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El misterio de las zanahorias robadas

Érase una vez una niña llamada Lucía, de pelo rojo como las manzanas y ojos verdes como las
hojas. La pequeña Lucía vivía en una bonita casa pintada de azul, y si algo le gustaba a la pequeña
de aquella casa, era el huerto que su madre tenía en el jardín.

Al ser un jardín grande, su madre había plantado muchas frutas y verduras, incluso había un
manzano que daba las manzanitas más deliciosas del mundo.

Pero lo que más le gustaba a Lucía de aquel huerto eran las zanahorias, porque con ellas su madre
hacía su famoso pastel de zanahoria, que era tan delicioso que todos en el vecindario querían
siempre un trozo.

Un día, sin embargo, sucedió algo muy extraño cuando la mamá de Lucía se dirigió al huerto, como
de costumbre, para recoger unas zanahorias con las que hacer su famoso pastel, y es que… ¡No
había ninguna!

Ante aquel contratiempo la mamá de Lucía pensó que sería mejor ir al supermercado, cuando de
repente la pequeña Lucía insistió para que no lo hiciera:

Lo que hace especial tu pastel de zanahorias es que las cultivas en tu huerto con amor, mamá —
dijo la pequeña—, además, hay algunas zanahorias que pronto estarán listas para cosecharse de
nuevo y podemos plantar algunas más.

Y así lo hicieron, por lo que tuvieron que esperar pacientemente para volver a probar un pastel de
zanahoria tan delicioso. Sin embargo, cuando intentaron recoger las nuevas zanahorias que ya
habían crecido para hacer un rico pastel, de nuevo las zanahorias habían desaparecido:

Yo creo que alguien se las está comiendo, creo que hay un rastro —concluyó Lucía, como si fuera
una pequeña Sherlock Holmes.

Sí, eso parece hija, pero ¿quién?

Me temo que habrá que averiguarlo.

De nuevo, Lucía y su mamá se pusieron manos a la obra para sembrar más zanahorias que poder
recoger más adelante y, cuando se fue acercando la hora de cosecharlas, Lucía decidió no quitarles
los ojos de encima.

Debo descubrir quién se come las zanahorias para que mamá no se ponga triste, no puede ser
posible que lleve tanto tiempo sin probar su delicioso pastel de zanahoria, ¡no es justo!
Así, en una de las tantas noches en las que la pequeña Lucía vigiló el huerto y las zanahorias desde
su ventana de la habitación, divisó entre los matorrales una pequeña sombra que se movía a gran
velocidad.

¡Te encontré! —Gritó Lucía, que no había dudado en bajar y descubrir rápidamente qué era
aquella misteriosa sombra y qué tramaba.

Sin embargo, con la misma velocidad que había aparecido la sombra, desapareció, sumiendo en el
absoluto fastidio a la pequeña.

Su madre, que la observaba desde el portón de la casa, decidió que era momento de ayudar, y ella
misma se dispuso también a atrapar la sombra.

Aquí está el ladrón de zanahorias, hija. No es más que un travieso conejo, que seguro se habrá
dado un buen festín con nuestras zanahorias.

¡Oh! ¿Quién lo hubiera imaginado?

El conejito, que era negro como la noche, no tenía cara de ladrón, sino un hocico muy graciosos y
simpático, por lo que decidieron quedarse con él para que pudiera disfrutar cuando quisiera el
pastel de zanahoria, sin tener que cometer una acción como la de robar.

Y fue así como, en la siguiente cosecha, la pequeña Lucía pudo volver de nuevo a comer el
delicioso pastel de zanahorias que preparaba su mamá, compartiéndolo esta vez con el nuevo y
divertido miembro de la familia. ¡Qué contenta estaba Lucía! Y no solo porque al fin ya había
zanahorias y tenía un nuevo amigo, sino porque se había convertido, sin querer, en la mejor
detective de huertos de toda la historia.

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