Aníbal vive en una casa inmensa, con solar, 8 o 9 habitaciones, su hermana
Ligia que cose y llama a los vecinos a exigirles que no voten por candidatos inmorales, 8 o 9 perros y un garaje que mandó a construir, automático y muy pispo. Aníbal no tiene carro, pero ya ha hecho las cuentas, anuales, mensuales y semanales de lo que le va a costar tenerlo. Con seguridad elegirá un auto que tenga un color azul oscuro, o un gris o en caso extremo un verde, si es que amanece rebelde el día de la compra. Hace ya varios años hizo construir la puerta del garaje, sacrificando la sala de la casa y ganándose una mala cara de Ligia, pero aún no ha llegado el día en que amanezca con la suficiente rebeldía para animarse a hacer la compra. Aníbal no tiene su plata en el banco, la tiene guardada en algún lugar de la casa. Por supuesto siento angustia al imaginar cuánto se está desvalorizando el dinero que recibió por vender las fincas que recibieron como herencia, sería bueno decirles, pero con Aníbal nunca hablo, nunca nadie hable. Con Ligia sí hablan los vecinos, por teléfono, pero nadie se atreve a decirle nada del dinero. Posiblemente la gente siente vergüenza de que los traten de chismosos. Todos en la cuadra están seguros de que tienen dinero guardado bajo un colchón o en un rincón misterioso de algún mueble. De hecho, muchos saben con precisión de cuánto dinero se trata. Eso sí, nadie menciona el tema porque eso podría poner en peligro a Aníbal y a Ligia. Pocas veces se ve a Aníbal en la calle, o como mínimo en la puerta de la casa. Debe salir a tomar el sol desde este lado de la casa, pero al parecer le gusta más asolearse en la huerta interna. Aníbal cultiva fresas, lechugas, tomates y uchuvas. Tiene nísperos criollos, un chirimoyo, un árbol de feijoa y 8 o 9 casitas paras sus 8 o 9 perros. Cuando Aníbal sale, cuando Aníbal entra o cuando alguien toca a su puerta, casi siempre vendedores o mendigos, una nube de ladridos perfectamente distintos rasga la tranquilidad de la casa. Algunas veces me he sentido tentado a prestar la atención suficiente para saber cuántos son. Sería algo relativamente sencillo. Calculo, sin ningún compromiso, unos 8 o 9 perros, pero nunca me he detenido exclusivamente a discernir ladrido por ladrido. De todos los perros, uno es especial. Muy de madrugada y muy entrada la noche, sagradamente, Aníbal deja salir a este perro especial a hacer sus necesidades en el ante jardín de mi casa. Luego de que la mascota ha descansado de su espera, Aníbal recoge el encargo con el mayor de los cuidados, como si se tratara de un regalo. De hecho, los recoge con guantes desechables de plástico, de esos para comer pollo o costillas. Posiblemente soy el único que conoce esta faceta que puede resultar intrascendente de Aníbal, pero las preguntas salen del galgo (así, alto y de costillas orgullosas, pero con cara de enfermo eterno) y de sus horarios extraños. ¿Por qué solo este perro? ¿Alguna enfermedad? ¿Algún capricho exótico tan común en algunos animalejos de compañía? ¿Algún valor especial en la costumbre o en los resultados de la costumbre? Nadie sabe en qué trabaja Aníbal. Se sabe de la herencia dejada por sus padres, quienes murieron de enfermedades viejas y naturales en Sonsón, uno tras el otro, como retando a la muerte a que no los separara. Sin embargo, esa herencia es reciente, como mucho 3 años. Pero su casa inmensa siempre ha estado radiante, sobria sí, pero la humildad lozana no deja de ser costosa. Su hermana Ligia tiene máquinas de coser, confecciona y arregla vestidos, pero no hay mucho movimiento en su casa como para pensar en que de allí viene el dinero. La casa de Aníbal es inmensa y tiene atrás un solar de un tamaño que resulta obsceno en un pueblo de casas y apartamentos pequeños. Es tan grande que llega hasta la cuadra siguiente, como un oasis de tierra y árboles, pero no, tampoco la fortuna o la subsistencia saldrían de este solar donde se alcanzaría a cultivar escasamente para el diario. Ya hice un recorrido por la otra cuadra, y revisé cuidadosamente el muro que da contra el solar, pero no pude encontrar ningún mecanismo secreto para entrar o salir. Lo que sí no hice, porque acaso no es para tanto, o por simple pereza, fue montar guardia alguna noche para intentar descubrir lo que pasa al interior de la casa de Aníbal. Es posible que no haya nada fuera de lo común y tenga que resignarme a la decepción. Existen muchas explicaciones lógicas y sin mucho esfuerzo podría pensar en algunas, pero al parecer prefiero cultivar el misterio y sembrar, podar y abonar las hipótesis criminales, esotéricas o fantásticas a las que suelo recurrir para entender a Aníbal.