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A un año de la Revuelta de octubre en

que ardió Chile


by Crónica Pupular • 28 septiembre, 2020 • 0 Comments

Jordano Ignacio Morales||

Periodista. Equipo Radio Comunitaria de Concepción||

Son jóvenes que, entre gritos, cánticos y risas, inundan una estación del metro de la capital de
chilena. Solo bastó un “ahora, cabras” para que se echasen a correr como si no supiesen hacer otra
cosa. Felices, desenvueltas y libres, las chicas se trasforman en una marea colectiva que, al son de
una sola consigna, alteran la cotidianeidad del Chile neoliberal.

Esto ha quedado grabado en uno de los tantos registros que abundan en internet y en ellos se ven a
estudiantes saltando torniquetes y tirando abajo rejas. Fueron los primeros en decir basta ante los
abusos de los últimos 30 años de democracia. En Chile, la rabia en contra de la injusticia se
acumulaba y solo faltó una mecha para hacerla arder.

No son 30 pesos son 30 años

El 11 de septiembre de 1973, un golpe contra el gobierno socialista de Salvador Allende terminaba


con un proyecto inédito en el mundo. La posterior instalación de una dictadura le abrió la puerta a
grupo de economistas conocidos como los “Chicago boys”, quienes hicieron de Chile, un experimento
para sus ideas económicas.

El pacto de la transición entre la derecha neoliberal, defensora de la dictadura, y algunas de las


fuerzas políticas opositoras a esta, solo perpetuó la privatización de las sanitarias, la concesión de las
carreteras a capitales transnacionales y la profundización del modelo extractivita impuesto por la
dictadura cívico-militar.

El desmantelamiento de la organización popular que ayudó a hacer resistencia a la dictadura en las


poblaciones, también fue parte del pacto transicional. Así fue cómo de las poblaciones fueron
desapareciendo las agrupaciones culturales, las juntas de vecinos vieron mermada la participación y
los centros de madres solo se dedicaron a aprender a hacer artesanía con productos reciclados.
Durante los 90 y la primera mitad de los 2000, el Chile pareció inerte ante la barbarie capitalista. Pero
el 2006, la movilización secundaria, más conocida como ”la revolución de los Pingüinos”, despercudió
un poco a Chile de neoliberalismo y comenzó a cuestionar por primera vez el incuestionable pacto de
la transición.

El año 2011, la movilización social recorrió todo el territorio nacional. Jóvenes estudiantes de la
educación universitaria y de la secundaria, a los que se les unirían profesoras y profesores,
asistentes de la educación y apoderados, saldrían masivamente a las calles durante meses exigiendo
cambios estructurales en el sistema educativo chileno.

En el resto de la década, las luchas por la defensa del mar y la tierra, por las pensiones y contra el
sistema siniestro de las AFP, las luchas feministas y por la defensa de la ciudad, fueron algunas de
las que convocaron a miles a las calles.

Desde el 2006, Chile ha sido un devenir de movimientos y protestas por los más variados temas en el
devenir nacional, muchos de los cuales no han sido resuelto aún. Una fuerte carga de rabia y
frustración se germinó en la gente y que terminó por explotar.

Los estudiantes secundarios chilenos, que han sido históricamente reconocidos como una punta de
lanza para la protesta social, comenzaron a protestar por el alza del Metro. Lucharon por sus padres,
sus madres, abuelos y abuelas a quienes los afectaba el alza de los pasajes del tren subterráneo, los
más altos de Sudamérica y con un salario indigno. Entraban en masa, así nadie los podía detener y
se podrían defender entre todos si fuese necesario.

La mañana del 18 de octubre, el Metro santiaguino estaba complemente militarizado por carabineros.
La represión fue dura en las estaciones. Trabajadores, dueñas de casas, los cesantes y los jubilados
con pensiones de miseria se unían a la protesta y Chile reventaba.

No hay mejor metáfora para explicar lo que pasó en Chile que los hechos mismos. Una protesta, un
malestar que se movía subterráneamente en Chile y que no pudo ser acallada por la fuerza del
capitalismo. Entonces estalló y salió a la superficie. Los hombres y mujeres que el 18 de octubre
salieron del Metro de Santiago a protestar a las calles, portaban las demandas por una pensión
digna, por la salud, la vivienda, la educación; en fin, como consignaba un lienzo en plaza dignidad,
por un Chile donde valga la pena vivir.

Varios muertos por la acción de Carabineros y las fuerzas armadas que fueron sacadas de los
cuarteles a reprimir y más de cuatrocientas personas con trauma ocular producto de la represión,
siendo los casos de Gustavo Gatica y Fabiola Campillai, quienes perdieron totalmente la visión, los
más trágicos.

La élite política acorralada, el 15 de noviembre llegó a un acuerdo. Se llamaría a un plebiscito en


donde se le consultaría a la ciudadanía si es que quieran o no una nueva constitución. La pandemia
postergó el plebiscito para el 25 de octubre próximo y bajaron, aunque no totalmente, las protestas.

La emergencia sanitaria vino a confirmar lo que la revuelta dijo: Chile bajo el aparente manto de
desarrollo que vendía al mundo ocultaba una siniestra desigualdad social.

Falta cerca de un mes para el plebiscito. A muchos no les gustó el acuerdo, pero si ven en él la
posibilidad cierta cambiar la constitución pinochetista.

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