verdad produzca efecto depende del estado espiritual de los oyentes. Se
la llama a veces la parábola de los Terrenos, porque ilustra los diversos estados de corazón que
se encuentran entre los hombres a los que llega el mensaje cristiano.

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En algunos casos "la palabra de Dios", sea que la predique Cristo sea que lo hagan sus
seguidores, cae en corazones que se describen como el camino de tierra que cruza los sembrados.
Es imposible que se produzca alguna impresión. La Palabra no halla entrada y Satanás la arrebata
al igual que el pájaro picotea el grano que cae junto al camino. La fe y salvación no se producen.
A otros oyentes se les compara con la tenue capa de tierra que cubre un lecho de roca La semilla
que cae en un terreno así germina mucho más aprisa debido al calor que despide la roca
subyacente; pero como las raíces no pueden penetrar, la planta se marchita muy pronto bajo el
ardor del sol. Así también hay oyentes que reciben con gozo el mensaje de vida, pero cuando se
ven frente a la persecución y pruebas que los seguidores de Cristo tienen que soportar, muy
pronto desertan.
A otros oyentes se les compara con la semilla que cae entre espinos. Brota, pero no tiene
espacio para desarrollarse. Los espinos le quitan todo el alimento que necesita. Algunos
cristianos están tan preocupados por "los afanes y las riquezas y los placeres" que no pueden
producir fruto espiritual.
También hay, sin embargo, quienes son como la semilla que cae en "buena tierra" y
"llevó fruto a ciento por uno"; la verdad cae en un "corazón bueno y tierna" y con paciencia y
perseverancia produce en sus vidas una hermosa cosecha de grano.
El gran mensaje que la parábola contiene lo resumen las palabras de nuestro Señor,
"Mirad, pues, cómo oís", (v. 18). El propósito de las parábolas, así como el de todas sus
enseñanzas, fue dar luz espiritual. Quienes lo amen y obedezcan su palabra verán acelerarse su
comprensión y aumentado su conocimiento; pero quien se descuida y desobedece a la verdad,
perderá "aún lo que piensa tener". Es un gran privilegio oír el evangelio de Cristo, pero comporta
también una gran responsabilidad.

9. Parentesco con Jesús


Cap. 8: 19-21

19 Entonces su madre y sus hermanos vinieron a él; pero no podían llegar hasta él por
causa de la multitud. 20 Y se le avisó, diciendo: Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren
verte. 21 Él entonces respondiendo, les dijo: Mi madre y mis hermanos son los que oyen la
palabra de Dios, y la hacen.

Sólo con la ayuda de los otros Evangelios podemos saber con exactitud la naturaleza y el
propósito de la visita que le hicieron a Jesús su madre y sus hermanos. Lucas no deja traslucir el
hecho de que le planteó a nuestro Señor uno de los dilemas más delicados de su vida. El
propósito verdadero de estos parientes era interrumpir su obra. Temían que hubiese perdido el
equilibrio mental y querían llevárselo consigo a casa. ¿Los repudiaría Jesús, o bien les permitiría
que innecesariamente le interrumpieran su obra? Lucas no delinea esta situación, pero sí formula
con toda claridad el impresionante mensaje que Jesús aprovechó para proclamar. Cuando se le
dijo a Jesús que dichos parientes querían verlo, señaló a sus discípulos y contestó, "Mi madre y
mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen". De este modo Lucas vincula este
incidente con la parábola del sembrador que acaba de narrar. La parábola muestra lo necesaria
que es una esmerada atención a las verdades del evangelio, y, según Lucas narra este episodio, se
pone de relieve el mismo hecho, a saber, los benditos efectos de hacer caso a la Palabra divina.
Según la afirmación de Cristo, una obediencia a él y un verdadero discipulado tal como los
tuvieron sus discípulos produce una relación con él más íntima y estrecha que la de cualquier

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vínculo humano. El parentesco espiritual es más vital que cualquier relación de sangre o de
naturaleza Produce una intimidad que santifica de inmediato, permanece para siempre, y que es
posible para todos. La respuesta de Jesús no pudo ofender a sus hermanos aun cuando sí contuvo
un delicado reproche. Sólo tienen derecho a pretender tener intimidad con él aquellos que se le
someten como a Señor y están dispuestos a cumplir su voluntad.

10. Jesús calma la tempestad


Cap. 8:22-25

22 Aconteció un día, que entró en una barca con sus discípulos, y les dijo: Pasemos al
otro lado del lago. Y partieron. 23 Pero mientras navegaban, él se durmió. Y se desencadenó
una tempestad de viento en el lago; y se anegaban y peligraban. 24 Y vinieron a él y le
despertaron, diciendo: ¡Maestro, Maestro, que perecemos! Despertando él, reprendió al viento y
a las olas; y cesaron, y se hizo bonanza. 25 Y les dijo: ¿Dónde está vuestra fe? Y atemorizados,
se maravillaban, y se decían unos a otros: ¿Quién es éste, que aun a los vientos y a las aguas
manda, y le obedecen?

Las tempestades eran frecuentes en el lago que Jesús tan a menudo cruzaba con sus
discípulos; y las tempestades siguen siendo frecuentes en las vidas de sus seguidores El
acompañar al Maestro no nos exime de luchas y tormentas, de cielos tenebrosos y mares em-
bravecidos Esta, sin embargo, no fue una tempestad común. Incluso los vigorosos pescadores de
Galilea, tan familiarizados con todos los caprichos veleidosos de ese mar interior, se llenaron de
terror. Jesús se hallaba en esos momentos descansando tranquilamente y se había quedado
dormido en una hora que a sus seguidores les pareció de peligro supremo.
Quizá su temor fue disparatado, pero lo que sí fue prudente fue acudir al Maestro en esos
momentos de necesidad apremiante Lo despertaron con la exclamación, "¡Maestro, Maestro, que
perecemos!" Los seguidores de Cristo no están a salvo de posibles tempestades pero debería
confortarlos en la hora de peligro la presencia del Señor y saber que siempre pueden acudir a él
en busca de ayuda "Despertando él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron, y se hizo
bonanza". Luego, una vez que hubo reprendido a los elementos alborotados, Jesús reprendió a
sus seguidores, "¿Dónde está vuestra fe?" No vio falta en el haberlo despertado o en el haber
pedido ayuda; les reprochó su falta de confianza que hubiera debido mantenerlos lejos de toda
angustia mental puesto que él estaba tan cerca y era tan capaz de salvarlos. Un milagro como el
que realizó debió de robustecer su fe aunque el primer efecto que produjo fue llenarlos de
asombro y de temor. Cada nueva manifestación de su poder les era una sorpresa, y en este caso
vieron por primera vez el dominio que tenía sobre las fuerzas ciegas de la naturaleza; y con ello
se sintieron una vez más en presencia no sólo de un Hombre perfecto — sino de Alguien divino

11 Curación de un endemoniado
Cap 8 26-39

26 Y arribaron a la tierra de los gadarenos, que está en la ribera opuesta a Galilea. 27


Al llegar él a tierra, vino a su encuentro un hombre de la ciudad, endemoniado desde hacía
mucho tiempo; y no vestía ropa, ni moraba en casa, sino en los sepulcros. 28 Este, al ver a
Jesús, lanzó un gran grito, y postrándose a sus pies exclamó a gran voz: ¿Qué tienes conmigo.
Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes. 29 (Porque mandaba al espíritu

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inmundo que saliese del hombre, pues hacía mucho tiempo que se había apoderado de él; y le
ataban con cadenas y grillos, pero rompiendo las cadenas, era impelido por el demonio a los
desiertos.) 30 Y le preguntó Jesús, diciendo: ¿Cómo te llamas? Y él dijo: Legión. Porque muchos
demonios habían entrado en él. 31 Y le rogaban que no los mandase ir al abismo. 32 Había allí
un hato de muchos cerdos que pacían en el monte; y le rogaron que los dejase entrar en ellos; y
les dio permiso. 33 Y los demonios, salidos del hombre, entraron en los cerdos; y el hato se
precipitó por un despeñadero al lago, y se ahogó. 34 Y los que apacentaban los cerdos, cuando
vieron lo que había acontecido, huyeron, y yendo dieron aviso en la ciudad y por los campos. 35
Y salieron a ver lo que había sucedido; y vinieron a Jesús, y hallaron al hombre de quien habían
salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido, y en su cabal juicio; y tuvieron miedo.
36 Y los que lo habían visto, les contaron cómo había sido salvado el endemoniado. 37 Entonces
toda la multitud de la región alrededor de los gadarenos le rogó que se marchase de ellos, pues
tenían gran temor. Y Jesús, entrando en la barca, se volvió. 38 Y el hombre de quien habían
salido los demonios le rogaba que le dejase estar con él; pero Jesús le despidió, diciendo: 39
Vuélvete a tu casa, y cuenta cuan grandes cosas ha hecho Dios contigo. Y él se fue, publicando
por toda la ciudad cuan grandes cosas había hecho Jesús con él.

Los sufrimientos de un endemoniado eran tan parecidos a los de un enfermo mental que
muchos los consideraban como la misma cosa. Los que echan de ver la diferencia se hallan
frente a otro problema, a saber, si hoy día se sigue dando o no la posesión diabólica. Lo más
importante es advertir la semejanza exacta que existe entre los endemoniados que el Nuevo
Testamento describe y las personas que en todo tiempo han vivido atormentadas por la envidia,
la lujuria, la ira, la codicia y otras pasiones malas que se apoderan del corazón humano.
En la orilla oriental del Lago de Genesaret encontró Jesús a un hombre cuyo sufrimiento
y desnudez son símbolos de la angustia y el impudor del pecado. Nadie podía dominarlo; vivía
entre los sepulcros, y esto también es símbolo del desamparo, soledad y desesperanza que las
pasiones malas producen. Sobre todo es interesante notar que en tanto que el demonio gritaba
lleno de ira, el hombre se aproximó a Jesús, deseando de verdad recibir ayuda. La experiencia
fue como la de los que sufren de enfermedades mentales en las que se manifiesta una doble
conciencia. En forma parecida muchos de nosotros hemos experimentado un antagonismo de
deseos muy igual; hemos deseado libertad precisamente en los momentos en que hemos sentido
el poder dominante de alguna pasión. Algunos nos dicen que debemos dejar de amar el pecado si
queremos que Cristo nos ayude, pero este cuadro que Lucas describe nos transmite un mensaje
más esperanzador. Insinúa que en cuanto pedimos ayuda, o incluso antes de que hablemos, Jesús
ve el corazón, percibe la ansiedad y garantiza la liberación.
Jesús le preguntó el nombre al enfermo. Quiso que el hombre verdadero despertase y
tuviese conciencia de la distinción entre él mismo y el espíritu maligno que lo poseía. La
respuesta del endemoniado fue conmovedora. Declaró que su nombre era "Legión", y la
explicación que de ello se da es que "muchos demonios habían entrado en él". Su caso era muy
desesperado; pero los espíritus malos se dieron cuenta de que se hallaban frente a Uno que tenía
un poder absoluto. Convencidos de que iban a ser expulsados del enfermo, pidieron permiso para
entrar en un hato de cerdos que estaba paciendo en la ladera del monte. A menudo se ha
preguntado por qué Jesús les concedió este permiso. Probablemente una razón fue que, al ver lo
que ocurrió, el enfermo tuvo una mayor seguridad de su curación; otra razón pudo ser que la
destrucción del hato iba a dar a los hombres de la región un mensaje impresionante tanto en
cuanto a su propio peligro como en cuanto al poder de Cristo. Sin embargo, cuando "salieron a

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ver lo que había sucedido", se llenaron de terror y le pidieron a Jesús que saliese de su región.
Evidentemente les preocupaban más los animales que se habían perdido que el alma del que
había sido salvado, al ver a su conciudadano vestido, sentado a los pies de Jesús como discípulo
suyo, y en sus cabales. Lo que pidieron les fue concedido; nuestro Señor nunca impone su
presencia si no es deseada. Sin embargo, al hombre que había sanado le negó lo que pedía.
Quería acompañar a Jesús cuando éste subió a la barca para cruzar hacia la otra orilla del lago;
Jesús le pidió que se quedase como testigo de Cristo en su propia casa y entre su propia gente.
Siempre ha sido el deseo del Maestro que el testimonio de los que han conocido su poder se dé
ante todo a aquellos que mejor los conocen.

12. La hija de Jairo y la mujer con flujo de sangre


Cap. 8: 40-56

40 Cuando volvió Jesús, le recibió la multitud con gozo; porque todos le esperaban. 41
Entonces vino un varón llamado Jairo,, que era principal de la sinagoga, y postrándose a los
pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa; 42 porque tenía una hija única, como de doce
años, que se estaba muriendo. Y mientras iba, la multitud le oprimía.
43 Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había
gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada, 44 se le acercó
por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se le detuvo el flujo de su sangre. 45
Entonces Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro y los que con
él estaban: Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado? 46
Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí. 47
Entonces,, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando, y postrándose a
sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante
había sido sanada. 48 Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vé en paz.
49 Estaba hablando aún, cuando vino uno de casa del principal de la sinagoga a decirle:
Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro. 50 Oyéndolo Jesús, le respondió: No temas;
cree solamente, y será salva. 51 Entrando en la casa, no dejó entrar a nadie consigo, sino a
Pedro, a Jacobo, a Juan, y al padre y a la madre de la niña. 52 Y lloraban todos y hacían
lamentación por ella. Pero él dijo: No lloréis; no está muerta, sino que duerme. 53 Y se
burlaban de él, sabiendo que estaba muerta. 54 Mas él, tomándola de la mano, clamó diciendo:
Muchacha, levántate. 55 Entonces su espíritu volvió, e inmediatamente se levantó; y él mandó
que se le diese de comer. 56 Y sus padres estaban atónitos; pero Jesús les mandó que a nadie
dijesen lo que había sucedido.

Al regresar Jesús a Capernaum después de haber sanado al endemoniado al otro lado del
lago, le dio la bienvenida una gran multitud en medio de la cual se hallaban dos sufrientes a
quienes el Señor mostró su compasión perfeccionando su fe y aliviando su dolor. Las
circunstancias en que se encontraban eran extrañamente distintas, pero se asemejaban en la
necesidad desesperada en que se hallaban. Uno era Jairo, hombre importante en su comunidad,
"principal de la sinagoga", persona de relativa riqueza, jerarquía y posición social; había alegrado
su casa durante doce años la presencia de una niña, hija única, que ahora se encontraba a las
puertas de la muerte.
La otra persona era una mujer, pobre, débil, ritual-mente impura, sin amigos, quien por
doce años había venido sufriendo de una enfermedad incurable y quien sabía que ningún poder

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humano podría prolongar su vida.
Al ponerse Jesús en camino hacia la casa de Jairo esta mujer se le acercó por detrás, le
tocó el borde del manto, y al instante fue curada. Su fe era imperfecta pero verdadera. Había
supuesto que el poder cíe Jesús era puramente mágico y automático. Jesús le demostró que era
inseparable del conocimiento y amor divinos. Había percibido el contacto de su mano
temblorosa. Lo había distinguido entre los apretones de la muchedumbre que lo empujaba; y
entonces por el propio bien de la mujer, le exigió "delante de todo el pueblo" que hiciese saber
que había sido curada. Jesús quería hacernos comprender que la fe es depender de su persona y
propósito benévolos, y también que sólo después de que hayamos confesado públicamente
nuestra relación con él recibiremos la seguridad de que somos salvos y oiremos su palabra de
bienaventuranza, "Tu fe te ha salvado; vé en paz".
La fe de Jairo era también imperfecta. Era más inteligente que la de la mujer pero
quedaba lejos de la que el centurión había demostrado en esa misma ciudad, quien sintió que no
era necesario que Jesús fuese a su casa sino que con tal de que pronunciase una palabra la
curación se daría. Sin embargo, la fe de Jairo era genuina y por ello Jesús la robusteció y la
recompensó. El hecho mismo de que Jesús se pusiese en camino hacia su casa tranquilizó al
padre, aun cuando su fe se sometió a prueba con la demora que la curación de la mujer produjo.
Esta demostración de sabiduría y poder divinos también la vigorizó. Una prueba más terrible
para su fe fue el mensaje que recibió, "Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro". Pero la
palabra de Jesús volvió a fortalecerlo, "No temas; cree solamente, y será salva". Al entrar en la
casa Jesús volvió a hablar para reprochar a los dolientes sin fe y levantar el ánimo de los
angustiados padres, "No lloréis; no está muerta, sino que duerme". Quiso decir que en su
presencia y en virtud de su poder la muerte deja de ser real y es despojada de su victoria. Estas
palabras no han perdido su significado y su consuelo para los seguidores de Cristo de todos los
tiempos.
Jesús mostró con toda claridad lo que quiso decir cuando entró en la habitación de la
difunta con sus tres amigos más íntimos y con los temblorosos padres, se acercó a la niña y
"tomándola de la mano, clamó diciendo: Muchacha, levántate. Entonces su espíritu volvió, e
inmediatamente se levantó; y él mandó que se le diese de comer". El relato revela la
consideración y ternura supremas del Maestro. Llevó consigo sólo a tres discípulos porque no
quería atemorizar a la niña con la presencia de más extraños. Una vez realizado el milagro pidió
que se le diese de comer a la niña, para conveniencia de la misma y también para destruir la
atmósfera de terror y miedo con que la muerte había tenido envueltos a los padres; y también
como prueba no sólo de que la vida había sido recuperada sino de que la recuperación era
completa. Se menciona otro mandato, "les mandó que a nadie dijesen lo que había sucedido".
Los tres discípulos iban a ser testigos adecuados del milagro, pero una difusión excesiva del
mismo por parte de los padres y amigos podría despertar un estallido tal de agitación que se
podría interrumpir su obra y precipitar una crisis antes de que el ministerio terreno estuviese
completo.

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D. CUARTO PERÍODO
Cap. 9:1-50

1. Misión de los Doce


Cap. 9:1-9

1 Habiendo reunido a sus doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos los
demonios, y para sanar enfermedades. 2 Y los envió a predicar el reino de Dios, y a sanar a los
enfermos. 3 Y les dijo: No toméis nada para el camino, ni bordón, ni alforja, ni pan, ni dinero; ni
llevéis dos túnicas. 4 Y en cualquier casa donde entréis,, quedad allí, y de allí salid. 5 Y
dondequiera que no os recibieren, salid de aquella ciudad, y sacudid el polvo de vuestros pies en
testimonio contra ellos. 6 Y saliendo, pasaban por todas las aldeas, anunciando el evangelio y
sanando por todas partes.
7 Herodes el tetrarca oyó de todas las cosas que hacía Jesús; y estaba perplejo, porque
decían algunos: Juan ha resucitado de los muertos; 8 otros: Elías ha aparecido; y otros: Algún
profeta de los antiguos ha resucitado. 9 Y dijo Herodes: A Juan yo le hice decapitar; ¿quién,
pues, es éste, de quien oigo tales cosas? Y procuraba verle.

Con el envío de sus doce discípulos a su primera misión, Jesús comenzó el período final
de su ministerio en Galilea. Hasta entonces los apóstoles habían sido sus compañeros; en
adelante iban a ser más bien sus mensajeros y representantes. Jesús preveía su rechazo y muerte
ya próximos, pero antes de salir para Jerusalén camino de la cruz quiso ofrecerse una vez más al
pueblo de Galilea entre el que por mucho tiempo había trabajado; con este fin envió a los Doce.
Las directrices que Jesús les dio convenían a la época y a la ocasión. Sin embargo, estas normas
no carecen de aplicación para los mensajeros del Maestro en todas las épocas. Se les dio "poder y
autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades". Estos dones milagrosos se
circunscribieron a su propia vida y debían de ser credenciales para su misión. Es cierto, sin em-
bargo, que los que representan a Cristo deben preocuparse siempre por las condiciones mentales
y físicas del género humano, aun cuando su propósito fundamental sea comunicar un mensaje de
importancia espiritual. Este fue, desde luego, el gran propósito de los apóstoles. Fueron "a
predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos".
Cuando Cristo leí, mandó a sus discípulos que no llevasen nada para el viaje, no
pretendió imponerles penalidades innecesarias ni tampoco sugería negaciones específicas. Más
bien les inculcó el principio de que sus heraldos no deben vivir con estorbos de preocupaciones y
cargas mundanas y de que los que proclaman su evangelio pueden esperar que los sostengan
aquellos a quienes se les predica el mensaje.
Con el consejo de que los discípulos permaneciesen en la primera casa en la que fuesen
bien acogidos, quiso indicar cuan sabio es tener un centro fijo de operaciones, contentarse con lo
que les sea ofrecido y evitar complicaciones sociales que hubieran podido obstaculizar su obra.
Les enseñó que, si no eran acogidos como mensajeros de Cristo, mostrasen su justo desagrado al
abandonar el lugar sacudiendo el polvo de los pies, costumbre oriental que en este caso indicaba
el repudio de cualquier relación posible con los enemigos de su Señor.
"Y saliendo, pasaban por todas las aldeas, anunciando el evangelio y sanando por todas
partes". Eran los representantes supremos del gran conjunto de héroes que han continuado el
trabajo y han dado a conocer su mensaje en todos los tiempos y lugares. La instrucción divina
que les dio su Maestro los preparó. Se ha dicho que hay algo que es mayor que el predicar; es

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preparar predicadores. Sin duda que nadie nunca ha recibido una preparación igual ni ha
cumplido su misión tan bien; pero a todo seguidor de Cristo le es posible tener una parte en el
dar a conocer el evangelio de su gracia.
El gran éxito de los discípulos y la excitación tremenda que produjo su misión lo indica el
hecho de que los relatos de su obra llegasen hasta Herodes el rey y lo hiciesen temblar en el
trono. No es que temiese lo que Jesús pudiese hacer; era más bien debido a que hubo algo en
esos rumores que despertó su conciencia dormida y que lo llenó de una turbación y temor
secretos "Decían algunos: Juan ha resucitado de los muertos". Heredes había decapitado a Juan,
pero no pudo borrar el recuerdo de su vil acción; y ahora se preguntaba cuál sería la verdadera
índole de los milagros que se le relataban y del Hombre en cuyo nombre se realizaban
"Procuraba ver" a Jesús. Era simple curiosidad. Probablemente quería ver realizar algunos
milagros No mucho después iba a tener la oportunidad de estar frente a frente al Hombre divino,
aunque iba a ser una ocasión inesperada en la que dicho Hombre iba a estar frente a él como
prisionero y en la que Heredes iba a poder ofrecerle protección o incluso liberación Pero llegada
la ocasión, el silencio de Jesús lo defraudó y lo dejó ir a la crucifixión y muerte. Quien había
decapitado a Juan no podía haber esperado entender a Jesús Quien viola su propia conciencia y
cierra los oídos a las solemnes admoniciones al arrepentimiento, no puede esperar que Cristo se
le revele en toda su belleza, gracia y poder salvador

3 Alimentación de los cinco mil


Cap 9 10-17

10 Vueltos los apóstoles, le contaron todo lo que habían hecho. Y tomándolos, se retiró
aparte, a un lugar desierto de la ciudad llamada Betsaida. 11 Y cuando la gente lo supo, le
siguió; y él les recibió, y hablaba del reino de Dios, y sanaba a los que necesitaban ser curados.
12 Pero el día comenzaba a declinar; y acercándose los doce, le dijeron: Despide a la gente,
para que vayan a las aldeas y campos de alrededor, y se alojen y encuentren alimentos; porque
aquí estamos en lugar desierto. 13 Él les dijo: Dadles vosotros de comer. Y 'dijeron ellos: No
tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar
alimentos para toda esta multitud. 14 Y eran como cinco mil hombres. Entonces dijo a sus
discípulos: Hacedlos sentar en grupos, de cincuenta en cincuenta. 15 Así lo hicieron,
haciéndolos sentar a todos. 16 Y tomando los cinco panes y los dos pescados, levantando los
ojos al cielo, los bendijo, y los partió, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante de la
gente. 17 Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que les sobró, doce cestas de pedazos.

La alimentación de los cinco mil es el único milagro que relatan los cuatro evangelistas;
más aún, es el único incidente del ministerio de nuestro Señor en Galilea que les es común a los
cuatro En este punto su ministerio alcanza su punto culminante. Fue el momento de la máxima
popularidad de Jesús; las multitudes le hubieran ofrecido una corona, aunque él vio ante sí la
sombra de la cruz.
Los Doce habían ya regresado de su misión, fatiga dos pero alborozados con el éxito.
Jesús quería que tuviesen un período de aislamiento, de descanso, y de instrucción. Se retiraron a
un lugar desierto más allá de Betsaida, en la orilla oriental del lago. Las multitudes, sin embargo,
los descubrieron. Jesús se mostró infinita mente compasivo y cordial en su acogida a la multitud,
aun cuando habían forzado su soledad e interrumpido sus planes; les alegró los corazones con su
mensaje y los sanó de sus enfermedades. Cuando el día ya declinaba se compadeció del hambre

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que sentían y los socorrió multiplicando en forma milagrosa cinco panes y dos peces que sus
discípulos se habían conseguido.
Este relato contiene varios mensajes importantes para sus discípulos de ahora; y quizá
ninguno es más obvio que el de la compasión sin medida de Cristo.
Con algo de esta compasión deberíamos mirar a las multitudes que perecen por falta de
alimento espiritual y físico. En su petición de ayuda no deberíamos ver una interrupción sino
dirección que puede moldear nuestros planes personales. Aunque por nosotros mismos no
podemos ser de gran ayuda, sin embargo, si todo lo que tenemos se lo ofrecemos al Maestro, su
poder divino lo multiplicará en forma maravillosa. El milagro parece que se realizó estando Jesús
en oración. Nosotros debemos sin duda mirar hacia él en nuestro servicio y debemos buscar su
bendición. No podemos permitir, además, que se pierda ningún fragmento; algunas familias
podrían vivir con lo que otras desperdician. Y también, los seguidores de Cristo deben aprender a
administrar bien el tiempo, los talentos y la riqueza si quieren que el Pan de vida alcance a todo
un mundo que se muere de hambre.

3. Jesús predice su muerte


Cap. 9:18-27

18 Aconteció que mientras Jesús oraba aparte, estaban con él los discípulos; y les
preguntó, diciendo: ¿Quién dice la gente que soy yo? 19 Ellos respondieron: Unos, Juan el
Bautista; otros, Elías; y otros, que algún profeta de los antiguos ha resucitado. 20 Él les dijo: ¿Y
vosotros, quién decís que soy? Entonces respondiendo Pedro, dijo: El Cristo de Dios. 21 Pero él
les mandó que a nadie dijesen esto, encargándoselo rigurosamente, 22 y diciendo: Es necesario
que el Hijo del hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los
principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día. 23 Y decía a
todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y
sígame. 24 Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por
causa de mí, éste la salvará. 25 Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se
destruye o se pierde a sí mismo? 26 Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, de
éste se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los
santos ángeles. 27 Pero os digo en verdad, que hay algunos de los que están aquí, que no
gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios.

La primera predicción abierta de su muerte la hizo Jesús inmediatamente después de


haber oído la famosa confesión de Pedro. El mismo Jesús había dado pie a dicha confesión con
su pregunta, "¿Quién dice la gente que soy yo?" La respuesta fue exactamente igual a la que dan
las multitudes de nuestros tiempos, "Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y
otros, que algún profeta de los antiguos ha resucitado". O sea, un reformador, un gran
predicador, un mensajero de Dios. A nuestro Señor jamás le podía satisfacer una opinión así, y
por eso preguntó en forma categórica: "¿Y vosotros, quién decís que soy? Entonces respon-
diendo Pedro, dijo: El Cristo de Dios". Esta gran afirmación concerniente a la persona de Cristo
el mundo de hoy necesita oírla; pero en aquellas circunstancias Jesús mandó con todo rigor a sus
discípulos que "a nadie dijesen esto". El mensaje se hubiera comprendido mal y los mismos
discípulos necesitaban conocer antes la verdad relativa a la muerte y resurrección de Jesús. Nadie
está hoy día en condiciones de dar testimonio de Jesús si antes no conoce el significado de su
muerte expiatoria y "el poder de su resurrección".

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Luego Jesús habló a sus discípulos de la absoluta necesidad de sus sufrimientos ya
próximos y les dio seguridad de que al tercer día resucitará. Esta predicción de su muerte tuvo
que sorprender a los discípulos; el mismo efecto produjo lo que añadió a continuación, de que
todos sus seguidores deben también tomar su cruz todos los días y esta cruz no era tan sólo
símbolo de sufrimientos y vergüenza; era el instrumento de muerte. Todo cristiano, por
consiguiente, debe morir todos los días a sí mismo y entregarse del todo al servicio de Cristo.
Esta auto negación, este sacrificio y obediencia conducirán a la única experiencia que merece el
nombre de "vida"; negarse a ello es perder el derecho a la "vida"; y la pérdida será eterna puesto
que aquellos que se avergüencen de seguir al Maestro serán rechazados por él cuando "venga en
su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles". Tres de los discípulos iban a tener una
visión anticipada, aunque fugaz, de esta gloria futura de Cristo que se manifestó sólo ocho días
después en el Monte de la Transfiguración, y por esto Jesús agrega, "Hay algunos de los que
están aquí, que no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios".

4. La Transfiguración
Cap. 9:28-36

28 Aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a
Jacobo, y subió al monte a orar. 29 Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo
otra, y su vestido blanco y resplandeciente. 30 Y he aquí dos varones que hablaban con él, los
cuales eran Moisés y Elías; 31 quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su
partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén. 32 Y Pedro y los que estaban con él estaban
rendidos de sueño; mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús, y a los dos varones
que estaban con él. 33 Y sucedió que apartándose ellos de él, Pedro dijo a Jesús: Maestro,
bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para
Moisés, y una para Elías; no sabiendo lo que decía. 34 Mientras él decía esto, vino una nube
que los cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube. 35 Y vino una voz desde la nube, que
decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd. 36 Y cuando cesó la voz, Jesús fue hallado solo; y ellos
callaron, y por aquellos días no dijeron nada a nadie de lo que habían visto.

La transfiguración de Jesús estuvo íntimamente vinculada a las predicciones tanto de su


muerte como de su retorno glorioso. Lo preparó a él y también a los discípulos para la primera y
fue un símbolo y un goce anticipado del segundo. En qué consistió la experiencia física de este
hecho, es difícil poderlo conjeturar. No fue parecido a lo de Moisés en el Monte Sinaí, con el
rostro resplandeciente de la luz que en él se reflejaba. En el caso de Jesús la luz procedía de
adentro. Un esplendor divino irradiaba de todo el cuerpo e incluso de sus vestidos.
Lucas nos dice que sucedió mientras Jesús oraba. Es algo más que una metáfora decir
que, mientras oran, sus discípulos descubren, hasta cierto punto, qué significa ser transfigurados
a semejanza suya de un grado a otro de gloria por el poder de su Espíritu que mora en ellos.
Acompañaron a Jesús sólo Pedro, Juan y Jacobo; pero de repente intervinieron "dos varones que
hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías; quienes aparecieron rodeados de gloria, y
hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén". Este era, pues, el propósito del
suceso; iba a presentar a Jesús en una forma más perfecta el significado de su muerte, y le iba a
dar ánimo para soportar las angustias de la misma, gracias a esta visión de la gloria que luego
seguiría. Es fácil comprender por qué fueron elegidos Moisés y Elías para esa reunión tan
augusta. A uno se lo consideraba como símbolo de la Ley y al otro de la Profecía, y tanto la una

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como la otra conducían al Calvario; y también, tanto Moisés como Elías habían recibido una
revelación especial de la gracia de Dios, y esta gracia se iba a manifestar en una forma suprema
en la muerte de su Hijo.
No causa extrañeza que Pedro quisiera prolongar una intimidad celestial como ésta, y que
en su desconcierto propusiese levantar allá mismo tres enramadas para conveniencia de Jesús,
Moisés y Elías. "Mientras él decía esto, vino una nube que los cubrió... y vino una voz desde la
nube, que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd". No era necesario retener a Moisés y a Elías; si
el Maestro permanecía con sus discípulos, era suficiente. En lo sucesivo todo lo que la Ley y los
Profetas habían anunciado se revelaría en forma completa y se encarnaría en Jesucristo. Parte de
esta revelación se llevó a cabo en su muerte; pero la revelación plena llegará cuando vuelva en
esa gloria de la que el Monte de la Transfiguración fue un destello anticipado.

5. El muchacho endemoniado
Cap. 9:37-45

37 Al día siguiente, cuando descendieron del monte, una gran multitud les salió al
encuentro. 38 Y he aquí, un hombre de la multitud clamó diciendo: Maestro, te ruego que veas a
mi hijo, pues es el único que tengo; 39 y sucede que un espíritu le toma, y de repente da voces, y
le sacude con violencia, y le hace echar espuma, y estropeándole, a duras penas se aparta de él.
40 Y rogué a tus discípulos que le echasen fuera, y no pudieron. 41 Respondiendo Jesús, dijo:
¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros, y os he de
soportar? Trae acá a tu hijo. 42 Y mientras se acercaba el muchacho, el demonio le derribó y le
sacudió con violencia; pero Jesús reprendió al espíritu inmundo, y sanó al muchacho, y se lo
devolvió a su padre. 43 Y todos se admiraban de la grandeza de Dios.
Y maravillándose todos de todas las cosas que hacía, dijo a sus discípulos: 44 Haced que
os penetren bien en los oídos estas palabras; porque acontecerá que el Hijo del hombre será
entregado en manos de hombres. 45 Mas ellos no entendían estas palabras, pues les estaban
veladas para que no las entendiesen; y temían preguntarle sobre esas palabras.

No es extraño que a los artistas les guste pintar el contraste entre la figura de Jesús en el
monte circundado de gloria y la del muchacho endemoniado rodeado de la muchedumbre en la
llanura; sin embargo no hace falta lienzo alguno ni colores artificiales para hacer resaltar los
contrastes que el historiador nos ofrece en su sencillo relato. Jesús había aprendido desde mucho
antes qué significaba cambiar las glorias del cielo por las sombras y sufrimientos de la tierra; la
compasión que lo había traído a la tierra nunca vino a menos, ni siquiera en ocasiones en las que
de un modo muy natural pudo estar absorto en pensamientos relacionados con su próxima pasión
y con su obra redentora. Al oír las palabras angustiadas del padre y ver el estado penoso del hijo
de inmediato se sintió conmovido por tierna piedad. Sin embargo, más todavía lo conmovieron la
incredulidad, el pecado, la zozobra y la impiedad del mundo al que había venido a salvar, y de
los que esta escena no era sino símbolo y representación. "¡Oh generación incrédula y perversa!"
exclamó, "¿Hasta cuándo he de estar con vosotros, y os he de soportar?" ¿No se podría afirmar
con toda reverencia que las experiencias tan opuestas de la montaña y del llano hicieron que
Jesús sintiese por unos instantes nostalgia del cielo? Sin embargo Jesús no vaciló ni se demoró
en el sendero del deber ni ante la presencia de necesidades humanas. "Reprendió al espíritu
inmundo, y sanó al muchacho, y se lo devolvió a su padre".
Mientras todos se maravillaban y se quedaban atónitos ante su poder divino y sus obras

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portentosas, Jesús se dirigió a sus discípulos para grabar en ellos el tenebroso secreto que yacía
en su espíritu. Les dijo que se aproximaba el tiempo en que sería entregado al sufrimiento y a la
muerte; "mas ellos no entendían estas palabras". He ahí un hombre cuyo espíritu compasivo se
manifestaba con ternura a todos; pero ¿quién se compadecía de él? ¡Cuan a menudo, algunos de
sus seguidores han llevado el agobio de penas ocultas, aun en compañía de amigos y rodeados de
multitudes admiradas!

