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Durante la fiesta de Pentecostés que siguió a la última pascua de Jesús, los discípulos recibieron
un peculiar don. Estaban reunidos en un aposento alto, ocupados en la oración. De repente vino
del cielo un sonido parecido al de un viento impetuoso. Lenguas análogas a llamas se posaron
sobre cada uno de ellos; fueron llenos del Espíritu y recibieron la facultad de expresarse «en
otras lenguas» (Hch. 2:1-4). Así es como nació la Iglesia, destinada a ser la Esposa de Cristo, y
su testigo aquí en la tierra mediante el anuncio del Evangelio.
La cuestión del don de las lenguas ha provocado una fuerte controversia en el seno de la
cristiandad moderna, donde se mantienen dos posturas opuestas:
Un repaso detenido de todos los argumentos en pro y en contra no puede darse en un artículo de
extensión limitada, por lo que remitimos al lector interesado en este tema a la bibliografía al final
de este artículo. Sin embargo, se deben hacer unas ciertas precisiones. En la época apostólica, el
don de lenguas y su interpretación ya fueron colocados en último lugar (1 Co. 12:10, 30). La
postura que afirma que la manifestación del don de lenguas es el resultado «necesario» del
bautismo del Espíritu halla su refutación en 1 Co. 12:28-30. Por otra parte, el don de lenguas
tuvo usos muy específicos como evidencia a los creyentes del judaísmo de la entrada en la
Iglesia de:
Bibliografía:
Baxter, R. E.: «Gifts of the Spirit» (Kregel Pub. Grand Rapids Michigan 1983);
Danyans, E.: «Misterios bíblicos al descubierto», esp. PP. 67-92 (Clíe, Terrassa, 1976);
Morgan, G. C.: «El Espíritu de Dios» (Clíe, Terrassa, 1984);
Palmer, E. F.: «El Espíritu Santo» (El Estandarte de la Verdad, Edimburgo s/f)