6. Jesús censura el orgullo y el fanatismo


Cap. 9:46-50
46 Entonces entraron en discusión sobre quién de ellos sería el mayor. 47 Y Jesús,
percibiendo los pensamientos de sus corazones, tomó a un niño y lo puso junto a sí, 48 y les dijo:
Cualquiera que recibe a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y cualquiera que me recibe a
mí, recibe al que me envió; porque el que es más pequeño entre todos vosotros; ése es el más
grande.
49 Entonces respondiendo Juan, dijo: Maestro, hemos visto a uno que echaba fuera
demonios en tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros. 50 Jesús le dijo: No
se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es.

La disputa en la que se enfrascaron los seguidores de Jesús no era nueva. Discutían acerca
de quién de ellos sería el mayor en su Reino. Había algo de admirable en la discusión, porque
dejaba ver su fe. Para ellos el Maestro iba a ser Rey de reyes y Señor de los señores, y deseaban
ocupar los lugares más cercanos a su trono. Nuestra concepción de su Reino puede ser más
correcta, pero si sus glorias fuesen tan reales para nosotros como lo eran para ellos, si tuviésemos
suficiente fe como para ver su Reino en su verdadera importancia, también nosotros nos
preguntaríamos a veces cuál será el puesto que ocuparemos en este Reino.
Sin embargo, Jesús los reprendió, porque entre los seguidores de Cristo el orgullo no
puede entrar. Nuestra proximidad a él no la gana nuestro esfuerzo egoísta ni se nos otorga por
decreto arbitrario; depende del servicio humilde que prestemos en su nombre. "Tomó a un niño,
y lo puso junto a sí". No porque el niño sea símbolo de humildad —la mayoría de los niños son
afectados y absurdamente orgullosos— sino porque el cuidar de los niños es símbolo de servicio
humilde, y éste era el espíritu que Jesús loó. Cuidar de los niños, o de hombres y mujeres que al
igual que los niños necesitan nuestra ayuda, compasión y protección, si se hace por amor a Cristo
y en su nombre, es un servicio prestado al Maestro mismo, y no sólo a él sino a su Padre. La
medida de la verdadera grandeza es la voluntad de asumir servicios humildes como éstos.
La mención del servicio hecho en nombre del Maestro le recordó a Juan un incidente
reciente que a él le pareció obrar en su favor: "entonces respondiendo Juan, dijo: Maestro, hemos
visto a uno que echaba fuera demonios en tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con
nosotros". Había algo admirable en el espíritu y la intervención de Juan. Vivía tan dedicado a
Cristo que deseaba que todos los que confesaban su nombre se uniesen al grupo de los
discípulos, para vivir, laborar y sufrir todos juntos. Siempre hay algo de admirable en la lealtad a
una denominación Si uno ha descubierto que lo que cree es la forma más elevada de vida y
servicio cristianos, si uno siente que camina al cielo por el sendero más seguro y más corto, es
ciertamente loable que desee que otros compartan su personal bienaventuranza.
Jesús, empero, lo reprendió, y le dijo: "No se lo prohibáis; porque el que no es contra
nosotros, por nosotros es" Después de todo, no queda lugar para el fanatismo entre los seguidores
de Cristo Podemos amar y admirar nuestra denominación o sociedad, pero nunca debemos tratar

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de detener la obra de otros cristianos por mucho que difieran de nosotros Hay que preguntarse
dos cosas. Primera, ¿arroja demonios? Es decir, ¿hace de verdad bien? Segunda, ¿lo hace en el
nombre de Cristo, el Hijo de Dios crucificado y resucitado? Si es así, "no se lo prohibáis". No
debemos esperar que todos los cristianos repitan el mismo credo, disfruten del mismo ritual,
acepten el mismo tipo de organización, o empleen los mismos métodos de trabajo Deberíamos
siempre recordar las palabras del Maestro • "el que no es contra nosotros, por nosotros es".

II,
LOS VIAJES HACIA JERUSALEN
Caps. 9:51 al 19:28

A. PRIMERAS ETAPAS
Caps. 9:51 al 13:21

1. Los samaritanos inhospitalarios


Cap 9:51-56

51 Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro
para ir a Jerusalén. 52 Y envió mensajeros delante de él, los cuales fueron y entraron en una
aldea de los samaritanos para hacerle preparativos. 53 Mas no le recibieron, porque su aspecto
era como de ir a Jerusalén. 54 Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor,
¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma? 55
Entonces volviéndose él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; 56
porque el Hijo del hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para sal-
varlas. Y se fueron a otra aldea.

El relato de los últimos viajes de nuestro Señor de camino hacia Jerusalén constituyen
una característica del todo peculiar del Evangelio de Lucas. En los demás Evangelios se incluyen
algunos de estos incidentes, pero ocupan sólo uno o dos capítulos; en Lucas, por el contrario,
abarcan diez capítulos llenos de sucesos muchos de los cuales nadie más los menciona.
La ruta que siguió, fue primero en dirección al este por las regiones limítrofes de Galilea
y Samaría, y luego de atravesar el Jordán en dirección sur por la región de Perea. Esta región la
Biblia no la menciona por el nombre pero alude a ella la frase, "al otro lado del Jordán", y dado
que la mayor parte de los incidentes de este período tuvieron lugar en ella, esta fase de la vida de
Jesús se suele llamar su "ministerio en Perea". Lucas pone de relieve la divina previsión de
nuestro Señor y al mismo tiempo su valentía humana. Indica que Jesús vio con claridad la muerte
que se aproximaba y también su gloriosa ascensión, pero que sin vacilación alguna se encaminó
hacia las agonías de la cruz.
El primer incidente de estos viajes ocurrió en un pueblo samaritano. Unos mensajeros lo
habían precedido para preparar el acomodo del grupo tan numeroso que seguía a Jesús, pero los
samaritanos no lo recibieron; por esto sus discípulos, Jacobo y Juan, sugirieron que podían
mandar "que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma". La indignación de
estos discípulos era en cierto modo admirable. Lo que movió a los samaritanos era un prejuicio
mezquino y provinciano y además lo ofendían injustificadamente. A veces parece como si
hubiera desaparecido la capacidad de indignarse, y es consolador ver a hombres que sienten

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hondamente cualquier desconsideración que se tenga con Cristo, cualquier ofensa que se haga a
su causa.
Pero Jesús reprendió a los discípulos, "y se fueron a otra aldea". Puede haber motivo para
una indignación justa, pero entre los seguidores de Cristo no caben la ira, la intolerancia, o la
venganza. No estamos en tiempo de juicio, sino de gracia. No nos corresponde a nosotros
administrar venganza, sino predicar el evangelio de amor.

2. Jesús censura la precipitación,


la insinceridad y la indecisión
Cap. 9:57-62

57 Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor te seguiré adondequiera que vayas. 58 Y
le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del hombre
no tiene dónde recostar la cabeza. 59 Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que
primero vaya y entierre a mi padre. 60 Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus
muertos; y tú vé, y anuncia el reino de Dios. 61 Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor;
pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. 62 Y Jesús le dijo: Ninguno
que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.

Estos tres incidentes muestran con qué cuidado escudriñaba Jesús a los que querían
seguirlo y cuan hondamente valoraba el hecho de que cruzaba esa región por última vez. El
primero de los tres hombres con el que Jesús habló estaba trastornado por las emociones, por la
vista de la muchedumbre que seguía al Maestro, por el pensamiento de que seria un privilegio
muy grande formar parte de un grupo así. Ni por un momento había caído en la cuenta de que
podía conllevar sacrificios y dolores el ser discípulo del Maestro. Por esta razón Jesús se dirigió
a él con una afirmación que implica reproche y sugiere que el Maestro se daba cuenta de la
irreflexión y precipitación que dominaba a éste que quería seguirlo. "Las zorras tienen guaridas,
y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza". Claro
que Jesús ansia tener hombres que se le entreguen en obediencia y que profesen abiertamente ser
discípulos suyos; pero entre sus seguidores no hay lugar para la precipitación. Quiere que
consideremos el precio que hay que pagar.
En el caso siguiente, Cristo invitó al hombre a que le siguiese, pero éste dio una excusa,
"Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre". Era una petición muy natural y
parecería que un tierno deber le obligó a declinar la invitación del Maestro. La respuesta parece
más bien dura, "Deja que los muertos entierren a los muertos; y tú ve, y anuncia el reino de
Dios". Es evidente que Jesús había visto el corazón de este hombre y se había dado cuenta de que
un deber sagrado le servía para ofrecer una excusa egoísta. Si la respuesta fue sincera, aún así
merecía la reprensión, porque la invitación que el Cristo viviente le hizo le impuso una
obligación más sagrada que la de cuidar de los muertos. Ningún vínculo, por tierno que sea,
puede considerarse como excusa suficiente para negarse a seguir a Cristo. Jesús pasaba por esos
lugares por última vez. La obediencia pronta era del todo necesaria. Los que estaban
espiritualmente "muertos" y no habían oído los requerimientos del Maestro podían ocuparse del
entierro; pero aquel al que Cristo había llamado podía llevar a cabo una misión más sagrada:
podía comenzar a proclamar el evangelio de salvación y de vida.
En el caso del tercer discípulo posible, no hubo despreocupación; había calculado el
costo; no tenía intención de buscarse ninguna excusa; era sincero y concreto en su intención,

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pero deseaba diferir su puesta en práctica. No estaba del todo seguro de que fuese lo mejor dejar
en esos momentos a su familia y amigos Por lo menos quería tomarse un tiempo para volver a su
casa y despedirse de ellos Pero Jesús lo reprendió; "Ninguno que poniendo su mano en el arado
mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios". Una vacilación así indica que uno no ha sabido
valorar la gloria y el privilegio que implica el llamamiento de Cristo o que todavía está
ponderando los sacrificios que conlleva Se condena a sí mismo No cabe la indecisión entre los
que han de ser herederos del Reino de Dios.

3. Misión de los Setenta


Cap. 10: 1-24
1 Después de estas cosas, designó el Señor también a otros setenta, a quienes envió de
dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir. 2 Y les decía: La mies a la
verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros
a su mies. 3 Id; he aquí yo os envío como corderos en medio de lobos. 4 No llevéis bolsa, ni
alforja, ni calzado; y a nadie saludéis por el camino. 5 En cualquier casa donde entréis,
primeramente decid: Paz sea a esta casa. 6 Y si hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz
reposará sobre él; y si no, se volverá a vosotros. 7 Y posad en aquella misma casa, comiendo y
bebiendo lo que os den; porque el obrero es digno de su salario. No os paséis de casa en casa. 8
En cualquier ciudad donde entréis, y os reciban, comed lo que os pongan delante; 9 y sanad a
los enfermos que en ella haya, y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios. 10 Mas en
cualquier ciudad donde entréis, y no os reciban, saliendo por sus calles, decid: 11 Aun el polvo
de vuestra ciudad, que se ha pegado a nuestros pies, lo sacudimos contra vosotros. Pero esto
sabed, que el reino de Dios se ha acercado a vosotros. 12 Y os digo que en aquel día será más
tolerable el castigo para Sodoma,. que para aquella ciudad. 13 ¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti,
Betsaida! que si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en
vosotros, tiempo ha que sentadas en cilicio y ceniza, se habrían arrepentido. 14 Por tanto, en el
juicio será más tolerable el castigo para Tiro y Sidón, que para vosotros. 15 Y tú, Capernaum,
que hasta los cielos eres levantada, hasta el Hades serás abatida. 16 El que a vosotros oye, a mí
me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí,, desecha al que
me envió.
17 Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu
nombre. 18 Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. 19 He aquí os doy
potestad 'de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.
20 Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros
nombres están escritos en los cielos.
21 En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has
revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. 22 Todas las cosas me fueron entregadas
por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y
aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. 23 Y volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: Biena-
venturados los ojos que ven lo que vosotros veis; 24 porque os digo que muchos profetas y reyes
desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.

El envío de los setenta mensajeros que iban a preparar el camino para el ministerio de
Jesús sólo Lucas lo menciona. Esto armoniza con el hecho de que sólo en este Evangelio se nos
informa de los prolongados viajes que el Señor hizo camino de Jerusalén, y las circunstancias en

59
las cuales fueron enviados los setenta. La misión fue por un tiempo limitado y el encargo que
llevaban fue temporal; pero en las instrucciones que les dio, Jesús indicó muchos principios
vitales que se aplican a sus seguidores de todas las épocas. Primero les intimó la razón de ser
escogidos. Era porque la mies entre la cual iba a trabajar era tanta y los operarios tan pocos.
Indicó que antes de que el mundo esté en condiciones de recibir el mensaje que los Setenta pro-
clamarían, tanto éstos como los que los seguirían debían orar con ahínco al Señor de la mies para
que enviase más obreros. Esta oración todos los que sirven al Maestro pueden ofrecerla con todo
ahínco y en todo tiempo. Parece como si la obra apenas si se halle en sus comienzos. Si
simpatizamos con el Maestro nos preocuparemos por ver realizarse la obra con más celeridad, lo
cual sólo es posible si se consigue un mayor número de operarios (v. 2).
Jesús dijo a sus mensajeros que debían esperar encontrarse con peligros en su misión, "He
aquí yo os envío, como corderos en medio de lobos". No debían, sin embargo, sobrecargarse con
nada que fuese superfluo ni tampoco perder el tiempo en formalidades vanas; deben viajar como
hombres a quienes impulsa un motivo supremo (vs. 3, 4).
Al entrar en una casa debían ofrecer la paz que sólo el evangelio puede dar, pero si no
eran aceptados, debían creer que su mismo mensaje volvería a ellos con más fuerza todavía. Con
esto nuestro Señor significó que ninguna palabra pronunciada en su nombre se pierde del todo
(vs. 5, 6).
Debían permanecer en la casa que los recibiese, contentarse con lo que les diese, ofrecer
ayuda a los afligidos, y aprovechar todas las oportunidades para proclamar el mensaje de gracia
(vs. 7-9).
Si el mensaje fuese rechazado, y no se los recibiese en alguna ciudad o pueblo, debían
alejarse, sacudiendo antes el polvo de los pies, símbolo oriental con el que indicarían que no
tenían relación alguna con los enemigos de Cristo. Nunca es universal la acogida del mensaje
evangélico. Siempre hay quienes se niegan a aceptar su gracioso don (vs. 10-12).
El pensamiento de aquellos que iban a rechazar a sus mensajeros le recordó a Jesús las
ciudades que ya lo habían repudiado, y se detuvo unos momentos para hablar con solemnidad de
su incredulidad culpable. Se refirió a Corazin y a Betsaida, y afirmó que en el Día del Juicio les
iría mejor a Tiro y a Sidón que a estas ciudades, porque incluso el mundo pagano se hubiera
arrepentido ante tales pruebas de su misión divina como Jesús había dado a las ciudades de Israel
Mencionó en particular a Capernaum, sus privilegios especiales y su en consecuencia
condenación mayor. Jesús formuló así el principio perdurable de que las oportunidades
especiales conllevan responsabilidades también especiales. Subrayó lo grave de rechazar a sus
mensajeros afirmando que al despreciarlos a ellos en realidad lo desprecian a él y que los que
rechazan a Jesús rechazan al Padre que lo envió (vs 13-16).
Con el fin de completar el relato concerniente a los Setenta, Lucas incluye de inmediato
la descripción de su retorno. Regresaron alborozados, relatando cómo incluso los demonios se
les habían sometido. En su respuesta nuestro Señor afirmó que en la derrota de estos mensajeros
de Satanás veía el desbaratamiento definitivo del Príncipe de las tinieblas y de todas las fuerzas
del mal, y agregó que les confería a sus mensajeros poder sobre todo aquello que pudiese
oponérseles o pudiese amenazar destruirlos. Sin embargo, añadió, su gozo principal no debía
depender de su capacidad para obrar en esa forma extraordinaria, sino más bien del participar en
su causa triunfadora y en el recibir su salvación (vs. 17-20).
Llegado a este punto, nuestro Señor compartió la exultación de sus seguidores y dio
gracias al Padre por lo que había llevado a cabo a través de los humildes mensajeros que Jesús
había escogido, de modo que los resultados conseguidos habían sido una manifestación del poder

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de Dios. Agregó una pretensión sorprendente que indica que el Hombre ideal es por igual el
verdadero Hijo de Dios, el único que puede revelar Dios a los hombres. Finalmente, volvió a los
discípulos y los felicitó por su gran privilegio, y les aseguró que "muchos profetas y reyes"
desearon ver lo que ellos veían como siervos suyos e instrumentos de su poder. Insinuó algo del
gozo exultante que a lo largo de los siglos sus seguidores iban a experimentar al caer en la cuenta
del privilegio que es servir a un Maestro tal y revelarlo a los hombres (vs. 21-24).

4. El Buen Samaritano
Cap. 10:25-37

25 Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo


qué cosa heredaré la vida eterna? 26 Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? 27
Aquél respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y
con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. 28 Y le dijo: Bien has
respondido; haz esto, y vivirás. 29 Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y
quién es mi prójimo? 30 Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó,
y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio
muerto. 31 Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo.
32 Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. 33 Pero un
samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; 34 y
acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo
llevó al mesón, y cuidó de él. 35 Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le
dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. 36 ¿Quién, pues,
de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? 37 Él dijo: El
que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Vé, y haz tú lo mismo.

La parábola del buen samaritano fue expuesta a un cierto intérprete de la ley quien,
confiado en su conocimiento del Antiguo Testamento y en las sutiles interpretaciones que de ella
daban los rabinos, acudió a Jesús con la esperanza de incitarlo a discutir y derrotarlo. Formuló
una pregunta a Jesús: "Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?" Sin duda que
pensaba que Jesús le indicarla algunos ritos o ceremonias nuevos o que en alguna otra forma
desacreditaría la Ley. Lo sorprendió, pues, la respuesta de Jesús, "¿Qué está escrito en la Ley?"
De este modo se vio privado de su propia arma. Sin embargo, dio una respuesta hábil al afirmar
que la Ley se resumía en el mandato de amar a Dios y a los hombres. Jesús tomó otra vez la
palabra: "Bien has respondido; haz esto, y vivirás''. En la afirmación de Jesús no hubo ni sombra
de evasiva o engaño. El amor perfecto a Dios y a los hombres es sin duda el camino de la vida;
pero ¿quién puede vivir un amor tan perfecto? Jesús vino no a destruir esta exigencia de la Ley
sino a revelar su cumplimiento completo, a ofrecer el perdón a todos los que la hubiesen
infringido, a dar fortaleza a todos los que la necesitasen.
La respuesta de Jesús no sólo derrotó al intérprete de la Ley sino que sacudió su
conciencia. Cayó en la cuenta de que nunca había cumplido lo que la Ley que él conocía tan bien
mandaba. Trató, pues, de justificarse a sí mismo limitando el ámbito de aplicación de la ley del
amor. Esta es siempre la experiencia de los que tratan de salvarse a sí mismos rechazando la
salvación de Cristo. Nadie puede cumplir lo que esta ley perfecta exige por sus propias fuerzas, o
bien uno se consigue ayuda exterior y confía en el Salvador, o bien se debe en algún modo
reducir las exigencias de la ley. El intérprete de la Ley sugirió que es imposible amar a todo el

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mundo, aun cuando se exija amar a nuestro prójimo; y trató de justificarse a sí mismo
preguntando, "¿Y quién es mi prójimo"
Jesús contestó con el relato del hombre, sin duda judío, que descendía por el accidentado
camino que conducía de Jerusalén a Jericó y, al pasar por el angosto desfiladero, unos ladrones lo
asaltaron, lo despojaron de todo y lo dejaron medio muerto. El primer transeúnte que pasó junto
al infeliz fue un sacerdote, un hombre cuya profesión y misión lo debieron incitar a obrar con
misericordia, pero que por temor a los ladrones o en ciego olvido de la necesidad del herido,
pasó de largo. Luego llegó un levita, por oficio ayudante de los sacerdotes, hombre sobre quien
recaían menos cargas oficiales y que por consiguiente disponía de más tiempo para ayudar; pero
también él pasó de largo. Por fin llegó un samaritano, hombre de distinta raza, perteneciente a
una religión despreciada, y se mostró compasivo; vendó las heridas del infeliz, lo montó en su
propia cabalgadura y lo condujo a una posada donde pagó para que lo cuidasen. Demostró
espíritu de amor. De este modo, Jesús indicó que nuestro prójimo no es sólo el que vive cerca
sino todo aquel que necesita nuestra ayuda, lo mismo que el que socorre nuestras necesidades.
Puso de manifiesto la verdad de que la ley del amor no queda limitada por el rango, la condición
social, la raza o el credo religioso. Ni tampoco se limita al hombre Uno debe también amar a
Dios con todo el corazón, y de este modo también amará y servirá al Hijo en quien el amor de
Dios llega a su perfección

5 Marta y María
Cap. 10: 38-42

38 Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le
recibió en su casa. 39 Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los
pies de Jesús, oía su palabra.
40 Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no
te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.
41 Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas
cosas. 42 Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le
será quitada.

El inagotable interés humano de Lucas en ninguna otra parte se expresa de un modo más
perfecto que en esta exquisita escena que tuvo lugar en la casa de Betania. Es lamentable que
haya dado lugar a un debate interminable acerca de los méritos de Marta y de María. Algunos
piensan que aquella carecía de amor aunque era enérgica y eficiente, y que ésta amaba, aunque
en un modo sentimental e indolente. En realidad ambas hermanas poseían cualidades admirables;
ambas amaban al Maestro y deseaban complacerlo; pero en esta ocasión Marta, llevada por el
deseo de servir, se había sobrecargado con la preparación de una comida esmerada, en tanto que
María, con mejor intuición de lo que Jesús deseaba, "sentándose a los pies de Jesús, oía su
palabra". Sabía que Jesús deseaba, no por su propio bien sino por el de ellas, revelárseles y
comunicarles su mensaje celestial, y por ello, de acuerdo con el delicado arte de la hospitalidad,
tuvo en consideración primordial el deseo de su invitado e hizo más que su hermana por agasajar
al Maestro
"Marta se preocupaba con muchos quehaceres"; las muchas cosas que trataba de hacer la
distraían Es posible que el seguidor de Cristo trate de hacer demasiado; a veces se debe al
orgullo y al considerarse muy importante. Puede producir un talante irritado como el que mostró

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Marta al criticar a su hermana y humillarla reprochándola en presencia de su Invitado; y en cierto
modo, al hablar directamente a Jesús, también a él lo censuró, "Señor, ¿ no te da cuidado que mi
hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude" En su respuesta Jesús mostró el afecto
que sentía por ella repitiendo dos veces su nombre, pero también le reprochó el espíritu que
mostraba y le reveló la causa, "Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero
sólo una cosa es necesaria, y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada". Una
comida refinada no era necesaria; unas pocas cosas hubieran bastado; una sola cosa era
necesaria, la que María había escogido, porque aun cuando el Maestro agradezca todo lo que
emprendemos por él, sabe que nuestra necesidad fundamental es sentarnos a sus pies y tratar de
conocer su voluntad; entonces en todo lo que hagamos habrá calma, paz y amabilidad, y en
nuestros servicios llegaremos a conseguir la perfección del de María, cuando en una ocasión
posterior ungió los pies de Jesús con el perfume que sigue llenando el mundo.

6. Jesús y la oración
Cap. 11: 1-13

1 Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos. 2 Y les
dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
Venga tu reino. Hágase tu voluntad,, como en el cielo así también en la tierra. 3 El pan nuestro
de cada día, dánoslo hoy. 4 Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros
perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal.
5 Les dijo también: ¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le
dice: Amigo, préstame tres panes, 6 porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo
qué ponerle delante; 7 y aquél, respondiendo desde adentro, le dice: No me molestes; la puerta
ya está cerrada, y mis niños están conmigo en cama; no puedo levantarme, y dártelos? 8 Os
digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se
levantará y le dará todo lo que necesite. 9 Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis;
llamad, y se os abrirá.
10 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.
11 ¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de
pescado, le dará una serpiente? 12 ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? 13 Pues si
vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre
celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?

Cuando los discípulos acudieron al Maestro con la petición, "Señor, enséñanos a orar", ya
habían estado por algún tiempo con Cristo en la escuela de oración, y los había impresionado la
más valiosa de todas las lecciones, a saber, el ejemplo de Cristo mismo. Si alguna vez surge la
duda en nuestras mentes en cuanto a la eficacia de la oración, no necesitamos sino ir al evangelio
de Lucas para darnos cuenta una vez más de que nuestro Señor pasó largas horas en intercesión y
que oró en todos los momentos críticos de su vida. Si seguimos sus huellas, en ningún modo
podemos extraviarnos.
Lo que los discípulos deseaban, sin embargo, era alguna forma o fórmula especiales para
orar, tal como parece que Juan el Bautista había dado a sus seguidores. Jesús contestó dándoles
un modelo incomparable y luego despertando en ellos la seguridad de que la oración sería sin
duda escuchada. Esta "Oración del Señor", que Mateo reproduce en una forma más completa, no

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pretendía ser una forma que habría que usar siempre, sino más bien un modelo sobre el cual
plasmar toda oración, por libre, variada y espontánea que ésta pueda ser.
La primera palabra, "Padre", sugiere el espíritu filial con que todos los creyentes deben
acercarse a Dios, e insinúa ya gran parte del aliento que Jesús dio a sus discípulos en los versos
que siguen inmediatamente después de esta oración.
La oración contiene cinco peticiones, dos que se refieren a la causa de Dios en el mundo,
y tres a las necesidades personales de los que oran. La primera es una petición de que el
"nombre" de Dios, su revelación, o nuestra idea de Dios, sean tan reverenciados, tan exaltados en
la tierra como lo son en los cielos. La segunda es una petición correlativa, a saber, que su Reino
venga. Este Reino ha de ser externo, visible, glorioso; depende de la transformación interior de
los individuos, aunque llegará a manifestarse en la forma de un orden social perfecto, y en el
reino universal de Cristo. La petición siguiente solicita "pan suficiente para nuestras
necesidades", e implica nuestro derecho de orar por todo lo que se relaciona con nuestro
bienestar físico. Se nos enseña luego a orar por el perdón, y a acudir a Dios en espíritu de perdón
para con los demás; y por fin a pedir incesante protección contra las insidias del Adversario y
contra todos los poderes del mal.
Para estimular a sus discípulos a que usaran tales peticiones, Jesús les presentó la historia
del hombre cuyo pedir incesante y casi descarado ¡e consiguió la respuesta a su petición del pan
que necesitaba. Jesús dio a entender, sin embargo, que por parte de Dios no se da esa clase de
resistencia que haya que vencer, de modo que todos los que le "pidan" recibirán lo que necesitan;
si "buscan" ayuda, él se la otorgará; si "llaman'', aunque sea a medianoche, les abrirá la puerta sin
demora.
Jesús los incita aún más a la oración recordándoles que oran a un Padre. Los padres
naturales atienden las peticiones de sus hijos, no con burlas o con dones dañinos, no dando una
piedra si han pedido pan, o una serpiente en lugar de un pescado, o un escorpión en lugar de un
huevo. Si pues, con todas nuestras imperfecciones y limitaciones, sabemos dar cosas buenas a
nuestros hijos, mucho más podemos esperar que nuestro Padre celestial dé el Espíritu Santo, y
otros dones buenos aunque inferiores, a los que lo pidan. Una vez más vemos que el nombre
bendito de "Padre" es la clave de la lección. Si nos acercamos a él como hijos lo haremos con
confianza, y también con sumisión, sabiendo que, ya sea que otorgue ya sea que quite, su
respuesta será una expresión de misericordia infinita y de amor paternal.

7. Jesús censura la blasfemia y la incredulidad


Cap. 11:14-36

14 Estaba Jesús echando fuera un demonio, que era mudo; y aconteció que salido el
demonio, el mudo habló; y la gente se maravilló. 15 Pero algunos de ellos decían: Por Beelzebú,
príncipe de los demonios, echa fuera los demonios. 16 Otros, para tentarle, le pedían señal del
cielo. 17 Mas él, conociendo los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí
mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae. 18 Y si también Satanás está
dividido contra sí mismo, ¿cómo permanecerá su reino? ya que decís que por Beelzebú echo yo
fuera los demonios. 19 Pues si yo echo fuera los demonios por Beelzebú, ¿vuestros hijos por
quién los echan? Por tanto, ellos serán vuestros jueces. 20 Más si por el dedo de Dios echo yo
fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros. 21 Cuando el hombre
fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee. 22 Pero cuando viene otro más
fuerte que él y le vence, le quita todas sus armas en que confiaba, y reparte el botín. 23 £1 que

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no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama. 24 Cuando el espíritu
inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y no hallándolo, dice:
Volveré a mi casa de donde salí. 25 Y cuando llega, la halla barrida y adornada. 26 Entonces
va, y toma otros siete espíritus peores que él; y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel
hombre viene a ser peor que el primero.
27 Mientras él decía estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo:
Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste. 28 Y él dijo: Antes
bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan.
29 Y apiñándose las multitudes, comenzó a decir: Esta generación es mala; demanda
señal, pero señal no le será dada, sino la señal de Jonás. 30 Porque así como Jonás fue señal a
los ninivitas, también lo será el Hijo del hombre a esta generación. 31 La reina del Sur se
levantará en el juicio con los hombres de esta generación, y los condenará; porque ella vino de
los fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este lugar.
32 Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio con esta generación, y la condenarán;
porque a la predicación de Jonás se arrepintieron, y he aquí más que Jonás en este lugar.
33 Nadie pone en oculto la luz encendida, ni debajo del almud, sino en el candelero, para
que los que entran vean la luz. 34 La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno,
también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está
en tinieblas. 35 Mira pues, no suceda que la luz que en ti hay, sea tinieblas. 36 Así que, si todo tu
cuerpo está lleno de luz, no teniendo parte alguna de tinieblas, será todo luminoso, como cuando
una lámpara te alumbra con su resplandor.

El primero de estos dos discursos (vs. 14-26) lo pronunció Jesús en respuesta a la


acusación de que realizaba los milagros por el poder de Satanás (v. 15); el segundo (vs. 29-36)
fue en respuesta a la petición de que obligase a sus enemigos a creer en él dándoles una "señal
del cielo" (v. 16).
Jesús acababa de echar un demonio. Sus enemigos no trataron de negar el milagro; pero,
para desacreditarlo ante el pueblo, explicaron el milagro diciendo que Jesús debía estar en
connivencia con el diablo. Les contestó mostrándoles lo absurdo que era sugerir que el demonio
echaba fuera demonios, porque en este caso su poder sería como un reino "dividido contra sí
mismo" que con toda certeza "es asolado", o como una casa también dividida contra sí misma
que indefectiblemente "cae" (vs. 17, 18). Entonces les devolvió la acusación: algunos de sus
compatriotas se arrogaban el poder de echar demonios; Jesús no discute la veracidad de estas
supuestas curaciones sino que pregunta sutilmente con qué poder se realizaban; ¿era también por
poder demoníaco? (v. 19). Jesús entonces afirma en forma clara que los milagros que él realizaba
lo eran por poder divino, y que la índole de los mismos era una prueba cierta de que él
representaba no el reino del demonio sino "el reino de Dios" (v. 20). En lugar de ayudar al
diablo, lo estaba expoliando. Describió al diablo como a un hombre fuerte, armado hasta los
dientes en custodia de sus bienes, pero Jesús mismo era "más fuerte que él", y le estaba quitando
todas sus armas y libertando con milagros de gracia a los que tenía cautivos (vs. 21, 22). En esta
lucha no cabe ser neutrales; se debe estar o con el diablo o con Cristo (v. 23).
Jesús pasa luego a recriminar a sus enemigos con la parábola del Espíritu Inmundo. El
demonio de la incredulidad había en otro tiempo poseído a los judíos, y se había manifestado en
forma de idolatría; había sido arrojado, pero había regresado con manifestaciones todavía más
terribles de hipocresía, ambición, odio, fanatismo y orgullo. Esta había sido la historia de la
nación; y esta es la experiencia de cualquier persona que se aparta del pecado y se rebela contra

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Satanás pero no llega a aceptar el Señorío de Cristo. El corazón vacío corre peligro. Reformarse
no es regenerarse. Uno debe guardarse del demonio de la incredulidad (vs. 24-26).
En esta coyuntura una "mujer de entre la multitud" lo interrumpió con una expresión de
felicitación para la madre de Jesús. En respuesta a ello Jesús indicó que su madre podía con toda
razón ser llamada "bienaventurada", pero que la mujer no había comprendido bien; era un
privilegio tener con Cristo una relación humana y natural de esta clase, pero mucho mejor era
poseer ese parentesco espiritual que la fe y la obediencia en Dios indican (vs. 27, 28).
Jesús siguió censurando la incredulidad de los judíos al responder directamente a la
petición de una "señal del cielo". Afirmó que se les daría una señal así con su resurrección de los
muertos. Este milagro se realizaría sin intervención humana alguna; sería una acción directa de
Dios y llenaría las condiciones de "señal de los cielos"; sería la equivalencia de la milagrosa libe-
ración de Jonás. Sin embargo, la petición en sí de una señal así era una impertinencia y una
ofensa; echaba descrédito sobre la naturaleza divina de los milagros que Jesús había realizado
hasta entonces. Era prueba de no haber reconocido el carácter de sus enseñanzas, que
sobrepasaban la sabiduría de Salomón y el mensaje sorprendente de Jonás. El anhelo por oír que
tuvo la reina pagana, la voluntad de los ninivitas de arrepentirse, eran un reproche a la contumaz
incredulidad de los judíos que se negaban a aceptar a quien era "más que Salomón" y "más que
Jonás" (vs. 29-32).
Finalmente Jesús mostró que su culpable incredulidad se debía no a falta de pruebas o a la
necesidad de una nueva "señal", sino a su indiferencia e impenitencia. Del mismo modo que la
lámpara es para alumbrar la casa, y el ojo para dar luz al cuerpo, así también el alma que está a
bien con Dios posee la facultad de la visión espiritual. Esta visión la ofusca y destruye el pecado.
La incapacidad de los judíos para creer no se debía a falta de "señales" o pruebas, sino a la falta
de visión. La luz, por mucha que sea, de nada le sirve al ciego. Quienes van a Cristo en
arrepentimiento, fe y amor descubrirán que es la Luz del mundo, y sus almas irradiarán con
esplendores divinos (vs. 33-36).

8. El fariseísmo desenmascarado y atacado


Cap. 11:37-54

37 Luego que hubo hablado, le rogó un fariseo que comiese con él; y entrando Jesús en
la casa, se sentó a la mesa. 38 El fariseo, cuando lo vio, se extrañó de que no se hubiese lavado
antes de comer. 39 Pero el Señor le dijo: Ahora bien, vosotros los fariseos limpiáis lo de fuera
del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de rapacidad y de maldad. 40 Necios, ¿el que
hizo lo de fuera, no hizo también lo de adentro? 41 Pero dad limosna de lo que tenéis, y
entonces todo os será limpio.
42 Mas ¡ay de vosotros, fariseos! que diezmáis la menta, y la ruda, y toda hortaliza, y
pasáis por alto la justicia y el amor de Dios. Esto os era necesario hacer, sin dejar aquello. 43
¡Ay de vosotros, fariseos! que amáis las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en
las plazas. 44 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! que sois como sepulcros que no se
ven, y los hombres que andan encima no lo saben.
45 Respondiendo uno de los intérpretes de la ley, le dijo: Maestro, cuando dices esto,
también nos afrentas a nosotros. 46 Y él dijo: ¡Ay de vosotros también, intérpretes de la ley!
porque cargáis a los hombres con cargas que no pueden llevar, pero vosotros ni aun con un
dedo las tocáis. 47 ¡Ay de vosotros, que edificáis los sepulcros de los profetas a quienes mataron
vuestros padres! 48 De modo que sois testigos y consentidores de vuestros padres; porque a la

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verdad ellos los mataron, y vosotros edificáis sus sepulcros. 49 Por eso la sabiduría de Dios
también dijo: Les enviaré profetas y apóstoles; y de ellos, a unos matarán y a otros perseguirán,
50 para que se demande de esta generación la sangre de todos los profetas que se ha derramado
desde la fundación del mundo, 51 desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que
murió entre el altar y el templo; sí, os digo que será demandada de esta generación. 52 ¡Ay de
vosotros, intérpretes de la ley! porque habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no
entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis.
53 Diciéndoles él estas cosas, los escribas y los fariseos comenzaron a estrecharle en
gran manera, y a provocarle a que hablase de muchas cosas; 54 acechándole, y procurando
cazar alguna palabra de su boca para acusarle.
El conflicto entre Jesús y sus enemigos llegó en esta ocasión a su punto culminante. Les
recriminó su hipocresía, y lanzó sobre ellos seis ayes solemnes. Sus palabras están llenas de
significado para sus seguidores de todos los tiempos; la religión siempre ha tenido la tendencia
de convertirse en una cuestión formal y ritual; la hipocresía a menudo es inconsciente; su
práctica es casi universal.
Un fariseo cuyo corazón estaba viciado con pensamientos pecaminosos, se maravilló de
que Jesús se sentase a comer sin haberse lavado las manos según el ritual judío. La ley no
requería una ceremonia tal, sino las tradiciones en las que los fariseos tanto insistían. Jesús
afirmó que lavar el cuerpo en tanto que el corazón es impuro es tan absurdo como lavar el
exterior de un vaso sucio. Declaró que Dios creó el cuerpo pero también el alma, y que le
preocupaba más ésta que aquél. Insistió en que si bien era bueno lavarse las manos, sería mejor
preparación para comer llenar el corazón de amor, lo cual se podría manifestar en dones a los
pobres. Era mucho más importante que el fariseo extirpase de su corazón el odio que el que Jesús
se lavarse las manos (vs. 37-41).
La hipocresía, sin embargo, siempre se preocupa de las formalidades externas en tanto
que no hace caso de las realidades. Por esto Jesús lanza un ay sobre los fariseos por diezmar las
más mínimas hortalizas en tanto que negligían la justicia para con los hombres y el amor hacia
Dios, por observar ritos religiosos minuciosos y sin embargo violar los Diez Mandamientos. No
los condenó por preocuparse de estas trivialidades sino por prescindir de lo esencial. "Esto os era
necesario hacer, sin dejar aquello" (v. 42). Jesús prosigue con la condenación de la vanidad y el
deseo de sobresalir y de ser públicamente reconocido, lo cual es señal y excusa de hipocresía al
mismo tiempo (v. 43). Comparó además la influencia nociva de los hipócritas al contacto
contaminador del sepulcro que está a nivel del suelo y por sobre del cual alguien pasara sin darse
cuenta, y quedase con ello ritualmente impuro. Los hombres no toman precauciones en contra de
los que presumen de religiosos (v. 44).
En este punto un intérprete de la ley interrumpió a Jesús diciéndole que estas graves
acusaciones parecían incluirlo a él y a sus colegas. Los intérpretes de la ley en su gran mayoría
eran fariseos; es más, eran los maestros profesionales de esta secta, los líderes reconocidos del
partido. Al acusar a los fariseos parecía que Jesús incluía también a estos orgullosos expositores
de la Ley. Jesús contestó que los maestros religiosos que son insinceros, o que permiten que su
religión se convierta en una cuestión formal, son los más merecedores de reproche. Lanzó sobre
ellos tres ayes: el primero, por sacar de la ley exigencias minuciosas y gravosas que por otra
parte ellos mismos no observaban. Es una falta grave que los estudiosos y eruditos hagan de la
religión algo aburrido y desagradable para la gente ordinaria, en lugar de algo agradable (vs. 45,
46).
En segundo lugar, Jesús les reprochó su crueldad y fanatismo despiadados. Los expertos

67
en religión están siempre tentados a convertirse en fanáticos encarnizados y en participar en la
destrucción de los mismos profetas y apóstoles de Dios. El odio que los enemigos de Jesús le
mostraban era como el de sus padres que habían matado a los mensajeros de su tiempo. De la
sangre de estos mártires, desde el primero hasta el último que menciona la Biblia hebrea, todavía
no se le había pedido cuentas a la nación, y quienes rechazaban a Jesús participarían del juicio
del mismo modo que participaban del crimen (vs. 47-51).
Por último, les recriminó a los intérpretes de la ley que impidiesen el conocimiento de
Dios con sus falsas interpretaciones de la Escritura y con su despreocupación por las verdaderas
necesidades espirituales del pueblo. Tales maestros eran como hombres en posesión de las llaves
de un templo sagrado que ni entran ellos ni dejan entrar a los que quisieran hacerlo. El declararse
maestro de la verdad divina entraña una responsabilidad sublime; y ser a la vez "intérprete de la
ley" e "hipócrita" es merecer estos ayes solemnes que salieron de los labios de Cristo. Tanto se
enfurecieron sus oyentes que lo amenazaron con violencias físicas. A los hipócritas no les gusta
ser descubiertos. Los hombres sensatos se alegran de que se les llame la atención y de poder
arrepentirse antes de que sea demasiado tarde. El que pronunció estas duras palabras de
condenación está dispuesto a perdonar, a purificar y a guiar sus seguidores por senderos de
servicio y de paz "(vs. 52-54).

9. Estímulo a un testimonio fiel


Cap. 12: 1-12

1 En esto, juntándose por millares la multitud, tanto que unos a otros se atropellaban,
comenzó a decir a sus discípulos, primeramente: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es
la hipocresía. 2 Porque nada hay encubierto, que no haya de descubrirse; ni oculto, que no haya
de saberse. 3 Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se oirá; y lo que habéis
hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las azoteas. 4 Mas os digo, amigos míos: No
temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer. 5 Pero os enseñaré a quién
debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el
infierno; sí, os digo, a éste temed.
6 ¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está
olvidado delante de Dios.
7 Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; más
valéis vosotros que muchos pajarillos. 8 Os digo que todo aquel que me confesare delante de los
hombres, también el Hijo del hombre le confesará delante de los ángeles de Dios; 9 mas el que
me negare delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios. 10 A todo aquel
que dijere alguna palabra contra el Hijo del hombre, le será perdonado; pero al que blasfemare
contra el Espíritu Santo, no le será perdonado. 11 Cuando os trajeren a las sinagogas, y ante los
magistrados y las autoridades, no os preocupéis por cómo o qué habréis de responder, o qué
habréis de decir; 12 porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debáis decir.

Una vez que hubo censurado a los maestros religiosos de esa época, Jesús se volvió a sus
discípulos y les habló palabras de estímulo que han servido para fortalecer a sus seguidores de
todas las épocas. Necesitaban ese aliento; el odio cerril de sus enemigos puso en peligro la vida
de Jesús, y dejó bien claramente sentado que sus discípulos no debían esperar un trato más
amable que el dispensado a su Maestro. Jesús también había mostrado la culpa específica de los
que se decían ser guías en materias de religión; sus discípulos por tanto necesitaban ánimos para

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seguir dando testimonio público tanto porque ello implicaba una gran responsabilidad como
porque les atraería el odio de los hombres. Los animó, primero, asegurándoles que la influencia
corruptora de los fariseos se acabaría; su hipocresía sería desenmascarada sin compasión; su
poder concluiría; y por otra parte el testimonio de los discípulos no quedaría por siempre
limitado a lugares oscuros sino que sería oído en todo el mundo (vs. 1-3). ¡Qué bien se ha
cumplido esta profecía! Basta comparar la influencia actual de Hillel o Gamaliel con la de Pedro
o Juan Nadie puede medir el poder para el que posee el más humilde de los testigos de Cristo.
Jesús los estimuló también dándoles garantía del cuidado amoroso de Dios. Debían acudir
a él con confianza reverente; esto les infundiría ánimo y fortaleza y los libraría del temor de los
hombres. Sus enemigos sólo podían llegarles al cuerpo; Dios gobierna el destino eterno de las
almas, e incluso el cuerpo le es precioso y se preocupa por los más mínimos detalles de nuestras
vidas. Si se da cuenta hasta de la caída de un gorrión, necesariamente debe conocer el peligro y
la necesidad de todos los que van dando testimonio de su Hijo (vs. 4-7).
A los testigos fieles les aguardan grandes recompensas, a pesar de lo que puedan estar
sufriendo de momento a manos de los hombres. Del mismo modo que ahora reconocen a
Jesucristo como Salvador y Señor, así también en la gloria de los cielos él los reconocerá como
sus luchadores fieles y leales que merecen las bendiciones de su reino triunfal y lo compartirán
con él (vs. 8, 9). Por otra parte, los que blasfeman su nombre atribuyendo su poder a un origen
satánico (cap 11: 15), serán tenidos como culpables de un pecado imperdonable Esto no se
aplicaría a los que por ignorancia rechazasen a Jesús, sino a los que, teniendo oportunidad de
conocerlo, se burlasen de sus pretensiones y ofendiesen con malicia a su divina Persona, lo
tuviesen por impostor y lo asociasen con los poderes del mal (v. 10).
Por último, no obstante la oposición y amenazas de todos los poderes terrenales, y en
presencia de los tribunales más imponentes, los testigos de Jesús nunca deben temer ni deben
permitir que se les haga callar. El Espíritu Santo, a quien sus enemigos se oponían y
blasfemaban, hablaría por ellos; les enseñaría qué decir y cómo decirlo (vs. 11, 12). Esta
promesa no pretendía fomentar la indolencia y la falta de preparación, sino garantizar a los
testigos cristianos una presencia divina que les daría en todo momento fortaleza, gracia y la
sabiduría necesaria.
El testificar de Cristo es una grave responsabilidad, pero todos los que llevan su nombre
deben hacerlo; quienes lo hagan pueden tener la seguridad de que su influencia será ilimitada, su
protección incesante, su recompensa celestial, y la gracia que los sostendrá divina.

10. Advertencia contra la codicia


Cap. 12:13-21

13 Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia.


14 Más él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor? 15 Y les
dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la
abundancia de los bienes que posee. 16 También les refirió una parábola, diciendo: La heredad
de un hombre rico había producido mucho. 17 Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré,
porque no tengo dónde guardar mis frutos? 18 Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los
edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; 19 y diré a mi alma: Alma,
muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. 20 Pero
Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?
21 Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.

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La parábola del rico insensato la refirió nuestro Señor para enseñar que las riquezas no
constituyen el contenido verdadero de la vida ni garantizan la continuación de la misma, por lo
cual es una locura consumada buscar la riqueza y olvidarse de Dios.
Un hombre se había llegado hasta Jesús con la petición, "Maestro, di a mi hermano que
parta conmigo la herencia". La respuesta que dio Jesús implicaba que consideraba su misión
como espiritual, y que no quería invadir el ámbito de la ley civil ni usurpar lo que correspondía a
las autoridades legalmente nombradas, "Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez
o partidor?"
Posiblemente su respuesta contiene un mensaje para los tiempos actuales y pone sobre
aviso en contra del confundir las funciones de la iglesia con las del estado El ámbito de la iglesia
es espiritual, y no le corresponde decidir asuntos comerciales o políticos. La iglesia, sin embargo,
ofrece e inculca principios que están implicados en todas las cuestiones morales y que
determinan la justicia y el derecho en todas las esferas de la vida humana. Por ello Jesús se negó
a partir la herencia, pero fue a la raíz de la petición y vio que el hombre estaba dejando de lado la
ley civil y buscaba el apoyo de un maestro religioso porque la avaricia lo impulsaba; este mismo
"amor al dinero" está en la base de la mayoría de las injusticias, iniquidades y crueldades que
agobian al mundo actual.
Por esta razón se dirigió Jesús a la multitud con esta amonestación: "Mirad, y guardaos de
toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee".
Para recalcar este mensaje Jesús les contó la historia de un rico que acumulaba bienes para
disfrutar de ellos en años sucesivos, y quien de repente se vio ante la necesidad que la muerte
plantea de dejar a otros lo que había amasado. Su necedad estuvo en olvidar que la fortuna y la
vida misma dependen de la voluntad de Dios, y que el hombre no posee nada sino que todo se lo
debe a Dios, y que el verdadero valor de la vida consiste en el uso desprendido de las riquezas y
las oportunidades según el querer de Dios. Qué contraste tan grande se da entre sus palabras,
"mis frutos", "mis graneros", "mis bienes", "mi alma", y el solemne mensaje: "Esta noche vienen
a pedir tu alma".
"Así es", prosiguió Jesús, "el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios" La
locura mayor es olvidar que la riqueza no constituye el contenido verdadero de la vida ni
garantiza la duración de la misma; es necio amasar bienes y olvidarse al mismo tiempo de Dios.

11. Remedio para la ansiedad


Cap. 12:22-34

22 Dijo luego a sus discípulos: Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué
comeréis; ni por el cuerpo, qué vestiréis. 23 La vida es más que la comida, y el cuerpo que el
vestido. 24 Considerad los cuervos, que ni siembran, ni siegan; que ni tienen despensa, ni
granero, y Dios los alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que las aves?25 ¿Y quién de
vosotros podrá con afanarse añadir a su estatura un codo? 26 Pues si no podéis ni aun lo que es
menos, ¿por qué os afanáis por lo demás? 27 Considerad los lirios, cómo crecen; no trabajan,
ni hilan; mas os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. 28 Y si
así viste Dios la hierba que hoy está en el campo, y mañana es echada al horno, ¿cuánto más a
vosotros, hombres de poca fe? 29 Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer,
ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud. 30 Porque todas estas cosas buscan
las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas. 31 Mas
buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas. 32 No temáis, manada pequeña,

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porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino. 33 Vended lo que poseéis, y dad limosna;
haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega,
ni polilla destruya. 34 Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.

Al dirigirse a la multitud Jesús los puso sobre aviso en cuanto a la codicia contándoles la
parábola del Rico Insensato que confiaba en sus bienes y se olvidaba de Dios; en esta ocasión se
dirige a sus discípulos para incitarlos a que dejen de lado sus ansiedades por medio de la
confianza en Dios. El cristiano no debe concentrar su interés de modo egoísta en acumular
riquezas, y tampoco debe preocuparse, ni siquiera por las necesidades de la vida. La razón de
ello es que "la vida es más que la comida, y el cuerpo que el vestido", y por lo tanto, Dios, quien
dio la vida e hizo el cuerpo, no dejará de suministrar comida y vestido; quien hizo lo más no
dejará de hacer lo menos.
Como ejemplo de ese cuidado providencial Jesús indica los pájaros: sin los "frutos", los
"graneros" y los "bienes" que no pudieron prolongar la vida del rico, los cuervos siguen
viviendo; "Dios los alimenta ¿No valéis vosotros mucho más que las aves?" Claro que debemos
ser diligentes e industriosos, frugales y previsores, pero nunca vivir en ansiedad El preocuparse
no puede prolongar la vida; y por otro lado, lo que mata es la ansiedad y no el trabajo Por
consiguiente, si la ansiedad abrevia la vida, en modo alguno podrá satisfacer sus necesidades;
hay que confiar en Dios en cuanto al alimento (vs. 24-26).
Lo mismo en cuanto al vestido Si Dios viste con colores tan hermosos las caducas flores
de los campos, ¿no hará mucho más por sus propios hijos? Preocuparse por estas necesidades es
imitar a los paganos que desconocen el cuidado providencial de Dios Demostramos ser sus hijos
confiando en él (vs 27-30)
Sin embargo, aunque no debemos absorbernos en la búsqueda de las riquezas, como el
rico insensato, ni debemos afanar por la comida y el vestido, como lo hacen los hombres
mundanos, hay algo por lo que debemos sentir una viva preocupación, y es el Reino de Dios. Si
lo buscamos y afanamos porque venga, podemos tener la seguridad de que nuestro Padre nos
suministrará todo lo necesario para la vida. Aun cuando en ciertas ocasiones podamos sentir
necesidad y correr algún peligro, podemos estar seguros de que llegaremos finalmente a
compartir las bienaventuranzas de ese Reino (vs. 31, 32). Por consiguiente no deberíamos
absorbernos en la acumulación de bienes perecederos, sino que, con sacrificios y obras de
caridad, inspirados en la gratitud hacia Dios y el amor a los hombres, debemos preparar un
"tesoro en los cielos" que nunca nos será quitado ni destruido; y como el corazón siempre está
donde está el tesoro, nuestros pensamientos se elevarán hacia Dios; la confianza en su poder y
amor eliminarán toda ansiedad y nos librarán de preocupaciones (vs 33, 34).

12 Exhortación a la vigilancia
Cap 12:35-48

35 Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas; 36 y vosotros sed


semejantes a hombres que aguardan a que su señor regrese de las bodas, para que cuando
llegue y llame, le abran en seguida. 37 Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor,
cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y
vendrá a servirles. 38 Y aunque venga a la segunda vigilia, y aunque venga a la tercera vigilia,
si los hallare así, bienaventurados son aquellos siervos. 39 Pero sabed esto, que si supiese el
padre de familia a qué hora el ladrón había de venir, velaría ciertamente, y no dejaría minar su

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casa. 40 Vosotros, pues, también, estad preparados, porque a la hora que no penséis, el Hijo del
nombre vendrá.
41 Entonces Pedro le dijo: Señor, ¿dices esta parábola a nosotros, o también a todos? 42
Y dijo el Señor: ¿Quién es el mayordomo fiel y prudente al cual su señor pondrá sobre su casa,
para que a tiempo les dé su ración? 43 Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor
venga, le halle haciendo así. 44 En verdad os digo que le pondrá sobre todos sus bienes.
45 Mas si aquel siervo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a
golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y embriagarse, 46 vendrá el señor
de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y le castigará duramente, y le
pondrá con los infieles. 47 Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó,
ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. 48 Mas el que sin conocerla hizo cosas
dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho
se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá.

Nuestro Señor había amonestado a sus discípulos de que no se dejasen absorber en la


adquisición egoísta de riquezas y de que no se afanasen por la comida y el vestido necesarios;
debían preocuparse sobre todo por su Reino, que se manifestaría en toda su gloria a su retorno
Poco antes de su muerte los instruyó de modo más concreto en cuanto a los sucesos que
antecederían a su retorno, y en cuanto a las circunstancias y consecuencias del mismo; en este
punto tan sólo les ordenó vigilar, dando a entender que si su venida ocupaba sus pensamientos,
esto los guardaría de la mundanalidad y de la ansiedad y también se mostrarían diligentes en
servirlo.
Ilustró esta actitud de mente y corazón con dos parábolas, la del señor que regresa y la del
ladrón. En aquella, el señor ha asistido a una boda, sus servidores están vestidos y velando, la
casa está iluminada, y todo está preparado para recibirlo. Al llegar, le place tanto comprobar su
fidelidad que está dispuesto a dar libre curso a su alegría; incluso quiere que se sienten a la mesa
para compartir el banquete que le habían preparado.
La segunda parábola ilustra el hecho de que, puesto que no se sabe cuándo va a
presentarse el ladrón, lo único que queda por hacer es estar siempre preparados; por
consiguiente, agregó nuestro Salvador, "estad preparados, porque a la hora que no penséis, el
Hijo del hombre vendrá".
El Maestro indicó en este caso como en otros que su retorno se demoraría; su ausencia iba
a ser como una larga noche; muchas cosas deben suceder, mucho debe hacerse antes de que
vuelva, pero sus seguidores deben estar siempre preparados para su retorno. Con esto no quiso
decir que debían estar en nerviosa expectativa, ni que debían ir diciendo que el día de su venida
estaba próximo; más bien debían estar todos en sus puestos, cumpliendo con fidelidad sus
misiones respectivas, consagrados al trabajo que el Maestro les había encomendado.
Esta actitud vigilante y de interés por el retorno de Cristo, debería ser característica
peculiar de maestros y líderes. Este es el móvil de la pregunta que Pedro formula. Inquirió en
cuanto a si todos los creyentes participarían por igual de las bienaventuranzas del retorno del
Señor; ¿recibirían una recompensa mayor los que, como los apóstoles, hubiesen destacado más
en su servicio? Jesús contestó que cuanto mayor son los privilegios, mayores son también las
tentaciones y las responsabilidades. Si un ministro cristiano ha sido fiel en el nutrir a su pueblo
con alimento espiritual, se le recompensará con oportunidades todavía mayores de servir; pero si
la larga tardanza del retorno de su Señor lo volviese olvidadizo y descuidado en cuanto a la
realidad del mismo, si se sirviese en forma egoísta de la posición elevada que ocupa o usase su

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poder con I abuso, en ese caso el Maestro a su regreso lo castigaría con la máxima dureza.
La ventaja mayor del líder religioso radica en la oportunidad que tiene de conocer más
plenamente las ¡enseñanzas de Cristo; su conocimiento superior, por ¡consiguiente, será la base
de un castigo más terrible en el caso de que sea infiel; el principio es permanente y se aplica a
todas las esferas "A todo aquel a quien [se haya dado mucho, mucho se le demandará".
De este modo Cristo enseñó que en el futuro habrá ¡grados y escalas tanto en los castigos
como en las I recompensas.

13. Jesús, causa de división


Cap 12:49-59

49 Fuego vine a echar en la tierra; ¿y qué quiero, si ya se ha encendido? 50 De un


bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla! 51 ¿Pensáis que
he venido para dar paz en la tierra? Os digo: No, sino disensión. 52 Porque de aquí en adelante,
cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos, y dos contra tres. 53 Estará dividido el
padre contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre;
la ] suegra contra su nuera, y la nuera contra su suegra. 54 Decía también a la multitud: cuando
veis la nube que sale del poniente, luego decís: Agua viene; y así sucede. 55 Y cuando sopla el
viento del sur, decís: Hará calor; y lo hace. 56 ¡Hipócritas! Sabéis distinguir el aspecto del cielo
y de la tierra; ¿y cómo no distinguís este tiempo? 57 ¿Y por qué no juzgáis por vosotros mismos
lo que es justo? 58 Cuando vayas al magistrado con tu adversario, procura en el camino arre-
glarte con él, no sea que te arrastre al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta
en la cárcel. 59 Te digo que no saldrás de allí, hasta que hayas pagado aun la última blanca.

Jesús había venido advirtiendo a las multitudes en contra del peligro de la


autosatisfacción e incitando a sus seguidores a vigilar y a afanarse por su retorno y por su Reino;
pero no quería que se engañasen y que supusiesen que su Reino podría establecerse sin conflictos
ni demoras. La era presente iba a ser de luchas y divisiones, y el Maestro mismo iba a ser la
causa involuntaria de las mismas. Un día regresaría para llevar al triunfo definitivo y completo
de la santidad y la justicia, y entonces sería en verdad el Príncipe de paz.
Por un tiempo, sin embargo, su venida al mundo trajo a la tierra el tizón ardiente de la
lucha y la división. Era tan inevitable, que Jesús ni siquiera lamentó que el fuego ya estuviese
ardiendo; pero la conflagración no estallaría hasta que Jesús hubiese sido crucificado, y
experimentó una impaciencia conmovedora por la realización de esa terrible experiencia. Al salir
Jesús de ese bautismo de fuego se convertiría en la antorcha que abrasaría al mundo con
conflictos y separaciones. Esta división se daría incluso en un reducido círculo familiar de cinco
personas: el padre y la madre estarían divididos en contra del hijo, la hija y la nuera.
Así pues Cristo, y en especial su cruz, son en la ¡actualidad causa de división en el
mundo. ¡Dichosos 'aquellos que comprenden su mensaje y su misión y se vuelven a él en
arrepentimiento y fe!
Las multitudes, sin embargo, seguían sin creer, y Jesús recriminó su estúpida ignorancia.
Afirmó que sabían interpretar en tal modo los signos del tiempo que podían predecir con acierto
si llovería o haría sol, pero no sabían ver en sus palabras y acciones las pruebas de que él era el
Cristo, el Salvador del mundo. Sin embargo, los exhorta a que se arrepientan antes de que sea
demasiado tarde. Serian lo suficientemente prudentes como para llegar a un acuerdo con el
adversario mientras se dirigen hacia la sala del tribunal antes de que se haya dictado sentencia;

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mucho más, pues, deberían ver que sería sabio buscar la paz con Dios antes de que el día de
misericordia y gracia haya pasado.

14. Llamamiento al arrepentimiento


Cap. 13:1-9

1 En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya
sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. 2 Respondiendo Jesús, les dijo:
¿Pensáis que estos galileos porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los
galileos? 3 Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. 4 O aquellos
dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables
que todos los hombres que habitan en Jerusalén? 5 Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos
pereceréis igualmente.
6 Dijo también esta parábola: Tenía un hombre una higuera plantada en su viña, y vino
a buscar fruto en ella, y no lo halló. 7 Y dijo al viñador: He aquí, hace tres años que vengo a
buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra? 8 Él
entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de
ella, y la abone. 9 Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después.

En el mismo momento en que Jesús estaba inculcando en sus oyentes la necesidad del
arrepentimiento, se le informó que Pilato había hecho una degollina de galileos. Esperaban que
Jesús dijese que las pobres víctimas habían merecido tal suerte, y que iba a repetir la
acostumbrada falacia de suponer que el sufrimiento excepcional es prueba de culpa también
excepcional por parte de los hombres. Jesús, sin embargo, contestó que el verse por un tiempo
libre de sufrimiento es señal de un favor especial de parte de Dios. Todos los hombres
impenitentes seguro que sufrirán, y merecen sufrir; si el juicio todavía no se ha cumplido, la
demora debe considerarse como una oportunidad misericordiosa para arrepentirse.
Jesús recalcó esta misma verdad con una referencia a una calamidad reciente en la que
dieciocho hombres habían muerto aplastados por una torre. Este fin no debía considerarse como
un signo de iniquidad especial de los mismos, sino como una advertencia para los demás de que
sufrirían del mismo modo a no ser que se arrepintiesen de sus pecados.
El Maestro tenía en mente a toda la nación judía y subrayó todavía más su llamamiento al
arrepentimiento con la parábola de la higuera estéril. Era un verdadero símbolo de Israel, y
también de toda alma impenitente. Dios misericordiosamente conserva, bendice y perdona, pero
el día de misericordia llegará a su fin. La nación, al igual que la persona, que no produce frutos
de penitencia y justicia, será sin duda exterminada. Mientras hay oportunidad para ello, se debe
mostrar arrepentimiento. "He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación".

15 Curación en Sábado
Cap. 13: 10-21

10 Enseñaba Jesús en una sinagoga en el día de reposo; 11 y había allí una mujer que
desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna
manera se podía enderezar. 12 Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, eres libre de tu
enfermedad. 13 Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios. 14
Pero el principal de la sinagoga, enojado de que Jesús hubiese sanado en el día de reposo, dijo

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a la gente: Seis días hay en que se debe trabajar; en éstos, pues, venid y sed sanados, y no en día
de reposo.
15 Entonces el Señor le respondió y dijo: Hipócrita, cada uno de vosotros ¿no desata en
el día de reposo su buey o su asno del pesebre y lo lleva a beber?
16 Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía
desatar de esta ligadura en el día de reposo? 17 Al decir él estas cosas, se avergonzaban todos
sus adversarios; pero todo el pueblo se regocijaba por todas las cosas gloriosas hechas por
él.
18 Y dijo: ¿A qué es semejante el reino de Dios, y con qué lo compararé? 19 Es
semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su huerto; y creció, y se hizo
árbol grande, y las aves del cielo anidaron en sus ramas.
20 Y volvió a decir: ¿A qué compararé el reino de Dios? 21 Es semejante a la levadura,
que una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo hubo fermentado.

El verdadero seguidor de Cristo adorará en público el día de reposo, porque ésta fue la
costumbre de nuestro Señor. En uno de estos días halló ocasión para revelar su compasión y
poder liberando a una mujer que por dieciocho años había estado oprimida bajo el "espíritu de
enfermedad", del mismo modo que en ocasiones semejantes su palabra libera hoy día a almas
sometidas bajo el peso del pecado.
La compasión lo indujo a obrar y también a liberar las conciencias de sus oyentes del
peso de tradiciones que falsas interpretaciones de la ley habían colocado sobre ellos. Cuando el
principal de la sinagoga criticó a Jesús ante las personas que se hallaban simbolizadas en la
mujer porque tal curación quebrantaba la ley del descanso sabático, su hipocresía y la de sus
simpatizantes se vio desenmascarada con la respuesta de que, cuando así se lo dictaba el interés
propio, interpretaban la ley con tanta liberalidad que los autorizaba en sábado a desatar su
ganado que apenas si llevaba unas horas amarrado, y en cambio no querían autorizar que Jesús
liberase a una hija de Abraham a quien Satanás había tenido atada durante años. Pretendían velar
por el cumplimiento de la ley en tanto que negaban su principio esencial, el amor. Su falta de
compasión por la mujer y su odio a Jesús mostraron que estaban violando la ley. Quedó de
manifiesto que su interpretación de la ley era absurda, porque impedía una obra de misericordia
que, en sábado, no sólo estaba permitida sino que era necesaria. Jesús nunca insinuó que iba a
abolir el día de reposo; sólo pretendió devolverle el verdadero espíritu de adoración, amor,
libertad y gozo.
Ante tal manifestación graciosa de poder la multitud se regocijó; y Jesús expuso las
parábolas de la semilla de mostaza y de la levadura, aquélla para indicar que su poder se iba a
extender por toda la tierra y ésta que iba a transformar toda la vida humana Algunos lectores
interpretan la primera en el sentido de que indica que el cristianismo a veces asume formas
insubstanciales, y la segunda como reveladora de que a veces falsas doctrinas invaden la iglesia.
Cualquiera que sea la interpretación que se tenga, no sería prudente basar en ella teorías en
cuanto al orden de acontecimientos relacionados con la venida de Cristo y con su Reino. Todos
estarán de acuerdo en que comienzos pequeños y fuerzas invisibles no deben despreciarse ni
deben desconfiar de ellos los seguidores del Cristo que un día llevará a toda la creación que sufre
"de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios".

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B. SEGUNDAS ETAPAS
Caps. 13:22 al 17: 10
1 La Puerta estrecha
Cap. 13:22-30

22 Pasaba Jesús por ciudades y aldeas, enseñando, y encaminándose a Jerusalén. 23 Y


alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo:
24 Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán
entrar, y no podrán.
25 Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando
fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá:
No sé de dónde sois. 26 Entonces comenzaréis a decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y
en nuestras plazas enseñaste. 27 Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí
todos vosotros, hacedores de maldad. 28 Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a
Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos.
29 Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el
reino de Dios. 30 Y he aquí, hay postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros.

Este es el primero de una nueva serie de incidentes ocurridos en el último recorrido de


Jesús camino a Jerusalén. Se daba cuenta de lo serio de la situación. Sabía que estaba ofreciendo
su salvación al pueblo por última vez, y por consiguiente procuraba llegar con su mensaje a
todos los pueblos y ciudades posibles.
Uno de sus oyentes le preguntó, "Señor, ¿son pocos los que se salvan?" Jesús no contestó
en forma directa pero su respuesta dio a entender que muchos judíos que esperaban salvarse se
perderían y muchos gentiles que los judíos pensaban que se iban a perder se salvarían. Jesús
comparó las bendiciones de su Reino a un banquete ofrecido en un palacio. La puerta de entrada
al palacio es angosta, y muchos de los invitados no quieren pasar por ella; al cabo de un tiempo
la puerta se cierra, y entonces los que antes no habían querido entrar suplican al Dueño de la casa
que la vuelva a abrir, pero en vano; quedan excluidos para siempre, y el remordimiento y el pesar
los abruman. La puerta angosta es la del arrepentimiento y fe en Cristo; la oportunidad para
entrar es actual pero no perpetua; quienes rechacen a Cristo serán excluidos de su Reino; entre
ellos sabrá muchos cuya locura será especialmente evidente. En la parábola se los representa
corno suplicando entrar, y en la situación que los condenó Se describen como diciendo que
habían conocido bien a Cristo, que habían comido en su presencia y que él había enseñado en sus
calles. ¿Por qué, pues, no lo habían aceptado? Estos privilegios no hacen sino incrementar su
culpa; y el Señor se negó a reconocerlos como suyos. De este modo describió la exclusión de
muchos judíos de su Reino; y agregó una afirmación igualmente en cuanto a la aceptación de
gentiles: "Vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el
reino de Dios".
Así pues Jesús le dio un vuelco muy práctico a la pregunta que por simple curiosidad se
le había formulado. No es importante saber con exactitud cuántos se salvarán; a todos los que
oyen el evangelio les corresponde colocarse en esa categoría, ahora y al precio que sea No basta
que uno viva en un país cristiano, en un hogar religioso, y que posea el conocimiento de la
verdad salvadora; cada uno debe arrepentirse y aceptar a Cristo por sí mismo. La triste verdad es
que muchos que, como los judíos, tienen las mejores oportunidades son los que se hallan más
lejos de la salvación: "Hay postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros".

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2. Mensaje a Heredes y Lamento sobre Jerusalén
Cap. 13:31-35

31 Aquel mismo día llegaron unos fariseos) diciéndole: Sal, y vete de aquí, porque
Heredes te quiere matar. 32 Y les dijo: Id, y decid a aquella zorra: He aquí, echo fuera
demonios y hago curaciones hoy y mañana, y al tercer día termino mi obra. 33 Sin embargo, es
necesario que hoy y mañana y pasado mañana siga mi camino; porque no es posible que un
profeta muera fuera de Jerusalén. 34 ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas
a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus
polluelos debajo de sus alas, y no quisiste! 35 He aquí, vuestra casa os es dejada desierta; y os
digo que no me veréis, hasta que llegue el tiempo en que digáis: Bendito el que viene en nombre
del Señor.

Le llegó un informe a Jesús de que Heredes amenazaba su vida. Esta referencia se la


llevaron los fariseos quienes confiaban en que atemorizaría a los seguidores de Jesús e induciría
a éste a huir a Jerusalén donde caería en manos de los dirigentes judíos.
En lugar de ello, Jesús envió al rey un mensaje desafiante e irónico; no es insolente, pero
sí revela el valor y la indignación de un verdadero hombre. "Id, y decid a aquella zorra" —así se
dirigió Jesús a Herodes porque vio las mañas del rey Herodes no quería para sí la deshonra de
matar a otro profeta cuando tan poco tiempo había transcurrido desde la muerte de Juan, pero sí
quería desembarazar a su reino de alguien a quien consideraba como un líder peligroso; por esto
no arrestó a Jesús sino que trató de hacerlo huir. Jesús pidió a los fariseos que llevasen este
mensaje al rey porque vio que estaban de acuerdo con el rey en el malicioso ardid.
"He aquí, echo fuera demonios y hago curaciones hoy y mañana, y al tercer día termino
mi obra". Con esto Jesús declaró que su tiempo y su misión estaban divinamente asignados;
ningún rey podía abreviar el tiempo hasta que la misión hubiese sido cumplida. Una vez
realizada ésta, en su muerte y resurrección, la gloria, la gracia y el poder de Jesús recibirían la
perfección definitiva "Sin embargo, es necesario que hoy y mañana y pasado mañana siga mi
camino" Jesús iba a salir de Galilea y Perea, reino de Heredes, no por temor al rey, sino en
cumplimiento de su misión que lo llevaría a Jerusalén. La referencia explícita a Jerusalén la hizo
en un tono de solemne ironía: "Porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén".
Esa ciudad tenía el monopolio en el exterminio de profetas; hubiera sido del todo impropio que
Jesús fuese muerto en otra ciudad
Sin embargo, la mención de Jerusalén llevó a Jesús a elevar un lamento de tristeza
conmovedora sobre la ciudad que tanto amaba. Vio que su propia repudiación y muerte iban a
acelerar la destrucción de la ciudad Vio la perdición que se cernía sobre ella como un ave de
rapiña Con gusto le hubiera dado su salvación y protección divinas, pero su pueblo no quería
aceptarlo Serían, pues, abandonados a sus propios recursos, es decir, a la ruina que sólo él
hubiera podido impedir A partir de entonces no iban a verlo más en su poder salvador hasta que
como nación atormentada y arrepentida recibiesen por fin su retorno con regocijo como el de su
verdadero Salvador y Señor ¡ Cuánto desea siempre Jesús bendecir y libertar, y cuántas veces lo
menosprecian y rechazan los que más lo necesitan!

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3 Jesús, huésped en Sábado
Cap. 14: 1-24

1Aconteció un día de reposo, que habiendo entrado para comer en casa de un


gobernante, que era fariseo, éstos le acechaban. 2 Y he aquí estaba delante de él un hombre
hidrópico. 3 Entonces Jesús habló a los intérpretes de la ley y a los fariseos, diciendo: ¿Es lícito
sanar en el día de reposo? 4 Más ellos callaron. Y él, tomándole, le sanó, y le despidió. 5 Y
dirigiéndose a ellos, dijo: ¿Quién de vosotros, si su asno o su buey cae en algún pozo, no lo
sacará inmediatamente, aunque sea en día de reposo? 6 Y no le podían replicar a estas cosas.
7 Observando cómo escogían los primeros asientos a la mesa, refirió a los convidados
una parábola, diciéndoles: 8 Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el
primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él, 9 y viniendo el que
te convidó a ti y a él, te diga: Da lugar a éste; y entonces comiences con vergüenza a ocupar el
último lugar. 10 Mas cuando fueres convidado, vé y siéntate en el último lugar, para que cuando
venga el que te convidó» te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los
que se sientan contigo a la mesa. 11 Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que
se humilla, será enaltecido.
12 Dijo también' al que le había convidado: Cuando hagas comida o cena, no llames a
tus amigos,, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te
vuelvan a convidar, y seas recompensado. 13 Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres,
los mancos, los cojos y los ciegos; 14 y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recom-
pensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos.
15 Oyendo esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo:
Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios. 16 Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo
una gran cena, y convidó a muchos. 17 Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los
convidados: Venid, que ya todo está preparado. 18 Y todos a uno comenzaron a excusarse. El
primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. 19
Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. 20
Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. 21 Vuelto el siervo, hizo saber estas
cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Vé pronto por las
plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. 22 Y
dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. 23 Dijo el señor al siervo: Vé
por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar» para que se llene mi casa. 24 Porque os
digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena.

Lucas describe a nuestro Señor no como a un asceta ceñudo sino como a un hombre de
sentimientos humanos y gustos sociales, que disfrutaba en compañía de los hombres, acudía con
ellos a las sinagogas y comía con ellos en sus casas. Ninguna escena doméstica de la vida de
nuestro Señor se ofrece con más detalles que la de la cena en sábado en casa de un fariseo. Se
nos presenta a Jesús que entra en la casa con los invitados, que se da cuenta de las categorías
sociales a las que pertenecen, que participa en forma destacada en la conversación. Sin embargo
ni por un momento olvidó su misión; aprovechó todas las oportunidades para comunicar los
mensajes que ellos necesitaban. En este caso se mostró muy severo, porque se hallaba entre
personas que, aunque en lo exterior eran corteses, en sus corazones le eran hostiles; pero a todos
mostró su gracia inagotable y el deseo que tenía de lo mejor para ellos.
Mientras los invitados iban llegando Jesús vio a un hombre a quien la enfermedad

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agobiaba. Sabía que los fariseos lo acechaban y criticarían que sanase en día sábado, y por esto
se dirigió a ellos para preguntarles si era lícito curar. Ante la vacilación de ellos en contestar,
curó al enfermo y luego censuró su hipocresía, y les advirtió en contra de la insinceridad en
materia religiosa recordando a estos formalistas que no hubieran vacilado en librar de peligro a
un animal propio en sábado; ¿considerarían, pues, pecaminoso librar a un ser humano de su dolor
? Jesús nunca incitó a conculcar la ley sabática pero sí enseñó que esta ley debía interpretarse
con amor.
Una vez que los invitados se hubieron sentado y hubo visto Jesús que se habían escogido
los puestos preferentes, aprovechó la ocasión para censurar su ambición egoísta y para dar una
lección de humildad. Sin duda que, al aconsejar Jesús a un invitado que se siente en "el último
lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba", no enseñaba
simplemente cortesía o prudencia sociales, ni tampoco incitaba al orgullo que se disfraza de
humildad. Más bien proclamaba la gran ley de que entre sus seguidores la humildad verdadera y
la indignidad consciente a los ojos de Dios son las condiciones indispensables del adelanto y del
honor; "Porque cualquiera que se enaltece será humillado; y el que se humilla, será enaltecido"
Luego, al contemplar a los presentes, aprovechó la ocasión para enseñar una lección de
caridad auténtica. Le dijo a su anfitrión —y habría algo de retozón en su voz— que al escoger a
los invitados uno no debería seleccionar a los ricos, para que fuera invitado en recompensa, sino
a los pobres, quienes no pueden devolver el favor. Tampoco aquí quiso Jesús dar simplemente
algunas normas de hospitalidad social; más bien ilustró el gran principio espiritual de obrar por
motivos desinteresados. No se debe beneficiar a nadie pensando en lo que se va a recibir a
cambio.
Sin embargo, Jesús no quiso prohibir en forma literal toda invitación hecha a ricos ni
porfiar en que sólo haya que invitar a pobres, sino que quiso enseñar que nunca hay que prestar
servicios sólo por el beneficio que pueden reportar. Puede convenir y ser agradable, e incluso
provechoso, agasajar a "amigos" o a "hermanos" o a "parientes" o a "vecinos" ricos; pero en
ninguno de estos casos hay mérito alguno porque puede que "te vuelvan a convidar"; pero si se
es amable con el pobre y con el rico por igual, sólo por su bien, sin pensar en ventajas personales
presentes o futuras, la acción no quedará sin recompensa: "te será recompensado en la
resurrección de los justos".
Posiblemente esta mención u otra parecida hizo exclamar a uno de los invitados:
"Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios". Jesús aprovechó la oportunidad para
exponer la parábola de la gran cena, con la que ilustró la insensatez pecaminosa del negarse a
aceptar su ofrecimiento de salvación. En este relato los convidados a la cena aparentan en un
principio querer asistir, pero luego, con su negativa y sus excusas baladíes, demuestran que están
completamente absortos en intereses egoístas y que desairan en forma total a su anfitrión. Sin
embargo, sus puestos los ocuparon otros invitados, algunos de ellos pobres y desamparados, de
su misma ciudad; otros eran vagabundos que andaban errando por caminos y vallados de más
lejos. De este modo Jesús describió en forma clara el rechazo de los dirigentes y fariseos y su
oferta de salvación y la aceptación de la misma, primero por parte de publícanos y pecadores, y
luego por parte de los despreciados gentiles.
Hubo, empero, un mensaje para cada uno de los que escucharon el relato, y hay también
un mensaje para todos los que hoy día rechazan a Cristo. Los fariseos, con su invitación a Jesús,
fingieron sentir una cierta simpatía por él como profeta, cuando en verdad lo odiaban
cordialmente, y el mismo hombre cuya observación piadosa y sentimental acerca del "reino de
Dios" dio pie a la parábola, no estaba dispuesto a aceptar la invitación a "comer pan en el reino

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de Dios" que Jesús presentó.
También hoy hay quienes muestran respeto exterior por la verdad cristiana y hablan con
sentimiento del Reino de Dios, pero que están tan absortos en sus intereses egoístas y tienen tan
poco amor verdadero a Dios que rechazan el ofrecimiento de salvación, en tanto que parias
sociales y paganos despreciados aceptan con gozo la invitación a la vida, a la intimidad divina, y
al gozo eterno.

4. Considerar el precio
Cap. 14: 25-35

25 Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: 26 Si alguno viene a mí, y no
aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia
vida, no puede ser mi discípulo. 27 Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser
mi discípulo. 28 Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y
calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? 29 No sea que después que haya
puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, 30
diciendo: Este hombre comenzó a edificar» y no pudo acabar. 31 ¿O qué rey, al marchar a la
guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al
que viene contra él con veinte mil? 32 Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía
una embajada y le pide condiciones de paz. 33 Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncie
a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. 34 Buena es la sal; mas si la sal se hiciere
insípida, ¿con qué se sazonará? 35 Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan fuera.
El que tiene oídos para oír, oiga.

A medida que Jesús seguía viaje a Jerusalén las multitudes que lo asediaban
incrementaban su entusiasmo y aumentaban en número. Imaginaban que estaba a punto de
establecer el reino con toda pompa, esplendor y poder, y esperaban participar de estas ventajas.
Para eliminar el malentendido, Jesús les declaró cuáles eran las condiciones verdaderas del
discipulado. Sus seguidores deben esperar sacrificios y sufrimientos y deben estar dispuestos a
compartir todo lo que posean, incluso la vida misma. Cuando declaró que deben odiar a sus
parientes y a sus propias vidas, quiso desde luego decir que deben amarlos menos que a él y que
los deben mirar con aversión sólo en cuanto se le opongan a él y les obstaculicen el servirlo. Para
ser discípulo suyo uno debe estar dispuesto a llevar la cruz, la cual era símbolo de sufrimiento y
muerte; se debe someter constantemente la propia voluntad a la de Cristo, por mucho que ello
implique en privaciones y pérdidas.
Jesús no quería desalentar a los hombres, sino que quería que considerasen el precio que
les costaría el seguirlo. Lo ilustró con una referencia a lo insensato que es comenzar a echar los
cimientos de un edificio sin calcular antes el costo total y la posibilidad de cubrirlo; también
afirmó, como ilustración ulterior, que es temerario iniciar una guerra sin calcular antes los
sacrificios que costará el ganarla. Jesús no quiso decir que es mejor no comenzar a vivir
cristianamente que comenzar y luego fracasar, sino que no es prudente ni siquiera comenzar a no
ser que de antemano se caiga en la cuenta de que hay que tener la disposición de renunciar a todo
aquello que el servicio de Cristo exija "Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo
lo que posee, no puede ser mi discípulo".
Nada hay más sin valor que un seguidor de Cristo mundano, egoísta y obstinado; es como
la sal que ha perdido el sabor; le falta la esencia misma del discipulado; de nada le puede servir a

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su Señor.

5. El hijo pródigo
Cap. 15

1 Se acercaban a Jesús todos los publícanos y pecadores para oírle, 2 y los fariseos y los
escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come.
3 Entonces él les refirió esta parábola, diciendo:
4 ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las
noventa y nueve en el desierto y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?
5 Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; 6 y al llegar a casa, reúne a
sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había
perdido. 7 Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que
por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.
8 ¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y
barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla? 9 Y cuando la encuentra, reúne a sus
amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había
perdido. 10 Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se
arrepiente.
11 También dijo: Un hombre tenía dos hijos; 12 y el menor de ellos dijo a su padre:
Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. 13 No muchos
días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí
desperdició sus bienes viviendo perdidamente.
14 Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y
comenzó a faltarle.
15 Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su
hacienda para que apacentase cerdos. 16 Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que
comían los cerdos, pero nadie le daba. 17 Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa
de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! 18 Me levantaré e iré a mi
padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19 Ya no soy digno de ser
llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. 20 Y levantándose, vino a su padre. Y
cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre
su cuello, y le besó. 21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy
digno de ser llamado tu hijo. 22 Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y
vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. 23 Y traed el becerro gordo y
matadlo, y comamos y hagamos fiesta; 24 porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se
había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. 25 Y su hijo mayor estaba en el
campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; 26 y llamando a
uno de los criados, le preguntó qué era aquello. 27 Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu
padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. 28 Entonces se
enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. 29 Mas él,
respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y
nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. 30 Pero cuando vino este tu
hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. 31 Él
entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. 32 Mas era
necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se

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había perdido, y es hallado.

La preciosa e incomparable parábola del Hijo Pródigo es natural que sea Lucas quien la
refiera. Su encanto literario, su tierna belleza, su profundo interés humano, su amplia compasión,
su descripción perfecta de la gracia y el amor de Dios, todo está en perfecto acuerdo con el
propósito y el genio de este Evangelio.
Esta parábola está relacionada con otras dos, cuyas enseñanzas incluye y completa: las
parábolas de la Oveja Perdida y la de la Moneda Perdida. La ocasión de las tres parábolas fue la
crítica que de Jesús hicieron los fariseos porque se relacionaba con los parias sociales y acogía
con cordialidad a los pecadores arrepentidos. Jesús censuró a sus enemigos mostrando que es
natural alegrarse al recuperar la oveja perdida o la moneda perdida o el hijo perdido: más, pues,
debe alegrarse Dios al recuperar a un alma perdida. Sin duda que los que no saben compartir su
gozo debe ser porque no viven en intimidad con él.
La primera parábola revela el amor de Dios en la descripción de su compasión ante el
dolor y desamparo del pecador. La segunda muestra cuan preciosa es ante los ojos de Dios un
alma perdida. Ambas retratan su ansia y sus esfuerzos pacientes por recuperar al pecador y su
gozo sobreabundante una vez lo consigue. La afirmación de que "habrá más gozo en el cielo por
un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan de
arrepentimiento", no hay que interpretarla demasiado a la letra. No significa que Dios halle más
satisfacción en un pecador arrepentido que en un santo sin pecado. Jesús se refería en concreto a
los publícanos arrepentidos y a los fariseos que se consideraban justos. Dios no se complace en
los pecados de aquellos, ni tampoco considera el estado de éstos como perfecto, incluso si se
toma el aspecto mejor de los fariseos en cuanto eran fieles a las leyes de Dios Cualquiera que sea
el motivo de ella, la moralidad es siempre mejor que el desorden y la impureza. Sin embargo, un
pecador arrepentido que comprende la gracia y la misericordia de Dios le es siempre más
agradable que el fariseo, orgulloso, criticón, y despiadado, por muy correcta que sea su conducta
moral.
Esta verdad la aclara más en la parábola del Hijo Pródigo. En ella tenemos perfectamente
descrita la experiencia del pecador arrepentido y también la actitud falta de conmiseración del
fariseo desdeñoso. El primero está representado en el hijo pródigo y el segundo en la conducta
del hermano mayor.
Al tratar de la indocilidad de este hijo más joven, Jesús describió en forma completa la
índole y las consecuencias del pecado. Algunos han opinado que la parábola de la Oveja Perdida
indica que el pecado se debe en parte a la ignorancia y a la insensatez, y que la de la Moneda
Perdida muestra que puede tener su origen en la desgracia o en accidentes. La parábola del Hijo
Pródigo, sin embargo, muestra que suele deberse a una elección voluntaria y a un deseo de
complacencias. Las consecuencias se describen con colores llamativos Se nos muestra toda la
desilusión, los sufrimientos, la esclavitud y la desesperación que causa. Como descripción de las
consecuencias del pecado, ninguna pincelada más se podría añadir al cuadro del pródigo en un
país lejano, con todo el dinero malgastado, hambre en la región, ocupado en apacentar, e incapaz
de colmar su hambre ni siquiera con la sucia comida que daba a las bestias.
Ni tampoco se podría hacer una descripción más hermosa del arrepentimiento que la que
el Maestro traza al describir al pródigo "volviendo en sí". Su pecado no había sido simple
insensatez, sino locura. Recordó el tiempo pasado en su casa, tiempo de gozo y abundancia.
Abrió los ojos a su situación presente, tan desesperada, y decidió levantarse y volver a su padre.
Sobre todo, vio que su ofensa había sido no sólo contra un padre amoroso, terrenal, sino contra

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Dios, y que era completamente indigno de volver a la intimidad de su padre. El arrepentimiento
no es sólo dolor por el pecado, es también reconocer que la ofensa se ha cometido contra un Dios
santo; es un cambio de corazón para con él, y proponerse vivir una vida nueva lo cual ha de
manifestarse en acciones concretas. "Y levantándose, vino a su padre".
Hablando en rigor, ahí termina la parábola. Pero en otro sentido la parte más hermosa es
la que sigue. Es una descripción del amor sin par que Dios muestra al alma arrepentida. El padre
nunca había dejado de amar al pródigo ni de esperar y anhelar su retorno. Había esperado con
ansia a su hijo descarriado. Así que lo vio, su corazón se llenó de compasión; "y corrió, y se echó
sobre su cuello, y le besó". El hijo pródigo inició la confesión de su pecado, pero el padre apenas
si prestó atención a las palabras que decía; mandó a los siervos: "sacad el mejor vestido, y
vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y
matadlo, y comamos y hagamos fiesta". No sólo perdona sino que restaura del todo. Le garantiza
al pecador que, si vuelve a Dios, será recibido en la intimidad más completa, como hijo y
heredero, y que su regreso dará gozo al corazón de Dios quien lo considerará como alguien que
"muerto era, y ha revivido; que se había perdido, y es hallado"
El retrato del hijo mayor está delineado con esmero. Sin duda que en él pretendía
describir a los fariseos despiadados que envidiaban el gozo de los publícanos y pecadores
arrepentidos. Contiene también un mensaje para todas las personas de todas las épocas para
quienes la religión es un asunto de obediencia a regañadientes y de fidelidad carente de amor a
las leyes de Dios. Describe a las almas que no tienen intimidad con Dios, que no sienten
verdadero gozo en su servicio y que no participan de ninguna de sus alegrías en la salvación de
almas perdidas.
El hermano mayor nada sabía de las experiencias de un hijo verdadero. No era más que
un esclavo. Al regreso del pródigo no estaba a la expectativa como el padre, sino que "estaba en
el campo"; cuando se enteró de que su hermano había sido bien recibido a la casa, se airó. Se
negó a entrar, y cuando su padre salió para suplicarle, lo acusó de parcial y de falto de bondad.
Sus palabras describen admirablemente la autor rectitud de los fariseos, "no habiéndote
desobedecido jamás"; y también demostraron que en poco apreciaba sus verdaderos privilegios,
"nunca me has dado ni un cabrito". La respuesta de su padre indica las posibilidades que nunca
había sabido valorar y los privilegios de los que nunca había sabido gozar, "Hijo, tú siempre
estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas". A los fariseos siempre les había sido posible gozar
de la gracia, misericordia y amor de Dios; pero para ellos la religión no había sido más que una
simple retahíla agobiante de ritos y obligaciones. No les había procurado satisfacción ni alegría a
sus corazones. Algo de esto les ocurre incluso a los cristianos de ahora. No aciertan a apreciar el
gracioso perdón de Dios y su deseo de satisfacer toda necesidad espiritual, olvidan que es
posible vivir en comunión y en intimidad constantes con él, nada saben del gozo que da a Dios
la salvación y el arrepentimiento de las almas perdidas, y viven hastiados y sin gozo, tratando por
sí mismos de hacer lo que creen que es justo y de obedecer a Dios, pero sus vidas son como las
de los siervos, no las vidas libres, gozosas y llenas de amor de los hijos verdaderos.
Quizá la pincelada más artística de la parábola es su conclusión repentina. No sabemos si
el hijo mayor cedió ante la súplica del padre. Fue un llamamiento hecho a los fariseos;
¿aceptarían la gracia de Dios y apoyarían sus planes para la salvación de los extraviados, o
seguirían criticando y envidiando a los pecadores arrepentidos? ¿Debemos vivir como siervos o
como hijos?

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6. El mayordomo infiel
Cap. 16: 1-13

1 Dijo también a sus discípulos: Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste
fue acusado ante él como disipador de sus bienes. 2 Entonces le llamó, y le dijo: ¿Qué es esto
que oigo acerca de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo.
3 Entonces el mayordomo dijo para sí: ¿Qué haré? Porque mi amo me quita la mayordomía.
Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. 4 Ya sé lo que haré para que cuando se me quite
de la mayordomía, me reciban en sus casas. 5 Y llamando a cada uno de los deudores de su
amo, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? 6 Él dijo: Cien barriles de aceite. Y le dijo:
Toma tu cuenta, siéntate pronto, y escribe cincuenta. 7 Después dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes?
Y él dijo: Cien medidas de trigo. Él le dijo: Toma tu cuenta, y escribe ochenta. 8 Y alabó el amo
al mayordomo malo por haber hecho sagazmente; porque los hijos de este siglo son más sagaces
en el trato con sus semejantes que los hijos de luz. 9 Y yo os digo: Ganad amigos por medio de
las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas. 10 El que
es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en
lo más es injusto. 11 Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo
verdadero? 12 Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro? 13 Ningún
siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al
uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.

La parábola del Mayordomo infiel a menudo se considera como la más intrincada de


todas las parábolas de nuestro Señor. Parece describir a un hombre que robó a su señor, y a quien
su mismo señor alabó y a quien Jesús señaló como ejemplo para sus seguidores; más aún, parece
indicar que con dinero se puede comprar un lugar en el cielo. Una lectura más detenida muestra
que la alabanza no iba dirigida al engaño sino a la prudencia y previsión, que nuestro Señor
quisiera que sus seguidores imitasen estas buenas cualidades aun de un hombre malo, y también
que es posible usar de las riquezas con tanta generosidad que garanticen satisfacción y gozo sin
fin.
El relato habla de un mayordomo o administrador que estaba al frente de la propiedad de
un rico hacendado. Se enteró el amo del derroche y fraude de su servidor. Le iba a pedir cuentas
e iba a perder el puesto sin remedio. Sin embargo, aprovechó la oportunidad que el cargo todavía
le ofrecía para utilizar los bienes a él confiados para ganarse amigos que le abrirían las puertas
una vez hubiese perdido la mayordomía.
El fin del relato es ilustrar la administración de los bienes. El seguidor de Cristo no posee
nada en realidad; lo que tiene es a título de depositario a fin de que lo utilice sabiamente de
acuerdo con la voluntad del Maestro. Un día habrá que rendir cuentas estrictas del uso del
mismo. Al buen criterio y a la prudencia, de cada uno queda por consiguiente, el usar lo que se le
haya confiado de modo que en la vida venidera no tenga que lamentarlo sino que pueda alegrarse
por el modo en que los bienes fueron empleados. En la parábola el mayordomo fue culpable de
fraude, por haber reducido las deudas de los que debían dinero a su amo. En realidad lo que hizo
fue usar para beneficio propio dinero que no era suyo. Desde luego que el cristiano debe actuar
con escrupulosa honestidad; sin embargo, al beneficiar a otros con sus generosos dones, usa en
realidad bienes que pertenecen al Señor, pero desde luego los usa de acuerdo con la voluntad de
su Maestro.
Al hacer la aplicación de la parábola, Jesús indicó que el uso adecuado del dinero, que

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busca el bienestar de otros, se aplica no sólo a los ricos sino también a los pobres, "el que es fiel
en lo muy poco, también en lo más es fiel".
Jesús indicó además que la mayordomía que los cristianos disfrutan ahora es preparación
para un servicio más amplio en la vida venidera. "Pues si en las riquezas injustas no fuisteis
fieles, ¿quién os confiará lo verdadero?"
El motivo que nos induce a ser fieles como mayordomos es el amor. Lo malo en el caso
del servidor deshonesto era que fue desleal a su amo y que trató de aprovecharse para si. Quien
ama de verdad a su Señor será fiel en el uso de lo que se le confíe. El peligro que corren los
mayordomos es el de una fidelidad dividida. "Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o
aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a
Dios y a las riquezas".

7. El rico y Lázaro
Cap. 16:14-31

14 Y oían también todas estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de él. 15
Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres;
mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de
Dios es abominación. 16 La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios
es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él. 17 Pero más fácil es que pasen el cielo y la
tierra, que se frustre una tilde de la ley.
18 Todo el que repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la
repudiada del marido, adultera.
19 Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día
banquete con esplendidez. 20 Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a
la puerta de aquel, lleno de llagas, 21 y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa
del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas. 22 Aconteció que murió el mendigo, fue
llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. 23 Y en el
Hades alzó sus ojos, estando en tormento, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. 24
Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para
que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta
llama. 25 Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro
también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. 26 Además de todo esto
una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieran pasar de
aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. 27 Entonces le dijo: Te ruego, pues, Padre, que
le envíes a la casa de mi padre, 28 porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de
que no vengan ellos también a este lugar de tormento. 29 Y Abraham le dijo: A Moisés y a los
profetas tienen; óiganlos. 30 Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos
de entre los muertos, se arrepentirán. 31 Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los
profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.

La parábola del mayordomo infiel quiso enseñar la posibilidad del recto uso de las
riquezas. Con la del rico y Lázaro nuestro Señor quiso poner sobre aviso a sus oyentes en cuanto
al abuso de las mismas. Entre las dos parábolas Lucas introduce algunos dichos, cuya conexión
no se puede determinar con precisión aunque parece que los quiso citar como introducción a la
segunda de esas parábolas (vs. 14-18). Contienen una reprimenda para los fariseos por su vicio

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habitual de avaricia y una aseveración en cuanto a la autoridad infalible de la Ley, cuya letra
observaban y cuyo espíritu sin embargo los condenaba.
Estos fariseos se burlaban de nuestro Señor por enseñar la necesidad absoluta de la
generosidad y benevolencia y el uso desprendido de los bienes. Nuestro Señor replicó que
aunque estos enemigos suyos recibiesen la aprobación de los hombres, Dios penetraba sus
corazones y muchos de los que recibían alabanza de los hombres eran abominables a los ojos de
Dios. Jesús afirmó que aunque el mensaje del Evangelio difiriese de la Ley y aunque muchos
aceptaban con anhelo los nuevos privilegios, no por ello descartaba la Ley, sino que sólo
mostraba cómo cumplir sus exigencias. Cuando afirmó que ni "una tilde de la ley" debe frus-
trarse, se refería a los diminutos salientes que caracterizan las letras hebreas, y quiso significar
que hasta las más mínimas exigencias de la Ley eran sagradas y permanentes. Ilustró estas
verdades con una referencia al Séptimo Mandamiento, e insistió en que el adulterio no dejaba de
ser pecado porque así lo dijese una cierta interpretación de la Ley que enseñaba teorías laxas
acerca del divorcio. Seguía siendo pecado, aun cuando una ley civil lo aceptase. De este modo
Jesús les recordó a los fariseos que la Ley podía perdurar y seguir siendo sagrada aunque los
legalistas que observaban la letra de la misma fuesen condenados
En la parábola del rico y Lázaro, Jesús no enseñó en modo alguno que sea pecado ser rico
o que todos los pobres se salven. Lo que quiso fue sugerir el gran peligro que entraña el uso
egoísta de la riqueza. El pecado del rico no estuvo ni en el modo como adquirió la riqueza ni en
el hecho de que la poseyese, ni tampoco en ninguna violación de la ley moral, sino en el simple
hecho de que vivía en un lujo egoísta en tanto que a su puerta yacía un hombre en dolorosa
necesidad. Al rico se le suele llamar Dives, nombre latino por "hombre rico". Lázaro es la única
persona en todas las parábolas de nuestro Señor a quien se le da nombre propio. Es posible que el
fin de ello fuese indicar la índole del hombre, a saber, alguien que confiaba en la ayuda de Dios.
El relato muestra el contraste de los dos hombres en la vida presente, pero aún más el contraste
mayor en la vida venidera. La descripción no ha de interpretarse con exactitud literal absurda;
pero sí contiene una grave advertencia, y detrás de sus metáforas hay realidades importantes.
Indica el remordimiento y la angustia que experimentarán para siempre quienes en la tierra hayan
hecho sólo un uso egoísta y sin corazón de riquezas, posición y oportunidades. Las
consecuencias, según el relato, son perdurables y también aflictivas. Llegará el tiempo del tras-
tocamiento, del juicio y la retribución.
Es evidente que la advertencia de Jesús iba dirigida sobre todo a los fariseos; el rico era
representante de ese grupo, conocido por la observancia escrupulosa de la ley y por sus vidas de
lujo y complacencias egoístas. El rico se dirigió a Abraham como a su padre, y Abraham lo
llamó hijo. Fue una insinuación de que incluso los judíos más ortodoxos podrían perderse e ir a
parar a un lugar de tormento.
Cuando el rico pidió que se enviase a sus hermanos un mensaje especial, es posible que
expresase su compasión; pero es más probable que no fuese más que una excusa que ofrecía,
insinuando con ello que de haber recibido más luz no hubiera pecado del modo que lo había
hecho. La respuesta, empero, es muy significativa, "Si no oyen a Moisés y a los profetas,
tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos". Fue una respuesta para los
fariseos, quienes constantemente pedían que Jesús les diese alguna señal espectacular a través de
la cual reconociesen su divina misión. Nuestro Señor indicó que un prodigio o milagro sor-
prendente nunca convencería a quienes tenían el corazón corrompido. Afirmó además que la ley
y los profetas habían expuesto con suficiente claridad la exigencia divina del amor. Quien no
cumple tal ley suprema en el uso de la riqueza o de cualesquiera otros privilegios y

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oportunidades semejantes cae bajo condenación y corre peligro de sufrir eternamente.

8. Advertencias a los discípulos


Cap. 17:1-10

1 Dijo Jesús a sus discípulos: Imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por
quien vienen! 2 Mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al
mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos. 3 Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano
pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. 4 Y si siete veces al día pecare contra
ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale.
5 Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe. 6 Entonces el Señor dijo: Si tuviereis
fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate, y plántate en el mar;
y os obedecería. 7 ¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver
él del campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa? 8 ¿No le dice más bien: Prepárame la cena,
cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe tú? 9 ¿Acaso
da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Pienso que no. 10 Así también
vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos,
pues lo que debíamos hacer, hicimos.
Después de la severa reprimenda que nuestro Señor dio a los fariseos dado su abuso
egoísta de las riquezas, Lucas menciona cuatro advertencias al parecer inconexas que hizo a los
discípulos La primera (vs. 1, 2) fue contra el peligro de ser ocasión de pecado para otros En este
mundo de egoísmo y malos deseos, afirmó nuestro Señor, es inevitable que tales cosas ocurran,
pero a pesar de ello lanzó un ay solemne sobre quienes se hagan reos de tan lastimosa
culpa. Afirmó que sería mejor que la tal persona se arrojase al mar antes que cometer un pecado
así. La muerte del cuerpo es mucho más preferible que la del alma. Por esta causa Jesús advirtió
a sus seguidores que eviten descarriar a nadie o hacerlo tropezar, sobre todo si se trata de
personas menos maduras que ellos ya sea en años ya en experiencia. Ninguna época de la iglesia
se ha visto libre de tragedias en las que el poder y la influencia se han usado egoístamente para
pervertir a almas inocentes, y nadie está libre de la posibilidad de poner tropiezos en el camino
ajeno o de ejercer incluso inconscientemente influencias que pueden ser ocasión de pecado.
En la segunda advertencia que Lucas menciona (vs. 3, 4), Jesús precave a sus discípulos
en contra de la falta de caridad. Intimó a sus seguidores que estuvieran siempre dispuestos a
perdonar. No les aconsejó ser débiles o indiferentes al pecado; indicó que un hermano que
ofende merece reproche y debe hacérsele. Conviene que se le haga sentir y valorar su falta. Sin
embargo, hay que tratarlo con amabilidad y si se arrepiente sinceramente, hay que perdonarlo sin
reserva. Aunque repita el pecado con frecuencia, no hay que vengarse de él. Jesús indicó que
podría cometer la falta "siete veces al día", con lo que quiso dar a entender repetición ilimitada
de la misma; incluso entonces, si su arrepentimiento fuese sincero, no habría que negarle el
perdón.
Los doce apóstoles, probablemente ante las responsabilidades especiales que sobre ellos
recaían, le pidieron a su Maestro, "Auméntanos la fe". La respuesta contiene una severa
admonición de que tal incremento es necesario, mucho más de lo que los mismos que lo pedían
advertían. Pero también hay una graciosa promesa en la respuesta. Les reprochó con amor su
falta de fe, pero también los alentó revelándoles el poder ilimitado de la fe. Nuestro Señor
afirmó que si poseyesen fe verdadera, aunque fuese tan pequeña que se pudiese comparar a un
"grano de mostaza", uno de los objetos más diminutos de la naturaleza, podrían con una sola

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palabra conseguir resultados increíbles: hablando en metáfora, hacer que un sicómoro se des-
arraigase y se fuese a plantar en el mar. Los seguidores de Cristo de nuestro tiempo necesitan que
se les recuerden las mismas verdades, a saber, los estrechos límites dentro de los cuales se suele
encerrar la fe y las posibilidades ilimitadas que están al alcance de la mano si su confianza en
Cristo fuese más sencilla, menos inquisitiva, y más real (vs 5, 6).
La cuarta admonición que se menciona censura el orgullo, la auto confianza, el deseo de
alabanzas y de recompensas que con mucha frecuencia caracterizan a los seguidores de Cristo.
Jesús enseñó que ninguna obra humana, por perfecta que sea, da derechos delante de Dios, sino
que es simple cumplimiento de un deber. Esta verdad se contiene en la parábola del siervo inútil,
vs. 7-10. La palabra "inútil" no significa sin valor, sino que indica tan sólo que ese tal no ha
hecho más que cumplir con su obligación o deber. Se describe a un esclavo que ha trabajado con
fidelidad en el campo y cuando la jornada ha concluido no hace más que seguir cumpliendo con
las tareas que le corresponden. Su amo no muestra ninguna gratitud especial a quien no hace más
que cumplir con lo que le corresponde Ni alaba en forma especial a su siervo por hacer lo que se
le mandó.
Así ocurre en la vida de todo hombre; una vida de santidad y amor intachables no es más
que lo que Dios exige. No hay razón alguna para exigir una recompensa especial, ni tampoco
para esperar promociones o alabanzas. Hacer menos que eso sería negligir un deber obvio, y
hacer más que lo que se debe es imposible.
Aunque esta parábola censura todo orgullo y elimina todo mérito de las acciones, no
obstante es verdad que en otras parábolas nuestro Señor enseñó que habrá recompensa que
otorgará a los siervos fieles no porque esté obligado a ello sino por gracia amorosa.

C. ÚLTIMAS ETAPAS
Caps. 17: 11 al 19:28

1. E1 leproso samaritano
Cap. 17:11-19

11 Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. 12 Y al entrar en una


aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos 13 y
alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! 14 Cuando él los vio,
les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. 15
Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, 16
y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. 17 Respondiendo
Jesús, dijo: ¿No son diez los que, fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? 18 ¿No hubo
quién volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? 19 Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha
salvado.

La curación de diez leprosos inicia el ciclo final de incidentes que caracterizan los
últimos viajes de Jesús camino a Jerusalén. Es muy propio de Lucas el mencionar este milagro,
porque el rasgo fundamental del relato es la gratitud y el beneficio de un samaritano, y Lucas
siempre describe a Jesús como al Salvador, no sólo de los judíos, sino de todo el género humano.
Sin embargo, hay en este milagro otro rasgo peculiar; antes de que los leprosos recibiesen
la curación tuvieron que presentarse a los sacerdotes para comunicarles que estaban curados, y
“mientras iban, fueron limpiados”. No era poca la fe que se necesitaba para emprender un viaje

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así; pero se pusieron en camino, y su fe fue recompensada. Así también hoy, cuando los hombres
acuden a Cristo para pedirle ser librados del pecado, les manda que actúen como si la petición ya
hubiese sido escuchada, y con el acto de fe viene la respuesta a la oración. El mandato de Cristo
contenía una promesa, y siempre podemos confiar en sus promesas con absoluta seguridad.
Uno de los leprosos "viendo que había sido sanado, volvió glorificando a Dios a gran voz,
y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano". Hay una nota de
sorpresa y de tristeza en la pregunta que Jesús hizo al ver a este leproso curado a sus pies: "¿No
son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese
gloria a Dios sino este extranjero?" Siempre sorprende ver que la ingratitud es tan común entre
los hombres. Nueve de entre diez probablemente olvidarán los favores que reciban. Suele ser
raro que alguien se dé cuenta y reconozca su propia deuda. Todavía más triste es ver que tan
pocos de los que han aceptado la salvación de Cristo muestran verdadera gratitud viviendo una
vida de servicio gozoso y proclamando que se ven compelidos a vivir para quien ha muerto por
ellos.
Hubo, empero, para el samaritano una gozosa palabra de seguridad y promesa,
"Levántate, vete; tu fe te ha salvado". Jesús o bien quiso llamar la atención en cuanto al modo en
que se había obtenido la curación, a saber por la fe en él, y de este modo quiso promover este
germen de vida nueva a una confianza más plena en su divina persona, o bien quiso decir que la
fe que en primer lugar había conseguido la curación del cuerpo y que se había manifestado en el
regreso del hombre y en su gratitud, le conseguía ahora la salvación del alma En ambos casos se
nos recuerda que la gratitud se encuentra a menudo donde menos se espera, que siempre le
agrada al Señor y que es la condición segura de mayores bendiciones y gozo

2. La venida del reino


Cap. 17: 20-37

20 Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y
dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, 21 ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he
aquí el reino de Dios está entre vosotros.
22 Y dijo a sus discípulos: Tiempo vendrá cuando desearéis ver uno de los días del Hijo
del hombre, y no lo veréis. 23 Y os dirán: Helo aquí, o helo allí. No vayáis, ni los sigáis. 24
Porque como el relámpago que al fulgurar resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro,
así también será el Hijo del Hombre en su día. 25 Pero primero es necesario que padezca mu-
cho, y sea desechado por esta generación. 26 Como fue en los días de Noé, así también será en
los días del Hijo del hombre. 27 Comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el
día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos.
28 Asimismo, como sucedió en los días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían,
plantaban, edificaban; 29 mas el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre,
y los destruyó a todos. 30 Así será el día en que el Hijo del hombre se manifieste. 31 En aquel
día, el que esté en la azotea, y sus bienes en casa, no descienda a tomarlos; y el que en el campo,
asimismo no vuelva atrás. 32 Acordaos de la mujer de Lot. 33 Todo el que procure salvar su
vida, la perderá; y todo el que la pierda, la salvará. 34 Os digo que en aquella noche estarán
dos en una cama; el uno será tomado y el otro será dejado. 35 Dos mujeres estarán moliendo
juntas; la una será tomada, y la otra dejada. 36 Dos estarán en el campo; el uno será tomado, y
el otro dejado. 37 Y respondiendo, le dijeron: ¿Dónde, Señor? Él les dijo: Donde estuviere el
cuerpo, allí se juntarán también las águilas.

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Ya fuese por pura curiosidad ya por deseo de discutir, los fariseos fueron a Jesús para
preguntarle cuándo llegaría el reino de Dios. Jesús contestó que no llegaría en el modo que ellos
esperaban, ni tampoco en forma de desarrollo visible que les permitiera decir "Helo aquí", o
"helo allí", porque en la persona del Rey estaba ya "entre" ellos y no lo reconocían. Por esto
cuando Jesús dijo, "el reino de Dios está entre vosotros", no pudo querer decir que estaba en los
corazones de los hostiles y descreídos fariseos; ni tampoco tenemos con ello expresada en el
Nuevo Testamento la bella y familiar concepción del Reino como un "reino de Dios en los
corazones de los hombres". Es más probable que Jesús quiso decir que el Reino estaba ya
presente en su propia persona y obra. La esencia de este Reino es siempre espiritual y consiste en
"justicia, paz y gozo". Tendrá, empero, una manifestación futura y visible cuando el Rey
aparezca de nuevo. La pregunta en cuanto al cuándo y cómo de su venida no hay que hacerla ni
por curiosidad ni para provocar controversias; para los hombres del mundo, como los fariseos,
íntima conexión con las instrucciones que había dado a sus discípulos con respecto a su retorno.
No es, por consiguiente, una simple exhortación a la oración, sino a orar por la venida de Cristo,
y más especialmente a esperar con confianza este suceso y las bendiciones que de él procederán.
Contiene, empero, un verdadero estímulo a la oración para todos los cristianos de todos los
tiempos. El tema es éste: si un juez injusto, que no teme a Dios ni a los hombres, cedió ante la
insistencia de una viuda desconocida porque temió que lo seguiría molestando con más y más
peticiones, mucho más estará dispuesto un Dios justo a recompensar las peticiones perseverantes
de sus hijos amados que clamen a él sin cesar.
A pesar de todos los misterios en ello implicados, los seguidores de Cristo deben orar sin
cesar y deben presentar con porfía sus peticiones con la seguridad de que Dios oye y que a su
debido tiempo contestará.
La fuerza específica de la parábola es para la iglesia en su soledad y debilidad conscientes
durante la larga época que va desde la crucifixión de Cristo hasta su segunda venida. Jesús
acababa de describir el mundo en el tiempo de su retorno. Había descrito el descuido e
indiferencia predominante y la preocupación por lo terrenal, y ahora quería animar a sus
seguidores a que fueran pacientes y a que dirigieran sus corazones hacia él con expectación y
oración. La viuda de la parábola no pide tanto que se castigue a un enemigo cuanto que se le
reconozcan los derechos en cuya defensa acude al juez. Así se describe a la iglesia no como
quien clama venganza para sus perseguidores sino como anhelante y en oración por todas las
bendiciones que han sido prometidas y que se recibirán a la venida del Señor.
Hay una aflicción profunda en la pregunta que Jesús formula después de haber explicado
la parábola, "Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" ¿Quedarán todavía
algunos fieles a Cristo, de los que le aman y esperan su retorno? La pregunta misma es una
advertencia solemne en contra del peligro de que la mundanalidad e incredulidad predominantes
prevalezcan. Sin embargo, no ha de responderse con espíritu de desaliento, pesimismo y
desesperación. La iglesia tendrá siempre adversarios, siempre tendrá que estar en guardia en
contra de las influencias mundanas que la rodean A pesar de ello siempre habrá quienes
permanezcan fieles al que los eligió de entre el mundo, y después de muchos días de fatigosa
espera, sus corazones se regocijarán ante la inesperada aparición del juez justo quien traerá
consigo glorias más deslumbrantes que las que jamás hayan imaginado o esperado.

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4. El fariseo y el publicano
Cap. 18.9-14

9 A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo
también esta parábola: 10 Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro
publicano. 11 El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy
gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este
publicano; 12 ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. 13 Mas el
publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho,
diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. 14 Os digo que éste descendió a su casa justificado
antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será
enaltecido.

La parábola del fariseo y el publicano quiso enseñar la humildad no sólo en la oración


sino en lo que se piensa de sí mismo y en las relaciones con Dios. Establece además un contraste
entre la religión formalista y la religión de corazón. Muestra que la penitencia es la única senda
que lleva al perdón y a la paz.
No iba dirigida a los fariseos, aunque es un desenmascaramiento severo de la hipocresía y
el autoengaño de toda clase de fariseísmo. Parece que Jesús tuvo más bien presentes a algunos de
sus seguidores; pero cualquiera que sea su clase o profesión, los fariseos han tenido
representantes en todas las edades y en todos los países. Se describen como "unos que confiaban
en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros".
Así era, en verdad, el fariseo que se menciona. Había subido al templo a orar; permaneció
de pie en algún lugar conspicuo; se dirigió a Dios pero en realidad no oró. Comenzó diciendo:
"Te doy gracias", pero se dirigía a sí mismo. Se alegraba porque en comparación con otros
hombres él solo formaba una clase especial. Consideraba a los otros hombres como "ladrones,
injustos, adúlteros", y como ejemplo de esos pecadores mencionó al publicano al cual miraba en
lugar de mirar hacia Dios. Se jactó de no haber sucumbido a los pecados de los demás hombres y
también de haber hecho más obras buenas que las que la ley exigía. Moisés no había instituido
ningún ayuno obligatorio, pero el fariseo ayunaba dos veces por semana. Moisés exceptuó ciertas
cosas del pago del diezmo, pero el fariseo lo pagaba de todos sus ingresos. En otras palabras,
había sido mejor que lo que Dios exigía. Había puesto a Dios en obligación con respecto a sí
mismo. ¡Qué poco entiende un hombre así la verdadera santidad de Dios, las exigencias de esa
ley cuya esencia es el amor!
En marcado contraste estaba el publicano, de pie, a una distancia respetuosa del supuesto
santo cuya piedad exterior había impresionado a los demás. Ni siquiera se atrevía a mirar al
cielo. Se golpeaba el pecho, en señal de dolor, y clamaba a Dios con ansia, "Dios, sé propicio a
mí, pecador". Las palabras originales parecen implicar que también él se consideraba como
distinto de todos los demás hombres. Se sentía y se confesaba "pecador"; pero al reconocer su
culpa y al acudir a Dios en penitencia, fue aceptado como justo a los ojos de Dios, y recibió
perdón y paz.
No caben malentendidos en cuanto a la lección que el Maestro quiso inculcar. "Este
descendió a su casa justificado antes que el otro". Sentir la culpa, desear el perdón y pedir
misericordia a Dios —éste es el verdadero comienzo de una nueva vida; y por mucho que
progrese uno en santidad, siempre es necesario esa clase de humildad. Cuanto más cerca está uno
de Dios, más consciente se es de la condición pecadora de uno mismo y menos probable es que

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se jacte de las propias prendas morales. Cuanto más uno reconoce la propia indignidad, tanto
mejor preparado está para servir al Maestro y a los hombres. El orgullo farisaico tanto en las
naciones como en los individuos obstaculiza el espíritu de servicio y hermandad y el favor
mismo de Dios. Lo que hoy día se necesita es arrepentimiento universal, manifestar un corazón
humilde y contrito: "Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será
enaltecido".

5. Jesús recibe a los niños


Cap. 18: 15-17

15 Traían a él los niños para que los tocase; lo cual viendo los discípulos, les
reprendieron. 16 Mas Jesús, llamándolos, dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo
impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. 17 De cierto os digo, que el que no recibe el
reino de Dios como un niño, no entrará en él.

Este cuadro encantador de Jesús bendiciendo a los niños lo describen, además de Lucas,
Mateo y Marcos. El atractivo que posee le hace ocupar un lugar destacado en el interés de
muchos artistas. Su simbólico mensaje lo acepta la iglesia actual, "Traían a él los niños para que
los tocase". Los padres probablemente llevaban a sus hijos en brazos. Se daban cuenta de que no
sólo los leprosos y los enfermos necesitaban el contacto de Cristo, sino que el poder del Maestro
también sería una bendición para sus hijitos.
Este contacto simboliza en forma adecuada esa relación personal y ese contacto espiritual
con Cristo que hoy da, con igual ansiedad, todos los padres deberían buscar para sus hijos. "Lo
cual viendo los discípulos, les reprendieron". Parece que pensaban que esos niños eran
demasiado insignificantes para que se les permitiese interferir la actividad de Jesús y exigir su
atención. En el tiempo actual hay muchos elementos que tienden a impedir que los padres lleven
sus niños al Maestro: la costumbre, el descuido, la indiferencia, el temor, la desconfianza;
incluso los amigos parecen representar el papel de aquellos "discípulos" y conspirar en impedir y
censurar a aquellos que realmente desean llevar a sus hijos a una relación santificadora con el
Señor. Ningún problema actual es más importante que el quitar tales barreras y obstáculos. La
educación cristiana de los niños es la necesidad suprema de los tiempos. "Mas Jesús,
llamándolos, dijo: Dejar a los niños venir a mí, y no se lo impidáis". Esta respuesta del Maestro
ha colocado una aureola imperecedera sobre los niños. Su inocencia y su indigencia tienen un
atractivo especial para el Maestro. ¿No debería producir en nosotros el mismo efecto, y no
deberíamos acaso concluir que ningún trabajo es más cristiano y más bendecido que el cuidar de
esos pequeñuelos a quienes el Señor ama tanto? Somos los verdaderos servidores de nuestro
Maestro sólo si sentimos el llamamiento de la infancia y si tratamos de satisfacer las necesidades
físicas, mentales y espirituales de los niños.
"Porque de los tales es el reino de Dios". Les pertenece por derecho. No sólo a esos niños
especiales a quienes Jesús bendijo en aquella ocasión, no sólo a todos los niños en general, sino a
todos aquellos, cualquiera que sea su edad, que son como niños en su confianza, dependencia y
pureza. Todos los que han sido confiados al cuidado del Maestro y aceptan su gracia salvadora
tendrán un lugar en su Reino.
Al contemplar las multitudes esa tierna escena con maravilla y simpatía, nuestro Señor
añadió estas palabras de admonición, "El que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará
en él".

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6. El joven rico
Cap. 18: 18-30

18 Un hombre principal le preguntó, diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar
la vida eterna? 19 Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo Dios.
20 Los mandamientos sabes: No adulterarás; no matarás; no hurtarás; no dirás falso
testimonio; honra a tu padre y a tu madre.
21 Él dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud.
22 Jesús, oyendo esto, le dijo: Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a
los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme. 23 Entonces él, oyendo esto, se puso
muy triste, porque era muy rico.
24 Al ver Jesús que se había entristecido mucho, dijo: ¡Cuan difícilmente entrarán en el
reino de Dios los que tienen riqueza! 25 Porque es más fácil pasar un camello por el ojo de una
aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. 26 Y los que oyeron esto dijeron: ¿Quién, pues,
podrá ser salvo? 27 Él les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. 28
Entonces Pedro dijo: He aquí, nosotros hemos dejado nuestras posesiones y te hemos seguido.
29 Y él les dijo: De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o
hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, 30 que no haya de recibir mucho más en este
tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna.

En contraste con el publicano arrepentido y con la confianza amorosa de los niños que
Lucas acaba de describir, sale a escena ahora un joven, rico, probo, moralmente serio, pero al
parecer inconsciente de la codicia pecaminosa que amenazaba su alma y de una confianza en las
riquezas que podía impedir su entrada en el Reino de Dios. A pesar de sus riquezas, de su
juventud, posición y poder, no tenía el corazón satisfecho. Acudió a Jesús con la pregunta,
"Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?" Jesús lo reprende de inmediato, "¿Por
qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo Dios". Con esto Jesús ni defendía su
divinidad ni negaba su impecabilidad. Quería más bien ahondar en el joven el convencimiento de
su necesidad moral. Le insinuó que el uso irreflexivo de la palabra "bueno", dirigida a quien
consideraba como un simple maestro humano, era prueba de que tenía una idea superficial de la
bondad. Según una norma divina el joven no podía pretender ser bueno, como tampoco hombre
alguno puede pretender ser justo ante la santidad divina.
A fin de despertar la conciencia y de inquietar la complacida seguridad del joven en su
propia bondad, Jesús lo sometió a la prueba de los mandamientos en los que Dios había revelado
su santa voluntad. El joven contestó sin vacilar, "Todo esto lo he guardado desde mi juventud".
Jesús pasa entonces a someterlo a una prueba profunda que demostró que ese joven nunca había
observado el espíritu de la Ley, aun cuando pensaba haber cumplido la letra de la misma. Jesús
puso al desnudo el egoísmo del corazón al proponerle la prueba suprema, "Aún te falta una cosa:
vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme". Con
esta frase Jesús convenció al joven de que había quebrantado la Ley, cuya exigencia esencial era
amar al prójimo como a sí mismo.
Jesús prometió una recompensa eterna por el sacrificio, y ofrece por medio de la relación
personal con él el valimiento y el poder que harán más posible y completo el cumplimiento de la
Ley. Nadie puede pretender ser justo si se juzga por los mandamientos tal como Cristo los
interpretó. Nuestra única esperanza es acudir a él en busca de dirección y ayuda. Pondrá al
desnudo el egoísmo secreto de nuestros corazones, y desarrollará el espíritu de amor y servicio

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que constituye la esencia de la vida eterna, y por fin en el cielo recompensará a sus seguidores
por toda pérdida sufrida.
Jesús no pide que todos los que le obedecen dejen literalmente sus bienes materiales. En
lo que exigió al hombre principal rico, se refirió a su caso específico. Sí pide, sin embargo, que
todos renuncien a cualquier cosa que pudiera impedir un seguimiento e intimidad patentes y
sinceros con él. En el caso de ese hombre el obstáculo era su riqueza. Le era imposible
conservarla y no obstante seguir a Cristo. El Maestro le hizo bien patente que su bondad había
sido superficial e inadecuada. Le mostró que el amor al dinero era el cáncer que se había estado
escondiendo en su alma. En una forma clara lo colocó frente a la necesidad de escoger entre su
riqueza y la vida eterna que sólo Jesús puede dar. No sorprende que cuando el hombre oyó esas
graves exigencias y cayó en la cuenta por primera vez de que la riqueza podía más que él, "se
puso triste, porque era muy rico". Prefirió conservar sus bienes y rechazar al Señor. Vio la
posibilidad de conseguir la vida eterna, pero no quiso pagar el precio. Retuvo su riqueza, pero
perdió el alma.
Mientras Jesús lo miraba con tristeza, sorprendió a sus discípulos con una expresión que
ponía de relieve la verdad que la escena había ilustrado: "¡Cuan difícilmente entrarán en el reino
de Dios los que tienen riquezas!" Esto era mucho más sorprendente para los judíos. Imaginaban
que la riqueza era una prueba positiva de favor divino. ¿Qué quiso, pues, decir Jesús? No
pretendió enseñar que la riqueza es pecaminosa o que la prosperidad privada es un mal social.
Quiso decir que las riquezas pueden impedir que su poseedor alcance un verdadero discipulado
cristiano y que quien trata de satisfacerse con esa riqueza que lo aleja de Cristo, nunca entrará en
el Reino de Dios. Jesús incluso añadió una hipérbole excusable, "Es más fácil pasar un camello
por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios". Quien quiera entrar en el Reino
de Dios debe hacerse como un niño; debe dejar de lado toda confianza en sí mismo, y debe estar
dispuesto a sacrificar todo lo que pueda impedirle llegar a ser un servidor obediente de Cristo. Al
oír esto, los discípulos se sorprendieron y preguntaron, "¿Quién, pues, podrá ser salvo?" Nuestro
Señor replicó, "Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios". Exige
determinación, decisión y sacrificio, pero Dios está dispuesto a dar toda la gracia necesaria Su
espíritu puede fortalecer a aquellos que acuden a él con sus necesidades conscientes y con deseo
verdadero de una vida más elevada.
Mientras el hombre rico se retiraba pesaroso en su costosa vestimenta, Pedro lo miró con
visible burla, y se dirigió a Jesús con esta observación de autocomplacencia, "He aquí, nosotros
hemos dejado nuestras posesiones y te hemos seguido". La respuesta de Jesús no quiso incitar a
los hombres a seguirlo por la esperanza de ventajas. Su salvación es un asunto de gracia. No
debemos pensar que con sacrificios de bienes materiales podemos comprar la vida eterna. Sin
embargo, las tiernas palabras del Maestro sí nos recuerdan que recibiremos una recompensa
abundante por todo lo que debamos renunciar al hacernos discípulos suyos. Incluso en esta vida
se recibe una recompensa cien veces mayor, no en el sentido literal sino en experiencias que
ahora colman el alma y "en el siglo venidero la vida eterna".

7. Jesús vuelve a predecir su muerte


Cap. 18:31-34

31 Tomando Jesús a los doce, les dijo: He aquí subimos a Jerusalén, y se cumplirán
todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre. 32 Pues será entregado a
los gentiles, y será escarnecido, y afrentado, y escupido, 33 Y después que le hayan azotado, le

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matarán; mas al tercer día resucitará. 34 Pero ellos nada comprendieron de estas cosas, y esta
palabra les era encubierta, y no entendían lo que se les decía.

Al transitar Jesús por Perea en dirección sur, cerca ya del fin de su último viaje a
Jerusalén, multitudes admiradas lo acompañaban, pero su corazón estaba abrumado con el peso
de los sufrimientos que lo esperaban y el perfil de la cruz que veía con claridad frente a sí.
Muchos de sus seguidores hoy en día comparten esta experiencia en forma parcial; incluso en
ambientes que todos les envidian, sus corazones están agobiados con pesares secretos y con el
conocimiento de dolores ya próximos.
Quienes en esos momentos estaban más cerca de él vivían inconscientes de los
pensamientos de él y de su necesidad de compasión. En esa ocasión por tercera vez predijo Jesús
con claridad su próxima muerte. Afirmó que sus sufrimientos serían conforme a las profecías
escritas y con mayor claridad que nunca describió los detalles de toda la angustia que tendría que
sufrir. Iba a ser "entregado a los gentiles" y luego crucificado, y con todo el acompañamiento
repugnante de burlas, escupitajos y escarnios, iba a morir
Una visión tan clara de lo que le aguardaba realza la revelación de su heroísmo sin par al
encaminarse con paso decidido hacía Jerusalén, dándonos con ello un ejemplo inspirador para
cuando se nos pida que tomemos la cruz y lo sigamos.
Ese conocimiento habla de alguien que era conscientemente más que hombre; esa
confianza que tenía de que estaba cumpliendo las profecías de las Escrituras muestra que se
consideraba como el Salvador del mundo. Esa voluntad de sufrir demuestra el hecho de que creía
que su muerte expiatoria iba a ser una parte esencial de su obra redentora
La tumba, sin embargo, no era en modo alguno su meta. Con precisión absoluta afirmó
que resucitaría al tercer día Esta visión de su triunfo explica en parte su valor. En virtud de esta
resurrección victoriosa pudo ser el Salvador del género humano
Sus discípulos, empero, nada comprendieron; con tres expresiones Lucas pone de relieve
su estupidez de comprensión. No creían que su muerte fuese necesaria y la resurrección ni
siquiera les pasaba por la imaginación. Su falta de esperanza los hizo testigos más creíbles de esa
resurrección, una vez hubo sucedido. Sin embargo, ¿una visión más clara, libre de falsos
conceptos personales, no les hubiera permitido comprender a su Maestro y llevar algo de
consuelo a su corazón solitario? ¿Acaso no quiere siempre que sus seguidores admitan sus
predicciones con fe absoluta y que se apoyen en sus promesas con esperanza triunfal?

8. El ciego de Jericó
Cap. 18:35-43

35 Aconteció que acercándose Jesús a Jericó, un ciego estaba sentado junto al camino
mendigando; 36 y al oír a la multitud que pasaba, preguntó qué era aquello. 37 Y le dijeron que
pasaba Jesús Nazareno. 38 Entonces dio voces, diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten
misericordia de mí! 39 Y los que iban delante le reprendían para que callase; pero él clamaba
mucho más: ¡ Hijo de David, ten misericordia de mí! 40 Jesús entonces, deteniéndose, mandó
traerle a su presencia; y cuando llegó, le preguntó, 41 diciendo: ¿Qué quieres que te haga? Y él
dijo: Señor, que reciba la vista. 42 Jesús le dijo: Recíbela, tu fe te ha salvado. 43 Y luego vio, y
le seguía, glorificando a Dios; y todo el pueblo, cuando vio aquello,, dio alabanza a Dios.

Al pasar Jesús por última vez por Jericó sanó a un ciego a quien Marcos en su relato

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llama Bartimeo. Este milagro fue una prueba de poder divino y una expresión de compasión
humana, pero también fue una parábola de la capacidad que sólo Jesús tiene de dar la vista a los
moralmente ciegos y de otorgar visión espiritual, la cual es absolutamente necesaria si los
hombres quieren vivir en relaciones justas entre sí y con Dios. El relato de Lucas difiere del de
Mateo y Marcos en ciertos detalles menores. Mateo menciona a dos ciegos y concuerda con
Marcos es decir que el milagro sucedió al salir Jesús de la ciudad. Quizá Lucas y Marcos se
refieren al más conocido de los dos y es posible que Lucas mencione la más antigua de dos
ciudades que llevaban el nombre de Jericó. Todos concuerdan, sin embargo, en la descripción de
la lamentable condición del pobre hombre que debido a su ceguera tenía que mendigar y era un
verdadero símbolo de la condición en que está quien carece de visión espiritual.
Se describen luego los obstáculos que hay que superar, las dudas y dificultades que se
yerguen frente a quienes tratan de ponerse bajo el influjo sanador de nuestro Señor. "Los que
iban delante le reprendían para que callase". A menudo quienes anhelan la luz y la curación oyen
palabras descorazonadoras y sugerencias que llevan a la desesperanza.
Y también se describe la determinación vehemente y la fe inquebrantable. "Él clamaba
mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí!" Reconoció en el Profeta de Nazaret al
Mesías prometido, al Salvador del mundo, y al reprendérsele por pedirle a gritos misericordia,
siguió creyendo y confiando en que Jesús se compadecería y lo sanaría.
Finalmente, se describe la ayuda completa. El ciego no quedó defraudado. Jesús le dijo,
"Recíbela, tu fe te ha salvado". ¡Cuántos han hallado como él en Cristo a alguien capaz y deseoso
de darles la visión espiritual! Sus ojos han sido abiertos para contemplar cosas invisibles y
eternas y han sido capacitados para seguir al Maestro con paso gozoso hacia la ciudad celestial
en la que verán al Rey en toda su belleza y serán como él cuando lo vean como él es.
Tales milagros de gracia alegran el corazón no sólo de los sanados; producen gratitud y
gozo también en muchos otros que reciben garantía de la compasión, gracia y poder divino del
Salvador. Como Lucas afirma, "Todo el pueblo, cuando vio aquello, dio alabanza a Dios".

9. La Conversión de Zaqueo
Cap. 19:1-10

1 Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. 2 Y sucedió que un
varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publícanos, y rico, 3 procuraba ver quién era Jesús;
pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. 4 Y corriendo delante, subió
a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. 5 Cuando Jesús llegó a aquel
lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es
necesario que pose yo en tu casa. 6 Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. 7 Al ver
esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. 8
Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los
pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. 9 Jesús le dijo: Hoy
ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. 10 Porque el Hijo
del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.

"Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad", famosa tanto por su fe
como por su incredulidad. "Por la fe cayeron los muros de Jericó", y por incredulidad ciega
fueron reconstruidos y la maldición que había sido pronunciada cayó sobre el desafiante
constructor. Al pasar Jesús por la ciudad iba a ser testigo de la fe y de la incredulidad, ésta en las

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multitudes, aquélla en un solo hombre llamado Zaqueo. Este nombre significa "santidad" pero no
designaba muy bien al hombre. Quienes lo conocían mejor lo llamaban "pecador", y
probablemente tenían razón. "Era jefe de los publícanos, y rico". Se podía ser publicano y
honesto, pero en tal caso se era pobre. La ocupación de Zaqueo era la de recaudador de im-
puestos, y si se tiene presente que esos funcionarios se enriquecían con extorsiones y
deshonestidades, para decir sólo lo menos, era sospechoso cuando uno de ellos era rico.
"Procuraba ver quién era Jesús". Pudo ser curiosidad, pero hubo una cierta vehemencia en
su deseo. Posiblemente había oído hablar del gran Profeta que trataba con tanta amabilidad a
publícanos y pecadores. Sin embargo, no podía ver a Jesús "a causa de la multitud, pues era
pequeño de estatura". A menudo se yerguen obstáculos en el camino de quienes por primera vez
dirigen su atención hacia Cristo. Si, empero, su deseo es activo, sin duda que aprenderán más
acerca de él.
El ahínco de Zaqueo se mostró en que "corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para
verle". Hubo una cierta falta de seriedad en lo que hizo ese rico, pero su acción recibió una
recompensa inesperada, porque "cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y
le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa". En
cuanto sabemos ésta es la única vez en que Jesús invitó a alguien para que fuese su anfitrión,
pero estamos seguros de que está siempre dispuesto a morar en los corazones abiertos para
recibirlo. Se ha dicho que Zaqueo se convirtió antes de llegar al suelo. No cabe duda de que se
produjo un gran cambio en su corazón al darse cuenta de cuan bien lo conocía el Señor y prever
lo que el Salvador podía hacer por él; su fe y esperanza se manifestaron de inmediato. "Entonces
él descendió aprisa, y le recibió gozoso".
¿Qué dijo la gente? Lo que el mundo siempre dice cuando alguien acude a Cristo en
busca de una vida nueva. Los hombres siempre apelan al tenebroso pasado del que el hombre
rescatado se empieza a apartar. "Todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un
hombre pecador".
¿Qué dijo Zaqueo? Lo que todo hombre dice una vez hallada la gracia que Cristo otorga y
una vez cae en la cuenta de que se puede comenzar una vida nueva con sólo arrepentirse y
quererlo. "He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres". Decidió, pues, como
cristiano, hacer mucho más que lo que la ley judía exigía; la ley requería una décima parte;
Zaqueo prometió que la mitad de sus ingresos serían usados en el servicio del Señor. "Y si en
algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado". No cabe duda de que cualquier
publicano podría encontrar muchas oportunidades para tales restituciones; y nada indica en una
forma más concreta el verdadero arrepentimiento que el deseo de rectificar el pasado.
¿Qué dijo Jesús? Esto es lo más importante, "Hoy ha venido la salvación a esta casa; por
cuanto él también es hijo de Abraham". Con su fe el publicano de Jericó demostró ser un
verdadero hijo de Abraham, el "padre de los creyentes". Su confianza en Cristo le aseguró esa
salvación que a todos se ofrece, incluso a los más humildes, a los más desesperados y despre-
ciados. "Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido".

10. Parábola de las minas


Cap. 19:11-28

11 Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba
cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente. 12
Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver. 13 Y

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llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: Negociad entre tanto que vengo. 14
Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos
que éste reine sobre nosotros. 15 Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó
llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había
negociado cada uno. 16 Vino el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas. 17 Él
le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez
ciudades. 18 Vino otro, diciendo: Señor, tu mina ha producido cinco minas. 19 Y también a éste
dijo: Tú también sé sobre cinco ciudades. 20 Vino otro, diciendo: Señor, aquí está tu mina, la
cual he tenido guardada en un pañuelo; 21 porque tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre
severo, que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste. 22 Entonces él le dijo: Mal
siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que tomo lo que no puse, y
que siego lo que no sembré; 23 ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco, para que al
volver yo, lo hubiera recibido con los intereses? 24 Y dijo a los que estaban presentes: Quitadle
la mina, y dadla al que tiene las diez minas. 25 Ellos le dijeron: Señor, tiene diez minas. 26 Pues
yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.
27 Y también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y
decapitadlos delante de mí. 28 Dicho esto, iba delante subiendo a Jerusalén.

Jesús se sintió impelido a pronunciar la parábola de las minas debido a la creencia


equivocada existente entre las multitudes de que al llegar a Jerusalén establecería su Reino. Sabía
bien que iba a ser repudiado y crucificado, y que pasaría mucho tiempo antes de su retorno
triunfal. En esta parábola predijo en forma concreta este rechazo y advirtió a los judíos
incrédulos del peligro que corrían. Por otra parte animó a sus discípulos a esperar con paciencia
su retorno, y a trabajar diligentemente en su servicio, con la promesa de recompensas abundantes
y graciosas para los que sean fieles.
Esta parábola de las minas debería estudiarse en conexión con las parábolas del siervo
inútil, cap. 17: 7-10, de los obreros de la viña, Mat. 20: 1-16, y de los talentos, Mt. 25: 14-30. La
primera enseña que ninguna recompensa se puede exigir por mérito; teniendo en cuenta todo lo
que el Maestro nos ha dado, incluso su propia vida por nuestra redención, por muy fielmente que
lo sirvamos, nunca podremos comenzar a pagarle lo que le debemos; ni siquiera la dedicación
más fiel sería motivo para exigir una recompensa.
La parábola de los obreros de la viña nos precave también en contra del espíritu
mercenario por el cual podríamos servir al Señor por la recompensa, conviniendo en tanto
trabajo por tanta paga, celosos de los que reciban tanto como nosotros si es que merecen, según
nosotros, menos.
Sin embargo, aun cuando no se pueda merecer recompensa alguna, y aunque la esperanza
de la misma no debe ser el motivo de nuestro servicio, el Maestro nos ha asegurado que se
concederán recompensas sólo por su gracia y con perfecta justicia a quienes sean hallados fieles
a su regreso. La parábola de los talentos enseña que aunque las oportunidades y capacidades para
servir a Cristo pueden diferir, quienes tengan la misma fidelidad recibirán recompensas iguales.
La parábola de las minas nos dice que cuando las oportunidades son las mismas, a mayor
fidelidad mayor será la recompensa.
Esta última parábola, según nos dice Lucas, la pronunció Jesús "por cuanto estaba cerca
de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente". Jesús por
consiguiente se comparó a un hombre noble que se fue a un país lejano "para recibir un reino y
volver". Jesús indicaba constantemente que pasaría mucho tiempo entre su ascensión y su

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retorno, y que entre tanto sus seguidores deberían ser fieles en las oportunidades que se les
concediesen para servir a su Maestro. En esta parábola Jesús describió estas oportunidades
comparándolas con minas, es decir, con pequeñas sumas de dinero de un valor aproximado de
dieciséis dólares cada una. En comparación con un "talento" era una suma insignificante. Nuestro
Señor quería sugerir que a cada uno de sus seguidores se le confía algo que se debe usar para el
progreso de su causa.
Jesús sabía que los judíos no sólo iban a rechazarlo sino que iban a seguir siendo
incrédulos después de su marcha; por ello en la parábola afirmó que "sus conciudadanos le
aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre noso-
tros". La parte principal del cuadro, sin embargo, trata del retorno del hombre noble y de la
recompensa de sus servidores. Esta recompensa fue proporcionada a la fidelidad tenida durante
el tiempo de su ausencia. Por ejemplo, quien había utilizado la mina para ganar diez más recibió
autoridad sobre diez ciudades; quien ganó cinco, recibió cinco ciudades Se muestra, pues, que la
recompensa por el servicio es un servicio mayor. La fidelidad en lo muy pequeño es una
preparación para responsabilidades mayores y para tareas más gloriosas. Esto es así ahora, y el
principio seguirá siendo el mismo en el futuro.
Hubo un hombre, empero, que no utilizó la mina. La había "tenido guardada en un
pañuelo". La excusa que ofreció fue que tuvo temor de su amo y añadió, casi gloriándose de ello,
que no había perdido lo que se le confió. Devolvía lo que se le había dado. El hombre noble, sin
embargo, con razón censuró a este siervo infiel utilizando los mismos términos que él había
empleado. Si sabía que el amo era tan severo, el siervo se hubiera debido preparar para rendir
mejores cuentas de su administración. Es cierto que una de las causas de la infidelidad es ignorar
la verdadera índole de nuestro Señor. Algunos temen de verdad asumir algún servicio cristiano
porque no saben lo que la parábola no dice, a saber, que quien nos da oportunidades y
capacidades nos otorga también gracia si tratamos de hacer todo lo que podamos y con un ver-
dadero deseo de promover los intereses de nuestro Señor procuramos utilizar lo poco que
tengamos. Así pues, el hombre noble reprendió al siervo infiel por no haber hecho por lo menos
lo posible. Hubiera podido colocar el dinero en el banco y entonces cuando menos el amo
hubiera recibido el interés del depósito. Siempre hay algo que todo siervo de Cristo puede hacer
por él. Nunca se justifica de verdad la pereza, la inactividad y el no llegar a hacer algo por la
causa de Cristo.
Al siervo infiel se le quitó la mina y se le dio al que se había ganado diez, porque nuestro
Señor quiso ilustrar la verdad de que en nuestras oportunidades, privilegios y dones siempre se
aplica el principio de "o se utiliza o se pierde". El uso adecuado de incluso los más mínimos
dones produce un aumento en los mismos, pero el no valorar y utilizar lo que poseemos produce
su pérdida definitiva. "A todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le
quitará".
La parábola concluye con una solemne advertencia para quienes rechazan a Cristo. No
sólo es peligroso ser infiel en su servicio sino que es lamentable hallarse entre quienes se niegan
a reconocerlo como Señor. Jesús describe en las últimas palabras no sólo la destrucción de
Jerusalén, sino el castigo de todos los que participen en el repudio de su autoridad. "Y también a
aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y decapitadlos
delante de mí".
El tiempo de su ida estaba cerca. La nación estaba a punto de repudiarlo. El hombre noble
iba a partir para el país lejano, porque "dicho esto, iba delante subiendo a Jerusalén".

99
VI
EL MINISTERIO FINAL
Caps. 19:29 al 21:38

A. LA ENTRADA TRIUNFAL
Cap. 19:29-48

29 Y aconteció que llegando cerca de Betfagé y de Betania, al monte que se llama de los
Olivos, envió dos de sus discípulos, 30 diciendo: Id a la aldea de enfrente, y al entrar en ella
hallaréis un pollino atado, en el cual ningún hombre ha montado jamás; desatadlo, y traedlo. 31
Y si alguien os preguntare: ¿Por qué lo desatáis? le responderéis así: Porque el Señor lo
necesita. 32 Fueron los que habían sido enviados, y hallaron como les dijo. 33 Y cuando
desataban el pollino, sus dueños les dijeron: ¿Por qué desatáis el pollino? 34 Ellos dijeron:
Porque el Señor lo necesita. 35 Y lo trajeron a Jesús; y habiendo echado sus mantos sobre el
pollino, subieron a Jesús encima. 36 Y a su paso tendían sus mantos por el camino. 37 Cuando
llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos,
gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto,
38 diciendo: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las
alturas! 39 Entonces algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a
tus discípulos. 40 Él, respondiendo, les dijo: Os digo que si éstos callaran, las piedras
clamarían.
41 Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, 42 diciendo: ¡Oh, si
también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está
encubierto a tus ojos. 43 Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con
vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, 44 y te derribarán a tierra, y a tus hijos
dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de su
visitación.
45 Y entrando en el templo, comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban
en él, 46 diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis hecho
cueva de ladrones.
47 Y enseñaba cada día en el templo; pero los principales sacerdotes, los escribas y los
principales del pueblo procuraban matarle. 48 Y no hallaban nada que pudieran hacerle,
porque todo el pueblo estaba suspenso oyéndole.

Los relatos de Lucas nunca carecen de interés humano, pero ningún episodio está más
penetrante de sentimiento, ninguno tiene un colorido más vivo, que el que describe a Jesús
entrando en triunfo a Jerusalén. Vemos a nuestro Señor cabalgando como un rey, rodeado de
multitudes que lo aclaman, llorando en la cima del monte de los Olivos, y a sus discípulos que
tienden sus mantos por el camino y lo saludan como al Mesías. Lo vemos que se lamenta ante la
destrucción de la ciudad y oímos las voces ásperas de los dirigentes que traman su muerte Ante
estos gritos de júbilo, sollozos de dolor y murmullos maliciosos, se puede afirmar que ninguna
otra escena contiene tanta emoción y ninguna ilustra en forma tan patente la relación que hay
entre el sentimiento religioso y la fe religiosa.
Lo que atrae los ojos, los oídos y el corazón despierta el sentimiento y prepara el camino
para la entrega de la voluntad. Hoy día se reserva un lugar adecuado a la música, a la arquitectura
y a la elocuencia como ayudas para la devoción. En el caso de la entrada triunfal, Jesús planeó

100
cada detalle. Envió a dos discípulos a que consiguieran el pollino en el que había de ir montado;
dejó que sus discípulos colocaran sobre el lomo del animal sus mantos, y al dirigirse hacia la
ciudad aceptó las aclamaciones de la multitud Cuando los fariseos lo criticaron por permitir tales
alabanzas y por suscitar tal excitación, afirmó que esos homenajes eran no sólo adecuados sino
necesarios, y que si las multitudes callasen las mismas piedras "clamarían" para darle la
bienvenida y honrarlo. Jesús se ofrecía por última vez como rey, y por esta causa el ofrecimiento
debía hacerse en la forma más impresionante posible. Despertó la imaginación Agitó las
emociones No quiso decir que iba a ser rey tal como el pueblo imaginaba; el pollino prestado, los
mantos de los aldeanos, los estandartes hechos de ramas no iban a ser adornos permanentes de
una corte. Quería conquistarse el sometimiento de sus voluntades, la entrega completa de sus
vidas, y por ello hizo este llamamiento incitante, dramático, emotivo a las multitudes. Sabía que
el sentimiento religioso ayuda a la fe religiosa.
Sin embargo, sentimiento y fe religiosos no han de confundirse La emoción no es
sustitutivo de la convicción. Jesús no se engañaba. Al contemplar la ciudad santa y oír la amarga
crítica de los fariseos, se dio cuenta de la obstinada incredulidad con que iba a topar; vio su
rechazo y muerte y la destrucción posterior de Jerusalén; y lanzó su patético lamento, "¡Oh, si
también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz!" Predijo los terribles
horrores del próximo asedio y la desolación de Sion, y afirmó que se debía a su no querer ver que
había ido a ellos como Salvador y que su ministerio había sido una visitación gratuita que
hubiera podido producir arrepentimiento y vida ininterrumpida para la nación. Es el lamento
tristísimo por lo que hubiera podido ser.
Jesús entró en el templo y reprendió a los dirigentes por permitir que un tráfago
degradante profanase la casa de Dios. Hacia el fin del episodio vemos a Jesús en el centro de la
escena, y a un lado los dirigentes que traman contra su vida, y en el otro a las multitudes que,
llenas de admiración, están pendientes de sus palabras. Pero muy pronto los dirigentes iban a
convencer a esas multitudes que pidiesen a gritos su crucifixión, lo cual nos recuerda que los
sentimientos religiosos que no van acompañados de verdadera convicción muy pronto se
convierten en indiferencia y odio.
Pero hubo también quienes, como los discípulos, nunca olvidaron este episodio triunfal.
Su significado pleno lo descubrieron más tarde, y a medida que su confianza en Cristo se
fortaleció, recordaron con emoción todavía más honda las experiencias de ese día memorable. Es
cierto que el sentimiento religioso es, después de todo, una consecuencia natural e inevitable de
la fe religiosa.

B. PREGUNTA EN CUANTO A LA AUTORIDAD


Cap 20:1-8

1 Sucedió un día, que enseñando Jesús al pueblo en el templo, y anunciando el evangelio,


llegaron los principales sacerdotes y los escribas, con los ancianos, 2 y le hablaron diciendo:
Dinos: ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿o quién es el que te ha dado esta autoridad? 3
Respondiendo Jesús, les dijo: Os haré yo también una pregunta; respondedme: 4 El bautismo de
Juan, ¿era del cielo, o de los hombres? 5 Entonces ellos discutían entre sí» diciendo: Si
decimos, del cielo, dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? 6 Y si decimos, de los hombres, todo el
pueblo nos apedreará; porque están persuadidos de que Juan era profeta. 7 Y respondieron que
no sabían de dónde fuese. 8 Entonces Jesús les dijo: Yo tampoco os diré con qué autoridad hago
estas cosas.

101
Después de su entrada triunfal en la ciudad, Jesús siguió siendo el ídolo de las multitudes
que colmaban a Jerusalén en época pascual. Esta popularidad fue la causa de que los dirigentes
difirieran sus propósitos de dar muerte a Jesús. Antes tenían que desacreditarlo ante la gente.
Con esta idea en mente enviaron una comisión de su tribunal supremo, el sanedrín, para que
tendiera una trampa a Jesús, para que lo hicieran chocar con los dirigentes judíos o con los
romanos. Le pidieron que dijera con qué autoridad aceptaba honores mesiánicos, expulsaba a los
mercaderes del templo, y realizaba milagros. Formularon la pregunta con habilidad sutil, "¿Con
qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién es el que te ha dado esta autoridad?" Colocaron a
Jesús frente a un dilema; si pretendía que la autoridad le había sido delegada, entonces podrían
acusarlo de deslealtad y cisma, por suplantar a las "autoridades"' reconocidas del estado judío; si,
en cambio, pretendía poseer autoridad divina propia, por identificarse con Dios, en ese caso
podrían condenarlo por blasfemia.
Jesús redujo al silencio a sus enemigos con una pregunta que los puso en un contra
dilema: "El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres?" No podían decir "del cielo",
porque habían rechazado a Juan; y no se atrevían a decir "de los hombres", por temor al pueblo
que consideraba a Juan como profeta. Por ello trataron de salir del paso con la respuesta cobarde
de que no sabían. El agnosticismo suele ser cobarde y merece poco respeto.
Pero Jesús hizo más que acorralarlos; les contestó. Su pregunta no fue una treta sin
importancia con la que resolvió una dificultad y postergó la necesidad de contestar. En forma
concreta dio a entender que la autoridad de Juan fue divina y que su autoridad también lo era; y
como tenían miedo de negar la autoridad divina de Juan por esto no podían negar la de Jesús.
Más aún, dio a entender que si hubiesen aceptado el mensaje de Juan, hubieran estado
preparados para recibir el de Jesús Sin duda que si tememos aceptar las conclusiones lógicas de
nuestras dudas y negaciones, nunca podemos esperar descubrir la verdad.
Jesús también recriminó y puso al descubierto a sus enemigos. Al decir que no sabían,
Jesús sabía, y ellos lo sabían y lo sabían también las multitudes, que no eran honestos; el Señor
había puesto al desnudo su hipocresía; había demostrado a la perfección que el verdadero
problema no era su autoridad sino la obediencia de ellos. Los enemigos de Jesús querían hacer
creer que deseaban conocer mejor cuáles eran sus credenciales; pero lo que en realidad querían
era desacreditarlo y entramparlo. Los enemigos modernos de nuestro Señor dicen que quieren
más pruebas; pero en realidad lo que les falta es amor a Dios y sumisión a su voluntad. Quienes
no se arrepienten cuando Juan predica, tampoco creerán cuando Jesús les ofrezca la salvación. El
mundo de hoy no necesita más pruebas de autoridad divina, sino más obediencia a su divina
voluntad.
Jesús desacreditó del todo a sus enemigos ante el pueblo. Eran las autoridades
constituidas para todo lo civil y religioso, y no obstante se les hizo confesar en público que no
eran competentes para juzgar un caso claro, conocido e importante relacionado con la autoridad
religiosa. En realidad abdicaron de su posición. Quedaron, por consiguiente, inhabilitados para
opinar en el caso exactamente paralelo de la autoridad de Jesús. Jesús los había derrotado con sus
propias armas. No sorprende que posteriormente, al hallarse frente a tales jueces, se negase a
responderles ni una sola palabra. Habían mostrado que eran incompetentes, insinceros,
incrédulos. Los que son sinceros en sus dudas merecen compasión; pero los que se dicen bus-
cadores de la verdad y no están dispuestos a aceptar las consecuencias de la verdad, no deben
esperar más luz. Un conocimiento siempre creciente de las realidades divinas depende de la
sumisión humilde del corazón y de la voluntad a lo que ya ha sido revelado.

102
C. PARÁBOLA DE LOS LABRADORES
Cap. 20:9-18

9 Comenzó luego a decir al pueblo esta parábola: Un hombre plantó una viña, la
arrendó a labradores, y se ausentó por mucho tiempo. 10 Y a su tiempo envió un siervo a los
labradores, para que le diesen del fruto de la viña; pero los labradores le golpearon, y le envia-
ron con las manos vacías. 11 Volvió a enviar otro siervo; mas ellos a éste también, golpeado y
afrentado, le enviaron con las manos vacías. 12 Volvió a enviar un tercer siervo; mas ellos
también a éste echaron fuera, herido. 13 Entonces el señor de la viña dijo: ¿Qué haré? Enviaré
a mi hijo amado; quizá cuando le vean a él, le tendrán respeto. 14 Mas los labradores, al verle,
discutían entre sí, diciendo: Este es el heredero; venid, matémosle, para que la heredad sea
nuestra. 15 Y le echaron fuera de la viña, y le mataron. ¿Qué, pues, les hará el Señor de la viña?
16 Vendrá y destruirá a estos labradores, y dará su viña a otros. Cuando ellos oyeron esto,
dijeron: ¡Dios nos libre!
17 Pero él, mirándolos, dijo: ¿Qué, pues, es lo que está escrito: La piedra que
desecharon los edificadores Ha venido a ser cabeza del ángulo?
18 Todo el que cayere sobre aquella piedra, será quebrantado; mas sobre quien ella
cayere, le desmenuzará.

Al malicioso desafío de sus enemigos Jesús ya había contestado arrogándose autoridad


divina y condenando a los dirigentes por su culpable incredulidad. Entonces añadió una parábola
que formulaba de modo más claro sus pretensiones, reprendía con más solemnidad a estos
dirigentes hostiles y dictaba sentencia sobre la nación que representaban. Contó el relato de un
propietario que plantó una viña y la arrendó a unos labradores. Vivió lejos y luego envió a cobrar
en calidad de alquiler una cierta parte de la cosecha. Los mensajeros que enviaba, sin embargo,
eran ultrajados y muertos; por fin envió a su propio hijo y también a él lo mataron. Decidió,
pues, regresar, exigir justicia y entregar la viña a labradores más dignos.
La parábola era tan clara que los enemigos de Jesús entendieron perfectamente el
significado. El amo era el Padre de Jesús; la viña era Israel; los labradores eran los dirigentes a
quienes la nación había sido confiada; los siervos eran los profetas enviados a comunicar al
pueblo a que se arrepintiese y a que ofreciese a Dios frutos de justicia; el hijo era Jesús, quien de
este modo se arrogaba una relación con Dios completamente única, distinta de la de los profetas
y de la de cualquier mensajero humano; la muerte del heredero era su propia crucifixión ya
cercana; el retorno del amo era la próxima visitación del juicio divino, el repudio de Israel, y el
llamamiento de los gentiles. No entraba en el propósito de Jesús referirse a los judíos que lo iban
a aceptar y a la futura conversión de la nación de la que Pablo escribió. En esta ocasión sólo
quería poner de relieve su propio rechazo y la culpa y el castigo de la nación. Afirmó, sin
embargo, que su muerte culminaría en su exaltación y triunfo; que era "la piedra que desecharon
los edificadores", la cual "ha venido a ser cabeza de ángulo". También advirtió a sus enemigos
que todos los que, por incredulidad, tropezasen en esa piedra, todos los que lo rechazasen serian
"quebrantados", y que todos los que intentasen apartarla serían derrotados y desmenuzados como
polvo.

103
D. LA CUESTIÓN DEL TRIBUTO
Cap. 20:19-26

19 Procuraban los principales sacerdotes y los escribas echarle mano en aquella hora,
porque comprendieron que contra ellos había dicho esta parábola; pero temieron al pueblo. 20
Y acechándole enviaron espías que se simulasen justos, a fin de sorprenderle en alguna palabra,
para entregarle al poder y autoridad del gobernador. 21 Y le preguntaron, diciendo: Maestro,
sabemos que dices y enseñas rectamente, y que no haces acepción de personas, sino que enseñas
el camino de Dios con verdad. 22 ¿Nos es lícito dar tributo a César, o no? 23 Mas él,
comprendiendo la astucia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis? 24 Mostradme la moneda. ¿De
quién tiene la imagen y la inscripción? Y respondiendo dijeron: De César. 25 Entonces les dijo:
Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. 26 Y no pudieron sorprenderle
en palabra alguna delante del pueblo, sino que maravillados de su respuesta, callaron.

Los dirigentes habían sido derrotados, desacreditados, y deshonrados pero no habían


perdido el ánimo. En la primera pregunta había fracasado completamente en su intento de llevar
a Jesús a una oposición ilegal contra las autoridades religiosas En esta ocasión, con otra pregunta
intentan sacarle una respuesta que o bien lo iba a hacer impopular frente al pueblo o bien lo
llevaría a ser condenado por dirigentes civiles. Le hicieron una pregunta referente al pago de
tributos al Gobierno Romano. Los judíos más conservadores sostenían que Dios era el
gobernante de Israel y que posiblemente era malo pagar impuestos que ayudaban a sostener un
estado pagano. El partido más liberal estaba con los Herodes, quienes debían el poder que tenían
a Roma Por ello los enemigos de Jesús le enviaron representantes de ambos partidos, fariseos y
herodianos, a fin de que caso de evitar ofender a unos ofendiese a los otros. Acudieron a Jesús
con la seguridad halagadora de que era tan veraz y valiente que no vacilaría en manifestar sus
verdaderas convicciones. Le hicieron, pues, la hábil pregunta: "¿Nos es lícito dar tributo a César,
o no?" De responder Jesús que sí, iba a dejar de ser un ídolo popular, porque el pueblo
abominaba de la odiosa opresión de Roma. Si decía en cambio que no, entonces sus enemigos lo
arrastrarían ante el gobernador romano y lo llevarían a la cruz, por traidor y rebelde. El dilema
parecía perfecto; sin embargo Jesús no sólo eludió el cepo, sino que en su respuesta proclamó
una ley perenne. "Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios".
Para hacer bien patente su significado, Jesús pidió antes una moneda romana, y preguntó
de quién era la imagen y la inscripción de la moneda. Respondieron, desde luego, que "de
César". Jesús entonces afirmó que quienes aceptan la protección de un gobierno y los privilegios
que el mismo ofrece, tienen la obligación de sostenerlo. El cristianismo nunca debería identifi-
carse con un partido político o con teorías sociales; pero los cristianos siempre deben estar del
lado de la lealtad, del orden y de la ley.
No toda la vida, empero, se reduce a dar "a César lo que es de César"; se debe también
dar "a Dios lo que es de Dios". Esta última obediencia incluye la primera. Los enemigos de Jesús
daban por supuesto un conflicto de deberes; él en cambio mostró que había una armonía perfecta
Insinuó, sin embargo, que había peligro de olvidar a Dios y nuestras obligaciones para con él de
confianza, servicio, adoración y amor. La verdadera base de la nacionalidad es la devoción a
Dios, y ninguna teoría política u obediencia a partidos pueden ser sustitutivos de la lealtad a él.
Los enemigos de Jesús recibieron respuesta y fueron reprendidos; sus seguidores obtuvieron
dirección para todos los tiempos.

104
E. PREGUNTA SOBRE LA RESURRECCIÓN
Cap. 20:27-40

27 Llegando entonces algunos de los saduceos, los cuales niegan haber resurrección, le
preguntaron, 28 diciendo: Maestro, Moisés nos escribió: Si el hermano de alguno muriere
teniendo mujer, y no dejare hijos, que su hermano se case con ella, y levante descendencia a su
hermano. 29 Hubo, pues, siete hermanos; y el primero tomó esposa, y murió sin hijos. 30 Y la
tomó el segundo, el cual también murió sin hijos. 31 La tomó el tercero, y así todos los siete, y
murieron sin dejar descendencia. 32 Finalmente murió también la mujer. 33 En la resurrección,
pues, ¿de cuál de ellos será mujer ya que los siete la tuvieron por mujer? 34 Entonces
respondiendo Jesús, les dijo: Los hijos de este siglo se casan, y se dan en casamiento; 35 mas los
que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni
se casan, ni se dan en casamiento. 36 Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los
ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. 37 Pero en cuanto a que los muertos
han de resucitar, aun Moisés lo enseñó en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de
Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. 38 Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos,
pues para él todos viven. 39 Respondiéndole algunos de los escribas, dijeron: Maestro, bien has
dicho. 40 Y no osaron preguntarle nada más.

Jesús había chasqueado a los escribas y a los principales sacerdotes en su intento de


hacerle caer en trampa en su enseñanza pública. Ahora lo atacan los saduceos, que formaban el
partido sacerdotal, el más poderoso entre los judíos. Negaban la inmortalidad del alma y no
creían en ángeles ni en espíritus; equivalían a los materialistas modernos. Hay que advertir que la
pregunta con que acudieron a Jesús no se refería a la inmortalidad en general sino en especial a la
resurrección del cuerpo. Propusieron el caso de una mujer casada sucesivamente con siete
hermanos, de cada uno de los cuales la muerte la separó; y preguntaron, "En la resurrección,
pues, ¿de cuál de ellos será mujer, ya que los siete la tuvieron por mujer?" Esperaban que Jesús o
bien negase la creencia ortodoxa en la resurrección o bien afirmase algo que contradijese la Ley
de Moisés según la cual se hacían los matrimonios sucesivos. Dieron a entender que esta Ley no
armoniza con la creencia en la resurrección.
En su respuesta Jesús afirmó que en la resurrección la vida se regirá por leyes más
amplias que las de la vida presente. Quienes participen de la gloria de esa era y experimenten las
bendiciones de "la resurrección de entre los muertos" serán inmortales en cuerpo y alma. El
casarse, que ahora es necesario para la supervivencia de la raza humana, no existirá. Las
relaciones existentes en dicha vida serán más elevadas que incluso las más sagradas de la vida
presente. Quienes participen de esta resurrección serán "iguales a los ángeles", no en todos los
aspectos, sino en cuanto a la inmortalidad. En ese sentido más amplio serán "hijos de Dios" e
"hijos de la resurrección,", porque la muerte habrá perdido su poder sobre ellos.
Esta respuesta deberían sopesarla con cuidado los hombres de nuestro tiempo que niegan
los milagros y se niegan a creer en la resurrección y la inmortalidad. Muchas creencias que ahora
son ridículas porque parecen contradecir leyes científicas establecidas, quedarán un día
vindicadas gracias al descubrimiento de leyes más elevadas y universales que las que ahora se
conocen.
En su respuesta Jesús había ya reprochado a los saduceos que negasen la existencia de
ángeles. Luego demuestra el hecho de la resurrección citando la misma ley a la que ellos
recurrían para mostrar que la resurrección era imposible Recordó las palabras de Moisés acerca

105
del "Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob". Luego añadió, "Dios no es Dios de
muertos, sino de vivos". Quiso dejar sentado el hecho de la existencia de los muertos; pero no
sólo esto, sino también probar la resurrección de los muertos. Esto era lo que estaba en
entredicho. La palabra "vivos", tal como nuestro Señor la usó, se refiere a aquellos que disfrutan
de una vida normal, no la de cuerpos desencarnados, sino la de espíritus inmortales revestidos de
cuerpos también inmortales. Por esto Jesús agregó, "pues para él todos viven". En la mente y
propósito de Dios todos han de resucitar de entre los muertos y han de disfrutar de esa existencia
completa y bendita que la resurrección implica. La esperanza confiada en un estado futuro así se
basa en nuestra relación con Dios. Si es verdaderamente nuestro Dios y nosotros somos su
pueblo, el triunfo de la muerte no es real y permanente sino que se acabará con la inmortalidad
gloriosa del cuerpo y del alma.

F. LA PREGUNTA DE JESÚS
Cap. 20:41-44

41 Entonces él les dijo: ¿Cómo dicen que el Cristo es Hijo de David? 42 Pues el mismo
David dice en el libro de los Salmos: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, 43 Hasta
que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.
44 David, pues, le llama Señor; ¿cómo entonces es su hijo? Jesús había derrotado a sus
enemigos en los debates.

Habían ido a él con una serie de preguntas astutas con el propósito de desacreditarlo
como maestro y de conseguirse una base para arrestarlo. A cada una de las preguntas Jesús había
contestado en un modo que había desenmascarado y condenado a sus enemigos. Entonces él a su
vez les formula una pregunta. El fin de la misma no era sólo reducir para siempre al silencio a
sus enemigos, aunque lo consiguió, porque desde entonces nadie más se atrevió a enfrentarse con
él en discusión pública; ni tampoco quiso Jesús humillarlos más. Ya había mostrado frente al
pueblo que eran ridículos, despreciables, incapaces e insinceros. Su verdadero motivo era hacer
una pregunta cuya respuesta iba a dar cuerpo a la principal de sus pretensiones, a saber, la de ser
divino. Tenía suma importancia que se arrogase este derecho precisamente en estos momentos.
Sabía que los dirigentes no habían podido encontrar un cargo que les hubiera permitido llevarlo
ante un tribunal ya eclesiástico ya civil. Se dio cuenta de que no iban a atreverse a hacer ningún
otro intento en público, pero previo también con toda claridad que, gracias a la traición de Judas,
lo iban a arrestar y que frente a esos tribunales se le acusaría de blasfemia. Sus enemigos lo
acusarían de pretender ser no sólo el Mesías sino también divino. En esta ocasión, por tanto, en
presencia de los dirigentes y del pueblo, hizo de sí mismo la defensa que jamás puede ser echada
abajo u olvidada, puesto que demostró con precisión por la Escritura que los escritores inspirados
describían al Mesías como un Ser divino. Todo lo que Jesús se arrogó según el evangelio de Juan
estaba comprendido en la respuesta implicada en la pregunta que formuló. Para la época actual
implica también el problema filosófico y religioso supremo. Este problema concierne a la
persona de Cristo. ¿Hay que considerarlo como Hombre, como Dios o como Dios y Hombre a la
vez? ¿Dónde hay que colocarlo en la escala de los seres? o, tal como Jesús formuló el problema,
¿cómo pudo David hablar del Mesías como hijo suyo y como Señor suyo? Sólo una respuesta
había. Sólo una puede haber.
El Mesías iba a ser divino. El hijo de David es también el Hijo de Dios. La encarnación es
la única solución de nuestras dificultades más graves en el campo de la fe religiosa. Con su

106
pregunta Jesús no sólo redujo al silencio a sus enemigos; también puso de manifiesto lo
insinceros que eran al condenarlo a muerte y al rechazar las Escrituras inspiradas por no querer
creer el testimonio de las mismas en cuanto a la persona del Mesías. Jesús pretendió sin duda ser
el Salvador divino del mundo. El Hombre ideal es también el Dios encarnado.

G. ADVERTENCIA CONTRA LOS ESCRIBAS


Cap. 20:45-47

45 Y oyéndolo todo el pueblo, dijo a sus discípulos: 46 Guardaos de los escribas, que
gustan de andar con ropas largas, y aman las salutaciones en las plazas, y las primeras sillas en
las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas; 47 que devoran las casas de las viudas, y
por pretexto hacen largas oraciones; éstos recibirán mayor condenación.
Al acercarse ya a su fin el largo día de controversias públicas, no sorprende que Jesús
quisiese poner en guardia al pueblo en contra de estos enemigos que habían tratado de derrotarlo
y que estaban decididos a eliminarlo. Estos que se consideraban guías no podían guiar con
garantía. Estos dirigentes se habían mostrado indignos del lugar y poder que tenían. El pueblo
debe buscar otros maestros que de verdad lo sean. Debe hallar otros hombres que les interpreten
la voluntad de Dios.
Los escribas eran los maestros profesionales de entonces, los expositores preparados de la
Ley. Muchos de ellos eran fariseos. Eran de entre todos los peores enemigos de Cristo; estaban
celosos de su poder y airados por sus pretensiones; y por fin la humillante derrota que habían
sufrido ante Jesús los había llevado a la desesperación. Sobre ellos lanzó Jesús la más terrible
condena. Mateo refiere extensamente sus palabras. Marcos y Lucas nos dan sólo un breve suma-
rio del discurso con unas cortas frases que delinean los tres rasgos principales de la índole moral
de estos indignos líderes del pensamiento religioso. El primero es su vanidad, su ansia por
exhibirse y por ocupar puestos elevados, su amor a los halagos. El segundo es su avaricia cruel,
que nuestro Señor expresa con la sugestiva frase "que devoran las casas de las viudas". El tercero
era su vergonzosa hipocresía; son descritos como hombres que "por pretexto hacen largas oracio-
nes". Siempre se ha observado que las condenas más duras de Jesús se dirigieron a los hombres
cuyas vidas en lo exterior eran respetabilísimas y que más proclamaban sus creencias religiosas.
Esto no significa, empero, que el vicio manifiesto y el pecado flagrante sean mejor que la
moralidad egoísta y orgullosa; pero sí nos recuerda que los grandes privilegios religiosos y la
posesión de la verdad revelada conllevan responsabilidades graves y que la hipocresía y la afec-
tación son abominables a los ojos de Dios.

H. LA OFRENDA DE LA VIUDA
Cap. 21: 1-4

1 Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las
ofrendas. 2 Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. 3 Y dijo: En
verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. 4 Porque todos aquéllos echaron para
las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que
tenía.

¡Qué contraste nos ofrece esta encantadora reseña con el cuadro que Jesús trazó de los
fariseos! A los ojos del mundo la ofrenda de la pobre viuda era escasa e insignificante, en tanto

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que las de los hipócritas eran abundantes y de valor; a los ojos del Señor éstas fueron
relativamente despreciables y la mujer dio más que todos. De hecho había ofrecido sólo dos
monedas muy pequeñas, de un valor inferior a medio centavo, pero eran todo lo que poseía.
Teniendo presente esto deberíamos tener cuidado en no llamar a nuestras ofrendas "la ofrenda de
la viuda", a no ser que sean todo lo que tenemos. Nos debería estimular, sin embargo, saber que
nuestro Señor mira al corazón y valora los donativos según el motivo, y según el amor y
sacrificio que implican. Y sobre todo, deberíamos recordar que el mejor modo de valorar
nuestras ofrendas no es por lo que damos sino por lo que nos guardamos. El ejemplo de esta
mujer sigue llevando multitudes a la tesorería del Señor

I. LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN
Y LA VENIDA DE CRISTO
Cap. 21: 5-38

Durante su ministerio Jesús predijo con frecuencia su muerte y su retorno glorioso. Veía
con claridad frente a sí una cruz aunque también, a lo lejos, un trono. Una y otra vez había
advertido a los judíos que el rechazo de que lo hacían objeto y el llamamiento que les hacía al
arrepentimiento vendría a parar en la destrucción de Jerusalén y en la zozobra de su raza; y con
la misma frecuencia había dicho a sus discípulos que aunque iba en verdad a morir y a resucitar
de nuevo, transcurriría mucho tiempo antes de que regresase glorioso para establecer su Reino.
El último gran discurso acerca del futuro lo pronunció al término de su último día de enseñanza y
de controversias públicas Sentado con sus discípulos en la ladera del Monte de los Olivos, al
mirar hacia poniente y ver el sol que iba ocultándose por detrás de las majestuosas
construcciones de la ciudad santa, se dio cuenta de que en verdad la noche iba cayendo sobre la
nación, que su propio tiempo de ministerio terrenal había llegado a su fin, y que no le llegaría al
mundo un verdadero amanecer hasta que el Sol de justicia surgiese en toda su gloria, hasta que él
mismo volviese para llenar la tierra con la paz, gozo y esplendor de su reinado universal. Por ello
les contó a los discípulos con mucho detalle la historia de la destrucción de Jerusalén y de su
propio retorno después de que sus seguidores hubiesen vivido largos años de servicio fiel y de
espera anhelante.
Este discurso profético de Jesús es difícil de interpretar; ante todo porque está formulado
en términos metafóricos, cuyo significado exacto no siempre se ve. También porque parece que
tenemos sólo una referencia parcial de las profecías que nuestro Señor dijo; es necesario
comparar los relatos de Mateo y de Marcos con lo que Lucas dice en este pasaje, y también
recordar que probablemente sólo poseemos una parte del discurso. En tercer lugar, es evidente
que nuestro Señor describió no un suceso sino dos. Profetizó la destrucción literal de la ciudad
santa a manos de los ejércitos romanos, pero se sirvió de los trágicos colores de esta escena para
pintar el cuadro de su propio retorno glorioso Estas dos series de predicciones están tan
entrelazadas que no siempre se puede ver si se está refiriendo al suceso más próximo o al más
remoto. Aunque podamos advertir con bastante precisión el esquema general de la profecía y
aunque no deben quedar dudas en cuanto a los dos hechos principales, a saber, la destrucción de
la ciudad y el retorno de nuestro Señor, el estudio de este capítulo debe hacerse con humildad, y
las conclusiones han de formularse con precaución y reserva. El resultado de ello no ha de ser
perplejidad o desesperación; debería ser aliento y una expectación más confiada de la venida de
Cristo v del triunfo final de su causa.

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J. La era actual
Cap. 21: 5-19

5 Y a unos que hablaban de que el templo estaba adornado de hermosas piedras y


ofrendas votivas, dijo: 6 En cuanto a estas cosas que veis, días vendrán en que no quedará
piedra sobre piedra, que no sea destruida. 7 Y le preguntaron, diciendo: Maestro, ¿ cuándo será
esto? ¿y qué señal habrá cuando estas cosas estén para suceder? 8 Él entonces dijo: Mirad que
no seáis engañados; porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo, y: El
tiempo está cerca. Mas no vayáis en pos de ellos. 9 Y cuando oigáis de guerras y de sediciones,
no os alarméis; porque es necesario que estas cosas acontezcan primero; pero el fin no será
inmediatamente.
10 Entonces les dijo: Se levantará nación contra nación, y reino contra reino; 11 y habrá
grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes
señales del cielo. 12 Pero antes de todas estas cosas os echarán mano, y os perseguirán, y os
entregarán a las sinagogas y a las cárceles, y seréis llevados ante reyes y ante gobernadores
por causa de mi nombre. 13 Y esto os será ocasión para dar testimonio. 14 Proponed en
vuestros corazones no pensar antes cómo habéis de responder en vuestra defensa; 15 porque yo
os daré palabra y sabiduría, la cual no podrán resistir ni contradecir todos los que se opongan.
16 Mas seréis entregados aun por vuestros padres, y hermanos, y parientes, y amigos; y matarán
a algunos de vosotros; 17 y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre. 18 Pero ni un
cabello de vuestra cabeza perecerá. 19 Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas.

La ocasión de este mensaje profético fue la pregunta que los discípulos hicieron, al
contemplar el esplendor del templo, con respecto a la destrucción de la que Jesús había hablado
cuando dijo que vendrían días en "que no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida. Y le
preguntaron, diciendo: Maestro, ¿cuándo será esto? ¿y qué señal habrá cuando estas cosas estén
para suceder?" Según Mateo, también preguntaron, "¿Qué Señal habrá de tu venida, y del fin del
siglo?"
Ante todo Jesús les describió las características de la era actual hasta que finalice, y
describió las experiencias de sus seguidores incitándolos a que le permaneciesen fieles en medio
de las conmociones y pruebas que habría hasta que él regresase. Según su descripción
caracterizará a esta era la aparición de muchos impostores que pedirán la obediencia de sus
seguidores y pretenderán ocupar el lugar de Cristo. Además, habrá guerras y tumultos que, sin
embargo, no deben asustar a los creyentes. Ha sido siempre la tentación de mentes estrechas el
interpretar cualquier acontecimiento fuera de lo corriente como signo de que el fin de mundo está
próximo. Nuestro Señor aseguró a sus discípulos que a lo largo de los siglos se darían
acontecimientos así sin que esto justificase la conclusión de que el gran suceso se acerca; tal
como afirmó, "el fin no será inmediatamente"; habrán de transcurrir muchos años; habrá
conmociones políticas, "Se levantará nación contra nación, y reino contra reino". Habrá también
terremotos, hambre y pestilencias, y "grandes señales del cielo", pero todo esto ha de
considerarse como características de la era actual y no como señales de un fin próximo.
Más aún, los seguidores de Cristo sufrirán persecución y serán llevados ante reyes y
gobernadores por causa de su nombre. Deben mantenerse firmes en su testimonio. No deben
preocuparse por la forma exacta en que darán su testimonio sino que han de confiar en que el
Maestro invisible les dará la sabiduría necesaria cuando con valentía hablen en su nombre.
Lo más perturbador de todo es que deberán sufrir la traición de "padres, y hermanos, y

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parientes, y amigos" y muchos de ellos deberán gustar la amarga copa del martirio; todos los
odiarán, y sin embargo sus almas no perecerán. Si sufren con perseverancia llegarán a la
salvación eterna. Es verdad que el cuadro es duro y angustioso, pero el mensaje que contiene ha
servido de aliento a muchos que a lo largo de los siglos han sido fieles en su testimonio y han
hallado consuelo e inspiración que les es posible a todos los que buscan la venida y el Reino de
Cristo.

2. La destrucción de Jerusalén
Cap. 21:20-24

20 Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su


destrucción ha llegado. 21 Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que en
medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella. 22 Porque estos son días
de tribulación, para que se cumplan todas las cosas que están escritas. 23 Mas ¡ay de las que
están encinta, y de las que críen en aquellos días! porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira
sobre este pueblo. 24 Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y
Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.
Mientras el Señor escudriñaba el futuro fijó sus ojos sobre todo en aquel terrible suceso
que en ciertos aspectos prefiguraba el fin de la era actual que acababa de describir. En más de
una ocasión había predicho la destrucción de Jerusalén. En estos momentos afirmó que la señal
concreta de la ruina inminente sería el asedio de la ciudad: "Cuando viereis a Jerusalén rodeada
de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado". Aconsejó que los que estuviesen en
la ciudad huyesen a los montes y dijo que los que estuviesen en los campos no debían volver a la
ciudad en busca de refugio, porque los días de venganza habrían llegado y las profecías de
castigo a la nación culpable iban a cumplirse. Sería un tiempo de angustias y horrores sin igual;
como Jesús afirmó, "Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones".
Lo literalmente que estas palabras se cumplieron es un hecho histórico conocido. Sería difícil
imaginar otra escena con una matanza tan espantosa. Se calcula que un millón de judíos cayeron
víctimas de la degollina y atropellos de los soldados de Tito, y que muchos millares más fueron
llevados cautivos a Egipto y a otras tierras.
Por fin Jesús predijo que Jerusalén sería "hollada por los gentiles, hasta que los tiempos
de los gentiles se cumplan". La primera frase indica algo más que simple dominación y autoridad
gentiles; hay en ella una indicación de indignidad, aflicción y humillación, y este estado de la
ciudad santa ha de continuar hasta que "los tiempos de los gentiles se cumplan", lo cual
probablemente significa durante todos los siglos bajo dominio gentil, y también, mientras el
evangelio se predica al mundo gentil, es decir, hasta el retorno de nuestro Señor. "Gentiles" está
en contraposición manifiesta a judíos, y no a cristianos. El hecho de que la ciudad santa ha
estado bajo dominación de potencias cristianas no prueba que el fin de los tiempos esté cerca;
este fin tendrá signos concretos que lo anuncien, según el mismo Jesús pasa a afirmar. Al
recordar con qué exactitud se cumplieron estas profecías, deberíamos salir de la descripción
espeluznante de la destrucción de la histórica ciudad con una confianza renovada en las
predicciones de Cristo y con una mayor fe en que los sucesos todavía más significativos de los
que va a hablar a continuación también se cumplirán con exactitud y con toda la gloria que
encierran.

110
3 La venida de Cristo
Cap 21:25-28

25 Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia


de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas;
26 desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que
sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas.
27 Entonces verán al Hijo el hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria.
28 Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra
redención está cerca.

Inmediatamente antes del retorno de nuestro Señor, al acercarse la era actual a su fin,
habrá ciertas señales tan concretas, sorprendentes y terribles, que no dejarán duda en cuanto a
que el acontecimiento predicho va a ocurrir de inmediato. Se describen, sin embargo, con
términos en gran parte metafóricos: "señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra
angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los
hombres por el temor. . . porque las potencias de los cielos serán conmovidas". Entonces ocurrirá
el acontecimiento hacia el que todas las edades se encaminan, que el mundo hastiado ha esperado
y con el que la obra de Cristo se verá culminada y sus esperanzas cumplidas, a saber, la aparición
gloriosa y personal del Señor crucificado, resucitado y ascendido. Será tiempo de angustia para
el impenitente, pero de esperanza y expectación para el creyente. Cuando las señales de las que
Jesús habló "comiencen a suceder", entonces, según las palabras de Jesús, sus seguidores pueden
levantar las cabezas para saludar a su Libertador, porque su redención estará cerca. La venida de
Cristo será un acontecimiento que el mundo no esperará, pero los cristianos han sido puestos
sobre aviso en forma tan concreta que pueden vivir a la espera de la liberación prometida y de la
gloria predicha.

4 Aliento a la Esperanza y a la Vigilancia


Cap. 21:29-36

29 También les dijo una parábola: Mirad la higuera y todos los árboles. 30 Cuando ya
brotan, viéndolo, sabéis por vosotros mismos que el verano está ya cerca. 31 Así también
vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. 32 De
cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca. 33 El cielo y la
tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
34 Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de
glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel
día. 35 Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra.
36 Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas
cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del hombre.

Al hablar de su retorno glorioso Jesús mencionó ciertas señales concretas que permitirían
a sus seguidores saber que este fin está cerca. Para explicar con más claridad el propósito de
estas señales, Jesús les dijo una breve parábola en la que compara su aparición a los brotes que
nacen en primavera que son presagio cierto del verano. Muchos han supuesto que Jesús se refirió
a Israel al mencionar "la higuera" y han sacado la conclusión de que la restauración del judaísmo

111
y el regreso de los judíos a Palestina serán indicios ciertos de que la era actual está llegando a su
fin. Sean cuales fueren las predicciones hechas en otros lugares referentes a los judíos, en este
caso no hay referencia alguna, porque Jesús no sólo dijo, "Mirad la higuera", sino también, "y
todos los árboles". El significado está bien claro. No se refería a naciones bajo la metáfora de
árboles, sino que afirmó que al igual que el nacer de las hojas presagia con certeza la llegada del
verano, así también las señales de las que había hablado son indicaciones ciertas de su inminente
retorno. "Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el
reino de Dios" el reino que se instaurará con todo esplendor cuando nuestro Señor aparezca.
Jesús avivó más la expectación de sus oyentes con la afirmación, "no pasará esta
generación hasta que todo esto acontezca". Es improbable, como muchos han supuesto, que
Jesús se refiriese a la raza hebrea con el término "esta generación". Casi con toda certeza se
pueden interpretar estas palabras en su significado acostumbrado y "todo esto" que ha de
acontecer se refiere a la destrucción de Jerusalén en cuanto tipo y símbolo del retorno de Cristo.
Estos dos acontecimientos están, pues, estrechamente vinculados en este discurso profético, y el
cumplimiento literal del primero da a los creyentes una seguridad más confiada de que el último
ocurrirá con certeza: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". La esperanza de
que nuestro Señor venga no se basa en conjeturas humanas, sino en sus propias predicciones
infalibles. Todo lo material y temporal puede dejar de existir, pero sus promesas son eternas.
Ante tales profecías gloriosas el corazón del cristiano ha de descansar siempre en las
realidades benévolas relativas a la venida del Maestro. Los seguidores de Cristo deben estar
alerta para no dejarse ganar por las influencias que Jesús describió como características de los
días inmediatamente anteriores a su retorno. Habrá tentaciones de buscar la propia complacencia,
de indiferencia y de absorberse en preocupaciones mundanas. Jesús advierte a los creyentes que
vigilen no sea que su venida les llegue por sorpresa, como de hecho llegará a los demás. Los
incita a vigilar y a orar para que puedan escapar de los juicios que caerán sobre un mundo
culpable, y a fin de que puedan ser tenidos por dignos de ocupar sus puestos en el glorioso Reino
de su Señor.

5. Afirmación histórica
Cap. 21: 37, 38

37 Y enseñaba de día en el templo; y de noche, saliendo, se estaba en el monte que se


llama de los Olivos. 38 Y todo el pueblo venía a él por la mañana, para oírle en el templo.

Lucas concluye el relato del discurso que Jesús pronunció con respecto a su retorno con
una afirmación que sintetiza las condiciones generales que caracterizaron los acontecimientos
finales del ministerio terrenal de Jesús. Afirma que Jesús pasaba los días en el templo,
enseñando, y las noches bajo el cielo abierto en las laderas del Monte de los Olivos, y que el
pueblo anhelaba tanto oírlo que acudían al templo desde temprano por la mañana. Esta
afirmación es a modo de reseña. Señala una transición en el relato. En realidad parece que Jesús
volvió a la ciudad sólo una vez más, cuando fue arrestado y llevado a la muerte. Lucas nos
prepara para estos últimos acontecimientos. El relato ha llegado a su punto culminante.

112
VII
LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN
Caps. 22 al 24

A. LA TRAICIÓN DE JUDAS
Cap. 22:1-6

1 Estaba cerca la fiesta de los panes sin levadura, que se llama la pascua. 2 Y los
principales sacerdotes y los escribas buscaban cómo matarle; porque temían al pueblo.
3 Y entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno del número de los
doce; 4 y éste fue y habló con los principales sacerdotes, y con los jefes de la guardia, de cómo
se lo entregaría. 5 Ellos se alegraron, y convinieron en darle dinero. 6 Y él se comprometió» y
buscaba una oportunidad para entregárselo a espaldas del pueblo.
La afirmación "Estaba cerca la fiesta de los panes sin levadura, que se llama la pascua" es
un prefacio adecuado para el relato de la pasión, porque la fiesta hebrea conmemoraba la
liberación de Israel cuando el ángel de la muerte pasó de largo las casas que estaban señaladas
con sangre, y en esos días la sangre de Cristo iba a adquirir una redención mayor, y quienes
aceptasen su salvación iban a apartar el pecado de sus vidas, del mismo modo que la levadura era
excluida de las casas de los hebreos durante todos los días de la fiesta.
Los dirigentes judíos habían ya decidido la muerte de Jesús. El problema era su inmensa
popularidad. Planeaban esperar hasta después de la fiesta, una vez que las grandes multitudes
hubiesen abandonado la ciudad, cuando de repente les llegó la solución de donde menos
esperaban. Judas Iscariote, uno de los doce seguidores inmediatos de Jesús, se ofreció para
entregarles al Maestro cuando y donde ellos querían, a saber, "a espaldas del pueblo". Desde
luego que los principales sacerdotes y los jefes de la guardia "se alegraron" y convinieron en lo
que el traidor pidió por su felonía. Lucas afirma que Judas actuó bajo el influjo de Satanás. No
debemos concluir, sin embargo, que fuese un poseso ni que le faltase dominio de sus facultades.
Su acción fue deliberada, espontánea, y sin excusa. La explicación es que por mucho tiempo
estuvo alimentando su afán de dinero. Escuchó la sugerencia de Satanás y se entregó a su
detestable servicio. Lo que alarma es que la traición de Judas no fue el acto de un monstruo
único, sino un ejemplo de lo que puede llegar a hacer cualquiera que, en su diaria intimidad con
Jesús, no aparta de sí su vicio dominante. Resistir constantemente a la benévola influencia del
Salvador es caer con tanta mayor rapidez bajo el dominio completo de Satanás.

B. LA ÚLTIMA CENA
Cap. 22:7-38

7 Llegó el día de los panes sin levadura, en el cual era necesario sacrificar el cordero de
la pascua. 8 Y Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo: Id, preparadnos la pascua para que la
comamos. 9 Ellos le dijeron: ¿Dónde quieres que la preparemos? 10 Él les dijo: He aquí, al
entrar en la ciudad os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle
hasta la casa donde entrare, 11 y decid al padre de familia de esa casa: El Maestro te dice:
¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos? 12 Entonces él os
mostrará un gran aposento alto ya dispuesto; preparad allí. 13 Fueron, pues, y hallaron como
les había dicho; y prepararon la pascua.
14 Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. 15 Y les dijo: ¡Cuánto

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he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! 16 Porque os digo que no la
comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios. 17 Y habiendo tomado la copa, dio
gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros; 18 porque os digo que no beberé más
del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga. 19 Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y
les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. 20
De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto
en mi sangre, que por vosotros se derrama. 21 Mas he aquí, la mano del que me entrega está
conmigo en la mesa. 22 A la verdad el Hijo del Hombre va, según lo que está determinado; pero
ay de aquel hombre por quien es entregado! 23 Entonces ellos comenzaron a discutir entre sí,
quién de ellos sería el que había de hacer esto.
24 Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. 25 Pero él
les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad
son llamados bienhechores; 26 mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el
más joven, y el que dirige, como el que sirve.
27 Porque, ¿cuál es el mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se
sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros, como el que sirve. 28 Pero vosotros sois los que
habéis permanecido conmigo en mis pruebas. 29 Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre
me lo asignó a mí, 30 para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos
juzgando a las doce tribus de Israel. 31 Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os
ha pedido para zarandearos como a trigo; 32 pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú,
una vez vuelto, confirma a tus hermanos. 33 Él le dijo: Señor, dispuesto estoy a ir contigo no
sólo a la cárcel, sino también a la muerte. 34 Y él le dijo: Pedro, te digo que el gallo no cantará
hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces.
35 Y a ellos dijo: Cuando os envié sin bolsa, sin alforja, y sin calzado, ¿os faltó algo?
Ellos dijeron: Nada. 36 Y les dijo: Pues ahora, el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja; y
el que no tiene espada, venda su capa y compre una. 37 Porque os digo que es necesario que se
cumpla todavía en mí aquello que está escrito: Y fue contado con los inicuos; porque lo que está
escrito de mí, tiene cumplimiento. 38 Entonces ellos dijeron: Señor, aquí hay dos espadas. Y él
les dijo Basta.

La última comida que Jesús compartió con sus discípulos fue una cena pascual, y fue
ocasión para la institución de ese sacramento que se conoce como la Cena del Señor. La pascua
hacía recordar una liberación nacional en el pasado y apuntaba hacia una liberación mayor
futura, que la muerte de Cristo debía realizar. La Cena del Señor nos retrotrae a la gran redención
que llevó a cabo con su muerte expiatoria, y nos señala la redención más plena que realizará a su
retorno. La ''Última Cena" se puede contemplar en forma adecuada en conexión con el
sacramento cristiano, y el relato que aquí se expone nos indica cómo ha de observarse este
sacramento con sumo provecho.
1. Debe ser para nosotros un tiempo de recogimiento. En cuanto sea posible debemos
evitar todo pensamiento que distraiga y fijar nuestras mentes en Cristo y en su amor redentor.
Jesús lo dispuso así para sus discípulos. Envió a Pedro y a Juan a la ciudad para que preparasen
un aposento donde poder compartir la pascua con sus discípulos, pero tuvo cuidado de disponer
de uno en el que fuese posible evitar cualquier interrupción. No les mencionó el lugar de
reunión. De haberlo hecho, Judas lo hubiera descubierto a los enemigos quienes hubieran
arrestado a Jesús en medio de la cena. Nuestro Señor tuvo el cuidado de decir a los dos
discípulos que al entrar en la ciudad encontrarían a un hombre "que lleva un cántaro de

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agua"; debían seguirlo hasta la casa y allá preparar la pascua. Según el relato de los otros
evangelistas, parece que después de haber comido la pascua y antes de instituir su cena
conmemorativa, despidió a Judas. Nuestro deber es sin duda esforzarnos en eliminar de nuestros
corazones todo pensamiento traidor e intruso a fin de que durante el sagrado servicio podamos
estar conscientemente a solas con nuestro Señor.
2. Ha de ser un tiempo de comunión. Nuestro Señor había ansiado esas horas que iba a
pasar con sus discípulos en intimidad inviolada. Tenía mucho que decirles. Sabía que iban a ser
momentos de entrañable despedida, y quería fortalecerlos con palabras de aliento y esperanza.
Probablemente no hay en la Biblia capítulos más conocidos, tiernos y alentadores que los
que Juan escribió para reproducir las palabras que nuestro Señor pronunció en el aposento alto
con ocasión de la Última Cena. El Señor invisible está sin duda presente en aquellos cuyos
corazones están dispuestos y preparados para comunicarles, por medio de los símbolos escogidos
y de su Espíritu, verdades que les comunicarán fortaleza y gozo.
3. Ha de ser un tiempo de gratitud. Al sacramento se le ha llamado a menudo la
"Eucaristía", el servicio de "acción de gracias", porque en él traemos a la memoria los beneficios
infinitos que la muerte expiatoria de nuestro Señor nos procuró. Este es el propósito supremo
de la fiesta. Así lo afirmó Jesús con toda claridad al instituirla; el pan iba a recordar su cuerpo
despedazado por nosotros, y el vino iba a ser el símbolo de su sangre, la cual, tal como dijo a
sus discípulos, sería derramada por ellos. Esta cena es por consiguiente una conmemoración de la
gracia redentora; ha de manifestar la muerte del Señor, como él mismo dijo, "haced esto en
memoria de mí".
4. Debe ser un tiempo de esperanza. Incluso bajo la sombra de la cruz nuestro Señor
indicó a sus discípulos la gloria de su trono; aunque el pensamiento de la separación destrozaba
sus corazones, les recordó una reunión en la que comerían y beberían juntos "en mi reino".
Afirmó que pasarían por tentaciones, pero que si las sufrían con él, también reinarían con él.
"Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí". Así pues, los momentos de la
comunión son un tiempo en el que de un modo especial miramos hacia el futuro, hacia las
alegres reuniones con los que nos han precedido. Alentamos nuestros corazones con visiones de
la gloria venidera. Bajo las sombras más tenebrosas esperamos los cielos abiertos y el retorno
de Cristo; "la muerte del Señor" anunciamos "hasta que él venga".
5. Es un tiempo de consagración. Mientras los discípulos estaban a la mesa discutían
acerca de quién de entre ellos era el mayor. Nuestro Salvador les dio un ejemplo memorable
cuando se hincó ante ellos y les lavó los pies, y luego en forma impresionante les explicó la
naturaleza de la verdadera grandeza y les mostró que su esencia es el servicio; para citar sus
palabras, "Sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve". Al
retirarnos de la mesa de nuestro Señor deberíamos siempre sentirnos llenos del deseo de ir en su
nombre a hacer todo lo que esté en nuestra mano para servir a los demás, y de seguir las pisadas
de quien "no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos".
6. Debería ser un tiempo de humildad, al volver a darnos cuenta de nuestra debilidad y
dependencia de Cristo y de su gracia sustentadora. Jesús consideró necesario precaver a sus
discípulos en cuanto a las tentaciones y pruebas futuras, y en particular predecir la caída de
Pedro. Dirigiéndose al discípulo impulsivo, afectuoso, inconstante, que parece haber sido el líder
del grupo apostólico, le dijo que Satanás había deseado apoderarse de los discípulos para
zarandearlos como trigo, pero que Jesús mismo había orado en forma especial por Pedro a fin de
que su fe no fallase, aun cuando Jesús preveía que su valor vendría a menos y que negaría a su
Maestro. Incitó, sin embargo, a Pedro a arrepentirse después de la caída y a alentar a los demás

115
discípulos. Esta referencia a su debilidad y a la deslealtad que iba a manifestar le pareció
increíble a Pedro y protestó, "Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también
a la muerte". Pero Jesús le contestó lleno de tristeza, "Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy
antes que tú niegues tres veces que me conoces".
Es imposible observar la Cena del Señor sin recordar fracasos pasados, y es tristemente
cierto que experiencias parecidas de debilidad aparecerán en días venideros. Cada una de estas
debilidades entristece a nuestro Señor, pero si nuestros corazones están realmente entregados a
nuestro Señor, a nuestras faltas les seguirá un verdadero arrepentimiento. Si realmente confiamos
en él, está dispuesto a perdonar; del mismo modo que oró por Pedro ora por nosotros; aunque a
veces tropecemos, no dejará que caigamos totalmente. Puede salvarnos "perpetuamente. . .
viviendo siempre para interceder por nosotros".
7. Debería ser un tiempo para renovar decisiones. Ante los fracasos pasados y las caídas
futuras posibles deberíamos ser humildes y confiados, pero deberíamos también decidir
permanecer firmes con la fortaleza que el Maestro nos da. Habló a sus discípulos en el aposento
alto de las condiciones diferentes que hallarían una vez que él hubiese desaparecido. Los
enemigos que iban a quitarle la vida sin duda que no tratarían con amabilidad a los discípulos.
Les dijo que iban a quedar más a merced de sus propios recursos y que iban a toparse con la
hostilidad más encarnizada. Incluso sugirió que sería necesario que cada uno se consiguiese una
espada. Tomaron sus palabras con una exactitud literal absurda y dijeron, "Señor, aquí hay dos
espadas". Jesús contestó con ironía triste, "Basta". Desde luego que no quiso decir que sus
seguidores han de usar violencias y han de extender el evangelio por medio de la fuerza. Sólo
quería precavernos y hacernos renovar la resolución de que en los conflictos espirituales que nos
esperan seremos fieles al Señor como leales soldados de la cruz. Salimos a batallar, pero en un
mañana brillante nos sentaremos con él en una fiesta celestial con banquetes y cantos.

C. LA AGONÍA EN GETSEMANÍ
Cap. 22:39-46

39 Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le
siguieron. 40 Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación. 41 Y él se
apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, 42 diciendo:
Padre,, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. 43 Y se le
apareció un ángel del cielo para fortalecerle. 44 Y estando en agonía, oraba más intensamente;
y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.
45 Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a
causa de la tristeza;
46 y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos, y orad para que no entréis en tentación.

De la intimidad apacible en el aposento alto con sus discípulos, salió Jesús bajo las
tinieblas de la noche hacia el Huerto de Getsemaní, donde experimentó esa angustia inigualada
de alma que se conoce comúnmente como su "agonía". Introducirse en la soledad sagrada de esa
escena aunque sólo sea con la imaginación parece una intrusión, y sin embargo se nos han
revelado algunos vislumbres para instrucción y aliento, nuestros como discípulos suyos.
No cabe duda de que la angustia que se apoderó de él se debió a la clara visión de la
muerte que iba a tener que sufrir al día siguiente; y esta misma agonía aumenta más allá de todo
límite el significado y el misterio de esa muerte. Que un alma sensible se estremezca de dolor y

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angustia es más que natural y excusable; sin embargo, si Jesús sufrió esa agonía incomparable
ante la simple vista de los tormentos físicos, fue menos heroico de lo que muchos de sus
seguidores lo han sido. Si, empero, a la hora de la muerte, iba a estar tan identificado con el
pecado que iba a ser el Redentor del mundo; si iba a "dar su vida en rescate por muchos"; si su
experiencia como el Cordero de Dios iba a ser absolutamente única; si iba a soportar que el
Padre le escondiese el rostro, entonces podemos comprender por qué en la hora tenebrosa del
prever, su alma estuviese triste "hasta la muerte". Nunca hay que suponer que la agonía de
nuestro Señor pueda empañar su heroísmo humano; es más bien una prueba de su divina
expiación. La "copa" que se le pidió a Jesús que bebiese consistió en la muerte como "Portador
de pecado".
En esta hora de prueba durísima Jesús halló alivio en la oración. Había ido a Getsemaní
para poder estar a solas con Dios. Exhortó a sus discípulos a que siguiesen su ejemplo. Cuando la
agonía agobiaba con más violencia su corazón solitario siguió orando y fue oído. No se le apartó
la copa, pero "se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle". Se le dio gracia para beber la
copa hasta las heces, la muerte perdió su aguijón y la tumba su ferocidad. Se preparó para sim-
patizar con quienes son llamados a enfrentarse con el misterio de la "oración no contestada".
"Vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen".
Jesús oró en fe; la esencia misma de la oración creyente es la voluntad de obedecer. Esta
fue la petición que nos ha de servir de ejemplo, "Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya".
Venció por su completa sumisión a la voluntad de su Padre. En adelante ya no hubo más luchas.
Con paso decidido salió al encuentro de la traición, la agonía y la muerte. Sonó la hora y estaba
dispuesto.

D. ARRESTO DE JESÚS
Cap. 22:47-53

47 Mientras él aún hablaba, se presentó una turba; y el que se llamaba Judas, uno de los
doce, iba al frente de ellos; y se acercó hasta Jesús para besarle. 48 Entonces Jesús le dijo:
Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? 49 Viendo los que estaban con él lo que había
de acontecer, le dijeron: Señor, ¿heriremos a espada? 50 Y uno de ellos hirió a un siervo del
sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. 51 Entonces respondiendo Jesús, dijo: Basta ya;
dejad. Y tocando su oreja, le sanó. 52 Y Jesús dijo a los principales sacerdotes, a los jefes de la
guardia del templo y a los ancianos, que habían venido contra él: ¿Como contra un ladrón
habéis salido con espadas y palos? 53 Habiendo estado con vosotros cada día en el templo, no
extendisteis las manos contra mí; mas ésta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas.

La manera como Judas llevó a término su detestable crimen estuvo de acuerdo con su
profunda bajeza. Guió a una turba armada de espadas y garrotes hasta el huerto donde el Maestro
solía retirarse a orar, y lo entregó con un beso, señal en la que habían convenido a fin de que, en
la negra oscuridad, no se pudiese confundir la persona y arrestasen a un discípulo en vez del
Maestro. El beso era el signo corriente de amistad, pero el ademán de Judas y el reproche de
Jesús indican que fue dado con un falso semblante de profundo afecto y que por ello le fue más
repulsivo al Señor. Los actos de deslealtad a Cristo le son más penosos en ambientes sagrados y
cuando los cometen quienes han hecho llamativas manifestaciones de amor.
La serenidad valiente del Maestro queda puesta más de relieve por la conducta de sus
seguidores. Preguntaron si quería que lo defendiesen a espada, y antes de que pudiese responder,

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Pedro hirió con violencia a un siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Ante tal acto
Jesús dijo, "Basta ya; dejad". El significado exacto no es seguro, pero posiblemente se dirigió a
sus discípulos para impedir más violencias. Luego tocó la oreja del siervo, y lo sanó. Sólo Lucas,
"el médico amado", menciona este milagro quirúrgico sin par. El incidente contiene un mensaje
para los discípulos de todos los tiempos. La violencia y la crueldad en la defensa de la causa de
Cristo lo desfiguran ante el mundo. La acción de Pedro favoreció acusaciones que se le harían a
Jesús, y una resistencia mayor hubieran comprometido la posición de su Maestro. Por bien
intencionadas que sean, estas defensas violentas debilitan la causa que pretenden promover.
Jesús se volvió para recriminar a sus enemigos y se mostró agraviado por haber ido a
prenderlo como a un malhechor con espadas y palos. Les recordó que había estado enseñando
todos los días en público. Su ida violenta, en secreto y al abrigo de la noche, era una prueba de
que el arresto era pérfido y sin justificación. Había habido muchas oportunidades durante días y
días para prenderlo en público, cuando nadie lo protegió. Su forma de actuar misma los
condenaba; pero agregó con tristeza, "esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas". En el
misterio de su providencia Dios permitía su iniquidad. Daba esta autoridad pasajera a las fuerzas
del mal. Iba a ser un tiempo corto, pero quienes voluntariamente se sirven de ella incurrirán en
condenación eterna. Nada es más grave que la posibilidad de usar para fines depravados la
libertad que Dios concede.

E. NEGACIÓN DE PEDRO
Cap. 22:54-62

54 Y prendiéndole, le llevaron, y le condujeron a casa del sumo sacerdote. Y Pedro le


seguía de lejos. 55 Y habiendo ellos encendido fuego en medio del patio, se sentaron alrededor;
y Pedro se sentó también entre ellos. 56 Pero una criada,, al verle sentado al fuego, se fijó en él,
y dijo: También éste estaba con él. 57 Pero él lo negó, diciendo: Mujer, no lo conozco.
58 Un poco después, viéndole otro, dijo: Tú también eres de ellos. Y Pedro dijo:
Hombre, no lo soy.
59 Como una hora después, otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente también éste
estaba con él, porque es galileo. 60 Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en seguida,
mientras él todavía hablaba, el gallo cantó. 61 Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro
se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres
veces. 62 Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente.

Pedro amaba realmente a Jesús y su fe en él nunca menguó; pero en la hora de la prueba,


que Jesús había predicho, perdió el valor y negó a su Señor. Su pecado, sin embargo, no fue
como el de Judas. El de éste fue el paso final de su vida cuesta abajo. El de aquél fue un acto
cobarde en una vida de crecimiento moral que llevó bendiciones y servicio a todos los seguidores
de Cristo.
La caída de Pedro puede atribuirse a su auto confianza. Cuando declaró que sería fiel a
Cristo aunque todos lo abandonasen, fue sincero y expresó el verdadero sentir de su corazón,
pero también dejó ver su orgullo. La consecuencia inmediata fue su fracaso en obedecer al
Maestro en la invitación que le hizo de vigilar y orar; luego vino la sorpresa y el aturdimiento del
arresto de Jesús, y como los demás discípulos, después de un intento momentáneo de defenderlo,
lo abandonó y huyó. Lo siguió hasta el palacio del sumo sacerdote pero esperó poder ocultar que
había sido discípulo suyo y hacerse pasar por uno más de la muchedumbre.

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Cualquier seguidor de Jesús corre peligro mortal si confía en su fortaleza moral, sobre
todo si al mismo tiempo se avergüenza de ser reconocido en público como discípulo, y más aún
si piensa, como Pedro pensó probablemente, que la lealtad pública a Cristo en ciertas
circunstancias no le es de ayuda alguna a su Señor. En esa ocasión, cuando la causa de Jesús
parecía perdida, cuando el valor de Pedro se había esfumado, cuando se sentía fatigado por la
larga noche en vela, frío y solitario, llegó el ataque inesperado y Pedro sufrió la trágica derrota.
Es fácil hablar con burla del gran apóstol, pero hay pocos seguidores de Cristo que en
tiempos de pruebas menores a la de Pedro no hayan negado del mismo modo al Señor, de palabra
o de obra, con cobardía, dolo y pasión. Tres veces repitió Pedro la negación y luego oyó el canto
de un gallo. El incidente era en sí mismo insignificante, pero le recordó las palabras del Maestro;
lo hizo consciente de su ignominia y lo hizo entrar en sí mismo, y luego, al dirigirse de nuevo al
palacio, vio por unos instantes a su Señor. No podemos barruntar qué expresó el rostro de Jesús
cuando en ese momento "miró a Pedro". Quizá reproche, pero mucho más probable tristeza
inefable y tierna compasión. Leemos que "Pedro se acordó de la palabra del Señor... y... saliendo
fuera, lloró amargamente". Sin duda que fueron lágrimas de arrepentimiento que prepararon el
camino para el perdón y la paz. A muchos seguidores de Cristo que han caído les ha
llegado alguna providencia insignificante que les ha recordado horas de gozosa intimidad y
palabras de seria advertencia, y el corazón se ha vuelto de nuevo hacia el Maestro, se ha
experimentado verdadero arrepentimiento al caer en la cuenta del dolor que la deslealtad ha
producido al Maestro amoroso El estar conscientes ha traído lágrimas amargas y horas de pesar y
angustia, pero las ha seguido una mañana luminosa, el encuentro con el Señor resucitado, una
nueva confesión de amor, palabras de paz, y una vida más fiel de entrega más honda a su causa.

F. JESÚS ANTE LOS DIRIGENTES JUDÍOS


Cap. 22:63-71

63 Y los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y le golpeaban; 64 y


vendándole los ojos, le golpeaban el rostro, y le preguntaban, diciendo: Profetiza, ¿quién es el
que te golpeó? 65 Y decían otras muchas cosas injuriándole.
66 Cuando era de día, se juntaron los ancianos del pueblo, los principales sacerdotes y
los escribas, y le trajeron al concilio, diciendo: 67 ¿Eres tú el Cristo? Dínoslo. Y les dijo: Si os
lo dijere, no creeréis; 68 y también si os preguntare, no me responderéis, ni me soltaréis. 69
Pero desde ahora el Hijo del hombre se sentará a la diestra del poder de Dios. 70 Dijeron
todos: ¿Luego eres tú el Hijo de Dios? Y él les dijo: Vosotros decís que lo soy. 71 Entonces ellos
dijeron: ¿Qué más testimonio necesitamos? porque nosotros mismos lo hemos oído de su boca.

Después de la negación de Pedro, Jesús recibió insultos y escarnios de sus aprehensores.


Se mofaron de él, lo golpearon y lo injuriaron. Los responsables de tales afrentas fueron los
dirigentes judíos, los hombres más cultos, refinados y supuestamente religiosos de su tiempo;
pero la bestia que todos llevamos dentro es más fuerte que lo que solemos suponer. Si se rechaza
a Cristo, se desprecian sus enseñanzas y se contradice a su Espíritu, sólo es cuestión de tiempo y
de ocasión que el odio, o la malicia, o la lujuria, o la ira despierten en el hombre pasiones y
brutalidad de fiera.
Al amanecer Jesús fue conducido para ser acusado formalmente ante el Sanedrín, el
tribunal eclesiástico supremo de los judíos. Se suponía que se le iba a procesar; en realidad el
concilio mismo iba a ser juzgado, y la nación entera quedaba implicada en su culpa. Los

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dirigentes se acusaron a sí mismos de prejuicio, deshonestidad y malicia. No trataron de buscar
la verdad para que se hiciese justicia, sino de encontrar alguna prueba que permitiese condenar a
Jesús.
Cuando todos los intentos de probar la culpabilidad de Jesús hubieron fracasado, lo
acusaron así: "¿Eres tú el Cristo? Dínoslo". La respuesta de Jesús demuestra cuan perfectamente
comprendía su odio ciego y su falta de voluntad de ser justos; les dijo que nada de lo que él
afirmara lo creerían, y que ninguna explicación o defensa que diese sería aceptada; sin embargo,
iba a contestar a su pregunta afirmando que estaba a punto de llegar su exaltación al lugar de
poder divino. Entonces le preguntaron directamente, "¿Luego eres tú el Hijo de Dios?"
Respondió con absoluta claridad, "Vosotros decís que lo soy". Y de inmediato declararon que era
reo de muerte. Habían prejuzgado el caso. No querían considerar si su pretensión de ser el Hijo
de Dios era o no verdad; sólo querían estar seguros de que pretendía serlo. Una vez convencidos
de ello, convinieron en que debía morir por blasfemo. Su lógica hasta ese punto era absoluta No
hay otra alternativa.
Ante Cristo no cabe ser neutrales. O era un impostor que merece nuestro desprecio, o es
el Hijo de Dios a quien debemos adorar y obedecer. Toda alma debe escoger entre el sanedrín y
la iglesia.

G. JESÚS ANTE PILATO


Cap. 23: 1-25

1 Levantándose entonces toda la muchedumbre de ellos, llevaron a Jesús a Pilato. 2 Y


comenzaron a acusarle, diciendo: A éste hemos hallado que pervierte a la nación, y que prohibe
dar tributo a César, diciendo que él mismo es el Cristo, un Rey. 3 Entonces Pilato le preguntó,
diciendo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Y respondiéndole él, dijo: Tú lo dices. 4 Y Pilato dijo a
los principales sacerdotes, y a la gente: Ningún delito hallo en este hombre. 5 Pero ellos
porfiaban, diciendo: Alborota al pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea
hasta aquí. 6 Entonces Pilato, oyendo decir, Galilea, preguntó si el hombre era galileo. 7 Y al
saber que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió a Herodes, que en aquellos días también
estaba en Jerusalén.
8 Herodes, viendo a Jesús, se alegró mucho, porque hacía tiempo que deseaba verle;
porque había oído muchas cosas acerca de él, y esperaba verle hacer alguna señal. 9 Y le hacía
muchas preguntas, pero él nada le respondió. 10 Y estaban los principales sacerdotes y los
escribas acusándole con gran vehemencia. 11 Entonces Herodes con sus soldados le
menospreció y escarneció, vistiéndole de una ropa espléndida; y volvió a enviarle a Pilato. 12 Y
se hicieron amigos Pilato y Herodes aquel día; porque antes estaban enemistados entre sí.
13 Entonces Pilato, convocando a los principales sacerdotes, a los gobernantes, y al
pueblo, 14 les dijo: Me habéis presentado a éste como a un hombre que perturba al pueblo; pero
habiéndole interrogado yo delante de vosotros, no he hallado en este hombre delito alguno de
aquellos de que le acusáis. 15 Y ni aun Herodes, porque os remití a él, y he aquí, nada digno de
muerte ha hecho este hombre. 16 Le soltaré, pues, después de castigarle. 17 Y tenía necesidad de
soltarles uno en cada fiesta. 18 Mas toda la multitud dio voces a una, diciendo: ¡Fuera con éste,
y suéltanos a Barrabás! 19 Éste había sido echado en la cárcel por sedición en la ciudad, y por
un homicidio. 20 Les habló otra vez Pilato, queriendo soltar a Jesús; 21 pero ellos volvieron a
dar voces, diciendo: ¡Crucifícale, crucifícale! 22 Él les dijo por tercera vez: ¿Pues qué mal ha
hecho éste? Ningún delito digno de muerte he hallado en él; le castigaré, pues, y le soltaré. 23

120
Mas ellos instaban a grandes voces, pidiendo que fuese crucificado. Y las voces de ellos y de los
principales sacerdotes prevalecieron. 24 Entonces Pilato sentenció que se hiciese lo que ellos
pedían; 25 y les soltó a aquel que había sido echado en la cárcel por sedición y homicidio, a
quien habían pedido; y entregó a Jesús a la voluntad de ellos.

Los conquistadores romanos habían despojado a los judíos del derecho de infligir penas
capitales. Por ello, una vez que el concilio supremo hubo decidido que Jesús merecía la muerte,
los dirigentes lo llevaron a Pilato, gobernador romano, para que confirmase su sentencia y
ejecutase la cruel pena de la crucifixión El proceso ante Pilato se convirtió en un litigio vergon-
zoso entre los dirigentes judíos, decididos y criminales, y el débil y vacilante gobernador
romano, quien por fin se vio forzado a actuar en contra de su conciencia y deseo, y a someter su
voluntad a la de los súbditos que detestaba.
Lucas sólo ofrece un esquema simple del episodio, que el apóstol Juan describe mejor. Se
nos da, sin embargo, lo suficiente para mostrar la bajeza infame de los judíos y los vanos
esfuerzos de Pilato para eludir el crimen que por fin cometió. Los dirigentes judíos habían pedido
a Pilato que dictase sentencia sin examinar la acusación, pero se negó a hacerlo. En la for-
mulación de la acusación Lucas nos hace ver con absoluta claridad cuan hábilmente falsearon la
decisión del tribunal judío y con cuánta violencia presentaron el cargo. Habían hallado culpable a
Jesús de pretender ser el Mesías divino. Era pretender ser Dios, y por tanto una blasfemia, por la
cual fue condenado. Los judíos sabían que esto no iba a impresionar a Pilato. Sin embargo, el
ministerio de Mesías conllevaba autoridad y gobierno, y por esta causa convirtieron la pretensión
de Jesús en una falta política y lo acusaron de sedición por prohibir dar tributo al César y por
pretender ser rey.
Lo absurdo de estas acusaciones Pilato lo vio muy pronto; probablemente no tuvo pocas
sospechas del celo repentino de estos judíos rebeldes por sus tiranos romanos. Pero carecía de
valor en sus convicciones; declaró inocente a Jesús, pero por temor de ofender a los dirigentes y
al pueblo a quien éstos se habían ganado en su favor, vaciló en soltar a Jesús. Fue una decisión
fatal; lo que hay que hacer es actuar con decisión y prontitud en cuanto uno ve lo justo. Sin duda
que es cierto en cuestiones de conciencia que "quien duda, pierde".
Entonces Pilato hizo lo que todos los débiles saben hacer: trató de eludir tomar una
decisión; intentó descargar la responsabilidad. Supo que Jesús era de Galilea, y por ello Pilato
envió a Jesús para que lo juzgara el Rey Herodes, a quien le pertenecía Galilea. Herodes se
hallaba por entonces en Jerusalén, y ansiaba ver a Jesús, de quien tanto había oído hablar, porque
esperaba poder satisfacer su curiosidad de ver a Jesús realizar algún milagro. Jesús tiene un
mensaje para todos los penitentes, y un milagro para cada creyente; pero para el asesino de Juan,
para el libertino superficial y pecador sólo tiene silencio y desprecio.
Para tomarse una mezquina venganza de Jesús, Herodes lo escarneció vistiéndolo con una
ropa espléndida, y así ataviado lo envió de nuevo a Pilato. Fue una chanza cruel, pero fue una
absolución de Jesús en cuanto a su culpabilidad de cargos políticos. Así pues Pilato se vio
obligado a actuar como juez; los demás no pueden decidir nuestros problemas de conciencia.
Viéndose compelido a actuar, Pilato intentó una segunda maniobra conocida de todas las almas
débiles; propuso un compromiso. Haría algo malo pero evitaría el crimen de asesinato. Se ofreció
para castigar a Jesús, a quien declaró completamente inocente, o a soltarlo como criminal
notorio, ya que en dicha fiesta se solía soltar un individuo así. Por una parte, sometería a Jesús al
tormento corporal más terrible; por otra, infamaría a Jesús como malhechor que había merecido
la muerte. Las componendas en un caso de conciencia son siempre señal de debilidad, y el

121
enemigo le extrae provecho. Al ver los dirigentes que Pilato concedía tanto, le pidieron la
libertad de un criminal notorio de nombre Barrabás; y al ver a Jesús llegar de la flagelación,
deshecho y sangrando, pidieron su vida, "¡Crucifícale, crucifícale!" Como Pilato dudara, los
dirigentes utilizaron su arma más mortífera; dieron a entender que denunciarían a Pilato ante el
emperador por proteger a un revolucionario político; iba a poner en peligro la posición y la vida
del gobernador. Pilato no pudo resistir este ataque; si alguna pérdida personal podía producirse,
la conciencia ya no había que tenerla en cuenta. Decidió hacer lo que sabía que estaba mal;
"sentenció que se hiciese lo que ellos pedían"; con ello se colocó muy cerca del primer puesto de
la larga lista de cobardes morales que comparten su infamia eterna por haber temido hacer lo
justo.
La degradación de los dirigentes judíos fue todavía mayor. Con todo el conocimiento que
tenían de la ley moral, los que se profesaban ser los representantes de Dios llevaron a la muerte a
su Hijo, y prefirieron un asesino a Jesús. A lo trágico de esta elección se refiere Lucas con horror
en el único comentario personal que hace de la escena (v. 25). ¿Acaso no hay millares de
personas que eligen lo mismo hoy día? No hay terreno neutral; la indecisión es imposible; se
debe escoger entre Barrabás y Cristo.

H. LA CRUCIFIXIÓN
Cap. 23:26-38

26 Y llevándole, tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron
encima la cruz para que la llevase tras Jesús.
27 Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y hacían lamentación
por él. 28 Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino
llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. 29 Porque he aquí vendrán días en que dirán:
Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. 30
Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos.
31 Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?
32 Llevaban también con él a otros dos, que eran malhechores, para ser muertos.
33 Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los
malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. 34 Y Jesús decía: Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes. 35 Y el
pueblo estaba mirando; y aun los gobernantes se burlaban de él, diciendo: A otros salvó;
sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios. 36 Los soldados también le
escarnecían, acercándose y presentándole vinagre, 37 y diciendo: Si tú eres el Rey de los
judíos, sálvate a ti mismo. 38 Había también sobre él un título escrito con letras griegas, latinas
y hebreas: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS.

Los relatos evangélicos nos ahorran los detalles penosos de la crucifixión; ésta era la
forma más cruel y angustiosa de morir; pero los hechos se describen con delicadeza y reserva
sorprendentes. Cuando Jesús era sacado de la ciudad se obligó a un cierto Simón de Cirene a
ayudarlo a llevar la cruz. El porqué de esto queda en el campo de las conjeturas. Su resultado fue
dar a Simón fama inmortal y al parecer garantizarle la salvación eterna; porque esta experiencia
y el conocimiento de Cristo que obtuvo en el Calvario, produjeron su conversión y la de su casa
(Mr. 15:21; Ro. 16:13). Simbólicamente fue el primero de una larga serie de hombres y mujeres
que han tomado la cruz y seguido a Cristo. Desde luego no es más que un símbolo, y los

122
contrastes propiamente dichos son vitales. En realidad nadie puede compartir el peso de la cruz
que nuestro Salvador llevó. Sus sufrimientos, y sólo los suyos, satisficieron por los pecados. Ni
tampoco nadie puede ser compelido a llevar la cruz. Hay cargas en la vida que nadie puede evitar
pero uno puede negarse a llevar la cruz. Es símbolo del sufrimiento voluntario aceptado por amor
a Cristo, y de sacrificio total de sí mismo y de la sumisión completa, a su voluntad que son
necesarios para todos los que participan de los beneficios redentores de su muerte.
Sólo Lucas menciona el incidente de las mujeres que, gimiendo y lamentándose,
siguieron a Jesús fuera de la ciudad. Es muy adecuado que en este Evangelio, en el que se exalta
tanto a la mujer, se le haga lugar a esta escena. No hay que suponer que se tratase de las amigas
leales que habían seguido a Jesús en sus viajes y lo habían ayudado a cubrir sus necesidades; se
trataba más bien de residentes de Jerusalén cuyos corazones sangraban de dolor ante el amado
Profeta que era conducido a una muerte infamante. Nuestro Señor les dirigió palabras de
compasión y les dijo que no debían llorar por él sino por sí mismas y por sus hijos. No les
reprochaba su compasión por él; más bien quiso indicar que aunque sus sufrimientos era dignos
de compasión, los de ellas merecían más lágrimas, porque iban a ser todavía más intensos. Tenía
presente la destrucción de la ciudad debida a su impenitencia y segura ya por haber rechazado al
Redentor. Jesús declaró que vendrían días en que el ser estéril sería motivo de enhorabuena por
causa de la desgracia universal. Predijo que el horror sería tan grande que los hombres pedirían
que las montañas cayesen sobre ellos y que los collados los cubriesen, prefiriendo esta manera de
morir a los tormentos que los amenazaban a manos de los ejércitos romanos. Jesús agregó un
proverbio, cuya elocuencia es evidente aun cuando no esté muy clara su aplicación exacta:
"Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?" En otras palabras, si
los sufrimientos de Cristo eran tan grandes, ¡cómo iban a ser los de los judíos! Si los romanos
llevaban a la muerte a quien consideraban inocente, ¿qué harían con los habitantes de la
ciudad rebelde y odiada? Armoniza con la índole de Lucas hacer notar cómo Jesús, en esta
misma hora de su tormento, pensó más en otros que en sí mismo y pronunció esta profecía, no
por resentimiento, sino llevado de su ternura y piedad infinitas.
Aunque no se describan los sufrimientos mismos de la crucifixión, Lucas nos habla de las
burlas crueles de las que hacían objeto a Jesús. Dice que dos malhechores fueron crucificados
con Jesús, "uno a la derecha y otro a la izquierda". Así lo hicieron sin duda para aumentar la
ignominia y humillación de su cruel muerte. El lugar de la crucifixión se llamaba "la Calavera",
probablemente porque era una colina pelada y de cima redonda, situada a la salida de la ciudad.
De las siete palabras que Jesús pronunció en la cruz, Lucas menciona tres, todas ellas
llenas de amor y confianza. La primera no se encuentra en ningún otro Evangelio. Al gustar
Jesús las primeras amarguras de su angustia se le oyó orar, "Padre, perdónalos, porque no saben
lo que hacen". No pensaba sólo en los soldados que eran instrumentos involuntarios de su
muerte, sino más bien en los judíos que no se daban del todo cuenta de la enormidad de su
crimen. Jesús no sentía odio por ellos. Anhelaba su arrepentimiento y salvación. Esta oración fue
revelación de la gracia y misericordia sin par de este Hombre ideal. Lucas agregó los detalles de
los escarnios a los que los otros evangelistas también se refieren. La multitud permanecía allá,
observando al atormentado, pero los dirigentes y los soldados se burlaban con crueldad de él;
aquéllos se mofaban de él diciendo, "A otros salvó; sálvese a sí mismo". En realidad, si se
hubiese salvado a sí mismo, jamás hubiera podido salvar a los demás. Moría por los mismos que
se burlaban de él, para hacer posible su salvación. Los soldados se chanceaban de él echando
suertes sobre sus vestiduras y ofreciéndole de beber y saludándolo como "Rey de los judíos".
Este último título lo habían colocado en la cruz, sobre la cabeza de Jesús. Pilato lo mandó

123
colocar, con ironía amarga. Fue su manera de vengarse de los dirigentes quienes, en contra de su
conciencia, lo habían compelido a condenar a muerte a un inocente. En lugar de esta inscripción
los ojos que miran con fe ven otra, "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo".

I. EL LADRÓN ARREPENTIDO
Cap. 23:39-43

39 Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el


Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. 40 Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun
temes tú a Dios, estando en la misma condenación? 41 Nosotros, a la verdad, justamente
padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. 42
Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. 43 Entonces Jesús le dijo: De cierto
te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.

Este episodio que enmarca la segunda frase de nuestro Señor en la cruz se ha considerado
a menudo como uno de los relatos más significativos de los Evangelios; primero, porque nos
describe la persona sin igual de Cristo; ahí vemos a un hombre agonizando que era al mismo
tiempo un Dios que perdona. Luego, tenemos una descripción del poder transformador de Cristo
quien en un abrir y cerrar de ojos cambió a un malhechor en santo. Sobre todo, tenemos en él un
mensaje de las condiciones de salvación que siempre son las mismas, a saber, arrepentimiento y
fe. La primera de estas condiciones la ilustra en forma llamativa el hecho de que el ladrón
arrepentido pensó en Dios y recordó que había pecado contra un Ser divino. Así se lo dijo a su
compañero, indicándolo que debía temer a aquel en cuya augusta presencia pronto se hallarían.
La esencia misma del arrepentimiento está en considerar el pecado, no como un error o una
debilidad, no como una ofensa a los hombres, sino como una rebelión y un agravio a Dios.
También demostró su arrepentimiento en el reconocer que el castigo que sufría era justo y en la
confesión de los sufrimientos inocentes de Cristo.
Su fe fue tan notable como su arrepentimiento. Vio en el que agonizaba a Quien ha de
volver como Rey universal, y a él se dirigió en oración: "Acuérdate de mí cuando vengas en tu
reino''. No conocemos dónde nació tal fe. Quizá el ladrón presenció parte del juicio de Jesús; lo
oyó orar por sus enemigos; pero sea lo que fuere lo que hiciese nacer su fe y confianza, miró a
Jesús como al Salvador y Señor que un día reinaría y que podía llevarlo a la gloria eterna. Así
pues, este relato nos revela la verdad de que la salvación está condicionada por el
arrepentimiento y la fe. Pero también contiene otros mensajes importantes. Afirma que la
salvación es independiente de los sacramentos. El ladrón nunca fue bautizado, ni había
participado en la Cena del Señor. Es obvio que, de haber vivido más, hubiera cumplido los
requisitos del Señor aceptando sus sacramentos. De hecho, confesó con valentía su fe en
presencia de una turba hostil y en medio de los sarcasmos y befas de los dirigentes y de los
soldados, pero se salvó sin ninguna clase de ritos.
También es evidente que la salvación es independiente de las buenas obras. El ladrón fue
perdonado antes de haber podido vivir ni un solo día en justicia e inocencia. Desde luego que las
buenas obras siguen a la fe; son pruebas de la misma; pero la fe precede y a la vez produce
santidad. Una vida buena es expresión de gratitud por la salvación ya comenzada.
Y también es evidente que no hay "dormición del alma". El cuerpo duerme, pero se sigue
estando consciente después de la muerte. La palabra del Maestro fue, "hoy estarás conmigo en el
paraíso". Está claro que no hay purgatorio. Si alguien ha necesitado alguna vez correctivos y

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"fuego purificador", ha sido este ladrón arrepentido. De una vida de pecado e ignominia pasó de
inmediato a un estado de bendición. Esta fue la promesa: "Hoy estarás conmigo en el paraíso".
También se puede observar que la salvación no es universal. Hubo dos malhechores; sólo
uno se salvó. Jesús los había oído a ambos hablar de él. No dijo "os" sino "De cierto te digo que
hoy estarás conmigo en el paraíso".
Finalmente, se puede observar que la esencia misma del gozo que está más allá de la
muerte consiste en la comunión personal con Cristo. El centro de la promesa hecha al ladrón fue:
"Estarás conmigo". Esta es nuestra garantía bendita, que morir es "estar con Cristo", lo cual es
"muchísimo mejor".

J. MUERTE Y SEPULTURA
Cap. 23:44-56

44 Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora
novena. 45 Y el sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por la mitad. 46 Entonces Jesús,
clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto,
expiró. 47 Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios, diciendo:
Verdaderamente este hombre era justo. 48 Y toda la multitud de los que estaban presentes en
este espectáculo, viendo lo que había acontecido, se volvían golpeándose el pecho. 49 Pero
todos sus conocidos, y las mujeres que le habían seguido desde Galilea, estaban lejos mirando
estas cosas.
50 Había un varón llamado José, de Arimatea, ciudad de Judea, el cual era miembro del
concilio, varón bueno y justo. 51 Éste, que también esperaba el reino de Dios, y no había
consentido en el acuerdo ni en los hechos de ellos, 52 fue a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús. 53
Y quitándolo, lo envolvió en una sábana, y lo puso en un sepulcro abierto en una peña, en el
cual aún no se había puesto a nadie. 54 Era día de la víspera de la pascua, y estaba para rayar
el día de reposo. 55 Y las mujeres que habían venido con él desde Galilea, siguieron también, y
vieron el sepulcro, y cómo fue puesto su cuerpo. 56 Y vueltas, prepararon especias aromáticas y
ungüentos; y descansaron el día de reposo, conforme al mandamiento.

La muerte de Jesús fue un suceso de tal magnitud que lo acompañaron señales


sobrenaturales de significado profundo. Lucas menciona dos. Las tinieblas que oscurecieron los
cielos, símbolo adecuado del crimen más negro de toda la historia humana. Y el velo del templo
que se rasgó, símbolo de un "camino nuevo y vivo" que lleva a la presencia de Dios, abierto a
todos los creyentes. Así pues, estos dos signos corresponden a los aspectos humanos y divinos de
esta muerte expiatoria, e indican la atrocidad del pecado y el propósito de la gracia redentora.
Las últimas palabras que Jesús pronunció en la cruz fueron de confianza y paz perfectas.
Había mostrado su compasión por otros con su oración, con su promesa al ladrón arrepentido,
con la preocupación por su madre ; en otras tres expresiones había revelado sus sufrimientos de
mente y de cuerpo y el resultado de los mismos, la redención completada: "Dios mío, Dios mío" .
. . ; "Tengo sed"; "Consumado es". Ahora entregó su alma en unas palabras de confianza
absoluta tomadas del salmista y que sólo Lucas menciona: "Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu". Fue la manifestación suprema de fe. El ministerio terrenal del Hijo de Dios había
concluido.
Lucas menciona los efectos que produjo la muerte de Jesús, y las señales que la
acompañaron, en el centurión romano, en la muchedumbre judía, y en los discípulos cristianos.

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El soldado quedó tan impresionado que "dio gloria a Dios", dando testimonio de que el que había
sido crucificado como criminal era "hombre justo". Se podría considerar como símbolo de la
multitud de gentiles creyentes, de los que a Lucas le gustaba escribir, y que iban a alistarse bajo
el estandarte de la cruz.
Las muchedumbres judías no habían deseado de verdad la crucifixión de Jesús; sus
dirigentes los habían azuzado a que pidiesen su muerte, pero ahora regresaban a la ciudad
"golpeándose el pecho", atormentados por el arrepentimiento, profecía del futuro arrepentimiento
de Israel y de su aflicción al mirar "al que traspasaron".
El grupo más patético fue el de los entristecidos discípulos quienes "estaban lejos"
contemplando la escena, aturdidos; el significado de esa cruz comenzaría a hacerse claro cuando
se encontrasen con su Señor resucitado. La cruz no ha dejado de ser un misterio para ninguno de
sus seguidores; pero para todos ellos ha venido a ser símbolo de triunfo y de esperanza.
Sepultó el cuerpo de Jesús José de Arimatea, hombre a quien Mateo llama rico, Marcos
"miembro noble del concilio", y Lucas "varón bueno y justo". En conjunto describen a un
hombre ideal bajo el punto de vista judío, romano y griego. Quizá hay que criticarlo por no
haberse identificado con la causa de Cristo en un modo más público antes de esto; pero Lucas no
hace ni el más mínimo comentario desfavorable con respecto a él. Afirma que este miembro
poderoso e influyente del sanedrín "no había consentido en el acuerdo ni en los hechos" de los
dirigentes que habían tramado la muerte de Jesús; y entonces, en la hora en la que su Maestro era
más hondamente deshonrado, se expuso a la burla del pueblo y al odio de los dirigentes yendo a
Pilato para pedir el cuerpo de Jesús, a quien envolvió en una sábana y colocó con reverencia en
un sepulcro nuevo, recién abierto en una peña. Fue una acción de dedicación amorosa, y pone un
contraste consolador y un toque de ternura en el relato de la cruz.
Otros corazones amorosos quisieron participar en esta manifestación de afecto. Las
mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea, advirtieron el lugar del sepulcro y compraron
aromas para embalsamar el cuerpo de su Señor. Sin embargo, al señalar el sol poniente el
comienzo a la caída de la tarde, del sábado, descansaron hasta el primer día de la semana.
Entonces se encontraron con que lo que iban a hacer ya no era necesario. Estaba bien demostrar
afecto por el Maestro crucificado, pero era un privilegio mayor servir al Señor resucitado.

K. EL SEPULCRO VACÍO
Cap. 24:1-12

1 El primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las


especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas.
2 Y hallaron removida la piedra del sepulcro; 3 y entrando, no hallaron el cuerpo del
Señor Jesús. 4 Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas
dos varones con vestiduras resplandecientes; 5 y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a
tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? 6 No está aquí, sino que ha
resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, 7 diciendo: Es
necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores y que sea
crucificado, y resucite al tercer día. 8 Entonces ellas se acordaron de sus palabras 9 y volviendo
del sepulcro, dieron nuevas de todas estas cosas a los once, y a todos los demás. 10 Eran María
Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas, quienes dijeron estas
cosas a los apóstoles. 11 Mas a ellos les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían.
12 Pero levantándose Pedro, corrió al sepulcro; y cuando miró dentro, vio los lienzos solos, y se

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fue a casa maravillándose de lo que había sucedido.

Después de haber visto dónde sepultaban a Jesús, las mujeres que lo habían seguido
desde Galilea y habían cuidado de él, comenzaron a preparar las especias y ungüentos para
embalsamar su cuerpo. Sin embargo, al llegar el día a su término, dado que este viernes por la
noche comenzaba el sábado judío, descansaron de su ocupación amorosa hasta el domingo,
"primer día de la semana", y entonces "muy de mañana" fueron al sepulcro, y quedaron
sorprendidas al ver que el cuerpo de Jesús ya no estaba.
Se dan muchas explicaciones de este sepulcro vacío, pero sólo una hay que sea creíble y
que armonice con los hechos. Algunos dicen que Jesús no murió sino que se desvaneció en la
cruz; luego de ser colocado en el sepulcro se reanimó, salió de él y se apareció a los discípulos
Pero Jesús había afirmado que iba a morir y a resucitar de nuevo al tercer día, y luego hizo que
sus discípulos creyeran que ésta había sido su experiencia. Por consiguiente esta teoría no se
puede sostener sin negar la veracidad y moralidad de nuestro Señor.
Una segunda teoría sostiene que sus discípulos fueron por la noche al sepulcro y hurtaron
el cuerpo; pero estos discípulos proclamaron sin cesar que había resucitado al tercer día. Según
esta teoría, pues, estos discípulos fueron impostores, lo cual nadie que conozca sus vidas e
influencia posteriores puede creerlo.
Es imposible creer una tercera que afirma que los enemigos de Jesús robaron su cuerpo,
porque de haber tenido en su poder este cuerpo, lo hubieran mostrado con aires de triunfo y así
hubieran reducido a silencio a los discípulos que proclamaban que Jesús estaba vivo y que su
resurrección demostraba que estos enemigos habían dado muerte a un Hombre inocente, a su
divino Mesías.
La única explicación verdadera de este sepulcro vacío es la que dos ángeles dieron a las
sorprendidas mujeres: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha
resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea". Esta afirmación de los
ángeles da cuerpo a la sustancia del mensaje que los apóstoles proclamaron. La verdad que
contiene constituye la piedra angular de la fe cristiana. La resurrección de nuestro Señor está en
conexión vital con todas las realidades que se relacionan con su persona y su obra, y con la vida
de sus seguidores.
Cuando, sin embargo, se les refiere a los apóstoles el hecho de la resurrección, "les
parecían locura las palabras de ellas, y no las creían". Esta incredulidad de parte de los apóstoles
demuestra el contrasentido total de otra teoría que defienden quienes niegan la resurrección de
nuestro Señor; a saber, la que dice que sus seguidores esperaban con tanta ansia que resucitase de
entre los muertos que sus mentes febricitantes acabaron por imaginar que había resucitado y
luego proclamaron lo que no era sino un producto de su propia fantasía. En realidad los
discípulos no esperaban que Jesús resucitara, y, tal como se dice en este pasaje, cuando se les
comunicó lo sucedido, se negaron a creerlo hasta que obtuvieron prueba tras prueba y se hizo
imposible del todo cualquier duda o negativa Estuvieron preparados, sin embargo, para pruebas
ulteriores por el hecho de que se hubiese encontrado vacío el sepulcro en el que el cuerpo había
estado. Hay todavía pruebas más decisivas de la resurrección; pero quienes niegan este suceso
tan importante deben antes explicar en forma aceptable el hecho del sepulcro vacío.

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L. LA CAMINATA A EMAÚS
Cap. 24:13-35

13 Y he aquí, dos de ellos iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba a
sesenta estadios de Jerusalén. 14 E iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían
acontecido. 15 Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y
caminaba con ellos. 16 Mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen. 17 Y
les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis
tristes? 18 Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único
forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días? 19
Entonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón profeta,
poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; 20 y cómo le entregaron los
principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron. 21 Pero
nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto,
hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido. 22 Aunque también nos han asombrado unas
mujeres de entre nosotros, las que antes del día fueron al sepulcro; 23 y como no hallaron su
cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él
vive. 24 Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro, y hallaron así como las mujeres habían
dicho, pero a él no le vieron.
25 Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los
profetas han dicho! 26 ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara
en su gloria? 27 Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba
en todas las Escrituras lo que de él decían. 28 Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como
que iba más lejos. 29 Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros,
porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos. 30 Y
aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio.
31 Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista.
32 Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en
el camino, y cuando nos abría las Escrituras? 33 Y levantándose en la misma hora, volvieron a
Jerusalén, y hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos, 34 que decían: Ha
resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón. 35 Entonces ellos contaban las
cosas que les habían acontecido en el camino, y cómo le habían reconocido al partir el pan.

Nadie vio a Cristo resucitar, pero muchos vieron al Cristo resucitado. Se apareció a
María, a Pedro, a Jacobo, a los "once" y a más de quinientos de una vez; pero de las apariciones
del día de la resurrección ninguna se describe con mayor viveza dramática y con más precisión
de detalles que la que ahora describe Lucas de Jesús que caminó con dos discípulos hasta Emaús.
Esta aldea estaba probablemente situada a unos once kilómetros al noroeste de Jerusalén. Hacia
allá se dirigían estos dos hombres, desalentados y tristes, cuando Jesús se unió a ellos y les sacó
expresiones de desengaño y desesperación con sus preguntas. Aquel en quien habían colocado
sus esperanzas para la redención de Israel había sido condenado a muerte, y aunque había
hablado en forma misteriosa de una resurrección al tercer día, ese día casi había transcurrido y no
se le había visto, aunque era cierto que les había llegado un relato de una visión de ángeles que
dijeron que estaba vivo. Estas parecen haber sido en sustancia sus palabras, en buena medida
confesión de incredulidad obstinada. Esperaban poco que el Señor cumpliría lo prometido; aún
no había transcurrido del todo el tercer día del que había hablado y helos ahí ya saliendo de

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Jerusalén; mensajeros celestiales les habían comunicado un mensaje de aliento que ellos se
negaron a recibir.
No sorprende, pues, que Jesús los recriminase: "¡Oh insensatos, y tardos de corazón para
creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y
que entrara en su gloria?" Merece notarse que Jesús no los reprendió por negarse a aceptar sus
propias palabras, o las de sus amigos, o las de los ángeles; los reprendió por no creer en el
Antiguo Testamento. Lo habían admitido en parte, como suelen hacer los hombres que aceptan
lo que conviene a sus prejuicios, gustos e ideas, pero no aciertan a creer en todo lo que los
profetas han dicho, en especial las predicciones de la muerte expiatoria de Jesús, y de su retorno
a la gloria celestial que disfrutaría una vez ascendido. Escucharon maravillados sus explicaciones
de las Escrituras, y por fin, al sentarse a comer con él descubrieron que estaban en la presencia
real de su Señor vivo. Desapareció de su vista, y entonces se apresuraron a volver a Jerusalén a
ver a los discípulos y los encontraron ya maravillados por las noticias de que Jesús se había
aparecido a Pedro.
Ningún otro relato nos habla en modo más impresionante de la verdad de que un Salvador
divino camina junto a nosotros en nuestro viaje terreno. Es trágico que a menudo la incredulidad
ofusque tanto nuestros ojos que no acertemos a darnos cuenta de su presencia. Caminamos tristes
cuando podríamos hacerlo gozosos en su intimidad. Quizá al declarársenos las Escrituras o al
reunimos para partir el pan en su nombre, nuestra ceguera desaparecerá. Y sin duda que cuando
finalice el viaje y entremos en la casa hacia la cual nos encaminamos, lo veremos cara a cara, y
la visión no se debilitará en un crepúsculo progresivo, sino que se irá haciendo más esplendorosa
a lo largo del día eterno.

M. JESÚS SE APARECE A LOS APÓSTOLES


Cap. 24:36-43

36 Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les
dijo: Paz a vosotros. 37 Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu. 38
Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? 39
Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne
ni huesos, como veis que yo tengo. 40 Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies. 41 Y
como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de
comer? 42 Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. 43 Y él lo tomó, y
comió delante de ellos.

Los incidentes del día en el que Jesús resucitó, tal como Lucas los relata, no sólo forman
una secuencia en el tiempo, sino que se suceden en orden lógico. La tumba vacía sólo se puede
explicar por la resurrección; pero esto era una prueba meramente negativa. A ello hay que
añadirles la aparición real de Jesús a los dos discípulos de camino a Emaús. Sin embargo aún no
era prueba suficiente. Algunos podrían creer que esa aparición había sido simplemente una
visión, un fantasma, un espíritu; por ello, al relatar Lucas la aparición de Jesús a los once
discípulos en el aposento alto, ya de noche, subraya el hecho de que se apareció en forma
corporal. Los discípulos, al verlo, creyeron que era un fantasma, una aparición, un espíritu, lo
mismo que han pensado muchas personas, incluso hoy día; pero para descartar de una vez para
siempre esa impresión falsa, Jesús, recurriendo todo lo posible a los sentidos, demostró que no
poseía un cuerpo "inmaterial", o "espiritual", o "celestial", sino el mismo cuerpo de carne y

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sangre que el viernes había sido crucificado y puesto en el sepulcro. En ese mismo cuerpo, con
las cicatrices de los clavos crueles, cuerpo capaz de comer, cuerpo material que se podía tocar y
sentir, se apareció a sus discípulos. Más aún, declaró solemnemente que no era un espíritu
desencarnado; les mostró las heridas de manos y pies; dijo que un espíritu no tiene carne y
huesos como ellos veían en él. Y por último, para eliminar cualquier duda que pudiera subsistir,
tomó "un pez asado" y lo "comió delante de ellos". Las apariciones y desapariciones de Jesús
después de su resurrección pueden haber sido misteriosas o milagrosas como lo haba sido el
caminar sobre las aguas en los días de su ministerio anterior; pero dio a entender a sus discípulos,
por todas las señales sensibles imaginables que había resucitado de los muertos con su mismo
cuerpo físico, humano. La teoría de que la resurrección se puede explicar como una alucinación,
visión o aparición ha quedado para siempre reducida al silencio con el testimonio de Lucas, el
historiador cuidadoso, el médico inteligente. El edificio de nuestra fe cristiana descansa con
firmeza sobre el fundamento del hecho demostrado de una resurrección literal, corporal.

N. LAS PALABRAS FINALES


Cap. 24:44-49

44 Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era
necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y
en los salmos. 45 Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras;
46 y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los
muertos al tercer día; 47 y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de
pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. 48 Y vosotros sois testigos de estas
cosas. 49 He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en
la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.

No hay que suponer que las últimas palabras de Jesús tal como Lucas las relata fuesen
pronunciadas el día de la resurrección o en cualquier otro momento o lugar. Es más probable que
contengan la sustancia de las enseñanzas que Cristo dio a los discípulos durante los cuarenta días
que transcurrieron entre la resurrección y la ascensión.
Resplandecen con verdades que los discípulos de hoy necesitan tener presentes Entre
ellas hay hechos como éstos: las Escrituras contienen mensajes relacionados con Cristo que
tienen autoridad; estos mensajes sólo los pueden entender los que creen en Cristo y son guiados
por él; las verdades esenciales concernientes a Cristo se centran en los hechos de la muerte y la
resurrección; en virtud de la salvación que por medio de estos nos garantizó, se pueden predicar
el arrepentimiento y el perdón de los pecados; esta salvación ha de anunciarse a todo el mundo;
los seguidores de Cristo son los mensajeros por medio de quienes se han de dar a conocer estas
buenas nuevas; el poder para dicha proclamación lo comunica el Espíritu de Cristo el cual se
manifestó con poder nuevo el Día de Pentecostés, y quien ahora es una Presencia permanente y
una fuente de fortaleza ilimitada para todos los que buscan hacer la voluntad de Cristo y
glorificar su nombre.

O LA ASCENSIÓN
Cap. 24:50-53

50 Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo. 51 Y aconteció que

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bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo. 52 Ellos, después de haberle
adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo; 53 y estaban siempre en el templo, alabando y
bendiciendo a Dios. Amén.

La ascensión de nuestro Señor fue un suceso del todo distinto de la resurrección; ocurrió
seis semanas más tarde, e insinúa unas cuantas verdades de extraordinaria importancia.
1. Jesús se retiró de la esfera de lo visible y físico a la de lo invisible y espiritual. No
subió o bajó a través de vastos espacios siderales. No debemos pensar en él como en alguien
distante. Es una Presencia invisible y divina, superior a las limitaciones de tiempo y espacio,
con el poder para hacerse manifiesto en cualquier período o lugar. La ascensión debe hacernos
sentir que Jesús está más cerca y no más lejos.
2. Jesús asumió poder universal; no en la resurrección sino al ascender cuando "se sentó a
la diestra de la Majestad en las alturas". Esto indica omnipotencia divina. El Nuevo Testamento
constantemente presenta a Jesús con toda potestad en los cielos y en la tierra La ascensión debe,
pues, recordarnos el poder ilimitado de Cristo.
3. Fue, por tanto, al ascender que Jesús entró "en su gloria". Entonces su cuerpo fue
transformado, hecho inmortal, "espiritual", celestial; y entonces volvió a compartir la gloria
divina que tuvo con el Padre "antes de que el mundo fuera". La ascensión, por consiguiente, es
prenda y símbolo de la gloria que aguarda a sus seguidores. Es una garantía de que cumplirá sus
promesas y de que aparecerá de nuevo. Saliendo de la esfera de lo invisible se manifestará
a todo el género humano como el Hombre ideal y como el Salvador del mundo.

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